percepcion social de las drogas en españa · drogas, sepamos exactamente ... fundamento de las...

39
Resumen de la Investigacón La percepción social de los problemas de las drogas en España. Madrid: FAD, 2000. 413 p.; 24 cm Índice. Créditos Bases conceptuales y contenidos de la investigación. Metodología de la investigación. Aproximación a los consumos. Principales conclusiones Principales resultados en gráficos Créditos. Autores: Eusebio Megías Valenzuela Domingo Comas Arnau. Javier Elzo Imaz. José Navarro Botella. Oriol Romaní Colaboraciones: Eulalia Alemany Ripoll Susana Méndez Gago Elena Rodríguez San Julián Josune Aguinaga

Upload: dinhkhanh

Post on 11-Oct-2018

215 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Resumen de la InvestigacónLa percepción social de los problemas de las drogas

en España.

Madrid: FAD, 2000. 413 p.; 24 cm

Índice.

Créditos

Bases conceptuales y contenidos de la investigación.Metodología de la investigación.Aproximación a los consumos.Principales conclusionesPrincipales resultados en gráficos

Créditos.

Autores:

■ Eusebio Megías Valenzuela■ Domingo Comas Arnau.■ Javier Elzo Imaz. ■ José Navarro Botella.■ Oriol Romaní

Colaboraciones:

■ Eulalia Alemany Ripoll■ Susana Méndez Gago■ Elena Rodríguez San Julián■ Josune Aguinaga

Trabajo de campo y proceso de datos:

■ EDIS.■ Red de campo: Javier Jiménez Marín (Director).■ Muestra y proceso de datos: José María Alonso Torrens.

Bases conceptuales y objetivos de la investigación

El concepto subyacente a la expresión representación social tiene una acreditada base sociológica, por lo menos desde que Durkheim acuñara el concepto de representación colectiva como un fenómeno social, con diversos grados de complejidad, y opuesto al mucho más simple de representación individual. También Mauss se referiría a la representación colectiva como ese "fondo íntimo de la vida social" que expresa un "estado" del grupo social, que simboliza su estructura, su forma de reaccionar y los sentimientos que el grupo tiene de él mismo y de sus intereses… Estos dos aspectos (la complejidad social sobre la que recortaremos al sujeto colectivo que expresa sus opiniones sobre drogas, y la expresión de este "estado" del grupo a través de las representaciones sociales), nos interesan especialmente del concepto en cuestión.

Pero, como todo concepto teórico, éste también tiene una historia, y en este caso, el lenguaje y la conceptualización que se han impuesto son los de la teoría de la representación social elaborada desde la psicología social por Moscovici, gracias principalmente a una red europea de investigadores de esta disciplina que lo han desarrollado de forma sistemática. Hay que decir, sin embargo, que si su aceptación ha sido tan generalizada, es porque había una cierta necesidad, no sólo de referirnos al fenómeno de las representaciones colectivas (tema central en toda la sociología) sino de unificar (por lo menos aparentemente) las referencias a ellas, realizadas desde ámbitos teóricos tan distintos como la "ideología" en diferentes corrientes marxistas, los "tipos ideales" weberianos, las "imágenes culturales" de los constructivistas sociales, las "perspectivas émic" de varias escuelas antropológicas, etc. (Comas, 96).

De entrada vamos a adoptar aquí una definición que recoge la clásica de Moscovici (1979), más las aportaciones de otros autores (Jodelet, 1984; Palmonari, 1989), refiriéndonos a las representaciones sociales como el conjunto sistemático de valores, nociones y creencias que permiten a los sujetos comunicarse y actuar, y así orientarse en el contexto social donde viven, racionalizar sus acciones, explicar eventos relevantes y defender su identidad. Una característica importante de esas representaciones sociales es que significan un conocimiento compartido de todo el grupo acerca de algo, bajo la forma de una "teoría del sentido común" y, en este sentido, estarían en la base de la opinión pública. Por lo tanto, además de unos valores, nociones y creencias, implican unas actitudes; y todo ello se relaciona con unos comportamientos.

Detengámonos brevemente a concretar los principales conceptos que se implican en la definición de representación social, para que cuando, posteriormente, en la exposición de resultados de la investigación, nos refiramos, por ejemplo, a los valores y actitudes ante las drogas, sepamos exactamente qué se quiere decir con cada una de estas dos palabras y podamos, por lo tanto, interpretar mejor dichos resultados.

Entenderemos por valores los criterios que en un grupo social establecen lo deseable y el

fundamento de las normas y, sobre todo, la base para aceptar o rechazar aquéllas que no están previstas en la cultura del grupo. Tienden a la preservación, a la estabilidad del conjunto de sus categorías culturales, aunque un conflicto entre contenidos valorativos discordantes puede llevar al cambio y revisión de dichas categorías. Mientras que las creencias harían referencia a aquellas ideas más incuestionables de cómo es el mundo, y las nociones serían las imágenes genéricas que puedan existir sobre una cuestión concreta. Tanto creencias como nociones forman parte de los procesos de categorización, a través de los cuales el grupo organiza y sistematiza en un esquema coherente el conjunto de datos, informaciones, percepciones, etc. que recibe. De este modo, hay un referente comunicativo común al grupo, que le permite orientar su acción a través de dos principios fundamentales de dichos procesos de categorización: su economicidad y su funcionalidad.

Por otro lado, actitud también nos remite a un constructo en el que se incluyen de manera indisoluble tanto su vertiente individual como la colectiva, aunque en este segundo aspecto ha sido menos trabajado que los conceptos descritos en el párrafo anterior, y a veces se siente cierta incomodidad cuando se está utilizando a nivel social, colectivo, una definición teórica elaborada principalmente a nivel individual. Pero dejando esto claro, podemos decir que la actitud enlaza con las creencias y nociones a través de uno de sus componentes básicos, el de tipo cognitivo (información asociada a un objeto), mientras que sus otros dos componentes, uno de tipo afectivo emocional (empatía hacia el objeto), y otro de tipo conativo (es decir, relativo a la tendencia a actuar con respecto al objeto), conectarían más directamente con el comportamiento. Desde luego, una actitud nunca es directamente observable a nivel empírico, sino que se analiza y deduce a través de aquello que se dice (la opinión, elemento central de nuestra investigación) y a través de aquello que se hace (comportamiento).

