pÉrez de montalbÁn, juan - sucesos y prodigios de amor

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“Sucesos y prodigios de amor en ochos novelas ejemplares” (1624). Contiene: “La hermosa Aurora” “La fuerza del desengaño” “El envidioso castigado” “La mayor confusión” “La villana de Pinto” “La desgraciada amistad” “Los primos amantes” “La prodigiosa”

TRANSCRIPT

JUAN PREZ DE MONTALBN

Sucesos y prodigios de amoren ocho novelas ejemplares

[Preliminares]...................................................................................................................................3 Prlogo.............................................................................................................................................7 La hermosa Aurora..........................................................................................................................8 La fuerza del desengao................................................................................................................26 El envidioso castigado...................................................................................................................43 La mayor confusin.......................................................................................................................59 La villana de Pinto.........................................................................................................................76 La desgraciada amistad..................................................................................................................95 Los primos amantes.....................................................................................................................115 La prodigiosa...............................................................................................................................134

[PRELIMINARES]SUMA DE TASA' Este libro intitulado Sucesos y prodigios de amor, compuesto por el licenciado Juan Prez de Montalbn, est tasado por los seores del consejo a cuatro maraveds cada pliego, como consta de la fe que dio Diego Gonzlez de Villaroel. En Madrid, a 12 de junio de 1624. ERRATAS Este libro intitulado Sucesos y prodigios de amor en ocho novelas, compuestas por el licenciado Juan Prez de Montalbn, con estas erratas concuerda con su original. En Madrid a 6 de junio de 1624. EL LICENCIADO MURCIA DE LLANA* SUMA DEL PRIVILEGIO' Tiene privilegio el licenciado Juan Prez de Montalbn por diez aos para poder imprimir este libro, y con prohibicin de que ninguna persona sin su licencia lo imprima, so graves penas contenidas en el dicho privilegio firmado del rey nuestro seor y despachado por Pedro de Contreras su secretario. Fecha en el Ato de Doa Ana, a 10 de marzo de 1624 aos. APROBACIN DEL MAESTRO SEBASTIN DE MESA Por mandado del seor vicario desta villa de Madrid he visto un libro intitulado Sucesos y prodigios de amor, en ocho novelas, por el licenciado Juan Prez de Montalbn, y no hallo en l cosa contra nuestra santa fie catlica y buenas costumbres, antes lo ejemplar est tratado con decoro, buen lenguaje y elegante estilo, que todo promete ms edad de la que el autor tiene, digno de agradecimiento y mayores premios. En Madrid, a 27 de febrero de 1624 aos. EL MAESTRO SEBASTIN DE MESA. CENSURA DE LOPE DE VEGA CARPI M. P. S. Los Sucesos y prodigios de amor, que compuso en prosa y verso el licenciado Juan Prez de Montalbn, he visto por mandato y comisin de V. A." No tienen cosa alguna en todo su discurso que disuene a nuestra fe ni a las buenas costumbres. El estilo es elegante, sentencioso y grave, con muchos avisos y reprehensiones para todas edades; y donde particularmente puede ver como en espejo muchos discretos ejemplos la corta experiencia de los tiernos aos, dando esperanza los suyos con estas flores del fruto que prometen tales principios para mayores estudios, y luciendo entre los que profesa su excelente natural, con que no queda inferior al Cintio, Bandelo y Bocacio en la invencin destas fbulas; y en acercarse a la verdad los excede, por el precepto horadan o que ficta voluptatis causa, sint prxima veris. V. A., siendo servido, podr hacerle merced de la licencia que pide, que en este tiempo importan muchos libros que vuelvan por la honra de la lengua castellana, tan ofendida en la prosa de voces y locuciones violentas. Este es mi parecer. En Madrid, a 8 de marzo de 1624. LOPE DE VEGA CARPI. LOPE DE VEGA CARPI AL LICENCIADO JUAN PREZ DE MONTALBN Si a vuestros discursos dieran eternidad voluntades, vencieran cuantas edades

aos y siglos tuvieran; y de la que os tengo fueran tan eternos como raros, si tuviera para daros lo que es tan justo ofreceros, como amor para quereros, ingenio para alabaros. EL MAESTRO JOSEPH DE VALDIVIELSO, AL AUTOR Las locuciones floridas, las elegantes purezas, las delgadas agudezas y las dulzuras lucidas admiro en ti, traducidas de Lope, que te inspir sus alientos y infundi su espritu, porque slo te gloriases de que Apolo a su imagen te form. DEL DOCTOR DON GUTIERRE, MARQUS DE CAREAGA, AL AUTOR De tu ingenio sutil nuevos primores estas novelas son, que a los cuidados en humanas deidades empeados desengaan con fruto y con flores. De ms heroicas obras resplandores son, aunque agora estn acobardados y en su reciente luz menos osados, hasta que el tiempo expela sus temores. Son de la Fama lricos trofeos, en cuyas alas por el orbe giras seguro de no ser precipitada Prosigue, oh Montalbn!, tales empleos, doctor, aunque en verdes aos, con que admiras al sol, que por mirarte se ha parado. DE FRUTOS DE LEN TAPIA, AL AUTOR Aunque de verse escondida con tanta luz y hermosura entre la mentira obscura est la verdad corrida, la esconden con tan lucida prosa y verso vuestras bellas novelas, que si por vellas nadie la deja de ver,

por vitoria ha de tener el verse escondida en ellas. DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA, AL AUTOR Fruto das en vez de flor en el abril de tus aos, para el cuerdo desengaos, preceptos para el amor. Prodigioso es el autor que a tales prodigios llega; mas si Manzanares riega plantas de Apolo tributo, qu mucho nos d tal fruto alimentado en su Vega! Su memoria inmortalizas, porque cuando Fnix quede todo fama, en ti se herede el parto de sus cenizas. Pues tu patria fertelizas, escribe sutil y diestro y ocasiona al siglo nuestro que laureles te aperciba, para que en ti eterna viva la fama de tu maestro. DEL LICENCIADO FRANCISCO DE QUINTANA AL AUTOR Tan prudente dais consejo y tan cuerdo discurrs, que a vuestra edad desments, y mozo, parecis viejo. De la juventud espejo entre prodigios y amores nos retratis los errores, como mdico que astuto de la medicina el fruto da disfrazado entre flores. Si Pitgoras os viera ms su opinin confirmara, pues vuestra elocuencia rara de Teofrasto alma creyera; aunque yo su error venciera, siendo fuerza confesar, que tan elocuente hablar de nadie pudiera ser, que no llegara a tener ingenio ms singular. ANARDA AL LICENCIADO JUAN PREZ DE MONTALBN

Heliodoro sois y Apolo de aquesta verde floresta, planta, en fin, de Lope puesta, Lope, Fnix, sol y solo. Desde el uno al otro polo su alumno la Fama os llama; mas no es mucho que la fama os haga tanto favor, inclinada a vuestro amor por lo que tiene de dama.

PRLOGOLector amigo: ah te presento ocho novelas que llamo Sucesos y prodigios de amor. Ellas te dirn lo que son, y de ti fo que las dars lo que merecieren. Slo quiero que me agradezcas que no las has de haber visto en la lengua italiana, culpa de algunos que las escriben no sin agravio de la nuestra y de sus ingenios, pues para cosa de tan poca importancia piden a otras naciones pensamientos prestados. Debe ser porque con slo el trabajo de traducir (que en mi opinin es lo mismo que trasladar) se hallan autores de libros, como si el ttulo no los desmintiera. Lo que te suplico es que si hallares algunos defectos as en el estilo como en la sustancia, los mires piadosamente, disculpndome contigo los pocos aos. Y si acaso te agradaren, porque cumplen con lo que intentan, y al parecer de Quintiliano: Abunde dixit quisqus rei satisfecit, srvete de darme toda la alabanza, porque, como te he dicho, no tiene parte en ellas ni Bocacio ni otro autor extranjero. Vale.

LA HERMOSA AURORAAL EXCELENTSIMO SEOR DON FRANCISCO DE BORJA, PRNCIPE DE ESQUILACHE, CONDE DE MAYALDE, COMENDADOR DE AZUAGA, GENTILHOMBRE DE LA CMARA DEL REY NUESTRO SEOR Y SU VIRREY EN LOS REINOS DEL PIR. Las partes que concurren en V. E. para hacerle amable son tantas, que, porque no se quejen de la pluma, fuera justo encarecerlas con el silencio; pues en cuanto a la nobleza, que Aristteles en el segundo de los Retricos llama quaedam majorum claritas, no ha menester ms pinceles que su misma verdad. Y en lo que toca a la parte del alma no pienso que el entendimiento queda a deber de nada a la sangre; calidad que en V. E. resplandece an con ms ventajas, porque, segn el Filsofo, boni aut mali natura non efficimur. Y es cierto, que nadie merece ni desmerece en su nacimiento, porque es obra (como dicen) de la Fortuna, lo cual no sucede en la virtud que llamamos adquirida, como es el estudio de las buenas letras, de que tanto se ha preciado V. E., sin duda porque sabe que es el mejor esmalte de los prncipes. Y por eso, hablando Vegecio en esto mismo dice: neminem decet vel meliora scire, velplura quam principan, y da la razn: cujus doctrina mnibus potest prodesse subiectis. Escribiendo Marsilio Ficino la vida de Platn lo confirma: principi non aliter necessaria est sapientia quam corpori anima. Y tratando Pierio de las artes liberales dio a entender que los romanos liberales appellaverunt, quia earum doctrina ad ingenuos spectaret. Por dos cosas he querido poner a los pies de V. E. (no sin recelo de mi ignorancia) esta novela: la principal, por el afecto grande que siempre he tenido a su divino ingenio; y la segunda, porque vaya con menos miedo, saliendo a sombra de tales rayos. Si bien me anima Cicern en sus Tusculanas, donde por su opinin sapienti malum videri nullum potest, quod vacet turpitudine; pero no todos lo son, aunque hay pocos que se libren de quererlo parecer. Y volviendo a la novela, digo que en ella se trata del amor curioso y honesto de un prncipe, que, llevado por fama de una belleza, olvida su patria, aventurndose a diferentes suertes de peligros, caso que en este tiempo tiene seguro el crdito. Y lo que desta y de las dems puedo prometer a V. E. es que estn escritas dentro de los lmites de nuestra lengua, sin ofender su pureza con vocablos nuevos, metforas impropias ni locuciones forzadas, atendiendo siempre al consejo de Quintiliano: perspicuitas summa orationis vis est, cuyo axioma tambin deba entenderse en los versos, donde son tantos los que por singularizarse se despean; y en lo que se conoce su yerro es en que lo hacen todos y ninguno lo confiesa. Muchos para excusarse de esta culpa dirn que imitan, pero Aristteles en su Potica no quiere pasar por ello, donde advierte que no todo puede imitarse: poetae peccatum dplex est, per se et per accidens: per se, cum proposuerit imitari quod non est imitandum; per accidens, proponere non recte. Y no porque Persio escribiese en aquel estilo ha de querer nadie seguir su aspereza, porque fuera de que no est averiguado si acert, l pudo tomarse esta licencia con alguna causa, porque reprehenda vicios de prncipes y no era seguro a su vida que le entendieran todos.

