protocolo sin protocolo

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Page 1: Protocolo sin Protocolo

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Protocolo para quienes no quieren Protocolo

La diplomacia tiene que improvisar nuevos usos ante la

actitud de algunos mandatarios de naciones que eluden las

reglas tradicionales

Una corriente iconoclasta arrastra la celebración de

efemérides, actos solemnes, ofrendas y celebraciones

nacionales

Fernando Ramos

Doctor en Ciencias de la Información

Profesor de Derecho de la Información

Asesor de la OICP

Comienzan a practicarse estilos de

relaciones exteriores poco acomodados con los

usos tradicionales en la sociedad internacional.

Son criterio de nuevos mandatarios dispuestos a

reducir o eliminar usos y costumbres

tradicionales de sus propios países,

principalmente en América.

Estas acciones abundan en la eliminación de usos

propios, como prescindir de ceremonias, escoltas

y resguardos de honor, celebraciones, efemérides

y todo tipo de actos simbólicos que se consideran

innecesarios en sentido modernidad que algunos

acaban de inventarse o descubrir

Apunta Vidal y Saura, en su célebre Tratado de Derecho

Diplomático que el ceremonial público es “la cortesía de

los estados y también la expresión de la conveniencia”. Y

añade que, aunque las faltan que contra él se cometen no

tienen las consecuencias desagradables de antaño (incluso

la guerra), hay que cuidarlo, para evitarse problemas

innecesarios entre las naciones. Las tradiciones

constantes, los usos y costumbres de la sociedad

internacional, las normas de los propios estados y los

Tratados son sus fuentes principales. Y, sobre todo, se

fundamente en la reciprocidad.

En los últimos años, en algunos importantes países de

habla hispánica, pero también en instituciones diversas,

tanto de España como de otras naciones, se ha producido una

especie de movimiento iconoclasta contra el protocolo, el

ceremonial e incluso inveteradas tradiciones que,

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precisamente por serlo, conforman parte de la personalidad

de no pocas de esas entidades, cuando –como ocurre con la

diplomacia-, no dejar de ser parte del Derecho público

internacional, en cuanto que son usos y costumbres, reglas

y convenios, establecidos y perfeccionados a lo largo de la

historia.

Algunos países de la comunidad iberoamericana han

comenzado a practicar estilos de relaciones exteriores poco

acomodados con los usos tradicionales en la sociedad

internacional. En el cono sur se observa este movimiento,

que más parece ser un criterio personal de actuales

mandatarios, en particular algunos presidentes,

partidarios, por lo que se ve, de revisar o simplemente

reducir o eliminar algunas prácticas que la comunidad

internacional tiene como parte obligada del ceremonial y el

protocolo diplomático.

En realidad, en alguno de estos casos, la supresión de

actos pautados, propios de los usos tradicionales de la

diplomacia, se inscribe dentro de una política más amplia

de eliminación de otros elementos del atrezzo cultural que

rodea la magistraturas que experimentan estas novedades,

como prescindir de ceremonias propias, escoltas y

resguardos de honor, celebraciones, efemérides y todo tipo

de actos simbólicos que se consideran innecesarios,

superfluos e impropios del sentido de la modernidad que

algunos acaban de inventarse o descubrir. La República

Argentina es uno de los países donde se observa, de manera

alarmante, la aparición de síntomas de esta nueva

enfermedad.

Una de las ceremonias cuestionadas es la fórmula de

recibimiento y entrega de cartas credenciales por parte de

los embajadores al primer mandatario de la nación

receptora. No solamente se trata de un acto formal y

protocolario, sino una institución jurídica, en cuanto que

la representación que ostenta se perfecciona, precisamente,

al entregar las cartas credenciales, de una manera física y

real como han hecho y hacen todos los embajadores del

mundo.

