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PSICOLOGÍA Y SOCIOLOGÍA DEL PUEBLO ECUATORIANO

ALFREDO ESPINOSA TAMAYO

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PSICOLOGÍA Y

SOCIOLOGÍA

DEL PUEBLO

ECUATORIANO

Alfredo Espinosa Tamayo

Estudio Introductorio: Dr. Arturo Andrés Roig

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© Banco Central del Ecuador, 1979 Derechos reservados conforme a la ley Impreso y hecho en el Ecuador

Portada exterior: Oieco Cornejo Portada interior y diagramación: Pedro Niaupari

La fotografía de la portada es reproducción parcial del cuadro titulado "El español", del pintor quiteño del siglo XVIII Manuel Samaniego, integrante de una serie de pinturas en las que el autor trataba de caracterizar las "virtudes y defectos de los europeos". En los textos que aparecen en el fragmento se señalan las siguientes cualidades del español: Su soberano: monarca; Gasta el tiempo; jugando; Está bajo el signo de: Cancro; El clima del polo y del aire: es seco y muy bueno; Su habilidad páralos negocios y las artes: es inclinado a la peculiación de sutileza; Lo que desea para el bien público: mayor industria, comercios propios, aprecio de los extranjeros, deposición del orgullo y conservación de ¡o adquirido; En la comida y bebida: moderado...

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ÍNDICE GENERAL

Arturo Andrés Roig LOS COMIENZOS DEL PENSAMIENTO SOCIAL Y LOS ORÍGENES DE LA SOCIOLOGÍA EN EL ECUADOR

Unidad y continuidad del pensamiento social latinoamericano 9 Las etapas de nuestro pensamiento social hasta la aparición de la sociología ....................................... 17 Los principales temas del pensamiento social latinoamericano en sus orígenes ..................................... 31 El pensamiento jurídico-social en la Universidad de Quito durante la época republicana............................ 47 Los antecedentes hispanoamericanos y europeos de la "psicología de los pueblos".................................. 79 La obra de Alfredo Espinosa Tamayo ..................... 97

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Alfredo Espinosa Tamayo

PSICOLOGÍA Y SOCIO LOGIA DEL PUEBLO ECUATORIANO

Prólogo............................................ 129 • Descripción general del país ........................... 133 Razas, etc........................................... 145 La raza conquistadora ................................ 157 Criollos, mulatos, mestizos y negros. ..................... 163 La Colonia y la Conquista ............................. 169 La Independencia y la República. ....................... 179 La época actual..................................... 191 Clases sociales....................................... 201 Cultura y mentalidad ................................. 213 Arte, Literatura y Ciencias ............................. 223 Las Costumbres ..................................... 235 Caracteres psicológicos................................ 249 El Regionalismo ..................................... 263 El Caciquismo...................................... 273 Los partidos políticos................................. 283 La Política. ........................................ 297 El problema económico............................... 309 El problemas sanitario................................. 323 El problema etnográfico............................... 337 El problema educativo ................................ 347 Estado social y Vidal nacional. ......................... 355

BIBLIOGRAFÍA DE ALFREDO ESPINOSA TAMAYO ...... 363

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LOS COMIENZOS DEL PENSAMIENTO SOCIAL Y LOS ORÍGENES DE LA SOCIOLOGÍA EN EL ECUADOR

/. UNIDAD Y CONTINUIDAD DEL PENSAMIENTO SOCIAL LATI-NOAMERICANO

lfredo Espinosa Tamayo, escritor guayaquileño fallecido en su ciudad natal en 1918, publicó dos años antes de esa fecha unos "Ensayos de psicología y sociología del pueblo

ecuatoriano", que considerablemente ampliados serían reeditados después de su muerte con la aclaración de ser su "versión postuma y definitiva". Con esta obra, según nos dice Guillermo Intriago Alvarado, "por primera vez se expuso un cuerpo de teorías en forma metódica y científica sobre la sociedad ecuatoriana; por primera vez, se analizaron los elementos de nuestra sociedad ordenadamente; se descubrió su evolución penetrando en sus causas y en sus resultados; por primera vez, sentados dichos antecedentes, se buscaron las características psicológicas de la sociedad resultante de este proceso" (1).

Espinosa Tamayo puede, por este motivo, ser considerado como uno de los iniciadores o tal vez el iniciador de la sociología ecuatoriana, si bien es cierto que las polémicas posteriores acerca de qué se debe entender como "saber sociológico" llevó a olvidarlo como ha su-

i Guillermo Intriago Alvarado, "El heraldo de la sociología ecuatoriana", en Memoria del primer congreso de sociología ecuatoriana. Cuenca, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Azuay, 1957, Tomo II, p. 203—212.

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cedido con respecto a todos los iniciadores de ese tipo de saber en Amé-rica Latina. Ahora bien, sea o no estrictamente "sociología" lo que hizo el escritor guayaquileño no cabe duda de que su esfuerzo representa uno de los comienzos de ese tipo de saber y más aun, que no se trata de un intento que haya quedado invalidado, por más que las diversas corrientes de la sociología actual pretendan organizarse con métodos que les permitirían una "cientificidad" y una "objetividad" que estarían ausentes en los primeros ensayos con los que la sociología nació en nuestro Continente.

La impugnación contra el tipo de saber social que represen-tan libros como el de Alfredo Espinosa Tamayo, tomó cuerpo principal-mente por obra de la autodenominada "sociología científica", generali-zada en diversos centros de estudios latinoamericanos en la década de los 50 de este siglo. Su principal mentor, Gino Germani, dividió el desarrollo de nuestro pensamiento social en dos etapas, una de ellas condenada como pre-historia y la otra, la iniciada por los "científicos", como la historia, o por lo menos, el comienzo de ella. Se habría alcanzado la constitución definitiva del saber social, superando todas las barreras que habían hecho de las formas anteriores un conocimiento no "objetivo". Se trataba, sin duda, del renacimiento de posiciones que ya habían sido postuladas, incluso por algunos de los pre-sociólogos condenados, que en la etapa positivista habían creído poder convertir el saber social en una ciencia tan liberada de lo subjetivo, como lo eran pretendidamente las ciencias de la naturaleza. El paso de la "sociología empírica" a la "sociología científica", resultó ser una nueva ilusión, como sucede con todos los positivismos y los neopositivismos que parten de la pretensión de reducción de las ciencias humanas a las ciencias de la naturaleza. En el fondo de la "sociología científica" late el mito de la "muerte de las ideologías" y paralelamente de la posibilidad por parte del científico de manejar los datos con los que trabaja toda ciencia social, poniéndose frente a ellos como si el mismo investigador no formara parte del objeto que estudia.

Esta nueva "sociología" entró en crisis en las últimas dos décadas, luego de una etapa fugaz de esplendor y de imperio académico en algunos centros de estudios, como consecuencia principalmente de la constitución de la "teoría de la dependencia", a partir de la cual se la pudo señalar como un saber ideológico más, con lo cual, muy a pesar de los "sociólogos científicos" mismos, venían a quedar dentro de aquella prehistoria del saber social que les había movido a negar en bloque el

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pasado del pensamiento sociológico latinoamericano.

Una vez más, se produjo un fenómeno que no es exclusivo de las ciencias sociales, sino de las ciencias humanas en general, que con-siste en confundir el "rigor" con la "objetividad", la tecnificación de los medios de búsqueda sobre la base de métodos cada vez más eficaces, con la pretendida superación de lo subjetivo en el proceso mismo de la investigación. El hecho de que esa subjetividad, que no es necesa-riamente individual, no haya sido reconocida como factor constante en la orientación de los programas de trabajo, hizo que la aparatosa labor "científica" quedara reducida a un episodio dentro de las ilusiones pro-pias de todo positivismo.

Otro factor llevó a que la autodenominada "sociología científica", que si bien respondía a demandas sociales muy concretas dentro de la ideología del "desarrollo", resultara una forma de saber im-potente, en particular si tenemos en cuenta lo social desde el punto de vista de la transformación de estructuras y de la solución de los proble-mas de marginación y explotación. Nos referimos a su manifiesta actitud a-histórica e incluso anti-histórica, que le llevó a negar la importancia que para la constitución de toda forma de saber sociológico tiene el conocimiento de su propio pasado como un proceso unitario no divisible en una pre-historia y en una pretendida historia. La ideología del comienzo radical de la historia no difiere de aquella otra que en más de una ocasión proclamó el fin de la misma dentro de nuestra cultura occi-dental.

Se negaba con la "sociología científica" algunos de los ca-racteres más salientes e incluso positivos del modo cómo se ha constitui-do el saber social en América Latina, caracteres que no constituyen mo-dalidades de un saber "pre-científico" o, en el caso del saber sociológico, de lo que se ha denominado una "para-sociología", sino de toda forma de saber social que se pretenda organizar desde una comprensión no ocultante de nuestra propia realidad. En este sentido la sociología de nuestros días no puede ser entendida como algo radicalmente "nuevo", sino como una etapa dentro del desarrollo del saber social en general, que rescatados en su sentido histórico, arroja luz sobre las posibilidades mismas de la sociología de hoy, aun cuando ésta se lleve a cabo con un rigor que no conocieron los escritores e investigadores que la han antecedido.

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El pensamiento social latinoamericano tuvo sus inicios con una problemática muy concreta que se ha mantenido vigente a lo largo de toda su historia, si bien es cierto que pueden mostrarse diferencias epocales que han ido cualificándola. Nace propiamente ese "pensamiento social", sin desconocer los antecedentes que puedan ser señalados, con nuestros últimos ilustrados y nuestros primeros románticos en una época en que la América Latina comienza a descubrirse a sí misma socialmeñte como consecuencia de las Guerras Civiles que se desatan a partir de las Guerras de Independencia, problemática que movilizó a los escritores de la época a replantearse la cuestión de la dependencia, perdida la primera ilusión de "independencia" que había generado la separación del Imperio Español. A partir de ahí, toda la problemática social habrá de girar acerca de la necesidad de ir alcanzando formas de liberación, aun cuando, por lo general, y éste posiblemente fue el caso más difícil de desencubrir, se trató de alcanzar la "segunda independencia", mediante la sujeción a nuevas formas de dependencia internacional y mediante la generación de nuevas formas de dependencia interna, entendidas como condición indispensable para la añorada "independencia". El planteo, con sus variantes, fue el mismo tanto para el discurso liberal como para el conservador, dentro de la clásica lucha que caracterizó al siglo XIX en su totalidad, aun cuando hubiera entre uno y otro variantes estratégicas.

No debe olvidarse, por otro lado, que el "pensamiento so-cial" historiable o el que hasta ahora ha sido historizado, es el de deter-minados grupos sociales que desde formas pre-burguesas acabarían constituyéndose en una muy particular forma de burguesía, saturada por lo general de modelos europeos o norteamericanos, y que a pesar de algunos de sus intentos, no sobrepasó las funciones de lo que podría ser denominado una "burguesía dependiente". El pensamiento social hasta ahora principalmente relevado y conocido, es el de esa "burguesía", la que estuviera o no totalmente conforme con su situación de mediadora entre los modos de poder mundial y la realidad interna de cada uno de los países hispanoamericanos, se veía obligada a organizar su discurso sobre la problemática de la "dependencia". La "sociología científica" es, dentro de esta ya larga historia nada más que uno de sus capítulos y posiblemente el más insincero de la misma. Como lo ha señalado aguda-mente Ignacio Sotelo, el hecho de haberse descubierto la existencia de esa temática central, la de "dependencia—independencia", permite res-catar el proceso de la historia del pensamiento social en su unidad de sentido profunda y no puede por tanto hablarse ya de un salto desde lo

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no-sociológico a lo sociológico, tal como se había postulado dentro de la perspectiva histórica generada por la "sociología científica". Las di-ferencias dentro de las diversas etapas del saber social latinoamericano tan sólo podrían establecerse, si queremos partir de una cierta distinción como la señalada, desde el punto de vista "metodológico" que tiene que ver con el "rigor" y éste a su vez con la discutible noción de rigorismo científico derivado principalmente de la pretensión de cuanti-ficación de datos, pero nunca podremos establecerla si el discurso social latinoamericano es considerado, desmontado el mito de la "objetividad" y rescatada la "subjetividad" a partir de otros presupuestos, desde el punto de vista de su contenido político.

Con ello venimos a dar en algo que el sociólogo positivista o neopositivista rechaza como justamente no—científico, pero que de-termina ineludiblemente toda programación de investigaciones sociales y hace que el viejo ideal de la sociocracia comtiana sea una tendencia inevitable, aun cuando no siempre justificable según los modos como sea puesta en movimiento. Una de las tareas epistemológicas más im-portantes es sin duda la de señalar este hecho y la de determinar cuál es el modo cómo se inserta el discurso social en el discurso político, sin que pierda su naturaleza de saber sociológico propiamente dicho.

Todo esto permite además revalorar al pensamiento social latinoamericano en su totalidad, no sólo porque se lo puede reconsiderar desde un criterio de unidad temática, sino porque abre la posibilidad de encontrar el verdadero sentido de toda "programación", que no esajeno a una filosofía de la historia, de la cual se avergüenza la "sociología científica", pero que fue explícitamente elaborada como una constante dentro de las formas primeras del saber social latinoamericano y que se mantiene vigente aun cuando sea ello ahora de modo implícito. Esta filosofía de la historia es otro de los "zócalos epistemológicos" que es necesario señalar y justificar teorícamente, si realmente se desea superar las estrechas formulaciones del neo-positivismo, y si queremos encontrar dentro de nuestra historia del pensamiento social una continuidad y un sentido. 2 ( 2 Ctr. Gino Germán!, "Desarrollo y estado actual de la sociología latinoamericana". Cua- i demos del Boletín del Instituto de Sociología. Buenos Aires, número 17, 1964. Ignacio Sote- ' lo, "Notas para una reconsideración de la historia del pensamiento social latinoamericano". f Ponencia presentada al XI Congreso Latinoamericano de Sociología. San José de Costa Rica, Julio de 1974, mimeo, 19 p. y Elíseo Verón, Conducta, estructura y comunicación. Bueno* I Aires. Ed. Jorge Alvarez, 1968, cap. XI.

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Tampoco es ajeno al pensamiento social latinoamericano, que muestra como hemos dicho una abierta relación con el discurso po-lítico y con una filosofía de la historia, un pensamiento pedagógico, que a partir principalmente de los románticos y por necesidad misma de la situación social nuestra, como por las influencias europeas del momento, se organizó fuertemente como una "pedagogía social". El viejo ideal aristocrático sobre el que se había montado la educación durante la colonia, española quedó desplazado por los ideales de la educación po-pular, entendida como una de las condiciones ineludibles del "progreso" de acuerdo al modo como lo comprendieron las "burguesías" dirigentes. El hecho se relaciona con aquel descubrimiento de la realidad social que caracterizó al siglo XIX, provocado por la presión de las masas campesinas, las que como consecuencia de las Guerras Civiles habían alcanzado un cierto grado de conciencia de su poder y una cierta justi-ficación de sus propias demandas sociales en conflicto con las oligarquías liberales o conservadoras. De este modo, pensamiento social y pedagogía popular avanzaron en su desarrollo de modo paralelo, condicionándose mutuamente. La universidad continuó siendo sin duda la institución productora de las ideologías justificatorias, y dentro de ellas en particular las facultades de derecho, mas a su lado surgieron las escuelas promovidas por el "normalismo", fenómeno que sería difícilmente comprensible si no se tiene en cuenta el estado y el sentido con el que se iba elaborando el saber social. Por otro lado, desde el punto de vista de la historia de las instituciones, es posible establecer una correlación casi constante entre las facultades de derecho, que es donde acabará por surgir la "sociología" como saber académico, y la creación de las escuelas normales. La especialización de las diversas formas del saber y su tecnificación, fenómeno ya claramente visible en algunos centros de es-tudio en América Latina a partir de 1900, hizo olvidar los condiciona-mientos comunes que movían tanto a las formulaciones del saber social, como a las manifestaciones del saber pedagógico, que aun tecnificado y elaborado con pretensiones de rigor científico, no dejó nunca de estar enmarcado también dentro del discurso político.

En nuestros días no cabe duda que las investigaciones a las cuales se entregan los sociólogos no tienen una finalidad "pedagógica", como es el caso tan evidente en los iniciadores de la sociología en Amé-rica Latina, mas ello no significa de ninguna manera que no se mantenga como uno de los presupuestos de aquella tarea. La cuestión resulta ahora sin duda más difícil de señalar, mas no debe olvidarse que la función que juega la sociología en nuestro mundo contemporáneo, no podrá

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nunca ser analizada y juzgada desde la sociología misma, sino a partir de la totalidad de las formas del saber social, en relación con el sistema de conexiones vigente. Y desde este punto de vista, la sociología no podrá nunca aparecer como un saber puro de los "fenómenos sociales", ni éstos podrán ser entendidos al modo de los fenómenos de la naturaleza, ni el sociólogo como un observador extraño, liberado de sus condi-cionamientos sociales.

Todas estas consideraciones nos llevan necesariamente a adoptar una actitud revalorativa del pasado de nuestro pensamiento so-cial, en cuya elaboración quizás de un modo un tanto ingenuo y casi siempre poco "científico", aquel saber muestra de modo abierto lo que ahora no aparece en la lectura de la enorme masa de investigaciones, pero que se mantiene como presupuesto no siempre confesado.

El estudio de las primeras formulaciones del saber social la-tinoamericano no sólo es pues, justificado en la medida en que su reva-loración tiene razón de ser en sí misma, sino porque arroja luz para la comprensión de las expresiones del saber social contemporáneo, y dentro de él por cierto de la sociología, encerrada muchas veces dentro de los marcos de un academicismo del cual fue expresión extrema la "sociología científica". No nos cabe duda por todo lo dicho acerca de la importancia que reviste la historia del pensamiento social dentro del más vasto campo de la historia de nuestras ideas, no sólo por las razones apuntadas, sino además porque la temática central que lo ha movilizado, la de "dependencia — independencia" sigue vigente y sólo a través de la crítica que de modo necesario habrá de hacerse a las respuestas dadas por nosotros mismos, podremos alcanzar una clarificación de nuestra propia posición actual. Exigencia ésta que aquí manifestamos que no se encuentra condicionada por un historicismo, mas sí fundada en la fuerte convicción de que los procesos actuales no son muchas veces tan nuevos, ni somos nosotros los primeros en descubrirlos, ni siempre las respuestas fueron las más adecuadas, tal como los mismos procesos vividos con sus contradicciones lo han ido poniendo de manifiesto.

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//. LAS ETAPAS DE NUESTRO PENSAMIENTO SOCIAL HASTA LA APARICIÓN DE LA SOCIOLOGÍA 1 desarrollo, como así las etapas que muestra el pensamiento social ecuatoriano no difiere en sus líneas generales de la historia de ese pensamiento tal como se dio para la América Latina en su conjunto.

Durante la Colonia las ideas sociales y políticas tuvieron sus primeros desarrollos teóricos dentro de los llamados "derecho natural" y "derecho de gentes", generalizados en la época bajo la influencia de los grandes escritores españoles, entre ellos Juan de Mariana, Francisco Suárez y Francisco Vitoria, primero, y luego, de la doctrina derivada directa o indirectamente de toda la literatura jurídica que tuvo su origen en los escritos de Hugo Grocio y sus continuadores.

Originariamente el "derecho natural" tenía como objeto el estudio del jus naturale por opocición al jus gentium, pero también en necesaria relación con él. La ley natural, la que por su propia esencia resultaba ser común a todos los hombres, al ser interpretada por las di-versas sociedades humanas adquiría un sentido convencional e histórico derivado de las diversas formulaciones que de ella daban las gentes, lo que dio origen según se entendió a la ley positiva lex jusque gentium. De acuerdo con esto, el saber social implícito en los estudios del derecho, se habría desarrollado fundamentalmente en relación con el segundo de ellos, mas no fue así, pues la "ley natural" no tuvo siempre un mismo modo de ser interpretada, y las variaciones que produjeron estas diversas maneras de comprenderla, tuvieron como causa justamente la problemática social vigente.' VJna búsqueda del pensamiento social ha

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de hacerse, pues, tanto en los desarrollos de uno como del otro derecho que se implican de modo mutuo.

Las formulaciones primeras del derecho natural y del dere-cho de gentes muestran una estrecha relación con el proceso de la con-quista, y luego con el establecimiento de una sociedad colonial. Era ne-cesario encontrar una justificación de los derechos de dominio sobre las Indias, para lo cual no podía menos que plantearse el problema de la na-turaleza del indígena; ello obligaba no sólo a teorizar en abstracto sobre la naturaleza humana, sino a tener en cuenta, además, la situación social y política del indígena mismo ya fuera ello con la intención de mostrar la inexistencia de una verdadera humanidad en los conquistados, ya fuera por el contrario y atendiendo a los problemas derivados de la posibilidad de evangelización, la existencia de derechos naturales cuyo des-conocimiento por parte de una conquista violenta, de saqueo y esclavitud, la hacían imposible o por lo menos, la dificultaban gravemente. Y por cierto, junto con aquel reconocimiento de derechos naturales, se daba el de las leyes positivas con las cuales esos mismos indígenas habían organizado su sociedad civil, siempre y cuando tales leyes que consti-tuían su derecho de gentes, no entraran en conflicto con la ley natural y con la ley divina, fuente última de la razón humana. Los ideales del hu-manismo renacentista, visibles en el caso tal vez más significativo de este proceso, el del Padre Las Casas, llevaron a este sacerdote a formular una posición muy clara respecto de los derechos naturales del indígena, como también de todo el sistema positivo derivado de aquéllos. De acuerdo con la tradición cristiana, afirmada claramente en este sentido por Santo Tomás, la gentilidad si bien era un estado de pecado relacionado con el problema teológico de la caída, no oscurecía la ley natural, ni hacía que las leyes positivas con las cuales cada pueblo la entendía y ponía en práctica, fueran necesariamente malas. El esfuerzo del Padre Las Casas era el de mostrar a los infieles cómo ese derecho que de manera espontánea en ellos era respetable dentro de los límites señalados suponía una ley última, fundamento de toda razón natural, la ley divina, y por otra parte, la de convencer a los conquistadores que debían respetar la organización civil y por tanto social, de las poblaciones conquistadas.

En líneas generales, podríamos afirmar que el derecho na-tural y de gentes ya fuera el que se desarrolló dentro de la tradición his-pánica, como el que se divulgó más tarde por obra del iusnaturalismo greciano, se presentó como una herramienta de liberación cada vez que

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se intentó un reconocimiento de la humanidad conquistada. En un co-mienzo, ese reconocimiento surgió de entre los conquistadores mismos, tal el caso excepcional y elocuente del Padre Las Casas. Más tarde, constituidas las primeras sociedades criollas, avanzado el proceso de or-ganización colonial en América, aquel reconocimiento se convirtió en una forma de autorreconocimiento. Fue el criollo el que habría de iniciar una reformulación del derecho natural, si bien no lo hizo siempre con un mismo sentido, pues, cuando se trató de defender la causa de los españoles americanos frente a los españoles europeos tuvo claramente sentido de discurso liberador. Más tarde esos mismos criollos, producida la Independencia, cambiarían el sentido de ese discurso. En todo momento, estos cambios sólo pueden explicarse en función de la posición política, y consecuentemente, del pensamiento social que le acompañaba.

Durante la Colonia es posible señalar tres etapas diferencia-bles en lo que respecta a la interpretación y valor dados al derecho natural y de gentes, como asimismo en lo que se refiere a su enseñanza. El siglo XVII significó un retroceso relacionado muy estrechamente con el reinado de una escolástica fuertemente legitimadora del poder colonial. Dentro de los estudios jurídicos, sin que desapareciera la problemática de las relaciones entre la ley divina, la ley humana natural y la ley humana positiva, que era el objeto propio del derecho natural y de gentes, se tendió más bien a una enseñanza de la ley positiva en vigencia, centrada fundamentalmente alrededor del derecho canónico y lo que más tarde se denominaría "derecho civil" y "derecho penal". Dicho en-otras palabras, se dio más importancia dentro de lo que fue el derecho de la época a los "deberes" que a los "derechos". El fenómeno se habrá de repetir como veremos, cada vez que el "derecho natural" sea entendido como una forma de saber peligrosa para la estabilidad social por parte de los grupos que ejercían el control del poder en sociedades fuertemente estamentadas y conservadoras.

El reinado de Carlos III, que se prolongó desde mediados de siglo XVIII hasta algunos años antes de la Revolución Francesa, favo-reció las doctrinas relativas a un estado de naturaleza, a los que se agre-garon los ideales de la fisiocracia que propendían a abrir las puertas a todos los que acuciados por la crisis económica, intentaban reorganizar la vida social fomentando las industrias y el necesario saber técnico y científico que aquéllas exigían. Fue ésta la época de difusión de las "Sociedades económicas de amigos del país" que proliferaron en Espa-

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ña a partir de 1765 y un poco más tarde en toda la América Española y que tuvieron tanta importancia en el avance de una primera forma de saber social, de sentido más práctico que teórico muchas veces, y que implicaba en todos los casos una forma clara de autorreconocimiento. El criollo de las colonias recibió con entusiasmo todo este impulso y lo volcó francamente hacia el conocimiento de la propia realidad, tanto geográfica como social. Podría afirmarse que, con este amplio movi-miento tuvo sus orígenes en toda la América Hispánica, en el seno de las numerosas "Sociedades económicas de amigos del país", que se ex-tendieron desde México hasta las regiones más australes del Imperio, una primera formulación de saber social. Las consecuencias de la Revolución Francesa, que frenaron el despertar de la renovación política que había significado el remado de Carlos III, tanto en la Península como en las Colonias por obra de su sucesor Carlos IV, fueron una de las causas que promovieron las primeras manifestaciones de descontento dentro del proceso pre-independentista que había intentado llevar a la práctica los ideales de un autonomismo. Dentro de las medidas adoptadas por Carlos IV figuran la prohibición de la lectura de las obras del jesui-ta Francisco Suárez, que como sabemos, había enunciado una doctrina contractualista que afirmaba una noción de soberanía de los pueblos considerada como subversiva, y paralelamente, la enseñanza del derecho natural en las universidades.

Las Guerras de Independencia y posteriormente las Guerras Civiles, desquiciaron la vieja universidad colonial. El proceso de es-tablecimiento de la nueva universidad, la republicana, fue lento y tardó varias décadas. Su constitución recién se produjo, en general, a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Dentro de la enseñanza del derecho este proceso se relaciona con el paulatino desprendimiento del viejo derecho español y la organización de lo que fue denominado en sus comienzos el "derecho patrio". El saber social continuó siempre dentro de los marcos que le permitía el saber jurídico, en un complejo juego de influencias en relación con los problemas del ser y del deber ser sociales. En efecto, el derecho se fue organizando siempre a partir de una interpretación de la realidad social actual, con toda la complejidad de sus contradicciones y antagonismos y, al mismo tiempo, atendiendo a un deber ser ideal en el que se suponía la superación de aquéllos. La respuesta fue en general la elaboración de un derecho que venía a justificar las relaciones de poder, en los momentos en que se afianzó una forma social duramente estamentaria, o la propuesta de un nuevo derecho

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ESTUDIO INTRODUCTORIO 21 como herramienta ideológica de quiebra de aquella misma organización social, que concluiría las más de las veces cumpliendo una función equi-valente a la del anterior. La lucha entre conservadores y liberales, que signó la casi totalidad del siglo XIX en Hispanoamérica, muestra esa os-cilación y responde al proceso de incorporación de los nuevos países dentro de la órbita del mundo capitalista europeo embarcado desde co-mienzos del siglo XIX en la revolución industrial que cambiaría la faz del mundo sobre la base de un nuevo sistema de colonización.

En líneas generales, la enseñanza del derecho en la univer-sidad republicana se caracterizó por un desplazamiento de la enseñanza del derecho natural hacia lo que se denominó "legislación", saber dentro del cual quedaron incorporados los temas clásicos del jus naturale. El fenómeno tuvo sus orígenes dentro de la etapa ilustrada y se conecta con el intento, muchas veces ecléctico, de armonizar el clásico racionalismo francés con el empirismo inglés. De un deductivismo jurídico que partía del presupuesto de la existencia de una conciencia espontánea y universal, que permitía a todos los hombres un conocimiento de sus derechos, se pasó a un inductivismo que afirmaba la prioridad del derecho de gentes respecto del derecho natural en lo que respecta al mé-todo para llegar al conocimiento de aquellos pretendidos derechos natu-rales. Este hecho se relacionaba además con un cambio de sentido que llevaba a entender la ley natural como fuente de "obligaciones", más que de "derechos" y paralelamente a una duda cada vez más generalizada respecto de las proclamadas virtudes del "estado natural" difundidas particularmente, bajo la influencia del pensamiento de Rousseau.

La raíz de esta problemática puede verse claramente en el pensamiento de John Locke, en particular en su obra Essays on the Law of Nature, escrito a fines del siglo XVII. Conocida es la fuerte influencia que el pensamiento jurídico y político de Locke ejerció sobre el pensamiento ilustrado francés. En el escritor inglés la ley natural es ante todo fuente de obligaciones y mantiene un silencio prácticamente ab-soluto sobre la cuestión del estado de naturaleza y de los derechos natu-rales que se fundarían sobre él. A esto agrega la idea de que el hombre no corrompido por la sociedad, el "hombre natural", es un hombre ignorante tanto de sus deberes como de sus derechos en cuanto que éstos sólo pueden ser alcanzados sobre la base de una experiencia. "Aquellos que no se ven guiados —decía Locke— por otra cosa que por la propia naturaleza, aquellos en quienes los dictados de la naturaleza no se han visto corrompidos en ningún sentido por las costumbres positivas, viven

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en una ignorancia acerca de todas las leyes tal como si no fuese necesario prestar ninguna consideración a lo bueno y honorable". De esta manera los principios del derecho natural, que en la escuela racionalista clásica eran "indemostrables", por lo mismo que no necesitaban demostración, se transformaban en "conclusiones" derivadas de una experiencia sensible que requería, además, una educación. Debido a esto, era necesario "reconstruir" la ley natural a partir del análisis de la legislación vigente, del derecho positivo. Más aun, Locke llegará a afirmar que no hay posibilidad de llegar a los principios del derecho natural si no es a partir de la ley positiva: "Todo aquello que entre los hombres obtiene fuerza de ley reconoce necesariamente como autor, bien a Dios, bien a la naturaleza o al hombre, no obstante, tanto como lo que el hombre manda como lo que Dios ordena.. . es ley positiva" (pág. 132). El derecho de gentes, o sea aquel derecho mediante el cual cada sociedad ha dado carácter propio al derecho natural, está constituido por una ley cuyo carácter fundamental es el acto de mandar, y a la vez y necesariamente, el derecho de punir. El derecho natural pasará a convertirse en un estudio de "Legislación general" dentro del cual el derecho punitivo tendrá un lugar preeminente. 3

A partir de la Revolución Francesa y, en particular, de la valoración que de ella hizo la burguesía europea y junto con ésta los grupos criollos hispanoamericanos dependientes de aquélla ideológica-mente, el "pueblo" cae bajo la sospecha de ignorancia y de incapacidad jurídica. Las Guerras Civiles acentuarán en la América Hispánica esta ac-titud, que movió fuertemente a la idea de que era necesario "educar" y que concluyó en la irónica fórmula, tan generalizada, de "educar al so-berano". Tanto conservadores como liberales coincidirán en lo mismo, si bien por caminos diversos, los primeros acentuando la necesidad de regresar a la tradición hispánica de una ley natural fundada en la ley di-vina revelada, y por tanto en la exigencia de enseñar un derecho natural fuertemente ligado a una moral tradicional, fundamentalmente religiosa; los segundos en su etapa romántica, tratando del mismo modo de apoyarse en una ley divina, pero sobre la base de la difusión de una es-pecie de religión sucedánea, una nueva especie de religión natural. Todos sin embargo, como decíamos, fuertemente convencidos de la necesidad de partir de la ley positiva y, por cierto, de la impuesta en cada caso por el grupo social en el poder.

3 John Locke, Euays on the Law of Nature. Oxford, Claiendon Press. 1964, p. 132,140, etc.

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Todo el desarrollo de la enseñanza del derecho tuvo como punto de partida una posición axiológica respecto del sujeto de derechos y obligaciones, que no era un problema jurídico,sino un problema social. Los límites del saber social que hacían de fundamento al derecho estaban fuertemente definidos y no necesitaban de una explícita doctrina, quedando las más de las veces en la forma de un conocimiento difuso compartido por los grupos de poder que hacían del derecho la expresión de sus derechos, invocando de modo permanente a la nación, y a su vez, una doctrina de las obligaciones y penas que era el "derecho" que les quedaba a los grupos sociales subordinados.

El pensamiento social tuvo, sin embargo, otros desarrollos fuera de los estudios organizados y establecidos del derecho, ya por parte de escritores que impugnaron los estudios vigentes, ya por obra de otros que, al margen de la enseñanza universitaria, generaron un tipo de ensayo de sentido claramente social. Dentro de la Generación argentina de 1837, el libro de Juan Bautista Alberdi Fragmento preliminar al estudio del derecho, aparecido en 1838, significó un intento de reinterpretación del derecho desde el punto de vista de una doctrina social que si bien no superaba los marcos de un paternalismo, implicaba una fuerte crítica a la reducción del derecho natural a una mera Legislación. Otros escritores, ajenos a los marcos de influencia de la universidad, iniciaron al mismo tiempo y bajo las mismas influencias románticas que inspiraron las páginas de Alberdi, una nueva formulación de saber social sin relación alguna con lo jurídico. Fueron en general escritores que echando mano del ensayo se lanzaron a impugnar formas de poder dictatoriales en las que habían concluido las Guerras Civiles sudamericanas. El caso del Facundo de Sarmiento, en 1845, es sin duda uno de los ejemplos más significativos de este nuevo campo de desarrollo del saber social y otro tanto ha de decirse de la obra polémica de Juan Montalvo, contra las sucesivas dictaduras que vivió el Ecuador de su época.

Al finalizar el siglo XIX y a medida que el primitivo "dere-cho patrio" se fue organizando y enriqueciendo, sobre todo como con-secuencia de la elaboración de códigos relativos a los diversos derechos en cada uno de los países hispanoamericanos, la primitiva Legislación se diversificó y especializó, haciéndose necesario rescatar los principios ge-nerales que se habían enseñado dentro de ella, ya fuera regresando al derecho natural que había desaparecido en muchos casos como asigna-tura, ya fuera creando las primeras cátedras de filosofía del derecho. En este paso tuvo decisiva influencia, muy generalizada, la obra de los

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krausistas belgas y posteriormente de sus continuadores españoles. Es interesante recordar que uno de los manuales más extensamente utiliza-dos desde mediados de siglo y aun bastante entrado el presente, fue el Curso de derecho natural o de filosofía del derecho de Ahrens, una de cuyas ediciones más antiguas que hemos registrado utilizadas en el Ecua-dor es la de Madrid, de 1841. 4 Como se ve, Ahrens hacía sinónimos los conceptos de "derecho natural" y de "filosofía del derecho". Dentro de esta nueva ciencia, quedaría pues incluido el saber social que ha acompañado al saber jurídico.

El reinado del derecho natural, aun cuando reducido como hemos dicho a Legislación, fue sumamente extenso y mantuvo constante-mente formas del saber social como parte necesaria de su desarrollo. No acaeció lo mismo con la filosofía del derecho, que bien pronto, como consecuencia de aquella misma especialización que había obligado a re-gresar a un saber general desde la Legislación, vio desprenderse de su se-no los contenidos propios de un saber social. En ese momento apareció en las facultades de derecho la sociología. No tenemos información sobre este hecho como para conocer los antecedentes más lejanos del mismo. En el Río de la Plata, el primer empleo específico del término "so-ciología" dentro de los cursos de filosofía del derecho, asignatura que comenzó a enseñarse en 1884, habría tenido su aparición como un capí-tulo dentro del programa de esta filosofía, en la Universidad de Buenos Aires en el año de 1895. Un lustro depués, en 1900, la sociología se in-dependizó y apareció como asignatura de carácter autónomo dentro del pensum. En el Ecuador el "Derecho natural aplicado a la legislación ci-vil" que se enseñaba a principios de siglo en la Universidad Central, en Quito, como los diversos cursos de "Legislación" que le sucedieron die-ron lugar en 1913 a la cátedra de "Filosofía del derecho" y más tarde, seguramente como desprendimiento de esta misma, apareció en 1915, la de "Sociología". 5

De lo dicho se concluye que en América Latina el saber so-cial que acabó por constituirse como sociología, ha presentado como

4 H. Abren», Curto de derecho natural o de filosofía del derecho. Madrid, Editorial Boix, 1841,340 p.

5 El pato del "derecho natural" a la "filosofía del derecho" y de ahí a la "sociología", como fenómeno hispanoamericano, ha sido señalado por los escritores Barnes y Becker en su obra Historia del pensamiento social. México, Fondo de Cultura Económica, 1945, tomo' II, cap. "La sociología en la Península Ibérica y en la América Latina".

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característica constante una íntima relación con el desarrollo del derecho. Este fenómeno no es precisamente el que muestra el saber sociológico europeo, por lo menos el francés y el inglés. Sabido es que la sociología nace en manos de Córate como una forma de saber extrauniver-sitaria e incluso antiuniversitaria. El filósofo francés, egresado de la famosa Escuela Politécnica, acusó de modo constante a la universidad de moverse dentro del "régimen mental" metafísico, que hacía imposible que en su seno se generara el nuevo espíritu, el positivo, único a partir del cual era factible la fundamentación de la sociología como ciencia. Más aun, entendió que los únicos que podían escuchar su mensaje no eran justamente los intelectuales de la burguesía que detentaban el poder dentro de las universidades, sino el proletariado francés. En el caso británico se repite el fenómeno de modo algo semejante, pues, Herbert Spencer, sin duda el fundador de la sociología inglesa, se movió perma-nentemente al margen de la universidad y, lo mismo que Comte, en lucha contra ella, que no le abrió las puertas y que además impidió la cons-titución de la sociología como enseñanza dentro de su propio seno. La correlación entre la enseñanza del derecho y el pensamiento social gene-ró, por otro lado, en América Latina una mutua influencia que condujo a la elaboración de una jurisprudencia de marcada tendencia social e in-cluso sociológica y, a la vez, a la organización de una sociología fuerte-mente condicionada por el derecho. De ahí que no haya habido para gran parte del siglo XIX y comienzos del actual, una distinción muy marcada entre el derecho y las ciencias sociales, fenómeno que en algunos campos de los estudios jurídicos, el derecho penal y la criminología, se mantuvo con mucha fuerza aun cuando aquella indistinción hubiera comenzado a borrarse un tanto. Esta mutua influencia explica por qué el primitivo Derecho natural pudo ser suplido por una Legislación, que se hizo cargo de los contenidos sociales de aquél, como explica asimismo la importancia que dentro de esa Legislación tuvo el derecho penal, al lado de las doctrinas generales acerca de la naturaleza de la sociedad.

Por cierto que ese maridaje entre el derecho y el pensamien-to social no puede ser tomado como una regla generalizada, en cuanto que como dijimos, al margen de la universidad e incluso en contra de ella, en particular durante los comienzos románticos del pensamiento hispanoamericano, se generó un tipo de literatura ensayístico que implica formas de saber social de indiscutible importancia. Benjamín Camón ha señalado justamente la importancia que el ensayo ha tenido en el de-sarrollo del pensamiento para la América Latina. "El ensayo hispanoa-mericano —dice— tiene, en general, como contenido, la urgida pregunta

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del hombre de cultura de nuestras tierras, por averiguar las bases y la en-traña de nuestro destino como pueblo". Temática que según él mismo nos lo indica es la que desarrollaban Alberdi, Sarmiento, Montalvo, Martí, ninguno de los cuales y no por simple casualidad, puede ser considerado como expresión de un "pensamiento universitario". Lo mismo hemos de decir de Mariátegui, en el Perú y de tantos otros. Lo que Ca-rrión señala con la expresión "bases y entraña de nuestro destino", es precisamente lo que en todos esos ensayos hay de contenido social en relación constante con el problema de la nacionalidad. 6

De. todos modos, la sociología, como saber constituido de carácter autónomo, aun cuando condicionado como decíamos por el desarrollo de los estudios de derecho, no tiene su raíz institucional en esa importante tradición ensayística, por lo menos de modo directo, sino en la que se ha señalado.

Otro carácter que diferencia el saber social latinoamericano del europeo es visible también con respecto al derecho. Nos referimos al largo proceso de organización jurídica de los estados sudamericanos a partir de una exigencia constante de darle un sentido de "derecho patrio". En relación con esto muchas de las obras jurídicas en las que se puede rastrear formas de pensamiento social, no son nunca ajenas a desarrollos históricos y la historiografía a su vez, habrá de tener marcados tintes de literatura social y jurídica.

La sociología no se aparta de ser una de las tantas formas de un saber de lo nacional y, en muchos casos, el más importante. En este sentido, la obra de un Juan Agustín García Introducción a las ciencias sociales argentinas, aparecida en 1899, nos da una idea sobre el modo cómo se entendieron estas ciencias en su relación con el problema de la nacionalidad. Para García, la sociología debe ser "sociología nacional", única vía según él pensaba de evitar caer en abstracciones y gene-ralizaciones respecto de los fenómenos sociales. El estudio de la sociolo-gía debe ser, según nos lo dice, el de la determinación de "las fuerzas so-ciales que en las diversas épocas han presidido la evolución argentina". Todo lo cual implica una serie de supuestos que vale la pena señalar, en cuanto reaparecen en numerosos otros escritores latinoamericanos y que hacen que el saber sociológico que surja de ellos se distancie bastan-

6 Benjamín Camón, "Historia de las ideas en el Ecuador". En Revista de Historia de las Ideas. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, número 1,1959, p. 251—263.

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te del universalismo desde el cual elaboraron sus sistemas de sociología un Durkheim o un Tarde, escritores europeos que les fueron contempo-ráneos. Entre esos supuestos cabe señalar los siguientes: que no hay "sociedad", sino "sociedades", lo cual puede llevar sin duda al riesgo de ciertas afirmaciones nominalistas, en el intento de ser justamente lo contrario, a saber, realistas; que esas "sociedades" son "nacionales", principio que a su vez desviará en más de un caso la consideración de aquellas "fuerzas sociales" de la problemática de las "clases sociales" y por último, que esas "sociedades nacionales" son históricas y muestran por eso mismo una evolución, supuesto que establece una comprensión de la historia típica tanto del pensamiento romántico como del positivista, que es renuente a la aceptación de formas irruptivas dentro de los procesos sociales y por tanto enemiga declarada de todo lo que pueda ser calificado como "revolucionario". Toda esta serie de afirmaciones muestra otra conexión más, propia del pensamiento social latinoameri-cano, no ya con el derecho, sino muy particularmente con la historia y la política. Los comienzos de la sociología en el Ecuador muestran ten-dencias muy semejantes a las que nos ofrecen los planteos de Juan Agus-tín García. 7

La filosofía del derecho en la cual desembocó el antiguo derecho natural aun cuando este último no figurara como enseñanza in-dependiente dentro de los planes de estudio sino como la parte general de esa asignatura que recibió el nombre de "Legislación", se inició bajo la influencia del pensamiento krausista. * Ciertamente que, en aquellos países en los cuales el paso de un derecho al otro fue más tardío, esa influencia se dio compartida con la de otras tendencias del pensamiento jurídico europeo, entre ellas las derivadas del positivismo, como también del krauso-positivismo generado como respuesta contra éste dentro de la tradición krausista misma. En el Ecuador la aparición de la filosofía del derecho y poco después de la sociología, significó, como en otros lados, el fin del largo reinado del derecho natural de Luis Taparelli, autor jesuíta impuesto en los estudios de derecho a partir del garcianismo, línea de pensamiento que por cierto no desapareció totalmente. En España la sociología también nació fuertemente condicionada por el pensamiento social krausista y los primeros pasos tanto de la filosofía del derecho como de la sociología en Hispanoamérica se vieron

7 Alfredo Poviña. Nueva historia de ¡a sociología latinoamericana. Córdoba, Ed. Assandri, 1959, p. 24 y sgs. 8 Cfr. Nuestro libro Los Krausistas argentinos. México, ed. Cajica, 1968 .

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constantemente reforzados con la presencia del krausismo español.

El Ecuador no fue una excepción y la presencia e influencia de la obra sociológica y jurídica de un Manuel Sales y Ferré y de un Adolfo Posada, de los últimos krausistas españoles, puede ser señalada desde los comienzos mismos de la sociología como saber "autónomo", hasta hace pocos años atrás. De todos modos, la influencia que acabó por consolidar el interés por la nueva ciencia y extender puntos de vista derivados de ella hacia todos los campos del saber social hasta generar un verdadero "sociologismo", fue la de los escritores positivistas y sus continuadores. En general es necesario señalar la presencia del positivismo de origen europeo, principalmente francés, inglés e italiano, como asimismo algunos escritores del positivismo norteamericano. Comte, Taine, Le Bon, Durkheim y Tarde, son los más destacados y permanentemente utilizados de los escritores franceses, debiendo aclarar que no siempre la lectura y asimilación del pensamiento de Comte pareciera haber sido directa; en lo que respecta a formas del pensamiento sociológico derivados de Inglaterra es necesario mencionar la constante presencia, diversamente asimilada, del "darwinismo social", que por cierto no es un fenómeno exclusivamente británico, como así también la extendida lectura de Spencer, que favoreció un cierto eclecticismo y sirvió para reforzar posiciones individualistas, aunque nunca llevadas al extremo del antiestatismo obsesivo con que este escritor las fundamentó. La fuerte tendencia pedagógica y normativa del saber sociológico latinoamericano condicionó de modo permanente la recepción de las influencias del autor inglés. La presencia del positivismo italiano, que reforzó la natural relación entre el derecho y la sociología prolongándola en ciertos campos cuando ya había comenzado a perder fuerza, se relaciona con el nacimiento de un nuevo derecho penal fundado en la criminología, bajo la inspiración de investigadores tales como Lombro-so, Garofalo y Ferri. Del mismo modo fue visible la presencia del positi-vismo norteamericano, en particular del pensamiento de Lester Ward, a través del cual y de modo indirecto se reforzaron algunas de las tesis del primitivo positivismo francés, en particular en su formulación comtiana. Por último, en aquellos países hispanoamericanos en los que la sociología se constituyó más tarde que en otros, es posible mostrar la influencia del positivismo elaborado en nuestro Continente, y en este sentido, es necesario señalar la extendida presencia de escritores como José Inge-nieros, Carlos Octavio Bunge o los hermanos Lagarrigue, destacados teo-rizadores del positivismo en el Río de la Plata y en Chile. Bien pronto, el llamado "idealismo del 900", en el que tan importante papel jugó

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José Enrique Rodó, vino a disminuir un tanto la fuerza del pensamiento positivista, que en muchos casos por otro lado, se había movido-dentro de ciertas formulaciones eclécticas en las que no se había abandonado la fuerte influencia primitiva del pensamiento romántico krausista. De todos modos, lo cierto es que por obra de esta masa de influencias, como también por el propio desarrollo autónomo del saber social movido siempre por un cierto realismo que lo alejó de respuestas meramente imitativas y librescas, la sociología se alejó definitivamente de sus pri-mitivas ataduras con la filosofía social que había incluido en sus orígenes al derecho.

Años más tarde, y bien entrado el presente siglo, entre las décadas del 20 al 30 y en algunos casos antes, el neokantismo llevará a independizar la filosofía del derecho de la sociología, iniciándose de este modo una nueva etapa. A su vez, la decadencia del p'ensamiento positivista, que se produce en general por obra de aquel neokantismo que poco a poco fue alejándose de sus primeras formulaciones muy próximas al positivismo, a más de las nuevas influencias de una nueva filosofía declaradamente anti-positivista que había sido anticipada por el "idealismo del 900", fue perdiendo fuerza la sociologización de las diversas formas del saber social, en lo que se había caído por obra del positivismo en todo el continente hispanoamericano.

Entre fines del siglo XIX y primeras décadas del actual, co-menzaron a tomar presencia cada vez más fuerte teorías y autores socia-listas europeos, en particular en relación con temas que excedían clara-mente lo jurídico, como los del salario, la propiedad privada, la cuestión social, la herencia. Como es fácil entenderlo en los escritos más antiguos, la tendencia fue la de rebatir a los socialistas utópicos, muy par-ticularmente aquellos que constituían las fuentes ideológicas del anar-quismo y del anarcosindicalismo. Más tarde se comenzó a conocer y, en algunos casos, a aceptar tesis de Marx y de Engels.

El resultado de este amplio proceso que hemos intentado esquematizar bastante apretadamente, fue el de la sucesiva autonomía de los diversos campos del saber social en general, que podría ser resumido como la independización del derecho respecto de sus propios contenidos de filosofía social, dentro de los cuales germinó el saber sociológico; la organización a su vez de una filosofía del derecho, depurada del sociologismo que le impuso en particular el pensamiento positivista; la

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distinción entre aquella misma filosofía social y la sociología que con estos últimos escritores comenzó a mostrar sus primeros intentos de constituirse en una forma de saber empírico; otro tanto debemos decir de las relaciones entre pensamiento social y pedagogía, por un lado, y de esta última respecto de la sociología misma. En fin, otros fenómenos semejantes podrían ser señalados, los que en general derivan de una progresiva acentuación de la división del trabajo intelectual, paralela a las otras formas de división del trabajo que fueron imponiéndose en relación con la maduración de la primitiva universidad republicana, dependiente en su evolución totalmente de las variantes que imponía la tecnificación de la producción en general.

De todos modos, estos hechos, en lo que respecta a la so-ciología son bastante recientes y se pusieron de manifiesto con la apari-ción dentro de la estructura de las universidades de las escuelas de so-ciología, ya fueran creadas éstas dentro de las antiguas facultades de de-recho, siguiendo la tradición que hemos señalado, o más radicalmente, fuera de ellas. La autonomía alcanzada por el saber sociológico favoreció sin duda su organización sobre técnicas propias, mas también condujo, y esto en años muy recientes, a la idea de la posibilidad de un saber sociológico puro, liberado de las primitivas ataduras que lo habían man-tenido sometido a lo jurídico, lo político o lo pedagógico. La verdad es que lo que se logró fue tan sólo ciertos niveles de rigor técnico, mas de ninguna manera se abandonó el espíritu normativo que ha caracterizado a la sociología en general en América Latina. Lo que produjo la espe-cialización fue la interiorización como supuestos no siempre explícitos dentro de la autonomía académica lograda, de todas aquellas conexiones que el saber sociológico tiene con otros campos del conocimiento y que antes habían sido visibles muy patentemente por efecto de una carencia de división del trabajo intelectual.

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/// LOS PRINCIPALES TEMAS DEL PENSAMIENTO SOCIAL LA-TINOAMERICANO EN SUS ORÍGENES

tendiendo a nuestra tesis de que es posible afirmar una unidad y continuidad dentro del desarrollo del pensamiento social latinoamericano, es importante tener en cuenta cómo se organiza en sus orígenes su problemática, la que con las variantes epocales del caso se mantiene aun vigente en nuestros días.

Habíamos dicho que una de las primeras manifestaciones del pensamiento social, que podría ser considerada ya como pensamiento hispanoamericano, tuvo lugar con la toma de conciencia del grupo criollo, como poder económico y político, a finales de siglo XVIII. En este sentido, puede afirmarse, a pesar de los antecedentes que es posible rastrear en la etapa escolástica propiamente dicha de la Colonia, que el punto de partida histórico de nuestro saber social en general, se encuentra dentro de las formulaciones del pensamiento ecléctico que se dio en aquellos años, el que bien pronto abandonó sus compromisos con la última escolástica y dio nacimiento a nuestro pensamiento ilustrado.

Un estudio somero de esta etapa nos permitirá mostrar ade-más las manifestaciones primeras del pensamiento social, no ya tanto en relación con el derecho, que es lo que surge de un estudio de las institu-ciones de enseñanza, sino con la política, aspecto que no hemos subra-yado suficientemente en el capítulo anterior, aun cuando algo antici-pamos cuando hablamos de la sociología en su formulación como "so-ciología nacional". Debe aclararse además que el movimiento ilustrado por obra de las ya mencionadas "sociedades de amigos del país" centró

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claramente los problemas políticos sobre lo económico y no por ¿osar aquellas asociaciones de ciudadanos progresistas se denominaron también y en muchos casos preferentemente, "sociedades económicas".

Estas sociedades surgieron en España en relación directa con estructuras sociales agrarias. En la Península no existieron, en efecto, durante el siglo XVIII, "sociedades económicas" en las ciudades donde había núcleos burgueses activos tales como Barcelona o Cádiz. Los promotores de ellas fueron muchas veces miembros de la nobleza te-rrateniente que poco tuvieron que ver con las burguesías mencionadas.9

En Hispanoamérica, los promotores pertenecieron por el contrario, al grupo criollo, cuyo poder económico derivaba tanto de la tenencia de la tierra como del control de las manufacturas generadas en la segunda mi-tad del siglo XVIII y que constituía de alguna manera ya una prebur-guesía. De todas maneras, tanto en España como en América, esas so-ciedades tenían como objeto la defensa de la localidad, expresada justa-mente con el término "país", más tarde su lucha no será ya por su propia comarca, sino que se extenderá a la nación, concepto que como veremos sufrió una importante evolución semántica de acuerdo con el proceso mismo de lucha por la autoafirmación de aquellos grupos sociales. Juan Montalvo, en plena época romántica, allá por 1868, defendía aún el uso del término "país" en un texto en el que nos aclara acerca de su sentido originario y que deja entrever el rechazo que ese mismo término provocó en su momento. "... querer desterrar de la lengua moderna el vocablo país, por ejemplo, es un delirio que nadie podrá llevar a la cima: bueno que haya venido del francés; pero si está ya naturalizado en todos los pueblos que hablan español, si el tal término está arraigado en la lengua de todo sujeto, así ignorante como ilustrado, qué medio? Dejarlo en casa, tanto más que la palabrita es útil en extremo; porque cuando se habla, no del pueblo, de los habitantes de una nación, sino de la tierra, de la comarca no acierta uno a expresar la idea si no quiere decir país. . ." 10

Como dijimos la primer sociedad de este tipo surgió en Es-paña en 1765. En Hispanoamérica, la primera fue la de Mompo, en Nue-

9 Cfr. Gonzalo Anes, Economía e Ilustración en la España del siglo XVIII. Barcelona, Ed Ariel, 1972, p. 26.

10 Juan Montalvo, £1 Cosmopolita. Quito, Tipografía Bermeo, 1866—1869. En Biblioteca Ecuatorina Mínima. Edición Cajica, I, p. 219—222.

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va Granada, en 1784, en donde se destacó el célebre botánico Mutis; la segunda fue la de Santiago de Cuba, en 1787 y la tercera, la de Quito, en 1791. Las fundaciones de estas sociedades sobrepasaron las Guerras de Independencia y al terminar la segunda década del siglo XIX aun continuaban organizándose nuevas, hecho que muestra la vitalidad que alcanzaron. ÍJ . La Ilustración dio comienzo por obra de estas asociaciones a la elaboración de un pensamiento político-social que giró en un primer momento, fundamentalmente sobre el concepto del "país". Se avanzó luego hacia una redefinición del concepto de "nación", que tenía como presupuesto el de "región" o "país" con un cierto sentido federalista y que fue uno de los problemas centrales ventilados en las Cortes de Cádiz entre los años 1810 y 1813; las Guerras de Independencia llevaron a una nueva definición de la "nación" y a la vez del "estado", ya claramente separatista. El otro concepto fundamental dentro de todo este proceso, y que ha sido sin duda el de mayor contenido social fue el de "pueblo" que si bien se encuentra enunciado y definido ya expresamente en el pensamiento político ilustrado de fines del siglo XVIII, adquirirá nuevas connotaciones y muy importantes, al terminar las Guerras de Independencia y abrirse la etapa de las Guerras Civiles. En este proceso es posible señalar un avance cada vez más rico del contenido de pensamiento social al lado de la significación jurídica y política que aquellos términos mostraban.

Sabida es la compleja red connotativa que muestran los conceptos con los que se expresa el pensamiento político-social, como también que lo que en cada caso denotan, no es más que un valor semántico de superficie. Como consecuencia de esto, aquellos conceptos se presentan jugando el papel de universales ideológicos. Por otro • lado, depende asimismo de la dirección semántica con la que es utilizado el fondo de connotaciones, el que esos términos puedan ser considerados desde un punto de vista o de otro. No todo concepto político implica necesariamente un punto de vista social y por tanto, los orígenes

11 Eleazar Córdoba Bello, Las reformas del despotismo ilustrado en América. Caracas, Universidad Católica "Andrés Bello", 1976. La "Sociedad de amigos del país" que editó el periódico £1 Verdadero amigo del país, se fundó en Mendoza, Argentina, en 1822. Cfr. nuestro libro La filosofía de tas luces en ¡a ciudad agrícola. Mendoza, Departamento de Extensión Universitaria, 1968 y nuestro folleto Los orígenes de la Biblioteca Pública "General San Martín". Mendoza, Imprenta Oficial, 1970.

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del pensamiento social, y con él, de la futura sociología, sólo es posible rastrearlos a partir de una lectura cuidadosa del uso que en cada caso se asigna a los términos del discurso. El ejemplo del término "nación" es en este sentido aleccionador, pues si "nación" es considerado equivalente a "estado", aun cuando teoréticamente no hubiera en un comienzo una clara comprensión de las diferencias entre ambos, es indudable que ha sido reducida a un concepto político; mas, si es sobreentendida como sinónimo de "país" o de "pueblo", según los casos, es indudablemente un concepto de carácter social y que interesa por tanto para una historia de los orígenes de ese pensamiento. Por otro lado, el proceso de constitución tanto del "estado" como de la "nación", se muestra como una historia atravesada de antagonismos y de violencias, en la que se ocultó el verdadero contenido de los universales ideológicos en función de los mecanismos normales de la ideología. En alguna medida el estado fue al mismo tiempo una realidad vigente, ordenadora de una determinada realidad social, y á la vez una meta a alcanzar en cuanto que esa misma realidad social se mostraba renuente a encajar en los sistemas ordenadores estatales. No siempre la totalidad de las clases sociales se sintió satisfecha en sus propias demandas, estuvieran ellas racionalizadas o no, en relación con el aparato jurídico creado por el estado en cuanto generador de las ideologías de poder. Por lo demás, nada tan ambiguo como el término "pueblo", al que le hemos atribuido el importante papel de señalar un contenido social a otros términos del discurso socio-político, en particular al de "nación", y que es el que permite la distinción entre estay el concepto de "estado". Término ambiguo, pues implica siempre una relación con clases y grupos sociales, dicho de otro modo, con fenómenos que son objeto propio de un saber social, que es y ha sido utilizado justamente más que ningún otro para ocultar la realidad social misma que designa. Baste con recordar el hecho tan repetido y generalizado de la discusión acerca de la "soberanía del pueblo" como origen del poder social y político, en donde el término "pueblo" fue utilizado justamente para desvirtuar el principio mismo enunciado. Y en este hecho se encuentra implícita toda una forma de saber social y por supuesto, inevitablemente, una toma de posición respecto de los conflictos sociales vigentes.

Como decíamos, toda esta densa problemática jurídica, po-lítica, económica y social, quedó planteada en sus términos básicos en el pensamiento ilustrado. La importancia de este hecho radica en que la Ilustración no fue un movimiento de ideas simplemente importado de España y más tarde de Francia, sino que fue el primer movimiento ideo-

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jico que puede ser considerado como una respuesta americana a problemas americanos: con él tuvo nacimiento el primer movimiento de atodefinición y de integración de las sociedades americanas en su pro-' ceso de autoconciencia en cuanto tales. La nueva comprensión de la I realidad, favorecida por un racionalismo para el cual las nociones de "razón" y de "naturaleza" aparecieron como convertibles, jugó un im-portante papel. En la medida en que la "naturaleza" de que se partía •era la propia, tanto humana como física, el ejercicio de la "razón" se ¡convirtió en el uso de una razón también propia. El racionalismo, acu-jsado tantas veces de universalismo abstracto, fue todo lo contrario y fa-jvoreció las ansias de mejoramiento y despertó la confianza que era nece-] saria para el dominio de la naturaleza mediante el acrecentamiento de [ un saber que tuvo en todo momento fuerte sentido de saber tecnológi-jco. A su vez, esa razón, fortificada por los principios derivados del de-trecho natural, fue la herramienta indispensable para la autoafirmación I de determinados grupos sociales que acabaron por sospechar que el prin-cipio mismo de la asociación humana y por tanto el establecimiento de las relaciones sociales, era asimismo controlable. Esta visión inmanen-tista, entró en pugna con los esquemas de organización social y política ! que habían sido justificados teológicamente. El racionalismo condujo como consecuencia de esto, necesariamente, a un intento de fundamenta-} ción de una nueva relación entre el saber científico y técnico, y el saber 'teológico. La primera respuesta fue ecléctica y se organizó sobre una i doctrina de la autonomía de las diversas formas del saber. Paladines en su estudio sobre Espejo nos muestra cómo en este pensador ese principio epistemológico, planteado primero entre la poesía y la religión, fue extendido al resto de las ciencias y de qué manera, a partir de ella, el sa-ber político y el social alcanzaron, por primera vez, un status epistemo-lógico: "esta clara separación de fronteras que concede Espejo por 1779 a la poesía y a la religión, pero que años después hizo extensivo a otros campos como el de la economía, la física y la ciencia en general, es lo que permitió a Espejo construir también la órbita política a partir de sí mismo, sin necesidad de derivarla de una potestad divina inaccesible e impenetrable a la razón humana; reflexión que constituyó un paso revo-lucionario, en ese entonces, de enormes consecuencias". J2

El eclecticismojdel siglo XVIII consistió en afirmar que en

12 Carlos Paladines, "Él pensamiento económico, político y social de Espejo". En Eugenio Espejo. Conciencia crítica de tu época. Quito, Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 1978, p. 211.

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materia de fe, seguía siendo válido el pensamiento católico, pero en ma-teria de ciencia, se debía dejar abiertas las puertas para la investigación racional que no era de ninguna manera entendida como ajena a una in-vestigación empírica en función de la nueva comprensión de lo racional que ya hemos mencionado. Por cierto que una vez pasado el momento ecléctico vendrán otras formulaciones que habrán de ser organizadas so-bre la base del reemplazo de la teología revelada, por una teología natu-ral, lo que llevará sin duda a otro proyecto de organización epistemoló-gica del saber. El siglo XIX, por obra del pensamiento liberal en su etapa romántica, se caracterizó por el intento de una refundamentación de las ciencias sociales sobre este nuevo esquema claramente deísta. Se suma a aquello en Espejo el rechazo del principio de autoridad, implícito en la epistemología propuesta por él en donde se declaraba la autonomía, como hemos dicho, de todos aquellos campos del saber que tenían que ver de modo directo con una ampliación de posibilidades de vida en relación con los problemas concretos que afectaban a la sociedad de la época.

El pensamiento ilustrado tomó, como consecuencia de lo dicho, un sesgo radicalmente diferente de los desarrollos europeos, acu-sado implícitamente, en la etapa ecléctica de la Ilustración hispanoame-ricana, de ser una ideología de dominación, que para alcanzar su justifi-.cación partía de un desconocimiento de humanidad en contradicción con los principios mismos de universalidad invocados en nombre de la razón ilustrada. Ya no se discutirá, como en la época de Las Casas sobre si el indígena es capaz de salvarse teológicamente, sino que lo que ahora se habrá de discutir es el valor de la propia realidad americana en. general y con ella la del grupo criollo, que había alcanzado dentro de nuestra historia social un primer grado de conciencia para sí. "... desde tres siglos ha — decía el mismo Espejo — no se contenta la Europa de llamarnos rústicos y feroces, montaraces e indolentes, estúpidos y negados a la cultura. Qué os parece señores este concepto? Centenares de esos hombres cultos no dudan repetirlo y estamparlo en sus escritos. Si un astrónomo sabio, como Mr. de la Condamine, alaba los ingenios de vuestra nobleza criolla, como testigo instrumental de vuestras prendas mentales, no falta algún temerario extranjero que publique que se engañó y que juzgó preocupado de pasión al ilustre académico. Y Mr. de Pauw se atreve a decir, que son los americanos incapaces de la ciencia". a La propia defensa que ahora debe hacer el grupo criollo; 13 Citado por C. Paladines, op. cit., p. 215.

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que es justamente al que se dirige Espejo, lleva a la aparición de una pri-mera forma de conciencia histórica. Agoglia ha dicho con razón que esa forma de conciencia se caracteriza por "la simple captación de que ciertos hechos, acciones, obras o procesos son modos de realización del hombre", es decir, que no se trata de una conciencia de "hechos", sino de los modos de realización de un sujeto respecto de sí mismo mediante aquellos hechos, acciones u obras y por tanto de un sujeto que a su vez se capta a sí mismo como tal. u

Forma de "conciencia" que con nuestros ilustrados pasa de ser un simple y espontáneo /autorreconocimiento, auna abierta "toma de conciencia histórica". Con ello la Ilustración americana dio entrada a una consideración histórica y, a la vez, necesariamente, social de los hechos americanos, con lo que anticipó el fin mismo de la .Ilustración y mostró ciertos rasgos que luego serían considerados como pre-: románticos. Otro aspecto importante se pone de manifiesto en el método con el cual se comienza a elaborar esta comprensión histórica de la realidad propia. Lo típico del pensamiento ilustrado europeo en una de sus etapas, tal el caso muy evidente en Rousseau, consistió en elaborar una doctrina social a partir de lo que aquel autor denomina "historia hipotética". Se entendía que los hechos actuales pueden ser explicados deductivamente en su naturaleza recurriendo a una hipótesis que nos ponía en sus propios orígenes. De ahí que la desigualdad entre los hombres, hecho constatado como actual, sólo pudiera ser explicada partiendo de la hipótesis de una igualdad originaria, pervertida. Pues bien, los criollos hispanoamericanos no aplicarán ese método, aun cuando aparezcan algunos textos que lo repiten, sino que responderán al problema del origen de la desigualdad, como asimismo a la cuestión de la "igualdad originaria", recurriendo no a una historia hipotética, sino a una historia inductiva concreta. De este modo, para un Espejo, la desigualdad entre "españoles europeos" y "españoles americanos" tiene una raíz concretísima y fácilmente señalable. Regresar a la igualdad era simplemente volver a un momento que no tenía nada de mítico; según él lo entendía consistía en reconciliar lo que se había separado por obra de prejuicios enajenantes: "Cuando se trata de una sociedad — decía Espejo —, no ha de haber diferencia entre el europeo y el español americano. Deben proscribirse y estar fuera de vosotros aquellos celos secretos, aquella preocupación, aquel capricho de nacionalidad, que enajena infelizmente

14 Rodolfo Mario Agoglia, Conciencia histórica y tiempo histórico. Quito, 1978.

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las voluntades. La sociedad sea época de la reconciliación.. ." 1S

Y otro tanto será el planteo que habrá de hacer Espejo res-pecto de la desigualdad en la que ha quedado sumido el indio, cuya "im-becilidad", nos dirá con una fórmula ciertamente revolucionaria fruto de aquella conciencia histórica que mencionábamos, es una simple "im-becilidad política".

"La imbecilidad de los indios, no es imbecilidad de razón de juicio ni entendimiento, es imbecilidad política, nacida de su abatimiento y pobreza. . . lo que tienen los indios es timidez, cobardía, pusi lanimidad, apocamiento, consecuencias ordinarias en las naciones con-quistadas". K

En pocas palabras, el origen de la desigualdad es la opresión y con ella la explotación, que respecto de la situación del indígena le re-sultaba a Espejo en ese entonces mucho más claro o tal vez más fácil de denunciarlo, que respecto de las relaciones de dominación que sufría e' grupo criollo, como fracción subalterna dentro de la clase social domi nadora.

Y de este modo, el pensamiento social ilustrado se organiza sobre categorías claramente percibidas que son las de "heteronomía-au-tonomía", primero, y más tarde las de "dependencia-independencia", reducibles ambas parejas de conceptos al señalamiento más o menos franco según las circunstancias, de una sociedad en que regían las re-laciones de opresor-oprimido, tanto respecto de la Metrópoli, como en lo interno mismo, pues si Mr. de Pauw era quien refutaba a La Con-damine y declaraba la "imbecilidad natural" de los criollos ecuatorianos, eran estos mismos los que sustentaban esa tesis respecto de los indios. Opresión externa, proveniente de Europa y manifestada por sus ideólogos y a la vez opresión interna sufrida por los diversos estamentos sociales dentro de la sociedad colonial. Espejo dejó de este modo enunciado el problema central del pensamiento social latinoamericano, que sigue vigente hasta la fecha, con las modalidades propias que cada época le fue dando.

15 C. Paladines, op. cit., p. 193 • 16 Ibidem. p. 160

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En función de esto, quedaban historizadas las relaciones humanas y por eso mismo resultaban además historiables. El pensamien-to ilustrado hispanoamericano no recurrió, como decíamos, a una "his-toria hipotética", sino a la muy concreta que podía leer con el solo hecho de recurrir a la legislación medieval española, en contrapunto violento con la legislación del despotismo borbónico posterior a Carlos III y del mismo modo a la que podía encontrar con sólo registrar la ingente masa de la legislación de Indias, "Piélago de Legislación Española —t:o-mo decía Simón Bolívar — que, semejante al tiempo, recoge de todas las edades y de todos los hombres, así las obras de la demencia como del talento". 17 El viejo comunalismo hispánico renacería por obra de la Ilustración en las "sociedades de amigos del país", sociedad que, en Quito, por inspiración posiblemente de su primer secretario, Espejo, se autodenominó "patriótica". Ciertamente que esta visión nueva que im-plicaba una autoafirmación tenía sus límites y sus contradicciones. El regreso a la historia propia concluyó en la justificación del poder social y político de los cabildos y ayuntamientos, a los que sólo tenían acceso los miembros de la "gente decente". No hay que olvidar que el saber social que se hace posible gracias a la nueva comprensión de la propia realidad nació en el seno del grupo criollo y que lo que su discurso tenía de liberador se encontraba claramente limitado a sus propios intereses.

En este sentido puede decirse que la Ilustración sentó las bases para la fundamentación epistemológica de un pensamiento social liberador, mas que ese mismo discurso sería fácilmente desvirtuado y desfondado, quedando reducido a un conjunto de libertades formales constantemente invocadas. Por cierto, que toda la problemática que este hecho encierra, el anticipo de una teoría de las ideologías, fue obra asimismo de la Ilustración europea que llevó al plano social de modo amplio una temática que en la ya lejana doctrina de los ídolos baconia-nos aparecía un tanto limitada a la consecución de un saber científico liberado de trabas que impidieran su necesidad de objetividad. La temá-tica no podía por tanto faltar entre nuestros ilustrados. De este modo se dan asimismo en Espejo "algunas consideraciones sobre el carácter social del saber, particularmente en el rechazo del probabilismo y en su crítica al ergotismo escolástico por tener uno y otro a juicio de Espejo raíces y condicionantes sociales. . .". 18

17 Simón Bolívar, "Discurso de Angostura" (1819), en Escritos políticos. Madrid Ed Alianza Editorial, 1975, p. 118.

18 C. Paladines, op. cit., p. 203 y Samuel Guerra Bravo, "Apuntes para una cn'tica a los estudios sobre Eugenio Espejo. 1796—1976", en la misma obra, p. 257 y sgs.

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El reclamo por lo propio comenzó pues centrado en la noción de "país", como defensa de la comarca, a partir de una afirmación muy claramente entrevista de que la ciencia, por universal que sea, si realmente ha de estar en función de un proceso de humanización, debe comenzar por lo inmediato: que no se reduce a lo geográfico, sino que es un sistema de interrelaciones entre el hombre y la naturaleza, localizadas en un espacio y en un tiempo. Pero así como lo universal debía ser asumido desde lo concreto, no era menos claro que ese "país" no podía ser comprendido sino desde lo universal, con lo que la noción de "país" quedaba necesariamente integrada en una idea más amplia. El pensamiento de los "patriotas amigos del país", en este sentido, lo ex-presó claramente Espejo: "Vamos en derechura a nuestro objeto que es insinuar que no puede llamarse adulta en la literatura, ni menos Sabia una Nación, mientras generalmente no esté desposeída de preocupaciones, de errores, de caprichos: mientras con universalidad no atienda y abrace sus verdaderos intereses. . .". Mas, bien pronto los acontecimientos políticos mundiales ampliaron esta primitiva visión ilustrada. Una de las consecuencias más significativas de la .acefalía española provocada por la presencia de Napoleón en España, fue en el terreno del pensamiento político, el replanteo de los conceptos de "nación" y de "pueblo", en relación directa con el problema del origen de la soberanía. Era indudable que acéfalo el poder central la soberanía debía recaer en un principio anterior políticamente, y que para responder al problema no resultaba suficiente la noción de "país" sobre la que había girado el autonomismo incipiente de fines de siglo XVIII. El auto-nomismo de nuevo signo, como más tarde el separatismo independentis-ta, necesitaban para ser teorizados de conceptos políticos, jurídicos y sociales que permitieran una visión mucho más amplia dentro de la cual los "países", en el sentido de comarcas o regiones, quedaban integrados desde un punto de vista que abría la posibilidad de una cierta filosofía de la historia.

El momento más importante en todo este nuevo proceso en su primera etapa fue el que se dio en ocasión de las Cortes de Cádiz. Los americanos en ellas presentes propusieron una reformulación de la Hispanidad, reinterpretada no desde el concepto de "Imperio", sino a partir del concepto de "nación", que suponía de alguna manera una in-tegración de "naciones" de la comunidad hispánica, con igualdad jurídi-

19 Texto citado por Jaime Peña Novoa, "Biografía de Eugenio Espejo", en Espejo. Conciencia critica de su época, ed. cit., p. 116. 2 O Simón Bolívar, op. cit., p. 7 2.

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ca entre sí y que tenía como origen, no el hecho de la conquista, sino la preexistencia de un pacto que como lo explicará después Bolívar en su primera Carta de Jamaica, se trataba de un hecho histórico. Allí nos dice, en efecto, que el código que debiera regir las relaciones entre el poder central español y los españoles americanos, era el fruto de un pacto establecido entre Carlos V y los descubridores, conquistadores y pobla-dores de América, que constituía según sus palabras "nuestro contrato social", violado al haberse hecho imposible que los "naturales", es decir el grupo criollo, se hicieran cargo por obra de una política imperialista, del manejo de sus propios intereses. 20

Se trataba de un sujeto histórico, que en su esfuerzo por afirmar su propia historicidad, daba como hemos dicho un nuevo sentido a las doctrinas del contractualismo europeo ilustrado. De ahí que Mejía Lequerica entendiera por su parte, que la unidad del mundo hispánico, quebrada por la introducción de la desigualdad, fuera el fruto de un proceso histórico de una primitiva nación que lo que hizo fue simplemente ampliar sus márgenes hasta alcanzar un nivel mundial. De acuerdo con esa idea tratará de convencer a las Cortes de la iniquidad e incluso del absurdo que suponía la desigualdad entre España y sus colo-nias. "Se podrá decir que hombres iguales no tengan derechos iguales?... Que sea éste el momento — agregaba — en que deba igualarse la Amé-rica con la Europa, ésta es la cuestión.. . rigiendo la unión igual se acabó toda revolución. La separación del Nuevo Reino de Granada es efecto de la desigualdad. . . Considerar a las Américas como colonias, que no existen para sí, sino sólo para la Metrópoli!. . . Ah! esto prueba el arraigo de la ignorancia y del despotismo!. .. Pues si no se decide ahora, y las Américas han de tenerse todavía por verdaderas colonias, esto es, que no deben trabajar para sí, sino para la Metrópoli, se dirá con fundamento que la igualdad sólo sirve para que tenga la España mayor número de esclavos ultramarinos. . . Los españoles de ambos hemisferios componemos un solo cuerpo, formando una misma nación. . . La nación española no es más que una gran familia, que, viniéndole estrecho el antiguo mundo, se dilató por los inmensos espacios del mundo. ..". 21

De este modo, los problemas de "igualdad — desigualdad"

21 Alindo Flotes y Caamaño, Don José Mejía Lequerica en las Cortes de Cádiz de 1810 a 1813 (o sea el principal defensor de los intereses de la América Española en la más grande asamblea de la Península). Barcelona, Editorial Casa Maucci, 1913 p. 220—222.

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y de "heteronomía — autonomía" que la Ilustración había comenzado planteándolo sobre los principios del antiguo derecho natural, comenza-ban a ser entrevistos aun cuando confusamente dentro de los marcos de una filosofía de la historia, fenómeno que anticipa el paso que señalamos antes dentro de la historia del pensamiento social del "derecho natural" a la "filosofía del derecho".

Rotas las relaciones con España e iniciadas las Guerras de Independencia, el concepto de "nación" adquirirá nuevos matices en un proceso de enriquecimiento y profundización de las formas difusas de saber social. Uno de los documentos más ilustrativos de esta etapa es el célebre "Discurso de Angostura" que Bolívar pronunció en 1819 ante el Congreso Constituyente de esa fecha. El valor que este texto muestra para la historia del pensamiento social deriva de la madurez sobre la base de una experiencia social y política profundamente realista por parte del grupo criollo cuya ideología expresaba Bolívar. Una de las notas dominantes del texto la constituye la noción de "pueblo" y la relación que se establece entre ella y la de "nación". Se mantiene en el Libertador de alguna manera el ideal de "nación" que habíamos visto en José íMejía Lequerica, que si bien aparece reducida ahora al mundo americano, mantiene el ideal de universalidad de la comunidad hispánica: "Yo deseo — decía — más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo. . .". "Es una idea grandiosa — repetía más adelante — pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo". 22 . Mas, ahora lo que impide tal ideal, no es el despotismo español, sino el temido despotismo de una nueva entidad de la cual comienzan a tomar conciencia los ilustrados: los pueblos. Antes lo que impedía la realización del ideal de "nación" era otra "nación", ahora lo que lo impide es simplemente el "pueblo". Antes eran los españoles europeos los que imposibilitaban una autoafirmación de los españoles americanos, ahora lo que se les pone en frente son todos esos otros americanos, que no pueden sin duda ser designados como "españoles". El ingreso de la categoría de "pueblo", dentro del saber social de la época, obligaba nada menos que a plantearse el problema de las relaciones de clase en el interior mismo de las nuevas sociedades. La solución llevará en el plano político y jurídico a proyectar esa otra entidad que habría de superar dialécticamente el enfrentamiento "nación — pueblo", el estado. Y de es-

22 Simón Bolívar, op. cit., P. 76 y 82.

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te modo, aparece históricamente el estado constituido antes que la "na-ción" misma y su misión deberá ser la de ayudar "paternalmente" a los "pueblos" a aceptar su ingreso en un nuevo orden, que en el fondo es el mismo que ya habían establecido entre las clases sociales los antiguos amos, los "españoles europeos".

La terminología que Bolívar utiliza cada vez que habla del "pueblo" señalando con tal término todos los estamentos y clases que no constituyen el grupo criollo, es negativa. Se trata de un "pueblo" que fue uncido "al yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio" y que por eso mismo carece de saber, de poder y de virtud. Insiste en hablar de "pueblo ignorante", "pueblo pervertido" integrado por "débiles conciudadanos". Pueblo constituido por una "sociedad heterogénea" en estado permanente de "alteración"; habla con temor de las "olas populares" que deberá contener el gobierno y de las "invasiones que el pueblo intenta" en contra de la autoridad de sus magistrados; que es necesario "contener el ímpetu del Pueblo hacia la licencia". Pueblo, en fin que "no es el Europeo ni el Americano del Norte, sino más bien un compuesto de África y América. . .". 23

No aparece en Bolívar la idea de que esas "olas populares" y esas "invaciones que el pueblo intenta" puedan ser fruto de demandas sociales justificables. Si ese pueblo actúa de esa manera se debe a que el despotismo español no fue capaz de crear en él las virtudes necesarias.

Esta posición axiológica negativa respecto del pueblo como sujeto originario de derechos, entendiendo por "pueblo", en este caso, no los grupos ilustrados, sino las masas campesinas, se relaciona estre-chamente con la comprensión típica que la Ilustración puso en juego respecto del derecho natural que tiene sus orígenes, como vimos páginas atrás, en el empirismo inglés, y sirvió claramente, sobre todo después de la Revolución Francesa, para la organización de un discurso político opresor, así como antes de ese mismo hecho histórico había servido para otros fines.

