ponencia hybris lunes 10
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Montoya 1
Hybris totalitaria
Si bien el terror estatal se muestra como capaz de cometer las mayores atrocidades
posibles, hay un llamado aún vigente por comprender en el sentido arendtinano, de lo que
es capaz el hombre1. Hannah Arendt nos habla de un nuevo tipo de terror engendrado en el
totalitarismo, un terror como un fin en sí mismo, con objetivos ideológicos antes que
políticos, entendido como un mecanismo institucional destinado a acelerar el ritmo de toda
movilización. El arma de fuego puede resultar demasiado expedita si lo que se busca es la
dosificación del dolor.
Este trabajo hace parte de una investigación sobre las relaciones entre un pasado
genocida, es decir las formas de narrar este acontecimiento del terror contemporáneo, y las
instancias en que se instala el silencio y el problema de la violencia. El estudio se sitúa en
la coyuntura de estudios sobre la pregunta del dolor en la sociedad. El tópico de Auschwitz
ha sido ampliamente heterogéneo en su enfoque, multifacético en sus significados y
controvertido en su textura política. Un grupo de temas que ha generado gran interés en
torno a él, ha sido comprender las causas y el alcance de las graves violaciones a los
derechos humanos emanado de la necesidad de esclarecimiento histórico sobre los
conflictos del pasado y el destino o paradero de las víctimas de tales violaciones.
Siguiendo a Arendt, para J. Taminiaux el fenómeno totalitario es como si la
humanidad se hubiera dividido entre aquellos que creen en la omnipotencia humana (que
piensan que todo es posible) y aquellos para quienes la falta de poder se había convertido
en la mayor experiencia de sus vidas. En otras palabras, el mismo fenómeno se acercó tanto
en términos de lo que Arendt llama “una esperanza desesperada” o en términos de un
“temor desesperado”. Pero es la propia Arendt quien advierte que la ceguera prevalece en
ambos casos, una ceguera que se opone a la necesidad de “un juicio equilibrado y al juicio
1 El comprender es requisito del pensamiento político.
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mesurado”2. La insistencia de Arendt sobre «el límite» se deposita en esta Hybris3, ya que
el concepto de hybris implica sobrepasar las capacidades humanas buenas o malas.
En una reflexión sobre el mal y la corrupción de la política democrática4, Richard
Bernstein, remitiéndose a Hannah Arendt, Primo Levi y a otros autores que citaré, expone
que los peores males que experimentamos no pueden comprenderse de manera adecuada, si
pensamos que son exclusivamente las acciones de individuos despiadados. Esta tesis nos
permite entrar a comprender cómo los movimientos totalitarios son posibles en cualquier
parte donde pueda ejercerse el miedo; el miedo repercute en la incapacidad para determinar
qué podemos o no podemos hacer y se fundamenta en la ignorancia sobre la amenaza
concreta que se cierne. Para Arendt, la Alemania hitleriana tenía un sentido perverso, y por
eso dirige su reflexión a esta relación de la colaboración entre el mal y la conciencia hasta
llegar a la falta de pudor ante el dolor. El centro de su atención se fue configurando en una
dimensión particular de la experiencia humana: la vida. Pero para la filósofa de
Koninsgberg ni el número de víctimas, ni el problema del sufrimiento, es la cuestión. La
cuestión de fondo es la forma en la que el totalitarismo se manifiesta como una agresión
contra todo lo humano ya que mantiene como característica fundamental transformar la
naturaleza del hombre.
