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PROYECTO PLANETA TIERRA

—¡PELEA! ¡PELEA! —gritaban en coro los estudiantes de 6° mientras cerraban la puerta del salón con seguro para que nadie se enterara de lo que ocurría adentro.

Juako se había levantado sorpresivamente de su pupitre y estaba frente a mí, más rojo que un tomate, con los puños en posición de ataque. Ahí estaba yo sin entender muy bien qué había pasado. Alrededor, se amontonaban mis otros 32 compañeros de clase entusiasmados por asistir a un espectáculo de violencia, acomodándose para no perderse la función.

—¡PELEA! ¡PELEA!

Y ahora, ¿qué hacer? Yo no estaba molesto. Tampoco había protagonizado ninguna pelea antes. Sentí una presión enorme porque parecía que todos los presentes ya habían decidido que el combate tenía que comenzar.

¿Qué hago?

Comienzo a pelear (Continúa en la página 16).

Trato de calmar los ánimos (Continúa en la página 20).

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Todo comenzó mi primer día de secundaria. Pasábamos de ser los grandes de primaria a los pequeños de bachillerato. Era un nuevo empezar, con nuevas instalaciones, nuevos profesores y nuevos retos.

—Hola Richard —saludé.

—Hola Viko, ¿Qué tal las vacaciones?

—Normal, nada nuevo.

—Ya. Mira el nombre de la primera clase que tenemos.

Colgado afuera del salón se leía en el horario: "PROYECTO PLANETA TIERRA"

—Súper extraño —le respondí.

—¿Cierto? Y es con el profe Edwin que dicen que es súper cuchilla… y nos tocó de director de grupo.

—Sí… Míralo, ahí viene —dije disimulada-mente.

—Je, y se parece a Mr Bean.

—Ja, Ja, Ja.

Ricardo solía encontrarle parecido a todo. Veía las cosas de forma diferente y tenía muy buen sen-tido del humor. Era flaco, alto, muy creativo y sus


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ocurrencias nos alegraban el rato. Le decíamos el Richard y, por la conversación, se habrán dado cuenta de mi apodo: El Viko. Al principio me sonaba raro, pero cuando leí un cómic de vikin-gos me empezó a gustar: Los piratas del Mar del Norte. Bien: Un apodo que invita a la aventura .

—¡Hey, Viko! ¡Qué alto estás! —escuché la voz de Catalina detrás de mí.

—Hola Katika —volteé a responderle cuando se abalanzó sobre mí colgándose de mi cuello para saludarme con un pico en la mejilla.

Kata o Katika tenía razón. Había crecido du-rante las vacaciones. También había remplazado el uniforme desteñido que me acompañó desde 3° y estaba estrenando uno dos tallas más grandes. Ya mi saco no era verde manzana, era del verde normal (verde aguacate como diría Richard). A mí, realmente, me daba igual. El dinero siempre escaseaba en casa, pero mis padres lo considera-ron importante.

—Si, crecí —respondí—. Tengo las manos gigantes.

—Y las orejas —apuntó Richard.


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—¡Siiiii, no me había dado cuenta! —exclamó Catalina como siempre en un tono más alto de lo normal.

—Si, es algo extraño. Y tú Kata… ¡Tienes el pelo larguísimo! —dije para desviar la atención que había hacia mí.

—¡Siiii, larguísimo!

RRRIIIIIIING… Sonó el timbre. Ingresamos al aula obedeciendo al llamado, y nos sentamos en los pupitres de atrás, como siempre. Se veían las mismas caras, pero un poco diferentes. Todos estábamos en fase de crecimiento. Algunos tenían un nuevo corte de pelo y otros la nariz más gran-de. Unos estaban bronceados por las vacaciones, otros con frenillo y un par con barros en la cara: era la primera clase del primer día de secundaria.

—Buenos días. Mi nombre es Edwin y soy su director de grupo —se presentó mientras escribía


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en el tablero su nombre—. Bla. bla, bla, bla … Las reglas de la clase… bla, bla, … Las normas de conducta… bla, bla, bla…

Todo parecía igual a los comienzos de año en primaria… Excepto que… Un momento… Ha-bía en el salón una cara desconocida: un nuevo compañero.

