por que leer

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I 17 Miércoles 16 de noviembre de 2011 LIBROS EN AGENDA OPINION Leer, un modo de descubrirnos Un crimen en la Grecia de la crisis ¿ P OR qué alguien, en pleno siglo XXI, puede querer leer literatura? ¡Hay tantas otras cosas en que ocupar el tiempo! Vivimos en la edad del espectáculo, el fisgoneo y la diversión. Tenemos teles, compus, consolas de juego, teléfonos celu- lares, Internet, Twitter, Facebook, Skype, películas de amor, de terror... Pantallas y pantallas y más pantallas que nos hechizan con esa facilidad que tiene la imagen para llamar nuestra atención sin pedir nada a cambio. Uno se sienta delante de la computadora, una tarde de sábado, pensando que va a mandar un solo e-mail y, sin darse cuenta, salta del correo al diario de otro país, y de ahí a YouTube, y de pronto ha pasado media hora, 50 minutos, la tarde entera, y ya es de noche y tiene la mirada ida, y no sólo no empezó el libro que había dejado sobre la mesa, sino que la disposición de ánimo para leer, para concentrarse en una riada de palabras que no son las propias, ha desaparecido por completo para ser reemplazada por otra, más similar a la de quien camina distraído por un patio de comidas que a la del nadador de fondo que se sumerge en la vida de personajes des- conocidos, en la cadencia de unos versos o en la dificultad de ideas novedosas. Hace poco, el gran Philip Roth dijo que creía que dentro de 25 años casi nadie leería novelas. La entrevistadora le preguntó si no estaba exagerando, y él respondió: “No, al contrario: estoy siendo optimista. Pienso que leer novelas va a ser una cuestión de culto. Siempre va a haber gente que lea, pero será un grupo muy pe- queño. En el futuro cercano, leer novelas será tan infrecuente como hoy leer poesía del siglo V”. La periodista le preguntó si lo que volvía impopulares a las novelas era el tiempo que llevaba leerlas. Y Roth respondió: “No, no tiene que ver con la longitud de una novela. Tiene que ver con la imprenta. Tiene que ver con el libro, con el objeto en sí. Leer requiere cierta clase de concentración, de devoción, de entrega. Si uno se demora más de dos semanas en leer una novela, no la ha leído. Ese tipo de concentración es cada vez más difícil de encontrar. El libro no puede competir contra todas esas pantallas”. A diferencia de ver tele, jugar un videojuego o navegar por Internet, leer no es fácil. Para qué nos vamos a engañar. La lectura exige tiempo, atención, trabajo. Y no sólo eso: para leer se necesita práctica. No basta saber leer para convertirse en lector. Cuando los niños aprenden a leer, al principio pronuncian lentamente cada letra y, cuando llegan al final de la palabra, no saben qué han dicho. Es que para que la palabra pueda entenderse debe ser leída a una velocidad determinada. Lo mismo ocurre cuando, después de leer palabras, empiezan a intentarlo con oraciones: si no las leen a la velocidad justa, cuando llegan al final ya no recuerdan qué dijeron al principio. Y lo mismo sucede cuando pasan a leer un párrafo, un capítulo, un libro entero. Por eso Roth dice que quien tarda más de dos semanas en leer una novela, no la ha leído realmente. Es decir: no ha captado su sentido, no ha nadado en ella. Leer una novela, una página hoy, otra mañana, no es leerla. Leer significa sumergirse, entregarse. Encontrar un ritmo, ni muy rápido, ni muy lento, que nos lleve a descubrir no sólo el significado de las palabras, sino, tras ellas, una forma armónica: el sentido que todas ellas juntas comunican. La trama del bordado. No es fácil aprender a leer, no es fácil leer, y no es fácil seguir haciéndolo. Creo, como Roth, que hoy es más difícil que antes, que cada vez será más difícil, y que los verdaderos lectores se van a convertir en seres extraños y anacrónicos, como los filatelistas. A veces, sospecho que en el fu- turo habrá menos lectores que escritores. ¡Hay tanta gente deseosa de ser leída y publicada que no lee a los demás! ¿Por qué leer si podemos dedicar el tiempo a tantas otras cosas, más divertidas, más fáciles, más rápidas? En una novela maravillosa, La noche de los tiempos, del español Antonio Muñoz Molina, hay un niño, justo antes de que se desencadene la Guerra Civil Española, que es testigo de cosas que pasan en su casa, de la pér- dida de amor de sus padres, y del caos y la violencia que se apoderan de la ciudad, pero es muy pequeño para entender y, sobre todo, para poner palabras a lo que sucede a su alrededor. A diferencia de su hermana, a la que esas cosas no perturban, el niño, Miguel, vive en un estado de alerta y conmoción. Miguel no es un personaje principal en la novela. Es el hijo del protagonista y sólo aparece en algunas escenas. Hubo una, en especial, que me resultó muy reveladora. La familia está cenando y, de pronto, a