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JULIO CORTÁZAR Obra crítica 3 Edición de Saúl Sosnowski

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JULIO CORTÁZAR

Obra crítica 3Edición de Saúl Sosnowski

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Índice

Julio Cortázar ante la literatura y la historia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

Carta a Roberto Fernández Retamar (Sobre «Situación del intelectuallatinoamericano») . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39

Carta a Haydée Santamaría . . . . . . . . . . . . 61Carta a Saúl Sosnowski

(a propósito de una entrevista a David Viñas) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75

Neruda entre nosotros . . . . . . . . . . . . . . . . 85Notas sobre lo gótico

en el Río de la Plata . . . . . . . . . . . . . . . . 103El estado actual de la narrativa en

Hispanoamérica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119El intelectual y la política

en Hispanoamérica . . . . . . . . . . . . . . . . . 151Una muerte monstruosa . . . . . . . . . . . . . . 177Reseña de Cómico de la lengua,

de Néstor Sánchez . . . . . . . . . . . . . . . . . 195Para Solentiname . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201

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América Latina: exilio y literatura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213

Comunicación al Foro de Torún, Polonia . . . . . . . . . . . . . . . . . . 243

La literatura latinoamericana a la luz de la historia contemporánea . . . . . . 263

Discurso en la constitución del jurado del Premio Literario Casa de las Américas 1980 . . . . . . . . . . . 285

Realidad y literatura en América Latina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 303

La batalla de los lápices . . . . . . . . . . . . . . . 323Roberto Arlt: apuntes de relectura . . . . . . 333Felisberto Hernández:

carta en mano propia . . . . . . . . . . . . . . . 353Recordación de don Ezequiel . . . . . . . . . . 365Sobre puentes y caminos . . . . . . . . . . . . . . 373Reencuentros con

Samuel Pickwick . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 385Mensaje (al Primer Encuentro

de Intelectuales por la Soberanía de los Pueblos de Nuestra América) . . . . . . . . . . . . . . . . 411

Negación del olvido . . . . . . . . . . . . . . . . . . 419Nuevo elogio de la locura . . . . . . . . . . . . . 429Nicaragua desde adentro . . . . . . . . . . . . . . 437Palabras inaugurales

(al Diálogo de las Américas) . . . . . . . . . . . . 459Discurso en la recepción

de la Orden Rubén Darío . . . . . . . . . . . . 475

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Julio Cortázar antela literatura y la historia

«No me hago ninguna idea me-siánica de la literatura (…) perosigo creyendo con Rimbaud que “ilfaut changer la vie”, que hay quecambiar la vida.»

Uno de los rasgos definitorios de la obra deCortázar es el cruce de géneros, el cuestiona-miento de toda frontera y el cultivo eficaz deuna única expresión literaria. Por ello, desglo-sar los ensayos del resto de su obra es (casi) ul-trajar la memoria de Morelli. La sola invoca-ción de su nombre, sin embargo, sugiere queeste ejercicio puede tener un sentido aún másallá del rescate de páginas sueltas que en suamplia mayoría, y hasta ahora*, no habían sidoreunidas en un solo volumen. Su nombre insta,además, a cometer ciertos deslices y a incorpo-rar algunos textos que no obedecen estricta-mente a normas prescriptas por los manualesde estilo; dejar de hacerlo sería fijar una into-lerable carencia. Cabe confiar, entonces, en quela simpatía del lector de Cortázar perdonará

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* Este texto fue escrito para la edición de 1983.

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esta pequeña infracción; en última instancia és-ta sólo responde a ese mismo deseo que tantasveces se anunciara en los logros de su literatu-ra y de su biografía.

La obra de Cortázar incita a un estado dedisponibilidad. Recorrerla en cualquiera de sustramos es admitir que en cualquier momento ydesde cualquier renglón puede surgir la vueltaque por una vez y ya para siempre trastocará loanticipado. Muchos de sus textos apuntan haciaespacios recónditos que son sometidos a lo ines-perado, a lo racionalmente inaudito; se instalanen el cuestionamiento e impugnación de lo con-vencional; se perfilan en la sonrisa inquieta queanticipa el gozoso zambullido hacia adentro,justamente hacia lo que se empieza a reconocercomo propio en el instante mismo en que se di-luye toda red urdida por palabras ajenas. Leer,en el sentido pleno que exige adentrarse en elmundo de Cortázar, es deambular por múltiplesestratos de realidad exorcizando las categoríasde «lo conocido»; es, asimismo, retornar (gozo-so o aterrado) a un mundo que se sabe merece-dor de un mejor legado.

Con su «taller de escritor» Cortázar desplegóuna generosidad análoga a la que caracterizó suactividad en terrenos más urgentes y tangibles. Ja-más renegó del misterio; tampoco adoptó la posedel mago que encubre trucos o del demiurgo quese encarama desafiante a la torre de Babel. Las

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«morellianas» de Rayuela, las lecturas parciales ylos análisis de su propia obra que adelantara en Lavuelta al día en ochenta mundos y en Último round*,pusieron en escena un claro muestrario de ingre-dientes y recetas, de ensayos, dudas y reflexiones.Esas páginas franquearon el acceso a su mundoprivado y a las fluctuaciones propias y razonadasde la actividad literaria. Cabe señalar, por otro la-do, que sin haber renegado del ineludible mo-mento histórico, Cortázar siempre se aferró al«état second» y a otras variantes de la inspiracióncomo clave final para explicar cómo los cuentos sedescolgaban sobre él y sobre el espacio en blanco.

Al igual que otros escritores latinoamerica-nos, Cortázar elaboró un discurso crítico que hafacilitado la incursión a su ficción**. Las refle-

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* Rayuela, Buenos Aires, Sudamericana, 1963; La vuelta al díaen ochenta mundos, México, Siglo XXI, 1967; Último round,México, Siglo XXI, 1969.

** Indiqué estas valiosas contribuciones en «Cortázar y el mito:Hacia una teoría de su narrativa», capítulo I de mi Julio Cor-tázar: una búsqueda mítica (Buenos Aires, Noé, 1973), y en«Los ensayos de Julio Cortázar: pasos hacia su poética», Re-vista Iberoamericana, 84-85 (1973), págs. 657-666. La ince-sante bibliografía sobre su obra ha rastreado múltiples aspec-tos de sus propuestas, particularmente a partir de sus novelas.Para la narrativa hispanoamericana, Carlos Fuentes quizápueda ser visto como el caso paradigmático de un escritorque se ha preocupado por elaborar un cuidadoso «metatex-to» de su obra como parte de una constante reflexión sobresu lugar en el sistema literario. Valgan como ejemplos: Lanueva novela hispanoamericana (México, Joaquín Mortiz,

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xiones teóricas de Cortázar, así como las que sehallan más cerca de la crítica literaria formal, seremontan a los años cuarenta. Así lo demuestranno sólo el meticuloso estudio «La urna griegaen la poesía de John Keats»* y las reseñas quepublicara en Realidad y Sur, sino también «Teo-ría del túnel. Notas para una ubicación del su-rrealismo y el existencialismo», que data de1947 y que ha permanecido inédito hasta ahora.

Esta «arqueología personal», como la de to-do pasado, sirve no sólo para recuperar los orí-genes sino también para actualizar nuestra pro-pia lectura de su obra. Si bien el propio Cortázarseñaló reiteradamente que es recién a partir de«El perseguidor» que se registra el paso de unaconcentración excesiva en el «yo» a la incorpo-

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1969); Casa con dos puertas (México, Joaquín Mortiz, 1970);Cervantes o la crítica de la lectura (México, Joaquín Mortiz,1976) y Myself with Others. Selected Essays (New York, Fa-rrar, Straus & Giroux, 1988).En otro orden, y para no abundar con las nóminas de JoséMaría Arguedas, Augusto Roa Bastos y otros, también seencuentran las reflexiones de Alejo Carpentier, como seconstata, entre otros estudios, desde su prólogo a El reino deeste mundo y su definitoria reflexión en torno a «lo real-ma-ravilloso» (1949), en Tientos y diferencias. Ensayos (México,UNAM, 1964), y en la recopilación que apareció como Lanovela latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo y otros en-sayos (México, Siglo XXI, 1981).

* Publicado en Revista de Estudios Clásicos (Universidad de Cu-yo), II (1946), págs. 45-91.

