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¿Poner el cuerpo en común? Publicado en Periódico Diagonal (https://www.diagonalperiodico.net) 244. Si alguien dice ‘Tengo un cuerpo’, puede preguntársele ‘¿Quién está hablando aquí con esta boca ?’ – L. Wittgenstein, Sobre la certeza Infraestructuras corporales Imagen CC BY, tomada de Wikimedia Commons Existen diferentes formas, a veces incluso inconmensurables, de “hacer cuerpo ”, de construir saberes en torno a él. Pero también hay distintas maneras de no poder hacerlo, o de no poder hacerlo de la misma manera, de no encontrar modos de componerlo. Incluso diferentes modos de no saber ni cómo “hacerse” un cuerpo… Para intentar ejemplificar, permítaseme la osadía de la autobiografía: tan peligrosa por sus modos de construir legitimaciones y posiciones de privilegio en ese ser capaz de decirse y narrarse; un modo narrativo difícilmente disputable, pero a la vez tan frágil y disputado por su incapacidad para argumentar y convencer ante un auditorio cientificista. No le llamemos autobiografía, pues. Digamos, más bien, que quisiera poner mi propia experiencia de hacer cuerpo para pensar colectivamente sobre ella… Bueno, el caso es que hay días que me levanto hecho polvo por la alergia . No creo ser un caso extremo ni especialmente grave, pero hay noches que me cuesta dormir por los mocos o que me levanto en mitad de la noche un poco ahogado con lo que espero que no sea más que un principio de asma, algo que la mayor parte de las veces resuelvo con un pequeño chute de mi inhalador, que he aprendido a tener cerca de mí como un fetiche desde pequeño. Aunque otros días, sobre todo cuando me levanto cansadísimo por una noche toledana, siempre pienso en esa frasecita del acervo popular: “el cuerpo es sabio”, que comúnmente suele proferirse para indicar que el cuerpo sabe más de lo que parece sobre lo que le aqueja, y que sólo tendríamos Página 1 de 8

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¿Poner el cuerpo en común?Publicado en Periódico Diagonal (https://www.diagonalperiodico.net)

“244. Si alguien dice ‘Tengo un cuerpo’, puede preguntársele ‘¿Quién está hablando aquí con esta

boca?’”– L. Wittgenstein, Sobre la certeza

Infraestructuras corporales

Imagen CC BY, tomada de Wikimedia Commons

Existen diferentes formas, a veces incluso inconmensurables, de “hacer cuerpo”, de construirsaberes en torno a él. Pero también hay distintas maneras de no poder hacerlo, o de no poderhacerlo de la misma manera, de no encontrar modos de componerlo. Incluso diferentes modos de nosaber ni cómo “hacerse” un cuerpo…

Para intentar ejemplificar, permítaseme la osadía de la autobiografía: tan peligrosa por sus modos deconstruir legitimaciones y posiciones de privilegio en ese ser capaz de decirse y narrarse; un modonarrativo difícilmente disputable, pero a la vez tan frágil y disputado por su incapacidad paraargumentar y convencer ante un auditorio cientificista. No le llamemos autobiografía, pues.Digamos, más bien, que quisiera poner mi propia experiencia de hacer cuerpo para pensarcolectivamente sobre ella… Bueno, el caso es que hay días que me levanto hecho polvo por la alergia. No creo ser un caso extremo ni especialmente grave, pero hay noches que me cuesta dormirpor los mocos o que me levanto en mitad de la noche un poco ahogado con lo que espero que nosea más que un principio de asma, algo que la mayor parte de las veces resuelvo con un pequeñochute de mi inhalador, que he aprendido a tener cerca de mí como un fetiche desde pequeño.Aunque otros días, sobre todo cuando me levanto cansadísimo por una noche toledana, siemprepienso en esa frasecita del acervo popular: “el cuerpo es sabio”, que comúnmente suele proferirsepara indicar que el cuerpo sabe más de lo que parece sobre lo que le aqueja, y que sólo tendríamos

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que escucharlo un poco más.

