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ANTROPOLOGÍA PUEBLOS DE AMÉRICA ANTERIORES AL DESCUBRIMIENTO

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ANTROPOLOGÍA

PUEBLOS DE AMÉRICA

ANTERIORES AL DESCUBRIMIENTO

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ATENEO DE MADRID

ANTROPOLOGÍADE LOS

PUEBLOS DE AMERICAANTERIORES AL DESCUBRIMIENTO

CONFERENCIADE

D. MANUEL ANTÓNpronunciada el día ig de Mayo de iSgi

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MADRIDESTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICO «SUCESORES DK KIVADENEYRA»

IMPRESORES DE LA SEAL CASA

Paseo de San Vicente, 20

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SEÑORES:

Declaro, ante todo, que me siento agobiado, no ya sólo porla dificultad del asunto que me toca exponer esta noche, sinotambién por la imposibilidad de encerrarle, siendo, como es,de tan dilatada extensión y variados materiales, en los reduci-dos límites de una sola Conferencia. Empresa más para uncurso que para una lección, difícil para cualquiera, insuperablepara mí, la he aceptado, sin embargo, cediendo al empeño delSr. Presidente del Ateneo, D. Antonio Cánovas del Castillo, ydel Sr. Presidente de la Sección de Ciencias Históricas, donAntonio Sánchez Moguel, porque entiendo corresponder asíde algún modo á las continuadas mercedes que me dispensaesta ilustre Sociedad.

Nunca como en estos tiempos se ha estimado tanto estaparte de la Historia Natural conocida con el nombre de Antro-pología, siempre más ó menos cultivada por los naturalistas, yal presente solicitada por los historiadores y requerida por lossociólogos, para recoger de sus abundantes cosechas de inves-tigación las primeras materias de sus labores científicas. Bien esverdad que hasta Buffón la Antropología no constituyó un or-ganismo científico de vida propia, y, por lo tanto, no gozó defecundidad suficiente en las intimidades de su desarrollo paraofrecer al apetito de historiadores y estadistas frutos adecuadosá sus especiales gustos.

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Nadie puede negar que la Historia Natural moderna, Atlantesobre cuyos hombros descansa la ciencia y el progreso de nues-tro siglo, fue parto fecundo del genio de Linneo y del ingeniode Buffón; pero puede afirmarse, además, que ni estos sabiosni sus inmediatos precursores lo fueran jamás sin los grandesdescubrimientos geográficos de las dos naciones hispánicas,que, mostrando la inmensa variedad de las floras y faunas delos mundos descubiertos, nuevos también en sus poblacionesvegetales y animales, despertaron la curiosidad por la novedadde las formas, y forzaron por la inmensidad de su número, laclasificación hasta llegar á los sistemas, cuando no al método, deLinneo, y á las leyes y principios de Buffón, que son los centrosde creación de todas y cada una de las ciencias especiales pos-teriores.

Y si esto puede decirse de las plantas y de los animales, conmotivo no menos fundado ha de entenderse de las gentes encuanto constituyen las razas humanas. Bendishe, Topinard,Quatrefages, y cuantos han tratado la historia de la Antropo-logía, con una injusticia de la que con razón nos doleríamos sino acusase un desconocimiento completo de cuanto á nuestropaís se refiere, omiten los verdaderos trabajos de este ramo delsaber hallados por doquier en los historiadores y naturalistasespañoles que durante los siglos xvi y xvn se ocuparon de lascosas de América, y se empeñan en buscar los antecesores deBuffón y Blumenbach, fundadores de la Antropología moderna,en escritores, teólogos y médicos de sus respectivos países,cuyo objeto, al ocuparse del hombre, fue ciertamente muy dis-tinto del que persigue el antropólogo, cuando están ahí nues-tros historiadores de Indias, especialmente los naturalistas comoAcosta y Fernández de Oviedo, que nos describen las razas hu-manas en sus distintos pueblos, apreciando sus caracteres físi-cos, intelectuales y morales con una exactitud y precisión quedebe tomarse como ejemplo digno de imitación por los natu-ralistas modernos, y es motivo más que suficiente para señalar-los como los primeros científicos del Renacimiento que apor-taron caudales valiosísimos para formar con ellos los primerosejemplos de la Historia natural del hombre.

Si lo que nuestros naturalistas historiadores de Indias escri-

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bieron del hombre americano lo hubiesen apartado en libro es-pecial y concreto á las razas humanas, ¿podrían al presente ufa-narse nuestros vecinos los franceses de su gran naturalista Bu-ffón como el primero que publicó en tratado especial la His-toria Natural del Hombre? No, seguramente: ni en el fincientífico que se propone el autor, ni en el método, ni en la ma-nera délas descripciones y caracteres en que se fundan, ni, mu-cho menos, en la claridad y precisión del estilo, aventaja, en lotocante á descripciones antropológicas, el renombrado natura-lista francés del siglo XVIII, al justamente famoso naturalista es-pañol del siglo xvi, Gonzalo Fernández de Oviedo, por ejemplo.Acuda el curioso á su Historia General y Natural de las In-dias, y cuantas veces, entre la muchedumbre de animales yplantas le llega su vez al hombre, se encontrarán claras mues-tras de lo que afirmo. En prueba de lo cual, aqní está, tomadadel lib. ni, cap. v, su descripción de los caribes flecheros: «Lacolor de esta gente es lora; son de menos estatura que la gentede España comunmente; pero son bien hechos é proporciona-dos, salvo que tienen las frentes anchas é las ventanas de lanariz muy abiertas, é lo blanco délos ojos algo turbios. Esta

manera de frentes se hace artificiosamente » Ni tampoco sele escapó lo recio y grueso de sus cráneos, ni la descripción desus armas, ni sus costumbres, ni nada de cuanto constituye elobjeto del naturalista en el estudio de la humana especie.

Nadie podrá negar, pues, sin atropellar la verdad más cierta,que en nuestros historiadores de Indias se contiene la Antro-pología de América bajo todos sus aspectos, conforme á losmétodos y recursos de la ciencia del siglo xvi; porque no sóloestudiaron y describieron las razas atendiendo al conjunto desus caracteres físicos, intelectuales y morales, sino que exami-naron las formas de su organización social, é intentaron averi-guar su origen; bien es verdad que esto último conforme á losprocedimientos meramente históricos ó teológicos propios dela época, como puede verse en Acosta, en Herrera y, aun me-jor, en Fr. Bernardo García y en Diego Andrés Rocha, que so-bre el origen de los indios escribieron tratados especiales.

Aun en nuestro siglo, Humboldt, Bancroft, d'Orbigny, ycuantos se ocupan de las razas americanas, se surten con lar-

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gueza de los antiguos tesoros de nuestros escritores indiaribs;y con repasar la famosa obra del ilustre naturalista d'Orbigny,intitulada El Hombre americano, puede apreciarse por laabundancia y la franqueza, aunque no siempre por la exactitudde sus citas, la parte principal, hasta los días de los autorescitados, única, que pusieron los españoles en la Antropologíade América, y, por ende, el lugar preeminente que de derecholes corresponde en la historia de esta ciencia, con evidente sin-razón desconocido por algunos.

Cuestión es ésta que me limito tan sólo á señalar: para másdisquisiciones me falta el tiempo; pero sin duda merece unlibro de crítica histórica donde se otorgue á cada cual lo suyoy á los nuestros nada más que su derecho, con su sudor ganado,porque les basta y les sobra para la honra y buen nombre de sunación.

No es lícito, sin embargo, desconocer que en los siglos xviy xvn los procedimientos, métodos, nomenclaturas y puntos devista de la Historia Natural carecían de la exactitud, precisióny unidad que ganaron con Linneo y se han ido perfeccionandodespués hasta llegar á las maravillas científicas de nuestros días,y como nuestros historiadores de Indias se inspiran en los dosgrandes naturalistas de la antigüedad pagana, Aristóteles y Pli-nio, á cuyos modelos se sujetan de continuo. En Antropología,singularmente, los procedimientos de investigación exactos, ycon precisión bástante para determinar las razas según sus ver-daderas afinidades y relaciones físicas, son obra de nuestrosdías; por eso no seré yo quien oculte, que si tocante á los ca-racteres intelectuales, morales y sociales de los pueblos in-dios, nuestros naturalistas historiadores contienen todo cuantola ciencia moderna requiere y exige, en los físicos, con ser muyvaliosos, no es posible buscar en ellos la exactitud de los ca-racteres métricos, invención de estos últimos años que ha sub-vertido y revuelto los depósitos de la ciencia, descubriendonuevos órdenes en las relaciones íntimas de los pueblos y máslejanos horizontes en *us orígenes geológicos y fisiológicos.

La moderna Antropología que estudia las razas americanas ála luz de la ciencia afetual, ha de buscarse en los trabajos deMorton, D'Orbigny, Nott y Glydon, Lund, Davis y Squier,

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Abott, Wilson, Short, Lacerda y Peixoto, Araeghino, Moreno,Hartmann, Helwald, Hamy, Jiménez de la Espada y otros va-rios que intentaron ó están empeñados en trabajos parciales deinvestigación, con los cuales se levantará un día, todavía lejano,el edificio total y completo de la ciencia. Al presente, los mate-riales, con ser algunos, yacen dispersos ó amontonados, pero enconfusa babel; y á mi modo de ver no son bastante completospara proceder á un ordenamiento definitivo, siquier la síntesisse limite á las líneas más generales, como pretendió Morton ensu Crania americana, y como, según es de presumir, inten-tará Virchow en la nueva obra que con el mismo título darámuy en breve al conocimiento del mundo científico, si mis no-ticias son ciertas.

En el estado actual de la investigación científica, aun teniendoen cuenta los excelentes trabajos de la Sociedad de Etnologíade New-York, continuados ahora por la de Antropología deWashington, poco más sabemos de loque nos enseñaron los an-tiguos sabios españoles; y si es fácil, porque esto lo dejaron he-cho, distinguir los pueblos unos de otros, ofrece dificultades, engran parte insuperables todavía, desentrañar en esta muche-dumbre de gentes las unidades étnicas que entran en su compo-sición.

No ha faltado quien estime que los americanos indígenas,desde el estrecho de Behring al cabo de Hornos, constituyenuna sola raza con caracteres distintivos propios; y á este pro-pósito nuestro Herrera se expresa así: «Es cosa notable que to-das las gentes de las Indias, del Norte y del Mediodía, son de unamisma inclinación y calidad, porque, según la mejor opinión,procedieron de una misma parte; y asimismo los de las islas, álas cuales pasaron de la tierra firme de Florida»; y el mismo donAntonio Ulloa escribe: «Visto un indio de cualquier región sepuede decir que se han visto todos.» Tales afirmaciones no pue-den sorprendernos tratándose de un historiador insigne y de unmatemático ilustre, pero que ni uno ni otro fueron naturalistas,cuando el mismo Morton, una de las glorias más preclaras de laAntropología, nos dice: «The native americans are possessedof certain physical traits that serve to identify them in localitiesthe most remote from cach other; ñor to they as á general rule

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assimilate less in their moral character and usages.» Por el con-trario, puede leerse en Molina: «Las naciones americanas sontan diferentes unas de otras como lo son las diversas nacionesde Europa: un chileno no se diferencia menos de un araucano,que un italiano de un tudesco»; y en D'Orbigny: «Un peruanoes más diferente de un patagón, y un patagón de un guaraní,que un griego de un etiope ó de un mogol.»

Están en lo cierto los últimos: en latitudes tan amplias, climastan variados, tierras tan distintas por su suelo y por las floras yfaunas que sustentan, medios todos tan diferentes, no podíaexistir en la especie humana una uniformidad que pugna contodas las leyes naturales, y averiguada está hoy con toda certi-dumbre, no sólo la variedad de razas, según regiones geográficasy pueblos distintos, sino su multiplicidad en las naciones comoel Perú y Méjico, que gozaban una relativa civilización en elseno de una vasta unidad política, y su dualidad, por lo me-nos, en otras de constitución social inferior, que, como losPieles-rojas, columbraban los primeros albores de una civili-zación incipiente ó se revolvían entre los residuos de otra yaextinguida.

