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1 PEREGRINOS Y EXTRANJEROS EN ESTE MUNDO… (RB 6,2) Antes de empezar Se ha propuesto este tema con motivo del “aniversario de la peregrinación de Francisco a Santiago de Compostela”, acontecimiento que, según las dudosas fuentes franciscanas que lo señalan (1Cel 56), tiende a situarse entre 1213 y 1214. Creo que, a la vista de estudios de distintos momentos, especialmente los habidos recientemente 1 se puede concluir sin temor que muy difícilmente Francisco de Asís ni recorriera la ruta jacobea ni pisara tierras peninsulares, por más deseo de ir a tierra de sarracenos (RB XII) que tuviera, lo que no supone que no hubiera una muy temprana presencia franciscana en España, en concreto, en la ruta jacobea. Con todo, estos acontecimientos se terminan convirtiendo en “excusa”, más aún, en “oportunidad” para tratar temas relacionados que nos afectan e implican hoy directamente si queremos continuar, como Francisco, “siguiendo las huellas y pobreza de Aquél que fue pobre y huésped”. Introducción Al inicio de esta reflexión, quisiera recordar algunos datos evidentes y que, por su influencia en la reflexión, quisiera expresar. Los primeros datos que además están a la vista son mi condición de mujer y terciaria. Esto, más que una afirmación de identidad de género o constituir una mera referencia de pertenencia en la Familia, innecesarias por obvias, tiene consecuencias en el modo de acercamiento al tema: - La primera, que, en tanto que no pertenezco a la Primera Orden, en mi aproximación apenas me detengo en las vicisitudes históricas que para los hermanos menores ha significado la tensión -casi irresoluble en el paso de los siglos- por los temas de 1 Cf. Por citar sólo los más recientes: GARCÍA ORO, José, Francisco de Asís en Compostela. Aspectos de una tradición franciscana: Compostellanum, vol. 57, nº 3-4, 2012, pp. 143-154; VOLTAN, Giovanni, VIII Centenario dell pellegrinaggio di san Francesco d'Assisi a Santiago di Compostella: 1213-2013: Acta Ordinis, Ianuarii-Aprilis 2013 - n. 1, pp. 151-154, donde -citando un artículo sobre el tema de Valentín Redondo, concluye: "più che VIII Centenario di Francesco alla tomba dell’apostolo Giacomo, personalmente amerei intitolare tale ricorrenza alla fraternitas francescana. Così: VIII Centenario del pellegrinaggio dei frati minori a Santiago (o: dei primi francescani a Santiago)". Unos años antes: PELLEGRINI, Luigi, Los cuadros y tiempos de la expansión franciscana, en: AA. VV. Francisco de Asís y el primer siglo de historia francisana, Ed. Franciscana Arantzazu, Oñati (Guipúzcoa) 1999, pp. 185-225 y IRIARTE Lázaro, Pellegrino, en: CAROLI, E., (Coord.), Dizionario Francescano, Edizioni Mesaggero, Padova 1995 2 , 1440.

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PEREGRINOS Y EXTRANJEROS EN ESTE MUNDO… (RB 6,2)

Antes de empezar

Se ha propuesto este tema con motivo del “aniversario de la peregrinación de

Francisco a Santiago de Compostela”, acontecimiento que, según las dudosas fuentes

franciscanas que lo señalan (1Cel 56), tiende a situarse entre 1213 y 1214.

Creo que, a la vista de estudios de distintos momentos, especialmente los habidos

recientemente1 se puede concluir sin temor que muy difícilmente Francisco de Asís ni

recorriera la ruta jacobea ni pisara tierras peninsulares, por más deseo de ir a tierra de

sarracenos (RB XII) que tuviera, lo que no supone que no hubiera una muy temprana

presencia franciscana en España, en concreto, en la ruta jacobea.

Con todo, estos acontecimientos se terminan convirtiendo en “excusa”, más aún, en

“oportunidad” para tratar temas relacionados que nos afectan e implican hoy

directamente si queremos continuar, como Francisco, “siguiendo las huellas y pobreza

de Aquél que fue pobre y huésped”.

Introducción

Al inicio de esta reflexión, quisiera recordar algunos datos evidentes y que, por su

influencia en la reflexión, quisiera expresar.

Los primeros datos que además están a la vista son mi condición de mujer y

terciaria. Esto, más que una afirmación de identidad de género o constituir una mera

referencia de pertenencia en la Familia, innecesarias por obvias, tiene consecuencias en

el modo de acercamiento al tema:

- La primera, que, en tanto que no pertenezco a la Primera Orden, en mi aproximación

apenas me detengo en las vicisitudes históricas que para los hermanos menores ha

significado la tensión -casi irresoluble en el paso de los siglos- por los temas de

1 Cf. Por citar sólo los más recientes: GARCÍA ORO, José, Francisco de Asís en Compostela.

Aspectos de una tradición franciscana: Compostellanum, vol. 57, nº 3-4, 2012, pp. 143-154; VOLTAN,

Giovanni, VIII Centenario dell pellegrinaggio di san Francesco d'Assisi a Santiago di Compostella:

1213-2013: Acta Ordinis, Ianuarii-Aprilis 2013 - n. 1, pp. 151-154, donde -citando un artículo sobre el

tema de Valentín Redondo, concluye: "più che VIII Centenario di Francesco alla tomba dell’apostolo

Giacomo, personalmente amerei intitolare tale ricorrenza alla fraternitas francescana. Così: VIII

Centenario del pellegrinaggio dei frati minori a Santiago (o: dei primi francescani a Santiago)". Unos

años antes: PELLEGRINI, Luigi, Los cuadros y tiempos de la expansión franciscana, en: AA. VV.

Francisco de Asís y el primer siglo de historia francisana, Ed. Franciscana Arantzazu, Oñati (Guipúzcoa)

1999, pp. 185-225 y IRIARTE Lázaro, Pellegrino, en: CAROLI, E., (Coord.), Dizionario Francescano,

Edizioni Mesaggero, Padova 19952, 1440.

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propiedades, y propiedades inmuebles más exactamente: callejón sin salida al que se

llega cuando se sedentariza e institucionaliza la Orden y cuanto de ello se deriva.

- La segunda, que, “pese” a ser terciaria, tanto la itinerancia como los otros términos

que le son próximos en Francisco y las primeras formas de fraternidad franciscana,

son algo que me toca personalmente, familiarmente, carismáticamente. La

itinerancia es referente de la identidad carismática, por tanto, sus textos referenciales

también son textos referenciales para el conjunto de la familia franciscana, en cada

caso según modalidades propias.

- En tercer lugar, al ser un tema tan desarrollado en la bibliografía franciscana, no voy

a detenerme en los aspectos históricos, de sobra conocidos por los presentes, sino

que centraré la reflexión en la perspectiva de espiritualidad, que es donde, a mi

juicio, tenemos grandes desafíos, y de donde podrían emanar planteamientos

prácticos.

Voy a desarrollar mi reflexión en tres apartados breves; la itinerancia franciscana en

los orígenes, la problemática histórica y actual, y, finalmente, cómo vivir hoy “como

peregrinos y extranjeros”. Digo breves, aunque me ocuparán todo el tiempo, por la

razón de que cada uno de ellos es apenas un apunte de lo que podría contener. Sirva ante

todo esta propuesta como una visión muy de conjunto de una de nuestras

preocupaciones: cómo seguir viviendo hoy nuestra identidad franciscana, pues, a la hora

de la verdad, como veremos, esto es lo que está en juego cuando andamos a vueltas con

el tema de la “itinerancia”.

1. La itinerancia franciscana en los orígenes

Desarrollo este apartado quizá con cierta extensión en relación al conjunto, en gran

medida porque creo que aquí se incluye la razón de la actualidad de los planteamientos

que podamos hacernos sobre nuestro tema. Soy consciente de que sólo hago algunos

apuntes que necesitarían tener un mayor profundización.

Desarrollo este epígrafe en cuatro apartados: Contexto, El proceso personal de

Francisco, las referencias fundamentales al tema en los Escritos y, finalmente, La

itinerancia como forma de vida y espiritualidad.

1.1.El contexto

En primer lugar, no podemos perder de vista la importancia que las peregrinaciones

tienen en la Edad Media2. Desde muchos puntos de vista. No es el momento aquí de

hace un análisis al respecto, pero recordamos algunos aspectos3.

2 «La palabra “peregrino” viene del latín “peregrinus”, procedente a su vez de “peragrare”, que

significa ir por los campos (“agros”). Razón por la que fue ampliando su semántica y acabó designando a

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En el Medioevo, las peregrinaciones, entre las que destaca la que llegaba a Santiago

de Compostela, constituían la expresión más elocuente de la unidad de la Cristiandad, al

estar por encima de la división territorial feudal. Era una especie de turismo religioso -

fundamentalmente laico- que acercaba a las gentes y los pueblos animado por un

espíritu penitencial (bulas) y la devoción. Las rutas de peregrinación estaban

frecuentemente protegidas por autoridades eclesiásticas y civiles, entre otros motivos

por los ingresos que producían, tanto en donativos como por facilitar intercambios

comerciales.

Los peregrinos, antes de ponerse en camino, en algunos casos se desprendían de sus

bienes, como parte inicial del peregrinaje y señal de conversión, llevaban una vestidura

especial que los hiciera reconocibles y respetados, debían atenerse a las llamadas “leyes

de hospitalidad” y solían caminar en grupo para ayudarse en las dificultades del camino.

En este sentido la itinerancia de los primeros hermanos era un rasgo en cierto modo

“ambiental” que caracterizaba a algunos grupos religiosos que tenían aspiraciones de

reproducir la vita apostolica, fijándose especialmente en el Jesús histórico y sus

discípulos, su pobreza y predicación itinerante.

1.2.El proceso personal de Francisco

Francisco, siempre él, su persona, su experiencia, como punto de partida irrecusable.

Si nos atenemos a los hechos, en lo que nos es dado conocer por biografías y Escritos,

diríamos que mirándole a él, antes que hablar de itinerancia tendríamos que hablar de su

conversión y del llamado "descubrimiento del Evangelio".

No sabemos exactamente en qué orden acontecieron los hechos, pero el encuentro

con el Cristo de San Damián (que, paradójicamente, no menciona en Test) y el beso al

leproso (que sí hace) le abrieron los ojos a un mundo nuevo. Después vino el tiempo del

discernimiento hasta desembocar en la decisión. Si nos fijamos el “resultado final”,

podemos constatar que el proceso de conversión se traduce para el joven Francisco en

una auténtica "salida" del mundo, de su mundo, de la forma habitual -tan humana- de

todo el que va o viene del extranjero. Un análisis etimológico nos muestra además la ambivalencia

semántica de este término, del que se derivaron palabras cargadas de connotaciones tanto positivas como

negativas. Algo que se puede apreciar en su primer fonema “per-“. Tal como señala Ortega y Gasset,

tanto “los fonemas latinos per y por y los griegos “per” y “peir”, proceden de un vocablo indo-europeo

que expresa esta realidad humana: ‘viajar’ en cuanto se abstrae de su eventual finalidad (…) y se toma el

viaje en cuanto estar viajando, ‘andando por el mundo’. Entonces el contenido de viajar es lo que durante

él nos acontece; y esto es, principalmente, encontrar curiosidades y pasar peligros”»: AGIS, Marcelino,

Antropología de la peregrinación. ¿Quiénes son los peregrinos?, XI Encuentro de Santuarios de España,

Santiago de Compostela, 23-25 de septiembre de 2008, 2.