Queremos pensar desde la experiencia, pero la experiencia a veces es muy compleja. Como heestado a punto de quedarme en el sitio alguna que otra vez me darían ganas de reírme al oír estaexpresión (más de miedo que de otra cosa), porque si tuviera que contar únicamente con lasabiduría de mi propio cuerpo sobre sí mismo no sé ni dónde estaría a estas alturas. Desde los 4años y, tras algunos buenos sustos de mis padres, he aprendido gracias a la ayuda de diferentesprofesionales sanitarios a reconocer mis sensaciones a través de infinidad de pruebas como tests dereacción o espirometrías; y he aprendido a contarme y notarme como un ente excesivamentesensible y cuyo sistema inmunitario reacciona de forma desmesurada –aunque a baja intensidad,afortunadamente– a la presencia ambiental de pequeñas partículas de polen, ácaros u hongos, quehe aprendido a nombrar alérgenos y que no “veo” hasta que no me noto un picor intenso por todo elcuerpo, irritación en ojos y nariz, tengo muchos mocos espesos o me falta el aire.

Con una cierta frecuencia llevo a cabo ciertos rituales de prevención farmacológica y ambiental queme han enseñado desde pequeño a través de manuales o folletos (y más recientemente consultando páginas web oficiales u otros medios). Por ello, y no sin una magna pereza que muchasveces no venzo, además de tomarme mis pastillas: (1) reviso los “boletines aerobiológicos” de mizona, donde grosso modo me cuentan los niveles de concentración de ciertas partículas en el airepara ver si tengo que estar especialmente alerta; (2) e intento mantener una higiene básica de midormitorio, debatiéndome –sobre todo cuando he vivido en ciudades húmedas–, en épocas de granpolinización entre ventilar y sufrir de lo que hay fuera, o cerrar y padecer de los efectos de losácaros.

Claro, si inventáramos un medidor universal de sufrimiento planetario, y si lo sumamos a otrascondiciones socio-económicas, seguramente yo sufro poco: en intensidad, en cantidad, en frecuenciao en momentos. Pero lo suficiente para que no se me olvide nunca mi fragilidad ni la sutilinfraestructura de relaciones, saberes y tecnologías que me ayuda a mantenerme con vida. Más que“tener un cuerpo” si acaso no soy más que un cuerpo que participa de un grandísimo enjambre demodos de “ser tenido” o “sostenido”. Gracias al sostén del que me proveen diferentes colectivos,más o menos instituidos, que han dedicado su vida a construir conocimiento sobre cuerpos como elmío, poniéndolo en circulación y materializándolo en terapias y tecnologías (véase Mol, 2002), hastael momento he podido permanecer relativamente estable y seguir haciendo mis cosas.

Pero en este relato es imposible olvidar que los modos de hacer cuerpo o, mejor dicho, estasinfraestructuras corporales están atravesadas por distribuciones diferenciales del sufrimiento y laviolencia (Butler, 2004). Quizá pueda decir, no sin un cierto resquemor, que tengo la suerte de quemi dolencia ha podido ser resuelta con una cierta sencillez gracias a la industria farmacéutica ypuedo acceder a compuestos farmacológicos relativamente baratos, como los antihistamínicos, la budesónida o la terbutalina, que me permiten salir adelante. Pero, ciertamente, el acceso a fármacosy el poder experto que los gobierna y que hace de llave de paso para su dispensario(Petryna, Lakoff & Kleinman, 2006) es, para otros muchos modos de hacer cuerpo o de intentarhacerlo, un verdadero problema, ya sea por la dificultad económica para su acceso o por lainexistencia de un compuesto apropiado.

Pero quisiera ir al margen de mí –no soy importante en esta historia– e incluso más allá de laexperiencia de la enfermedad. Mi intención con este relato es intentar poner en evidencia que quizáuno de los principales asuntos a dirimir a la hora de pensar desde la experiencia es un tema deinfraestructuras corporales. Me explico: no ya sólo de una red de relaciones entre artefactos ysaberes, sino de que quizá el cuerpo sea un asunto infraestructural. Porque no hay un cuerpo almargen de todo el ejercicio de montaje de diferentes infraestructuras que permiten que esoscuerpos puedan ser puestos en común, si es que lo consiguen. Infraestructuras que permiten olimitan que alguien se componga como cuerpo “homologable”, llevando vidas más o menos vivibles,o convirtiendo nuestra vida en un calvario al estar esta infraestructura corporal sometida a unproblema de complejidad, por articular una relación abyecta o in-componible. Pero eso no quieredecir que esté todo dicho…

Activismo encarnado y la política del conocimiento sobre el cuerpo

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Precisamente porque todos somos “(sos)tenidos” por una complejísima madeja deinterdependencias que nos “(sos)tiene” con vida a pesar de ser tan frágiles, nos haríamos un flacofavor si no consideráramos la larga historia de disputas en torno al conocimiento sobre el cuerpo,aunque sólo sea la sutil e insidiosa violencia de que algunas personas son tenidas peor que otras, enmuchos casos por los propios basamentos ideológicos o epistemológicos sobre qué entendemosdebiera de ser un cuerpo y para qué debiera de servir.