Precisamente porque el presente estudio no va a entrar en la observación directa de comportamientos, vamos a precisar alguna cuestión acerca de las relaciones entre éstos y las representaciones sociales, para poder situar en sus justos términos los resultados de la investigación.

Está fuera de duda que no se puede postular una relación mecánica entre la representación social y el comportamiento, ni tampoco entre la actitud (que sería el elemento mediador entre ellos dos), por un lado con los restantes componentes de las representaciones, y por otro lado con el comportamiento; es claro que son muchas las mediaciones que existen entre todos ellos. Para poder acercarnos a la cuestión, consideraremos que las representaciones sociales tienen tres componentes básicos:

❍ Información: acopio de conocimientos, tanto desde el punto de vista cuantitativo como cualitativo. Las fuentes y contextos sociales de donde se obtienen y donde se construyen dichos conocimientos tienen una importancia básica.

❍ Campo de la Representación: es la estructura y organización con la que, a partir de un mínimo de información, se constituye un espacio figurativo significativamente articulado (imágenes culturales).

❍ Actitud: Orientación general, positiva o negativa, frente al objeto representado (Magrí et al , 1989).

Entonces, podríamos representar las relaciones entre representación social y comportamientos de la siguiente manera:

Con este esquema nos podemos hacer una idea de la gran cantidad de mediaciones que hay en las relaciones entre la representación social y el comportamiento, y del papel estratégico que tiene la actitud en ellas, pero hay que reconocer que poca cosa más se aclara. No llegan a resolverse interrogantes esenciales, tales como si las representaciones preparan e influyen la conducta, hasta qué punto la actitud es un primer momento, generador, de esas representaciones, qué papel juegan en la configuración de éstas las experiencias vitales, los intereses, etc. Como plantean De Leo y Cuomo (1983) "... permanece irresuelto el nudo de la explicación de por qué y cómo nacen, se desarrollan, desaparecen o se mantienen determinadas formas de representación. Hasta ahora ha prevalecido un interés definitorio, descriptivo, y funcional respecto al tema, con la finalidad evidente de utilizar tal categoría en el campo de la investigación experimental, como ha hecho Moscovici, mientras se ha demostrado mucha menos preocupación explicativa cosa que, a la larga puede hacer que nos encontremos ante una categoría bastante bien definida y formalizada en el plano operativo pero, en cambio, frágil a nivel de sus fundamentos generales".

Para superar esta situación, nosotros sostendremos aquí que las representaciones de un grupo son fruto, por un lado, de sus condiciones materiales de existencia, que suponen una determinada experiencia vital y la defensa de unos intereses; pero, por otro lado, dichas representaciones se expresan a través de la herencia cultural del grupo, en la que está presente también la elaboración histórica de las experiencias e intereses que han ido surgiendo de la vida cotidiana de sus mayores, al lado de elementos provinientes de representaciones sociales de grupos dominantes en etapas históricas anteriores. Y deberíamos añadir todos aquellos elementos de las representaciones sociales productos de la adaptación o transformación de los discursos en los grupos dominantes actuales, una parte significativa de ellos conocida a través de los medios de comunicación social. Esto implica que al hablar de las representaciones de un grupo, deberemos considerar algunas variables básicas que discriminen determinadas posiciones diferenciales en su interior; para ello, en el presente estudio, se combinan diferentes instrumentos metodológicos que permitirán valorar las variaciones a partir de dichas variables (edad, género, ideología, nivel educativo, etc.), y aventurar distintos matices, si no tendencias, en la evolución y presencia de las representaciones sociales sobre drogas.

Además, de lo planteado hasta aquí se derivaría una relación dialéctica entre prácticas y representaciones sociales. Si, por un lado, se puede sostener que, en la realidad, las prácticas sociales preceden a las representaciones (ya que las explican y justifican), por otro lado, estas representaciones llegan a adquirir una entidad propia, sobre todo en nuestras actuales sociedades de la información, por lo que influyen notablemente en las prácticas sociales cotidianas. Un buen ejemplo al respecto es, precisamente, el caso de las drogas, donde podemos observar cómo unas determinadas representaciones sociales acerca de las mismas influyen en comportamientos, en prácticas sociales cotidianas, al mismo tiempo que dichas prácticas van dotando de contenidos progresivamente cambiantes a las mencionadas representaciones.

Hasta aquí hemos expuesto, de manera forzosamente esquematizada, una concepción general sobre lo que son las representaciones sociales; ahora debemos precisar el uso que les daremos en la investigación. Aquí trabajamos a partir de una encuesta y de unos grupos de discusión que nos permitirán profundizar en los contenidos de las representaciones sociales sobre drogas en la sociedad española de nuestros días y cómo influyen determinadas características socio-estructurales en su configuración. No se pretende indagar en la consistencia entre todos los elementos citados (valores, creencias, nociones, actitudes, comportamientos), ni emitir un juicio acerca de las relaciones entre prácticas y representaciones sociales en el campo de las drogas, ni tampoco sobre el anclaje profundo de esas representaciones en los distintos grupos estudiados. Para ello se requerirían otros métodos de investigación más en profundidad, como los de tipo etnográfico, con los que se pudiera observar, en el contexto de la vida cotidiana de los sujetos estudiados, el conjunto de sus prácticas y, en especial, las de tipo comunicativo, y relacionarlas con los discursos a través de los que ellos expresan sus representaciones; también los de tipo analítico, para bucear en la consistencia interna entre los distintos componentes de las representaciones sociales y los comportamientos.