3 Cf. IRIARTE Lázaro, Pellegrino, en: CAROLI, E., (Coord.), Dizionario Francescano,

Edizioni Mesaggero, Padova 19952, 1435-1446; AGIS, Marcelino, Antropología de la peregrinación.

¿Quiénes son los peregrinos?, XI Encuentro de Santuarios de España, Santiago de Compostela, 23-25 de

septiembre de 2008.

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organizar la existencia en referencia a seguridades afectivas (lazos familiares) y

económicas (próspero trabajo familiar de comerciante)4, aun cuando se adivinan en él

tensiones personales insuficientemente clarificadas5.

Al hacer memoria de los grandes hitos de su vida, Francisco mismo lo recuerda en

Test 3 cuando afirma: “y salí del siglo”6. En el proceso vocacional de Francisco, no fue

suficiente este primer “salir del siglo” que le desclasó de su entorno y le hizo un extraño

hasta para los hijos de su madre7. Fue necesario un tiempo de espera expectante, de

purificación, de noche, hasta que empezaron a darse otros signos. La llegada de los

primeros hermanos fue un salto cualitativo, porque sólo Dios puede hacer estas cosas:

No sé si podemos suponer lo que fue: Francisco no sale de su asombro de que haya

otros que se sientan llamados a vivir como él8. Y junto a esto, ya en común, la búsqueda

de la voluntad de Dios para la naciente fraternidad. AP 10.11 nos lo cuenta en estos

términos9:

10. (…) el hermano Bernardo y el hermano Pedro. Ambos sencillamente le declararon:

«Queremos vivir contigo en adelante y conformar nuestra vida con la tuya. Dinos, pues, lo

que hemos de hacer con nuestros bienes». Él se regocijó mucho de su venida y propósito y

les respondió con bondad: «Vayamos y pidamos consejo al Señor».

Fueron, pues, a cierta iglesia de la ciudad de Asís, entraron, se arrodillaron y humildemente

rezaron así: «Señor Dios, Padre glorioso, te rogamos que por tu clemencia nos manifiestes

lo que hemos de hacer». Y, terminada su oración, pidieron al sacerdote allí presente:

«Señor, déjanos ver el evangelio de nuestro Señor Jesucristo».

11. El sacerdote abrió el libro, pues ellos no sabían todavía manejarlo debidamente. Y en el

acto dieron con el texto en que está escrito: Si quieres ser perfecto, ve y vende cuanto tienes

y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Al consultar otra vez el libro, toparon

4 «

De aquí en adelante puedo decir con absoluta confianza: Padre nuestro, que estás en los cielos,

en quien he depositado todo mi tesoro y toda la seguridad de mi esperanza» (LM 2, 4a).

5 CHARRON, J. M., De Narciso a Jesús. Francisco de Asís en busca de la identidad, Editorial

Franciscana Arantzazu, Oñati-Guipúzcoa 1995; GARRIDO, J., Itinerario espiritual de Francisco de Asís.

Problemas y perspectivas, Editorial Franciscana Arantzazu, Oñati-Guipúzcoa 2004.

6 Anota J. Herranz en Los Escritos de Francisco y Clara de Asís. Textos y apuntes de lectura,

Ed. Aranzazu, Oñati-Guipúzcoa 2001, p. 294, nota 13: “(…) el «salí del mundo (siglo)» subraya el

término del proceso de conversión de Francisco, sin que haya que entender esta expresión según uno de

sus sentidos dominantes en el s. XIII: el ingreso en la vida religioso-monástica. El santo remite aquí,

como final de este proceso de conversión, a su opción radical, aunque aún de contornos imprecisos, por el

seguimiento de «las huellas de Cristo», lo que, inevitablemente, lo colocaba al margen de sus

preocupaciones hasta entonces, y de lo que era la forma de vida y los valores dominantes de la ciudad de

Asís. En relación con este tema puede verse: R. Koper, Das Weltverständnis des hl. Franziskus von

Assisi. Eine Untersuchung über das «exivi de saeculo», Werl/Westf, 1959.”

7 Cf. TC 51; OfP 5,8.

8 ¡Y no digamos Clara y las primeras Damas Pobres!

9 Que, por otra parte, coinciden con el proceso descrito por Francisco en Test 14-15, según hace

notar Stefano BRUFANI en Las citas evangélicas del “descubrimiento” del Evangelio en la Regula non

bullata”: Selecciones de Franciscanismo 112 (2009) pp. 59-86, donde se decanta por la mayor

historicidad del relato de AP respecto de Celano.

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con el texto: Quien quiere venir en pos de mí, etc. Por último, se les presentó éste: No

toméis nada para el camino (Mt 19,21; 16,24; Lc 9,3)10

. Al oírlos experimentaron inmensa

alegría y exclamaron: «¡Ahí está lo que anhelábamos! ¡Ahí está lo que buscábamos!» Y el

bienaventurado Francisco agregó: Esta será nuestra Regla. Luego mandó a sus dos

compañeros: «Id y cumplid el consejo del Señor tal como lo oísteis».

Aquí encontramos nuestro punto de partida, no sólo como identidad franciscana o de

familia religiosa, sino, también, para el contenido del tema que hoy nos ocupa. La

experiencia vocacional de Francisco, tejida del Absoluto de Dios “Todo Bien”, de

fraternidad y Evangelio, es una puesta en marcha, el inicio de una peregrinación que

define su autoconciencia y modo de estar y pasar por el mundo realizando la misión

recibida. “Porque así hizo Jesús” “porque esto dijo Jesús”, podríamos decir al mirar las

opciones de vida de Francisco.

Si nos fijamos en los textos que les hacen exclamar: «¡Ahí está lo que anhelábamos!

¡Ahí está lo que buscábamos!» «Esta será nuestra Regla», podemos observar, de una

parte, la fuerte impronta de movimiento11

que les caracteriza (fijémonos, por ejemplo, en

los verbos) y, de otro, la afirmación radical del Absoluto de Dios que hace palidecer

cualquier otra realidad: “Jesús basta para todo”, como podemos leer en RnB XXIV, 5.

Mirando globalmente los textos que, según las fuentes, supusieron tal “hallazgo”

nos encontramos con que la primera “regla y vida”, la sequela Christi franciscana, viene

a ser algo así como la resultante de unir estos textos y la dinámica existencial que ello

implica, que sintetizamos en tres términos o realidades inseparables para Francisco:

fraternidad-pobreza-misión apostólica. ¿Y dónde ponemos entonces la itinerancia? En

todas partes, como modus vivendi: pequeñas fraternidades (entre dos y cuatro hermanos)

que van por el mundo predicando con las palabras y/o la presencia, sin seguridades (sine

proprio) de ningún tipo que pudieran atenuar la experiencia radical de la inseguridad

que permite conocer la amorosa Providencia divina. Todo intento de “jerarquizar” o

“secuenciar” los elementos de este núcleo termina convirtiendo la vocación franciscana

en una sucesión de adjetivos o en un catálogo de virtudes que fácilmente se convierten

en un cliché del franciscano, de la franciscana, pero que pierden su carácter de “vida”,

del dinamismo asistemático de discipulado propio de toda existencia auténticamente

creyente.

En sugerentes y motivadoras palabras de G. Bini:

“Desde ese momento, «libre y seguro», emprende una vida itinerante a través del

mundo. Sabe que ya no se pertenece y se transforma progresivamente. Al final de su vida,

con una fuerza extraordinaria, restituirá al Padre incluso su proyecto, sus Hermanos, que lo

acompañan «desde lejos» (Lc 22, 54): Francisco se devuelve por entero a sí mismo al Padre.

10

Textos presentes en RnB 14, RB 1.

11 Términos que encontramos: seguir, huellas, ve, ven, sígueme, venirse, tome, sígame, pospone,

haya dejado.

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Estos gestos nos interpelan directamente, nos dicen que Francisco no nació pobre ni

humilde; no encontró un mundo favorable a su visión evangélica; tuvo que arriesgar todo,

violentándose incluso a sí mismo y confiando únicamente en la palabra y en el ejemplo de

Jesús; tuvo la valentía de construir relaciones completamente nuevas consigo mismo, con

los demás, con el mundo, con Dios. «Sólo la envoltura de la carne lo tiene ya separado de la

visión divina» (cf. 1 Cel 15b). La vida de Francisco fue una parábola evangélica, signo

transparente de la irrupción del Reino en el mundo y en la historia. Francisco fue un

«revolucionario» evangélico a partir de sí mismo, obediente a la Iglesia, sin impugnar a

nadie, reformando su entera existencia a partir de la cotidianidad, de lo «ordinario».

¡Simplemente se atrevió!”12

.

1.3. La propuesta de la “Regla y vida” franciscana

Tras este más que recortado acercamiento a la persona y experiencia misma de

Francisco, siquiera sucintamente de nuevo, nos aproximamos a los textos que quieren

recoger y expresar la vocación franciscana. Sin que nos suene a proyección, la misma

experiencia “radical” es la que pide a los que quieran “entrar en la obediencia”, hermosa

expresión de la pertenencia a la fraternidad. Al inicio de la descripción de la forma vitae

(RnB 1,4.5; RB 1), Francisco inserta los textos evangélicos que describen las

condiciones del seguimiento de Jesucristo13

. No porque “pida mucho” y Francisco sea

un exigente (aunque… ¡qué difíciles son los procesos para los conversos!), sino porque

ésta sería la marca de la “familia” nacida no de carne ni de sangre sino hermanos “por

divina inspiración” (RnB II, 2). Así nos encontramos con el rasgo que “emparenta” y

“vincula” a los hermanos y hermanas franciscanos.

Como aludimos más arriba, y repetimos ahora, en dichos textos, se describe lo que

supone la existencia franciscana en tanto que nuclearmente evangélica: renuncia a

seguridades materiales (bienes económicos, estabilidad laboral) y afectivas (lazos

familiares), es decir, plantea la radical y evangélica “reordenación” de lo que define la

existencia humana y su natural enraizamiento en el mundo. La radicalidad del

discipulado supone la adhesión a la persona de Jesús y su misión, siguiendo su “huellas

y pobreza”14

como el único tesoro por el que y para el que hay que dejar absolutamente

todo. Francisco no habla mirando textos a reproducir, sino poniendo palabras a su

propia experiencia y a la de los primeros hermanos.

Con este telón de fondo, que no es solamente un previo, podemos abordar ya

directamente nuestro tema.

12

G. BINI, Fraternidad en misión en un mundo que cambia.

13 Mt 16,24; 19,21; Lc 9,3; 14,26

14 CtaL 3 y 2CtaF 11-13; Cta0 50; RnB I,1; XXII, 2-3; OfP 7,8; 15,13. Estudio sencillo y básico

sobre el tema, cf., ASSELDONK, Optato van, ofmcap, Las Cartas de San Pedro en los escritos de San

Francisco de Asís, en Selecciones de Franciscanismo, vol. IX, n. 25-26 (1980) pp. 111-120.

