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1 PROYECTO DE VIDA Los seres humanos solemos sentirnos incompletos. Requerimos de algo más, externo a nosotros donde proyectar todo lo bueno que hemos encontrado dentro. Victor Frankl dice que el sentido de mi vida no puedo ser yo mismo, que tengo que buscar la felicidad en el dar, en el compartir, en el proyectarme hacia el otro, el potencial humano que no se comparte y se pone al servicio de otros se pudre. El hombre contemporáneo está obsesionado con su felicidad individual y no es feliz porque busca serlo. La madre Teresa de Calcuta, o el padre Chinchachoma dicen que más que obsesionarse con ser felices han dedicado sus vidas a hacer felices a otros libre y desinteresadamente. La felicidad les ha llegado sin buscarla, como consecuencia de un proyecto de vida sano, orientado trascendentemente. La felicidad es más bien una consecuencia y no tanto una finalidad directa del actuar humano, constituye en el mejor de los casos un buen termómetro de nuestra capacidad de atender al papel que la vida nos ha asignado. Es en el dar que se encuentra la mayor plenitud en ese vaciarse en el otro libre y desinteresadamente que paradójicamente el hombre se llena de satisfacción y plenitud PLANEACION DE VIDA Y TRABAJO Mauro Rodríguez “Sabemos lo que no queremos hacer, pero no sabemos lo que queremos hacer y sólo hay una manera de saberlo, intentándolo” (Drucker). ¡Cuántos seres humanos mueren sin haber sabido realmente qué querían, qué podían hacer, qué los llevaría a ser cada vez más felices y satisfechos de sí mismos¡ No es difícil encontrar personas que viven en la insatisfacción, aburridas, angustiadas y sin encontrarle un sentido a su vida. Personas que aun teniendo trabajo, dinero, familia y pudiendo hacer lo que quieran, nada

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PROYECTO DE VIDA

Los seres humanos solemos sentirnos incompletos. Requerimos de

algo más, externo a nosotros donde proyectar todo lo bueno que hemos

encontrado dentro. Victor Frankl dice que el sentido de mi vida no puedo ser

yo mismo, que tengo que buscar la felicidad en el dar, en el compartir, en el

proyectarme hacia el otro, el potencial humano que no se comparte y se

pone al servicio de otros se pudre.

El hombre contemporáneo está obsesionado con su felicidad individual

y no es feliz porque busca serlo. La madre Teresa de Calcuta, o el padre

Chinchachoma dicen que más que obsesionarse con ser felices han

dedicado sus vidas a hacer felices a otros libre y desinteresadamente. La

felicidad les ha llegado sin buscarla, como consecuencia de un proyecto de

vida sano, orientado trascendentemente. La felicidad es más bien una

consecuencia y no tanto una finalidad directa del actuar humano, constituye

en el mejor de los casos un buen termómetro de nuestra capacidad de

atender al papel que la vida nos ha asignado. Es en el dar que se encuentra

la mayor plenitud en ese vaciarse en el otro libre y desinteresadamente que

paradójicamente el hombre se llena de satisfacción y plenitud

PLANEACION DE VIDA Y TRABAJO Mauro Rodríguez

“Sabemos lo que no queremos hacer, pero no sabemos lo que

queremos hacer y sólo hay una manera de saberlo, intentándolo” (Drucker).

¡Cuántos seres humanos mueren sin haber sabido realmente qué querían,

qué podían hacer, qué los llevaría a ser cada vez más felices y satisfechos

de sí mismos¡ No es difícil encontrar personas que viven en la insatisfacción,

aburridas, angustiadas y sin encontrarle un sentido a su vida. Personas que

aun teniendo trabajo, dinero, familia y pudiendo hacer lo que quieran, nada

2

les hace ilusión, sienten un vacío interno y llegan a decir: “no sé ni para qué

vivo”. La vida se les pasa sin vivirla realmente.

“El ser humano se enfrenta hoy a cambios continuos y a su propia

actualización; estos retos lo obligan a buscar su centro interior para no

perder de vista su propia identidad y su sentido de vida” (Siliceo y Cásares)

La necesidad de planear significativamente la vida radica en enfocar la

energía vital del individuo en su propio significado, en vez de perderla en

temores, dudas, ansiedades y tensiones.

El proceso que lleva a planear la propia existencia requiere como base

indispensable una comunicación continua con uno mismo, así como

intercambios significativos con otras personas, hoy se vive esta preocupación

en las organizaciones, es por ello que el desarrollo humano en ellas trata de

integrar el valor de la persona y la eficiencia organizacional.

En la actualidad es fácil caer en la deshumanización y enajenación que

llevan al individuo a apartarse de su destino y perder el sentido e importancia

de su propia participación en el núcleo de trabajo al que pertenece.

La planeación de vida surge de la corriente humanista, tanto

psicológica como filosófica que propicia el renacer de los intereses por lo

auténticamente humano, la integración de valores, capacidades y

experiencias para el desarrollo de las propias potencialidades, así como la

autodirección para una vida significativa, responsable y feliz.

Este desarrollo dentro de las organizaciones promueve el crecimiento

integral de sus miembros, permitiéndoles elegir a la persona que pueden ser.