esa hora en la que nunca suena el teléfono, alguien llama, interrumpiendo la paz doméstica. El lector descubrirá, páginas después, que quien ha llamado es la amante del padre de Miguel. Muñoz Molina escribe: “Miguel observaba e intuía sin compren- der, con la inmediatez física con que se percibe la humedad o el frío [...], asombrado, casi admirado, de que su hermana no per- cibiera nada. [...] Si ella podía concentrarse tanto en todo lo que hacía y moverse con tanta serenidad y en línea recta era porque no la distraían ni la alarmaban los ruidos de peligro, porque le faltaban las antenas invisibles de percibir anticipadamente trastornos que él estaba siempre agitando. [...] Por eso a él le costaba tanto concen- trarse: porque estaba atento a demasiadas cosas al mismo tiempo; porque adivinaba el pensamiento de los otros o intuía los cambios en sus estados de ánimo como esos barómetros que había en la escuela y que registraban con sus veloces agujas las turbulencias atmosféricas”. Miguel sabía cosas que no podía pensar, cosas para las que no tenía palabras. No eran cosas felices, ni fáciles de entender. ¿Pero qué vida es fácil de entender? ¿Qué vida es feliz, pacífica, o tranquila, todo el tiempo, siempre? ¿Qué vida no oculta secretos, pecados, dolores? Al leer esa es- cena, al ver a Miguel moviendo su pie bajo la mesa sin poderlo controlar, al sentir su ansiedad de barómetro enloquecido, me di cuenta de que la literatura tiene que ver con eso. Con lo difícil. Pero no sólo con lo difícil que nos sucede, sino con lo difícilmente decible. Con aquello que, para ser dicho, primero debe ser descubierto o inventado. Con aquello que, para ser dicho, debe encontrar palabras exactísimas, y no una, ni dos, sino tantas que muchas veces forman largos poemas, historias enteras, libros inacabables. Palabras que vale la pena buscar, y que vale la pena leer, porque nombran lo que realmente importa. Eso que uno sabe, pero no sabe cómo decir. Eso que uno sabe sin saber. Eso que uno sabe, a veces, sin siquiera poderlo pensar. ¿Por qué leer? Hay miles de razones: para intentar entender el mundo; para encontrar sentido a lo que de otra manera muchas veces parece no tenerlo; para sentir que no estamos solos con algunas preguntas. Quedarse leyendo hasta las tres de la ma- ñana sin poder soltar el libro. Despertarse y pensar, en vez de en la rutina que nos espera ese día, en qué será lo que le espera al personaje. Dejarse llevar por las palabras como se deja un árbol mecer por la brisa. Esas son algunas razones para leer. Pero, me parece, aún más importante que todos esos motivos es que leer puede ayudarnos a descubrir qué pensamos. Cuántas veces nos sucede que leemos algo, y decimos, “esto, exactamente esto, es lo que pienso”, pero hasta ese momento carecíamos de las palabras para decirlo. En el fondo, quizá, ni siquiera sabíamos que pensábamos eso. Leer ayuda a pensar, a esclarecer las ideas propias, a pulirlas y, a veces, hasta a cuestionarlas. Y entonces nos ocurre como a aquel niño de Muñoz Molina. Hay cosas que sabemos, pero que no sabemos que sabemos. Hay cosas que pensamos, pero no sabemos que pensamos. Leer ayuda a descubrirlas, pues, antes que nosotros, el escritor se tomó el trabajo de buscar lo que realmente importa en medio del desorden informe de nuestras vidas, y de encontrar las palabras exactas para desplegarlo ante nuestros ojos, iluminando detalles y matices que nos despiertan del letargo y la costumbre. Así, leer se convierte en una manera de saber quiénes somos. Una forma de dejar de ser simples miembros de una manada en la noche gris, para convertirnos en per- sonas con nombre y apellido. Leer en serio es un modo de negarse a ser ovejas en un rebaño, ovejas que no están muy seguras de qué piensan o en qué creen –o que si lo están es porque otros se lo han dicho–, para convertirnos en individuos con rasgos peculiares, con claridad de pensamiento, con ideas propias y precisas. ¿Por qué leer? Para huir de las grandes abstracciones y las palabras grandilocuen- tes. A diferencia del derecho, las ciencias y la política, la buena literatura está hecha de detalles. Una rosa es una rosa es una rosa, y el amor siempre será el amor, pero no es lo mismo Anna Karenina enamo- rada que Emma Bovary. ¿Por qué leer? Para sumergirse en lo particular y único de cada vida. Para huir de los prejuicios de las grandes palabras. Para no ser una piedra sin nombre, un árbol anónimo. Para ser alguien, para ser distintos, para ser personas singulares, con una huella digital, vital, clara, única y precisa. ¿Por qué leer? Para descubrir quiénes somos. ¿Por qué leer? Para poder pensar. © LA NACION U NA novela policial actual tiene sus ventajas. Si es buena, quizá contemple los problemas agudos del presente a través de la mirada de un detective distinto del que solemos