Yo quisiera que estos seores crticos pasaran por los ojos muchos versos que yo he visto de V. E., para que se desengaaran de que la blandura y la belleza pueden anclar juntas; pero quin bastar a reducirlos si son de aquellos que quieren morir con su opinin, aunque a costa de su crdito? Y en fin, como dice Santo Toms, pertinacia qui errant non sunt facile curabiles. A V. E. prospere el cielo largos y felices aos, para honor de su casa, glora de nuestra nacin y lisonja de sus aficionados. Criado de V. E., el Licenciado JUAN PREZ DE MONTALBN

NOVELA PRIMERA Tuvo Dionisio, segundo tirano de Sicilia, una hija a quien por su celestial hermosura llamaron Aurora, tan bella como desgraciada; y apenas en sus aos cumpla los ltimos de la puericia, cuando quiso el cielo darla a entender que haba nacido hermosa, esclareciendo su fortuna, que en opinin de la Naturaleza debe de ser delito la hermosura, pues la castiga como si no fuese imagen suya. Muri la madre de Aurora, y Dionisio, sin que la falta de su esposa le debiese el menor sentimiento verdadero, dio a entender con lgrimas fingidas lo mucho que la haba querido; pero a pocos das descubri la hipocresa de sus ansias, recibiendo en lugar de la difunta prenda a Arminda, dama francesa y principal, aunque no digna de tanto imperio, por haberla tenido muchos aos en posesin de dama. Era de gallardo bro, entendida y hermosa, pero de condicin tan spera, que granjeaba poco el vulgar aplauso, siendo tan dueo de las acciones de su esposo, que no permita pasase cosa en el reino sin consultarse con su voluntad, ansia propia de quien ha valido poco hacer ostentacin del poder que goza, para que as se disimulen sus humildes principios; lo cual sucede al contrario, porque los ofendidos dan voces, y viene a saberse an ms de lo que se imaginaba. Parecale a Aurora que sufrir estas demasas era poner nuevas alas a su soberbia; y as, la aconsej que no viniese tan confiada en el amor de su padre, porque era posible que faltase y despus viniese a menos por no haber ganado las voluntades de sus vasallos. Y aada a esto que hiciese memoria de lo que haba sido, para que no la desvaneciera el nuevo estado. Ofendieron de suerte estas palabras el corazn de Arminda, que desde luego procur el fin de Aurora; y para salir con este deseo dio a entender a Dionisio que estaba celosa della, diciendo que el amarla con tanto extremo era por ser retrato del muerto original, porque como el fnix deja cenizas para su eterna sucesin, as la voluntad suele dejar para su memoria algunas prendas vivas; y era muy cierto, que los descuidos que a veces tena con ella los causaba el difunto amor, retratado en la hermosura de Aurora. Deca esto Arminda con tantas veras, que haciendo Dionisio fineza de la impiedad, puso en sus manos la culpa de su hija, y la dio licencia para que en este pleito fuese el juez y la parte. No le disculpe esta vez a Dionisio el amor, con ser disculpa general de cualquier exceso, porque no tiene obligacin un hombre a despreciar prendas que lo son de su sangre por una mujer que miente cuando llora, y llora cuando quiere. Contentse Arminda con que Aurora estuviera en parte donde ella no la viese; y as su padre la mand salir luego de Sicilia, porque ms quera vivir sin una hija que tener descontenta a su esposa (afecto de ciego amante, pero temeridad de padre brbaro). Pusieron luego a la hermosa princesa en una pequea isla, que estaba entre el Peloro y el Pachino, y serva de corona de flores a los undosos cristales del mar Tirreno; y ello con tanto secreto, que para huir la inquietud del vulgo, que la amaba por su virtud y belleza, mand fuese servida con un limitado nmero de criados, poniendo pena de la vida a quien dijese que era Aurora la que habitaba aquel breve palacio. Con gran cordura sufra la discreta dama el desamor de su padre, divirtiendo el alma ya con la dulce msica de los lisonjeros pajarillos que, como escuchaban su nombre, pensaban que siempre amaneca y cantaban a todas horas, ya con el agradable viento que, tocando en los hermosos pilagos de vidrio, amorosamente los inquietaba, ya con la imaginacin de sus desdichas (que suele un triste divertirse con lo mismo que le atormenta), ya con las criadas que la servan, y particularmente con Celia, que por ser de sus aos y tener una misma sangre, mereca justamente su privanza. Y en efecto, cuando todo la faltaba y ninguna cosa la diverta, tomando un instrumento, que en sus manos poda preciarse de que no era mudo, lloraba y cantaba desta suerte: Cundo ha de ser el da que tenga fin mi vida lastimosa y la fortuna ma (del humano poder tirana diosa) deje de atormentarme

y de una vez acabe de matarme? Cundo en aquestas flores tendrn verde sepulcro mis cuidados, mis miedos y rigores mal merecidos, aunque bien llorados? Y cundo el cielo santo impedir la causa de mi llanto que quiere la fortuna despus de verme en tan humilde estado, sin esperanza alguna de volver a gozar el bien pasado? Ay, muerte, si llegaras, qu justos sentimientos me excusaras! Con alma cortesana paso en la soledad el mes y el ao, la tarde y la maana, y desta suerte mi esperanza engao, llorando a cualquier hora, que siempre lloro como soy Aurora. Si el fiero mar se atreve a conquistar esta robusta pea con injurias de nieve, presumo que me avisa y que me ensea que la muerte atrevida llama a las puertas de mi triste vida. Cuando el alma despierta con media luz introduciendo el da, suelo hallarme tan muerta, que parece verdad la fantasa que engendr el sueo esquivo, y no me puedo persuadir que vivo. Todo, en fin, me atormenta, y ms el ver que con igual cuidado todo crece y se aumenta por mejorar de calidad y estado, y yo nunca he salido de una fortuna, porque mala ha sido. El rbol que en enero slo se vio vestido de congojas, en el mayo primero pintadas de colores ve las hojas, y el campo hermoso y verde cobra en abril lo que en agosto pierde. Este mar, que enojado escalas de cristal pone a los cielos, suele esta sosegado, y sola yo con ansias y desvelos, temiendo el hado injusto, ni aguardo libertad, ni espero gusto. Dejaba Aurora la dulce msica con tantas lgrimas y suspiros, que tuviera muy rstica el alma quien la escuchase sin enternecerse. Y estando una tarde entreteniendo con la deleitosa vista del mar los rigores del abrasado julio, vio un hombre que peleando con el cristal de sus

aguas (aunque ms fiado en la piedad de una tabla que en la valenta de sus brazos) rompa las plateadas ondas procurando alentar el desmayado espritu hasta verse ms cerca de aquella tierra para que alguno le ayudase a defender la vida. Aurora entonces, con una piedad noble y un dolor tierno de verle morir a sus ojos, mand a los pocos que la servan acudiesen a favorecerle; y ellos, arrojndose al mar en un pequeo esquife, le sacaron y regalaron, porque as lo haba mandado Aurora y tambin porque el talle y cortesa de Ricardo (que ste era su nombre) movan a respeto y voluntad. Y despus de haberse reparado del maltratamiento que le haba hecho el agua, reparti entre ellos algunas joyas que el mar le haba reservado en el pasado peligro, advirtindoles que era noble, y que hasta verse mejorado de fortuna le era forzoso vivir encubierto; y as, les rog se sirviesen de tenerle en su compaa, que algn tiempo podra ser no les pesase. Y como tena con el oro y con su persona tan granjeado el afecto de los que le escuchaban, le agradecieron la lisonja que les haca, prometiendo servirle en cuanto sus fuerzas alcanzasen. Holgse Ricardo de ver cun seguramente poda estar sin riesgo de ser conocido, porque en aquella isla pocas veces haba ms de las cuidadosas guardas de aquel ngel que tan injustamente padeca. Y salindose una noche, en que la hermosa Cintia coronada de rayos alumbraba toda la selva, a entretener con los rboles su soledad, oy una dulce voz que con blandura y gallarda contaba sus penas a las aves y al agua desta suerte: Desde que sale el alba hasta que el sol se ausenta suspiro en este monte y lloro en esta selva. Mis ojos no se enjugan de lgrimas y quejas, que despus que son fuentes murmuran mis tristezas. Ay perpetuas congojas! Ay inmortales penas, mucho tenis de mas, pues os preciis de eternas! Qu importa haber nacido con natural nobleza, si en esta selva vivo sola, afligida y presa? Qu importa que mis ojos matar de amores puedan, si aqu slo me escuchan las aves y las fieras? Ay cielo riguroso, pues miras mi inocencia, o qutame la vida o abrviame la pena! Mas por no darme gusto con la vida me dejas, que es parte de lisonja, que un desdichado muera. Viva quien tiene gusto, porque quien no le espera, nunca tiene ms vida que cuando est sin ella. No tengo en todo el da una hora en que no tenga

presentes mis desdichas o la memoria dellas. Y en fin, tan triste vivo que slo me consuela ver que tambin hay muerte para un alma resuelta, pues falta la paciencia cuando duran las penas como penas. Suspendile a Ricardo por una parte lo sonoro de la voz, y por otra la novedad de or en aquel sitio a quien con veras tan del alma se quejase de sus desdichas; y por no ser ingrato al favor que le haban hecho, aunque sin pensar que se le hacan, para ver tambin si por aquel camino saba quin era el divino dueo de tan dulce msica, con suspensin de la filomena que le escuchaba, cant este soneto: Duro tormento de mi larga ausencia que siempre afliges la memoria ma, de qu sirve matarme cada da si no me das para morir licencia? Qu me importa el vivir, si en la experiencia hallo que muero con mayor porfa, pues morir sin morir es tirana que slo la ha sufrido mi paciencia? De Narcisa goc los ojos bellos, gloria que merec por largos plazos, y ya me miro ausente della y dellos. Confirmaron mi amor prendas y lazos; mas si los merec para perdellos, qu mayor Suerte que gozar sus brazos? Con la misma duda en que estaba Ricardo qued Aurora, por saber que sus criados no tenan tan de sobra las gracias y entendimiento que supiesen con tanta dulzura quejarse de los fuertes rigores de la ausencia. Era Aurora amiga de saber, picaba en curiosa como las dems, y as, quisiera ver el Orfeo de aquellas peas; pero la sombra de los rboles, la distancia del lugar y, sobre todo, el respeto a que la obligaba su decoro, reprimieron este deseo, y as dej para otro tiempo la informacin. Y llamando a uno de los que la asistan, le pregunt si habitaban en aquella selva ms hombres de los que haban venido con ella de Sicilia. Respondi el criado que cmo se olvidaba tan pronto de uno que pocos das antes haba mandado favorecer, por verle a riesgo de perder la vida en aquel pedazo de mar. Preguntle tambin Aurora si saba quin era. Y a esto la replic que en aquella materia no poda decirle nada, porque solamente haba dicho que se llamaba Ricardo, encubriendo siempre su calidad y patria; y slo la poda asegurar que en las apariencias mostraba ser de ilustre sangre, o a lo menos su talle y entendimiento lo merecan. No quiso Aurora saber ms por no dar ocasin a que engendrase su curiosidad alguna sospecha; y aunque sea verdad que lo que no se ha visto ni tratado no puede amarse, suele la fama, la virtud y los mritos inclinar el deseo para ver si satisface a los ojos lo que pudo aficionar el alma por los odos. Aurora, en fin, no digamos que estaba enamorada, que aunque lo peda su soledad, no lo consenta su grandeza, mas en alguna manera puede decirse que viva deseosa de conocer a un hombre de tantas partes. Ricardo la cumpli con brevedad este deseo, porque sin preguntar a ninguno el misterio que encerraba aquel secreto palacio, continu el visitar el sitio donde la haba odo, y Aurora tuvo lugar de verle pasar muchas tardes, tan galn, que poda poner a peligro la libertad de cualquier