Como explica José Antonio de Urbina: “La presentación

por un embajador de sus Cartas Credenciales al Jefe de

Estado ante el cual queda acreditado, constituye uno de los

actos de mayor trascendencia en la acción del Estado, pues

representa el perfeccionamiento, por medio de los

respectivos enviados, de las relaciones permanentes de

respeto, colaboración y amistad, entre los Estados,

esenciales para el desarrollo y el bienestar de la

Comunidad Internacional. Esta relevancia se traduce en la

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dignidad formal de la ceremonia, que será tanto más

majestuosa en sus símbolos externos como viejo en el tiempo

y en la cultura sea el país que la realiza, España, de

tradición dos veces milenaria, concede en consecuencia un

énfasis especial a este acto, señalado en su grande y al

tiempo sencilla dignidad”.

La supresión unilateral de lo que en el mundo

civilizado son prácticas ordinarias, más allá de los países

que pueda ocasionar a las cancillerías de los países

implicados o a la propia imagen de esa nación, nos coloca

en la necesidad de reflexionar sobre cómo se articula una

forma de protocolo, de ceremonial, de corrección formal,

para aquellos que se empeñan no querer protocolo.

La repetida frase que continuamente se escucha por

parte de algunos personajes públicos, en el sentido de que

“no son nada protocolarios, o no creen en el protocolo, o

no son partidarios del protocolo”, rebela en realidad una

actitud muchas veces pedante; otras de mero propósito dar

imagen de sencillez o de que falta de sincronía con la

propia dignidad el cargo que se ocupa –al que a veces se

llega por procedimientos diversos, incluida la propia

casualidad.

Esta falta de sensibilidad que, en ocasiones, se

producen en determinadas magistraturas, detrás de cuya

sencillez se oculta con frecuencia la ignorancia o el mero

populismo coyuntural, para consumo interno, necesita ser

reparada con urgencia para evitar innecesarios conflictos

diplomáticos, especialmente cuando estas acciones u

omisiones se producen en determinados escalones superiores

del Estado. Piénsese además en el principio de reciprocidad

que rige las relaciones internacionales. Si el jefe de

Estado de una nación no recibe adecuadamente a los

embajadores que le son enviados, ¿cómo espera que reciban a

los suyos?

Cabe recordar aquí, por elevación, los hábitos y usos

del protocolo diplomático correspondiente a la equiparación

mutua en el trato entre los estados que recoge el clásico

Tratado de Derecho Diplomático de Juan Sebastián de Erice y

O´Shea, que fue ministro plenipotenciario de España

(Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1954 (págs. 234-

235). En realidad se trata de la propuesta de Pradier-

Fodéré, que ya encontramos en el Tratado de Derecho

Diplomático de Ginés Vidal y Saura (Editorial Reus, Madrid,

1925, pág.120).

1º. Todos los Estados tienen idéntico derecho al respeto de

su dignidad nacional, de su personalidad política y de su

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honra; considerando que sea cual fuere la desigualdad de

hecho que pueda existir, la superioridad relativa no

establece subordinación alguna jurídica.

2º. Un país por, poderoso que resulte, no tiene facultad

para exigir a otro demostraciones positivas de especial

aprecio, pero ni siquiera de preferencia. (Ni tampoco

obviamente de lo contrario)

3º. Cada Estado posee libertad completa para considerar

ofensiva una actitud, de terminante desconsideración, o

para estimar ultrajante una indicación que conceptúa

contraria a su pundonor.

4º. Aunque las potencias tengan el arbitrio de conceder a

sus Jefes los títulos y distinciones honoríficos que

juzguen convenientes, esto en modo alguno obliga a las

restantes a reconocérselos, pudiendo admitirlos,

rechazarlos o concederlos condicionalmente.

5º. Todos los estados tienen igual derecho a para atribuir

a sus diplomáticos la calidad que mejor consideren.

La actitud de algún jefe de Estado de la América

española con respecto a los embajadores acreditados, a

quienes trata con excesiva familiaridad, confundiendo lo

que puede ser amistad personal con el respeto que su alta

misión merece en el plano público, constituye un pernicioso

ejemplo que conviene atajar antes de que se extienda.