encon- trar dentro del género. Un hombre no ne- cesariamente rudo ni adusto. Más bien maleable a su tiempo. Este tipo de perso- naje nos permite ingresar en el mundo desde un ángulo nuevo, amparados en alguien con olfato contemporáneo, acos- tumbrado a los vicios y crímenes de la época. Es lo que sucede en Millenium con Lisbeth y Mikael, quienes perfectamente podrían vivir en un barrio cercano; el mismo detective Wallander, de Mankell, tiene el aspecto de un tío jubilado y justi- ciero. O el inspector chino Chen Cao, fi- lólogo y poeta, que pasaría por corrector de pruebas de una editorial de culto. El detective Kostas Jaritos está en el epicentro de la tormenta. Es un atenien- se desengañado. Su creador, el escritor griego Petros Márkaris, tiene peculiares antecedentes: como miembro de la mi- noría armenia en Grecia, recién obtuvo la ciudadanía griega después de la caída de la Dictadura de los Coroneles, en 1974; estudió economía y realizó una elogiada traducción del Fausto, de Goethe. Con el agua al cuello, recién editada en castellano, es la última hazaña de Jaritos, metido de lleno en el descalabro financiero de su país. Desde el comienzo no sabemos si el cruento asesinato de Nikitas Zisimópulos, director del Banco Central, fue un acto de venganza perso- nal o de justicia social. ¿Acaso el crimen puede pagar la desolación y falta de sen- tido ocasionadas por el desempleo? En todo caso, nunca basta con una cabeza, cuando son muchos los que la esconden o se agachan. Serán varias las víctimas. Y existe además un cartel instigador. Según el propio Jaritos, “los asesina- tos y el cartel que insta a los ciudadanos a no pagar sus deudas son obra de la misma persona; el asesino no es un terrorista, es alguien que se vio perju- dicado por los bancos y ahora se está vengando”. O sea, un asesino serial de banqueros en un país en bancarrota… ¡que además promueve la cancelación de las hipotecas! No en vano la novela cuen- ta con un epígrafe de Brecht, la célebre y ácida pregunta formulada en La ópera de los tres centavos: “¿Qué es el atraco a un banco comparado con la creación de un banco?”. Jaritos ahonda en su pesquisa: busca una definición de “préstamo” y encuen- tra dos acepciones que se transcriben en la mitad de la novela. La primera define al préstamo como “dinero o valor que se toma para su futura devolución con intereses”. La segunda lo considera “cré- dito indigno y amargoso”. El delincuente obviamente responde a la segunda y actúa en consecuencia. Jaritos piensa en voz alta: “Tanto él como Grecia se acostaron sin deuda y amanecieron con ella, y corren, por lo tanto, la misma suerte. Grecia también ha contraído un crédito indigno y amargoso con el FMI y la Unión Europea”. Como las anteriores novelas protagonizadas por el mismo de- tective, no faltan sentimientos. Tampoco faltan, lamentablemente, algunas “gilipolleces” propias de la tra- ducción. © LA NACION UN HABITO QUE SE VA PERDIENDO EN LA ERA DEL ESPECTACULO MORI PONSOWY PARA LA NACION SILVIA HOPENHAYN PARA LA NACION Hay cosas que sabemos, pero que no sabemos que sabemos. Leer ayuda a descubrirlas y nos permite entender qué pensamos El kirchnerismo, inconsciente colectivo U N destacado catedrático de Harvard, el brasileño Roberto Mangabeira Unger, se pregunta cómo cambiar la historia de la Argentina, “el único país que logró subdesarrollarse”. Hoy, parecería ser que este país sin remedio encontró una sociedad mayoritariamente dispuesta a tomar de su propia medicina, renovando por cuatro años una receta prescripta hace ocho. El kirchnerismo se ha convertido en un tratamiento prolongado sin medi- cina alternativa a la vista, en el que los opositores parecen marcas de remedio compitiendo con un genérico. Los insaciables se construyen solos y cuando ya nada les alcanza para saciar su avidez, también solos superan el síndrome de abstinencia devorándose a sí mismos. Pero no se sienten suicidas sino mesías. Poseen la certeza de que devorando al hombre alimentan el mito, tal cual lo ha demostrado quien prestó su apellido al kirchnerismo y tal cual lo sigue prolon- gando quien lo heredó. Los insaciables no miden el tiempo desde la eternidad del reloj, sino desde el instante del cronómetro. Y como carecen de eterni- dad para construir creencias individuales basadas en la consistencia entre el origen del ser y la legitimidad del hacer, saben que tienen los días contados para formar imaginarios colectivos sustentados en la relación entre lo que simboliza el hacer y la habilidad del parecer. Los insaciables se despiertan abriendo la agenda pública y se duermen cerrando la agenda oculta. Se duermen soñando con el poder acumulado y se despiertan pensando en el poder que aún les resta obtener. No se preocupan por la legitimidad de origen porque saben que impondrán la legitimidad de gestión. Muestran