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La llamada “itinerancia” -término que, por otra parte, no aparece como tal en los

Escritos- es la concreción de la forma de vida de los hermanos. ¿Qué tipo de

“peregrinación” y “extranjería” descubrimos en los Escritos? Partiendo de la concepción

actual que tenemos del término, podemos reconocer que, efectivamente, los primeros

hermanos “van por el mundo” anunciando un mensaje de paz y de conversión

(predicación penitencial). Van y vuelven. Se dispersan y se reencuentran. Predican con

la palabra o con el testimonio. El camino es también lugar para la oración y el retiro.

Viven del trabajo manual y, cuando se hace necesario, de limosna. No tienen más

propiedades que los utensilios que necesitan para su trabajo manual y los mínimos

libros necesarios para el rezo del Oficio. Con vestiduras viles, se pueden confundir con

los pobres de los caminos. Allí donde están, son (los) menores. Su paso causa profundo

impacto. Y hasta aquí la “fotografía mental” que quizá tenemos muchos de aquelos años

primeros, muy tempranos, por otra parte.

Los textos reflejan que esta “itinerancia” no se entiende de un modo único ni se

concreta en un único estilo de vida: cabe afirmar que desde muy pronto coexisten los

grupos de hermanos “que van por el mundo” y “los que están en los lugares”15

. Todo

hace suponer, además, que nos encontráramos ante hermanos que intercambian sus

modos de vida, de manera que durante temporadas permanecieran más estables, por la

dedicación a algún oficio o en eremitorios, o yendo de un lugar a otro dedicados a la

predicación penitencial propia de los primeros penitentes de Asís16

. Rasgo común era la

provisionalidad, la intemperie, desposeídos, en ese límite donde la persona se juega la

supervivencia en una confianza más grande.

La diversidad de situaciones aludida aflora en las fuentes franciscanas de forma

continuada. Me atrevería a decir -y los Escritos permiten tal afirmación- que Francisco

no tiene problema en aceptar que los hermanos ni todos ni siempre estén materialmente

“de camino”. O lo que es lo mismo: Francisco reconoce y admite desde muy pronto que

los hermanos -él mismo en ocasiones- residan en cuevas, chozas, lugares, eremos

(“yermos”)… Algunos lugares se irán convirtiendo en centros de referencia y encuentro,

como Rivotorto y, especialmente, la Porciúncula, sede de los Capítulos de Pentecostés,

lo que los hace candidatos “madrugadores” para una residencia más estable. Por tanto,

la cuestión, para él, no está en la contraposición entre estabilidad (más que relativa de

todas formas en aquellos momentos) y la itinerancia. La clave está para él en otro lugar:

en el “sin propio”. Esta será la expresión clave que aglutina y engloba lo que Francisco

quiere que sea el talante existencial de aquellos que le son dados como hermanos. Tras

ello escuchamos y leemos también otras palabras: hermanos menores, pacíficos y

pacificadores, testigos del Evangelio, pobres con los pobres, dispuestos siempre a la

marcha.

15

RnB refleja constantemente esta situación.

16 RnB XIV, XXI; CtaO; TC 37; AP 19.

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8

David Flood17

hace notar cómo RnB (el “documento básico”, como suele llamarlo)

incluye toda clase de estímulos para ponerse en camino y ver lo que ocurre en el mundo

y entre la gente. Diecisiete años más tarde, cuando Francisco escribe el Testamento,

seguirá animando a este espíritu de peregrinación: los peregrinos y forasteros no se

buscan un lugar agradable ni se construyen moradas donde establecerse. Con otros

autores, concluye que los hermanos pronto tuvieron residencias o lugares (“loci”),

donde establecerse (stare conversari) para su oración y descanso, próximos y en

relación a los sitios donde realizaban su trabajo manual. Pero esta situación no les

impedía “ir por el mundo” (RnB XIV). Eso sí, rehuyeron una estabilidad que supusiera

una adscripción al marco social imperante. La itinerancia era una disciplina franciscana.

El término “peregrino” era apropiado -sigue nuestro autor- para describir al hermano

menor, ya se encontrase trabajando en Asís o sus proximidades, ya estuviera por los

caminos hacia Roma o las provincias. Este moverse de un lugar a otro, le convertía en

un eremita -y hermano- itinerante. En su análisis, deduce que, mientras en RnB se

refleja una realidad en la que indistintamente aparecen mencionados los hermanos que

“van por el mundo” y “los que están en los lugares”, señalando así la naturalidad con

que se viven las diversas formas de concretar la itinerancia, en RB, sin embargo, se

alude con más frecuencia a los hermanos que van por el mundo, bien porque la

problemática sea mayor, bien por la posible necesidad de seguir alentando la

desinstalación primera.

Dentro de la insistencia continuada de las Reglas al sine propio y a la itinerancia,

me centro en algunas alusiones de la Regla de 1223. Texto decisivo sobre la itinerancia,

a la luz de lo visto hasta el momento, entendiéndola como la tríada: “fraternidad-misión-

sin propio” (en el orden en que queramos ponerlo) es lo que yo llamaría el “tándem”

que constituyen, en la Regla Bulada, los capítulos III, 10-14 y VI, donde se indica cómo

han de ir los hermanos por el mundo y cuál es el contenido propio de ser “peregrinos y

extranjeros”.

Los transcribo para hacer a continuación algunas observaciones:

RB III, 10-14 RB VI

10

Aconsejo, también, amonesto y exhorto a mis

hermanos en el Señor Jesucristo, a que, cuando

van por el mundo,18

no litiguen

ni se enfrenten a nadie de palabra (cf. 2Tim

2,14)19

ni juzguen a otros,

1 Los hermanos no se apropien nada para sí, ni

casa, ni lugar23

, ni cosa alguna.

2 Y, cual peregrinos y extranjeros (cf.1Pe 2,11; Sal

38,13) en este mundo24

, sirviendo al Señor en

pobreza y humildad, vayan por limosna

confiadamente. 3 Y no tienen por qué

avergonzarse, pues el Señor se hizo pobre por

17

FLOOD, David, Francisco de Asís y el movimiento franciscano, Aránzazu 1996, p. 177ss.

18 Julio Herranz, nuevamente en Los escritos… indica: “Nos encontramos de nuevo con uno de

los centros estructurales y evangélicos de la regla, donde se condensa gran parte de lo que se decía sobre

la «misión» en los cc. 14-17 de 1R, y particularmente en el primero de ellos.”

19 Ib.” Cf. 1R 11, 1 y 11,3.”

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11

sino sean apacibles, pacíficos y mesurados,

mansos y humildes20

,

hablando a todos honestamente, según conviene.

12

Y no deben montar a caballo21

a no ser que se

vean obligados por una manifiesta necesidad o

enfermedad22

.

13

En toda casa en la que entren, digan primero:

Paz a esta casa (cf. Lc 10,5).

14

Y, según el santo Evangelio, les está permitido

comer de todos los alimentos que les pongan

delante (cf. Lc 10,8).

nosotros en este mundo (cf. 2Cor 8,9).

4 Ésta es la excelencia de la altísima pobreza (2Cor

8,2), la que a vosotros, queridísimos hermanos

míos, os ha constituido herederos y reyes del reino

de los cielos (cf. Mt 5,3; Lc 6,20; Sant 2,5), os ha

hecho pobres de cosas y sublimado en virtudes (cf.

Sant 2,5). 5 Sea ésta vuestra porción

25, la que

conduce a la tierra de los vivientes (cf. Sal 141,6).6

Adhiriéndoos totalmente a ella, amadísimos

hermanos, por el nombre de nuestro Señor

Jesucristo jamás queráis tener ninguna otra cosa

bajo el cielo26

.

7 Y dondequiera que estén y se encuentren unos

con otros los hermanos, muéstrense mutuamente

familiares entre sí. 8 Y manifieste confiadamente

27

el uno al otro su propia necesidad, porque si la

madre nutre y ama a su hijo carnal (cf.1Tes 2,7),

¿cuánto más amorosamente debe cada uno amar y

nutrir a su hermano espiritual?28

9 Y si alguno de ellos cayera enfermo, los otros

hermanos le deben servir como querrían ellos ser

servidos (cf. Mt 7,12).

En una primera aproximación a los textos, encontramos que, mientras el primero se

refiere directamente a los hermanos que “van por el mundo”, es decir, se dedican

prioritariamente -o al menos durante el tiempo correspondiente- a la predicación

itinerante, en el segundo, la desinstalación que se pide a los hermanos atañe a una

23

Ib. “Cf. CtaO 30.”

24 Ib. “Literalmente: «siglo». Cf. SalVir 11.”

20 Ib.: “Son múltiples las resonancias literales de la Biblia que pueden percibirse detrás de cada

una de estas palabras. Sin embargo, es evidente su trasfondo global: las bienaventuranzas del evangelio de

san Mateo (Mt 5, 1-12).”

21 Ib.: “Se trata, ciertamente, de una especie de paréntesis un tanto forzado, lo que pondría ser

indicativo de la importancia que Francisco concedía al tema. En todo caso podría haber llegado aquí por

asociación, al leer esta prohibición en clave de minoridad. Cf. 1R 15,2.”

22 Ib.: “Enfermedad (“infirmitate”) pudiera tener aquí, como en otros textos de Francisco, el

sentido genérico de debilidad o flaqueza.”

25 Ib. “Francisco aplica aquí a la pobreza las palabras del salmo 141, que, según el biógrafo

Celano, le gustaba recitar (2C 214-217). Este salmo tiene como trasfondo la distribución de las tierras de

Canaán entre los hijos de Israel: para la tribu de Leví no hay tierra porque Dios es su porción y su

heredad.”

26 Ib.: “Nos encontramos de nuevo con uno de los núcleos de la regla, y de ello dan fe, una vez

más, el contenido y la forma. En nuestro caso, Francisco, que habla en primera persona, recurre al

lenguaje del «éxtasis» y de la exaltación lírica, con un poema en tres estrofas (vv. 4, 5, y 6,

respectivamente), cuyo contenido recuerda el canto que hace a Dios y a su suficiencia en 1R 23,9-11. Cf.

I. Rodríguez-A. Ortega, 523-525.”

27 Ib. “Cf. 1R 9,10.”

28 Ib.: “No deja de llamar la atención el que, mientras en 1R 9,11 el amor materno es el ideal,

aquí el amor fraterno ha de ser superior al de la madre.”

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actitud global y globalizadora de la existencia, conceptualizada como pobreza, limosna,

fraternidad, solicitud para con el hermano, sobre todo cuando la situación de necesidad

extrema a la que puede abocar el “sin propio” pone a prueba la capacidad de resistencia

ante la adversidad.

¿Por qué uno estos textos al tratar nuestro tema? Creo que por razones obvias, que

se derivan de la misma conexión que hace Francisco. Aspectos formales serían, por

ejemplo, el que de las cuatro veces que aparece la palabra “mundo” en este documento,

tres se incluyen en los textos elegidos y con sentido semejante, que en cada capítulo se

incluye una viva exhortación a los hermanos reflejando el carácter nuclear de lo tratado.