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ración del «otro», esta conciencia de una comu-nión mayor con los hombres ya está planteadaen sus lecturas del surrealismo y del existencialis-mo y en Bestiario, su fundacional colección decuentos*. No me propongo rastrear coincidenciasni diseñar «trayectorias»; sólo quiero puntuali-zar que la preocupación de Cortázar por la con-dición humana ha sido una constante desde losinicios de su producción. Como se sabe, y comose comprueba al leer los textos aquí reunidos—aparecidos a partir de 1963, año de la publica-ción de Rayuela—, su profunda obsesión por ob-tener una vía menos enajenante de la historiaadquirirá un cariz político cada vez más pronun-ciado a partir del triunfo de la Revolución Cu-bana. Esta clave de acceso a toda Latinoamérica

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* «El perseguidor» está incluido en Las armas secretas (Bue-nos Aires, Sudamericana, 1959); la primera edición de Bes-tiario es de 1951 (Buenos Aires, Sudamericana). Por laproximidad de «Teoría del túnel…» con algunos de suscuentos, conviene recordar que «Casa tomada» fue publi-cado en 1946 en Anales de Buenos Aires, I, Nº 11, págs. 13-18, y«Bestiario» en la misma revista en 1947, II, No 18-19, págs.40-52.Sobre «Casa tomada», y luego de recordar el haber editadoeste primer cuento de Cortázar, Borges dice: «El estilo noparece cuidado, pero cada palabra ha sido elegida. Nadiepuede contar el argumento de un texto de Cortázar; cadatexto consta de determinadas palabras en un determinadoorden. Si tratamos de resumirlo verificamos que algo pre-cioso se ha perdido». Jorge Luis Borges, Biblioteca personal:Prólogos, Madrid, Alianza, 1988, p. 10.

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lo llevó a pronunciarse explícitamente a favordel socialismo («una respuesta política»). A par-tir de entonces, y en función de otros hechos(Allende y las dictaduras en el cono sur, el san-dinismo, la guerrilla salvadoreña…), se multi-plicaron sus actividades políticas y su expresiónsolidaria con las luchas que han atravesado elcontinente americano.

En «Teoría del túnel…» afloran los interro-gantes y su simpatía por los que interrogan, porlos que se niegan a acatar que lo representado aflor de piel es la definición íntima de realidadesmás profundas. Ese negarse a aceptar lo hereda-do, a someterse a órdenes impuestos por fuerzasextrañas, fue elaborado inicialmente desde unprimer planteo filosófico y estético para derivarluego en sus últimas consecuencias políticas.Cuando en 1947 Cortázar adoptó la metáforadel «túnel» y se pronunció a favor de la tarea debarrenar y destruir superficies y formas tradicio-nales para alcanzar la meta explícita de la «resti-tución», ya estaba vaticinando desde esa simientelo que a partir de los años sesenta haría explícitoen sus declaraciones políticas. Cruce de fronte-ras en el orden estético y eventual abordaje denuevos territorios en el plano político, el existen-cialismo y el surrealismo le señalaron por víasdistintas el deseo de reemplazar categorías insa-tisfactorias por otras que ejercieran un mayoracercamiento entre el hombre y sus semejantes.

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Para Cortázar sus caminos «divergen en el tránsi-to del Yo al Tú». Si bien, dice, « yo» es el hombrepara ambos, «tú» es la «superrealidad mágica» pa-ra los surrealistas y «la comunidad» para los exis-tencialistas. Ambos cubren «el entero ámbito delhombre y marchan hacia una futura conjunción».Búsquedas literarias y vitales, ambas marcaríanlos pasos en las huellas de Cortázar.

Algunos mecanismos de relojería considera-rán inadecuado hablar de «morellianas» antesde 1963; otros aceptarán que «Situación de lanovela» y «Para una poética» son textos que lasanticipan*. Centrándose en la novela europea, elprimero de estos textos adelanta que la novela yano debería ofrecer el mero regodeo del pasa-tiempo en trenes y playas, sino la posibilidad deenfrentarse a lo inmediato sin filtros que ate-núen la violencia del impacto. Citando a Gide(«el mundo será salvado por unos pocos»), y sincaer en una fácil literatura de corte social, Cor-tázar apuesta por esos pocos individuos que«mostrarán sin docencia alguna una libertad hu-mana alcanzada en la batalla personal» (p. 239),en aquella que surge de la toma de concienciadel presente y de su vergüenza. Y es a través de

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* «Situación de la novela», Cuadernos americanos, IX, Nº 4(1950), págs. 223-243; «Para una poética», La Torre. Revis-ta general de la Universidad de Puerto Rico, II, Nº 7 (1954),págs. 121-138. Ver también «Notas sobre la novela con-temporánea», Realidad, III, Nº 8 (1948), págs. 240-246.

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esos encuentros, sostiene, que el autor incorpo-rará al lector a su situación para borrar fronterasy lanzar los cabos necesarios para trazar puentesy coexistencias.

La lectura de estos textos, así como el ya ci-tado sobre «Ode to a Grecian Urn» de Keats o losque Cortázar redactara posteriormente sobre lofantástico*, insisten en la noción de «apertura».Frente a la cerrazón metódica, sus páginas pro-ponen una máxima porosidad que acata lo excep-cional como norma; frente a la exaltación delpoeta, presentan al escritor como transmisor, co-mo «medium» que articula voluntades ajenas.De este modo, ensayos y narrativa confluyen enmúltiples niveles: por un lado desacralizan la ac-tividad poética en cuanto exaltación de la figuradel escritor; por otro, a éste se le adjudica el pri-vilegio de la disponibilidad para captar y traducirrealidades otras —realidades que a su vez se lan-zan al encuentro de lectores cómplices, aquellosque le otorgarán sentido a tal práctica literaria—.

Si bien esta actividad evidentemente se sos-tiene siempre en torno al texto, importa subrayarel énfasis que Cortázar ha puesto en la relacióncon el lector. Ello es aún más significativo cuan-do se considera el énfasis político que predomi-na en numerosos textos de esta selección. En tal

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* Por ejemplo, «Del sentimiento de lo fantástico», en Lavuelta al día en ochenta mundos, págs. 43-47.

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sentido es importante subrayar la responsabili-dad del escritor ante su oficio y la función éticaque Cortázar incorporó a sus discusiones sobreel compromiso social del escritor y sobre la acti-vidad política. Como lo indicara en su tan citado«Algunos aspectos del cuento»*, la yuxtaposi-ción de la responsabilidad literaria y política y elcompromiso con la realidad material, histórica,no impone claudicaciones ni renuncias a las pau-tas del oficio sino que, por el contrario, exigeuna clara conciencia de que la profesión es unacto individual pero que también es parte de uncompromiso colectivo: «…creo que el escritorrevolucionario es aquél en quien se fusionan in-disolublemente la conciencia de su libre com-promiso individual y colectivo con esa otra so-berana libertad cultural que confiere el plenodominio de su oficio» (p. 12). En una de susmúltiples entrevistas declaró: «Nunca he conse-guido ni conseguiré jamás esa síntesis ideal quepretenden muchos revolucionarios, según lacual escritor y político deberían ser la misma co-sa». Y más adelante: «Cuando yo hago política,hago política, y cuando hago literatura, hago li-teratura. Aun cuando hago literatura con conte-nido político, como en el Libro de Manuel, estoy

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* Casa de las Américas, II, No 15-16 (1962-1963), págs. 3-14.Reproducido en su totalidad en Cuadernos Hispanoamerica-nos, No 255 (1971), págs. 403-416.

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haciendo literatura. Lo que trato es, simplemen-te, de colocar el vehículo literario, no diré al ser-vicio, sino en una dirección que creo puede serútil, políticamente. Me parece que ése es el casode Libro de Manuel»*. Como su obra lo ha de-mostrado, en el caso de Cortázar, uno de los mássignificativos de la historia literaria latinoameri-cana, hacer política nunca estuvo reñido con elhumor ni con la frecuente visita de lo fantástico.

Al conjugar el legado surrealista con la apues-ta de los existencialistas, Cortázar logró articularla nostalgia por pasados edénicos —que yacen trasciertas percepciones de lo fantástico— con unautopía asentada en la fe que anhela un orden socialque no esté atravesado por la violencia y la sumi-sión. La ausencia de una conducta dogmática y deun pensamiento doctrinario le permitió ser cohe-rente con sus propias apuestas literarias y políticasy registrar ante los procesos históricos una gene-rosa comprensión y una flexibilidad ajena a mu-chos de sus contemporáneos. Sólo así se com-prende la integración que subyace a una novelacomo Libro de Manuel y, en otra instancia, la expe-rimentación anterior de 62/Modelo para armar**.Recordar estos ejercicios narrativos ratifica que su

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* En Ernesto González Bermejo, Revelaciones de un cronopio.Conversaciones con Cortázar, Montevideo, Ediciones de laBanda Oriental, 2ª ed., 1986, pp. 93-94.