Otro elemento en el que no hemos querido entrar es el de los implícitos culturales hegemónicos en nuestra sociedad acerca de las drogas. A pesar de todas las técnicas internas a la confección de la encuesta, y a los criterios, tanto de construcción como de funcionamiento, de los grupos de discusión, no es por estos procedimientos (por lo menos, solamente a través de ellos) como podremos analizar las relaciones de hegemonía - subalternidad de las representaciones sociales y, por lo tanto, la función de éstas dentro de unas determinadas relaciones de poder. Por ejemplo, cuando hablamos de los usuarios de drogas hay preguntas en las que, para hacernos entender, hemos tenido que utilizar un término tan connotado como el de drogadicto; nos guste o no, esto implica la referencia a ciertas cosmovisiones en las que el término existe, lo cual (además de contribuir a reforzar y, por lo tanto, a legitimar la existencia de dichas cosmovisiones), tenemos que reconocerlo, condicionará de algún modo la propia respuesta a dichas preguntas.

A pesar de que esta perspectiva relacional no presida nuestro análisis, no hay duda que la articulación de una técnica intensiva como es la de los grupos de discusión, con otra de tipo extensivo como es la encuesta, permite una gran riqueza en el análisis de los diversos datos obtenidos. Riqueza de la que forman parte tanto la necesaria prudencia en el momento de interpretar unas respuestas, que sabemos están mediatizadas y además incluyen una gran carga emocional (por este implícito cultural hegemónico que se ha construido sobre todo a partir de la articulación de discursos jurídicos y médicos), como la posibilidad de aventurarse a relacionar distintos tipos de datos, para realizar postulaciones acerca de la naturaleza actual del fenómeno que resulten estimulantes y novedosas.

Si, de entrada, hacemos estas observaciones críticas es para que quede claro que somos bien conscientes de las limitaciones de un trabajo como éste, pero para señalar, al mismo

tiempo, el interés que tiene. En efecto, creemos que los resultados que aquí presentamos tienen una gran pertinencia tanto porque permiten analizar la evolución de las representaciones sociales sobre las drogas en la sociedad española, a partir de la comparación de sus resultados con los de otros trabajos relacionados desde premisas teórico-metodológicas semejantes, como porque permiten relacionar y situar en lugares distintos dentro del conjunto aspectos clave de dichas representaciones; en definitiva, porque posibilitan hablar de la evolución del fenómeno drogas "hic et nunc" y, por lo tanto, de algunas características básicas de nuestra sociedad contemporánea. En este sentido, el habernos centrado en lo que podríamos llamar los aspectos funcionales de las representaciones sociales, cotejando respuestas individuales con discursos socializados en discusiones grupales, se ha mostrado suficientemente productivo desde el punto de vista científico, ya que ha permitido encontrar elementos clave que puedan orientar significativamente nuestra interpretación de los procesos estudiados.

Debemos explicitar también por qué damos tanta importancia a las representaciones sociales, hasta el punto de centrar nuestra investigación en ellas. Lo podemos justificar con dos argumentos centrales:

a. Las representaciones sociales sobre las drogas son una parte constitutiva fundamental del mismo fenómeno. De hecho, las podemos considerar como un elemento nuclear del mismo.

Desde una aproximación teórica general, podemos constatar que en el mundo existen unos productos químicos de muy variados orígenes y presentaciones, y que han sido utilizados (unos u otros) por prácticamente todos los pueblos de la tierra, los cuales, en cantidades relativamente pequeñas, tienen efectos de tipo sedante, estimulante, hipnótico, alucinógeno, etc. Son los productos psicoactivos. La primera constatación interesante es que, en nuestros Estados contemporáneos, algunos de ellos han entrado en la categoría de medicamentos, con todo el reconocimiento legítimo que ello implica, otros en la de drogas, con toda la fiscalización (básicamente de tipo penal) que ello supone, y algunos (cada vez menos), todavía, ni en la una ni en la otra. Hasta el siglo actual, esta última era la situación general, el uso de eso que nosotros hemos unificado bajo la categoría de drogas estaba asociado a procesos muy diversos, relacionados con ámbitos variados de la vida (la religión, la medicina, los ritos festivos, la estimulación individual, incluso la nutrición).

En cada una de esas distintas situaciones, las representaciones sociales explican qué es cada droga (o medicamento, o cualquier producto del que se trate), qué origen, historia, cualidades, consideración social… tiene, para qué sirve, cuáles son los efectos que se espera de su consumo, cómo debe tomarse (si se necesita una preparación personal o no para hacerlo, qué momentos se consideran más adecuados para la ingestión, las técnicas de ésta, las dosis o cantidades correspondientes), etc., etc. Estas representaciones tienen siempre un mínimo de congruencia con las bases económico-sociales de la sociedad de que se trate; aunque las relaciones entre estos dos elementos no son nunca mecánicas, lo cierto es que la tendencia a dicha congruencia llevará a que las representaciones sociales sobre drogas sean distintas en las diferentes sociedades, según que su uso sea un paso obligado (por lo menos a nivel ritual) hacia la ciudadanía plena, que su manejo esté reservado sólo a un grupo de especialistas, que su producción y/o distribución beneficie de alguna manera sólo a determinados grupos sociales, o que tengan otros usos y funciones sociales.