2Regarding those phenomena, she observes two opposite attitudes: "It is as though mankind had divided itself between those who believe in human omnipotence (who think everything is possible if one knows how to organize masses for it) and those for whom powerlessness has become the major experience of their lives". In other words, the same phenomena are approached either in terms of what she calls "a desperate hope" or in terms of a "desperate fear." But Arendt warns that blindness prevails in both cases, a blindness to which she opposes the need for "balanced judgment and measured insight" (…). Cfr. (Taminiaux, 2002, 425)3"But an old Hybris (hubris) tends to bring forth in evil men, sooner or later, at the fated hour of birth, a young hubris and that irresistible, unconquerable, unholy spirit (daimon), Thrasos (Recklessness), and for the household black Ates (Curses), which resemble their parents. But Dike (Righteousness) shines in smoke-begrimed dwellings and esteems the virtuous man”. Esquilo, Agamenon, 763 (trad. Weir Smyth).4 (Bernstein 2006, pp.104-105)
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Kafka en su novela el Proceso “describe hombres que miraban las leyes de la
humanidad como si fueran leyes divinas”5. La pesadilla del mundo de Kafka era una
posibilidad real, cuya actualización superó incluso “las atrocidades por él descritas”. Esta
sociedad asustada de perder sus empleos se afanan por cierta perfección sobrehumana y
viven en completa identificación con sus cargos6. En su ensayo Franz Kafka. Una
reevaluación, Arendt advierte sobre la creencia general, tan vigente en los tiempos de
Kafka de que la humanidad está destinada a someterse a un proceso determinado “a priori
por no se sabe qué poderes”. Así el hombre se transforma en funcionario de la necesidad y
pone su libertad al servicio de su obra de destrucción. De ahí que Kafka tenga razón: “La
vergüenza de ser un hombre, ¿acaso existe mejor razón para escribir?” es necesario seguir
escribiendo ya que toda palabra arrancada a la sofocación es una victoria sobre la barbarie,
incluso si esta palabra, como en el caso de Paul Celan, no exprese sino el silencio.
Como Primo Levi señalaría aunque fuera verdad que muchos eran los que sabían
poco y pocos los que sabían todo. Nadie podrá nunca determinar con precisión cuantos,
dentro del aparato genocida, podían no conocer las espantosas atrocidades que se estaban
cometiendo:
(…) cuántos sabían algo, pero estaban en condiciones de fingir, que lo ignoraban; y cuantos hubiesen tenido la posibilidad de saberlo todo, pero eligieron la vía más prudente (…) como quiera que haya sido (…) la verdad es que la escasa difusión de la verdad sobre los Lager constituye una de las mayores culpas colectivas del pueblo alemán, y la demostración más clara de hasta qué grado de vileza lo había reducido el terror hitleriano. Una vileza que se había convertido en hábito, Tan profunda que impedía a los maridos hablar con sus mujeres, a los padres con sus hijos. Vileza sin la cual no se habría llegado a las mayores atrocidades y Europa y el mundo serían hoy distintos.7
Al menos en el plano normativo, después de Auschwitz puede constatarse una clara
inclinación por las consideraciones, reconocimientos y protección a las víctimas, que por
5 (Arendt H., Franz Kafka: una reevaluación. En ocasión del vigésimo aniversario de su muerte, 2005, 94)6 Cfr. (Arendt H., Franz Kafka, 2005, 98)7 (Levi, 2011, 478)
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las consideraciones a los actores de la guerra, por más ideológicos que sean los objetivos
que estos invoquen. Con la experiencia concentracionaria nacen los principales problemas
de transmisión de la memoria, las dificultades para comunicar la experiencia vivida y las
propias deformaciones en la percepción de la realidad producidas durante la detención.
Pero a su vez, el tema de derechos y reparaciones a la población civil cobra mayor acogida.
En las narrativas del conflicto contemporáneo resulta ya ineludible dar cuenta de lo que se
oculta, a saber, el punto de vista, la memoria de las víctimas.
En el campo, se realizaba a la fuerza el primado absoluto del presente. Una
situación en la que el pasado pierde todo significado y el futuro carece de sentido, porque
todo debe concentrarse en la supervivencia pura e inmediata.
A este respecto la masacre es tal vez la modalidad de violencia de más claro y
contundente impacto sobre la población civil para perpetuar el silencio. La tortura suele ser
clandestina pero la masacre es una acción pública que escapa a la vigilancia y a la moral
social. Es la puesta en escena del exceso. Hacia finales del siglo XX, el genocidio, la
limpieza étnica, la discriminación racial, la violación como arma de guerra, la persecución
por motivos religiosos, las migraciones y las desapariciones forzadas han sucedido en
escenarios muy diversos.