Averiguado está plenamente que los americanos constituyenun grupo de razas mixtas, y el problema cuya solución persigueactualmente la Antropología, consiste en investigar los elemen-tos étnicos fundamentales cruzados y confundidos al formarsela trama de los vanados colores de las razas americanas.

Alguna unidad, sin embargo, se descubre en el conjunto deesta variedad, cuando consideramos á los americanos como ungrupo étnico para distinguirle de los blancos, negros ó amarillosdel antiguo continente, que justifica la institución de la varie-dad americana de Linneo, ó la raza cobriza de otros autores.Un examen atento que yo mismo he procurado aplicar á lasdescripciones que se leen en los autores, á las colecciones deAntropología del Museo de Ciencias naturales de Madrid y delde Historia Natural de París, y á cuantas reproducciones grá-ficas, fotográficas y aun ejemplares vivientes han podido caerbajo mi observación, me ha permitido distinguir, como carac-teres comunes á la generalidad de las razas americanas, unafrente chica y baja; hundidos, pequeños y obscuros los ojos;

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grande la boca; dilatada la nariz por las ventanas y honda en suraíz; largo, laso, grueso y negro el cabello, escasa la barba ydepilada la piel; la color, obscura con variedad de tonos, las másveces como la del membrillo cocido; la contextura física, ro-busta y fuerte; el temperamento, bilioso y sobrio; y en la cons-titución social, la costumbre es el régimen ordinario; atributoséstos insuficientes para construir la unidad del hombre ameri-cano, negada, al parecer, por la naturaleza; pero que considera-dos en las vanadas razas de América, nos permiten imaginarun tipo distinto del etíope, ó del caucásico y aun del mogol.

Pero con ser muy generales estos caracteres, no son siempreconstantes. Molina asegura que los boroanos, en las provinciasaraucanas de Chile, «son blancos y tan bien formados como loseuropeos del Norte»; á la raza blanca pertenecen, según Quatre-fages, los koluchos, habitantes en la parte norte^ de la costa delPacífico; Bartram describe algunas jóvenes de los cherokises,«tan blancas y bellas como las muchachas de Europa»; y Hum-boldt atribuye el mismo color blanco á los guanariboes, gua-naros, guayacas y maquiritares, que por sí mismo tuvo oca-sión de visitar en las orillas del alto Orinoco. Sabido es cuántovaría el color en una misma raza, y la dificultad de apreciarle estal, que con haber reunido á todos los americanos en una solallamada cobriza por su color, puede leerse, sin embargo, enM. Culloh: «Y can further testify that among the individuáisof many different tribes that are come under my observation,Y have never seen á copper colored man.» Para Humboldt losamericanos son castaños, para otros de color rojo, y no se puedenegar que son de tinte negro ciertas tribus de California, y deun amarillento más ó menos rojizo, como vio D'Orbigny, la ex-tensa nación de los guaraníes; pero nadie está más en lo ciertoque nuestros historiadores cuando toman el color canela y el demembrillo cocido por el más general y propio de la raza ame-ricana en la mayoría de sus pueblos.

El carácter más permanente se refiere al cabello, constante-mente laso, grueso, fuerte, muy suelto y de color negro ú obs-curo, cabello mogol en una palabra, desde el estrecho de Beh-ring al cabo de Hornos, siempre persistente y tan abundantecomo es ralo y escaso el pelo del cuerpo y de la barba, apenas-

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pujante en la barbilla y en los extremos del bigote. Y esta esca-sez es de naturaleza, aunque es verdad que tienen la costumbrede depilarse, porque se consideran, hombres y mujeres, más her-mosos cuanto más lampiños. Los yuracarés, sin embargo, tribude la pendiente oriental de los Andes de la Bolivia, tienen, segúnD'Orbigny, la barba tan cerrada como los europeos, y en estose funda principalmente Quatrefages para incluirlos en su grantronco de sangre blanca; Laperouse cita ejemplos de su abun-dancia, como también Molina, quien supone la de algunos chi-lenos tan espesa como la de los españoles, y con esto no quedabien parado De Paw cuando afirma que los americanos carecenenteramente de barba.

Varía mucho la nariz, aguileña en los iroqueses: más aguileñatodavía en las figuras de Palenque, según Humboldt pertene-cientes auna raza ya extinguida, porque difieren mucho por losaliente de este órgano, de los indios de ahora, que lo presen-tan más pequeño y chato en ocasiones, y aun de los figurados enlos barros de la pirámide Teotihuacán; pero Morton se inclina ácreer que la protuberante nariz de los palenquinos es un con-vencionalismo del arte. Cuestión esta análoga á la del ángulofacial de las estatuas clásicas del arte griego, tan debatida enAntropología y aun en el Arte.

No es menos variable la estatura, porque dejando aparte lasexageraciones de Pigafeta respecto de los patagones, tan creí-das del vulgo, siempre inclinado á lo maravilloso, no hay mo-tivo para desechar entre otros los datos del comodoro By-ron, según el cual, de quinientos patagones observados en con-junto, los más pequeños tenían cuatro pulgadas más que sus ma-rineros, y las observaciones, ya científicas, del capitán Wallace,que midió muchos, la mayor parte de cinco pies, diez pulgadasinglesas, á seis pies; uno de seis pies siete pulgadas, y varios deseis y cinco. También alcanzan buena talla muchos pieles-ro-jas, y bastará citar los muscogíes, que, según Bartram, todos sonatléticos, muchos de seis pies; tallas todas las citadas sólo refe-ridas de los hombres, porque las mujeres siempre son más ba-jas, hasta el punto que las muscogíes observadas por Bartramno pasan de los cinco pies. En cambio, los peruanos, aunquefornidos, son bajos, un metro quinientos noventa y siete mi-

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límetros les asigna D'Orbigny como talla media, y los esquima-les se cuentan entre los más pequeños de los hombres cono-cidos.

Las proporciones de la cabeza varían de un modo extraordi-nario también, aunque en América como en todas partes nosofrecen caracteres muy seguros para distinguir las razas. Por loconocido hasta hoy, si no puede asegurarse, con la escuela ame-ricana de Antropología, que los pobladores del nuevo continenteson braquicéfalos, tampoco puede negarse, por los datos toma-dos hasta el presente, que esta forma de cráneo, corto y.ancho,es la más dominante, no obstante que en calaveras antiguas yen pueblos enteros de la época colombina se tropieza con ladolicocefalia aislada alguna vez, como en los botocudos, domi-nante otra, como en los iroqueses, y más generalmente confun-dida con la braquicefalia, como en el Perú y §n Méjico.

La índole de esta exposición no nos permite considerar otroscaracteres físicos menos importantes que los anteriores, aunqueno ciertamente despreciables, y nos obliga además á condensarlos intelectuales, morales y sociales en breves palabras.

Mucho se ha discutido acerca de las aptitudes para la civili-zación atribuidas á las razas americanas. De la frente baja yaplastada que, según Humboldt, es carácter constante, y de lapoca capacidad cerebral señalada por otros no falta quien de-duce las más desfavorables consideraciones. En cambio, eldocto historiador de Méjico y distinguido representante actualde aquella república española en Madrid, Sr. Riva Palacio, ensu magna obra, suponiendo en los antiguos cráneos indios me-jicanos un molar menos que en las demás razas del mundo, de-duce, por la relación inversa del desarrollo existente entre elaparato cerebral y el mandibular, que es la raza indígena meji-cana la primera del mundo por su capacidad intelectual. Al pre-sente está sólo bien observado un retraso en la aparición delúltimo molar de las razas civilizadas respecto de las salvajes, yporque sale ya en buena edad, se suele llamar del juicio estamuela entre los españoles; mas no se puede afirmar si este re-traso se debe al mayor desarrollo cerebral ó al menor incre-mento del aparato mandibular, por razones fisiológicas acentua-das cada vez más por la herencia, notado casi siempre en los

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pueblos donde son frecuentes los alimentos condimentados ycocidos, que necesitan menos esfuerzos de masticación para serdeglutidos.

No es, pues, el número de los molares seguro indicio de lacapacidad intelectual de un pueblo; y que los indios mejicanostuvieren sólo cuatro á cada lado y en cada mandíbula, es fenó-meno bastante importante para esperar su confirmación.

Pero si este dignísimo representante de Méjico, movido porsentimientos tan dignos de alabanza, recaba para la gran raza.indígena de su país puesto intelectual tan preeminente entretodas las del mundo, otro americano de este siglo, el gran an-tropólogo Morton, no se muerde la lengua para decir: que«The intelectual faculties of this great family (americana)appear to be of á décidedly inferior cast whend comparedwith those of the Caucasien or Mongolian race», y añadir des-pués en defensa del autoctonismo americano, cuya científicapaternidad le corresponde: «The structure of his mind appearsto be differend from that of the white man, ñor can the twoharmonise ín their social relations except on the most limitedscale» ; opinión en que le precedió nuestro eximio Ulloa,cuando no sólo cree á los indios americanos menos inteligentes,sino menos sensibles que otras razas; aunque esto de la escasasensibilidad lo convierte Morton en un timbre de honor, asegu-rando que la mayor gloria de estos indios es saber soportar lasprivaciones con indiferencia.

Por nuestra parte, ateniéndonos á los hechos, suprema ratio-en cuestiones de Historia Natural, encontramos en la épocadel descubrimiento de los pueblos americanos todas las formassociales conocidas en los del antiguo continente: el estado fran-camente salvaje en los botocudos y fueguenses, en plena edadde piedra tallada; el bárbaro, nómada ó sedentario, con armasde piedra ya pulimentada, en los pieles-rojas del Norte y en lospampas y guaraníes de la del Sur, y, finalmente, el civilizado, conagricultura, industria, artes y gobiernos regulares, en Méjico yel Perú, cuyo progreso, á la llegada de Cortés y Pizarro, pre-sentábalos caracteres correspondientes en la Antropología pre-histórica del antiguo mundo á la fase conocida con el nombre,de época del cobre y del bronce, que en Grecia y / s i a Menor

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fue anterior y contemporánea de la destrucción de Troya, yen Egipto, donde los maravillosos descubrimientos modernosnos permiten seguir gradualmente las sucesivas fases de la evo-lución social, nos remontan por lo menos á tiempos anterioresá Menephtha, en 1450 antes de nuestra era. Tan cierto es queen todas partes la humanidad ha seguido la misma carrera,aunque ajustándose á las condiciones especiales del mediodonde se desenvuelven las condiciones de su propia vida; y ánadie podrá sorprender que la civilización americana no lle-gue más allá del período del bronce, al terminar el siglo xv, sise detiene á pensar como aquellos pueblos no pudieron utilizar,porque no vivían en aquel continente, las palancas más pode-rosas de la evolución progresiva de la civilización europea yasiática, la domesticación de los grandes rumiantes y paqui-dermos, que vigorizaron la naturaleza humana, cambiando lascondiciones de su alimentación, y prestaron á la agricultura, álas artes y á la totalidad de la vida social, cantidades de fuerzaútil y elementos de comunicación desconocidos en absoluto delos americanos, si se exceptúan los peruanos, que domesticaronla llama y la vicuña, primeros motores de su superior civiliza-ción, y de algún modo pudieron suplir los más poderosos auxi-lios que en el antiguo continente prestaron al hombre el toro,la oveja, la cabra, el caballo y el asno con sus híbridos.