El problema era intuido sin duda como social, pero explicado como fenómeno moral y psicológico. Debido a eso se entenderá que son los pueblos los que arrastran tras sí la tiranía, pues es en ellos

23 Ibidem, p. 97-98; 103; 104; 113.

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donde no se dan las virtudes ciudadanas, que sí por el contrario adornan a los grupos ilustrados. Como consecuencia de esta posición la Ilustración hispanoamericana regresará a la afirmación de valores sobre los cuales se había organizado la estructura social durante la Colonia, rees-tableciendo en muchos casos duramente la oposición entre la "gente decente" y la "plebe", oposición que hacía aun más irreconciliables las categorías de "nación" y de "pueblo".

Del mismo modo, se regresa a una explicación y justifica-ción de la "desigualdad" social de carácter "natural", y no histórica, tal como Mejía Lequerica y el mismo Bolívar habían interpretado ese mismo hecho cuando se plantearon el problema de las relaciones entre España y América. Regreso que llevó a una contradicción pues si por un lado el "carácter" y el "temperamento" de los pueblos resultaba des-historizado, se afirmaba al mismo tiempo la necesidad de una educación que generalizara la "moral y las luces".

Con el desarrollo del pensamiento social de esta última etapa de la Ilustración hispanoamericana, quedaron de hecho planteados una serie de principios que orientarían aquel saber en los términos de una "psicología de los pueblos" como la única "sociología" posible, dado que los fenómenos sociales eran fundamentalmente psicológico — morales. Se trataba de un problema de "mentalidad" y por tanto la única manera de alcanzar la constitución de la "nación" dependía de un programa pedagógico. "La educación popular —decía Bolívar— debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del Congreso. Moral y luces son los polos de una República, moral y luces son nuestras primeras necesidades". Con lo que el Libertador anticipó otro aspecto que habrá de perdurar a lo largo del siglo XIX, la llamada "emancipación mental", pues si todos nuestros defectos venían de nuestro carácter, tal como nos lo había impreso el despotismo español, se imponía una "segunda inde-pendencia", no ya la de las armas, sino la de la educación. Con palabras que reaparecerán en los románticos más tarde, Bolívar nos dice que "Nuestras manos ya están libres, y todavía nuestros corazones padecen de las dolencias de la servidumbre". 24

Con la Ilustración se abrió el largo proceso de lo que po-dríamos llamar la "revolución liberal", en la que el problema de la sobe-

24 ¡bidem, p. 105 y 116

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ranía sobre el que se habría de fundar la nación, se tendió, de modo constante, a considerarlo como un problema político, aun cuando la na-turaleza social del mismo golpeara constantemente y obligara a desa-rrollar como hemos dicho una amplia doctrina acerca de la noción misma de "pueblo". Y por lo mismo que la profundización de los conceptos sólo quedaba a nivel de una comprensión política y psicológica del problema, se hacía posible reforzar el papel del "estado" en cuyas manos debía quedar para más adelante la tarea de alcanzar una "nacionalidad" integrada, siempre por cierto dentro de los intereses del primitivo grupo criollo dominante.

Mas, al lado de esta "revolución liberal" se generó otra en la que sí se avanzó hacia una profundización social de la comprensión de los problemas que aquejaban a las sociedades hispanoamericanas. Era precisamente la revolución que los ilustrados señalaron siempre con temor y declararon constantemente como anarquía, y cuya ideología poco tuvo que ver muchas veces con la Ilustración misma. Allí también es posible señalar la presencia de un pensamiento social, mucho más difuso y desdibujado para nosotros, en cuanto que los gestores de lo que podríamos llamar propiamente "revolución popular" se movieron en los estratos más bajos de la sociedad de la época. La ideología de estos movimientos, sobre todo cuando sus caudillos surgieron del bajo clero, se organizó sobre un regreso a la religión, entendida como "religión de los pobres". El caso más ilustrativo es, sin duda, el de los curas Hidalgo y Morelos en México, que se hicieron eco de las demandas sociales del campesinado, no sólo en contra del poder español, sino también en contra de los hacendados criollos. De ahí el significado revolucionario que el mismo Bolívar atribuía al estandarte de la Virgen de Guadalupe. La lucha que llevaron a cabo era pues contra dos frentes y sus planteos no se redujeron al nivel político, en el que los ilustrados trataron de mantenerlo, sino que avanzaron a una clara comprensión social de la lucha. Y así fue interpretado por los criollos. Lucas Ala-mán decía justamente hablando de la Revolución de 1810 en México que "No fue una guerra de nación a nación. . . fue sí un levantamiento del proletariado contra la propiedad y la civilización. 2S

Esta "revolución popular", que implicó otro enfoque den-

25 Abelardo Villegas, La filosofía en la historia política de México, México,Ed. Pórmaca, 1966, p. 82.

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46 ESTUDIO INTRODUCTORIO tro de nuestra historia del pensamiento social, revolución descoyuntada y sin salida posible dadas las condiciones históricas que impuso el de-sarrollo del capitalismo, puede ser rastreada en todo el continente. A ese espíritu que animó a muchos de los miembros del bajo clero, responde, por ejemplo, la defensa de los curas de Rio bamba que llevara a cabo Eugenio Espejo a fines de siglo XVIII. **

Los levantamientos campesinos.verdaderos motores de aquella "revolución" durante todo el siglo XVIII y XIX,fueron más de una vez espontáneos y sus caudillos surgieron de ellos mismos, sin que tuvieran ilustración alguna Manifestaciones tumultuarias muchas veces,que quedaron en sangrientas explosiones sociales sin llegar a ser propiamente un movimiento "revolucionario" y movidos por reclamos inmediatos sin ningún proyecto social organizado y de cuyos jefes sólo se sabe su nombre dado a conocer con motivo de su ajusticiamiento en el patíbulo. Esta "revolución popular", latente y difusa, condicionó a lo largo de todo el siglo XIX el pensamiento social de los grupos criollos dominantes. Impuso a los ilustrados la temática del "pueblo" y fue una de las causas de la quiebra misma del pensamiento de la Ilustración; intentó ser asumida en otros casos por dictaduras tradicionalistas que trataron de dar fin a las guerras civiles, tal el caso en el Río de la Plata, de un Juan Manuel de Rosas. Del mismo modo, la "revolución liberal" iniciada por los ilustrados en el momento en que fue retomada por los románticos, trató de ser reasumida por éstos a su modo, como ha sido el caso del al-farismo ecuatoriano y, dentro de otro contexto, el de la Revolución Mexicana de 1910. Generó entre otras doctrinas sociales, el "indigenis-mo" y el "agrarismo", el primero de los cuales tiene sus orígenes muy claros en el Ecuador en las ideas de Eugenio Espejo y acabaría siendo una de las banderas de lucha más eficaces del liberalismo a fines de siglo XIX. Los populismos contemporáneos, dentro de marcos sociales muy diferentes, también pueden ser considerados a la luz de este proceso. 27

26 Cti. Carlos Paladines, op. cit., p. 226 y sgs. y Samuel Guerra Bravo, íbidem, p. 282y sgs. 27 Cfi. Segundo Moreno Yánez, Sublevaciones indígenas en la Audiencia de Quito. Bonn, Ed.

Herausgeber, 1976, 454 p. T. Powell, El liberalismo y el campesinado en el centro de México (1850—1876). México, Secretaría de Educación Pública, 1977, 191 p. Hugo Blanco, Tierra o muerte. Las luchas campesinas en el Perú. México, Ed. Siglo XXI, 1972,184 p. Pablo González Casanova, Imperialismo y liberación en América Latina. México, Ed. Siglo XXI, 1978, 297 P.

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IV. EL PENSAMIENTO JURÍDICO — SOCIAL EN LA UNIVERSIDAD DE QUITO DURANTE LA ÉPOCA REPUBLICANA

n el capítulo segundo de esta introducción hemos anticipado algunos aspectos del desarrollo del pensamiento jurídico-social en la universidad ecuatoriana. Trataremos ahora más ceñidamente de considerar ese proceso de acuerdo con los documentos con que contamos relativos a la Universidad de

Quito, conscientes de que una historia completa de los hechos que han jalonado el desenvolvimiento del pensamiento jurídico-social institucionalizado debería tener en cuenta un marco mucho más amplio, en particular en relación con otras universidades de mucha significación en la vida intelectual ecuatoriana, tales como la de Guayaquil y Cuenca.

La "universidad republicana" fue heredera de la antigua "universidad colonial" de la que se fue desprendiendo paulatinamente y su nacimiento no dependió tan sólo de los decretos iniciales que le dieron vida jurídica como institución nueva dentro de un estado nuevo, sino también de un largo proceso dentro del cual perduraron por muchos años prácticas educativas y criterios científicos que venían de la primitiva universidad organizada durante la colonia española. Dentro de esa accidentada historia, condicionada en forma permanente por los vaivenes de una política agitada, es posible señalar algunos momentos importantes que influyeron decisivamente en la constitución de la "universidad republicana", uno de ellos, el inicial abierto por el mismo Bolívar, otro que abarca la segunda mitad del siglo XIX y un tercero que comienza en las postrimerías de aquel siglo y se desarrolla durante las dos primeras décadas del presente.

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Conforme todo lo que hemos afirmado en páginas anteriores, vamos a centrarnos además en la historia de la enseñanza del derecho y, por tanto, de la Facultad de Jurisprudencia, que es donde habrá de aparecer, como ya se ha anticipado, la sociología como saber autónomo dentro de los planes de estudio.

El Congreso de Cundinamarca, en la época de la Gran Colombia, dispuso en 1826 la creación de "universidades centrales" en Caracas, Bogotá y Quito y estableció las "cátedras" que en ellas habrían de organizarse. Dentro de los estudios de derecho incluía unos "Principios de Legislación Universal". En el decreto reglamentario que dictó Bolívar y que tenía tomo objeto "adaptar mejor aquella disposición al clima, usos y costumbres" de cada uno de los "Departamentos", a saber Cundinamarca, Venezuela y Ecuador, aquella cátedra fue denominada de "Etica y derecho natural" y al mismo tiempo se disponía quej su enseñanza se hiciera siguiendo a Jeremías Bentham del mismo modo| que se señalaba como autores para la cátedra de filosofía a Destutt de Tracy y Condillac. •

Muy poco tiempo después, a principios de 1828, el mismo Bolívar resolvió prohibir la enseñanza del derecho sobre la base de los textos del autor inglés "manifestando no ser conveniente que los tratados de legislación civil y penal escritos por Jeremías Bentham sirvan para la enseñanza de los principios de legislación universal". Por su parte el secretario del Libertador, en circular del 28 de diciembre de aquel mismo año amplió las razones, haciendo saber que "S. E. meditando fi-losóficamente el plan de estudios, ha creído hallar el origen del mal en las Ciencias Políticas que se han enseñado a los estudiantes al principio de su carrera de facultad mayor, cuando todavía no tienen el juicio bastante para hacer a los principios las modificaciones que exigen las cir-cunstancias peculiares de la Nación. El mal ha crecido sobremanera por los autores que se escogían para el principio de los estudios de Legisla-ción, por Bentham y otros, que, al lado de máximas luminosas, contienen muchas opuestas a la religión, a la moral y a la tranquilidad de los pueblos, de los que hemos recibido primicias dolorosas. Añádase a esto, cuando incautamente se daba a los jóvenes un tósigo moral de aquellos autores, el que destruía su religión y moral, de ningún modo se les ense-ñaba los verdaderos principios de la una y de la otra, para que pudiesen resistir a los ataques de las máximas impías e irreligiosas que leían a cada paso". 2a

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Tanto el favor como el disfavor de que gozó Bentham, se relaciona estrechamente con aquel cambio producido dentro de'la com-prensión del derecho natural por parte de los ilustrados de la última época que condujo a rechazar el deductivismo jurídico y paralelamente a organizar un derecho natural que partiera de la "legislación". De ahí que el Congreso de Cundinamarca denominara a aquel saber "Principios de Legislación Universal", que Bolívar cambió luego por "Etica y Derecho natural", sin que ello signifique contradicción, pues la moral que se había de enseñar junto con el derecho, era asimismo una forma de saber empírico, como queda confirmado por la bibliografía ordenada: Bentham, Destutt de Tracy y Condillac. Estos autores ofrecían garantías en contra de principios políticosque el mismo Bolívar había aceptado antes bajo la influencia del derecho natural derivado principalmente de Rousseau, y a través de él, de Grocio que había llevado a las peligrosas doctrinas de la soberanía popular, que ahora aparecían al despuntar las Guerras Civiles como ideas subversivas y perniciosas. "Rousseau nutrió las ideas de Nariño, Miranda y Bolívar — dice Tobar Donoso — en el lado norte de la América del Sur, del mismo modo que en los pueblos australes, Camilo Henríquez, Mariano Moreno y otros se inspiraron en las doctrinas del filósofo ginebrino" 29

Para contrarrestar la doctrina del "estado de naturaleza", relacionado con una visión positiva del hombre que no excluía ni siquiera al salvaje, sino que antes bien lo ponía como hombre en estado de pureza originaria, como asimismo la doctrina deductivista de los derechos naturales, nada mejor que apoyarse en la línea empirista de la Ilustración, de origen inglés y sobre todo en el filósofo británico que en ese momento se presentaba con todo el prestigio del nuevo imperio naciente.

Mas, bien pronto se pusieron al descubierto los peligros que el empirismo sensualista y utilitarista acarreaba en cuanto que venía a debilitar la moral religiosa, única sobre la cual podía mantenerse de modo eficaz la tranquilidad pública y contener a las "multitudes". El rechazo de Bentham por parte de Bolívar significaba el reconocimiento del poder ideológico de la Iglesia Católica, como a su vez la debilidad e

28 Gemíanla Moncayo de Monge, La Universidad de Quito. Su trayectoria en tres siglos. Quito, Imprenta de la Universidad, 1944, p. 120—124.

29 Julio Tobaz Donoso, García Moreno y la instrucción pública. Quito, Imprenta de la Universidad Central, 1923, p. 182.

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inoportunidad de una moral sin arraigo en las masas populares. Súmese a esto el constante temor por la aparición de un personaje político, el "demagogo", al que se le acusaría constantemente de ser el causante de la "anarquía", quien justamente había de encontrar en autores como Bentham y otros, razones para justificar su papel de disidente político.

No es de extrañar por lo dicho que el General Santander, uno de los que se inclinó por la "demagogia", no sólo propuso insistentemente la difu-sión de las obras de Bentham, sino que "tenía sobre su escritorio de ma-gistrado, como oráculo, las obras del utilitarista inglés". 30

Sucre, consustanciado con la posición política de Bolívar y refiriéndose a las nuevas doctrinas, que antes habían sido utilizadas para justificar frente al dominio español la universalidad de los derechos, de-cía que "Los hombres, cansados de tantas calamidades, disputan ya poco sobre esa exagerada libertad política; y en vez de principios impracti-cables quieren un gobierno constitucional que les dé garantías positivas y que los saque de ese laberinto de garantías escritas, en que, sin embargo, no gozan en la práctica ni siquiera de los derechos de propiedad y seguridad. La demagogia está aborrecida por todos los colombianos que pueden formar opinión nacional". 31

El proceso, desde el punto de vista de lo que significaba respecto del derecho y teniendo en cuenta tanto las posiciones políticas que surgen de estos documentos, como asimismo la comprensión de la situación social, es bien claro. De un derecho natural que poseyó en su momento un sentido subversivo que se consideró legítimo y de acuerdo con el cual la legislación debía ser deducida de una naturaleza humana universal, se pasó en un segundo momento a un derecho que había de ser inducido desde la misma legislación, pero en oposición todavía con las tradiciones jurídicas sobre las que venían afirmados los sagrados dere-chos de "propiedad" y "seguridad" y se concluyó dentro de esta última fórmula del derecho natural, en un inductivismo que debía regresar a las seguras formas de la legislación heredada, modificadas si bien no en lo substancia!? Bentham sirvió para rechazar los extravíos de Rousseau,

30 J. Tobar Donoso, op. cit. p. 185 31 Ibidem, p. 188. Cfr. Jorge VUlalba, "El distrito Sur de Colombia durante la presidencia de

Bolívar y Prefectura del Gral. Juan José Flores", en Correspondencia del Libertador con el Oral Juan Jote Flores. Quito, Ed. Pontificia Universidad Católica del Ecuador y Banco Central del Ecuador, 1977, p. 142.

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y a su vez, la tradición religiosa, sirvió para repudiar y rechazar a Ben-tham. De esta manera, la respuesta conservadora al problema del derecho natural consistió en reemplazarlo, con un sentido práctico, por cursos de legislación, dentro de los cuales el rechazo de Bentham constituía un momento indispensable. No resulta extraño pues que en el enfrenta-miento de opiniones y de posiciones políticas, al concluir las Guerras de Independencia, se llegara a hablar de los partidarios de las ideas conser-vadoras de Bolívar, señalándolos con el epítero de "godos". 32 El sentido que acabó dándosele al derecho natural por parte de Bolívar y Sucre, significaba de alguna manera un regreso a la posición adoptada dentro del pensamiento jurídico del último gobierno borbónico.

Ciertamente que la difusión y lectura de Bentham no quedó frenada y sabida es la importancia que tiene en el desarrollo de la fi losofía política, como así del pensamiento social en Colombia, en donde su lectura fue texto obligado hasta 1870. 33 Otro tanto ha de decirse de los desarrollos del benthamismo como doctrina subversiva, opuesta al declarado vuelco ideológico que mostraban los libertadores entre ellos Bolívar en persona, que tuvieron lugar en el Ecuador. "Pedro Moncayo — dice Benítez Vinueza — quien vivió los días heroicos en que se estaba forjando el sentimiento nacional y el espíritu libre bajo el pretorianismo imperante, cuenta que los jóvenes que estudiaban derecho público aprendían las teorías de Royer — Collard y comentaban la soberanía de la razón. Y fue esa juventud estudiosa y renovadora la que acudió a adoctrinarse en la ermita laica de un singular filósofo inglés que había venido con recomendación de su maestro Jeremías Bentham para Bolívar y que, desilusionado por la dictadura bolivariana, abandonó su grado militar y vivía en una cabana retirada en el suburbio quiteño. Se llamaba el asceta laico Francisco Hall. Y allí acudían Pedro Moncayo, Murgueitio y otros jóvenes. Hablaban de la libertad. Estudiaban los filósofos políticos ingleses, especialmente el utilitarismo de Bentham y las cartas de Junius. . . Frente al pretorianismo, había que enseñar la democracia. Frente a la alianza del militar, el fraile y el latifundista, había que defender el espíritu de la libertad. Y así nació El Quiteño Libre, periódico del grupo. . .". 34

32 Jorge Vfflalba, op. ctt., p. 132—133. 33 Jaime Jaramillo Uribe, £1 pensamiento colombiano del siglo XIX. Ed Themls 1984 p. 149-167. 34 Leopoldo Benítez Vinueza, Ecuador: drama y paradoja. México, Fondo de-Cultura Económica,

1960, p. 198

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El período que va desde la etapa inicial de la "universidad republicana", hasta García Moreno se encuentra signado por la lucha constante por dar a los estudios jurídicos la función social que de ellos esperaban los sectores de poder político y económico, constantemente movidos por la necesidad de justificar su situación de dominio y privile-gio y a la vez impulsados en su intento de dar al Ecuador un "derecho patrio" acorde con los ideales de constitución de la nacionalidad naciente. La situación conflictiva de límites, en particular con el Perú, llevó a separar del antiguo derecho de gentes lo que tenía de derecho interna-cional y a crear esta enseñanza, independientemente de aquél. Esta fue obra de Vicente Rocafuerte, con lo que el derecho de gentes quedó li-mitado a su sentido primitivo como la contraparte necesaria del derecho natural. Esto explica la presencia casi permanente hasta muy entrado el siglo de este último derecho y el de gentes, ya sea enseñados como tales o reasumidos en una cátedra de legislación general, por un lado, y de de-recho internacional por el otro.

Durante el gobierno del Gral. José María Urbina y bajo el impulso de un liberalismo que anticipa el radicalismo de los liberales de fines de siglo, se dicta en 1853 la "Ley de libertad de estudios" que de-sestatizó la enseñanza secundaria y superior, dejando a cargo del estado tan sólo la educación primaria. De acuerdo con lo que el mismo Urbina declaró, los niveles superiores debían quedar liberados y entregados a la "libre empresa" y los fondos debían pasar a reforzar los esfuerzos gu-bernativos de mejoramiento de las escuelas primarias. Unos años antes, en 1851, el mismo Urbina había decretado la liberación de los esclavos y unos años después, en 1857, por influencia suya se abolió la tributación indígena. Todas estas medidas ciertamente revolucionarias implicaban una decidida opción en favor de un cambio que afectaba de modo directo las relaciones de producción y anticipaban la generalización del sistema de salario dentro del esquema de la "libre competencia" entendida como la base de todo progreso. Estos principios condujeron no sólo a la privatización de la enseñanza secundaria y universitaria, sino también a modificar los sistemas mismos de estudio. Un criterio congruente de "oferta y demanda" debía llevar a no hacer obligatoria la asistencia del alumno a clase e incluso permitirle organizar a su modo el pensum en relación con sus intereses profesionales futuros. No cabe duda que estas medidas, llevaron a un desquiciamiento de la universidad. La reacción contra la política educativa del ubinismo es tan interesante como hecho social, como la posición misma de su promotor. Muestra hasta qué punto, en el caso de los estudios de derecho, la universi-

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ESTUDIO INTRODUCTORIO 53 dad republicana era entendida por los grupos de poder como un baluarte que debía ser celosamente controlado. Las críticas al sistema'impues-to por Urbina si bien aparecen fundamentalmente como pedagógicas y hacen referencia muy fuertemente a la incapacidad de los jóvenes para decidir respecto de sus estudios, son en el fondo ideológicas y responden por completo a ese tipo de educación que en nuestros días Paulo Freyre ha denominado "educación bancaria". Las ideas educativas del urbinismo reaparecerán muchos años más tarde con motivo del movimiento de la Reforma Universitaria de 1918, la que si bien respondió ]a un contexto muy distinto, estuvo asimismo dirigida a romper con una enseñanza verticalista y con una estructura social de igual signo. 35

Las medidas de Urbina dejaron en el terreno de la enseñanza del derecho las puertas abiertas para regresar al utilitarismo bentha-miano o a cualquiera de las formulaciones del derecho natural derivadas del liberalismo romántico de la época. La respuesta de García Moreno no fue la de restablecer la Universidad Central, que de hecho había quedado descoyuntada, sino de confirmar su disolución, si bien restableciendo las cátedras de enseñanza superior que habrían de funcionar en colegios de segunda enseñanza. En el decreto de 1869 se autorizaba "a los Colegios de la República para que puedan establecer cátedras de enseñanza superior y conferir los grados académicos correspondientes". Se volvía pues, si bien dentro de un contexto negativo respecto de la jerarquía de la enseñanza del derecho y del saber social que se impartía con él, a una enseñanza controlada por el estado. De todos modos, la Facultad de Jurisprudencia, seguía subsistiendo como entidad académica, aun cuando su enseñanza estuviera descentralizada como se comprueba por los libros de actas de exámenes. 36

La cátedra de "Derecho natural y su aplicación a la Legis-lación general", que era designada simplemente con el nombre de "Le-gislación", fue puesta a cargo de un jesuíta italiano el P. Enrique Teren-ziani, quien introdujo y propagó la obra de Luis Taparelli, autor que en 1840 había publicado en Italia su Ensayo teórico del derecho natural

35 José María Urvina, Mensaje que el Presidente de la República del Ecuador dirige a las HH. Cámaras Legislativas de 1854. Quito, Imprenta de Gobierno, 1854, 7 p.. Julio Tobar Do-noto, El General José María Urvina. Ensayo biográfico (Edición especial del artículo publicado en el número 12 del "Boletín de la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Americano»"). Quito, Tipografía y Encuademación Saledanas, 1920, 29 p. y del mismo autor. García Moreno y la inrtrueción pública, «A. «iV, «.«^.l.

36 Cb. "Libro de exámenes de la Facultad de Jurisprudencia de los anos 1»68—1»»2", en Atichivo de la Universidad Central, Quito.

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apoyado en los hechos cuya traducción española fue hecha por Juan Manuel Ortí y Lara, uno de los renovadores del tomismo en la España de la segunda mitad del siglo XIX. La presencia de la obra de Taparelli, ya fuera comentada directamente o reelaborada, como lo hizo el sacerdote chileno Rafael Fernández Concha, se prolongó en los estudios de derecho oor muchos años y constituyó la base de una tradición jurídica que en el Ecuador desde un racionalismo ético-religioso concluyó en un organicismo socio-religioso. 37

Como se ve por el título del Ensayo de Taparelli el derecho natural no era entendido como algo que había de ser objeto de una pura deducción, sino que había de tener en cuenta los hechos. La obra del jesuíta italiano responde aun cuando escrita en plena época romántica y desde un punto de vista católico, al inductivismo impuesto por la Ilus-tración en su última etapa. Fue rasgo común al racionalismo ético-ju-rídico tanto en su versión neo-tomista como en la que intentaron los krausistas, la de encontrar una fórmula que les permitiera sin renunciar al método deductivo un recurso a formas de inducción. En el terreno de la filosofía el eclecticismo mostró una tendencia semejante. De esta manera, la legislación, que constituía el corpus del derecho de gentes, entendiendo a éste como derecho positivo, podía ser invocado en bene-ficio de un deductivismo que de otro modo hubiera'quedado al arbitrio de los excesos de una razón que se denunciaba como "delirante". Mas, en el caso del pensamiento jurídico neo-tomista y en contra del inductivismo benthamiano, se ampliará el corpus del derecho positivo, en cuanto que no sólo la Ley natural tiene su expresión en las formas vigentes de legislación, sino también la posee la Ley divina cuyo derecho positivo se encuentra expresado en los Libros Sagrados y entre una forma de positividad y la otra ha de regir la más perfecta armonía. Como consecuencia de esto, el derecho natural no comenzó con Grocio y sus desarrollos más importantes se encuentran para esta línea de pensamiento expresada en el Ángel de las Escuelas, quien como sabemos elaboró

37 Luis Taparelli, Ensayo teórico de derecho natural apoyado en ¡os hechos. Traducción de Juan Manuel Ortí y Lara. Madrid, Imprenta del Tejado, 1868, 4 vola. Del mismo autor: Cuno elemental de derecho natural para uso de Tas escuela. Traducción de la sexta edición, enriquecida por el autor con nuevas notas, por G. T^/odo. Madrid, Ed. Católica Internacional, 1871, 406 p. La segunda edición de este Cuno elemental fue hecha en Madrid, en la Nueva Librería de San José, 1887, 386 p. Rafael Fernandez Concha, Filosofía del derecho o derecho natural dispuesto para servir de introducción a las ciencias legales. Barcelona, segunda edición. Tipografía Católica, 1887—1888, 2 tomos. Sobre este último autor y su polémica con el krausismo, cfr. nuestro libro Los Krausistas argentinos, ed. cit., p. 73 y sgf.

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una doctrina jurídica que era congruente con el feudalismo de su época, del mismo modo que podemos suponer que todo este racionalismo ético-religioso fue congruente con las formas sociales ecuatorianas de la época a las que el liberalismo de fin de siglo acusará muy fuertemente de feudales. Dentro de estos marcos se desarrolló en parte, sobre todo en los momentos de influencia del garcianismo, el pensamiento social implícito en las doctrinas jurídicas.

Terenziani hizo conocer además las doctrinas de Le Play quien como sabemos había centrado toda su comprensión de la realidad social sobre la base de dos instituciones, la Iglesia y la familia, en defensa de una estructura tradicional de la sociedad, acentuando la función de la autoridad paternal y del nacionalismo. La sociología de Le Play se caracterizaba además por la reducción de los problemas sociales a cuestiones de psicología y moral en relación con una doctrina del medio ambiente. En función de estas influencias y otras, Tobar Donoso afirma que Terenziani merece "el justo renombre de Precursor de las ideas sociales modernas entre nosotros". 38

En la línea del pensamiento social y jurídico del P. Teren-ziani, publicará años más tarde, en 1892, el jesuíta ecuatoriano Manuel José Proaño su Curso de Filosofía escolástica cuyo volumen tercero está dedicado a "Etica y Derecho natural" y que fue declarado "texto obligatorio en todos los colegios de la República". 39 El derecho natural desarrollado por los jesuítas entroncará más adelante con un orga-nicismo que habrá de acentuar la necesidad de un punto de partida "en los hechos" a la vez que de un espíritu meramente constativo de lo social. Uno de los más señalados exponentes de esta posición, que aclara el sentido del modo cómo los hechos sociales eran analizados para lle-ear desde ellos hasta los principios naturales y luego los sobrenaturales, es sin duda Jacinto Jijón y Caamaño. "La teoría rousseauniana —dice, regresando a una vieja polémica que venía desde Bolívar, entre otros — evangelio y piedra fundamental del liberalismo, es la justificación de las peores tiranías, es carta de esclavitud vilipendio de la personalidad, llamada a ser absorbida por la voluntad popular, erigida en rango de divini-

38 JuBo Tobar Donoso, García Moreno y la instrucción pública, ed. cit., P. 204. En esta obra se transcriben texto de los programas de "Legislación" del P. Terenziani, correspondientes a los años 1871—1875, Ctr. p. 198—204.

39 José Manuel Proaño, Cuno de filosofía escolástico. Madrid, Imprenta de la Sociedad Editora de San Francisco de Sales, 1892, 3 volúmenes.

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dad. ¡Cuan lejos está tal quimera de la verdad, felizmente!" La socie dad, y en esto consistía para él el dato empírico, no es conglomerado de individuos sino organismo vivo, regido por normas provenientes de la naturaleza de las cosas, y destinado a facilitar el perfeccionamiento y la subsistencia de la especie.

"Por encima de la ley positiva — sigue diciendo — está la ley natural. . . Lo que depende de la esencia de las cosas no puede ser modificado por la voluntad humana.. . Toda ley que conculque un de-recho natural, tendrá sólo el nombre de tal, será disposición tiránica. . . Entre estas leyes del organismo social hay unas accidentales, que pro-vienen de su constitución individual, otras dependen de su esencia, esto es de las normas divinas de la creación, y son eternas.. .". Dentro de este organicismo socio-religioso, los fenómenos sociales únicamente son objeto de observación, nunca de "experimentación". El punto de partida del derecho, está en los "hechos", tal como afirmaba ya Taparelli, y ellos no son pasibles de modificaciones ni de cambios. Nada de transformar una realidad social que es perfectible, sin que sea necesario tocar su estructura fundamental. "Es pues, — dice el mismo Jijón y Caama-ño— la sociedad un organismo; luego las normas políticas, las instituciones, las leyes y reglamentos deben responder a su constitución, no ser impuestos arbitrariamente, ni mero ornato, ni ensayos teóricos que obe-dezcan a un plan artificial, so pena de estorbar y quizás, de herir de muerte el funcionamiento del complejo ser. Lo vivo no resiste a las ma-nipulaciones curiosas de un experimentador; es como campo propio para la observación, pero no para la experiencia. . .". 40 Dentro de este mismo organicismo socio-religioso se habrá de desarrollar el pensamiento de Remigio Crespo Toral. 41

Durante el discutido gobierno de Ignacio Veintemilla, fue decano de la Facultad de Jurisprudencia, en 1878, el Dr. Elias Laso, quien había ingresado como profesor de la misma encargado de las cáte-dras de Derecho Penal y de Economía Política en la época de García Moreno. La presencia de Laso en la Facultad se prolongará a pesar de todos los vaivenes políticos, durante la etapa de restauración del garcia-nismo, con el gobierno de Caamaño y luego durante toda la etapa del

40 J. Jijón y Caamaño, Política conservadora. Riobamba, Tipografía y Encuademación "La Buena Prensa del Chjmborazo", 1929, Tomo I, p. 28—30 y 42—43.

41 Remico Crespo Toral, La armonía social. Cuenca, Publicaciones del Museo Municipal "Remigio Crespo Toral", 1947, 208 p.

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"Progresismo", hasta la Revolución Liberal de 1895. En 1884 fue rector de la Universidad Central y fue además uno de los ministros del pre-sidente Flores Jijón. Elias Laso llena por entero una extensa época y podría decirse que el saber social de entonces quedó expresado en sus numerosos cursos de "Legislación" y de "Economía Política", dentro de una posición ecléctica muy afín a los ideales políticos del Progresismo. Süá "Apuntes para las lecciones orales de Legislación" fueron publicadas con algunas suspensiones en los Anales de la Universidad Central, entre los años 1883 y 1895 y en la Revista Ecuatoriana, entre 1883 y 1894, y constituyen algo así como la suma del saber jurídico-sociaJ de la época anterior al liberalismo radical. 42 El programa de "Legislación" que dictó entre 1888 y 1889 Víctor Manuel Peñaherrera, que parece haber sustituido por algún tiempo a Elias Laso, no difiere sus-tancialmente de su enseñanza.4Í

Era sin duda Laso un ecléctico, que tenía además conciencia de los riesgos de su eclecticismo. "Las lecciones orales que vais a es-cuchar — decía en 1883 — han sido tomadas en gran parte de Tapare-lli, Grimke, Bentham, Rossi, Comte, Filangieri, Constant, Montesquieu, Lerminier, Bastiat, Carrera González, Baudrillart, Lefort, Garnier, Gui-zot, Thiers, Balmes, Pacheco, Stuart Mili, Ahrens, César Cantú y otros muchos escritores. . . Me arrimaré en todo esto a nuestra Santa Religión Católica Apostólica Romana. Estoy pronto a retractarme de cualquier error que involuntariamente cometa, pues mi ánimo es enseñar doctrinas puras y verdaderas". 44

Los "progresistas" fueron declaradamente eclécticos y los liberales, que en función de su "radicalismo" dieron por terminado el intento católico-liberal de aquellos, no escaparon ideológicamente a fórmulas eclécticas como es visible claramente en el máximo teorizador del alfarismo, José Peralta. Se trata, sin embargo, de otro desarrollo del eclecticismo, como veremos más adelante. En ei año 1895, poco antes de la Revolución Liberal, el último presidente "progresista", Luis Cordero, se defendía de las impugnaciones que le hacían los conservadores

42 Ctr. Revista Ecuatoriana. Quito, número Luí, 1893 hasta el número LXIV, 1894 y Anales de la Universidad Central, Quito, tomo 2,1883, hasta Nueva Serie, tomo XII, número 82, 1895.

43 Cfr. "Programas de las materias enseñadas en la Universdad Central del Ecuador, en el cuno escolar 1888—1889", en Anote* de ¡a Universidad Central Quito, Nueva Serie, tomo III, número 20, 1889, p. 266-270. 44 Anales de ia Universidad Central. Tomo II, 1883. p. 60.

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invocando justamente una posición política conciliadora, que induda-blemente no satisfacía ni a aquellos ni a los liberales radicales. Cordero les echaba en cara a los conservadores no comprender su "republicanis-mo" y que abusaban de su "eclecticismo inmaculado" atacándolo "con toda clase de armas pérfidas e ilícitas". En otras de sus declaraciones definía su gobierno como "tolerante, mixto, liberal-católico" y afirmaba que ello era fruto de "su propósito de gobernar la República eclécticamente". 4S

Este eclecticismo no tiene nada que ver con aquél en el cual concluyó la Ilustración y dentro del que se movía intelectualmente un Eugenio Espejo. Se trataba del eclecticismo romántico que respondió en su momento en Francia a los ideales de la burguesía de la época de Luis Felipe y cuyo ideólogo en la universidad francesa fue Víctor Cousin. Esta doctrina conciliadora predicaba la superación de todos los antagonismos sobre la base de un término medio y a la vez se apoyaba en un optimismo que quedó expresado en lo económico-social en el difundido libro de Claudio Federico Bastiat, Las armonías económicas, aparecido en 1850. Las escuelas "eclécticas" y las escuelas "armónicas" eran corrientes paralelas que se interfirieron mutuamente. El krau-sismo se autodenominó "racionalismo armónico" y tuvo claros contactos con el eclecticismo, por lo menos en sus orígenes. Dentro de la economía política y como una escuela más de las diversas que el romanticismo generó, se desarrolló juntamente el armonicismo de Bastiat movido por un optimismo que entraría necesariamente en crisis en Francia a partir de 1848 pero que tendría una larga vigencia en Hispanoamérica.

El libro del economista francés, cuyas tesis fueron rebatidas por Terenziani a pesar de que Bastiat se había declarado siempre pensador católico, había sido traducido por Camilo Ponce, jefe del parti-do conservador que dirigió el neo-garcianismo de la época posterior al "Progresismo". Este, "hombre familiarizado con las ciencias sociales", según nos dice González Páez, "presentó al público en 1858, en el Se-manario La Democracia, las Armonías Económicas de Bastiat, traducién-dolas del francés. . . Esa versión le valió nombradía y aplausos genera-les". El mismo González Páez nos cuenta páginas más adelante que García Moreno había hecho de Ponce, en su momento, uno de sus con-

45 M. A. González Páez, Memorias históricas. Génesis del liberalismo. Su triunfo y sus obras en el Ecuador. Quito, Editorial Ecuatoriana, 1934, p. 57, 83 y 118.

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fidentes íntimos de sus intentos de lograr "la regeneración social del Ecuador". 46

Ya hemos dicho que el "derecho natural", en función del inductivismo que obligaba a partir de la ley positiva para descubrir la ley natural, acabó convirtiéndose en cursos de legislación. A esto se redujo en más de un caso el llamado "derecho de gentes", entendido como el conjunto de leyes positivas mediante las cuales cada comunidad y muy particularmente cada nación había interpretado los principios naturales. Las diversas líneas de desarrollo que parten de ese presupuesto general y que dividían las opiniones y conjuntamente las posiciones políticas como así la comprensión de los fenómenos sociales, llevaban, una de ellas, a fundar la ley natural en la divina, en una especie de tras-cendentalismo jurídico-teológico y la otra, afirmaba un inmanentis-mo. Tanto en un caso como en el otro el inductivismo era entendido, por lo general, como un método de observación y no de "experimentación social", actitudes que estuvieron condicionadas siempre por una posición conservadora o contestataria, según los casos. Así, el liberalismo radical se aproximó a un inductivismo que pretendía partir de una transformación de la estructura social, dentro de los proyectos de una sociedad burguesa progresista. En verdad, un inductivismo jurídico con conciencia ciertamente transformadora aparecerá en el Ecuador recién con los primeros movimientos socialistas. Mas, estas últimas formas de inductivismo jurídico no partirán ya de la ley positiva, es decir, de lo ju-rídico mismo, sino del fundamento social de dicha ley positiva.

La reducción del Derecho natural a Legislación permitía además acentuar el valor coercitivo de la ley, motivo que explica por qué en los programas se pasaba de una definición de la naturaleza humana como sujeto de derechos, de inmediato a desarrollar una doctrina de los tres clásicos deberes del hombre, para con Dios, para con los demás y para consigo mismo. Este deberismo así desarrollado permitía el rechazo del utilitarismo benthamiano en cuanto introducía una comprensión menos individualista del derecho, sin salirse del típico individualismo liberal del que se intentaba alcanzar una fórmula moderada, en relación siempre con el rechazo de lo que se entendía como "demagogia" y "anarquía". Ese derecho reducido a una doctrina de los deberes explica que los programas de legislación dieran una parte tan importante al

46 Ibidem, p. 26 y 68.

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derecho penal y una escasa parte a algunos conceptos generales de dere-cho político, siempre encaminados a poner en guardia contra los peligros de la "soberanía del pueblo". El contenido social del programa de Legislación se hacía presente por algunas consideraciones sobre la nece-sidad de adecuar la ley a la índole y genio de los pueblos, y en fin, por conceptos de economía política, dentro de los cuales uno de los temas inevitables era el problema de la relación entre la propiedad y el trabajo.

El uso que dentro de estos cursos de Legislación se hacía de la religión era ostensiblemente ideológico. "La cuestión no es saber si sería mejor — decía Elias Laso en 1893 — que tal hombre y tal pueblo no tuviese religión, o que abusase de la que tiene, sino de saber si es menos mal el que se abuse alguna vez de la religión, o que no haya nin-guna entre ios hombres. . . Thiers, a pesar de su escepticismo ha dicho impulsado de su gran talento y sentido práctico, lo siguiente: 'Es nece-sario una creencia religiosa, un culto, en toda asociación humana!. . ." La Comuna de Paris de 1871 había llevado a la burguesía francesa, con Thiers como su máximo ideólogo del momento, a regresar a un volteria-nismo del cual participaba sin duda Laso, expresado en aquella célebre frase de que "si Dios no existe, es necesario inventarlo". Por otro lado para Laso, las desigualdades económicas quedaban superadas mediante la igualdad religiosa "que une al rico con el pobre", y que hace que "cada clase de la sociedad ayude a la otra y la proteja". 4?

La importancia de la Legislación sobre el mismo derecho natural, se relacionaba además con una teoría acerca de las "edades" de los pueblos. La ley positiva de la cual se partía inductivamente no podía ser, para el caso del Ecuador, el derecho consuetudinario, por lo mismo que se tenía en todo momento una valoración negativa de los estratos sociales inferiores de los cuales surgía aquél según la Escuela Histórica. "Los pueblos del mismo modo que los individuos, nacen, se desa-. rrollan y mueren; tienen infancia, virilidad y senectud. En todas estas épocas varían las costumbres, las inclinaciones, el carácter, las tendencias y hasta el modo de ser de las sociedades, pero la Legislación es la que más se resiente de estas diversas edades de los pueblos". Por detrás de este pre-organicismo lo que está en juego es la afirmación de que si bien hay "pueblos niños", como se dirá más adelante, hay sin embargo

47 Elias Laso, "Apuntes para las lecciones orales de Legislación". Revista Ecuatoriana. Quito, tomo V, número Lili, mayo de 1893, p. 188 y 191.

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en ellos, una clase social madura y además paternal, que está dispuesta a' que no se resienta precisamente la legislación. 48

El derecho natural inductivo que concluyó en la tesis sub-versiva de la "soberanía popular", tiene sus antecedentes para Laso en el epicureismo que llevó a la religión pagana "a las últimas consecuencias brutales y cenagosas"; este epicureismo "empapó la legislación del inmundo licor del materialismo, que ha llegado hasta nosotros, bajo el nombre de utilitarismo y va metamorfoseándose en socialismo, comu-nismo y nihilismo". Por donde las demandas sociales de las masas cam-pesinas y de todos aquellos que las movilizaban por espíritu de demago-gia y anarquía, resultaban ser una nueva forma de paganismo, sólo salva-ble mediante el regresa a la "verdadera moral fundada en una base tan ancha y sublime como es la caridad". De este modo la caridad venía a ser el justificativo permanente de la propiedad para el pensamiento jurí-dico-social de esta burguesía que acusaba de materialistas a todos los . que ponían en peligro sus intereses materiales. 49

Por lo demás, las leyes de la economía y juntamente con ellas las que ordenan la sociedad misma como productora y consumidora de bienes, son eternas e inmutables. Y ciertamente que esa sociedad, por más que se la teorice en abstracto, partía de la experiencia inmediata de la sociedad ecuatoriana de la época organizada sobre un sistema que mantenía claros restos de feudalismo, tal como será denunciado en esos mismos años por el ala radical de los liberales. Laso rechazará, conforme con su posición respecto de la economía política, las doctrinas de Federico Listz, que había pretendido, según nos dice, "circunscribir la ciencia suponiendo que cada nación debe adoptar leyes económicas dis-tintas" lo cual le resultaba directamente "un absurdo, por más que las circunstancias particulares de cada pueblo aconsejen moderar o aplicar de tal o cual modo los principios universales". Se oponía pues al nacio-nalismo que había llevado a Listz precisamente a defender en Europa un proteccionismo y a afirmar que cada nación debía llevar adelante la revolución industrial de modo independiente, la que recién consolidada de modo interno haría justificable y beneficioso el librecambio. Nada debía impedir la marcha armoniosa de las leyes en cuanto que "la armo-

48 Elias Laso, Ibidem, en Revista Ecuatoriana, tomo V, número LIV, junio de 1893, p. 236. 49 Elias Laso, "Influjo del Catolicismo en la legislación", en RevUta Ecuatoriana. Quito, .tomo V,

número LV, julio de 1893, p. 261

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nía de todos los seres es obra de Dios". En tal sentido Laso saldrá en defensa de las doctrinas de Bastiat, a quien había criticado Terenziani, por cuanto para aquél el armonismo del economista francés no podía ser tachado ni de individualista, ni tampoco de materialista. Laso veía en la obra de Bastiat una especie de reformulación económica del Evangelio. "La Economía Política nos da una idea sublime del Ser Supremo, demostrando que al hacer a la humanidad libre, no la ha abandonado, sin embargo al acaso, sino que ha establecido leyes naturales que mantienen el orden en ella, como la ley de la gravedad en el mundo físico... Tan cierto es que la Economía Política no está en pugna con la moral que, en casi todos los Libros Sagrados, se encuentra algo que manifiesta la relación de estas dos ciencias. ..". so

Como consecuencia de todo esto, si el derecho de propiedad es natural y además se encuentra justificado sobrenaturalmente, el fin de toda legislación habrá de ser la de promover antes que nada la seguridad. Propiedad y seguridad fueron, sin duda, las categorías jurídi-co-políticas sobre las que se organizó todo el pensamiento social de la época. "Si los agentes naturales son necesarios para la producción, y si el trabajo y el capital lo son igualmente, hay necesidad de asegurar la propiedad. . . He aquí la gran misión del legislador, y la primera y más positiva ventaja de la sociedad, la aseguración de la propiedad. . .". La otra misión del legislador es, en relación precisamente con la seguridad, la instrucción del trabajador, no sólo desde el punto de vista técnico, sino también desde el punto de vista moral. Un trabajador de "buenas costumbres" beneficia al amo, y resulta además más barato al estado "porque los gastos de vigilancia en cada empresa particular, los de policía y administración, de justicia en cada Estado, dependen mucho de las costumbres, y cuando éstas son buenas, pueden disminuirse aquéllas, y queda disponible una suma de riqueza o de trabajo mucho mayor para obras positivamente útiles". Por último, ese trabajador "educado", puede llegar a ser nada menos que "empresario" pues entre las virtudes que habrá de adquirir se encuentra la del ahorro. Afirmaciones todas éstas ciertamente asombrosas si se piensa en el sistema de endeudamiento a que estaba sometida, en la época de Laso, la población campesina mediante el sistema de "concertaje" que al parecer para estos teóricos entraba también dentro de las leyes naturales. La noción de "capital" acerca además las ideas sociales de Laso a una formulación más parecida al esclavismo que a la servidumbre medieval, pues el amo no sólo resulta í

50/bídem,p.303—307

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ser propietario de los instrumentos de producción sino también de los vestuarios y de los alimentos del trabajador. "La riqueza destinada a la producción, se llama capital: por consiguiente, puede haber riqueza que no sea capital; pero no puede haber capital que no sea riqueza. Un cuadro antiguo, un diamante, un vestuario lujoso destinado para recreo u ostentación de su dueño constituyen riqueza, pero no capital. Los vestuarios, los alimentos, los utensilios de los trabajadores son el capital empleado por el empresario para la producción de la riqueza. Hay, pues, en toda riqueza, en todo objeto capitales, aunque no sean dinero ni cosa preciosa". El poncho del indio y el puñado de maíz, su alimento de cada día, eran pues, y por qué no el indio mismo, capital para la producción y por tanto propiedad del "empresario". ;5J

Estas ideas las expresaba Laso al borde mismo de una época que concluía. Al año siguiente comenzaría una nueva etapa de la historia ecuatoriana que acabaría con los últimos restos de neo-garcianismo y de progresismo en la universidad y marcaría nuevos rumbos al saber social dentro de los estudios jurídicos.

En el mismo año de 1895 desapareció definitivamente de los planes de estudio de la Facultad de Jurisprudencia el tradicional Derecho canónico, como también la Legislación general que quedó diluida en una serie de derechos positivos. La época que se abrió a partir de entonces podría caracterizarse como regida por dos tendencias muchas veces excluyentes: la de avanzar hacia una enseñanza de derechos especiales, con sus códigos respectivos, rechazando una teoría general y la necesidad de un regreso a una teoría de este tipo impuesta por la diver-isificación misma de los estudios. Como consecuencia de esto último en 1903 reaparece un "Derecho natural aplicado a la legislación civil" cuyo profesor según los libros de actas de exámenes, habría sido Emilio Teran.

Entre los años de 1909 y 1912 se vuelve a la primera de las tendencias señaladas, pues si bien hay un regreso a la antigua Legisla-

51 Elias Laso, "Elementos de la producción". Revista Ecuatoriana. Quito, número LVII, setiembre de 1893, p. 347; "Del trabajo", Ibidem, Tomo V, número LX, diciembre de 1893, p. 495; y "Del capital", ibjdem, tomo VI, número LXI, enero de 1894 p. 5.

62 Ctr. "Actas de los exámenes de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central. Año escolar de 1902 a 1903", folio 41. Uno de los textos de la época tal vez utilizados, fue la obra de Rafael Rodríguez Cepeda, Elementos de derecho natural. Valencia, Imprenta de Federico Domenech, 1898, 644 p.

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ción, habiendo desaparecido otra vez el Derecho natural, aquélla no tenía carácter general y estaba diversificada en dos de sus principales ramas, las de Legislación penal y Legislación civil.

En 1913 el clásico Derecho natural y su sucedáneo, la Le-gislación general, se transforman, por primera vez, en Filosofía del De-recho. El primer profesor de la flamante ciencia fue Luis F. Chávez, a quien sucedió en 1915 Manuel R. Balarezo. Dos años después, en 1917, Chávez retomaría la cátedra. En 1919 la dictaba Manuel B. Cueva Gar7 cía. No sabemos del contenido de esta nueva enseñanza si bien podemos suponer, de acuerdo con las influencias imperantes en la época, como asimismo en relación con la formulación del pensamiento liberal que te-nía vigencia en ese momento, que la cátedra de Filosofía de Derecho nació dentro del clima ideológico generado por los krausistas españoles, que eran justamente los que habían dado el paso del antiguo Derecho natural a la nueva forma de saber jurídico. S3 Ya habíamos dicho que Ahrens consideraba como sinónimos "derecho natural" y "filosofía del derecho". Por su parte, Francisco Giner de los Ríos a fines de siglo ge-neralizó ya definitivamente la segunda denominación, que sus discípulos se encargaron por lo demás de extender en las universidades españolas, fenómeno que se repitió en Hispanoamérica. 64

Casi al mismo tiempo que se sintió la necesidad de regresar a la enseñanza de una doctrina general que permitiera superar el imperio de los derechos especiales y de los códigos, surgió asimismo la necesidad de descargar a la teoría general del derecho de todo su contenido de pensamiento social. La idea de incorporar la sociología como nueva forma de saber dentro de los estudios jurídicos, tomó cuerpo ya clara-mente en 1914, antes de la creación misma de la cátedra. En ese año, en efecto, la antigua Facultad de Derecho de la Universidad Central fue denominada "Facultad de Jurisprudencia y Sociología". Al año siguiente, en 1915, figuraba ya en el pensum la nueva cátedra. Su primer profesor fue el Dr. Agustín Cueva, (1878-1938) a quien le sucedió años más tarde el Dr. Benjamín Camón. 5S

63 "Actas de exámenes de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central. Principia el 30 de octubre de 1909" (Este libro concluye con los exámenes del día 17 de Julio de 1917), folio 171.

64 Francisco Giner de los Ríos. Resumen de filosofía del derecho. Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1898, 400 p. 66 Cfr. el "Informe del Decano Dr. Agustín Cueva ante la Facultad de Jurisprudencia y

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A pesar del nombre que se puso a la Facultad de Jurispru-dencia en 1914 la Sociología no llegó a constituirse en escuela o-depar-tamento dentro de aquélla, sino que se mantuvo como cátedra. En 1961, cuando la Facultad se escindió internamente, lo hizo en una Escuela de Derecho y en otra de Ciencia Políticas, dentro de las cuales la sociología muestra que ya había entrado en un proceso de especializa-ción y de subdivisión. Al lado de una "Sociología general" que se dictaba para ambas escuelas, aparecieron una "Sociología ecuatoriana" y una "Psicología social y de los Pueblos". Todo esto forma parte de una historia ya muy reciente, lo señalamos porque muestra una de las cons-tantes que el saber sociológico ha tenido en la América Hispánica, la de no haber sido entendido al margen del pensamiento político y el haber estado subordinada tanto a ese campo del saber, como lo estuvo asimis-mo respecto del derecho. 56

De acuerdo con el registro de tesis del Archivo General de la Universidad Central, que comienza alrededor del año 1900, la tesis de grado más antigua sobre sociología habría sido la de Amelio Uvidia, ti-tulada "Sociología contemporánea. Sus tendencias y doctrinas e impor-tancia de su estudio", del año 1912. Se trata de una breve monografía de 32 páginas mecanografiadas. La siguiente tesis, es ya contemporánea a la aparición de la cátedra de sociología en la Facultad, un trabajo aun más breve, de 22 páginas manuscritas, del año 1915, titulada "Sociología", sostenida por Luis Sánchez. Estos datos no quieren decir que no haya habido antes de esas fechas trabajos que enfocaran problemas con un criterio declaradamente sociológico. Entre ellos, y sin pretender entrar en una historia que merecería una investigación amplia, cabe señalar el trabajo de Leónidas García, "La propiedad desde el punto de vista sociológico", del año 1906 y otros que aun cuando no declaran ex-plícitamente el deseo de hacer sociología, pueden ser considerados dentro del mismo género. 57

Sociología", en Anales de ta Universidad Central. Quito, Año II, Nueva Serie número 32—33, 1914, p. 475—190 y "Libio de actas de exámenes", ya citado (años 1909—1917), folios 255— 256, en donde consta el primer examen de sociología tomado en la Facultad, el día 12 de julio de 1915. Cfr. Alfredo Poviña, op. cit., p. 492.

56 Universidad Central del Ecuador. ría, 1962,172 p.

Libreto Informativo. Quito, Editorial Universita-

57 En el Archivo de Tesis de la Universidad Central, en Quito, figuran, entre otras, las afluentes: Alfonso Moscoso, "La tasa del salario" (1905); José Cometió Valencia, "El salario" (1906); José Rosendo Santos, "El proletario" (1911); Aurelio Uvidia, "El problema social" (1911); Raúl A. González, "Estudio sobre el salario"(1912),etc., todas ellas presentadas ante la Facultad de Jurisprudencia.

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Las dos primeras décadas del presente siglo abrieron, como dijimos en un comienzo, una tercera etapa dentro de la historia del pen-samiento social ecuatoriano cuyo significado sólo puede ser entendido si se tienen en cuenta los momentos del liberalismo como ideología de base de todo el proceso social y político en Hispanoamérica. Es posible reconocer una larga etapa cuyos antecedentes son rastreables ya a fines del siglo XVIII, que podría ser denominada de "ascenso", la que con al-ternativas varias, adquirió toda su fuerza con el alfarismo a fines del XIX. El triunfo de la Revolución Liberal de 1895 fue el comienzo de la etapa de "consolidación" durante la cual la burguesía triunfante amplió y reforzó sus formas de control económico mediante la consecución de un poder ideológico que no había podido alcanzar plenamente hasta entonces. En este proceso las facultades de derecho comenzaron a jugar un papel hegemónico como instituciones generadoras de las doctrinas justificatorias de los nuevos grupos en ascenso. La universidad republicana inició, de este modo, una etapa de autonomía respecto de las formas del saber tradicional y a su vez se vio impulsada a desarrollar nuevas formas de conocimiento. Dentro de esta revolución dada en el orden de las ideas apareció precisamente la sociología.

Sería un error, sin embargo, creer que la ideología liberal tuvo siempre el mismo signo, en particular respecto de un concepto desde el cual intentó siempre autodefinirse, el de "libertad". En este sentido, el liberalismo de la etapa ascendente se presentó como una doctrina "libertaria" que con los escritores románticos, alcanzó sus más brillantes formas retóricas. Mas, cuando se fue adentrando en su etapa de con-solidación, el tema de la "libertad" fue progresivamente desplazado por una doctrina del "orden". En sus líneas generales, este paso marcó el abandono del romanticismo y su reemplazo por el positivismo. Dentro de las formas del saber social de la época, el cambio de signo se manifestó con toda claridad en la evolución de la sociología que conluiría siendo la forma positivista de saber por excelencia.

El liberalismo, en su etapa de ascenso y en relación con sus doctrinas "libertarias" revitalizó la vigencia de la problemática de "de-pendencia — independencia". En su lucha contra la fracción propietaria conservadora, que repudió siempre posiciones liberales radicales que afectaran las relaciones de poder vigentes, inició una política de denuncia de las formas de opresión en que vivía el campesinado, cuya alianza necesitaba e incluso promovió reformas en su beneficio. Todo este pro-ceso si bien se presentó fundamentalmente como problema de relacio-

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ESTUDIO INTRODUCTORIO 67 nes internas de dependencia, dicho en otros términos, como denuncia de la existencia de relaciones de clase de tipo opresor, su planteo suponía la visualización de un nuevo tipo de dependencia externa, que no siempre fue considerado como positivo para la nación. De todas maneras, la lucha por alcanzar la liberación de las masas campesinas tenía como objeto facilitar la incorporación del país dentro de la órbita de las grandes potencias mundiales, de una manera más dinámica y eficaz que las que se habían vivido hasta ese momento. Este hecho se vería agudizado cuando se pasó del "liberalismo libertario" al "liberalismo del orden" que daba como supuesto que se habían establecido ya las bases jurídicas que habrían de satisfacer las demandas de todas las clases sociales y que no se justificaban actitudes "revolucionarias", con lo que el problema de "dependencia — independencia" venía a cambiar de sentido. Los ideólogos típicamente positivistas, regresando a planteos semejantes a los que había mostrado la doctrina de la "emancipación mental" como aparecía formulada en los últimos ilustrados al iniciarse las Guerras Civiles, entenderían que la "independencia" —la "segunda in-dependencia" — lo era más que nada de un enemigo interno, que de ser considerado como "oprimido" por el liberalismo "libertario", volvió a ser considerado como el "opresor", actual o potencial, por los amigos del "orden": el "pueblo" y particularmente las masas campesinas mo-vilizadas. A la vez, las formas de dependencia extema, perdieron pre-sencia y se llegó a afirmar por parte de los ideólogos del sistema, que el mantenimiento del "orden" interno, entendido como moralización de la clase dirigente y como sujeción de las masas campesinas, eran condi-ciones suficientes para una autonomía nacional.

Ahora bien, el hecho de que la 'Reforma fuera en Ecuador un fenómeno tardío respecto de procesos equivalentes que ya habían tenido lugar en otros países latinoamericanos, condicionó el nacimiento de la sociología. En efecto, mientras que en México, Chile, Brasil y la Argentina, por ejemplo, la sociología puede considerarse como consti-tuida a partir de la década del 80, superada la etapa "revolucionaria" y "jacobina", e iniciado el proceso de consolidación del estado liberal, en' el Ecuador surgió todavía dentro de los marcos de la etapa que hemos denominado "libertaria", cuando la figura del caudillo de la Reforma, Eloy Alfaro, tenía aún vigencia social y política. Es cierto que bien pronto las exigencias de control social derivadas del ejercicio del poder frenaron ese espíritu, con lo cual ganó terreno la problemática del orden y se produjo el regreso a las viejas categorías de propiedad y seguridad como derechos inalienables de las diversas fracciones de la clase

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propietaria. La "revolución" perdió su contenido social para quedarse en planteos de ordenamiento jurídico, hecho que no podía menos de ser de otro modo, toda vez que la profundidad de los planteos sociales iniciales padecían de una interna debilidad que sólo movilizó, en más de un caso, declaraciones que no pasaron del nivel discursivo.

A su vez, los primeros desarrollos de la sociología ecuato-riana se produjeron cuando el positivismo había entrado en su faz final en otros países latinoamericanos y cuando en algunos de ellos se habían generado posiciones políticas antioligárquicas, revolucionarias o refor-mistas según los casos, como sucedió en México a partir de 1910 y en la Argentina desde 1916 y se había extendido además un movimiento an-ti-imperialista, movilizado en parte en Sudamérica, desde el punto de vista ideológico, por el arielismo a partir de 1900. De ahí que los primeros sociólogos ecuatorianos expondrán en sus trabajos tesis de autores no sólo europeos, sino también de otros de influencia más tardía, norteamericanos y sudamericanos y llevarán a cabo una interesante crí-tica, en algunos casos, a los últimos, en particular a aquellos que habían sido los teorizadores del pensamiento social positivista, ya fuera recha-zándolos, ya simplemente moderando algunas de sus tesis, en particular las relativas al generalizado racismo vigente en escritores del 80 en ade-lante.

La efímera etapa "libertaria" con la que se inició en algunos escritores la sociología ecuatoriana, se encontró además reforzada por los desarrollos del pensamiento social español del llamado "krauso-positivismo", que no sólo intentó superar el positivismo sociológico, sino que se aproximó a formulaciones inspiradas en una especie de socialismo reformista, abierto al diálogo con el movimiento obrero español de principios de siglo. La figura de Adolfo Posada se destaca como una de las más significativas de este movimiento y su influencia en los primeros sociólogos ecuatorianos fue de indudable fuerza.

El saber sociológico, por lo mismo que surgió dentro de los estudios de derecho, invadió otros campos y revertió en parte el proceso, pues de ser una forma de conocimiento determinada en sus posibilidades por el saber jurídico, una vez independizado provocó una sociolo-gización del derecho, fenómeno que fue claramente visible, por ejemplo, en el caso del derecho penal. El impulso libertario de la ideología de base de la primera fase del pensamiento sociológico, llevó al planteo de problemas que por lo mismo que cabalgaban necesariamente entre lo

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social y lo jurídico, justificaban aquella tendencia. Apareció de este modo un tipo de ensayo que bien podría ser denominado "jurídico-so-cial", relacionado con temas que hacían directamente al proceso de cambio que exigía el liberalismo alfarista, tales como los del trabajo, la propiedad privada y el salario, ambos en estrecha relación con el indigenismo de la época. Ciertamente que el problema del salario mostró bien pronto un doble tratamiento, pues si bien en un primer momento se entendió que la generalización del nuevo sistema laboral venía a ser una herramienta de liberación del antiguo siervo, tomó cuerpo también, cuando se impuso un liberalismo del "orden", el interés de promover el estudio social del salario como una forma de regulación que asegurara a la vez contra una limitación inconveniente de las horas de trabajo y un alza "excesiva" de las remuneraciones. De ahí los diversos ensayos sobre el concepto de "salario natural" que no distaron muchos de ellos en su espíritu de las antiguas tesis justificatorias de la servidumbre. 57

Podríamos también agregar que mientras el pensamiento social anterior a la aparición de la sociología estuvo regido por las cate-gorías de conciliación y armonicismo y se apoyaba en una visión estática de la realidad, el nuevo pensamiento social quedó organizado, en su etapa inicial, sobre la categoría de "lucha" en relación con una comprensión dinámica, tal como lo exigía la Revolución liberal finisecular y por supuesto dentro de los límites ideológicos que la misma permitía. Otro tanto acaeció con los conceptos de "pueblo", "multitud" y otros similares, que después de un siglo de rechazo reaparecieron con signo positivo en un discurso que puede ser considerado como antecedente de los futuros populismos. Se constituyó de este modo un nuevo tipo de discurso, en el que se recurrió constantemente a los conceptos de "dominación", "explotación", "servidumbre", etc. y que suponían una comprensión de una estructura de clases de carácter antagónico.

Como una de las tantas consecuencias del cambio que ma* nifiestan los hechos señalados, la determinación de la fuente del derecho se desplazó de la legislación positiva, hacia la raíz social de la positi-tividad, dejándose en descubierto lo que de antinatural había tenido el pretendido "derecho natural" y el derecho positivo vigente en el que se creía verlo realizado.

Como es fácil suponerlo, uno de los primeros aspectos que fueron abordados fue el de la autonomía del saber sociológico naciente. Amelio Uvidia trató, en efecto, en 1912, de deslindar el nuevo saber de

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la filantropía, la antropología, la biología, la economía política y la filosofía de la historia. "Actualmente — decía — la tendencia dominante de distinguidos sociólogos es la de presentar diferencias radicales entre estas disciplinas y la sociología: Tarde, Simmel, L.Stein, Lubbock,Fouillée y Sales y Ferré son los que con admirable precisión han deslindado el campo en aquéllos que se desarrollan". Más aun, la sociologíano era una simple suma de conocimientos provenientes de la totalidadde las ciencias sociales, sino que se trataba de alcanzar para la misma,como diríamos ahora, un status epistemológico propio. Por lo demás elsaber sociológico de la época no se conformaba con ser una mera tareadescriptiva de los hechos sociales, la que si bien era entendida como de fundamental importancia, no debía llevar a olvidar el lema comtiano de "saber para prever y prever para poder". Ideal de la sociología entendida como sociocracia que es visible en general en toda la sociología latinoamericana de la primera mitad de este siglo y que en sus inicios sevio reforzada, particularmente en el caso ecuatoriano, por las ideas de Lester Ward. "El descubrimiento de las leyes generales — dice Uvidia — determinado el carácter general y particular de los pueblos, encauzarálas energías de ellos hacía una lucha más noble, humana y consciente,contra todo lo que oprime, que degenera, corrompe y explota". S8 Otrotanto es lo que dice Luis Sánchez en su tesis de 1915, quien afirma que" en las sociedades humanas tanto el hombre como la sociedad poseen iniciativa, hecho que les permite modificarse mutuamente". 59 |

Esta posición insinuaba una comprensión distinta del estado, visto no ya como lo necesariamente anterior a la nación, tal como había sucedido en aquellos pensadores sociales y políticos que partían del repudio de la propia realidad social o por lo menos su menosprecio, sino como una nueva estructura jurídica que de alguna manera había de surgir de la nación misma, con una comprensión dinámica del proceso social, fruto de la experiencia de los nuevos grupos sociales en ascenso, que habían participado de la "alfarada".

De todos modos, la noción de "lucha" como una de las características de los hechos sociales quedó en todos estos escritos limi-

68 Amelio Uvidia, "Sociología contemporánea. Sus tendencias y doctrinas e importancia de su estudio". Tesis de grado, 32 p. mecanografiadas, 1912, en Archivo de la Universidad Central, Quito.

59 Luis Sánchez, "Sociología", Tesis de grado, 22 páginas manuscritas, 1915, en Archivo citado.

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tada por la fuerte tendencia psicologista, característica general del pen-samiento social latinoamericano desde sus orígenes, reforzada ahora por los sociólogos españoles de la época, muy particularmente Adolfo Posa-da, Manuel Sales y Ferré y Pedro Dorado Montero, quienes habían asu-mido entre otros desarrollos de la sociología, la doctrina de la télesis so-cial de LesterWardy la teoría de la conciencia de la especie de Giddings, de quienes tendremos ocasión de hablar más adelante. 60

Respecto del problema de la propiedad, Leónidas García puso de manifiesto un punto de vista congruente con el espíritu "liber-tario" de esta primera etapa. Si bien no tendía a negar el derecho de propiedad privada, lo colocaba como un derecho segundo en relación^ con el "derecho que el no-propietario tiene a la existencia". De acuerdo con esto declaraba que el derecho de propiedad es "más débil que los otros derechos" y que debe por tanto ceder ante ellos. La tesis de García no es ajena ciertamente a la comprensión del derecho divulgada por los krausistas y que derivaba de la clásica definición dada en esta escuela, según la cual el derecho era una "condición para la vida", tesis que para los tradicionalistas encerraba todos los peligros del socialismo. ei

La labor intelectual y docente del primer profesor de so-ciología de la Universidad Central, Agustín Cueva (1878 — 1938), es contemporánea con la producción sociológica de Belisario Quevedo. Ambos escritores se preocuparon por el problema social indígena en ar-tículos aparecidos en las páginas de la Revista de la Sociedad Jurídi-co-Literaria, en los que se denuncia la situación de servidumbre del, campesinado y los inconvenientes que para el desarrollo social suponían

60 Entre los sociólogos españoles más citados en los textos de los comienzos de la sociología en el Ecuador, cabe mencionar los siguientes: Gumersindo de Azcarate, (1840—1917). Ensayo «obre la historia del derecho de propiedad y tu estado actual en Europa. Madrid, Imprenta de la Revista de Legislación, 1879—1880, 2 vola.; Concepto de sociología. Barcelona, Imprenta Henrich y Coa., 1904, 301 p.; Pedro Montero Dorado, El positivismo en la ciencia Jurídica y social italiana. Madrid, Imprenta de la Revista la Legislación, 1891, 343 p.; Aldolío Posada, (1860—1944). Literatura y problemas de la sociología. Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1902. La Sociología general de este mismo autor apareció en 1908. Manuel Sales Y Ferré, (1840—1917). Tratado de sociología: evolución social y política. Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1894—1897, 3 vola.; Sociología general Madrid, Librería de Victoriano Suirez, 1894—1897, 3 vola.; Sociología general Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1912, 464 p., etc.

61 Leónidas García, "La propiedad en su aspecto sociológico". Revista de la Sociedad Jurídico Literaria. Quito, Tomo VIII, número 45, 1906, p. 188—217. Este trabajo se publicó «n el mismo'año en los Anales de la Universidad Central. Quito, tomo XXII, número 152,p. 99-128.

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las antiguas formas de trabajo servil. Los ensayos de Quevedo y de Cue-va aparecieron entre 1915 y 1916. En las mismas páginas de la revista citada, en 1916, Alfredo Espinosa Tamayo anticipó uno de los capítulos de su futuro libro, y más tarde, en 1918, otros capítulos más, con el título de "Ensayos de Psicología y Sociología del pueblo ecuatoriano" 62

Según el testimonio de Don Benjamín Carrión, Cueva, asi-duo lector de Adolfo Posada, fue durante el primer gobierno de Eloy Alfaro uno de los promotores más importantes de la abolición legal del concertaje. La posición de Cueva fue sin embargo mucho más allá que la de otros ideólogos del liberalismo de la época. En efecto, en su trabajo "Nuestra organización social y la servidumbre", del año 1915, no sólo fundamentará su rechazo de las formas de trabajo servil, sino que habrá de llegar a poner en duda que el sistema de salario fuera la solución del estado de servidumbre del indígena. "El proletariado — decía — es la emancipación del esclavo, la liberación del siervo", pero significaba además, según sus propias palabras, "la pesca del hombre inerme con el anzuelo de la necesidad. El proletariado es un excedente de braceros frente a una minoría de capitalistas y al estruendo y fatalismo de esfinge de las máquinas", palabras con las que venía a colocarse, si bien a partir de un texto que era reflejo de una situación social extraña al Ecuador, mucho más allá que los que creían ver la solución del problema campesino en la eliminación de las formas tradicionales de endeuda-miento y su organización como masa asalariada.

En 1917, Cueva publicó un trabajo titulado "El problema de las razas y los factores étnicos de nuestra civilización" en el que dejó claramente sentado su pensamiento frente a tesis sustentadas por otros sociólogos hispanoamericanos, entre ellos Francisco García Calderón, Carlos Octavio Bunge y José Ingenieros. Mientras se proclama, decía, "el dogma de la libertad humana, se alza una pléyade de pensadores que cree haber descubierto barreras irreductibles entre los hom-

62 Agustín Cueva, "Nuestra organización social y la servidumbre". Revista de la Sociedad Juridico-Literaria. Quito, números 25—27, Nueva Serie, 1915, p. 29—58; "¿Imperialismo o panamericanismo?". Revista citada, Nueva Serie, Tomo XVI, enero-junto de 1916, p. 133—143; "El problema de las razas y los factores étnicos de nuestra civilización". Ibidem, Tomo XVTII, números 45—46, febrero—marzo de 1917, p. 77—98 y "Sociólogos norteamericanos: Giddings. Orientaciones sociológicas. La conciencia de la especie. La Nación. Los partidos". Revista de la Sociedad de Estudio» Jurídicos. Quito, Año I, número 1, 1919, p. 19—30 y número 2—3, 1919, p. 69—74. Para datos sobre la obra de BeHsario Quevedo, cfr. nuestro libro Esquemas para una historia de la filosofía ecuatoriana. Quito, Pontificia Universidad Católica, 1977, p. 85—137. A los materiales analizados, se debe agregar el ensayo del mismo Quevedo "El salario del concierto". Revista de la Sociedad Juridico-Literaria. Quito, Nueva Seire, Tomo XVI, enero—Junio de 1916, p. 67—76.

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bres" y así, "mientras unos sueñan con la fusión de todos los pueblos y en la futura unidad del tipo humano, los otros se estremecen, en presencia del mestizaje triunfante y claman por el predominio y selección de razas puras y divinas". Cueva tratará de probar que no es cierto que en América "la población degenere", como decía García Calderón, quien además se lamentaba de que "las castas inferiores luchan con éxito contra el dominador tradicional" y que como consecuencia, "al orden que existía antes, sucede la anarquía moral". El escritor peruano llegaba a enunciar, con términos apocalípticos, el fin de la cultura hispanoamericana: "La obra de la raza negra avanza y el Continente vuelve a la barbarie primitiva".

Nada de esto tiene fundamento científico y de probarlo se ocupará Agustín Cueva, echando mano a testimonios de viajeros, a datos de la historia y sobre todo, rebatiendo las doctrinas europeas de donde tales ideologías han tenido su origen. El color de la piel, la capacidad de las formas craneanas y otros caracteres somáticos "no consagran la inferioridad esencial de los hombres", puesto que esos factores no influyen "en las funciones fisiológicas y mentales".

También somete Cueva a una interesante crítica la doctrina del medio: "El hombre a diferencia del animal — dice — reacciona sobre el medio físico y le transforma. Según esto el medio físico no ejerce constantemente el mismo influjo sobre las agrupaciones humanas; es una fuerza que varía en intensidad al vaivén del tiempo y del esfuerzo social". Esto hace que no haya una "psicología de los pueblos" definitiva, sino cambiante. "Las sucesivas conquistas del hombre en el campo de la naturaleza — nos dice — van modificando el medio, allanando el camino del progreso; la psicología de la raza o del pueblo se eleva y transforma a causa del triunfo de la inteligencia sobre el medio". De acuerdo con esto, una "raza esclavizada, ignorante, supersticiosa y envilecida", puede transformarse y no está condenada a permanecer en lo mismo. De ahí el error de la psicología de los pueblos que en muchos de sus teóricos partía del principio falso de la existencia de caracteres fijos y estables. Con estas observaciones, Cueva hizo, sin duda, la más importante crítica al saber sociológico europeo de su época, como así también a las formulaciones hispanoamericanas del mismo. "Estuvo de moda en días no lejanos — dice — la indagación de una psicología peculiar, persistente, para los pueblos europeos. Renán, Fouillée, Le Bon intentaron definir el alma de cada pueblo y, al fin de la investigación, nos encontramos con datos contradictorios, con una movilidad y cam-

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bio incesante del alma de las naciones, de modo que el estudio de la psi-cología permanente de los pueblos que tantos entusiasmos levantó en otros días, va quedando reducida a sus justos límites ante el sereno exa-men de los hechos y las revelaciones de la historia". No hay duda que Cueva se encontraba en ese momento a un paso de la negación misma de la psicología de los pueblos como saber propiamente científico.

Del mismo modo Cueva tratará de fundar su repudio contra las doctrinas sociales que pretenden sostener la superioridad de razas sobre el mito de la "pureza de sangre". En pocas palabras, sale en defensa del mestizaje y del mestizo, probando en primer lugar la inexistencia de razas "puras" y, en segundo lugar la capacidad del denominado "mestizo". "La invocación de la pureza de raza, de la ausencia de mezcla como predisposición civilizadora, pasa ya al campo de la leyenda. No hay "raza" de la cual no pueda probarse que deriva de mezclas anteriores". El mestizaje no es un fenómeno contemporáneo propio de Hispanoamérica, sino un hecho lejano que abarca todas la sociedades humanas de todos los tiempos. Y en cuanto a los países "mestizos", Cueva adhiere al testimonio del sociólogo peruano Mariano Cornejo, según el cual el caso del Brasil es elocuente, pues a pesar de la enorme masa de población negra, allí "la civilización está obrando prodigios sorprendentes".

No es de extrañar que Agustín Cueva concluya negando la oposición entre "barbarie" y "civilización" y afirmando en un texto ciertamente importante que "el término 'civilización' nunca puede ser absoluto". De acuerdo con eso, la conquista española no se hizo en estas tierras ecuatorianas sobre "razas en estado de completa barbarie", sino sobre "un pueblo que andaba decentemente por el camino de la única civilización asequible a su período histórico". Se trataba de un pueblo que ya desde sus orígenes ha mostrado la capacidad de organizarse como nación, superando las primitivas hordas y que posee una plasticidad suficiente como la que ha mostrado en su asimilación de las formas culturales europeas.

La psicología actual del "alma indígena" muestra sin em-bargo rasgos negativos. Mas, ellos no son naturales, sino que tienen una causa social e histórica. De un "régimen paternal" pasó la población indígena, a partir de la dominación española, "a un régimen sangriento de explotación", situación que apenas "ha ido suavizándose en una centuria de vida republicana, en la que subsiste aun el apremio corporal

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para impeler y en que hay todavía instituciones jurídicas degradantes para el peón y el obrero".

Por cierto que la respuesta que propone Cueva a toda esta problemática social no supera los planteos jurídicos que derivaban del principio de libre oferta de mano de obra. De ahí que concluye afirmando la necesidad de cortar con "las ligaduras jurídicas entre las que yace presa la acción espontánea del impulso propio del jornalero y del obrero ecuatorianos", como tampoco supera el mito de la salvación de la nacionalidad mediante la implementación de un programa de inmigración europea que no sólo traiga "la simiente del capital, que es hermano de la tierra", sino que además aporte las buenas costumbres con las cuales se podrán contrarrestar "nuestros hábitos de turbulencia". .

En su ensayo sobre la sociología de Giddings, publicado en 1919, Cueva plantea otro de los aspectos que caracteriza su discurso so-ciológico: la prioridad de la nación respecto del estado. Los dos temas que han preocupado a los pensadores sociales — nos dice — son los de la "multitud" y el "Estado", frente a los cuales han dado más importancia al segundo en su intento de alcanzar una definición de la sociedad. Ahora bien, "el Estado, lo político — dice — es solamente un aspecto del complejo fenómeno social y un efecto que después funciona como una de varias causas". Frente a él, aquellos teóricos "han considerado a la 'multitud' como subdita, como elemento numérico, como masa pasiva dirigible y dirigida; tvo se vio et\ la masa social el poderoso dínamo productor de sentimientos e ideas, que desata las corrientes de la acción humana en el ámbito de la sociedad". No es de extrañar que reaparezca en Cueva la mención de filósofos sociales cuyo nombre había sido considerado pecaminoso durante todo el desarrollo del pensamiento político ecuatoriano de casi todo un siglo, tales como los de Condorcet y Rousseau.

Por cierto que esa revaloración de lo social respecto de lo jurídico que implicaba una aproximación distinta al problema del origen del estado, a la vez que una puesta en tela de juicio del estado autoritario sostenido por la clase propietaria, no superaba el psicologismo. Cueva está de acuerdo con Giddings en que la asociación es "principalmente un hecho de conciencia, por más que actúen como fuerzas, el medio, la lucha, la selección, la adaptación". Afirmaciones que no significan que Cueva abandonara la categoría de "lucha" como uno de los

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elementos conceptuales más importantes para explicar los fenómenos sociales, sino que entendía como la mayoría de los sociólogos de la época que no aceptaban ni la formulación marxista, ni la del darwinismo social, que aquélla podía ser superada gracias a un proceso creciente de comprensión de las diversas clases entre sí. Tal era sin más el fondo de la doctrina de la "conciencia de la especie" del sociólogo norteamericano.

Conforme con estos principios, la nacionalidad es un fenó-meno de conciencia y por este motivo la problemática de las nacionali-dades sólo pudo comenzar como una de las consecuencias de la Revo-lución de Francia de 1848, fecha que según Cueva dio comienzo "a la obra de los pueblos" llamados a constituir las naciones "en el molde de la unidad social, infinitamente más amplia, más humana y más consciente que la unidad política". Textos que constituyen una resonancia del socialismo utópico francés integrado como uno de los elementos de la ideología liberal radical.