A nivel de contenidos, por ejemplo, la fundamentación en el Evangelio, la “tonalidad”

marcadamente itinerante a la que alude, etc.

Vayamos por partes.

RB III, 10-1429

se dirige a los hermanos que van por el mundo y les da pistas de

actuación. Nos encontramos ante la segunda exhortación de la Regla y el lenguaje usado

por Francisco (el uso de la primera persona, la reduplicación de las expresiones, el

modo de reflejar temas que le son profundamente significativos) nos indica que nos

encontramos ante un punto que él considera clave de la vocación de los hermanos, de la

vocación franciscana. Este texto refleja cómo “los hermanos están organizados en

pequeños grupos de predicadores ambulantes y trabajadores ocasionales, no de

comunidades estables en conventos especialmente construidos para ellos. El modelo que

guía a Francisco para animar la vida itinerante de los hermanos es el de los discípulos de

Jesús que van en misión y el lenguaje que emplea es típicamente neotestamentario”30

.

En este momento, Francisco, haciéndose eco de las leyes de hospitalidad vigentes para

los peregrinos, pero yendo más allá de las mismas, propone más que una práctica, un

tipo de persona: el de las bienaventuranzas. Con otro lenguaje, el santo de Asís invita a

“ir por la vida” indefensos y pobres, mansos, como menores, desde la no-violencia,

compasión solidaria, anunciando la paz y el bien. Y esto, tanto en las relaciones con los

otros como con los mismos hermanos. Los criterios y referencias mencionados ponen de

relieve una predicación tanto explícita como silenciosa, con el ejemplo (cf. RB XII). Las

indicaciones sobre los desplazamientos en cabalgadura y la invitación a comer de lo que

les pongan nos habla de la condición de caminantes en inseguridad que no tienen

derecho a elegir, de la limosna en especie, más aún, del perfil de vida religiosa al que se

apunta: con normas mínimas sobre el ayuno y sin dietas cuya posibilidad de realizarse

era directamente proporcional a la estabilidad conventual y a la disposición de recursos

económicos.

29

Cf. Aquí recoge y resume RnB XI.

30 URIBE, Fernando, La Regla de San Francisco. Letra y espíritu, Ed. Espigas, Murcia 2006,

150s.

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RB VI, uno de los capítulos más comentados de la Regla, pone de manifiesto de

manera especial la singular relación entre pobreza, fraternidad e itinerancia apostólica.

Es uno de los textos con más alto contenido carismático en la Regla de 1223 (si es que

tal cosa se pudiera decir). De las dos únicas veces que se menciona el tema del sine

proprio en la Regla, una es ésta (y, la otra, I, 1). Francisco aquí es tajante: no apropiarse

de nada, de nada. E insiste. A continuación, es cuando incluye la frase que preside

nuestro tema de hoy “y como peregrinos y extranjeros”31

, haciendo suya la expresión de

1Pe 2,1132

. Este capítulo “respira” una atmósfera muy especial. La terminología se

armoniza coherentemente dibujando la vocación franciscana cuando se ve amenazada

invitando con “sobredosis motivacional” y “fundante” a ella. Así, “nada se apropien, ni,

ni, ni…”, “peregrinos y extranjeros en este mundo”, “sirviendo al Señor en pobreza y

humildad”, “vayan por limosna”, “confiadamente”, “altísima pobreza”, etc. Si nos

atenemos a criterios puramente formales, el capítulo sobre la pobreza empieza

precisamente con el tema del no apropiarse ni casas ni lugares (ni cosa alguna, se

insiste), es decir, parte de la itinerancia. Se afirma sin vacilaciones la vocación peregrina

del hermano que, esté donde esté, vive como extranjero, dispuesto en cada momento a

salir a la tierra que el Señor muestre. La petición de limosna lo expresa, como también

la relación directa que establece entre lo indicado en los primeros versículos del capítulo

con la que sería la segunda parte (vv. 6-9), donde habla de un tipo de relación fraterna

(uno a otro, es decir, las parejas de predicadores ambulantes) que -en tan frecuente

situación límite como se vive- exige un plus de humanidad, calidez, solicitud y, ¿por

qué no decirlo?, también paciencia y humildad: para con el otro y para consigo mismo.

El paradigma propuesto para este amor fraterno: “más que una madre”. Además, al

igual que en la RnB (aunque allí con más extensión), se conecta el ir de camino con

el/los hermano/s, en pobreza, con la prueba que supone la enfermedad, la acogida del

hermano en situación de mayor debilidad33

. Cabe observar que, de las cuarenta y seis

veces (sin contar los títulos) que se mencionan los términos “hermano”-“hermanos” en

esta Regla, las alusiones que conciernen directamente a las relaciones interpersonales

entre los frailes se encuentran precisamente aquí (vv. 7-9).

1.4. La itinerancia: forma de vida y espiritualidad

Con lo que venimos contemplando, podemos decir que en un primer momento, la

itinerancia es, a la vez, forma de vida concreta, visible, descriptible, y espiritualidad,

modo de estar plantados en la existencia y de vivir la vocación recibida. Una itinerancia

así vivida define el proyecto de vida fraterno y la dinámica personal de seguimiento. Es

decir, se vive “dentro” y “fuera”, en la “fraternidad” y en la “misión”, en la oración y en

31

Expresión que aparece de nuevo en Test 24, palabras en las que Francisco, diría, es tan él

mismo…

32 Cf. 1R 9,5.

33 No sabemos si por abreviar o por principio de realidad y aceptación del límite o porque el

proceso de “estabilización” de las fraternidades permitía otro tipo de cuidado de los enfermos, el caso es

que RB no menciona el posible excesivo afán del enfermo por procurarse los medios para la salud.

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el trabajo, con una motivación fundante: por “nuestro Señor Jesucristo… (que) fue

pobre y huésped y vivió de limosna, como también la bienaventurada Virgen y sus

discípulos” (RnB IX, 5) o, como se afirma en la Regla Bulada (VI, 1s) “no se apropien

nada para sí: ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. Y, como peregrinos y extranjeros,

sirviendo al Señor en pobreza y humildad…”.

Dicho en otros términos: cuando hablamos de la itinerancia (insistimos: ese núcleo

dinámico carismático) nos referimos tanto a la forma de vida como, simultáneamente, a

la experiencia espiritual de la que nace. Esto supone una mirada hacia nuestros

“orígenes” (en sentido cronológico y vocacional) que discierne y distingue entre lo

irreproducible e irrepetible literalmente, por pertenecer a un contexto histórico concreto

(la forma externa), y lo que definiríamos como “llamada fundamental”, experiencia

originaria. Esta distinción, expresión de madurez de discernimiento, nos libera de

tentaciones fundamentalistas, acomodaticias, culpabilizadoras que terminan resultando

voluntaristas y paralizantes. Se nos pone ante la tarea irrenunciable de “hacer nosotros

nuestra parte” (cf. 2C 214), manteniendo la fidelidad siempre nueva de vivir hoy nuestra

identidad franciscana.

La primitiva praxis franciscana, imbuida de la mística de los orígenes, desarrolla -

dentro de la mentalidad y cultura del siglo XII, conviene siempre tenerlo en cuenta- una

actitud existencial en la que no hay distinciones, ni interpretaciones, ni glosas. Francisco

sabe bien que cuando se necesitan muchas razones, explicaciones y adaptaciones es que

se ha perdido el sentido primero; de aquí nacerá su insistencia a los hermanos sobre la

propiedad, el dinero, los privilegios, el sedentarismo que va alejando a los hermanos del

contacto con la realidad, no sólo de los pobres, que no es poco, sino, más globalmente,

de la condición personal de peregrinaje, extranjería, desinstalación, esto es, de lo que

supone una vida confiada totalmente a la Providencia. Sólo el que no tiene, el

desposeído sabe lo que significa la palabra de Jesús: “No temáis, pues; vosotros valéis

más que muchos pajarillos” (Mt 10, 31). Junto a otros textos de Francisco, la

admonición de la verdadera alegría lo expresa plásticamente.

La insistencia en vivir sine propio, sin embargo, no es intransigencia. Test 24 es una

buena prueba de la síntesis que el santo tuvo que aprender a vivir, rendido quizá a la

evidencia de lo real, pero sin renunciar a lo esencial:

24

Guárdense los hermanos de recibir en modo alguno iglesias, pobrecillas moradas y todo

lo que para ellos se construye, si no es como conviene a la santa pobreza que prometimos

en la regla, hospedándose siempre allí como extranjeros y peregrinos (cf. 1Pe 2,11; Sal

38,13).

A renglón seguido, continúa afirmando:

25 Mando firmemente, por obediencia, a todos los hermanos que, dondequiera que estén, no

se atrevan a pedir a la curia romana, ni por sí ni por intermediarios, escrito alguno en

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favor de una iglesia o de otro lugar, ni so pretexto de predicación, ni por sufrir persecución

en sus cuerpos, 26

sino que cuando en alguna parte no sean recibidos, huyan a otra tierra (cf.

Mt 10,23) a hacer penitencia con la bendición de Dios.

Por tanto, nos encontramos desde el inicio, a la vez, con una tensión y una síntesis,

que sólo puede vivirse y reconciliarse tras un proceso como el que tuvo que hacer el

mismo Francisco viendo la evolución de la fraternidad-Orden de la que fue testigo. En

él encontramos la primera distinción entre llamada primera y concreciones variadas, en

las que se puede mantener o no la fidelidad originaria. Y aquí “amonesta”. La

itinerancia como forma de vida -ir por el mundo, sin tener donde reclinar la cabeza- es

irrenunciable: pertenece al núcleo vocacional, en cada caso, en cada situación habrá que

ver cómo. Ahora bien, la realidad se impone. “Imposición” que no podemos ni debemos

traducir siempre como in-fidelidad acomodaticia, sino como la necesaria adaptación a

los cambios: personales, ambientales, institucionales…

La espiritualidad de la itinerancia, sin desenraizarse de la praxis concreta que

suponía y se describe en la Regla y vida viene marcada, como ya hemos dicho, por el

des-clasamiento, la ruptura, el salir del siglo y de sus formas de organizar la existencia.

Me atrevería a decir que muy pocos -como Jesús constata- “pueden con esto”, sólo

algunos son llamados a adentrarse en esta experiencia del “vender todo lo que se tiene y

darlo a los pobres”, a pasar del vivir de sí a vivir de Otro, a poner toda la seguridad en

nuestro Padre que está en el cielo (cf. AlD, Cánt…), como Jesús “pobre y huésped”.

Con el riesgo y hasta la injusticia inherente a toda comparación y generalización,

creo que, en Francisco y los primeros hermanos, este “salir del siglo” y dejarlo todo

tiene un alcance mucho más radical que lo que muchos de nosotros hayamos podido

vivir al “entrar en nuestras obediencias” respectivas, ¿qué procesos de conversión, de

“éxodos” hemos vivido?