alma que le mirase, como viviese con ms gusto que Aurora; que los desvelos de amor no son para quien tiene otras desdichas que sentir. No pudo ver Ricardo a la hermosa Aurora, porque vidrieras y celosas se la defendan de los ojos, ni tampoco quiso descubrirse a los que tena por compaeros, considerando que, pues tanto se recelaban de l en esta materia, les deba de importar el secreto. Y as, call lo mismo que deseaba (que es discreta ley de prudencia no saber un hombre ms de lo que quieren comunicarle), mas no por ello dej de perseverar en su pensamiento, por si acaso en alguna ocasin poda ver la hermosa sirena de aquel mar. Hallbale el da debajo de sus rejas sin saber a quin obligaba, por ser amante de quien no conoca, y teniendo por cosa cierta que encerraban aquellas paredes ms de alguna secreta dama, traz delante del real palacio varios juegos y fiestas, para que con esta ocasin se dejase ver la deidad cuya voz haba servido de hechizo a su entendimiento. Sucedile todo a Ricardo como a quien se haba criado entre las armas, persegua gallardamente cuantas robustas fieras engendraba el bosque, hacindoles confesar con su muerte que era dueo de sus fuerzas y de sus bros. No haba en el palacio quien no encareciese sus gracias y bizarra. Slo a Aurora la pesaba de que luciese con untas ventajas, porque cada da la iba enamorando con nuevos merecimientos; y aunque todo lo que miraba en Ricardo la pareca bien, con todo ello la desigualdad que entre los dos imaginaba ofenda su recato, pues quien se emplea bajamente parece que no tiene disculpa con todos. Y as, pens si sera bien hacerle matar, que cuando un hombre humilde puede ser causa de algn grave dao, se tiene por piadosa su muerte; pero no lo intentaba de veras, que quitar la vida a lo que se ama slo porque se ama no es buena razn de estado en la voluntad. Quiso tambin mandar que se saliese de la isla, pero arrepintise presto, pues nadie gusta apartar de los ojos lo mismo que tiene retratado en el alma. Y en efecto, viendo que matarle era crueldad para Ricardo, y desterrarle tirana para ella, se resolvi a divertir sus tristezas, pasando las horas de aquella soledad con ms gusto, y para que no supiese en ningn tiempo que era ella quien le haba querido, troc el nombre de Aurora en el de Celia, a quien dio cuenta deste engao para que la ayudase a proseguirle, y disimulando con el nombre su grandeza pudiera entretener su nuevo amor hasta saber quin era aquel caballero que le haba llevado tanta parte del alma. Seguramente poda Aurora permitir a su grandeza la voluntad de Ricardo, porque era nico hijo del rey de Polonia, que enamorado de la fama que en versos y pinceles encareca la perista hermosura de Aurora, sabiendo que otros prncipes solicitaban por embajadores su casamiento, quiso l mismo fiar de su diligencia su dicha, y llegar a Sicilia para ser el tercero y el amante. Este deseo le puso en el mar y desterr de su patria: tanto puede la fuerza de una gallarda resolucin, y tanto inquieta una hermosura imaginada, pues lleva tras s la voluntad y el albedro de un prncipe, que aventurando su vida a los peligros de las ondas, y humillando su calidad a un aposento de lienzos y tablas, quiere pasar por tantos riesgos hasta ver si a la fama corresponde la verdad. No tuvo Ricardo tanto de dichoso como de atrevido, porque enojado una tarde el mar, o cansado de sustentar en tan corta esfera el peso de una majestad tan alta, empez a embravecerse de manera que puso en duda la vida del valeroso prncipe; oscurecise el cielo y los aires se alborotaron con tanta fuerza, que sin tratar de defenderse los que acompaaban a Ricardo, esperaban por puntos el ltimo trmino de su vida; y as, le oblig (temeroso de otro peor suceso) a que se arrojase a las saladas espumas y abrazado a una tabla se previniese del ms dificultoso remedio. Desta suerte anduvo dos das favorecido del aire, al cabo de los cuales se hall tan cerca de la isla, que pudo Aurora socorrerle y despus amarle con el extremo que hemos visto, pues se ve tan resuelta que trata de hablarle, aunque con el fingido nombre de Celia. Aumentle este deseo Ricardo, que una noche tratando de su curiosa voluntad cant enamorado estos versos: Corazn, qu pretendis, que tan desvelado andis? Si decs que amis, erris,

pues ni veis ni merecis. Y si amis lo que no veis, llmase curiosidad vuestra inquieta libertad; que amar, corazn, sin ver voluntad pudiera ser, pero es loca voluntad. Mas diris: por qu ocasin esta mi necia porfa os desvela noche y da? En parte tenis razn; pero mi dulce pasin no es amor, sino cuidado de aquel bien imaginado; y tener ansia de verle es principio de quererle, pero no amor declarado. Yo quiero lo que no veo, porque en el alma imagino un sujeto tan divino que me enciende su deseo. Amo, conquisto, deseo, obligo, espero, porfo, el ser doy, el alma envo, y sin ver a quin la doy, pues de ningn dueo soy cuando s que no soy ma En acabando Ricardo le llam Aurora, y dijo (aunque con dificultad por estar los balcones altos) que bien poda pasar de curioso a ser amante, porque haba quien le escuchaba con mucho gusto. Qued Ricardo con el nuevo favor contento, pues aunque no haba visto al dueo, por lo menos no estaban malogrados sus desvelos tanto como pensaba; y viendo que no sera posible hablarla, se determin a escribirla, trasladando sus pensamientos a la pluma, que suele ser la ms discreta lengua y dice an ms de lo que se siente. El papel fue breve (aunque la causa no lo peda) por dejarla con deseo de recibir otro, y as la dijo: Bien puedo decir, seora ma, que tenis obligacin de favorecerme, pues me costis mil cuidados sin agradecimiento, aunque desde anoche he presumido de ms dichosa y as, estoy resuelto a morir de porfiado antes que de cobarde, porque soy noble y no s volver atrs en nada. Lo que ahora deseo es veros, si acaso lo ha merecido mi amor; y pues el cielo se deja amar y vos le parecis tanta imitadle en la condicin como en la hermosura; que si me abrasan vuestros rayos, justo ser conozca la esfera de donde vienen. Acudi Ricardo como sola, y despus de haberla lisonjeado con un romance que compuso aquel mismo da, tan bien cantado como escrito, la ense el papel, diciendo que era una letra extremada para la msica y que se holgara mucho de orsela puesta en la guitarra. Entendile Aurora y agradecile el engao, pues lo que de otra suerte pareca liviandad pas entonces plaza de cortesa (que hay hombres tan discretos en lo que piden que animando el delito parece que excusan la culpa), y arrojando un listn de ncar se le restituy Ricardo con ms peso del que traa. Ley Aurora el papel, y por satisfacer alguna parte de sus verdades le dijo se esperase un poco; y mandando a Celia que escribiese, no porque ella no saba, que era extremada en todo, sino por el peligro que haba en conocer su letra, respondieron entre las dos desta suerte: Porque no digis, volviendo a vuestra tierra, que las mujeres de Sicilia pecan en desagradecidas, siendo lo que se pide tan justo como dejarse ver una

mujer, har lo que me mandis, aunque despus contradigan los ojos al pensamiento; pues es fuerza que en vuestra opinin sea ms hermosa ahora que lo ser despus. Yo me llamo Celia y sirvo a una seora principal que vive en este castillo. Ella y yo estaremos maana en este puesto de manera que podis verme. Tened buen nimo y agradecedme que presto os quitar el amor, si acaso le hay, de lo que no ha pasado del pensamiento. Lo que os ruego es que tengis secreto este desatino y me digis vuestro nombre, estado y calidad, porque importa a entrambos. Bes el papel Ricardo y leyle algunas veces, que un amante nunca se contenta con la primera. Y a otro da fue a ver lo que haba tantos que deseaba. Tena Aurora mandado a las criadas se retirasen a otro cuarto, y quedando sola con Celia, hizo que se vistiese ricamente, y ella se puso a su lado. Alz Ricardo los ojos, y vindolas, qued tan admirado de su belleza, que no poda alcanzar a la verdad la imaginacin, porque Celia, fuera de tener lindo cuerpo, era de agradable hermosura, aunque luca menos delante de Aurora, cuyos ojos eran una esfera de rayos, la frente un campo de azucenas, el cabello un tesoro de Arabia, las mejillas un ramillete de claveles, la boca un pequeo centro de perlas, la garganta un mundo de alabastro, los pechos dos pellas de nieve y las manos dos almas de marfil inquieta 1 vestido era de tab verde y oro, de manera que pareca diamante en caja de esmeralda; la ropa azul con alamares negros; y finalmente, toda ella un ngel, la gallarda mucha y los aos pocos. Suspenso, pues, Ricardo, y aun temeroso de que la viera el mar, porque no la codiciase por ninfa de sus ondas, agradecindose a s propio la firmeza que haba tenido, se determin a conquistar tan hermoso dueo, aunque le costase no volver a su patria en muchos aos. Y parecindole que un retrato que haba visto de Aurora no igualaba a las divinas perfecciones de Celia, dio por bien empleado el tiempo que haba gastado en adorar aquellas paredes, pues hallaba en ellas an ms de lo que se haba prometido. Mientras gozaba Ricardo estos favores, pasando las noches con ellos y los das con esperanzas, sucedi que envi a llamar Dionisio a uno de los que asistan al servicio de Aurora y le dijo que el da que por su culpa o la de sus compaeros se supiese adonde su hija estaba, les haba de hacer quitar afrentosamente la vida. Con este miedo volvi a los dems y les advirti lo que importaba que Ricardo se fuese de aquella isla, pues era fcil ver a la princesa alguna de las muchas veces que penetraba el bosque, y los echase a perder a todos. Tan fcil ser esto respondi otro que pienso lo pretende, si no es que ya lo haya conseguido, y aun he reparado en que mira con demasiada atencin a estos balcones; y ella me ha preguntado quien es. Y si Ricardo porfa es fuerza la conozca y nosotros perdamos la gracia de Dionisio. Vencilos en efecto el miedo, y conformndose todos en que no quedase en aquella tierra, le notificaron que le importaba la vida el ausentarse. Admirse Ricardo de su temeraria resolucin, y al cabo de varias imaginaciones vino a sospechar que sin duda alguno dellos deba de amar a Celia, y con la fuerza de la envidia o celos intentaba asegurarse por aquel camino. Y as, se determin de hablarlos a todos para satisfacer al que se tena por ofendido, y suplicarles de nuevo no le hiciesen tanto agravio que le obligasen a salir de aquella isla, hasta que tuviese nuevas de su gente, cuya vida podra ser hubiese perdonado el mar. Bien ech de ver la dificultad que haba en reducirlos, viendo a los que un tiempo le agasajaron que ya le miraban desabridamente (pues una mala voluntad se conoce en los ojos, en la cara y en las acciones) y hallndolos una maana juntos, les dijo: Seores y compaeros, mi nacimiento ha sido noble, y aunque vivo donde yo solo me conozco, no pienso que ninguno se pueda quejar de mi trato; porque los que nacen con mis obligaciones nunca pagan ingratamente los beneficios (que la ingratitud y la nobleza son como la noche y el da). Vine a esta isla, o por mejor decir, me arroj mi fortuna, no mala, pues en ella hall amparo y amigos, y aqu he vivido algunos das, procurando satisfacer con deseos, ya que no con fuerzas la merced que todos me habis hecho. Pero no me debo de haber declarado, pues cuando pienso que sois ms mos, me amenazis con la muerte, si no me ausento. Yo he