Como nos recuerdan distintas sensibilidades feministas y trabajos vinculados con movimientos anti-racistas o los colectivos LGBT, la medicina y ciencias afines han sido en muchos momentos no sólociencias de la salud pública, sino grandísimas máquinas de producción de discriminación racista,sexista, edaísta y capacitista sobre unos cuerpos “patologizados” y tratados como “raros”,“enfermos”, ”diversos” o “no-normativos” (véase Coll Planas, 2011) con respecto al patrónantropométrico del varón blanco, heterosexual de mediana edad y capaz. Pero también máquinasdel olvido para esos cuerpos que sufren “sin sentido” porque sus síntomas o sus problemas no

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cuadran con la particular forma de construir saberes y tomar decisiones de nuestras institucionessanitarias, y quedan sistemáticamente fuera, cuerpos extranjeros en su propia tierra.

Quizá por ello tiene un enorme sentido prestar atención a los diferentes modos en que un cuerpopuede o no ser puesto en común. Pero la puesta en común no es fácil, y no se puede hacerasumiendo que existe lo “en común” o “lo común”. No son pocos los casos (véase Lafuente, Alonso& Rodríguez, 2013) en los que diferentes comunidades de afectados por un algo queprogresivamente se vislumbra como un mal común (como las famosas intoxicaciones masivas por elaceite de colza o las malformaciones fetales causadas por la ingesta de talidomida; por no hablar delos efectos tóxicos del llamado desastre de Bhopal -analizados por Fortun, 2000- o las consecuenciassanitarias derivadas del accidente de Chernóbil -relatadas por Petryna, 2002-) o grupos de personasque poco a poco se descubren trabajosamente aquejadas por algo muy parecido, originariamenteignoto, necesitan realizar muchos esfuerzos por mostrar y demostrar que lo que les ocurre es ciertoo para intentar intervenir la manera en que son tratadas por los sanitarios.

Muchas de estas personas acaban abocadas a llevar a cabo diferentes proyectos de “activismoencarnado”: esto es, en palabras de Israel Rodríguez Giralt a desarrollar “forma[s] de acciónasociativa cada vez más influyente que politiza la propia experiencia para convertirla en objeto decontroversia política”. Esto se hace de muchas maneras, llegando en ocasiones a construir o proveerde evidencia de lo que les aqueja y cómo debieran de ser tratadas. Pero casi siempre suele suponeruna politización de la propia experiencia corporal ya sea para contradecir, contrapuntear, matizar oenrolar a otros, en muchos casos a los profesionales que “gestionan” sus situaciones o les atienden.Un buen ejemplo sigue siendo el trabajo de politización corporal desarrollado por los afectados por elVIH de ACT-UP en los 1980 y 1990: que reclamaban el control sobre sus propias vidas, defendiendosu derecho a que no se les tratara con placebo en ensayos clínicos, puesto que del tratamiento paratodo el mundo dependía su vida (Epstein, 1996).

Pero también existen innumerables ejemplos de esos colectivos que necesitan articular formas de“contra-experticia”, desarrollando formatos de vindicación de “su propia experticia sobre suexperiencia” frente a “los expertos en la experiencia de los otros”. Particularmente interesantes deentre estas dinámicas son los que Antonio Lafuente denomina formatos de “ciencia colateral”: esaciencia hecha con los desechos, que produce conocimiento con lo desechado por los saberesinstitucionalizados y que, al hacerlo, produce la apertura de la naturaleza del conocimiento sobre locorpóreo a nuevos horizontes.