La itinerancia que se intuye en la experiencia de Francisco y sus primeros

compañeros, y que se nos propone como vocación y misión, supone llevarnos “más

adentro”, en el terreno de lo desconocido e improgramable. Como Nicodemo nos

sentimos perdidos. ¿Nacer de nuevo siendo ya viejos?

La experiencia espiritual que se expresa en reconocerse “peregrinos y forasteros”

admite variadas formas de vida. No solo “admite”, si es real, las busca y las necesita. La

expresión de Francisco es increíblemente significativa: salir del siglo, esto es, ponerse

en camino, ir por el mundo… Queda de manifiesto que hay un punto de partida a partir

del cual uno no sabe ya a qué atenerse. La vida es sorpresa; Dios, novedad; el ser

humano, un misterio revelándose de continuo; yo mismo, yo misma, alguien en proceso

de transformación. Hablamos de una itinerancia que habiendo roto los programas de

viajes, se adhiere a vivir de la escucha, de lo que la Palabra nos quiera ir mostrando:

¿Qué quieres, Señor, que haga? ¿Hacia dónde toca aquí y ahora? ¿Por dónde vienes,

Señor a mi encuentro, para que me ponga detrás de Ti?

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Solemos saltarnos, un poco rápidamente a mi juicio, lo que pudo vivir Francisco por

dentro durante el tiempo transcurrido desde el “acontecimiento” en la plaza de Asís (1C

6,14) hasta la llegada de los primeros hermanos y su viaje a Roma en solicitud de la

aprobación pontificia. Me refiero a los años comprendidos entre 1206 y 1209 (más o

menos). Largos meses de soledad, desconcierto, búsqueda, incomprensión. Su salida no

encontró la pronta respuesta interior quizá esperada. Qué fácilmente podría haber dicho

en estos momentos aquella oración de cronología incierta: “ilumina las tinieblas de mi

corazón…”.

Este tipo de “salidas” de “éxodos”, por su envergadura, son los que nos descolocan

sustancialmente. Y es que hay procesos, acontecimientos, desiertos que, cuando se

“sufren”, se “atraviesan”, se “soportan”, dejan una huella indeleble y qué difícil es la

vuelta atrás. No es casual la primera cita evangélica de la Regla Bulada: “nadie que

pone mano en el arado y mira atrás es apto para el reino de Dios” (Lc 9,62)34

.

Haber “permanecido” cuando todo se pone en contra, cuando ni siquiera se intuye

qué será después y el presente a veces es un grito clamoroso, predispone a “mirar lo que

está delante”, a vivir confiados a su Providencia, desafío constante a la fe y a la natural

estructura de la condición humana que no está hecha para esto, sino, más bien, para

protegerse y guardarse de todo tipo de “frío”, “hambre”, “sueño” o “desamparo”.

Estos años serán el “noviciado” de Francisco, su prueba de fuego. Cuando el Señor

lo tiene a punto, los dos dan un paso más. El asombro de los hermanos, la alegría del

Evangelio, la pasión por Jesucristo acrecida35

, llevan consigo la urgencia de la misión

evangelizadora, con palabras y obras. Misión hecha en debilidad y pobreza, confiada al

poder de la Palabra y no a la seguridad de los poderes o saberes humanos. Juglares que

cantan las alabanzas de Dios. Locos del Evangelio. Iletrados. Siervos de toda humana

criatura por Dios. Con el ancho mundo como claustro (SC 63). Sin más pretensiones

que contagiar su alegría y ser como Jesús, menores, menores, menores. No teniendo

dónde, ni en quién, reclinar la cabeza. Expuestos a todos los peligros, sin miedo, porque

el amor ahuyenta todo temor.

Este panorama, que conocemos y recordamos con cierta romántica nostalgia, nos

pone delante a los primeros hermanos. También a las primeras Damas Pobres, a los

primeros terciarios y terciarias. No creo que esta “radicalidad” llegara a extenderse ni

siquiera a la primera generación franciscana, a la que Francisco conoció, ya muy

numerosa. El tipo de persona que aquí y así encontramos desafía nuestros conceptos

34

No volvemos a encontrarnos con otra cita textual del Evangelio precisamente hasta III,13,

precisamente, en uno de nuestros textos básicos: En toda casa en la que entren, digan primero: Paz a esta

casa (cf. Lc 10,5). Ambos casos podrían formar parte, según diversos autores, del “Evangelio

descubierto” por Francisco y sus primeros hermanos.

35 “ahora, después de haber dejado el mundo, ninguna otra cosa hemos de hacer sino seguir la

voluntad del Señor y agradarle”, RnB XXII, 9.

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sobre lo posible y lo imposible, sobre lo lógico y lo absurdo, sobre proceso y gracia.

Cuando Dios irrumpe en el corazón humano y éste le da paso, lo humano se conmueve

y pasa a madurar por otros caminos. Y es que, el que escucha a Dios,

“vive en el filo bipolar de la existencia, entre el tiempo y la eternidad, entre el deseo y la

autonegación, entre el principio de realidad y la desmesura del Amor Absoluto. Por eso, la

madurez humana se le da a posteriori, como fruto de la tensión bipolar resuelta “desde

arriba”, no por proceso de autocontrol. Y no siempre, porque a veces hay que pagar el

precio de un cierto desequilibrio psicológico (…), sin embargo, cualquier psicólogo sabe

que no se puede vivir así, en el límite de un amor que roza el masoquismo y la fantasía.

Exactamente, por eso existen los santos, para que nos entremos de una madurez más alta, la

que no pertenece a ninguna sabiduría de este mundo, y que fácilmente resulta locura, pero

que nadie puede domeñar”36

.

“Dada su experiencia, Francisco no puede menos que situar el discernimiento en el

límite, en un humanismo paradójico, en el que la vida surge de la muerte, la eficacia de la

minoridad, la autorrealización en la desapropiación. Aquí es donde reside la grandeza y los

límites de su herencia y nuestra vocación37

.

Llegados a este punto podemos decir de nuevo que la espiritualidad de la

itinerancia, con la fraternidad y la pobreza y la misión apostólica, como rasgos

nucleares franciscanos son prácticamente intercambiables, como el mismo Poverello

dirá de las virtudes, Quien posee una y no ofende a las otras, las posee todas (SalVir 6):

ser franciscano o franciscana supone seguir itinerantes las huellas de Cristo pobre y

humilde (anonadamiento) sin propio, heraldos de la paz y el bien, pobres con los pobres

de los caminos38

. Más, que esta itinerancia, espiritualidad, llamada fundamental,

vocación franciscana, se concreta en unas determinadas formas de vida en época de

Francisco, cuya luz sigue iluminando nuestro presente, pero que deja en nuestras manos

-por fidelidad- la tarea de encarnar esa luz. No siempre, en nustra historia, nos daremos

cuenta de esta necesidad de distinguir para ser auténticamente fieles.

La pregunta decisiva es la misma que hicieron a Jesús “¿quién puede con esto?”,

“¿cuánto tiempo se puede sobrellevar?”

2. Problemática histórica y actual

La problemática histórica surgida a continuación, ya en tiempo de Francisco, como

se deduce del Testamento y de algunos testimonios de los biógrafos (el regreso de su

viaje a Oriente y la casa adjunta a la Porciúncula o la de Bolonia), surge de múltiples

36

GARRIDO, Javier, Itinerario espiritual de Francisco de Asís. Problemas y perspectivas,

Arantzazu 2004, p. 140.

37 Cf. Ib., p. 227.

38 RnB IX, 2: Y deben gozarse cuando conviven con gente baja y despreciada, con los pobres y

débiles, y con los enfermos y leprosos, y con los mendigos que están a la vera del camino.

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factores, de una parte de la limitación humana, de la falta de discernimiento vocacional,

del desmedido y sorprendente aumento numérico de hermanos que se unen a la

fraternidad pero ya sin el contacto personal con Francisco que marcó a los de la primera

hora, de los cambios estructurales y culturales que se irán sucediendo.

Kajetan Esser39

tras hacer caer en la cuenta de la novedad de la propuesta de vida

franciscana y el soplo de aire fresco que supone tal estilo de vida, describe la serie de

“malestares” que empiezan pronto a manifestarse y que reclaman otra forma de

concretar algunos rasgos de la forma de vida. Los malestares que cita son, precisamente,

algunos que nos atañen directamente: la carencia de la vida conventual, el “andar

vagando fuera de la obediencia”, el peligro de la herejía, las consecuencias de la

incomprensión fuera de Italia de la itinerancia, la mendicidad y pobreza franciscana, etc.

Para poner remedio a estas crisis se buscan soluciones, entre las que destaca el

establecimiento del noviciado y la profesión, el “asentamiento” de los frailes, una mayor

estructuración interna de la fraternidad con la figura del guardián (el superior local), el

gradual establecimiento de un horario conventual, la vinculación aún más estrecha a la

Iglesia y diversos modos de preservación de la herejía. Aun cuando es una cita larga, me

permito recordar la síntesis que hace Esser de este proceso40

:

Se ha de observar que la orden franciscana no conoció la crisis por primera vez en la

década posterior a la muerte de su fundador. Durante la misma vida de san Francisco surgen

múltiples malestares, que éste no hubiera domeñado sin la ayuda de la Iglesia. (…) Hay que

poner de relieve que estos malestares provenían de la estructura misma de la orden.

Evidentemente, la época de san Francisco no estaba madura para unos propósitos que

superaban todo lo hasta entonces acostumbrado.

El hombre medieval estaba muy habituado a vivir en agrupaciones sociales muy

organizadas. Era natural que la vida de los franciscanos tendiera a los modelos vigentes. En

la primera fase de este desarrollo surgieron las “provincias” de la orden; en la segunda, las

fundaciones estables que ofrecían a los frailes el albergue local. En esta marcha, los

eremitorios primitivos, cobraron gran importancia como forma de organización.

Fácil es comprender que se dio un paso ulterior en esta evolución al acomodar la vida a

las formas de la vida conventual ya existentes. (…) La comunión primitiva de la vida

franciscana se va contemplando más y más mediante una vida en comunidad conventual.

Ni san Francisco, ni la Iglesia, ni los demás frailes desecharon radicalmente o forzaron

esta evolución, que tuvo un curso espontáneo entre la necesidad y la preocupación de

eliminar los malestares que iban surgiendo. San Francisco se empeñó, desde luego, en

armonizar los nuevos elementos (fundaciones estables, poder coercitivo de los superiores,

los estudios) con el espíritu primitivo de la fraternidad (…).

Como los elementos mencionados aparecen a partir de 1220/21, habrá que considerar

este período de la vida del santo como el más decisivo para el futuro de la orden. En él se

combinaron el espíritu y la forma de un modo cargado de futuro.

39

ESSER, Kajetan, La orden franciscana. Orígenes e ideales, Arantzazu 1976, pp. 186ss.

40 Ib., pp. 265-267

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Queda, sin embargo, en pie la cuestión de si hoy, en un mundo diferente y en unas

formas de vida sociológicamente distintas, podrían ponerse en práctica no pocas cosas de la

vida primitiva de la orden franciscana.

Nos encontramos, por tanto, a un paso de la conventualización y clericalización de

la orden. Mientras unos luchan, inútil y anacrónicamente, por la literalidad de la Regla,

otros, por una adaptación que se distancia cada vez más de la genuina experiencia

franciscana hasta identificarse con el resto de las formas de vida conventual del tiempo.