Hemos intentado mostrar a grandes rasgos las principales etapas de desarrollo del pensamiento social que concluyó con la aparición de la sociología. La investigación realizada ha sido necesariamente, a la vez, la historia de los estudios desarrollados en una institución, la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central de Quito. Es indudable que la historia dibujada no agota lo que debería ser una historia del pensamiento social. Ya lo dijimos antes, hay también un desarrollo del saber social que ha tenido lugar al margen del saber jurídico, e incluso fuera de las formas del saber institucionalizado de las universi-dades, cuya importancia no puede desconocerse. Por otra parte, el saber social que acaba por constituirse como sociología y cuya historia, como hemos visto, es una con la del saber jurídico, culmina con una formulación, en el caso ecuatoriano, de un tipo de discurso que desde el punto de vista de su contenido político, representa el pensamiento de la etapa del "liberalismo libertario". Bien pronto ese discurso habrá de cambiar de signo y la transformación tiene relación directa con una po-sición axiológica distinta respecto de la noción de "pueblo". La proble-mática de las clases oprimidas y de las clases opresoras, que el liberalis-mo radical en su necesidad de sumar el campesinado dentro de su propio proyecto, había ventilado principalmente mediante una formulación propia de la ideología indigenista, habrá de perder fuerza. El positivismo acabará desplazando aquella problemática. No se tratará ya de liberar a un pueblo oprimido de sus opresores, la clase feudal terrate-

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niente, sino de liberarlo de sus propios vicios. La "emancipación mental" adquiere de este modo un signo negativo y la política acaba por convertirse en una terapéutica de un "pueblo enfermo". Con ello se constituye una nueva forma discursiva, la del "liberalismo del orden" que implicaba, como veremos, el acuerdo de las fracciones antagónicas de la clase propietaria. El libro de Espinosa Tamayo expresa a nuestro juicio, con sus dudas y sus ambigüedades, una de las primeras manifestaciones de este discurso.

Es necesario señalar además otro hecho importante dentro de los desarrollos iniciales del pensamiento social. Aquel discurso libertario se aproxima a ciertas formulaciones del socialismo. Los antecedentes podrían buscarse sin duda ya en la etapa romántica de la cual, los liberales radicales, fueron a su modo continuadores, aun cuando sus últi-mos ideólogos manejaran y citaran autores positivistas. Por su parte, ciertos escritores liberales que pueden ser considerados como posteriores ideológicamente a la etapa "libertaria", también intentaron asumir el socialismo dentro de su discurso. Tal fue el caso de Belisario Queve-do. El Programa del Partido Liberal Ecuatoriano del año 1923 63 es un interesante documento que expresa todas estas líneas de aproximación hacia la formulación de un pensamiento político que sentía la necesidad de expresarse además como pensamiento social.

Mas, bien pronto, al finalizar la década de los 20, comenzó a constituirse una línea autónoma de desarrollo del pensamiento socialista. Esta nueva forma del pensamiento social acabó por aparecer también en la Facultad de Jurisprudencia en alguna tesis en la cual se habló no para rechazarla o asumirla dentro del pensamiento liberal, que fueron las actitudes imperantes, sino con otro espíritu. Hasta ahora, al parecer, el trabajo más antiguo en tal sentido dentro de las aulas de la Universidad Central, es el de Miguel Ángel del Pozo, titulado "El problema social del Ecuador", del año 1929. Unos años antes, en 1921, en Guayaquil había aparecido uno de los primeros ensayos sociológicos de interés, de los que conocemos, elaborado como una filosofía de la historia de inspiración socialista utópica, los Principios de sociología aplicada de Juan E. Naula, un obrero intelectual, ajeno al parecer a la vida universitaria, si bien influido por ella y en particular por los autores de moda que le llevaron a inspirarse en quien él mismo denomina "nuestro

63 Asamblea Liberal de 1923. Programas y Estatutos del Partido Liberal Ecuatoriano. Votos de ¡a Asamblea. Quito, Talleres Tipográficos de "El Día", 1924, 31 p.

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admirado Ward"

La regla general, en lo que se refiere a los desarrollos del pensamiento socialista, fue la de que tuvo lugar más bien fuera de los marcos de la vida académica universitaria, convertida desde la Revolu-ción de 1895 en un verdadero baluarte del pensamiento liberal. Este hecho se prolongó por varias décadas.

64 Miguel Ángel del Pozo, "El Problema social en el Ecuador.". Anales de ¡a Universidad Central Quito, Tomo 43", número 269, 1929. p. 261—274. Juan E. Naula,Principio» de tocio-logía aplicada. Guayaquil, Tipografía y Papelería de Julio F. Foyain, 1921, 247 p.

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V. LOS ANTECEDENTES HISPANOAMERICANOS Y EUROPEOS DE LA "PSICOLOGÍA DE LOS PUEBLOS".

a "psicología de los pueblos", si bien se constituye en América Latina como una forma del saber social a fines del siglo XIX, tiene antecedentes bastante más lejanos que permiten considerarla en su desarrollo endógeno, aun cuando, indudablemente, su aparición en Europa acabara por influir en

su elaboración definitiva y en sus direcciones.

Habíamos dicho páginas atrás que lo que bien puede deno-minarse una "descriptiva" y una "proyectiva" sociales dentro de nuestro pensamiento político, tiene sus antecedentes en el movimiento que fue denominado de la "emancipación mental", que se conecta con el problema de una "segunda independencia" y que muestra la permanente relación que el pensamiento social ha tenido con la problemática más amplia de "dependencia — independencia", que como también hemos dicho, constituye una especie de constante temática del mismo.

Los antecedentes que podrían señalarse no se reducen, por otra parte, a los que podemos mostrar dentro del pensamiento político, o del pensamiento jurídico, tal como asimismo hemos tratado de mostrarlo, sino que es rastreable en otros campos. Así, dentro de la pintura quiteña de fines del siglo XVIII, se generalizó un tipo bastante curioso de descripciones psicológico-morales, con referencias al medio físico y la alimentación, en una serie de pinturas atribuidas al artista ecuatoriano Manuel Samaniego y Rodríguez, en las que se trataba de caracterizar las "virtudes y defectos de los europeos" 65

66 En el Muteo Jijón y Caamaño de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, hay al-

L

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Mas, lo que nos interesa en este caso, como hemos dicho, es la relación que puede establecerse entre la "psicología de los pueblos" y aquel tema que de un modo más o menos desarrollado, es rastreable dentro de casi toda la literatura política hispanoamericana del siglo XIX y comienzos del actual, al que, siguiendo la denominación que le pusieron los románticos, llamamos de la "emancipación mental" o "segunda independencia".

La cuestión de fondo de la que se trata, interesa específica-mente a una historia de las ideas más que a una historia de la cultura en general y supone claramente la toma de conciencia, dentro del pensa-miento político, del peso e importancia de lo ideológico, como así tam-bién de la ineludible relación que hay entre los diversos factores de la vi-da social con los estados "mentales", a los que se acabará privilegiándo-los, hecho que conducirá a reducir el pensamiento social, en más de un caso y tal como lo hemos dicho repetidamente, al estudio de fenómenos psicológico-morales.

La problemática de la "segunda independencia" se relaciona de modo directo con dos grandes programas políticos que serían in-tensamente movilizados en toda la América Latina durante el siglo XIX, uno de ellos, el de la "educación popular", y el otro, el de la reforma ju-rídica del estado. Este último implicaba un reordenamiento del poder social y condujo al enfrentamiento entre dos fracciones de la clase pro-pietaria, una de ellas tradicionalista, generalmente representada por ha-cendados, estancieros y gamonales, y la otra, innovadora, constituida por elementos de una pre-burguesía principalmente comerciante, radicada por lo general en las ciudades de los litorales marítimos. Ambas fracciones tuvieron sus propios proyectos, el primero, el de la expansión y consolidación de la estructura social vigente de las campañas y que bien pronto fue denunciada como "feudal", dentro de un proceso que podría ser considerado como una especie de desarrollo "hacia adentro" de la vida económica, proyecto que en algunas regiones del Continente alcanzó vastas proporciones; y la segunda, el de un ingreso de las naciones hispanoamericanas como apéndices de la revolución industrial europea, dentro de lo que podría se entendido como un proyecto de desarrollo "hacia afuera", lo más acelerado posible. Estos proyectos surgieron como antagónicos y fueron la expresión ideológica de las Guerras

(unos cuadros de esta serie, que son sin duda de inspiración europea. En la Historia del Arte Ecuatoriano, editada por Salvat, Barcelona, se reproducen dos de ellos, uno titulado "El Español" y el otro "El moscovita". Cfr. volumen II, Fascículo 34,1977.

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Civiles que en casi todos nuestros países siguieron a las de Independen-cia, si bien al finalizar el siglo las fracciones que los sustentaron origina-riamente llegaron a consustanciarse y hacerlos congruentes, como con-secuencia de la propia evolución social interna de ambas fracciones y de las necesarias concesiones que permitieron integrar intereses hasta en-tonces encontrados.

Ambos proyectos, si bien por diversos caminos y con estra-tegias políticas distintas, integraron lo que hemos denominado la "revo-lución liberal", dividida en dos alas, una "moderada" y tradicionalista que acabó autodenominándose "partido conservador", la otra "radical", que se apropió del nombre de "liberal". En otro orden de hechos, el paso de lo que hemos denominado "liberalismo libertario", al "liberalismo del orden", fue claramente el de la superación de las relaciones antagónicas que habían mantenido ambas fracciones de la clase propietaria y el de la elaboración de un nuevo proyecto, superador de los dos anteriores.

La problemática de la "segunda independencia" tomó cuerpo dentro del pensamiento político de los últimos liberales ilustrados, en su enfrentamiento con la fracción de la clase propietaria que se negaba a aceptar los planes modernizadores de aquéllos y como respuesta al mismo tiempo frente al peligro que representaban las masas campesinas, movilizadas con motivo de las guerras independentistas. De esta manera, la fracción propietaria innovadora prolongó la temática de la "independencia", señalando de modo constante la presencia de formas de "dependencia" no debidamente visualizadas antes y derivadas, según las teorías que lanzaron sus ideólogos, de la primitiva dependencia colonial española. No fue ésta sin embargo la posición de los latifundistas tradicionales y de quienes expresaban sus ideas e intereses, para los cua-les el problema de la "independencia" era cuestión resuelta. Los enfren-tamientos ideológicos más fuertes tomaron cuerpo a propósito de los proyectos constitucionalistas iniciados desde temprano por los liberales ilustrados, como una de las vías más efectivas, según se pensaba, de movilizar la Reforma. Desde el punto de vista de la elaboración de la filosofía política de la época, la contradicción se planteó entre un "dis-curso realista" y un "discurso utópico", según la terminología conser-vadora, o un "discurso reaccionario" y un "discurso progresista", según el enfoque contrario. En lo que se refiere al problema de la educación, el planteo mostró desarrollos equivalentes. La administración española había dejado ya resueltos los problemas educativos, colocándolos en

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manos de una institución, la Iglesia, cuyos ideales e intereses se avenían con la fracción tradicionalista de la cual formaba parte. Y así como no tenía sentido hablar de una "segunda independencia", tampoco lo tenía hablar de la necesidad de una educación nueva y menos aun hacerlo en términos de una "educación popular". De todos modos, tanto para unos como para otros, en lo que respecta a la educación, el problema se centraba sobre la cuestión de la conformación "mental": ya fuera en una actitud de conservar los hábitos y costumbres "ordenados y pacíficos" de las masas campesinas, integradas normalmente dentro del sistema de dominación de las haciendas, ya fuera modificando esa estructura mental, que obligaba a su vez a enfrentarse con la mentalidad del latifundista y junto a él, con la institución sobre la que se asentaba sólidamente todo el andamiaje ideológico de la época, la Iglesia.

En este proceso conflictivo irán perfilándose una serie de personajes que acabaran siendo los sujetos sociales a los que dará particular importancia la futura psicología de los pueblos dentro de sus análisis. Por cierto que el "pueblo", entendido como "plebe", será uno de ellos y tal vez uno de los que más habrá de interesar a los futuros sociólogos. Mas, otros hay cuyas caracterizaciones bien valdría la pena ir reconstruyendo a partir de los textos políticos. Nos referimos en concreto al llamado "demagogo", hombre político que ordenaba su conducta atendiendo de modo muy especial justamente al problema de la "mentalidad" de los otros grupos o clases sociales y que surgía, según la denuncia repetida, de las mismas fracciones de la clase propietaria. El "demagogo" y el "caudillo" fueron por lo demás frecuentemente equiparados. En un caso se trataba de un personaje que, poniendo en movimiento "las bajas pasiones del populacho", introducía en éste la "anarquía" al desquiciar con sus doctrinas "impías" y "utópicas" los esquemas mentales de la sociedad tradicional; en otro caso, el "demagogo" era denunciado como un personaje que movilizaba las masas campesinas apoyándose en el "fanatismo" y la "ignorancia" en que vivían sometidas. De todos modos, fuera el "demagogo jacobino" o el "demagogo reaccionario", lo que preocupaba al grupo propietario que detentaba el poder político de tumo, era la movilización de aquella "revolución popular" de la que hemos hablado páginas atrás, y la función que se les asignaba era la de movilizador ideológico dentro de una lucha política en la que los motivos económicos resultaban sistemáticamente eludidos a nivel del discurso.

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La cuestión de la "segunda independencia", entendida como "emancipación mental", estuvo condicionada por otro hecho que tiene relación directa con la problemática general de "jdependencia-inde-pendencia", la intervención extranjera directa y las respuestas que las fracciones de la clase propietaria en pugna dieron respecto de la misma. Es importante señalar que la "emancipación mental", aun cuando fuera considerada como una "segunda independencia", no significó necesa-riamente en su desarrollo histórico, emancipación "nacional" y las res-puestas dadas por conservadores y liberales son a este respecto contra-dictorias. No cabe duda que el agitado movimiento de la Reforma mexicana, con Juárez a la cabeza, movilizó a la vez la "emancipación mental" y la "nacional" y que con él el liberalismo, acusado más tarde de jacobino, tuvo una de sus más interesantes manifestaciones "libertarias". Mas, sin entrar a un análisis de todos los casos, en el Río de la Plata, quienes hablaron con más urgencia de una "emancipación mental" como "segunda independencia", no tuvieron obstáculos en promover la intervención extranjera directa, en contra del "americanismo bárbaro", pero "nacional" al fin, de quien representaba el poder conservador en ese entonces, Juan Manuel de Rosas. Ciertamente que en otros casos, el "partido conservador" en su lucha por el mantenimiento de sus privilegios y de su poder político y económico, no tuvo inconveniente en poner, como dijo Francisco Bilbao, a la "América en peligro". La presencia de Maximiliano en México y la oferta que García Moreno hizo a Napoleón III, son pruebas de lo dicho. En la etapa positivista, entre fines del siglo pasado y comienzos del actual, cuando el antagonismo de las dos fracciones de la clase propietaria comenzó a ser superado, reapareció justamente con la "psicología de los pueblos", el permanente problema de la mentalidad negativa de las masas campesinas, de lo que debía liberárselas, como también habrá de reaparecer la caracterización y denuncia del "jacobino", en una serie de ensayos en los que el pensa-miento liberal se nos presenta ajeno a posiciones "nacionalistas". Por cierto que no es ésta una actitud generalizada sobre todo si distinguimos, como, hemoe hecho, la presencia de un "liberalismo libertario" dentro del cual es necesario asimismo reconocer matices.

Todo esto explica por qué la proclamada necesidad de una "segunda independencia" quedó reducida por lo general a un problema de formas internas de "liberación", sobre la base de un sistema de imputaciones que se hacían entre sí las dos fracciones de la clase propie-taria, y a su vez las que ésta en su conjunto, si bien con actitudes dife-renciables, hacía respecto de las otras clases sociales.

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El problema de la "segunda independencia" y con ella el de la "emancipación mental" tuvo a pesar de lo dicho una importante for-mulación, que no se redujo a un mero acto de imputación ideológica, sino que avanzó hacia una crítica del discurso mismo "liberador" •' . El hecho se produjo con los románticos y en particular con algunos teóricos del pensamiento político que, sin descontar su posición social y la militancia política dentro de la cual se encontraban, plantearon la cuestión desde un cierto horizonte de universalidad. Para estos pensadores la "emancipación" debía comenzar por el propio discurso. Se trataba de llevar adelante un saber que fuera consciente de sus límites y de sus posibilidades y por tanto, sin abandonar la idea de la necesidad de "emancipar" la sociedad americana de la herencia española, afirmaron como necesidad previa, la propia emancipación del pensador político. El planteo, conscientemente llevado a cabo por Juan Bautista Alberdi y por Andrés Bello, por mencionar a los dos tal vez más significativos, í7 condujo a la elaboración de una doctrina acerca de los "modelos" y de los límites y legitimidad de la "imitación""de los mismos. El punto de partida suponía, como se desprende claramente, un "americanismo" y, sin entrar en consideraciones sobre las contradicciones en las que sus sostenedores habrían de caer en su larga y fecunda vida intelectual, el hecho positivo consistió en que la exigencia de "emancipación mental" fue considerada tanto una cuestión social interna, como externa.

La declaración de que era necesario elaborar una "filosofía americana", enunciada por primera vez por Juan Bautista Alberdi en 1838, surgió dentro de este programa de "emancipación mental" que en este caso concreto no sólo respondía a la ya tradicional exigencia de una reeducación de las masas campesinas, sino también de los grupos cultos que se veían obligados a instrumentar su propia política desde una determinada comprensión de los hechos históricos y sociales de la realidad americana. Lo mismo sucedió con otros campos del saber, co-

66 Cfr. nuestra comunicación al "Símposium para la integración y difusión de estudios latinoamericanos", organizado en México por UNAM y UDUAL, en noviembre de 1978, titulada "El valor actual de la llamada 'emancipación mental' ".

67 Cfr. Juan Bautista Alberdi, Obras completa». Buenos Aires, Tomo V, 1886 y Fragmento preliminar al estudio del derecho. Buenos Aires, 1838. Hay una reedición de ésta última obra hecha por editorial Hachette, Buenos Aires, 1955; Andrés Bello, Invettigactonet tabre la influencia de la conquisto y del «bremo colonial en Chile. Santiago de Chile, 1842.

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pao es el que acabó por generar el importante movimiento denominado del "americanismo literario", en el que tan relevante papel jugó por su parte Andrés Bello, sin que lo señalado signifique desconocer otros as-pectos igualmente valiosos de su labor intelectual. Se trataba, como he-mos dicho, no sólo de lograr una "segunda independencia" mediante lo que se consideraba como ineludible e inmediato tal como venía impuesto por la tradición política hispanoamericana, el cambio en el temperamento y carácter de los "pueblos", sino también respecto de las ideologías sobre cuya base se intentaba llevar a cabo precisamente la "emancipación". De esta manera, con los románticos, militaran ellos dentro de un liberalismo con ciertos ribetes de socialismo utópico, como fue el caso de Alberdi en sus años juveniles, o lo hicieran dentro de un pensamiento liberal enmarcado dentro de formas del pensamiento político conservador, como fue el caso de Bello, la "emancipación mental" adquirió una enunciación apoyada en un cierto nivel de cientificidad. Ciertamente que no se avanzó más allá del planteo de base que ha caracterizado toda esta problemática desde sus orígenes, la de entender que la emancipación definitiva, tanto de nuestros vicios, como de nuestra dependencia externa, era antes que nada un problema mental.

Con los románticos, la "descriptiva" y la "proyectiva" so-ciales, presentes en el discurso político desde nuestros primeros pensa-dores, adquieren sistematicidad, aun cuando no todavía su pleno desa-rrollo. La "proyectiva" habrá de dar origen a una "paradigmática",aque- lia teoría de los modelos que. mencionáramos, y la "descriptiva" acabará por constituirse en un saber descriptivo-genético, preocupado por el estudio de los hechos y de sus causas. Con esto último estaban dadas las bases para el surgimiento de la psicología de los pueblos. Toda esta organización del saber social que salió de manos de los románticos, im-pulsada en parte por su visión historicista, fue recibida más tarde por los positivistas, muchos de los cuales la desvirtuaron al perderse con ellos lo que se había ganado en materia de crítica del propio discurso. Bien es cierto que los positivistas hispanoamericanos, de quienes nos ocuparemos páginas adelante, dieron forma acabada a la psicología de los pueblos e introdujeron un registro temático mucho más rico y diversificado que el que, salvo excepciones, muestra en sus desarrollos anteriores.

El arielismo, a partir de 1900 y en particular en el pensa-miento de José Enrique Rodó, habría de retomar la lección romántica, profundizando los planteos de la paradigmática elaborada, al proponer no ya una "adaptación" que hiciera viable los modelos "adoptados", si-

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no la creación misma de nuestro propio modelo. El planteo fue posible, en parte, porque se estaba ya en una etapa de superación del viejo anta-gonismo que había dividido a la clase propietaria, lo que permitió un re^ greso a un cierto tradicionalismo, compatible ahora, en manos de libera-les como el maestro uruguayo, con el impulso innovador del ya caduco liberalismo radical dentro del proceso rioplantense. Mas, también en esa confluencia radicaba el peligro que habría de correr el nuevo discurso y que se puso de manifiesto en las ambiguas compatibilidades, visibles no tanto en Rodó como en algunos de los "arielistas", entre el mensaje hispanoamericanista de aquél y los desarrollos del positivismo de la época. El intento de refundamentar el discurso que llevó a cabo Rodó, quedó a pesar de lo significativo de su esfuerzo, en parte desvirtuado por el hecho de haber intentado determinar los "modelos propios" sobre la base de una inversión de los valores vigentes y de una doctrina de la incompatibilidad del "alma de los pueblos", tesis que debilitaron su mensaje aun cuando políticamente fueran en su momento una respuesta que permitió replantear el problema de la "emancipación mental" en relación con la cuestión de "dependencia — independencia".

De todas maneras, a pesar de los aspectos positivos que hemos señalado, el pensamiento social implícito en la doctrina de la "emancipación mental" sobre la que se creyó poder alcanzar la "según da independencia", no superó los marcos ya indicados que hizo de aquél un saber "psicológico" el que con la aparición de la sociología como nueva forma de conocimiento, se vio reforzado por las influencias europeas de entonces, seleccionadas y asimiladas una vez más desde nuestrapropia realidad social y cultural y sobre la base de nuestras propias tradiciones intelectuales. Por último, cabe señalar que la problemática de la "segunda independencia" no sobrepasó los límites impuestos por la ideología de la amplia y a veces difusa "revolución liberal".

La psicología de los pueblos surge como la forma típica del saber sociológico latinoamericano de fines del siglo XIX y primeras décadas del actual, por tanto, de una confluencia de los desarrollos internos y propios del saber social latinoamericano y las influencias europeas y posteriormente norteamericanas. Aun cuando apretadamente, resulta ineludible señalar estas últimas, como así mismo mostrar, a grandes rasgos, las principales tendencias y desarrollos del saber social nuestro en su etapa positivista.En sus orígenes, la psicología de los pueblos, en particular

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en su vertiente alemana, apareció en el momento en el que la filosofía de la historia dejó de ser un proyecto "cosmopolita", tal como lo entendió Kant, por ejemplo, y cobró importancia el concepto de "nacionalidad". A partir de este momento, ya no se habló del "espíritu humano", sino de un espíritu situado históricamente o desarrollado en sucesivas etapas cada una de las cuales venía a coincidir con el florecimiento de una "nación" o de un "pueblo". Surgió con los románticos la idea de una naturaleza indígena y espontánea de la cultura nacional, que condujo a reducir el esquema cosmopolita de los racionalistas y a centrar la atención en la historia nacional. Siempre se continuó hablando de una "historia mundial" (Weltgeschichte), mas ahora, ésta comenzó a ser entendida como el desarrollo de un "Espíritu mundial" (Weltgeist) que se iba realizando de formas diversas según los pueblos y aparecía en cada caso como el "genio" o "espíritu" de cada uno de ellos (Volksgeist). De la idea de la existencia de un "espíritu de los pueblos" habría de surgir más tarde una "psicología" de ese "espíritu", con lo que se constituiría la "psicología de los pueblos" (Vólkerpsychologie). Toda esta problemática se relacionó, a partir de Hegel, principalmente, con una doctrina de la cultura, entendida como la "objetivación" de aquellas formas del Espíritu y en particular el de los pueblos constituidos como naciones. El arte, la religión, la lengua, fueron objeto principal de estudio y se trató de encontrar en cada uno el "genio" que les era característico y propio. El proceso alemán que concluyó en la elaboración de una psicología de los pueblos, en relación con el fuerte nacionalismo que lo caracterizó en particular durante el siglo XIX, se muestra con una continuidad interna y una coherencia que no fue visible en otros países europeos. La versión "psicológica" del "genio" o "espíritu" de los pueblos, adquirió fuerza a partir de las doctrinas de Herbart, de quien justamente deriva la obra de Moritz Lazarus, redactor de la publicación Zeitschrift für Vólkerpsychologie und Sprachwissenschaft, de la que salieron veinte volúmenes entre los años de 1860 y 1890, publicados en Berlín. Dentro de esta tradición habrá de aparecer, más tarde, la labor de Wilhelm Wundt (1832 — 1920), cuya monumental obra Vólkerpsychologie. Kultur und Geschichte, en diez volúmenes, fue elaborado entre los años 1900 a 1920, interrumpida por su muerte. Las doctrinas de Wundt, mucho más conocidas que las de Lazarus y que además venían a ser una corrección de la misma en lo que tenían de fuertemente irracionales, se divulgaron mediante las traducciones inglesas y españolas de algunas de sus obras de síntesis. 68 68 Guillermo Wundt, Probleme der Vólkerpsychologie. Stuttgart, Alfred Kronet,

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Wundt centró sus investigaciones, con un criterio ecléctico, asumiendo la tradición alemana romántica y reformulándola desde un positivismo moderado sobre las manifestaciones del "Espíritu objetivo", en particular, el lenguaje, las costumbres, el mito, el arte y la religión, en cuanto expresiones culturales de los pueblos. Su influencia es posible rastrearla entre los escritores hispanoamericanos, en particular en uno de los más importantes sociólogos de comienzos de este siglo, el peruano Mariano H. Cornejo (1873 —), autor de una Sociología general, cuya primera edición apareció en 1908 y que fuera más tarde traducida al francés, en 1911. 69

Wundt se opuso a los abusos en que se había caído a partir de la noción hegeliana de "Espíritu". Su rechazo se apoya en la tesis de que cualquier grupo social, principalmente los "pueblos" o "naciones", no son nunca un todo de orden superior, metafísico, sino simplemente una unidad funcional tejida con los aspectos relevantes de las psiques de sus miembros, si bien admite que esos aspectos se encuentran a la vez determinados por la condición de ser aquellos miembros, integrantes de un grupo. Se trata de una relación recíproca que se apoya en la afirma-ción de que si bien psique y grupo son inseparables, no hay psique del grupo. Con esto se daba sin duda un fuerte golpe a la psicología de los pueblos de carácter metafísico, que tanto había hablado de los diversos "genios" (de la lengua, del arte, etc.) y se eliminaba los elementos propios de los nacionalismos irracionalistas, para los cuales el "pueblo" resultaba ser una especie de entidad mítica, fuente originaria de los diversos grupos y clases sociales. Con esto Wundt abría las puertas para dar el paso de la "psicología de los pueblos" hacia la "psicología social" si bien quedándose siempre dentro de los marcos de una psicología más bien de sentido individualista. Por otra parte, la fuerte base empírica sobre la cual organizó su saber psicológico, no le impidió hacer una filosofía de la historia, justificatoria de los destinos que le esperaban a una Alemania unificada, que a partir de 1870 había iniciado abiertamente su revolución industrial.

(he development of mankind. trad. by Edwaid Leoy Schaub, London, G. Alien, 1916, 632 p. y la posterior traducción española Elementos de psicología de los pueblos. Bosquejo de una historia de su evolución psicológica de ¡a humanidad. Trad. de Santos Rubiano, Madrid, Jorro, 1926, 623 p. Cfr. del mismo Wundt Problema der Vólkerpsychotogie. Stuttgart, Alfred Kro-ner, lili, 117 P.

69 Mariano H. Cornejo, Sociología general. Prólogo dejóse Echegaray., México, J. Nuca-mendl, 1930, 2 vola. So ciólo fie genérale. Trad. francaise par Emile Chauffard, avec une préface de José Echegaray et un avant propos de Rene Worms. París, V. Giard et Briéres, 1911, 2 vols.

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El desarrollo francés de la psicología de los pueblos no muestra el mismo proceso de continuidad interna que hemos señalado en el caso alemán. No es difícil explicarse el hecho si se piensa que el proceso histórico no fue el mismo, primero, por haber logrado Francia una fuerte unidad nacional en mucho anterior a la que pretendía llegar la Alemania dividida, y por haberse incorporado, también antes que ella, al proceso de la revolución industrial europea, el que se vio en Francia constantemente amenazado por convulsiones sociales profundas en las sucesivas revoluciones de 1830 y 1848 y más tarde, en 1871, la Comuna de Paris. Todo esto influyó para que no se generara ese nacionalismo metafísico de la Alemania pre-industrial, que le había conducido al endiosamiento de las categorías románticas de "pueblo" y "nación". Por otra parte, cuando la filosofía de la historia alcanzó su más importante manifestación, en la Francia del siglo XIX, ella surgió de manos de Augusto Comte, dentro de cuyo pensamiento interesaba más el problema de las clases sociales y el de la subversión del proletariado, que la visión idealizada del pueblo y de la nación. Esto hizo que la psicología que acompañaba al saber social no se organizara como "psicología de los pueblos", sino como un anticipo de una "psicología social", tal como se vio claramente en los principales representantes posteriores de la sociología francesa, Durkheim y Tarde. Y todavía más, esa "psicología" se desarrolló, principalmente en Comte y luego en Durkheim, dentro de un declarado anti-psicologismo que sólo habría de ser superado, pero sin regresar al psicologismo romántico, por Tarde y Le Bon.

Este desarrollo no impidió, sin embargo, la aparición y constitución de la psicología de los pueblos en Francia, por obra de es-critores que de alguna manera estuvieron influidos por el pensamiento alemán, incorporado en la tradición francesa ya por los eclécticos ro-mánticos, en quienes se encuentran los antecedentes de aquel saber. Renán, por su parte, había difundido una forma de conocimiento de este tipo dentro de su racionalismo espiritualista y Taine (1828 — 1893) había mantenido una viva presencia del concepto de "genio" de los pueblos y de las razas, a pesar de su rechazo de los escritores románticos. Dentro de esta tradición aparecería, a finales de siglo, la psicología de los pueblos, en lo que podríamos denominar su vertiente "espiritualista", por obra de Alfredo Fouillée (1838 — 1912), autor de una difundida tesis de las "ideas-fuerza", que sería amplísimamente leído en América Latina durante las primeras décadas de este siglo. Al mismo tiempo, y en otra de sus vertientes, la positivista, aparecería otra línea

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de desarrollo de psicología de los pueblos, como fruto de la etnología y de las ideas sociológicas de Durkheim y Tarde, en los escritos de un médico que se hizo famoso por un ensayo sobre la psicología de las multitudes, Gustavo Le Bon (1841-1931), no menos leído que Foui-Uée entre nosotros. Nuestros "idealistas" y nuestros "positivistas" in-corporarían en el viejo movimiento de la "emancipación mental" a am- • bos autores, reforzando sus posiciones mediante el recurso a la autoridad con que esos escritores se presentaban en cuanto expresión del saber "científico" europeo. Tanto Fouillée como Le Bon, a pesar de sus disparidades y su diverso origen intelectual, significaron un regreso a un psicologismo que en Francia había sido interrumpido, después de sus primeras manifestaciones románticas, por la sociología positivista de Comte y Durkheim y su resonancia en Hispanoamérica puede explicarse, en parte, como una coincidencia con el psicologismo generalizado desde el cual se habían interpretado los hechos sociales desde sus mismos ini-cios entre nosotros.

A pesar del diverso origen de ambos escritores, tanto Foui-llée como Le Bon muestran, como había sido visible en Wundt, una po-sición ecléctica y en particular el primero se declaró abiertamente parti-dario de una renovación del viejo eclecticismo romántico, proponiendo una nueva fórmula a la que denominaría "positivismo espiritualista". Los latinoamericanos incorporados en el movimiento del "idealismo del 900", encontrarían en esto la respuesta a sus deseos de "superar" el positivismo, del mismo modo que los positivistas se aferrarían con fuerza a las fórmulas decididamente racistas y deterministas de Le Bon, todo lo cual no impidió que ambos autores fueran manejados indistintamente por unos y por otros, toda vez que el sustrato filosófico de que partían no superaba en ningún momento las categorías básicas que imponía la burguesía francesa del momento.

En Fouillée, la psicología de los pueblos aparece constituida como una "sociología nacional" destinada a rescatar el "genio" francés, perdido por tantos "desaciertos", tales como los de las guerras de Crimea, Italia y México, que habían conducido a una posición desventajosa respecto de los "intereses internacionales". Y del mismo modo, aquel "genio" había sido conturbado internamente por las explosiones populares y el "jacobinismo" que habían llevado, según afirmaba Foui-llée, a todos los pensadores sanos a manifestar "una inmensa protesta contra aquella Francia turbulenta y sangrienta". Por donde la psicología de los pueblos respondía en el escritor galo a la doble intención de

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afirmar el destino imperial de Francia, en el plano de las relaciones ex-temas, y a la vez el control del proletariado, en lo interno de la política francesa, todo ello mediante la superación de los "errores psicológicos" en que se había caído. 70

En una línea congruente en muchos aspectos con la psico-logía de los pueblos de Fouülée, se encuentra otro escritor francés, bas-tante leído por nuestros ensayistas, Emilio Gastón Boutmy (1835-19Óé), quien difundió la doctrina del "genio nacional" de los pueblos, en una serie de trabajos sobre la psicología del pueblo griego clásico, del pueblo inglés y del pueblo norteamericano. 71

Por su parte, Gustavo Le Bon, mediante una respuesta que trataba de hacer compatibles la doctrina de la "conciencia colectiva" de Durkheim, con la de la "imitación" de Gabriel Tarde, desarrolló una ambigua e imprecisa doctrina de la "mentalidad de los pueblos", enten-dida como "alma de la raza", sobre la base de una distinción entre "razas inferiores" y "superiores" y, en lo que respecta a la comprensión de las relaciones sociales, a partir de una diferenciación entre el "hombre mediocre" y el "hombre superior", masas y élites. A partir de él, el concepto de "pueblo" tendió a confundirse sistemáticamente con el de "multitud" o "muchedumbre", dentro de una psicología determinista de la que sólo se salvaba el "sociólogo", incorporado, como es lógico entre los hombres superiores y que se constituyó en la "psicología del socialismo" y de las ideologías del proletariado, entendidas estas últimas como manifestaciones de los bajos instintos, a la vez que en la "psicología del hombre colonial", justificatoria de la misión civilizadora de la Francia en el mundo. 72

70 Alfred Fouülée, Psychologie du peuple francais. Paria, Alean, 1898, 391 p. Tempera-ment et cometeré telón lee índtvidus, leí sexes et les race». París, Alean 1895, 378 p. Temperamento y carácter según los individuos, ¡os sexos y las razas. Madrid, Sagaz de Jaber, 1901, 450 p. Esquiase ptychologique des peuples européens. París, Alean, 1903, 550 p. Bosquejo psicológico de los pueblos europeos. Buenos Aires, Américalee, 1943, 434 p. Ignoramos los datos de la traducción española anterior.

71 Entile Boutmy, Le Parthénon et le gente grec. Fui», Colín, 1897, 302 p. La langue an-tfoise et le gente natío nal. París, Alean, 1899, 19 p. Essais d'une psychologie politique du peuple anglais au XIXe. siecle. París, A. Colín, 1901, 455 p. Elemente d'une psychologie politique du peuple américain: ¡a nation. ¡a patrie, l'Etat, la religión. París, A. Colín, 1902, 366 p.

72 Gustavo Le Bon, Psychologie des foules. París, Alean, 1895, 200 y. Psicología de la* multitudes. Madrid, Jorro, 1903, 252 p. Les ¡oís psychologíques de l'évolution des peuples. Pan», Alean, 1894, 176 p. Psychologie du socialisme. París, Alean, 1898, 496 p. La Révolution Fnncaise et la psychologie de la révolution. París, Flammarlon, 1912, 328 p.

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La psicología de los pueblos no alcanzó en Inglaterra un perfil tan neto como en Alemania y Francia, si bien hubo escritores que con sus ensayos incidieron sobre su desarrollo en América Latina. Baste recordar las muy difundidas traducciones de las obras de Lord Macaulay, que sirvió de guía a más de un pensador político de los nuestros. Otro-tanto debemos decir de la filosofía de la historia de Henry T. Buckle (1821 — 1862), leído por nuestros últimos románticos y utilizado luego por los positivistas, entre ellos Espinosa Tamayo, pensador inglés que si bien concedió importancia a lo geográfico, trató de no caer en un de-terminismo y concedió siempre particular fuerza a los factores culturales y psicológicos en su interpretación de la sociedad y de la historia. 73

Respecto de Herbert Spencer (1820 —1903), debemos decir que si bien no hizo psicología de los pueblos concedió a lo psicológico una importancia que no tenía justamente en Comte y que su doctrina de la evolución, que tiene como fin el desarrollo mental del hombre, sirvió de fundamentación "científica" para todos los psicologismos post-románticos. Los positivistas norteamericanos, Ward y Giddings, de'los que hablaremos luego, le son deudores, como en general toda la sociología latinoamericana que de un modo u otro asumió el evolucio-nismo. Con Spencer, la ciencia venía a dar la razón al discurso político de todos los amantes del orden social: de ahí el secreto de su enorme difusión. Dejó además el filósofo inglés algunos capítulos que se aproximan a la temática de una psicología de los pueblos, a los que tituló "moral de los pueblos". 74

Otra de las líneas de influencia en la constitución de la psi-cología de los pueblos en América Latina, indudablemente menos ex-tendida que la francesa, es la que provino de los Estados Unidos, como consecuencia del interés despertado por la obra sociológica de autores como Lester Franck Ward y Franklin Henry Giddings, conocidos en las

73 Henry Thomas Buckle, Hittory of ctvitization in England. London, J. W. Parker and Son, 1858—1861, 2 vols. Historie de la civilization en Angleterre. taxis. Lacroi* Verboeck-hoven et Cié., 1865, 5 vols. Bosquejo de una historia del intelecto español, desde el sitio V hasta mediados del XIX. Traducción de Juan José Morato. Valencia, Sempere, s/ano, 219 p.

74 Herbert Spencer, De la voluminosa bibliografía de H. Spencer, sólo mencionaremos los siguientes títulos: Fundamentos de la moral Vertido directamente del inglés por Ciro García del Mazo. Sevilla, Imprenta y Litografía de José María Ariza, 1881, 317 p. La moróle des différents peuples et la moróle personneUe (lie partie des Principes de Moróle). París, Guillau-"»<", 1896, 386 p. Resumen sintético de los principios de Herbert Spencer, por Ezequiel A. Chave*. Paria, Ch. Bouret 1898, 212 p. Resumen de la filosofía de Herbert Spencer. por Howard F. Collins. Madrid, La España Moderna, 2 vols.

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primeras décadas de este siglo, difundidos en parte por los krausistas es-pañoles y favorecidos en su influencia por la nueva versión deHmperia-lismo norteamericano del presidente Woodrow Wilson, con su "paname-ricanismo" y su prédica de la "democracia" y de la "moral". Si bien Giddings y Ward no hicieron propiamente psicología de los pueblos, ela-boraron categorías sociológicas fuertemente psicologistas. Canalizaron, además, la influencia del positivismo inglés, moderado en ellos, en par-ticular en el caso de Lester Ward que venía a dar una fórmula superado-ra del fuerte individualismo antiestatista de Herbert Spencer y a justificar el papel del estado en el proceso de cambio social.

Para Lester Ward (1841-1913), la evolución humana muestra el paso de una "lucha física" a una "lucha intelectual" o psíquica, que permite al hombre hacerse cargo de los instintos primarios y reorde-narlos dentro de una sociedad democrática. El paso de una forma de lu-cha a la otra era para él, el paso del despotismo, y consecuentemente del militarismo, a la democracia, o vida civil. Por otro lado, la doble problemática que muestra la doctrina hispanoameriqana de la "emanci-pación mental", la "descriptiva" y la "proyectiva" se encontraban ex-presadas en las teorías de la "génesis" y de la "téíesis" sociales del mismo Ward, la última de las cuales le permitía acentuar la preponderancia del estado, en contra de las doctrinas del "laisser faire" inglesas y favorecía una comprensión del saber social como un instrumento de poder al servicio de la "evolución".75

Por su parte, Giddings (1855-1931), cuyas doctrinas fueron dadas a conocer en el Ecuador por Agustín Cueva, como ya hemos visto, había armado su sociología sobre la base del evolucionismo de Spencer, la doctrina de los "sentimientos morales" de Adam Smith y la sociología de la "imitación" de Gabriel Tarde. Giddings parte de una visión optimista de la sociedad y en él la tesis de la télesis social de Ward pierde un tanto su fuerza, acentuándose por el contrario los valores espontáneos de la "asociación", a la cual llega el ser humano desde una etapa gregaria, gracias a una "conciencia de afinidad" que la impulsa a superar los factores disociativos y a afianzar los de comunidad. Todo ello entendido como un fenómeno de conciencia, que venía a reforzar

75 Lester Ward, Puré ¡ociólogy: a treatlte of the origin and spontaneout development of tocíety. New York, Macmfllan, 1903, 607 p. Sociología puré. Traduit de Tangíais avéc le con-cours de Tauteur par Fernand Wefl. París, Giard et Brler 1906, 2 vola. Compendio de sociología. Traducción del inglés con autorización de autor y prólogo de Adolfo Posada. Tercera edición, Madrid, F. Beltrán, 1929, 382 p. La primera edición de este Compendio es de 1914.

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las diversas doctrinas de la solidaridad tan extendidas por diversas formas del pensamiento social de la segunda mitad del siglo XIX. 76 No es extraño que los krausistas españoles encontraran en esta sociología expresado de alguna manera su pensamiento y que fuera recibida e in-corporada en pensadores latinoamericanos, como es el caso de Mariano H, Cornejo, en quien como vimos también es visible la influencia de la psicología de los pueblos de Wundt. Tanto la sociología de Ward, como la de Gidáings, venían a confirmar, desde el campo de este saber, la ima-gen de una potencia mundial que había enfrentado al militarismo alemán, decidiendo la Guerra de 1914 en favor de la "democracia", y que a su vez había superado la permanente inestabilidad del proceso político francés, convulsionado constantemente por explosiones sociales, con lo que todos los problemas que planteaba la expansión militar y económica de los Estados Unidos en los países del Caribe y de Centro América, como así también su intervención en México, venían a perder para muchos sudamericanos, su real gravedad y sentido.

La psicología de los pueblos en Hispanoamérica, aparece, tal como ya lo hemos dicho, como una consecuencia de todo aquel proceso ideológico endógeno que hemos ido mostrando desde el comienzo de estas páginas, y a la vez, de las influencias derivadas de las diversas virtientes externas que hemos esbozado. De todas ellas, la más impor-tante por su presencia, fue sin duda la francesa y las dos líneas de desa-rrollo que muestra, la del positivismo, representada principalmente por Gustavo Le Bon, y la del positivismo-espiritualista, que tuvo su máximo expositor en Alfredo Fouillée, sirvieron para constituir las dos principales direcciones y momentos en que culminó la psicología de los pueblos en nuestro Continente.

Tal vez resulte extraño que en este cuadro de influencias no hayamos dedicado un parágrafo a los sociólogos españoles. La verdad es que, desde nuestro punto de vista, el desarrollo intelectual del mundo hispánico constituye, a pesar de las diferencias que puedan seña-

76 F. H. Giddings, Inductive so ció lo gy. A Syllabus of methods, analysis and classifica-tions, and prouistonaUy fbrmulated laws. New York, Macmillan, 1901, 302 p. Sociología inductiva; Syllabus de métodos, análisis y clasificaciones y leyes provisionalmente formuladas. Traducción del Inglés por Domingo Barnés, Madrid, La España Moderna, s/año, 3OO p. The principies of socíology, and analysis of the phenomena of association and social organization. New York, Macmillan, 1896, 476 p. Principios de sociología. Segunda edición revisada 7 aumentada. Traducción de Adolfo Posada, Madrid, Jorro, 1929, 2 volúmenes. No conocemos la fecha de la primera edición que es la que fue utilizada sin duda por los primeros sociólogos ecuatorianos.

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larse, una unidad mucho mayor que la que generalmente se ha señalado para todo el siglo XIX y primeras décadas del actual. Por otro lado, constantemente hemos ido mostrando la presencia, en particular de los últimos krausistas, especialmente los de la escuela de Oviedo, que hicie-ron de verdadero puente entre las influencias alemanas, francesas y nor-teamericanas, y los desarrollos del saber social latinoamericano.77

Habíamos hablado de dos direcciones dentro de la psicología de los pueblos en Hispanoamérica. Carlos Octavio Bunge y José María Ramos Mejía, en la Argentina; Alcides Arguedas, en Bolivia; Francisco Bulnes, en México; Laureano Vallenilla Lanz, en Venezuela, hicieron una psicología de los pueblos de carácter netamente positivista, mientras otros autores, aproximándose a la posición ecléctico-espiritualista, dieron la otra versión, entre ellos Francisco García Calderón, en el Perú; Manuel Ugarte, en la Argentina 7S y otros menores que desarrollaron una psicología de los pueblos que se encontraba más o menos explícita en los escritos de José Enrique Rodó, uno de los fundadores de esta línea de desarrollo. Próximo a ella se ha de colocar justamente a Alfredo Espinosa Tamayo y todos estos últimos, en conjunto y con las modalidades personales que pueden indicarse para cada uno, dieron nacimiento a aquel "tercer eclecticismo" de que hemos hablado, que se encuentra conectado con la psicología de los pueblos del grupo español que mencionamos antes dentro del cual cabe recordar a Rafael Altamira quien escribió una Psicología del pueblo español, en 1900 y Salvador de Madariaga, recientemente fallecido, que en 1929 publicó su difundida obra Ingleses, franceses, españoles. Ensayo de psicología colectiva comparada. 7Í

77 Cfr. nota número 60. 78 Carlos Octavo Bunge, Nuestra América (Ensayo de psicología social). Séptima edición. Madrid, La

España Moderna, 1926. 347 p. La primera edición es de 1918. José María Ramos Mejía, Las multitudes argentinas. Buenos Aires, 1899; Alcides Arguedas, Pueblo enfermo. Contribución a la psicología de los pueblos hispanoamericanos.. En Obras completa*. Madrid, Aguilar, 1959, Tomo I. La primera edición es de 1909. Francisco Bulnes. El porvenir de las naciones hispanoamericanas ante las conquistas recientes de Europa y los Estadal Unidos. México, Imprenta de Mariano Nava, 1899^282 p.; Laureano Vallenilla Lanz, Cesaris-mo democrático. Estudio sobre ¡as bases sociológicas de la constitución efectiva de Venezuela. Caracas, Segunda edición. Tipografía Universal, 1929, 345 p. La primera edición es de 1919. ; Francisco García Calderón, Le Pero u contemporain. Etude «ocióle. Paria, Dujarric, 1907, 333 p.; Les democraties latines de l'Amérique. París, Flammarion, 1914, 383 p.; La creación de un confínete. París, Ollendorf, 1912, 262 p.; Manuel Ugarte, El porvenir de la América Latina. La raza. La integridad territorial y moral. Valencia, Sempere, 1909, 319 p.; £( porvenir de ¡a América Española. Valencia, Prometeo, s/año, 330 p.

79 En una intentante carta de Rafael Altamira, dirigda a José Enrique Rodó y que figura en las Obras Completas de éste último (Madrid, Aguilar, 1956, p. 1287). escrita en 1900, le dice

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La psicología de los pueblos, ya fuera desarrollada expresa-mente como tal, ya incluida dentro de obras de sociología general o aun de etnología, muestra otra interesante elaboración, relacionada con las diversas grandes regiones de nuestro Continente. Se puede, en efecto, hablar de una psicología de los pueblos del área andina, como asimismo de otras áreas, que surgen cuando se analizan de modo comparado y según este criterio, las obras elaboradas en Sudamérica. Dentro de la pri-mer área mencionada ha de colocarse precisamente la obra de Alfredo Espinosa Tamayo, y un estudio valorativo de su libro debería intentar mostrarlo en relación con los interesantes desarrollos llevados a cabo en los países que pertenecen a lo que podría denominarse una cultura andina o que la integran parcialmente. El más lejano antecedente de este tipo de literatura social, ha sido el Facundo de Sarmiento, aun cuando en sus páginas se intentara una visión que excedía los marcos de aquella cultura y no respondiera a la intención de señalarla de modo expreso. Fue sin embargo a fines del siglo XIX y comienzos del presente, cuando se constituyó este campo de trabajo, dentro del cual se ha de mencionar un estudio sobre los indígenas de Tierra del Fuego, que hiciera Gustavo Le Bon en 1883; los trabajos iniciales de Agustín Alvarez; la Psicología del pueblo araucano, de Tomás Guevara, aparecida en 1908; la Sociología primitiva chüeindiana de Agustín Venturino, de los años 1927 y 1928, el ya citado Pueblo enfermo de Alcides Arguedas, referido principalmente al pueblo boliviano. Si bien se subtitula "psicología de los pueblos hispanoamericanos"; La "Psicología del pueblo peruano" que incluye Francisco García Calderón en su obra Le Pérou contemporain, del año 1907 y, en fin, las obras de Belisario Quevedo y de Alfredo Espinosa Tamayo, en el Ecuador. 80

el escritor español al maestro uruguayo a propósito de la lectura del Ariel: "hace bastantes años, amigo Rodó...que no había escuchado una voz tan castellana, ni leído libro tan castizo, que me hablase tanto al alma, de manera más íntima y solemne, como el de usted. Sentimientos análogos han despertado en mi espíritu voces como las de Renán y la de Fichte, pero eran de otras tierras, originadas en otras necesidades que las de nuestra raza, en cuya personalidad creo y confío. Pensándolo así, empecé a escribir mi Psicología del pueblo español y di, hace unos meses, en Bilbao, mis conferencias sobre "El verdadero sentido de la civilización", que fueron como un Ariel reducido a términos vulgares. . .". Este último tema es el que aparece en el libro de Altarnt ra Lo» elementos de la civilización y del carácter de lo» etpañole». Buenos Aires, Editorial Losada, 1950, 292 p. La obra de Salvador de Madariaga es: Ingleses, franceses, españoles; ensayo de psicología colectiva comparada. Madrid, Espasa Calpe, 1929, 406 p.

80 Gustavo Le Bon, Les Fuégiens. París, Socdété de Géographie, 1883. Extraitdu BuUe-tin de la Sacíete de Géographie, 1883, p. 266—278; Agustín Alvarez, South América. Ensayo de psicología política. Buenos Aires, Rosso, 1933, 290 p. La primera edición es de 1899; Tomás Guevara, Psicología del pueblo araucano. Santiago de Chile, Imprenta Cervantes, 1908, 412 p.; Agustín Venturino, Sociología primitiva chüeindiana. Barcelona, Editorial Cervantes, 1927—1928, 2 vols.; Alcides Arguedas, Pueblo enfermo, ed. citada en nota 78; Francisco García Calderón, Le Pérou contemporain, ibidem. El capítulo II de esta obra "L'évohition des

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VI. LA OBRA DE ALFREDO ESPINOSA TAMA YO.

ntes de dar a conocer sus primeros ensayos de "psicología y sociología" del pueblo ecuatoriano, Alfredo Espinosa Tamayo se había ocupado del problema educativo y había publicado, en 1916, un libro, sistemático y bien documentado, sobre El problema de la enseñanza en el Ecuador. 81 En sus

palabras preliminares nos recuerda la figura del maestro uruguayo José Pedro Várela, padre de la pedagogía en el país oriental, y la necesidad de que siguiendo su ejemplo y el de otros educadores sudamericanos, la reforma pedagógica se llevara a cabo sobre la base de un conocimiento de las necesidades, así como de las deficiencias, que permita "llegar a incrementar y desarrollar, de manera definitiva, un plan educativo que se armonice con el espíritu y la mentalidad del pueblo".

La posición de Espinosa Tamayo se encuentra relacionada, si nos atenemos por lo menos a sus palabras iniciales, con el despertar de las nuevas tendencias que reorientaron la filosofía de la educación en las primeras décadas de este siglo y que se apoyaban en una afirmación de las potencialidades propias del educando, con lo que se dejaba de lado la vieja tradición de una escuela en la que todo giraba sobre la personalidad del maestro. "Desde que Juan Jacobo Rousseau ^decía—dio a luz su Emilio y en él sentó el principio de que la educación no debe ser

idees et des faits dans le Pérou republic*in", concluye con un ensayo de psicología del pueblo peruano; Belisuio Quevedo, Sociología, política y moral. Quito, Editorial Bolívar, 1932,196 p. (edición postuma).

81 Alfredo Espinosa Tamayo, £1 problema de ¡a enteñanza en el Ecuador. Quito, Oficina de Fomento de Instrucción Pública, Imprenta y Encuademación Nacionales, 1916,196 p.

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otra cosa que el desarrollo de las tendencias naturales del hombre, todos los filósofos y pedagogos modernos han basado en él sus teorías educa-tivas, con mayores o menores restricciones. Pestalozzi, Froebel, Herbart, Herbert Spencer, Fichte, Augusto Comte, Ribot y todos en sus obras convienen en que es necesario aprovecharse de las disposiciones natura-les del hombre, para imprimirle un carácter definitivo y orientar la edu-cación que debe dársele".

Sobre estos principios entendía Espinosa Tamayo que era necesario rehacer todo programa educativo nacional por parte del Estado, el que sobre la base del conocimiento de aquellas "tendencias naturales" del hombre ecuatoriano, habría de elaborar un "tipo" que funcionara como "modelo". Dicho en otras palabras, la tarea educativa habría de tener dos puntos de partida: la realidad social del educando, su "ser", y al mismo tiempo, su "deber ser" sobre el cual se remodela-ría al hombre "para mejor provecho de la humanidad y del país que fue su cuna". Para la elaboración de aquel "tipo", Espinosa nos ofrece de modo breve y preciso el método que habrá de seguirse: "Estudiando nuestra Historia —dice—, inspirándonos en ella y fijándonos en las causas que han dado origen a los errores que a cada paso su relato nos muestra, desentrañando por medio de su análisis los elementos psicológicos, del pueblo ecuatoriano y, por medio de su síntesis, su estado sociológico, pasado y presente, podremos caer en la cuesta de qué es aquello que nos ha sobrado, o faltado para tener el tipo de un buen ciudadano de un país democrático moderno, y por consiguiente, para poder orientar nuestra educación hacia un ideal de perfección que nos de hombres y ciudadanos".

La educación ha de organizarse, por tanto, teniendo en cuenta dos momentos, uno de ellos, una especie de "descriptiva social" y, el otro, una "proyectiva". La primera, por su parte, implica a su vez, dos momentos, uno de "análisis" y el otro de "síntesis", que nos ponen al tanto acerca de las relaciones entre la psicología de los pueblos y la sociología, tal como el problema era entendido por Espinosa Tamayo. La primera forma de saber se ocupa de los "elementos psicológicos del pueblo ecuatoriano", en un nivel analítico, mientras que la segunda, la sociología, es un saber de síntesis. Ahora bien, tanto una como otra forma de saber, con sus respectivos métodos, sacan sus datos de la Historia, como nos lo dice el mismo Espinosa Tamayo, por lo que la sociología como saber sintético viene a ser a su modo una filosofía de la historia. Este planteo no debe ser interpretado en el sentido de que el saber sociológico sea una síntesis de datos tomados de un "pasado", sino

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de que todo hecho social presente es histórico. No hay fenómenos so-ciales sin raíces dadas en el tiempo y la propia realidad de esos fenóme-nos sólo es captable como una etapa dentro de un proceso. Por otra parte, conforme con la problemática de la "emancipación mental" y de acuerdo con las líneas de desarrollo del saber social latinoamericano desde sus orígenes, confirmadas además por las tendencias de la sociología de la época, los fenómenos que habrán de ser sometidos a la doble tarea de análisis y de síntesis, son fundamentalmente hechos psico - sociales.

De ahí que el primer momento investigativo, esté en manos de una psicología de los pueblos y que sea sobre los datos que ésta puede ofrecernos que se habrá de llegar a la síntesis sociológica. Ciertamente que el objeto de estudio de esa "psicología" no lo constituyen fenómenos psíquicos individuales, ni tampoco puramente psicológicos, por lo mismo que tienen que ver, como ya hemos señalado repetidamente, con la conducta del hombre en sociedad y ésta es en todo momento una "sociedad nacional". Aquella exigencia de estudiar lo que la sociedad ecuatoriana "es", como a su vez de proyectar lo que el tipo ecuatoriano ideal "debe ser", explica por qué interesan tanto problemas de tem-peramento como de carácter, dicho en otros términos, la "psicología social" que implica la psicología de los pueblos es a la vez necesaria-mente una "moral social".

Parte además Espinosa Tamayo de la psicología de los pue-blos como saber ya constituido en América Latina. La tarea del sociólogo ecuatoriano quedaba planteada en consecuencia en la búsqueda de la síntesis propia del pueblo ecuatoriano, de elementos que habían sido ya establecidos por el saber social de la época para todo el Continente y, de modo particular, para la región andina del mismo. "La psicología de los pueblos sud-americanos —dice— es, según los autores que se han ocupado de ella, casi la misma para todos los países que tuvieron un mismo origen. El insigne don Carlos Bunge le asigna las siguientes ca-racterísticas: la pereza, la indolencia, la apatía, la vehemencia, la volu-. bilidad, el orgullo y la falta de originalidad, características derivadas de la mezcla de cualidades inherentes a las tres sangres que corren por nuestras venas: la india, la negra y la hispana". De ahí que la tarea de síntesis se convierta, de manera bastante simple, en la determinación de las "proporciones" con las que esas tres "sangres" se han mezclado y han dado lugar a diferentes combinaciones de aquellos caracteres que surgen de ellas. "La diferente proporción de esta mezcla de sangres —nos

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dice luego— imprime diversas modalidades al carácter de los pueblos hispanoamericanos. Sin duda a esto lo mismo que a otras causas étnicas y geográficas, se debe la diferencia que se nota entre los habitantes de la Sierra y de la Costa del Ecuador; aquéllos en su mayoría son mestizos de blanco e indio, es decir, cholos, como se les llama en Sud-Amé-rica; entre los de la Costa predomina el tipo mulato o sea la mezcla de negro y blanco; pero por lo demás, las características originales no varían gran cosa. Indudablemente que a la indolencia y a la apatía se debe nuestro retraso en la vida progresiva de los pueblos; a la vehemencia, las veleidades de nuestra vida política, la facilidad de nuestros entusiasmos y la inconstancia en las empresas que requieren tenacidad; al orgullo, el desconocimiento que de nosotros mismos tenemos y a la falta de originalidad, debe atribuirse el que sólo seamos imitadores y el que las facultades inventivas aun no se hayan desarrollado entre nosotros". 82

La sociología, como síntesis de los materiales que ofrece la psicología de los pueblos, habrá de ser por tanto la guía sobre la que se habrán de fijar los fines de la educación. Sociología y pedagogía son una sola forma de saber, en particular si tenernos en cuenta que, como ya lo hemos comentado páginas atrás, se trata en todo momento de llevar a cabo una "sociología nacional". Y a su vez, esa pedagogía de la cual se espera la formación de un nuevo hombre, en cuanto que lo que se desea de éste es que sea un "buen ciudadano", será una "pedagogía social", y no precisamente la pedagogía individualista y aristocrática que postulaba El Emilio. "La educación debe tender a corregir todos estos vicios —dice—, cultivando y educando precisamente las cualidades contrarias, es decir, la constancia, la energía, la iniciativa personal, el espíritu de empresa, el sentimiento del deber y de la obediencia, contrario a la rebeldía de nuestra raza y de su resistencia a cumplir las leyes prohibitivas o coercitivas, y por último, como base esencial que desarrollaría el espíritu de solidaridad y crearía el valor cívico y la virtud ciudadana tan olvidada entre nosotros y el amor a la Patria y su bien y su felicidad como aspiración suprema de los asociados y porque en ella se halla vinculado el bien personal y particular de cada uno".

No se entiende muy bien cómo Espinosa Tamayo hacía compatible el principio enunciado por Rousseau, según él mismo nos lo hace saber, de una educación entendida como "desarrollo de las tenden-

82 Alfredo Espinosa Tamayo, Obra citada, cap. XIII, titulado "Finalidad de la Instrucción Primaria en el Ecuador. El Ideal educativo", p. 111—119.

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cias naturales del hombre", y este hombre ecuatoriano en el que ninguna de sus tendencias espontáneas resultaba aprovechable para el educador, al extremo de que la misión pedagógica debía consistir en "cultivar las cualidades contrarias". A pesar de haber comenzado invocando a Rou-sseau y junto con él a Pestalozzi, Froebel y Herbart, nada tenía que ver esta pedagogía, por lo menos en los términos en que aparece aquí enun-ciada, con una valoración del educando como potencial aprovechable y nada podía tener, indudablemente, si el punto de partida de la "analítica" sobre la cual se llegaría luego a la "síntesis" social, estaba en el de-terminismo racista de autores tales como el "insigne" Carlos Bunge, conforme con cuyo pensamiento la ley no podía ser otra cosa que coer-ción y represión social.

De ahí la ambigüedad de la fórmula que nos propone Es-pinosa Tamayo para la orientación de la tarea pedagógica: "La creación de un tipo de ciudadano acomodado a las modalidades del carácter his-pano-americano", en donde la "acomodación" no implica indudablemente un aprovechamiento de virtudes, sino un rechazo de "defectos" originales y que en la realidad social ecuatoriana se reducía a lograr dos cosas: "la moralidad política de las clases dirigentes" y "el amor al trabajo y el horror a la revuelta a la clase pobre", tal como lo habían realizado "los gobiernos enérgicos y fuertes" de la Argentina y Chile, mediante un proyecto pedagógico que bien podría ser entendido "contra natura", es decir, en el sentido inverso rousseauniano.

De todos modos, dejando a un lado todos aquellos aspectos que permiten mostrar el contenido ideológico del programa pedagó^ gico de nuestro autor y que no le son propios sino que constituyen el entramado profundo sobre el cual se organizó la pedagogía social en toda Hispanoamérica durante el siglo XIX y principios de éste, es necesario señalar los aspectos positivos que muestra. Uno de ellos radica en la exigencia de un conocimiento de la realidad social del educando, estemos o no de acuerdo con las vías que se ponen en marcha para tal co-nocimiento; el otro, en toda la serie de propuestas de las que el libro de Espinosa Tamayo se nos ofrece particularmente rico, respecto de la creación, ya que no simplemente reforma, de la escuela ecuatoriana, en lo que podríamos considerar su estructura material, principalmente, sobre la base de conceptos de higiene y de eficacia pedagógica. Todos los ideales del "positivismo pedagógico" que hicieron de la escuela común una institución ciertamente nueva, en cuanto que dieron nacimiento a la pedagogía, no sólo como una filosofía de la educación con ciertos li-

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neamientos autónomos, sino como una técnica que permitiera superar un nivel de rutina y de empirismo, condiciones indispensables para lograr la organización definitiva de la escuela pública que, si bien surgía dentro de los condicionamientos de la sociedad de la época, constituía un hecho de validez permanente.

Es necesario reconocer, además, en el proyecto pedagógico de Espinosa Tamayo, otro aspecto importante, que habrá de determinar su propio saber social, como luego se habrá de manifestar en su ensayo sobre la psicología y la sociología del pueblo ecuatoriano. Se trata de una cierta desconfianza respecto de los métodos mismos de investigación y estudio, que lo ponían por encima del dogmatismo metodológico que trasuntaba la sociología de la época en la que cada sociólogo creía haber encontrado la "llave" definitiva del saber social, reducida casi siempre a dar relevancia a un aspecto de la vida humana, como el único digno de ser atendido y considerado. Frente a esta tendencia, Espinosa Tamayo se habrá de declarar "ecléctico". Aquella admiración con la que nos habla de Carlos Octavio Gunge, que había reducido todo el saber social a una absurda psicología de las razas, venía a quedar de este modo en entredicho, aun cuando no negado, como no podía serlo un autor que aparecía aureolado en ese momento por la fama de su "saber científico".

Interesante resulta en este sentido leer lo que el mismo Espinosa Tamayo nos dice en su libro sobre El problema de la enseñanza en el Ecuador, respecto de los manuales de historia que habrían de usarse en las escuelas, en particular si tenemos en cuenta la íntima relación que para él había entre historia, psicología de los pueblos y sociología. "El libro de historia patria que yo quisiera ver escrito para texto de nuestras escuelas —dice— debería ser lo más ecléctico posible y debería estar destinado antes que a ningún otro objeto a desarrollar en los alumnos las ideas de patria y nacionalidad. Debería estudiar el estado social y político de la América al verificarse la conquista; la psicología de las dos razas que se confundieron, la conquistadora y la conquistada; estudiar las instituciones coloniales y su evolución social hasta la independencia; las causas económicas, sociales y políticas que determinaron esta gran epopeya; fundar con estos acontecimientos el orgullo nacional y el sentimiento patriótico; investigar el estado del país al comenzar su vida independiente; correr un velo misericordioso sobre el largo período de las luchas civiles y guerras intestinas, enseñando a mirarlas con horror y a considerarlas como una de las fases naturales del desarrollo de un pueblo, sobre el cual pesaban las triples influencias, de la educación,

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del ambiente y de la raza. Inspirado en esta ideas, quien escriba el nuevo texto de historia, dará preferencia al estudio del desarrollo nacional, relegando los hechos sangrientos a un segundo plano, donde no aparez-can como heroicidades ni hazañas legendarias, nuestras bárbaras con-tiendas civiles". 93

Más allá de la ideología de un "liberalismo del orden", ca-racterístico en general del pensamiento positivista, que insistía fuerte-mente, tal como nos lo dice el mismo Espinosa Tamayo, en la necesidad de "borrar las ideas revolucionarias" que aún existen en "los espíritus díscolos e inquietos", como de borrar de la "imaginación popular la fi-gura fantástica del caudillo de montoneras", no cabe duda que esta nueva comprensión de la historia llevaba a una superación de la escolar his-toriografía de generales y batallas, a la vez que, contradictoriamente con otras afirmaciones, exigía en función del "orgullo nacional", una revaloración del sujeto de la educación, más allá de los condicionamien-tos de la "raza" y del "medio". De este modo podemos comprender dentro de qué límites era entendida la pedagogía de inspiración rousseau-. niana, bajo cuya advocación colocaba Espinosa Tamayo su propia pedagogía y en qué consistían aquellas "mayores o menores restricciones" de las que nos hablaba a propósito de la misma.

Aquel "libro de historia patria que quisiera ver escrito", tal como nos confesaba Espinosa Tamayo en 1916, fue llevado a cabo con la redacción de su Psicología y sociología del pueblo ecuatoriano, obra de la cual había anticipado uno de sus capítulos, "El caciquismo", en las páginas de la Revista de la Sociedad Jurídico-Literaria84 , en aquel mismo año y lo que nos dice de cómo debería ser entendida la "historia patria", puede bien ser considerado como una especie de prospecto del futuro libro, que nos pone en claro respecto de uno de sus sentidos y nos permite hacemos una idea bastante clara de lo que el saber sociológico fue en sus inicios, no ajeno por cierto a toda la tradi-

83 Alindo Espinosa Tamayo, Obra citada, cap. X, titulado "Reforma escolar. Los libros de texto", p. 82—93. Es interesante tener en cuenta para la valoración de lo que Espinosa Tamayo nos dice respecto de los textos de historia, las ideas equivalentes de otro positivista ecuatoriano, Beüsario Quevedo, autor de un Texto de hittoria patria. Quito, Imprenta del Ministerio de Gobierno, 1942, 248 p., obra redactada entre los años 1920 y 1921.

84 "El caciquismo" constituirá el cap. XIV del libro citado y apareció por primera vez en el tomo 17, número 39, correspondiente al mes de agosto de 1916 de la revista mencionada, lo cual revela que en esa época Espinosa Tamayo se había entregado ya a su labor de buscar materiales para su futura tarea de sociólogo.

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ción de pensamiento social que hemos intentado caracterizar en capítulos anteriores.

No está demás que hagamos notar, en relación con el desa-rrollo del pensamiento social grancolombiano y ecuatoriano, la posición valorativa de nuestro autor, la que venía a ser a su modo una restauración de la posición ideológica del primitivo grupo criollo, en contra del pensamiento social que acompañó al relativo despertar de las masas des-pués de las Guerras de Independencia y en contra, en el caso concreto de Espinosa Tamayo, del saber social del liberalismo alfarista. El valor semántico de la palabra "pueblo", dentro de esta "psicología de los pueblos", se nos abre con todo su régimen connotativo y nos ilustra acer-ca de la función social que se pretendía asignarle.

La conferencia que Espinosa Tamayo pronunció en las aulas de la Escuela de Medicina de la Universidad Central en 1915, resulta asimismo aclaradora y nos muestra otro de los aspectos de la pedagogía de nuestro autor. ss El libro sobre El problema de la enseñanza en el Ecuador no se reducía a los problemas de la instrucción primaria, sino que abarca a todos los niveles, incluso el universitario, al que dedica los dos últimos capítulos. Espinosa Tamayo, en esto bajo la influencia de la pedagogía española de la época y en particular de las ideas de Francisco Giner de los Ríos, entendía que no debía haber hiatos entre los diversos niveles de la educación, idea que para la época era asimismo un aporte de significativa importancia en cuanto obligaba a una comprensión orgánica del hecho educativo. De todos modos, esa organicidad no dejaba de ser entendida sobre la base de una distinción de clases sociales, a cada una de las cuales se le asignaba una función determinada, tanto en lo que se refiere al sistema de producción, como a las relaciones de control social. La escuela primaria, aun cuando entendida como el lugar en donde se habían de encontrar los niños provenientes de todos los estratos de la sociedad y en tal sentido era considerada como la institución "democrática" por excelencia, no dejaba de ser la institución que debería tener como objetivo básico la reforma de los hábitos de turbulencia que manifestaban las clases sociales pobres; frente a ella, la universidad se nutría de elementos sociales en los que prevalecía un espíritu acorde con el "orden" establecido o que mostraban, cuanto más, un espíritu reformista que no traspasaba las doctrinas sociales del evolu-

85 Alfredo Espinosa Tamayo, "Las universidades ecuatorianas". Revista de la Sociedad Jurídico—Literaria. Quito, Tomo 17, número 38, julio de 1916, P. 21—46.

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cionismo. Y de este modo, la escuela primaria debía enfrentar el pro-blema social y político de la revolución, en el fondo aquella temida "revolución popular" que con caudillos o sin ellos, era considerada como una herencia repudiable y peligrosa; y por su parte la universidad, en donde reinaba como dijimos otro espíritu, debía atender más que nada a fomentar la "moralidad" política" de las clases dirigentes, mediante la creación de élites en las que primaran los altos ideales. Para esto nada más oportuno que las lecciones del maestro uruguayo José Enrique Rodó, expresadas en las páginas del Ariel. De tal manera, se ve cómo en Es-pinosa Tamayo y en otros escritores de la época, arielismo y positivismo se daban la mano y, desde el punto de vista ideológico, venían a ser nada más que dos caras del pensamiento de la burguesía de la época.

Como es fácil suponer, el mensaje de Rodó fue adaptado en el Ecuador a las circunstancias locales, como sucedió en los demás países hispanoamericanos. La universidad ecuatoriana no era la expresión de sociedades como las que estaban surgiendo en el Cono Sur, en donde una masa "cosmopolita", según la expresión rodoniana, había venido a quebrar las tradiciones y a poner en crisis la unidad nacional y continental. El Ecuador no era un país de inmigración europea y en tal sentido, el "calibanismo" no podía tener el mismo signo. "Apresuré-monos a decir por honor a la justicia -^comentaba Espinosa Tamayo— que si Calibán ha puesto el pie en nuestras universidades, no ha logrado apoderarse de ellas y que no por espíritu de mercantilismo, más bien por la rutina, la apatía y la inercia, que han caracterizado la vida del país, es que la de nuestras Universidades ha sido lenta y perezosa", "...no vivimos —decía más adelante con palabras tomadas directamente del Ariel— por fortuna, en un país de escitas, de beocios y de fenicios, y por consiguiente, ni la grosería, ni la ignorancia, ni el interés serán vallas que se opongan a que nuestras universidades tomen el sitio que les corres-ponde". ««

De todos modos, había que ponerse en guardia contra la temida figura de Calibán, monstruo de dos cabezas que afectaba a la so-ciedad en su totalidad favoreciendo el impulso desquiciador de las clases sociales inferiores y a la vez debilitando moralmente a los grupos selectos de la nación sobre los que posaba la responsabilidad del orden y del

86 Rodó decía en su Artel: "No desmayéis en predicar el Evangelio de la delicadeza a lot «aellas, el Evangelio de la inteligencia a los beocios, el Evangelio del desinterés a los fenicios". Ariel Buenos Aires, Espasa Calpe, Quinta edición, 1975, p. 140.

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progreso. Para eso resultaba imprescindible que la universidad orientara toda su tarea educativa sobre los ideales expresados en el símbolo de Ariel. "Como ha dicho el sociólogo Le Bon recordaba Espinosa Tama-yo— lo que constituye la norma del grado de civilización de un pueblo es esa élite de hombres de talento superior y de cerebro cultivado que diri-jen su marcha, impulsan su progreso y la cultura, y esa élite, ese núcleo escogido, mientras mayor es y más elevada su cultura, más arrastra el resto por el camino del progreso. Es, pues, necesario a los pueblos, un grupo de hombres más cultos que la generalidad, si no quiere convertirse en un pueblo de hombres insignificantes y mediocres". Las ideas sociológicas y políticas de Le Bon, que constituían como hemos dicho una especie de amalgama de racismo, junto con elementos teoréticos to-mados de Durkheim y de Tarde, venía pues a justificar la necesidad tanto de las formas de coerción social, como de la constitución de aquellos grupos que debían generar, por imitación de ellos todo progreso. Hasta la fecha la universidad había cumplido con ese objetivo: ". . .pese a sus defectos, las Universidades sud-americanas han sido el núcleo de la cultura en estos países, y sus doctores. . . han representado el mismo papel que los hidalgos en España: han sido la fuerza y vida de la nación, porque han tenido más hondamente arraigado el sentimiento tradicional y de la nacionalidad". Palabras que muestran hasta qué punto, los liberales de la burguesía guayaquileña, venían a coincidir con rancios prejuicios de la burguesía serrana, superado y a el enfrentamiento transitorio de la etapa alfarista.

A pesar de esto, no estaba exenta la universidad ecuatoriana de peligros. Ellos derivaban, si no de un "mercantilismo" de origen "cosmopolita", sí de un "utilitarismo" que tenía como causa una enseñanza meramente profesional. "Aquella mutilación del espíritu —decía Espinosa Tamayo— de la que el autor del Ariel aconsejaba huir a la juventud sud-ameridana, se ha practicado casi inconsciente, pero sistemáticamente en nuestras Universidades, mirando sólo la parte utilitaria de las profesiones y dejando a un lado todo lo que no fuera provecho inmediato". La respueta debía ser, siguiendo al mismo Rodó, que en esto no decía en verdad nada nuevo sino que regresaba a uno de los temas más machacados de la pedagogía espirtualista-ecléctica del siglo XIX, la formación "integral" de todas las potencias del espíritu, superando así unilateralidades y mutilaciones en las que se había caído en este caso "por exceso de positivismo". Nada de posiciones extremas y todo en su medida. Se podía ser "positivista", mas, sin olvidar los peligros a los que llevan las actitudes exageradas, como había de compensarse todo

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"idealismo" con aquél. De ahí la propuesta que hace Espinosa Tamayo respecto de cómo se debería reencauzar la educación en el nivel univer-sitario: "... procurar —decía— que la enseñanza sea integral en la medida de lo posible, y que al lado de las enseñanzas especiales propias de cada profesión, salgan los alumnos de la Universidad con una educación com-plementaria general, que los capacite, no solamente para el desempeño de la profesión, sino para el de sus funciones de hombres y de ciudadanos. Quiere esto decir, que la Universidad ha de tender al cultivo moral y fí-sico de sus educandos y ha de cuidar solícitamente de ellos, inculcándo-les los principios en que se fundan una sana moral y un criterio filosófico ecléctico".

El pensamiento de Espinosa Tamayo venía de este modo a hacer tomar conciencia de un hecho que siempre había estado presente en la Universidad, la de su función social. Ya vimos páginas atrás que la universidad republicana había heredado la tarea que antes había desem-peñado la Iglesia, de proveer el cuerpo de ideas sociales sobre cuya base se habría de orientar las relaciones entre los diversos estamentos de la sociedad y a su vez, la de organizar una doctrina de la nacionalidad con-forme con aquéllas. Pero, este hecho, durante las etapas anteriores, había sido llevado a cabo de modo más bien empírico y espontáneo. La sociología, y su punto de apoyo, la psicología de los pueblos, debían in-gresar ahora como una forma de saber concientizadora de aquella fun-ción, con lo que la educación "integral" de la que habían hablado los eclécticos románticos de la segunda mitad del siglo XIX, superaba la tra-dicional psicología de las "facultades", adquiría un nuevo matiz. Más aun, la función social del saber no sólo debía ser asumida por la univer-sidad respecto de sí misma, sino que atendiendo al principio de que no hay hiatos entre los diversos niveles de la enseñanza y que en cada uno de ellos la función social se cumple de un modo que le es propio, tocaba a la universidad como formadora de las élites dirigentes, según pensaba nuestro autor, una misión pedagógica de síntesis. "La participación cada día más grande que el médico, el sociólogo, el psicólogo, toman en la educación, la tendencia a iniciaren la escuela la lucha contra los peligros sociales, la necesidad de que los programas educativos sean estudiados por gente de cultura, hacen que hoy en todos los pueblos civilizados, la Universidad no mire los problemas educativos con desdén, sino al con-trario, con interés y cariño, haciendo solidarios de ella a los hermanos menores, las enseñanzas primaria y secundaria". "Yo no creo —dice en otro lugar— que la Universidad por su mismo espíritu, por el carácter que hoy le reconocen todas las naciones cultas, deba retraerse del estu-

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idio de las cuestiones sociales".

A esto se agrega el más antiguo antecedente de la "universidad abierta" de nuestros días, que bajo la influencia de las innovaciones pedagógicas llevadas a cabo en la Universidad de La Plata, en la Argentina y del movimiento de los krausistas españoles de la Universidad de Oviedo,, habían generado en todo Hispanoamérica, la llamada "extensión universitaria", recibida con entusiasmo por liberales progresistas y por los partidos socialistas iniciales que se constituyeron durante el primer cuarto del siglo. Más allá de ser la "extensión universitaria" un programa paliativo de las tensiones sociales que se quedó en la superficie de los problemas y que, en Espinosa, como en tantos otros, se reducía a "establecer corrientes de simpatía y cariño entre el elemento obrero y el elemento intelectual", es necesario reconocer que con ella comenzaba una nueva comprensión de la universidad hispanoamericana que se relaciona con la explosión universitaria cordobesa de 1918, durante la cual la "extensión universitaria", sin superar sus vicios de origen, adquirió un nuevo sentido y abrió las puertas hacia la organización de otras formas de comunicación de la universidad con el medio social.

La tesis de las élites salvadoras, en la que coincidían positivistas y arielistas, como así mismo aquella concientización de la tradicional función social de la universidad, vino a dar forma a lo que se ha denominado "ideología universitaria" y que, conservadora, reformista o revolucionaria, ha venido desde entonces sirviendo como uno de los supuestos sobre los cuales se piensa la inserción del universitario dentro de la problemática social. En la constitución de esta ideología y en su proceso, ha tenido mucho que ver la aparición y la constitución del saber sociológico, desarrollado en los países de América Latina, precisamente, como saber universitario. Esa "ideología universitaria" tiene además sus orígenes en la aparición, como habíamos dicho, de una nueva idea acerca del control social, que atribuía a los grupos profesionales la función que el pensamiento social tradicionalista había asignado a la familia, hecho que se encuentra relacionado, por otra parte, con la aparición de un nuevo grupo familiar distinto de la antigua familia patriarcal. La psicología de los pueblos y junto con ella la sociología de Espinosa Tamayo, surgieron dentro de esa problemática.