** Libro de Manuel, Buenos Aires, Sudamericana, 1973; 62/Modelo para armar, Buenos Aires, Sudamericana, 1968.

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obra ha sido testigo de décadas de fluctuacionesy ajustes ante las imposiciones cotidianas de lasletras y la historia.

Cortázar mantuvo como pocos una conductacoherente con su profesión y compromiso polí-tico. Ser coherente no implica la ausencia de con-tradicciones; sí exige una singular aptitud para re-gistrar y asimilar las enormes transformaciones deuna época a las necesidades propias de la especifi-cidad literaria. Es así como en cada encrucijada laobra de Cortázar se ha manifestado como fiel ex-presión de sus visiones, frustraciones y esperanzas.Ello se ha dado en su narrativa, en su poesía y ensus ensayos, tanto en los «textos de batalla» querespondieron a los requerimientos del debate po-lítico —singularmente urgente en los años sesentay setenta— como en sus recuperaciones más mesu-radas, pero no por ello menos compulsivas, deotros autores. Al margen de las breves reseñas queredactara en su «prehistoria» literaria —me refie-ro a páginas publicadas en Cabalgata, Realidad,Sur, Buenos Aires Literaria, antes de ser «Cortá-zar»— importan sus lecturas de Leopoldo Mare-chal, de Roberto Arlt, de José Lezama Lima y deFelisberto Hernández, entre otros, como piezasque informan el vasto mosaico que sigue montan-do la heterogeneidad cultural latinoamericana.

En 1949, aún en esa «prehistoria» y sobrevi-viendo un clima político que poco después lollevaría a dejar la Argentina, Cortázar le dedicó

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una larga reseña de Adán Buenosayres, novela quehabía sido escrupulosamente marginada por lacrítica literaria y periodística a causa de la filiaciónperonista de Leopoldo Marechal. Sin panegíricosa una obra precursora de importantes cambios enla narrativa argentina y sin escatimar juicios valo-rativos de sus logros y equívocos, Cortázar pun-tualizó que dentro del espacio caótico de la novelase estaba creando un idioma cuyo resultado erapara los jóvenes «como enérgico empujón hacia lode veras nuestro»*. Como en tantos otros casos,la reseña es significativa por la doble función delectura crítica e informativa y por mostrar en suautor la capacidad de deslindar méritos literarios ydiscrepancias políticas.

A cuarenta años del primer encuentro de Cor-tázar con los libros de Roberto Arlt («Apuntes derelectura»), este mismo gesto le permitió sentirsecerca de él sin que por ello dejara de plantear elsignificado de sus conocidas fallas estilísticas ygramaticales**. Leer a Cortázar leyendo a Arlt esmarcar distancias; es compenetrarse con el anhelode encuentros frustrados; es reconocer que juntoal Buenos Aires de la revista Sur estaban las callesde Castelnuovo, Yunque, Olivari, del propio Arlt;

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* La reseña de Adán Buenosayres (Buenos Aires, Sudamericana,1948) fue publicada en Realidad, V, Nº 14 (1959), págs. 232-238; esta cita proviene de la última página.

** «Apuntes de relectura», prefacio a Roberto Arlt, Obra com-pleta, Buenos Aires, Carlos Lohlé, 1981, págs. 3-11.

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es comprender por qué «el buen gusto» y la páti-na refinada de la plástica y la música no podíancompartir el embate avasallador de una visiónmaldita de la ciudad y de sus marginados, de losrechazados que merodeaban por las sombras.

Leer a Cortázar escribiéndole a FelisbertoHernández («Carta en mano propia», 1980) espresenciar sus intentos por quebrar los órde-nes que tanto los hostigaron y compartir la bús-queda del acceso a otros tiempos. Es ver, asimis-mo, cómo Cortázar anhelaba que a través de estacarta/incantación se produjera el ya irrecuperableencuentro que desde lejanos pueblos de provinciallevaría a una añorada amistad. Los cabos que losacercan «por dentro y por paralelismos de vida»llevan a Cortázar, ya instalado de este lado de lasdécadas y las geografías, a haber deseado queFelisberto hubiera llegado a conocer a Macedo-nio y a Lezama. En los tres, dice, «están los elea-tas de nuestro tiempo, los presocráticos que nadaaceptan de las categorías lógicas porque la reali-dad no tiene nada de lógica»*.

La lectura por vía simpática también carac-terizó el tono inicial de «Para llegar a LezamaLima» (1967)**. El acercamiento a este «gran

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* «Carta en mano propia», 1980 (p. 6 del MS).** Publicado inicialmente en Unión, V, Nº 4 (1966), págs. 36-

60, fue incorporado a La vuelta al día en ochenta mundos; citopor esta edición.

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primitivo», que Cortázar considera a la altura deBorges y Paz, posee un elemento que lo aproxi-ma a las páginas que le dedicara a Marechal. Sibien en contextos y posiciones personales disí-miles —rechazo al peronismo, apoyo a la Revo-lución Cubana—, Cortázar se opone frontal-mente al subdesarrollo político que dificulta oimpide el acceso a su mundo. Es evidente que aCortázar le importaba dar a conocer a aquellosescritores mayores que algunos se obstinaban enignorar por razones que nada hacen a la literatu-ra. Consciente de la peculiaridad de Paradiso,Cortázar tomó nota de su «dificultad instrumen-tal» y de los pruritos de los gramáticos frente alas «incorrecciones» formales de su prosa. Éstarebasaba, sin embargo, la «corteza cultural» yprodujo en Cortázar un «amor por esa inge-nuidad» que aflora en Lezama, «una inocenciaamericana abriendo eleáticamente, órficamentelos ojos en el comienzo mismo de la creación»(p. 140). Para Cortázar, Lezama fue el «prea-damita» que «no se siente culpable de ningunatradición directa», que «no necesita justificarsecomo escritor», que por ser americano posee esainocencia y esa libertad de la que carecen los eu-ropeos. Como algunos de ellos, sin embargo,también su obra exige lectores dispuestos a incur-sionar en prácticas herméticas y participar en elgoce de Paradiso. Mediante un arco que se re-monta a tempranas fascinaciones de Cortázar, es

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posible conjeturar que tal exigencia es propia de«poetistas» que transforman el hecho literarioen una ceremonia a la que no se mantendría aje-no el picoteo del ruiseñor de Keats. Por otro la-do, son precisamente los «poetistas» los que hanlogrado un diálogo singular a través de las letrascríticas de Cortázar.

La descripción de una obra capital como Pa-radiso, que Cortázar considera desprovista de losprejuicios culturales de Europa, no implica unasoberbia americana que se aparta a destajo deuna de sus fuentes nutricias. Frente al naciona-lismo que exalta una autosuficiencia cultural,por cierto ilusoria y hasta peligrosa, Cortázaraboga en «Sobre puentes y caminos» (1980) poruna relación de vasos comunicantes entre las li-teraturas europeas y latinoamericanas. No setrata, por cierto, de negar aportes europeos, sinode entablar normas que prescindan de actitudesserviles. Quizá sólo alguien que transita despre-juiciado por otras literaturas sin portar etiquetasnacionalistas puede reflexionar: «…nosotros so-mos el joven Viernes frente al viejo Robinson; yViernes tiene mucho que aprender de él a la vezque lo alivia en otro plano de su lenta, melancó-lica entropía» (p. 10).

Una mirada similar le permitió a Cortázarrecuperar el regocijo de Samuel Pickwick, uninfluyente compañero de ruta («Reencuentroscon Samuel Pickwick», 1981). Sus aventuras le

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mostraron la capacidad del momento poético, elpoder transformador del humor y ese reconoci-miento del otro que sólo se da al desechar el acreegoísmo que descompone toda relación humana.Cortázar imbrica su propia visión en un universoque responde íntimamente a los perseguidores:«Apunto a una dialéctica de vida, una pulsaciónmás isócrona de la búsqueda y el gusto, del co-nocimiento y el placer, mejor ajustada a todo esoque tenemos tan al alcance de la mano que casino lo vemos: el gran latido cósmico, el diástole yel sístole del día y de la noche, del flujo y el re-flujo del océano» (p. 14). Por ello era inevitableque esa lealtad al mundo de Pickwick se dierasobre la base de un personaje que, al igual que laMaga, le había mostrado «el camino de la luna yel encanto de ir de un lado a otro sin la menor fi-nalidad razonable» (p. 17).