—Hoy empieza el año con ustedes… Joakim Tamayo —dijo Edwin señalando su ubicación en el aula haciendo que todos voltearan a mirar-lo. Era de piel blanca y pelo rubio. Se veía muy nervioso y más cuando se escuchó una voz sutil y burlesca:

—¡Jua… QUINTA!

—JA, JA, JA —estalló la risa de los estudiantes por el apunte.

—¡Jua… quinta …mayo! —respondió alguien.


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La cara de Edwin se transformó. Ya no se veía cómo el cómico Mr. Bean sino parecía el malo, re-malo, de cualquier película de acción.

—¡RESPETO, POR FAVOR! —gritó en un tono que hizo al salón completo enmudecer—. ¡YA NO SON NIÑOS DE PRIMARIA, ASÍ QUE COMPÓRTENSE COMO JÓVENES DE BACHI-LLERATO!

Se dirigió al nuevo del salón en un tono sutil y conciliador:

—Discúlpalos Joakim, pronto dejarán de com-portarse como monstruos y lo harán como seres humanos. Por favor, háblanos un poco de ti.

El nuevo se levantó y con voz temblorosa se presentó con un extraño acento:

—Hola, me llamo Joakim y acabo de llegar de Finlandia.

—¿Finlandia? ¿Dónde quedará eso? —pensé.

—Bienvenido, Joakim —continuaría Edwin—. Hoy vamos a iniciar el año escolar reunidos en el patio. Abigaíl, nuestra rectora, va a darles la bienvenida y a explicarles en qué consiste esta nueva asignatura de "Proyecto Planeta Tierra". Quiero que formen grupos de cuatro, los cuales durarán hasta el trabajo final. Y, para la próxima


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clase, en cuatro páginas doble espacio en Arial 12, me van a responder la siguiente pregunta: "¿Qué necesitamos para vivir?"—escribió en el tablero mientras nos mirábamos extrañados.

—Ahora, vamos al patio —dijo, abriendo la puerta y saliendo del salón.

Nos quedamos extrañados digiriendo la in-formación. Esa pregunta estaba muy rara. Nos fuimos levantando lentamente y salimos sin tener que ir en fila por primera vez cuando de repente se escuchó de nuevo la voz oculta que gritaba:

—¡JuaQuinta!

Se escucharon risas de nuevo, pero para mí eso no era chistoso. Me sentí avergonzado de mi curso. Los conocía a casi todos desde pequeño y no me gustaba la idea de recibir a un extraño de esa manera.

¿Qué hago?

Charlo con mis amigos mientras llegamos al patio (Continúa en la página 18).

Me volteo y trato de hacer respetar al nuevo (Continúa en la página 22).


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Yo no me sentía ofuscado y no sabía pelear, pero el hecho de estar ya en medio del campo de batalla como protagonista y con un público hambriento de ver a dos compañeros cascándose, me llevó a seguir la función.

Observé a Juako: Era un poco más pequeño que yo. Su cabello fino y rubio se había oscureci-do un poco por el sudor que emanaba su cabeza. Parecía que fuese a explotar. Movía sus brazos hacia adelante y hacia atrás como un boxeador.

Yo ya estaba dentro de la pelea, así que imité sus movimientos, pero sin sentir esa rabia que él llevaba por dentro. Vi su puño derecho yen-do directo hacia mi rostro. Retrocedí para que no me golpeara y éste, con todo y brazo, siguió derecho. Me reincorporé e hice lo mismo. Envié un pu-ñetazo a su cara el cual

ro de téééé ,

-i

o pu-

cual


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terminó en un golpe tan seco y contundente que Juako fue directo al piso mientras volaba sangre de su nariz.

Luego de un milisegundo de silencio total, se escucharon voces:

—¡Víctor ganó la pelea! ¡Víctor ganó la pelea!

Yo no me sentía ganador. ¿Quién era yo para hacerle daño a alguien? De pronto golpearon a la puerta y sólo cuando el público estuvo sentado quitaron el seguro. Era Edwin, nuestro director de grupo, quien encontró a todos sentados en sus pupitres como inocentes palomitas excepto a Juako, quien se estaba levantando del suelo con la nariz ensangrentada y a mí, de pie en el mis-mo lugar, lamentando no sólo el hecho de haber lastimado a alguien, sino el de haberme metido en problemas.

—¡VÍCTOR RODRÍGUEZ, A RECTORÍA!