En los momentos actuales de la ciencia no creemos posiblepresentar un cuadro de clasificación de las razas americanasajustado á los principios del método natural, y en los reducidoslímites de una conferencia tampoco cabe la historia natural decada una de ellas, como pide la índole de este trabajo, el títulode esta conferencia y el tema á que venimos forzados. Pudierabastar con las generalidades ya expuestas; pero acaso con po-ner aquí punto final defraudaría las legítimas esperanzas delAteneo, y aun á trueque de abusar de vuestra benévola pacien-cia, algo he de contar, con brevedad y concisión, de la historianatural particular de cada una de las razas más importantes*

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Entre todas las de América se distinguen las de los botocu-dos, fueguenses y.esquimales, por su salvajismo análogo al delos austriales ó al de los hotentotes, y también por la forma desu cabeza, semejante en buena parte de sus facciones. Los trespueblos son dolicocéfalos ó de cabeza larga, y á la vez hipsiste-nocéfalos, es decir, elevada en su diámetro vertical, y los tres,aunque en grado distinto, son de rostro ancho, ojos un tantooblicuos, boca grande y pelo grueso y liso como los mogoles. Nohay, pues, armonía entre la cabeza y la cara; señal esta pordonde se adivinan las razas cruzadas, y como existen motivosmuy fundados para asegurar la mayor antigüedad de estas tresrazas americanas sobre todas las vivientes en aquel continente,sigúese de aquí que la superposición y cruzamiento de las razasen América se remonta á tiempos antiquísimos, imposibles deapreciar en el estado presente de la ciencia, pero de algún mododeterminados recordando la semejanza de los cráneos fósiles deLagoa Santa, descubiertos por Lund, con los de los actualesbotocudos, y la positiva analogía de las calvarías fueguenses conlas descubiertas por el Sr. Moreno en los antiguos paraderos dela Patagonia, que Topinard refiere también á los esquimales.

Y no hay en esto maravilla alguna, si es cierto, como este úl-timo antropólogo afirma, que en las cavernas antiguas del Perúse encuentran dolicocéfalos de un tipo diferente al de la épocacolombina; y aun cuando esto no fuera, se guarda en la Socie-dad de Antropología de París el álbum de fotografías de laAmérica Sud-Austral, presentado por el Sr. Moreno en la ex-posición de 1878, en donde se ven varios dolicocéfalos, algunosde tipo neandertaloide, y esta es la forma de cráneo reconocidatambién entre los más antiguos, descubiertos en el Misuri, porMr. Conant. Colígese de aquí la remota antigüedad de la pobla-ción americana y la fuerza de expansión de la raza de Nean-derthal, la más vieja entre todas las europeas hasta el presentedescubiertas, cuyas formas encontramos en Europa contempo-ráneas del mamut y del oso de las cavernas; antiquísimas en losparaderos de la Patagonia y en los aluviones del Misuri, y ac-tuales en Australia en la tribu de Adelaida.

Han estudiado los botocudos en la sierra de Aymorés, dondeen la actualidad están confinados, los Sres. Lacerda, Peixoto y

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Rey, y á los caracteres expuestos puede añadirse que tienen elcolor obscuro, ferruginoso, las espaldas fornidas, el. vientreabultado, pero los miembros flacos y débiles. Marchan incli-nando adentro las puntas de los pies, no usan vestido ni cu-bierta alguna, se pintan y taracean el cuerpo, especialmentela frente, y los portugueses los llamaron así porque se aguje-rean las orejas y el labio inferior, dilatando estos agujeros conrodajas de madera ligera que alcanzan hasta seis centímetros dediámetro, denominadas botoques en el idioma de nuestros her-manos.

Viven reunidos por familias en chozas de ramaje, ordenadasen semicírculo en la cercanía de algún bosque, y se alimentande los frutos y raíces de los árboles, y aun más de la caza, perse-guida á flechazos con saetas de madera simplemente aguzadas.Son polígamos; tienen por cierto que sus guer/eros ancianosse convierten á su muerte en yaguaratés; creen en un gran es-píritu bienhechor y en otro genio del mal, y caminan rápida-mente á su extinción, refractarios como parecen á las artes másrudimentarias industriales ó agrícolas.

No es más envidiable la suerte de los fueguenses, habitan-tes en una y otra de las inhospitalarias orillas del estrecho deMagallanes. Moran también en chozas situadas en las orillasdel mar, y en cuyo interior mantienen, como en sus canoas,toscamente construidas, constante fuego reparador de los fríosrigores del clima. Se abrigan con pieles de foca ó de nutria, col-gadas á la espalda, y llevan desnudo el resto del cuerpo, cuyocolor es cobrizo: sólo las mujeres guardan oculto por un jiróntriangular de piel de nutria aquello que la honestidad ha que-rido, aunque no siempre, que se cubra. Se adornan con collaresy brazaletes de conchas, y de los moluscos de éstas y de peces,que persiguen con arpones de hueso y con redes, se alimentanprincipalmente, aunque los varones se entretienen de conti-nuo ayudados de sus perros, en cazar la nutria, animal abun-dante en aquellas costas, y también los patos, valiéndose dehondas y flechas armadas de puntas de piedra, como fue usode los más primitivos habitantes de Europa.

Está probado hoy, que los esquimales no sólo pueblan laGroenlandia, las orillas del Labrador y una estrecha faja además

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en la costa Norte, prolongada del uno al otro Océano, sinotambién, del otro lado del estrecho de Bering, la extremidadoriental del Asia, desde la bahía Koliutchin hasta el golfo deAnadyr, y como esto lo confirma también la lingüística, diciendocon Maury que los dialectos esquimales «peuvent etre consi-deres comme opérant la soudure entre les idiomes de l'extremitéoriéntale de la Siberie et ceux de la partie boreale du NouveauMonde», toda discusión acerca de la posibilidad de comunica-ciones entre Asia y América puede considerarse terminada;bien que, además, los kamstchadales se ven hoy en las islasAleutinas, y hasta en la misma punta de Alaska, donde se con-funden con los esquimales, alterando sus caracteres físicos.

Por esta habitación asiática, y más que nada por su cara re-donda y ancha, y sus ojos medio cerrados, se incluye la de losesquimales entre las razas mogólicas generalmente; mas apartede encontrarse sus vestigios en la meridional América, comoantes hemos indicado, á nosotros nos toca por lo menos men-cionarlos, desde el momento en que se trata de un pueblo indí-gena de la América precolombina.

Por debajo de los esquimales, en el dilatado territorio quedesde el Yukon y la bahía de Hudson se alarga hasta la puntade la Florida y el rio Grande de Méjico, y desde el Atlántico seensancha hasta el Pacífico, ó, por lo menos, hasta la cordilleraRoqueña, discurrían, nómadas las más, sedentarias algunas,aunque sin límites fijos, pero guardando todas ciertas posicio-nes regionales, las numerosas tribus que se designaron con elnombre de pieles-rojas, aceptado por la ciencia antropológica.

Tal conjunto de pueblos diferentes no puede ser, sin receloal menos, aceptado como una sola y misma raza. El mismoMorton, tan partidario de la unidad en la raza americana, quedetermina por el cráneo redondo, alto, corto, aplastado en eloccipucio, tantas veces repetido por sus líneas fundamentales enlos excelentes grabados de su Crania americana, nos enseñaen este monumento de la Antropología que «The native castof the Allegany mountains (the great Lenape stock, the Iro-quois, and the Cherokees) have the head more elongated thanany other americans. To the west of Mississipi we again meetwith the elongated head ni the Mandans, Ricaras, Assiniboins

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ands orne other tribes»; y en efecto, en las tribus llamadas pieles-rojas hay dos tipos bien distintos, uno dolicocéfalo y otro bra-quicéfalo. Si se comparan los pueblos desde la costa del Pacíficohasta el Atlántico en esta región, se observa un hecho de mu-cha importancia para averiguar los orígenes geográficos: la ca-beza corta se encuentra constantemente en la costa del Pací-fico sin mezcla alguna hasta la California, y la larga predominade tal modo en el Oriente á uno y otro lado del San Lorenzohasta los Alleghany, que puede considerarse como el tipo deesta comarca. Uno y otro tipo cefálico se encuentra en lasmismas tribus de las orillas del Mississipí, delMisuriy del Ohío,predominando casi siempre el primero, tanto más general en elCanadá y en el río Colorado, cuanto más al Occidente. Son losbraquicéfalos los más, y como esta es la forma más ordinaria enlos pueblos del Asia Oriental, podría deducirse que de ésta pro-ceden, mientras que los dolicocéfalos, menos extendidos y másconfinados al Oriente, pudieran considerarse originarios de laEuropa Occidental, donde este tipo es predominante, cuandono único. Tiene esto analogía con la dispersión de la flora, yaun de la fauna, si bien se considera, y siento que me falte es-pacio para ensayar la demostración.

El nombre de pieles-rojas se aplicó primeramente á las tribusde Levante, y, naturalmente, se extendió á cuantas discurrenhasta los montañas roqueñas. Más allá, entre la costa del Pací-fico y esta cordillera, á partir de la península Alaska, poblandolos archipiélagos de la costa, viven los koluchos, pueblos de razablanca, según Quatrefages, aunque salvajes y del grupo de losalófilos como los indonesios.

De la familia de los orejones, que desde Colombia baja hastaCalifornia, entre sus muchas tribus puede citarse la de los nayasy la de los chinukos: los indios de la primera, frente á la isla deVancuver, llevan como los botocudos rodajas de madera en loslabios y en las orejas; pero son hospitalarios, conocen el artedel tejido y adornan sus pipas con barros toscamente escultu-rados en forma de hombres y animales. Los chinukos, tribu lamejor estudiada del Oregón, se reconocen por su talla mediana,color pardusco, y sobre todo por la deformación artificial ante-ro-posterior de su cráneo, que con ser más pronunciada acaso

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que en ningún otro pueblo donde se practique tan extravagantecostumbre, no altera sus facultades intelectuales, como lo demuestran algunos de sus individuos, ya dentro de la civilizacióncristiana, ejerciendo con reconocido mérito su profesión deabogado en las populosas ciudades angloamericanas.

La California estaba en la época precolombina habitada porun conjunto de pueblos muy distintos por su raza y por sus cos-tumbres bárbaras. Ya Laperouse observó el color negruzco dealgunos costeños, que Stephen Powers, en las Contrib. toNorth. Amer. Ethnol. editadas por el Gobierno norteameri-cano, confirma diciendo: «The faces are-broad and blackand shinnig with an ethiopian unctuousnes.» Mas estos negros,tienen los ojos oblicuos y el pelo largo y rollizo de los mogó-licos, de donde se colige su mesticidad de una raza de estetronco y otra negra que pudiera ser primitiva, ó derribada enaquellas costas por las corrientes del Pacífico desde la Micro-nesia, adonde, como parece fuera de duda, llegaron los papuas.Esto quiere Quatrefages, y puede admitirse sin dificultad. Latengo yo en cambio para convenir con él en el tipo blanco delos makelchelos; más probables son los rastros de sangré poli-nesia en California reconocida por M. Cessac, porque si llega-ron los papuas, mejor pudieron ser arrastrados los polinesios^por más navegantes. Todo bien pesado, no es posible encon-trar hoy todavía el hilo de Ariadna que nos guíe en el dédaloy confusión étnica de esta comarca. Bancroft, en su obra colo-sal de Etnografía, divide los californios en cuatro grupos: losdel Norte, del Centro, del Sur y los shoshones, habitantes, estosúltimos, entre la Sierra Nevada y la cordillera Roqueña, y sonlos mismos que Buschmann, fundándose en analogías lingüís-ticas, refiere á los nahuas de Méjico.

Los californios del Norte son de color canela, altos, muscu-losos y bien formados, el rostro es oval y la nariz recta; los delCentro, pequeños, negros, chatos y de labios gruesos; y los delSur, más parecidos á sus vecinos del Colorado, cuentan tribusde cráneo corto y talla elevada como la de los yumas, que me-rece al menos citarse, por sus formas atléticas y el vigor salvajede su robusta constitución, no menos que por sus extrañas cos-tumbres, tan bien descritas por Ten Kate.