sus garras en privado, aprietan su puño en las relaciones bilaterales y sobreactúan sus caricias en público. Tienen gran habilidad para medir sus palabras, que emplean para crear sentido de realidad y cuentan con una gran precisión para exacerbar sus tonos, que utilizan para resaltar las conductas públicas que quieren imponer y para esconder los incentivos privados que no pueden revelar. No negocian, ordenan. No piden, exigen. No dialogan, monologan. No pierden, se repliegan. No se caen, se agachan para tomar impulso. Puede que cedan algún espacio, jamás poder. No participan, dispu- tan. No se asocian, se alían. Sus vínculos no están definidos por el afecto hacia el aliado, sino por los efectos que el aliado produce en la realidad. El líder instalado, por caso el presidente en ejercicio, debe ser capaz de construir tres tipos de legitimidades: de origen, de gestión y de contraste. El kirchnerismo se vio obligado a amasar el primero en simultáneo con el segundo, y al tercero lo construyó desde la fatalidad. La legitimidad de origen le fue ne- gada cuando Carlos Menem desertó de la segunda vuelta en las elecciones de 2003, hecho que terminó consagrando a Néstor Kirchner como el presidente menos votado de la historia. Pero supo rápidamente, desde el ejercicio del rol, in- crementar meteóricamente los porcentajes de aceptación popular y logró construir, en simultáneo, legitimidad de origen y de gestión, a tal punto que convirtió la gestión en su origen. La legitimidad por contraste llegó a partir de la muerte del propio Kirchner, lo que brindó la posibilidad, brillantemente aprovechada por el kirchnerismo, de no tener que buscar un contraste externo, sino que pudo crearlo dentro del propio espacio. Así, Cristina se vistió de viuda para despedir a su marido y dar la bienve- nida a sí misma. Cuanto más recuerda a El desde la retórica, más se diferencia desde las formas. Logró distinguirse de su figura sin traicionarlo, porque al ungirlo como único, ella renunció a toda competencia. Si alguien busca apoyar un contraste a aquel kirchnerismo exacerbado y hostil, encontrará la opción en este kirchnerismo medido y amigable. En definitiva, Néstor y Cristina son dos nombres para un mismo apellido. La ideología es una cosmovisión que organiza las ideas en pos del bienestar. El kirchnerismo es una construcción aggiornada que sabe que la sociedad define sus tendencias ya no a partir de principios –que requieren mucho tiempo para consolidarse–, sino desde estímulos, que responden a la inmediatez del gol- pe y efecto. Esta ideología del estímulo encuentra su expresión en la ideografía kirchnerista. La ideología es racional, intangible, rígida y pretende enamorar. La ideogra- fía es emotiva, icónica, plástica y aspira a seducir. La ideología busca causas. La ideografía, efectos. Por eso, el kirchne- rismo no es una ideología que ordena ideas, sino una ideografía que visibiliza símbolos. Mientras que la ideología es la expresión retórica de la racionalidad, la ideografía es la expresión estética de la emoción, no necesita convencer sino impregnar sentido. Y lo hace desde una receta magistral: el kirchnerismo no es la expresión del abuso de poder, sino del poder simbólico abusivo y no apunta a la dominación tiránica de la plebe, sino a la creación tiránica de oportunidades. En definitiva, una inyección (el insa- ciable ánimo de poder), una radiografía (convertirse en el propio contraste) y un remedio (la ideología de la ideografía) que explican el tratamiento: mientras los diver- sos referentes de la oposición se concentran en medir la temperatura, el kirchnerismo se dedica a informar la sensación térmica. Santo remedio, pues los habitantes de las sociedades modernas no reclaman datos rigurosos para diagnosticar realidades, sino que viven la realidad a partir de lo que los mensajes les hacen sentir. Hace rato que el rigor fue reemplazado por la fruición. Es por eso que esta misma sociedad que en octubre pasado votó por la Presidenta, dos años antes castigó al ex presidente. Pero el kirchnerismo atendió el síntoma y comprendió a tiempo que los argentinos no están demandando al gobierno que garantice un Estado demo- crático, ni siquiera un Estado benefactor, sino apenas un estado de ánimo. Por eso, cuando la Presidenta arrasó en las elecciones primarias dijo que “los votos no son de nadie”. Que es otra manera de decir que los votos son y serán ya no de quien encarne la conciencia de un pueblo, sino de quien interprete el inconsciente colectivo. © LA NACION CARLOS MARCH PARA LA NACION El kirchnerismo no es una ideología que ordena ideas, sino una ideografía que visibiliza símbolos y expresa emoción El autor es representante de la Fundación Avina en Buenos Aires. Escribió el libro Dignidad para todos La autora es escritora. Su último libro es Abundancia, novela.