discurrido sobre la causa, y si os digo verdad no la hallo, si bien imagino que algn celoso debe de ser quien incita los dems a semejante exceso, y si esto es as, pudiera saber el tal que un hombre no agravia, antes de saber qu agravia; porque el que con ignorancia o inocencia solicita lo que por derecho es de otro, slo se puede decir que ofende cuando despus de conocida la verdad prosigue en su pensamiento. Y as, de haber mirado este castillo con deseo de ver lo que encierra o con curiosidad despus de haberlo visto, no puede resultar ningn agravio, pues hasta ahora no conozco que haya a quien le pese; y (segn lo que he alcanzado) no pienso es sola una deidad la que vive en l; de manera que ninguno puede con razn quejarse de m, pues cuanto a la ofensa yo no le agravio de malicia; y cuanto a la verdad, l no puede saber a quin me inclino. Bien pens Ricardo que con esto los dejaba obligados y satisfechos; pero fue muy al revs, porque como su mayor agravio consista en que Ricardo supiese aquel secreto, no hubieron menester ms informacin para sacar las espadas y acometerle con nimo de quitarle la vida. Y no lo pudieron hacer tan presto que Aurora y sus criadas, oyendo el ruido, no viesen la infame alevosa que usaban contra un hombre solo y extranjero. Y sin acordarse de su grandeza (que el amor no repara en calidades, cuando ve a peligro lo que se estima) les envi a decir se quitasen y viniesen todos a darle parte de aquel disgusto. Y llegando a su presencia la dijeron lo que su padre les haba mandado, aadiendo que Ricardo era cierto hablaba o quera a alguna dama de las que acompaaban a Su Alteza; ocasin bastante para que se entendiese lo que Dionisio pensaba estar tan secreto, que slo el cielo y ellos lo saban; y que as, para excusar el peligro que los amenazaba, era forzoso quitarle la vida. Esto replic Aurora en m fuera poca piedad consentirlo, y en vosotros demasiada traicin ejecutarlo, porque segn estoy informada habis recibido dse caballero buenas obras, y no es razn quitar la vida a un hombre que confesis vosotros mismos de partes tan amables, y ms por cosa que puede tener remedio sin sangre. Yo he sabido que Ricardo vio cierta noche a una de mis criadas, a quien por la novedad o por la ocasin dijo amores, y ella pienso no los escuch de mala gana; por esto me corre tambin obligacin de que no quede en esta isla, y pues para aseguraros basta su ausencia, ella y vuestro peligro tomo a mi cargo, que Ricardo es caballero y sabr callar lo que hubiere visto. Con esta esperanza se fueron contentos y Aurora qued entre mil confusiones, porque amaba de suerte a Ricardo que entre perder la vida y perderle sera muy poca la distancia (tanta es la fuerza del trato y comunicacin, pues cuando Ricardo fuera menos digno de su belleza, vindole y escuchndole, era forzoso engendrar alguna voluntad en su pecho). Y en fin, estaba tan resuelta, que ya la pesara de verse libre de aquella prisin, no por carecer de la agradable vista de Ricardo; que en llegando a las mujeres a amar, ni sienten las penas ni las desdichas, como las pasen en compaa de su gusto. Con razn dudaba el medio que haba de elegir que estuviese bien a su voluntad y asegurase sus criados; porque tenerle all a pesar de todos era aventurar su respeto y dar ocasin a sus enemigos para que intentasen alguna venganza ms fiera. Y as, aconsejndose primero con Celia, escribi un papel, en que le dio cuenta de lo que pasaba, rogndole encarecidamente guardase su vida y previniese su ausencia, dos cosas que parecan contrarias. Vino la noche, y sali la hermosa princesa a despedirse de Ricardo; y dndole el papel con un cofrecillo de plata envuelto en un tafetn leonado, sin poder hablarle, se fue a llorar las penas que la esperaban. Recogise tambin Ricardo, porque estaba con algn recelo del pasado disgusto, y besando la firma que deca Vuestra Celia, ley temeroso desta suerte: Seor mo: El cuidado que me debis es grande. Hoy os vi sacar la espada, y os aseguro que me distes pena; yo pienso que fue amor, aunque con poca dicha, pues ha de morir cuando empezaba a nacer. La causa somos los dos, porque imagino que se ha sabido parte de nuestra voluntad. Yo soy ms noble de lo que imaginis, y as importa a entrambos que os ausentis al punto: a vos, porque no os quiten la vida, y a m, porque no pierda la opinin. Creedme que lo siento, porque, en fin, os tengo amor y os pierdo. Vos os podis consolar con

que era imposible ser vuestra, no por amor a otro, sino por tener ms calidad que era menester. Ah os envo mil escudos para que os regalis en el camino, con una rosa de diamantes y esmeraldas que algn da la truje en el pecho, para que en vuestra tierra os acordis de que fue ma y su dueo vuestro. Despus de haber ledo y llorado la rigurosa sentencia de su muerte, se resolvi a obedecer al punto lo que en ella le mandaba Aurora; y para darla a entender alguna parte de su sentimiento, tom la pluma y respondi as: A dicha tuviera que hoy me dieran la muerte mis enemigos, pues en fin lo eran, para no venir a esperarla de vuestras manos. Maana antes que salga la aurora me ausentar de la vuestra, porque digis que supe amaros y obedeceros, que lo que no hiciera por el peligro de mi vida, har por el respeto de vuestro decoro. Lo que siento en esta parte no os digo, porque escribo turbado y no acertar en nada. Slo os aseguro que soy tan noble, que el rey de Sicilia no puede decir que es mejor. Yo vine de mi patria a casarme a este reino, y lo que har por vos ser volverme. 1 regalo agradezco, y no me excuso de pagarle algn da. La rosa guardar como prenda vuestra, y pues me habis dado tanta causa de penas, dadme tiempo para llorarlas, aunque espero sentirlas de suerte que, cuando menos pensis, os traigan nuevas de que perdi la vida quien supo amaros y no tuvo dicha para mereceros. Acabla Aurora temblando, y sin poder estorbar a los ojos que despreciasen cantidad de aljfar, le ba en lgrimas. Lleg Celia y quitle de las manos la ocasin; pero aprovech poco, porque no se la quit del pecho, y pasendose por una espaciosa sala se torca las manos, pidiendo al cielo aumentarse el rigor de padre y el aborrecimiento de Arminda, para que trazasen su muerte. Asombase el mar, pensando que ya su perdido dueo navegaba el undoso pilago, y en llegando a esto eran tantas las lgrimas y locuras, que temi Celia no intentase algn desatino contra su vida. Y as entre otras cosas le dijo: Es posible, seora, que un amor desigual pueda tanto que te obligue a excesos que si no los viera por los ojos no fuera posible creerlos de tu recato y cordura? Yo confieso que Ricardo merece ser querido, pero bien sabes que no es hombre de tus prendas ni puede honestamente ser tuyo. Y si no, dime, qu testigo hay de su nobleza ms que haberla referido l, cosa que es muy fcil no ser cierta, porque el ms humilde, estando donde no le conozcan, levanta mil testimonios a su sangre? Ay! replic Aurora. El no saberlo me da cuidado, porque si Ricardo es tan noble como me ha significado, algunas veces pudiera ser que hiciese lo que no pens de mi encogimiento. Y tengo para m acertara siquiera por salir de cautiverio; y no porque mi casamiento sea en tierra extraa perder la accin que tengo al reino despus de los das de mi padre; antes creo del amor que me tienen sus vasallos, que si me vieran en esta prisin, ni tuviera seguridad su reino ni su vida. Dime, Celia, qu puedo esperar en este castillo, sino la muerte? Mi padre est casado y enamorado (que no es poco). Arminda gobierna el reino y me quiere tan mal, que muchas veces llego a comer con recato, pensando me ha de mandar quitar la vida, aunque ausentndose Ricardo no ser menester otro veneno. Ay Celia!, si pudieras hacer que yo le hablara y me informara mejor de su calidad para no quedar con este escrpulo, no dudes que me hicieras una gran lisonja; porque, si es humilde, morir a manos de mi propio valor antes que admitir pensamiento de manchar mi sangre. Y si quisiese mi ventura que Ricardo fuese (como es posible) algn prncipe, que por casos de fortuna hubiese venido a parar en esta isla, ten por cieno que arriesgara mi vida por mi libertad, aunque en todo consultara primero tu entendimiento, para no errar por slo mi parecer. Oyla Celia, y compadecida de sus lgrimas empez a imaginar si podra haber algn medio para ver a Ricardo sin que se aventurase su vida. Era Celia de ingenio agudo y presto, aunque acompaado de tanta cordura, que siempre sala bien de lo que intentaba. Despus de varios discursos se resolvi en que para asegurar a sus enemigos era forzoso que por entonces no viesen a Ricardo, pues en lo ms espeso del monte poda estar algunos das, al cabo de los cuales viniese una noche, avisndole con Libero (hombre de quien ella se fiaba).

Hasta ese punto dijo Aurora bien lo has dispuesto; mas, para poder hablarle, qu traza queda? Porque desde aqu es peligrosa Si no me acabas de escuchar replic la discreta Celia, ni yo podr dar a entender que deseo servirte, ni t podrs llegar a lograr tu aficin. Digo, seora, que en llegando Ricardo a estas paredes, ha de subir con nuestra ayuda y la de una escala a este cuarto, que est cerca del tuyo, donde teniendo yo la llave de la ltima puerta estar seguro de atreverse a tu persona, y por esos balcones que miran hacia el mar podrs hablarle hasta que te satisfagas de su nobleza. Mira t ahora si te sientes con amor bastante para atreverte a esta fineza, que de mi parte te aseguro no cansarme hasta que pierda la vida en tu servicio. Alivise con esto Aurora y dio mil abrazos a Celia, la cual escribi un papel a Ricardo, avisndole de su determinacin, y encargando a Liberio que no se apartase un punto de su lado, para que en vindole partir se le diera y se fuera con l. Hzolo as, y cuando ya Ricardo tomaba el camino de Sicilia para ver si hallaba en ella su perdida gente, lleg Libero y le dio el papel y recaudo de Celia. Recibile Ricardo como quien va resucitar sus muertas esperanzas, y despus de haberle ledo y pagado las alegres nuevas, le inform Liberio de lo que haban de hacer. Y empezando a caminar por la confusa selva llegaron a un pobre albergue de pastores donde qued Ricardo, y Libero se volvi a dar parte a su seora de lo que pasaba. Desta manera estuvo cuatro das favorecido y regalado de Aurora, que cada da le enviaba a visitar con Liberio. Y una noche, tan obscura como la pudiera pintar el deseo de cualquier amante, lleg al palacio o a la esfera del sol de aquella isla, y despidindose de Liberio le rog que le dejase solo (que no de todo puede ser testigo un criado). Hizo luego una sea, y a ella salieron Celia y Aurora, y poniendo la escala, a pocos lances se hall Ricardo en el balcn. Y despus de haber besado las manos de Aurora por dueo suyo, y a Celia por seora de su duea, le llevaron por diferentes salas tan costosamente guarnecidas de brocados, doseles y pinturas, que no echaba menos la grandeza que haba dejado en Polonia. Y llegando a un cuarto que aventajaba a los dems por estar aderezado con esperanza de husped, le dijo Aurora que all se haba de quedar advirtindole lo que importaba el recato y la obediencia, y que el intentar lo contrario era poner a manifiesto peligro su vida. Segura la tendr por esa parte respondi Ricardo, pues no tengo ms voluntad que vuestro gusto. Agradecile Aurora la cortesa, y diciendo que por estar delante su seora no le deca muchas cosas que guardaba para ms soledad, se despidi, mostrndole el balcn por donde se podran hablar. Qued Ricardo tan contento como bien guardado, entreteniendo la mayor parte del da en contemplar aquel prodigio de belleza. Creca el amor de entrambos igualmente (que con el trato ningn amor es nio), y estando los dos una noche riendo sobre cul era quien amaba con ms verdad (pendencia en que a ninguno le pesaba de ser vencido), le dijo Aurora con algunas muestras de sentimiento: Muchos das ha, Ricardo mo, que deseo saber una verdad, aunque por no ponerme a peligro de que me mate no te la pregunto; pero por no vivir con este sobresalto habr de atreverme a mi muerte. Y as, digo que me importa no menos que el honor y el gusto saber quin eres para disponer de m con alguna resolucin, y desta verdad no quiero ms testigos que, saberla de tu boca, porque te tengo en tal opinin, que haciendo confianza de ti, no me has de tratar engaos. Yo soy noble, y tanto, que nadie puede decir tiene mejor sangre, porque esta seora que sirvo, aunque lo es ma, no me aventaja en ella; pues de los favores que me hace habrs colegido que la desigualdad no es mucha. La causa porque estamos en este castillo no puedo decirte, aunque si me respondes como deseo podr ser la sepas; y entretanto, te suplico por quin soy, por lo que me estimas y por lo que me debes, me satisfagas este deseo, que te prometo me tiene el alma con notable disgusto. Obligado de los ruegos de Aurora quiso Ricardo decir claramente quin era, pero por ser credo ms fcilmente la respondi que era nico hijo del almirante de Polonia, caballero tan