¿Y el camino sobre la tierra? Para éste las fi-nalidades sí son muy claras y razonables. Si enlos primeros ensayos de Cortázar se puede cons-tatar un evidente interés por la dimensión social,éste está filtrado casi exclusivamente a través dela literatura. Es desde ella, y de regreso hacia suspáginas, que Cortázar formula los llamados a laacción y que plantea la participación activa delos escritores en la sociedad. Sus múltiples en-trevistas, declaraciones e intervenciones en me-sas redondas vuelven superflua toda menciónadicional sobre lo que para él significó la Revo-

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lución Cubana. Su apoyo al socialismo, la nece-saria respuesta a las dictaduras que asolaron alcono sur y su adhesión al triunfo sandinista, hi-cieron que su actividad e intervenciones «extraliterarias» fueran cada vez más frecuentes*.

Sensible a la injerencia de la historia, Cortá-zar respondió a su legado. Sin propuestas mecá-nicas ni vuelcos repentinos hacia fáciles consig-nas, su obra respondió con el acostumbradorigor literario a las instancias esperanzadas delcontinente y a la hora-hecha-años de la espada.Si bien se solidarizó con los procesos revolucio-narios latinoamericanos, cuando algunos sectoresde la izquierda le exigieron que sus simpatías fue-ran trasladadas directamente al plano literario,Cortázar declaró rotundamente que su participa-ción en tales procesos no involucraba en modo

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* En esta selección abundan los ensayos sobre la línea literatu-ra-sociedad. La conjunción también se ha dado con propósi-tos muy claros en la incorporación del Tribunal Russell IIa Fantomas contra los vampiros multinacionales. «Una utopíarealizable narrada por Julio Cortázar», México, Excelsior,1975. Ya me he referido antes a Libro de Manuel; son igual-mente notorios estos cruces, por ejemplo, en los cuentosreunidos en Alguien que anda por ahí (Madrid, Alfaguara,1977), Queremos tanto a Glenda (México, Nueva Imagen,1980) y Deshoras (México, Nueva Imagen, 1983). En «Imá-genes del deseo: El testigo ante su mutación» (Inti, No 10-11[1979-1980], págs. 93-97) estudié el ajuste de motivos queaparecen en «Las babas del diablo» para dar cuenta de unaclara situación política en «Apocalipsis de Solentiname».

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alguno la entrega de su obra a enunciados y pro-clamas que poco contribuirían a la historia*. Esineludible que el escritor sea «testigo de su tiem-po» —como lo señalara en «Acerca de la situa-ción del intelectual latinoamericano»**— perodesde sus propias capacidades y funciones. «Inca-paz de acción política», concluye, «no renuncioa mi solitaria vocación de cultura, a mi empecina-da búsqueda ontológica, a los juegos de la imagi-nación en sus planos más vertiginosos…» Yagrega: «En lo más gratuito que pueda yo escri-bir asomará siempre una voluntad de contactocon el presente histórico del hombre, una partici-pación en su larga marcha hacia lo mejor de símismo como colectividad y humanidad.»

París 1968, Allende y Pinochet en Chile, Vi-dela y las Madres de Plaza de Mayo en Argentina,la Revolución Cubana y el triunfo sandinista enNicaragua, la vertiginosa amenaza que se des-

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* Un ejemplo sintomático en Literatura en la revolución y revolu-ción en la literatura (México, Siglo XXI, 1970) que reúne, bajoel título definitorio de una época, los textos de una polémicaentre Cortázar, Oscar Collazos y Mario Vargas Llosa.

** Se trata de la conocida y frecuentemente reproducida «Car-ta a Roberto Fernández Retamar», fechada en Saignon el 10de mayo de 1967, publicada en Casa de las Américas, Nº 45(1967), págs. 5-12, y nuevamente en el número de homenaje,145-146 (1984), págs. 59-66, junto a otras numerosas cartasque escribiera a Fernández Retamar, Haydée Santamaría yotros. Aparece como «Acerca de la situación del intelectuallatinoamericano» en Último round, págs. 199-217.

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plegaba en diversos frentes, llevaron a Cortázara incrementar cada vez más su acción política*.Fiel al oficio de las letras, y sin concesión algu-na, logró que su obra fuera testimonio de su his-toria. Ser un escritor latinoamericano —afirmaen «Literatura e identidad» (1982)— «supone,cuando se lo es honestamente, pensar y actuaren un contexto donde realidad geopolítica y fic-ción literaria mezclan cada vez más sus aguas»para producir la complejidad cultural que definela identidad del continente. Retomando lo queya adelantara en los años cuarenta, Cortázar rei-tera que la práctica literaria, tanto en su etapa deproducción como en el tiempo de la lectura, yano puede ser un mero regocijo ni existir al mar-gen de lo cotidiano. En «Realidad y literatura enAmérica Latina» (1980)** declaró que, sin caeren un burdo escamoteo didáctico, la gran litera-tura latinoamericana es hoy en día «una maneradirecta de explorar lo que nos ocurre, interro-garnos sobre las causas por las cuales nos ocurre,

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* Prueba de ello son los diversos textos —muchos de los cua-les estaban destinados a la prensa— que aparecen en Nica-ragua tan violentamente dulce y Argentina: años de alambradasculturales. Ambos recopilados por Saúl Yurkievich, fueronpublicados por Muchnik Editores, Barcelona y Buenos Ai-res, en 1984.

** Conferencia pronunciada en The City College of NewYork en abril de 1980 y publicada en un folletín bilingüe(The City College Papers, Nº 19) en 1982.

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y muchas veces encontrar caminos que nos ayu-den a seguir adelante cuando nos sentimos fre-nados por circunstancias o factores negativos».Desde esta perspectiva, entonces, «cuanto másliteraria es la literatura (…) más histórica y másoperante se vuelve». Cabe insistir en que Cortá-zar no sugiere la fórmula fácil de un paternalis-mo intelectual benevolente, sino esa confluencianada fácil de los motivos que aislara en 1947 alrescatar del surrealismo y del existencialismoaquello que señalaría pautas culturales y huma-nas para la segunda mitad de este siglo.

En los ensayos, apuntes, entrevistas y cartasque aparecen en esta selección se reflejan los inte-reses literarios y políticos de Cortázar. Sus múlti-ples actividades reflejan, asimismo, cómo la histo-ria se ha ido filtrando por los intersticios de losmuros y las páginas hasta ocupar el lugar centralque siempre le ha pertenecido. Muertes, desapari-ciones, torturas, exilios aprovechados en cuantoaprendizaje*, y alegrías por triunfos que no se de-seaban efímeros, motivaron una mayor actividadperiodística y una participación creciente en la vi-da política latinoamericana dentro y fuera de laregión. Si bien muchas páginas escritas por la ur-

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* Sobre este tema, véase su «América Latina: exilio y literatu-ra», texto presentado el 2 de julio de 1978 en el Coloquio so-bre «Literatura latinoamericana de hoy», Cerisy-la-Salle, ypublicado en Arte-Sociedad-Ideología, Nº 5 (1978), págs. 93-9.

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gencia de coyunturas especiales, o por solícitospedidos de quienes combatían por un ideal com-partido, no poseen la mesura que sí portan otrostextos críticos, la inmediatez de lo cotidiano mere-ce ser consignada como una de las dimensionesdefinitorias de Cortázar. Además, como se verificaen esta selección, aun las páginas que no fueron re-dactadas para perdurar más allá de una utilizacióninmediata acarrean la carga y el conocimiento delpasado, la conciencia de haber recorrido un largotramo desde la exacerbación de la búsqueda indi-vidual hasta el reconocimiento de figuras solida-rias. Por ello, las líneas que elogian la «locura» delas Madres de Plaza de Mayo («Nuevo elogio de lalocura», 1981) como respuesta a la represión tie-nen el doble peso de los recuerdos de otra locura(la de Artaud)* y de la fe en el poder de las palabras—de ciertas palabras— para depurar la historia delas consignas del poder y de la ignominia.

Los ensayos de Cortázar son interpretacio-nes críticas de la literatura y de su historia, sonpruebas y tentativas, una invitación a dialogar ya tomar posición. Leerlos es entrar a sus túneles,asomarse por puentes y recorrer largos caminos;es ser testigo y partícipe de encuentros y reen-

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* Ver «Muerte de Antonin Artaud», Sur, Nº 163 (1948),págs. 80-82. «Nuevo elogio de la locura» fue publicado porHipólito Solari Yrigoyen en La República, 19-II-1982, e in-cluido en Argentina: años de alambradas culturales, págs. 13-15.