Ni unos ni otros han entendido a Francisco y el centro de su experiencia de Evangelio.

Estudiando la historia de la familia franciscana -en cuyo desarrollo no voy a entrar,

lógicamente- se tiene la impresión del proceso de olvido del amor primero, aunque

quizá habría que matizar más la respuesta. Proceso de “olvido” que nos ha tenido -y esto

es sano- siempre incómodos. Sabemos que no estamos a la altura. El pequeño Francisco

nos viene grande, muy grande: ¡tendríamos que “achicarnos” tanto!

Este “olvido” lo solemos considerar adaptación a los tiempos, atención a la media

humana -siempre tan baja-, prudencia, discreción, visión de futuro, eficiencia de

recursos (personales y económicos), etc., cuando no tradición. Con facilidad, hacemos

una reducción espiritualista de nuestros textos “fundacionales”, remitiéndolos al área de

lo interior sin más, de la experiencia espiritual entendida de una forma privatista, a mi

juicio. Nos hemos detenido años y años, y hasta siglos enteros, en batallas y

contraposiciones irresolubles: itinerancia o lugares estables para guardarse los hermanos

de los peligros, pobreza o fraternidad, lectura literal o inspiradora de la Regla, tenencia

de bienes en propiedad o no, estudios o no estudios, trabajo manual o predicación… Y

así encadenamos los problemas, en las adversativas que, como su nombre indica,

oponen. Oponen ideas, oponen planteamientos, y, lo que es peor, terminan oponiendo

personas, hermanos y hermanas, proyectos de vida fraterna y de misión. Francisco nos

sigue repitiendo, cada vez más fuerte: “no litiguen ni se enfrenten a nadie de palabra, ni

juzguen a otros, sino sean apacibles, pacíficos y mesurados, mansos y humildes” (RB

III, 2). Las polarizaciones nos han hecho tanto daño...

Hemos comenzado y mantenido nuestra reflexión sobre la itinerancia oscilando a

veces quizá con demasiada soltura entre cada uno de los pivotes de la tríada franciscana:

fraternidad, misión, sin propio. Lo que en su origen tenía un contenido específico y

distinto de la “vida religiosa” conocida hasta entonces, cambió pronto pasta acomodarse

a las demás formas religiosas. El “nada se apropien, ni casa, ni lugares, ni cosa alguna”

pasó a ser una afirmación simbólica por cuanto, en un primer momento, se distinguió

entre propiedad y uso y, muy poco después ya (todavía en el s. XIII) se pasó a

considerar que, como los bienes de la Orden pertenecían jurídicamente de la Santa Sede,

podían “poseerse” pues quedaba a salvo el precepto de la Regla. Otro tanto sucedió con

la fraternidad, y con la misión…

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En este devenir histórico, parecen haberse buscado de continuo -salvo excepciones

que confirman la regla- subterfugios diversos a nivel institucional, cuyas formas

concretas y expresiones jurídicas y/o espirituales conoce cada una de las familias y

congregaciones aquí presentes.

Explicito lo evidente: “a nivel institucional”, que, evidentemente, no es siempre

“personal”. La irremisible “desazón” que parece habitar la autoconciencia franciscana

(y eso nos toca a todos los de la familia) ha seguido incomodando siempre en el seno de

las tres órdenes y, consiguientemente, en el seno de la Iglesia y de la sociedad. En ese

extraño “desasosiego” de aquellos y aquellas más inquietos ha ido abriéndose -

prácticamente en cada generación- el deseo y ciertas concreciones para una renovada y

actualizada expresión de fidelidad franciscana, o al menos en forma de intentos. Las

“reformas” -con mejor o peor fortuna- forman parte de nuestra historia. Con todas las

posibles ambigüedades sobre ellas que la historia pone de relieve, reflejan uno de

nuestros “tesoros”: la seducción constante por la forma vitae, la fuerza inherente a las

Reglas, ese misterioso “atractivo” de Francisco y su experiencia de Evangelio, del

encuentro con “nuestro Señor Jesucristo, pobre y humilde”. Todo ello, traducido en un

afán: no el de la mera “vuelta a los orígenes”, como quien sueña con un pasado mejor y

revestido de utopía, sino el de la “recuperación” de la originalidad franciscana,

entendiendo esto no en un sentido cronológico, sino de conexión carismática con la

experiencia de Francisco, según cada “aquí y ahora” del Espíritu Santo que hace nuevas

todas las cosas. Al final, resulta que nuestra historia -tantas veces dolorosa y hasta

rechazable”- se sigue convirtiendo en camino de gracia: tantos años, tantas reformas,

tantas reformulaciones… pero hay un “sin glosa” de fondo que permanece y es lo que

permite que la Familia siga siendo hoy, pese a todo, pese a todo, con todo…, “vehículo”

transmisor y portador de Francisco, fraternidad donde algunos y algunas pueden ser

realmente franciscanos.

Y una nota particular un poco al margen, que nos afecta a buen número de “los” y

“las” (sobre todo “las”) aquí presentes. La Tercera Orden, a fuerza de marcar las

diferencias -obvias, por otra parte-, y quizá para librarnos de culpabilidades, hemos

hecho hincapié en que ese “nada se apropien, ni casas, ni lugares” no iba directamente

para nosotros, pues nuestra misión -más vinculada a tareas y obras de misericordia- fue

haciendo necesario hacerse con propiedades que permitieran moverse con mayor

libertad y mejor y más eficaz desempeño en las tareas de que se tratase. Pero creo que

no es buen planteamiento.

En primera instancia parece “evidente” que hacer las tareas apostólicas en

plataformas propias (obras propias, con las que también cuenta la Primera Orden)

facilita, permite mayor libertad de movimientos, da estabilidad al proyecto, trabajo a los

hermanos o hermanas (y, consiguientemente, salarios en contrapartida), etc. Muchas

ventajas. Ahora bien, todo ello es en función de lo que llamaríamos -de entrada- mayor

eficacia. Y este es un punto que necesita todo un discernimiento desde nuestra

espiritualidad franciscana: la pregunta por la eficacia es la que buscamos, con qué

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medios, y desde qué parámetros. Sé que es un tema muy tratado en distintos ámbitos y

que no es éste su momento. Pero, a la vez, toca de lleno en nuestro tema y su

problemática. Supongo que lo desarrollado en el primer apartado da suficientes claves,

que voy a convertir, sin embargo, en preguntas: ¿qué eficacia buscamos? ¿la que

podemos ver y contar? ¿qué significa hoy para nosotros no tener más que los

instrumentos de trabajo imprescindibles? ¿qué tipos de trabajos preferimos y/o

realizamos? ¿suponen desclasamiento? ¿facilidad para hacer las maletas e ir a otro

lugar? Nuestras propiedades (inmuebles y no sólo), cuya razón de ser fundamental es

estar al servicio de la tarea apostólica, ¿de qué son signo? ¿de la eficacia del grano de

trigo? ¿del signo de Jonás? ¿del espíritu siempre contracultural a la vez que

radicalmente humanizador de las Bienaveturanzas? ¿realmente “liberan” para la misión

o están convirtiéndose en nuestras “cárceles”?

Vocacional y espiritualmente, la OFS y la TOR, cada uno a su modo, ha de ver

cómo vive la no apropiación (como espiritualidad y como forma de vida), lo indicado en

los capítulos mencionados de la Regla Bulada, y, consiguientemente, la desinstalación y

la itinerancia, no sólo a nivel personal, sino también institucional, de modo que no sea

algo meramente facultativo, interior y subjetivo, ajeno o independiente de las formas de

vida. La minoridad de la no propiedad, de la desapropiación y la itinerancia no

meramente interior, nos afecta e interpela: también es “nuestra”.

Acabo de nombrar, ni exhaustiva ni sistemáticamente, algunas de las pistas de la

evolución habida en la familia franciscana casi hasta el Vaticano II. En estos años, al

amparo del aggiornamento promovido por el Concilio, se despierta nuevamente el afán

de revivir la originalidad franciscana desde las urgencias y desafíos que el mundo y la

cultura contemporánea plantean a la fe y a la vida religiosa. Surgen nuevos estilos de

pequeñas fraternidades insertas, con pluralidad de tareas, buscando relaciones más

cercanas entre los hermanos o hermanas y con el entorno. Algunas de estas presencias -

incluso- se definen desde opciones decididas por una vida de trabajo-contemplación o

por una vida “itinerante” entendida en toda su literalidad (comunidades entre gitanos,

acompañando algún circo…).

Pocas décadas más tarde, como sabemos y quizá padecemos, este movimiento ha

entrado en franco retroceso, hasta llegar a su práctica desaparición en algunas

Provincias o Institutos de la TOR. El cansancio de muchos de sus protagonistas, que los

ha retirado de la brecha, las dificultades para encontrar hermanos o hermanas que se

unieran más o menos gustosamente a este tipo de proyectos, el envejecimiento de las

instituciones que ha optado por concentrar presencias y proceder a unas

reestructuraciones en las que venía siendo más fácil suprimir estar fraternidades, la

insuficiente integración de estas presencias en el conjunto de la vida de la Provincia-

Instituto en algunos casos, junto a otros motivos ha hecho que estas presencias tengan

hoy entre nosotros, si las hay, marcado carácter simbólico y difícil continuidad.

Reconozcámoslo: mucho prefieren vivir en casas grandes, conventos, comunidades de

corte más monacal. Marcados por la demografía (si la pirámide de población en nuestras

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sociedades se invierte… ¡hasta qué extremo en nuestras instituciones!) nos miramos y

decimos “¿a dónde podemos ir si estamos ya para poco?”, “esto ya da poco de sí”.

Junto a lo descrito, nos encontramos que la evolución socioeconómica de occidente,

en razón del capitalismo y la globalización, ha impuesto, por su parte, la obsesión por el

tener, por la propiedad de los bienes, aunque sea para su derroche y su uso

desproporcionado. Mentalidad de usar y tirar. A la vez, marcados -junto a nuestra

generación- por un miedo difuso y a veces terrible, que nos convierte en fanáticos del

“por si acaso”, de las copias de seguridad, de los sistemas de alarma (por poner

ejemplos gráficos), y de todo tipo de prevención que conjure e imposibilite toda

sorpresa desestabilizadora que nos deje al aire. En la vida cotidiana, tiene tantas

traducciones…: que no nos falte de nada.

¡Espíritu de itinerancia, ven!

Nos toca volver a empezar. Volver al amor primero. Volver como se vuelve después

de una larga historia de idas y venidas, volver con la cabeza gacha y el corazón

humillado y receptivo. Vivir en camino, vivir de camino, peregrinos y extranjeros en

este mundo sigue siendo un extrañamiento conflictivo. ¡Qué difícil es resistir la libertad

de los auténticamente libres que no tienen miedo porque no tienen nada que perder! El

pobre del Evangelio, reconciliado con la propia historia (personal, institucional), que no

tiene miedo ni necesita defenderse (“el Señor lleva mi causa”, Is) y se deja conducir por

el Espíritu es el que de verdad puede anunciar la paz y el bien y concitar con una

bendición la llamada a la fraternidad universal.