“La planeación significativa de vida y trabajo contribuye a que el

individuo se vea a sí mismo desde una nueva perspectiva, conozca tanto sus

limitaciones como potencialidades y descubra su sitio en la vida” (Fabri)

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VISUALIZACION DE MEDIOS Y FINES

1. Describe detalladamente cuál es la visión de ti mismo dentro de 10 años

2. Describe detalladamente cuál es la visión de ti mismo dentro de 5 años

3. Describe detalladamente cuál es la visión de ti mismo en un año.

REFLEXION 1. ¿Quiénes han sido las personas que han tenido mayor influencia

en mi vida y de qué manera?

2. ¿Cuáles han sido mis éxitos y fracasos?

3. ¿Cuáles han sido las decisiones más significativas en mi vida?

4. ¿Cuáles son mis planes a 5 años?

5. ¿Cuáles son mis planes a 10 años?

PROPUESTA DE PROYECTO DE VIDA 1. ENLISTAR FORTALEZAS AUTOCONCEPTUALIZADAS.

2. VISUALIZAR FORTALEZAS POTENCIALES

3. ENLISTAR PUNTOS QUE EN AUTO CONCEPTO SE COSIDEREN EN

LA ACTUAL SITUACIÓN FRAGILES Y VISUALIZAR EN QUE CASOS

PODRIAN CONVERTIRSE EN PARTE DE LAS FORTALEZAS.(reconocerlos

ya es una fortaleza)

4. VISUALIZAR POSIBLES PUNTOS DE CONFLICTO (A futuro).

5. CONCEPTUALIZAR MACRO OBJETIVO DE VIDA

6. CONCEPTUALIZAR OBJETIVOS POR ROLES:

Los objetivos por roles deben trabajarse desde una visión general que

brinde al estudiante claridad, seguridad y evite estrés al citarlos).Sin embargo

es indispensable que cada uno genere un ejercicio específico y exhaustivo

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en cada uno de los roles que defina, ayudándose para lograrlo de metas por

periodos de vida:

1. A 5 años ( periodo en el que estará titulándose)

2. A 10 años (periodo en el cual estará formando su independencia

de la casa paterna y buscando formar su propia familia)

3. A 20 años (periodo en el cual la solidez profesional debe ser clara,

así como la estabilidad económica y su aportación a la sociedad

perfectamente enfocada).

4. A 35 años (por lo general en estos ejercicios no se contempla este

periodo porque se considera que es una época de declive, pero vamos a un

futuro donde los seres humanos que se encuentran en este margen de edad

será la mayoría y las habilidades de profesionalismo se prolongan a mayor

edad, además, es necesario adelantarnos a generar un nuevo perfil para las

personas que superan los 50 años de edad, y rescatar la visión del respeto a

la experiencia y la sabiduría.

6. GENERAR UN ESQUEMA DE CONJUNTOS BUSCANDO LOS PUNTOS

EN QUE TODO ESTOS SE CONTACTAN (DEBIERAN COICIDIR EN EL

MACRO OBJETÍVO). UN PUNTO DE CONTACO SENCIBLE EN TODOS

LOS ROLES.

7. GENERAR UNA GRAFICA DE ACCIONES SUAVES Y ACCIONES

DEFINITÍVAS.

Acciones Definitivas: Momento de toma de decisiones

Acciones Suaves: Las acciones cotidianas consecuencia de una decisión.

ARTICULO No. 2 IDENTIDAD, VALORES Y PROYECTO DE VIDA.

5

Dra. Laura Domínguez García, Facultad de Psicología, Universidad de La

Habana.

RESUMEN Identidad, valores y proyecto de vida constituyen importantes indicadores del

desarrollo de la personalidad sana y madura. En el trabajo se caracteriza

estas formaciones psicológicas y las relaciones existentes entre ellas.

Además, se exponen algunas ideas y reflexiones en torno a las vías, a partir

de las cuales, el proceso de enseñanza y educación, en nuestras

universidades, puede influir favorablemente en su desarrollo.

ABSTRACT Identity, values, and life’s projects are important aspects for the development

of a healthy and mature personality. In the present article, there is a

characterization of these psychological formations as well as its relations

among them. Furthermore, this is an exposition of some ideas and reflections

by which the teaching-learning process can influence favourably in the

development of it, in our universities

El problema de la educación de los valores se convierte en la actualidad en

uno de los retos más complejos y a la vez importantes del proceso de

desarrollo de la pesonalidad. El proceso de formación de valores cobra

especial relevancia en la juventud, por constituir esta etapa un período

particularmente sensible al respecto, dadas las necesidades de

independencia y autodeterminación propias del joven que caracteriza la

situación social del desarrollo que le es típica.

Desde el punto de vista psicológico, los valores forman parte de la

subjetividad humana y aparecen como formaciones complejas de la

personalidad en la edad juvenil con el surgimiento de la concepción del

mundo. (Domínguez, 1990)

La concepción del mundo es un sistema de opiniones, juicios y valores

que posee el joven acerca de la realidad, de sus orígenes y de las leyes que

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rigen su devenir. También refleja la interpretación que hace el sujeto del

papel que le corresponde desempeñar al hombre en la sociedad, dentro del

contexto socio-histórico específico en el que se desenvuelve su vida y la

valoración del lugar

que ocupa el propio sujeto en este sistema de relaciones sociales.

La apariencia de los valores como formación motivacional de la

personalidad y de la concepción del mundo que los integra y sistematiza, no

es un resultado automático del desarrollo ni se produce de manera

espontánea sino que es ante todo un resultado mediato de las condiciones

de vida y educación del hombre, esto es, de su historia personal que él

construye activamente como sujeto socio-histórico.