Como veremos posteriormente, en el caso español, como ocurre en el resto de sociedades occidentales y, actualmente, en prácticamente todas las sociedades, que han sido dominadas e influidas por las primeras, nos encontramos con un modelo de percepción y gestión de las drogas, que se basa en la articulación de, sobre todo, dos paradigmas fundamentales: el de tipo jurídico y el de tipo médico. Hay unas leyes internacionales, que se reflejan con mayor o menor intensidad o prolijidad en las normas y organización del control de drogas en los diferentes Estados, y al mismo tiempo, hay todo un conjunto de ideas y formas de actuación que sitúan a las drogas dentro del campo de la enfermedad. Todo ello está produciendo una determinada percepción de estos productos y de su lugar en el mundo (con la correspondiente influencia en la cosmovisión), unas posturas muy subrayadas sobre los aspectos morales (postulaciones de principio de lo que debe o no debe ser), un conjunto de dispositivos sociales para gestionar la presencia y los efectos de esas sustancias, etc... Desde el punto de vista de las representaciones sociales podemos afirmar que la preeminencia de uno u otro enfoque, e incluso de otros posibles, se articula a través de un paradigma social que, de forma transversal, sitúa las condiciones para una determinada interpretación, para unas actitudes y para unos comportamientos que expresan, todos ellos, las necesidades y orientaciones del colectivo social.

En definitiva, nos encontramos ante un "fenómeno social total" uno de cuyos componentes básicos es, precisamente, el paradigma que ofrece una coherencia general y unos significados determinados. Los usos de drogas no son tanto un fenómeno químico, que también, sino un fenómeno sociocultural en el que el manejo y los efectos de los componentes químicos se orientarán de una u otra forma a partir de las representaciones dominantes existentes en el grupo que los protagoniza (Menéndez, 1990).

b. Por otro lado, considerando el conjunto de representaciones sociales observables en nuestro país en los últimos veinticinco años, podemos constatar que las representaciones sobre las drogas han tenido un importante peso dentro de dicho conjunto. En efecto, el llamado "problema de la droga" constituye un problema social que se ha ido construyendo en España entre el periodo que va de finales del franquismo, hacia la mitad de la década de los setenta, hasta finales de la década siguiente, cuando podemos constatar que ya forma parte del repertorio de los problemas básicos en nuestra sociedad. En realidad, durante esos quince años (1975-1990, por poner unas fechas de referencia), el problema se desarrolla alrededor de un determinado paradigma de "la droga": los conflictos (personales, sociales, políticos) que tendrán a la heroína y a los heroinómanos como protagonistas.

Matizando un poco más, podemos afirmar que desde principios de los 70, en que la heroína aparece significativamente en España, ésta empieza a circular, primero por redes sociales en las que ya se consumían productos cannábicos (y algunos otros), que formaban parte de los viejos núcleos contraculturales. Más tarde, el ámbito social de uso se va ampliando hasta llegar, hacia 1979-80, a sectores de clases populares, en los que la experiencia de militancia social y/o política va quedando fuera de juego ante la nueva situación que se está consolidando. Entre los nuevos, cada vez más numerosos, consumidores, predominan los más jóvenes, en pleno desarrollo de lo que, en términos clásicos, llamaríamos una socialización desviada, que queda al margen de la escuela, con dificultades de inserción laboral y familiar, inmersos progresivamente en actividades delictivas y con usos de drogas previos a la utilización de heroína: cannabis y alcohol, desde luego, pero también anfetaminas y otros psicofármacos, incluso por vía parenteral (Comas, 1985; Gamella, 1990).

Mientras que, hasta ese momento de finales de los 70, "el problema de la droga" está en una posición relativamente secundaria al lado de las grandes cuestiones suscitadas por la salida del franquismo y el desarrollo de la democracia, a partir del inicio de la década de los ochenta dicho problema social será uno de los "motivos" fuertes en el imaginario social, que acompañará y condicionará la consolidación del sistema democrático tal como lo conocemos en la actualidad entre nosotros.

En efecto, tanto en los resultados de las distintas encuestas de opinión de tipo general (encuestas del CIS, Informes FOESSA, etc.), como en encuestas de victimización, el "problema de la droga" aparece siempre en los primeros lugares, repartiéndose el protagonismo, normalmente, con el paro y el terrorismo. Asimismo, el gran conflicto político desatado alrededor de la pequeña reforma del Artículo 344 del Código Penal en 1983 (conocida con el nombre del entonces Ministro de Justicia del Gobierno Socialista: "Reforma Ledesma"), a través del que, por cierto, se consolidó un concepto básico para esta democracia como fue el de seguridad ciudadana, tuvo en su epicentro a "la droga". Más tarde, la reacción institucional se expresaría con la creación del Plan Nacional Sobre Drogas en 1985, y la extensión progresiva de los servicios sociosanitarios en la segunda mitad de la década. Esta fase podríamos darla por finalizada al inicio de la década de los 90, con las movilizaciones ciudadanas " contra la droga" que se produjeron en numerosos barrios de nuestro ciudades alrededor de las elecciones municipales de 1991 (Romaní, 1999).

Recordando estos apuntes históricos podremos constatar cómo, en las representaciones sociales predominantes en la España de los 80 acerca de cómo es el mundo, "la droga" ocupa un lugar central. Lugar que, hoy por hoy, podemos considerar que forma parte del acervo cultural básico que permite a los españoles contemporáneos "comunicarse y actuar, y así orientarse en el contexto social donde viven, racionalizar sus acciones, explicar eventos relevantes y defender su identidad", por citar la definición adoptada al principio de este capítulo. Es por ello que indagar sobre las representaciones sobre drogas que predominan entre los españoles, además de tener un interés específico para este campo de investigación, lo tiene también como forma de ampliar el conocimiento sobre la sociedad española contemporánea en general.

Metodología de la investigación cuantitativa

La parte cuantitativa de investigación se ha desarrollado mediante una encuesta opinática y actitudinal, de carácter representativo, cuyas condiciones técnicas han sido las siguientes:.

El universo.

El Universo de la encuesta ha sido la población de ambos géneros, entre 15 y 65 años, residente en el territorio español, en las distintas zonas de la Comunidad Autónomas y en todos los hábitats, que según el Padrón Municipal de 1996 utilizado como referencia muestral de detalle, ascendía a un total de 26.860.796 personas. Los datos de esta población desarrollados pormenorizadamente, se ofrecen en el Anexo: Distribución de la Población y de la Muestra.