DISTINGUIR EL BIEN Y EL MAL
Así como los nazis convirtieron en técnicas y rutinas la deshumanización de sus
víctimas y pusieron en pie un sistema de campos de concentración que incluían hornos
crematorios y una esclavitud en masa de los sobrevivientes, las organizaciones armadas en
latinoamérica cada una con sus especificidades, construyeron discursos, adiestramientos,
lenguajes, códigos de conducta, técnicas que deshumanizan a sus víctimas y de paso a ellos
mismos; inculcaron en sus reclutas experticias escabrosas, y normalizaron actos de sevicia.
Por ejemplo, las prácticas de tortura que incorporaron algunos países latinoamericanos
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sostienen que el escenario del terror debe ser visible. Por eso hay ciertas preferencias
espaciales como el cruce de caminos o el paso de los ríos. El dolor en estas circunstancias
no puede ser íntimo sino que tiene que ser aleccionador.
Todos ellos guardan rasgos en común con ese mal que Arendt describió como radical en
sus consecuencias y banal en sus motivaciones ideológicas. He optado por considerar que
las atrocidades demuestran que el mal es un concepto moral de orden superior. El mal
presupone el obrar mal. El mal presupone un daño intolerable y el obrar mal culposo por
parte de un agente moral como fuente del daño que se causa o se amenaza con causar.
Justicia transicional: teoría y praxis - Página 31.
Los responsables de atrocidades no dejan de distinguir el bien y el mal, ellos no han sufrido
ninguna ablación de sus órganos morales; pero piensan que esta "atrocidad" es de hecho un
bien, ya que una ideología — detentadora de los criterios del bien y del mal — así lo ha
determinado. Estos hombres no están privados de moral, sino que están dotados de una
moral nueva. En su reflexión ni monstruos ni bestias. No importa tano quien ha golpeado
sino los que alimentaron el ambiente con su odio. Y desde el punto de vista de los testigos
Todorov. Afirma Por todas partes se encuentran siempre individuos que manifestaron
preocupación por las víctimas; pero el grueso de las poblaciones, incontestablemente, dio
pruebas de indiferencia. "El dolor del otro nos deja fríos si para remediarlo debemos
renunciar a nuestra tranquilidad" 161 frente al límite.
Conocemos, nosotros también, la ceguera voluntaria y el fatalismo. En este sentido (pero
solamente en este sentido) el totalitarismo nos revela lo que la democracia deja en la
penumbra: que al final del camino de la indiferencia y del inconformismo aparecen los
campos de concentración.
CRUELDAD Y TRABAJO
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La filósofa María Emma Wills destaca en la presentación de su investigación las siguientes
palabras: “Escucho los testimonios de las víctimas y descubro a través de sus voces que, en
mi país (Colombia), la sevicia y la ferocidad han traspasado los límites de lo que yo era
capaz de imaginar. Escudriño en mi interior y no encuentro ese yo profundo capaz de
resistir, incólume, ante la atrocidad”. Entre filosofía y sociología encontramos que éste
paradigma de crueldad se concreta en el asumir al otro como un algo frente al que no se
tiene por qué tener ninguna obligación ni respeto público. La crueldad nos obliga a definirla
por los hechos mismos de crueldad y no por sus efectos. En palabras del Filósofo Felipe
Castañeda: “(…) la crueldad seria meramente una de las manifestaciones del hecho de
asumirse como alguien por fuera de la ley, pero a la vez, por encima de la ley”. 132
Dentro de los actos de crueldad no sólo el acto de matar se hace patente sino que el
cómo se mata obedece a una lógica siniestra, a un cálculo del dolor a una racionalidad del
terror.