3. Vivir hoy “como peregrinos y extranjeros”

Después del análisis y las notas históricas, cabe preguntarse: ¿y ahora qué? ¿y

nosotros qué? Me permito empezar con unas palabras de Javier Garrido:

“En Francisco nos encontramos con uno de los rasgos esenciales de los auténticos

creadores de espiritualidad: la experiencia más individual adquiere carácter universal.

A veces se interpreta en clave sociológica: su camino personal conectaba con las

corrientes de su época. En él vieron sus contemporáneos expresadas sus aspiraciones

más íntimas. Hay mucho de ello. Pero es más, porque en ningún momento él se

preocupa de ser un líder o de ser actual. Con esto demostramos nuestra superficialidad

espiritual. Él sólo quiere obedecer a su Señor, y para ello ser fiel a sí mismo, porque la

luz la lleva por dentro. No vive discerniendo los signos de los tiempos. Vive de la

llamada interior.

Es verdad que en esta llamada interior convergen la tradición y el momento

histórico, el Evangelio eterno y la sensibilidad de su época; pero Francisco no razona,

como los intelectuales que le rodean, sobre el modo de ser más eficaz en la Iglesia y en

la sociedad. Su discurso es inverso: "Seamos fieles a la radicalidad del Evangelio, y lo

demás se nos dará por añadidura".

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Por eso, Francisco puede resultar tan medieval y tan moderno, a un tiempo. Lo

determinante de su obra se da a nivel íntimo, absolutamente personal. Es esa

experiencia espiritual la que crea el movimiento espiritual. Con ella se sienten

identificados los verdaderos discípulos.

El discípulo ideológico conecta con lo interesante de Francisco, con lo socio-

cultural. El discípulo espiritual conecta con la experiencia personal, y ahí se encuentra

con su propia llamada única, distinta a la de Francisco, al que siente como auténtico

maestro y padre.”41

Exacto, ¿qué tipo de discípulos de Francisco somos? Eso determinará la síntesis y

actualización que hagamos de la itinerancia franciscana. Como venimos preguntándonos

desde hace tiempo: ¿qué significa hoy para nosotros “no se apropien de nada”, “vayan

por el mundo”, “muéstrense mansos y pacíficos”, “alegrándose de compartir la

condición de los pobres de los caminos”, “siervos y hermanos de todos”?

No tengo recetas ni puedo darlas. Siento frustrar en esto a la Asamblea que me

escucha. Más, creo que nuestras Constituciones, documentos emanados de Capítulos,

Comisiones, etc., son preciosos y contienen una -incluso larga- sucesión de prioridades,

opciones, medios, programaciones, etc. De ahí que este apartado, que yo sé que es el

que más interesa, por si nos dicen lo que queremos oír, es donde más insuficiente resulta

la palabra, porque no puede responder a la complejidad concreta en la que nos

movemos, en la que, además, no valen los clichés.

Partimos ahora recordando la primera anotación de Ignacio de Loyola en la

conocida “contemplación para alcanzar amor” de la Cuarta Semana de los Ejercicios

Espirituales: “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras” (EE n. 230).

Pues eso. Pocos comentarios más se necesitan. Tenemos muchas palabras. Pasamos de

unos documentos a otros sin haberles podido dar vida ni apenas aterrizar en la existencia

concreta de las comunidades y los hermanos o hermanas. Por no decir, la presión que

ejercen ¡también en esto! las modas, las corrientes de pensamiento, los “estilismos” en

los lenguajes, el indiscreto “afán de novedad”, como si el tener hermosos documentos,

grandes palabras y referencias, conjurara y atenuara nuestras mediocridades y falta de

planteamientos. ¡Espíritu de la verdadera alegría, ven!

En realidad sólo hay una cosa importante que decir: la vocación itinerante (en la

perspectiva vista al principio) es irrecusable. Y aquella distinción que hacíamos antes se

nos impone ahora. “Espiritualidad de itinerancia” que ha de mantenerse encendida (nos

va la vida en ello) y “formas” no sé si del todo nuevas, pero sí que sean realmente

expresivas de la experiencia espiritual, vocacional. Más que afirmar ese “y”

(espiritualidad y formas de vida), habría que afirmar un “en” (espiritualidad en formas

de vida), porque nunca hay una espiritualidad neutra o “al aire”, o dos elementos

distintos que haya que unir. La espiritualidad se concreta siempre. De ahí que todo

41

GARRIDO, Javier, o. c., p. 229.

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discurso sobre la itinerancia sea vacío si no se “re-aliza” al modo que sea. Además, la

acción, la re-alización, sin agotar lo que es la fuente de la que nace, en cierto modo “tira

de ella”, la mantiene y hasta la nutre, en un dinamismo bipolar que se alimenta

recíprocamente. A poco que tengamos alguna experiencia de estas cosas, sabemos a qué

nos referimos.

Así, podemos afirmar que la espiritualidad de itinerancia se traduce en una forma de

vida itinerante si verdaderamente lo es. Hablar hoy de itinerancia es tan difícil y

problemático como hacerlo de la pobreza franciscana, por poner un ejemplo. Pero

necesitamos hacerlo. Mantener la “memoria subversiva” y desestabilizadora que nos

lleve más allá, o que nos haga vivir lo que nos toca y que no podemos cambiar “como

peregrinos y forasteros”.

Hay itinerancias que podemos (y debemos) elegir personal e institucionalmente,

aunque a priori nos parezcan imposibles y pongan a prueba nuestra paciencia y nuestra

capacidad de integrar el límite personal y grupal: por honestidad, por responsabilidad

básica, por elemental coherencia. Suponen mantener la tensión de superación, el

horizonte de la utopía. Cumplen un servicio importante de marcar las referencias que no

podemos perder de vista. Estas itinerancias “que podemos programar” irían, a mi juicio,

en estas direcciones:

1. “Por esto os envió al mundo entero, para que de palabra y con las obras deis

testimonio de su voz y hagáis saber a todos que no hay omnipotente sino él” (CtaO

9. Cf RegTOR 29).

Por tanto, y primera invitación al “salir al mundo entero”, es dar testimonio “de Su

voz”: con la palabra y con las obras, es decir, el anuncio del Primado de Dios en

nuestras vidas. Principio que atraviesa la vida y los escritos de Francisco, contraseña

para entenderle. Este testimonio no se concreta en tareas, aunque adquiere forma en

ellas, supone más: la expresión a través de toda la existencia del anhelar sobre todas

las cosas el espíritu del Señor y su santa operación (cf. RB X), siendo conscientes

que todas las cosas temporales deben servir al espíritu de oración y devoción (cf. RB

V)42

. La clave del cómo realizamos este éxodo la llevamos dentro, cada uno y cada

una de nosotras. Hemos rutinizado de tal manera lo más importante de la vida que

hablar de “conversión” no deja de ser un término piadoso cargado de resonancias

cuaresmales. La conversión es el resultado del itinerario del encuentro transformante

con el Señor. Allí donde Dios se revela, la realidad se recrea, la vida renace, la

persona nace de nuevo “desde otro lugar”, “de lo alto” (cf. Jn 3).

Junto a la experiencia radical y fundante del primado de Dios, de donde todo lo

demás arranca, está evidentemente, el tema de las formas en que se expresa, y el

mundo al que hemos sido enviados, tal cual es. ¿Significa hoy lo mismo el hábitat

42

Cf.: RB X,9; RB XXII, 27-31; 2CtaF 21; OfP 2,1; Adm 16. Además: RegTOR 7.

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conventual que hace unos años? ¿Y el hábito? ¿Y las plataformas de evangelización

que basan su acción en que los otros se acerquen a ellas? ¿Y el “discurso” que

hacemos de Dios, de la fe, de la Iglesia por más convencidos que estemos? El

anunciar que no hay otro omnipotente sino Él, pasa por hacerse cargo -en nuestra

cultural, al menos- de la implacable secularidad en las que nos movemos. No es

indiferencia, no es ateísmo: es que Dios no cuenta en nuestro mundo. No pertenece

al horizonte cultural ni antropológica. Lo hemos oído en muchos ámbitos, lo

sabemos, y lo incluimos en nuestros hermosos documentos. Pero me pregunto hasta

dónde somos conscientes de lo que supone. Es toda una revolución que miramos, en

el fondo, como algo negativo y Dios quiera que pasajero. Pero ni una cosa ni otra.

Dar testimonio de Su voz en nuestro tiempo nos exigiría, entre otras cosas (partiendo

de la conversión, por supuesto):

- una nueva mirada, acogedora y positiva, a los hombres y mujeres con los

que caminamos en esta fase de la historia,

- “aprender su idioma” sabiendo que -en el mejor de los casos- tienen más

preguntas y no buscan respuestas hechas,

- respetuosa conciencia de la dignidad radical del ser persona por encima de

la fe y de cualquier otro rasgo adjetivo (desde lo religioso, cultural, político,

de orientación sexual, de género, de pensamiento…),

- descubrir esa síntesis genuina que no reduce la fe al ámbito de lo privado

pero tampoco busca el protagonismo público, el “estado cristiano” (los

intentos de regreso a la cristiandad, la nostalgia de las sutiles formas de

teocracia),

- el criterio sabio que da Francisco en RB XII a los que van entre sarracenos y

otros infieles, es decir, los que van a mundos no cristianos, o de diferentes

confesiones, es decir, parecido al nuestro: “5Y los hermanos que van,

pueden vivir espiritualmente entre ellos de dos modos. 6Uno es, que no

promuevan disputas ni controversias, sino que estén sometidos a toda

humana criatura por Dios y confiesen que son cristianos. 7

El otro es, que,

cuando vean que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios para que

crean en Dios omnipotente, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas

las cosas, y en el Hijo, redentor y salvador”,

- tengo para mí que, con frecuencia, nostálgicos del brillo de las

“realizaciones evangelizadoras” de otros tiempos, buscamos reproducir

ambiciosos proyectos que terminan por ahogarnos o sencillamente muriendo

en el intento, olvidando la humilde pero auténtica posibilidad de mostrar el

primado de Dios en nuestras vidas desde la aceptación creyente y gozosa de

la ancianidad, desde el cuidado a los hermanos mayores y enfermos, desde

la alegría de haber vivido toda una vida por y para Dios y su Reino.

Personas mayores gozosas de la vida, que no piensan sólo en sí y en sus

achaques, que pueden comprender más y mejor a los otros porque han

vivido más, etc.

- Y todo eso que tenéis en vuestras Constituciones, Documentos, etc.

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2. «¡Comencemos, hermanos, a servir al Señor, porque hasta ahora poco o nada hemos

hecho!» (1C 103).

Creo que la espiritualidad de la itinerancia y la peculiar radicalidad a la que somos

emplazados en nuestro tiempo ha de hacer sitio a esta llamada. No es sólo la

invitación a salir de nuestras posiciones y seguridades porque nos quede casi todo

por hacer. Me refiero ante todo a esa itinerancia fundamental de atreverse a vivir en

clave de proceso, de dentro afuera, desde una identidad personal, no social ni

institucional o ideológica, porque terminan alienando y ya no sirven o, al menos, no

sirven para mucho ni para los ámbitos en los que nos movemos, tan seculares. Una

vez más, nos encontramos con que suena a lo evidente, pero la experiencia dice que

no es común. La aventura de hacerse persona, de crecer en libertad y obediencia a

Dios, es ardua y se requieren, como decía santa Teresa, “corazones magnánimos”.