Por otro lado, cuando nuestro autor escribía sus ensayos pedagógicos y sociológicos, se había producido un importante hecho dentro de la historia ecuatoriana: el triunfo político de la Reforma y si

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bien la nueva estructuta jurídica tardaría todavía algunos años en com-pletarse, podía considerarse como ya nacido el estado liberal burgués, con lo que uno de los problemas más agudos de los últimos tiempos iría pasando a un segundo plano y dejando claramente a la luz otros aspectos de cambio en los cuales no se habían alcanzado logros equivalentes, particularmente el relacionado con el problema de la educación popular. Vimos en un capítulo anterior, la relación entre el pensamiento social y el jurídico; en otro, tratamos de mostrar a su vez las conexiones de aquel pensamiento, con las principales categorías del pensamiento político. La nueva situación, como decíamos, abrirá las puertas para establecer ya de modo expreso, las relaciones entre el pensamiento social y el pedagógico, que el movimiento de la Reforma había mantenido de alguna manera desplazado, privilegiando en particular las relaciones señaladas con el derecho y la política. El hecho se encuentra asimismo relacionado, de modo muy íntimo, con el paso de aquel "liberalismo libertario", hacia un nuevo pensamiento liberal que habrá de acentuar la problemática del "orden". Toda esa situación permite explicar la íntima relación que, en escritores como Espinosa Tamayo y Belisario Que-vedo, se daría entre la nueva ciencia, la sociología y el saber pedagógico.

Espinosa Tamayo abre su libro Psicología y sociología del pueblo ecuatoriano con unas breves consideraciones acerca de la so-ciología y de la psicología de los pueblos. Ya vimos que antes había asignado a la primera una función de síntesis de los datos que aporta la segunda, conjuntamente con el saber histórico. Esta relación viene a ser confirmada ahora mediante una distinción de acuerdo con la cual los da-tos histórico-psicológicos, por el hecho de ser concretos e inmediatos, son más fáciles para la observación, mas no así para su interpretación, ven taja esta última de la que sí gozan los hechos generales y de síntesis, objeto de la sociología. De todas maneras, este último saber se mantiene lleno de dificultades por cuanto sus "principios, reglas y métodos" no están bien definidos y "todavía se discuten muchos de ellos", motivo por el cual sucede que los mismos hechos generales que integran la sociología propiamente dicha quedan sometidos a dificultades intepretativas. Por otro lado, Espinosa Tamayo parte, como ya lo hemos dicho, de un declarado eclecticismo y mantiene, conforme con las tesis propias de esta corriente, el principio de que los diversos sistemas, en este caso los sociológicos, únicamente han aportado una parte de la verdad y que es necesario llevar a cabo, a su vez, una especie de síntesis de las propuestas hechas por las escuelas, atendiendo a que todas se diferencian por ha-

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ber subrayado un tipo de hechos sociales sobre otros. De acuerdo con esto, nos dice que no está probado que los factores biogeográfícos (el clima, la raza, la naturaleza del suelo, etc.) sean de mayor importancia que los socio-culturales (medio ambiente social, educación, etc.) en lo que respecta a la causación social. Conforme con este espíritu, entenderá que las diversas escuelas sociológicas han aportado visiones parciales y que el trabajo del sociólogo debe estar abierto a una revaloración de todas, en lo que ofrecen de positivo, sin encasillarse en posiciones exclusivas. Al abrir el capítulo XXI de su libro expresa claramente su posición: "Taine —nos dice— ha hecho consistir la evolución y las condiciones de la vida en la reunión de los tres factores: el étnico y el racial, el medio ambiente físico y el momento histórico. Buckle da decisiva importancia al factor intelectual. Marx funda todo el movimiento histórico y social en el económico y por último, Le Bon cree que es ante todo la raza la que influye en el modo de ser, de desarrollarse y de vivir de un pueblo, atribuyendo a la educación y a las influencias del medio geográfico, de la alimentación y del modo de vida, importancia secun-daria: un prudente eclecticismo —termina diciendo—, nos hace juzgar que es preciso analizar con cuidado cada uno de estos factores y ver hasta qué punto pueden ellos influir en la vida de una nación".

Tal actitud ecléctica le permitía a Espinosa Tamayo eludir la preponderante influencia que en su época ejercían escritores europeos, en particular Le Bon y escritores positivistas hispanoamericanos, especialmente Carlos Octavio Bunge y Alcices Arguedas, en los que aquel ideólogo aparecía respetado como el máximo pensamiento "cien-tífico" de la época."7 * Otro tanto hemos de decir respecto del determi-nismo geográfico, que en el caso ecuatoriano, revestía particular impor-tancia, si recordamos todas las afirmaciones que se habían hecho respecto de los países tropicales, acusados de estar sumergidos en un medio físico negativo. Tanto el determinismo racial como éste, constituían parte importante de la ideología colonialista europea, que venía de este modo a ser, si no rechazada plenamente, por lo menos atenuada en sus consecuencias. Por otra parte, le llevaba a nuestro autor a limitar la in-terpretación fuertemente economicista del marxismo de la época, tal como había sido divulgado por escritores como José Ingenieros, a cuya

87 Pan un análisis comparado del pensamiento de Espinosa Tamayo con otros positivistas latinoamericanos, cfr. Elisabeth Roig Alsina, "Análisis del discurso de la "psicología de los pueblos' en tres pensadores latinoamericanos: Laureano Vallenüla Lanz, Francisco Bulnes y Alfredo Espinosa Tamayo". Tesis para la licenciatura en filosofía presentada ante la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Quito, 1979.

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Sociología se refiere justamente en dos textos, en los que plantea el modo cómo entendía que debía ser asumido el pensamiento social de Marx, del cual se declara Espinosa Tamayo, "partidario", mas no "partidario incondicional" y por considerar, de acuerdo con la crítica de la época, que era un "punto de vista unilateral" que descuidaba otras causas. Para nuestro autor serán también, en efecto, de mucho peso en el proceso social ecuatoriano las causas biológicas y las intelectuales, sin que ello significara que más adelante, con "el desenvolvimiento de las fuerzas vitales", no llegaran'a ser las económicas "las que principalmente influyan en los acontecimientos de la vida nacional". 88

El rechazo del racismo, del determinismo geográfico y lo que para Espinosa Tamayo resultaba ser a su vez un determinismo eco-nómico, y la fuerza que constantemente asigna a las "causas espirituales", deriva del sentido nacional que en todo momento posee la sociología elaborada en este caso ,1a que trataba de alcanzar una visión que per-mitiera aminorar todas aquellas doctrinas propugnadas por las diversas teorías sociales vigentes, que conducían a obstaculizar la elaboración de una proyectiva. Todo ello sin desconocer la existencia de determinantes naturales que rigen la "evolución de las especies", pero que, dentro de los términos planteados, no impedían un control de las causas ciegas que derivan de los factores físicos y biológicos.

La ciencia social, ya sea ella en su nivel empírico, como psicología de los pueblos, o en el de síntesis, como sociología, nos en-trega, según Espinosa Tamayo, la "vida interna" de la sociedad, su "es-tado social" y permite distinguir el saber social en bloque del saber po-lítico, que tiene como objeto la "forma externa". Entre una y otra hay, sin embargo, una "íntima conexión", en cuanto que, como veremos luego, a partir de esas "formas externas", que son las que comúnmente se han visto, se organiza la proyectiva social que habrá de ordenar los diversos factores sociales de modo inteligente. La política adquiere, de este modo, un nuevo sentido y a la vez el saber social no queda reducido a una mera labor descriptivo-sintética.

El conocimiento social se apoya, como venimos diciendo,

88 José Ingenieros, El determinismo económico en la evolución americana. Buenos Aires, s/pie de imprenta, 1901, 64 p.; La evolución sociológica argentina: de la barbarie al imperialismo. Buenos Aires, J. Méndez editor, 1910, 187 p. y Sociología argentina. Madrid, Editorial Jorro, 1913, 447 p.

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en un saber previo que es el que nos ofrece el punto de partida empírico: la psicología de los pueblos. Espinosa Tamayo, del mismo modo como lo había hecho Agustín Cueva, afirmará que no hay una "mentalidad" hecha y definitiva, propia de cada pueblo y que por tanto el caso ecuatoriano, del mismo modo que cualquiera otro, debe ser considerado desde un punto de vista evolutivo histórico. Sobre esta base las imputaciones de "enfermedad" y de "mentalidad inferior", no podían ser tomadas en sentido definitivo, sino referidas a hechos transitorios y porque además y esto es lo más importante, no se trata de fenómenos exclusivamente biológicos, o psicológicos, en el sentido de puramente "naturales". El paso de la "barbarie" a la "civilización" es un hecho común a todas las sociedades humanas y no existe una "barbarie" que sea, en sus respectivas épocas históricas, superior o peor que otras, como había llegado a afirmar Carlos Octavio Bunge al hablar de los pueblos europeos en comparación con los americanos. 89

No hay, pues, un "genio" o un "espíritu de los pueblos" de carácter metafísico, según lo había entendido la tradición alemana romántica antes de Wundt, que llevaba a la doctrina de la intransferibi-lidad de modelos, tesis a la cual de alguna manera había regresado el arie-lismo, en su intento de mostrar la incompatibilidad del "genio" sajón con el "genio" latino. "La psicología de los pueblos de nuestro Conti-mente —dice— no puede ser estable porque se trata de sociedades llamadas a renovarse rápidamente". 90

A pesar de que define su ensayo, en las páginas finales del mismo, como un "diagnóstico de nuestro estado fisiopatológico" y como una "investigación semiológica de nuestro organismo" que habría de posibilitar "un examen de conciencia de nuestro verdadero ser", cayendo en la conocida transposición del vocabulario de las ciencias biológicas a las ciencias sociales características del positivismo decimonónico, es también evidente el esfuerzo por colocar en su verdadero sentido el léxico prestado y salvar las consecuencias que acarreaba. "Si las so-ciedades —dice— según Spencer y Ward, son verdaderos organismos y co-

89 Bunge en su libro Nuestra América afirma que la primitiva barbarie europea fue "superior" a la barbarie americana, en cuanto que los europeos no mostraron nunca la "ferocidad salvaje" de nuestras poblaciones indígenes. Cfr. obra citada, p. 133.

90 Rodó en su Ariel habla del "genio personal" del hispanoamericano, que hace imposible su "identificación" con "modelos extraños" y habla, dentro de la psicología de los pueblos que supone su pensamiento, de un "genio de la raza" que se aproxima a un cierto romanticismo. Edición citada, p. 103,106, etc.

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mo tales están sometidos al imperio de las leyes biológicas, es también cierto que éstas no obran de una manera cierta y fatal porque no se trata de agrupaciones animales sin conciencia exacta, ni noción precisa de su existencia que obran de un modo instintivo y es necesario por consi-guiente tomar en cuenta el factor psicológico intelectual". De esta ma-nera, aun cuando limitado el pensamiento social, en Espinosa Tamayo, por las leyes de la evolución orgánica, su comprensión de la sociedad nos resulta mucho más abierta que la postulada por el organicismo socio-religioso de un Jijón y Caamaño, de quien hemos hablado en capítulos anteriores.

La importancia de la psicología de los pueblos para este positivismo, le viene de que nos coloca frente a lo que se entendía como propiamente característico de los hechos o fenómenos sociales. Esa psi-cología tendrá que estudiar la conformación de una "mentalidad" que ofrece grados y que culmina con la aparición de la conciencia y con ella de la vida del intelecto, que sin desprenderse de su raíz biológica, revierte sobre ella, dándose de este modo el paso de lo animal a lo humano. De este modo, si bien el reduccionismo de lo social a lo biológico quedaba en parte salvado, no sucedía lo mismo respecto de la otra forma de reducción imperante, que justificaba a la psicología de los pueblos como saber de base, la de lo social a lo psicológico.

En el fondo se trataba de un voluntarismo y del conflicto planteado por el pensamiento positivista de la época entre necesidad y li-bertad, mas, con la ventaja sobre la psicología racional anterior, de que se partía del supuesto de que los hechos sociales poseen un relieve gno-seológico propio y que se dan, además, de modo conflictivo y contra-dictorio. De un primer nivel de contradicciones, dadas entre lo biológico y lo social, se acabará señalando contradicciones propiamente sociales, doctrina que será esbozada a través de las múltiples "clases" que Es-pinosa Tamayo se ocupará de describir cuidadosamente en su libro, aun cuando no se llegue a una formulación dialéctica de los procesos, ni conceda al concepto de "lucha" la fuerza que le dieron otros sociólogos de la época.

Ya hemos dicho que el pensamiento social que se constituye en nuestro autor como psicología de los pueblos y como sociología, se encuentra enmarcado dentro de ciertas líneas de desarrollo que son visibles en los comienzos mismos de aquel pensamiento en Hispanoamé-ca. La fuerza de aqueüos dos momentos constantes del saber social que

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habrá de dar cuerpo la doctrina de la "emancipación mental", la "des-criptiva" y la "proyectiva" sociales, adquirirá en Espinosa Tamayo im-pulso bajo el magisterio de la sociología de los krausistas españoles, principales difusores de las doctrinas de la "génesis" y la "télesis" de Lester Ward. En el caso ecuatoriano, el replanteo de esta vieja proble-mática latinoamericana, tenía además una muy especial significación, toda vez que se debía probar la posibilidad del ejercicio de la "télesis" en un país tropical, condenado como tantos otros de los que se encuentran sobre la línea ecuatorial, por la pretendida "ciencia" de entonces. En verdad, no era una hazaña que un Lester Ward hablara de un control mental de los fenómenos sociales en un país que repetía de alguna ma-nera las condiciones climáticas de los países europeos, en los que se ha-bían elaborado todos los mitos de las climas negativos y positivos. El rechazo del "clima" como factor determinante, por parte de Espinosa Tamayo, y la valoración del "paisaje" como lo que conforma mental-mente una población en su relación con el medio físico, apuntaba preci-samente a restar importancia a lo físico-biológico y acentuar la relación del hombre con su medio, como un hecho psicológico, terreno en el que los determinismos parecían perder un tanto su imperio.

A pesar de esto, la psicología de los pueblos se apoyaba en el escritor guayaquileño, en una psicología francamente mecanicista y marcadamente fisiologista en la que el pensamiento era explicado, si-guiendo a los de la psicofisiología de entonces, como un mero funciona-miento de células nerviosas. La explicación de lo psíquico se encontraba en lo fisiológico, que era lo que en última instancia nos daba razones para comprender la transformación de las "impresiones materiales" en "ideas", como asimismo la formación de las palabras con las cuales se las expresa. Una doctrina de la memoria como acumulación mecánica y el recurso a la doctrina de la asociación, venía a completar el fundamento psicofisiológico de la psicología de los pueblos.

Esa misma psicofisiología venía, por otra parte, a hacer po-sible una doctrina acerca de lo "normal" y de lo "patológico", en la que la "locura" aparecía en el campo de lo mental como un fenómeno de "anarquía", fácilmente equiparable a la' anarquía social. "Se ve que esta teoría del funcionamiento celular —nos dice— puede explicar todos los accidentes no solamente del funcionamiento mental fisiológico, sino también todas las alteraciones psico-patológicas y que ella está de acuerdo con la de los biologistas que creen encontrar en el funciona-miento mental la energía vital que regula las funciones orgánicas, recha-

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zando la idea de que la vida se deba a una influencia extraña a este fun-cionamiento". 91

Más allá de las simplistas fórmulas del mecanicismo psico-fisiologista, propio de la doctrina de la asociación de las ideas que mues-tran estas páginas, se destaca el esfuerzo por hacer de la vida un fenóme-no autónomo, como será asimismo autónoma la sociedad, y en un mayor grado, en cuanto que su naturaleza "orgánica" se diferencia de los seres vivos no inteligentes, hecho que había llevado a Herbert Spencer a hablar, en tal sentido, de un "superorganismo".

La diferencia entre lo orgánico y lo superorgánico, es gra-dual y dentro de la sociedad misma se dan diversos niveles de "mentali-dad", los que coinciden con determinadas clases sociales, grupos étnicos o agrupaciones humanas regionales. Hay también un estado "mental" general que abarca en su totalidad al superorganismo y que diferencia a una sociedad nacional de otra, en 'conjunto, más allá de los diferentes "estratos" mentales que componen a cada una. De ahí que la psicología de los pueblos deba organizarse sobre la base de una serie de "psicologías especiales", relacionadas con los diversos tipos y grados de mentalidad de los diversos grupos humanos, y a la vez, como "psicología nacional". De esta manera se organiza temáticamente la psicología de los pueblos y alcanza una cierta unidad en cuanto "ciencia", mas, sin acabar de damos una solución satisfactoria de las relaciones entre lo biológico y lo psicof ísico y lo cultural o social propiamente dicho.

Esa afirmación de autonomía relativa, como asimismo el constante rechazo de determinismos que llevaban al riesgo de condenar a la sociedad ecuatoriana a un estancamiento definitivo y cerrar todas las puertas para el progreso, se apoyan, en el pensamiento de Espinosa Tamayo, en dos principios sobre los cuales se ve obligado, no siempre felizmente, a conjugar el análisis de las causas. Por un lado, acepta como dogma, la afirmación de que "la ley de las transformaciones en los pueblos como en los individuos es inevitable", motivo por el cual se ha-brá de superar "el influjo étnico y el biológico que ejerce la mezcla de razas y el clima" y, por otra parte, afirma con no menos vigor, que todo

91 Alfredo Espinosa Tamayo, "El mecanismo vital de la asociación de ideas". En Revis ta de la Sociedad Jurídico—Literaria. Quito, Tomo 17, número 41, octubre de 1916, p. 175— 180.

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período en la evolución de un pueblo "no puede sustraerse al influjo de las leyes biológicas y psíquicas que rigen y determinan su evolución". El margen de autonomía y la posibilidad de superar las causas que frenan aquel "progreso inevitable", queda bastante reducido y "la evolución de la conciencia popular" es, por eso mismo, un fenómeno que se lleva a cabo "muy lentamente". Todo habrá de consistir en que tenga lugar la aparición de la "idea", mediante la cual el hombre "evolucionado" descubre sus propios condicionamientos y se puede sumar, por cuenta propia, al proceso de transformación "inevitable". La sociedad se divide en "clases", pero éstas se diferencian en última instancia por grados de "desarrollo mental". En las "clases inferiores" ese desarrollo es "enteramente rudimentario" y "va ensanchándose poco a poco, hasta llegar a la de los obreros o artesanos, en los cuales la inteligencia tiene un grado de desarrollo normal, lo que los pone en actitud de asimilar más fácilmente las ideas". De este modo, el campesino es, desde el punto de vista de esta consideración psicofisiológica de la sociedad, como un estrato cuasi-animal, el artesano, un primer grado de humanidad y por encima de ambos estratos, los "hombres representativos", que han supe-rado toda forma de "aplanamiento cerebral" y que constituyen el "índice" más seguro para juzgar de la cultura de un pueblo. Estos hombres son los encargados de la télesis social, superados los vicios que una vida política desordenada ha hecho de ellos factores muchas veces de distorsión del proceso de mejoramiento. Quedan señalados, de este modo, los dos extremos sociales, el de los hombres "materiales", que por su "escasa mentalidad" no son capaces de captar "ideales elevados", el caso del indígena, y el hombre superior, en el que la idea se da junto con una voluntad ajena a entusiasmos pasajeros, una fuerza interior que le impide un ejercicio "espasmódico" de la misma. 92 En pocas palabras, una idea y una voluntad conscientes de que todo proceso es evolutivo, que la naturaleza no da saltos y tampoco, ciertamente, la sociedad.

A pesar de la distinción establecida por Espinosa Tamayo entre psicología de los pueblos y sociología y que hemos señalado en un comienzo, es necesario confesar que la misma no alcanza a apoyarse so-bre una escisión neta de campos epistemológicos y que el saber social queda reducido o por lo menos expresado, fundamentalmente, como

92 La tesis de las "explosiones espasmódicas de la voluntad", propia de las "mentalidades inferiores", ha sido tomada de la obra de Carlos Arturo Torres ídolo Fon (Ensayo sobre las supersticiones políticas). Primera edición crítica con 400 notas exegéticas y biobibliogrráficas, preparada y prologada por Andrés Pardo Tovar. Tunja, Colombia, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, 1969, 404 p.

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"psicología de los pueblos". Por lo demás, este tipo de saber, a pesar de la pretensión de cientificidad que le derivaba de ser una de las tantas formas de la ciencia "positiva" de la época, queda las más de las veces en una ambigüedad e imprecisión bastante marcadas. Es evidente que la psicología de los pueblos pretendía constituirse en la parte "descriptiva" sobre la cual se habría de organizar un saber más general, como también, que ese nivel de descripción, superando las afirmaciones de Comte, pretendía ser de tipo genético. Era, pues, un saber "explicativo" en el sentido indicado. Mas, alcanzar descripciones y junto con ellas, explicaciones causales, conducía inevitablemente, dado la imprecisión de los criterios metodológicos, a sumar a la pretensión de ciencia, la del arte. Las razones dadas de los hechos, se quedan, en efecto, en nuestro autor y en otros que le son contemporáneos, en ciertas intuiciones que darían la explicación "verdadera" y que hacen que los criterios que podrían ser considerados como científicos, dentro de la concepción de la época, queden en suspenso. Por otra parte, la psicología que se lleva a cabo es psicopatología y es, además, psiquiatría social. El sociólogo se siente cumpliendo una misión médica y parte, como no podía ser de otro modo, del presupuesto de que, a pesar de todas las cosas malas, hay sin embargo por lo menos alguien —que es siempre un determinado grupo social— no contaminado que puede ejercer la "medicina". Tanto las intuiciones que hacen de la psicología de los pueblos un "arte", antes que una "ciencia", como el punto de partida que acabamos de señalar, muestran hasta qué límite el saber social carecía de un cierto grado no ya de crítica, sino de autocrítica y, por consiguiente del valor crudamente ideológico de la psicología de los pueblos.

Los motivos señalados no justificarían, sin embargo, que este discurso sea dejado de lado y no se lo incorpore dentro de una his-toria de nuestro pensamiento social y más aun, de nuestra sociología. Y ello, por razones bien simples, la primera, que la "psicología social", forma contemporánea de saber que tiene sus antecedentes en la psicolo-gía de los pueblos, no ha superado las objeciones que podemos hacer a esta última, a pesar del avance indiscutible que la sociología ha alcanzado en lo que va del siglo respecto de su status epistemológico; la segunda, que el contenido ideológico, tan crudamente puesto de manifiesto en muchos momentos de la obra de Espinosa Tamayo, es lo que hace de su libro una experiencia valiosa en el orden de la vida intelectual latino-americana, mucho más que los criterios "científicos" que puso en marcha sobre la base de las influencias de la sociología europea o norteamericana del momento. Dicho en otros términos, es justamente lo ideólo-

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gico lo que va marcando en este tipo de ensayo lo que bien podría ser considerado como lo verdaderamente específico.

La psicología de los pueblos no se reduce, por otra parte, a los aspectos indicados. Podemos ver en ella implícitos y a veces cierta-mente desarrollados, otros campos del saber. No es necesario demostrar las conexiones que posee, en efecto, con una filosofía política, con una filosofía-de la historia, con una pedagogía social y hasta con una filosofía de la cultura. La constitución independiente de estas ciencias del hombre conducirá, entre otros motivos, al abandono de la clásica "psicología de los pueblos", si bien en nuestros días se mantienen vigentes todavía, en cierto tipo de ensayo en el que se trata de alcanzar una definición de perfiles culturales, lugares comunes propios de la primitiva psicología de los pueblos que se consideraba superados.

El fuerte sentido prospectivo y el hecho de ser pensado el saber social, fundamentalmente como una "sociología nacional", dará un marcado relieve al contenido político de la psicología de los pueblos. En Espinosa Tamayo este hecho se da relacionado estrechamente con su posición ecléctica en relación con el proceso histórico ecuatoriano, en un momento en el que los grupos intelectuales de lo que podría considerarse ya como una especie de nueva burguesía, comenzaron a sentir la necesidad de superar el antagonismo de los dos grandes proyectos que habían movilizado durante el siglo XIX la vida de la nación. El hecho se relaciona, además, con el paso que ya hemos indicado, de un "liberalismo libertario", hacia un "liberalismo del orden", como así también con una respuesta francamente negativa respecto de aquella "tercera entidad" a la cual se vieron enfrentadas de modo permanente las clases propietarias, ya fueran las tradicionales, ya las nuevas que iban constituyéndose a medida que el país se iba incorporando al proceso mundial de las relaciones económicas. 93

La posición de Espinosa Tamayo resulta además transida por una interna contradicción que no es ajena al tipo de ensayo que inauguró en el Ecuador y que ha sido señalada en uno de los primeros y tal vez más importantes antecedentes dentro del ensayo político-social

93 El concepto de "tercera entidad" fue enunciado por Domingo Faustino Sarmiento en su Facundo y con él quiso señalar la presencia de las masas campesinas levantadas durante las Guerras de Independencia, tanto contra los ejércitos "realistas", como contra los ejércitos "patriotas". Cfr. Facundo (1845). Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1967, p. 62.

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hispanoamericano, el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento. Noel Salomón ha mostrado dos tendencias dispares en el pensador argentino: por una de ellas.se siente animado por una especie de simpatía hacia los tipos humanos que describe y que le lleva a ser justiciero con un tipo de hombre, el de la "plebe", que en función de otra, habrá de rechazar de modo violento. En última instancia, acabará prevaleciendo lo que Salo-món llama el "proyecto ideológico", que termina por anular al escritor como testigo directo, para concluir elaborando un discurso en el que un sistema de mediaciones propias de su conciencia liberal, habrá de inter-ponerse modificando sustancialmente la primera actitud. En Espinosa Tamayo se mantiene de alguna manera este esquema, aun cuando bas-tante desdibujado. En más de una ocasión se siente impulsado a explicar la situación de "atraso mental" de las masas campesinas de la Sierra y de la Costa, atribuyéndola a la opresión y la explotación. El rechazo de ciertas formas de determinismo, en particular las que se fundan en los conceptos de "raza" y de "medio geográfico", venía a reforzar la posibilidad de actitudes comprensivas y de reconocimiento de humanidad respecto de las clases desposeídas. Frente a esta actitud, surge sin embargo otra, movilizada por el "proyecto ideológico" y a cuyo servicio será puesta toda una "psicología política" que se convierte en un verdadero eje de la psicología de los pueblos elaborada y que acaba por desvanecer totalmente la primera tendencia. 94

Como consecuencia de ello surge, por ejemplo, la ambi-güedad de la posición de Espinosa Tamayo respecto de problemas so-ciales que habían sido agudamente ventilados por otros escritores de la época, tal el caso del "concertaje" de indios, en cuyo tratamiento coloca como "razones" de peso en favor de su mantenimiento, las mismas dadas por los terratenientes, aun cuando por motivos "humanitarios" el mismo debería ser eliminado; otro tanto puede decirse de la "muerte necesaria", justificada en nombre del "progreso", que llevaba, según nos cuenta el mismo Espinosa Tamayo a que el cincuenta por ciento de los emigrantes de la Sierra que se trasladaban como braceros a la Costa, muriera como consecuencia de las enfermedades tropicales.

Aquella "psicología política" será desarrollada principal-mente como "psicología de las muchedumbres", por una parte y como

94 Noel Salomón, "A propos des elementa 'costumbristas' dans le Facundo de D. F. Sarmiento". BuUetin Hispanique. Bordeaux, Tomo LXX, número 3—4, julio—diciembre de 1968, P. 342—412.

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"psicología del jacobino", por la otra. Ambas formas de saber tenían su abundante fuente en todo el pensamiento social francés reaccionario que a lo largo del siglo XIX intentó justificar el poder de la burguesía frente a los movimientos igualitaristas del proletariado europeo. La primera tendía a dar una explicación de la conducta de las clases no-propietarias, en relación con los procesos de inestabilidad política, mientras que la segunda, apuntaba a caracterizar un cierto elemento humano, surgido de las clases propietarias, inclinado a aprovechar el poder político difuso de aquéllas mediante su movilización. Las "capas inferiores" son caracterizadas psicológicamente como proclives al desorden y la anarquía, consecuencia de un estado mental poco desarrollado e ines-table, en el que priman las pasiones, la fantasía y la exaltación, todo ello aunado con una incapacidad de acceder al nivel de la idea, todo lo cual afectaba de modo directo a la voluntad y provocaba un estado de incapacidad jurídica y política. De este modo, las demandas sociales del "pueblo" quedaban reducidas a lo pasional y conjuntamente a una carencia de programa. El "jacobino" es quien habría de aprovecharse constantemente de esta situación "halagando las bajas pasiones del pue-blo" o, en términos más elocuentes, "excitando las pasiones del popu-lacho" y favoreciendo con ello el "espíritu levantisco". El pecado del jacobino o demagogo, personaje de quien hemos hablado páginas atrás, era pues el de movilizar un potencial explosivo, el de aquella "tercera en-tidad" ajena al proyecto de los terratenientes tradicionales y al de las burguesías del litoral marítimo, aun cuando por obra precisamente de ese demagogo fuera integrada en cualquiera de las formas del proyecto liberal. De ahí el rechazo muy claro en Espinosa Tamayo del "liberalismo radical", como también la afirmación fuertemente señalada de que no había propiamente distancias entre "liberales" y "conservadores", salvo la disputa que ahora comenzaba a ser secundaria, relativa al papel de la Iglesia y de la religión dentro del clásico enfrentamiento de las dos fracciones de la clase propietaria.

A esta actitud se suma la más fuerte incomprensión de las manifestaciones de la vida cotidiana del chagra y del montuvio, sobre todo respecto de las costumbres, las cuales le resultan en bloque, en par-ticular en relación con el primero, manifestaciones de barbarie, cuando no de salvajismo. Este aspecto separa en algunos momentos de modo profundo el discurso de Espinosa Tamayo de todos los maestros román-ticos que habían hecho del "costumbrismo" una de las herramientas li-terarias más fecundas de la literatura social hispanoamericana y acentúa el fuerte espíritu elitista y refinado, sin duda por influencia del arielis-

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mo cuya asimilación negativa ya hemos señalado.

Esta posición explica, en parte, el esbozo de filosofía de la historia, organizada sobre la base del paso del "militarismo" al "civilis-mo". La temática, con variantes, se encontraba ampliamente difundida por las obras de Spencer y Lester Ward. Se trataba de una nueva versión de los viejos opuestos de "barbarie" y "civilización". El militarismo aparece denunciado como una de las más negativas manifestaciones de la anarquía y junto con ella del despotismo de las masas, movilizadas por el caudillo. El alfarismo se le presentaba a este liberal como la última manifestación de un largo proceso de inestabilidad política en el que se había desconocido las leyes invariables de la evolución y se había creído en la posibilidad de cambios "revolucionarios". La imagen aterradora de los antiguos tauras del Guayas y de las recientes montoneras al-faristas, se unía al más franco desprecio por los negros, de los cuales se niega Espinosa Tamayo hasta a hacer un esbozo de psicología, reduciéndose a considerarlos simplemente como seres serviles y levantiscos. Se une a esto una nueva pintura del gamonal, que no es ya el clásico terrateniente criollo de la aristocracia serrana, sino un mestizo advenedizo, que es presentado como el verdadero explotador del indígena. La afirmación de que el latifundio había comenzado a desaparecer, como consecuencia de la generalización de la pequeña propiedad, muestra bajo otro aspecto que para Espinosa Tamayo las clásicas contradicciones habían cambiado de sentido y que la clase propietaria, tradicional o modernizante, podía iniciar una nueva etapa, la de la superación de antagonismos que la habían mantenido internamente enfrentada.

Resulta explicable dentro de este contexto la revaloración que Espinosa Tamayo lleva a cabo del Progresismo, a pesar de que su pensamiento positivista lo distanciaba mucho de la ideología liberal ro-mántica de aquella etapa, de la que nos hemos ocupado páginas atrás cuando expusimos el pensamiento social de Elias Laso. La razón estriba, a nuestro juicio, en que aquel movimiento político fue uno de los primeros intentos de superar, dentro de la clase propietaria, las relaciones antagónicas, cuya única vía posible radicaba en una cierta modernización, en particular de las relaciones de tenencia de la tierra. No es pues fruto de una coincidencia casual que se volviera a postular, con Espinosa Tamayo, la necesidad de un eclecticismo.

No fue ésa la respuesta de los liberales alfaristas que habían

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intentado justificar ideológicamente la vía "revolucionaria", que necesi-taba, de un cierto apoyo de las masas campesinas. De ellos surgió esa etapa del discurso liberal al que hemos denominado "libertaria" y que de un modo más o menos desarrollado implicaba un cierto regreso a temas del liberalismo romántico y constituía a su vez una prolongación del mismo. Mencionemos entre ellos, una doctrina del caudillo, que no respondía a la "psicología del jacobino", sino que se aproximaba más bien a una "psicología del héroe"; un indigenismo, que se organiza fuer-temente sobre la denuncia, no de una "mentalidad primitiva", sino de las formas de explotación, a las que se considera como las verdaderas causas de la miseria y del atraso; una teoría acerca del "feudalismo", que suponía una filosofía de la historia, en la que la clase propietaria latifundista tradicional, en particular la de la Sierra, resultaba fuertemente enjuiciada y, por último, una posición anti-imperialista que en algunos de sus expositores alcanzó una clara formulación. Ya hemos dicho que dentro de esta línea se encuentran escritores liberales, entre los que podemos mencionar a Agustín Cueva y José Peralta, sin que por ello pretendamos equipararlos totalmente.

El nuevo discurso, que tiene en Espinosa Tamayo una de sus expresiones más interesantes, rechaza, ya lo hemos visto, toda forma de liderazgo, ya sea llevado a cabo por conservadores o por liberales y con ello el papel del temido caudillo que, proviniera de donde fuere, venía a despertar el peligro latente de la "revolución popular", que no tuvo nunca un perfil claro y definido, mas no por eso dejaba de ser temida como un hecho latente. El vocabulario "libertario" sobre el cual se organizaba el discurso indigenista pierde fuerza y comienza a tomar cuerpo una serie de doctrinas que inculpan no sólo al terrateniente, que aparece como menos culposo que antes, sino a la población campesina misma, condicionada, si bien no de modo definitivo, por causas étnicas y geográficas. Se desfigura la anterior doctrina del "feudalismo", desplazando la responsabilidad de la opresión a un personaje que no es ya "el señor feudal", sino un hombre nuevo y advenedizo, surgido del proceso del mestizaje, inculto y perverso, que no tiene nada en común, de acuerdo con la pintura que de él se hace, con la antigua aristocracia terrateniente. Y, en fin, el nuevo discurso que elabora este "liberalismo del orden", si bien sostiene la necesidad de una autonomía nacional, aminora la actitud frente al imperialismo hasta llegar, en algunos casos, a justificar abiertamente la conveniencia de una "integración" con los países dominantes.

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De todos modos, se estuviera o no de acuerdo con las formas de "dependencia" en función de las cuales se iba incorporando el país, la problemática de "dependencia-independencia" se mantenía siempre vigente. Ya hemos visto que una de las características del modo de plantearla fue la de pensar el problema como cuestión interna. La "independencia" había sido en sus inicios una cuestión de lucha contra un poder opresor externo, la segunda "independencia", fue entendida generalmente como un proceso de liberación respecto de factores internos que nos impedían ingresar en las vías del progreso. La psicología de los pueblos fue la doctrina mediante la cual se trataba de sistematizar las ideas acerca del modo cómo seguíamos siendo "dependientes", mas no ya de un poder externo, sino de nuestros propios vicios sociales, nuestras "enfermedades". Esta fue la tendencia que mostró en los países hispanoamericanos el liberalismo en su etapa del "orden".

Dentro de este planteo general, propone Espinosa Tamayo el modelo que ha de realizar el Ecuador. ". . . debemos adoptar como programa —dice en las palabras finales de su libro— el que conviene a todos los países débiles y atrasados y que fue el que Joaquín Costa, trazó a su patria después del desastre de 1898: la escuela y la despensa, es de-cir, la instrucción pública y la agricultura como bases futuras de la pros-peridad nacional". 95 El punto de partida para estas afirmaciones, que significaban un regreso a los ideales de la fisiocracia que habían sosteni-do las sociedades de amigos del país a fines del siglo XVIII, deriva de la constatación que el mismo autor ha tratado de hacernos ver a lo largo de su obra: la existencia de un atraso "mental" y de una serie de "en-fermedades" sociales, curables todas ellas mediante la escuela, a pesar de todos los factores que aparecían como negativos: la raza, el clima, la carencia de hábitos de convivencia, etc. Todo ello es posible porque "como ha dicho el profesor Vaz Ferreira, los sudamericanos hemos de-mostrado que podemos alcanzar todos los grados de la más alta cultura"; y la constatación objetiva de que, a pesar de ser el Ecuador "uno de los países más pobres de América", posee una riqueza que desarrollada in-teligentemente puede convertirlo en una nación rica y próspera, la agri-cultura tórrida, siempre y cuando ésta fuera definitivamente reorganizada en vistas de la exportación. En resumen, un país insertado en el mer-

95 Joaquín Costa, Oligarquía y caciquismo, colcctiuismo agrario y otros escritos. Edición y prólogo de Rafael Pérez de la Deheza, Madrid, Alianza Editorial, 1967, 274 p. Consúltese el libro curiosamente titulado: Ultimo día del paganismo y primero de ¡o mismo. Madrid, Biblioteca Costa, 1917, 539 p.

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cado mundial a través de sus productos agrícolas. Espinosa Tamayo ve-nía, pues, a confirmar un proceso que había comenzado ya con el sur-gimiento mismo del Ecuador y que habría de prolongarse todavía por muchos años, hasta más allá de mediados del presente siglo, aun a pesar de la profunda crisis económica de 1925 que acabó con la "época del cacao", pero que no modificó el proyecto básico. Este consistía en la promoción de dos formas integradas de agricultura, una de subsistencia, suficiente para atender las necesidades internas de la nación, desarrollada en la Sierra y otra de monocultivo en la Costa destinada a la exportación. Sobre esta última se debería apoyar la modernización del país, principalmente mediante la concreción del ansiado sistema ferroviario. El Ecuador industrial quedaba relegado a un futuro lejano, dependiente según entendía Espinosa Tamayo de aquel sistema de comunicación y transporte. "El porvenir industrial del país —decía— ligado al porvenir ferrocarrilero está según toda probabilidad bastante lejano y dependerá de los esfuerzos que se hagan para llevar a cabo los caminos de hierro que se tiene en proyecto. En cambio, su rica región agrícola de la costa cercana al mar y apta para muchas clases de cultivos será la mejor fuente de riqueza que sostenga y anime la vida comercial del país". Contrariamente a lo que pensaba nuestro autor, fue justamente esa cercanía al mar de la región agrícola principal, la que habría de frenar el programa ferrocarrilero, que además surgió en toda América Latina no como factor promotor de procesos de industrialización, sino sobre los planes de extracción de materias primas, fueran ellas alimenticias o de otro tipo. Dicho en otras palabras, el programa que proponía Espinosa Tamayo no era propiamente nacional, sino que venía impuesto por el modo de incorporación de los países latinoamericanos a los grandes países in-dustriales.

A pesar de esto, el escritor guayaquileño se esfuerza por por hacer de ese programa un proyecto propio, intenta indudablemente nacionalizarlo y propone un modo de integración en el que el Ecuador no renuncie a su soberanía. Ve claramente el papel negativo del comerciante extranjero, que constituye, según sus palabras, una "clase extraña que mira más por sus propios intereses, ligándolos poco o nada a los ge-nerales de la Nación". También tiene conciencia de los peligros que aca-rrea la inversión de capitales extranjeros, si bien cree en la "cordura y el patriotismo" que habían de impedir sus consecuencias negativas. "Bien es verdad —dice— que muchos economistas creen que la inversión de capi-tales extranjeros no solamente merma la soberanía del país imponiéndole el tutelaje de una plutocracia extraña, sino que también constituye

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ESTUDIO INTRODUCTORIO 125 más tarde una pérdida constante de recursos para el país, porque le im-pone una contribución anual y una emigración de dinero por causa de los dividendos e intereses correspondientes al capital invertido, que es necesario pagar luego". El caso argentino y chileno vendrían a desvirtuar esta tesis, que por otro lado, aparece confirmada, como "ejemplo contrario", por los países de la América Central. De acuerdo con el punto de vista que llevaba a reducir, como hemos dicho repetidas veces, los problemas sociales a cuestiones psicológicas, morales y pedagógicas, Espinosa Tamayo cree al parecer en las posibles virtudes de una "pluto-cracia" nacional que repita el "milagro" argentino-chileno del 1900.

Movido por otro lado por el mito de la inmigración europea de raza blanca, no encontrará inconveniente, sin embargo, en definir al Ecuador dentro de los diversos tipos de "colonias" que proponían los ideólogos europeos del colonialismo, si bien intentaba colocarlo en la categoría menos negativa. En efecto, trata de probar que el Ecuador no entra dentro de lo que Félix Le Dantec 9fi había caracterizado como "colonias de explotación", a pesar de ser un país tropical, sino dentro de los "países de colonización". Los primeros eran aquellos que "sólo podrían recibir un pequeño número de europeos funcionarios, soldados y colonos, los cuales sería necesario renovar de tiempo en tiempo para li-brarlos de los rigores del clima y aprovechar el trabajo de la población in-dígena para explotar las riquezas del país", mientras que los otros, dentro de los cuales se encontraba el Ecuador según trata de mostrar Espinosa Tamayo, eran aquellos que "se prestarían para recibir una emigración europea en número más o menos considerable sin grandes dificultades de aclimatación". El modelo que proponía nuestro autor, queda de este modo completado. La economía cacaotera y otras tropicales equivalentes, deberían ser impulsadas convirtiendo algunas de las regiones más ricas de la Costa, en "colonias de población" extranjeras, principalmente constituidas por inmigrantes europeos. A estas afirmaciones agrega, siguiendo a Le Bon, que en el Ecuador se dan las condiciones para la "mezcla de razas", con todo lo cual el programa pedagógico de rescate del propio hombre ecuatoriano venía a quedar relegado a un segundo término.

El programa que propone Espinosa Tamayo para el Ecuador, que en verdad no aportaba mayores novedades dentro del contexto

96 Félix Le Dantec, La lutte uniuprselIe.Paris,Flammarion, 1906, 294 p.;L'égoúme, acule base de totite sacíete. París, Flammarion, 1911, 327 P.

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de la época, debía ser llevado a cabo de manera acelerada de modo tal de lograr que el país, débil y pobre, pasara pronto a ser fuerte y rico. El problema se presentaba a Espinosa como cuestión de vida o muerte y lo que veía en juego era nada menos que la persistencia del Ecuador "como nación, como pueblo y como raza", frente a un mundo en el que la Guerra Europea se presentaba como la lucha de los fuertes contra los débiles. 97 "Marchar rápidamente es el programa de todos los pueblos que no quieren sucumbir o ser absorbidos por los que han llegado a tener un desarrollo más grande: en esto se cumple de un modo fatal la ley biológica de la evolución de las especies". "La conciencia de ser, de existir, de progresar, de persistir, de perpetuarse —dice más adelante—, son otras tantas características de la existencia, de la función vital en ge-neral que todos cumplen en la naturaleza. Nada podría justificar que estuviéramos atacados de nihilismo moral". De este modo aparece el te-ma del imperialismo, el que resulta visualizado por Espinosa Tamayo dentro de los marcos de la ideología "democrática" de los países aliados, que aprovecharon la agresión alemana para ocultar y aun justifidar su piopio colonialismo. Se suma a esto el impacto producido por la política de Wilson y su panamericanismo, que no despertó en escritores como Espinosa Tamayo recelos y que les llevó a una actitud que restó fuerza a las voces de alerta que había difundido el arielismo años atrás. La posición de nuestro autor no estaba lejos de la de otro escritor de la época, J. A. Calisto quien afirmaba que el "hispanoamericanismo no se opone al panamericanismo, sino que más bien armoniza con él" y que "la diversidad de caracteres que existe entre los Estados Unidos y las Repúblicas sudamericanas, no me parece que se oponga al Panamerica-nismo. Cierto que las instituciones—decía— derivan del alma de los pue-blos; que el ideal anglosajón se opone al latino; sin embargo, fundado en las enseñanzas de la Sociología e inspirándome en un sabio sociólogo yankee, Lester F. Ward, me creo autorizado a esperar la realización del ideal panamericano". 9S

Para Espinosa Tamayo, lo que habría llevado a la "incom-prensión" entre los Estados Unidos y los países hispanoamericanos, se

97 La posición de Espinosa Tamayo se aproxima en algunos aspectos a la de César Zumeta, en Venezuela. Cfr. Elias Pino Iturrieta, "César Zumeta frente al imperialismo". Actualidades, Caracas, Consejo Nacional de Cultura, número 3—4, 1977—1978, p. 179—189.

98 Alfredo Espinosa Tamayo, "El Panamericanismo y la nueva orientación de su doctrina". Revista de la Soticdad Jurídico—Literaria. Quito, Tomo XVI11, número 14, enero de 1917, p. 1 - 6 y J. A. Calisto, "Resumen de un ensayo acerca del panamericanismo". Revista citada. Nueva Serie, Tomo XXI, julio—diciembre de 1918, P. 140—148.

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reducía a "recelos y quisquillas", con lo que aquella experiencia negativa que había señalado él mismo al hablar del capital extranjero en Centro América, perdía todo peso y significación.

Arturo Andrés Roig

Arturo Andrés Roig, filósofo e historiador de las ideas, nació en Mendoza (Argentina) en 1922. Ha ejercido la docencia universitaria durante treinta años, en su país de origen, en Francia, en México y en el Ecuador. Actualmente es profesor principal en la Pontificia Universidad Católica, en Quito. Ha publicado un centenar de artículos en revistas especializadas en América Latina, Europa y los Estados Unidos. Entre sus libros cabe señalar: La filosofía de las luces en la ciudad agrícola (1968); Los Krausistas argentinos (1969); Platón o la filosofía como libertad y espectativa (1972); El Espiritualismo argentino entre 1850 y 1900 (1972); Esquemas para una historia de la filosofía ecuatoriana (1977).

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ESTAS PAGINAS

ONFIESO que cuando empecé a escribir el presente trabajo conté más con mi buena voluntad y con la excelencia de la buena intención que me guiaba al emprenderlo, que con la propia suficiencia de conocimientos y con las dotes de observador concienzudo y profundo que se necesita tener

para hacer esta clase de estudios. Las dificultades con que más tarde he tropezado, me han convencido de que tratándose de una ciencia como la Sociología, cuyos principios, reglas y métodos no están aún bien definidos puesto que todavía se discuten muchos de ellos y en que multitud de hechos están sujetos a interpretaciones, cada una de las cuales parece tener algún fundamento de verdad, pero que no siempre satisfacen al observador perspicaz y que se contradicen entre sí prestándose a críticas y observaciones más o menos fundadas. Puede decirse lo mismo de la Psicología colectiva de los pueblos en la cual si bien los hechos son más fáciles de observar, en cambio son más difíciles de darles interpretaciones.

Todos los psicólogos y sociólogos están de acuerdo en dar gran importancia, en el desarrollo de las sociedades así como en el ca-rácter especial de cada una de ellas, a los factores lo) clima, raza, pro-ducción y naturaleza del suelo y secundariamente al 2o) medio ambiente social y a la educación; pero es bien difícil interpretar en las condiciones actuales a cuál de estos factores es debida tal o cual característica de un pueblo. Así como en Medicina llega un momento en que no se puede diferenciar si un síntoma o un signo cualquiera es puramente un acto fisiológico o que debe considerarse como anormal o patológico, así en la vida de los pueblos hay hechos que no sabe el observador si atribuirlos a vicios del desarrollo o considerarlos simplemente como fases de la evolución social y cualidades que, si miradas bajo cierto punto de vista, parecen perjudiciales y anómalas, en cambio bajo otros aspec-

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tos pueden ser consideradas como virtudes o condiciones favorables para la supervivencia en la lucha por la vida.

Creo que por lo que hace a psicología de los pueblos hispa-no americanos, se ha exagerado mucho pintando, con defectos, cualida-des que otros pueblos también poseen y que sin embargo no les son echados en cara con tanta dureza.

Las frecuentes revoluciones que han agitado este continente y a nuestra patria como parte de él, han motivado la ira y el despecho de extranjeros y nacionales que han llegado a considerar como enfermos a los pueblos que lo habitan y a atribuirles una mentalidad inferior, sin considerar que acaso los que hoy están clasificados como de mentalidad más elevada, han tenido fases de su historia mucho más agitadas que la nuestra. Cuando escribo estas líneas, atravesamos un período de turbu-lencias, que indudablemente es una época de transición cuyo significado nos lo revelará más tarde la Historia. La psicología de los pueblos de nuestro continente no puede ser estable porque se trata de sociedades llamadas a renovarse rápidamente y, así como la Europa de los siglos IV a IX de la Era Cristiana, es decir en los comienzos de la Edad Media, cambió totalmente de faz debido a las irrupciones de los bárbaros, en la época civilizada la inmigración de una manera más pacífica y silenciosa va haciendo cambiar el carácter y el modo de ser de muchas de las na-ciones hispanoamericanas.

El presente ensayo está pues destinado no solamente a es-tudiar nuestras actuales condiciones, nuestros vicios de organización y nuestros defectos, nuestros actuales problemas, sino también a reflejar el aspecto de la sociedad contemporánea de nuestra patria y ojalá, si las observaciones que yo he hecho son exactas, pueda servir de documento para la historia de mañana. Para intentarlo, me hallo colocado en deter-minadas condiciones de observación, que librándome de ciertas influen-cias del medio ambiente, me permiten tener puntos de vista suficiente-mente amplios y librarme del influjo de las pasiones tumultuosas que en la vida ordinaria bastardean las opiniones y ofuscan el criterio. Pero en cambio, fáltanme muchos datos que hubiera deseado recoger, muchos documentos que hubiera querido estudiar y que ha sido imposible con-seguir, porque esta clase de estudio está aún en sus comienzos en este país.

Hubiera querido además viajar, conocer y vivir la vida ínti-

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ma de muchos pueblos de origen étnico análogo al nuestro, así como el de otros de constitución social más adelantada, a fin de poder establecer una comparación y deducir consecuencias lógicas muy importantes. Mas, ya que no se han podido cumplir mis deseos, doy a luz estos ensayos simplemente como observaciones personales lo más ajustadas a la verdad y al criterio científico actual, sin exageraciones de escuela, ni abanderizamientos de ninguna clase y ojalá esta imparcialidad dé a mi obra el valor que ella no tiene como trabajo de erudición y resultado de observaciones que no han estado a mi alcance verificar.

Noviembre de 1.916.

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CAPITULO I

Descripción general del país. Sus tres regiones:la Costa, la Sierra y la Región Oriental. Características climatéricas, etnográficas y geográficas.

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UANDO la inmensa cadena de los Andes, después de haber atravesado el territorio que formaba el antiguo Virreinato de Nueva Granada, pasa el páramo de Cumbal, se divide en dos

ramales que corriendo casi paralelos el uno al otro de norte a sur dejan entre sí un ancho valle, el cual, cortado por trozos de montañas que de una a otra cordillera se dirigen, como emisarios que mantuvieran unidas sus dos divisiones y que subdividen el valle en otros tantos menores. Preséntase entonces una gradiente de planicies y de colinas, de valles y de quebradas, de ríos de rápida corriente, de verdes llanuras y de yermos solitarios, que constituyen el más variado y original paisaje de una grandeza primitiva, en el que todas las tintas y todos los colores se mezclan, desde el gris melancólico del páramo abrupto hasta el verde riente de los prados que bordean el riachuelo y el blanco inmaculado de la nieve que cubre los picachos de las altas cordilleras, en cuyas elevadas cimas el sol quiebra sus rayos multicolores produciendo juegos y cambiantes de luz como si fueran diamantes de un aderezo monstruoso, en el cual se hubiera engastado una esmeralda. Al este y al oeste las montañas bajan en pendientes abruptas y rápidos declives a perderse en las llanuras bañadas por las aguas del océano Pacífico y en las selvas inmensas que bordean los ríos que forman el curso superior del Amazonas. Tal es la región que constituye la República del Ecuador, donde el clima de los trópicos modificado por las condiciones topográficas reproduce con cortas diferencias, bajo la línea ecuatorial, desde la estepa siberiana hasta los valles y collados de la Europa central y la selva milenaria del África tenebrosa.

Tres regiones quedan así netamente demarcadas: la que se extiende desde las faldas de la Cordillera Oriental hacia las riberas del Amazonas, región de las selvas orientales o Región Oriental como se le llama; la de la sierra o sea el callejón situado entre las dos cordilleras; y la de la costa que se extiende desde las vertientes de la Cordillera Occi-

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dental hasta las márgenes del Océano Pacífico. La primera, casi despo-blada, se halla sometida al clima tropical no atenuado por las causas lo-cales que influyen sobre el de la costa. Esta inmensa región, poco cono-cida todavía, se halla habitada sólo por tribus indígenas que viven erran-tes y en estado salvaje. La autoridad del Gobierno Ecuatoriano se en-cuentra reducida a cuatro o cinco pequeñas poblaciones situadas a mu-chos centenares de kilómetros unas de otras en el curso superior de los ríos que surcan la región. A la orilla de los mismos se han establecido algunos colonos que poseen plantaciones y que hasta aquí se han dedi-cado al tráfico y al comercio de caucho con Iquitos.

Toda la opulenta vegetación de los trópicos se muestra aquí en su forma primitiva con todas sus ventajas e inconvenientes, con toda su exuberancia y su fertilidad, pero con la salvaje y bravia fuerza de producción que constituye el peor obstáculo para su aprovechamiento; abundan las maderas en las selvas que las lianas y plantas trepadoras vuelven impenetrables, el caucho, las gomas, la canela y la vainilla, y se producen además el cacao, el maíz, el arroz, la yuca o casabe y todas las frutas de los climas tropicales. Esta región se halla en gran parte dispu-tada por las naciones limítrofes y en especial por la República del Perú que ha ocupado la desembocadura de los ríos y sigue extendiendo su so-beranía aguas arriba, sin respetar tratados, arreglos y protestas diplomá-ticas. Su extensión es casi el doble de la parte habitada del Ecuador.

La sierra, por su clima, que por lo general es suave, igual y templado, con excepción de las altas mesetas denominadas páramos, que se extienden al pie de los grandes nevados y que son muy frías, ha sido la parte preferida por los conquistadores españoles o indígenas para establecerse, por lo que es la región más poblada del país y aquella en la cual se han desarrollado los acontecimientos que más influencias han tenido en la vida pública de la nación.

Su producción es la de los países de clima templado: se da el trigo, el maíz, la avena, el centeno, la cebada, las papas o patatas, las lentejas, las arvejas, los fréjoles o porotos y las frutas de los países tem-plados. Se ha ensayado también el cultivo de la vid, aunque en corta escala, si bien existen en la república extensiones de terrenos apropiados para este objeto. Lo mismo puede decirse del lúpulo y de la morera. Sin embargo, la tierra formada casi toda por toba o greda de origen vol-cánico, no es tan fértil como otros territorios de la República o como otros suelos que gozan de igual clima. Este, por su uniformidad, es

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DEL PUEBLO ECUATORIANO 137 asimismo vm \ncoTwentente, p\ie& Va teYwperatocYra.Tvo 2k\c/asYZ/& ^. V& ft'x^sia. para la perfecta evolución de los vegetales. Las lluvias son además muy irregulares y el terreno sumamente poroso y deleznable en muchos sitios, se agrieta con facilidad y deja filtrar el agua, con lo que la irrigación se dificulta. Además, no todo el terreno de la hondonada andina es cultivable: los valles y las mesetas y colinas de altura media entre 1.500 y 3.000 metros son los terrenos mejor apropiados para el cultivo, pero los páramos, que forman una gran extensión de territorio, sólo tienen una vegetación gramínea y sirven para lugares de pasto hasta la altura de 5.000 metros. Según Wolf, la parte cultivable de la sierra sólo alcanzaría a la tercera parte de su extensión total. En cambio, la ganadería tiene grandes extensiones de terrenos para la cría de ganado de toda clase.

Sodiro cree que el Ecuador podría procrear y mantener una cantidad de ganado dos o tres veces mayor que el que actualmente apacienta en la región andina. Los ríos que descienden de las faldas de ambas cordilleras, después de haber regado los valles del callejón, rom-pen por portillos abiertos en ambas cadenas y se precipitan ya hacia la región oriental para formar la cuenca del Amazonas, ya hacia la región occidental para llevar sus aguas al Océano Pacífico.

Contrastando con el verdor de los valles, que hacia lo hondo se divisan, los páramos tienen algo de la majestad sombría de la puna boliviana, y sus habitantes, los indios, guardan aún más analogía por sus usos y costumbres con los pobladores de aquel territorio. Descendiendo por las rápidas vertientes de la Cordillera Oriental hacia el Océano Pacífico y pasando por la gradación floral no interrumpida desde la región de la nieve y los páramos hasta las selvas tropicales, se entra en la porción baja y húmeda de la costa. Templada por un ramal de la corriente antartica y por las brisas marinas, la región de la costa no es ni tan húmeda ni tan malsana como generalmente se le considera y antes bien es mucho mejor que otras regiones situadas bajo la línea equinoccial. Las selvas que se extienden desde el pie de la cordillera, van siendo transformadas poco a poco en terrenos de cultivo; las llanuras que le si-guen hacia el oeste encierran numerosas tropas de ganado y si bien la orilla del mar, por la falta de lluvias, es árida, en las provincias del Gua-yas y Manabí encierra en cambio salinas y petroleras.

Los productos de esta región son los más valiosos que pro-duce la región oriental y constituyen el principal renglón del comercio

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de exportación. El cacao, el café, el tabaco, la caña de azúcar, el caucho, la tagua o marfil vegetal; las frutas tropicales más variadas; el maíz, el arroz, el plátano, la yuca, las maderas de construcción y muchos otros productos valiosos.

La quina y la zarzaparrilla, originarias de los valles hondos de la Provincia de Loja se dan también en la vertiente occidental de la Cordillera, al estado silvestre, si bien, la mala forma de la explotación, ha destruido los bosques y nuestra desidia ha permitido que ingleses y holandeses emprendieran su cultivo en la India y en la isla de Java y arrebataran su comercio.

Los ríos que atraviesan la región son navegables y por ellos se hace casi todo el comercio del país, principalmente, por el de Guaya-quil, que desagua en el golfo de su nombre.

El mar Pacífico que baña las costas se le ha dado en este lugar el calificativo que merece, pues no hay en ellas tempestades ni ci-clones y las furias de las olas rara vez dan lugar a naufragios, aun de las pequeñas embarcaciones que hacen el servicio de cabotaje.

Encierra bastante variedad de peces y de moluscos comes-tibles de los cuales se alimentan los habitantes.

A unas quinientas millas de la costa se hallan las islas de Galápagos, grupo de origen volcánico de formación bastante moderna que pertenecen al Ecuador. Su clima que es el ecuatorial moderado por las influencias de las corrientes antarticas y de las brisas del mar es su-mamente benigno y la temperatura baja hasta 14 grados y no pasa de 25 grados, cg; el suelo compuesto en gran parte de rocas eruptivas sólo es fértil en determinadas regiones que por desgracia no son muy extensas. Sólo dos de las islas están habitadas y cultivadas; las demás permanecen desiertas. La pesca es muy abundante. El nombre oficial de estas islas es el de Archipiélago de Colón, pero se le sigue llamando Islas de Galápagos, aunque oficialmente se las designa con el primero.

De las tres regiones que hemos descrito, la oriental, aunque es la más extensa, interesa poco al objeto de este libro, pues es la menos poblada o habitada por tribus nómadas o selváticas.

La sierra y la costa son las dos secciones de la República

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en las que, por haberse concentrado la población, se ha efectuado la formación y la evolución del actual pueblo Las caracte rísticas geográficas de una y otra, que acabamos de describir, marcan con precisión las diferencias del medio ambiente en una y otra región. La sierra, país de montaña, disfruta de clima suave y templado, de cie lo azul y puro, de sol brillante: pero que alumbra y calienta sin achicha rrar. La actividad humana no se encuentra coartada ni por el aplastan te calor ni por el frío glacial. La altura no es un inconveniente porque las poblaciones no se hallan a un nivel demasiado elevado para que el aire, por falta de densidad, se vuelva irrespirable. Aun las personas en fermas pueden ascender a las cordilleras sin que se produzcan en ellas accidentes violentos. Al contrario, los enfermos del pecho buscan su alivio en el clima de la sierra.

La costa, sin ser malsana en la verdadera acepción de la pa-labra, y sin que se pueda decir que su clima ejerce una acción deprimen-temente marcada sobre el organismo, es indudablemente, como todo país tropical, una región en la que el calor, la humedad, el brillo del sol y todas las demás características de esta clase de clima, hacen necesaria una aclimatación especial, sobre todo para los que no han nacido en el país.

En la costa, existen muchas causas de debilitación que no existen en la sierra y el organismo tiene que luchar para reponer sus pér-didas con más energía que en otros lugares cuyas condiciones vitales no exigen un trabajo de adaptación y de defensa tan intensos; pero si bajo el punto de vista de las condiciones biológicas de la sierra tiene induda-blemente francas ventajas sobre la costa, en la concurrencia vital ésta le lleva ventajas por la fertilidad de su suelo y la abundancia y el valor de su producción y aun por su misma topografía, ya que su proximidad a las costas del mar, le dan gran facilidad para la salida de sus productos por sus ríos navegables.

Esta diferencia de producción influye notablemente sobre la vida económica y social de las dos regiones, tanto como sus caracte-rísticas topográficas. El habitante de la sierra labra fatigosamente un suelo poco fértil, arenisco o pedregoso, corre el riesgo de ver sus cose-chas destruidas por la helada o por la falta de lluvias, recoge un producto a veces en sí mismo poco valioso y que la dificultad de transportar deprime aún más, encontrándose reducido a limitar su producción a las

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necesidades del consumo local. En cambio, en la costa la naturaleza hace por el hombre la mayor parte del trabajo, no le exige ni gran contracción ni grandes esfuerzos y lo retribuye con una producción valiosa y exuberante.

El habitante de la sierra, blanco, 'chagra' o indio, es en todo caso un montañez: hombre de anchas espaldas, de mediana estatura, de musculatura desarrollada, gran caminador y ágil para trepar cerros y la-deras. El habitante de la costa es de complexión más delgada, aunque siempre ágil y robusto, de movimientos más dúctiles y resueltos. Su ele-mento está en las llanuras, en los bosques y en los ríos correntosos que cruzan la región baja.

No me he ocupado hasta aquí sino de la producción agrícola, porque aunque el subsuelo encierra bastantes riquezas minerales, éstas no son aún explotadas sino en muy pequeña escala y en escasos puntos del territorio.

Dos compañías extranjeras explotan algunas minas de oro en el cantón de Zaruma. Se extrae una pequeña cantidad de petróleo en las minas de Santa Elena, los indígenas del Oriente y de las cabeceras de los ríos Santiago y Esmeraldas lavan un poco de oro y a eso se reduce toda la extracción minera del país.

De las salinas que se hallan a lo largo de la costa sólo se ex-plotan las de Santa Elena, cuya producción está monopolizada por el Gobierno.

He aquí el país descrito a la ligera. Teatro pintoresco y multiforme, donde sin exageración puede decirse que todos los climas y todas las producciones se han aglomerado siquiera en pequeña escala unas veces, en gran abundancia otras. No es posible quejarse de la natu-raleza que así nos ha brindado con sus dones. No son éstos tan óptimos como los que otros países han alcanzado; pero tampoco desmerecen, ni son inferiores a los de muchas naciones más extensas y poderosas que la nuestra. Saberlos aprovechar es lo que hace falta, saber sacar de ellos el mejor partido es lo que se necesita.

La población se encuentra distribuida en las ciudades, villas y aldeas y en los campos, en caseríos diseminados, principalmente

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en la costa, a orillas de los ríos o en chozas aisladas, lejos de toda pobla-ción. En la sierra las ciudades, villas o pueblos son en mayor número que en la costa, donde el núcleo mayor de la población habita en los campos. Las ciudades más populosas son: Quito, capital de la República, cuya población oscila según los cálculos, alrededor de 60.000 habitantes; Guayaquil, a la que se le asigna de ochenta a cien mil habitantes; Cuenca, la que se dice tener cuarenta mil habitantes; Riobamba, 20.000 e Ibarra, Latacunga, Ambato y Loja, a las que desde hace muchos años se les calcula una población de 12.000 habitantes. En la costa, después de Guayaquil, sólo se asigna una población de 10.000 habitantes a Por-toviejo, capital de la provincia de Manabí. Las restantes capitales de provincias y cabeceras de cantón son villas que oscilan entre tres y ocho mil habitantes. Por lo demás, estas cifras son bastante arbitrarias; no se ha podido levantar un censo exacto, ni de la población total, ni de la de cada ciudad.

El aspecto de éstas es como el de muchas otras ciudades de Sudamérica, un recuerdo de la época colonial, una mezcla de ciudad es-pañola de tercer orden a la que los trajes pintorescos de los indios, dan un colorido local. En los últimos años, algunos de los beneficios de la civilización han ido penetrando en ellas. La luz eléctrica brilla en la ma-yor parte; algunas poseen ya canalizaciones de agua potable o las tienen en proyecto; pero falta en casi todas un buen sistema de desagües y una pavimentación conveniente, pues aunque las ciudades de la sierra son pavimentadas, su pavimento hecho en su mayoría con cantos de río, es inadecuado y fatiga al paseante. Un cierto velo de tristeza, de tedio y de ociosidad cubre la mayor parte de ellas; gracias al ferrocarril que las atraviesa, algunas como Riobamba y Ambato, se han animado y es de esperar que cuando las demás vías férreas en proyecto se terminen, adquieran las ciudades que de ellas se beneficien más animación, se desperecen y entren en movimiento, por medio de la industria y del co-mercio que en ellas se desarrolle.

El aspecto de las ciudades de la costa y de la sierra es muy diverso. En aquella las casas son de madera y caña, con portales; pero las calles son, por regla general, más descuidadas. Sin embargo, hay más animación y más movimiento que en las dormidas y silenciosas urbes serraniegas. Lo mismo puede decirse de las villas y pueblos. Estos, por regla general, en ambas regiones, son míseras agrupaciones de chozas de indígenas alrededor de una plaza donde hay una iglesia y algunos edificios de mejor aspecto. En los campos; los caseríos son por regla general

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la población de las plantaciones o haciendas, principalmente en la región cálida donde las vastas soledades se encuentran sólo hacia el interior, en tanto que en la sierra, a pesar de la mayor densidad de la población, se atraviesan grandes extensiones de terreno inculto y despoblado.

En cuanto a la población total, los cálculos oficiales la fijan en dos millones de habitantes; pero como ya dijimos anteriormente no hay seguridad absoluta en esta cifra, pues no ha sido posible hacer un buen censo de la población y es preciso, atenerse a cálculos más o menos verídicos.

En el capítulo referente a las razas, estudiaremos el reparto de éstas proporcionalmente al número de habitantes.

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CAPITULO II

Las razas primitivas. La raza indígena antes y después de la conquista. El coloniaje. La República. Su estado actual. Su psicología actual.

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A raza autóctona o aborigen es la raza india de idioma "quechua" que parece haber sido introducido por los Incas después de haber conquistado el Reino de Quito. A pesar de las investigaciones arqueológicas que se han he-cho, no han podido hallarse rastros del idioma que primiti-

vamente hablaron los pobladores. Aun parece que cada tribu hablaba el suyo propio o un dialecto distinto y aun los conquistadores hallaron tri-bus que no hablaban el "quechua".

"Puruhaes" y "Quitus" habíanse unido políticamente, pero no fundido etnológicamente cuando llegaron los "Caras", que conquistaron el reino y le impusieron sus leyes y costumbres. Pero, aunque guerreros y conquistadores, no pudieron los "Caras" ligar sino con lazos muy débiles, las tribus del sur, más allá de Tomebamba, y las tribus de la costa, que, aunque reconocieron la autoridad del Shiry de Quito, vivían una vida casi independiente. A esta debilidad de lazos políticos y etnológicos entre tribus, que aunque de origen común se creían separadas por diferencias de razas y de lengua, se atribuye la facilidad con que el Inca pudo conquistar las provincias de la costa y del sur del Reino de Quito, no hallando resistencia seria, sino en el norte, donde habitaban tribus principalmente de origen "Cara".

Bajo los "Incas", los indios vivieron en la condición social del régimen de castas, sometidos a los "curacas" y a la raza militar con-quistadora, que formaba la aristocracia. No eran propietarios del suelo, sino vasallos o siervos; pero tenían derecho a sus productos, porque aunque todo pertenecía al "Inca", el "Inca" con paternal solicitud atendía a su subsistencia. Humilde y dócil, el indio vivía contento bajo el despotismo dominador del Hijo del Sol, trabajando sin quejarse, pero vi-

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viendo en la imprevisión y en la indolencia. Las tribus de la costa no cultivaban el suelo, el bosque les daba sus frutos y el río su pesca. Así, la vida era indolente y ociosa, fomentada ésta, aquí por las condiciones naturales, allá por las condiciones sociales y la natural incuria de la raza. Al arribo de los conquistadores que hallaron el país dividido por una guerra civil, fácil les fue dominar un pueblo poco guerrero y acostum-brado a la servidumbre. La resistencia de "Rumiñahui" no les fue difícil de vencer, lo mismo que la de los "Huancavilcas" y la conquista no presentó mayores dificultades, pues la epopeya magna de ella es la expe-dición de Gonzalo Pizarro a la Región Oriental, única parte del país que permaneció y permanece todavía indómita y salvaje. El indio de la altiplanice más bien opuso al conquistador su resistencia pasiva, su in-dolencia, su disimulo y se adaptó lentamente a las nuevas costumbres y a los nuevos hechos que el conquistador le imponía. Este, por su parte, se adaptó asimismo a las costumbres indias, continuando parcialmente el régimen político y social bajo el cual habían vivido los indígenas.

Mucho se ha hablado del trato inhumano y cruel que los españoles dieron a éstos; mas, si bien es verdad que no fue blando, como no podía serlo el dado por una raza que vestía armadura de hierro y que había manejado la lanza ocho siglos y sólo volvía su punta de los moros infieles y de los protestantes luteranos, para conquistar tierras selváticas e ignoradas, debemos declarar que leyendo a los historiadores españoles y extranjeros y las relaciones de viajeros, como Jorge Juan y Antonio de Ulloa, no fue tan duro en nuestro suelo como en otras comarcas de la América. Es verdad que se instituyeron los repartimentos y que más tarde los obrajes y fábricas de hilados y tejidos consumían hasta el cansancio las fuerzas del indio, mal alimentado y mal vestido; mas no hubieron entre nosotros las minas que absorbían hombres y hombres y diezmaban la población, como en Méjico y Bolivia. Los minerales de Zaruma sólo comenzaron a explotarse a mediados del siglo XVI, mas su trabajo no era tan duro, ni hecho en tan malas condiciones como en el cerro de Potosí, por ejemplo. Sin embargo, alguna que otra insurrección, más bien causada por abusos y vejámenes de autoridades rapaces que exigían tributos, se señalaron en las poblaciones indias sometidas. En el Oriente, los indómitos y crueles jíbaros destruyeron las poblaciones que los españoles habían fundado allí y desde entonces viven independientes, sin que los blancos hayan logrado volver a colonizar su territorio.

Algún trabajo costó a los dominadores reunir a los indios

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en poblados y hacerles renunciar a sus creencias fetichistas y a la adora-ción del Sol y de la Luna; mas poco a poco fueron los curas logrando reducirlos, inculcándoles las principales máximas del Cristianismo: aún cuando conservaron largo tiempo y conservan todavía prácticas y creen-cias idólatras que mezclan con la de la religión cristiana.

Quedó pues bajo el régimen colonial el indio, colocado en la condición de siervo de la gleba, sobre el que pesaban los tributos, los servicios personales, las contribuciones y la odiosa institución que hasta hoy perdura del arrendamiento de servicios que denominan "con-certaje". El cura y el encomendero, sustituidos ahora por el gamonal y la autoridad política, fueron sus amos y también sus verdugos implacables; vino la independencia, pero no para el indio, que vio pasar esa época turbulenta como ha visto pasar tantas otras, indiferente y pasivo. No cambió de amo porque fueron los mismos los que lo siguieron domi-nando. Las clases dirigentes, las que constituyeron la República ¿qué hicieron por el indio? Poco o nada: lo colocaron bajo la tutela del cura como antes había estado y lo dejaron en una situación incierta, sin acertar a hacer de él un ciudadano o a lo menos a ponerlo en camino de llegar a serlo algún día. Los primeros congresos se preocuparon algo por la raza aborigen, tratando de mitigar la dura situación en que vivía y de concederle alguna libertad, quitándole los tributos y los trabajos personales y aun pensando en instruirla. Pero en la práctica, los abusos continuaron y casi continúan hasta ahora: es verdad que el indio ya no paga la "mita", ni derechos parroquiales: pero los priostazgos o fiestas religiosas que por una vieja tradición cada indio se considera obligado a costear, pesan sobre él y listo está el hacendado a facilitar el dinero que necesita para hacer de él un siervo de toda la vida.

Si el soldado o la autoridad política necesitan transportar efectos, no vacilan en convertir el indio en bestia de carga y se le recluta sin compasión, exigiéndole servicios personales que casi nunca son re-munerados.

La más grave falta de la República consiste en haber dejado a la raza india abandonada a su propia suerte. Se ha observado que sola-mente el aprendizaje del idioma español que pone en comunicación al indio con la población blanca y mestiza, levanta ya mucho su condición moral; pues bien, el Estado, nunca se ha cuidado de proveer la creación de escuelas donde especialmente se le enseñe el idioma ydonde se le de

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una educación apropiada a sus condiciones mentales y así el indígena, ignorante y aun mantenido en la ignorancia casi deliberadamente por el propietario o gamonal, vive como un paria, inerte e indefenso, sin cono-cer las reglas de la moral y teniendo por consuelo los enervantes efectos que en él causa la embriaguez.

Se ha dicho que la embriaguez, que es hoy uno de los peores vicios que más consumen y hacen degenerar la raza indígena, tiene por origen la inadaptación del indio a la civilización actual: pero en primer lugar, esta proposición no tiene verdadero fundamento, porque habría que demostrar antes, que los pueblos menos adelantados, es decir, los menos adaptados a la civilización moderna, son los que consumen más alcohol, cosa que está desmentida por la estadística, y en segundo lugar y en el caso especial de la raza indígena, está desmentido por la Historia. En efecto, parece según nuestros historiadores y cronistas, que ya desde antes de la llegada de los españoles eran los indios muy dados a la embriaguez y durante la Colonia y casi desde su comienzo, tuvieron que dictar fuertes disposiciones para reprimir la borrachera de los indios. No es que el indio buscara en la "chicha" o cerveza de maíz y más tarde en el alcohol de caña, el lenitivo o el olvido de sus dolores y sufrimientos, sino que el vicio arraigado ya entre ellos, tomó mayor desarrollo cuando el aumento del trabajo aumentó el consumo de sus fuerzas y disminuyó su energía vital. El aumento de sensaciones nerviosas trajo como consecuencia la necesidad de calmarlas, buscando lenitivo en el alcohol, única manera de proporcionarse una falsa sensación de alegría.

La indolencia de la raza indígena ha sido atribuida por al-gunos autores, tales como Ingenieros, al factor económico: el indio sabía que por más que se esforzara no podía ser terrateniente, por consiguiente, no ponía ningún empeño en cultivar un suelo que no sería nunca suyo. Pero a esta afirmación podremos objetar con una observación de lo que actualmente sucede en algunas regiones de la actual Repúbli-cja: los indígenas de la costa y de algunos lugares de la sierra son propietarios del suelo en que viven, constituidos en Comunidades, ya por compra, ya por donación hecha desde los tiempos coloniales. Pues bien, aunque se trata de suelos por regla general áridos por falta de lluvias, o de páramos desolados en la sierra, no por eso son incultivables y un cultivo racional o siquiera constante los haría fértiles y producti-

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vos; pero el indio no sabe aprovecharlos: indolente y apático el indio de la costa, se limita a circundar un cierto espacio de terreno con ramas y espinos y siembra allí algunas legumbres y frutas en espera de que haya lluvias y germinen las semillas, que con escaso trabajo depositó en el suelo, recoge el producto de una cosecha escasa o abundante, según quiera dársela la Naturaleza y consume de ella una parte y vende la res-tante, sin que sea mucho el provecho. Hace lo mismo el indio de la sierra, pero uno y otro disputan fieramente la propiedad del suelo o su aprovechamiento, al blanco o al mestizo que quieran hacer en él planta-ciones. Este asunto de los terrenos comuneros, pertenecientes a indíge-nas, constituye hoy uno de los problemas agrarios más importantes y que se acrecentará cuando las extensiones de terreno que aún faltan cultivar, lo estén ya, pues gracias a él, extensas y dilatadas llanuras quedan sin cultivo, sirviendo a lo más para alimentar tropas de ganado en escaso número, que se nutren del pasto seco que queda durante los años en que las lluvias fecundan el suelo. En todo caso el indio siempre permanece indolente y entregado a su miseria. Su frugalidad acaso explique más bien esta indolencia o quizás al contrario sea hija de ella misma: el indio tiene muy pocas o escasas necesidades, se alimenta muy poco. El de la sierra teje por sí mismo el poncho que lo abriga y el sombrero que lo cubre y en ocasiones hasta el lienzo de que se viste. El de la costa tiene por única industria el tejido de sombreros de paja toquilla, de la cual viven casi exclusivamente los que habitan la porción ribereña de las provincias del Guayas y Manabí. Cualquiera que sea la causa de la indolencia indígena, sea ella debida a un instinto natural o a la influencia artificial de una causa económica, es indudable que trae como consecuencias, el desaseo y la miseria en que viven los indios. La tristeza de la raza indígena se debe a causas más complejas, la miseria entre ellas; mas también las demás condiciones de su vida: la opresión y los ve-jámenes que sobre ellos han ejercido blancos, mestizos y mulatos, du-rante siglos de esclavitud y vasallaje, la desesperanza y la falta de con-fianza en sí mismos para alcanzar un éxito, y su ignorancia, que no les permite encontrar los medios adecuados para ello y que los entrega ma-niatados en poder de sus opresores. Fuera de estas cualidades negativas, el indio se distingue por otras, quizás secundarias, pero más aparentes: el servilismo, producto tal vez de los largos siglos de esclavitud en que ha vivido: la astucia y el disimulo que le sirven para defenderse de la codicia de sus amos: la desconfianza y el recelo que les hacen a cada paso creerse engañados, en tanto que ellos mismos tratan de engañar a sus contrarios: la paciencia y la resignación y su impasibilidad ante los

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sufrimientos, características todas más o menos comunes a todas las razas indígenas de la América. La "quechua", además, es reconocida por su docilidad y mansedumbre: su facilidad de adaptación y su sentido de imitación. No es una raza que carezca de imaginación, sólo que ésta se halla como embotada y adormecida por la incultura. Cuando despierta, es al contrario exuberante y fantástica en demasía, aunque huera y de poco lastre y fundamento. No es una fantasía dulce, tranquila y razonada, casi filosófica, como la de la raza sajona: ni poética y soñadora como la del árabe del desierto: ni tan simiesca y burda como la del negro; pero sí carece de idealidad definida, sólo se enamora de la brillantez, de la forma externa de las ideas, lo mismo que de las palabras y de las cosas materiales, sin fijarse en la vaciedad de los conceptos o en la utilidad de éstos. Un autor ha hecho notar que son los colores más vivos y los que más impresionan la retina, los que más agradan al indio, de la misma manera en el indígena que adquiere alguna educación son las palabras y las ideas más brillantes las que más lo sugestionan y en cuanto a producción, ésta se caracteriza por su exuberante vaciedad que semeja a la de ciertas plantas que producen ramas y ramas cargadas de hojas pero sin dar ningún fruto y que abundan sólo en follaje. Tal vez a esta afición por los vivos colores se deba que el indio escape a la ley del mimetismo animal; según la cual, a semejanza de los animales que adaptan la coloración de su tegumento externo al color general del paisaje en que viven, los hombres adaptan también para su vestido un color semejante. Por el contrario, en el páramo gris, cubierto de pajonales amarillentos, la única nota viva y alegre la dan los ponchos y rebozos de colores chillones, rojos, verdes o azules, de los indios que por ellos cruzan. Una observación acerca de la música indígena, cuya característica melancólica ha servido de asunto para tantas disertaciones a escritores y poetas, da idea de la disociación de la mentalidad del indio. La música es tierna, gemebunda, dulce, sollozante, de una languidez y melancolía que concuerdan muy bien con el paisaje de las altas mesetas de los Andes: en cambio la letra de las canciones que la acompaña no suele por lo general expresar ninguna idea concreta. Pareciera que el indio no acertara a expresar con la palabra sus sentimientos y sólo en la música concretara toda la intensidad de ellos.