Pero, ¿qué había pasado? ¿Por qué resulté in-volucrado en esta situación?

(Continúa en la página 10).


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Qué mal se porta el curso, pero cada quien tiene que lidiar con sus asuntos. Era la oportu-nidad para charlar con mis amigos que no veía hacía rato. La siempre comunicativa Katika nos contó que sus padres habían vuelto a estar juntos después de dos años. Tener a papá y mamá en casa era algo muy enriquecedor para ella y Nico, su hermanito. Estaba feliz pues ya no tenía que soportar esas discusiones acaloradas y muchas veces absurdas entre papá y mamá.

—Apuesto a que tuviste algo que ver —le dijo Richard.

—JA, JA, ¡CLARO! Ya estaba cansada de servir de mensajera, así que creé un plan que funcionó a la perfec-ción. Le dije a mi papi que necesitaba que fuera a la casa. Sabía que mi mamá iba a estar. Me alié con mi abuela para que nos

ervir de mennsajeera, así que creé plan queee funcionó a la perfec-. Le dije a mi papi que

esiitabaa que fuera a asa. Sabbbía que mi má iba a estar. Me con mi abuelllaa a que nos


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llevara a Nico y a mí a "comprar unas cosas". Lue-go llamé y que estábamos un poco demorados… que mi papi me esperara. Dejé todo preparado en casa para despertar en ellos buenos recuerdos y al llegar tarde… ¡ya estaban abrazaditos! Je, Je.

—Qué bien. En mi caso ya no hay vuelta atrás —dijo Richard en tono solemne. Sus padres se habían separado cuando tenía tres años y ya se había acostumbrado a estar sólo con su madre—. Hiciste una jugada de James Bond —añadió para no palidecer la alegría de su amiga.

—Ja, Ja, JA. ¡Siiiii!

Richard, hijo único, disfrutaba de su soledad leyendo y viendo películas. Decía que los video-juegos le absorbían la energía y al final se sentía perdiendo el tiempo. Para él, nada se comparaba con leer un buen libro impreso o con una buena película.

—Katika Bond —añadiría yo mientras llegá-bamos al patio.

—Katika, La Bom Bond —complementaría Ricardo.

—JA, JA, JA



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No tenía por qué dejarme llevar ni por la ira de Juako ni por la multitud que me arrastraba hacia la pelea. La violencia no era lo mío, así que tomé aire y extendí los brazos alistándome para calmar los ánimos con un grito pacificador. De repente un golpe en mi estómago me sacó todo el aire. Ya era tarde. La pelea había empezado.

—¿Y ahora, qué hago? —pensé rápidamente. Yo nunca había peleado. Ahora estaba obligado no sólo a defenderme, sino a atacar y probablemente a hacerle daño a Juako. No quería lastimarlo, pero ya estaba en la pelea y tenía que comportarme como tal.

Levanté la mirada y observé cómo Juako mo-vía sus brazos para adelante y para atrás como si estuviera en un ring de boxeo improvisado. Sus ojos y su cara estaban rojos de furia y sudaba a chorros. Di un paso atrás logrando esquivar su segundo ataque y en cuestión de milisegundos pude levantar mi puño y dirigirlo a su rostro con tan buena puntería que dio justo en su nariz. Juako cayó al suelo mientras un chorro de sangre y un silencio profundo anunciaban que la pelea había terminado.

—¡Víctor ganó la pelea! ¡Víctor ganó la pelea!


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—¿Que gané la pelea? —pensé mientras oía el bullicio —. Si yo no gané nada. Por el contrario, ¡le acabo de hacer daño a un ser humano! Me sentí un perdedor. ¡Le había reventado la nariz a mi compañero! Se me aguaron los ojos.

No sé cuánto tiempo pasó, pero un grito feroz silenció todo lo que pasaba por mi cabeza. Edwin, nuestro director de grupo, ingresó en ese momen-to y me vio como un depredador observando la presa que yacía herida en el suelo.

—¡VÍCTOR RODRÍGUEZ, A RECTORÍA!

Pero, ¿qué había pasado? ¿Por qué resulté in-volucrado en esta situación?


en esta situación?


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Qué pena ser el nuevo. Nadie conocido y ro-deado de preadolescentes cínicos. Me dio un afán de justicia gigante. Sin pensarlo dos veces di la vuelta y grité:

—¡Ya párenla! ¡Qué ganas de molestar!