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Ningún otro pueblo entre los americanos del Norte ocupa unterritorio tan extenso como el atabaska. Desde las montañasRoqueñas á la bahía de Hudson, y desde el lago de los Escla-vos al Superior, discurrían sus guerreras tribus, los castores, lasliebres, los osos, que estos ú otros nombres de animales adop-tan para distinguirse; y aun se ha visto que más al Sur, entre elrío Colorado y el Grande del Norte, los famosos apaches, cuyatribu nómada de los navajos comprendía, hasta hace poco,no menos de 16.000 individuos, pertenecen al mismo puebloatabaska. Son estos indios de un color café un tanto amari-llo, café con leche, más bien altos, enjutos y de extremidadesinferiores muy robustas, y tienen el cráneo muy corto y aplas-tado en el occipucio. En el Canadá su nación más importantees la de los chipiwayos, que defendió con no menos bravuraque astucia su territorio, así de los franceses como de los in-gleses.

Entre estas dos grandes ramas de los atabaskas, desde el Mis-sissipí á las montañas roqueñas, siguiendo la cuenca del Misuríhabitaron un gran número de tribus como la de los dakotasyowayos, osages, omahas, konzas, mándanos, ponkas, etc., co-nocidas con el nombre colectivo de siús, de alguna de las cua-les existen todavía restos de donde se sacan ejemplares exibi-dos después en los jardines zoológicos de Europa.

Sin negar la evidente semejanza de sus costumbres, se puedeadvertir alguna variedad en sus caracteres físicos. Así los siús,propiamente dichos, son pequeños y feos, mientras los omahasson altos y de buen aspecto; el cráneo también ofrece divc"sidad de formas aun en una misma tribu, donde la braquicefa-lia y la dolicocefalia se observan indistintamente, y por ende,aparece la mesaticefalia, aunque la primera puede en la mayorparte de las tribus considerarse predominante. Generalmentesucede lo mismo con el color, pardo, pero con un matiz, ahorarojo más ó menos pronunciado, ahora blanco más ó menos tos-tado, y con la nariz, recta en unos individuos, aguileña en otros;pero todos convienen en los pómulos salientes, la boca grande,la frente baja, las mandíbulas desarrolladas, y en-otros caracte-res generales á los pieles-rojas. Parece como si en esta vastacomarca del Misuri se hubiesen encontrado y confundido las

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razas braquicéfalas del Norte y del Occidente con las dolico-céfalas del Oriente antes mencionadas.

Otro tanto acontece con las tribus que se han llamado delMississipí y ocupan la ribera izquierda de este caudaloso río,corriéndose hacia el Oriente hasta alcanzar la Florida y la costadel Atlántico: la confederación de los crikos, cuyo pueblo pri-mitivo era el Muscogí, los seminólas, los natchez, chactas, ya-masis, etc., aun cuando la mayor parte tienen la cabeza pequeñay braquicéfala, otros la presentan alargada, y en general ofrecenla variedad de caracteres que hemos apuntado en el grupo an-terior.

Entre las Carolinas y el Labrador, el Atlántico y los grandeslagos, siguiendo las riberas del Ohío y las faldas de los Allegha-nys, habitó un grupo de pueblos generalmente dividido en dosfamilias por los etnólogos; los iroqueses y los algonquinos ó le-napes. Los primeros son los dolicocéfalos mencionados, supe-riores por su constitución, así física como morar y social, átodos los americanos del Norte, formaron la Confederación delas Cinco naciones, cuyo dominio se extendió desde el Canadáal Alabama, sometiendo á los algonguino-lenapes, proceden-tes del Norte, según Mr. Hale, el famoso lingüista norteameri-cano, y en los que el cráneo largo se encuentra confundido conel corto, aunque aparece las más veces piramidal por las defor-maciones artificiales, tan generales en los pueblos bárbaros.

Los iroqueses propiamente dichos, mohawos, sénecas, huro-nes, cherokises, tuscaroras, onondagas, etc., y probablementetambién los delevares, á quienes Morton asigna un cráneo alar-gado, son tribus pertenecientes al primer grupo; y se cuentan enel segundo los algonquinos, lenapes, abenaquis, etc., populari-zados por las conocidas novelas de Cooper.

Todavía se suele incluir entre los pieles-rojas á los llamadosindios pueblos, descendientes, según parece (aunque los actua-les suelen refugiarse bajo tiendas de campo), de los ingeniososinventores de aquellas extrañas y regulares construccionesagrupadas á la manera de las celdas de una colmena, que losespañoles designaron naturalmente, porqué lo eran, con el nom-bre de pueblos, después aplicado á sus habitantes, y descen-dientes también, según se cree, de los cliff-dwellers ó habitan-

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tes de las rocas, cuyas inoradas, elevadas en las alturas de losescarpes, estudian hoy con tanto interés los prehistoriadoresen los cañones del Colorado y Arizona.

Son estos indios de color pardo-amarillento, de buena esta-tura, cara regular, nariz prominente, recta ó aguileña, y cráneocorto y ancho, casi cúbico. Quatrefages asegura que estos crá-neos, de forma bien característica por cierto, son numerosos enlas antiguas tumbas de olmecas, mistecas, zapotecas y yucate-cas; parecidos, aunque en más corto número, se han visto entrelos muizcas y peruanos, y más al Sur, en los aucas, puelches ycharrúas. La tribu más importante de estos pueblos, ó mejor?pueblenses, es la de los comanches, nómadas por Nuevo Mé-jico y por Tejas, empujados desde el Norte por los apaches.

Si se distinguen de algún modo por sus caracteres físicos, losdistintos pueblos enumerados entre los pieles-rojas se parecenen cambio bastante por los intelectuales y sociales, tan perfec-tamente estudiados por Schoolkraft, Catlin, Ten Kate, Drake'sy Hale.

Reducidos á la caza por todo sustento, en persecución delciervo y del bisonte, corrían nómadas por las inmensas praderas,refugiándose en grandes tiendas de pieles (wigwams), distribui-das en compartimientos, donde se alojan las distintas mujeresde estos indios, por lo general, aunque no siempre, polígamos.

Las mujeres recogen y cargan con las tiendas y utensilios detodo género en las largas marchas á que les forzaban los apre-mios de la guerra ó del hambre, y es para ellas todo el trabajo, asípúblico como doméstico, de la tribu. El hombre se cuida sólode sus armas, de la caza y de la guerra. El arco con flecha ar-mada de punta de piedra, la maza de madera, el hacha de pie-dra ó de cobre y la lanza fueron sus armas, que las pocas tribustodavía restantes han trocado por los fusiles llevados por el co-mercio de los angloamericanos á sus apartadas mansiones. Ata-can al enemigo insidiosamente: la sorpresa y la traición son unhonor y un timbre de gloria, sin que esto estorbe, cuando llegael caso, un valor llevado hasta la ferocidad, y una cierta gene-rosidad con sus huéspedes en tiempo de paz. El escalpe es lacostumbre más singular del guerrero piel-roja, que apenasmata y derriba á su enemigo le arranca diestramente, la cabe-

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llera con el casquete de piel donde brota; y esta larga melenade su enemigo, colgada á la puerta de su tienda, constituye eltrofeo más estimado y más glorioso, suspendido también de sucintura en las grandes solemnidades de su borrascosa existencia.

Se tatúan ó taracean la piel en muy distintos sitios, según lastribus, y casi todas los varones ostentan, fieros y orgullosos, unamarca, ya en la cara, ya en el pecho (totem)l como el signo dis-tintivo de su nacionalidad. De sus animales de caza, vestían loscueros y las pieles, que pintaban con colores vivos, así como elpropio rostro y los brazos y el busto, cuando le ostentaban des-nudo alrededor de las grandes hogueras en sus danzas al sol y ála luna, plácidas éstas, terribles y sangrientas aquéllas. Sus ador-nos más preciados consistían en collares y brazaletes de con-chas ensartadas, ó simientes rojas, ó huesos y dientes de anima-les, y en el bonete de guerra, empenachado de plumas, gene-ralmente de águila, cuyo número y disposición graduaba la ca-tegoría y dignidad del jefe que las ostentó.

Creían en un gran espíritu creador y en genios á manera delas divinidades de nuestras mitologías europeas, y era entreellos frecuente también el culto al sol y á la luna. Los jóvenesde ambos sexos, al llegar á la edad de la pubertad, retirados alfondo de la selva, se preparaban con prolongados ayunos á lasiniciaciones misteriosas de la guerra ó del amor. Su nación erala tribu; el jefe, elegido democráticamente, el más valiente,ó aquel que con más astucia llevó á sus compañeros á la victo-ria. Gozaba de poca autoridad durante la paz; se escuchaba elconsejo de los ancianos, y en ocasiones, cuando las cualidadespersonales de aquél fueron muy relevantes y no menores susservicios á la tribu, lograba transmitir su autoridad al mayor desus descendientes. Entre los iroqueses se formó una verdaderaconfederación; bien que algunas de sus tribus cultivaron elmaíz, y logrando así fijar su residencia, adquirieron una consti-tución social más robusta, que les permitió dominar á sus veci-nos y gobernarse mediante asambleas que intervenían en elpoder público.

"Los cherokises, pueblo de cráneo dolicocéfalo, fue realmenteagrícola y aun civilizado, si ciertamente conoció un alfabeto si-lábico.

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Schoolcraft, en su extensa obra, publicada por acuerdo delCongreso de Washington, ha recogido de estos pueblos tradi-ciones referentes á su origen ó á sus hazañas, y merecen citarse,por su brillante poesía mitológica, la del mancebo de colorverde y de verde vestido que les enseñó el cultivo del maíz, y ladel dios ó genio protector por cuya intervención llegaron losiroqueses á constituir su federación política.

Al atravesar el Río Grande de Méjico para subir á las mesetasdel Anahuac, pasamos del período de la piedra al de los meta-les. Una civilización análoga á la representada por las armas decobre y de bronce en la Europa antigua, aunque ajustada á lascondiciones de un medio distinto, aparece en la Sierra Madrede Nueva España y se continúa hasta el desierto de Atacama,más allá de Bolivia, bajo dos fases diferentes, representadas pordos pueblos distintos, los mejicanos y los peruanos, ni el uno niel otro formados por una raza uniforme, sino por un conjuntode elementos étnicos todavía no bien definidos.

Ya los historiadores, fundándose en tradiciones ó en monu-mentos susceptibles de interpretación, nos cuentan las inmi-graciones en Méjico y América Central de los mayas, quichés,olmecas, mistecas, zapotecas, toltecas y aztecas ó nahuatlacas,que debieron encontrar allí á los tarascas y otomíes, según lasopiniones de todos, procedentes del Norte, á excepción denuestro erudito Cabrera, quien coloca al Sur y no al Norte lascomarcas originarias de los pueblos invasores de Méjico. Pro-blema es éste todavía no resuelto por la Historia, pero queresolverá la Antropología cuando logre reunir los datos sufi-cientes.

Por de pronto, afirma Short que los mounds del Mississipífueron construidos por los nahuas, fundándose, no sólo en lasemejanza de estos terreros y de los teocalis, sino también en lade los cráneos encontrados en los mounds y los de los antiguosmejicanos, y en el parecido del tipo facial de las esculturas deunos y otros; y aun cuando de esto puede deducirse una co-rriente de emigración de Norte á Sur, el hallazgo en los moundsde armas de obsidiana, piedra de origen y yacimiento mejicano,viene á demostrar el excelente sentido de esta opinión. Nues-tro sabio historiador .Sahagún, á unos y á otros los cree pro-

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cedentes de la Florida, y presiente ya la afirmación de Short.Muchas opiniones andan escritas sobre la dirección de estas

emigraciones y otras americanas, y Hellwald, el famoso antro-pólogo alemán, ha tratado el asunto, esclareciéndole con todaslas luces de nuestra moderna ciencia; mas por lo concernienteá Méjico, merece consignarse la de los señores Orozco. y Berra,según los cuales, los nahuas entraron por el 19 y 21o de latitudNorte en la costa del Golfo, emigraron hacia el Sur hasta los 17o

y medio, casi en la región de Chiapa, y después, volviendo ha-cia el Norte, alcanzaron también la costa del Pacífico, á lo largode la cual extendieron su lengua hasta el 27o de latitud.