Arendt descubrió que en los lugares de confinación se gestaron tipos de técnicas que
implicaban un aprendizaje de en las técnicas de hacer sufrir. El trabajo os hará libres no
tenía otro propósito racional que el de aumentar la carga y la tortura de los infortunados al
condenarlos a la cotidianidad del mero hacer, del simple resistir biológico. “La tortura del
trabajo era un elemento de otro aspecto específico del campo de concentración: de aquel
que Arendt concibió como ‘la muerte de la individualidad del hombre’”8. La tesis de Sofsky
se situaría en la fenomenología de los sistemas modernos de dominio Y su trabajo es
vinculable a la línea interpretativa de Hannah Arendt, en la medida que considera que el
Lager nazi constituye una novedad y una cesura en la historia de las formas de poder,
porque en él y a través de él se ejerce un poder absoluto que tiene por único objetivo su
propio desarrollo. En el propio terror totalitario, Arendt vio la ausencia de criterios
utilitarios. El sistema está por encima de la eficacia. Cuando la guerra tocaba a su fin
8 Marco Estrada Saavedra.118
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resultaba más importante seguir adelante con la Solución Final que atender debidamente a
los frentes de batalla, por absurdo que a muchos militares les pudiera parecer destinar a un
costosísimo e inútil exterminio, los fondos y recursos que hubieran debido ser destinados a
la máquina de guerra. Cuando la violencia se convierte en la esencia misma de la regla,
termina, en un “frenesí de destrucción” y sin ninguna utilidad política, económica o militar.
Para R. Fine es esta falta de racionalidad instrumental o utilitaria que no sólo da al terror
totalitario en general, y para el holocausto, en particular, su “horrible originalidad”.
Trabajar para sobrevivir mientras se destruyen la personalidad jurídica, la social y
finalmente el propio cuerpo. En ello ve Arendt el verdadero horror de los campos: la
violencia de una destrucción absolutamente fría y sistemática de los cuerpos humanos,
calculada para destruir la dignidad humana. En los campos lo que se pretendía era
establecer un saber del cómo se transmite el mensaje de intimidación, del cómo se disponen
los elementos del mensaje y del cómo se construye un escenario del terror. Por ejemplo si
los muertos se dejan amontonados o esparcidos. A veces el mensaje es eficaz porque
impacta a primera vista; otras logra su eficacia en la medida en que resulta indescifrable. El
nuevo hombre debía ser capaz de manejar los instrumentos de tortura y así “las
generaciones futuras admirarían su capacidad de anular su misericordia” Amèry.
Es aquí donde he de resaltar las palabras que Baumann expresó frente al
experimento Milgram: la crueldad no tiene tanta relación con el carácter de sus
perpetradores, pero sí una fuerte correlación con la autoridad y la subordinación. La
crueldad aparece ligada a una comprensión de la estructura del poder y a la obediencia.
Pero aún más grave es percatarse de que os que le hirieron el alma no fueron los
crueles verdugos, sino esas «personas que cayeron en su propia trampa que se
comprometieron con el nazismo sólo durante unos meses, o en el peor de los casos durante
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unos pocos años; no eran asesinos ni delatores. Simplemente hombres que creyeron en
ideas. Por no ahondar en quienes causaron grandes males no por malicia sino porque se
quedaron en la el inmovilismo. Gunter Gauss
Estas palabras nos hablan de un aspecto aún más terrible que la ontología del
sufrimiento o de su terrible pragmatismo: que los hombres y las mujeres pueden soportar,
sobrevivir e incluso adaptarse a las condiciones más inhumanas. No es mi pretensión que
caigamos en la idea de que el sufrimiento siempre transforma a la persona y a la sociedad y
las lleva a un mayor refinamiento. Entre el potencial del sufrimiento para la creación de
individuos y comunidades morales, y su potencial para la destrucción de cualquier
cosmovisión dentro de la cual el sufrimiento podría tener sentido, se encuentran las
innovaciones del crimen contemporáneo.
Encontrar teorías de teodicea o esperanzas de salvación en las mismas instituciones que han
creado las condiciones para que existieran estos sufrimientos es un sutil ejercicio de poder
que encierra a las víctimas de la violencia y la injusticia en la inercia. Cfr. Veena Das
En su reflexión Guerra, genocidio, violencia política y sistema concentracionario
en América Latina Daniel Feierstein habla de la marca social como aquel señalamiento que
da lugar a la construcción de determinados imaginarios sociales sobre las comunidades. Me
explico. Es el enemigo deshumanizado que aparece en el discurso y en la propaganda. La
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marca entendida como extrañamiento ha sido uno de los rasgos más característicos y
costosos para la población civil en las guerras contemporáneas. Arendt lo señala de una
manera muy gráfica: “Ahora todo el mundo se alzaba contra todo el mundo, y
especialmente contra sus más próximos vecinos: eslovacos contra checos; croatas contra
serbios. Anota en otro texto, “en determinados casos los serbios parecían no reconocer más
que un enemigo, los croatas”. Asuntos de política exterior. EC.