principal y tan amado del vulgo y de Eduardo, su dignsimo rey, que ocupaba el primer lugar en su amor y en el gobierno de aquella monarqua. No qued descontenta Aurora, pues la diferencia no era tan grande que borrase las dulces esperanzas que en el alma haba escrito. Solamente Ricardo estaba enojado con su propio pecho por parecerle que engaarla findose del tocaba en especie de traicin; pero la disculpa est en el propio delito, porque valerse de un leve engao para gozar lo que se desea es culpa muy fcil de consentir, y ms en el siglo que ahora pasa. Estaba Ricardo tan adelante en sus amores y tan favorecido de los divinos ojos de Aurora, que con haber nacido con natural desconfianza, se persuada a que ya le amaba. Y qu mucho, si las muestras que en ella va desta verdad traan consigo el crdito de que lo era! Comunic Aurora con su amiga Celia estas cosas y, en fin, se resolvi en decir a Ricardo la verdadera causa de su prisin para que la sacase della, llevndola donde estuviese segura del rigor de su fiero padre, aunque primero quiso dilatarle esta gloria algunos das para ver si se cansaba de esperar. No haba menester Aurora hacer tantas pruebas de la voluntad de Ricardo, porque viva tan satisfecho con slo amarla, que apenas solicitaba otros deseos, aunque tal vez quisiera salir de donde estaba para gozar de ms cerca su hermosura, si bien con nimo siempre de guardar a su honor el justo respeto que mereca. Y estando con este deseo, sucedi que Aurora, sintindose con poca salud, no pudo dejarse ver en cuatro das. Ricardo, llevando mal aquella ausencia (grande para quien tanto amaba), se determin de verla; y aunque pudiera ofender este atrevimiento a la palabra que haba dado, parece que con la ocasin poda disimularse. Y as, rompiendo una noche la cerradura lleg con tanto temor como silencio hasta la misma cama de Aurora, que por entonces se dejaba gozar del imperio de un breve sueo. Quedse Ricardo (y con razn) suspenso de ver la ms perfecta hermosura que se deba al pincel de la Naturaleza; y dejando la luz que traa sobre un bufete de plata, se puso a contemplar aquella muerta belleza y aquel vivo retrato de todo el cielo. Tena el cabello suelto sobre los hombros, sin ms prisin que una colonia verde, la mano derecha en la mejilla y la izquierda sobre la cama. Ricardo, con una turbacin de enamorado, tom el cristal, y aun se dice que le llev a los labios. Sintilo Aurora, que un accidente la tena inquieta, y con los ojos a medio abrir, como suele el sol cuando va despertando el da, vio un hombre junto a su cama, y despus de haber conocido que era Ricardo, encendida en una honesta vergenza, dio lugar a que, huyendo la nieve de las mejillas, se trocase el alabastro en claveles y prpura.*' Preguntle colrica que a qu vena. Respondi que a verla. Nunca entend replic Aurora me estimaras tan poco, que antepusieras tu gusto a mis ruegos y tu curiosidad a mi opinin. Yo te advert que nos importaba el honor y la vida el no salir de donde estabas, y no lo has hecho. Mira lo que de ti puedo colegir. Dirs que el amor ha sido la causa, y engate tu presuncin, porque, como sabes mejor, las finezas pueden ser con riesgo del galn, pero no con peligro de la dama. Esa osada, Ricardo, o por mejor decir, esa libertad, gurdala para mujeres de menos prendas (que no con todas tiene disculpa el atrevimiento), y ten por cierto que me siento tan ofendida en esta parte, que es ms lo que me has enojado con tal accin que cuanto me pudieras obligar en toda tu vida. Vulvete a tu cuarto y no desconfes de la libertad, si acaso tienes por prisin el verte tan encerrado, que maana hablar a mi seora para que con su licencia te vayas a donde quisieres, que un hombre tan colrico no es para pretensiones altas. Quiso responder y disculparse Ricardo, pero no se lo consinti Aurora, advirtindole el peligro en que la pona si le sintieran. Y as le fue forzoso irse tan triste de haberlo intentado, que quisiera ms haber perdido la vida. No estaba Aurora tan enojada como pareca, mas por dar a entender la majestad de su persona y acrisolar tambin el amor de Ricardo, la pareci discreto acuerdo no verle en algunos das. En cuyo tiempo sucedi que no pudiendo sufrir el vulgo la ausencia de Aurora (a quien amaba con extremo) empez a murmurar del rigor de su padre, diciendo que de un hombre que atropellaba su misma sangre, qu esperanza podan tener sus vasallos? Y seguase a esto que

con voces y aun con las armas en las manos, decan que les diese a su princesa. Puso miedo en el corazn de Dionisio la resolucin del vulgo. Y as, para quitarle y cumplir el gusto de sus vasallos, amigos y deudos, prometi a todos que en breve tiempo se la pondra delante de los ojos, de suerte que hubo menester salir aquella noche de secreto con Federico, privado suyo, y llegando donde estaba Aurora, despus de haberse disculpado de su rigor y dicho la causa de su venida, mand que al punto ella y las dems que la acompaaban se apercibiesen para la partida, porque importaba que estuviesen en Sicilia con brevedad. Turbse Aurora tanto que pudo hacerse sospechosa. Enmudeci Celia, y fue tan de repente la ejecucin de su triste ausencia, que aun no tuvo Aurora tiempo para llorar, aunque Celia lo traz de manera que pudiese hablar a Ricardo, pero tan turbada y temerosa, que apenas pudo ser entendida, porque con mal formadas razones le dijo: Ya, seor mo, ha llegado el tiempo en que podris salir desta prisin y lograr el deseo que tenis de ver a Sicilia, pues ha de ser fuerza dividirnos, aunque del amor que os tengo bien creo que os buscara en cualquiera parte. Un dueo que me dio mi fortuna, ms riguroso de lo que peda el nombre, me obliga a que viva ausente de lo que ms estimo. La ocasin es forzosa y quien manda poderoso; y as, perdonadme, y creed que no lo he podido excusar. Aqu vendr un criado que os pondr en Sicilia, aunque con menos brevedad de la que yo quisiera; y porque me estn mirando ms testigos que solan, Dios os d la vida que deseo. Triste y confuso se hall Ricardo en esta ocasin: triste, porque las palabras de Celia paraban en decir que le perda, y confuso, porque ignoraba la causa. No poda entender lo mismo que haba escuchado. Unas veces imaginaba que en castigo del pasado atrevimiento le notificaba la sentencia de que se fuese, y otras, le pareca que ella era la que se ausentaba. Y lo que ms le suspendi fue reparar en que tambin le dijo que un dueo que le haba dado su fortuna, menos piadoso de lo que peda el nombre, la obligaba a que no le viese, cosa que siempre le haba encubierto. Y dejando al tiempo (que es el espejo de los desengaos) la averiguacin desta verdad, se pas el siguiente da, sin que Celia ni una criada que tena cuenta de su regalo le visitase. Lleg la noche, y haciendo seas desde el balcn, le respondieron sus mismos ecos; y llegndose a escuchar a las puertas, vio que todo estaba en silencio. Entonces Ricardo sospech una de dos cosas: o que haba sucedido algn extrao caso, o que Celia ya no habitaba aquel palacio. Y despus de vencer algunas dudas, se resolvi a no dejarse morir, y abriendo la primera puerta con una daga, lleg hasta el cuarto de su ausente dueo; y volviendo los ojos a todas partes, hallando solamente una soledad escura, pens que haban resucitado los engaos y cautelas de Circe, y, en fin, crey su muerte; pero como se preciaba de segundo Ulises," as en el valor como en la desdicha y el ingenio, sac la espada y anduvo todo el castillo con nimo de ver si podra librarse de sus encantamientos. Entr en una sala (que a su parecer era la ltima), vio una pequea luz y ms adelante cuatro hombres; y acercndose a ellos les dijo que le dejasen salir libre o se previniesen a su muerte, porque vena tan desesperado, que le parecan sus vidas pocas para su clera. Admirados de ver un hombre donde apenas poda entrar el sol, con ser el mayor lince del cielo," sacaron (por cumplir con su oficio) las temerosas espadas contra Ricardo, y fuera cierto que peligrara la vida de todos, si uno dellos no llegara con una alabarda y se la pusiera a los pechos. Alterse el valiente mancebo, que tiene disculpa el temor cuando los enemigos son tantos que pueden ofender por todas partes; pero advirtiendo tambin que si se renda era ponerse a riesgo de que le prendiesen, y por entonces le llevaran afrentosamente a Sicilia, quiso ms aventurarse a su peligro que reservar la vida con muestras de cobarde. Y as, les notific a todos procurasen matarle, porque de no hacerlo haba de intentar que se trocase la suerte. Palabras fueron stas que turbaron a todos el alma (que el miedo aun para herir no tiene nimo), y, en efecto, se convinieron no slo en que se fuese, sino que uno de ellos le acompaase hasta ponerle en lo ms seguro del camino, por ser aquel pedazo de tierra tan cercado de montes y rboles, que sola perderse quien ms experimentaba sus asperezas.