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cuentros con otros cronopios; es oír las vocesque desde los escombros del sur comienzan a res-tituir el reino de la palabra simple, depurada einocente que ya fuera enunciada en otras latitu-des; es recuperar la memoria, los itinerarios yobsesiones de Johnny Carter y Bruno, de Persioy Medrano, de la Maga, Oliveira y Talita, de Po-lanco y Calac, de Marcos…

El discurso crítico de Cortázar ha sido uncomponente integral de toda su práctica litera-ria. Al igual que en el acceso a su ficción, tam-bién esta dimensión convoca al lector activo yresponsable —aquel que para siempre definie-ron las propuestas de Rayuela— a compartir sucamino, a dibujarlo, a crear una versión más ge-nerosa del mundo americano. En una de sus nu-merosas entrevistas Cortázar dijo: «La literaturaes algo que nace del encuentro de una voluntaddel lenguaje con una voluntad de utilizar eselenguaje para crear una nueva visión del mundo,para multiplicar un conocimiento, para descu-brir. En realidad un escritor es siempre un pe-queño Cristóbal Colón, es decir, es alguien quesale a descubrir con sus carabelitas de palabrasy… bueno, el gran escritor descubre América;pero no todos son Colón»*.

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* «Las palabras son como pequeñas carabelas que sirven paradescubrir nuevos mundos.» Entrevista a Julio Cortázar porXavier Argüello, Nicaráuac, III, Nº 7 (1982), p. 141.

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Los textos de esta selección se inscriben enesa voluntad de encuentro, en el deseo profun-damente vital de tender un espléndido puentehacia la re-creación de nuevos mundos. Fre-cuentarlos es participar del ansia de conoci-miento y de cambio que define a la obra de Cor-tázar, obra fundacional en estas convulsionadasdécadas americanas.

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Criterio de edición

Esta recopilación incluye en orden cronoló-gico textos representativos de la «ensayística»de Cortázar, entendida ésta en una amplia acep-ción que permite la presencia de artículos, no-tas, reseñas, cartas y discursos*. Con muy pocasexcepciones, no se han incluido los textos que elpropio Cortázar recopilara en algunos de suslibros. Omitir su famosa «Carta a Roberto Fer-nández Retamar (“Situación del intelectual lati-noamericano”)» en una colección de ensayos,sin embargo, hubiera marcado un vacío inacep-table; excluir algunas páginas ya recogidas enArgentina: años de alambradas culturales hubieradistorsionado algunas de sus preocupacionescentrales.

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* Una bibliografía bastante completa de y sobre Cortázar fuepublicada por E. D. Carter Jr. en Explicación de textos litera-rios, XVII, No 1-2 (1988-1989), págs. 251-327.

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Procedencia de los textos

Los texto que sólo llevan fecha de redacción nosfueron proporcionados por Julio Cortázar en su ver-sión original.

«Carta a Roberto Fernández Retamar (Sobre“Situación del intelectual latinoamericano”)»,Casa de las Américas, VIII, Nº 45 (noviembre-di-ciembre de 1967), págs. 5-12.

«Carta a Haydée Santamaría» (1972), Ca-sa de las Américas, XXV, Nos 145-146 (1984), págs. 146-150.

«Carta a Saúl Sosnowski (a propósito de unaentrevista a David Viñas)», Hispamérica, I, Nº 2(1972), págs. 55-58.

«Neruda entre nosotros», Plural, Nº 30 (mar-zo de 1974), págs. 38-41.

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«Notas sobre lo gótico en el Río de la Pla-ta», Caravelle. Cahiers du Monde Hispanique etLuso-Brésilien, 25 (1975), págs. 145-151.

«El estado actual de la narrativa en Hispanoa-mérica», en La isla final, Jaime Alazraki, IvarIvask & Joaquín Marco, comp., Madrid, Ultra-mar, 1983, págs. 59-82.

Publicado originalmente en inglés, Mary E.Davis, trad., como «The Present State of Fiction inLatin America», en Books Abroad, L, 3 (Summer1976), págs. 533-540, y reproducido en The Fi-nal Island. The Fiction of Julio Cortázar, JaimeAlazraki & Ivar Ivask, eds., Norman, OK, Uni-versity of Oklahoma Press, 1978, págs. 37-44.

«El intelectual y la política en Hispanoa-mérica», en La isla final, Jaime Alazraki, IvarIvask & Joaquín Marco, comp., Madrid, Ultra-mar, 1983, pp. 83-102. Publicado original-mente en inglés, Margery A. Salir, trad., como«Politics and the Intellectual in Latin America»,en ibid., pp. 522-532, y reproducido en ibid.,págs. 26-36.

«Una muerte monstruosa», Casa de las Amé-ricas, XVI, Nº 94 (enero-febrero de 1976),págs. 19-24.

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Reseña de Cómico de la lengua, de NéstorSánchez, Cambio, vol. I, Nº 2 (enero-febrero-marzo de 1976), págs. 86-87.

«Para Solentiname», Vuelta, Nº 15 (1978),págs. 48-50.

«América Latina: exilio y literatura» (1978),Coloquio sobre «Literatura latinoamericana dehoy», Cerisy-la-Salle, Arte-Sociedad-Ideología, 5(1978), págs. 93-99.

«Comunicación al Foro de Torún, Polonia»(1979).

«La literatura latinoamericana a la luz de lahistoria contemporánea», INTI, Nos 10-11, «Ju-lio Cortázar en Barnard» (otoño de 1979 - pri-mavera de 1980), págs. 11-20.

«Discurso en la constitución del jurado delPremio Literario Casa de las Américas 1980»,Casa de las Américas, XX, Nº 119 (marzo-abril de1980), págs. 3-8.

«Realidad y literatura en América Latina /Reality and Literature in Latin America», Ga-briella de Beer & Raquel Chang-Rodríguez,trads. y eds., New York, The City College Papers,Nº 19 (1980).

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«La batalla de los lápices», Nicaráuac, I, Nº 3(septiembre-diciembre de 1980), págs. 80-82.

«Apuntes de relectura», prefacio a RobertoArlt, Obra completa, Buenos Aires, Carlos Lohlé,1981, págs. 3-11.

«Felisberto Hernández: carta en mano pro-pia» (1980).

«Recordación de don Ezequiel», Casa de lasAméricas, XXI, Nº 121 (julio-agosto de 1980),págs. 66-68.

«Sobre puentes y caminos» (1980).

«Reencuentros con Samuel Pickwick» (1981).

«Mensaje (al Primer Encuentro de Intelec-tuales por la Soberanía de los Pueblos de Nues-tra América)», Casa de las Américas, XXII, Nº 129(noviembre-diciembre de 1981), págs. 18-20.

«Negación del olvido» (1981), incluido enArgentina: años de alambradas culturales, Saúl Yur-kievich, comp., Buenos Aires, Muchnik, 1984.

«Nuevo elogio de la locura» (1981), La Re-pública, 19-II-1982; incluido en Argentina: años

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de alambradas culturales, Saúl Yurkievich, comp.,Buenos Aires, Muchnik, 1984.

«Nicaragua desde adentro» (1982).

«Palabras inaugurales (al Diálogo de las Améri-cas)», texto leído por el poeta y narrador mexica-no Eraclio Zepeda en la sesión inicial del Diálogode las Américas, Casa de las Américas, XXIII, Nº 136(enero-febrero de 1983), págs. 6-11.

«Discurso en la recepción de la Orden Ru-bén Darío», Casa de las Américas, XXIII, Nº 138(mayo-junio de 1983), págs. 130-134.

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Carta a Roberto Fernández Retamar(Sobre «Situación del intelectual

latinoamericano»)

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Saignon (Vaucluse), 10 de mayo de 1967A Roberto Fernández Retamar en La Habana

Mi querido Roberto:

Te debo una carta, y unas páginas para el nú-mero de la Revista que tratará de la situación delintelectual latinoamericano contemporáneo. Porlo que verás a renglón casi seguido, me resultamás sencillo unir ambas cosas; hablando conti-go, aunque sólo sea desde un papel por encimadel mar, me parece que alcanzaré a decir mejoralgunas cosas que se me almidonarían si les die-ra el tono del ensayo, y tú ya sabes que el almi-dón y yo no hacemos buenas camisas. Digamosentonces que una vez más estamos viajando enauto rumbo a Trinidad y que después de habernosapoderado con gran astucia de los dos mejores

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asientos, con probable cólera de Mario, Ernesto yFernando apiñados en el fondo, reanudamosaquella conversación que me valió pasar tres ma-ravillosos días en enero último, y que de algunamanera no se interrumpirá jamás entre tú y yo.