En el proceso de desarrollo de la personalidad se ejercen sobre el

individuo múltiples influencias educativas que van desde aquellas que recibe

en su medio familiar y en su grupo de coetáneos, hasta las que

corresponden a la escuela y posteriormente al medio laboral; además de

aquellas provenientes de los medios masivos de comunicación y otros

actores macrosociales. Estas influencias formales e informales son en buena

medida responsables del nivel de regulación y autorregulación que alcanza la

personalidad, aún cuando este proceso acontece de manera individualizada

y particular en cada sujeto. (Domínguez y Fernández, 1999).

Otro componente de la personalidad de incuestionable importancia en

su proceso de desarrollo es la identidad personal.

En cuanto a su génesis, como todo contenido psicológico sigue el

camino de lo externo-social a lo interno-psicológico.

Con el surgimiento de la autoconciencia a iniciar de la edad preescolar

comienza el proceso de construcción de la representación de sí mismo, la

conformación activa de la identidad personal. Esta formación psicológica

expresa la capacidad de autoconocimiento y de autovaloración del sujeto y

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en especial, en la juventud, la posibilidad del joven de proponerse tareas

para su autoeducación.

En esta etapa la identidad personal, también denominada

autovaloración, debe alcanzar un importante grado de estructuración y

estabilidad, ya que el principal propósito que debe acometer el sujeto es el

de determinar su futuro lugar en la sociedad. Así, la elección de la futura

profesión o actividad laboral y su desempeño, se apoyan en la valoración

que hace el sujeto de sus capacidades, cualidades e intereses y forman

parte esencial en la elaboración de un proyecto de vida que permita

encaminar su conducta presente en pos de objetivos situados temporalmente

a largo plazo.

En este proceso de construcción del proyecto de vida intervienen,

desde el punto de vista de su contenido y también dinámico, los valores del

joven, su concepción del mundo y su identidad personal.

Es necesario apuntar que la concepción del mundo no es solamente la

forma más o menos 165 exacta en que el individuo se representa al mundo a

través de conceptos y juicios, sino además, la manera en que se orienta

hacia la realidad, su actitud u orientación valorativa hacia lo que le rodea.

Esta forma de concebir el mundo y de asumir frente a la realidad una

determinada posición personal, depende en buena medida de la valoración

de sí mismo. La identidad personal es reflejo de los valores del sujeto,

porque el sentido de autoestima o grado de satisfacción que siente el mismo

respecto a la persona que es, depende del contenido de dichos valores y de

su potencial

regulador en la conducta.

Por otra parte, el proyecto de vida como sistema de objetivos mediatos

vinculados a las principales esferas de realización del joven, entre las que

pueden encontrarse la familia, la profesión, su

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autorrealización, etc. tiene como importante sostén el conjunto de valores

que se estructuran como contenidos de su concepción del mundo y que

también forman parte de su identidad personal.

Resulta imposible que el sujeto elabore un proyecto de vida sólido y

realizable, que comprometa todas las potencialidades reguladoras de la

personalidad, si no se apoya en lo que es y en lo que quiere ser, en la

contradicción entre su yo real y su yo ideal, todo lo cual se encuentra

matizado por su concepción del mundo y sus valores.

La identidad personal, los valores como componentes de la concepción

del mundo y el proyecto de vida son formaciones de la personalidad cuyo

desarrollo comienza desde edades tempranas y se extiende a lo largo de la

vida. Estas formaciones adquieren en la juventud un alto grado de

estructuración y un elevado poder regulador, cuestión que se ve favorecida

por las exigencias que impone al comportamiento del joven su entorno social

y todo ello, unido a su necesidad de autodeterminación en los diferentes

esferas de su vida, que adquieren para el mismo sentido personal.

Un elemento que distingue a las formaciones antes mencionadas es la

estrecha unidad de sus componentes cognitivos y afectivos. Es precisamente

esta característica la que garantiza su

potencial regulador y la intensidad y estabilidad con que organizan y

direccionan el comportamiento del sujeto.

Identidad, valores y proyecto de vida constituyen importantes

indicadores del desarrollo personológico.

Dicho en otras palabras, son componentes esenciales de la

personalidad sana y madura.

Hasta aquí hemos caracterizado las formaciones psicológicas, objeto

de nuestro trabajo y hemos tratado de mostrar las relaciones existentes entre

ellas. Pasaremos entonces a exponer algunas ideas y reflexiones en torno a

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las vías, a partir de las cuales, el proceso de enseñanza y educación, en

nuestras universidades, puede influir favorablemente en su desarrollo.

En primer lugar, es necesario dejar sentada nuestra posición general

en cuanto a si son educables o no los jóvenes que arriban a los centros de

Educación Superior. Al respecto, creemos que si bien es innegable que a su

entrada en la universidad los estudiantes poseen una personalidad

relativamente formada, en comparación con aquellos que ingresan en los

niveles precedentes, también es real que aún mucho podemos hacer por su

educación.

En la edad juvenil, si el sistema de influencias educativas resulta

acertado, se consolidan importantes formaciones psicológicas, como por

ejemplo, el pensamiento teórico y todos los procesos intelectuales. Los

intereses profesionales surgidos en la adolescencia alcanzan un mayor nivel

de estructuración, favorecido por el contacto directo del joven con los

contenidos de su profesión.

La identidad personal, entendida como concepto que posee el sujeto

respecto a su persona elaborado en base a sus principales necesidades y

motivos, regula de manera estable el comportamiento y se convierte en

importante punto de partida para el proceso de su auto perfeccionamiento.