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  • I 17Mircoles 16 de noviembre de 2011

    LIBROS EN AGENDA

    OPINION

    Leer, un modo de descubrirnosUn crimen en la Grecia de la crisis POR qu alguien, en pleno siglo XXI, puede querer leer literatura? Hay tantas otras cosas en que ocupar el

    tiempo! Vivimos en la edad del espectculo, el fisgoneo y la diversin. Tenemos teles, compus, consolas de juego, telfonos celu-lares, Internet, Twitter, Facebook, Skype, pelculas de amor, de terror... Pantallas y pantallas y ms pantallas que nos hechizan con esa facilidad que tiene la imagen para llamar nuestra atencin sin pedir nada a cambio.

    Uno se sienta delante de la computadora, una tarde de sbado, pensando que va a mandar un solo e-mail y, sin darse cuenta, salta del correo al diario de otro pas, y de ah a YouTube, y de pronto ha pasado media hora, 50 minutos, la tarde entera, y ya es de noche y tiene la mirada ida, y no slo no empez el libro que haba dejado sobre la mesa, sino que la disposicin de nimo para leer, para concentrarse en una riada de palabras que no son las propias, ha desaparecido por completo para ser reemplazada por otra, ms similar a la de quien camina distrado por un patio de comidas que a la del nadador de fondo que se sumerge en la vida de personajes des-conocidos, en la cadencia de unos versos o en la dificultad de ideas novedosas.

    Hace poco, el gran Philip Roth dijo que crea que dentro de 25 aos casi nadie leera novelas. La entrevistadora le pregunt si no estaba exagerando, y l respondi: No, al contrario: estoy siendo optimista. Pienso que leer novelas va a ser una cuestin de culto. Siempre va a haber gente que lea, pero ser un grupo muy pe-queo. En el futuro cercano, leer novelas ser tan infrecuente como hoy leer poesa del siglo V. La periodista le pregunt si lo que volva impopulares a las novelas era el tiempo que llevaba leerlas. Y Roth respondi: No, no tiene que ver con la longitud de una novela. Tiene que ver con la imprenta. Tiene que ver con el libro, con el objeto en s. Leer requiere cierta clase de concentracin, de devocin, de entrega. Si uno se demora ms de dos semanas en leer una novela, no la ha ledo. Ese tipo de concentracin es cada vez ms difcil de encontrar. El libro no puede competir contra todas esas pantallas.

    A diferencia de ver tele, jugar un videojuego o navegar por Internet, leer no es fcil. Para qu nos vamos a engaar. La lectura exige tiempo, atencin, trabajo. Y no slo eso: para leer se necesita prctica. No basta saber leer para convertirse en lector. Cuando los nios aprenden a leer, al principio pronuncian lentamente cada letra y, cuando llegan al final de la palabra, no saben qu han dicho. Es que para que la palabra pueda entenderse debe ser leda a una velocidad determinada. Lo mismo ocurre cuando, despus de leer palabras, empiezan a intentarlo con oraciones: si no las leen a la velocidad justa, cuando llegan al final ya no recuerdan qu dijeron al principio. Y lo mismo sucede cuando pasan a leer un prrafo, un captulo, un libro entero. Por eso Roth dice que quien tarda ms de dos semanas en leer una novela, no la ha ledo realmente. Es decir: no ha captado su sentido, no ha nadado en ella. Leer una novela, una pgina hoy, otra maana, no es leerla. Leer significa sumergirse, entregarse. Encontrar un ritmo, ni muy rpido, ni muy lento, que nos lleve a descubrir no slo el significado de las palabras, sino, tras ellas, una forma armnica: el sentido que todas ellas juntas comunican. La trama del bordado.

    No es fcil aprender a leer, no es fcil leer, y no es fcil seguir hacindolo. Creo, como Roth, que hoy es ms difcil que

    antes, que cada vez ser ms difcil, y que los verdaderos lectores se van a convertir en seres extraos y anacrnicos, como los filatelistas. A veces, sospecho que en el fu-turo habr menos lectores que escritores. Hay tanta gente deseosa de ser leda y publicada que no lee a los dems!

    Por qu leer si podemos dedicar el tiempo a tantas otras cosas, ms divertidas, ms fciles, ms rpidas? En una novela maravillosa, La noche de los tiempos, del

    espaol Antonio Muoz Molina, hay un nio, justo antes de que se desencadene la Guerra Civil Espaola, que es testigo de cosas que pasan en su casa, de la pr-dida de amor de sus padres, y del caos y la violencia que se apoderan de la ciudad, pero es muy pequeo para entender y, sobre todo, para poner palabras a lo que sucede a su alrededor. A diferencia de su hermana, a la que esas cosas no perturban, el nio, Miguel, vive en un estado de alerta y conmocin.