Aunque también existen casos de grupos de personas sometidos a una creciente y prolongadaagonía en tanto sus dolencias no son consideradas o componibles desde algunas infraestructuras desaberes, técnicas y artefactos hegemónicos. Un buen ejemplo de esas luchas sería la queprotagonizan personas aquejadas por lo que se conocen como síndromes de sensibilidad central(entre las que se suele agrupar la fibromialgia, la sensibilidad química múltiple o el síndrome defatiga crónica), que han venido siendo materia de debate público en épocas recientes al intentardiferentes grupos de presión que fueran consideradas enfermedades que dieran derecho a unapensión, para lo que numerosas de las personas aquejadas han venido produciendo relatosnarrativos y audiovisuales sobre sus problemas para ser creídas, sobre las dificultades para probar loque les ocurre, sobre su incapacidad de trabajar y las enormes diatribas a las que se enfrentan paraacondicionar o adaptar sus hogares de un modo que les permita vivir algo mejor (véase los relatosautobiográficos de Caballé, 2009 y Valverde, 2009; pero también el ensayo de Murphy, 2006).

Potenciales y límites de un cuerpo (en) común

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Estos movimientos o colectivos que desarrollan innumerables prácticas de activismo encarnadotraen a la presencia la necesidad de pensar y reflexionar largamente sobre los modos en que secrea, comparte y valida el conocimiento experiencial y existencial o “sobre lo que nos pasa”. Pero¿qué hacer con estas afecciones que, como comentan las personas que la padecen, son“enfermedades de la normalidad”? Formas de hacer cuerpo que ponen en crisis nuestros modelos detrabajo, conocimiento instituido o consumo industrial:

"Nosotros, los enfermos de normalidad, somos una anomalía. Un error del sistema. Y lo quemás deseamos, por encima de todo, es que este lo pague caro. Nuestra verdad es la verdaddel mundo. De su funcionamiento. El cuerpo enfermo de fatiga se inscribe en el interior de unnuevo tipo de politización más existencial que, por un lado, instituye una verdad capaz deproducir un desplazamiento y, por otro lado, converge con la práctica política de la fuerza delanonimato" (López Petit, 2014: 75)

A buen seguro podríamos expandir la reflexión sobre estos problemas a colectivos como losdesahuciados arrojados al vacío sin hogar, los parados condenados en vida a ser una exterioridadirrecuperable, los refugiados sirios entre el fuego cruzado y el neo-fascismo de la Europa cristiana,las cuidadoras inmigrantes atrapadas en condiciones de precariedad sin voz ni voto… ¿Cómocomponer otras relaciones con estos cuerpos “abyectos”, como los llama Murphy (2006)? Abyectosno sólo porque pongan en duda aspectos morales o normativas para otras capas de la población,sino porque ponen en crisis o disputarían nuestras formas de “saber articular un saber sobre ellos”,pero también de pensar la política: son cuerpos en muchas ocasiones agónicos que quiebran elmodelo heroico de la agencia, ya sea en la versión individual-liberal o colectiva-activista. ¿Cómoarticular otros modos de relación con ellos que huyan del paternalismo o del buenismo con queciertas formas de caridad o de gestión tecnocrática han podido desarrollar? ¿Cómo podrían estoscuerpos traer consigo no sólo una condición abyecta sino esperanzadora sobre cómo articularinfraestructuras corporales más en común donde generemos un cierto cuidado que permita nivelarlas asimetrías?

En su reciente libro De la necropolítica neoliberal a la empatía radical, Clara Valverde (2015) abogacon acierto por la construcción de “espacios intersticiales” que permitan una alianza de los cuerposcomúnmente excluidos por las dinámicas económicas, epistémicas y políticas contemporáneas. Esmás, en una reciente entrevista, llega a sugerir que:

"Las iniciativas, ideas y grupos implicados en lo común son el antídoto contra lanecropolítica. Lo que el poder absoluto quiere dividir, nosotros lo tenemos que juntar. Nostenemos que juntar enfermos, sanos, trans y todos los géneros, razas varias, ancianos,niños…"

Pero los innumerables fracasos o fragilidades permanentes para articular una infraestructuracorporal (recordemos, relacional, de saberes, artefactos) con un grado de institucionalización establede muchos colectivos y grupos que están últimamente intentando esto (pienso, por ejemplo, en uncaso cercano: la #redcacharrera: 1 | 2 | 3), nos indican que sabemos muy poco de cómo hacer estasinfraestructuras corporales en común, o que existen muy pocas condiciones para que devenganinfraestructuras per se. Y no hay más remedio que poner en el centro de la discusión el marasmo de