En lo que se refiere a dicha Población los datos generales serían los siguientes: (Ver Cuadro 2.1)

Y en lo relativo a las zonas de Comunidades Autónomas y los hábitats, los datos resumen son los de los cuadros 2.2 y 2.3.

Teniendo como referencia esta población, la muestra aplicada ha tenido las características que se recogen a continuación.

La muestra.

La Muestra representativa de esta población es aleatoria y polietápica; estratificada de forma proporcional, en una primera etapa, por zonas de Comunidades Autónomas y por hábitats, y, en una segunda, por géneros y edades, también proporcionalmente, dentro de cada zona y tipo de hábitat. Su tamaño ha sido de 1.700 entrevistas en total, lo que da un nivel de confianza del 95.5%, y siendo P = Q, el margen de error para el conjunto es de + 2.38%.

En el Anexo se ofrece en detalle la distribución de la Muestra, según estas cuatro variables de estratificación, pero los datos generales son los que se recogen en los cuadros 2.4, 2.5 y 2.6.

Según las zonas de Comunidades Autónomas y los distintos hábitats la distribución muestral es la siguiente:

Esta Muestra se distribuyó aleatoriamente, según estas cantidades, en un total de 70 municipios, y dentro de cada uno de ellos en sus distintos distritos y/o barrios alcanzando un total de 280 puntos de muestreo efectivo. Los municipios elegidos, por zonas de Comunidades Autónomas y hábitats, son los que se recogen en el cuadro 2.5.

Por último, en lo que se refiere a la distribución por el género y la edad podemos ver lo siguiente (Cuadro 2.6):

Como puede verse, tanto en la variable de género como en la de edad, hay en todos sus grupos una base muestral suficiente.

El grado de ajuste entre la muestra teórica y la muestra real fue prácticamente completo, no observándose ninguna desviación significativa. Su aplicación fue absolutamente aleatoria, tal como se refiere en el siguiente punto.

El trabajo de campo.

Antes de comenzar el trabajo de campo se realizó un pretest de 40 entrevistas, en ocho poblaciones de cuatro Comunidades Autónomas, cinco de ellas urbanas y las tres restantes rurales. Una vez ajustado el cuestionario, según las observaciones realizadas en el pretest, se procedió al desarrollo de la fase del trabajo de campo.

La muestra se aplicó en los 70 municipios a partir de un sorteo aleatorio de 280 secciones censales. En cada sección censal, según el correspondiente callejero, se seleccionaron al azar los puntos de arranque de las rutas aleatorias. Los edificios y las viviendas se fueron eligiendo aleatoriamente mediante unas determinadas cadencias y, finalmente, la última unidad muestral,

la persona a entrevistar, se seleccionó también mediante un sorteo aleatorio entre los miembros de la familia, dentro de las proporciones estratificadas de las variables de género y edad.

La sistemática precisa de todo este procedimiento se recoge con detalle en el documento del Anexo "Metodología para la realización del Trabajo de Campo".

Las entrevistas fueron siempre personales, en el domicilio de la persona elegida, aplicando el cuestionario un entrevistador de EDIS, previamente adiestrado en el mismo.

El trabajo de campo se desarrolló en el mes de Noviembre de 1998. Una vez concluido se realizó una supervisión telefónica de un 20% de las entrevistas, que incluyó a todos los entrevistadores. Por errores detectados en la aplicación de la muestra, o información incompleta observada en la revisión de todos los cuestionarios, se desecharon un total de 36 cuestionarios, que fueron repetidos, en los primeros días de Diciembre, en las mismas secciones censales y entre personas de las mismas características que las previstas.

La población estudiada.

a) Variables de estratificación y otras independientes

Según las cuatro variables de estratificación muestral, anteriormente indicadas, y las distintas variables de clasificación incluidas en la encuesta, la población estudiada es la que se recoge en el cuadro 2.7.

Sobre los datos este cuadro cabe hacer los siguientes comentarios:

❍ La estructura ocupacional de la población estudiada está muy ajustada a la de la población española de 15 a 65 años. No hay ninguna sobrerepresentación de parados, pues el 9.1% encontrado en esta encuesta equivaldría a un 16% sobre población activa, incluso algo por debajo de los datos de Encuesta de Población Activa. Están igualmente en sus proporciones los colectivos de estudiantes, amas de casa y pensionistas, dentro de los límites de edad contemplados.

❍ También está bastante ajustada la variable de nivel educativo, no observándose diferencias relevantes en los distintos niveles obtenidos.

❍ En lo que se refiere al autoposicionamiento ideológico, con una media de 4.96, hay que señalar que se ajusta a una tendencia por la cual la población española acaso esté virando a posiciones cada vez más de centro. En 1986 dicha media se situaba en 4.74(*) .

❍ En el tipo de familia hemos encontrado a un 1.2% de emigrantes, lo que, sobre la población de referencia de la encuesta, supondría alrededor de unas 350.000 personas. Quizás en esta cifra dicho colectivo esté infrarepresentado, debido probablemente a la situación de ilegalidad de muchas de estas personas y a su natural rechazo a las entrevistas.

Por otra parte, si cruzamos alguna de estas variables entre sí, cabe destacar las siguientes cuestiones:

❍ En la distribución de género y edad hay un ajuste completo a la muestra teórica, sin diferencias significativas (P<.998).❍ Y lo mismo ocurre en las variables de zonas de Comunidades Autónomas y hábitats (P<.997).❍ En el cruce de género y nivel de estudios (agrupados) sí hay, lógicamente diferencias significativas (P<.004). En el nivel

de primarios o menos hay más mujeres que hombres (31.7% y 24.1%); en bachillerato y FP la relación es la inversa: 55.2% los hombres y 48.6% las mujeres. Pero en el nivel medio y superior se da un cierto equilibrio: 20.7% los hombres y 19.7% las mujeres.