En este estado de aplanamiento cerebral vive el indio de las mesetas andinas, aislado del resto de la población, en contacto pero no en comunidad con la civilización que lo rodea, sin preocuparse de los intereses materiales y morales del resto de la población, apegado al

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terruño que labra por necesidad, viviendo, o más bien dicho, vegetando, sin más alegrías que las festividades religiosas que consumen sus escasos ahorros y sin más esperanza que la de la muerte, que venga a librarlo de los padecimientos y vejámenes a que el blanco lo sujeta. La idea de la justicia apunta confusamente en su mente: con la astucia, la desconfianza y el recelo, se defiende de patrones y gamonales y a veces, harta ya su paciencia, recurre en tumultos y asonadas a los actos de violencia, para defender su mísera propiedad, amenazada por la codicia de los blancos.

Una sociedad en que una tercera parte de sus componentes vive aislada del resto, sin comunidad espiritual, es como un cuerpo que tuviera uno de sus miembros paralizado y que caminara rengueando y arrastrando el miembro enfermo, y así la marcha del país tiene que ha-cerse como la de un paralítico, lenta y penosamente por culpa de la vi-ciosa organización social, que ha abandonado a su propia suerte a la raza aborigen, sin hacer nada por su educación y por incorporarla a la vida civilizada, de cuyas ventajas no participa y cuya utilidad no comprende.

El robo y la ratería son otros de los vicios más arraigados en la raza indígena y el propietario tiene que andar siempre vigilante y alerta, pues al menor descuido el indio, sobre todo el de los campos, se sustrae cualquier objeto, cualesquiera que sea su valor, y por insigni-ficante que parezca. En las cosechas, se ha hecho necesario recurrir a mil estratagemas para evitar que los indios mermen el producto, apode-rándose de una parte de él. Así por ejemplo, los propietarios de frutales, se ven obligados a vender sus cosechas antes de la recolección que queda a cargo del comprador, el cual, para evitar el robo de las frutas, tiene que cogerlas antes de su completa maduración. Esta propensión al robo proviene en los indios del odio íntimo y secreto que tienen siempre para el propietario blanco, por el cual se creen estafados.

En los últimos años ha parecido producirse un movimiento de simpatía por la raza india y diversas leyes que tienden a favorecerla se han presentado en los congresos, aunque hasta ahora no han sido aprobadas. El "concertaje", sobre todo, ha sido objeto de vivas discu-siones, pues mientras sociólogos extranjeros y nacionales y algunos in-telectuales, piden su abolición, los propietarios son por regla general opuestos a ella y apoyan con argumentos de bastante peso, fundados en

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la psicología misma del indio y en su actual condición social, la oposi-ción que hacen a esta reforma. El de más fuerza entre todos es el de que el indio mismo libre y espontáneamente se concierta muchas veces a fin de que su amo o patrón lo defienda contra los abusos de las autoridades políticas o militares, que, como ya hemos dicho, lo extorsionan exigiéndole sus servicios personales y el de sus bagajes o bestias de carga. Pero de todas maneras, el concertaje es una institución odiosa que, como ha dicho un escritor, sólo se diferencia de la esclavitud, en que no es trasmisible a la familia y cesa con la vida del concierto, y ni aun eso, porque hay propietarios que pretenden hacer que los hijos mayores respondan de la deuda de los padres a la muerte de éstos y, con amenazas o engaños, los inducen a firmar documentos en que se confiesan deudores de la cantidad que al morir debían sus padres.

Otro argumento de algún valor, es el de que la agricultura sufriría grandemente con la supresión del concertaje, pues la indolencia del indio y su afición al alcohol, le harían olvidar'el trabajo y sólo recu-rriría a él cuando necesitara llenar sus escasas necesidades. Los propie-tarios de la costa se ven obligados a mantener un número considerable de peones conciertos con el objeto de no interrumpir sus labores, pues de otro modo, los jornaleros sólo trabajan los días que les place, que en general, sólo son cuatro por semana. A esto responden los adversarios del concertaje que, si los jornales o salarios fueran los suficientemente remunerativos, los jornaleros trabajarían con gusto pues hallarían bien remunerado su trabajo, y que es antieconómico mantener estancado en deudas un gran capital, una parte del cual se pierde anualmente por muerte de los conciertos y que resulta más ventajoso el aumento de dichos salarios, que aumenta también la capacidad productiva de cada trabajador. Como quiera que sea, y aun refiriéndola sólo a la raza indí-gena, la institución del concertaje verdaderamente sólo puede existir en un pueblo atrasado y es. propio sólo de la Edad Media, dando además origen a multitud de abusos que repugnan a la naturaleza humana.

Mantener en un estado vecino a la esclavitud una gran parte de la población del país, deprimir sistemática y crónicamente su estado moral, aboliendo en ella todo sentimiento noble y elevado, que exalta al hombre convirtiéndolo en un ser racional, y al contrario, hacer que permanezca en la ignorancia y en la abyección, en un estado próximo al de los animales irracionales, es verdaderamente criminal y sólo el egoísmo y la avaricia de los propietarios pueden inculcarles tales ideas e inducirlos a perdurar en una conducta tan completamente

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DEL PUEBLO ECUATORIANO opuesta a la moral y a la civilización. Los políticos, desgraciadamente más ocupados de embrollos, de intrigas y de satisfacer su vanidad o su ambición de lucro personal no se ocupan de mejorar la suerte de estos desgraciados, que son sin embargóla fuerza motriz del trabajo agrícola en la planicie interandina.

Sólo en estos últimos tiempos, determinado grupo de in-telectuales, ha tratado de influir en la opinión para mejorar la condición del indígena, sin que sus esfuerzos hayan tenido éxito alguno. La Iglesia ha querido dar muestra de que aún se encerraba en su seno un poco de la caridad y de amor al prójimo, que son el fondo de la doctrina del Patriarca de Judea, y en un Congreso Catequista, ha habido una sección destinada especialmente a tratar de la suerte del indígena. Mas poca esperanza hay que abrigar en este movimiento, por desinteresado y generoso que aparezca a primera vista. Los curas de pueblo, están demasiado interesados en mantener al indígena bajo su tutela, para que traten de levantar su espíritu y hacer de ellos verdaderos aptos para comprender la civilización actual: se contentarán con predicarles el Catecismo, la resignación y el temor al castigo y el indio continuará creyendo que es un deber obedecer al blanco y resignarse con su suerte, buscando un consuelo material en el alcohol.

Una sola cosa puede levantar el estado moral del indígena, y es una educación bien graduada y conducida, que se adapte a la psico-logía especial y al estado actual de su mentalidad, que poco a poco la vaya desbrozando, por decirlo así, y quitándole la corteza que los años de abyección y servidumbre han hecho crecer en su imaginación, ence-rrándola en los estrechos límites en que hoy se encuentra.

Desgraciadamente, ningún paso se ha dado hasta ahora en ese sentido, y mientras tanto, la fuerte raza de los "puruhaes" y de los "caras", irá degenerando agotada por el alcohol, la miseria, la suciedad y la inopia.

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CAPITULO III

La raza conquistadora. Su mentalidad, su cultura y su influencia en la formación de las nacionalidades hispano-americanas.

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UANDO los paladines de Isabel y de Femando dieron con la toma de Granada fin a la épica lucha que durante siete siglos tuvo que sostener la España cristiana contra los moros

invasores, no podía decirse que con la unidad política se había logrado la unidad étnica de la Península. Como muy bien dice el ilustre estadista español Sánchez de Toca, España no era una nacionalidad adaptada a un cuadro geográfico determinado. Pueblos de distintas razas y de distintos orígenes, de lenguas diferentes, unidos por nexos políticos aún bastantes recientes y cuyos intereses materiales estaban más de una vez en contraposición, poblaban a España. Iberos y Euskaros, Catalanes y Valencianos, Castellanos, Astures y Gallegos, Judíos y Moriscos, todos tenían distintas características etnológicas, y así mismo, correspondían a grados de civilización distinta. El afán de sentar axiomas en historia, ha llevado a algunos escritores a decir, que el pueblo más civilizado vence en luchas al menos civilizado; sin embargo, durante la edad media y hasta la época del Renacimiento, la cultura de la España morisca del sur era superior a la de los bárbaros que destruyeron el Imperio decadente de los Césares. Lo que sucede es que los pueblos que han llegado al apogeo de su civilización aflojan nexos morales, que constituyen para la guerra, manifestación de barbarie y de incultura, uno de los principales auxiliares de la victoria. Este alejamiento de nexos morales es una de las causas de degeneración de los grandes pueblos. Mas, sea de ello lo que fuere, es el caso que la civilización godo - ibera predominó sobre la civilización al árabe. La mezcla de sangre no había sido lograda, los pueblos del Norte no habían cruzado aún suficientemente su sangre con los del Sur por antagonismo de raza, de cultura y de civilización: el país estaba desangrado por los largos siglos de lucha que había tenido que sostener y fue en estas condiciones cuando por razón de su proximidad geográfica, España fue llamada a ayudar a Colón a descubrir

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primero y a conquistar un Nuevo Mundo y para esta empresa fue la España caballeresca del Norte la que tuvo que dar su sangre: fueron vascos, catalanes, gallegos, castellanos y extremeños los que primero acometieron la empresa: fueron pues los guerreros de la Cruz y los des-cendientes de Pelayo, es decir, los godoiberos, los que primero vinieron a la América. Mas al mismo tiempo que en ésta fundíanse dos razas, la de los conquistadores y la aborigen, fundíanse también, aunque incompletamente, los distintos pueblos de la Península y formábase una unidad etnológica, tan homogénea como podía serlo, dada las ca-racterísticas de su forma de gobierno y de sus aptitudes para confundirse entre sí.

La mentalidad de la raza hispana cuando la conquista era, pues, la de la España del Norte; el elemento judío y árabe no había penetrado aún suficientemente ni se había fundido lo bastante en su pueblo por oponerse a ello razones de religión y de política. Por eso, los aventureros españoles, acostumbrados a la lucha y a la conquista, al manejo de la lanza y de la espada, a las proezas caballerescas, lograron, en el corto espacio de medio siglo, explorar y conquistar tan extenso continente, desde la California hasta la Tierra del Fuego. No era propicio el momento para la raza conquistadora, que aún no había terminado su evolución política y cultural y que así debilitaba su organismo, enviando a tierras lejanas sus mejores energías, ni era tampoco favorable para la tierra conquistada esta circunstancia; pero el fatalismo geográfico, más real y evidente que el fatalismo histórico, lo determinó así y precisa acatar sus fallos. Desenvolvióse pues, paralelamente la civilización americana con la de la civilización española: chocaban y confundíanse allá diversos pueblos y dos civilizaciones: chocaron y confundiéronse aquí dos pueblos y dos culturas. Evolucionó la España de los Austrias hacia la unidad religiosa y hacia la predominancia de la fe en los sistemas de gobierno, y así mismo, si la España de los caballeros nos conquistó, tocóle a la España del fraile colonizarnos.

La raza conquistadora nos dio todo lo que podía darnos, su mentalidad, tal como entonces estababa constituida, sus formas de gobierno, su fanatismo político y religioso, propio de los pueblos que habían vivido largos años luchando por la fe y por el predominio de su raza y al amoldarse al nuevo marco geográfico, el pueblo conquistador que nos trajo sus costumbres y sus leyes, creó fuera de su país una nueva patria, modificada por las influencias del clima y de la topografía.

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Se ha fundado una de las características de las diferencias que se notan en el carácter de los diversos pueblos hispano - americanos en' la predominancia, en los elementos blancos de ciertas agrupaciones étnicas de la Península, sea el elemento vasco, el catalán y el castellano o extremeño. Por el estudio de los apellidos predominantes en el Ecuador, se ve, que son los últimos los que vinieron a esta parte de América en mayor número, aunque no faltan los otros. En la época actual, la escasa inmigración peninsular es casi exclusivamente catalana.

Nos legaron pues los conquistadores su altivez y su orgullo, su concepto especial del honor, su solemnidad, su particularismo, al mismo tiempo que nos educó en el centralismo político, impidiendo en la Colonia la tendencia autónoma, por el gobierno municipal. De las características psíquicas y la educación que recibimos proceden en gran parte muchas de nuestras cualidades y defectos, que por lo demás, tenían que serlo, como inherentes al estado de desarrollo de las razas que al fundirse dieron origen al pueblo sudamericano.

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CAPITULO IV

Los criollos, mulatos y mestizos, la raza negra.

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E ha dicho que el verdadero tipo del. sudamericano es el criollo, es decir, el descendiente directo de españoles con poca o ninguna mezcla de sangre indígena. En nuestrro país, es muy

raro que la primera condición se cumpla: son muy escasas las familias que habrán logrado conservar pura y sin mezcla, la raza blanca, pues por lo general, los criollos ecuatorianos siempre tienen alguna mezcla con las razas de color por más que su piel sea tan blanca como la de un europeo y tengan los cabellos rubios. Un refrán popular dice: "lo que no tiene de inga tiene de mandinga", lo que quiere decir, que casi todos los pobladores tienen en sus venas algunas gotas de sangre india o negra. Sin embargo, aunque el número de individuos de raza blanca pura sea muy restringido, el de individuos de raza blanca con estigmas de mestizaje de indio o negro es muy crecido y los escritores más exigentes como Wolf, calculaban su número en la tercera parte de los habitantes del país. La población blanca es más numerosa en la Sierra que en la Costa, tanto por razón del clima, cuanto porque la población española se estableció de preferencia en la altiplanicie. Asimismo los mestizos de la Sierra lo son de blanco y de indio exclusivamente; en tanto que en la Costa predominan los mulatos, es decir, los de blanco y negro. Es de advertir que la raza negra sólo se ha establecido en la Sierra en los valles hondos y calientes de la provincia de Imbabura a orillas de los ríos Chota y Guaylla-bamba. El color de la piel en los blancos varía naturalmente mucho desde el moreno al blanco mate; pero en general al hablar de blancos o criollos, no comprendemos en ellos sino a los ecuatorianos en los que los caracteres de la raza blanca son predominantes. En el país como en otros de América se denomina "cholos" a los bastardos de un primer cruzamiento entre blanco e indio y "zambos" a la mezcla de indio y negro. Mulatos son los hijos de blanco y negro. Los primeros son los que por cruce con individuos de raza blanca se asimilan más fácilmente a los caracteres antropológicos de ésta. Los mulatos guardan largo tiem-

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po la impresión y los caracteres de la raza negra y sólo después de tres o cuatro generaciones, siempre que no haya habido nuevo aporte de sangre africana, conservan estigmas de su origen de color.

El zambo y el mulato predominan en la costa y su número es mayor que el de los habitantes de la raza india y que el de los cholos; por el contrario, en la sierra, el cholo es tipo predominante en las ciudades, en tanto que el indio de la raza aborigen más o menos pura predomina en los campos. La mezcla de razas es sin embargo bastante grande para que haya una graduación desde el blanco puro hasta las razas negra e india puras también. Respecto a la pureza de la raza india, ya hemos dicho que ella sólo es relativa asimismo; pero no a las diversas tribus en que estaba dividida, pues hoy no es posible encontrar los caracteres antropológicos exactos de ninguna de ellas, ya que su mezcla los ha desvirtuado todos.

La raza negra fue traída por los españoles al Ecuador como al resto de la América en calidad de esclava, con el objeto de reemplazar el trabajo de los indios que no soportaban ciertas faenas, demasiado du-ras. En la Costa son bastante numerosos los negros, aunque no podríamos determinar su número exacto, tal vez de pura raza lleguen a 20.000, quizás a 30.000. Es en la provincia de Esmeraldas donde hay mayor número de ellos. Según el historiador Ceballos, éstos provienen de una fragata española con cargamento de esclavos que naufragó en las costas de esa provincia a mediados del siglo XVII. Los negros se sublevaron diseminándose por la porvincia que siempre había sido poco poblada, pasaron a cuchillo a sus habitantes y se establecieron en ella, siendo des-pués muy difícil a los españoles el someterlos a la obediencia; otros, principalmente los que ocupan las cabeceras del río Santiago, provienen de los esclavos que trabajaban en las plantaciones de los valles calientes de la provincia de Imbabura y que al recibir su libertad por la ley de 1.853 trasmontaron la cordillera y se establecieron en las poblaciones de Carondelet y Uyumbi. Estos últimos, viven en un estado semi - salvaje y apenas si han conservado nociones de la religión cristiana. Se ocupan en lavar oro y sólo con escasa frecuencia bajan a las poblaciones de la desembocadura del río. No nos ocuparemos de la psicología especial de la raza negra, ya bien estudiada por diversos autores: ella es la misma en nuestro país que lo es en otros diversos. Están de acuerdo casi todos los sociólogos en pronunciarse contra la mala influencia que su mezcla con las demás razas ha ejercido para la constitución del tipo sud - americano, aportando caracteres psicológicos y cualidades mentales inferiores. Esta influencia es notoria y se hace sentir en las dife-

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rencias regionales que existen en el Ecuador, ya que las clases inferiores sobre todo de la región caliente están en su mayor parte compuestas de zambos y mulatos, en tanto que los de raza india predominan en la región alta, quizás ésta sea una causa más del regionalismo que existe en el Ecuador.

Raza servil, creada en la esclavitud, y que sólo de dos o tres generaciones, a esta parte, disfruta de la libertad, es sin embargo la más levantisca y la más exaltada, al mismo tiempo que la menos apta para incorporarse a la civilización, y tiende a desaparecer más fácilmente que la raza aborigen, absorbida por las demás. Pero dejando como secuelo: el mestizaje que ejerce a larga distancia su influencia en la constitución definitiva del cuerpo de la nacionalidad.

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CAPITULO V

La Colonia y la Conquista.

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UANDO el conquistador español don Francisco Pizarro acompañado de un puñado de aventureros, se apoderó por sorpresa del vasto imperio de los Incas, el Reino de Quito,

ligado desde hacía poco tiempo al Imperio de Manco Cá-pac por las victorias del Scyri Atahualpa sobre su hermano Huáscar fue fácilmente sojuzgado por los españoles, a pesar de la resistencia del General Rumiñahui que, vencido por Benalcá-zar, halló en la derrota y en la muerte el término final de su carrera de guerrero.

Las poblaciones indias divididas en pequeñas naciones y tribus y en feudos caciquiles, aunque sometidos a la autoridad del Inca, no tenían entre sí un sentimiento homogéneo de solidaridad y se juntaban entre ellas, sólo en los casos de peligro para defenderse de un enemigo común más poderoso. Las tribus de la Costa sólo estaban débilmente sometidas y vivían en un estado de semi - independencia.

El Gobierno patriarcal de los Incas había acostumbrado a las poblaciones a la sumisión y a la obediencia, quitándoles todo sentimiento de iniciativa y acostumbrándolos a mirar su autoridad como divina y emanada del Sol, padre de los mortales.

Los productos de la tierra misma le pertenecían y sólo vol-vían a los habitantes por la gracia y la-bondad del soberano. Las cosechas almacenadas en los trojes o depósitos eran repartidas al pueblo en épocas de mala cosecha y así vivían los indios confiados en el cuidado paternal del Inca. Al faltar éste, fácilmente se entregaron a aquellos hombres que habían vencido al hijo del Sol y admiraría ver la pasibili-dad con que soportaron los vejámenes y las cargas que les impusieron los conquistadores, si no se explicara fácilmente esto por el fatalismo y la inopia característica de los indios del idioma "quechua".

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Las leyes y ordenanzas de Indias que luego dictaron los españoles, fueron calcadas en las costumbres que los Incas habían esta-blecido y el Gobierno no cambió de norma legal aparente; pero el carác-ter de los nuevos dominadores se hizo más duro y cruel como no lo había sido en tiempo del impeño.

Con su carácter de orgullo y de altivez dominadora, los con-quistadores reflejaron en sus colonias la época sombría, mística y supers-ticiosa por la que atravesaba la España decadente de los Austrias. Agravar más la triste y sombría época del coloniaje con las calamidades públicas que venían a arrojar una mancha de sangre y de lágrimas sobre la vida conventual de los países ultramarinos. La crónica de los siglos XVI y XVII, sólo registra terribles erupciones de los volcanes de la Cordillera que sepultaban ciudades y pueblos, e irrupciones de piratas que devastaban las costas, o pestes que diezmaban los habitantes, cuando no salmodian las querellas y disputas que sostenían entre sí los conventos de frailes que abundaban en las ciudades. Si la metrópoli se despoblaba por las guerras y la emigración, si cundía la miseria y en los campos y ciudades campaban bondoleros y truhanes a despecho de la Santa Hermandad, si la Inquisición quemaba herejes y judíos, la Colonia hacía una vida medioeval, lánguida como un crepúsculo de los trópicos. Su situación sobre las Costas del Pacífico alejada de la madre patria, considerada como pobre con relación a los opulentos territorios ricos en minas de oro y plata que los conquistadores poseían, la hacían vivir apartada del fausto y del esplende-dor que circundaba a aquellos virreyes; grandes señores que rodeados por una corte de aristócratas gobernaban en Méjico, en Santa Fe o en Lima.

Los Presidentes de la Real Audiencia, togados o militares, y nobles de segunda categoría no hicieron de Quito una ciudad fastuosa, centro de atracción de los aventureros del nuevo mundo como aquellas otras capitales.

Si el poder civil no ejercía influencia ni deslumhraba por el brillo de su esplendor, en cambio el poder religioso guardaba la atracción de sus ceremonias y procesiones, funciones de gala en las que la cu-riosidad de las gentes podía satisfacer al par que su misticismo, el afán de exhibición y de espectáculos de esplendor.

Así la vida colonial no tiene entre nosotros más que el as-pecto místico, tétrico y conventual: pero no el lado galante y frivolo de nocturnas aventuras donjuanescas que tuvo en las demás metrópolis

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virreinales. Hasta el indio que, sumido en sombrío y duro vasallaje, arrastraba todas las penurias de la servidumbre, buscaba apoyo y consuelo en el cura o "taitico" que le hablaba en nombre de la Divinidad y que si lo conminaba con las terribles penas del infierno, le prometía en cambio las dulzuras del paraíso eterno en pago de su paciencia y sufrimientos y así mientras faltaban los caminos y los edificios públicos, se levantaban en cambio templos, conventos e iglesias y las comunidades religiosas se hacían propietarias de ricos y extensos latifundios. Verdad es que en la metrópoli tampoco se levantaban hospitales ni escuelas, ni se abrían canales de riego, ni se cuidaban las carreteras. Si allá las campiñas quedaban incultas ¿qué extraño que las del Ecuador se cultivaran como en época de la antigüedad romana?. La producción del suelo debe haber sido muy escasa, pues mucho tiempo más tarde, el cacao, el producto más valioso del Ecuador, sólo se exportaba en cantidad insignificante.

Así la riqueza privada no debe haber sido ni muy grande ni muy extendida, toda vez que no existiendo las grandes plantaciones, que hoy constituyen la principal fuente de ella, no habría otro medio de conseguirla. mínimo.

El comercio monopolizado por la metrópoli, era escaso yLa pobreza traía consigo la frugalidad y por consiguiente la simplicidad de las costumbres.

Los empleos públicos estaban reservados a los conquistado-res en su mayor parte.

Los criollos, fueron descendientes puros de europeos o mestizos, tenían cerradas las puertas de los cargos y dignidades. Algunos propietarios que se habían enriquecido adquirían títulos de nobleza, a fuerza de dinero y de empeños.

Los más se contentaban con títulos de Alférez real o Coronel de milicias o con ser Regidores de los cabildos y Jorge Juan se burla de la vanidad de estos criollos.

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Las costumbres públicas eran una mezcla exótica y extrava-gante de rezagos de la barbarie incaica y de los hábitos de los conquistadores españoles. Nada más chocante que los ritos sagrados en los que se mezclaban danzas bárbaras al son de arpas y tamboriles y que recordaban las religiones primitivas de los pueblos orientales; nada más repulsivo que la estereotipación de las modas europeas, aun aquellas que procedían de las épocas más remotas como la de los disfraces de carnaval y de inocentes a las cuales se les daba un sello local que recordaba el origen semisalvaje del pueblo aborigen, y que por desgracia se han perpetuado casi hasta nuestros días.

Compañeras inseparables de las festividades religiosas, las corridas de toros, infames suertes de capear en las que ni siquiera se hacía gala de destreza y de valor personal y en las cuales una muchedumbre abigarrada toreaba y acosaba al animal recibiendo golpes y testarazos y rodando por el suelo en medio de la mayor confusión y alboroto.

Como ha dicho muy bien un moderno escritor español, el conquistador no era colono, dueño del suelo el labriego castellano o extremeño, o el hidalgo de capa y espada, que sólo buscaba la fácil ri-queza, dejaba al indio que cultivara la tierra, en tanto que ellos adorme-cidos en la holganza, distraían la monotonía de su vida en el juego o en fútiles querellas y pendencias. El indio padecía todas las servidumbres y todas las torturas, desde el hambre hasta la desnudez y desde la "mita" o tributo hasta la encomienda o repartimiento que lo condenaban al trabajo forzado en el obraje o en la mina.

Raza indolente y perezosa e imprevisiva, dada al alcoholis-mo ya desde tiempos remotos a la conquista, vivió en la colonia como hasta hoy sigue viviendo, extraña al movimiento social sin participar de la civilización y sólo sufriendo toda clase de ultrajes.

La educación pública estaba reservada sólo para los privi-legiados y reducida a la lectura y escritura y a nociones elementales de aritmética en su grado inferior; al estudio del latín y de la gramática en su grado medio y al del derecho o teología en la enseñanza universitaria. Las clases de física y matemáticas se establecieron solamente al fin del período colonial. La enseñanza se encontraba entregada exclusivamente en manos del clero y los Dominicos, Agustinos y Jesuítas abrieron colegios y Universidades que difundieron por lo menos en las clases elevadas los conocimientos que entonces se daban en España. El pueblo quedaba sumido en la ignorancia y aun la practica de muchas ar-

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tes útiles era desconocida. Es preciso reconocer sin embargo que si el clero español se apoderó de las conciencias y educó en el fanatismo reli-gioso a la colonia, en cambio, fue a su manera y según el sistema de su época, un elemento de progreso, puesto que a él se debe la introducción de muchos conocimientos aportados desde el viejo mundo por los miembros de las comunidades religiosas. La inquisición era muy severa en lo que se refería a la introducción y circulación de libros y la difusión de la cultura se dificultaba más por esta causa. Admira que en estas circunstancias sobresalieran hombres de ciencia como Maldonado y Franco Dávila, poetas como Orozco, y más tarde como Olmedo, que casi pertenece a la época subsiguiente: industriales como el Marqués de Casa Jijón; geógrafos como Alcedo; escritores como Espejo y oradores como Mejía Lequerica.

Las artes también florecieron y tuvieron representantes cu-yas obras han adquirido renombre, sobre todo, en la pintura, en la que sobresalió la famosa escuela quiteña discípula de la de Sevilla y de la que Miguel de Santiago y Samaniego fueron los mejores representantes, habiendo sido llamados los Murillos y Velásquez ecuatorianos.

Hasta hoy se conservan sus obras que aunque no exentas de defectos de técnica son sin embargo, admirables, sobre todo porque los autores las ejecutaban sin haber visitado nunca una academia ni haber tenido verdadera escuela, admirándose en ello más aún la inspiración y disposiciones naturales de los artistas. La escultura tuvo también representantes, si bien reduciéndose a la escultura de madera: y tanto este arte como el anterior tuvieron el carácter místico y religioso de la época. Los templos que entonces se levantaron y que aún perduran, demuestran el adelanto de la arquitectura colonial que si no llegó a levantar grandiosos monumentos como las catedrales de las ciudades europeas, nos dejó en cambio edificios, que aun hoy son la admiración de los inteligentes.

La industria se hallaba casi reducida a los tejidos de paños, liencillos y bayetas y el comercio de estos artículos se hacía principal-mente con los virreynatos vecinos. La costa exportaba muy poco cacao, su principal producto, a consecuncia de que produciéndose éste en Méjico, la metrópoli impedía que las colonias se hicieran competencia entre sí. Por esta razón, dice el historiador, se mandaron a destruir las viñas que se habían plantado en Pimampiro y que producían excelentes uvas, debido a que se había convenido que el Virreinato del Perú

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surtiera de vinos a la Presidencia y ésta a su vez le suministrara sus paños y lienzos. La imprenta estaba muy restringida y no se publicaban periódicos, pues el primero que vio la luz fue "Las Primicias de la Cultu-ra del Reino de Quito", que publicó don Francisco de Santa Cruz y Espejo ya a principios del siglo XIX. Por esto era muy frecuente recurrir a pasquines manuscritos, sea para combatir a los gobernantes, sea para zaherir a algún enemigo y el mismo Espejo fue acusado por este delito.

La biliografía de la época registra la mayor parte de las obras publicadas como de filosofía y teología y algunas de poesías e historia. Como dice un escritor, parece que el pensamiento no pudien-do concentrarse ni discurrir sobre las ciencias y los conocimientos de utilidad práctica, tenía que remontar su vuelo a las esferas de lo ideal y de lo metafísico y concentrarse a divagaciones o investigaciones de orden subjetivo.

Los gobernantes coloniales poco o nada hicieron ni podían hacer, dados los limitados recursos de que disponían, por el progreso de la colonia: entrabada su acción por el ambiente y por las mil vallas que oponía a su autoridad y a su iniciativa la recelosa política de la metrópoli; ocupados generalmente en apaciguar querellas entre las comunidades religiosas o en reprimir vicios y corruptelas propias de la época.

El errado concepto que de la economía política tuvieron los gobernantes de entonces, cerraba la puerta al comercio con el extranjero e impedía todo aporte de cultura de las naciones más civilizadas. Los libros eran decomisados por el Santo Oficio y si eran juzgados heréticos, se condenaba con fuertes penas a sus poseedores. Esto no obstante, las leyes del progreso se cumplieron y aunque lenta y defectuosamente, la sociedad colonial fue evolucionando y creciendo hasta tal punto que su independencia fue posible debido al esfuerzo de sus propios elementos. Es preciso reconocer, sin embargo, que a la Madre Patria se debe la introducción e implantamiento de todos los elementos civilizadores que a este resultado contribuyeron, y atribuir sus errores más bien a las ideas de la época y a la política que la dinastía de los Austrias, sobre todo, siguió en Europa empeñándose en guerras continentales que la arruinaron y la empobrecieron, en tanto que descuidaba el rico patrimonio que en suerte le había tocado. No podemos quejarnos de ella, ni más ni menos que los demás pueblos de América, pues la suerte de todos fue casi igual en el Continente, ni achacarle ser la causa

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de todos nuestros males porque ellos dependen en relidad de causas más complejas y múltiples.

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CAPITULO VI

La Independencia y la República.

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L comenzar el siglo XVIII, si bien con mucho retraso y confusamente, llegaban a los oídos de los colonos de la América española, los ecos de la gran tragedia que conmovía a la Europa, el estruendo producido por las batallas y por el

derrumbamiento de los tronos seculares, conmovidos por la revolución del 89 y más tarde, por la espada vencedora del corso de Marengo. Algunos americanos que más tarde fueron ilustres, eran testigos o actores del drama: Miranda, Bolívar, San Martín, Carrera y Montúfar, o militaban en la Convención o viajaban por los países en guerra o servían en los ejércitos combatientes y bebían allá mismo en las fuentes primitivas las teorías de Libertad, Igualdad y Fraternidad, que había proclamado la Francia y se inflamaban en el valor y heroísmo de sus hijos. Algunos espíritus elevados, cuya cultura los hacía sobresalir entre sus coterráneos, se adelantaban a su época y predicaban, a pesar de la escasa libertad que les dejaba la autoridad española, las nuevas ideas y trataban de hablar de libertad y de independencia a los pueblos que vivían en el coloniaje. Entre nosotros, uno de estos espíritus, Francisco Eugenio de Espejo, médico inteligente y literato notable, comienza la publicación de un periódico: "Las Primicias de la Cultura del Reino de Quito", y más tarde, la de una serie de folletos, que le merecieron la prisión en que murió, insinuando a sus compatriotas la idea de separarse de la madre patria, mas, tal idea llegaba a parecer absurda, en la mayor parte de los colonos, acostumbrados al régimen colonial y sumisos a la corona de España.

El historiador Ceballos, estudiando la constitución de la sociedad de Quito a principios del siglo XIX, nos cuenta que estaba compuesta de cinco o seis criollos aristócratas que ostentaban el título de marqués, de sus familias y parientes y de algunos jurisconsultos o le-trados, adictos o allegados a las personas de los marqueses. Cada marqués tenía a su lado dos o tres letrados. Excepción hecha de la vida ad-

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ministrativa, todo lo demás giraba alrededor de estas cinco o seis familias privilegiadas, poseedoras de grandes extensiones de terreno y de la escasa industria, fábricas de hilados y tejidos, que constituían la riqueza de la Presidencia. Comerciantes y menestrales, industriales y .artesanos, campesinos y pequeños propietarios, todos dependían de ellos y con ellos tenían intereses creados, que les hacían solidarios de cada casa. Los marqueses se hombreaban como iguales con los Presidentes de las Audiencias y con los Oidores y formaban además una aristocracia sepa-rada del poder español, sólo por las riendas del Gobierno.

Entre el elemento intelectual o sea el clero y los letrados, había algunos que a hurtadillas y a pesar de las prohibiciones del Santo Oficio, habían logrado leer a los enciclopedistas y las ideas de Rousseau y de Voltaire los habían embriagado como a todos los hombres de su época. ¡Ni Madrid ni Roma!, decía don Juan de Dios Morales, uno de los proceres de la independencia patria. Pero el pueblo, toda la masa de la población criolla o mestiza, era completamente inculta y en ella las ideas de patria libre y de nacionalidad, sólo podían ser comprendidas de una manera confusa, o pasaban como hemos dicho por absurdas o atrevidas. Fue sólo la crueldad de las autoridades españolas y la solidaridad de intereses entre el pueblo y los aristócratas dirigentes, lo que produjo la difusión del incendio, cuya primera chispa estalló en Quito el DIEZ DE AGOSTO de 1.809.

Los primeros patriotas ni siquiera se atrevieron a hablar de independencia y separación de la metrópoli y disimularon sus intenciones bajo el pretexto de formar Juntas que defendieran las colonias de la invasión francesa que en España había destronado a Fernando VII, y sólo un año más tarde, en 1.810, proclamaron la independencia en la colonia. Pero este movimiento, si bien más tarde se generalizó por casi toda la América y Popayán y Caracas,;, Méjico, Santiago y Buenos Aires, imitaron el ejemplo de Quito: era aislado, por cuanto, encerrados en sus montañas, sin comunicación con el exterior, los patriotas del año diez, faltos de armas y hasta de apoyo en la opinión, careciendo de práctica en el manejo de los negocios y de experiencia en la guerra, tenían que sucumbir inevitablemente.

El economismo histórico, tan preconizado por Marx, ha sido duramente juzgado y su doctrina acusada de mirar las cosas bajo un punto de vista unilateral que no podía explicar todos los fenómenos de la vida colectiva por los conflictos económicos. Ingenieros basando-

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se en los trabajos de Alberdi y de Echeverría, busca sin embargo, los orígenes de la independencia argentina en el conflicto económico entre criollos y españoles. Aunque es verdad que ya hemos dicho, que el co-mercio estaba monopolizado por la Metrópoli, no puede decirse que sólo las causales económicas fueron las que empujaron a los patriotas del año diez a la lucha por la independencia: en manos de los dirigentes estaban en efecto la agricultura y la industria y como la producción se limitaba al consumo local, las trabas impuestas al comercio no pesaban grandemente sobre ellos. Si algún motivo interesado podría guiarles, era el de los beneficios de la burocracia y el afán de los empleos o el deseo de mando y gobierno. Pero no debemos descuidar la influencia que las ideas ejercían sobre los hombres dirigentes a lo menos, y los inflamaban a tal punto, que llegaron al heroísmo y al sacrificio formando su época una epopeya en la vida hispanoamericana..

La revolución iniciada en las quiebras del Pichincha, tuvo una vida efímera, aun antes de conseguido el triunfo y ante la vista mis-ma del enemigo, comenzaron las disenciones y esto unido a la inde-pendencia de los improvisados guerreros, y a la falta absoluta de ele-mentos de guerra, dieron el triunfo a las tropas españolas bien organiza-das, armadas y dirigidas. La Presidencia volvió al régimen colonial; pero ya en los espíritus había nacido la idea de independencia, y avivada por los ecos de las luchas que en otras regiones de América sostenían los defensores de la Libertad, mantuvo vivo el fuego sagrado en el corazón de los ecuatorianos. Una bien tramada conjuración militar estalló en Guayaquil el NUEVE DE OCTUBRE de 1.820 y la toma de los cuarteles donde se alojaba una numerosa guarnición, dio el triunfo a los in-dependientes. No se sabe qué pensar cuando se juzga de modo imparcial este acto inicial de la independencia del Ecuador, en que como símbolo y prólogo de una serie de actos sucesivos, reprobables todos ellos, se perpetra un pronunciamiento militar, hecho tan frecuentemente repetido posteriormente en la vida de la República. Y esto, que vendría a ser su bautismo heroico, desmerece algún tanto, si se considera que en él comienzan y toman nacimiento los hechos luctuosos que han ensan-grentado nuestro suelo. Y no es que desconozcamos el ardor y el entu-siasmo que animó a los hombres de Octubre y que no sean probados y proverbiales su valor y su energía; pero es que esos asaltos a cuarteles, donde la tropa y hasta parte de los oficiales se han comprometido a faltar a su fidelidad, quebrantando la disciplina, o en los que el Jefe arrastra a sus subalternos a la insubordinación contra el orden constituido, que había jurado defender y sostener, han sido tantas veces borrones de

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baldón y de vergüenza, y han servido para cometer hechos delictuosos en que el cohecho y la traición juegan el principal papel y merced a los cuales la suerte del país ha estado al arbitrio de un grupo de hombres ar-mados, que no se puede menos que sentir aversión a los pronuncia-mientos militares.

España, nuestra madre patria, estuvo contemporáneamente con nosotros durante una larga época condenada a presenciar estos mismos pronunciamientos, que llegaron a hacerse tan frecuentes y repetidos y que la condujeron al imperio del desorden y al predominio del militarismo. De ella pues, quizás, nos haya venido la herencia. ¿No era el mismo año veinte y en el mes de Julio que Riego se pronunciaba en Cádiz contra el régimen teocrático y absolutista de Fernando VII? Sea cualquiera la génesis de ese movimiento militar, ojalá en él hubieran terminado las intervenciones del ejército en la vida política de la nación. Algunos autores, han pensado que, cuando la tiranía domina y aniquila todas las energías y las fuerzas vivas del país, la libertad puede tener su refugio en el alma del soldado, encarnación armada del pueblo, que pue-de reivindicar los derechos absorbidos por el déspota. Si todos los pro-nunciamientos se efectuaran con tan saludable objeto y si alguna pode-rosa valla moral contuviera las ambiciones de los caudillos militares, sin que los tentara la ambición y el deseo de predominancia, hubiera de considerarse como un recurso salvador, la sublevación militar; mas por desgracia entre nosotros nos ha llevado derechamente al despotismo mi-litar y al régimen del caudillaje.

La revolución de Octubre efectuada con mejor preparación, abundancia de elementos, con franca comunicación al exterior y cuando ya el régimen colonial se hallaba quebrantado por las victorias de Bolívar y San Martín y tras de algunos reveses y triunfos, el inmortal Sucre alcanzó en Pichincha uno de los éxitos más decisivos de la independencia americana que libertó por completo la Presidencia de Quito del vasallaje de la madre patria.

La libertad se había conseguido, mediante el auxilio de las huestes vencedoras de Bolívar y bajo su influencia el nuevo Estado, muy débil aún para subsistir por sí sólo, se anexó a Colombia. Durante la década que permaneció unido a ella, bajo la égida del Libertador, la juventud ecuatoriana subyugada y atraída por la gloria militar, siguió deslumbrada al brillo de la espada que, centelleó en Junín y en Ayacu-cho y selló la epopeya de la Independencia americana. En estos diez

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años, ocupados en tareas guerreras, poco o nada podían hacer nuestros padres por organizar la vida política y administrativa del país, viciada ya de graves faltas desde la época del coloniaje. Ni orden ni método, ni honradez ni escrúpulos, había habido durante éste; los caudales públicos se habían manejado con muy poco cuidado, la instrucción no había sido atendida y las obras públicas casi no existían. Algo se hizo durante la época de la Independencia, sobre todo en el ramo de Instrucción Pública, puesto que se establecieron las primeras escuelas y colegios; pero en lo demás todo quedaba por hacer, porque al separarse el Ecuador de Colombia en 1.830, el desorden predominaba.

Así, lanzados en la vida independiente, por una revolución militar, inmediatamente contrarrestada por otra, nos vimos entregados al poder despótico de los militares extranjeros que nos habían ayudado a libertar del yugo español; pero que suplantaban una tiranía con otra. Estos bravos y hasta heroicos conductores de ejército, eran malos con-ductores de pueblos, a los que creían gobernar con la vara de cabo de cuartel o con la contera de la lanza que esgrimían en el campo de batalla; pero a los cuales, no sabían dar una organización adecuada a sus condiciones sociales, a sus tendencias y a su carácter.

El primer Presidente, hombre vanidoso y versátil, locuaz y frivolo, guardaba en cambio una gran ambición de mando, rodeado de su ejército, aguerrido y veterano, pero vicioso y corrompido, sólo se ocupó de guerrear contra sus enemigos del interior o en intervenir en las contiendas políticas de la vecina república de Nueva Granada. En vano algunos hombres civiles que a su lado estuvieron, trataron de organizar algo la administración, sobre todo en el ramo de Hacienda. Mas era im-posible luchar contra los vicios que contaminaban la administración y percepción de las rentas y caudales públicos. El agio, el peculado y el contrabando, se ejercían pública y descaradamente y eran admitidos como métodos correctos de administración. Necesitábase dinero, y los gobernantes de arriba lo mismo que los inferiores, lo obtenían a cualquier precio. La organización social, estaba en una época de transición. Al iniciarse la independencia, la burocracia no existía, ya que los empleos estaban monopolizados por los españoles. La burguesía acomodada, que pasó a ser la clase dirigente, estaba formada por criollos y algunos mestizos y mulatos, propietarios de fincas rurales. Como las profesiones liberales, el comercio y la industria, no habían adquirido importancia, la pequeña burguesía, intermedia entre el pueblo y los ricos, aún no había tenido tiempo de formarse. La ignorancia era casi

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general, en un país donde leer y escribir había sido patrimonio de los ricos.

Para organizar y constituir en estas circunstancias un Estado era menester, no la turbulenta y atrabiliaria voluntad de un militar, salido de las clases populares inferiores, y educado en medio de la relajación de la vida de cuartel, sino un espíritu elevado y noble, de apreciaciones más altas que el deseo de mando y la firme y enérgica constancia desplegada por un grupo de hombres bien intencionados que se hubieran propuesto moralizar y educar el país. De todas las democracias hispano - americanas, una sola tuvo esta fortuna, y tan benéfica influencia se siente hasta hoy en la organización de ese país, que más de una vez, ha podido ser puesto como modelo a los demás de su origen igual al suyo.

Los desmanes del militarismo extranjero, dieron origen a una reacción violenta contra él y después de una sangrienta lucha, Rocafuerte, el hombre civil, que había encabezado la oposición, subió; mas no en brazos de sus amigos, sino en los de los que habían sido sus adversarios. No obstante, su gobierno marca una época de civilización y de adelanto y una fuerte represión de los abusos del poder militar. Vuelto al poder el Presidente Flores, hacia el año 45, una nueva revolución lo obligó a abandonar el mando y expatriarse del país y un nuevo partido, enemigo de todo lo que había sido floreano, es decir, del militarismo extranjero, gobernó el país. Mas, después de dos administraciones civiles, las de los Presidentes Roca y Noboa, los militares nacionales que habían ayudado a combatir el despotismo militar de la primera época, reclamaron la predominancia y con la revolución de 1.852, se inicia la segunda época de la Historia de la Vida Independiente, o sea la de la dictadura militar nacional.

Una gloria cabe sin embargo al régimen militar que terminó en 1.860; Rocafuerte había suprimido el tributo que pagaban los indios de la costa; el Presidente Urvina dictó la liberación de los esclavos negros y del tributo que pagaban los indios de la sierra.

Después de los sangrientos sucesos de 1.859 y 60, un caudillo civil, García Moreno, aparece en la escena política y encabezando una reacción nacional, funda e implanta en el Ecuador, un régimen teocrático, apoyado netamente por los elementos reaccionarios y por; el fanatismo religioso. Esta época de lucha y de sangre, de reacciones

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violentas, de abusos y exacciones del poder, de humillación de las con-ciencias, en la que todo queda subordinado a la voluntad del autócrata que manda, es no obstante una época de adelanto material e intelectual. Se inician muchas obras públicas, se engrandece y se mejora la Univer-sidad, se establecen enseñanzas de artes y ciencias, hasta allí desconoci-das en el país, se multiplican las escuelas primarias, se comienza a cons-truir el primer ferrocarril, y en una palabra, bajo el férreo yugo del des-potismo teocrático, la civilización, a pesar del tinte rojizo de la sangre derramada en los patíbulos y de la sombra negra del bonete jesuíta, gana terreno en el país. García Moreno, se equivocó en la elección de los medios. ¿Pudo sin excitar a tal grado el fanatismo religioso del país, organizar y disciplinar la naciente sociedad de los primeros tiempos de la República? ¿Qué idea lo llevó a las exageraciones de misticismo erótico, que como ridicula farandolería, están en abierta oposición con el frío cálculo y el golpe de vista certero que se advierte en el fondo de su carácter? ¿Obró así por convicción o por disimulo? Puntos son éstos acerca de los cuales no es posible pronunciarse definitivamente; pero es indudable, que el Presidente cometió grandes errores políticos y no sería extraño, que se equivocara también, en la elección del medio para dominar y mantener en la obediencia a la turbulenta y desorganizada democracia que las pasiones banderizas y la demagogia cuartelera había puesto en sus manos.

En efecto, si bien es verdad, que el fanatismo religioso dominaba las conciencias, y si bien es cierto, que uno de los mejores agentes que tuvo el Presidente García Moreno, fue el clero, sin embargo no es posible aplaudir, ni aun siquiera explicarse, las extravagancias místicas del mandatario, entremezclando con ellas, actos de barbarie, reñidos con la religión y sobre todo, el afán teocrático de imponer el dominio de Roma sobre un país democrático como era el Ecuador. Como héroe y mártir del espíritu religioso, como apóstol de una doctrina, puede hallarse fácil explicación a muchos de esos actos; pero no como mandatario deseoso de organizar un país en estado de revuelta y de incongruencia social y política.

La violenta reacción producida por sus actos despóticos, armó el brazo de una conspiración siniestra, cuyos impulsores aún han quedado escondidos entre las sombras, que acabó con la vida del Pre-sidente y que puso fin a este tercer período de la Historia del Ecuador. Elegido un nuevo Presidente, el Dr. Antonio Borrero, fue derribado por una sublevación militar encabezada por el General José Ignacio de

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Veintimilla. Fue ésta una reacción liberal contra el régimen que había dominado los últimos quince años; pero, desgraciadamente, tomó el mismo camino que han tomado siempre en el Ecuador esta especie de reacciones. Del despotismo teocrático, se pasó al despotismo de cuartel; el nuevo Presidente, bajo el aspecto externo de un gobierno liberal, hizo un gobierno autoritario personal de derroche y de despilfarro. Una nueva revolución, en la cual unidos conservadores y liberales, arrojó a Veintimilla del poder, entronizándose entonces los elementos tra-dicionalistas que gobernaron enseguida al país durante trece años. En este período de régimen conservador, aunque en su primera época el país no disfrutó de paz, se hizo notar algún progreso que hubiera podido ser mayor si la Administración hubiera sido más honrada y más rigurosa en el manejo de las rentas, reproche que por lo demás, puede dirigirse a casi todos lo gobiernos que ha tenido el Ecuador.

Sobrevino en 1.895, la revolución liberal que improvisó este partido, pero el juicio sobre esta época corresponde a la actualidad. Como se ve, la historia nos marca en nuestra vida independiente, primero, una época de dominación militar extranjera, luego otra dictadura militar también, pero nacional, que sustituyó a aquélla; en seguida, una reacción civil nacionalista, que formó un partido apoyado en el clero, contra el cual reaccionaron los elementos liberales, apoyados por el militarismo. Estas son actualmente las características de la política; de un lado los elementos liberales, apoyados por el elemento militar; del otro, los reaccionarios apoyados por el clero; honda división que en sí misma es a su vez originada por causas más complejas que más tarde estudiaremos.

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CAPITULO VII

La Época actual.

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A época actual o sea los últimos veinte años, no es sino como una de las definiciones que más comúnmente se dan de la Historia, es decir, la repetición de los mismos hechos en

diferentes tiempos y con otros hombres. Por lo demás, tan turbulenta y tan anómala como las anteriores, como si poca o ninguna experiencia se hubiera adquirido durante casi un siglo de vida independiente. Los partidos no han llegado a encontrar otro medio que el de la revolución para subir al poder, ni han cambiado sus métodos, ni han mudado sus orientaciones. Los errores de los hombres son los mismos, los defectos de los pueblos iguales a lo anteriores y como lo vamos a ver, ligeras diferencias podrán hallarse más en la forma que en el fondo de los acontecimientos.

La revolución de 1.895, elevó al poder al señor General don Eloy Alfaro, que gobernó al país hasta 1.901. Durante la mayor parte de su gobierno, una violenta reacción conservadora se produjo en forma de continuas y sangrientas revoluciones, dando lugar a represiones violentas y a exacciones odiosas. Las continuas revoluciones crearon la necesidad de un ejército numeroso y dieron ocasión a que los caudillos militares, cometieran depredaciones no castigadas en un país donde la necesidad de la defensa común, vuelve solidarios a los gobernantes de los actos de sus subordinados. Algunas reformas liberales se introdujeron en la Constitución del país, entre otras; la tolerancia de cultos y la libertad de la enseñanza y de la prensa. Pero el espíritu liberal penetraba lentamente en las masas populares. El más grande anhelo de la administración fue la construcción del ferrocarril de Guayaquil a Quito, que ponía el valle central de los Andes, en comunicación con la costa. A trueque de grandes sacrificios se celebró un contrato en 1.897, con un empresario norteamericano, Mr. Archer Harmann, quien se comprometió a construir el ferrocarril hasta la capital de la

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República. Pero el crédito del país estaba completamente abatido, su deuda extema que había sido motivo de tantas controversias, pesaba sobre él, como losa de plomo y habiéndose suspendido el pago de los cupones de intereses a los tenedores de sus bonos, el país se hallaba con-siderado como insolvente. Como la compañía constituida por Mr. Harmann necesitaba recurrir al crédito, para dar valor a sus acciones, hizo un arreglo con los tenedores de bonos que permitió levantar el capital necesario, comenzándose los trabajos con gran actividad en 1.899; pero las continuas revueltas y la desmoralización administrativa, la desconcertada política del Gobierno que lo hacían tomar medidas represivas de extremado rigor, llevaron al país a un estado de postración y de abatimiento lamentables. Así, cuando en 1.901, el Presidente impuso como su sucesor al General don Leónidas Plaza Gutiérrez, haciéndolo elegir por los medios del fraude y de la coacción electorales; el país lo aceptó cansado de las luchas intestinas y en espera de una época de paz y tranquilidad. Y no solamente esto, sino que, cuando por una de esas veleidades y caprichos, muy comunes en los déspotas sudamericanos, el Presidente Alfaro comprendió que su sucesor no se-guiría completamente sus inspiraciones, y pretendió hacerlo renunciar, la opinión pública se puso enteramente de parte del Presidente electo, y éste, aunque elegido por la fuerza, subió con la aquiescencia de casi todo el país. Cesaron'las persecuciones políticas y se restableció la paz y la tranquilidad, y habiendo tenido el nuevo mandatario el talento y la perspicacia de elegir sus ministros entre los hombres nuevos de su partido y entre los más ilustrados y honorables, se encauzó la administración por una senda de honradez y de economía. Mejoráronse los descuidados servicios públicos, reorganizóse el ejército sobre mejores bases de moralidad y disciplina, se atendió la Instrucción Pública introduciéndose en ella reformas muy apreciables, fundáronse nuevos institutos y se echó las bases para la fundación de otros, se estableció la escuela naval, se dio impulso a las obras públicas, continuándose el ferrocarril que llegó hasta Riobamba, en la planicie interandina y se iniciaron los trabajos de otro, que partiendo de Ambato, llegara al río Curaray, en la región oriental y aparte de otras muchas mejoras, el país en los cuatro años de la administración Plaza, llegó a un estado de prosperidad desconocido desde 1.894, merced a los beneficios de la paz y de una administración honrada, inteligente y animada de buenos propósitos.

Mas, desgraciadamente, en la política interna, a pesar de

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una aparente calma y tranquilidad, fermentaban violentamente las pa-siones políticas; no podía olvidar el General Alfaro, sus resentimientos, por causa de lo que él creía una ingratitud de su sucesor, con motivo de los acontecimientos de 1.901. Aunque viejo y achacoso, anhelaba aún el poder y aunque ni él ni sus amigos se encontraban alejados de la administración pública, conspiraban secretamente, para volver al mando de la nación. Con motivo de las restricciones que el nuevo régimen había puesto a la Compañía del Ferrocarril de Guayaquil a Quito, tratando de obligarla al fiel cumplimiento de su contrato, se ha dicho y aun casi ha quedado plenamente comprobado que dicha Compañía favoreció abiertamente el movimiento revolucionario; motivo por el cual, además del amplio apoyo que el Presidente Alfaro dio a todas las pretensiones de la citada Compañía, se le ha acusado de complicidad y de coparticipación en los negocios de ésta, en perjuicio de los intereses del Estado. Sea de ello lo que fuere, es el caso que dos meses después de subir al poder el señor don Lizardo García como sucesor del tresi-dente Plaza, y al parecer, con el aplauso unánime del país, una serie de vergonzosas traiciones del ejército y aun de los empleados civiles, hizo triunfar la revolución en 19 días y ante el estupor general, el viejo caudillo subió al poder e inauguró una nueva era de gobierno. Renun-ciamos a describir, porque aún están muy recientes los hechos y muy vivos y latentes los odios, esta época tempestuosa que aún perdura de revoluciones y de contiendas políticas a cual más violenta. Ha sido tal, que acaso sólo en los primeros tiempos de nuestra historia se halla un período que le aventaje en disturbios y trastornos. Con todo, la evolución social se ha hecho en medio de esa vida azarosa e inquieta y el progreso se ha efectuado a pesar de la continua alarma de los espíritus. Obras públicas de importancia se han terminado o están en vías de estudio y de ejecución, ideas nuevas y de gran valor y alcance, se han lanzado y discutido y hallado eco y arraigo en la opinión, la instrucción pública, ha mejorado notablemente y pese a la violencia ambiente, el odio de las facciones, a la lucha encarnizada en que se ha echado mano de todos los medios, hay en el fondo del alma ecuatoriana un manifiesto y vivo anhelo de paz y una tendencia al mejoramiento y al progreso, que a cada paso se manifiesta. Las ciudades van perdiendo el aspecto colonial triste y melancólico, que hasta hace pocos años presentaban; se animan, se urbanizan y se aumentan sus construcciones y si dos provincias, las más ricas, en frutos naturales y las más fértiles, han estado hasta hace poco azotadas por el bandolerismo, es de esperar que en adelante la paz reine en el país. Esto no aquietará los espíritus, no

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arrancará la cizaña de los corazones, ni el agua turbia dejará asentar su sedimento que ha subido a la superficie por la violenta sacudida que a la sociedad impone la guerra civil; ésta será la obra lenta de muchos fac-tores, algunos de los cuales son extraños a nuestra propia existencia na-cional; mas, la obra se verificará, porque la ley de las transformaciones en los pueblos como en los individuos es inevitable y por consiguiente, el país no podrá esquivar lasi influencias que han de ejercer sobre él y que superarán, al influjo étnico y biológico que ejerce la mezcla de razas y el clima, así como los defectos que una educación viciosa han dejado como fermento nocivo en el alma nacional, creando un ambiente de artificialismo y de agitación en las conciencias y que ha echado hondas raíces, orientando la mentalidad de nuestro pueblo por tortuosos senderos, hasta conducirnos al yermo árido y solitario que hoy atrave-samos.

Mas, toda época de la Historia tiene su significación en la vida de un pueblo; todo período de su desarrollo corresponde a una época de su evolución social y ésta no puede sustraerse al influjo de las leyes biológicas y psíquicas que rigen y determinan esa evolución. Las que nos parecen causas esenciales a primera vista no son sino causas secundarias miradas a través del prisma de un estudio imparcial y serio y juzgándolas con la lógica que nos da la comparación de las causas que han influido en el desarrollo de otros pueblos de constitución análoga al nuestro. Mejor dicho, cada pueblo hace su historia; pero en esa historia no hay que atenerse sólo a la par|# externa, sino también, a la parte interna; de la misma manera que socialmente no se juzga al individuo, al ser moral, al ente psicológico, sólo por los actos de su vida exterior sino que se le sigue hasta su vida íntima y se investiga la clase de su educación, sus atavismos, sus circunstancias económicas, sus costumbres privadas, y sólo con estos datos, puede darse cuenta perfecta y cabal del sujeto a quien quiere estudiarse. Del mismo modo, para darnos cuenta del valor histórico de los acontecimientos políticos ion-temporáneos, tenemos que hacernos cargo de la influencia que anteriores acontecimientos han podido ejercer sobre los actuales y de los demás datos de la historia interna, para poder juzgarlos de modo imparcial y ecuánime. Los períodos anteriores de nuestra historia son la consecuencia lógica de nuestra constitución política y social. Traídos a la vida independiente por un grupo de militares inquietos e indisciplinados, que trataron luego de gobernarnos con los mismos métodos con que se mandaba y dirigía un campamento o cuartel en aquellas é-pocas y por estas tierras, era natural que surgiera una reacción naciona-

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lista que nos llevó a la transformación de 1.845; pero los vencedores, educados en la misma escuela de los vencidos, no resultaron mejores gobernantes que éstos y la reacción nacionalista de 1.860 nos llevó a un civilismo oligarca que trató de gobernarnos como si aún viviéramos en la primera época de la Edad Media, cuando los reyes recibían sus coronas de manos de los pontífices romanos. Produjéronse luchas religiosas en un país donde el fanatismo místico había venido a mezclarse a los disturbios políticos y erigídose en sistema de Gobierno. Triunfante la revolución liberal en 1.895, continuóse la lucha hasta que, obtenidas las reformas más urgentes y vencido el partido tradicionalista, se rompió la unidad del bando vencedor. Esto es inevitable porque toda evolución hecha precipitadamente y como protesta violenta contra situaciones anteriores, trae como consecuencia, una desquiciamiento total de las instituciones añejas y un estado de fermentación y excitabilidad particular de la conciencia pública que predispone las masas al disturbio y al tumulto.

Rotas las antiguas vallas; derribadas las barreras que apri-sionaban las conciencias; pero que también refrenaban ambiciones y apetitos no confesados; libres de freno las pasiones populares; suelta la brida a todas las audacias y a todos los atrevimientos: franco camino para todos los encumbramientos rápidos; desbordado todo torrente, es difícil contenerlo y nunca podrá decirse dónde irá y hasta dónde llegará. Con justicia decía un personaje de la revolución francesa, que la revolución como Saturno devora sus propios hijos.

Los triunfos de la democracia dan con mucha frecuencia ocasiones a los excesos de la demagogia y un país acostumbrado al cau-dillaje y a los gobiernos militaristas, en que el liberalismo y el jacobi-nismo se confunden fácilmente por cuanto la masa popular, no teniendo mentalidad suficiente para la comprensión de ideas abstractas y de-masiado sutiles y complejas para ella, ni habiendo vivido bajo el régimen independiente, un tiempo suficientemente largo, para que en la con-ciencia del pueblo se hubieran podido cristalizar los hechos, de modo que pudiera adivinar su porvenir, de un modo intuitivo ya que no darse cuenta clara y precisa de él, es también muy fácil que encarne sus ideas en un hombre y concentre todas sus aspiraciones en un ser providencial al que rodea de una aureola de gloria con toda la exageración y toda la vehemencia que las imaginaciones tropicales ponen en sus pasiones y en sus afectos.

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En los partidos avanzados, no todos combaten en la misma fila ni todos marchan con igual rapidez; mientras los unos se contentan con reformas, más de forma que de sustancia, los otros tratan de volcar todo lo existente para reedificarlo luego con materiales nuevos. Y como estos reformadores exagerados suelen atraer más vivamente la atención de las multitudes por la vehemencia de su lenguaje, la violencia de sus pasiones, su falta de escrúpulo en la elección de los medios, pues no hay vallas que se opongan a su ambición; si a esto se añade que con el furor partidista se mezcla el mezquino interés y la codicia; si se considera que la constitución social está erigida sobre bases de injusticia y de opresión, se comprenderá fácilmente, que los más audaces a son de preconizar reformas radicales, atraigan a sus filas a pueblos ávidos de libertad y de justicia que nunca alcanzaron y que sólo vagamente comprenden. Esto pasó entre nosotros y por eso el jacobi-mismo caudillesco ha encontrado tantos partidarios en determinados elementos de las clases bajas de nuestro pueblo.

Puede compararse, pues, nuestra época a esas crisis de ac-cesos tetánicos en que una convulsión engendra los fermentos y las toxinas de poder tetanizante que han de dar origen a la próxima convul-sión.

De un estado revolucionario ha salido otro, del sedimento dejado por antiguas prácticas políticas, se ha originado la revivicencia de las actuales viciadas prácticas, y esto en un cuerpo social predispuesto por su constitución a ser fácil presa de las ambiciones y concupiscencias, al que el tópico sedante de una educación bien dirigida no ha podido curar ni modificar de una manera apreciable. Pero estas crisis convulsivas, agotando y extenuando el cuerpo del paciente, conducen al cabo a un estado de laxitud y de cansancio y esto es el principio de una curación si no casi radical y definitiva por lo menos bastante estable para darnos idea de la salud, y si a esto se añaden las influencias de otro orden a que antes hicimos mención, podremos, esperar la mejoría tan anhelada. No nos desesperen, pues, las prácticas de principado florentino que mezcladas con racias de tribu africana, parecen constituir la característica de nuestra política; ni nos desanime el que la vida pública parezca no haber variado gran cosa desde nuestra independencia; no es porque no hayamos progresado, ni ganado nada, pero la evolución de la conciencia popular se hace muy lentamente y si esto ha sucedido en pueblos de constitución étnica más homogénea que el nuestro, si la Eu-

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ropa central, hoy tan civilizada, cuna y foco de la cultura, ha dado a. la historia un largo período tan turbulento y tan lleno de ignorancia y fanatismo, como la Edad Media, por qué admirarse de que nuestro pue-blo, en un siglo de vida independiente, no haya llegado al grado de pro-greso que otros, ni se haya podido desprender totalmente de la costra de fanatismo y de ignorada en que vino envuelto a la vida, ni de los vicios que contrajo luego en su desarrollo, raquítico e incoherente.

Todas las revoluciones presentan el mismo fenómeno que las nuestras y si en éstas hay la tendencia a perpetuarse, es porque causas de otro orden mantienen vivo no ya el espíritu revolucionario, sino el fuego de la revuelta y porque los frenos que podrían sujetarla no se aplican ni hay mano firme y resuelta que logre ponerlos y manejarlos de modo firme y seguro.

Democracia y demagogia se han encontrado frente a frente y los excesos de esta última que por desgracia aún perduran, han dado origen a los dolorosos acontecimientos de estos últimos años de nuestra vida pública. Mas, como antes ya expresamos, es posible que el cansancio fatigue nuestro pueblo y le haga entrar en un período más ordenado y tranquilo.

Aunque no somos partidarios incondicionales de la teoría marxista o sea del economismo histórico, como no desconocemos que ella tiene aplicación en muchos casos y se comprueba la verdad de su emisión, hemos tratado de averiguar hasta qué punto las fuerzas eco-nómicas, han obrado en la dinámica nacional, haciendo que nuestro pueblo vaya escribiendo su historia en medio de hechos luctuosos y sangrientos; pero no hemos hallado, quizás por insuficiencia de perspi-cacia y exactitud en nuestro análisis que pueda dicha teoría ser aplicable al desarrollo histórico de nuestro país. Si en la lucha regionalista puede encontrar aplicación, en la lucha política no hallamos ningún indicio a qué atribuir que por una causa económica se haya establecido ninguna de nuestras contiendas; son más bien causas espirituales o biológicas las que quizás hayan influido; pero no en las económicas, pues los intereses que se han encontrado eran contrapuestos en ideas pero no de un modo material y tangible. Mas, en lo porvenir, cuando el desen-'volvimiento de las fuerzas vitales del país traiga otros contingentes y haga presentarse problemas de otro orden, es muy posible que sean las causas de origen económico las que principalmente influyan en los acontecimientos de la vida nacional.

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CAPITULO VIII

Las clases sociales. Las clases dirigentes, la clase intelectual, la clase militar, la clase eclesiástica, los comerciantes, industriales y agricultores. La burgesía, su ausencia o escasa preponderancia durante la Colonia, su formación durante la República. La burocracia. "Los Chullas". El conflicto económico de la burguesía. Influencia de la descendencia en la formación de las clases sociales. La clase popular, el pueblo de las ciudades, y el pueblo campesino. Chagras y montuvios.

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N una democracia, en la que el origen étnico ha influido más que nada en la formación de las clases sociales, nada más difícil que establecer la distinta gradación de ésta y analizar e

investigar cómo se han ido formando y separando las diversas capas en que se ha cristalizado la sociedad ecuatoriana. Ya hemos dicho, que fueron las clases elevadas, los criollos, ricos descendientes de españoles, los letrados, los terratenientes y propietarios, los que hicieron la independencia y dirigieron los primeros movimientos insurreccionales contra España. Fue, pues, esta clase la que adquirió al nacer a la vida independiente el nuevo Estado, mayor importancia política, como ya la había tenido económica y social, durante la Colonia. A este elemento autóctono dirigente vino a añadirse otro elemento preponderante; fue éste el elemento militar extranjero, que ayudó a conquistar la independencia, parte de él europeo, pero en su mayoría criollo, mulato o mestizo. Frente por frente de esta especie de oligarquía dirigente que aspiraba a gobernar el nuevo estado y a fundar una nacionalidad, se hallaban en calidad de reaccionarios, o tradicionalistas, los españoles avecindados en el país y los criollos aún afectos al rey de España; que aceptaron el nuevo régimen tan sólo por la fuerza de las circunstancias y que miraban como advenedizos a los nuevos gobernantes. Estos formaban una clase, que también tenía tradiciones monárquicas y aristocráticas que más tarde fue uno de los elementos componentes de la clase tradicionalista o conservadora del Ecuador.

Como los empleos públicos habían sido monopolizados casi totalmente por los españoles; como las propiedades agrícolas se hallaban en manos de unos pocos, el comercio era escaso y asimismo monopolizado; como las profesiones liberales casi no existían, los orí-genes de la burgesía o sea la clase intermediaria de empleados, comer-ciantes, pequeños propietarios, profesionales, artistas e industriales,

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apenas si habían adquirido algún desarrollo en el país y fue sólo en los comienzos de la República, cuando ella empezó a formarse y a desa-rrollarse lentamente. Así, pues, al comenzar a figurar el Ecuador como nación independiente, sólo podrían considerarse dos clases: la dirigente, formada por los propietarios y los pocos letrados que junto con ellos habían hecho la revolución y la clase popular, formada en su mayoría por mestizos, mulatos, negros esclavos e indios sometidos al tributo. Dado el cruce de las razas, aun es de suponer que la clase mestiza, lo que hoy llamamos cholos y que constituye en su mayor parte, el pueblo de las ciudades, era mucho menos numerosa que lo que es actualmente; el obrero y el campesino aún no habían tomado la importancia que más tarde han tenido, y por otra parte, dada la escasa difusión de la enseñanza, su ignorancia debe haber sido tanta, como la del indio y la del negro: de tal modo, que es indudable que el analfabetismo debe haber sido la regla, y la instrucción tan sólo de un patrimonio muy escaso, reservado únicamente, a las clases dirigentes y aun en éstas muy limitado.

El mayor desarrollo de la enseñanza durante la República, el acrecentamiento de la burocracia y accesibilidad de los destinos públicos a todas las categorías sociales; la elevación de las clases populares, por las continuas revoluciones que exaltaban a los hombres de las capas inferiores, la mezcla de razas por estas causas se hacía más fácil y rápida; el desarrollo de los pequeños propietarios y comerciantes, fue creando poco a poco, una clase media intermediaria, entre el pueblo y la dirigente, participando a la vez de una y otra, aunque procediendo más bien del seno de aquél, hasta llegar a adueñarse casi completamente de los destinos del país y a ser una fuerza poderosa e influyente.

En el primer período de la República, la lucha se verificó exclusivamente entre las clases dirigentes, entre la parte militar y la civil, hasta que el triunfo de ésta en 1.845, puso en sus manos el gobierno del país; mas, bien pronto hemos visto, que una clase militar improvisada en las guerras civiles vino luego a adueñarse del poder. Como una reacción contra ésta, las antiguas clases aristocráticas de la Colonia que se habían hecho conservadoras y oligárquicas, reaccionaron en 1.859. De esta época, puede decirse, que nace el definitivo establecimiento de las clases sociales, tal como actualmente existe en el Ecuador.

Las clases ricas, procedentes unas de la época colonial, otras de la Independencia y de los que han ido haciendo fortuna o elevándose por medio de la lucha política. Esta clase dirigente, está for-

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DEL PUEBLO ECUATORIANO 205 mada por criollos blancos en los cuales el mestizaje es más o menos per-ceptible, siendo en ella donde puedan encontrarse quizás algunas fami-lias, aunque muy raras, de raza blanca pura. Generalmente, se aleja de los intereses políticos y de la dirección de los negocios públicos, para ocuparse sólo de sus intereses particulares; pero ejerce poderosa influen-cia porque, estando compuesta por grandes terratenientes y capitalistas, es una plutocracia que dirige sin mandar y que indirectamente hace sentir su influencia en la marcha del país. Sin que podamos llamarla ignorante, tampoco puede decirse que es patrimonio de ella la ilustración: aun es más, los hijos de los más acaudalados, rara vez reciben una cultura elevada, contentándose con una educación frivola y superficial, lejos de toda técnica administrativa o profesional. Así no es de admirarse, que gran parte de sus componentes sean empíricos y rutinarios en sus procedimientos y que más de una vez se vean obligados a dejarse dominar por las clases inferiores más audaces o más hábiles y mejor preparadas en la lucha por la vida. Sólo ejercen su influencia como los cuerpos pesados, en virtud de la ley de la gravedad. Esto, por otra parte, es muy explicable en una democracia; pero es al mismo tiempo, una de las causas del desorden y de la desorganización social que entre nosotros se nota y explica como en la lucha de intereses, más de una vez no llegan a comprenderse bien los generales y como cada clase no acierta a entender los suyos propios. En otros países, como en Chile, por ejemplo, donde una oligarquía poderosa es la dirigente, al mismo tiempo que la disciplina social es mucho más perfecta, los intereses de clase están mucho mejor definidos y la lucha por ideales es más firme y decidida que entre nosotros, donde puede decirse que apenas se esboza.

La verdadera clase dirigente del país, el verdadero cerebro social de él, es la clase intelectual, la que sale de las Universidades o re-cibe una educación superior y que llega a un grado de cultura mayor que el de la generalidad. Por lo mismo que el nivel medio de la cultura, es muy bajo entre nosotros, los que llegan a alcanzar grados más elevados de ella, son los que más se distinguen y los que en unión de la clase militar preponderante, a causa de su participación en las luchas políticas y de la clase eclesiástica, por cuanto ella ha tenido durante largo tiempo, el dominio casi exclusivo de las conciencias; los que pueden aspirar a ejercer, y de hecho ejercen, influjo más preponderante en la sociedad ecuatoriana.

La clase intelectual, procede en parte muy escasa, de la porción menos acomodada de la clase elevada del país, y en su mayor

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parte, de la burguesía o clase media, pues ya hemos dicho, que en nuestro país, el grado de educación está, en razón inversa de los medios de fortuna.

Aunque mucho más escasamente, también la clase popular, ha comenzado a dar su contingente a las Universidades, si bien es de notar que tal contingente viene siendo dado desde los primeros tiempos de la República. Pero se nota un hecho curioso, y es, que sin duda, por falta de acostumbramiento de las funciones cerebrales, en virtud de la ley de herencia, los primeros tipos de hombres cultos salidos de la clase popular que generalmente son hombres de color, no son espíritus sobresalientes, ni por la fuerza de él, ni por la solidez de los conocimientos adquiridos. Es necesario que pasen dos o tres generaciones que adquieran el mismo grado de cultura para poder hallar cerebros verdaderamente cultivados. Por lo demás, cualquiera que sea su origen, provenga de blancos o de mestizos, nuestra clase intelectual, comprendiendo en ella a todos cuantos hacen de su cerebro un instrumento de trabajo, no tienen una cultura refinada y con excepción de tipos representativos que han llegado a dársela a fuerza de trabajo y contracción, su nivel cultural, se halla por debajo de los de igual clase en naciones más adelantadas. Verdad es que desde los primeros tiempos de nuestra existencia libre, hemos llegado a producir hombres tales como Me-jía Lequerica, Olmedo y Montalvo, que fuera del país, forman parte de la legión universal de hombres de talento y que por lo menos dentro de las naciones de habla castellana, han brillado en la oratoria, en la poesía y en la literatura Pero tales muestras de ingenio no son la regla en países en que, por su característica de falta de originalidad, los mediocres se imponen por lo menos por la fuerza del número, y en donde la incultura del medio ambiente, el aislamiento y la falta de aspirabili-dad posible, coartan el desarrollo de las inteligencias. Un puesto de profesor universitario es una situación cómoda y hasta envidiable, reservada a las notabilidades en los países cultos; pero entre nosotros, ese puesto se gana fácilmente, por medios muy distintos de los de la ilustración y el talento, no es considerado sino como un empleo transitorio, un modus vivendi ocasional, que ayuda a ganarse la vida. Los caminos de la literatura, de la ciencia, del arte, son difíciles y espinosos y al fin de ellos, sólo se llega a una celebridad local de talentos de im-provisación y de mediocridad evidente, alcanzan con igual facilidad, pues la incultura ambiente, no distingue lo ínfimo de lo superior. Así el camino de la política, aunque más tortuoso, es mucho más seguro para alcanzar grados y honores y no es de extrañar que por él se vaya

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casi toda la clase intelectual que no quiere adocenarse en el ejercicio rudo y estéril de una profesión casi siempre ingrata. Como éstas se han limitado solamente a dos, lo mismo que en casi todas las naciones sudamericanas, la de abogado y médico, el campo de acción resulta monótono y limitado. Aunque se ha ensayado ya desde largo tiempo, el establecimiento de otras carreras técnicas, sólo en estos últimos años, se ha notado un movimento verdaderamente acentuado en favor de e-llas, y como una buena parte de la juventud va adquiriéndolas en las universidades europeas, esa porción culta, esa élite de hombres escogi-dos, todos por cierto muy jóvenes, van esparciendo buena semilla en el país, haciendo sentir la necesidad de impulsar la energía intelectual por otros derroteros. De esto, el grado de cultura que es necesario alcancemos para figurar entre los pueblos realmente civilizados va mucha diferencia; pero es innegable, que los primeros elementos, existen entre nosotros y como ha dicho el profesor Vaz Ferreira, los sudamericanos, hemos demostrado, que podemos alcanzar todos los grados de la más alta cultura. Una de las razas que nos dio origen, se e-norgullece con ingenio como Cervantes y hoy mismo, aparte de gran número de escritores, en punto a sólida cultura científica, puede enfrentar a los sabios de primera fila de otras razas, el insigne Ramón y Cajal, uno de los cerebros mejor equilibrados de nuestra época. Si los hispano americanos hemos heredado las cualidades mentales de la raza ibera, por qué no hemos de aspirar a producir lo mismo, cerebros que originen bellezas de lenguaje, obras de arte, que los que engendren ideas nuevas y doten a la ciencia de nociones recién adquiridas por la investigación y la experiencia? Es más bien de atribuir al medio ambiente, poco propicio la escasez de cerebros de esta última clase que entre nosotros se ha notado, pero sin que falten ejemplos que comprueben que no hay ineptitud para los estudios serios y de meditación. Después de la clase intelectual, nervio de la sociedad ecuatoriana, puesto que priva aún sobre la plutocracia, debe contarse como la más influyente, la clase de los militares y no es de extrañar, que sea así en un país tan sujeto a revoluciones y a luchas civiles, en que la fuerza de las armas, decide todas las cuestiones. Es de advertir, que al hablar de clase militar, lo mismo que al hablar de clase en general, no consideramos éstas, sino en la categoría de agrupaciones actuales que se renuevan incesantemente; pero no en el de jerarquías hereditarias, como sucede en las clases aristocráticas o burguesas de los países monárquicos.

Aun como ocupación profesional no existe la tradición familiar y así se observa, que los descendientes de famosos militares,

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muchos de ellos, héroes de nuestra Independencia, no siguen la carrera de sus padre o abuelos. Las familias de los Illingworth, Wright, Elizalde, etc., tan famosos en la Independencia, no han vuelto a contar un solo militar en sus numerosos descendientes.

La clase militar se recluta muy escasamente en la clase aco-modada; en mayor número en la burguesía y mucho más en la clase po-pular. De las familias de ésta, no es raro que se eleven hombres obscuros y sin instrucción, hasta los más altos grados de la milicia. Este es uno de los peores efectos del militarismo, que es uno de los males de la Nación, pues esta clase de hombres, sin moral y sin cultura, llenos de ambición y ávidos de honores, riquezas y placeres, no reparan en los medios que ponen en juego para alcanzar su objetivo, ya apoyando a caudillos tan incultos, pero más audaces que ellos, ya aspirando por propia cuenta al poder público. Los grados inferiores de esta clase, están formados en su mayor parte, por improvisados, que salen por regla general, de los artesanos mal avenidos con su ocupación, de los campesinos que cambian el instrumento de labranza por el fusil, y de los jóvenes de la clase media que abandonan el pupitre del estudiante o el escritorio de comercio, para cubrirse de galones y bordados. Sí no en la selección de sus elementos a lo menos en la educación y preparación de éstos, se ha dado un gran paso en el mejoramiento de la clase militar, con la fundación de las escuelas para oficiales, que desde hace unos doce años, existen en el país; pero, desgraciadamente, el número de los salidos de ellas, forman una escasa minoría, en relación con los improvisados, y si bien se nota su influencia en la instrucción y disciplina de las tropas, ésta se encuentra contrarrestada por los malos hábitos adquiridos y que persisten a pesar de todas las leyes y todas las reformas. Al ocuparnos del militarismo, insistiremos acerca de los vicios y defectos de la clase militar, contentándonos, por ahora, con signarle los caracteres que ya dejamos enunciados y que la hacen semejar, como dice el joven escritor don Daniel Hidalgo, más a la horda armada que a los ejércitos modernos de las naciones civilizadas.

La clase eclesiástica, ha ejercido una influencia preponde-rante en la dirección y dominio de la conciencia pública, durante largos años. La evolución de las nuevas ideas y el triunfo de los liberales, le ha quitado gran parte de su antigua influencia; pero no deja aún de ser bastante poderosa, sobre todo en la sierra. Su capacidad intelectual es bastante escasa; hay en ella hombres de gran ilustración, como el

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Arzobispo historiador Sr. González Suárez, alguno que otro eclesiástico aficionado a la literatura y otros que sobresalen como oradores, pero és-tos son en corto número; la mayoría del clero, es ignorante y aun en asuntos de teología se ocupa muy poco de su estudio. Los conventos, no han producido nada en muchos años, y el clero secular, es más bien de lo que se llama de misa y olla, no preocupándose uno y otro más que en las ceremonias del culto externo, para inflamar la piedad de los fieles, sin ejercer misión social alguna y aprovechar de su influencia en beneficio de la educación moral del pueblo. Aliado desde los comienzos de la vida independiente, con el partido reaccionario, su tendencia ha sido siempre, a intervenir directamente en los asuntos del Estado, imponiendo al país un régimen teocrático y adueñándose de la educación pública, como medio para dominar mejor las conciencias; todo esto en provecho propio y llegando a exageraciones místicas que dieron lugar a que al Ecuador se lo llamara la República del Corazón de Jesús.