La respuesta no fue muy agradable. De nuevo una voz escondida gritaría:

—¡El novio de Quinta!

El grupo empezó a reír y burlarse ahora no solo de Joakim, si no de mí. ¡Que desastre! Mejor me hubiera quedado callado. Reconocí al Gato entre los montadores. Podría llegar a ser una pesadilla. Para lograr que mi intervención terminara un poco mejor me dirigí al nuevo y le dije:

—Fresco parce. Ya los irá conociendo. Son buena gente.

Me apresuré a buscar apoyo en mis amigos para salir rápido y triunfante de mi aventura heroica pero ya no estaban. Habían caminado adelante y ni siquiera se habían enterado de lo sucedido. Ahora me vi caminando solo, junto a Joakim, quien me sentía como un gran apoyo en esos momentos, así que le seguí hablando:

—Y… ¿de dónde es que viene?


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—De Finlandia. Es un país que está muy lejos, en el norte de Europa.

—Ya… chévere

—…

—Yo soy Víctor.

—…

—… Y… ¿qué tal allá?

—Pues es muy diferente. Hace mucho frío.

—… Ya… mmm… ¿mucho más que acá?

—Pues… 30°C.

—¡Wow! Y yo con frío. Debemos estar a unos 10°C.

—Si, para mí ahora está fresco.

La conversación pareció haber caído a por lo menos -15°C. No la estaba disfrutando. Sabía que en cualquier momento El Gato o algún compañe-ro, embelesado por la broma destructiva, podía volver a atacar. Sería algo insoportable. Por otro lado, aunque El Gato era famoso por su indiscipli-na, yo sabía que no se metería conmigo. Aunque no éramos amigos ni hablábamos mucho, había cierta empatía entre los dos. Además, yo nunca me había metido con nadie y era la primera vez


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que me daba por actuar de protector. El curso entero me respetaba, tal vez por mi contextura gruesa. No es que fuera gordo, sino que mis hue-sos eran largos y eso me hacía ver grande.

Joakim era muy tímido y callado y yo no sabía qué hablar con él. Después de un silencio incó-modo le pregunté:

—Y… ¿qué hacía por Europa, Joakim?

—Mi mamá es de allá.

—Mmmm… Ya. ¿Y ahora…?

—Mi abuela enfermó así que nos vinimos por un tiempo.

—Ahh… ya. Finlandia… Chévere.

Después de la estresante caminada llegamos al patio y vi a El Richard y la Kata conversando animadamente.

—Bueno… pues… Nos vemos —me despedí rápido para ir con mis amigos.

Bueno… ya se adaptaría. Por lo pronto yo nece-sitaba escapar, refugiándome en quienes conocía de verdad.


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Todo bachillerato se estaba reuniendo en el patio para el discurso de bienvenida. Edwin nos llevó al espacio correspondiente a sexto grado, desde donde nos daba todo el sol en la cara y cuando ya todos estábamos organizados, Doña Abigaíl tomó el micrófono y nos saludó a todos. Luego, se puso sus lentes y leyó en voz alta un comunicado del Ministerio de Educación:

"Debido a que el planeta está en crisis, los recursos no renovables son cada vez menos y las grandes potencias no han podido encontrar soluciones efectivas, la última Cumbre Contra el Calentamiento Global, con el aval de las Naciones Unidas, ha decidido tomar una revolucionaria decisión para evitar que se siga destruyendo al planeta. Como los adultos viven tan ocupados en su diario vivir, y las instituciones creadas para proteger la naturaleza han preferido sucumbir ante los intereses de unos pocos demostrando ineficacia a la hora de cuidar al planeta, se ha de-cidido unánimemente que son los niños, quienes están ajenos a los intereses económicos, los que han de definir un plan a seguir, el cual va a ser cumplido con absoluto rigor por todos los países.

De tal forma, se creará un comité internacional conformado por 50 niños voluntarios entre 12 y


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15 años, recomendados por sus colegios para lle-var a cabo esta tarea. Los elegidos saldrán de las siguientes zonas: África: 10 niños, Asia: 10 niños, Oceanía: 10 niños, Europa: 10 niños y América: 10 niños".