Además, el joven se proyecta al futuro mediante la elaboración de

objetivos y metas y de las correspondientes estrategias que le permitan su

consecución. Surge así el proyecto de vida apoyado en la concepción

científica y moral del mundo y en la identidad personal.

Ahora bien, si aceptáramos entonces que por un conjunto de

condiciones objetivas y subjetivas los jóvenes que llegan a nuestras aulas

son aún vulnerables a las influencias educativas que ejerzamos sobre ellos,

cabría entonces preguntarnos lo siguiente:

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¿Cómo debe desarrollarse el proceso docente educativo de forma tal que

contribuya a la formación de la personalidad del estudiante universitario?

¿Cómo debe facilitar y a la vez dirigir el profesor este proceso, teniendo en

cuenta el carácter sistémico de la personalidad?

¿Cómo desarrollar un plan de estudios para que marchen en sintonía la

formación de conocimientos, hábitos y habilidades y la de la identidad

personal, la concepción del mundo y la elaboración de un proyecto de vida?

¿Cómo orientar el proceso para lograr en nuestros graduados una

preparación técnica de excelencia que se conjugue con un

elevado compromiso social?

Ante la complejidad de este problema es difícil pretender encontrar

respuestas exactas o definitivas.

No obstante, intentaremos apuntar algunas consideraciones al

respecto. El profesor asume un doble rol en el proceso docente-educativo.

Por una parte debe convertirse en facilitador del mismo y por otra, dirigirlo de

acuerdo con determinados objetivos instructivos y educativos, que se

expresan en los planes de estudio como lo deseable, en función del modelo

del profesional de que se trate. Es necesario señalar que estos roles se

desarrollan de manera 166 simultánea, aún cuando en determinadas

situaciones pueda prevalecer uno sobre otro.

Consideramos que la actividad y la comunicación constituyen las vías

esenciales de formación, desarrollo y expresión de la personalidad. Esto

significa que si los profesores somos capaces de

estructurar adecuadamente los sistemas de actividad y comunicación dentro

del proceso docente-educativo, los resultados se acercarán en mayor medida

a nuestras expectativas, en lo que respecta a la formación de nuestros

alumnos.

En este sentido es necesario partir del presupuesto de que no toda

actividad es desarrolladora de la personalidad, sino aquella que adquiera un

11

sentido personal para el joven. Por sólo citar algunos requisitos, en este

orden, apuntaremos que deben ser actividades que se relacionen con los

necesidades del estudiante y a la vez sean expresión de las necesidades de

la práctica social, que deben ser motivantes, permitir la participación activa,

problémica y reflexiva del joven, promover el trabajo en grupo y brindar al

estudiante más que conocimientos acabados un esquema de asimilación e

interpretación de los contenidos de su profesión.

Todo ello vinculado a la ética profesional y a la ética del profesional en

nuestra sociedad, la cual adquiere matices particulares en nuestro caso,

pues se trata de la ética del profesional revolucionario y comprometido con el

avance de nuestro proyecto social socialista.

Por su parte y en unidad dialéctica con la actividad, la comunicación

sistemática con el estudiante también resulta esencial, porque es la vía

principal a través de la cual podemos trasmitir contenidos y conocer, no sólo

como avanza el proceso de aprendizaje sino además que piensan los

jóvenes sobre sí mismos, sobre nuestra realidad, cuáles son sus

cuestionamientos o dudas, en qué medida se sienten comprometidos con ser

útiles a nuestra sociedad e incluso, qué problemas de carácter objetivo o

subjetivo pueden estar afectando su desempeño.

Esta relación comunicativa debe basarse en el diálogo abierto y flexible

como proceso interactivo profesor-alumno, apoyarse en el respecto mutuo, la

comprensión y la empatía, así como en el establecimiento de límites

consecuentes y consistentes, evitando actitudes intransigentes o

paternalistas por parte del profesor, de manera tal, que el estudiante se

sienta responsable de su proceso de formación.

Para lograr lo anterior, del profesor debe ser ejemplo, esto significa

representar para sus estudiantes un modelo de profesional, un modelo moral

y un modelo de ciudadano revolucionario, comprometido personalmente con

nuestro proyecto social.

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Para que se produzca un desarrollo de la personalidad que sea

sinónimo de crecimiento y despliegue de las potencialidades del sujeto, de

autoaceptación, de autenticidad personal, de autonomía, independencia,

seguridad, flexibilidad, de la capacidad de relacionarse con los demás desde

la posibilidad de analizar y respetar sus opiniones, el desarrollo debe

entenderse y promoverse como un proceso de intenso dinamismo.

Lo anterior significa que la misión principal de la educación y a la cual

la enseñanza universitaria puede contribuir en importante medida, es la de

desarrollar en los jóvenes una personalidad madura.

Personalidad madura es condición del sujeto autorregulado, que posee

una identidad personal estructurada y es capaz de proyectarse al futuro

mediante la elaboración de un proyecto de vida, apoyado en su concepción

del mundo.

Personalidad autorregulada es también síntesis de un conjunto de

valores sociales y morales que se manifiestan en la capacidad constructiva y

transformadora del hombre hacia su entorno y hacia sí mismo, en su

tendencia a progresar, vencer metas y proponerse nuevos retos.

Un factor decisivo entonces para el funcionamiento adecuado de la

sociedad y que constituye el cimiento del desarrollo de nuestro

proyecto social, es la asunción individualizada y personalizada de cada

cubano de los principios que sustentamos como nación. No podemos olvidar

que los valores primordiales de nuestro proyecto social, los de identidad,

soberanía y justicia social, sólo serán elementos que nos distingan, si pasan

a formar parte de la subjetividad de cada cubano.