El peligro de estos discursos es como sentencia Arendt, que “sólo tras haber sido
completado el exterminio de los enemigos auténticos se comienza la caza de «enemigos
objetivos». Cuando Arendt establece que "el totalitarismo definió ideológicamente a sus
enemigos antes de apoderarse del poder" deja entrever la estrategia que permite la
continuidad del mismo. Se trata, en suma, de comprender un primer escenario portador de
una variadísima simbología cultural, es decir, de un conjunto de prácticas significativas que
sugieren representaciones muy complejas no sólo de la política, sino también del cuerpo y
de la muerte. No hay que olvidar que en el trasfondo de este panorama hay odios heredados
y sus diferencias reales se encuentran por tanto en un pasado casi mítico y difícil de
precisar.
La eficacia perversa de la marca es doble: primero, el victimario atenúa su
responsabilidad transfiriéndola a la víctima, y, segundo, estimula un clima social de
sospecha que se materializa en esas expresiones populares de condena anticipada, tales
como “por algo será”, “algo habrá hecho”. La capacidad de la marca puede llegar incluso a
la autoincriminación de la propia población. En este escenario, luchar contra esta culpa es
luchar contra el impacto buscado por el perpetrador, y, por consiguiente, remover la marca
es también remover la culpa de la víctima, después de que a esta se le atribuyera la
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responsabilidad de su propia desgracia. El autor del genocidio define su objetivo a través
del aparato de justificaciones ideológicas que argumentan la racionalidad de su acción.
Al ser el genocidio un terror unilateral que pone en práctica un plan de exterminio,
el dominio del hombre sobre el hombre se logra por completo. Los criterios o motivos para
justificar el genocidio suelen definir al otro como el enemigo absoluto, lo que implica su
deshumanización y elimina cualquier empatía inicial hacia la víctima.
Esta definición del objetivo es compartida por la mayoría de los pensadores desde la
perspectiva política, sociológica o psicológica: se busca la muerte social de las víctimas a
través de los procesos de pensamiento ellos-nosotros, de la deshumanización y la
culpabilización de su propio sufrimiento. La marca social, da paso a la tortura y al suplicio
corporal. El sometimiento y la marca del cuerpo individual son asimismo el sometimiento y
la marca del cuerpo social.
A diferencia de otros escenarios de asesinatos colectivos esta nueva sabiduría del
sufrimiento humano sirve como herramienta de un poder ilimitado que logra que la
pretensión no sea sólo la de eliminar a un enemigo. La tortura y la masacre entran a
configurarse como elementos constitutivos de la misma operación asesina9. La rutina de la
depredación, la mutilación y la profanación de los cuerpos no son sino una prolongación
del dominio total que se ejerce sobre el individuo. Los cuerpos mutilados, descarnados o
incinerados son manifestaciones del arrasamiento de la hybris. En ello hay un despliegue
ceremonial del suplicio que deja una marca indeleble tanto en víctimas como en
victimarios: el infierno sobre la tierra es la virtualidad siempre presente de lo que el
hombre puede hacer al hombre. Myriam Revault d’Allones encuentra en esta idea para
9 Obligados a presenciar los más aberrantes dispositivos y tecnologías del dolor, a la
espera, la larga y terrorífica espera del turno propio. Convertir a los sobrevivientes en
espectadores es la prolongación de los vejámenes sufridos por los suyos.
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algunos ya desgastada, la idea de una humanidad desprovista de toda pretensión de
inocencia, de una humanidad de vuelta al mal de la libertad y, por lo tanto, a su poder de
obrar.
A fuerza de repetir hechos realizados por la aplicación de una ingeniería del terror,
Los espacios físicos y sociales destruidos en las guerras contemporáneas conllevan la
destrucción de los anclajes sociales, comunitarios y familiares, de las identidades sociales y
políticas. Logrando que la comunidades se vayan acostumbrando y a su vez resignando a
las formas extremas de barbarie. Aquí se haya el germen del aniquilamiento sistemático.