Prefiero este tono porque palabras como«intelectual» y «latinoamericano» me hacen le-vantar instintivamente la guardia, y si ademásaparecen juntas me suenan en seguida a diserta-ción del tipo de las que terminan casi siempreencuadernadas (iba a decir enterradas) en pastaespañola. Súmale a eso que llevo dieciséis añosfuera de Latinoamérica, y que me considero so-bre todo como un cronopio que escribe cuentosy novelas sin otro fin que el perseguido ardorosa-mente por todos los cronopios, es decir su rego-cijo personal. Tengo que hacer un gran esfuerzopara comprender que a pesar de esas peculiarida-des soy un intelectual latinoamericano; y me apre-suro a decirte que si hasta hace pocos años esaclasificación despertaba en mí el reflejo muscularconsistente en elevar los hombros hasta tocarmelas orejas, creo que los hechos cotidianos de estarealidad que nos agobia (¿realidad esta pesadillairreal, esta danza de idiotas al borde del abismo?)obligan a suspender los juegos, y sobre todo losjuegos de palabras. Acepto, entonces, conside-rarme un intelectual latinoamericano, pero man-tengo una reserva: no es por serlo que diré loque quiero decirte aquí. Si las circunstancias me

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sitúan en ese contexto y dentro de él debo ha-blar, prefiero que se entienda claramente que lohago como un ente moral, digamos lisa y llana-mente como un hombre de buena fe, sin que minacionalidad y mi vocación sean las razones de-terminantes de mis palabras. El que mis librosestén presentes desde hace años en Latinoamé-rica no invalida el hecho deliberado e irreversi-ble de que me marché de la Argentina en 1951 yque sigo residiendo en un país europeo que elegísin otro motivo que mi soberana voluntad de vi-vir y escribir en la forma que me parecía másplena y satisfactoria. Hechos concretos me hanmovido en los últimos cinco años a reanudar uncontacto personal con Latinoamérica, y ese con-tacto se ha hecho por Cuba y desde Cuba; perola importancia que tiene para mí ese contacto nose deriva de mi condición de intelectual latinoa-mericano; al contrario, me apresuro a decirte quenace de una perspectiva mucho más europeaque latinoamericana, y más ética que intelectual.Si lo que sigue ha de tener algún valor, debe na-cer de una total franqueza, y empiezo por seña-larlo a los nacionalistas de escarapela y banderitaque directa o indirectamente me han reprochadomuchas veces mi «alejamiento» de mi patria o,en todo caso, mi negativa a reintegrarme física-mente a ella.

En última instancia, tú y yo sabemos de sobraque el problema del intelectual contemporáneo

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es uno solo, el de la paz fundada en la justicia so-cial, y que las pertenencias nacionales de cadauno sólo subdividen la cuestión sin quitarle sucarácter básico. Pero es aquí donde un escritoralejado de su país se sitúa forzosamente en unaperspectiva diferente. Al margen de la circunstan-cia local, sin la inevitable dialéctica del challengeand response cotidianos que representan los pro-blemas políticos, económicos o sociales del país,y que exigen el compromiso inmediato de todointelectual consciente, su sentimiento del proce-so humano se vuelve por decirlo así más planeta-rio, opera por conjuntos y por síntesis, y si pierdela fuerza concentrada en un contexto inmediato,alcanza en cambio una lucidez a veces insopor-table pero siempre esclarecedora. Es obvio quedesde el punto de vista de la mera informaciónmundial, da casi lo mismo estar en Buenos Airesque en Washington o en Roma, vivir en el pro-pio país o fuera de él. Pero aquí no se trata de in-formación sino de visión. Como revolucionariocubano, sabes de sobra hasta qué punto los im-perativos locales, los problemas cotidianos de tupaís, forman por así decirlo un primer círculovital en el que debes obrar e incidir como escri-tor, y que ese primer círculo en el que se juega tuvida y tu destino personal a la par de la vida y eldestino de tu pueblo es a la vez contacto y ba-rrera con el resto del mundo, contacto porque tubatalla es la de la humanidad, barrera porque en la

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batalla no es fácil atender a otra cosa que a la lí-nea de fuego.

No se me escapa que hay escritores con ple-na responsabilidad de su misión nacional quebregan a la vez por algo que la rebasa y la uni-versaliza; pero bastante más frecuente es el casode los intelectuales que, sometidos a ese condi-cionamiento circunstancial, actúan por así decir-lo desde fuera hacia adentro, partiendo de idealesy principios universales para circunscribirlos aun país, a un idioma, a una manera de ser. Desdeluego no creo en los universalismos diluidos yteóricos, en las «ciudadanías del mundo» enten-didas como un medio para evadir las responsabi-lidades inmediatas y concretas —Vietnam, Cuba,toda Latinoamérica— en nombre de un univer-salismo más cómodo por menos peligroso; sinembargo, mi propia situación personal me incli-na a participar en lo que nos ocurre a todos, a es-cuchar las voces que entran por cualquier cua-drante de la rosa de los vientos. A veces me hepreguntado qué hubiera sido de mi obra de ha-berme quedado en la Argentina; sé que hubieraseguido escribiendo porque no sirvo para otra co-sa, pero a juzgar por lo que llevaba hecho hastael momento de marcharme de mi país me incli-no a suponer que habría seguido la concurridavía del escapismo intelectual, que era la mía hastaentonces y sigue siendo la de muchísimos inte-lectuales argentinos de mi generación y mis gus-

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tos. Si tuviera que enumerar las causas por lasque me alegro de haber salido de mi país (y que-de bien claro que hablo por mí solamente, y demanera a título de parangón) creo que la princi-pal sería el haber seguido desde Europa, con unavisión desnacionalizada, la revolución cubana.Para afirmarme en esta convicción me basta, decuando en cuando, hablar con amigos argentinosque pasan por París con la más triste ignoranciade lo que verdaderamente ocurre en Cuba; mebasta hojear los periódicos que leen veinte millo-nes de compatriotas; me basta y me sobra sen-tirme a cubierto de la influencia que ejerce la in-formación norteamericana en mi país y de la queno se salvan, incluso creyéndolo sinceramente,infinidad de escritores y artistas argentinos de migeneración que comulgan todos los días con lasruedas de molino subliminales de la United Pressy las revistas «democráticas» que marchan alcompás de Time o de Life.

Aquí ya puedo hablar en primera persona,puesto que de eso se trata en los testimonios quenos has pedido. Lo primero que diré es una pa-radoja que puede tener su valor si se la mide a laluz de los párrafos anteriores en que he tratadode situarme y situarte mejor. ¿No te parece enverdad paradójico que un argentino casi entera-mente volcado hacia Europa en su juventud, alpunto de quemar las naves y venirse a Francia,sin una idea precisa de su destino, haya descu-

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bierto aquí, después de una década, su verdaderacondición de latinoamericano? Pero esta para-doja abre una cuestión más honda: la de si no eranecesario situarse en la perspectiva más univer-sal del viejo mundo, desde donde todo parecepoder abarcarse con una especie de ubicuidadmental, para ir descubriendo poco a poco lasverdaderas raíces de lo latinoamericano sin per-der por eso la visión global de la historia y delhombre. La edad, la madurez, influyen desdeluego, pero no bastan para explicar ese procesode reconciliación y recuperación de valores ori-ginales; insisto en creer (y en hablar por mí mis-mo y sólo por mí mismo) que, si me hubieraquedado en la Argentina, mi madurez de escri-tor se hubiera traducido de otra manera, proba-blemente más perfecta y satisfactoria para loshistoriadores de la literatura, pero ciertamentemenos incitadora, provocadora y en última ins-tancia fraternal para aquellos que leen mis librospor razones vitales y no con vistas a la ficha bi-bliográfica o la clasificación estética. Aquí quieroagregar que de ninguna manera me creo un ejem-plo de esa «vuelta a los orígenes» —telúricos, na-cionales, lo que quieras— que ilustra precisa-mente una importante corriente de la literaturalatinoamericana, digamos Los pasos perdidos y, máscircunscritamente, Doña Bárbara. El telurismocomo lo entiende entre ustedes un Samuel Fei-jóo, por ejemplo, me es profundamente ajeno

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por estrecho, parroquial y hasta diría aldeano;puedo comprenderlo y admirarlo en quienes noalcanzan, por razones múltiples, una visión tota-lizadora de la cultura y de la historia, y concen-tran todo su talento en una labor «de zona», pe-ro me parece un preámbulo a los peores avancesdel nacionalismo negativo cuando se convierteen el credo de escritores que, casi siempre por fa-lencias culturales, se obstinan en exaltar los valo-res del terruño contra los valores a secas, el paíscontra el mundo, la raza (porque en eso se aca-ba) contra las demás razas. ¿Podrías tú imaginartea un hombre de la latitud de un Alejo Carpentierconvirtiendo la tesis de su novela citada en unainflexible bandera de combate? Desde luego queno, pero los hay que lo hacen, así como hay cir-cunstancias de la vida de los pueblos en que esesentimiento del retorno, ese arquetipo casi jun-guiano del hijo pródigo, de Odiseo al final deperiplo, puede derivar a una exaltación tal de lopropio que, por contragolpe lógico, la vía deldesprecio más insensato se abra hacia todo lo de-más. Y entonces ya sabemos lo que pasa, lo quepasó hasta 1945, lo que puede volver a pasar.