❍ Estas diferencias aún son mayores según la edad (P<.00001): en el nivel educativo más bajo hay un 41.9% de los de 45 a 54 años, y un 60.3% de los de 55 a 65. En bachillerato un 81% de los de 15 a 19. En FP destacan los de 25 a 35 años, con un 16.6%. Y en el nivel de medios-superiores lo hacen los de 20 a 24, con el 29.8%, y los de 25 a 34 con un 33.2%.

❍ En las variables de ocupación y género las diferencias también son muy significativas (P<.00001); los hombres destacan claramente en empresarios, directivos y profesionales, con un 32.6%, por un 18% las mujeres. También ocurre lo mismo con los trabajadores: un 32.2% los hombres y un 19.5% las mujeres. En los parados y los estudiantes hay equilibrio, en los primeros en torno al 9% y en los segundos al 17%. Y en las amas de casa sólo se clasifican así las mujeres, un 30.5%, por tan sólo un 0.6% los hombres. En los pensionistas hay un 8.4% de hombres y un 6% de mujeres.

❍ Por edades, la ocupación es también muy discriminativa (P<.00001). Los empresarios, directivos y profesionales son, principalmente, de 35 a 44 años con el 38.5%, y de 45 a 54 con el 39.1%. En los trabajadores sobresalen los de 25 a 34 años, con un 37.4%; en los parados, los de este mismo grupo de edad, con un 17.4%. En los estudiantes los de 15 a 19 con el 80.7% y los de 20 a 24 con el 44.4%. Entre las amas de casa destacan las de 45 a 54 años, con el 26.3%, y las de 55 a 65 con un 31.9%. Finalmente, en los pensionistas es muy mayoritario el grupo de 55 a 65 años (29.2%), sin duda por prejubilaciones, viudedad, enfermedad e invalidez.

❍ El nivel educativo más bajo se da en los pensionistas, (un 57.9% de ellos), y en las amas de casa, en un 58.1% de las mismas. En bachiller y FP están un 43.2% de los trabajadores, y en el nivel educativo más alto el 24.1% de los empresarios y el 53.2% de los profesionales, técnicos y funcionarios. Las diferencias en este cruce son muy significativas (P<.00001).

❍ También con una significación muy alta (P<.00001) podemos observar que en los barrios residenciales viven el 44.2%

de las personas con estudios medios y superiores y el 41.9% de los profesionales y el 37.6% de empresarios. En los barrios obreros encontramos a un 40.5% de personas con sólo estudios primarios, al 36% de los trabajadores y al 40% de las amas de casa. Y en los barrios de clase media a un 30.1% de los empresarios, un 24.4% de los trabajadores y un 21.6% de los empresarios, con diferencias por nivel educativo más atenuadas.

❍ En lo que se refiere a las creencias religiosas, según el género y la edad, las diferencias son muy claras (P<.00001). Las personas que en mayor medida se declaran católicas serían las mujeres, con un 86.6% (por un 73% los hombres), las de 45 a 54 años (87.1%) y las de 55 a 65 (96.1%). Son indiferentes, agnósticos o no creyentes el 24% de los hombres (un 12.2% las mujeres), así como un 32.1% de la población entre 20 y 24 años.

❍ Por último, en el autoposicionamiento ideológico (con P<.00044 para el género y P<.00001 para la edad), una vez eliminados los que no contestan, podemos ver lo siguiente:

- Izquierda radical:6.3% de los hombres y 5.3% de las mujeres; el 10.9% de 15 a 19 años y el 9% de 20 a 24.

- Centro izquierda: 31.4% de los hombres y 22.2% de las mujeres; el 31.5% de 20 a 24 años y el 32.8% de 35 a 44.

- Centro: 41.4% de las mujeres y 34.7% de los hombres; el 43.4% de los de 25 a 34 años, el 40.3% de 35 a 44 y el 37.1% de 45 a 54.

- Centro derecha: : 25.3% de las mujeres y 19.5% de los hombres; el 24.1% de los de 45 a 54 años y el 34.9% de 55 a 65.

- Extrema derecha: 7.6% de los hombres y el 5.7% de las mujeres; un 10.1% de los de 15 a 19 años y el 9.1% de los de 55 a 65.

b) Variables de situación y percepción social.

Como variables independientes (a cruzar con las de contenido) se incluyeron otras seis preguntas sobre distintas situaciones (personales, familiares, laborales...) o de percepción social. Los resultados obtenidos son los que se recogen en el Cuadro H.

En cinco de las seis variables contempladas, la interpretación de estas situaciones o percepciones es muy clara, y en las cinco hay unas situaciones o percepciones mayoritariamente positivas, especialmente en el ámbito familiar, donde las situaciones negativas son tan sólo un 8.8% en las relaciones padres-hijos, y un 5.1% en las de los cónyuges o parejas.

Sin embargo, hay tres de esas variables en las que las situaciones negativas son de cierta relevancia: un 28.6% en lo relativo a lo laboral, un 32.2% para el ocio y tiempo libre, y un 31.9% en la percepción de la sociedad.

La sexta variable, el grado de integración o dependencia del grupo, es de más difícil valoración, pues en unas circunstancias u otras, dependiendo también de la personalidad del individuo podrían ser entendidas como positivas (o negativas) posiciones contrapuestas en los que responden. A pesar de la ambigüedad de la pregunta y de la difícil interpretación de las respuestas, se mantuvo aquélla, por considerar de interés la posibilidad de correlacionar el propio posicionamiento en esta cuestión (independientemente del juicio de valor que pudiera hacerse del mismo) con otras posturas y visiones de la representación social.

Estas variables han sido utilizados en el análisis de las percepciones y representaciones sociales sobre las drogas y, como luego se verá, aunque algunas de ellas tienen una cierta capacidad explicativa, la mayoría de las veces o son irrelevantes o quedan eclipsadas por otras variables independientes más potentes, como la edad, el nivel educativo, la clase social, las creencias religiosas o la ideología política.