La rectora alzó la mirada mientras simultánea-mente se quitaba sus pequeñas gafas. Hizo una pausa y mirando al infinito exclamó:

—¡Espero que alguno de ustedes sea escogido para representar bien al colegio y al país! —Tomó un nuevo aire y continuó ya en un tono normal:

—Para guiarlos en este proceso, el Ministerio de Educación ha creado una nueva asignatura


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para todos los grados de secundaria en todos los colegios del país. Se ha escogido el nombre de "Proyecto Planeta Tierra" y nuestro querido profe Edwin estará a cargo de guiarlos en este proce-so —Señaló con una sonrisa de confianza hacia donde estábamos nosotros y todos centraron su atención hacia él—: Él les estará instruyendo sobre los problemas actuales del planeta y de us-tedes dependerá generar propuestas interesantes para ser tenidas en cuenta. Es una oportunidad única que no se puede desaprovechar, así que… ¡manos a la obra!

—¡Qué maravilla! ¡Poder hacer algo nosotros! —exclamó Cata al finalizar la bienvenida—. Des-de que tengo uso de razón he escuchado que el planeta está mal, que el fin del mundo, que esto y aquello, pero todos siguen haciendo lo mismo. Que nosotros los niños tengamos ahora poder de decisión… ¡va a ser genial! ¿Cierto?

Richard la observó unos segundos y al fin respondió:

—No sé. Se me hace triste que los adultos se hayan rendido… Ya se pueden lavar las manos y luego culpar a los más vulnerables: los niños.


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—¡No es para tanto, Richard! Es la oportuni-dad para que se valore la vida más que al dinero —replicó Catalina poniéndose seria.

—Uuuuyy Katika, no te conocía esos dotes de revolucionaria —comenté yo.

—Pues me conoces Viko. Yo digo lo que siento. Y no soy yo la revolucionaria. Fíjate: ¡El mundo entero optó por una revolución!

—Si, que raro. Entonces… ¿Quieres ser una de las elegidas?

—Pues ganas no me faltan.

—Mmmm… Diez niños de toda América… lo veo muy difícil… y como es este continente… los sacarán todos de Estados Unidos —sentenció Ricardo continuando con su pesimismo.

—Pues sería interesante poder ayudar a cam-biar al mundo; y de verdad… no desde los video-juegos —dije.

—Sí, y que no sea una obligación venir al co-legio —dijo Richard riéndose.

—Ja, ja… sí.

De repente, los ojos de Catalina se abrieron y exclamó:


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—¿Saben? Podríamos empezar con eso: que no nos obliguen a madrugar a unas clases teóricas que al final no nos van a servir de a mucho.

—Haaay Cata, tan perezosa —respondería Ricardo.

—No. Para nada. ¡Es cierto! ¿Qué tanto le han servido a tu papá… digamos… tantas materias que le tocó ver en el colegio? Es decir… es tiempo valioso y espacio en el cerebro que se desperdicia. ¿Cuántas cosas útiles pudo haber aprendido, o disfrutado?

—Pues a él no le sirvieron, pero otros han he-cho cosas extraordinarias con esa información. Además, ¿eso qué tiene que ver con el calenta-miento global?

—Pues es obvio. Las personas se acostumbran a hacer algo y lo siguen haciendo, y un verdadero cambio empieza con la educación. Es decir, desde el colegio nos entrenan para que seamos útiles a la sociedad… pero esa definición de "útil" es lo que se está reconsiderando. ¡El planeta ya no aguanta más y la sociedad pide un cambio a gritos!

—Si, te entiendo.

—Entonces… para responder a la pregunta: "¿Qué necesitamos para vivir?", además de agua,


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aire y comida, que es lo lógico, ¡necesitamos una buena educación! ¡Que entendamos desde peque-ños que el planeta está vivo! Que todos estamos unidos por él, que hay que cuidarlo… y no sólo eso… sino el cómo hacerlo.

—¡Claro! ¡Empecemos a trabajar! Aunque ne-cesitamos a otra persona en el grupo.

—Empecemos nosotros tres y luego vemos. Tenemos una semana.

—¡Listo! —dijimos en coro

—Vale. Hoy en mi casa después de clase —res-pondió Catalina.

—Uuuyyy… pero eso es de una.

—Ja, Ja… Sí de una… Entre más pronto, mejor —señaló Cata—. Y de una vez ven el ambiente tan bonito que se respira en casa.

(Continúa en la página siguiente)


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