Agradeciles Ricardo el beneficio, aunque ms nacido de miedo que de voluntad; y despidindose dellos, sali a la selva en compaa de uno que se preciaba de ms alentado, y antes que se volviese le pidi con grandes encarecimientos dijese quin era el dueo de aquel castillo, y para obligarle ms fcilmente le puso en las manos una sortija de lucidos diamantes. Apenas la recibi, aunque con muestras de no haber inters alguno para servirle, cuando le confes la verdad, diciendo que era una quinta donde sola Dionisio divertir el alma del cuidado que daban los negocios de todo un reino, aunque haba mucho tiempo que no la frecuentaba por estar en ella de secreto una hermosa hija que tenia llamada Aurora, a quien la noche antes, movido de los importunos ruegos de sus vasallos, llev a la corte. Esa seora dijo Ricardo no tena en su compaa algunas damas que la sirviesen? S tena replic el temeroso lisonjero, aunque una solamente, que se llama Celia, merece su voluntad; y con razn, porque fuera de ser tan singular su hermosura como su entendimiento, es hija del duque Arsindo, caballero que en Sicilia es de los ms poderosos y principales. Con esto se despidi Ricardo menos triste, y determin llegar a la corte encubierto para ver su querida y ausente Celia. Dejemos en este monte a Ricardo, en tanto que Aurora busca trazas para avisarle del repentino suceso; y escribiendo Celia en su nombre (como sola) un papel, dndosele a Liberio, le mand que fuese donde estaba Ricardo y, si fuera posible, le sacase sin que ninguno lo sintiese. No sucedi como Aurora y Celia deseaban, porque Federico, un caballero de quien el rey se fiaba en cualquier negocio, haba muchos das que amaba tiernamente a Celia, y ella le favoreca no slo con los ojos y la voluntad, sino con la pluma, asegurndole por muchos papeles que solamente l haba de ser dueo de su hermosura. No erraba Celia en esta eleccin, porque Federico era su igual en todo, y tena tan de su parte la voluntad del rey, que nunca faltaba de su lado. Este amor era tan secreto, que sola ella y el cielo lo saban; y preguntando acaso Federico a Liberio a dnde iba, no rehus decirle que a un recado de Celia; y vindole con un papel en las manos, sospech mal de su constancia, porque un hombre que haba estado sin verla muchos das fcilmente podra presumir su agravio. Disfrazse lo ms que pudo, y tomando un caballo le fue siguiendo. No pudo colegir el fin de su camino, viendo que se enderezaba hacia el mar, y como le viese entrar en una barca de pescadores, y que era ya de noche, metiendo su caballo, pas con ellos y Liberio a la otra parte (cosa que no les caus poca admiracin). En llegando los dos al bosque le dijo Federico que dejase all cuanto llevaba. Liberio, pensando ser algn salteador, sac unos escudos que le haba dado Celia, y se los puso a los pies, y luego empez a desnudarse, para satisfacerle de que no le quedaba otra cosa. Vio Federico el papel, y prometindole la vida si le deca para quin era, le oblig de suerte que confes el triste Liberio la verdad de cuanto saba. Confirm Federico su pensamiento, y dndole doblados los escudos, guard el billete y le mand se volviese a Sicilia. Qued Federico muerto y desengaado (que siempre viene lo uno con lo otro), y viendo que a pocos pasos estaba una cabaa de humildes pastores, dejando el caballo al pie de un rbol, lleg lo ms presto que pudo y, tomando una encendida tea que le sirvi "de hacha, sac el papel, rompi la nema" y ley lo siguiente: Por muchas causas he sentido esta ausencia, y en particular por ser de modo que no pude darte a entender lo que la senta. La disculpa que tengo es la misma verdad, y que despus sabrs ms despacio, si vista sta te vienes a la corte y [te] descubres a Su Majestad, que de su grandeza fo har de ti la estimacin que mereces. Y porque tardes menos en hacer lo que te suplico, no digo ms de que soy tuya como siempre. Celia. No puede la pluma encarecer el enojo, el sentimiento y la razn con que se quejaba el desengaado amante del mal trato de Celia y de la injusticia que usaba con su voluntad. Volvi a tomar su caballo con nimo de llegar al castillo para hacer pedazos a quien era causa de sus celos; pero no se lo consisti un piadoso pastor, rogndole pasase el rigor de la noche en aquella choza, porque intentar otra cosa era un gnero de desesperacin, por ser el camino demasiado

spero. Obedecile Federico, aunque con poco gusto, y echndose en una olorosa cama de espadaas y heno, vio cerca de donde estaba un hombre dormido, que en su gallarda disposicin daba seas de ser principal; y preguntando quin era, le respondi el pastor que habra cuatro horas que lleg a aquella cabaa, donde quiso quedarse para huir del rigor de la noche en su abrigo. Despert Ricardo, que l era quien dorma tan seguro, teniendo a su lado su mayor enemigo, porque cansado de caminar tuvo a dicha hallar aquel pobre albergue donde recogerse; y reparando en que no estaba solo, oy que el que le acompaaba maldeca con lastimosas quejas su amor, sus celos y su fortuna. Confuso y atento le escuchaba Ricardo y ms lo estuvo cuando le oy tratar de Celia, nombre que le alborot el alma, y atendiendo con ms cuidado oy que, hablando con su mismo pecho, deca: Es posible, ingrata, que has tenido nimo para malograr un amor de tantos aos y de tantas penas? Es posible que siendo principal no te libraste de liviana? Pues cmo, Celia, es buen trato para quien profesa tanta nobleza dar palabras a uno y engaar a otro? A un hombre que te ha querido con tanto recato pagas con tanta infamia? Pero quin duda que por no dar celos a ese Ricardo, que llamas dueo tuyo, me pedas que no hiciese demostracin de mi voluntad? Pues vive el cielo, que no me ha de ver la cara Sicilia sin que primero me pague los celos que he padecido por su ocasin. Yo le matar, ingrata, por empezar a vengarme en lo que ms quieres. Yo dir a voces tus liviandades. El mundo sabr que ha seis aos que te adoro, tan favorecido de tus pensamientos, que no tomaste vez la pluma que no fuese para asegurarme que eras ma. Mentiste, villana, como mujer, pues me dejas por un extranjero, que te engaa diciendo que es principal. Qu me puedes negar, si este papel que le escribes est diciendo tus bajezas y mis desdichas? Estaba Ricardo oyendo estas cosas tan fuera de s, que aun no crea que haba despertado; y celoso de que un hombre blasonase de favorecido de Celia, para volver por su opinin y castigar su loca arrogancia, se puso en pie y le dijo que le haba lastimado tanto escucharle alguna parte de sus ansias, que casi le tenan con tanto cuidado como a l mismo; mas si vindose con Ricardo le pareca que cesaran sus congojas, l haba estado la tarde antes con un caballero del mismo nombre, y podra ser que lo hallasen en lo espeso de aquella selva. No ser yo tan venturoso dijo Federico, porque conozco mi poca fortuna en llegando a desear una cosa. S pienso que seris replic Ricardo. Y encendiendo un pedazo de olivo seco, le rog que le siguiese, prometiendo ensersele antes de muchas horas. Salieron los dos con esta conformidad, y cuando ya estaban en lo ms intrincado del bosque, arrim Ricardo la luz a un rbol, y sacando la espada airosamente, le dijo: Yo soy Ricardo, yo soy tu mayor enemigo; yo quiero a Celia, y he de gozarla aunque lo estorbase el mismo rey de Sicilia. Y pues dices que me buscas con tanto deseo, goza de la ocasin que te ofrece mi temeridad*. Y si acaso te excusas de sacar la espada conmigo, porque no me conoces, advierte que soy tan noble que se engaa quien imagina que puede aventajarme en calidad. Yo he servido a Celia, si no con tanto secreto, a lo menos con ms amor. Si te ha querido y te olvida, qujate de tu fortuna, no de su facilidad. Y pues ese papel que gozas injustamente dices que le enviaba para m, dmele, porque le junte con otros que tengo suyos, si no quieres que te lo pida o quite de otra manera. No pienses respondi Federico que me alborotan el nimo tus amenazas, as porque tengo hecho el corazn a mayores empresas, como porque s que antes de mucho te has de arrepentir de esa loca osada. Mas porque sepas la causa que me obliga a buscarte con tanta codicia y la razn que tengo para quejarme de Celia, escucha sus traiciones, y despus me confesars que no es mucho hable en ella tan demasiado. Celia y yo ha muchos aos que nos correspondemos con un amor honesto y recatado; pero como se ausentase de m por ciertas causas, fui tan poco dichoso, que en este tiempo te vio y te am. Y si por amarte a ti se descuidara con mi voluntad, no tuviera tanta queja; pero ha sido tan diferente, que nunca me ha favorecido con tantos estreios; y porque no pienses que son palabras de celoso, sino verdades

de caballero, mira si es mentirosa esta informacin. Y sacando del pecho cantidad de cartas y papeles, se los arroj a los pies. Ley Ricardo algunos, y entre ellos el suyo y otro que aquel mismo da se haba escrito para Federico. En gran rato no quit los ojos de aquellas letras, parecindole que no era posible hubiese en el mundo mujer tan fcil y cautelosa. Y satisfecho de sus traiciones, junt los falsos papeles de una y otra parte y los entreg al fuego, para que consumiese (si pudiera) tantos engaos. Y al punto Federico, con la espada en la mano, le dijo que para que conociese haber nacido con obligaciones de caballero, se previniese a la defensa, pues no sera bien se dijese en Sicilia que, habiendo tenido a su enemigo en el campo, le dejase con vida. No ser menester prevenirme respondi Ricardo, porque lo estoy desde que te saqu a este bosque. Y acometindole fuertemente se empez la batalla, sin conocerse ventaja de ninguna parte, si bien Federico andaba ms fatigado, como menos diestro en el ejercicio de las armas. Y dejndose atajar Ricardo dio un comps de pies, y formando un revs y un tajo le alcanz en la cabeza una peligrosa herida. No perdi Federico el valor por ver baado el rostro en su noble sangre, antes encendido con el deseo de su venganza se meta por la espada tan ciego, que hubo menester Ricardo todo lo que saba para que no le desbaratase. El ruido de las espadas despert el descuido de los pastores, que con silbos andaban recogiendo un copioso ejrcito de ganado, y llegando a tiempo que ya la falta de sangre en Federico le iba disminuyendo las fuerzas, no la clera, acudieron todos a l por verle ms necesitado, y llevronle a su cabaa, donde con hierbas saludables le curaron y regalaron. Suspenso qued el valiente prncipe, tanto del mucho valor de Federico como de la fcil condicin de Celia, y esperando a que llegase el da, con nimo de embarcarse y volver a los ojos de sus vasallos, se acerc al mar, y discurriendo sobre los varios sucesos de su fortuna, vio una nave que en su poca hermosura y mucha falta de jarcias y velas daba a entender que haba padecido las iras del inconstante Neptuno. Repar en las armas que traa, y conociendo que eran suyas lleg ms cerca para satisfacerse de la verdad, pero durle poco esta duda, porque saltando en tierra Ladislao, hijo del almirante de Polonia, con los dems que le haban venido acompaando, le conoci; y ellos vindole vivo, dieron gracias al cielo por el favor que les haba hecho. Contronle cmo despus de haberse visto en aquella tempestad con la muerte a los ojos, quiso su fortuna que se quietase el mar; y llorando todos la ausencia de su prncipe, se determinaron a no volver sin l a Polonia, pues era posible haber salido del agua con vida. Agradeciles Ricardo con favores y mercedes sus nobles intentos, y haciendo que se reparasen en aquella selva, se determin a que entrasen encubiertos en Sicilia, por no volver a Polonia con aquel deseo, y tambin por ver si le aficionaba la hermosura de Aurora, para vengarse de la mudable Celia. Con este intento lleg a la corte, mas no pudo estar tan oculto que no viniese a noticia de Dionisio, que luego le fue a visitar, honrndole con tanto exceso, que le faltaban a Ricardo palabras para dar a entender cuan agradecido le tenan tantos favores. Llevle Dionisio a ver a la infanta, porque conoci que la principal causa de su venida era su hermosura. Cuando Ricardo vio que hablaba con Celia y que todos la llamaban Aurora, se admir de manera que quiso a voces quejarse de Dionisio, porque le trataba con semejante engao. Mas viendo que Ladislao (que haba estado por embajador en Sicilia) le aseguraba de que era Aurora, pens perder el juicio, y sin tratar a Dionisio en cosa que tocase a aquella materia, intent volverse a Polonia, pues no era para esposa suya mujer que haba tenido amor a otro. Bien diferentes pensamientos tena Aurora, porque viendo cuan de su parte estaba la fortuna, en que Ricardo fuese su igual en todo, contaba las horas, buscando trazas para que se lograse su honesto deseo. Ya Celia saba el disgusto que haban tenido Federico y el prncipe; y estando Aurora quejndose del porque no solicitaba lo que tena tan deseado, la dijo Celia que la causa de estar tan tibio en su amor era el engao de sus papeles. Y luego cont lo que haba pasado, advirtindola que tambin era causa aquel engao de perder ella a Federico, porque tena los mismos celos, de suerte que a entrambas importaba se deshiciese la secreta cautela que haba en aquella voluntad. Y disculpando Aurora la tibieza del prncipe, nacida ms de su honor