Sí intervienen algo más en su relación con las variables sobre los consumos de drogas (ver Apéndice), estando presentes algunas de ellas, en su polo negativo o problemático (especialmente las familiares, las laborales y la de dependencia del grupo), en los segmentos de población consumidores de ciertas sustancias. Esto es coherente con lo que se conoce, en otros estudios, como factores de riesgo.

Metodología de la investigación cualitativa.

La parte cualitativa de la investigación se ha desarrollado mediante diez grupos de discusión, seleccionados básicamente con criterios de pertenencia etaria y género, de acuerdo con las condiciones técnicas que se exponen a continuación.

Diseño de los grupos de discusión.

Se realizaron diez grupos de discusión estructurados desde una doble perspectiva, de una parte el género y de otra la edad, establecidas ambas en términos de un rol familiar explícitamente definido (Cuadro I). En cuanto a las edades, aparecían representados, de forma condensada, los cuatro grandes colectivos sobre los que vamos a desarrollar el análisis: 50-60 años, 30-45 años, 23-30 años y 17-21 años. Así mismo, para contemplar la perspectiva de género se realizaron cinco grupos de mujeres, uno de varones y cuatro mixtos; esta elección nos permite centrar una parte del análisis en torno a una perspectiva de género, tema en el que las encuestas realizadas hasta ahora (incluida la que forma parte de esta investigación) no habían encontrado grandes diferencias en la distribución por sexo de las variables descriptivas de la representación social de las drogas.

Justamente, la técnica de los grupos de discusión posibilita un acercamiento estrutural a la realidad social y, de forma especial, a los discursos elaborados de forma consensuado por los diferentes colectivos sociales. El grupo expresa, asimismo, de forma trasparente, el contenido temático del imaginario social, lo que nos permite situar fracturas ideológicas sobre elementos que no se diferencian en los porcentajes que reflejan explicitamente las actitudes y opiniones. En este sentido, los grupos nos permiten intuir mecanismos causales que de otra manera nos pasarían desapercibidos.

Debemos considerar que los grupos de discusión son una técnica empírica de recogida de datos orientada hacia una finalidad concreta, con las que, además, pretendemos retroalimentar los resultados obtenidos mediante otras técnicas. En este caso la finalidad es doble, por un lado investigar el sentido estructural (sociohistórico) de las notables diferencias por edad detectadas en la encuesta y, por otro, intentar interpretar el hecho de que la encuesta no proporcione diferencias por sexo, cuando éstas son evidentes si tenemos en cuenta que estamos ante comportamientos (los consumos de drogas) que justamente diferencian de una forma drástica ambos géneros.

Si combinamos ambas técnicas de recogida de datos, que en este caso se completan además, con el análisis de documentación secundaria derivado del constructo teórico del Capítulo 1, alcanzamos el óptimo de información; esto, a su vez, nos permite, integrando los datos y avanzando hipótesis, aventurar un análisis bastante completo de la realidad. No cabe duda que la posibilidad de retroalimentar ambas técnicas de recogida de datos depende del manejo conceptual y las hipótesis que seamos capaces de plantear. La imaginación, o la falta de imaginación, sociológica no debe asociarse a una técnica concreta sino que es un hecho transversal a las diferentes técnicas de recogida, producción y análisis de datos.

Lo dicho hasta aquí justifica el diseño de los grupos desde las dos ópticas mencionadas, ya que si de una parte todas las investigaciones previas habían evidenciado la importancia del factor edad en las representaciones sociales de las drogas y de otra parte, aunque eran evidentes los comportamientos muy divergentes, las diferencias entre sexos parecían inexistentes, parecía legítimo utilizar estos dos componentes para trabajar una hipótesis sintética. Propuesta sintética que, a su vez, exige acudir a una nueva hipótesis: la necesidad de proyectar conjuntamente la realidad de las drogas, así como la representación social de esta realidad, sobre un modelo de cambio social.

La legitimidad de incluir esta última hipótesis se deriva de algunos elementos que el análisis documental nos ha permitido rastrear. En esencia creemos que el debate histórico sobre los fenómenos, los intentos para explicarlos, en definitiva la cronología española en relación a las drogas, aportan ciertas perspectivas que exigen un contraste empírico pero que autorizan la propuesta de entender el modelo de cambio social como constructo explicativo determinante.

La combinación de diversas técnicas de recogida de datos pretende en esta investigación, desde una perspectiva global, una estrategia integradora de análisis a niveles diferentes, cuya compleja articulación, debe desarrollarse en el plano de lo conceptual. De esta forma, en la medida en que se consiga un progreso en la conceptualización, se habrá logrado realizar un avance significativo sobre un programa de investigación que debería adquirir un carácter bien delimitado y continuo.

Las intenciones primarias que decidieron la utilización de los grupos y el diseño de éstos, también explican algunas de las características del método utilizado en las reuniones. De un lado, el carácter no directivo de los grupos que permite la expresión espontánea de las representaciones manejadas; de otro, la introducción obligatoria en todos ellos, si no surge espontáneamente, por parte del moderador, de tres cuestiones clave: la edad (representada por las tensiones intergeneracionales), el género (representado por las visiones cruzadas que manejan mujeres y hombres), y la imagen del otro (representada por las actitudes de rechazo y aceptación).

Este esquema metodológico refleja a una construcción teórica que, en su contexto, otorga validez externa a los datos recogidos en los grupos, y que puede utilizarse para contrastar las hipótesis presentadas en los Capítulos 4 y 5. El tipo de análisis se inscribe así en una corriente teórica que atribuye a la formulación y descripción de hipótesis falsables el carácter de hitos en la construcción de un programa de investigación concreto.