Quedamos, entonces, para volver a mí quesoy desganadamente el tema de estas páginas, enque la paradoja de redescubrir a distancia lo lati-noamericano entraña un proceso de orden muydiferente a una arrepentida y sentimental vueltaal pago. No solamente no he vuelto al pago sino

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que Francia, que es mi casa, me sigue parecien-do el lugar de elección para un temperamentocomo el mío, para mis gustos y, espero, para loque pienso todavía escribir antes de dedicarme ala vejez, tarea complicada y absorbente como essabido. Cuando digo que aquí me fue dado des-cubrir mi condición de latinoamericano, indicotan sólo una de las consecuencias de una evolu-ción más compleja y abierta. Ésta no es una au-tobiografía, y por eso resumiré esa evolución enel mero apunte de sus etapas. De la Argentinase alejó un escritor para quien la realidad, comolo imaginaba Mallarmé, debía culminar en un li-bro; en París nació un hombre para quien loslibros deberán culminar en la realidad. Ese pro-ceso comportó muchas batallas, derrotas, traicio-nes y logros parciales. Empecé por tener concien-cia de mi prójimo, en un plano sentimental y pordecirlo así antropológico; un día desperté enFrancia a la evidencia abominable de la guerrade Argelia, yo que de muchacho había seguido laguerra de España y más tarde la guerra mundialcomo una cuestión en la que lo fundamental eranprincipios e ideas en lucha. En 1957 empecé atomar conciencia de lo que pasaba en Cuba (an-tes había noticias periodísticas de cuando encuando, vaga noción de una dictadura sangrien-ta como tantas otras, ninguna participaciónafectiva a pesar de la adhesión en el plano de losprincipios). El triunfo de la revolución cubana,

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los primeros años del gobierno, no fueron yauna mera satisfacción histórica o política; depronto sentí otra cosa, una encarnación de lacausa del hombre como por fin había llegado aconcebirla y desearla. Comprendí que el socia-lismo, que hasta entonces me había parecidouna corriente histórica aceptable e incluso nece-saria, era la única corriente de los tiempos mo-dernos que se basaba en el hecho humano esen-cial, en el ethos tan elemental como ignorado porlas sociedades en que me tocaba vivir, en el sim-ple, inconcebiblemente difícil y simple principiode que la humanidad empezará verdaderamentea merecer su nombre el día en que haya cesadola explotación del hombre por el hombre. Másallá no era capaz de ir, porque, como te lo he di-cho y probado tantas veces, lo ignoro todo de lafilosofía política, y no llegué a sentirme un escri-tor de izquierda a consecuencia de un procesointelectual sino por el mismo mecanismo queme hace escribir como escribo o vivir como vi-vo, un estado en el que la intuición, la participa-ción al modo mágico en el ritmo de los hombresy las cosas, decide mi camino sin dar ni pedir ex-plicaciones. Con una simplificación demasiadomaniquea puedo decir que así como tropiezo to-dos los días con hombres que conocen a fondo lafilosofía marxista y actúan sin embargo con unaconciencia reaccionaria en el plano personal, a míme sucede estar empapado por el peso de toda

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una vida en la filosofía burguesa, y sin embargome interno cada vez más por las vías del socialis-mo. Y no es fácil, y ésa es precisamente mi situa-ción actual por la que se pregunta en esta encues-ta. Un texto mío que publicaste hace poco en larevista Casilla del Camaleón puede mostrar unaparte de ese conflicto permanente de un poetacon el mundo, de un escritor con su trabajo.

Pero para hablar de mi situación como escri-tor que ha decidido asumir una tarea que consi-dera indispensable en el mundo que lo rodea,tengo que completar la síntesis de ese caminoque llegó a su fin con mi nueva conciencia de larevolución cubana. Cuando fui invitado por pri-mera vez a visitar tu país, acababa de leer Cuba,isla profética, de Waldo Frank, que resonó extra-ñamente en mí, despertándome a una nostalgia,a un sentimiento de carencia, a un no estar ver-daderamente en el mundo de mi tiempo aunqueen esos años mi mundo parisiense fuera tan ple-no y exaltante como lo había deseado siempre ylo había conseguido después de más de una dé-cada de vida en Francia. El contacto personalcon las realizaciones de la revolución, la amistady el diálogo con escritores y artistas, lo positivo ylo negativo que vi y compartí en ese primer via-je actuaron doblemente en mí; por un lado toca-ba otra vez la realidad latinoamericana de la quetan alejado me había sentido en el terreno per-sonal, y por otro lado asistía cotidianamente a la

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dura y a veces desesperada tarea de edificar elsocialismo en un país tan poco preparado enmuchos aspectos y tan abierto a los riesgos másinminentes. Pero entonces sentí que esa dobleexperiencia no era doble en el fondo, y ese brus-co descubrimiento me deslumbró. Sin razonarlo,sin análisis previo, viví de pronto el sentimientomaravilloso de que mi camino ideológico coinci-diera con mi retorno latinoamericano; de queesa revolución, la primera revolución socialistaque me era dado seguir de cerca, fuera una revo-lución latinoamericana. Guardo la esperanza deque en mi segunda visita a Cuba, tres años mástarde, te haya mostrado que ese deslumbramien-to y esa alegría no se quedaron en mero gocepersonal. Ahora me sentía situado en un puntodonde convergían y se conciliaban mi convic-ción en un futuro socialista de la humanidad ymi regreso individual y sentimental a una Lati-noamérica de la que me había marchado sin mi-rar hacia atrás muchos años antes.

Cuando regresé a Francia luego de esos dosviajes, comprendí mejor dos cosas. Por una parte,mi hasta entonces vago compromiso personal eintelectual con la lucha por el socialismo entraría,como ha entrado, en un terreno de definicio-nes concretas, de colaboración personal allí don-de pudiera ser útil. Por otra parte, mi trabajo deescritor continuaría el rumbo que le marca mimanera de ser, y aunque en algún momento pu-

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diera reflejar ese compromiso (como algún cuen-to que conoces y que ocurre en tu tierra) lo haríapor las mismas razones de libertad estética queahora me están llevando a escribir una novelaque ocurre prácticamente fuera del tiempo y delespacio histórico. A riesgo de decepcionar a loscatequistas y a los propugnadores del arte al ser-vicio de las masas, sigo siendo ese cronopio que,como lo decía al comienzo, escribe para su rego-cijo o su sufrimiento personal, sin la menor con-cesión, sin obligaciones «latinoamericanas» o«socialistas» entendidas como a prioris pragmáti-cos. Y es aquí donde lo que traté de explicar alprincipio encuentra, creo, su justificación másprofunda. Sé de sobra que vivir en Europa y es-cribir «argentino» escandaliza a los que exigenuna especie de asistencia obligatoria a clase porparte del escritor. Una vez que para mi conside-rable estupefacción un jurado insensato me otor-gó un premio en Buenos Aires, supe que algunacélebre novelista de esos pagos había dicho conpatriótica indignación que los premios argenti-nos deberían darse solamente a los residentes enel país. Esta anécdota sintetiza en su considerableestupidez una actitud que alcanza a expresarse demuchas maneras pero que tiende siempre al mis-mo fin; incluso en Cuba, donde poco podría im-portar si habito en Francia o en Islandia, no hanfaltado los que se inquietan amistosamente porese supuesto exilio. Como la falsa modestia no es