que de su descuido, llam a Federico y le refiri todo el suceso, porque no sospechase cosa en desprecio del honor de Celia, y le mand fuese a ver de su parte a Ricardo, y le diese a entender el engao en que \e tenan sus celos. Obedeci Federico (libre ya de las pasadas sospechas), y habiendo besado la mano al prncipe, le pidi perdn de haber sacado con l la espada, aunque sin conocerle. Entonces Ricardo le dijo que antes estaba inclinado a su valor, y le quera tener por amigo. Yo pagar a Vuestra Alteza esa honra respondi Federico dndole unas nuevas que merecen albricias. Y luego le cont la causa por que Aurora vivi retirada en aquel castillo, y cmo por imaginarle desigual a su grandeza disimul su nombre, trocndole por el de Celia, hasta informarse mejor de su calidad; y por no estar a peligro de que alguna persona conociese su letra, hizo a Celia escribir de su mano. Y que la razn de ir l a buscar a Su Alteza a aquella selva era por haber muchos aos que amaba a Celia (segn poda colegir de sus palabras), y viendo la letra y firma suya haba confirmado sus injustos celos en agravio de la honesta voluntad de Celia. Admirado y contento le dejaron al prncipe las palabras de Federico, y echndole al cuello los brazos en seal de su amor, y del gusto que haba recibido, le dijo que las nuevas eran tan conformes a su deseo, que el tiempo solamente dira cmo las estimaba. Fuese luego a hablar a Dionisio, en razn de su voluntad. El cual, por pagarle la fineza de haber dejado su patria, y porque ninguno como Ricardo mereca tan dignamente a la princesa, se la prometi. Y en tanto que escriban a Eduardo, padre del prncipe, sobre los conciertos, tuvo lugar Ricardo de verla y murmurar del gracioso engao con que haba credo sus celos. Hicironse las capitulaciones con las mayores fiestas que haba visto Sicilia, celebrando juntamente los desposorios de Federico y Celia (que la firmeza de entrambos mereci tan dichoso fin). Y despus de algunos das se embarcaron para Polonia, acompaados de toda la grandeza de la corte. Recibilos Eduardo con el gusto que se puede creer de un padre que, habiendo imaginado a su hijo perdido o muerto, le hallaba tan mejorado en todo. Y vindose cargado de aos, y que sus achaques no le consentan ser Atlante de tanto peso, traslad la corona en la cabeza de su hijo. Y para que el gusto de tan grande amor estuviese ms cumplido, quiso el cielo darle a los primeros aos un hermoso nieto, viviendo siempre Ricardo y Aurora tan conformes y tan amantes, que siempre pareca que se acababan de casar.

FIN DE LA NOVELA PRIMERA

LA FUERZA DEL DESENGAOAL ILUSTRSIMO SEOR DON FRAY PLCIDO DE TOSAMOS, OBISPO DE ZAMORA, DEL CONSEJO DE SU MAJESTAD. Naci conmigo, ilustrsimo seor, tan fuerte inclinacin a los grandes ingenios, que desde el principio de mis estudios contemplaba por imgenes e ideas los antiguos, que con tan altos escritos hicieron de sus libros templos a la inmortalidad de su nombre, como si los tuviera presentes. Ni esto es nuevo a nuestra naturaleza, pues entre los deseos vehementes que tuvieron algunos, de San Agustn se escribe que deseaba haber visto al dueo soberano de las divinas obras en el hbito mortal con que andaba en el mundo, a Roma cuando fue cabeza y a San Pablo predicando. Esto ltimo, en imitacin, vieron en Vuestra Seora muchos aos los que en esta corte tuvieron tanta dicha. Los pocos mos y las ausencias que della hice a la Universidad de Alcal, me privaron deste bien; pero no de los deseos, que juntos con mi inclinacin me obligaron a amarle y a tenerlos siempre de servirle, sin necesidad de ms premio que mi propio amor, que el verdadero se paga de s mismo, parecido en esto a la virtud, divitiis animosa suis; porque, en opinin de Quintiliano, menos ama quien por necesidad ama. Consolado de que sirviendo a seor discreto, cuando en admitirme no pueda pagarme, por lo menos conocer que me debe. Y aunque debiera loar a Vuestra Seora por muchas causas de obligacin y congruencia, con todo eso, la grandeza de sus virtudes, milagroso ingenio y copiosas letras en diversas facultades (de que han dado insigne testimonio tantas ctedras, pulpitos y disputas en Espaa y en Italia, donde Vuestra Seora fue tan honrado y favorecido del romano pontfice), detiene mi humildad a imaginarlas, cuanto ms a describirlas. Esta excusa es para Vuestra Seora y para m de haber escrito estas novelas ser la comparacin del Evangelista con la cuerda del arco a la ocupacin continuada del entendimiento, y haber querido probar la pluma, como los pintores los pinceles menos sutiles en las primeras lneas. Vuestra Seora, con este advenimiento, reciba en su proteccin y servicio la segunda novela, cuyo ttulo es La fuerza del desengao, como suelen los grandes maestros con los renglones de los temerosos discpulos, hallando en los rasgos alguna esperanza de mejor forma. Guarde Dios a Vuestra Seora muchos aos. Su criado, el Licenciado JUAN PREZ DE MONTALBN

NOVELA SEGUNDA Seis leguas de la corte tiene su asiento la insigne villa de Alcal, cuyo nombre quiere decir castillo rico, por la abundancia de ingenios que la ilustran. Su nobleza es tan antigua que en tiempo de Leovigildo, rey de los godos, fue catedral, siendo su primero obispo Asturio, a quien sucedieron Novello y Venerio, segn afirma el doctsimo padre Juan de Mariana en el libro cuarto de su Historia. El temple del cielo es de los mejores de Europa; sus edificios, muchos y buenos, y la grandeza de las escuelas como sabe el mundo. Obra, en fin, de aquel santo prncipe de la Iglesia fray Francisco Jimnez de Cisne ros, que a imitacin de la de Pars fund en ella esta tan clebre Universidad. Rigala Henares, tan apacible y caudaloso como celebrado de los poetas, corriendo entre una fresca y hermosa alameda guarnecida de rboles y flores. Aqu vino a estudiar un caballero llamado Teodoro el galn (con tanto extremo lo era). No quiso la Naturaleza deslucir su buen talle con algn defecto del alma porque aunque muchas veces reparte en diversos sujetos las gracias y bienes de fortuna, haciendo al discreto, pobre, a la hermosa, necia, al ignorante, rico, y a la fea, entendida, Teodoro tuvo alguna excepcin en esta parte, gozando con una misma igualdad la riqueza, el valor, el ingenio y la cortesa. Y como el amor y los pocos aos andan tan juntos, emple el suyo en una dama principal llamada Narcisa, en quien tena todo el lugar puestos los ojos, tanto por su nobleza como por su hermosura. Serva tambin a Narcisa otro caballero de la misma villa, cuyo nombre era Valerio, que aunque en la sangre pudiera tener ms ventajas, con su mucha riqueza disimulaba esta falta. Senta el padre de Narcisa que Valerio se atreviese a mirarla, sabiendo que todos conocan a sus abuelos, mas era tan liberal, y tena tan de su parte las criadas de Narcisa, que pensaba a costa de su hacienda no haber menester a su padre. No iba Valerio muy lejos de la verdad, porque el mejor medio para lograr cualquiera voluntad es tener dentro de una casa quien acredite y defienda el amor de un hombre; aunque esta costumbre o esta ley sali incierta, porque Narcisa aborreca a Valerio y adoraba a Teodoro, que su gallarda la haba rendido el alma; pero esto con tanto recato, que ni Teodoro saba su dicha, ni Valerio alcanzaba a entender su mala fortuna; porque en las ocasiones donde suelen los ojos informar de las travesuras del pecho, estaba ms indiferente, teniendo siempre tan cubierto el rostro, que eran pocos los que se podan alabar de haberla visto. Y si alguna vez se descuidaba, era con tanta modestia, que sin descomponerse mataba y favoreca. Quisiera Teodoro darla a entender su mucho amor; y as, una tarde, vindola salir de su casa, se lleg a ella, y dejando con disimulacin caer un lienzo a sus pies, le volvi a levantar, y besndole, la dijo: Mire vuestra merced que se le ha cado este lienzo. Bien conoci Narcisa que no era suyo, pero la curiosidad y el amor la obligaron a que con una honesta cortesa le recibiese; y desenvolvindole hall que era rebozo de un papel, que en fe del amor de su dueo deca: Siempre he odo decir que los amantes son atrevidos; y yo, con serlo tanto, slo s padecer los desdenes de vuestros ojos. Llamo desdenes, porque no permits que los goce quien los adora. Y si lo hacis por tenerme lstima, sabiendo que han de abrasarme sus rayos, doy por recibida esa piedad; y en tanto que soy ms dichoso, slo quiero sepis que os adoro, y pasis los ojos por esos versos, hijos de mi cuidado; y estad muy consolada de que los entenderis sin consultar a nadie, que en este tiempo no es la menor fineza: Divina causa del desdn que lloro, mi amor no os encarezco ni pudiera, que intentar resumirle, contar fuera del mar las conchas y de Arabia el oro. Sin ver la cara del favor, adoro de vuestros soles la divina esfera,