    Miguel no es un personaje principal en la novela. Es el hijo del protagonista y slo

    aparece en algunas escenas. Hubo una, en especial, que me result muy reveladora. La familia est cenando y, de pronto, a esa hora en la que nunca suena el telfono, alguien llama, interrumpiendo la paz domstica. El lector descubrir, pginas despus, que quien ha llamado es la amante del padre de Miguel. Muoz Molina escribe:

    Miguel observaba e intua sin compren-der, con la inmediatez fsica con que se percibe la humedad o el fro [...], asombrado, casi admirado, de que su hermana no per-cibiera nada. [...] Si ella poda concentrarse tanto en todo lo que haca y moverse con tanta serenidad y en lnea recta era porque no la distraan ni la alarmaban los ruidos de peligro, porque le faltaban las antenas invisibles de percibir anticipadamente trastornos que l estaba siempre agitando. [...] Por eso a l le costaba tanto concen-trarse: porque estaba atento a demasiadas cosas al mismo tiempo; porque adivinaba el pensamiento de los otros o intua los cambios en sus estados de nimo como esos barmetros que haba en la escuela y que registraban con sus veloces agujas las turbulencias atmosfricas.

    Miguel saba cosas que no poda pensar, cosas para las que no tena palabras. No eran cosas felices, ni fciles de entender. Pero qu vida es fcil de entender? Qu vida es feliz, pacfica, o tranquila, todo el tiempo, siempre? Qu vida no oculta secretos, pecados, dolores? Al leer esa es-cena, al ver a Miguel moviendo su pie bajo

    la mesa sin poderlo controlar, al sentir su ansiedad de barmetro enloquecido, me di cuenta de que la literatura tiene que ver con eso. Con lo difcil. Pero no slo con lo difcil que nos sucede, sino con lo difcilmente decible. Con aquello que, para ser dicho, primero debe ser descubierto o inventado. Con aquello que, para ser dicho, debe encontrar palabras exactsimas, y no una, ni dos, sino tantas que muchas veces forman largos poemas, historias enteras, libros inacabables. Palabras que vale la pena buscar, y que vale la pena leer, porque nombran lo que realmente importa. Eso que uno sabe, pero no sabe cmo decir. Eso que uno sabe sin saber. Eso que uno sabe, a veces, sin siquiera poderlo pensar.

    Por qu leer? Hay miles de razones: para intentar entender el mundo; para encontrar sentido a lo que de otra manera muchas veces parece no tenerlo; para sentir que no estamos solos con algunas preguntas. Quedarse leyendo hasta las tres de la ma-ana sin poder soltar el libro. Despertarse y pensar, en vez de en la rutina que nos espera ese da, en qu ser lo que le espera al personaje. Dejarse llevar por las palabras como se deja un rbol mecer por la brisa. Esas son algunas razones para leer.

    Pero, me parece, an ms importante que todos esos motivos es que leer puede ayudarnos a descubrir qu pensamos. Cuntas veces nos sucede que leemos algo, y decimos, esto, exactamente esto, es lo que pienso, pero hasta ese momento carecamos de las palabras para decirlo. En el fondo, quiz, ni siquiera sabamos que pensbamos eso. Leer ayuda a pensar, a esclarecer las ideas propias, a pulirlas y, a veces, hasta a cuestionarlas. Y entonces nos ocurre como a aquel nio de Muoz Molina. Hay cosas que sabemos, pero que no sabemos que sabemos. Hay cosas que pensamos, pero no sabemos que pensamos. Leer ayuda a descubrirlas, pues, antes que nosotros, el escritor se tom el trabajo de buscar lo que realmente importa en medio del desorden informe de nuestras vidas, y de encontrar las palabras exactas para desplegarlo ante nuestros ojos, iluminando detalles y matices que nos despiertan del letargo y la costumbre.

    As, leer se convierte en una manera de saber quines somos. Una forma de dejar de ser simples miembros de una manada en la noche gris, para convertirnos en per-sonas con nombre y apellido. Leer en serio es un modo de negarse a ser ovejas en un rebao, ovejas que no estn muy seguras de qu piensan o en qu creen o que si lo estn es porque otros se lo han dicho, para convertirnos en individuos con rasgos peculiares, con claridad de pensamiento, con ideas propias y precisas.

    Por qu leer? Para huir de las grandes abstracciones y las palabras grandilocuen-tes. A diferencia del derecho, las ciencias y la poltica, la buena literatura est hecha de detalles. Una rosa es una rosa es una rosa, y el amor siempre ser el amor, pero no es lo mismo Anna Karenina enamo-rada que Emma Bovary. Por qu leer? Para sumergirse en lo particular y nico de cada vida. Para huir de los prejuicios de las grandes palabras. Para no ser una piedra sin nombre, un rbol annimo. Para ser alguien, para ser distintos, para ser personas singulares, con una huella digital, vital, clara, nica y precisa. Por qu leer? Para descubrir quines somos. Por qu leer? Para poder pensar.