Como el comercio del país, está casi todo en manos de los extranjeros, siendo muy escaso el número de los nacionales, forma una clase extraña que mira más por sus propios intereses, ligándolos poco o nada a los generales de la Nación. Puede decirse lo mismo de una parte de la industria; pero es indudable que a pesar de eso uno y otro han contribuido y contribuyen mucho al progreso de ésta, a pesar de que aún no salen de la rutina y del atraso. Los agricultores son en su mayoría grandes propietarios, siendo mucho mayor el número de los latifundios que el de las pequeñas propiedades. Como la riqueza del ; país es eminentemente agrícola, de esta clase proceden casi todas las grandes fortunas, por lo mismo la plutocracia es ante todo agricultura o comercia con los productos de agricultura. Sin embargo, como la extensión cultivable del país es muy gande, la división de la propiedad podría hacerse aún en proporción equitativa. Las tres clases van adquiriendo día a día más influjo y acabarán por imponerse a los militares, en beneficio de la paz y de la tranquilidad del país.

La burocracia procede casi exclusivamente de las profesio-nes liberales y en general de la burguesía, pues es raro, que las clases acomodadas, los propietarios especialmente, dejen sus ocupaciones transitorias y de corta duración. Salida de las capas inferiores de la bur-guesía, deshecho de las clases acomodadas venidas a menos y mezclán-dose con la clase obrera, hay sobre todo en la sierra, una parte de la clase media, que recibe el nombre de "chulla" o de "chulla - leva" designación quichua que equivale a la española de Currinches y que literalmen-

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te quiere decir, única levita. De esta porción de la sociedad, que tiene todos los prejuicios y todos los defectos de la clase elevada, sin poseer su instrucción, al mismo tiempo que participa de los vicios populares, procede el cura, el militar de poca graduación, el empleado de escaso sueldo, el abogado ramplón y en general, todo el proletariado de levita, que busca ocupaciones de fácil desempeño y posiciones brillantes aunque equívocas. Tan llena de orgullo y prosopopeya cono vacía de estómago y de bolsillo; esta clase trata de llenar todos los huecos de la administración pública, odiando el trabajo, viviendo en la simulación y en la miseria, alimentado un falso lujo y recurriendo para esto a expedientes tan pueriles, como poco dignos. Uno de los conflictos económicos de la sociedad ecuatoriana, consiste, en la manera de dar ocupación a esta clase que habiendo perdido los hábitos de trabajo, no encuentra manera decorosa de vivir, no siendo suficiente los cargos públicos para darle empleo. El desarrollo del comercio y de la industria en la sierra, podrían quizás salvarla. Muchos de los individuos de esta clase, emigran hacia la costa; pero la mayor parte de ellos fracasan por falta de preparación en la lucha por la vida. Bohemios incorregibles, gentes de quiero y no puedo, son los chullas, el mejor elemento para las revoluciones y la clase donde la prostitución y el alcoholismo hacen más víctimas, después de la popular.

No debemos dejar de anotar, que en la formación de las clases sociales, influye por mucho la descendencia y el color de la piel. Los blancos o descendientes más o menos directos de ellos, forman la clase elevada y parte de la burguesía; los mestizos o mulatos, se infiltran en esta clase; pero más bien, forman la mayoría de las capas inferiores y en general, puede decirse, que los primeros, tienen siempre sobre los últimos, mayores ventajas y más seguridad de subir y formarse una posición; no por la mayor energía del esfuerzo, sino por la mayor can-tidad de facilidades que la sociedad les presta para ello. Esta superioridad del blanco, es tan reconocida, que los peones del campo, suelen designar con el nombre de "el blanco" a su amo o patrón, aun cuando no pertenezca a esta raza y sea a veces tan mestizo o mulato como ellos, y juzgan indigno, que un hombre de raza blanca, se ocupe de bajos me-nesteres. La mezcla de razas y el aumento de la inmigración, podrían acabar con este predominio que ejerce grande influencia en la constitu-ción social. Otra de las causas que influye en la formación social es la procedencia, sea de una antigua familia colonial, sea de los hombres de la Independencia o de los mandatarios posteriores, pues esto parece acreditar cierto orgullo aristocrático de clase que se trasluce a pesar

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de la influencia del régimen democrático y esto, cualesquiera que sea la raza y el color de la piel de los individuos que así se creen privilegiados.

El pueblo de las ciudades, está compuesto de indios y mes-tizos en la sierra; de indios, mestizos y mulatos en la costa. En el campo, la población de la sierra, es casi toda de raza indígena pura y en la costa de mestizos y mulatos, con excepción de la Provincia de Esmeraldas, donde la población campesina es negra. Para designar a los campesinos se emplean en el país las palabras "chagra" en la sierra y "montuvio" en la costa. El chagra es el campesino no mestizo, generalmente pequeño propietario, aunque con la misma voz designa aun a los grandes propietarios de la sierra. El "chagra", es laborioso y emprendedor, tenaz en sus empresas, muy apegado al terruño y viste y habita en mejores condiciones que el indio que vive miserablemente. El "montuvio", es el campesino rico o pobre de la costa; es levantisco, fanfarrón, de aire reservado y silencioso, cuando está bueno, bullicioso y amigo de la algazara cuando se emborracha. Campesinos y ciudadanos, las clases populares, están desgraciadamente muy contaminadas con el vicio del alcohol, tanto en las ciudades, como en las poblaciones pequeñas y aun en los campos, como no se tienen otras distracciones, se apela a la chicha o al aguardiente de caña, para alegrar las horas de los días de fiesta.

En las ciudades, donde la instrucción está bastante difundida, el pueblo sabe generalmente leer y escribir, aunque muy mal; pero en los campos, el analfabetismo es la regla, sobre todo en los indígenas de la planicie andina. Hay diferencias capitales, entre el pueblo de la sierra y el de la costa; excluyendo al indígena que forma una raza aparte, el cholo de la sierra es más humilde y sumiso, más propenso a la disciplina que el zambo de la costa, que participa con mucho, de los caracteres de la raza negra. Quizás ésta sea una de las causas que más influyen en el regionalismo y una de las diferencias más esenciales entre la sierra y la costa.

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CAPITULO IX

La clase popular, el pueblo. Cultura y mentalidad de las diversas clases del Ecuador. Nivel cultural medio. La educación pública. Su necesidad y su eficacia en la formación de la nacionalidad.

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L hacer el estudio de la formación y desarrollo de las clases sociales en el Ecuador, hemos esbozado el grado de mentalidad y cultura de cada una de ellas, mas trataremos de

ahondar en esta cuestión tan importante para conocer a fondo, la constitución social de un país. Continuando en el mismo orden que hemos seguido, hablaremos primero de las clases acomodadas que son las dirigentes. Si por cultura hemos de entender el más completo y perfecto desarrollo de las funciones cerebrales de la inteligencia y de los sentimientos, lo mismo en el sentido intelectual que en el sentido moral, tendremos que el número de individuos verdaderamente cultos es sumamente escaso en el Ecuador. Siendo la educación tan deficiente, como atrasada e incompleta, no tiende por regla general, a desarrollar de una manera perfecta la mentalidad de los educandos, y esta falta de integralidad se refleja en la cultura general de la masa de los pobladores.

Bien es verdad, que la amplitud de la educación perjudica a la profundidad de ella; pero que ésta en cambio, sólo puede dar una cultura unilateral y por consiguiente incompleta. Sin embargo, en nuestro país, no por ser profunda nuestra educación, sino al contrario por ser superficial y falta de objetivo es que adolece la cultura de incompleta y escasa.

Las clases elevadas que como hemos dicho, forman la plu-tocracia del país, creen en efecto que es suficiente dejar a sus hijos la riqueza y por consiguiente, no les es necesaria una educación superior y elevada, o que ellos entienden por cultura, es la desenvoltura en el trato social, la ligereza y la frivolidad, para tratar superficialmente las

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cuestiones más corrientes de la actualidad y una instrucción que no pasa del grado de la primaria, con el adorno de la posesión de uno o dos idiomas mal hablados. Su mentalidad es por consiguiente muy poco desarrollada y aunque esta clase está ya bien distante de los prejuicios populares y de las clases inferiores, se halla sin embargo, bien lejos del nivel que debía corresponderle, dada su situación privilegiada. De entre los suyos, es muy raro que alguno de sus miembros ingrese a la Universidad, siendo esto un poco más frecuente en la Sierra que en la Costa, ya que el grado de doctor es allá un título honorífico más buscado que en la segunda. Una parte de las clases ricas hace pasar a sus hijos algunos años en los Gimnasios y Liceos del extranjero; pero no busca darles una educación técnica de acuerdo con su situación que les facilitaría el manejo de sus negocios y de sus bienes de fortuna. La educación de la mujer corresponde más o menos al mismo grado de educación de los hombres. En la Sierra y antes en la Costa, las jóvenes eran educadas en colegios dirigidos por comunidades religiosas. Ahora se prefiere la enseñanza particular en su propia casa; pero una y otra se reducen a la instrucción primaria elemental, al estudio de algún instrumento de música, generalmente el piano, y al aprendizaje de labores manuales, muchas de ellas de puro adorno. Añádese a esto, el conocimiento de triviales nociones de religión que no pasan de las explicaciones del catecismo y del aprendizaje de muchas oraciones. La moral sólo es comprendida como un aditamento de la religión y se desprende que siendo ésta tan superficial, su conocimiento se reduzca a bien poca cosa; pero el natural recato y la sujeción en que de un modo atávico ha sido educada, para la vida del hogar, la mujer ecuatoriana, su natural desparpajo y su vivo ingenio, la hacen ser agradable en sociedad, buena esposa y madre tierna en el hogar. La gazmoñería religiosa y los prejuicios, casi rayanos en superstición, que se le inculcan, hacen que aun en las clases altas, en la Sierra sobre todo, las mujeres sean acérrimas partidarias de la Iglesia y del clero que explota su cándida credulidad, exaltando su imaginación hasta el fanatismo; pero a pesar de ese exagerado espíritu místico, no se llega a los extremos que en otros países hemos visto y aun vemos actualmente. Así la intromisión del clero en los hogares va desapareciendo poco a poco y perdiendo su antigua influencia. El confesionario bajo este punto de vista es hoy solamente para la mayor parte, el tribunal de la penitencia, pero no tiene el dominio absoluto de la conciencia y la dirección de la conducta pública y privada como antaño acontecía. Las ideas religiosas no son ni elevadas ni hieráticas; se da más importancia al culto externo que a la ética misma de la religión y se atribuye

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gran importancia a las ceremonias del culto, costumbre que es exacerbada por el clero como medio de mantener el fervor más religioso. Las demás ideas se hallan a la altura de la idea religiosa. La moral sin ser de una extrema rigurosidad, es observada con bastante exactitud y la hidalguía castellana tiene en la clase elevada su mejor representación. La duplicidad y la doblez, la debilidad de carácter, son cualidades que en los últimos tiempos han comenzado a aparecer como signo de decadencia.

Las clases dirigentes de la Costa, son de ideas más liberales y democráticas que las de la Sierra, más apegadas a los principios reac-cionarios y tradicionalistas. Esta clase, sin embargo, es la más fácilmente culturable por su vivo ingenio y su talento despejado predominando en ella los individuos de la raza blanca y por tanto, las cualidades mentales del criollo o descendiente de europeo. La burguesía en su parte más acomodada, participa de las ideas y cualidades de la clase dirigente, en tanto que en sus capas inferiores se confunde por su mentalidad y sus prejuicios con la clase popular. De esta clase salen sin embargo vivos y claros ingenios y talentos muy cultivados, aun entre los mulatos y mestizos. La instrucción está bastante repartida, siendo ésta la clase que da más contingente relativamente a las Universidades, colegios y es-cuelas. Aunque las ideas religiosas son también muy predominantes, están en menor grado que en la clase elevada y en la clase popular. El grado medio de la mentalidad y de la cultura, puede hallarse en mayor nivel en esta clase contrabalanceando la ignorancia popular.

Las clases populares varían mucho en nivel de cultura. En el pueblo de las ciudades, los obreros o artesanos, son los que adquieren mayor grado de instrucción; en tanto que la población de los campos queda inculta y casi analfabeta. En efecto, el analfabetismo es la regla, principalmente en la raza indígena, que es la que da mayor contingente y que vive sumida en la ignorancia. Los campesinos de la Costa, indígenas o mestizos, adquieren algunas nociones de lectura y escritura; pero en grado muy restringido. La clase popular de la Sierra, se ha distinguido siempre por su fanatismo religioso y por el dominio que sobre ella ha ejercido el clero. La idea religiosa está mezclada en el pueblo por una especie de superstición o fetichismo, unido al fanatismo indígena. La idea de la divinidad más que de dulzura y mansedumbre, es de airada cólera. El temor al castigo por los pecados, la resignación por los sufrimientos, son las dos ideas capitales que predominan en punto a re-

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ligión. Las ideas morales no se comprenden sino unidas a las religiosas y como una consecuencia de ellas. Son de lo más extrañas y absurdas en más de un caso, y esto se comprende fácilmente, en un pueblo en que la educación se preocupa poco de inculcar el sentido ético y los más triviales principios morales. En muchos puntos del país, la familia sólo existe en virtud de la actuación religiosa, pues de otro modo, llegaría a deshacerse, debido a una escandalosa poligamia, a la cual tienen gran tendencia las clases inferiores. El desarrollo cerebral es enteramente rudimentario en estas clases y va ensanchándose poco a poco, hasta llegar a la de los obreros o artesanos, en los cuales la inteligencia tiene un grado de desarrollo normal, lo que los pone en actitud de asimilar más fácilmente las ideas, aun las abstractas y puramente subjetivas.

Además de los prejuicios religiosos y morales, multitud de supersticiones de todas clases, hijas de la ignorancia, tienen su asiento en la clase popular. La instrucción que se da en las escuelas, no alcanza a borrarlas; pero sí tiende cada día más a hacerlas desaparecer. Como en todas las sociedades, el grado de cultura va disminuyendo desde las clases elevadas hasta las inferiores; pero con la particularidad de no ser la plutocracia la que la posea en más alto grado sino la clase media; la burocracia, la clase universitaria o intelectual y luego en grado descendente hasta el pueblo de las ciudades y de los campos. Este en la Sierra, donde en su mayor parte se compone de indígenas, es completamente analfabeto y en la Costa gran parte de él no recibe ninguna instrucción.

Por razón de este bajo nivel de cultura, el criterio público sufre muchos extravíos y presenta a cada momento desviaciones cuyo origen es interesante estudiar. Propio es de los pueblos de poco desarrollo cerebral el dar a todas las cuestiones un aspecto simplista y elemental, desechando por incomprensión todo lo alambicado y complejo. La tendencia general de nuestro país es reducirlo todo a una sola fórmula. El empirismo que en todo reina; lo mismo en política que en economía, en industrias, en agricultura, hasta en lo puramente ideológico como la moral, tiende a eliminar todo lo que no sea fácilmente asequible a inteligencias poco acostumbradas al análisis y a la percepción. Esto que podría ser característico de las multitudes, es en nuestro país patrimonio de la masa en general. De aquí que sea muy difícil el hacer que hasta ella lleguen ideas cuya elevación parece superior a-su alcance y favorece el imperio de la mediocridad que se adapta mejora

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sus condiciones mentales. A favor de ésta la charlatanería logra fácilmente imponerse en el criterio público al verdadero talento ya que no sabe distinguir los engaños de la una, del verdadero mérito de la otra y que por espontáneo y natural movimiento tiende a dar más crédito a las patrañas y mohatrerías, antes que a las verdades mejor demostradas. En el ánimo del pueblo, lo más fantástico, lo más ilusorio es siempre mejor creído que lo real y verdadero, porque éste, está despojado de toda vistosidad y de todo oropel; en tanto que el otro aparece a sus ojos brillante y deslumbrador. La ignorancia es la mejor favorecedora de la superstición, de la superchería y el político, el industrial, el comerciante, el profesional, se aprovechan de ella para alcanzar fácilmente empresas poco recomendables y lograr fáciles triunfos. Otra consecuencia de la ignorancia es la falta de consistencia en la opinión pública y sobre todo la ausencia de energía en esa masa de opinión neutral, que, no tomando parte en las luchas de la vida diaria, pone sin embargo en la balanza el peso de su fuerza y decide las cuestiones entre dos bandos en uno u otro sentido. Esta masa neutral que en las luchas políticas ejerce en realidad una sana influencia porque no toma parte activa en ellas, está formada de agricultores, de propietarios, de comerciantes y de gente más o menos acomodada, de sus obreros y clientes.

Pero en el Ecuador las cuatro quintas partes del comercio está en manos de extranjeros que parecen no preocuparse para nada de los asuntos públicos, y cuyo único papel se reduce a pagar los impuestos que se le imponen, sacándolos luego del valor de las mercaderías que importan o exportan y haciéndolos pagar en definitiva a los consu-midores. Parece como que se consideran huéspedes molestos que trataran de pagar a cualquier precio su permanencia.

El elemento extranjero no ejerce, pues, ninguna saludable influencia ni aporta como a otros países un contingente de luces y de progresos apreciables; sobre todo en la clase que hemos mencionado. En cuanto a los agricultores y propietarios, si no toman parte por conve-niencia en la política, se encierran dentro de su propio egoísmo o procuran encontrarse bien con todos los partidos, mostrándose indife-rentes a todo lo que concierne la vida pública. Ser hombre de bien es para un individuo de esta clase, desconocer los sentimientos de humanidad, de altruismo y de amor a la patria que deben ligar a los hombres en una sociedad. Mientras más inteligente es un hombre, dice Emerson, percibe mejor los lazos que lo ligan al interés común, favoreciendo sus propios intereses. En nuestro país el concepto emersoniano no tiene

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gran cabida, pues en general todo ciudadano cree que los intereses públicos y sus propios intereses son antagónicos o sólo están unidos por un vínculo que a costa de los primeros pueda sacar para los segundos.

Tantas faltas de integridad y de honradez en la Administración de los caudales públicos, pueden tenerse por originados por esta creencia, profundamente arraigada en la mentalidad de la mayor parte de los Ciudadanos, y si el pueblo está habituado a considerar a los administradores de fondos públicos como a defraudadores, éstos parece que creyeran que están obligados a justificar la creencia popular. Proviene esto de vicios ancestrales sumamente arraigados en las costumbres públicas desde los tiempos coloniales, en los cuales se enviaba a América a los segundones arruinados de la Península para que se enriquecieran; y en que se, vendían los empleos públicos de los cuales los compradores procuraban resarcirse sacando el precio y sus ganancias por cualquier medio.

La falta de esta masa de opinión neutral que si no vive preocupada de la política o de los asuntos públicos, decide ya de un lado ya de otro de las cuestiones que se suscitan, trae como consecuencia un desequilibrio que se traduce por la facilidad con que los políticos pueden llevar a cabo audaces revoluciones, sin arraigo en la opinión, imponiéndose a las mayorías y de allí una de las fuerzas del caudillaje, que en países donde esa opinión vigila alerta, no logra imponerse y triunfar.

Mucho se ha hablado y se habla de la exuberancia tropical y del exceso de imaginación de los pueblos situados en latitudes análogas a la nuestra; pero poco exacta es esta afirmación cuando se trata de nuestro pueblo; por el contrario, más que el vaniloquio de los políticos o de los poetas exalta su imaginación un hecho de fuerza y de violencia. Sin que sea insensible a los influjos espirituales, son principalmente los actos materiales los que más vivamente atraen su atención y entre un orador y un militar, éste atrae siempre su preferencia. Hasta en nuestra literatura se encuentran huellas de esta sequedad, pues no se la puede acusar de exageradamente retórica. Al hablar de ella en capítulo especial insistiremos a este respecto. Ahora sólo haremos constar que nuestro pueblo antes puede ser tachado de apático y apocado que de exaltado y vehemente. La tristeza indígena se impone en él con más fuerza que la influencia del clima y del medio ambiente si es ver-

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dad que estas causas influyen en los climas tropicales para volver a sus habitantes exaltados, bulliciosos e impresionables.

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CAPITULO X

El Arte y la Literatura. La cultura científica y las demás manifestaciones culturales.

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A literatura y el arte no son sólo, como ha dicho Taine, el reflejo del alma de un pueblo, sino su encarnación misma porque ellas revelan la psicología íntima de los hombres

representativos de una nación o de una raza. Por grande que sea la diferencia entre la mentalidad colectiva y la de los hombres de espíritu cultivado, dice Waldiun, el medio físico y el medio ambiente social no dejan de influir sobre los escritores y artistas, comunicándoles las mismas impresiones que al conjunto de los asociados. Sólo los genios pueden sustraerse a estas influencias y elevándose por encima de estas barreras, constituirse en directores espirituales de la humanidad, pudiéndose decir que ellos no pertenecen a ninguna nación porque están imbuidos del espíritu de universalidad que caracteriza sus producciones. Así, pues, uno de los elementos picoló-gicos y uno de los índices más seguros para juzgar la cultura, y el estado mental de un pueblo es el estudio de su arte, de su literatura y de su producción científica.

Nada tenemos que decir del carácter de la literatura española, perfectamente juzgado y decidido por diversos autores y por tanto nos atendremos a lo que en sus libros han escrito críticos y filólogos tan eminentes como el P. Feijoo, Vives, Lista, Hermosilla, y en lo moderno Menéndez y Pelayo, Fitz - Maurice, Altamira y otros.

Respecto a la raza india, segundo elemento ancestral que sería necesario tomar en cuenta para estudiar las influencias étnicas, en la formación de nuestra literatura, carecemos de datos porque es bien sabido que, no teniendo idioma escrito la lengua quechua, no nos ha quedado ninguna obra de esta clase, pero que la raza misma no era refractaria a las producciones artísticas del pensamiento, lo demuestra el poeta Garcilaso y en nuestro país el indio Jacinto Collaguazo, historiador de las guerras de Atahualpa y Huáscar, lo que manifiesta que,

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226 PSICOLOGÍA Y SOCIOLOGIA apenas aprendida la escritura española, los indios ya pudieron trasmitir las expresiones de su pensamiento, demostración bien clara de que su inteligencia podía, con un régimen de más libertad, haber alcanzado rápidamente los más altos grados de la civilización, toda vez que no se mostraban refractarios a una de sus más elevadas manifestaciones. Durante la Colonia, la literatura toma el mismo aspecto que toda la vida de esta época, es decir, que se hace mística y casi toda se reduce a disertacienes teológicas, distinguiéndose escasos poetas, entre los que sobresalen, Antonio de Orozco, discípulo de Góngora y el Padre Aguirre, poeta festivo de claro ingenio y fácil verso. No obstante y a pesar de la escasa difusión de la cultura, historiadores como Alcedo, Moran de Buitrón y el Padre Velazco; sabios como Maldonado y Franco Dávila, geógrafo notable el primero y distinguido naturalista el segundo y pensadores como Espejo, fundador del periodismo nacional en el Ecuador y precursor de la Independencia Patria, sobresalen entonces. A los últimos tiempos de esta época pertenece Mexía Lequerica, orador eminente, que en las Cortes de Cádiz defendió con Olmedo los derechos de las Provincias Americanas, dominios del rey de España. Después de la Independencia, es Olmedo la primera y también la figura más elevada de la poesía nacional. Entre él y los escritores y poetas que desde 1.850 comenzaran a sobresalir, sólo puede nombrarse a Julio Zaldumbide. Parece como que las generaciones de este período turbulento, más que del cultivo de la literatura, gustaban del ejercicio de las armas y de la política en una época tan conmovida y llena de sobresaltos. Admira que Olmedo no tuviera imitadores y aunque esto se explica porque, además de las turbulencias, la,falta de difusión de la lectura quitaba ambiente a los escritores, es sin embargo digno de notarse este período tan escaso en cultivadores de la literatura. 1.850 marca una especie de renacimiento del pensamiento nacional; de cumbre a cumbre, ha dicho un escritor, no suele existir más que un abismo, así desde Olmedo a Montalvo no podemos anotar ningún nombre hasta hallarnos con el mejor prosador, filósofo, polemista y crítico que haya producido nuestro país. Después de él la poesía y la literatura han seguido produciendo numerosos cultivadores, anotándose el hecho de que cada generación sobresalía o coincidía su aparición con alguna de las convulsiones políticas que agitaban nuestro país. Así 1.876, 1.883, 1.895, 1.906 y 1.911, han dado a conocer nuevos nombres y hecho aparecer una nueva serie de escritores contemporáneos los unos de los otros y con iguales tendencias y métodos literarios. Parecería esto justificar la frase de Ingenieros que dice que la época es la que influye sobre el hombre, haciéndole determinar y orientar el rumbo de las ideas.

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En estas conmociones la pluma suele convertirse en un arma de combate; sin embargo, el carácter general de toda nuestra literatura no es revolucionaria ni aun en el mal sentido de la palabra, es decir, no es revoltosa. Excepción hecha de la desdichada oda de Olmedo a la victoria de Miñarica, nuestros poetas han desdeñado cantar las luchas partidaristas y aunque se hayan mezclado en ellas su poesía ha quedado sin contaminarse. Ellos han preferido más bien que poner el arte al servicio de la política, divorciarse de ella. En nuestro país se observa, como lo hace notar García Calderón, el divorcio que siempre existe entre las ideas políticas y la ideas estéticas hispano - americanas.

Pero como lo observa el autor ya citado, la poesía ecuato-riana, como toda la de Sud América, aunque literatura de imitación, ha andado retrasada de 15 a 20 años en la evolución de los gustos literarios de Francia y España, naciones de las cuales ha tomado siempre los modelos. Olmedo imitaba a los clásicos de la poesía lírica de principios del siglo cuando el romanticismo se hallaba en pleno apogeo. Los poetas y escritores de la generación del año 50 y del año 76 siguen a Víctor Hugo y a Lamartine, cuando ya el romanticismo había pasado de moda en Francia. Los del año 83 imitan a Núñez de Arce o a Cam-poamor y los del 95 no se dan cuenta de que el pamasianismo, el simbolismo y el decadentismo, escuelas que ya no tenían adeptos, habían pasado a la historia y desdeñan a Darío, entonces en pleno apogeo. Por último, en la época actual cuando ya Baudelaire, Verlaine y Mallar-mé se encuentran en el panteón de la historia, los jóvenes literatos tratan de afectar las mismas formas retóricas y el mismo sabor acre y voluptuoso de los poetas modernistas; pero malos imitadores, sólo consiguen hacer juegos malabares de frase y palabras estrambóticas y retorcimiento de vocablos, haciendo consistir la belleza en una estereotipación de nuestro idioma y en paradojas de mal gusto. Este falso sensualismo que ha sido calificado por uno de nuestros escritores como un snobismo tropical, digno de "rastacueros" es de un gusto detestable y sólo acusa, antes que verdadero sentido estético, una pecoz perversión del gusto y del sentimiento moral.

Esto no quiere decir que hayan ingenios que desechando las exageraciones de un modernismo retrasado veinte años del movimiento literario y pasado de moda en Europa y América, versifiquen sin atenerse a las antiguas formas, pero en lenguaje castizo, sin barba-rismos ni vocablos exóticos.

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Como muchos de los escritores de las viejas generaciones viven aún y siguen escribiendo, y como ellos no han evolucionado, si-guiendo los nuevos gustos y tendencias literarias, se da una confusa mezcla de escuelas desde el romanticismo de Víctor Hugo hasta el modernismo de Rubén Darío.

El ejercicio de la literatura no ha sido en el Ecuador nunca un oficio o una ocupación que siquiera dé para vivir. El escritor co-lombiano Vásquez Yépez, hablando de los escritores catalanes, dice que en Barcelona pueden los autores llegar a ganar dinero, pero jamás a tener fama y dinero a la vez; en América sucede lo contrario, cualquier escritor o poeta que haya escrito media docena de composiciones o de artículos gana pronto fama de intelectual y éste es un certificado no sólo para merecer la admiración y el aprecio del público, sino también para conquistar puestos y empleos administrativos, cuyo desempeño tiene que ver poco con la literatura; pero se le concede talento y esto basta según el concepto hispano - americano, para lograr cualquier dignidad. De aquí que la política arrastre muy pronto a los jóvenes que se dedican a escribir y que de cada generación que cultiva las letras con más o menos éxito, sólo algunos perduren en el empeño y éstos al llegar a viejos se consideran como fracasados, y en realidad lo son, porque la vejez de nuestros pocos escritores, si no han cuidado de conquistar una situación, mediante el ejercicio de cualquiera otra profesión que no sea la de poeta o escritor, es por cierto bien triste.

Los primeros poetas fueron grandes señores que escribían por puro "diletantismo"; Olmedo y Zaldumbide poseían bienes de fortuna y escribían por pura afición. Esto, añadido a la dificultad de imprimir y dar a luz sus escritos, hace que la fecundidad de poetas y escritores sea tan escasa que bien puede llamársela más bien pobreza literaria. En el Ecuador, no hay impresor que se atreva a dar a luz un tomo de poesías o una novela de un escritor nacional, pues sabe bien que la edición se quedaría en sus almacenes y que sólo se venderían unos cuantos ejemplares. Todos nuestros escritores han pasado por las horcas caudinas de no hallar editor para sus obras y se dice que actualmente muchos de ellos tienen una colección de manuscritos que las polillas y ratones se están encargando de destruir. Montalvo sólo pudo ver impresas sus obras gracias a la generosidad de algunos compatriotas que, admirando más la pluma del polemista político que la valía del escritor, costearon generosamente la edición de sus libros. En la actualidad

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los escritores apelan al socorrido medio de hacer que el Gobierno im-prima sus obras; pero como para disfrutar de esta gracia no se tiene en cuenta el mérito del autor sino las influencias que los hombres del Go-bierno puedan poner en juego, sólo se imprimen folletos de propaganda o de controversia política y malos versos que antes desacreditan que prestigian al intelecto nacional. Otras veces el escritor, de acuerdo con algún impresor, hace por su cuenta la edición de sus obras, pero tiene que mendigar la compra de ellas remitiendo un ejemplar a cada uno de sus amigos o personas de alguna notoriedad junto con una circular su-plicatoria en la cual se anuncia el precio del libro remitido o bien, logra mediante influencias, que alguna Municipalidad generosa compre un cierto número de ejemplares de la obra que luego van a las bibliotecas a quedar allí arrinconados o salen al exterior en forma de canje. Como esta clase de libros no son los de los escritores de valía, que desdeñan recurrir a estos expedientes, en el extranjero no se nos conoce sino por esta clase de producciones; aparte de Olmedo y Montalvo, los escritores de otros países no conocen a ninguno de los nuestros. Más aun, no es raro que a estos dos autores se los tenga por colombianos o peruanos.

Los Congresos decretan de vez en cuando la publicación de las obras de algún autor, pero olvidan señalar una partida determinada en el presupuesto y aunque la señalan, el Gobierno no la invierte en el objeto indicado.

Así del Ecuador puede decirse, lo que Larra del país de los batuecas, que no se escribe porque no se lee y se lee sólo a los autores extranjeros en las ediciones económicas que publican las casas españolas o francesas. Los autores nacionales, incluso el propio Montalvo, son menos leídos por la juventud que Verlaine o Baudelaire. Las mismas revistas tienen una vida efímera y, para asegurar su existencia, necesitan obtener una subvención del Gobierno, lo cual equivale a decir que el Director debe ser amigo de los hombres dirigentes, para poder editar su revista. Como estas revistas no tienen para pagar colaboradores, tienen que suplicar a los escritores de más renombre les envíen sus artículos, y los más encastillados en su egoísmo, o en su vanidad, rehusan hacerlo con escasas excepciones, de modo que las páginas de una de estas publicaciones se llenan con versos de principiantes y composiciones tomadas de las revistas extranjeras, de las cuales se apropian sin ninguna aprensión; sin duda en reciprocidad de lo que se hace por allá con alguna de las nuestras.

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La prosa ha tenido también cultivadores, después de Mon-talvo, pero la mayoría de los escritores se ha dedicado al periodismo; la novela, el género literario hoy más en boga y que es el que más refleja la sutileza y agilidad del pensamiento del autor y el que más se presta para la pintura y caracterización del medio ambiente, puede decirse que está en su infancia, pues todas las que se han escrito sólo deben considerarse como ensayos, no habiendo entre ellas ninguna que pueda estimarse como obra definitiva. En los últimos años y a partir de la titulada "A la Costa" del malogrado Luis Martínez, se ha iniciado la tendencia saludable de hacer un arte nacional estudiando en él los problemas de nuestra vida y haciendo verdadera obra social. Pero es bien escaso todavía el número de obras de esta clase. La tradición histórica ha sido después de la novela, el género que nuestros autores han cultivado con más éxito. En crítica y en filología tenemos también algún bagaje literario. Las ciencias, sobre todo las exactas, son escasamente cultivadas y por consiguiente la literatura científica, con excepción de las obras de derecho e historia, muy raras. Toda nuestra cultura científica se la debemos a extranjeros y los estudios de más interés para el país, geográfico, etnográfico, geológico y mineralógico, han sido hechos por ellos. Y no es que la mentalidad de nuestro pueblo no sea lo sufi-cientemente elevada ni incapaz de la concentración necesaria para esta clase de estudios, porque el Ecuador ha producido algunos hombres que a fuerza de contracción y perseverancia han logrado alcanzar un grado apreciable de cultura científica y efectuar trabajos dignos de ser tomados en cuenta; sino que esta clase de estudios requiere un ambiente especial y medios para ser llevados a cabo y que en nuestro país no se ha podido disponer. En los últimos tiempos se nota una reacción favorable para cultivar las ciencias y en especial las técnicas, pero como ya hemos dicho, es el ambiente lo que favorece el desarrollo de esta rama de la cultura humana y pasará todavía algún tiempo antes de que nuestra intelectualidad pueda ejercitarse en su cultivo y dar frutos aprecia-bles.

El teatro es así mismo incipiente y sólo puede considerarse como un arte de imitación, aunque las últimas producciones tiendan a la pintura de tipos y costumbres nacionales y se pretenda dar un cierto colorido local a las pocas obras que de tiempo en tiempo se estrenan; de todos modos, ésta es una saludable tendencia, en la que sería de desear persistieran nuestros autores.

En punto a artes, nuestra época de florecimiento fue en

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los días de la Colonia, cuando Miguel de Santiago y Samaniego, discí-pulos e imitadores de Murillo y Velásquez, dieron origen a lo que se ha llamado la escuela quiteña, y que según dice nuestro historiador y arqueólogo González Suárez, no es más que la escuela sevillana, a la que los pintores de la época imprimieron un sello personal, de tal modo que aun hoy se conservan como obras de mérito sus cuadros en los conventos y museos hispano - americanos. Los asuntos religiosos fueron aquellos en que, casi exclusivamente sobresalieron esos pintores que dieron a sus cuadros el relieve místico y asceta de la época. El mismo González Suárez hace notar la falta de estudio de estos artistas que se notaba en la extraña indumentaria con que vestían a sus personajes. Esta misma falta que no revela mal gusto estético, sino ignorancia, se nota en las obras de los demás pintores. Después de la época colonial, la pintura ha seguido cultivándose en el Ecuador; pero sólo en el mismo género: el paisaje, el cuadro de costumbres y la marina han tenido cultivadores; pero sólo como meros aficionados, sin que ninguno haya alcanzado renombre, aunque alguno de estos cuadros haya llamado la atención en el extranjero. Escaso ha sido el estímulo que los Gobiernos han prestado al desarrollo de las artes. La escuela de Quito se ha abierto y cerrado alternativamente varias veces, pero en los últimos tiempos el envío de algunos jóvenes a la Academia de Bellas Artes de Roma, nos ha dado al-gunos artistas que pudiera ser si no se malogran, inicien un renacimiento de la pintura en el Ecuador.

La escultura que cuenta entre sus predecesores al famoso Caspicara, se ha hecho sólo en madera y dedicada exclusivamente a asuntos religiosos: ahora comienza a haber algunos escultores en mármol.

Nuestra arquitectura sí se envanece con algunos edificios e iglesias del tiempo de la Colonia: ha sufrido una especie de estanca-miento y sólo ahora se nota alguna reacción del gusto artístico en este punto; si bien es verdad que ella se encuentra tan falta de ambiente como las demás artes, no habiendo monumentos notables en qué pueda admirársela. Es digno de notar sin embargo que a pesar de ser de madera los edificios y casas de la ciudad de Guayaquil y estar construidos por obreros faltos de toda clase de estudios, no carecen de buen gusto ar-quitectónico. Pero, por regla general y con excepción de la pintura, las artes plásticas, si no tienen un sello nacional específico que refleja el gusto y los sentimientos de la raza, indican, que ésta no carece de ellos y que es no sólo capaz de imitar sino de crear, ya que no un arte

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nacional, por lo menos obras que lleven un sello propio y especial.

La música indígena nos es común con los demás pueblos que formaban el imperio de los incas, Bolivia y el Perú, y es típica por su aire triste, lánguida y monótona, en la que se refleja y palpitan todas las angustias de la esclavizada alma india, tan hermética en otras mani-festaciones y que sólo de este modo manifiesta sus angustias y lamenta-ciones. En la soledad de las punas el yaraví o el "sanjuanito" resuenan como una música bárbara de ritmo monótono y acompasado. En la Costa, las canciones populares de los campos se acompañan de una música voluptuosa, pero más alegre y jaranera y las coplas de "amor fino" con que ellas se cantan, son verdadero reflejo del alma popular. Casi todas, sean amorosas o burlescas, llevan un tinte de ironía y de jocosidad al mismo tiempo que cierta gracia y malicia de acuerdo con el carácter petulante, dicharachero y un tanto zafio del campesino de la Costa: el pasillo, especie de valse de compás acelerado, originario del sur de Co-lombia, es una música así mismo triste y dulzona, propia para acompañar a la letra que generalmente habla de amores no correspondidos o de desesperanza por el abandono de una mujer. Es de notar que en medio de una naturaleza tan rica y tan exuberante, sea sólo la nota patética la que haga vibrar el alma del pueblo, creando un falso ambiente de pasio-nalismo, más bien voluptuoso y sensual que sincero. Las canciones sen-cillas en que se exaltaran las pasiones más nobles como el amor a la patria, al trabajo, al amor filial, son muy escasas y más bien de origen exótico, de modo que no puede decirse que formen parte de la antología y de la música ecuatoriana. La música elevada, sea la religiosa, sea la que se ha llamado de salón, no ha tenido en el Ecuador cultivadores que merezcan mencionarlos. Aunque los habitantes de la ciudad de Quito gozan de fama de aficionados a la música, y lo son en efecto, no ha habido hasta ahora sino compositores medianos que no han logrado sobresalir, ni siquiera en un arte de imitación y buenos ejecutantes, pero no verdaderos artistas. Por otra parte, si los Gobiernos han prestado escaso apoyo al desarrollo de las letras, ha sido mucho menor el que han dado a las artes y a las ciencias: se ha iniciado es verdad una reacción sensible y sería de esperar el resultado de la nueva orientación para saber si con este impulso toman vuelo las facultades artísticas de nuestro pueblo. Por lo demás es bien conocida la opinión de Le Bon, de que la prosperidad de éstas no se halla en relación ni en la mentalidad, ni con el adelanto material de los pueblos. En épocas de decadencia, las artes han florecido en tanto que, en pueblos donde la actividad material se ha manifestado pujante y soberbia las artes y las letras sólo han teni-

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do escasos cultivadores, dignos de ser tomados en cuenta, sin duda por-que la actividad cerebral estaba absorbida por otras atenciones: durante el Renacimiento de Italia se inicia la decadencia de los principados de la Península, el siglo de oro español corresponde a la época de los Austrias y la Alemania actual no ha producido un Goethe ni un Schiller como en los tiempos napoleónicos en que el país estaba dividido y subyugado. El ideal de la civilización sería aquel en que, junto con el desarrollo industrial y comercial y el buen orden en la administración pública, florecieran las artes, las ciencias y las letras, pero este perfecto equilibrio no siempre se verifica y hartos ejemplos de ellos nos presenta la historia. Debemos considerar, pues, que el progreso material o moral no está ligado al orden político y que no siempre la prosperidad de un pueblo ha de medirse por uno solo de estos factores. Lo interesante para la psicología colectiva es conocer las tendencias y el sentido artístico que es lo que da la medida de la capacidad mental de una raza.

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CAPITULO XI

Las costumbres.

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O hay cosa que revele más la índole y el carácter de los habitantes de un país, así como el grado de su adelanto y cultura, que las costumbres, tanto públicas como privadas,

porque en ellas se reflejan el modo de ser y la mentalidad de los pueblos. Por eso interesan tanto las descripciones de los viajeros que pintan las costumbres de los países que visitan y es esto uno de los capítulos más interesantes de la vida humana. La descripción de las costumbres de nuestro país se reduciría a reproducir la de muchos otros pueblos de los llamados criollos, salvo ligeras diferencias debidas aquí también, más a la situación topográfica que a la educación, puesto que ésta ha sido común y semejante en la mayor parte de los pueblos de la raza hispana.

Durante la colonia la vida se deslizaba en medio de fiestas religiosas, que eran, puede decirse, las únicas que alteraban la monotonía de la vida y con ellas se festejaban, lo mismo los días señalados por la iglesia como también el nacimiento o matrimonio de algún príncipe o princesa o el advenimiento de un nuevo rey. No es de extrañar pues que aunque tediosa y aburrida por regla general, fuera semejante a la que nos describen en sus comedias y novelas picarescas lo autores de los siglos XVI y XVII, es decir llena de galanteos, de intrigas amorosas, de disputas y querellas, entregados los hombres al juego y a los amoríos y las mujeres a las aventuras de tapadillo y a la devoción. Todo esto cubierto por supuesto con un velo de rigidez y mojigatería conventual no obstante lo cual existían realmente casas coloniales donde la rigidez era real y verdadera y donde la virtud, si virtud es la abstinencia, se practicaba rigurosamente.

El amor al lujo y a la ostentación fue cosa importada de España y que ha quedado muy impresa en el carácter criollo y a pesar de la dificultad de las comunicaciones y de las trabas puestas al comer-

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ció traíanse de Europa mayor cantidad de cosas y objetos fútiles que de utilidad y verdadero provecho: en todo lo demás reinaba la frugalidad y aun la miseria y el hogar colonial no conocía el confort otra de las características trasmitidas hasta nuestra época y que poco a poco va desapareciendo. El indio era cosa aparte; ya le hemos visto viviendo entregado al trabajo forzado, ignorante y abyecto embriagándose por todo placer y vegetando en una vida de esclavitud y de miseria. Las costumbres coloniales de las cuales aún quedan rezagos han evolucionado mucho y la facilidad de las comunicaciones, la llegada de extranjeros que se han domiciliado en el país, el número relativamente grande de nacionales que han salido a visitar los países más adelantados, la disminución del analfabetismo y la difusión de la lectura por la publicación de libros y periódicos han ido al par que cambiando poco a poco la mentalidad del pueblo, borrando los restos de barbarie y de atraso en las costumbres sobre todo en las populares, aunque aun perduren algunas en la masa general de la población y en determinados puntos del país.

Al decir Blazco Ibáñez que el español en América se hizo indio, ha querido significar que se asimiló en gran parte a la manera de ser de las costumbres indígenas, y en nuestro país esta afirmación es fácil de comprobar por el sello verdaderamente incásico que ciertas costumbres tenían en la Sierra y que han perdurado hasta nuestros días sobre todo en las pequeñas poblaciones. Nos referimos especialmente a las corridas de toros, a las fiestas de danzantes y a los disfraces usados principalmente en la capital durante largos días, desde el 28 de Diciembre hasta el 6 de Enero del siguiente año, es decir nueve o diez días sin tomar en cuenta los del carnaval, cuyo juego un tiempo general como en toda la América española, va desapareciendo y modernizándose a medida que se difunde la educación. Las corridas de toros no eran en nuestro país, y no lo son aun, fiestas en que el valor personal se pone de manifiesto, lo mismo que la gracia, la destreza y el arrojo de los lidiadores, sino algo repugnante y salvaje. Un toro con los cuernos embolados por medio de sendas bolas de lana aseguradas en sus puntas y cubierto con una colcha o gualdrapa de vistosos colores, a la cual iban adheridas monedas de oro y plata, era soltado en medio de un cercado en el cual se precipitaba una muchedumbre abigarrada de indígenas que lo hostigaban y acosaban arrancándole las monedas y las gualdrapas, en tanto que el toro en medio de la algarabía de la muchedumbre arrojaba por los aires algunos indígenas, atropellaba a otros, pisoteaba a aquéllos y algunos salían maltrechos y mohínos hallando la muerte a causa

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de las contusiones. Esta clase de corridas de toros, si así pueden llamarse, aún se ven en los pueblecitos y villorrios de indios en las quiebras de las cordilleras y aun en una que otra cabecera de cantón, a pesar de estar prohibidas por las leyes, gracias a la tolerancia de algunas autoridades que siempre buscan con ello algún provecho o algún medro.

Los danzantes se veían en las procesiones religiosas y eran cuadrillas de indios vestidos de un modo extravagante y abigarrado, pintarrajeado el rostro, que al son de un tambor iban bailando rítmi-camente y golpeando en el aire unos palos de los que iban amarrados a manera de esgrima, y que recuerda las danzas religiosas y guerreras de los pueblos primitivos. Como la anterior costumbre, aún subsiste ésta en las pequeñas poblaciones indígenas, a pesar de todos los esfuerzos que se han hecho para extinguirla, pero el fanatismo de los indios y su apego a lo tradicional ha provocado fuerte resistencia, al extremo de amotinarse si alguna autoridad o algún cura de pueblo ha querido impedir que se verificase dicha fiesta. Los disfraces o mascaradas del carnaval tenían asimismo un sello de barbarie que recordaba la primitiva de los indígenas infiltrándose en la vida criolla a través de las traídas e impuestas por los conquistadores españoles. En la mayor parte de las veces no se trataba de trajes elegantes y de mascaradas que dejaran adivinar la espiritualidad, la gracia y el buen gusto, sino groseros disfraces de mono, de indios salvajes y de los llamados padres belermos, que recorrían las calles de la población ebrios, tambaleándose y ostentando su ridicula figura. Esta costumbre era casi exclusiva de la Capital, pues en las ciudades provincianas y en la Costa no se la observaba.

El último día de Inocentes y alrededor de la plaza principal establecíanse mesas con ventas de refrescos, comidas y bebidas alcohólicas y al son de una banda militar se bailaba desenfrenadamente hasta la madrugada, quedando la plaza cubierta de cuerpos de borrachos como resultado de aquella noche de orgía y de libertinaje. Las máscaras se han ido adecentando y modernizando y poco a poco van desapareciendo los disfraces ridículos y estrafalarios; pero la política que en todo interviene, muchas veces para daño de la moralidad y perjuicio de las buenas costumbres, ha hecho que ciertos gobiernos ansiosos de granjearse popularidad en las clases bajas halaguen sus instintos y gustos plebeyos permitiendo las fiestas antedichas como un medio de ganarse la voluntad popular. Además, las Municipalidades no se han preocupado de modernizar y procurar la transformación de esas costumbres estimulando la decencia y originalidad de los disfraces, prohi-

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hiendo la venta de alcohol y estableciendo bailes de máscaras populares fuera de las plazas públicas. El carnaval era y continúa siendo jugado, arrojando agua y embarrándose los jugadores con polvos de colores y a veces con las sustancias más extrañas como harina y huevos, lo que les da aspecto repugnante y ridículo. En Quito y Guayaquil, las clases elevadas van adquiriendo las costumbres europeas de arrojar flores, confites y serpentinas, pero en los barrios bajos y en los suburbios, conti-núa jugándose como antes, a pesar de todas las prohiciones de la policía que no son obedecidas. Las demás distracciones públicas populares se reducen, sobre todo en la Costa, a las carreras de caballos y a las lidias de gallos, en las cuales se hacen grandes apuestas de dinero. Los juegos populares son principalmente el de la pelota y en la actualidad el "foot ball" que importado recientemente se va aclimatando en todo el país aun en las clases trabajadoras. Aparte de esto y de las modernas distracciones de teatro, los circos de acróbatas y las funciones de cinematógrafo, que sólo se dan en las ciudades de Quito y Guayaquil únicas que tienen teatros, y ocasionalmente en las ciudades de fácil acceso, el resto del país carece de distracciones y vive sumido en una monotonía triste y carcomido por el tedio y el aburrimiento. No es extraño que en las clases populares el alcoholismo esté tan generalizado, pues ellas buscan en él toda distracción y lenitivo a sus dolores y a su cansancio del trabajo. Al estudiar las plagas sociales veremos la extensión y las proporciones que alcanza este vicio en el Ecuador, uno de los mayores males que afligen a nuestro país.

Muchas de las costumbres privadas que antes existían, sobre todo en la Sierra, han ido borrándose poco a poco, pero la vida puede decirse que es casi uniforme y sin variación alguna, pues si las fiestas y diversiones públicas son escasas, las privadas son más numerosas y se reducen a uno o dos bailes anualmente en el Casino o Club de alguna de las capitales de más importancia y a las reuniones privadas que una o dos veces por año se celebran en cada casa con motivo del cumpleaños de algún miembro de la familia. Estas reuniones, si se verifican en las casas de gente perteneciente a las clases cultas y elevadas, tienen todo el boato y la corrección que exige una fiesta social entre personas bien educadas, pero en las clases medias e inferiores y en el pueblo, bajo la influencia del alcohol, se convierten en groseras orgías, de las cuales muchas veces no salen bien librados los concurrentes, pues se producen escándalos y reyertas en los que el garrote y los puñetazos hacen principal papel. No hablemos de las fiestas de indios, pues éstas se reducen a beber chicha y aguardiente y a bailar los mono-

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tonos trenzados denominados sanjuanitos y a cantar los tristes y melan-cólicos yaravíes que son la música predilecta de la raza. En la Costa, el montuvio o campesino, es naturalmente alegre y juerguista y es raro que en los domingos en campos y poblados no se celebren con el menor pretexto bailes y reuniones que terminan como las anteriores con el aditamento de que el montuvio, que nunca deja de llevar el machete pendiente de la cintura, lo saca a relucir y formándose grandes algarabías y verdaderas batallas al arma blanca entre cuadrillas de campesinos beodos, de los cuales muchos salen heridos y alguna vez alguno de ellos muerto. Estas riñas son cosa frecuentísima y la falta de policía en los campos y poblaciones retiradas, permite que queden impunes y sin represión alguna. Las riñas en las ciudades son menos frecuentes, pero no dejan de producirse los domingos y días de fiesta, teniendo por origen las mismas causas que las anteriores. El culto al valor personal, muy desarrollado entre nosotros, exalta la matonería campesina lo mismo que la urbana y en los barrios bajos engendra rivalidades que terminan con escenas de sangre. Mucho se ha declamado contra la brabuco-nería, pero los atavismos ancestrales por una parte, la mala educación por otra, el ambiente favorable en la clase popular y por último la utilización que se hace de estos elementos nocivos para las luchas políticas hacen que este mal persista a despecho de todo lo que se predique contra él.

La vida social es como se ha visto muy reducida y las re-laciones se cultivan floja y recelosamente en una sociedad llena de odios y prejuicios. En la Sierra más que en la Costa estas relaciones son más frecuentes, más cordiales y afectuosas, pero bajo esta capa de disimulo y de fingido afecto se ocultan muchas veces las pequeñas intrigas y enemistades y las insidias propias de una sociedad retraída y gazmoña. En diversas ocasiones se ha tratado tanto en Quito como en Guayaquil, de establecer que las clases acomodadas dieran por turnos reuniones sociales; pero después de algunos ensayos casi siempre ha fracasado el intento, y la costumbre no ha llegado a establecerse. Las fortunas no son en el Ecuador sino muy medianas y es muy rara la que podría soportar el gasto que ocasiona una vida de bailes y saraos. En las ciudades de la Sierra y en las pequeñas de la Costa donde la vida es más íntima, los paseos a los campos y las cabalgatas constituyen uno de los motivos de diversión y de reuniones sociales; pero en ciertos pueblos de la Sierra aun esta clase de diversiones toman un aire repulsivo y grosero por el abuso del alcohol. En las demás relaciones de la vida

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diaria el trato personal es franco y desinteresado, muy cordial y expan-sivo.

Pero no se pasa de allí, del trato de la calle a la intimidad del hogar hay mucha diferencia y este último no siempre está dispuesto a abrirse al extraño. La falta de reuniones colectivas hace más íntima y estrecha la vida de familia. Sólo en Guayaquil y Quito pueden hallarse trasnochadores pasadas las 10 de la noche; en las demás ciudades la vida es conventual y con excepción de alguna partida de mozos alegres que rondan, dando serenatas, o de empedernidos jugadores que se desvalijan en alguna chirlata, las calles están mudas y silenciosas pasadas las ocho de la noche y sin luz y cerrados los escasos cafés o tabemuchos que en el país llaman estanquillos. La vida en el hogar ecuatoriano varía un tanto en las dos regiones en que está dividido. En la Costa, las casas por razón de la consistencia del suelo son de madera y su disposición un poco diferente de las de la Sierra; por lo general son de dos pisos y en el interior tienen un portal o galería sostenida por estantes o columnas, el cual sirve para el tráfico, en vez de aceras, protegiendo así a los transeúntes de los rayos del sol y de la lluvia. El piso inferior está destinado a habitaciones para la gente menos acomodada o almacenes de comercio, cafés, restaurantes, etc., en tanto que el superior, claro, mejor iluminado y aireado, se halla destinado a habitaciones del propietario o de familias más acomodadas. La disposición de estas casas es la de un patio lateral y de un ala de edificio en el cual a lo largo de un corredor se abren las puertas de las habitaciones, quedando al final el comedor y la cocina. Las habitaciones que dan al frente de la calle son la sala de recibo y uno o dos dormitorios. Se deja entre el cielo raso de las habitaciones y la techumbre un espacio vacío, pero desgraciadamente por la falta de luz y de buena ventilación se convierte en nidos de ratas lo mismo que las paredes, que cuando se hacen huecas de bambú revestido de tierra apisonada y cubierta luego de papel tapiz, son otros tantos criaderos de estos roedores y de insectos de diversas clases. En los campos generalmente se dejan sin edificar el piso bajo o bien se lo destina a bodega o depósitos. En la Sierra las casas son de ladrillos o de adobes y su arquitectura casi uniforme tiene la distribución de un edificio levantado alrededor de un patio central; los pisos que generalmente son de ladrillos se recubren de esteras y alfombras más sucias y polvorientas aún, refugio de pulgas y otros insectos y almacenes de polvo que se levanta con el barrido que aún se tiene la antihigiénica costumbre de hacer en seco. En Guayaquil y en Quito, mucho más recientemente, las casas están provistas de baños y retretes

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inodoros, pero en los suburbios de estas poblaciones y en todo el resto del país éste es un lujo desconocido, pues faltas casi todas las ciudades de canalización y de desagües, las inmundicias se arrojan ya en pozos negros ya a las acequias que corren al borde de las aceras, ya a esterco-leros y aun a los patios que se convierten en pocilgas. Ya por los rigores del clima, ya también por un grado mayor de adelanto o por natural instinto, los habitantes de la Costa tienen mejor higiene corporal que los de la Sierra. El calor los obliga al baño con mayor frecuencia y a falta de establecimientos especiales, la abundancia de ríos y arroyos les sirve para satisfacer esta necesidad. Pero en la Sierra, donde la temperatura es muchas veces agria y destemplada por el viento frío que sopla de las cordilleras, hay verdadero horror al agua y los baños se toman con una parquedad inverosímil teniendo la gente imbuidos acerca de ellos multitud de prejuicios considerándolos maléficos para la salud si no se toman en determinadas y absurdas condiciones como la de que sea impar el número de baños que se toman en ciertas temporadas. A esto se añade que de alto a bajo en todas la clases sociales el cambiarse a menudo de ropa es considerado como un lujo, y se comprenderá que esos cuerpos se encuentran plagados de aquellos animaluchos que Sancho sacaba con tanta abundancia al meter la mano bajo la corva en la aventura de los batanes.

Esta abundacia de parásitos y animales chupadores de san-gre es general y de lo más extendida en toda la Sierra; pero principal-mente en la clase indígena, y se comprende la repugnancia que causa a los extranjeros que visitan el país al extremo que uno de ellos, el Capitán de Artillería Delbecque, escribe que no ha visto una suciedad más repulsiva en ningún otro país del mundo y que bajo este punto de vista, la planicie interandina del Ecuador sólo puede compararse con la China. La Costa mismo no se ve libre de los tales bichos ni sus habitantes dejan de ser portadores de ellos, pero no con la abundancia e in-diferencia^que los de la Sierra que parece se hubieran acostumbrado a considerarlos como huéspedes habituales. Esta falta de higiene hace posible la trasmisión de las enfermedades infecciosas y aunque por fortuna amén del paludismo y de la fiebre amarilla, no existe en el país otra enfermedad por los insectos que la peste bubónica; ésta se ha ido diseminando poco a poco y llegando a las poblaciones de la Sierra, en las que a pesar de la falta de higiene no ha hecho serios estragos, quizás debido a la bondad del clima. Sin embargo, la invasión de esta enfermedad ha servido de acicate para que se piense un poco más, tanto en la higiene pública como en la privada; pero aun faltaría mucho que hacer y

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una larga y paciente educación para lograr que en las costumbres el aseo tuviera una parte principal y predominante. Se trata de viejas y muy arraigadas preocupaciones, de gazmoñerías que datan de la época colonial y por lo tanto en un pueblo tan tradicionalista será bien difícil extirparlas. No es sólo el aseo de los cuerpos y vestidos lo que deja que desear sino también el de las habitaciones. El barrido de éstas que se hace en seco y la costumbre de escupir en el suelo trasmiten por intermedio del polvo los gérmenes de la tuberculosis, enfermedad que en la Costa hace más estragos que las infecto - contagiosas. El desaseo y la falta de higiene de las casas se trasmiten a las calles que las municipalidades descuidan y que generalmente son mal empedradas y carecen de pavimento y en ellas se hacinan basuras y desperdicios cuya recolección se hace imperfectamente y sin la presteza y oportunidad debidas.

Por otra parte, la falta de declive y de canalización en la

mayor parte de las poblaciones de la Costa permite la formación de pantanos y lodazales durante el invierno, de tal modo, que las calles se vuelven intransitables y en estos pantanos se crían multitud de mosquitos, entre otros los trasmisores del paludismo, por lo cual esta estación es la más malsana del año. Las ciudades de la Sierra, están pavimentadas, pero su pavimento hecho con piedra menuda es muy imperfecto y el aseo se hace tan mal como en las ciudades de la Costa. Son muy raras las calles plantadas de árboles y sólo en Guayaquil se encuentran algunas; pero cosa irritante y verdaderamente reprobable, una gran parte de la población tiene horror al arbolado y le hace una guerra declarada; en primer lugar las niñas casaderas y las mamas, alegando aquéllas que no les dejan ver desde el balcón al novio que ronda por la calle, y éstas a los transeúntes que pasan y de los cuales murmuran. Luego ciertos señores que tienen la errada creencia de que el mosquito se cría en ellos, y así es frecuente que al intentar la Municipalidad sembrar de árboles una calle el mismo vecindario arranque las estacas y aun destruya los ya crecidos. De este modo, en una ciudad que por su situación en la zona tropical tiene un clima ardiente y caluroso, el árbol que no sólo debía ser mirado como un adorno sino como un defensor de la salud que detiene el polvo de las calles y una fuente de oxígeno, un refugio para el paseante que podría encontrar sombra y frescura, es tenido como un estorbo y perseguido como un criminal por los mismos a quienes beneficia. Este horror al árbol no es más que un indicio de atraso y de ignorancia de la masa social que no le permite percibirse de las ventajas que ellos proporcionan a las habita-

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cienes. La alimentación se compone en la Sierra de legumbres y vege-tales, frutas, hortalizas, leche, huevos y poca carne. Al contrario en la Costa la carne constituye la base de la alimentación, de tal modo que no falta de la mesa de los pobres, diferencia que no tendría razón de ser ya que la Sierra cría mayor cantidad de ganado de toda clase que la Costa y al mismo tiempo el clima impondría de preferencia la alimentación cárnea en las alturas y la alimentación vegetariana en la región calurosa; es quizás otra de las causas de las diferencias en el carácter de los habitantes de ambas comarcas; los sociólogos e higienistas atribuyen gran importancia a la alimentación, pues según ellos los pueblos vegetarianos serían más humildes y apáticos en tanto que los pueblos carnívoros serían más enérgicos y emprendedores. La alimentación del indio es sobre todo muy frugal y consiste ante todo en patatas, maíz, coles, harina de cebada y como carne consume de preferencia la del roedor llamado cochinillo de indias o cobayo que en la Sierra se designa con el nombre de cuy. En la Costa los vegetales que de preferencia se consumen son, el plátano, el maíz tierno que se llama choclo y la yuca o casabe, el arroz y las patatas o camotes. El pescado se consume asimismo mucho en las poblaciones situadas a orillas del mar o de algún río, las frutas de los países tropicales que se producen con abundancia están al alcance de todas las fortunas. El número de comidas es generalmente tres por día; el desayuno al levantarse, el almuerzo al medio día y la merienda al caer la tarde.

Las comidas son, si no muy variadas, abundantes y bajo este punto de vista la alimentación no influye, a lo menos por la cantidad, en el modo de ser general. No puede decirse que la pobreza llegue al extremo de producir el hambre y si en la Sierra la pérdida de cosechas ha hecho encarecer las subsistencias, no se ha llegado a casos extremos, y hoy la mayor facilidad de los transportes, ha vuelto la penuria menos frecuente. Los vestidos de la gente pobre en la Costa son por regla general de telas de algodón; la clase media y las clases elevadas visten de casimires los hombres, y de tela de lana y seda las señoras. Las mujeres del pueblo se tocan casi siempre con la manta de lana negra que hoy se principia a abandonar por la mantilla a la usanza española. En la Sierra las indias visten sus anacos o follones de chillones colores y las cholas y chagritas faldas de lana negra y manta del mismo color. Los indios visten camisas y calzoncillos de liencillo blanco, doblado al hombro el poncho de color rojo y usan sombreros de lana que ellos mismos trabajan. Las clases elevadas visten con gran lujo lo mis-

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mo que en la Costa.

El indio va casi siempre descalzo, el cholo o chagra usa ya alpargatas y en la Costa el uso del calzado es casi general en las clases pobres aun entre los campesinos, si bien éstos reservan sus botas o za-patos para las fiestas domingueras. Es clásico el uso de los sombreros de paja toquilla o sombreros manabitas y en el campo el poncho, prenda indispensable que sirve de capa de abrigo contra el frío y de impermeable contra la lluvia.

En nuestro país, como en las demás naciones del continente donde la población está formada por emigrantes europeos o des-cendientes de los conquistadores, por jirones de las razas vencidas o esclavizadas, no es de extrañar que junto a las costumbres de los pueblos civilizados del viejo mundo, más o menos estereotipadas, se mezclen rezagos de la barbarie primitiva, de la cual, en muchos casos, han pasado estos pueblos rápidamente a un grado de cultura superior, pero cuya reciente adquisición testifica que aún es necesario que pase algún tiempo para que se afiance y fortifique en el carácter y en el modo de ser de los habitantes, modificando su psicología en lo que ellas pueden modificarla.

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CAPITULO XII Caracteres psicológicos. Los hispano-americanos tienen un carácter psicológico especial? Diferencias y similitudes en los caracteres de las diversas naciones hispano-americanas? El Ecuador forma un cuerpo de nación adaptado a un cuadro geográfico determinado? Características psicológicas del conjunto de los ecuatorianos. Diferencias según las regiones.

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ASI no hay pueblo en la tierra que pueda alabarse de estar formado de individuos que tengan todos un mismo o-rigen étnico, que pertenezcan a una misma raza; Jean Fi-not ha

llegado aun a generalizar este concepto hasta las mismas razas probando que en el estado actual ninguna de ellas tiene caracteres antropológicos exactamente iguales en todos sus individuos debido a la mezcla de ellas, merced a las guerras, a las invasiones y a la colonización. Los pueblos más homogéneos están constituidos sin embargo por individuos de distinto origen, lengua, costumbres y civilización. Inglaterra que por su situación ilesa fue uno de los pueblos donde las invasiones se verificaron con menos frecuencia y que llegó por tanto a construir su nacionalidad antes que los otros pueblos que poblaban la Europa, tiene no obstante di-versos elementos constituyentes que aún conservan cierta separación étnica y social entre sí. En el concepto de raza y de pueblo no debe exigirse pues una igualdad absoluta en los caracteres antropológicos de los individuos que la forman. Para la primera es necesario sí, una serie de caracteres externos que establezcan un lazo de unión o de semejanza entre todos los individuos y para lo segundo más bien atributos espirituales o psicológicos y vínculos políticos y sociales que mantengan unidos a los individuos que los forman; en esta virtud y a pesar de que el origen de los hipano - americanos es común a todas las naciones por ellos formadas, no puede hablarse de una raza hispanoamericana. Además se trata de países en que la inmigración va transformando poco a poco los caracteres étnicos y en los que la fusión de las razas va haciéndose poco a poco y absorbiéndose las unas a las otras; fundiéndose sus caracteres y constituyendo un mestizaje que dará al fin un pueblo formado por tres razas diferentes mezcladas en diversas

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proporciones. Hay algunos pueblos, como la Argentina, donde la canti-dad de individuos de raza blanca venido en los últimos tiempos, así como sus descendientes inmediatos, forman los dos tercios de la población, predominando en ellos esta raza. Costa Rica, dice García Calderón, es una democracia de blancos. En cambio, en otros países, como Bolivia y México, los blancos están en minoría y la población indígena predomina sobre las otras, en tanto que en Santo Domingo y en el Brasil la raza negra constituye la gran parte de la población. Y~sin embargo, a pesar de esta diversidad de mezclas de sangre no hay quien a primera vista no reconozca a un hispano - americano aun sin oírle hablar cualquiera que sea el color de su piel y sus rasgos fisonómicos, ya se trate de un criollo descendiente de blancos puros, de un mulato o mestizo, sin que sea posible confundirlo con tipo de otra nacionalidad. Y esto que fisonómicamente no puede decirse que exista un verdadero tipo de hispano - americano en el cual se encuentren en forma equilibrada los caracteres etnológicos de las razas constituyentes. Psicológicamente es aún más grande su semejanza y así lo han admitido todos los sociólogos como Bunge e Ingenieros diferenciándose sólo por la cantidad y la proporción de sangre de tal o cual raza que circule por las venas de los individuos de tal o cual nacionalidad. Y esto que aun entre los pueblos de las razas constituyentes había diferencias psicológicas y aun étnicas bastante grandes, diferenciándose tanto un catalán de un andaluz como un azteca de un charrúa o un pehuenche y un quechua de un aimará o un mapuche.

Empero, es necesario considerar en esto la influencia de la superior mentalidad de la raza blanca sobre las otras dos razas consti-tuyentes: los caracteres del pueblo español se ven reproducidos de una manera más o menos exacta cualesquiera que sea la proporción de su sangre que entre en la mezcla de razas. No se puede decir que un mulato o mestizo tenga en sus venas sangre española y a pesar de ello no se puede negar la afinidad en el modo de ser con el pueblo conquistador, ni aun se puede decir que no tenga los'caracteres generales atribuidos a la entidad convencional que llamamos raza latina; así, aunque parezca ridículo en labios de un mestizo mexicano o de un mulato venezolano decir, "nosotros los de la raza latina", ¿quién podría negar que ese mesti-zo o ese mulato piensa y siente a la latina? Esto prueba que más que nada es la comunidad mental y espiritual lo que sujeta a los individuos de un mismo pueblo y lo que atrae a los pueblos de origen y de educación comunes. La mezcla del español con la raza indígena de América

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dio por resultado un pueblo que tiene con nosotros un concepto particular del honor; que habla nuestra misma lengua y que siente y piensa y procede de un modo análogo al de los españoles, dice un autor español. Más que sus leyes y sus instituciones, la España nos dejó su espíritu y su educación y esto y su lengua son los más fuertes vínculos que nos unen mutuamente con la madre patria. Bien pueden pues mulatos y mestizos considerarse hijos de España; hijos espirituales suvos son, aunque tengan en sus venas poca o ninguna sangre española; mientras su mentalidad no cambie, al tipo que más se semejará espiritualmente será al pueblo español. En efecto, su volubilidad que los vuelve fácil presa del entusiasmo y del desaliento alternativamente, su verbosidad, su espíritu abierto a las expansiones, podrán no ser cualidades heredadas etnológicamente de un pueblo de origen latino pero, en todo caso, o por el hecho de ser semejantes a idénticas cualidades, características de muchos pueblos, los vuelven semejantes a ellos y fácilmente asimilables a su cultura. Es verdad que siempre existen grandes diferencias y yo me adhiero a la opinión de Bunge que cree que la falta de probidad y la hiperestesia de aspirabilidad, son de ellos características; éstas son por otra parte cualidades propias de advenedizos y como tales podemos considerar a los individuos de esta mezcla de razas.

De todas maneras es innegable, la semejanza de carácter de los sudamericanos, a pesar de las diferencias que entre ellos pueden existir bajo el influjo de causas etnológicas, geográficas y biológicas, si como quiere García Calderón el tipo del hispano - americano debe ser el criollo descendiente de blanco de poca o escasa mezcla de sangre indígena, veremos que en una reunión donde se hallen individuos perte-necientes a las veinte repúblicas hispano - americanas, sus individuos, que pueden ser considerados como tipos representativos de su pueblo, presentan caracteres individuales que los diferencian entre sí pero que, en cambio, tienen cualidades semejantes que son comunes a todos ellos, aun fuera de la lengua y de las costumbres, que no varían gran cosa entre sí. Así pues si todos los hispano - americanos se parecen por su aspecto externo y por su modo de ser interno, parecería casi inútil e inoficioso describir caracteres psicológicos del pueblo ecuatoriano; pero como hemos dicho, siempre hay ligeras diferencias y es a éstas que nos vamos a referir haciendo la salvedad de que no pensamos que ninguna cualidad sea exclusivamente característica de nuestro pueblo. Ante todo cabe preguntarnos: ¿entre el conjunto del gran pueblo hispano -americano, forma el Ecuador un cuerpo de nación adaptado a un cua-

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dro geográfico determinado? Por este concepto entiende el insigne político don Joaquín Sánchez de Toca que para que un pueblo pueda constituir una entidad política independiente de las demás que la rodean, no sólo es necesario que sus individuos estén ligados por vínculos comunes de lengua, religión, costumbres, instituciones e intereses co-merciales, leyes, etc., sino también que la extensión geográfica en la cual viven esté separada de las demás por accidentes que la limiten y dividan formando una como barrera o división natural que permita a sus habitantes saber hasta dónde va su suelo patrio. Es verdad que la expansión de los pueblos, por el aumento de población, hace emigrar a sus individuos y romper las barreras de la naturaleza salvando estas vallas el pueblo que más crece en población, y de aquí nace una conquista pacífica que, intereses comerciales o de otra índole han convertido, más de una vez, en conquista guerrera; pero, a pesar de esto, queda en pie la afirmación del poeta que dice: no sucumben los pueblos que caigan. Los pueblos que han logrado afirmar su nacionalidad, que tienen una historia y una tradición no mueren por las guerras de conquista; testigos Polonia, Alsacia y Lorena y las provincias irreden-tas de Italia, todas las cuales mantienen vivo aún su espíritu nacional. Aun los inmigrantes que abandonan su tierra natal, expulsados más de una vez por el hambre y la miseria no olvidan nunca el terruño y el lugarejo en que nacieron por pobre y mísero que sea y solamente debido a causas sociales o económicas pueden resignarse a morir en suelo extraño pero, espiritualmente, siguen perteneciendo a la nacionalidad que les dio origen, con la cual, más de una vez, no les liga ningún vínculo, ni político, ni económico, ni simplemente afectivo y sí, sólo el sentimental de los recuerdos de la infancia y de la juventud y tal vez el de la tradición de muchos años. Dice Lamartine que las nubes toman las formas de los países que atraviesan y en realidad sólo el suelo de la patria puede ser considerado como el propio solar; toda otra tierra donde se levante un nuevo hogar podría llegar a ser un lugar querido pero nunca equivale a aquel en que se nació, aun los antipatrióticos y los cosmopolitas no pueden menos que confesar esta verdad. Los ingleses que emigran al Canadá, a la Australia o la Nueva Zelandia podrán transformarse en canadienses, australianos o neo - zelandeses pero, no miran el suelo de su nueva patria con el cariño y el respeto que el de la vieja Inglaterra. Los españoles que emigran la América podrán olvidarse de España y no regresar más a ella pero, nunca mirarán la nueva tierra de la misma manera que consideraban a la antigua. Boutmy hablando del sentimiento de patria en los Estados Unidos dice que los

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americanos, sobre todo los inmigrantes recién llegados o descendientes inmediatos, miran a su patria como una criada fiel y trabajadora que les sirve bien pero, no como los europeos que la consideran como una abuela o una ascendiente anciana cargada de hijos, de virtudes y merecimientos.

El suelo, la configuración geográfica, influye mucho para la conglomeración de los hombres bajo un solo gobierno y unas mismas leyes. La frase, ya no hay Pirineos, no ha podido ser nunca verdad en la historia a pesar de todas las invasiones y de todas las guerras de con-quistas; y la historia de la formación de los pueblos europeos, que es la que conocemos desde más antiguo, nos está diciendo que a pesar de ellas subsisten casi las mismas divisiones políticas que en la antigüedad, correspondiendo a determinadas regiones, limitadas por los mismos ac-cidentes geográficos y ligadas tradicionalmente por los mismos vínculos, cualesquiera que sean la variaciones que en la raza, en las costumbres y en las leyes hayan introducido esas guerras y esas invasiones.

La misma historia así como la tradición, la homogeneidad de la población, las costumbres y la configuración geográfica, nos de-muestran que dentro del conjunto de los pueblos hispano - americanos, el Ecuador forma un cuerpo de nación incorporado a un cuadro geográfico determinado. En efecto, tanto en la época incásica como durante el coloniaje; más tarde, durante la Gran Colombia y después, como re-pública independiente, el Ecuador, desde los más remotos tiempos de su existencia como nación, ha tenido más o menos los mismos límites. Los pueblos indígenas que lo han habitado han sido todos afines o se han fusionado bastante íntimamente para formar un solo pueblo dife-renciándose en cambio la nación Cara o Quitu de la nación Muishco por el norte y de los quechuas peruanos por el sur, cuya lengua, gobierno y costumbres sólo tomó después de la conquista por el inca Huayna Ca-pac. Los ríos Mira y Macará, los páramos de Cumbal, y los desiertos arenales del norte peruano aislan por el norte y por el sur, perfectamente, nuestro territorio. Es en verdad que las poblaciones limítrofes tienen ciertos puntos de contacto y semejanza con las aledañas de las naciones vecinas, pero esto sucede con las poblaciones fronterizas debido a las relaciones comerciales que siempre existen y a la igualdad de usos y costumbres en determinada región. Sin embargo siempre se puede, a pesar de su semejanza, distinguir perfectamente un habitante de la provincia de Loja de uno del norte del Perú y un cárchense de un co-lombiano de Túquerres o de Ipiales; basta la anchura de un río para

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marcar estas diferencias en el carácter de los habitantes. Por lo dicho podrá verse que los pobladores del Ecuador pueden ser distinguidos de los de las repúblicas vecinas, de la misma manera que es muy fácil decir cuál es un chileno y cuál es un argentino; el temperamento, los modales, el acento de la voz, son suficientes.

Pero, no es esto solamente en su aspecto externo, sino tam-bién, en sus cualidades internas. Ahora bien, ya hemos hablado de las cualidades generales que se atribuyen a los hispano - americanos y que según Bunge, recordamos que son tres, derivadas de las características de las tres razas que combinadamente han dado origen al actual pueblo hispano - americano, a saber: la pereza, la tristeza y la arrogancia. Estas tres cualidades se encuentran perfectamente reproducidas en la mayor parte de los ecuatorianos, pero, principalmente, en los que habitan en la meseta central de los Andes. A ellos habría que añadir la volubilidad del carácter, siempre dispuesto a fáciles entusiasmos, seguidos de rápidos desfallecimientos de la voluntad, la ligereza, hija de la anterior y la imprevisión que acaso nazca de la pereza. En un estudio del Dr. Belisario Quevedo acerca de la influencia del medio geográfico de los habitantes del Ecuador, se pregunta por qué los que viven en el clima templado en las mesetas altas no tienen las cualidades que se asignan a los habitantes de estos climas, es decir: franqueza, libertad, buen gusto, actividad.

Para el citado autor, la causa sería el clima siempre igual y uniforme, una primavera perpetua según dicen nuestros escritores. Para él, el clima de la sierra ecuatoriana sería una especie de Capua que enervaría las facultades individuales y las energías colectivas. Mientras tanto, es en la región caliente donde se observa en condiciones comple-tamente diversas, según los geógrafos, la mayor actividad, franqueza y energía en la lucha por la vida y en donde se desarrollan con mayor vigor las facultades individuales y la energía colectiva. En nuestro concepto son factores más complejos los que intervienen para determinar esta manera de ser en la modalidad de los habitantes de las dos regiones del Ecuador. En primer lugar, no todo el clima de la Sierra puede llamarse templado: los valles y las mesetas de altura media tienen en verdad una temperatura semejante a la del clima de Europa pero, en cambio, las altas planicies tienen un clima frío y si las poblaciones pueden considerarse como gozando de una primavera perpetua, los campos en cambio tienen variaciones de temperatura y fenómenos metereológicos imprevistos a cada paso. El Dr. Quevedo atribuye a la monotonía del

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clima el aburrimiento de que están afectados los habitantes de la Sierra, sin contrastes climatéricos debido a la falta de estaciones. A mi modo de ver hay que tomar en cuenta primero, el factor étnico y mirar en la tristeza, característica de toda la raza, una de las causas de ese aburrimiento, v en segundo lugar, antes que el factor clima es necesario mirar el factor ambiente geográfico, el paisaje, que influye grandemente en la psicología de los habitantes de una región. El serrano es en efecto taciturno, melancólico, muy predispuesto al misticismo, de aspecto meditabundo y de carácter receloso y desconfiado pero, en cuanto a la pereza y el aburrimiento no lo comparten por igual y se diferencian bastante según la raza, la clase social y el lugar donde habitan. A pesar de la innegable pereza indígena, los indios campesinos son mucho más laboriosos y trabajadores que los mestizos y los blancos de las ciudades. Las clases medias son las que principalmente suministran mayor contingente de desocupados y empleómanos que constituyen el proletariado de levita que en la Sierra se denomina "chuya - levismo". En cambio la agricultura y la ganadería y las pocas industrias de la Sierra están casi exclusivamente en manos de los indígenas que además ejercen en las ciudades la mayor parte de los oficios más pesados. La aridez del suelo no produce cosechas tan abundantes que suplan con su cantidad la escasa valía de los productos y la corta extensión de las tierras cultivables; además, la rutina y el empirismo con que se la cultiva no permiten obtener cosechas que puedan ser exportadas de modo que la riqueza traiga el bienestar y el contentamiento a los habitantes de la región. Por otra parte, la falta de caminos, la dificultad para construirlos que exige sumas relativamente grandes que muchas veces no se com-pensan con la exigüidad de los productos que hay que transportar, ha impedido el desarrollo de la industria volviendo difícil, si no imposible, el transporte de materias primas y de maquinarias a través de los riscos y quiebras de la alta cordillera de los Andes y ha utilizado las energías de muchas generaciones mantenidas, por otra parte, en la ignorancia y en la aversión al progreso por una educación eclesiástica que en los tiempos coloniales era escatimada y sólo se daba a las privilegiadas clases sociales.