Este propósito se convierte en el objetivo fundamental de la formación

de los egresados de nuestras universidades y todos nuestros esfuerzos

deberán encaminarse a lograr que los jóvenes graduados, conjuguen en su

desempeño como especialistas en diferentes ramas, un elevado

13

profesionalismo con el compromiso social dirigido a la solución de los

problemas y tareas que nos presenta la construcción del socialismo en Cuba.

REFERENCIA Domínguez G., L. (1990): Cuestiones Psicológicas del Desarrollo de la Personalidad. Editora Universitaria. Universidad de La Habana. Domínguez G., L y Fernández R., L (1999): “Individuo, Sociedad y Personalidad”. Revista Cubana de Psicología. Volumen 16, No. 1.

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ÉTICA, RESPONSABILIDAD SOCIAL Y TRANSPARENCIA LA POSIBILIDAD DE UNA VIDA LOGRADA

“La vida es como una leyenda: no importa que sea larga,

sino que esté bien narrada” Séneca

3.1 La necesidad de un proyecto vital La existencia humana es un camino que está siempre por

construirse, una ruta que sólo se puede transitar viviendo. Nuestra

vida no es un producto terminado, sino lo contrario, para los seres

humanos, vivir significa hacer su vida. ¿Significa esto que todo lo

que somos y vivimos depende de nosotros? La respuesta es no. En

nuestra vida casi todo está en proceso de llegar a ser. En la vida

intervienen diversos factores: biológicos, fisiológicos, históricos,

etcétera. Lo más relevante es que a partir de ellos podemos ser

libres. Los actos libres son los que más nos caracterizan.

No hemos elegido nuestro aspecto físico ni el lugar en el que

nacimos o la época en que estamos. Pero sí decidimos qué hacer

con aquello que nos ha sido dado, qué hacer con esas condiciones

iniciales que prefiguran nuestra identidad. Podemos decidir cómo

conducir nuestra vida.

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Hay que añadir que podemos elegir dentro de un margen de

posibilidades. Algunos asuntos dependen de nuestra voluntad y

otros no. La madurez personal consiste precisamente en

distinguirlos, primero, y después en habituarnos a encaminar

nuestra voluntad a los fines más convenientes para una vida

lograda. La persona madura aprende a aprovechar las

circunstancias que no están en sus manos para que éstas no lo

aprisionen. Consigue, en la medida de lo posible, dominar y no ser

dominado por los acontecimientos. Escapa a las redes del “destino”,

del “entorno” y de la “herencia” a través de una voluntad recia y una

inteligencia penetrante.1 Somos constructores de nuestra propia

vida, como un arquitecto lo es de un edificio o una casa: él no

inventa de la nada los materiales ni el lugar en donde va a construir,

pero sí elige qué materiales le convienen más, cómo ordenarlos,

qué lugar es más propicio para construir. Para llegar a los mejores

resultados necesita definir cuál es el fin al que quiere llegar y qué

medios se necesitan para lograrlo, debe llevar a cabo un plan, un

proyecto de construcción. Lo mismo sucede con nosotros: para

lograr lo que queremos llegar a ser necesitamos definir cuál es

nuestro fin y cuáles son los medios para lograrlo.

Existen metas a corto, mediano y largo plazo. La mayor parte

de éstas son medios para el verdadero fin: la vida lograda. Se trata

de desarrollar al máximo nuestras capacidades para crecer como

personas y para colaborar con el bienestar de la sociedad.

La vida humana es un proyecto que depende de cada quien,

sin olvidar, como ya mencionamos, las cosas que no podemos

controlar. Somos responsables de lo que nos sucede o nos deja de

suceder. La libre elección supone responsabilidad: si elegimos,

16

hemos de ser capaces de hacernos cargo de nuestra decisión y sus

consecuencias, al menos mientras estén a nuestro alcance.

En gran medida nuestra vida es un acto de elección. El

filósofo español, José Ortega y Gasset, decía: “El hombre puede ser

o por lo menos intentar ser lo que quiera. Por eso el hombre es

libre. Es libre porque su ser no es algo fijo y determinado, por lo

tanto no tiene más remedio que írselo buscando y esto —lo que va

a ser en todo futuro inmediato o remoto— tiene que elegirlo y

decidirlo él mismo. De suerte que es libre el hombre… a la fuerza.

No es libre de no ser libre”.

Paradójicamente, lo único que no podemos elegir es dejar de

elegir. Aun la abstención es una forma de elección. Aunque

podemos sentirnos controlados y obligados, la libertad es para el

ser humano una realidad innegable. La libertad es parte

fundamental de la condición humana.

La experiencia de la libertad no puede soslayar la relación con

los demás. La realidad nos 2 hace ver que los otros no pueden ser

excluidos de nuestro proyecto vital, porque es un hecho que los

seres humanos estamos en continua relación con el mundo y con

los demás. Nadie es autosuficiente. Podríamos decir que estamos

vinculados con los otros, de tal manera que no sólo somos

responsables de nuestra propia vida, sino también de sus

repercusiones sociales.

Las consecuencias de nuestros actos libres se reflejan

necesariamente en nuestro entorno. Cada una de nuestras

decisiones tiene un impacto que supera nuestra individualidad. En

la medida en que nuestro proyecto vital involucra a los otros,

17

podemos decir que tiene diferentes niveles: el proyecto personal se

articula en la familia y la sociedad.