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mi fuerte, me asombra que a veces no se adviertahasta qué punto el eco que han podido despertarmis libros en Latinoamérica se deriva de que pro-ponen una literatura cuya raíz nacional y regionalestá como potenciada por una experiencia másabierta y más compleja, y en la que cada evoca-ción o recreación de lo originalmente mío alcan-za su extrema tensión gracias a esa apertura sobrey desde un mundo que lo rebasa y en último ex-tremo lo elige y lo perfecciona. Lo que entre us-tedes ha hecho un Lezama Lima, es decir, asimi-lar y cubanizar por vía exclusivamente libresca yde síntesis mágico-poética los elementos más he-terogéneos de una cultura que abarca desde Par-ménides hasta Serge Diaghilev, me ocurre a míhacerlo a través de experiencias tangibles, decontactos directos con una realidad que no tienenada que ver con la información o la erudiciónpero que es su equivalente vital, la sangre mismade Europa. Y si de Lezama puede afirmarse, co-mo acaba de hacerlo Vargas Llosa en un bello en-sayo aparecido en la revista Amaru, que su cuba-nidad se afirma soberana por esa asimilación delo extranjero a los jugos y a la voz de su tierra, yosiento que también la argentinidad de mi obra haganado en vez de perder por esa ósmosis espiri-tual en la que el escritor no renuncia a nada, notraiciona nada, sino que sitúa su visión en un pla-no desde donde sus valores originales se insertanen una trama infinitamente más amplia y más ri-

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ca y por eso mismo —como de sobra lo sé yoaunque otros lo nieguen— ganan a su vez en am-plitud y riqueza, se recobran en lo que pueden te-ner de más hondo y de más valedero.

Por todo esto, comprenderás que mi «situa-ción» no solamente no me preocupa en el planopersonal sino que estoy dispuesto a seguir sien-do un escritor latinoamericano en Francia. Asalvo por el momento de toda coacción, de lacensura o la autocensura que traban la expresiónde los que viven en medios políticamente hosti-les o condicionados por circunstancias de ur-gencia, mi problema sigue siendo, como debistesentirlo al leer Rayuela, un problema metafísico,un desgarramiento continuo entre el monstruo-so error de ser lo que somos como individuos ycomo pueblos en este siglo, y la entrevisión deun futuro en el que la sociedad humana culmi-naría por fin en ese arquetipo del que el socialis-mo da una visión práctica y la poesía una visiónespiritual. Desde el momento en que tomé con-ciencia del hecho humano esencial, esa búsque-da representa mi compromiso y mi deber. Peroya no creo, como pude cómodamente creerlo enotro tiempo, que la literatura de mera creaciónimaginativa baste para sentir que me he cumpli-do como escritor, puesto que mi noción de esaliteratura ha cambiado y contiene en sí el con-flicto entre la realización individual como la en-tendía el humanismo, y la realización colectiva

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como la entiende el socialismo, conflicto que al-canza su expresión quizá más desgarradora en elMarat-Sade de Peter Weiss. Jamás escribiré ex-presamente para nadie, minorías o mayorías, y larepercusión que tengan mis libros será siempreun fenómeno accesorio y ajeno a mi tarea; y sinembargo hoy sé que escribo para, que hay unaintencionalidad que apunta a esa esperanza deun lector en el que reside ya la semilla del hom-bre futuro. No puedo ser indiferente al hecho deque mis libros hayan encontrado en los jóveneslatinoamericanos un eco vital, una confirmaciónde latencias, de vislumbres, de aperturas hacia elmisterio y la extrañeza y la gran hermosura de lavida. Sé de escritores que me superan en mu-chos terrenos y cuyos libros, sin embargo, noentablan con los hombres de nuestras tierras elcombate fraternal que libran los míos. La razónes simple, porque si alguna vez se pudo ser ungran escritor sin sentirse partícipe del destinohistórico inmediato del hombre, en este mo-mento no se puede escribir sin esa participaciónque es responsabilidad y obligación, y sólo lasobras que la trasunten, aunque sean de puraimaginación, aunque inventen la infinita gamalúdica de que es capaz el poeta y el novelista,aunque jamás apunten directamente a esa parti-cipación, sólo ellas contendrán de alguna indeci-ble manera ese temblor, esa presencia, esa at-mósfera que las hace reconocibles y entrañables,

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que despierta en el lector un sentimiento decontacto y cercanía.

Si esto no es aún suficientemente claro, déja-me completarlo con un ejemplo. Hace veinteaños veía yo en un Paul Valéry el más alto expo-nente de la literatura occidental. Hoy continúoadmirando al gran poeta y ensayista, pero ya norepresenta para mí ese ideal. No puede repre-sentarlo quien, a lo largo de toda una vida con-sagrada a la meditación y a la creación, ignorósoberanamente (y no sólo en sus escritos) losdramas de la condición humana que en esos mis-mos años se abrían paso en la obra epónima deun André Malraux y, desgarrada y contradicto-riamente pero de una manera admirable precisa-mente por ese desgarramiento y esas contradic-ciones, en un André Gide. Insisto en que aningún escritor le exijo que se haga tribuno de lalucha que en tantos frentes se está librando con-tra el imperialismo en todas sus formas, pero síque sea testigo de su tiempo como lo queríanMartínez Estrada y Camus, y que su obra o suvida (¿pero cómo separarlas?) den ese testimo-nio en la forma que les sea propia. Ya no es posi-ble respetar como se respetó en otros tiempos alescritor que se refugiaba en una libertad mal en-tendida para dar la espalda a su propio signo hu-mano, a su pobre y maravillosa condición dehombre entre hombres, de privilegiado entredesposeídos y martirizados.

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Para mí, Roberto, y con esto terminaré, nadade eso es fácil. El lento, absorbente, infinito yegoísta comercio con la belleza y la cultura, la vi-da en un continente donde unas pocas horas meponen frente a los frescos de Giotto o los Veláz-quez del Prado, en la curva del Rialto del GranCanal o en esas salas londinenses donde se diríaque las pinturas de Turner vuelven a inventar laluz, la tentación cotidiana de volver como enotros tiempos a una entrega total y fervorosa a losproblemas estéticos e intelectuales, a la filosofíaabstracta, a los altos juegos del pensamiento y dela imaginación, a la creación sin otro fin que elplacer de la inteligencia y de la sensibilidad, li-bran en mí una interminable batalla con el senti-miento de que nada de todo eso se justifica ética-mente si al mismo tiempo no se está abierto a losproblemas vitales de los pueblos, si no se asumedecididamente la condición de intelectual del ter-cer mundo en la medida en que todo intelectual,hoy en día, pertenece potencial o efectivamente al ter-cer mundo puesto que su sola vocación es un peligro,una amenaza, un escándalo para los que apoyan lentapero seguramente el dedo en el gatillo de la bomba.Ayer, en Le Monde, un cable de la UPI transcribíadeclaraciones de Robert McNamara. Textual-mente, el secretario norteamericano de la defensa(¿de qué defensa?) dice esto: «Estimamos que laexplosión de un número relativamente pequeñode ojivas nucleares en cincuenta centros urba-

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nos de China destruiría la mitad de la poblaciónurbana (más de cincuenta millones de personas)y más de la mitad de la población industrial. Ade-más, el ataque exterminaría a un gran número depersonas que ocupan puestos clave en el gobier-no, en la esfera técnica y en la dirección de las fá-bricas, así como una gran proporción de obrerosespecializados». Cito ese párrafo porque piensoque, después de leerlo, un escritor digno de talnombre no puede volver a sus libros como si nohubiera pasado nada, no puede seguir escribiendocon el confortable sentimiento de que su misiónse cumple en el mero ejercicio de una vocación denovelista, de poeta o de dramaturgo. Cuando leoun párrafo semejante, sé cuál de los dos elemen-tos de mi naturaleza ha ganado la batalla. Incapazde acción política, no renuncio a mi solitaria vo-cación de cultura, a mi empecinada búsqueda on-tológica, a los juegos de la imaginación en susplanos más vertiginosos; pero todo eso no gira yaen sí mismo y por sí mismo, no tiene ya nada quever con el cómodo humanismo de los mandarinesde occidente. En lo más gratuito que pueda yo es-cribir asomará siempre una voluntad de contactocon el presente histórico del hombre, una partici-pación en su larga marcha hacia lo mejor de símismo como colectividad y humanidad. Estoyconvencido de que sólo la obra de aquellos inte-lectuales que respondan a esa pulsión y a esa re-beldía se encarnará en las conciencias de los pue-

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blos y justificará con su acción presente y futuraeste oficio de escribir para el que hemos nacido.

Un abrazo muy fuerte de tuJULIO

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