Arguedas al hablar de la tristeza, de que lo mismo que el nuestro, está afectado el pueblo boliviano, piensa que la melancolía in-mensa de la puna y la grandiosidad aplastante de los altos nevados influ-ye en el carácter de los habitantes: En Bolivia dice, todo es grande, sólo el hombre se encuentra pequeño ante los inmensos accidentes de la na-

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turaleza. Una escritora española que recientemente nos ha visitado, doña Concepción Jimeno de Flaquer, escribe hablando del carácter de la Sierra ecuatoriana, que se semeja a los grandes volcanes de la cordillera cubiertos de nieve y al parecer glaciales y tranquilos pero, ardiendo el fuego en sus entrañas y siempre dispuestos a estallidos de violencia y de furor. La observación es muy real, pues el serrano bajo su aspecto glacial y apático es quizás más vehemente que el habitante de la Costa y tan pronto como él a contagiarse con los entusiasmos. Pero, hay dos cualidades más que le son características: la una de origen telúrico y debida también a causas económicas, la otra común a muchos pueblos hispano - americanos. Los habitantes de las montañas de suelo pobre y árido son en general tacaños y nuestros serranos lo son en grado sumo. La pobreza del suelo explica esta cualidad más acentuada en las clases proletarias que en las clases acomodadas, que más de una vez se muestran derrochadoras y espléndidas pero, generalmente sólo en lo ornamental y externo, cualidad heredada de la raza hispana. Altami-ra dice que desde los tiempos de la reina Isabel la Católica se notaba en los españoles la tendencia a un gran lujo en los vestidos y en las fiestas que contrastaba con la falta de confort en las habitaciones y el aspecto mísero de las ciudades. Este también es un defecto común en muchoa pueblos hispano - americanos pero, muy acentuado en la Sierra del Ecuador. La tacañería de sus habitantes es cosa explicable y aunque ella produzca cierto apocamiento en el espíritu de empresa, en cambio, los hace económicos y les da cierto espíritu de orden y de previsión merced al cual pequeñas fortunas constituidas por un pedazo de tierra de pan sembrar, alcanzan para mantener a una familia que no cuenta con otros recursos de vida.

Desgraciadamente, y esto es un defecto que coincide con el que Arguedas reprocha al pueblo de su país, el ahorro se estanca porque la desconfianza y el recelo hacen que los habitantes de la Sierra no guarden el dinero en cajas de ahorro o instituciones de crédito, quedando así improductiva y estancada una parte de la riqueza que en otros países es fuerza que impulsa el movimiento comercial e industrial. La quiebra de dos o tres instituciones ha venido a aumentar la desconfianza que inspiran al pueblo que prefiere guardar bajo una olla de barro o en el rincón de una choza los ahorros juntados de centavo en centavo para

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comprarse una cuadra de terreno y algunos animales, anhelo supremo, perseguido por los indígenas. Pero, esta forma de ahorro, es común, aun a las clases medias y elevadas, a menos que no practiquen la usura, cosa muy frecuente en la Sierra donde el dinero de los ricos explota a cada paso las miserias de los pobres, después de haberse formado a expensas de su sudor y de sus fatigas.

La megalomanía es más bien dicho megalología porque es la expresión de las palabras que se nota principalmente; la mayor parte de las veces la palabra empleada no corresponde a la idea o al objeto a que se la aplica. En la provincia del Azuay, es donde puede notarse mejor este defecto del carácter que en realidad corresponde a un estado psíquico especial de la mentalidad y que se nota a cada paso aun en los modales, en la literatura, en el periódico, etc. Los vocablos estupendos, inmenso, magnífico, colosal, hermosísimo, bellísimo, son empleados a cada momento y las más alambicadas figuras de retórica se e-nolean aun en el lenguaje corriente. Hay frases de muletillas que forman una especie de depósito de tópicos y de lugares comunes de los cuales se echa mano a cada paso; las inmensas moles de los Andes, el gigantesco Chim-borazo o las inmensas selvas orientales; la belleza y la hermosura de nuestros paisajes que no tienen rival en el mundo, la bondad de nuestro clima, etc., etc., constituyen ideas preconcebidas a fuerza de ser repetidas diariamente de tal modo que han llegado a ser predicados de verdad en la conciencia de la muchedumbre. Nuestra pobreza no nos permite tener edificios que verdaderamente puedan llamarse suntuosos y obras públicas que sean maravillas de arte o de ingeniería; más, sin embargo, cualquiera de nuestros oradores califica de magnífico palacio a un vulear caserón de ladrillo o de inmensa conquista del progreso a una instalación de agua potable, construida muchas veces contrariando las leyes de la higiene y de la ingeniería. El aire enfático con que se acompañan estas hipérboles y la discrepancia entre la realidad mirada desapasionadamente y las palabras de un orador o los versos fantaseados de un poeta dan un tinte más cómico a este defecto. La megalomanía engendra hasta cierto punto un misoneísmo aldeano que felizmente no llega hasta la xenofobia, por el contrario, aun se nega a reconocer cierta superioridad en determinadas ramas del saber, en el extranjero, sin menoscabo del orgullo nacional. Por lo expuesto veremos los puntos de diferencia que hay entre los habitantes de la Sierra y de la Costa; estos últimos son de genio más alegre, locuaz y comunicativo, aunque más inconstantes y más imprevisores pero, más audaces en sus empresas; son también más levantiscos, despreocupados e indisciplina-

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dos que los serranos, quienes son mucho más sumisos y pacíficos. Aunque el culto al valor personal, que engendra la matonería, es general en el país, en la Costa está más desarrollado que en la Sierra. Dada la situación ecuatorial de la región costanera podría creerse que el calor abrumador, las influencias telúricas de la humedad y la abundancia de lluvias, el excesivo brillo del sol y las enfermedades propias de los climas cálidos, podrían enervar las energías de los costeños; pero, como lo hace notar muy bien Wolf f, la corriente antartica, que baña una gran parte de las costas, determina una baja de la temperatura y regula las estaciones, haciendo que el clima, sin ser benigno, sea soportable, de tal manera, que como lo hace notar el mismo Wolff los extranjeros pueden dedicarse ocho y nueve horas al día a activos trabajos mentales como la contabilidad en las casas de comercio, sin fatiga ni debilitamiento. Los ríos navegables y la proximidad del océano que facilitan el comercio y la navegación y la feracidad del suelo, la riqueza de los productos cuyo cultivo retribuye ampliamente al agricultor dan a los habitantes de la Costa más confianza en sí mismo, más alegría y más franqueza como lo hace notar el citado estudio del Dr. Quevedo. A esto debe añadirse el influjo de la inmigración extranjera que aunque relativamente pequeña es mucho más numerosa en la Costa que en la Sierra. Dentro de estas líneas generales el carácter de los habitantes de las cinco provincias de la Costa se diferencian muy escasamente, en cambio, en la Sierra hay más diferencia de provincia a provincia. Las del centro guardan determinadas características que las hacen distinguir un tanto de las del norte y de las del sur. Entre las provincias del Azuay y Loja que son vecinas hay notable diferencia entre sus habitantes, quizás a esto se deba que en la Sierra se encuentre mucho más desarrollado el regionalismo pro-vincialista. Pero de todas maneras en la Sierra o en la Costa de norte a sur, puede decirse que, a pesar de los diversos influjos que ejercen con-tradictoriamente el clima de altura y de los llanos, la diversa mezcla de sangre y la desigualdad de ambiente, la convivencia bajo unas mismas leyes y una tradición común han impreso en los ecuatorianos caracte-rísticas generales que le son comunes a todos ellos Fuera de los defectos ya señalados y de otros debidos a la educación, de los cuales hablaremos al tratar de las costumbres, los ecuatorianos tienen también ciertas virtudes: son valientes, honrados, sencillos, frugales y hospitalarios. Pero estas cualidades que por lo demás son practicadas a la manera que lo hacen los pueblos primitivos, pueden desaparecer con la evolución de las costumbres y con las transformaciones que la mezcla de razas y el aporte de nuevos contingentes de sangre que procedentes de otras

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latitudes, vengan a imprimir al pueblo ecuatoriano una nueva dirección en su modo de ser actual y que la educación cambie su mentalidad que, como es bien sabido, es la característica más fácil de variar en un pueblo. Así según sean favorables o no las nuevas condiciones de vida, serán, descontando las influencias del medio ambiente físico, muy distintas las futuras cualidades que nuestro pueblo haya de poseer.

El continente americano es el que más cantidad de inmi-grantes atrae y los pueblos actuales no pueden ser considerados como estables en su constitución étnica y en sus características psicológicas; de allí que pensemos que el cambio de medio ambiente social influirá grandemente en el carácter de los hombres que mañana pueblen nuestro suelo.

Los sociólogos argentinos, principalmente Bunge e Inge-nieros con demasiada dureza a mi modo de ver, han reprochado a los hispano - americanos diferentes defectos que les son comunes, su falta de probidad, su holgazanería, resultados según ellos de la vanidad del negro, la arrogancia del español y la incuria del indio, su tendencia al embuste y a la simulación, frutos de la truhanería española que en los siglos XVI y XVII produjo la literatura picaresca de Cervantes, Hurtado de Mendoza y Quevedo y del disimulo del indio, su materialismo, producto de su escasa mentalidad, que no les permite tener ideales elevados y que sólo se enamoran de las ideas o de las cosas de brillo o relumbrón; su manera de considerar la vida ateniéndose a las condiciones actuales y, como resultado de esto, la imprevisión, el descuido, el pesimismo y la tristeza. ¿Diremos que los ecuatorianos están exentos de estos reproches?.- Ciertamente que no y en realidad ellos son más o menos justos y bien fundados pero, hay otro quehacer a nuestro pueblo y que acaso sea la cualidad más característica del ecuatoriano y es la facilidad con que es presa del entusiasmo y con que acomete emore-sas que al día siguiente abandona, olvidándose luego de ellas.- Por causa de esta inconstancia muchas instituciones han venido a menos y muchas iniciativas se han perdido al día siguiente de lanzadas y acogidas con gran calor y ardimiento. Cierto es que otros pueblos tienen igual defecto, pero en nosotros espasmos convulsivos de la voluntad son más notables y más frecuentes que en ningún otro.

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CAPITULO XIII

El regionalismo. Causas biológicas, etnográficas y económicas. El regionalismo y su papel en las luchas políticas y religiosas del país. Su papel en las futuras luchas económicas. Cómo desaparecerá el regionalismo.

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NO de los más graves males de la vida ecuatoriana que afecta sus relaciones económicas, políticas y sociales, y que, a cada momento se transparente, provocando si no serios conflictos,

complicando por lo menos todas las cuestiones rM»nHipntf>e c<¡ »l rpcrinnalísmo mal común a muchas naciones de América y aun de otros continentes. Ya hemos visto al estudiar el carácter general del pueblo ecuatoriano, así como su composición étnica, las diferencias que existían entre los pobladores de las dos regiones: la llana y la montañosa o sea la Sierra y la Costa. Mas, no solamente son estos dos factores los que intervienen en la creación de este conflicto, otros de orden biológico, topográfico y económico intervienen también para perpetuar y agravar este achaque de nuestra existencia como nación.

El serrano, o habitante de las planicies interandinas, mestizo de sangre india y blanca o indio puro, es como ya dyimos un montañés adherido a un suelo de origen volcánico, en general poco fértil, que tiene que labrar dura e incesantemente para hacerlo producir. Vive en contacto con una naturaleza abrupta, en ocasiones árida y desierta, en ocasiones poética y pintoresca, teniendo a la vista las altas cumbres siempre nevadas de la Cordillera. La influencia de este paisaje, el contraste entre la puna sombría y solitaria y el valle fértil y risueño, el nevado majestuoso y el volcán coronado de fuego, influyen sobre él inclinándolo hacia la vida contemplativa y extática impregnada de unción en tanto mística, de melancolía y de tristeza. Su imaginación puede extasiarse en la contemplación del vasto paisaje lleno de contrastes que lo rodea, pero, al mismo tiempo, la realidad de una vida estrecha y dura, modera los impulsos de la exaltación imaginativa.

El mulato, habitante de las llanuras y tupidos bosques de la Costa se halla en contacto con una naturaleza salvaje y bravia en que

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todo es exuberante y luminoso, con el vigor y la fertilidad de los climas tropicales. Su carácter está en relación con la naturaleza selvática en medio de la que vive. El clima cálido y húmedo, el suelo fértil y fácil de cultivar, el paisaje lleno de verdor perenne .acentúan los rasgos de su fi-sonomía moral: él es también bravio, levantisco y exuberante como la Naturaleza; mucho más alegre y expansivo, más locuaz y atrevido que el tímido y melancólico habitante de las cordilleras; irónico y fanfarrón en ocasiones es más dado a la expansión y a la algazara. La facilidad de la vida que la fertilidad del suelo le presta, le hace más confiado y jactan-cioso, más imprevisor que el serrano.

La mujer, la guitarra, el alcohol, son los medios que alegran su existencia; amigo de la juerga y del bullicio, pasa gran parte de su vida en medio del fandango, lo mismo si vive en las ciudades que si habita en los campos.

De estas influencias étnicas y biológicas que sobre el ca-rácter de los habitantes de una y otra región, ejerce el medio físico y la diferencia de raza, depende en gran parte la desemejanza en el modo de sentir y pensar de unos y otros; pero, además, la situación topográfica y la diferencia por la producción, originada por la diversidad de suelo y de clima, influyen grandemente y de una manera más decisiva en crear el concepto regional.

La Costa, más en contacto con el extranjero, es mucho más cosmopolita y menos apegada a las costumbres tradicionales que la Sie-rra, donde la dificultad de las comunicaciones y la escasez y mala calidad de los caminos estancan y paralizan muchas energías. Se vive una vida estática en oposición a la existencia más activa y agitada de las po-blaciones de la Costa. La producción en ésta es la más valiosa y consti-tuye casi todo el comercio de exportación del país.

La Sierra sólo produce lo necesario para su consumo y un ligero exceso que halla su mercado natural en las tierras bajas que no producen los cereales y frutos de la zona alta y templada; pero exceso que no alcanza a cubrir todas las necesidades y que deja margen a que el comercio tenga que importar el resto del extranjero, introduciéndose de fuera una gran cantidad de materias alimenticias de primera necesidad que podrían producirse en el país. Las industrias no se han desarrollado aún por la falta de iniciativa, de capitales y de buenos medios de comu-nicación y por consiguiente no existe esta compensación a la escasez de

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producción agrícola que vuelva más holgada la situación económica de la región. Existe, pues, una diferencia de intereses notables entre una y otra, mientras la primera soporta la mayor parte de los tributos que gravan la exportación y aun la importación, puesto que relativamente los habitantes de la Costa se hallan en estado de consumir más que los de la Sierra, lo mismo que los que gravan la propiedad y el suelo, pues las plantaciones más valiosas están situadas en la Costa, la tributación en la Sierra no alcanza en algunas provincias, pero ni aun para pagar los gastos de la administración teniendo que cubrir ese déficit, el exceso que dejan las provincias de la Costa. Además, lo accidentado del terreno, lo quebrado del suelo, la gran extensión de terrenos áridos que hay que atravesar, la elevación de las montañas hacen que las obras públicas, principalmente los ferrocarriles y Los caminos, los puentes, etc., resulten de un costo mucho más elevado: como para construirlos es necesario establecer impuestos, éstos pesan desigualmente sobre las poblaciones, resultando casi siempre que el campesino de la Costa trabaja para pagar el sueldo de los empleados de la Sierra o de las obras públicas que allá se emprenden. Hubo una época, no muy lejana, en que el sueldo de la Corte Superior de Justicia de Loja, era pagada con lo que producía una Aduana de la Provincia de Esmeraldas. Como resultado de este desequilibrio hay en el Congreso, siempre que se trata de obras públicas, una lucha encontrada entre los Diputados de la Costa y la Sierra. Los de esta última tratan de rehuir todo impuesto, principalmente los que gravan la propiedad, aceptándolos sólo para obras públicas locales: pero en cambio demandan mejoras a expensas del producto de las Aduanas. Los de la Costa tratan de evitar que se recarguen los impuestos a la exportación, principalmente del cacao, que ya paga un tributo muy alto. La Costa se acerca al sistema de libre cambio: desearía que sus productos pagaran menos para que alcanzaran mejores precios y que en cambio la importación de materias primas y de substancias alimenticias fuera libre de derecho. Esto está en oposición a los intereses de la Sierra, pues sus productos, trigo, cebada, patatas, cereales en general, frutas de los climas templados, encontrarían fuerte competidor en la importación extranjera.

Lo mismo pasaría el día que sus industrias llegaran a desa-rrollarse. Como al comienzo su manufactura será incipiente, tratará de ampararse bajo un arancel prohibitivo; de manera de poder competir así con el producto extranjero. Sucede entre nosotros lo mismo que sucede en España, aunque con diversidad de circunstancias, entre Cataluña y las provincias castellanas. Cataluña, manufacturera e industrial, necesi-

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ta ampararse bajo un arancel proteccionista, las provincias del Centro y Mediodía, agriculturas, preferirían la rebaja en los objetos manufactura-dos, etc. El concepto marxista que da una base económica a los proble-mas sociales, tiene a nuestro juicio cabal aplicación entre nosotros y lo tendrá más aun a medida que las fuerzas económicas del país se vayan desarrollando. Actualmente, aunque la Costa siente bastante la carga que sobre ella gravita, no la rehuye con demasiada violencia y aun se ufana de su riqueza y de ser la que sostiene la mayor parte de las obligaciones del Estado; pero no sabemos si más tarde, cualquier trastorno en el comercio pueda traer como consecuencia la baja de sus productos y entonces el problema se presentaría más difícil de resolver.

Lo que hace que nuestro regionalismo no tenga un aspecto agresivo y disolvente, ruinoso para la nacionalidad, es la mezcla de san-gre que diariamente se hace y aumenta por la gran emigración de habi-tantes de la planicie interandina hacia la Costa. La ciudad de Guayaquil, por su comercio y su antiguo tráfico, atrae un gran número de ellos y el aumento de su población, puede decirse que es debido a esos emigrantes. Una tercera o cuarta parte de sus pobladores son serranos o de origen serrano. Muchas de sus haciendas o plantaciones de las provincias de Los Ríos v del Guayas dan ocupación a gran número de braceros de la Sierra. El continuo trato y las alianzas de familia suavizan las asperezas y los odios y cuando los ferrocarriles en construcción o en proyecto lleguen a ser una realidad, el conflicto regional disminuirá, aunque quizás adquiriendo otra faz por las razones que dejamos arriba expuestas.

En nuestras numerosas guerras civiles, desde el comienzo de la independencia, la situación topográfica ha arrojado muchas veces unos contra otros, los habitantes de la Sierra contra los de la Costa. Si un movimiento insurreccional tiene su origen en la Sierra, el objetivo militar inmediato será tomar a Guayaquil, capital comercial y centro de los recursos financieros del país. Si al revés, es en la Costa donde comienza, su objeto será apoderarse de la capital de la República y dominar las poblaciones de la Sierra; pero si en estas luchas y por razón de la topografía, la mayor parte de los ejércitos de uno y otro bando han estado formados de costeños y serranos alternativamente y así el odio regional se ha mezclado al odio político y religioso, siempre ha habido en ambos bandos cierta cantidad de serranos entre los costeños y al revés de costeños entre los serranos, de modo que la mezcla de unos y otros en un mismo bando, suavizaba estos odios por la solidaridad de ideas e intereses. Actualmente, la rivalidad de una y otra región se traduce en

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bromas y en epítetos más o menos burlones y despectivos y en alusiones o reproches hechos al modo de hablar, a las costumbres o al modo de ser de cada región y hasta a los alimentos propios de ellos. Los andinos llaman a los costeños "monos" y éstos les devuelven el insulto llamándolos "serranos come papas con gusanos" que a su vez es contestado poniendo en boca de los costeños un refrán que dice: "En habiendo pláano y arró,máqueno haiga Dio". (En habiendo plátano y arroz, mas que no haya Dios). A pesar de estas diferencias, los pobladores del Ecuador conviven pacíficamente sin que se pueda decir que el antagonismo, que indudablemente existe entre ellos, los separa tanto que lleguen a rechazarse. Unos y otros comprenden, por ese instinto natural que forma la base de la conciencia popular, que aisladamente no podrían existir las dos regiones y esta noción mantiene, junto con los lazos de la tradición y de la comunidad de origen, además de los vínculos de intereses comunes, muy unidos los lazos que forman la nacionalidad. Bien es verdad que en las luchas políticas los pueblos de una y otra porción del territorio, se han inclinado marcadamente hacia distintos bandos por razón de la diferencia de carácter y aun de educación que en ambas predomina siendo más preponderante la influencia del clero en la Sierra, las ideas tradicionalistas han sido defendidas siempre con mayor tenacidad y ardor en la antiplanicie, donde hay regiones que alientan un fanatismo religioso intolerante y agresivo, en tanto que las ideas liberales tienen su baluarte en las poblaciones de la Costa. Pero la difusión de ideas, lo mismo que el aumento del intercambio comercial, va borrando estas diferencias, con excepción de algunos lugares que, todavía aislados del resto de la República, permanecen muy apegados a sus viejas tradiciones. De provincia a provincia, de pueblo a pueblo, de campanario a campanario, no puede decirse que haya rivalidad regional, con una sola excepción, la de la provincia del Azuay en donde como ya dijimos anteriormente, el regionalismo es muy marcado y se hace notar aun con las demás de la Sierra. En nuestra historia se registran hechos sangrientos en que por cuestiones de preeminencias de un pueblo sobre otro, los moradores se han ido a las manos y se han producido luchas sangrientas; mas, por fortuna, estos hechos hace tiempo que no se registran, lo que prueba que el odio de campanario va disminuyendo. Esta falta de agresividad quita a nuestras querellas regionalistas la importancia que tendrían si el odio político, religioso o los intereses materiales exaltaran las pasiones hasta tal punto que ella viniera a constituir un grave peligro para la existencia nacional y para el desarrollo del progreso del país. La antítesis económica que existe entre una y otra región se ha contrabalanceado por mutua necesidad que la una ha tenido de la otra y el desa-

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rrollo del comercio y el aumento de las vías de comunicación que faci-litarán el éxodo que desde hace muchos años se viene verificando, del exceso de población de la región alta hacia la región baja, contribuirá a borrar las diferencias de raza y a volver más' homogénea la población por medio de las uniones conyugales cada día más frecuentes entre los pobladores de ambas comarcas. Puede decirse que una tercera parte de la población de Guayaquil está formada por interioranos o descendientes de los que emigraron hace veinte o treinta años a la Costa. Este éxodo, motivado por la pobreza y esterilidad de las tierras altas y por la falta de trabajo en las industrias y de ocupaciones para la clase media, es uno de los dolores nacionales latentes y también una contribución de sangre, un tributo a la muerte, pues un cincuenta por ciento de los emigrantes no resisten las inclemencias del clima cálido y sucumben a las enfermedades infecciosas tan comunes en él: pero llenan la necesidad económica, pues la demanda de brazos que hay para la agricultura de las ubérrimas tierras bajas, se cubre con los braceros que vienen de la alta planicie y a su vez redunda en beneficio de ésta porque muchos de ellos a fuerza de ahorro y economía regresan con el capital necesario para convertirse en pequeños propietarios agrícolas, aumentando así la riqueza de la región alta contribuyendo al parcelamiento de la propiedad que en algunas regiones como las provincias de Tungurahua y Azuay está ya muy extendido, pues la indolencia de los grandes propietarios ayuda eficazmente a la adquisición de pequeños lotes por los pobres. Así de un modo natural se va obteniendo la extinción de los latifundios, problema que en otros países es una de las cuestiones sociales y económicas más debatidas.

La construcción de ferrocarriles que hoy cada provincia reclama y para los cuales los pueblos no vacilan en aumentar fuertemente su tributación, es un pretexto para que mutuamente se hagan cargos y recriminaciones por supuestas preferencias que el Gobierno dé la ejecución de ésta o de otra vía; pero en lo futuro, cuando el anhelo de los pueblos se haya realizado, las paralelas de hierro serán el fuerte vínculo que una y estreche los lazos de la comunidad entre las diferentes regiones que hoy, al disputarse entre sí, no se dan cuenta que trabajan por su futura unión.

Con esto y todo, la cuestión regionalista no desaparecerá en el Ecuador, que ella es asunto de diferencias topográficas y climatológicas y por ende de características psíquicas especiales y porque las diferencias económicas que antes señalamos no desaparecerán to

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talmente en un período más o menos largo'; pero el estrechamiento de las relaciones, el aumento de intercambio comercial y la fusión de sangre, serán lazos más que suficientes para contrarrestar los peligros que podrían engendrar una controversia de esta naturaleza. Por lo demás, el regionalismo existe en casi todos los países del mundo aun en aquéllos donde la nacionalidad tiene más fuerza y cohesión; pero mientras no to-me un carácter separatista, o bien, mientras una región no ejerza sobre la otra una especie de tutela y se deje llevar por móviles egoístas, acapa-rando la vitalidad de la nación o absorbiéndola en provecho propio, el regionalismo es al contrario un excitante, un estímulo en la vida de los pueblos, porque desarrolla las energías individuales y mueve a los aso-ciados a trabajar en favor de los intereses colectivos de una comarca de-terminada. Mientras la solidaridad que debe existir entre los individuos que forman una nación no se rompa, y esto no ocurre ni aun en naciones formadas por pueblos de diferente origen y que hablan diversos idiomas, la nación de la patria grande predominará sobre la de la patria chica y el espíritu gregario de la tribu o clan sólo se manifiesta cuando se pierde el ideal de fuerza y de grandeza que acaricia todo pueblo, o se borran las tradiciones, vínculo moral que sujeta fuertemente a los ciudadanos.

No pasará esto por fortuna en nuestro país y por eso con-fiamos que aunque el regionalismo sea uno de los tópicos de que más frecuentemente nos ocupamos, no llegue a tener sin embargo los carac-teres de un verdadero conflicto.

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CAPITULO XIV

El Caciquismo.

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NO de los males que afligen a nuestro país y que le es común con otros de igual origen que el suyo, debido a su defectuosa organización social, es el caciquismo, tutela que la ignorancia

y la pobreza obligan a soportar a los pueblos. En España, nuestra Madre Patria, es éste un vicio político y social sumamente arraigado y una poderosa institución generadora de mucho de los conflictos que afligen constantemente a la Península. Algunos escritores españoles pretenden que el caciquismo es un contagio americano, un virus infiltrado durante la colonización, un ejemplo imitado por los españoles de la forma primitiva de gobierno de los indios; pero esto no pasa de ser una paradoja, y con mucha razón se ha dicho que no se debe abusar de las paradojas. En efecto, el régimen feudal en el cual el señor era dueño de vidas y haciendas, así como el régimen llamado alodial, fue conocido en la Península mucho antes del descubrimiento de América y este régimen así como el de señorío o patronato sobre villas y ciudades, tienen muchos más puntos de contacto y más semejanzas con el caciquismo que el gobierno de las tribus por los caciques indígenas de América. En realidad, el caciquismo tuvo origen aquí como allá cuando los trastornos políticos permitieron que determinados propietarios se elevaran sobre los demás, adquiriendo grandes fortunas y latifundios y ejerciendo así preponderancia económica, social y política no contrarrestada por ningún otro poder, sobre todo en las pequeñas villas. Efectivamente, en el Ecuador, el cacique propiamente dicho es un hongo parásito de las pequeñas poblaciones. No debemos confundirlo con los caudillejos civiles o militares que transitoriamente, a merced de las frecuentes revoluciones, se elevan y erigen en dictadores de toda una provincia con la aquiescencia del caudillo que gobierna todo el país, y que en más de una ocasión los ha nombrado como para servir de azote a las regiones que eran hostiles a su tiranía, como para humillarlas y vejarlas. Estos caudillejos duran generalmente poco y su influencia cesa con la caída del régimen al cual son adictos.

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En las provincias, en las ciudades de cierta importancia, más bien domi-nan oligarquías, compuestas de dos o tres familias que se reparten los empleos públicos y forman gobiernos de círculos que mutuamente viven odiándose y procurando hacerse el mayor daño posible. El cacique, que prefiere las pequeñas poblaciones donde no tienen competidores o le es fácil deshacerse de los que se presentan, es xenófobo por natura-za y conveniencia: todo elemento extraño autóctono es para él un enemigo que trae ideas subversivas y ni aun siquiera gusta de que transitoriamente vayan forasteros a pasar algunos días en sus dominios. El los acogerá con la mayor cortesía, los colmará de agasajos y atenciones, procurará pasar a sus ojos como un excelente burgués, pero disimuladamente tratará de que se alejen lo antes posible, pues a pesar de que intenta captarse su voluntad, teme que sean testigos de sus abusos y depredaciones y voceros de ellas en la ciudad capital de la provincia.

El cacique rural es generalmente algún mestizo, rara vez proveniente de las clases elevadas. Su origen es generalmente humilde y en lucha con la naturaleza y con los hombres, se ha levantado casi siem-pre reuniendo una fortuna sin parar en los medios: su vida de lucha lo ha acostumbrado a ser duro y cruel, impasible ante la desgracia ajena: verdadera ave de presa, rapaz y sanguinario a quien no alteran los la-mentos de sus víctimas. Despoja al campesino o pequeño propietario con la mayor sangre fría, valiéndose de las argucias judiciales o de medios de fuerza que rara vez emplea a no ser que se encuentre amparado por la impunidad. Astuto y disimulado cuando trata de deshacerse por la violencia de algún enemigo suyo, procura la coartada alejándose del lugar, pero dejando asegurada la desaparición de la víctima escogida, por medio de algunos de sus allegados o servidores que él se encarga de defender luego y aun de hacerlos fugar si la autoridad los persigue. En riña casi siempre con sus convecinos, generalmente por extensiones de terreno se apropia de ellos sin el menor escrúpulo y los defiende obstina-damente. A veces provoca escándalos tremendos, sobre todo cuando sus contendores son los propietarios indígenas llamados comuneros que, generalmente, cansados de ser vejados y extorsionados se amotinan con-tra él, que apela entonces a la protección de la fuerza pública. Tienen siempre en las ciudades amparadores y valedores ya en el comercio, entre negociantes que les compran sus productos agrícolas o le venden mercaderías de consumo, o entre los políticos, entre los cuales escoge comúnmente el abogado que le defiende sus pleitos y le pone en relación con las autoridades. El cacique rara vez tiene opiniones políti-

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cas definidas: él está de ordinario con el partido que gobierna; valiéndose de su astucia procura estar siempre bien con el que manda. Si las sorpresas de la política inconstante y revuelta lo cogen desprevenido y sus rivales se aprovechan la ocasión para arrebatarle el poder político, busca manera de acercarse al nuevo gobierno y encuentra siempre tru-chimanes y padrinos que merced a sus influencias logran se coloquen como autoridades seccionales a las personas que son de su agrado y que él mismo designa. El cacique rara vez gusta de ser autoridad política, en su pueblo pretende gobernar en la sombra por medio de sus allegados y amigos, pero procura que todos le deban la situación que ocupan y se hallen bajo su dependencia. El cura, el maestro de escuela, el juez, el teniente político, todas han de ser personas nombradas merced a su in-fluencia y escogidas por él, sea entre sus allegados o parientes, sea entro personas que cree procurarán estar siempre con él. El que mantenga si-quiera relaciones amistosas con sus enemigos se le hace sospechoso y pronto procura hacerlo destituir. De esta manera consigue que todos los resortes de la administración estén en su poder y se vale y usa de ellos en su propio provecho para medrar a costa ajena o para cometer toda clase de abusos, impunemente amparado por una autoridad que con él se muestra blanda y sumisa. Arruina a sus competidores comprando a bajo precio los créditos atrasados que tengan entre los comerciantes de la ciudad y exige luego su pago embargando sus bienes y propiedades. No tolera competidores comerciales ni industriales y procura acaparar todas las fuentes de riqueza y de producción, desde el cultivo de la tierra hasta la venta de mercaderías. Generalmente se encarga del cobro de las contribuciones, cuya recaudación es sacada a remate público, y se vale de esto para pagar el menor impuesto posible en tanto que extorsiona a los demás propietarios. Estanca la riqueza impidiendo el desarrollo o implantación de nuevas industrias o bien la construcción de caminos, si esos no pasan por sus propiedades y lo favorecen así directamente. Enemigo del progreso mira con desdén o con prevención todo intento de introducir alguna novedad o algún adelanto en su pueblo: su ambiente preferido es el letal y adormilado de las poblaciones de poco movimiento. Si su comercio decae, si los campesinos no acuden en número suficiente para proveerse de mercaderías en el poblado entonces apela al cura y abusando del espíritu religioso hace que se celebren novenas y fiestas que atraigan a los labriegos que no dejan de acudir y no se van nunca con las manos vacías sin hacer sus compras en su establecimiento de comercio. El cacique es llamado generalmente gamonal y no difiere gran cosa en la sierra y en la costa. En sus propiedades privadas es duro y cruel con sus jornaleros o trabajadores del campo con los

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cuales extrema sus abusos, castigándoles duramente por la menor falta con penas de azote y prisión en el aparato de tortura denominado cepo. Es un propagador del alcoholismo, pues generalmente tiene a su cargo la venta de aguardientes y procura atraer a los campesinos y fomentar su consumo. En algunos pueblos cuando los tenientes políticos, siguiendo las órdenes de las autoridades superiores, han tratado de har-pr nhsprvar p.l descanso dominical haciendo cerrar los expendios de aguardientes, han tropezado con la más grande oposición que parte de los gamonales que generalmente eran propietarios de esos expendios. El concertaje tiene en él, como por lo demás en todo otro propietario, su mayor defensor, pero él sabe hacerlo con su crueldad, más oprobioso e inhumano, explotando miserablemente las fuerzas y la ignorancia de los pobres jornaleros. Amoral y sin conciencia ni escrúpulo, se muestra sin embargo creyente fervoroso hasta llegar a la superstición: tiene por lo general como patrono algún santo o santa al cual profesa grande veneración y que es para él, más bien una especie de fetiche o amuleto y un intercesor o abogado que le haga perdonar sus pecados y lo libre de las penas de la vida eterna. Generalmente es un genesiaco y el respeto a la mujer del prójimo no existe para él. En sus propiedades tiene siempre un harem disperso, y en cada cabana de sus trabajadores puede hallarse la muestra de su liviandad, ya en una doncella deshonrada, ya un vastago de un matrimonio cuyos rasgos fisonómicos se semejan mucho a los del gamonal y que están delatando que su autoridad llega hasta el lecho matrimonial de sus servidores. En este punto el gamonal comete verdaderas atrocidades y atentados contra natura que se hace duro y bochornoso relatar. Elemento de perturbación social y alguna vez política, inquietud y amenaza constante para el pobre; detentador de la riqueza y enemigo del progreso; el cacique es una de las peores plagas de las pequeñas poblaciones. En realidad casi todos los propietarios ejercen en sus fincas o haciendas una autoridad ilimitada equiparable casi igual a los antiguos señores feudales. Mientras se contienen dentro de los límites de sus dominios sin estorbar a los demás, esta tiranía se ejerce sólo sobre sus jornaleros y es por lo demás soportable, sobre to-dn si pl nrnnipt.arir> vivp pn la Hndad. Pero el eamoral no gusta de ella v viene sólo algunos días por hacer sus compras o arreglar sus negocios: su elemento es el campo y el pequeño poblado donde su autoridad no tiene límites y su voz es oída con miedo y con respeto. Cuando se le acusa de algún crimen o cuando la prensa delata sus abusos y extorsiones, su abogado se encarga de defenderlo y desvirtuar las acusaciones que se le hacen ante las autoridades. Estas, por otra parte, toleran casi

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siempre los abusos de los gamonales, que son para ellas un auxiliar polí-tico, sobre todo durante las elecciones, en las cuales toma parte con el voto de sus peones o jornaleros que incondicionalmente votan por el candidato de gobierno: el gamonal rara vez tiene candidato propio o ayuda a la oposición.

El odio germina en rededor suyo y él sabiendo que es mal-querido por todos o casi todos, vive alerta, temeroso y desconfiado, to-mando precauciones para no ser víctima de una acechanza o del rencor vengativo de todos aquellos a quienes ha ultrajado y ofendido. No es raro que el gamonal tenga algún fin trágico en alguna emboscada y muera víctima de la venganza en algún tumulto sangriento, que más de una ocasión se ha producido conmoviendo a la sociedad. Sobrio económico en la vida privada llega algunas veces hasta la avaricia habiendo algunos que merced a su ahorro reúnen grandes fortunas, aunque por lo general éste no es el único origen de su riqueza, pues es la rapiña la principal fuente de sus ingresos: arrebatando al campesino sus ganados: dando dinero a plazo con intereses usurarios: cambiando mercaderías de mala clase por buenos productos agrícolas o industriales: usufructuando la propiedad ajena: introduciendo su garra en las cajas municipales y por mil otros arbitrios el gamonal que muchas veces fue un mozo pobre y desheredado muere rico y opulento. La administración municipal de ese cantón es un filón que explota, ya para dar puestos a sus amigos y parientes, ya para hacer contratos que le dejan grandes beneficios, ya para obtener el cobro de contribuciones que remata a bajo precio y de las cuales saca buenas ganancias aunque sea a costa de toda clase de atropellos. Con el mismo rigor con que trata de ordenar, gobierna los suyos en su hogar, siendo amo absoluto y exigiendo de todos obediencia incondicional y pasiva. Las desgracias públicas no le afligen ni le afectan gran cosa, pues él sabe sacar provecho de las peores calamidades en beneficio propio: si una sequía azota la región haciendo morir de hambre y sed al ganado, él compra a bajo precio el de los campesinos que se deshacen de sus animales antes que perderlos sin sacar provecho. El gamonal valiéndose de sus recursos traslada el ganado a otro sitio rico en pasto y en agua y al cabo de poco tiempo lo revende realizando grandes ganancias. Si una revolución devasta el país, él sabe esconder en lo más oculto de la selva sus caballos y sus muías, presa favorita de sus revolucionarios, y se hace pagar gruesas sumas si las tropas del gobierno se apoderan de algunos bagajes suyos. Si en el mercado de la ciudad baja de precio algún producto él acapara la mercadería, esperando con pa-ciencia el alza y vendiendo a buen precio lo que compró casi de balde.

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Es indirecto auxiliar de la revolución porque en su deseo de hacerle daño, sus enemigos casi siempre ayudan a los revolucionarios y manteniendo constantemente un fermento de odio y de venganza en las pequeñas poblaciones, crea resentimientos prontos de estallar en la primera ocasión y a valerse de cualquier oportunidad con tal de devolverle el mal hecho anteriormente. La vida rural se vuelve así por su causa más hosca y agresiva: en algunas poblaciones se vive con la mano en la empuñadura del machete y el ojo avizor listo a atacar al contrario. Si el cacique tiene descendencia ésta pesa sobre la población como una dinastía de pequeños déspotas que de generación en generación se van heredando el feudo que las violencias y artimañas del padre de familia supieron conquistar.

Cuando esta generación de caciques llega a formar por su natural expansión varias familias, se constituye una dinastía nepotista que se reparten todos los destinos públicos invadiendo la administración local y usufructuando de ella como un bien común, y gracias a la complicidad que naturalmente los liga en el manejo de los fondos públicos, se apropian de éstos sin escrúpulo alguno y sin temor a la sanción legal. En ciertos pueblos existe una especie de cacicazgo de peor especie del que hemos escrito: algún matón campesino a fuerza de tomar parte en todas las revoluciones alcanza grados militares y cierto influjo político del cual se vale en su pueblo o en toda la comarca rural para cometer abusos y atropellos, imponiéndose aun a los mismos propietarios que por temor a sus fechorías procuran las más de las veces estar bien con ellos. Si sube al poder algún gobierno que le niega su apoyo está pronto a sublevarse y a levantar montoneras y aun llega a convertirse en capitán de bandoleros. Pero estos caciques no tienen la importancia ni la significación social de los que anteriormente hemos descrito. Como casi no hay pueblo de escasa importancia que no tenga algún gamonal o cacique, el caciquismo viene a constituir una institución, un poder arbitrario y despótico que se sustituye al poder político, que viola todas las leyes, las cuales sólo le sirven de red con la cual enreda a sus contrarios saliéndose él por las mayas y burlándolas a cada paso amparado de la impunidad que su influjo político, social y económico le proporciona; bajo su férrea garra los pueblos viven oprimidos, inquieta la sociedad, cohibidos los campesinos y pequeños propietarios: rencorosos todos, atemorizados los más; estancados el comercio, la agricultura y la industria; absorbidas todas las energías y las iniciativas; despilfarrados y pillados los caudales públicos: entregada la administración municipal al provecho particular y sufriendo en general profundo trastorno por esta cau-

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sa todos los órdenes de la vida y todas las manifestaciones de la activi-dad. Como hemos dicho, el enemigo natural del cacique es el desarrollo y la expansión de la riqueza: cuando a despecho suyo y por causas que él no puede contrarrestar llega ésta a desarrollarse, cuando otros propietarios se colocan enfrente de él, cuando al mismo tiempo la igno-rancia y la timidez de los campesinos va desapareciendo, el cacique ve disminuir y desaparecer su poder. La abolición de los latifundios y la extensión de la enseñanza, el fomento de la pequeña propiedad agraria son pues los medios naturales que habrían de emplearse para acabar con esta especie de despotismo que tantos males y tantos conflictos crea a la sociedad ecuatoriana.

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CAPITULO XV

Los partidos políticos.

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OMO en todo país, desde los comienzos de su vida inde-pendiente, dos tendencias opuestas se han marcado en el carácter general de las relaciones políticas de los habitantes del

país. La una, la tendencia tradicionalista o sea el considerar lo ya existente o lo pasado como bueno y no susceptible de mejora y la otra por el contrario francamente reformista, partidaria de todo lo nuevo considerándolo como mejor que lo anterior. Estas dos tendencias se han transparentado aun a través de las luchas, que no siempre por causas puramente ideológicas han constituí do la mayor parte de la historia política de nuestro país. Al principio las divergencias de opiniones sólo dieron lugar a círculos más o menos personalistas que únicamente eran guiados por ambición de mando y de poder, así: en el primer gobierno independiente de los años 1810 a 1813 se ve la lucha entre los Guerreros y Montúfares que fue una de las causas que dio más pronto al traste con el movimiento Libertador de 1809 facilitando la derrota de los patriotas y el triunfo de los españoles. Desde la proclamación de la independencia de Guayaquil en 1820 las discordias se produjeron entre los partidarios de la unión al Perú del nuevo estado o de su anexión a Colombia. Más tarde la división entre adictos al Libertador y desafectos a éste es principalmente la causa de las rencillas de 1828 a 1830. Proclamada la independencia de Colombia y erigido el Ecuador en un nuevo gobierno entramos francamente en un período de caudillaje militar. No podía ser de otra manera: acostumbrados los pueblos a la obediencia pasiva, ignorante y sin educación cívica la masa popular, la conciencia colectiva apenas había tenido tiempo de formarse. Casi toda la generación de la época había corrido a empuñar las armas en la lucha por la independencia y la admiración por el valor personal y el arrojo de un caudillo eran a sus ojos el mayor prestigio que despertaba el entusiasmo lo mismo que el de las multitudes. Siguiendo pues las leyes de la evolución de los pueblos, el nuestro se dio así mismo como mandatario al general que mayores prestigios y más noto-

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riedad tenía en el ejército del sur. La fuerza armada fue desde el principio la que jugó el papel predominante en los cambios políticos de nuestra primera época. Ahora bien, el ejército no era nacional: la mayor parte estaba compuesto de militares colombianos y venezolanos venidos al sur con motivo de la expedición del Perú, los cuales, antes que como una nueva patria, miraban como tierra conquistada a la nueva república. A su vez los militares nacionales y una parte de las clases pensantes con-sideraban como extranjeros a los antiguos libertadores: en la lucha del caudillaje de los primeros tiempos independientes se pelea al mismo tiempo que por librarse de la tiranía caudillesca del primer presidente, por afirmar el principio de nacionalidad, puesto que los ecuatorianos de nacimiento eran pospuestos a los militares extranjeros que se repartían mandos y honores. La guerra civil llamada de los chihuahuas no reconoce otro origen. Frente al caudillo extranjero aún no se alzaba otro caudillo nacional militar, pues el jefe de la revolución, Dn. Vicente Roca-fuerte, era un hombre civil. En la revolución de marzo de 1815 aún aparece este mismo civilismo elevando al poder a Dn Vicente Ramón Roca pero es de señalarse que en la constituyente de 1846 se nota el primer signo de lucha religiosa: Dn. Pedro Moncayo y otros diputados que más tarde formaron parte del partido liberal sostienen la libertad de pensamiento y de conciencia contra el canónigo Ángulo orador que se opone decididamente a que en la constitución figure la libertad de cultos. Desde esta época empieza a manifestar más clara y francamente el espíritu anticlerical en abierta oposición con la decidida protección al clero que otros políticos le prestan. Con la subida al poder del general Urbina por medio de un golpe de cuartel se inicia el caudillaje militar nacional apoyándose en el elemento liberal. La expulsión de los jesuitas es otro hecho que marca las etapas de la lucha en que más tarde se habían de empeñar los partidos políticos y principalmente habría de servirles de línea divisoria y de bandera de combate. Caído el caudillaje militar nacional puede decirse que es desde 1860 que netamente se delinean las dos grandes fracciones políticas en que ha estado dividido el país. Hall desde 1832 había echado las bases del partido Liberal y Ro-cafuerte con Moncayo y Urbina habían continuado su obra: pero el partido tradicionalista y conservador con la doctrina, tendencias, ideas y programa, que casi sin variación conserva hasta la fecha, debe mirar como su fundador a Dn. Gabriel García Moreno porque si bien es verdad que antes de esa época los elementos reaccionarios habían prestado su apoyo al primer Flores, la lucha política no tenía un carácter ideológico sino más bien personalista, pues como ya hemos dicho Flores representaba el caudillaje militar extranjero. Todas las guerras civi-

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les que más tarde han desgarrado nuestra patria han tenido más o menos siempre el mismo origen a las mismas causas. La lucha religiosa ha sido en nuestro país como en Colombia la que predominaba en todas las di-sensiones políticas: los liberales han tratado siempre de alejar al clero de los negocios de estado e impedir su intromisión en la vida civil de los ciudadanos. Los conservadores al contrario no solamente se han apoyado en él, sino que han tratado de sostener la autonomía del estado y la autoridad eclesiástica dándole mayor poder que a las autoridades civiles, concediéndoles privilegios y fueros de justicia y entregándoles la educa-ción pública, gobernando la conciencia y plasmando a la vida nacional por medio del confesionario. Este sistema y estos métodos de gobierno fueron implantados y tuvieron su mayor auge durante la época del pre-sidente García Moreno llegándose entonces a un misticismo medioeval tan exagerado que se llegó a llamar al Ecuador la República del Sagrado Corazón de Jesús: las instituciones monásticas, ya muy numerosas desde la época de la colonia, recibieron gran protección y aumentaron con-siderablemente.

Las tendencias teocráticas del partido conservador son com-pletamente opuestas a un régimen republicano y democrático: el pueblo no es considerado como el verdadero y principal factor del estado, que no es más que una delegación suya y por consiguiente la autoridad no emana de él sino que viene casi como el derecho divino de los reyes a concentrarse en una oligarquía formada por los ricos y por el clero: una plutocracia teocrática. Frente a tan defectuoso sistema, las revoluciones de cuartel imprimieron al liberalismo una tendencia tan errada como la anterior; los liberales prestaron su apoyo al primer caudillo militar turbulento y revoltoso que ansioso de poder se alzaba contra el régimen teocrático por el ansia de derribar a éste; mas, una vez elevado al poder el caudillo militar, hombre generalmente grosero y ambicioso, de-sentendíase de la cuestión doctrinaria y apresurábase a formar un go-bierno personal apoyándose principalmente en sus conmilitones y com-pañeros de cuartel. Dilatábase así la reforma liberal y las instituciones y las leyes quedaban lo mismo que antes y el gobierno sólo se diferenciaba del anterior por la menor participación del clero en los negocios del estado. Hay que advertir que al hablar de lucha religiosa en los primeros tiempos no se combatía la religión misma y aun el clero era respetado en su persona a pesar de su actividad casi siempre violenta y agresiva. Los liberales de entonces, decía un viejo político, nos deteníamos a la puerta de la iglesia. El fanatismo popular consideraba las personas de los religiosos como sagradas e inviolables; la excomunión era una arma

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que tenía gran fuerza y ser descreído, ser impío, hereje eran injurias que se hacían a los que se atrevían a pensar con alguna libertad. Las prácticas religiosas eran fielmente observadas por los políticos de todos los partidos. Lo que los liberales pretendían era solamente quitar al clero su predominancia en el gobierno político, pero conservando buenas re-laciones entre la iglesia y el estado. Pero la iglesia no se ha dado a partido en el Ecuador, su tendencia ha sido siempre retomar las cosas al estado en que estuvieron de 1860 a 1875: con los ojos vueltos al pasado, el partido conservador ha sido llamado terrorista por los métodos de vio-lencia y de sangre que ha empleado para gobernar: suspira aún por un segundo García Moreno que lo vuelva a llevar al poder. Mas, aunque después de esta época haya llegado a gobernar por un período de trece años, no llegó a las exageraciones de entonces, porque la fracción menos fanática de ese partido formó uno nuevo que se denominó progresista y aunque apoyándose en el clero y dándole decidida protección, mitigó las crueldades e intransigencias de la época anterior. La propaganda de las ideas liberales ha ido poco a poco cambiando la mentalidad política de la masa popular y hoy no sería posible volver a los métodos garcia-nos sin hallar una fuerte resistencia.

Creemos que esto será mas eficaz que la evolución en un sentido liberal que algunos creen advertir en el partido conservador pues nos parece que éste no ha cambiado nada y fiel a la tradición no acepta modificación en sus programas, sobre todo en la parte tocante al des-lindamiento de la cuestión política y de la religiosa. Mas aún, actual-mente la influencia clerical está tratándose de formar, ya lo ha logrado en Cuenca, partidos católicos a imitación de las asociaciones que bajo el nombre de juventudes católicas existen en España. Si dejando a un lado la cuestión de la libertad de conciencia los dos partidos se encontraran frente a frente: muy poca sería la diferencia que en el resto general de sus ideas políticas existiera y uno solo su criterio para juzgar de las cues-tiones sociales, económicas y administrativas excepción hecha de las pe-dagógicas, pues en este punto los conservadores tienen un criterio espe-cial que consiste en creer que lo mejor es entregar la enseñanza superior y secundaria en manos de los jesuítas y la enseñanza primaria y de la mujer en las de las instituciones religiosas docentes, o por lo menos proteger de tal modo la enseñanza dada por las congregaciones que éstas se apoderen en su mayor parte de ella. Los liberales han cometido durante la vida política del país un grave error que ha consistido en entronizar al militarismo que ha gobernado la Nación por la violencia, cometiendo

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toda clase de atropellos y desafueros, no siempre explicados por la reac-ción y la resistencia que se oponía a los regímenes dominantes. Esto no quiere decir que los regímenes militares hayan gobernado exclusivamente en nombre del partido liberal, sino que por regla general los liberales han hecho gobiernos militaristas, por lo menos a partir de 1831; en tanto que los gobiernos conservadores han sido más bien civilistas, pues los militares no han tenido en ellos ni el predominio, ni la influencia que en la época en que han dominado los liberales. Las administraciones de García Moreno, o de Caamaño, Flores y Cordero han sido presididas por nombres civiles en tanto que las de Urbina, Veintimilla, Alfaro y Plaza han sido notoriamente militaristas y de caudillajes. El militarismo que nació en nuestro país en el gobierno de Flores ha continuado evolu-cionando y cambiando de un gobierno a otro, pero siempre predominante por el influjo que la fuerza pública ha tenido en todos los actos políticos, ya apoyando un gobierno, ya derribándolo, ya oponiéndose al ejercicio del sufragio y convirtiéndose en instrumento de los mandatarios para elegir conforme su* capricho, sea un nuevo sucesor, sea los llamados representantes del pueblo en congresos y ayuntamientos.. El ejército más que sostenedor del orden y defensor de las leyes y de la propiedad, de guardián de la honra de la patria se ha vuelto así un vil instrumento de todas las tiranías y de todas las concupiscencias políticas. Más que hijo de la nación, el ejército ha sido enemigo de ella, más que institución nacional, un parásito adherido al estado, un cuerpo extraño adosado al organismo nacional que consumía sus energías y agotaba su vitalidad. Y es que el ejército formado al principio en su mayor parte por extranjeros a quienes una larga vida de guerras y de campañas había acostumbrado al continuo batallar, formado de elementos salidos de las más bajas capas de la sociedad, muchos de cuyos individuos de raza africana habían sido esclavos y que gracias a su valor se había elevado a los más altos grados de la milicia, carecía de moral y de disciplina. Descuidados por los primeros gobiernos estos militares buscaron continuar en las guerras civiles y en las revueltas la vida de aventuras que habían llevado durante la independencia y también el logro de grados y honores que fácilmente conseguían en tanto que en la paz vegetaban ociosos y aburridos. Los veteranos de la independencia fueron sustituidos desde 1850 por los militares nacionales que como ellos habían combatido durante las guerras épicas o se habían formado en las contiendas civiles desde 1833; pero estos nuevos pretorianos trataron al país tan mal o peor que los otros y provocaron con sus exacciones y atropellos la reacción nacionalista de 1860. Por eso ha dicho un historiador de la

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época, que valía tanto el sable del general Otamendi como el machete del comandante Goyo. En este período como en el anterior los militares no sólo ocupaban los cargos públicos que por su naturaleza debían ser desempeñados por hombres de su clase sino también los que exigían fueran ocupados por civiles y su autoridad se sobreponía siempre a todas las demás: un juez, un presidente de la municipalidad; un gobernador tenía que inclinarse, aun faltando a la ley a las exigencias de cualquier sargentón galoneado como si fuera un inferior jerárquico. Los crímenes, delitos, abusos y atropellos cometidos por militares, ya individual ya colectivamente, quedaban impunes pues no había autoridad que tuviera energía bastante para intentar su castigo. Todas las granjerias, todas las sinecuras eran ocupadas por militares que absorbían la mayor parte de las entonces exiguas rentas nacionales.

Los escritores Hidalgo y García han estudiado extensamente los males del militarismo en general el uno, y en la América el otro, pero tomando como base de observación la forma grosera y despótica que ha tenido en nuestro país. En sus trabajos han hecho notar muy bien los trastornos que en el orden social produce la intromisión de un poder extraño que en las democracias debe estar completamente subordinado al poder político y ser sólo una dependencia de él sin ingerencia alguna en la marcha del país, al cual únicamente debe servir para defender su integridad y su honra. En el Ecuador este azote ha tenido más o menos el mismo carácter que en la Argentina, tal como lo ha descrito Sarmiento en su Facundo, o como en Bolivia en la época de las tiranías en Melgarejo y Belzú.

Durante los regímenes conservadores el ejército siempre ha sido un instrumento político pero por lo menos la autoridad civil ha te-nido más fuerza y ha sido más respetada y los desmanes de los militares han sido menos tolerados sin duda porque el mejor apoyo de estos regí-menes era el cura y no el soldado. Así hemos vivido entre el predominio del uno y del otro y en ocasiones de ambos, en consorcio de crueldad y de opresión, de adversión al progreso, de merma de la dignidad y de carencia de garantías individuales siempre atropelladas por instituciones tiránicas. No se debe extrañar que el odio y la venganza hayan germinado siempre en nuestras luchas políticas: el fanatismo religioso que la educación colonial dejara como simiente de violencia en el carácter de los ecuatorianos empujaba a las masas populares brutales e ignorantes y la ambición de los caudillos reprimía las oposiciones oponiéndoles

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como hierro candente los desafueros y atropellos de una soldadesca analfabeta e indisciplinada. No es de admirar que en estas circunstancias el ejército no haya sido,como lo es en otros países, una institución simpática, amada, querida y respetada, como el hijo mimado de la nación, sino que al contrario la profesión militar haya sido vista con aversión y menosprecio, a tal extremo que ha habido épocas en que el soldado ha vivido completamente alejado del pueblo de cuyas mismas filas salía. Los esfuerzos que diversos gobiernos han llevado a cabo por nacionalizarlo y levantar su nivel moral por medio de la instrucción y de la disciplina, han mejorado indudablemente su condición y han atraído a sus filas elementos más sanos y mejor dispuestos, pero por desgracia, ninguno ha querido prescindir de él como instrumento en las luchas políticas y mientras el soldado no viva alejado y extraño a ellas, limitándose a ser guardián del orden y de las instituciones públicas, mientras sea deliberante y no obediente, mientras carezca de la fiera independencia que tiene en los países civilizados y que lo hace respetable a los ojos de todos los partidos, será siempre en el Ecuador una institución peligrosa para el orden y la tranquilidad pública. Ninguno de nuestros partidos políticos tiene por otra parte una organización estable definida, porque aunque en el conservador se observa más cohesión y disciplina, ello se debe más bien al carácter más moderado y pacato de sus miembros, en oposición a la índole turbulenta y demagógica de las agrupaciones liberales. En diversas épocas se ha tratado de reunir asambleas que han lanzado distintas fórmulas y declaraciones de fe y formulado programas, pero nunca han faltado disidentes, que formando campamento aparte, protestaran de la validez de tales declaraciones. Estas tendencias gregarias se han debido al carácter eminentemente personalista, antes que sectario, que han tenido nuestras agrupaciones políticas, las que han gustado siempre de añadir una disidencia en lista a un nombre cualquiera y llamarse FULANISTA, SUTANISTA, etc.

En el estado actual la mayoría de los conservadores ha adoptado como programa las declaraciones hechas durante la convención de 1884 y el ideal de los liberales consiste en el mantenimiento de la constitución actual que data de 1907 y de las leyes de reforma expedidas desde 1898. La lucha pues prosigue alrededor de los mismos tópicos que hace treinta años servían para diferenciar a los unos de los otros. Pero desgraciadamente los programas o plataformas, como ahora se dice, no han sido casi siempre más que la máscara, encubridora de ambiciones de poder y mando de las facciones contendientes y por regla ge-

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neral la concupiscencia y el deseo de medrar han sido los móviles que han empujado a la una contra la otra quedando la cuestión ideológica en segundo plan. Los caudillos elevados al poder han frustrado generalmente las esperanzas de los ideológicos y de los patriotas de su partido, no cuidándose de satisfacer más que su propia vanidad y favorecer los intereses de sus amigos incondicionales defraudando las esperanzas que sus partidarios o el país pusieran en ellos. Por regla general nuestros políticos han carecido de ideales y han desconocido en lo absoluto el arte de gobierno, la técnica de la gestión administrativa y la manera de guiar un estado: conductores de hombres en los campamentos han sido malos conductores de pueblos en el gobierno. De nada ha valido que antes de subir al poder brillantes proclamas, casi siempre escritas por algún amigo del caudillo, prometieran confusamente a la multitud libertad, progreso, desarrollo de la industria, del comercio, protección a la agricultura, porque tales promesas sólo han sido hechas con el objeto de deslumhrar al país, ignorando el que prometía cómo podría llegar a cumplirlas. Cuatro administraciones ha tenido el Ecuador que se escapan a estos reproches: las de Rocafuerte y García Moreno, y siguiéndoles bastante de lejos la del segundo Flores y la primera del general Plaza. Rocafuerte, más humano, menos intolerante, más patriota, quizás menos ambicioso que García Moreno no tuvo la constancia, la tenacidad y la energía de este último: verdadero místico que se creía predestinado para la realización de una obra y cuyo programa de gobierno compacto, concreto definido, trataba de poner en ejecución, yendo derecho al fin que se proponía. Mandatario de un país republicano, Rocafuerte más dúctil, cedió muchas veces a la fuerza de las circunstancias: García Moreno déspota medioeval no reconocía valles ni talanqueras para realizar sus propósitos. La obra del uno aparece más simpática: la del otro más grande y admirable. Los dos eran ilustrados, los dos conocieron el arte de gobierno el uno como lo hubiera hecho un Monroe o un Lincoln y el otro como un Felipe II o un Francia. Los gobiernos de Flores y Plaza fueron progresistas y supieron aliviar situaciones dolorosas creadas por épocas anteriores de crueldad y turbulencia, realizando obras de progreso en el corto tiempo de su gestión política, pero no tuvieron ni la habilidad ni la alteza de miras de los dos mandatarios anteriores. Si en las restantes administraciones alguna labor se ha efectuado o alguna reforma política se ha realizado ha sido más bien debida a alguno de los hombres que acompañaban al caudillo, que ha logrado inducirlo a llevarlas a cabo pero la mayoría de las veces sin plan ni programa determinado. En nuestras constituciones la autoridad del presidente se ha so-

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brepuesto siempre a todas las demás siendo el eje central de la adminis-tración: los ministros no han sido más que meros ejecutores, simples empleados a los que él ha podido reemplazar o sustituir cuando no se prestaban a seguir ciegamente sus inspiraciones; de la voluntad del presi-dente ha dependido pues toda la marcha de la administración, y tratán-dose la mayoría de las veces de caudillos ignorantes y ambiciosos, el pa-pel de los ministros se ha reducido a moderar las tendencias arbitrarias y despóticas del jefe del poder o a obedecer fielmente las órdenes del mandatario. En el Ecuador el ministro tiene que ser un cprtesano que debe estar pendiente de los caprichos y veleidades de un hombre gene-ralmente inferior a él en educación y en cultura, las iniciativas y buenas intenciones de los hombres de talento se estrellan así ante los intereses creados que pueden más en el ánimo del mandatario o ante la incom-prensión por parte de éste de los problemas políticos o económicos que se le presentan. Aparte de esto, la gestión política encuentra siempre obstáculo en la resistencia de la masa general del país acostumbrado a la rutina y al empirismo. Se ha marchado siempre dentro de círculo vicioso porque no habiéndose sabido conducir al pueblo por la verdadera senda por la cual debía llevársele, cualquier paso adelante lo asusta y se resiste a marchar. Las mejores reformas, las leyes más sabias quedan así incumplidas o son desvirtuadas y olvidadas.

La intolerancia y la intransigencia, vicios políticos de nuestros partidos han agriado siempre el ánimo de las facciones contendientes; la falta de honradez y de buena fe, su carencia de ideales, de alteza de miras, de ideas elevadas y de conocimientos de la verdadera situación del país y de sus necesidades, ha impedido que se hiciera labor administrativa, sabia, previsora y honrada. De otro lado la acritud y la violencia de la lucha política y los desengaños sufridos han ido alejando del ejercicio de ella a los hombres honrados y pacíficos en tanto que los audaces y los arribistas aprovechaban de su alejamiento para colocarse en primera fila y los mediocres usurpaban los puestos más elevados que dejaban los hombres inteligentes y capaces. La revuelta política tiene la virtud de exaltar a los hombres más ignorantes y corrompidos, de elevar el légamo de las capas sociales, de sacar muchas veces del fondo de las prisiones y de los oscuros antros del vicio y de la corrupción, de la bravia y montaraz tierra, de las selvas, de la aldea humilde y escondida, de la encrucijada del barrio bajo a los elementos díscolos y turbulentos que forma el núcleo principal de cada una de las numerosas revoluciones que registra nuestra historia. El tétanos político, como lo ha llamado Car-

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los Arturo Torres, se nutre principalmente con los detritus que intoxican el organismo social. Por eso ha sucedido muchas veces que la nación sorprendida por una avalancha de gentes sin honor y sin dignidad ha tenido que tascar el freno de una tiranía impuesta por la fuerza. La ignorancia popular, la indiferencia o el egoísmode las clases elevadas, y la incultura ambiente, no ha permitido que en el país exista lo que se ha dado en llamar la opinión pública. La conciencia colectiva no ha podido crearse, debido a las causas anteriores, y por consiguiente la mayoría de los ciudadanos no podía formarse un concepto real y verdadero de los asuntos públicos. Añádese a esto nuestra natural tendencia a la si-mulación colectiva, al ideologismo verbal y la abulia mental que más de una vez nos ha invadido y enervado; tómese en cuenta otros vicios de constitución social como el regionalismo y el caciquismo, pónganse ade-más el problema etnológico, el aislamiento de las corrientes de la civili-zación en que nuestra situación geográfica nos coloca, considérese las dificultades que ofrece nuestra topografía al desarrollo del progreso y se tendrá una idea de las causas que han. influido para que nuestra política y nuestros partidos sean como han sido y como lo son actualmente.

A falta de banderas y de programas, las simpatías personales o las conveniencias individuales han servido de guía y norma para el desaguadero de las pasiones públicas y de aquí que el caudillaje y él oportunismo dominarán en los partidos más que los ideales y el deseo del bienestar nacional. El criterio popular más, que por la razón, ha sido guiado por su instinto, para dar la preferencia a éste o al otro caudillo y la ignorancia y la falta de educación política han hecho que el pueblo elija casi siempre mal, dando la preferencia al que más halagaba sus pasiones. En este punto los partidos, o mejor dicho los políticos, que formaban agrupaciones o se apandillaban para obtener el poder, han tenido buen cuidado de no hablar al pueblo más que un lenguaje huero y vacío, lleno de metáforas y eufemismos, pero sin formular jamás un programa doctrinario ni ideas concretas respecto a los asuntos generales y a los intereses del país. En determinadas épocas los caudillos que han subido al poder parece que hubieran propuesto ofuscar la mentalidad nacional, no sólo con el corruptor ejemplo de sus malas prácticas políticas, sino también dando rienda suelta a las pasiones populares sin cuidarse de reprimir los vicios y las enfermedades sociales, a trueque de adquirir el aplauso del populacho que siempre gusta del amo que le brinda pan y circo. La falta de bandera y de programa permite a los descontentos agruparse alrededor de cualquier caudillo de ocasión, para

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hacer oposición al gobierno que no ha satisfecho sus aspiraciones perso-nales o pasar de un bando a otro sin el menor escrúpulo adaptándose a todas las situaciones; de donde resulta que los más dúctiles y maleables son los que perduran en la política y los que aprovechan y usufructúan los destinos públicos. En diferentes ocasiones, hombres patriotas y bien intencionados, han tratado de dogmatizar y disciplinar las masas amorfas que hoy constituyen las agrupaciones políticas de nuestro país, pero han tropezado siempre con la valla que les oponen los intereses creados y los compromisos adquiridos y contra la oposición de los caudillos que en ellos veían la ruina de su prestigio.

A través de toda nuestra historia las tendencias políticas han surgido, han vivido y se han caracterizado así, pero no han podido llegar a organizarse aún: tienen tendencias y distinciones bien marcadas pero no han podido llegar a exponer un programa definido y sobre todo a señalarse una línea de conducta y un método político determinado en cada uno de los asuntos sociales, económicos, internacionales, agrarios, etc., que son otros tantos problemas que el país tiene que resolver. El único criterio que guía a los hombres de los diversos bandos es el sentido religioso y la influencia más o menos acentuada del clero en los asuntos públicos o su alejamiento de los negocios del estado y de su intromisión en la política y aun en el manejo de la conciencia nacional, por medio del adueñamiento de la enseñanza pública y del dominio que ejercen desde el confesionario y el pulpito. Pero aun este influjo se ha debilitado y hoy sólo separa a los bandos contendientes del odio tradicional y la ambición del poder, tendiendo los unos a formar una oligarquía plutocrática y los otros una demagogia turbulenta. Entre estas dos tendencias hay un término medio que aprovechando elementos de ambos bandos ha pretendido gobernar el país sin caer en las exageraciones de unos y de otros o mejor dicho, sin apelar a los recursos de fuerza de los unos ni a la violencia plebeya de los otros. Pero en resumen, todos los políticos de nuestro país podrían, si se hiciera abstracción de la cuestión religiosa, gobernar con las mismas fórmulas, porque sus ideas no los separan más en este punto.

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CAPITULO XVI

La política.

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ACIENDO estudiado ya la composición de las agrupaciones políticas que en el Ecuador se disputan el poder y las distintas orientaciones y tendencias, que a falta de un credo concreto y definido, las dividen entre sí; veremos ahora la forma y los procedimientos que emplean en la lucha tan tenaz como porfiada que desde la independencia ha marcado la revolución

de la nacionalidad.

No preparados nuestros pueblos para el ejercicio de la de-mocracia ni educados en prácticas políticas, que no se adquieren como decía Bolívar, bajo gobiernos tiránicos; tomaron sin embargo la forma democrática, más que por tendencias naturales y por conformarse con su psicología especial y habitual modo de ser, por el ideologismo de los directores del movimiento insurreccional que nos dio libertad y que les hizo adoptar una forma de gobierno que las necesidades del momento hicieron posible y casi necesaria. La creación de la América republicana no sólo obedeció a una reacción local, sino que tuvo una trascendencia mayor en la vida de la humanidad, puesto que aparecía como una fuerza opuesta a las tendencias monárquicas absolutistas que entonces predominaban en Europa y así del uno al otro lado del océano los ele-mentos liberales la impusieron como una fuerza opuesta a aquella otra tendencia.

Nuestro país siguió el ejemplo de sus hermanas del norte y se desligó de la Gran Colombia, entregándose en manos del despotismo militar que le había dado independencia, pero que dentro del régimen republicano que adoptó, le dio muy escasa libertad y muy poca moralidad política. Este vicio original, con todas sus consecuencias es el que hemos venido padeciendo y el pecado que aún purgamos de gobiernos despóticos que engendran revoluciones demagógicas. Acostumbramos

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desde nuestro nacimiento al empleo de los medios de fuerza y violencia en la vida pública; el abuso y la violación de la ley, la falta de respeto a los derechos del ciudadano, el cumplimiento de los deberes más triviales por parte de todos, ilegitimidad en el origen de los gobiernos, han roto los vínculos que deben unir a gobernantes y gobernados y el estado no ha sido entre nosotros otra cosa que una afición impuesta al país por la fuerza y que sólo se hacía sentir en forma de exacciones odiosas y de extorsiones violentas.

Nada tiene de extraño que, como consecuencia natural, fueran las revoluciones el desahogadero de las iras de los vejados y opri-midos y la bandera tras de la cual se cobijaran todas las ambiciones no satisfechas y todos los ímpetus mal reprimidos.

El estudio de nuestra historia nos ha demostiado cómo en diversos períodos de aquella lucha política no se ha entablado entre clases o castas ni entre regiones diversas que tendieran a dominar la una a la otra por motivos de origen étnico o económico, sino entre grupos de distintas nacionalidades al comienzo y en diversas ideas religiosas más tarde. La alternabilidad de los grupos políticos necesaria en la vida de las naciones democráticas, no ha podido hacerse de un modo pacífico, porque ni los que gobernaban tenían la tolerancia suficiente para dejar que los ciudadanos ejercieran libremente sus derechos, ni éstos tuvieron nunca conciencia exacta de ellos, ni la firmeza y la ecuanimidad sufi-ciente para reclamarlos de un modo pacífico pero enérgico y sólo halla-ron en el tumulto y la rebeldía la manera pronta y eficaz de adquirirlos o recuperarlos. La libertad de sufragio, sólo ha sido un derecho escrito y consignado en las muchas constituciones que el país se ha dado, una por lo general después de cada revolución, pero nunca o con muy escasas excepciones un hecho real y tangible que haya hecho sentir su saludable influencia en la vida pública del país. Aún hoy, después de casi un siglo de vida independiente, continuamos lo mismo y de aquí uno de los males fundamentales de nuestra política que día a día se ha ido agravando, merced a la cronicidad del mismo padecimiento.

En efecto; si al comienzo esta libertad estuvo restringida pa-ra sólo un determinado núcleo de ciudadanos procurándose por este medio que los electores fueran sólo la parte más consciente e ilustrada del país, le fue entregado aunque de un modo ilusorio este poder discre-cional, cuando aquél no había adquirido el desarrollo cultural y sólo ha

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quedado en manos de los gobiernos para que a su amparo se cometan fraudes y abusos, que han llevado el excepticismo y la desconfianza en los procedimientos, al ánimo de los ciudadanos. Los pacíficos no hacen uso de él por temor de verse atropellados: los instruidos porque saben que su número es menor que el de los analfabetos; éstos porque ignoran lo que con la política se relaciona y sólo saben que las elecciones son una ocasión para que se les veje y oprima: únicamente la matonería trashumante de las villas y ciudades, dispuesta a vender su conciencia y su fuerza muscular al mejor postor es la que elige los candidatos que el gobierno o alguna facción oposicionista desea ver en los cargos públicos. Y si no por este procedimiento, hasta hace pocos años se ha elegido por otro más expeditivo que con zumbona ironía describe así el viajero francés Delebecq: "cuando se quiere elegir un diputado o un concejero municipal, una compañía de soldados desfila por delante de la mesa elec-toral y va depositando en el ánfora sus votos; la misma tropa repite igual operación hasta que se complete el número de votos suficientes para sacar triunfante al candidato escogido. Si algunos ciudadanos tratan de oponerse a esta manera de proceder, unos cuantos tiros de fusil o unos cuantos garrotazos los vuelven más a realidad de las cosas". "Los hechos han cambiado un poco en los últimos años y por pudor político, aunque no conste en la ley, el ejército ha cesado de votar; pero en cambio turbas armadas de garrotes y de revólveres y reclutadas entre la baja clase social monopolizan el libre ejercicio de la suprema garantía ciudadana.

No es en estas páginas donde voy a exponer los mil abusos y

las mil incorrecciones que se cometen, sólo hago mención de ellas para señalar que, falseada la base del sistema democrático representativo, no queda a las facciones en lucha otro recurso que los medios de fuerza, para turnarse en el poder; por ende, he aquí una de las principales causas de nuestras frecuentes revoluciones. La otra se desprende del mismo hecho de que, dándose participación al ejército en la política, éste es una fuerza que decide la suerte de los gobiernos. Así, sea que el jefe del Estado sea un militar o un civil, que el gobierno sea conservador o liberal, el régimen es siempre militarista por el hecho de que sólo domina debido al apoyo del ejército y que faltándole éste, cae inevitablemente del poder. No apoyándose los partidos, o mejor dicho los políticos de los bandos contendores, en masas populares, densas y conscientes tienen que apelar irremediablemente a este apoyo extraño para mantenerse en el mando. Con muy justa razón ha dicho un escritor nacional que mientras unos se apoyan en el cura y en el gen-

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302 PSICOLOGÍA Y SOCIOLOGÍA darme, los otros se apoyan en el gendarme y el montonero. La única diferencia de un gobierno a otro consiste en la mayor o menor toleran- cía que se tenga para los abusos que la soldadesca cometa contra la ,población civil, pero por lo demás, todos halagan al soldado, procurando que el presupuesto mejor cubierto sea el del ejército que absorbe la | cuarta parte de las rentas nacionales y que, a pesar de las leyes de pie de | fuerza que se dictan, es casi siempre superior a lo que realmente necesi ta la nación para su seguridad y defensa. Decir cuántos trastornos polític9s y sociales engendra este predominio del militarismo, sería tarea larga y dos jóvenes escritores nacionales, el doctor Leónidas García y don Daniel Hidalgo, los han estudiado bien en sus sendos y magníficamente escritos opúsculos.

De paso hemos mencionado un tercer vicio de nuestra po-lítica y es la falta de acatamiento a la ley y la facilidad de su incumpli-miento, la frecuencia con que es violada por los mismos encargados de hacerla guardar y cumplir. En estricta verdad, podemos decir que, acaso no haya mandatario que se haya ceñido estictamente a ella y que en alguna ocasión no haya buscado algún subterfugio para orillarla, alguna puerta de escape para no cumplirla.

Todo individuo erigido en autoridad, parece como que se creyera por encima de la ley y exceptuado de su cumplimiento, sin perjuicio de aplicarla con dureza a los que están bajo su férula. En con-secuencia, los gobernados no miran en el Estado sino una fuerza despó-tica, siempre dispuesta a coartar sus derechos y la autoridad no se traduce para el pueblo, sobre todo para, las clases inferiores, sino en forma de abusos y exacciones cometidas por el juez, por el policía, por el Teniente Político, por el militar y hasta por los concejos municipales.

La levadura de fermento y odio que hace prosperar a las re-voluciones y empuja el populacho de las ciudades y las campiñas tras de cualquier bandera, empuñada por un caudillejo, se debe buscar en la incomprensión de los políticos de clase elevada de la psicología especial del pueblo que gobiernan, en su negligencia para poner remedio a sus necesidades y en su tolerancia para los abusos de los caciques pue-blerinos y de las autoridades inferiores. Faltando todo freno al poder, esto sólo se ve coartado por disposiciones legales cuyo cumplimiento trata de evadir, siempre que lo juzgue conveniente y no es raro sin embargo que los políticos y mandatarios declaren que en un país de disco-

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los, las leyes son insuficientes para gobernarlos. Los que así hablan ol-vidan la Historia y no recuerdan que más de una vez bajo el imperio de tiranías que no se ciñeron nunca a las leyes, no fue la nación mejor gober-nada ni anduvo más de prisa en el camino del progreso.

Los cuerpos elegibles, el congreso y las municipalidades no son en suma más que una prolongación del poder central, puesto que son elegidos por inspiración suya y bajo sus auspicios y sólo por rara casualidad o tolerancia, que más de una vez se debe a una estratagema política, se deja asistir a ellos algunos hombres que no participan de las ideas del gobierno. Estas minorías no pueden hacer más que una labor de oposición infecunda en sí misma, pero cuando la opinión pública las apoya, el poder de éstas suele ser bastante para intimidar a los gobiernos que en tales casos ven coartados sus planes, más de una vez, ruinosos para la vida nacional, como que no son inspirados sino en un interés personalista.

La falta de probidad gubernativa y desinterés personal hace sospechoso cualquier plan económico salido de los hombres de gobierno y las oposiciones explotan muchas veces con evidente mala fe, esta desconfianza, obstaculizando en ocasiones intenciones de los gobernantes ineludiblemente honradas y progresistas.

Este mal que viene desde los comienzos de la República y es de recordar la caída del ministro Tamariz en la época del Presidente Rocafuerte por haber tratado de reprimir el agio y encauzar el desorden que reinaba en la Hacienda Pública, mal crónico de nuestra adminis-tración.

A estos vicios capitales y a11" por encima de ellos, debe unirse la falta de un ideal elevado y una visión de conjunto que carac-teriza a nuestros hombres públicos y que, dejando a un lado los dogmas y los prejuicios de las banderías políticas, tratará de imprimir a la nación un rumbo definido, de acuerdo con su pasado histórico y con sus necesidades actuales y futuras.

Acaso sólo dos gobernantes que hemos tenido se han dado cuenta exacta de ellas y con visión clara, aunque no serena y quizás ofuscados siempre por el espíritu partidario, han podido imprimir, aunque con distintas tendencias, un impulso firme y decidido en el cami-

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no de la civilización y del progreso y dotarnos de leyes e instrucciones que aún subsisten; Rocafuerte y García Moreno son en nuestra histo-ria política espíritus cuya alta comprensión de las realidades de la vida nacional, no han sido igualadas por otro mandatario; las reformas po-líticas y las obras públicas que en otros períodos de gobierno se hayan podido llevar a cabo han sido en verdad inspiradas más bien por los hombres que rodeaban a los gobernantes y que éstos acogían instinti-vamente y hacían suyas sin comprender en realidad el verdadero alcance y trascendencia de ellas. Esta carencia de ideales no sólo en lo político, sino en lo económico, en lo administrativo y en las relaciones exteriores con los demás pueblos, además de habernos hecho cometer la mayor parte de los errores de nuestra vida pública; hace que con frecuencia se dicten leyes inadecuadas al temperamento nacional, y que la mediocridad impere en todo porque; no siendo necesario, para desa-rrollar planes de gobierno concebidos sin talento ni elevación de miras, el concurso de los hombres más ilustrados, se echa mano de los elementos que, por su menor valer, se prestan mejor a satisfacer las exigen-cias de los gobernantes. Además, su mentalidad está más cerca de la del pueblo y se hallan por consiguiente más en contacto con las realidades vulgares del momento, y de aquí que los organismos rampantes de la política que los hombres dúctiles y maleables, sean los que mejor pro-vecho saquen de ella. Aunque haya derecho para acusarla de falta de patriotismo, la parte ilustrada del país rehusa 'más de una vez ocupar los cargos públicos para no tener que apelar a los medios que se consideran indignos y en desacuerdo con su manera de sentir y de ver las cosas.