Muy loable es que estos modernos sabios mejicanos, y algu-nos otros, como el Sr. Larrainzar, se ocupen de estos problemas,que á ellos principalmente toca resolver, siguiendo las tradicio-nes de los antiguos historiadores españoles, y aun de los primi-tivos mejicanos, por cuanto el P. Duran, en su Historia Antiguadéla Nueva España, nos dice que «los naturales se creen unosnacidos de las fuentes, otros de las cuevas, algunos creados porlos dioses, y los más de otros países venidos». Mas el problemacapital para el antropólogo está en averiguar los caracteres físi-cos de cada uno de estos pueblos, aborígenes ó inmigrantes, quenos citan los historiadores; y forzoso es confesar la obscuridadde su solución, no obstante la opinión de Humboldt, que com-para las afinidades étnicas de los inmigrantes mejicanos á lasde los germanos, noruegos, godos y daneses. De esperar esque los grandes trabajos recientemente emprendidos acercade las razas de Nueva España por el ilustrado profesor de lacátedra de Antropología del Museo de Historia Natural de Pa-rís, M. Hamy, sucesor del gran Quatrefages, nos guíen á escla-recimientos por todos anhelados.

Al presente sólo puede afirmarse que en Méjico en la Amé-rica central, y en Colombia, en el antiguo dominio de los muiz-cas ó chibchas, se encuentran cráneos de cuatro tipos distin-tos : unos, y son los menos, muy largos (dolicocéfalos), que soná la vez muy altos, y responden al tipo antiguo americano, yamencionado; otros cortos (braquicéfalos), de forma cúbica, se-mejantes, si no idénticos, á los de los indios pueblos, antes des-criptos; otros, braquicéfalos, de forma redondeada, parecidos

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al famoso cráneo del Scioto, que Morton preserta como tipode su raza general americana; y otros, dolicocéfalos, de formaordinaria y nariz recta ó algo achatada.

¿Cuál de estos tipos es el predominante? Para Quatrefagesel puéblense, cuya raza es la madre y el núcleo, la parte princi-pal en la población mejicana, muizca y aun peruana; mas en laCrania americana de Morton todos los cráneos mejicanos allífigurados son braquicéfalos, del tipo del Scioto, menos el deAcapaungo, que parece alargado; y Luciano Biart, en su mo-nografía de los aztecas, nos describe á éstos como dolicocéfa-los de mi cuarto grupo. He aquí sus palabras: el azteca «est detaille raoyenne, trapu, avec de membres bien proportionnés.Dolichocéphale, il a le front étroit; le nez camard, les yeuxnoirs, la bouche grande, les lévres charnues et de couleur vio-lacées; les dents blanches, courtes, bien rangées, admirable-ment enchassées dans des gencives roses. Se!; cheveux sontnoirs, épais, rudes: sa barbe est rase. La couleur de sa peau estterne, cuivrée Les deux sexes ont un caractére común: lapetitesse des extremités. II est á remanquer que, contraire-ment aux toltéques, ce peuple ne se déformait le cráne qu'acci-dentellement.»

Resulta, pues, que si la masa de los naturales de Méjico pudoser braquicéfala, el pueblo dominador y representante de laúltima civilización precolombina, siquier fuese ésta de origentolteca, era dolicocéfalo, y por lo tanto, distinto, por su raza,del puéblense, y de estatura mediana, lo que le aleja algo delos iroqueses dolicocéfalos.

En el antiguo imperio del Perú por el contrario: la raza do-minante, la familia de los Incas, es de cráneo corto ; así al me-nos lo establece Ruschenberger, quien modernamente ha me-dido y estudiado un buen golpe de cráneos de pura raza inca,exhumados del famosísimo templo del Sol de Pachacamac, yadescrito'por Herrera; y por los datos hasta el presente cono-cidos, se tienen por braquicéfalos los dos tercios, por lo menos,de los cráneos encontrados en el Perú. A este tipo pertenecen,no sólo los incas, sino también los chimús, pueblo al que tantainfluencia atribuyen algunos en la civilización peruana. Claroestá que hay cráneos largos; mas ¿ son todos del tipo primitivo,

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ó existe alguna forma posterior de cabeza prolongada, parecidaá la azteca?

Dificultan mucho el estudio de los cráneos peruanos las de-formaciones artificiales, en ellos tan frecuentes, sean antero-posteriores, análogas á las de Méjico, según Garcilaso anterio-res á los incas, ó sean alargadas, como la bien conocida, j lla-mada de los aymarás, que Pedro de Cieza, en su Crónica delPerú, dada á conocer por el Sr. Jiménez de la Espada, describeperfectamente, contando además el modo de practicarla en sutiempo en las provincias de Anzerma y Quimbaya.

En las momias y cráneos aquí presentes, que pertenecen á lacolección de Antropología de mi cargo en el Museo de Cien-cias naturales de Madrid, y proceden de la expedición al Pací-fico, llevada á cabo por los Sres. Isern, Amor, Almagro,Martínez y Jiménez de la Espada, pueden observar esta de-formación los señores que tienen la bondad de escucharme.

D'Orbigny señala cuatro pueblos en el Perú: quichuas,aymarás, atacamas y changos; pero fácil es ver en ellos la mis-ma raza Indo-peruana, descrita así por tan sabio naturalista:«Couleur brun-olivátre plus ou moins fongée. Taille petite.Front peu elevéé ou fuyant; yeux horizontaux, jamáis brides áleur angle exterieur.» Están aquí incluidos los peruanos, los an-denses y los araucanos, todos de la misma raza para el antro-pólogo citado, aunque de ramas distintas. De los primeros puedeañadirse, para distinguirlos, que tienen la cara ancha y oval; lanariz larga y aguileña; la córnea algo amarilla; el tronco muylargo con relación á las extremidades, y recio de conformación;y la fisonomía seria, reflexiva y triste.

Cuanto á los caracteres intelectuales y sociales de los meji-canos, muizcas y peruanos, no nos hemos de ocupar ahora.Oradores de reconocida sabiduría en las cosas de América noscontarán la historia de estos pueblos, y aunque la historia de lacivilización de un pueblo comienza allí donde acaba su antro"pología»ó historia natural, la una y la otra se confunden en suslímites, y mutuamente se invaden de continuo, y cuando de lospueblos civilizados de América se trata, resultan estas mutuasinvasiones ineludibles y hasta necesarias. Por otra parte, eltiempo me lo impide; y cuando no, tendría que repetir las na-

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rraciones de nuestros historiadores de América, tan conocidosde todos vosotros; y por lo que al Perú toca, ¿habría que hacermás que reproducir, extractando, lo mucho, excelente y nuncabien ponderado en nuestros días dado á conocer por mi sabiocompañero del Museo de Ciencias naturales, D. Marcos Jimé-nez de la Espada?

Al oriente de los Andes peruanos y bolivianos, en la regiónhúmeda y cálida de los bosques, vivían, repartidos en tribus sal-vajes, en miserable estado, algunos pueblos hoy reducidos á me-jor condición en las misiones sostenidas por los religiosos cató-licos. Con ellos formó D'Orbigny la rama ándense de su razaAndo-peruana, que comprende los yuracarés, mocetenes, ta-canas, maropas y apolistas, entre otras tribus menos impor-tantes, de las cuales describe sus caracteres físicos y sus eostumbres, ya referidas antes por Doblas en su Memoria histó-rica de la provincia de Misiones. Están mejor conformados quelos peruleros, y su cuerpo, robusto y esbelto, no desmerece porsus proporciones del de las razas europeas. También tienen uncolor más claro, casi blanco en los yuracarés, cuya nariz sueleser aguileña y su barba poblada, en términos que Quatrefageslos deputa como blancos de raza. Valientes y alegres vivían encabanas aderezadas con troncos de árboles y hojas de palmera;mas eran crueles con los ancianos, á quienes abandonaban á susuerte, supersticiosos, violentos y muy dados á la embriaguez.En la actualidad, bajo el régimen paternal de los misioneros,cultivan el suelo, tejen el algodón y han trocado su ferocidaden cristiana mansedumbre, aunque no han perdido su caráctersupersticioso.

Por debajo del desierto de Atacama, siguiendo la cordillerade los Andes, se extienden los indomables araucanos ó aucas,cuyo ánimo valeroso inspiró la musa de Ercilla, y mejor queuna rama de la raza Ando-peruana como D'Orbigny quiere,constituyen una división de la Pampense. Ciertamente tienenel color oliváceo como los peruleros, pero más claro, y sonalgo más altos y mucho más robustos; difieren todavía más ensu cráneo voluminoso, la nariz chata, los pómulos salientes y elrostro lleno y redondeado. Guerreros y nómadas, son, además,pastores, y gozan de gran predicamento en sus tribus los orado-

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res y los poetas. Se pintan la cara y adornan con collares, y,para la guerra, revisten el tronco con cota de cuero. La tribureconoce un jefe solo para las campañas militares; y de los pe-huenches escribe Molina: «Viven como los árabes beduinos,en tiendas hechas de pieles dispuestas circularmente alrededorde un espacioso campo donde apacentan sus ganados. Cambiancontinuamente de sitio, recorriendo los valles de las cordi-lleras »

De semejante género de vida disfrutan sus vecinos los pam-pas, que recorren sin cesar el inmenso territorio así llamado dela República Argentina dispersos en varias tribus descritas porAzara, nuestro sabio zoólogo. Según este insigne naturalista es-pañol, los indios pampas fueron apellidados querandís por losconquistadores, y se dan á sí mismos el nombre de puelches. Delos cuales puelches, dice Azara: «Creo que su estatura pasa ála española, y me parece que su totalidad, no sólo es más mem-bruda que la de todos los demás indios, sino que su cabeza esmás redonda y gruesa, la cara más grande y severa, los brazosmás cortos y el color algo menos obscuro. No usan arcos, niflechas»; pero, añado yo, usan, como armas de campo y guerra,las bolas ó boleadoras, que manejan con gran destreza.

Descripción tan bien y tan exactamente ajustada á los méto-dos antropológicos, nos permite distinguir á estos puelches,como lo ha hecho en nuestros días el Sr. Moreno, de los pata-gones ó tehuelches, que, vestidos de pieles, recorren el inmensoterritorio, del cual toman nombre, á los cuales se parecen porsu género de vida y se mezclan por cruzamientos entre lastribus vecinas; pero su elevada estatura y cráneo largo losdistingue como una raza distinta y más próxima á los fue-guenses.

Al nordeste de los pampas, en las riberas del Uruguay, co-noció el Sr. Azara á los terribles charrúas, antes extermina-dos que sometidos, de color muy obscuro, casi negro, gruesa latesta, ancha la cara y nariz achatada. Son grandes, usan comoinsignia viril el barbote, palito de medio palmo que atraviesa ellabio inferior á raíz de los dientes, y su fisonomía es de aspectoduro y feroz como su carácter, apreciado como el más fiero en-tre todos los americanos. Con todo, según Azara, «el que pilla

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mujeres ó niños los lleva á su toldo ó choza y los agrega á sufamilia para que le sirvan, dándoles de comer hasta que se ca-san. Entonces, si es mujer, se va con su marido, y si es varónforma familia y casa aparte, quedando tan libre é independientecomo si fuese charrúa, y es reputado por tal».

Otras muchas tribus, denominadas por él naciones, describe elzoólogo español, como los minianes, que se confunden con losanteriores; los boanes, que son sus vecinos, y los chañas, habi-tantes en las islas del Uruguay. De todas ellas enumera sus ca-racteres y cuenta sus costumbres con gran acierto y exactitud,como quien las ha visto ó estuvo en su propia comarca, dondepodían ser de cerca conocidas, y yerra D'Orbigny cuando lecensura de nada verídico, suponiendo que Azara atribuyó equi-vocadamente á estas gentes la feroz costumbre de la antropofa-gia. No hay tal: el distinguido naturalista francés leyó al espa-ñol con evidente ligereza y cortó el párrafo por lo mejor. Noquiero yo perder esta ocasión de reparar tal injusticia, volviendopor el crédito de observador formal y científico de nuestro ilus-tre compatriota, y voy á leer aquí sus propias palabras: «La ma-yor parte de las relaciones é historias convienen en asegurar quecasi todas las citadas naciones eran antropófagas, y que en laguerra usaban de flechas envenenadas; pero uno y otro lo creofalso »; por donde se ve como D'Orbigny empezó áleer, perono concluyó el párrafo de Azara.