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condiciones –no sólo circunscritas a la supuesta “lógica neoliberal” o a los modos de precarizaciónde la austeridad, sino también a la elevada intensidad del sostenimiento relacional activista y aciertas de sus lógicas implícitas, que nos impiden prestar atención a ciertas otras cosas, o la falta decostumbre, hábito y tiempo para hacerlo, etc.– que nos privan de toda posibilidad de poder explorar,analizar, detallar y encontrar saberes y modos de registro, espacios y métodos de encuentro, asícomo formatos institucionales (ya sean públicos o no), legales y económicos sostenibles para poneren común lo que nos pasa, para poder construir la jurisprudencia sobre nuestros cuerpos diversos.Unas condiciones extremadamente frágiles que hacen más complicado aún si cabe articularse concuerpos “todavía-no” o “no-fácilmente” en común, o prestar atención a la enorme cantidad deexperiencias encarnadas “en el umbral”.

Aunque nos falte el tiempo, aunque estemos sin fuerzas, necesitamos hacer un sitio importante ennuestros aprendizajes cotidianos a la exploración pormenorizada de qué permite y qué no construirinfraestructuras no ya sólo para cobijar esos cuerpos (Biehl & Petryna, 2011), sino también analizar,poner en palabras y compartir diferentes modos prácticos de sostenernos de formas máshorizontales y en común (Butler, 2015), sin dejarnos abatir por el hecho de que la mayor parte de lasveces nuestras experiencias serán difícilmente componibles o explicables.

ReferenciasBiehl, J. & Petryna, A. (2011). Bodies of rights and therapeutic markets. Social Research: AnInternational Quarterly, 78(2), 359–386.Butler, J. (2004). Precarious Life: The Powers of Mourning and Violence. London: Verso.Butler, J. (2015). Bodily Vulnerability, Coalitional Politics. En Notes Toward a Performative Theory ofAssembly (pp. 123-153). Cambridge, MA: Harvard University Press.Caballé, E. (2009). Desaparecida: Una vida rota por la Sensibilidad Química Múltiple. Barcelona: ViejoTopo.Coll Planas, G. (2011). El género desordenado: Críticas en torno a la patologización de latransexualidad. Barcelona: Egales.Epstein, S. (1996). Impure Science: AIDS, Activism, and the Politics of Knowledge. Berkeley, CA:University of California Press.Fortun, K. (2001). Advocacy After Bhopal: Environmentalism, Disaster, New Global Orders. Chicago:University of Chicago PressLafuente, A., Alonso, A. & Rodríguez, J. (2013). ¡Todos sabios! Ciencia ciudadana y conocimientoexpandido. Madrid: Cátedra.López Petit, S.(2014). Hijos de la noche. Barcelona: Bellaterra.Mol, A. (2002). The body multiple. Ontology in Medical Practice. Durham: Duke University Press.Murphy, M. (2006). Sick Building Syndrome and the Problem of Uncertainty: Environmental Politics,Technoscience, and Women Workers. Durham, NC: Duke University Press.Petryna, A. (2002). Life Exposed: Biological Citizens after Chernobyl. Princeton, NJ: PrincetonUniversity Press.Petryna, A., Lakoff, A.& Kleinman, A. (Eds.). (2006). Global Pharmaceuticals: Ethics, Markets,Practices. Durham, NC: Duke University Press.Valverde, C. (2009). Pues tienes buena cara. Síndrome de Fatiga Crónica, una enfermedadpolíticamente incorrecta. Barcelona: Martínez Roca.

Valverde, C. (2015). De la necropolítica neoliberal a la empatía radical: Violencia discreta, cuerposexcluidos y repolitización. Barcelona: Icaria.

AgradecimientosDedicado a mis compas En torno a la silla Alida Díaz, Nuria Gómez y Silvia Sanz que me han ayudadoa revisar un texto largamente en el tintero y a no olvidar muchos modos distintos de poner el cuerpo

en el centro. Con un agradecimiento especial para Antonio Lafuente, que me ayudó a aprender aafectarme por la idea del “cuerpo común”.

** Tomás Sánchez Criado@tscriado

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