Con él la pasividad y el silencio se confunden con una forma de complicidad con lo
acontecido10.
La exigencia de que un genocidio no se repita hace parte de un nuevo pensamiento
pedagógico. Fundamentarlo tendría algo de monstruoso ante la monstruosidad de lo ha
sucedido. Pero la barbarie persiste mientras perduren en lo esencial las condiciones que
hicieron madurar su gestación.
“A pesar de Chile, a pesar de Brasil, a pesar de las bestiales evacuaciones forzadas,
a pesar de los crímenes de Stalin este mal institucionalizado es singular e irreductible en su
lógica interna totalitaria. El testimonio de Améry no tiene pretensiones de explicación “de
lo que estoy cualificado para hablar son de las víctimas. No pretendo erigirles un
monumento, porque ser víctima aún no representa por sí mismo un honor. Sólo quiero
describir su condición que es invariable”.42 y las ciencias sociales captan sólo aspectos
particulares y entre tantos árboles no ve el bosque.
10 Queda una comunidad que merece y exige del Estado y de la sociedad esfuerzos
de reparación y de movilización, mínimamente correspondientes al tamaño de su daño
colectivo.
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Una y otra vez se ha objetado que el exterminio no es precisamente un invento
moderno, pero quiero reiterar que la eliminación continua de seres humanos, practicada
durante años y décadas y convertida así en sistema mientras transcurren a su lado la vida
normal y cotidiana, sumado al hecho de habituarse a la situación, de acostumbrarse al
miedo, junto con la indiferencia y hasta el aburrimiento, es un invento nuevo.
Como dice Agamben, «lo que tuvo lugar en los campos supera de tal forma el
concepto jurídico de crimen que con frecuencia se ha omitido sin más la consideración de
la destrucción jurídico-política en que tales acontecimientos se produjeron. Hannah Arendt
esquematizó así la dificultad con que se enfrentaron los tribunales que pretendieron castigar
los crimines novedosos que el totalitarismo trajo al mundo – Nüremberg y el tribunal de
Jerusalén que juzgó a Adolf Eichmann–: el reto consistía en juzgar crímenes sin
precedentes con herramientas legales que se veían desbordadas por el carácter radical del
mal por el que se trataba de asignar responsabilidad. Los jueces de estos tribunales, en
general, optaron por utilizar categorías como la de asesinato masivo para juzgar el crimen a
gran escala motivado ideológicamente, sin otro propósito que demostrar el carácter
superfluo de las vidas de ciertos individuos; por ello, en opinión de Arendt, los jueces
fallaron en el propósito de diseñar nuevos preceptos legales para juzgar aquello que no
tenía precedentes.
Los hechos se presentaron con pruebas documentales, archivos fotográficos,
filmaciones y testimonios. El campo configuraba el lugar en que se realizó la más absoluta
conditio inhumana que se haya dado nunca en la tierra. A este respecto quiero hablar del
término Genocidio elaborado por el filósofo Rafael Lemkin pues su reflexión ante tales
hechos de barbarie lo llevaron a la elaboración de un neologismo para describir acciones
similares a las llevadas a cabo por el Estado totalitario alemán dirigido por Hitler”; pero el
concepto también “podría ser usado para describir otros intentos por destruir las
instituciones políticas y sociales, la cultura, el lenguaje, el sentimiento de pertenencia étnica
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y nacional, la religión, así como para eliminar sus derechos en todos los niveles (legal,
político y moral). Y en efecto a pesar de las múltiples objeciones su propósito se cumplió.
En su dedicatoria a Karl Jaspers en 1947 para el libro La tradición oculta Hannah
Arendt escribe:
Ahora bien, la fabricación de cadáveres ya no tiene nada que ver con la hostilidad y no puede comprenderse mediante categorías políticas. En Auschwitz, la solidez de los hechos se ha convertido en un abismo que arrastrará a su interior a quienes intenten poner el pie en él11.