y de una voluntad tan verdadera no se puede agraviar vuestro decoro. El pensamiento y el amor engao con la esperanza que les doy de veros, aunque con ella mueren todo el ao. No os lastime el amor que he de teneros, porque despus, mi bien, de hacer el dao, poco importa matarme ni esconderos. No haba menester Teodoro ser tan bien entendido para agradar a Narcisa, porque ya le haba entregado de todo punto el imperio de su albedro. Pasaba lo ms de la noche en su calle, sin que se lo estorbase el hielo ni el agua; pero qu mucho, si ya Narcisa le acompaaba en una reja hasta que la aurora sala a estorbar sus honestos amores? Las msicas estaban en este tiempo ms validas, y as, muchas noches despertaba los odos de Narcisa la suavidad de varios instrumentos, aunque ya se han reducido los galanes a pretender por medios ms seguros y de menos ruido. Mucho quisiera la hermosa dama que Teodoro descubriera a sus padres su amor, para que tuviese el suceso que entrambos deseaban; y as, le persuadi a que los hablase. Hzolo el caballero, parecindole que, siendo su igual en todo, tendra fin dichoso su confianza; pero no le sucedi como imaginaba, porque aunque Teodoro era noble, discreto y bienquisto, tena opinin de travieso por haber sacado en algunas ocasiones la espada, si bien despus que amaba a Narcisa viva tan olvidado de sus travesuras, que slo trataba del aumento de sus estudios con fin de obligarla y merecerla. Los padres de Narcisa, temerosos de la condicin y bros de Teodoro, le dijeron que les perdonase, porque la tenan casada y era imposible dejar de cumplir lo que una vez haban prometido. Desesperado escuch Teodoro esta respuesta, y en llegando la noche fue a verse con Narcisa y triste y enternecido la dijo: Mucho ha sido, bien mo, sabiendo que he de perderte, venir a tus ojos con vida. Hoy habl a tus padres, y me respondieron que te haban casado, o que estaba empeada su palabra; de suerte que con gusto suyo ha de ser imposible que puedas ser ma. Mira t cul puede estar un hombre que te ha querido algunos aos. Yo te pierdo, y si no te atreves a alguna temeridad, es fuerza que te mires en otros brazos. Esto digo, para que si me tienes algn amor lo remedies; porque si t ests de parte de mi voluntad, ser tu esposo, aunque lo estorbe todo el mundo. Si se puede casar una mujer sin que ella lo sepa respondi Narcisa, posible ser que yo lo est; pero si ha de ser con gusto mo, bien puedes creer Teodoro que slo tu amor ha de merecerme. Y cuando con mis padres no bastasen ruegos y resistencias, te estimo de manera, que intentar cualquier locura; pero mientras ellos no me hacen fuerza, no ser razn darles pesadumbre. Y con esto se despidi Teodoro, ms asegurado de su temor. Tena Narcisa un hermano algo atrevido, y viendo una noche a Teodoro junto a la puerta de su casa, parecindole que no cumpla con su obligacin si no le echaba de la calle, quiso reconocerle. Y como Teodoro estaba tan ajeno de disgustar a Narcisa, procur con buenas palabras obligarle para que no porfiase en lo que intentaba; mas viendo que ni con ruegos ni cortesas poda reducirle, se determin a defenderse retirndose, as por no ofenderle, como por excusarle de que le conociera. Parecindole a su contrario que el sacar tantos pies era falta de valor, le dijo, llamndole por su nombre, que le esperase, si acaso no tena costumbre de huir en vindose solo. No imagino replic Teodoro que podr decir ninguno que me ha visto cobarde, y quien lo pensare se engaa, por no decirle que miente, pues si me he retirado de vos no es por haberos temido, sino por mirar en vuestro espejo a Narcisa, a quien amo tiernamente. Y pues ya me habis conocido, para que tenga de aqu adelante mejor opinin con vos, mirad quin es ahora el que se retira.

Y acometindole, enojado y corrido, le dio estocada por debajo de los pechos, de que estuvo algunos das en la cama, y Teodoro en un monasterio. El sentimiento de los padres de Narcisa viendo esta desdicha fue grande, y el de Teodoro, sin comparacin, mayor, por el disgusto que tendra ella, pues de todo la haban de dar la culpa como causa de aquellos efectos. En tanto que se hacan las amistades entre Teodoro y su enemigo (que ya estaba bueno), puso Valerio tanto cuidado en su amor, que vino a concertar (ayudado del oro) con una criada de Narcisa, le pusiese en su aposento para gozar por ardid lo que no poda por mritos. Y estando una noche la descuidada doncella aguardando a Teodoro para arrojarle un papel en que le daba parte de la resolucin que tena, vio que de las cortinas de la cama sala un hombre, y aunque con el sobresalto quiso dar voces, slo la report dudar si sera Teodoro; mas fue tanto el ruido de una perrilla, que despert a su hermano, y subi con la espada desnuda, a tiempo que Narcisa estaba averiguando quin era. Hallse Valerio confuso, viendo que le haban sentido, y para que no le conociesen, procur volverse a la puerta por donde haba entrado, y cubriendo con el bronquel la cara, se fue retirando hacia la escalera. Alborotse toda la casa, levantse el viejo medio desnudo y hallse Valerio tan turbado, que en lugar de salir a la calle, por huir de los que le seguan, se meti en un patio de la misma casa. Bajaron en su alcance padre e hijo, y hallando la puerta principal abierta, tuvieron por sin duda que habra salido por ella, y dando vuelta a la primera calle vieron en ella un hombre solo, a quien sin otra informacin le empezaron [a] acuchillar, y mucho ms cuando conocieron que era Teodoro, que cansado de esperar a que Narcisa saliese, como otras noches, se iba a recoger a su casa; y conociendo a los dos, imagin que, sin duda por vengarse del pasado disgusto, intentaban aquel desatino. Lleg a este tiempo la justicia de la Universidad, y sabiendo de ellos mismos la causa, le llevaron a la crcel y depositaron a Narcisa en casa de un deudo suyo. Ya Valerio, viendo su dicha en que no le buscasen, haba salido, y se hallaba presente a todo esto (que muchas veces sucede que el mismo que ha hecho un delito vuelve a informarse del suceso). Repar Teodoro en que el padre y hermano de Narcisa juraban haberle hallado con ella, y volvindose a ellos les dijo que no era buen medio para no drsela valerse de aquel fingimiento, pues antes era hacer su negocio. No es eso lo que procuro respondi el airado viejo, sino castigar la maldad con que afrentis mi casa, rompiendo las puertas y sobornando las infames criadas para engaar una doncella principal. Perda Teodoro el juicio con estas cosas, y lo que ms le haca desatinar era que Narcisa lo confirmase; porque viendo que l fue a quien hallaron su padre y hermano, le tuvo por autor de aquel hecho. Y Teodoro, reparando ms despacio en que lo decan todos, vino a sospechar si algn amante, o por ms favorecido o por ms osado, haba merecido aquella noche el favor de Narcisa. Ayudle a creer este pensamiento ver que los mismos que siempre haban impedido su amor solicitaban que se efectuase, porque no poda restaurarse el honor de Narcisa de otra manera. Y cuando todos sus deudos se conformaron en que fuese suya, respondi que no le estaba bien, porque si la causa era haberla hallado con un hombre, que decan era l, y de s saba lo contrario, claro estaba que otro sera quien hubiese gozado aquella ocasin. Supo Narcisa esta respuesta, y dio como loca voces, quejndose al cielo de la sinrazn de Teodoro. Y despus de harta de llorar, viendo perder junto con la opinin el gusto, se ech a los pies de su padre, pidindole con lgrimas la quitase la vida, en pena de haber puesto los ojos en un hombre tan ingrato, asegurndole tambin de su inocencia en lo dems, por no haber sido parte en aquella liviandad, ni poder decir con certeza quin era el traidor que se atrevi a su casa. Sacle de confusin al padre de Narcisa un papel que le escribi Valerio, confesndole la verdad y ofrecindose por esclavo suyo. Y l, porque la virtud de su hija no anduviese en opiniones, envi a llamar a Valerio y le cas con ella, sin decirla lo que haba sabido, porque no tuviese ocasin de disculpar a Teodoro. Y la afligida dama, por vengarse de su inconstancia, quiso ofrecerse a vivir muriendo, pues fue lo mismo dar la mano a un hombre que aborreca.

Dejaron con esto de perseguir a Teodoro, y spose luego la verdad del suceso, porque Valerio la public, para que ninguno pensase mal de la honestidad de su esposa. Conoci Narcisa que no haba tenido culpa Teodoro en negar lo que no haba hecho, y Teodoro la disculp a ella tambin, de suerte que los dos se lastimaban sin poderse remediar el uno al otro. Ay perdida prenda deca Teodoro, quin duda que ya estimas tu esposo por el nombre siquiera, y que te has olvidado deste triste, que te ha querido seis aos en confianza de una palabra! Ay Narcisa, Narcisa, qu presto te vengaste de la ofensa que no comet! Bien pudieras aguardar siquiera un da, para que en l te desengaaras de mi verdad y de la traicin de Valerio! No estaba la confusa dama menos llorosa, vindose a todas horas con un hombre que la martirizaba el alma. Mucho tena que sentir Teodoro, pero mucho ms Narcisa; porque un hombre tal vez se divierte, y por lo menos tiene libertad y tiempo para llorar; pero a ella an le faltaba este gusto, que una mujer, por no hacerse sospechosa con el enemigo que tiene al lado, consume entre s misma sus ansias y viene a estado que no slo no las remedia, pero no tiene licencia para sentirlas. Ausentarse quiso Teodoro de Narcisa, para no sentir cada da el dolor de haberla perdido; aunque primero gustara de verla para despedirse de sus ojos, y que supiese cmo iba, que todo el ansia de quien ama es dar a entender lo que padece; mas no era posible, porque Valerio viva celoso, y a cualquiera parte que sala la acompaaba. En efecto, se determin (tanto obliga un amor resuelto) a parecer lo que no era; y trocando las galas de estudiante por el hbito de dama, estuvo aguardando una tarde a que se fuese Valerio, y entr en su misma casa, preguntando por Narcisa, que bien ajena del engao llev a su amante hasta su cuarto, y rog que se descubriese, porque la tena con cuidado. Con ms estar yo respondi Teodoro, pues os llego a ver desta manera. Y apenas le conoci, cuando cobarde, suspensa y turbada, empez a temblar, diciendo: Ay seor mo, qu poco os debe mi honor y mi vida, pues lo aventuris todo a tan conocido peligro! Tan pocas os parecen mis penas, que me queris dar nuevos temores y sobresaltos? Basta, Teodoro, que por vos ni tengo gusto, ni vida, sin aadirme este forzoso miedo. Idos, seor, por vuestra vida, antes que Valerio venga y os sienta, pues veis que la ocasin es tan fuerte que no puede darme ninguna honra. No quiera el cielo replic Teodoro que quien te estima tanto sea causa de tu disgusto. Yo no he venido a darte pesadumbre, aunque me sobran tantas que pudiera repartir contigo; slo quiero preguntarte cmo te va de gusto, porque si acaso ests consolada, no ser razn que viva de manera que cause en todos mis enemigos, no slo venganza, sino dolor. Mal hecho es que diga esto un hombre con lgrimas; pero tambin se hizo el sentimiento para ellos. Yo te perd, Narcisa; debi de ser porque no te merezco; si bien es verdad que tu dueo slo me aventaja en tener ms dicha. Y supuesto que l te goza, no es mucho que yo me desespere o procure apelar a tu piedad para que tengas lstima de mis aos; porque si tratas de ser tirana conmigo, bien puedes tener por cierto que he de hacer cosas que escandalicen el mundo y vengan a parar en quitarme la vida. En gran rato no pudo responderle Narcisa, porque un copioso llanto detuvo la voz en la garganta, y despus le dijo que sus padres la pudieron casar, pero no quitarla el amor que por tantos aos se haba hecho natural en su pecho, y que aunque su virtud no la consenta darle otras esperanzas, estaba de suerte que, a tener ocasin, fuera posible que se olvidara de su honestidad. Despidise Teodoro ms alentado con estos favores, y ella qued combatida de pensamientos diferentes. Por una parte, la mova el amor de Teodoro, y por otra el honor de su marido la refrenaba. Mucha era su virtud, pero tambin era grande su voluntad, y dejndolo todo en manos del tiempo, se resolvi a escribir a Teodoro con nimo solamente de divertir sus desdichas, en tanto que la fortuna remediaba su vida o prevena su muerte. Tuvo Teodoro en este tiempo cartas de que h