3.2. Niveles del proyecto De entrada, pueden vislumbrarse tres niveles distintos en el

proyecto vital: el personal, el familiar y el social. Éstos son

inseparables, pero conviene reflexionar sobre las características

propias de cada uno.

3.2.1 Proyecto personal

Para estructurar un proyecto de vida no basta un instructivo o

una receta. Se trata de algo mucho más complejo e importante

porque está de por medio nuestro bienestar. Además, cada caso es

distinto porque las circunstancias y posibilidades varían de persona

a persona. Sería insuficiente una declaración de buenas intenciones

para concretar una vida lograda. Hace falta trazar objetivos y metas

específicas; también, asumir una actitud de auténtico compromiso

con los ideales elegidos.

La vida es intransferible: no se le puede pedir a otro que la

viva por nosotros. Cada uno es una persona distinta, particular e

individual. Nuestro proyecto personal no puede estar únicamente

determinado por patrones ya impuestos, porque éstos son tan

generales que no pueden tomar en cuenta todas las circunstancias

que constituyen cada historia personal y, por tanto, lo que somos,

pensamos y deseamos. Nada de lo que hacemos en la vida se hace

sin un motivo personal o social. Para entendernos y conocernos

verdaderamente, es necesario identificar el origen de estas

motivaciones, aprender del pasado y así vislumbrar el futuro. 3

18

No podemos vivir simplemente repitiendo lo que otros han

hecho o decidido, porque como se ha mencionado, los seres

humanos somos libres y no estamos determinados a actuar de una

sola manera. Seguir los patrones impuestos significaría olvidarnos o

traicionarnos a nosotros mismos. Imitar lo que otros hacen para

evadir responsabilidades, implica ya una toma de postura ante el

mundo, una elección ciertamente desafortunada. Aunque no

podamos elegir lo que nos sucede, sí somos capaces de elegir

cómo enfrentarlo y qué hacer con ello.

Tener un proyecto personal significa tomar en cuenta el futuro. La

palabra “proyecto” alude al hecho de que los seres humanos

miramos el porvenir. Nuestra vida está siempre en tránsito y en

movimiento. Somos el resultado de las decisiones que hemos

tomado en el pasado y que van perfilando nuestro futuro. Todo lo

que hacemos tiene una motivación y un sentido. El futuro tiene un

alto grado de incertidumbre que hemos de considerar. A pesar de

esta indeterminación, el porvenir, en buena medida, depende de

nosotros.  3.2.2 Proyecto familiar

El núcleo elemental de la sociedad es la familia. Vivir en ella

conlleva también la integración de un proyecto. Los vínculos

familiares son los más estrechos. Por ello, la formación de una

familia supone y requiere una gran responsabilidad. Va más allá del

vínculo emocional y de la provisión y administración de bienes

materiales. Al interior de la familia se genera una red de relaciones

interpersonales que representa una influencia significativa.

19

¿Podría dudarse de la conveniencia de que quienes conforman una

familia sean lo suficientemente maduros para dirigirla de un modo

positivo? No es fácil hallar el equilibro entre la integridad del núcleo

familiar y el respeto a la individualidad de cada uno de sus

miembros. Es importante también que los responsables de cada

familia tengan la capacidad de conocer a cada integrante para

colaborar con su desarrollo personal. De lo contrario, se corre el

riesgo de imponer proyectos vitales a los otros. 4 La socialización

primaria que brinda la convivencia familiar repercute en la

configuración del proyecto social. La familia es el entorno adecuado

para practicar la vida en sociedad. Por ello se requiere de especial

cuidado en el modelo de convivencia humana que se propone en el

seno familiar. Lo más conveniente es que dicho modelo se sustente

en el cariño, el apoyo, la comprensión y la ayuda mutua.

3.2.3 Proyecto social. Nuestro proyecto personal y familiar está siempre relacionado,

directa o indirectamente, con determinada cultura y sociedad.

Anteriormente indicamos que nuestros proyectos personales

incluyen a los otros, pues el ser humano es social. Cuando alguien

desperdicia agua, tira un papel, estorba en el tráfico o pasa de largo

frente a la problemática de los demás como si no tuviera que ver

con ella, olvida su radical compromiso con la colectividad en la que

vive.

Tener un proyecto de vida de nivel social implica sentirse

integrado a la comunidad y tomar conciencia de la repercusión de

los actos personales en el bienestar general. Esto requiere pensar

más allá de nuestra individualidad, vernos en función de los otros y

viceversa.

20

Necesitamos de los otros. La vida humana está diseñada para

ser vivida con otros. Tal es la condición humana. Los cambios

sociales se generan por la acción de los individuos en la

comunidad. Las ideas se enriquecen en la convivencia, y éstas

transforman profunda y radicalmente a los individuos y a su entorno

social. Muchas metas sólo se logran cuando los seres humanos

trabajan juntos. La proyección de metas comunes contribuye a la

conformación de la colectividad misma. Basta pensar en presas,

plantas de energía eléctrica, carreteras, hospitales. También la

cultura es un proyecto comunitario. Detrás de un libro está toda la

humanidad, desde la maestra del jardín de niños hasta el crítico

literario, pasando por el impresor y el distribuidor.  3.3 Identidad y apertura

Los seres humanos vivimos en sociedades y comunidades

porque necesitamos de los otros. 5

De una u otra manera nos identificamos con ellos: somos

semejantes. Esta identificación con los demás resulta esencial para

construir la justicia. Si no fuera así, sería imposible el agrupamiento

y la comunicación. Aunque cada miembro de la sociedad tiene

muchas cosas en común con el resto y su vida transcurre en

circunstancias compartidas, entre cada uno existen diferencias que

nos hacen únicos e irrepetibles. La dialéctica entre lo individual y lo

común, entre lo personal y lo social, es parte de la condición

humana.