Dicho esto para todos los miembros de la familia, tiene una especial aplicación para

los hermanos y hermanas más jóvenes (o menos mayores, dada nuestra realidad),

llamados a vivir vocacionalmente en circunstancias que requieren identidad

consolidada, como todo cristiano, por otra parte. Hablo de la itinerancia como

actitud existencial, humana y creyente. Itinerancia del corazón, que se sabe en

camino, y de las opciones en que se concreta, fruto del discernimiento que arriesga y

confía. Itinerancia del que se hace cargo de su propia vida y se pone cara a cara ante

Dios para escuchar y poner por obra su Palabra, esencia del discipulado. El éxodo

que es ser y hacerse persona, ser y hacerse, y recibirse, discípulo de Jesús, pobre y

humilde. Sabernos siempre en camino, esencialmente peregrinos, sabiendo que nada

ni nadie nos resuelve la vida, ni lo que nos toca personalmente. Ser nosotros

mismos, personal y vocacionalmente (si es que pudieran distinguirse) allí donde nos

encontremos, es un auténtico desafío en un mundo tan plural y “desprotegido” como

el nuestro.

3. “Cuando van por el mundo no litiguen ni se enfrenten a nadie de palabra ni juzguen

a otros, sino sean apacibles, pacíficos y mesurados, mansos y humildes, hablando a

todos honestamente, según conviene… En toda casa en la que entren, digan

primero: Paz a esta casa” (cf. RB III, 10-14; cf. Test 23).

Francisco no pide irenismos fáciles. Ni es un inhibido temeroso del conflicto.

Tampoco habla por temperamento y tendencia psicológica. Habla, como hermano

menor, desde un corazón que ha hecho el camino del perdón y de la paz, de la

reconciliación y la fraternidad, desde la integración de la finitud y de cuanto

amenaza la fragilidad humana.

Nos corresponde, hoy como nunca, recorrer el camino de la paz, la que nace del

corazón, la que se traduce en opciones de vida menos beligerantes, la itinerancia que

nos pone en camino para salir al encuentro de “todo otro”, de todo “distinto” en son

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de paz, promoviendo la mirada respetuosa y acogedora que nos hermana. Exodo

que, como todo éxodo, a veces des-arraiga a la hora de construir paz y

reconciliación en nuestros ambientes políticos tan extremistas y polarizados (y me

refiero en primera instancia a nuestras fraternidades, a nuestras comunidades

cristianas, no digamos en otros ambientes).

4. “Los hermanos no se apropien nada para sí, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. Y, cual

peregrinos y extranjeros en este mundo, sirviendo al Señor en pobreza y

humildad…” (RB VI, 1-2; Cf. Test 24)

La itinerancia de la desapropiación. Buscando las formas que hoy concretan el “no

se apropien nada”: ni casas, ni lugares, ni privilegios, ni posiciones de poder, ni

trabajos, ni obras, ni personas, ni recursos, ni proyectos, ni cualidades. Hay un

momento en el proceso personal en que, para madurar, hay que “apropiarse” la vida,

hacerla nuestra, implicarnos en ella a fondo. Es paso necesario para aprender a

entregarlo todo y descubrirnos en buenas manos, las del Padre que nos cuida más

que a los pajarillos. La no apropiación es la condición de posibilidad para aprender

confianza y conocer en fe cómo nos guarda el Señor de todo peligro. Aquí y así

habla Francisco. Lo dice a nivel personal y para la fraternidad.

Hay cosas, como estas, por ejemplo, que se aprenden también en cierta medida

“forzados por las circunstancias”: ¿nos atrevemos a dejar algún resquicio a la

inseguridad, a la intemperie, a perder las riendas? ¿hemos elegido alguna vez la

pobreza material, la escasez, de manera que podamos conocer qué sucede y, más

aún, qué se desata en nosotros? ¿hemos “dado cuerpo” de alguna forma concreta y

perceptible a formas de vida que expresen nuestro “servir al Señor -todo Bien, único

Bien- en pobreza y humildad”? Tendríamos que hablar además, de la gestión de

recursos económicos, sensación de “seguridad” que transmiten nuestras

instituciones y “seguridad” que, a la hora de la verdad, nos guarda de las

inclemencias a las que se ven sometidos tantos hermanos y hermanas nuestras en

temas laborales, de vivienda…

Es también -y por todo ello- el éxodo de la solidaridad, el compartir, de unirnos a

quienes trabajan en esta misma dirección. El éxodo de la inserción cuando todo nos

lleva al repliegue. Menores entre los pobres.

5. “Y dondequiera que estén y se encuentren unos con otros los hermanos, muéstrense

mutuamente familiares entre sí. Y manifieste confiadamente el uno al otro su propia

necesidad, porque si la madre nutre y ama a su hijo carnal, ¿cuánto más

amorosamente debe cada uno amar y nutrir a su hermano espiritual? Y si alguno de

ellos cayera enfermo, los otros hermanos le deben servir como querrían ellos ser

servidos” (RB VI, 7-9).

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No parece en modo alguna casual, como dijimos anteriormente, que las menciones

que reflejan las relaciones interpersonales entre los hermanos se encuentren en el

capítulo que la Regla Bulada trata sobre la pobreza (término que apenas aparece en

los Escritos, sino más bien, sine proprio) y sobre la condición itinerante de la vida

de los hermanos, que “sirven al Señor en pobreza y humildad”.

Desde la misma sensibilidad y toma de conciencia del tema que nos ocupa, somos

llamados hoy ¡y de qué manera! a algo que nos es esencial y que encontramos por

todas partes en los documentos de la familia y en nuestra identidad espiritual y

carismática: ser hermanos, ser hermanas -decimos con frecuencia- es nuestra

principal misión. A veces me pregunto si nos lo creemos de verdad, más allá de los

papeles (que lo soportan todo), porque andamos mucho más preocupados por

nuestra “significatividad”, por los “campos pastorales o de evangelización”, que del

modo como construimos fraternidad y ofrecemos ámbitos de fraternidad a nuestro

mundo frío e inhóspito.

Volvemos, de otra manera, al mensaje de la paz, de la bienaventuranza franciscana,

de la reconciliación… Ser en medio de nuestro mundo, hermanos y hermanas que

anuncian, por el hecho mismo de la con-vocación, el milagro de una humanidad

nueva. Con toda seguridad, mirando nuestras fraternidades concretas, nos parece

una exageración (de calibre semejante a lo del testimonio de pobreza o alegría), pero

es real incluso con todas nuestras deficiencias, sabiendo que son más que muchas.

En fin, como decía anteriormente, “itinerancias necesarias hoy y programables”.

Sólo algunas. Sólo enunciadas. Conocidas, reflexionadas, elegidas, secuenciadas,

convertidas en prioridades y proyectos de renovación institucional. Y está bien, muy

bien. Y es justo y necesario. Y es lo que nos toca, seguir empeñándonos en lo que

siempre parece estar más allá de nuestras posibilidades…

Todo esto, efectivamente, ¿cómo? ¿con quiénes contamos para ello? ¿a qué

“precio”? Quizá no siempre sean formas que todos y/o todas los hermanos podamos y

debamos vivir en la dinámica cotidiana concreta, pero sí habrán de ser formas que nos

expresen a todos, en las que nos sintamos en comunión. Nos toca vivir y asumir como

“cuerpo”, como “fraternidad” esta diversidad en la que nos encontramos, cada uno

desde el sitio al que se sienta llamado, en comunión, del mismo modo que en la primera

hora, ni todos los hermanos -ni siempre- “iban por el mundo”, o “estaban en los

lugares”, ahora bien, eso sí, entonces y ahora, “peregrinos y extranjeros”.

Hemos visto algunas itinerancias elegibles y, necesariamente, tenidas en cuenta a la

hora de establecer nuestras opciones si queremos no perder nuestro “norte”, lo que

podemos y debemos ofrecer a nuestra generación. Por otra parte, creo que, como vida

religiosa, nos encontramos con una itinerancia que no podemos elegir, ella es la que nos

elige a nosotros, estamos “arrojados” a ella. La expresa con exactitud Jn 21 en las

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palabras que Jesús dice a Pedro después de la pesca milagrosa: “Otro te ceñirá y te

llevará a donde no quieres ir”.

Esta es una gran peregrinación, la principal, donde nos lo jugamos todo: la

itinerancia de la hora de la verdad, el éxodo hacia la irrelevancia y la impotencia y la

reducción. El éxodo de asumir -dando bandazos incluso- unas estructuras institucionales

que hacen aguas por todas partes. El éxodo de la ancianidad dominante y la desbordante

problemática que trae consigo. El éxodo del desfase generacional. El éxodo de la

reducción. El riesgo de elegir las presencias pobres y no encastillarse en nuestras

fortalezas, aún cuando toda lógica conduce al repliegue, la economía de medios

humanos, la macrogestión. El desplazamiento (por obligación…) de los centros de

poder, decisión, influencia y valoración social y hasta eclesial. El éxodo de vivir en la

“inseguridad social”, en la forzosa (y creciente) desapropiación económica derivada de

vivir básicamente del sistema de pensiones. El éxodo de optar por no asegurar

compulsivamente el futuro y nuestros cuidados materiales. El éxodo de la muerte. El

éxodo del restituir la historia. El éxodo del vivir de fe, en esperanza que no defrauda. El

éxodo del amor de cruz.

¿Y si no nos resistimos tanto a morir en paz contentos de “haber hecho nuestra

parte” y dejando que el Señor sea el que siga diciendo el futuro a quien/quienes le/les

toque? ¿Y si vivimos nuestro presente y futuro con el gozo de haber servido al Señor

desde nuestra pobreza y humildad, sabiendo que aunque no entendamos, Él nos lleva?

¿Y si soltamos amarras y remamos más adentro, a donde no sabemos, no controlamos,

no podemos, y entregamos ya todas nuestras posesiones?

El éxodo de la entrega: sin propio. «Quedó desnudo para poder seguir al Señor desnudo

en la cruz, a quien tanto amaba» (LM 2, 4b), que nos permita unirnos a Francisco en su

alabanza: “Tú eres nuestra esperanza, tú eres nuestra fe, tú eres nuestra caridad, tú eres

toda nuestra dulzura, tú eres nuestra vida eterna, grande y admirable Señor, Dios

omnipotente, misericordioso Salvador.” (AlD 7)

“Y todo el que observe estas cosas, sea colmado en el cielo de la bendición del

altísimo Padre, y sea colmado en la tierra de la bendición de su amado Hijo, con el

santísimo Espíritu Paráclito y con todas las virtudes del cielo y todos los santos. Y yo el

hermano Francisco, pequeñuelo, vuestro siervo, os confirmo tanto cuanto puedo,

interior y exteriormente, esta santísima bendición” (Test 40 - 41)