    LA NACION

    UNA novela policial actual tiene sus ventajas. Si es buena, quiz contemple los problemas agudos del presente a travs de la mirada de un detective distinto del que solemos encon-trar dentro del gnero. Un hombre no ne-cesariamente rudo ni adusto. Ms bien maleable a su tiempo. Este tipo de perso-naje nos permite ingresar en el mundo desde un ngulo nuevo, amparados en alguien con olfato contemporneo, acos-tumbrado a los vicios y crmenes de la poca. Es lo que sucede en Millenium con Lisbeth y Mikael, quienes perfectamente podran vivir en un barrio cercano; el mismo detective Wallander, de Mankell, tiene el aspecto de un to jubilado y justi-ciero. O el inspector chino Chen Cao, fi-llogo y poeta, que pasara por corrector de pruebas de una editorial de culto.

    El detective Kostas Jaritos est en el epicentro de la tormenta. Es un atenien-se desengaado. Su creador, el escritor griego Petros Mrkaris, tiene peculiares antecedentes: como miembro de la mi-nora armenia en Grecia, recin obtuvo la ciudadana griega despus de la cada de la Dictadura de los Coroneles, en 1974; estudi economa y realiz una elogiada traduccin del Fausto, de Goethe.

    Con el agua al cuello, recin editada en castellano, es la ltima hazaa de Jaritos, metido de lleno en el descalabro financiero de su pas. Desde el comienzo no sabemos si el cruento asesinato de Nikitas Zisimpulos, director del Banco Central, fue un acto de venganza perso-nal o de justicia social. Acaso el crimen puede pagar la desolacin y falta de sen-tido ocasionadas por el desempleo? En todo caso, nunca basta con una cabeza, cuando son muchos los que la esconden o se agachan. Sern varias las vctimas. Y existe adems un cartel instigador.

    Segn el propio Jaritos, los asesina-tos y el cartel que insta a los ciudadanos a no pagar sus deudas son obra de la misma persona; el asesino no es un terrorista, es alguien que se vio perju-dicado por los bancos y ahora se est vengando. O sea, un asesino serial de banqueros en un pas en bancarrota que adems promueve la cancelacin de las hipotecas! No en vano la novela cuen-ta con un epgrafe de Brecht, la clebre y cida pregunta formulada en La pera de los tres centavos: Qu es el atraco a un banco comparado con la creacin de un banco?.

    Jaritos ahonda en su pesquisa: busca una definicin de prstamo y encuen-tra dos acepciones que se transcriben en la mitad de la novela. La primera define al prstamo como dinero o valor que se toma para su futura devolucin con intereses. La segunda lo considera cr-dito indigno y amargoso. El delincuente obviamente responde a la segunda y acta en consecuencia. Jaritos piensa en voz alta: Tanto l como Grecia se acostaron sin deuda y amanecieron con ella, y corren, por lo tanto, la misma suerte. Grecia tambin ha contrado un crdito indigno y amargoso con el FMI y la Unin Europea. Como las anteriores novelas protagonizadas por el mismo de-tective, no faltan sentimientos.

    Tampoco faltan, lamentablemente, algunas gilipolleces propias de la tra-duccin. LA NACION

    UN HABITO QUE SE VA PERDIENDO EN LA ERA DEL ESPECTACULO

    MORI PONSOWYPARA LA NACION

    SILVIA HOPENHAYNPARA LA NACION

    Hay cosas que sabemos, pero que no sabemos que

    sabemos. Leer ayuda a descubrirlas y nos permite entender qu pensamos

    El kirchnerismo, inconsciente colectivo

    UN destacado catedrtico de Harvard, el brasileo Roberto Mangabeira Unger, se pregunta cmo cambiar la historia de la Argentina, el nico pas que logr subdesarrollarse. Hoy, parecera ser que este pas sin remedio encontr una sociedad mayoritariamente dispuesta a tomar de su propia medicina, renovando por cuatro aos una receta prescripta hace ocho. El kirchnerismo se ha convertido en un tratamiento prolongado sin medi-cina alternativa a la vista, en el que los opositores parecen marcas de remedio compitiendo con un genrico.

    Los insaciables se construyen solos y cuando ya nada les alcanza para saciar su avidez, tambin solos superan el sndrome de abstinencia devorndose a s mismos. Pero no se sienten suicidas sino mesas. Poseen la certeza de que devorando al hombre alimentan el mito, tal cual lo ha demostrado quien prest su apellido al kirchnerismo y tal cual lo sigue prolon-gando quien lo hered.

    Los insaciables no miden el tiempo desde la eternidad del reloj, sino desde el instante del cronmetro. Y como carecen de eterni-dad para construir creencias individuales basadas en la consistencia entre el origen del ser y la legitimidad del hacer, saben que tienen los das contados para formar imaginarios colectivos sustentados en la relacin entre lo que simboliza el hacer y la habilidad del parecer.