“De la misma manera que las víctimas de las fábricas de la muerte o de los pozos
del olvido ya no son «humanos» a los ojos de sus ejecutores, así estas novísimas especies
de criminales quedan incluso más allá del umbral de la solidaridad de la iniquidad
humana”12
Ciertamente para Villa, el Eichmann de Arendt representa los hombres “normales”
que han contribuido a la maldad política y al horror moral del siglo XX. Con la “banalidad
del mal» nos describió al burócrata del siglo XX y con los regímenes totalitarios nos
describió las condiciones institucionales que los generan”.
11 (Arendt, La tradición oculta, 2004, 12)
12 Podría decirse que la teoría del juicio, presentada inicialmente en Eichmann en
Jerusalén, posteriormente trabajada en El pensar y las reflexiones morales, lejos de
contribuir a la separación de dos sentidos de juicio, fue una aproximación hacia la
constitución de una nueva moral política, válida tanto para la vida activa como para la vida
del espíritu.
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Lo que se articula en el conjunto de la obra de Arendt es la manera en que el crimen
se presenta como moderno, atomizado y ejecutado por integrantes de aparatos sofisticados.
De este modo lo que es extraordinario no es el carácter psicológico del perpetrador, sino la
empresa criminal de la que forma parte. Lo que el informe sobre Eichmann nos presenta es
el hecho de que los hombres verdaderamente destructivos no se arrepienten ni se empeñan
en explicarse. Por eso asisten al derrumbe a su propio derrumbe, con delectación.
El argumento que Arendt perfila tras los años, es que estamos tratando con un nuevo
tipo de criminal que debe ser juzgado porque ha violado el orden de la humanidad y no
porque haya matado a millones de personas. El marco legal y moral de los regímenes
totalitarios deshabilita a los hombres de su capacidad de pensar, de crear y adueñarse sobre
el espacio que media entre el pasado y el futuro.
Frente a la defección de la moralidad, frente al advenimiento de aquello ante lo cual
podemos decir “esto no debiera haber sucedido nunca”, en nuestra capacidad de pensar sin
categorías preestablecidas se actualiza la posibilidad de volver a encontrar sentido a la
existencia, de reconciliarnos con el mundo. Es bajo la forma del pensar y el recordar que
los seres humanos somos propiamente personas, que echamos raíces, ocupamos un lugar en
el mundo, nos relacionamos con nosotros, nos ponemos límites a lo que estamos dispuestos
a hacer. Lo que existe entre los seres humanos es una red de conexiones, lazos,
dependencias, intercambios, que constituyen la realidad social como una realidad
interpersonal.
Para M. Canovan No estamos obligados a aceptar, menos a seguir, los procesos
destructores que hemos desencadenado. –a propósito de la imposibilidad de predecir el
resultado de nuestras acciones políticas– Arendt afirma lo cierto es que no existen
condiciones necesarias, sino sólo suficientes, para que una sociedad aprenda de su pasado
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autoritario y la importancia de garantizar de manera permanente el derecho a tener
derechos.
Es preciso reconocer que los torturadores y los asesinos no son parte de un mundo
distinto al nuestro, sino sujetos que hacen parte de nuestros propios órdenes políticos y
culturales. Primo Levi, insistió mucho en que lo inquietante del verdugo era que podía
parecerse a cualquiera de nosotros. Por tanto, la sociedad que produce al torturador o que
permite el despliegue de su voluntad de destrucción tiene que interrogarse sobre los
mecanismos, las prácticas y los discursos que han hecho posibles e incluso a menudo
justificables para algunos los niveles de atrocidad y sevicia que se revelan en los informes,
si es que de verdad se quieren crear fronteras éticas y políticas definitivas para concepto
como el “nunca más” o el “basta ya”.
Mayormente, los asesinos no se sienten culpables, la ley les parece inadecuada y en ello hay algo de verdad. Juzgamos bajo el presupuesto de que comprendemos y sabemos que el hombre tiene en sí una fuerza para resistir el mal. (...) cuando juzgamos, partimos precisamente de que ningún hombre es bueno, lo mismo que ningún hombre es sabio. Porque no somos buenos, ni tampoco malos, amamos el bien; porque no somos sabios, amamos la sabiduría o la verdad. Políticamente hablando no se trata de nosotros; se trata del mundo13.
13 (Arendt, Diario filosófico 1950-1973, 2006, Cuaderno XXIV, 1963-1964, [21], 607-608)