A la raza Pampense refiere D'Orbigny los indios tobas,abipones, mataguayos, lenguas y los de otras varias tribus ónaciones más ó menos errantes en las inmensas extensiones delGran Chaco, y aun incluye como ramas de esta misma raza álos chiquitos y los moxos, al norte del Chaco situados. Pueblostodos muy dignos de estudio que nos podrían entretener largotiempo; pero la hora avanza y me limito á consignar que de loschiquitos hay excelentes noticias en la Relación historial delas misiones de los chiquitos, del P. Fernández; de los moxos,en la Relación de la misión apostólica de los moxos, del PadreDiego Eguiluz, y para las tribus del Gran Chaco ahí está tam-bién el P. Lozano en su Descripción monográfica del GranChaco, donde cuenta cosas muy curiosas y dignas de saberse.Por donde se ve cuánto debe la Antropología á la abnegación

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de estos virtuosos misioneros, quienes con desprecio de su viday trabajos sin cuento, no sólo cumplieron su santa misión, sinoque abrieron el camino á las investigaciones de la ciencia.

Llegamos con esto á la última de las razas americanas quenos habíamos propuesto enumerar, á la Guaraní, llamada tam-bién en parte Tupí por su idioma, que desde el Uruguay al Ori-noco, y desde el Atlántico á los Andes, tuvo por patrimonio,,y aun disfruta hoy de mayor extensión territorial que ningunaotra raza del Nuevo Mundo. Diseminados por tribus indepen-dientes en las orillas de los ríos ó en el fondo de los valles y enel interior de los bosques, nunca constituyeron estos indioscuerpo alguno político, parecido á una nación, no obstante laconformidad de su raza, la más homogénea acaso de las des-critas.

El guaraní es fuerte, de cabeza corta y redonda, frentecasi siempre levantada, rostro redondeado, ojos pequeños yalgo oblicuos por lo general, barba corta y labios finos; la colorde la piel es amarillo-rojiza, y la estatura mediana. La simplici-dad de su vestido no llegaba, ni llega hoy entre los más salvajes,á más de una faja arrollada de manera que cubra lo deshonesto,.ó prolongada con el mismo objeto en haldilla delantera á modode corto y reducido delantal. En cambio se cruza nuestro tupí-guaraní el busto con bandas y collares, se rodea las extremida-des con ajorcas, ligas y brazaletes, y se envuelve el largo, gruesoy cuidado cabello en tubos primorosamente formados de colo-readas semillas, vistosas plumas y dorados élitros de bupresti-dos, que adornan la persona y resuenan al andar al compás delpaso llevado con salvaje y vanidosa seriedad. Cubren su cabezacon un bonete adornado de enhiestas plumas, y con estos apén-dices se pasan las orejas, el labio inferior y el tabique de la na-riz, sin que estorbe tanto adorno á que se pinten el cuerpo denegro, de rojo y amarillo para mejor parecer. Se valen del arcoy de las grandes mazas ó macanas para la caza y la guerra; le-vantan las cabanas con troncos de árboles y hoja de palmera;tejen esteras y hamacas, y construyen canoas para discurrir.porel Amazonas ó sus grandes afluentes, como navegantes resuel-tos y expertos. Según D'Orbigny, son generalmente buenos,afables, francos y hospitalarios; pero otros los pintan crueles y

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sanguinarios hasta comerse en ocasiones sus prisioneros de gue-rra. Todos convienen en que son perezosos y abandonados;achaques comunes á los pueblos salvajes y aun á los bárbaros.

Al oeste del Amazonas, entre los afluentes de aquella partedel curso de este gran río donde más propiamente se llamaMarañón, habitan un no pequeño número de tribus como la delos aguarunas, muratos, gualaquisas, uambisas, úpanos, etc.,designados hoy con el nombre genérico de jíbaros, sin contar álos omaguas, habitantes en las mismas orillas de este río, mira-dos por Ulloa como descendientes de los peruanos, y ahora ca-lificados de guaraníes por el Sr. Jiménez de la Espada, maestroúnico en las cosas del Perú.

Por guaraníes se han estudiado también los jíbaros, aunquesu estatura es más elevada, su cuerpo más robusto, más promi-nente la nariz, con frecuencia aguileña, y los ojos perfecta-mente hundidos. Convienen, sin embargo, con aquellos habi-tantes en sus costumbres, aunque de ellos se cuenta aquella, enotros pueblos también observada, por la que después del partoes el marido quien recibe las atenciones y cuidados propios delcaso, mientras la mujer se dedica á sus labores ordinarias.

Lo más notable en estos indios son las chanchas ó cabezasreducidas, de que puede observarse aquí un ejemplar proce-dente de la colección de Antropología del Museo de Cienciasnaturales. Estas singulares reducciones tan hábilmente conse-guidas, las guardan, según se cuenta, los guerreros jíbaros comotrofeos de guerra, pero como rara curiosidad puede verse aquíesta misma reducción hecha por los mismos indios en una ca-beza del desdentado llamado perezoso, que la Comisión de na-turalistas españoles del Museo de Ciencias Naturales, antes ci-tado, recogió en aquellas regiones.

Deben ser guaraníes ó tupís, asimismo, los indios del Ori-noco, reunidos en varias tribus estudiadas por Humboldt, entreellas la de los ottomacos, indios que, según este gran natura-lista, «comen durante algunos meses diariamente tres cuar-tos de libra de arcilla ligeramente tostada, sin que su salud seresienta»; y según D'Orbigny pertenecen también á la razaGuaraní los caribes, pobladores de las Guayanas y las Antillas,aunque Quatrefages se inclina á creerlos indios procedentes de

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la Florida, siguiendo la opinión de Brigton y Vater. Posible esque la raza del Norte, descendiendo por las Lucayas, y la delSur, subiendo por las de Barlovento, se encontrasen navegandocon sus canoas en las Antillas, porque de muchas descripcionesaparece que no en todas estas islas existió un pueblo de carac-teres uniformes. Son fáciles de apreciar éstos en las relacionesde los primeros descubridores, y muy especialmente en la His-toria natural, de Fernández de Oviedo, como hemos visto yaen los comienzos de esta conferencia.

He aquí, señores, aunque en boceto y mal trazado, el cuadrode las razas americanas estudiadas en sus tribus y pueblos másimportantes. Resalta en él, aun á primera vista, la sangre deltipo étnico llamado mogólico por los antropólogos; pero entodas partes, profundamente alterada por otros elementosétnicos que en ocasiones se conservan con sus caracteres pro-pios, procedentes ya de razas antiguas y de origen prehistórico,cuyas huellas se observan en los botocudos y fueguenses, yade razas ahora vivientes como los blancos alófilos, y probable-mente también los negros oceánicos. Los tres tipos, pues, fun-damentales de la humanidad se encuentran en América, comoen Asia y en Oceanía. Ala Antropología moderna, con susprocedimientos métricos más exactos, toca averiguar las pro-porciones en que se mezclan las tres sangres distintas, para re-solver el importante problema de la naturaleza y condición delos naturales de América y su parentesco con las razas del an-tiguo mundo. Por desgracia, no se nos oculta que los esfuerzosde la Sociedad de Antropología de Washington y de los antro-pólogos angloamericanos han de resultar en gran parte estéri-les aplicados á los vivientes, porque sin entrar á examinar lascausas y motivos, es un hecho innegable que los aborígenes delnorte de América fueron exterminados ó están próximos á suexterminio, y de ellos quedan sólo algunas tribus, restos más ómenos civilizados ó salvajes.

Por fortuna, á los antropólogos hispano-americanos les que-dan, sino intactos, con su misma naturaleza y aproximadaproporción, los colores y las formas del paisaje étnico dé laAmérica precolombina; porque sin ocultar los primeros exce-sos y aun crueldades de la guerra y de la conquista, es irt-

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- 35 —negable, porque existe el testimonio fehaciente, que los indiosde los dominios antes españoles, civilizados por una religiónamorosa y caritativa, y amparados por una legislación prudente,sabia y paternal, constituyen hoy la gran masa de la nacionali-dad en los nuevos Estados hispano-americanos, con sus propiosy antiguos caracteres, ó mezclados con los mismos españolesque les dieron su propia sangre, á la vez que su civilización y susleyes. A los escritores extranjeros que acusan á nuestros an-tepasados, descargando sobre su memoria todo género de im-properios, de haber destruido los monumentos de Méjico y delPerú, podemos todavía contestar con orgullo bien fundado, queno es esto cierto en la extensión supuesta por algunos; pero silo fuera, los compensa, redime y glorifica la generosidad y elamor con que conservaron y recibieron en su propio seno á lasrazas y los pueblos que levantaron esos monumentos.- Pero el estudio de las razas, principal objeto del antropólogo,se completa con la inquisición de su origen, fin más trascenden-tal de su ciencia; y no es posible discurrir sobre las razas deAmérica, ni sobre otras cualesquiera, sin preguntarse cuál essu origen y procedencia.

Ningún asunto ha sido tan manoseado como éste por los his-toriadores y los teólogos, que han desvariado á su antojo sobremateria que no tiene solución, ni suele tenerla en sus respectévas ciencias. Tanto valdría preguntar á la Teología ó á la His-toria á qué familia pertenece el maíz cultivado por los indios, ócuál es el origen del yaguaraté, terrible fiera de las selvas ame-ricanas. El problema de los orígenes de una especie es asuntode la Historia Natural, y, por tanto, el del hombre ameri-cano, considerado como especie, pertenece por derecho pro-pio á la Antropología, dado que la historia de la civilización noposee noticia escrita acerca de este punto, ni sobre las funda-das en las obras del arte humano ha podido llegarse jamás áun acuerdo. Aun así, siempre le corresponde á la Antropologíaaveriguar aquello que sólo en la naturaleza del hombre puedeleerse; que nos ofrece la ventaja, cuando se ha leído bien, deenseñarnos la verdad de una manera directa é inmediata, conla. claridad de lo real y la inefable belleza de la misma creaciónnatural. ..;...

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No pretendemos con esto suponer en nuestra ciencia el per-fecto conocimiento de estas y otras cosas de su propio objetoy materia, tan discutidas todavía; pero tampoco nos cabe dudaalguna que la averiguación del origen de los primeros poblado-res de América, y aun de todas y cada una de las razas preco-lombinas de aquel país, sólo puede alcanzarse por los procedi-mientos de investigación propios de las ciencias naturales.

Y en el campo de éstas se planteó inmediatamente el pro-blema, en 1520, por el célebre naturalista suizo Teofrasto Para-celso, quien negó á los americanos la descendencia de Adán,anticipándose en esto muchos años á la escuela de antropólo-gos americanos, que estableció con Morton el autoctonismo delos indios, su origen genuinamente americano y su independen-cia como raza distinta de todas las conocidas en el Viejo Mundo.Bien es verdad que antes de Morton, aceptado generalmentecomo autor de esta doctrina, en un anónimo publicado en Lon-dres en 1695, intitulado: Two essays, sent in a letter from Ox-ford to anobleman in London, by L. P. M. A.., se sostiene yael autoctonismo americano. La excepcional autoridad del sabioprofesor de Filadelfia y la reputación justificada de sus discípu-los Nott y Glidon, celosos defensores de la doctrina del maes-tro, popularizaron esta hipótesis en los Estados Unidos deiNorte de América, donde encuentra todavía partidarios entrelos discípulos del gran naturalista Agasiz, que la mantiene yexplica hoy mediante su famosa doctrina de los distintos cen-tros de creación, elegidos por la Providencia conforme á lasdiferentes regiones geográficas y climatológicas de nuestro pla-neta.