Ser persona significa distinguirse de los demás, ser distinto

del resto. Cada uno de nosotros es único y original. Somos, en este

sentido, poseedores de un yo. El yo se compone de varias

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características que configuran la propia identidad. No es un núcleo

cerrado: estamos en continua relación con todo lo que nos rodea.

En este sentido, la propia identidad se conforma de una

mezcla de individualidad y apertura. La personalidad implica un

núcleo duro, incomunicable, propio, pero simultáneamente supone

comunidad y exterioridad.

Uno de los mayores logros de la sociedad moderna ha sido la

defensa de la individualidad. Al menos en el nivel teórico, estamos

habituados al discurso comprometido con los derechos humanos, la

libertad de expresión, el respeto a las creencias y la integridad

personal, a la participación democrática y otros tópicos relacionados

con la libertad de las conciencias y la autonomía de las personas.

Aunque en algunos debates se cuestionen diversos aspectos

del progreso social y se señalen excesos individualistas en la

mentalidad moderna, es inimaginable que alguien renuncie a los

beneficios que supone el respeto a su individualidad. Nadie querría

que sus decisiones personales fueran coartadas o sus actos

coaccionados por alguna instancia ajena.

Sin duda aún falta mucho por hacer en la defensa del valor

absoluto de las personas. Vemos con desánimo que existen todavía

quienes ignoran el carácter intocable de la dignidad personal.

Persisten excesos en la aplicación de las leyes y actitudes

socialmente reprobables por su connotación criminal. Cualquier

modo individual de proceder que se revierta contra el bienestar

social conlleva una agresión que desequilibra las relaciones

humanas, generando miedo, desconfianza e irritabilidad. El aparato

jurídico debe estar enfocado a la prevención y el castigo de estos

actos.

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Los efectos sociales de los actos individuales, sean o no

favorables, nos confirman la necesidad de armonizar la identidad

personal con los intereses de la comunidad. Esto quiere decir que

un individualismo exacerbado acaba por oponerse a las condiciones

que hacen posible el desarrollo personal. Si magnificamos nuestra

individualidad al grado de perder de vista la presencia de otras

individualidades igualmente valiosas, corremos el riesgo del

narcisismo. En la mitología griega, Narciso era un personaje

embelesado con su propia imagen, enamorado de su reflejo en el

agua. Quien tiene una fijación con el propio yo, lo empobrece y se

autodestruye. Narciso muere ahogado, porque se lanza sobre su

propia imagen reflejada en el lago. Así sucede con quienes hacen

de sí mismos el centro del mundo. Mueren ahogados, asfixiados,

sufren una especie de voluntario autismo ético.

La interacción entre individuo y comunidad reclama un

delicado equilibrio para evitar que se contrapongan y favorecer su

complementariedad. Una piedra de toque para alcanzar este

equilibrio es el aprendizaje de la convivencia bajo el supuesto de

que todos aspiramos a la vida lograda y ésta no se alcanza sin la

participación de todos. La individualidad se enriquece en la apertura

ante los demás. Sin embargo, “a decidir nuestro destino jamás nos

ayudará la sociedad, ni tal o cual persona, si nosotros no queremos

decidirnos. Nadie nos hará libres si nosotros no sabemos optar por

la libertad. Y nuestro mundo no se hará humano si nosotros no nos

humanizamos y lo humanizamos”. Así se expresó un pensador

alemán hace algunos años.      

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3.4. El drama de la unidad: deber, libertad y vida lograda La libertad le permite articular al ser humano su proyecto de

vida, que de una manera u otra, incluye a los otros. Sin embargo, es

importante considerar diferentes dimensiones del actuar humano

que intervienen en el proyecto vital. Nuestra vida es un ir y venir

entre estas dimensiones: la libertad, la realidad que nos determina

en cierto grado, nuestros deseos y, finalmente, aquello que

debemos ser.

El individualismo exacerbado al que nos referimos

anteriormente conduce a un enfrentamiento entre un supuesto

ejercicio de la libertad y los parámetros cívicos del deber. Parecería

que la defensa de la individualidad da pie a una comprensión de la

libertad como mera liberación, como ausencia de límites. Es un

lugar común pensar que la libertad consiste en dar rienda suelta a la

espontaneidad sin otra consideración que la de las fuerzas del

individuo. Este impulso podría significar un intento positivo de

originalidad y refleja la aspiración de cada uno hacia lo que se ha

planteado como meta vital. No obstante, este impulso originario ha

de ser encauzado y matizado: la libertad no es una fuerza ciega.

Necesita ciertas consideraciones racionales y algunas líneas de

acción.

La libertad no elige arbitrariamente; hemos de distinguir los

escenarios factibles y las realizaciones posibles de nuestra libertad.

Nuestros actos no deben lastimar la integridad de otras personas ni

violar las normas establecidas para el buen funcionamiento de la

sociedad. Los principios que se reflejan en las normas y

obligaciones representan lo que debemos hacer.