Cierto que, donde estas cosas suceden, los diplomáticos de

carrera han tenido que improvisar fórmulas sustitutorias y

alternativas para paliar la empecinada ignorancia de

quienes no se acomodan a las exigencias del cargo que

ocupan.

PROTOCOLO COMO RECONOCIMIENTO DE HONOR SOCIAL

Como nos enseña Weber “El reconocimiento del poder,

tanto político como económico es retribuido como un honor

social. El orden jurídico puede garantizar tanto el poder

como la existencia del honor […] Llamamos “orden social” a

la forma en que se distribuye el honor social dentro de una

comunidad entre grupos típicos pertenecientes a la misma”.

El reconocimiento social del Poder Político como

adquiere su máximo significado en las sociedades

democráticas. Los representantes de los ciudadanos que

encarnan los altos cargos de la nación deben asumir también

el denominado “Peso de la púrpura”; es decir, deben

acomodarse a aquellos elementos simbólicos que rodean el

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cargo que ostentan y que son manifestación pública de la

dignidad del mismo.

¿Puede un jefe de Estado o de Gobierno violentar o

incumplir las normas de Protocolo y Ceremonial del Estado,

las tradiciones, usos y costumbres de su pueblo? Poder

puede, pero no debe. Es decir, debe, en todo caso,

propiciar que esas normas se cambien o adecuen; pero

mientras que existan debe cumplirlas.

¿Es más democrático un mandatario por ignorarlas? ¿Lo

acerca más a los ciudadanos? ¿Democratiza más la

representación que ostenta? Es evidente que no.

Está claro que cuando un país abandona las propias

normas de su ceremonial y protocolo de Estado, mal lugar

hallará para encajar en las mismas el protocolo y el

ceremonial diplomático, que es instrumento esencial de la

política exterior en el acto de recibir a los embajadores

acreditados ante ese estado.

La creación de fórmulas de protocolo, ceremonial y

etiqueta para paliar la falta de sensibilidad de diversos

personajes que alcanzan, sin el bagaje preciso, elevados

cargos en la política, está dando lugar a un modelo de

“protocolo sustitutivo”, casi vergonzante. Tal es el caso

de reemplazar las tradicionales ceremonias de presentación

de cartas credenciales por otras fórmulas casi

administrativas de reconocimiento de la acreditación de

embajadores.

En cierta ocasión, en un determinado acto celebrado en

Washington, alguien de la Casa Blanca preguntó al entonces

embajador francés si tendría inconveniente en ceder su

puesto a un candidato a la presidencia, que todavía no era

otra cosa que el propuesto por su partido para optar a ese

cargo. Con ejemplo de diplomacia, el representante galo

afirmó: “Personalmente, no me importa; pero si me lo pide,

Francia abandonará este acto”.

El “Protocolo sustitutivo” que empiezan a practicar

algunas cancillerías sudamericanas, son una forma peculiar

de enfrentarse a una crisis de conocimientos y sensibilidad

de algunos altos cargos que asumen elevadas tareas en

algunas repúblicas americanas. No advierten que es la

propia imagen y la reputación de su país la que más se

resiente por el abandono de las reglas por las que se rige

el mundo civilizado.

Otro de los ejemplos negativos de esta situación la

ofrece la República Bolivariana de Venezuela, que ha

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sustituido la celebración tradicional del 12 de Octubre por

el “Día de la Resistencia Indígena”, negando una parte

esencial de su propia identidad, empezando por el nombre

que los españoles dieron al país, es decir, “Pequeña

Venecia” o Venezuela.

Antiguamente, el 12 de octubre, formaba una guardia

militar delante de la Embajada de España, que rendía

honores en el momento de izarse la enseña nacional. Hoy en

día, las autoridades municipales que pretenden celebrar

aquella fecha, en la que lo tradicional es una ofrenda ante

los monumentos a Simón Bolívar, son insultadas o atacadas,

como ocurrió este año.