    Los insaciables se despiertan abriendo la agenda pblica y se duermen cerrando la agenda oculta. Se duermen soando con el poder acumulado y se despiertan pensando en el poder que an les resta obtener. No se preocupan por la legitimidad de origen porque saben que impondrn la legitimidad de gestin. Muestran sus garras en privado, aprietan su puo en las relaciones bilaterales y sobreactan sus caricias en pblico. Tienen gran habilidad para medir sus palabras, que emplean para crear sentido de realidad y cuentan con una gran precisin para exacerbar sus tonos, que utilizan para resaltar las conductas pblicas que quieren imponer y para esconder los incentivos privados que no pueden revelar.

    No negocian, ordenan. No piden, exigen. No dialogan, monologan. No pierden, se repliegan. No se caen, se agachan para tomar impulso. Puede que cedan algn espacio, jams poder. No participan, dispu-tan. No se asocian, se alan. Sus vnculos no estn definidos por el afecto hacia el aliado, sino por los efectos que el aliado produce en la realidad.

    El lder instalado, por caso el presidente en ejercicio, debe ser capaz de construir tres tipos de legitimidades: de origen, de gestin y de contraste. El kirchnerismo se vio obligado a amasar el primero en simultneo con el segundo, y al tercero lo construy desde la fatalidad.

    La legitimidad de origen le fue ne-gada cuando Carlos Menem desert de la segunda vuelta en las elecciones de 2003, hecho que termin consagrando a Nstor Kirchner como el presidente menos votado de la historia. Pero supo rpidamente, desde el ejercicio del rol, in-crementar metericamente los porcentajes de aceptacin popular y logr construir, en simultneo, legitimidad de origen y de gestin, a tal punto que convirti la gestin en su origen.

    La legitimidad por contraste lleg a partir de la muerte del propio Kirchner, lo que brind la posibilidad, brillantemente aprovechada por el kirchnerismo, de no tener que buscar un contraste externo, sino que pudo crearlo dentro del propio espacio. As, Cristina se visti de viuda para despedir a su marido y dar la bienve-nida a s misma. Cuanto ms recuerda a El desde la retrica, ms se diferencia desde las formas. Logr distinguirse de su figura sin traicionarlo, porque al ungirlo como nico, ella renunci a toda competencia. Si alguien busca apoyar un contraste a aquel kirchnerismo exacerbado y hostil, encontrar la opcin en este kirchnerismo medido y amigable. En definitiva, Nstor y Cristina son dos nombres para un mismo apellido.

    La ideologa es una cosmovisin que organiza las ideas en pos del bienestar. El kirchnerismo es una construccin

    aggiornada que sabe que la sociedad define sus tendencias ya no a partir de principios que requieren mucho tiempo para consolidarse, sino desde estmulos, que responden a la inmediatez del gol-pe y efecto. Esta ideologa del estmulo encuentra su expresin en la ideografa kirchnerista.

    La ideologa es racional, intangible, rgida y pretende enamorar. La ideogra-fa es emotiva, icnica, plstica y aspira a seducir. La ideologa busca causas. La ideografa, efectos. Por eso, el kirchne-

    rismo no es una ideologa que ordena ideas, sino una ideografa que visibiliza smbolos. Mientras que la ideologa es la expresin retrica de la racionalidad, la ideografa es la expresin esttica de la emocin, no necesita convencer sino impregnar sentido. Y lo hace desde una receta magistral: el kirchnerismo no es la expresin del abuso de poder, sino del poder simblico abusivo y no apunta a la dominacin tirnica de la plebe, sino

    a la creacin tirnica de oportunidades. En definitiva, una inyeccin (el insa-

    ciable nimo de poder), una radiografa (convertirse en el propio contraste) y un remedio (la ideologa de la ideografa) que explican el tratamiento: mientras los diver-sos referentes de la oposicin se concentran en medir la temperatura, el kirchnerismo se dedica a informar la sensacin trmica. Santo remedio, pues los habitantes de las sociedades modernas no reclaman datos rigurosos para diagnosticar realidades, sino que viven la realidad a partir de lo que los mensajes les hacen sentir.

    Hace rato que el rigor fue reemplazado por la fruicin. Es por eso que esta misma sociedad que en octubre pasado vot por la Presidenta, dos aos antes castig al ex presidente. Pero el kirchnerismo atendi el sntoma y comprendi a tiempo que los argentinos no estn demandando al gobierno que garantice un Estado demo-crtico, ni siquiera un Estado benefactor, sino apenas un estado de nimo.

    Por eso, cuando la Presidenta arras en las elecciones primarias dijo que los votos no son de nadie. Que es otra manera de decir que los votos son y sern ya no de quien encarne la conciencia de un pueblo, sino de quien interprete el inconsciente colectivo. LA NACION

    CARLOS MARCHPARA LA NACION

    El kirchnerismo no es una ideologa que ordena

    ideas, sino una ideografa que visibiliza smbolos y

    expresa emocin

    El autor es representante de la Fundacin Avina en Buenos Aires. Escribi el libro Dignidad para todos

    La autora es escritora. Su ltimo libroes Abundancia, novela.

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