Parecería que el cumplimiento del deber se opone a nuestra

libertad. La noción de deber está íntimamente relacionada con la de

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razón. Ésta dictamina lo que debe o no hacerse. Las leyes no son

infalibles y, por ello, deben ser revisadas con frecuencia, y quizá

reformadas. Para que consigan incorporar los auténticos intereses

individuales y comunitarios, se requiere de una buena disposición al

diálogo razonado. En este sentido, el deber siempre tiene que estar

acompañado de determinadas razones que lo justifiquen.

Aun cuando es verdad que existe la autonomía de la libertad,

nuestra identidad se configura a partir de la presencia de los demás

(sociedad, instituciones, cultura, etc.). No podemos actuar al

margen de ese entorno. Éste nos sirve como parámetro de acción,

como factor orientador de la libertad. En muchas ocasiones, por

ejemplo, no sabemos cómo enfocar bien nuestra libertad y nos

sirven las experiencias de los demás. La sociedad nos enseña

actitudes favorables, aunque también puede acostumbrarnos a

conductas perjudiciales. El individuo interviene en la sociedad y, al

mismo tiempo, ésta participa en la configuración de su

personalidad. Esta situación parece un círculo vicioso: si hemos

nacido en una sociedad corrupta, seremos corruptos y

perpetuaremos este mal hábito comunitario.

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Aunque el dilema enunciado parece convincente, aquí es en

donde se impone la esencial autonomía de los individuos. Éstos son

capaces de romper esa circularidad aparentemente insoluble

porque son capaces de discernir entre las influencias sociales que

conviene asumir y las que han de ser rectificadas. La libertad

fundamental de los individuos abre la puerta al cambio social, al

verdadero progreso comunitario. Ése es nuestro principal deber

social, y sólo cuando nuestra libertad se oriente hacia él habremos

iniciado el camino de la vida lograda.

3.5. Integridad de roles Los seres humanos somos individuos únicos e irrepetibles,

pero también somos parte de una sociedad. Nuestro proyecto de

vida ha de incluir los diferentes niveles o dimensiones en los que

transcurre la vida: personal, familiar y social. En cada uno de estos

niveles o dimensiones, los individuos desempeñamos distintos roles

que de alguna manera se implican y se relacionan. Hemos insistido

en que nuestro yo no está alejado de los demás; por el contrario, se

encuentra abierto y en continua relación con los otros.

Los roles que asumimos en la vida deben ser coherentes.

Somos al mismo tiempo hijos de familia, estudiantes universitarios,

miembros de un grupo de amigos, integrantes de un equipo

deportivo, de un partido político o de una red de acción social. Cada

uno de estos roles es distinto, pero no están disociados: la

fragmentación es nociva, genera tensión y pérdida de la identidad

personal. Aunque no nos comportamos de la misma manera entre

amigos que en la universidad, en todo lo que hacemos permanece

nuestro sello personal, esa marca que le da unidad a todo lo que

hacemos y que da coherencia y consistencia al proyecto vital. Si

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fuéramos un conjunto de partes fragmentadas, sin unión, nos

expondríamos a cierta “esquizofrenia existencial”: ¿quién soy yo, si

no hay un vínculo entre mis diversos roles?

Conforme crecemos, vamos adquiriendo más compromisos y

responsabilidades. Esto hace que nuestra vida se enriquezca y que

los roles que desempeñamos se diversifiquen. Los niños pequeños

realizan un número limitado de actividades y trabajos. Éstos van

aumentando con el paulatino desarrollo y crecimiento.

Por el simple hecho de pertenecer a una familia y a una sociedad,

desempeñamos roles distintos que van dando sentido a nuestra

vida e incrementando nuestra participación en el entorno.

3.6. Ordenación de finalidades En resumen, podríamos decir que el propósito de crear un

proyecto vital es aproximarnos a la vida lograda. Ésta sólo es

posible si tomamos en cuenta cada uno de los niveles, dimensiones

y roles en los que nuestra vida transcurre. Como ya dijimos en el

apartado anterior, somos un todo compuesto de partes unidas entre

sí. Además del pleno desarrollo de estos distintos niveles, se

necesita reflexionar para poder definir cuáles son los motivos que

nos llevan a actuar y las metas que queremos alcanzar.

Al analizar estas metas o fines, nos daremos cuenta de que

no todas están en el mismo nivel. Existen fines que se convierten en

medios para obtener un objetivo mayor y así sucesivamente.

En nuestro proyecto de vida debemos aprender a distinguir lo

más y lo menos importante, lograr ordenar los fines de lo más

inmediato a lo más trascendente. Para lograr esta distinción, es

indispensable saber quiénes somos y cuáles son las situaciones en

las que estamos inmersos. Un proyecto de vida no es un mero

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listado de medios y fines para alcanzar algo que se nos ha metido

en la cabeza. El primer paso en un proyecto de vida es tomar

conciencia de que somos los agentes responsables de nuestra

existencia. En este sentido, tenemos un compromiso con nosotros

mismos: somos actores de nuestra vida.

Pero todo actor sabe que debe seguirse un guión, so riesgo de caer

en un “teatro del absurdo”. Este guión lo escribimos cada uno de

nosotros, tomando en cuenta las circunstancias y a los compañeros

de escena. No es un escribir solitario, es una co-autoría. En

realidad, sólo al final de la obra sabremos si nuestra vida fue una

tragedia, una epopeya, una comedia o un burlesque. No obstante,

mientras actuamos y escribimos —las dos tareas son simultáneas—

sí que podemos vislumbrar el final a partir del orden que hemos

seguido. La escena conclusiva es consecuencia —no lo

olvidemos— de los actos que la precedieron.