No están conformes con Agasiz, claro está, la mayoría de lospartidarios de la evolución animal; pero también se cuenta al-guien que, como Hellwald, el notable antropólogo alemán, ar-monice la teoría de la descendencia con este autoctonismo, su-poniendo á los indios primitivos procedentes directamente dela familia de los monos platirrinos ó americanos; mas este su-puesto no puede tener fundamento si se atiende á que esta fa-milia de los cuadrumanos, no sólo se encuentra alejada delhombre por su forma, sino también por su fórmula dentaria, ysería preciso para concederle algún grado de probabilidad que

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la Paleontología descubriese en el suelo del Nuevo Mundo unaserie muy numerosa de primates hasta hoy no desenterrados.

Ya en este terreno del autoctonismo no falta quien, comoBrasseur de Bourbourg, entre otros, pone el Paraíso en Amé-rica, desde donde pasaron los hombres á otros continentes, óquien, con más científicos, pero no más exactos argumentos,sosteniendo, como Ameghino, la existencia del hombre tercia-rio en América, y la anterior civilización de la humanidad eneste continente respecto de los otros, llegue á conclusionesparecidas, que son posibles, pero no están demostradas, ni si-quiera apoyadas en fundamentos de bastante solidez.

La doctrina más conforme con el sentido científico y másajustada á las leyes reguladoras de la emigración, aparece enEspaña asentada, y bien razonada también, en su Historia na-tural y moral de las Indias, por el sabio naturalista españolP. Acosta, que se expresa así en el tomo i, capítulo xx : «Ypor decir mi opinión tengo para mí, días ha, que la una tierray la otra (el Antiguo y el Viejo Mundo) en alguna parte se jun-tan y continúan, ó á lo menos se avecinan y allegan mucho.Hasta ahora, á lo menos, no hay certidumbre de lo contrario.Porque al polo Ártico, que llaman Norte, no está descubiertay sabida toda la longitud de la tierra Si esto es verdad, comoen efecto me lo parece, fácil respuesta tiene la duda tan difícilque habíamos propuesto: cómo pasaron á las Indias los prime-ros pobladores de ellas, porque se ha de decir que pasaron, notanto navegando por mar como caminando por tierra; y esecamino lo hicieron muy sin pensar, mudando sitios y tierrasmuy poco á poco, y unos poblando las ya halladas, otros bus-cando otras de nuevo vinieron por discurso de tiempo á hen-chir las tierras de Indias de tantas naciones, y gentes y lenguas.»De mano maestra está aquí pintada la dispersión general delgénero humano desde el centro de su aparición específica, cual-quiera que éste fuese, como ha debido necesariamente suce-der, y es más notable el caso por cuanto el Padre jesuíta ni tuvoconocimiento del estrecho de Behring, ni la más remota noticiade otras comunicaciones terrestres posibles señaladas por laciencia moderna.

Pues con ser esta verdad tan natural y sencilla pocos la esti-

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marón en su tiempo, ni la siguieron después, ni aun la conoceny aprecian en nuestros días. Mucho tiempo se ha pensado porlos historiadores, y todavía se cree hoy, que los primeros po-bladores de América, allá arribados por acaso ó de propiointento, fueron navegantes de la Europa, ó de las Canarias, ódel Asia y Oceanía. Los mismos indios, cuando no se imagi-naban nacidos de las cuevas, ó de las fuentes, ó creados por losdioses, como cuenta el P. Duran, contaban su éxodo al travésde remotas y fantásticas comarcas; y no he de entrar en el exa-men de las opiniones de los anticuarios, empeñados noblementeen descifrar el Popol-vuh y los códices, jeroglíficos y picto-grafías conservadas hasta hoy, porque estos intérpretes, hastael presente, suelen andar sueltos, cada uno por su lado, sin en-tenderse entre sí y sin que los entiendan bien los demás. Tam-poco damos crédito, en este punto, á las narraciones de Yxt-lilxochitl, aun siendo como fue descendiente de los antiguosreyes del Anahuac, porque de una parte, sus noticias acercadel diluvio están evidentemente inspiradas por los religiososcristianos, y tocante á las antiguas tradiciones, ¿quién ignoraque los pueblos bárbaros, ó los que, sin serlo, alcanzaron apenaslas ventajas de las primitivas civilizaciones, sólo ven su propiahistoria á la luz irisada y cambiante de las auroras de su inte-ligencia; y estimando más lo maravilloso que lo natural, lo fan-tástico que lo cierto, fueron poetas antes que historiadores?Aun entre nosotros el vulgo conoce sólo la novela, y la his-toria, á lo sumo, es patrimonio de los hombres instruidos.

¿Y cómo hemos de prestar ciega fe á estas tradiciones, inven-tadas por el fanatismo, ó por la ignorancia, ó soñadas por lafantasía de aquellas razas de infantil civilización, cuando vol-viendo los ojos á la Europa ya culta de los siglos posteriores aldescubrimiento tropezamos con todo género de imaginacionesperegrinas, si posibles y verosímiles, desprovistas de medianofundamento y de premisas racionales?

Una grande y costosa obra de muchos volúmenes escribiólord Kinsboroug para probar principalmente la descendenciajudía de los toltecas, y sin tantos volúmenes el P. Duran tienepor cierto que estos naturales proceden «de aquellas diez tri-bus de Israel que Salmanasar, Rey de los asirios, cautivó y

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transmigró de Asiría, en tiempo de Ozeas, rey de Israel y entiempos de Ozequías, rey de Jerusalén , de los cuales diceEsdras que se pasaron á vivir á una tierra remota y apartada,que nunca había sido habitada, á la cual habia largo y prolijocamino, de año y medio » pero la Antropología se encargade demostrar la falta de semejanza entre las razas americanasy las semíticas. Más viso de fundamento presenta Torquemadacuando escribe, «y según lo que tenemos dicho en otra parte,acerca del color de estas gentes, no tendría por cosa descami-nada creer que son descendientes de los hijos ó nietos de Cham,tercer hijo de Noé», opinión que fue también de Pineda, y completan Echevarría y Veitia, señalando al detalle la emigraciónde tales chamitas; porque, después de todo, todavía no sabe-mos bien quiénes fueron ó son los descendientes de Cham en elAntiguo Mundo, si los negros ó los atlantes; y en esta dudanada se pierde con colgarles álos americanos las ejecutorias deaquel hijo segundo irrespetuoso y poco comedido del viejoNoé.

Donde todas las opiniones encuentran hueco para colocarsees en el libro del padre presentado Fr. Bernardo García, com-puesto con pasmosa erudición y mediano sentido nada más,intitulado Origen de los indios, donde se pretende demostrarcon argumentos de puro género literario, que la América fuepoblada por los cartagineses, fenicios, griegos, judíos y hastapor los chinos y tártaros; pero aun es más singular, y estuvomás sostenida, la opinión del oidor Diego Andrés Rocha, segúnquien «los indios eran en el origen españoles y que después deldiluvio universal habían venido y entrado en esta América entiempo del rey Héspero y fundado las islas hespérides, que sonlas de Barlovento, Cuba y Española.» La Iglesia, en primer tér-mino, sostenía este parecer como cosa cierta, y en el año 1659hubo una palestra ante el papa Alejandro VII «acerca delmodo y forma de recitar los oficios y misas de los santosparticulares de cada provincia» donde se alegó este preten-dido origen español de los indios, para conseguir en Américaciertos privilegios alcanzados en la Península. ¿Pudo nacer estaopinión de lo escrito por Cortés en sus Cartas al Emperador,afirmando que los mejicanos miraban á los primeros españoles

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desembarcados en su país, como los hijos de sus antepasados?Los que con evidente error casi siempre buscan en las len-

guas ó en las artes humanas la descendencia ó la igualdad de lasrazas, han creído encontrar á los egipcios en Méjico; pero ni separecen los jeroglíficos, ni los teocalis, aunque piramidales, res-ponden por su construcción ni por su fin á las pirámides delNilo. Mayores concomitancias y analogías ofrece el arte y aunla religión de los mejicanos y de los indios, y así sostiene en es-tos tiempos su derivación el ilustre Eichtal en su Estudio sobrelos orígenes búdicos de la civilización americana. Ya Humboldtdecía á este mismo propósito que «la comunicación frecuenteentre los dos mundos se manifiesta de una manera indiscutibleen las cosmogonías, los monumentos, los jeroglíficos, las insti-tuciones de los pueblos de América y Asia»; mas con todo elpoder con que los hechos gravitan sobre las grandes inteligen-cias, aun las más dominadas por las preocupaciones, exclama,desmintiéndose, en otra parte: «Es muy notable que entre losjeroglíficos mejicanos no se descubra absolutamente nada queanuncie el símbolo de la fuerza generatriz ó el culto del lingam,que es común en la India y en todas las naciones que han tenidorelaciones con los indos.» Y á esto se puede añadir algo másnotable todavía, y es que los mejicanos hablen una lengua deaglutinación y polisintética, y los indos otra de flexión de es-tructura y raíces completamente diferentes; y también que sondos razas enteramente distintas la aria, civilizadora del Indostány la isla de Java, y la nahua, representante de la civilización dela Nueva España; y con estos dos, capitales, otros muchos argu-mentos con que sabios de tanto renombre en el estudio del arteamericano como Prescott, Gallatin y Stephens impugnan ydestruyen esta teoría.

El sinologista M. de Guignes ha leído en la historia de Li-yan-tcheu, como los chinos poblaron la comarca Fu-sang que, por sudistancia y designación, le parece ser América; mas esta expe-dición de los chinos se refiere al año 458 antes de Jesucristo, yestá probada histórica y antropológicamente la población delNuevo Mundo anterior á esta época. Por otra parte, si la sangremogólica es innegable en esta región de la tierra, no está de-mostrada su calidad de raza china precisamente. Mas razón

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tiene Virchow cuando supone á los peruanos descendientes delos malayos; y, á la inversa, según Zúñiga, en su Historia deFilipinas, éstos son los descendientes de aquéllos. Por mi partedeclaro que la nariz prominente y aun aguileña de los peruanosno me permite asentir á la opinión del antropólogo ni á la delhistoriador, porque me acuerdo que en todos los malayos es-tudiados en la Exposición de Filipinas celebrada ha pocos añosen el Retiro, y en otras varias ocasiones encontré como carác-ter constante y signo distintivo de esta raza la nariz pequeña yaplastada.

Mas hay todavía quien supone, como Dabry de Thiersant,arios á los americanos, fundándose en razones tan sólidas comoaquélla supuesta derivación de los dos nombres Persa y Perúde la misma raíz aria; y en estos días el Sr. López ha escrito unlibro notable para demostrar por medio de la lingüística laidentidad de los arios con los peruanos, aunque por fortuna, conentendimiento y discreción, supone el alejamiento de estos dospueblos anterior á la transformación del ario en lengua deflexión, es decir, en el período en que hubo de ser aglutinantey polisintética.

Ninguna de estas opiniones, sin embargo, ha sido aceptadapor los más, que desde el descubrimiento del estrecho de Beh-ring miraron hacia el Norte buscando, bajo su estrella, entrelas orillas de aquél, la peregrinación de las tribus de Siberia,resbalando sobre la helada superficie del Océano ártico, ó na-vegando de una á otra orilla sobre las frágiles barcas de los es-quimales. Antropólogos y lingüistas como Quatrefages, Mauryy otros mil, han vulgarizado esta opinión, hoy la más gene-ral, y aun la más racional á primera vista, porque averiguadoque los kamtschadales de Asia alcanzan la punta de Alaska, ylos esquimales de América llegaron á la bahía de Koliutschin,parece natural imaginar en seguida las oleadas inmigradorasatravesando el estrecho é invadiendo el nuevo continente deNorte á Sur, empujadas las unas por las otras; y completar lascorrientes de población con las dobles piraguas de los poline-sios y los juncos de los japoneses, arrastrados por el Kuro-Suwoy las corrientes ecuatoriales, y derribados al acaso sobre lascostas del Perú ó de California.