EL PROTOCOLO EN LA GUERRA Y OTROS CASOS

En otras ocasiones, la improvisación del Protocolo y

el ceremonial para afrontar una situación imprevista arroja

resultados imprevisibles. El caso más notable fue la visita

del presidente egipcio Annar el-Sadat a Israel, cuando

ambos países estaban técnicamente en estado de guerra.

¿Cómo se recibe a un enemigo? Sin duda, con todos los

honores.

El 19 de noviembre de 1977, el presidente egipcio

Anuar el-Sadat llegó a Israel en la primera visita oficial

de un jefe de estado árabe. Esta inesperada decisión

sorprendió al mundo entero, Egipto e Israel incluidos.

"Nadie en Israel, incluyendo a los servicios de

inteligencia, tenía la más mínima idea de que Sadat iba a

llegar a Israel", reconoció Dan Patir, asesor de los medios

de comunicación del entonces Primer Ministro Menachem

Begin.

El 9 de noviembre, cuando Sadat anunció en una sesión

del parlamento egipcio su voluntad de visitar Israel, nadie

interpretó sus declaraciones como un plan de acción

propiamente dicho. En aquella sesión, como ha dicho

recientemente el entonces Vicepresidente Hosni Mubarak,

Sadat estaba sentado al lado del recientemente fallecido

Presidente de la Organización para la Liberación de

Palestina, Yasser Arafat. Al igual que todos los que

estaban en el edificio, Arafat aplaudió después del

discurso de Sadat. "A mí me sorprendió", dice Mubarak.

"¿Qué razón tenía Arafat para aplaudir?". Parece ser que, o

Arafat no entendió la trascendencia de lo que acababa de

decir Sadat, o no consideró que fuese más que una simple

metáfora. Incluso Jihan Sadat, la mujer del presidente,

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reconoció que no se había tomado demasiado en serio la

declaración de su marido.

Pero fue. E Israel se lució en el recibimiento. El

Ejército israelí, tan eficaz en la guerra, no se

caracteriza por su marcialidad ni por el culto a la

retórica ni el ceremonial militar.

La televisión de todo el mundo ofreció entonces una de

las más emocionantes y solemnes ceremonias transmitidas

hasta el momento. En el aeropuerto, además de la guardia de

honor y el gobierno israelí, esperaba a Sadat una banda de

clarines. Cuando descendió del avión, como si fueran las

trompetas de Jericó comenzaron a sonar…Nadie recuerda nada

parecido, musicalmente, desde la coronación de Isabel II de

Inglaterra…

La ceremonia israelí recordaba los viejos usos de

cortesía y caballerosidad de la guerra, respetados en los

campos de batalla hasta la II Guerra Mundial. Recibir o

despedir al enemigo con todos los honores es una vieja

práctica del ritual de gallardía en los campos de batalla.

Reglas no escritas, estos códigos de hidalguía se fueron

configurando a lo largo de los siglos en las sucesivas

guerras y paces que cubrieron los campos de Europa.

La pintura clásica –recreada por el cine- nos ofrece

infinidad de escenas de las tropas sitiadoras rindiendo

armas a la guarnición sitiada que abandona una plaza, con

honor, conservando armas y bagajes. El cuadro de la

Rendición de Breda, de Velásquez, es el más notable ejemplo

de estos usos del protocolo de guerra. Igual cabe decir de

los usos y ritos con que recíprocamente se trataban los

pilotos ingleses y alemanes capturados por el enemigo

durante la I Guerra Mundial o la costumbre de las

tripulaciones inglesas y alemanas, ya en la segunda guerra

mundial, de intercambiar en señal de respeto los botones de

sus guerreras.

Estos ejemplos de usos protocolarios en la guerra,

debidos a la costumbre o la caballerosidad humana, sirven

de exponente para mostrar el empobrecimiento de los

referentes simbólicos a los que se enfrenta el mundo. Las

cosas tienen la importancia que se les quiera dar. Pero

precisamente, determinados actos y ceremonias, por su

carácter simbólico, tienen mucha.