La lucha de ideas, por otra parte, ha cesado en realidad; pues las de los últimos diez años sólo han sido personalistas y pueden considerarse como una recrudescencia del caudillaje militar no desapa-recido ni vencido aún. Las revoluciones se han hecho bajo pretexto de especiosos, para cubrir las apariencias, a veces con razonamientos pueri-les que dejaban ver la sinrazón de los que los llevan a cabo y sería cu-rioso releer con criterio imparcial y sereno los manifiestos que han lan-zado los jefes revolucionarios y que hoy, después que el tiempo que ha venido a deshacer muchas ilusiones y a destruir muchos prejuicios, harían sonreir al espíritu desapasionado que hiciera tal lectura. Las reacciones violentas que a tales revoluciones han seguido, no han sido sino consecuencia natural de la injusticia con que fueron hechas y un moví-miento de defensa más bien social que político, para terminar los perío-dos de corrupción y de desorden a que han dado lugar. No sabríamos

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decir si el militarismo con ello está cavando su propia tumba porque en un país donde la opinión pública tiene tan escasa fuerza como en el nuestro, los cadáveres políticos son un mito y después de un tiempo de letargo parece que resucitaran libres de las culpas que cometieron. Los pueblos parecen faltos de memoria y que no aprovechan las lecciones de la experiencia en cuanto al conocimiento de los hombres y a la apreciación de sus virtudes. Esta falta de sanción en lo social como en lo político se debe a dos causas: primero a cobardía moral, pues hay horror a echarse encima enemistades peligrosas y así en un pueblo de carácter endeble es el bravucón que triunfa y se impone, cualesquiera que sean sus faltas; y segundo al culto de los hombres, verdaderos ídolos del foro, como ha dicho el escritor colombiano Carlos Arturo Torres y que es una de las características huellas dejadas desde la independencia por la intransigencia partidista. Esto hace que no se diferencie entre sí al mandatario probo y honrado del dilapidador y concusionario, siempre que éste sepa halagar los instintos populares y hacerse dueño de la fuerza armada, suprema autoridad que concede el poder con una guardia pretoriana en tiempo de la decadencia del imperio de los Césares. Por eso son posibles aún en nuestro país las tiranías encabezadas por un personaje militar, pues aunque la última que hemos padecido haya tenido un fin dolorosamente trágico, no puede decirse que la situación social del país haya vuelto imposible tales gobiernos.

La intransigencia y la intolerancia originadas en luchas en que el sectarismo político se ha unido al fanatismo religioso, ha dejado un sedimento de odio y de violencia que ha hecho más enconada aún la lucha, hasta ahora en nuestros días que ya no se ha combatido por ideas o principios doctrinarios sino por intereses personalistas. Mas los excesos de esta misma violencia han llegado a impresionar hasta cierto punto a la mayoría de la nación y este disgusto y esta repulsión por tales medios puede ser un principio de curación de nuestro tétano político y un comienzo de regeneración en nuestros métodos de gobierno.

A tan vicioso sistema político tienen que corresponder for-mas de administración más viciadas aún y que originan y engendran a su vez mayores daños para el progreso de la nación. Los gobernantes tienden a rodearse de personas de su confianza que les sean adictas par-ticularmente y de aquí el nepotismo y la oligarquía y la tolerancia para los abusos de los empleados inferiores, para los cuales se cierra los ojos por miedo de perder un partidario que apoye incondicionalmente los

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actos del Jefe de gobierno y sus Ministros.

La distribución de los empleos públicos se hace siguiendo el criterio de que es preciso contentar a los amigos y partidarios del Jefe del Estado sin consultar las aptitudes que éstos tengan para desempeñarlo y los cargos públicos antes son considerados como prebendas o sinecuras y como un premio a la adhesión del agraciado con ella. Principalmente los que tienen que manejar rentas públicas buscan hacer su provecho personal administrándolas sin probidad con perjuicio del erario público. La sanción de los tribunales encargados de revisar las cuentas se hace lenta y tardíamente haciendo nula su acción que debería ser pronta y eficaz. Demás está decir lo que con esto padecen los servicios públicos y de cómo la falta de administración trae consigo la desorganización general y muchos tropiezos y dificultades en la vida ordinaria.

Tal es a grandes rasgos la manera general como operan las facciones políticas y si bien en éstas hay hombres probos y honrados que desearían ver cambiado el rumbo de los acontecimientos y encauzados los procedimientos por otra vía, siendo su número escaso, se ven arrollados por la mayoría y al fin tienen que abstenerse de tomar parte en la lucha desengañados ante la impotencia de sus esfuerzos.

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CAPITULO XVII

El problema económico

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SI como la vida de los individuos las faltas que se cometen durante ella van acumulándose hasta el extremo de ocasionar situaciones difíciles e insostenibles a los que la cometen; así si

se ha sido vicioso y corrompido puede llegarse a la degeneración; si se ha sido derrochador puede ocasionar la ruina; del mismo modo los errores de los pueblos se acumulan hasta provocar crisis y trastornos cuando su imprevisión o inexperiencia los conduce a análogas situaciones. Tal puede decirse de la situación económica del Ecuador, que, aunque no ruinosa y desesperada, se halla hoy en un estado de estancamiento que dificulta en unión de otras causas, el rápido desarrollo de la nación. Cuando nos erigimos en estado independiente nuestro desarrollo material era muy escaso y las rentas del país, de suyo pobres y menguadas se hallaban pignoradas en su mayor parte y en poder de agiotistas que especulaban con la penuria del tesoro público. La primera administración nada hizo por remediar este estado de cosas y los esfuerzos del presidente Rocafuerte se estrellaron ante la influencia de tales vampiros que vivían a expensas de la nación. Vicios heredados de la colonia hacían que la administración fuera sumamente defectuosa y la falta de probidad, que por lo demás desgraciadamente en toda época ha existido en el manejo de los fondos públicos, era escandalosa en aquellos tiempos. El estado que apenas podía atender a su subsistencia tuvo que tomar a su cargo parte de la deuda de la Gran Colombia y heredó así una carga que le ha sido sumamente onerosa y le ha ocasionado en todo tiempo dificultades y controversias. Sea por la escasez de rentas, sea por las continuas guerras civiles, sea por la incapacidad de los gobernantes, éstos dieron poca importancia a los caminos y vías de comunicación, principal manera de facilitar el desarrollo del comercio en los pueblos. Fue en la época del presidente García Moreno cuando se constituyeron e iniciaron las me-joras que hasta hoy tenemos y con posterioridad los demás gobernantes cual menos trabajó en este sentido.

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Aunque cometiendo errores en la forma de la contratación de los ferrocarriles que han estorbado que se obtenga de ellos todo el provecho que sería de esperarse, ha tocado a las últimas administraciones el honor de iniciar o terminar en el país una serie de vías férreas, que aunque han demandado y siguen aún demandando ingentes sacrificios de parte de la nación, harán comunicar importantes centros de producción y de actividad comercial y darán vida a extensas y feraces regiones hoy incultas y despobladas. El principal de ellos que va desde Quito hasta Guayaquil ha sido hasta ahora el más costoso, aunque, indudablemente, el más importante, porque pone en comunicación directa la Capital de la República y la meseta central interandina con el puerto principal del país. Su construcción se halla sin embargo íntimamente ligada a la economía y a las finanzas nacionales, no solamente por \a relación natural y directa que existe entre ellas y las vías de comunicación sino también porque el crédito del estado se halla empeñado por consecuencia de él. En efecto, la deuda externa proveniente en su mayor parte de lo que nos tocó pagar de la deuda de la Gran Colombia no había podido ser cancelada, pero ni aun siquiera el Estado pudo atender cumplidamente el pago de los servicios de intereses y amortización, en diversas épocas se hicieron arreglos con los tenedores ds bonos para efectuar dicho pago; pero la vida irregular de la nación cuya hacienda pública ha tenido una existencia más precaria y aun en las condiciones honrosas en que dichos arreglos fueron pactados, impidieron al tesoro cumplir sus compromisos habiéndose suspendido el servicio de los bonos en 1.894. En estas condiciones y tratándose de construir el ferrocarril de Guayaquil a Quito se hizo necesario recurrir al crédito exterior dificultándose toda operación por causa de la suspensión del pago antedicho. Entonces se llevó a cabo una nueva conversión de la deuda canjeándose bonos de ésta por bonos del ferrocarril y pasando de los acreedores del estado a ser acreedores por concepto de esta obra pública la cual se les daba como garantía en hipoteca. Se esperaba cuando la obra fue contratada que el producto del tráfico cubriría no solamente el gasto del mantenimiento y servicio del ferrocarril sino que también alcanzaría para pagar los intereses y la amortización de los bonos y así se pactó y convino.

Pero por desgracia han surgido dificultades interminables y aun no terminadas entre el gobierno y la compañía constructora; el primero exige una revisión de la contabilidad de la Compañía conforme los contratos, alegando que el producto del tráfico es suficiente para pa-gar los servicios referidos; y la segunda se niega haciendo constar en

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sus libros de contabilidad partidas que el gobierno considera como ile-gales, con el objeto de cubrir el saldo y evitar así el cumplir con su com-promiso aumentando al mismo tiempo las ganancias de sus accionistas. El Gobierno ha suspendido el pago de los intereses de los bonos, pero sus tenedores alegan que nada tienen que ver con la compañía constructora ni con las diferencias que ésta tenga con el gobierno y que es éste el responsable en todo caso de los intereses de dicha deuda. Ha surgido aquí un conflicto económico que gira dentro de un círculo vicioso, pero que en todo caso constituye un escollo para la buena marcha económica del país porque los tenedores de bonos hacen una propaganda de descrédito contra el estado y le impiden contratar empréstitos en el extranjero para llevar a cabo otras obras públicas que impulsando el desarrollo del País permitirían a éste, al mismo tiempo que aumentar su riqueza y su producción, sus rentas, merced a la cual podría hacer honor a sus compromisos con más regularidad que a lo que hasta aquí lo ha hecho. Sea por la situación geográfica del país, sea a causa del clima, de la ignorancia que acerca de él existe en el extranjero y de su agitada vida política, el capital de afuera no ha acudido tampoco bajo formas de empresas particulares, de las cuales sólo existen un pequeño número y por tanto el incremento de él, sólo se debe en su mayor parte al esfuerzo nacional.

En otros países de la América, aun de algunos que han te-nido una vida política análoga a la nuestra, este contingente ha venido sin embargo pese a todos los inconvenientes, y debido a él, muchos de los problemas nacionales se han resuelto fácilmente. Los países de la América central a los septentrionales de la del sur han sido menos favo-recidos y eso que su riqueza no desmerece la de los otros. Quizá deba buscarse la causa de esto en que los países más ricos y emprendedores Inglaterra, Francia, Alemania, Bélgica tienen en Asia y África tierras tan feraces de suelo, clima y producciones como las nuestras y prefieren desarrollar en ellas empresas agrícolas e industriales para obtener, talvez en mejores condiciones, productos semejantes a los que nuestro suelo podría suministrar. Las colonias Inglesas de Trinidad y de la India, las Portuguesas de Guinea, las Belgas y Francesas del Congo y las Holandesas de Java son en efecto nuestras competidoras en los mercados europeos.

Con el apoyo del capital extranjero otros países de más vi-talidad que la nuestra no hubieran podido progresar con la rapidez con

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que lo han hecho, ni explotar sus minas ni construir sus obras públicas. Pero ha surgido otra dificultad que retardará por mucho tiempo más linmigración de capitales y ésta es la causada por la tremenda guerra eu-| ropea que hoy conmueve al mundo entero. Prevén los financistas que a consecuencia de ella quedarán económicamente agotados los países más ricos de Europa, actualmente empeñados en la contienda y que ne- ' cesitarán emplear todas sus energías para restaurar sus industrias y su comercia, empleando en su propio territorio el dinero que antes se in vertía en empresas en el extranjero. Más aun en los Estados Unidos, que se han aprovechado de la guerra para incrementar sus industrias y efectuar enormes ganancias, que antes eran tributarios del dinero euro peo, se están convirtiendo al contrario en prestamistas puesto que ya varios empréstitos se han lanzado en estos países y por consiguiente sus banqueros encontrando más seguro sus capitales en Europa preferirán esto último a colocarlos en los países hispano - americanos que ellos t consideran como convulsivos. Además de esto el interés del dinero su birá debido a la mayor demanda de los capitales y sólo las empresas muy lucrativas atraerán la atención de los especuladores. Bien es verdad que muchos economistas creen que la inversión de capitales extranjeros no solamente merma la soberanía del país imponiéndole el tutelaje de una plutocracia extraña, sino que también constituye más tarde una pérdida constante de recursos para el país porque le impone una contri bución anual y una emigración de dinero por causa de los dividendos e intereses correspondientes al capital invertido que es necesario pagar luego. Esto, no obstante el ejemplo de la Argentina y Chile nos muestra que si los hombres dirigentes de una nación se inspiran en los dictados de la cordura y el patriotismo para guiarlo y si el pueblo corresponde a la conducta de sus gobernantes, la riqueza del país, no sufre merma sino I que al contrario aumenta cada día y que la soberanía nacional podría conservarse incólume a pesar de las influencias del capitalismo extranje ro. Verdad es que un ejemplo contrario nos lo dan también los países de la América central en donde vemos realizarse enteramente el primer enunciado.

La escasa experiencia que el Ecuador puede tener acerca de este problema financiero no le es favorable; por las causas anotadas más arriba ya hemos visto de cómo se ha hallado siempre en dificultades con sus acreedores extranjeros, y con las compañías empresarias de sus obras públicas; y por lo que hace a las empresas particulares, éstas gene-ralmente gustan de vivir al margen de la ley atrepellando los derechos de los nacionales, demandando privilegios exorbitantes, a cambio de

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concesiones ilusorias y concitándose al odio y el encono de los poblado-res. El capital extranjero que honradamente ha venido a trabajar al país ha sufrido, justo es confesarlo, los naturales quebrantos que la agitada vida política de éste haya podido causarle; pero nunca se ha dado el caso de que propiedades extranjeras hayan sido robadas o saqueadas ni de que una empresa haya fracasado por causa directa de la revolución. Se ve pues que si el país entrara en una era de paz bastante larga para borrar desconfianzas y hubiera honradez, seriedad y sinceridad en el Gobierno, se realizaría el mismo éxodo que en otros países y esto sería una gran ventaja para el nuestro. Mas por desgracia aún parece que esta condición está lejos de llegarse a cumplir y que a pesar de las esperanzas que se fincaron en la apertura del Canal de Panamá no se realizarán tan pronto las previsiones de algunos escritores que creían que esto traería un gran aflujo de negocios y de emigración al país. En el nuestro, como en casi todos los de América, los caminos y ferrocarriles tienen gran importancia en la economía nacional, por las largas distancias que hay que recorrer y los obstáculos que se está obligado a vencer; además de la que tienen por sí mismos a causa del desarrollo que imprimen a las regiones que atraviesan. En el Ecuador éstas son casi siempre feraces y no existen esos grandes desiertos, áridos desprovistos de población, pues las comarcas no pobladas de la República son al contrario las más fértiles no hubiéndolo sido hasta ahora precisamente a causa de su vegetación bravia y exuberante de selva tropical y por el alejamiento en que se hallan de los centros poblados.

Por eso hemos hablado de ellos en primer lugar y por eso insistiremos en el mismo tema más adelante. Los demás ferrocarriles en construcción o en estudio están llamados así mismo a desarrollar grandemente el comercio y la agricultura el día que estuvieren termina-dos; pero por desgracia su elevado costo no está en relación con los fon-dos destinados para construirlos y como por las razones anotadas tiene que serlo sólo por el capital nacional, su progreso es muy lento y van ejecutándose poco a poco. Los espíritus previsores creen que lo racional y conveniente sería dedicar todos los fondos de que dispone la nación a ejecutar uno solo, eligiendo el que se creyera de necesidad más urgente y de rendimiento económico inmediato, pero por desgracia el receloso provincialismo pone el grito en el cielo porque como cada cual se ejecuta con fondos regionales y cada comarca cree ver en el ferrocarril que la atraviese su salvación económica, se grita y se protesta si se distrae un solo centavo de los fondos destinados para estudio y mucho

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más gritara y protestara si una medida tan radical fuera puesta en prác-tica. Se necesitaría un gobierno dotado de energía y firmeza para llevar a cabo esta medida que acaso ocasionaría mucho alboroto que causaría muchas desilusiones momentáneas, pero que permitiría terminar más rápidamente uno a otro todos los ferrocarriles empezados. Por otra parte: ¿a cuál dar preferencia? Cada cual haría ver las razones por las cuales está convencido que mejor es el suyo y no habría manera de sacar a los^pueblos de tal convencimiento.

El Ecuador necesita además de sus ferrocarriles, prestar más atención a la construcción de carreteras y puentes así como los de caminos secundarios; actualmente se pagan muchas contribuciones destinadas a la construcción de algunos de éstos pero como sucede con la mayor parte de los impuestos que se pagan para obras públicas, el gobierno dispone de ellos para dedicarlos a gastos generales de la admi-nistración y por otra parte la mayoría dan una renta insuficiente por año para efectuar la obra con la rapidez necesaria porque en el país es muy curiosa la manera como se arbitran los fondos necesarios para una obra pública; generalmente se impone una contribución sobre los productos de la región que va a ser beneficiada con la obra pública en proyectos y a veces sobre los de alguna otra que ningún beneficio sacará de ella, recaudada la contribución el fisco como ya hemos dicho, casi siempre en apuros de dinero, la distrae y los contribuyentes pasan muchos años sin que vean realizada la mejora que esperaban y que algunas veces es de suma urgencia. Así se han proyectado y pagado contribuciones para obras de irrigación, ferrocarriles, puentes, caminos, canalización de ríos, saneamiento de ciudades, hospitales, mercados, edificios de colegios y escuelas, sin que tales obras, se hayan ejecutado. Pero el presupuesto del estado que ha llegado a ascender a 21 millones, por efecto de la época anormal que atraviesa el mundo entero en los instantes en que escribimos ha descendido hasta 17; sin embargo como a pesar de todo no es posible negar el lento progreso que se efectúa y la obra de los pioneros de la agricultura que en la costa van día a día ganando sobre la selva inculta terrenos de cultivo y cambiando los que antes eran bosques cerrados en fincas cultivadas y aumentando por consiguiente la producción agrícola; la economía nacional va sintiendo el influjo de este aumento y mejorándose visiblemente el estado financiero del país, a pesar de las crisis momentáneas. Porque es la agricultura y esto ya se ha dicho y repetido en todos los tonos, la fuente principal de nuestra vida económica. En efecto, para que en un país se desarro-

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lie la industria es necesario dos cosas: primero la baratura y facilidad de consecución de las materias primas y en segundo lugar la facilidad de comunicación, que permita tanto transportar éstas cuanto los productos manufacturados. Ahora bien, ya hemos visto que aparte del ferrocarril de Guayaquil a Quito apenas si el Ecuador tiene comenzado algunos kilómetros de otros ferrocarriles secundarios y en cuanto a carreteras y caminos está aún por iniciarse la verdadera era de su construcción, pues aparte de la que atraviesa la meseta central, paralelamente al ferrocarril, no hay otra en el Ecuador que merezca tal nombre y los caminos son malos senderos, muchas veces intransitables en ciertas épocas del año. La exportación de ciertas materias primas, tales como el carbón, están ligadas a la construcción de los ferrocarriles porque merced a ello podría transportarse económicamente la maquinaria necesaria para dicha explotación y a su vez transportarse los productos hasta los lugares donde fuera necesario su consumo; así se desarrollaría la minería y por consiguiente las industrias derivadas de ellas. Añádase que los productos mineros están casi todos situados en el callejón interandino y que hay que salvar los obstáculos de las cordilleras para transportarlos a la costa para su exportación al extranjero. Se comprenderá la dificultad que existe para el desarrollo de ésta y de otras industrias pues sería necesario que se tratara de minerales tan ricos como los de México y Bolivia para que pudieran ser explotados y su explotación dar el producto bastante para pagar los gastos de transporte. Así el porvenir industrial del país ligado al porvenir ferrocarrilero está según toda probabilidad bastante lejano y dependerá de los esfuerzos que se hagan para llevar a cabo los caminos de hierro que se tiene en proyecto. En cambio su rica región agrícola de la costa cercana al mar y apta para muchas clases de cultivos será la mejor fuente de riqueza que sostenga y anime la vida comercial del país. El principal producto es hasta hoy el cacao del cual en 1.914 el Ecuador produjo 250.000 quintales o sean 43 millones 300.900 kilos que representan la tercera parte de la producción mundial. Desgraciadamente alrededor de este producto cuyos derechos de exportación constituyen unas de las más fuertes y seguras entradas de las arcas fiscales y que aporta al país cerca de 25.000.000 de sucres, hay diversas controversias acerca de su porvenir y hay mucho que decir sobre su cultivo. En primer lugar el Ecuador tiene muchos rivales, que si bien todos no producen ni la calidad ni la cantidad de cacao que él, sin embargo le hacen competencia en los mercados extranjeros; hasta hoy el principal consumidor había sido Alemania, siguiéndole de cerca EE. UU e Inglaterra, pero la guerra mundial

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ha trastornado y cambiado los mercados y el principal centro de comercio no es Hamburgo como hasta ayer, sino Nueva York. Inglaterra como consecuencia de la guerra mundial es posible que cambie de sistema volviéndose proteccionista y que prefiera consumir el cacao de sus colo-nias o de las de sus aliados al de los países neutrales con quienes no tenga una alianza comercial; de este modo el Ecuador no tendrá ya la libertad de oferta que tenía antes y se verá obligado a aceptar los precios que rijan en Hamburgo o New York, que en el futuro serán sus principales mercados. Estas previsiones pueden salir fallidas porque Inglaterra, para hacer competencia a sus contrarias puede necesitar acaparar mayor cantidad del producto que se dé en sus colonias y se vea obligada a comprar el de los países neutrales. Pero aun queda otro peligro: las tierras donde el cacao puede ser cultivado tanto en América como en Asia y África son extensísimas y podría suceder que sus plantaciones hechas en las colonias europeas de esos continentes, sumadas a la producción americana, dieran una cantidad de cacao mayor que el consumo mundial. Sin embargo hasta hoy la relación entre el aumento de la producción y la del consumo se mantiene constante y los optimistas creen que no se dará el caso de una baja por exceso de producción, análoga a la que otros productos tropicales han experimentado. Nada puede preverse de una manera exacta acerca de este punto porque efl realidad depende de los gustos del público y hasta de los bebés que consuman más o menos cantidades de bombones. Y he aquí de qué modo un grave problema económico está pendiente de la golosinería de los niños. Lo que desgraciadamente es cierto es que la rutina de nuestros cultivadores no quiere introducir en éste, como en ningún otro cultivo, métodos y sistemas nuevos de agricultura y que debido a ello la calidad de nuestro grano desmejora día a día por agotamiento del suelo.

Pero éste, fertilizado continuamente por el aporte de terrenos cargados de humus, que según Wolf le traen constantemente los aluviones que bajan de la Cordillera, es capaz para producir muchos otros frutos que pueden ser objeto de un gran comercio o ser utilizados en la industria como materias primas. El cocotero puede darse en grandes extensiones y es sabido el valor que hoy tiene esta nuez, sea consumida directamente, sea para extraer de ella el aceite que contiene. Las frutas tropicales pueden ser exportadas asimismo al estado natural o en conserva, en cantidades inmensas. Un cultivo racional del algodón, de la cabuya del kapok o lana de ceibo, puede volver productivas regiones que hoy quedan yermas y estériles, como las costas de las provin-

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cias de Manabí y el Guayas, donde además existen yacimientos de pe-tróleo, al borde del mismo mar y que apenas se explotan. Por último, el café, el caucho, la zarzaparrilla y la quina, las maderas de todas clases, pueden ser exportadas en condiciones ventajosas. Desgraciadamente el comercio tiene dos trabas que impiden su libre desarrollos la primera, la carestía de los fletes que la compañía de vapores imponen debido a la falta de concurrencia por una parte, a la mala calidad de los puertos por otra y a las cuarentenas que imponen a las naves procedentes del Ecuador y principalmente de Guayaquil, por causa del mal estado sanitario; luego las leyes de aduana que recargan la tributación de los frutos exportados, gravando no sólo la tierra, sino también la producción; de tal modo que nuestra legislación rentística y aduanera no se atiene a un criterio económico determinado, siendo al mismo tiempo proteccionista y libre - cambista, con tal de que el Estado saque el mayor producto de los impuestos fiscales, gravándose por consiguiente las mercancías con el máximum de las cargas que pueden soportar. Además la agricultura de la Costa, puede todavía aumentar su producción, ya por la introducción de métodos racionales de cultivo, ya por el de otros nuevos tales como el del lúpulo, la morera, el olivo, la vid, de los cuales se han hecho ensayos muy favorables.

La ganadería tiene un gran porvenir, tanto en la Sierra como en la Costa, y hoy mismo empieza la primera a exportar productos derivados de la cría de ganado vacuno. Las crías ovina y porcina tienen así mismo un gran porvenir, pues apenas si hoy se crían en escala tan re-ducida que no alcanzan para el consumo del país. Por último la pesca podría dar muchos mayores rendimientos y esto hablando solamente de la de la Costa firme, pues la colonización de las Islas Galápagos, que pre-supondría la creación de una marina mercante a vapor, aumentaría la riqueza del país, por las ventajas que presta la situación en la ruta de los buques que van de Australia y el Extremo Oriente a Europa por el Canal de Panamá.

Es una anomalía sólo explicable por el empirismo con que se manejan las finanzas públicas y por el ningún interés que los hombres dirigentes, con escasas excepciones, han puesto en el desenvolvimiento de la riqueza pública, que el Ecuador siga siendo uno de los países más pobres de América cuando su diversidad de climas y producción lo ponen en condiciones no sólo de llenar por sí mismo sus necesidades, sino también de abastecer con su producción a muchos otros pueblos de

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América y Europa.

El presupuesto de la nación era hasta 1.913 de 21 millones de sucres; pero por causa de la disminución de las importaciones durante la guerra europea y la discordia civil del país ha disminuido a 16 millones, siendo las entradas iguales a las salidas. La importación es de más o menos 28 millones y la exportación alrededor de 30, siendo la masa total del comercio de 60 millones más o menos.

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CAPITULO XVIII

El problema sanitario

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N todo tiempo la salud pública ha sido considerada como una de las condiciones más necesarias para que un pueblo pueda desarrollarse y aumentar su riqueza y su población; pero

ninguna época como la nuestra le ha concedido tanta importancia, sobre todo desde que los progresos de la higiene han demostrado que era posible mejorar las condiciones de salubridad de regiones consideradas como inhabitables y que podía conseguirse disminuir la mortalidad de un pueblo, suprimiendo o haciendo decrecer las enfermedades infecto-contagiosas. En los países situados en la zona ecuatorial y entre los trópicos, donde causas de origen climatérico y telúrico hacen posible el desarrollo más rápido de estas enfermedades y donde estas mismas causas, obrando sobre la economía le imponen una actividad mayor para su conservación y defensa, donde existen además causas que debilitan el 'organismo o lo predisponen a recibir las aludidas enfermedades, la cuestión ha adquirido mucha mayor trascendencia y se ha relacionado y ligado íntimamente a la vida nacional de tal manera que el incremento de la población, el del comercio, el de la industria y la agricultura, la economía misma de un pueblo, sus condiciones de vida todas, depende de ella. Así se ha visto que, poblaciones de vida lánguida e inactiva, después de mejorar sus condiciones de salubridad pública, han pasado a un estado de prosperidad y florecimiento que antes no tenían. Se ha demostrado también que no era imposible sanear y volver habitables los lugares que antes eran considerados como más insalubres y que no es difícil la vida cuando las condiciones de higiene se adaptan al clima en que se habita.

Para nuestro país esta cuestión tiene, por los antecedentes que acabamos de exponer, una gran importancia; porque precisamente su situación geográfica lo coloca en una zona considerada como general-mente insalubre; y de ello ha gozado fama y la goza aún, si bien es pre-ciso confesar que de un modo injusto y no merecido.

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El Ecuador, aunque situado bajo la línea equinoccial por las condiciones especiales de su topografía, disfruta de climas muy variados y en los cuales las condiciones sanitarias son muy distintas. Los higienistas dividen la zona comprendida entre los trópicos en otras tres, de las cuales la una situada a ambos lados de la línea equinoccial es lla-mada la zona de las nubes, del "pot noire" como dicen los fraceses, y cuyo clima se caracteriza por una humedad constante, lluvias continuas y abundantes durante todo el año, alta temperatura y frecuentes tem-pestades. La atmósfera se encuentra en ella muy cargada de vapor de agua y de electricidad y a esto se une que la luz solar cayendo directa-mente en sentido casi vertical ilumina más brillantemente y calienta toda la región de un modo vigoroso. La vegetación es más lozana y abundante que en ninguna otra parte del globo; pero al mismo tiempo que las condiciones climatéricas y telúricas favorecen el desarrollo de los ve-getales, parecen hacer más difícil la vida del hombre. Pero la zona de las nubes o del "pot noire" no tiene en todo el globo la misma anchura, estrechándose en determinados sitios, merced a condiciones locales y también bajo la influencia de los vientos alisios y monzones que soplan en esta región. Merced a una de estas condiciones locales, el Ecuador que ya gracias a la altura de la meseta interandina, que es la parte más poblada del país, escapa a la influencia que las condiciones climatéricas ejercen en la zona equinoccial, se libra también parcialmente de ellas, en la parte baja o sea en la región que se extiende desde el Océano Pacífico hasta la vertiente occidental de los Andes por causa de la corriente an-tartica, que al bañar sus costas meridionales, principalmente en las pro-vincias de El Oro, Guayas y Manabí, enfría y hace bajar su temperatura, e impide la evaporación abundante y la formación de grandes nublados y de frecuentes chaparrones. La temperatura media de las costas es en efecto de 25 a 28° siendo la máxima del año 34° al sol y en las épocas de más calor y el período anual de lluvias de 4 meses que son los primeros del año. Las condiciones climatéricas y telúricas pues, no son tan desfa-vorables como podría creerse dada la situación geográfica que ocupa. Otras regiones situadas en la misma latitud o más al Norte, como la re-gión del Chocó en Colombia, por ejemplo, tienen clima mucho más in-salubre, pues en ellas no existen las causas locales que hemos dejado anotadas. Sin embargo, y aunque las características climatéricas no sean del todo desfavorables, como las enfermedades contagiosas no sólo de-pende de ellas para su desarrollo, sino que además son influenciadas por las condiciones de vida de los habitantes, por los medios de transmisión

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que le son habituales, tales como determinados insectos y estas causas secundarias existen en nuestro país, dichas enfermedades que se han ex-tendido y propagado, más bien que merced al clima de nuestra región a nuestra incuria, a nuestro abandono y al olvido de las condiciones hi-giénicas que es necesario tener en cuenta para combatirlas y extirparlas. En otros términos, las enfermedades que en nuestro país existen no son debidas al clima ni tienen un origen estrictamente telúrico sino que se propagan gracias a la falta de higiene y de buenas condiciones sanitarias. No existe entre nosotros enfermedad alguna que pueda ser atribuida ex-clusivamente al clima, y más aun, ni siquiera tenemos como otros países que tienen fama de ser más salubres que el nuestro, enfermedades regio-nales debidas a condiciones especiales de una comarca o a la existencia en ella de medios de trasmisión que le sean propios y autóctonos. Tal por ejemplo como la enfermedad de la Oroya en el Perú, enfermedad que sólo existe en esos lugares debido a que el insecto trasmisor, al cual se atribuye con más probabilidad el serlo, sólo habita en esos parajes. Aun muchas de las enfermedades epidémicas más mortíferas que hoy nos azotan no son propias de nuestro país sino traídas e importadas de afuera: la fiebre amarilla y la peste bubónica por ejemplo que tanto espanto causan y tantas víctimas hacen, se han implantado aquí venidas desde el extranjero. El paludismo que en todos los países del globo origina tantas pérdidas de vida y que en los trópicos tienen caracteres tan graves, es una enfermedad frecuente sí, pero no tan mortífera ni tan violenta como en otras partes y fuera de ellos y el de la anquilostomiasis, de la disentería, las investigaciones médicas no han revelado en la región baja o húmeda de la costa que es la que se considera como la más insalubre: que hay otras que causen gran número de víctimas. En los últimos tiempos se ha presentado en la provincia de Esmeraldas el beri-beri, pero en corto número de casos y sólo en dicha provincia debido a la aglomeración de tropas en la ciudad de este nombre. Los campos no son insalubres y si hubiera algún cuidado en su saneamiento lo serían mucho menos. En las ciudades la falta de higiene pública y privada, la mala calidad de construcciones, la alimentación deficiente e inadecuada son causas que favorecen, más aun que el clima, el desarrollo de las enfermedades infecto-contagiosas.

En cuanto a la Sierra o sea ala parte alta del país, disfruta de un clima igual y templado, de aire puro, suelo seco y lluvias poco abundantes, por lo cual no existen en ellas las enfermedades que en la Costa y al contrario es considerada como una región sumamente salubre.

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En realidad el clima de las montañas, haciendo aumentar con su mayor oxigenación la riqueza globular de la sangre hace a los habitantes de ellas más fuertes y robustos que los de las llanuras. La sierra tiene estas cua-lidades del clirn,a de la montaña y allí no deberían existir enfermedades epidémicas si no hubiera tanta falta de higiene y de aseo como al hablar de las costumbres hemos hecho mención. La única enfermedad infecciosa es la fiebre tifoidea que en las ciudades causa bastantes estragos y más bien en esta parte del país más salubre que en la región baja puede decirse que sí existen enfermedades climatéricas: así la pulmonía por ejemplo y la bronquitis, ocasionadas por las corrientes de aire frío, tan frecuentes en los climas de altura, son una de las causas de mortalidad en las ciudades situadas en los sitios más elevados como la capital por ejemplo que se halla a la altura de 2.300 metros. Sin embargo, esos mismos climas son buscados por los tuberculosos que en él encuentran alivio y aun curación radical de su enfermedad, siempre que guarden la debida higiene.

En la sierra ecuatoriana no existe pues, más problema sani-tario que la extinción de la fiebre tifoidea, cosa que podrá llevarse a cabo el día que se pueda dotar de agua potable a todas las poblaciones de ella y extender los hábitos higiénicos, mediante una propaganda bien dirigida que comience desde la escuela y cambie las actuales costumbres, borrando los antiguos prejuicios y rezagos de añejas y rancias preocupa-ciones de épocas coloniales.

El problema sanitario se relaciona más bien con la costa ecuatoriana y en un futuro, muy lejano aún, con las selvas orientales, cuando la colonización pueda hacerse una vez que la actual zona poblada no dé cabida al número de habitantes que aún pueda contener, pues antes es inútil pensar en colonizar lejanos territorios cuando la región de la costa se halla despoblada en sus dos terceras partes. En esta región, además del saneamiento de los campos, presenta excepcional importancia el de los puertos, porque el primero se relaciona íntimamente con el desarrollo de la agricultura, el segundo está ligado al del comercio y de la industria, y todos dos con el de la emigración extranjera que tanto fa-vorece a los países poco poblados y en vías de desarrollo. El puerto principal del Ecuador, la ciudad de Guayaquil, es por desgracia la más insalubre de todas sus poblaciones debido a su excepcional situación, pues está asentada en una región baja y antes anegadiza y rodeada de pantanos, asiento muy favorable para el desarrollo del paludismo y de la fiebre amarilla. La clase de construcciones y el material que en ella se

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emplea, favorece la propagación de las ratas por lo cual se hace difícil extinguir la epidemia de la peste bubónica que existe en ella periódi-camente cada año desde hace ocho, que fue importada de un país vecino. La falta de una buena red de canalización y de obras sanitarias ha vuelto más difícil la tarea de saneamiento. Por fortuna estas obras han comenzado ya y aunque marchan lentamente, por la escasez de recursos económicos empleados en ellas, dada su magnitud es de esperarse que a la vuelta de algunos años se haya logrado alguna mejora en el estado sanitario de la ciudad. Apresurémonos a decir que fuera de ésta y de al-gunos puntos cercanos, situados en sus alrededores, no existe en el resto del país ni la fiebre amarilla ni la peste bubónica, la cual si bien, impor-tada de Guayaquil, ha hecho su aparición en algunas otras ciudades, ha podido combatírsela fácilmente y extirpársela sin que haya causado gran número de víctimas.

Pero lo que da más importancia al saneamiento de la ciudad, es que en los países extranjeros el descrédito del país entero se hace merced al mal estado sanitario de esta ciudad y se aleja de él la inmi-gración por causa de la fama de país insalubre de que disfruta. Además de esto, el comercio se dificulta por las trabas que los Servicios Sanitarios de otros países ponen a los buques que tocan en los puertos ecuatorianos y por las cuarentenas que se imponen a los viajeros que proceden de ellos; como resultado de esto el flete de los cargamentos resulta ex-cesivamente elevado, de tal modo que si los productos de exportación no alcanzaran elevados precios, no podían salir del país en condiciones económicas y por esta misma razón muchos productos de menor valor que podrían ser exportados dejan de serlo, disminuyendo así el monto total de las exportaciones. Sucede lo mismo con los productos de im-portación entre los cuales figuran muchas de las cosas más útiles en la vida y materias de primera necesidad que alcanzan elevado precio debido a este recargo, sin contar con que el comercio disminuye sus ganancias por tal motivo.

Hasta SP ha llegado a querer hacer de este asunto un punto de política internacional para el logro de interesados fines. Sin embargo, debemos hacer constar que en el país existe hoy mucha mayor preocu-pación por el saneamiento y mejora de las condiciones higiénicas, que hasta hace algunos años y puede afirmarse que en la conciencia nacional se ha llegado a tener una impresión más clara y definida de este asunto y a darse cuenta de toda la importancia que él reviste.

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El día que el saneamiento de las poblaciones sea un hecho, desaparecerá indudablemente una de las causas de intranquilidad social que hoy afligen al país tanto como las revoluciones, y la propagación de epidemias podrá ser contenida a tiempo y aun llegará a extirpárselas completamente: digamos para honor de nuestro país que una de éstas y la más temible y que más estragos causa, lo ha sido ya casi completa-mente: la viruela apenas se presenta en pequeños brotes en algunas po-blaciones rurales y desde hace varios años no se dan casos de epidemia ni aun en Guayaquil, donde antes tantos estragos hacía.

A pesar de las malas condiciones sanitarias de las poblacio-nes y de la falta de costumbres higiénicas, la proporción de mortalidad y natalidad guardan una diferencia bastante elevada que pasa de 50 o/o y esto que entre las causas de mortalidad debemos poner las víctimas originadas por las guerras civiles y por las consecuencias que de ellas se derivan. Damos a continuación un cuadro general de estadística de mortalidad y natalidad en el último año y su proporción por cada mil habitantes, calculándose oficialmente la población del Ecuador 2'000.000 de habitantes, aun cuando esta cifra sea sólo aproximada, pues no se ha levantado ningún censo de la población total en los últimos años.

Comparadas estas cifras con países hispanoamericanos de clima, condiciones topográficas y grado de adelanto análogos al nuestro, véase la diferencia. Tomamos como ejemplo a Venezuela, Brasil y el Uruguay, cuyas cifras no son superiores a las nuestras y esto que en esos países los servicios sanitarios se encuentran mejor organizados que entre nosotros. Esto demuestra que podemos aspirar a hacer disminuir la cifra de la mortalidad si nos preocupamos de las cuestiones higiénicas como uno de los problemas más trascendentales para la vida del país: año 1915, natalidad total 67.400, proporción por ciento 3.86-Mortalidad total: 42.497, proporción por ciento 2,43. Crecimiento 1,42 o/o.

Puede verse por las cifras antedichas que si logran suprimir o hacer disminuir las enfermedades infecto-contagiosas, y la tuberculosis, la mortalidad no será mayor que en cualquier otro país que goza de la fama de tener un clima más salubre que el nuestro. En cambio es ne-cesario precaverse de la maligna influencia que los vicios y enfermedades sociales pueden ejercer en el desarrollo de la raza.

Entre éstos es preciso dar la mayor importancia, porque es también el más extendido, al alcoholismo. El Ecuador es uno de los

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países que consume más alcohol. El escritor boliviano Alcides Argue-das, se lamenta porque en su país se consume un millón ochocientos mil litros de alcohol por una población de setecientos mil habitantes. No sé si los cálculos de Arguedas estén hechos, ni según el volumen de los licores consumidos, sino según la riqueza alcohólica total, calculada en alcohol absoluto. Por lo que hace a nuestro país, he aquí las cifras que pueden citarse: En su informe al Congreso de 1912 el Ministro de Hacienda calculaba la producción de aguardiente de caña, que es licor más consumido en el país por los indios de la altiplanicie y por el pueblo en general, en lO'OOO.OOO de litros. Ahora bien, como la producción no ha ido disminuyendo sino que aumenta cada día, no sería aventurado calcular en 11'000.000 la producción actual: añádase a esto dos millones y medio de litros de cerveza que se fabrican en el país y otro tanto quizá de chicha, bebida fermentada de maíz que asimismo tiene gran consumo entre las clases populares. Del extranjero se importan entre vinos, coñac, wiski y otros licores alrededor de un millón de litros por año, advirtiendo que gran parte de estos licores extranjeros son de calidad inferior y muchos de ellos falsificados o de fabricación artificial. En el país se fabrican asimismo bebidas tóxicas que se conocen con el nombre de licores nacionales y que no son otra cosa que aguardiente aromatizado con diversas esencias y coloreado para imitar al vino, el coñac v otros licores. Todas estas bebidas alcohólicas arrojan un total de 16'000.000 de litros que si seguimos la forma en que hace sus cálculos Arguedas, es decir, descontando la población femenina y los niños, tendremos unos 500.000 habitantes que consumen esta cantidad de sustancias alcohólicas, algunas de ellas fuertemente tóxicas,por causa de su mala preparación y de las impurezas que contienen. Sobre todo, los aguardientes son fermentados del modo más rudimentario y como la destilación no los priva más que incompletamente del mal oliente bou-quet que tienen, se oculta este mal olor con esencias artificiales, como la de anís, que como se sabe son fuertemente tóxicas. Puede calcularse el efecto desastroso que en la salud pública en general y en la economía nacional causa esta inmensa cantidad de alcohol; cuyo valor debe calcu Jarse asimismo en muchos millones que el pueblo del Ecuador gasta en enriquecer a unos cuantos industriales, a costa de su salud, de su fuerza, de su vigor, de la comodidad de su propia familia y de la moral pública, ya que las mismas estadísticas prueban que la mayor parte de los crímenes tiene por causa principal el consumo del alcohol. Porque no se trata solamente del pequeño alcoholismo del vaso de aguardiente que a diario apura el obrero al entrar o salir del trabajo, sino también de pantagruélicas borracheras que los domingos y días de fiesta toman los campesinos

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de la costa y los indios de la sierra. Cada romería, cada fiesta religiosa en un pueblo pequeño, no es más que pretexto para una gran orgía rematada las más de las veces por escenas de sangre cuando las cabezas ya ofuscadas se sienten predispuestas a la riña y a la querella. Lo peor es que como el Gobierno, las obras públicas y las de beneficencia sacan una buena renta de la elaboración de alcoholes, no es posible tomar medidas restrictivas de la producción, sin afectar a muchas de ellas y así, mientras el alcoholismo hace disminuir la fuerza y la producción de los trabajadores, aumenta el caudal de los propietarios y sostiene los hospitales donde quizá irán ellos mismos a morir. Por más que se ha elevado la cifra de los impuestos, la producción de aguardiente no ha ce-sado de ir en aumento: no ha pasado lo mismo con la introducción de licores extranjeros porque el alza del impuesto ha hecho disminuir la importación. Cada vez que se ha tratado de expedir alguna ley restrictiva los sembradores de caña y los propietarios de destilerías se han alzado proclamando los sagrados nombres de la libertad de industria y los intereses de la agricultura sin cuidarse para nada de la salud pública, y el gobierno, asustado por la gritería que formaban, ha tenido que ceder. No existe en el país ninguna sociedad de propaganda antí-alcohólica y el pe-ligro social que engendra el abuso en el consumo de tan grande cantidad de alcohol no es combatido en forma alguna con detrimento de la raza, y de la salud pública.

Es muy probable que a este peligro esté unido el creciente desarrollo de la tuberculosis. No podemos citar cifras totales, pero sí estadísticas parciales; así la ciudad de Guayaquil que cuenta con una población calculada en 100.000 habitantes, presenta 450 defunciones anuales debidas a la tuberculosis, siendo la enfermedad que más víctimas causa y estando por encima de las endemo-epidemias que la azotan todos los años. El cantón Quito, con una población de 80.000 habitantes, ha presentado el año último 110 casos de muerte por esta enfermedad, a pesar de estar situado entre los 2 y 3.000 metros sobre el nivel del mar y de tener toda la sierra fama de ser refractario a la tuberculosis. Esto no es verdad, pero es cierto que bajo la influencia del clima de las alturas, los enfermos de la tierra caliente que van a él en busca de alivio, mejoran y sobreviven largo tiempo, dándose el caso de curaciones radicales cuando buscan su acción benéfica en tiempo oportuno. Sin embargo, la falta de higiene y de establecimientos especiales de aislamiento, hacen que los tuberculosos difundan los gérmenes de la enfermedad por donde van y entre los indígenas sobre todo que no observan la higiene debida, mal alimentados y debilitados por el exceso de trabajo,

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no sería raro se propagara y fuera una causa más de degeneración de una raza tan fuerte, laboriosa y sufrida.

La indiferencia que existe por los males sociales cuando no vemos sus efectos inmediatamente y la previsión y la incuria típica de nuestro carácter, ha hecho que en el país no prosperen las ideas de fundar ligas contra la tuberculosis. Una sola sociedad, se propuso fabricar en Quito un Sanatorio y obtuvo la expedición de un decreto Legislativo creando fondos para ella, pero como sucede casi siempre, las rentas es-taban en inmensa desproporción con la magnitud del edificio que se co-menzó a levantar y éste ha quedado a medio construir, en tanto que ha terminado ya el entusiasmo y la constancia de los iniciadores de la obra. En Guayaquil existe un pequeño hospital para asistencia de los tubercu-losos, pero en toda la República no hay ningún sanatorio, cuya falta se hace sentir tanto, sobre todo en las dos poblaciones más importantes. El peligro hasta ahora local, puede extenderse pese a la benignidad del clima de las alturas, toda vez que el principal aliado de la tuberculosis, es el alcoholismo, es un mal general para toda la República. Respecto al peligro venéreo, éste está asimismo localizado en las poblaciones grandes, es decir en Quito y Guayaquil: no existiendo la prostitución en las capitales de provincia, por la rigidez de costumbres, en ellas el número de enfermedades de esta clase, si las hay, es muy limitado. Pero digamos también que Quito y Guayaquil por la afluencia de viajeros procedentes del resto del país, puede ser el foco de donde se irradia el contagio, puesto que no hay ninguna valla que lo contenga. En dos o tres ocasiones ha tratado de reglamentarse la prostitución, pero la falta de estabilidad de nuestras instituciones, ha hecho que pronto se perdiera todo el trabajo realizado.

La inconsciencia de las clases dirigentes, su indiferencia e impresivisón, ante estos peligros puede costar caro en un futuro no lejano y ejercer funesta influencia en el desarrollo de la raza. En vez de perder el tiempo en inútiles disputas de carácter privado deberían preocuparse de preparar generaciones fuertes y robustas, tratando de atajar el mal, hoy que su extensión permite hacerlo sin grandes esfuerzos. Al país le cuestan muchos millones las revoluciones que lo agitan, pero, ¿qué es esto comparado con el valor de las vidas que se pierden, con los perjuicios que sufre el comercio y la agricultura por causa de la mala fama que rodea al país en el exterior y por lo que se gasta en amenguar epidemias que no se extirpan?. Como muy bien dice el doctor Verdes

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Montenegro, no es lo mismo gastar 100.000 pesos en quinina que en máquinas agrícolas y en esto estriba el valor económico de la supresión de las enfermedades infecciosas, porque los brazos que se conservan se emplearían en cultivar los campos y el dinero que ellos producen en má-quinas e instrumentos de labor. ..

Tal es a grandes rasgos el problema sanitario del país, que por sus múltiples aspectos es de vital interés y que con empeño y deci sión sería fácilmente resuelto.

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CAPITULO XIX

El problema etnográfico.

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ESDE que el estadista argentino Sarmiento sentó como un principio político que poblar es gobernar, todos los estados independientes hispano americanos se han preocupado en

mayor o menor escala de atraer a su suelo inmigración, sobre todo de la raza blanca. Desgraciadamente no todos los países hispano-americanos se prestan por las condiciones de su clima, de su salubridad, de su topografía y de su producción, para atraer igualmente al inmigrante europeo que ávido de buscar nuevo campo a su actividad y de hacer una fortuna o de mejorar de ella, abandona el suelo natal para ir a establecerse en lejanas tierras casi siempre desconocidas y a veces rodeadas de una leyenda fantástica como países de ensueños. Generalmente, el inmigrante busca para hacer su nueva patria las regiones cuyo clima y producciones son análogas a los que él abandona. Las tierras tropicales por su alta temperatura, sus enfermedades exóticas y mortíferas, no lo atraen con tanta facilidad como las tierras más cercanas a los círculos polares que dotadas de un clima templado se avienen mejor a sus condiciones de vida y exigen una aclimatación menos penosa y difícil. Por eso la Argentina, Chile, el Uruguay, Australia, Nueva Zelandia, el Canadá y los Estados Unidos, han sido hasta ahora los países preferidos para los emigrantes europeos en su éxodo a través del mundo; en cambio, a pesar de sus riquezas, las tierras tropicales sólo han recibido una parte mínima de emigrantes en comparación con la que va a las naciones antes citadas.

El profesor Le Dantec divide por esto las tierras de inmigración en dos categorías, la primera de países de colonización y la segunda de países o colonias de explotación. Según él, las regiones de la primera categoría se prestarían para recibir una emigración europea en número más o menos considerable sin grandes dificultades de aclimatación; los de la segunda sólo podrían recibir un pequeño número de europeos funcionarios, soldados y colonos, los cuales sería necesario re-

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novar de tiempo en tiempo para librarlos de los rigores del clima y apro-vechar del trabajo de la población indígena para explotar las riquezas del país. Las regiones de esta segunda categoría se encuentran según el mismo autor, colocadas a ambos lados del Ecuador en la zona que los marinos llaman la hoya negra por la gran cantidad de nubes que se acu-mulan en la atmósfera y que forman como un anillo o un cinturón al-rededor de la tierra. Pero la hoya negra no tiene la misma anchura en toda su extensión modificándose debido a condiciones locales. Ahora bien, estas condiciones que son por lo general debidas a los vientos reinantes, a las corrientes marinas y a la topografía del terreno, (elevación en altura) existen en su mayor parte para la América del Sur y la Central que están colocadas entre el Ecuador y los trópicos. Casi todos estos países tienen en su interior montañas y mesetas en las cuales el clima es muy benigno y se aproxima mucho al europeo, siendo sólo insalubres las costas que son bajas y húmedas. Por lo que hace al Ecuador, se halla en las condiciones anteriormente enunciadas. La parte meridional de sus costas en la porción comprendida entre las provincias de El Oro y del Guayas y parte de la de Manabí se encuentran bañadas por las corrientes antarticas de tal modo que refrescando la temperatura la hace soportable aun en el interior y mucho más al acercarse a la cordillera de los Andes. Aunque la costa tenga las enfermedades endémicas que ya hemos señalado, no tiene una temperatura excesiva, ni el aire ni la atmósfera una humedad muy grande: en nuestro país no se dan casos de insolación como en otros del globo que gozan de la fama de tener mejor clima que el nuestro. La provincia de Manabí, sobre todo, es excesivamente salubre. Por lo que hace a la sierra o sea a la región situada entre los dos ramales de la cordillera de los Andes, es la que mejor se presta por su clima y por sus producciones para recibir emigrantes de raza europea: desgraciamente, como hemos dicho, su suelo no es tan fértil como el de la costa y según el padre Sodiro si fuera tan poblada como la Europa central, no alcanzaría su producción para mantener a sus habitantes.

No es posible pensar pues, en hacer de esta región un sitio de colonización agrícola, y si bien ya hemos dicho que en ella estará en lo futuro el centro de la producción minera e industrial tendrá que ser tributaria de las demás regiones de parte de los productos de alimentación que ella por sf misma no alcanza a producir. Las regiones más apropiadas para la colonización en la costa serían las provincias de Esmeraldas y de Manabí y determinadas porciones de las del Guayas y de El Oro, siempre que con las colonias agrícolas que en ellas se establecie-

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ren se tuviera gran cuidado en lo referido a la higiene y salubridad de los inmigrantes. Por lo que hace a la región oriental aún es prematuro mientras no se hayan hecho buenos caminos que lleguen siquiera hasta la cabecera de sus ríos, pensar en una colonización que hecha con elemento autóctono no serviría sino para despoblar otras regiones más fácilmente explotables o para dejar sin explotación las que, por su proximidad al mar, están en condiciones de poder dar mayor provecho o rendimiento por tener su producción salida más fácil y exigir menos gasto en su transporte. Las Islas de Galápagos, de una extensión de doscientas leguas cuadradas, no tienen según Wolf, sino unas veinte aptas para el cultivo, pero en cambio pueden recibir una población de pescadores y marineros aunque en número no muy considerable. Así pues el Ecuador, aunque no tiene extensiones de terreno muy grandes ofrece sin embargo lugares aparentes para la colonización y podrá traer inmigrantes en la seguridad de que, si se cuidaba de su salud y de su buena instalación si se mejoraba la higiene de sus ciudades y campiñas, podría hacer aumentar la población. Su situación geográfica, alejada de las grandes rutas marítimas y situada detrás de países de producción análoga a la suya harían que a él sólo llegaran los últimos restos de los inmigrantes que no hubieran podido tener colocación en los demás países sobre todo en los del mar de las Antillas. Nos referimos a la inmigración voluntaria, pues la situación del país y el criterio especial de la clase dirigente, no permite pensar que se pudiera traer inmigración provocada. En distintas épocas, los Gobiernos han celebrado contratos para traer a trueque de grandes concesiones, inmigrantes, pero las compañías contratistas no han podido cumplir sus compromisos. Dos son las causas que principalmente se oponen a ello: primero, las frecuentes alteraciones y los cambios de gobierno del país, por medio de la revolución y segundo la fama de insalubre de que goza en el exterior. Además la iniciativa particular no ha secundado esta tentativa y aunque los propietarios agrícolas se quejen de la falta de braceros para la agricultura, nunca han pensado en traerlos de Europa.

Se ha aconsejado como remedio, el establecimiento de ofi-cinas de propaganda adjuntas a los consulados en Europa que suministren datos e informaciones a los inmigrantes que quieran venir al país; pero aún estamos muy lejos de poder llegar a organizar tales iinstitu -cienes porque primero sería preciso preparar los lugares donde podrían ser recibidos los inmigrantes que quisieran venir.

La guerra europea, absorbiendo las energías que antes so-

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braban de los pueblos del viejo continente y destruyendo muchos empo-rios de civilización, disminuyendo considerablemente los pobladores de su parte central, ha hecho que por hoy se aplacen las esperanzas de ver llegar a nuestras costas el exceso de la población blanca de los países más civilizados del viejo continente. Aunque Italia y España sean las naciones que mayor contingente han dado a la inmigración hacia los países americanos y estas naciones hayan sufrido poco en la gran guerra, sin embargo el exceso de su población es probable que en adelante prefiera ocupar su actividad en las naciones que en la última contienda han perdido gran número de hombres y que por algún tiempo, quizás por un decenio, necesitarán del concurso de brazos extranjeros para restaurar sus industrias y fomentar su agricultura. Se han desvanecido, por ahora, las risueñas esperanzas que se abrigaban de que al abrirse el canal de Panamá una corriente inmigratoria se establecería hacia la costa Sur del Pacífico, de la cual hubiéramos sacado provecho; pues de haberse realizado tal previsión las primeras tierras que se ofrecían al inmigrante eran nuestras provincias litorales, precisamente, las que nosotros excep-tuamos como las más aptas para recibir una inmigración numerosa siem-pre que se llenaran las condiciones que ya hemos mencionado. Hasta hoy, en vez de inmigración europea, sólo una inmigración asiática rela-tivamente escasa y compuesta de sirios y de chinos es la que acude en mayor número a nuestras costas.

Se cree que a pesar de las leyes prohibitivas que impiden la introducción de individuos de raza asiática, éstos, como los indostanes después de invadir las islas del Pacífico, acabarán por llegar a nuestras costas a introducirse en nuestro país como lo han hecho en los demás ri-bereños del grande Océano. Sin que nos anime el gran prejuicio de razas y sin que creamos que sea un axioma científico completamente de-mostrado el principio de la existencia de razas superiores e inferiores, es indudable que está en nuestra conveniencia el que a nuestro suelo lleguen los pueblos de mentalidad más elevada y de costumbres y civilización análogas a la del pueblo que al conquistarnos nos dio su cultura y su lengua. Por consiguiente, creemos que la mezcla con hombres de otra raza, mentalidad, costumbres y civilización distintas no haría sino perjudicar a la formación de la nacionalidad, bastardeando por un mestizaje híbrido el tipo medio hispano-americano, rebajando al mismo tiempo su nivel cultural. Ya existen en nuestro suelo y entran en nuestra composición étnica tres elementos raciales distintos para que añadamos otros a esta mezcla tan heterogénea que forma el pueblo hispano-americano. Según Gustavo Le Bon tres son las condiciones para que

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dos razas puedan fundirse y dar origen a una variedad estable y éstas son: que el número de individuos de ambas razas se encuentre más o menos en la misma proporción; segundo, que los caracteres psicológicos no sean muy diferentes; y, tercero que los medios componentes se encuentren sometidos a las mismas influencias biológicas y sociales por un tiempo más o menos largo. La primera de las anteriores condiciones se encuentra llenada parcialmente, pues el número de individuos considerados como de raza blanca es casi igual a los de raza indígena, si bien, es preciso tener en cuenta lo que antes dijimos, es decir, que la mayor parte de ellos no pueden ser considerados como de raza blanca pura. En cuanto a sus demás cualidades psicológicas es indudablemente que la de los indios de origen quechua, no son antitéticas de las del blanco, cosa que se comprueba con las del mestizo de las planicies interandinas. Estos son sobrios, sumisos, fieles, fuertes e inteligentes y constituyen in-dudablemente una de las mejores porciones de la población del Ecuador. El tiempo transcurrido desde la conquista no ha sido aún suficiente para llenar la tercera condición, pues después de cuatro siglos la mezcla de razas aún no es completa.

Respecto a lo que se podría llamar los peligros de la inmi-gración, es decir, a la absorción de los actuales elementos por los nue-vamente llegados y a la destrucción de los elementos constitutivos de la nacionalidad, de los que forman los principios inmediatos de la concien-cia nacional y del alma de un pueblo, es decir, las tradiciones, las creen-cias y el orgullo patrio, destrucción que se haría gracias al hibridismo de aventureros que no tendrán el mismo cariño que la actual población y aun que considerarían las tradiciones nacionales como leyendas fantásticas, creemos que tal peligro sería menos de temer en nuestro país, pues como ya hemos dicho, las tierras que podemos ofrecer para la colonización aunque bastante extensas no albergarían masas de población bastante numerosa para absorber a la actual y por otra parte nuestro país no puede aspirar por las razones que antes expusimos a atraer tan gran número de inmigrantes que superen a los actuales pobladores. El ejemplo de lo que pasa en los países meridionales del Sur de los Estados Unidos, nos enseña la manera de evitar ese peligro: cualesquiera que sean los errores de nuestro pasado, formamos un pueblo con tradiciones y un cuerpo de nación que podría ser quizás dominado o subyugado por otro más fuerte, pero no absorbido y destruido como pueblo.

Es curioso observar por otra parte el criterio con que el nuestro juzga al extranjero: de hecho reconoce su superioridad inte

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lectual y cultural pero al mismo tiempo, mientras la clase baja confiesa más o menos abiertamente esta superioridad, siente por él cierta aversión que si no llega a la xenofobia es por lo menos un sentimiento de rechazo quizás porque presiente en él, un dominador futuro; en cambio la clase elevada siente preferencia por el elemento extranjero que necesita como propulsor de las industrias y del progreso material del país y lo atrae francamente sin hostilidad alguna. El orgullo nacional se abate en este punto y acaso sería éste un peligro para el futuro que haría temer por la existencia nacional si no creyéramos que el instinto de conservación advierte a los pueblos hasta qué punto puede irse en materia de confraternidad y de admiración por lo exótico. De todos modos, la re-solución de este problema que tantas conexiones tiene con el progreso y desarrollo del país, está inevitablemente aplazada por ahora, pero sería de desear que sin perder de vista su importancia fuéramos preparando el terreno para cuando las circunstancias se presenten favorables podamos abordarlo con probabilidades de tener un resultado provechoso y un éxito satisfactorio.

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CAPITULO XX

El problema educativo y cultural.

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NO de los índices del grado de cultura de un pueblo, es la extensión que en él tiene la enseñanza pública y el porcentaje de analfabetismo de su población. Es seguro que un pueblo

ignorante es un pueblo atrasado en el camino de la civilización y del progreso y al cual aquejan muchos males sociales que encuentran su preventivo y su remedio en la escuela. La preparación de la juventud para la vida real debe ser la gran preocupación de todos los conductores de pueblo. Desde las épocas más antiguas las naciones que han sido las guías y faros de la humanidad, Grecia y Roma nos han dado en esto los ejemplos más notables.

En la época moderna, la preocupación por la enseñanza se ha convertido en las naciones civilizadas en una verdadera obsesión y a porfía todos los gobiernos se esfuerzan en difundir y extender más y más la esfera de acción de la escuela. El orgullo de un pueblo y uno de los títulos más preciados que debe ostentar si aspira a contarse en el rol de las naciones civilizadas es el de tener el menor porcentaje posible de analfabetos y de que, en su población no se ceben epidemias de en-fermedades infecto - contagiosas sobre todo, de las que hoy está demos-trado que es posible desterrar por medio de la higiene. El cuidado de la salud del cuerpo y del alimento del espíritu preocupa tanto a los go-bernantes que han venido a construir puntos principalísimos de los programas políticos.

No podemos alabarnos por desgracia de haber adelantado bastante rápidamente en este camino, pues aunque, de la independencia a esta parte es grande el camino recorrido, mucho es aún el que nos falta por andar para llegar a un grado compatible con el estado actual de la civilización a fin de no merecer el título deshonroso de país ignorante y atrasado. Siguiendo su política educativa, España implantó en sus

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colonias el mismo régimen de enseñanza que existía en la metrópoli y que tendía a dar preferencia a la Universidad sobre la escuela, creando así una casta privilegiada, una especie de aristocracia del saber y descui-dando la educación de la masa popular. En tanto que la Universidad educaba letrados, teólogos y filósofos, la mayor parte de la población no sabía leer ni escribir y así por su superioridad intelectual una oligarquía de letrados se imponía sobre el pueblo que era mantenido siste-máticamente en la ignorancia. El desarrollo de la escuela primaria sólo viene desde los tiempos de la Independencia y la República ha ido de-sarrollando y ensanchando cada vez más la instrucción primaria y crean-do la secundaria, aunque desgraciadamente con criterio erróneo y con-tradictorio y sin atenerse a una política pedagógica que tuviera una orientación estable y definida. Todos nuestros gobiernos han compren-dido la importancia que tenía para el progreso del país el desarrollo de la enseñanza pública; pero no han estudiado la forma más conveniente en que debían impulsar el progreso de la instrucción. Nuestro error inicial consistió en que, acostumbrados a los métodos coloniales, dimos participación directa en la enseñanza a la iglesia e hicimos de la escuela y de la Universidad instituciones confesionales. Creencia muy arraigada y que aún subsiste hoy es ya la desautorizada opinión de que la mejor educación es la dada por las instituciones monásticas. Con el objeto de conservar el dominio de las conciencias, la iglesia por su parte ha definido con empeño esta prerrogativa, que las costumbres primero, las leyes y el asentimiento público le habían concedido casi sin discusión. La formación de la conciencia ciudadana se entregaba así a quienes tenían interés en mantenerla subyugada no solamente a una creencia religiosa sino también a una tendencia política determinada ya que según hemos visto, la lucha política de nuestro país ha tenido el carácter de una disputa de predominio entre el poder civil y eclesiástico para libertarse aquél de la tutela de éste y de su intromisión en la dirección de los negocios públicos y del libre disfrute de las libertades de la conciencia y del pensamiento. Es sólo de veinte años a esta parte cuando la enseñanza oficial ha quedado libre de la tutela del poder eclesiástico y de doce a quince que se han laicizado por completo la educación pública.

Nada tiene de extraño que el país haya permanecido sumido en el fanatismo religioso hallándose la instrucción entregada por tanto tiempo en manos de las instituciones docentes que, naturalmente, siguiendo sus métodos tradicionales atrofiaban la inteligencia y la con-ciencia de los educandos desterrando de ella el afán de investigaciones,

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destruyendo el espíritu de iniciativa y el ansia de poseer una personalidad propia que debe caracterizar a la educación de un pueblo que vive bajo el régimen democrático. Hoy se hallan frente a frente las dos instituciones docentes; la laica u oficial y la religiosa o libre; pero preciso se hace confesar que la primera se ha independizado a medias de la segunda porque sus métodos son derivados de los que hasta hace veinte años dominaban a todas las escuelas del Estado. El más grave error de los Gobiernos ha sido el no atender de preferencia a la formación del maestro y dejar abandonada la instrucción pública cuando su primer cuidado ha debido ser apoyarla y enaltecerla. Verdad es que por caminos distintos aunque con iguales fines los gobiernos teocráticos y los despotismos militares tendían ambos al mismo objeto, es decir, mantener al pueblo en ignorancia para gobernarlo mejor y a su antojo. Todo en nuestra educación parece haber estado dispuesto para hacer de nosotros un pueblo fanático e ignorante, imprevisor y fatalista, para darnos doctores de ciencia teorizante y dogmática para hacernos intransigentes e intolerantes como la opinión ajena y para mantenernos estancados en la rutina y el empirismo. La escuela no ha sido un sitio de preparación para la vida, un lugar en donde el pensamiento se espaciara intenso y desbordante, un sitio en que se prepararan las sociedades futuras y en que se desarrollara la solidaridad o se exaltara la personalidad de los educandos, sino un plantel donde se daba al alumno un conjunto de conocimientos hechos, expresados en una lengua confusa, ininteligible en parte para ellos, y que por consiguiente, no asimilaban o lo hacían sólo parcialmente. Los conocimientos útiles para la vida eran pospuestos a otros de interés meramente teórico sin tener en cuenta la finalidad ulterior de ellos y el destino futuro de los alumnos.

La mujer no ha sido preparada para la vida del hogar como si la escuela no tuviera que hacer nada con el rol social que está llamada a desempeñar; así su vida tiene que ser oscura, triste y estéril y es sólo por una auto educación o por una enseñanza dada en condiciones especiales que unas pocas pueden elevarse sobre el nivel intelectual de las demás. Una reacción saludable ha comenzado a dejarse sentir contra estas malsanas tendencias y una ansia general por cambiar de rumbo y orientarse hacia objetivos más acordes con nuestras realidades nacionales. Se ha comenzado a hacer la revisión de nuestros valores mo-rales e intelectuales y se ha caído en la cuenta de la exagerada importan-cia dada a la enseñanza superior en detrimento de la primaria que es la base para la formación de los ciudadanos en un país democrático. Por

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otra parte, aunque la enseñanza Universitaria esté muy extendida, o mejor dicho diseminada, continúa siendo tan incompleta y tan rutinaria, tan falta de ideales y desligada de los intereses de la nación como al principio de la República. Se ha estancado y hoy se necesita hacer en ella una verdadera revolución, pues se ha atrasado demasiado para pensar, que evolucione rápidamente para ponerse a tono con el estado actual de la cultura universitaria mundial.

Con todo, y a pesar de lo mucho que se ha escrito y se ha dicho en este sentido, parece que nuestros políticos aún no se percatan de la valía y el interés que para el progreso nacional tienen los problemas pedagógicos, y su discusión no tiene todavía una trascendencia real y efectiva que se cristalice en leyes y en disposiciones que los oriente hacia una resolución rápida y eficaz.

Todavía la penuria fiscal deja morir de hambre a los maes-tros de escuela, todavía no se halla la manera de asegurar a la enseñanza pública rentas suficientes y bien saneadas para su mantenimiento, todavía no se ha podido abordar siquiera el problema de la edificación escolar, todavía el material de las escuelas continúa siendo el inadecuado y anti pedagógico de los tiempos antiguos, todavía la enseñanza técnica e industrial se halla reducida a unos pocos planteles incompletos y desprovistos del material necesario para la enseñanza, todavía las Uni-versidades y colegios carecen de laboratorios y museo, todavía la edu-cación de la mujer continúa casi enteramente entregada en manos de las comunidades religiosas y así toda reforma se hace imposible mientras no se la aborde franca y resueltamente. Ensanchar el radio de esfera de la educación haciéndola verdaderamente gratuita y obligatoria, levantar por medio de ella el nivel moral del indio de las serranías y del campesino de las costas, modificar el carácter ya apático y receloso, ya bravio y levantisco del pueblo formado por mestizos, exaltar la personalidad e imbuir de un modo firme la noción del cumplimiento del deber, inculcar el sentimiento de amor a la patria, sustituir la mentalidad actual por otra más elevada y más consciente de las realidades de la vida he allí la finalidad de la educación que vendría a redimir nuestro país de muchos vicios sociales, de muchos defectos morales que actualmente son un estorbo para su progreso.

Quieran nuestros hombres dirigentes mirar más allá de los mezquinos intereses que actualmente forman la atmósfera política en que respiran y tendrán en la resolución de este problema el más vasto

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campo para ensanchar los horizontes de la patria y crear una nacionalidad fuerte y consciente de su propio valer.

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CAPITULO XXI

El estado social y la vida nacional.

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N la evaluación de los coeficientes morales y culturales, que constituyen el índice del estado social de un pueblo y en su comparación con su vida pública general, es necesario tener en

cuenta multitud de factores de orden biológico, moral, físico, psicológico y étnico. Mejor dicho, para juzgar de una nación por los datos que nos da su estado social e inferir de ellos deducciones acertadas es necesario considerar lo que podríamos llamar la vida interna y la vida extema de un pueblo; bien así como para juzgar de un individuo y del papel que desempeña en la sociedad, no solamente se toman en cuenta su posición, su riqueza, sus aptitudes personales, sino también, sus antecedentes familiares, y su manera de vivir en la intimidad del hogar. Es todo esto, lo que viene a formar el carácter del individuo y a moldearlo según el am-biente en que respira, por otra parte, no es sino función dependiente del medio físico y de los caracteres individuales del sujeto. Por eso hay tan íntima conexión entre el estado social y la marcha de un pueblo considerado como nación o sea la vida política de un país que es la forma externa bajo la cual se juzga y considera a las agrupaciones humanas. Taine ha hecho consistir la evolución y las condiciones de la vida en la reunión de los tres factores: el étnico y racial, el medio ambiente físico y el momento histórico. Buckle da decisiva importancia al factor intelectual, Marx funda todo el movimiento histórico y social en el económico y por último, Le Bon cree que es ante todo la raza la que influye en el modo de ser, de desarrollarse y de vivir de un pueblo, atribuyendo a la educación y a las influencias de medio geográfico, de la alimentación y del modo de vida importancia secundaria; un prudente eclecticismo, nos hace juzgar que es preciso analizar con cuidado cada uno de estos factores y ver hasta qué punto pueden ellos influir en la vida de una nación. Si las sociedades según Spencer y Ward, son verdaderos organismos y como tales están sometidos al imperio de las leyes biológicas, es también cierto que éstas no obran de una manera

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ciega y fatal porque no se trata de agrupaciones animales sin conciencia exacta ni noción precisa de su existencia que obran de un modo instintivo y es necesario por consiguiente tomar en cuenta el factor psicológico intelectual. Como ha dicho el autor de los Primeros Principios hay algo más allá que está fuera del límite de nuestras investigaciones y que no podemos prever ni alcanzar.

El estado social de nuestro país, tiene dentro de su escueta sencillez múltiples y complejas cuestiones que nosotros hemos venido estudiando someramente, para trazar luego un ligero esbozo de conjunto y deducir cuáles son las influencias que impulsan nuestra vida por la tortuosa senda que hemos venido recorriendo. Sea éste, como un examen de conciencia de nuestra manera de ser, como a modo de diagnóstico de nuestro estado fisio-patológico, y como investigación se-miológica de nuestro organismo.

Situando nuestro país bajo el Ecuador y en una posición geográfica alejada hasta ahora de las grandes rutas comerciales y por consiguiente del íntimo y continuo contacto con los países que son el foco de la civilización y los guías avanzados del progreso, llegan sólo hasta él, de modo lento y con rechazo, las manifestaciones culturales de los demás pueblos de la tierra. Este alejamiento del contacto directo con la civilización occidental, no ha sido óbice para que sigamos aunque sea de retraso, su marcha; pero retrasarse equivale hoy a debilitarse o anquilosarse. Marchar rápidamente es el programa de todos los pueblos que no quieren sucumbir o ser absorbidos por los que han llegado a tener un desarrollo más grande; en esto se cumple de un modo fatal la ley biológica de la evolución de las especies y hoy más que nunca la gran contienda empeñada al otro lado del océano nos demuestra que las normas del derecho, que la humanidad había tratado de poner como valladar y amparo de los débiles contra la ambición de los fuertes, son impotentes para contener el ansia de expansión que impulsa a éstos. Respetando como nobles y dignos de aplauso de los elevados idealismos que harían fundar el estatismo de los pueblos en el respeto mutuo de unos a otros, creemos que una gran lección se desprende de este episodio magno de la historia de la humanidad; es preciso ser fuertes porque sólo la fuerza puede defendemos de los que ya la han alcanzado. Allá en una bruma muy lejana, se pierden como esfumadas las vanas ilusiones que acariciaron algunos soñadores de alcanzar una paz universal; precisa pues prepararse a conservar la integridad por el propio esfuerzo y afianzar por consiguiente la individualidad si se quiere subsistir como

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nación, como pueblo y como raza. No hay organismo que tienda al suicidio; el derecho, la aspiración a la vida, es una ley que cumplen todos los organismos animales aun entre los seres inferiores; la conciencia de ser, de existir, de progresar, de persistir, de perpetuarse, son otras tantas características de la existencia, de la función vital en general que todos cumplen en la naturaleza. Nada podría justificar que estuviéramos atacados de nihilismo moral, para que pretendiéramos terminar nuestra existencia por un suicidio moral nacional. Al contrario, si la vida es fácil y agradable en un país, al cual la naturaleza se ha complacido en dotar de toda clase de climas y producciones, si nuestra situación como pueblo y estado, sólo no son florecientes debido a los obstáculos que nuestto propio desarrollo nos ha presentado hasta ahora, si nuestros problemas tienen resolución fácil y para lo cual sólo hace falta voluntad y energía es menester cultivar estas dos cualidades que precisamente son las que más falta nos hacen.

La abulia, la inopia y la inercia mental son nuestros peores enemigos; es preciso pensar y tener firme voluntad para llevar a cabo nuestro pensamiento. Es preciso querer algo, pero quererlo con fuerza, con tenacidad y con constancia, soñar en una empresa para abandonarla luego, sólo es propio de imaginaciones exaltadas y de espíritus apocados. Es posible, qué el influjo ancestral de las cualidades étnicas de los pueblos que nos han dado origen, que nuestra heterogénea composición social y que los defectos de educación ya señalados por nosotros, sirvan de remora para nuestra regeneración y engrandecimiento; pero conocidas nuestras tachas y sabidas nuestras faltas, es preciso tener el valor de la enmienda.

Nuestra sociedad, tiende a democratizarse, precisa alentar este movimiento, porque sólo merced a él y fundado sobre bases de li-bertad y de Justicia, de equidad y tolerancia, podremos esperar que al amparo de paz estable y duradera, se restablecerá nuestro extenuado cuerpo de las enfermedades que lo han afligido. Actualmente, nuestro país presenta esta anómala situación; una oligarquía compuesta de plu-tócratas, comerciantes, propietarios, agricultores, e industriales y una burocracia de médicos, abogados, militares, empleados y curas pesa so-bre un pueblo oprimido, ignorante sin ideal ni aspiraciones. Medio millón de indios e» la sierra y un cuarto de millón de mulatos en la costa, viven en el analfabetismo y casi en la servidumbre, por la inicua ley que permite el concertaje; su mentalidad retrasada, ruda y primitiva, no puede comprender los obstrusos ideales que animan a los blancos y mestizos que forman las demás clases sociales del país. Los ven moverse

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y agitarse en convulsiones espasmódicas, sin comprender el objeto de tal agitación; lo único a que aspiran, es que de tales movimientos, no resulte un nuevo pretexto para vejarlos y oprimirlos.

De aquí una grande y primordial obligación, la de procurar a todo trance, la elevación del nivel social y del valor cultural de la raza aborigen y del campesino de las costas. Si hay un problema social en el Ecuador, que con imperativo categórico, exija una pronta solución, es éste. Nuestros políticos, son miopes y no ven más que las cuestiones triviales que más cerca tienen de ellos, pero no se fijan en esta grande e inmensa tarea, que les cabría llevar a cabo, si tuvieran una noción más elevada y más exacta de su misión. El ánimo no debe desmayar por lo arduo de la empresa, todo pueblo, debe tener, una aspiración, un ideal de la noción de un deber que cumplir sobre la tierra; la convicción de nuestra propia debilidad, la desesperanza en nosotros mismos, la falta de carácter y la volubilidad en nuestras empresas, no son debidas al tropicalismo y por consiguiente, al medio físico en que vivimos, sino a nuestra educación falta de idealidad y de objetivo final elevado. Nuestro pensamiento, se queda siempre en los límites de un edonismo inferior que nos hace considerar sólo el aspecto material de las cosas. Demos a la vida un sentido más práctico y más utilitario, dentro de una concepción idealista y no confundamos el egoísmo y el particularismo, la mezquindad y el interés con el sentido positivista de la vida. Se puede aspirar a cosas útiles, para nosotros y los demás y buscar el beneficio propio sin estorbar el ajeno y con una finalidad más lejana que el logro en la cosa buscada en sí mismo. El cultivo de la voluntad, el de la dignidad personal, el sentimiento de la solidaridad, de la noción del deber, deben ser las guías y normas de nuestra vida y harán de nosotros, los buenos ciudadanos de una República no tan ideal como la soñada por Platón, pero sí de la que en el futuro deberán constituir los pueblos que queriendo afianzar su personalidad desean con ello mantener su propia existencia.

La ignorancia es otro de nuestros defectos esenciales, que debemos combatir a todo trance; no solamente ella nos mantiene con el atraso, la rutina y el empirismo, sino que nos deja inermes en manos del fanatismo político y religioso. En lo social, el imperio de la mediocridad y el arribismo se imponen debido al bajo nivel cultural de la masa total de los pobladores y al analfabetismo de la mitad de ellos por lo menos. No puede haber justicia en una sociedad que no alcanza a dis-

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tinguir el verdadero mérito del falso oropel de reputaciones usurpadas formadas sólo por el elogio y la alabanza de prodigados interesadamente. Por último, si queremos modificar la marcha de nuestro país allanándole obstáculos y dificultades, debemos procurar ser más tolerantes, pero no con el mal, con el vicio y con el crimen, lo que sólo es propio de las sociedades débiles y corruptas, sino con las ideas y creencias de los demás, para poder vivir en paz y concordia. Por último, debemos adoptar, como programa, el que conviene a todos los pueblos débiles y atrasados y que fue el que Joaquín Costa, trazó a su patria después del desastre de 1898: la escuela y la despensa, es decir, la Instrucción pública y la agricultura como bases futuras de prosperidad nacional.

Guayaquil, mayo 1.914 - marzo 1.917.

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BIBLIOGRAFÍA DE ALFREDO ESPINOSA TAMAYO ( -1918)

LIBROS

El problema de la enseñanza en el Ecuador. Quito, Oficina de Fomento de Instrucción Primaria y Encuademación Nacionales, 1916, 198 p.

Psicología y sociología del pueblo ecuatoriano. Guayaquil, Imprenta Municipal, 1918, 200 p. (edición postuma).

ARTÍCULOS

"Las universidades ecuatorianas". Revista de la Sociedad Jurídico—Literaria. Quito, Tomo 17, número 38, julio de 1916, p. 21-45.

"El caciquismo". Ibidem, Tomo 17, número 39, agosto de 1916, p. 69—76 (Capítulo XIV del libro Psicología y Sociología del pueblo ecuatoriano.)

"El mecanismo vital de la asociación de ideas". /bídem.To-mo 17, número 41, octubre de 1916, p. 175—180.

"Ensayos de psicología y sociología del pueblo ecuatoria-no". Ibidem, Tomo 21, número 65—67, octubre—diciembre de 1918, p. 261—288 (comprende los capítulos I—IV del libro Psicología y socio-logía del pueblo ecuatoriano).