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Por mi parte, sin negar la posibilidad de este modo de po-blarse el Nuevo Mundo, entiendo que presenta muchos y muyfundados inconvenientes, porque en los tiempos históricos nohemos conocido jamás ninguna emigración de estas gentes sÁbé-ricas al través del de Behring, y claro se ve, apreciando la es-casísima densidad de la población actual y la que pudo ser an-tes, en medio y clima semejante en el extremo nordeste deAsia y noroeste de América, que no se presenta allí condiciónalguna capaz de producir del uno al otro lado una corriente deemigración bastante poderosa para poblar, en el grado cono-cido en la época precolombina, el continente americano. No seme escapa, claro está, que puede bastar una pareja para poblarun mundo; pero tampoco habrá quien me rechace que las razasnorteamericanas, por lo menos, viviendo en condiciones de me-dio análogos al de Siberia, deben presentar caracteres iguales áéstas, y esto no está probado todavía; y aun dada la conocidapersistencia de los caracteres étnicos, si la población se efectuódentro de los tiempos históricos como quieren los historiado-res, esta semejanza de caracteres deben ofrecerla igualmentelas razas más meridionales. El cuadro étnico americano presen-tado en esta conferencia basta para demostrar lo contrario:otro tanto probaría el lingüístico; y aun es de más palpable con-vencimiento la ausencia completa en América de los animalesdomésticos y plantas cultivadas en Asia, donde lo fueron desdela época de la piedra pulimentada, y el desconocimiento en elviejo mundo, de las plantas y animales domésticos de los ame-ricanos. ¿Cómo se concibe que los siberienses pasaran al otrocontinente sin su caballo, su oveja ó su reno? Y esos barcos in-dios, chinos ó japoneses, derribados en las costas de Californiapor el Kuro Suwo, tripulados por navegantes que llevaron elarte á Méjico ó al Perú, con ser tantos, ¿ninguno llevó consigoun puñado de arroz, más fácil de cultivar en los nuevos y vír-genes terrenos, seguramente, que pudo ser en la inteligencia sal-vaje de los americanos, el cultivo y la educación suficiente parallevar el arte al progreso que suponen las ruinas de Palenque,de Tiaguanaco ó de Pachacamac?

Porque la arquitectura peruana se parezca á la etrusca, y lamejicana á la índica ó á la china, y la estatuaria del Yucatán á

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la egipcia, no hay razón bastante, no ya para suponer etruscosá los peruanos, indos ó chinos á los nahuas, y egipcios á losyucatenses, sino tampoco para afirmar que allá pudieron lle^gar, arrojados por los vientos, los civilizadores de los pueblosamericanos; porque si fueron los tripulantes de una embarca-ción aislada, se disolvieron como unas cuantas gotas de sangreroja en el Océano inmenso, sin dejar rastro siquiera de su color»aun en el caso de no ser aniquilados por los bárbaros naturales;y si fue una flota de gentes civilizadas y dominadoras, ¿cómo nohan dejado su sangre ó su lengua entre los indígenas? Se concibe,además, que estos navegantes, ya civilizados, maestros de losindígenas en la fábrica de tan colosales edificios y tan primo-rosas labores del arte, ¿no les enseñasen también, siendo pue-blos navegantes, á construir embarcaciones análogas á las suyaspara favorecer el comercio entre las costas, ya que pueda pare-cer posible el desprecio y abandono de toda relación con lapatria de donde procedían? Y si dieron á conocer el arte de laconstrucción, ¿cómo no el de la escritura índica ó china, deresultados más inmediatos y positivos? No: en el desarrolloprogresivo de la civilización, desde el estado salvaje al másadelantado, la Antropología muestra á todos los pueblos re-corriendo las mismas leyes generales de la evolución intelec-tual humana, más ó menos modificadas tan sólo por las con-diciones especiales del medio en el cual se desenvuelven. Sedistinguen los hombres por sus razas; pero todas, absolutamentetodas las razas, presentan el mismo conjunto orgánico reasu-mido en una sola unidad específica. El mismo cerebro con idén-ticos ventrículos, circunvoluciones y anfractuosidades de igualmanera dispuestas y sometido á las mismas leyes de desarrolloindividual y étnico, como órgano de la inteligencia ha debidoproducir frutos semejantes en Asia y en América, sin más va-riaciones que las influidas por el medio externo, si diferenteen los detalles, homogéneo también, en su esencia en todas lasregiones del planeta. Ese elefante encontrado como forma demound en la América del Norte, y como forma de escultura enla América central, argumento áquiles de los partidarios de lacivilización búdico-americana, aun en el caso de autenticidaddel mejicano, no supone más que una reminiscencia del mas-

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todonte, viviente en América durante el último período delcuaternario y alcanzando quizás los tiempos históricos.

Suponiendo que el hombre de las Pampas no sea terciariocomo quiere Ameghimo, siempre resulta de Norte á Sur, entoda su extensión, la América poblada desde los albores delcuaternario. Allí como aquí, en esa época remota, el cráneo do-licocéfalo neandertaloide; allí después, como aquí y como enAsia, dolicocéfalos y braquicéfalos antiguos y modernos arri-bados á nuestros días en plena edad de la piedra tosca ó ta-llada del primitivo salvajismo, como los fuegenses y botocudos;allí como aquí, bárbaros educados ya por la lucha del hombrecontra el hombre, perfeccionando sus armas y pulimentando lapiedra y usando el cobre, donde le hallan, como los guaraníesy los pieles-rojas guerreros constructores de recintos fortifica-dos y mounds análogos á nuestros dolmens cubiertos por mon-tones de tierra, y allí como aquí, pueblos civilizados de la edaddel bronce de la Antropología prehistórica, regidos por castasguerreras y monarquías sacerdotales que presentan los mismoscaracteres generales en su civilización artística y social modifi-cados por las condiciones del medio donde se desenvuelve.

Mas ¿por dónde alcanzaron el Nuevo Mundo esos salvajescuaternarios y las sucesivas razas que á él llegaron hasta la edaddel perro, único animal doméstico del antiguo conocido poros americanos, y cuya domesticación se remonta en Europa

hasta los tiempos de los paraderos de Dinamarca? ¿Por el estre-cho de Behring? Si la Siberia y el Norte de América estabanobstruidos por los inmensos glaciares, de ningún modo; y si es-tuvieron antes ó después de éstos en condiciones parecidas álas actuales, hemos visto ya que es poco probable aunque po-sible.

Sin soñar en Atlantidas, de Platón ó de los sacerdotes egip-cios, menos importantes para los antropólogos que para los his-toriadores, es forzoso pensar en comunicaciones terrestres ómarítimas más fáciles que las conocidas en la historia de la ci-vilización, y no sólo posibles, sino indicadas cuando no demos-tradas por la geografía botánica y zoológica. No siempre lastierras y los mares guardaron las proporciones actuales: su dis-tribución ha sido diversa en cada período geológico y durante

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éstos; aun hoy mismo el relieve de las costas, la conforma-ción de los continentes y el fondo de los océanos cambian encantidades apreciadas por la ciencia y no desconocidas delvulgo. ' ,

Sin remontarnos á los primeros tiempos geológicos, donde secontemplan las inmensas revoluciones de la constitución denuestro planeta, y limitándonos al período terciario, en el cual setiene por cierto, por antropólogos tan eminentes como Quatre-fages y otros muchos, que apareció el hombre en Europa, el pro-fesor Unger, botánico de reputación universal, fundándose enel gran número de tipos de plantas americanas descubiertasen el mioceno de Suiza, cree en la existencia de un continenteprimitivo en el actual Océano Atlántico, y Heer, el no menoseminente botánico de Zurich, en su Flora Tertiaria Helvetice,apoyándose en iguales datos, establece la situación de este con-tinente, según sus datos tan ancho por lo menos como Europa.Sir C. Wyville Thomson, naturalista, jefe de la reciente expe-dición del Challenger, buque destinado á exploraciones delfondo del mar, señala una continuada elevación del suelo sub-marino en el Atlántico, con mesetas y valles, una de cuyas dosramas une la América con África, y ha debido sumergirse entiempos geológicos recientes, porque el mismo ilustre explora-dor encontró también la fauna de las costas del Brasil, extraídapor su máquina de dragar, semejante á la de la costa oeste dela Europa meridional.

Del otro lado, el gran geólogo norteamericano Mr. Dana, en-cargado por su Gobierno de estudiar la geología de los archipié-lagos del Pacífico, considera muchas de sus numerosas islascomo las cumbres de continentes desaparecidos. Y Wallace,el primero de los naturalistas en la biología geográfica, en-cuentra en el plioceno, cuando ya pudo existir el hombre,una comunicación no interrumpida entre Asia y América,porque el estrecho de Behring es de la época cuaternaria; y sise considera que, según Le Conté, en el curso geológico de lahistoria terrestre de nuestros días, los actuales continentes cre-cen en elevación y en extensión, y por lo tanto se hunde elfondo de los mares, reuniéndose las aguas antes aparecidas yaumentando la superficie de los océanos, se puede en buena

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compañía, apoyándose en autoridades de tanta cuenta, admitirla existencia de comunicaciones fáciles entre el Antiguo y elNuevo Mundo, donde las emigraciones de uno á otro territoriose verificasen, según actualmente ocurren entre los pueblos sal-vajes y de modo tan exacto presiente y describe el P. Acostaen el párrafo antes leído.

A mi modo de ver, durante el período terciario, la mayorparte de la superficie del planeta ofrecía una distribución de sustierras y aguas análogas á la del actual archipiélago índico, quefacilitó las comunicaciones aun más que las tierras firmes; no deotro modo se comprende la extraordinaria mezcla durante estaépoca geológica en las regiones de Europa de las floras ameri-canas, asiáticas, australes y africanas. Los actuales continentesse determinaron con sus relieves actuales por los grandes le-vantamientos de los Alpes, el Himalaya y los Andes, ocu-rridos á expensas de no menos grandes hundimientos en laextensión del Atlántico y del Pacífico que, sumergiendo los po-blados archipiélagos que los interrumpían, dejaron estas in-mensidades oceánicas á uno y otro lado de América, sólo sal-vadas por el genio de Colón y los briosos alientos de aquelpueblo español templado en la lucha de ocho siglos para aven-turarse á las más arriesgadas empresas que, como hazañas y he-rocidades, ha podido registrar la humanidad.

Explicada queda así la variedad y aun la distribución de lasrazas americanas, acometido aquel continente desde los prime-ros días del cuaternario, sino antes, de un lado por las razasdolicocéfalas del occidente de Europa, llegadas quizá las pri-meras, y del otro por las razas braquicéfalas del oriente deAsia, que allí quedaron, penetrándose y confundiénse unas yotras, encerradas al aislarse el continente americano, hasta for-mar, auxiliadas por la acción de los medios, toda esa variedadde razas nuxtas, donde el cráneo corto y la cara ancha contras-tan á cada paso por su falta de armonía étnica con la narizaguileña y las órbitas redondeadas; y el cráneo largo y la boca delabios finos, con el pelo rígido y la nariz achatada, como se vepor doquier en aquel vasto continente, predominando los occi-dentales en los patagones y los iroqueses, por ejemplo, razas do-licocéfalas y de elevada estatura, y los orientales en las perua-

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nos y pueblenses, razas braquicéfalas de menos que medianatalla.

Hemos llegado con esto al fin de esta ya larga conferencia yquizá también al de vuestra, por esta noche, bien probada pa-ciencia. Estudiados los caracteres generales de las razas ameri-canas, registrados y comparados los especiales de cada una deellas en sus principales pueblos ó tribus, y analizadas cuantasteorías más ó menos racionales se han propuesto para averiguarel origen de los indígenas de América, aunque todo esto breve-mente y á grandes rasgos, como cabía en una sola conferencia,he cumplido la misión que me ha sido encomendada, no comoel Ateneo seguramente merece, sino en la medida de mi escasafuerza; y concluyo aquí declarando que siempre he agradecidoen el fondo de mi alma la constante atención con que el Ateneome escucha, pero nunca como esta noche he sentido tanto mipequenez ante la magnitud y dificultad de una,, conferencia tansuperior á mis facultades, y en la que en realidad vuestra per-sistente benevolencia ha superado á cuanto yo merecía y podíaesperar.

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