Con la finalidad de adecuarse a las exigencias metodológicas, implícitas en la finalidad prevista, se dispuso de un equipo de campo un

tanto complejo (Cuadro J), cuya intervención, como iremos viendo, condiciona los análisis y los resultados. De una parte se realizó la contactación, de forma particular, en cada uno de los lugares elegidos; la moderación corrió a cargo del analista, salvo en los cuatro últimos grupos de mujeres; otra persona se encargó de la grabación y una cuarta de la transcripción; esta transcripción fue revisada por la persona que había realizado la grabación, quien también realizó un primer borrador o resumen sobre el contenido del debate de cada uno de los grupos (lo que permitió al analista contrastar su propia imagen de lo ocurrido con una fuente externa).

CUADRO J. EQUIPO DE CAMPO (Investigación cualitativa)

GRUPO CONTACTACIÓN MODERACIÓN GRABACIÓN TRASCRIPCIÓN REVISIÓN Y

RESUMEN

RS1-CIR

Elena Rodríguez Domingo Comas

Ignacio Megías

Marisa González Ignacio Megías

RS2-CIR

Elena Rodríguez Domingo Comas

Ignacio Megías

Marisa González Ignacio Megías

RS3-BIL Leire Salazar Domingo Comas

Jasone Goñi Marisa González Ignacio Megías

RS4-BIL Leire Salazar Domingo Comas

Jasone Goñi Marisa González Ignacio Megías

RS5-COS

Paco Tur Domingo Comas

Ignacio Megías

Marisa González Ignacio Megías

RS6-COS

Paco Tur Domingo Comas

Ignacio Megías

Marisa González Ignacio Megías

RS7-MAD

Charo Pulido Soledad de la Morera

Ignacio Megías

Lourdes González Ignacio Megías

RS8-MAD

Charo Pulido Soledad de la Morera

Ignacio Megías

Lourdes González Ignacio Megías

RS9-COR

Carmen Gutiérrez Soledad de la Morera

Ignacio Megías

Lourdes González Ignacio Megías

RS10-COR

Carmen Gutiérrez Soledad de la Morera

Ignacio Megías

Lourdes González Ignacio Megías

NOTAS AL CAPÍTULO 2

(*) NAVARRO, José "Las Elecciones Generales de 1986". Fundación Friedrich Ebert. (páginas 103 a 109). Madrid. 1987.

Aproximación a los consumos de drogas

La presente encuesta no tiene objetivos epidemiológicos y, por lo tanto, no se ha planteado un cuestionario específico para recoger con detalle los consumos de las diferentes sustancias en distintos patrones de uso. No obstante, dado que para explicar algunas de las opiniones y actitudes de los temas centrales de esta investigación era necesaria la inclusión de datos de esta naturaleza, como variables independientes, lo cierto es que se ha obtenido una información de cierto interés al respecto. A modo de aproximación, vamos a ofrecer esa información en este Apéndice.

Los grupos o tipos de sustancias que contemplaba el cuestionario eran, para las drogas legales, el tabaco, el alcohol y los hipnosedantes; y para las ilegales, la cannabis, las anfetaminas-drogas de síntesis - alucinógenos, la cocaína, crack, y la heroína y otros opiáceos.

En cuanto a los períodos de consumo a analizar, se incluyeron dos períodos estándar: alguna vez y los últimos doce meses. También se preguntó qué sustancias se consumían en la actualidad habitualmente, y cuáles de las que se habían consumido anteriormente no las consumían ya.

Las prevalencias en los consumos

Los resultados obtenidos en las tres primeras variables sobre los consumos son los que se recogen en la Tabla A 1.1.

Tabla A 1.1 El consumo de drogas en España, en población de 15 a 65 años, en %

Alguna vez Últimos 12 meses

Habitualmente

* Tabaco 74.3 55.0 44.3

* Alcohol 83.2 72.8 32.9

* Cannabis 27.3 13.3 4.8

* Anfetaminas, alucinógenos y drogas de síntesis

7.2 2.8 0.2

* Tranquilizantes e hipnóticos 6.1 2.8 1.1

* Cocaína y crack 7.2 3.5 0.7

* Heroína y otros opiáceos 1.2 0.3 0.2

* Ninguno y no compete 13.8 21.2 44.5

Total 220.3 171.5 128.4

* Suman más de cien por ser unas preguntas de respuesta múltiple.

De los datos recogidos en la tabla cabe señalar lo siguiente:

❍ Tan sólo un 13.8% de la población española de 15 a 65 años indica no haber consumido nunca ninguna sustancia, o dicho de otro modo el 86.2% sí han consumido alguna (o algunas) de estas drogas alguna vez en su vida. Un 21.2% no las consumió en los últimos doce meses y un 78.8% sí lo hizo. Finalmente, un 44.5% señala que no las consume habitualmente, mientras que un 65.5% sí lo está haciendo en la actualidad.

❍ En el período de los último doce meses, que es un indicador bastante robusto, la sustancia más consumida fue el alcohol (78.2%), a la que siguió el tabaco (55%). La tercera droga más consumida fue la cannabis (13.3%), a la que siguen la cocaína y el crack, las anfetaminas-drogas de diseño y alucinógenos, y los hipnosedantes (entre un 3.5% y un 2.8%). Y ya con un uso muy minoritario la heroína y otros opiáceos (0.3%).

❍ Finalmente, en el uso habitual hay que señalar que es el tabaco (diario u ocasional) el que tiene una prevalencia más alta (44.3%), seguido en esta ocasión del alcohol (32.9%). La cannabis, con un 4.8%, y los hipnosedantes, con un 1.1%, serían las otras sustancias con un mayor uso habitual. La cocaína y el crack, las anfetaminas-drogas de diseño

y alucinógenos, y la heroína y otros opiáceos tienen ya un consumo habitual más minoritario (entre el 0.7% y el 0.2%).

Aunque, como ya hemos dicho anteriormente, la presente encuesta no tiene una finalidad (y una metodología) estrictamente, epidemiológica, los datos obtenidos están bastante en la línea de los de otros estudios, Ésos sí más epidemiológicos, realizados también en 1998 (Andalucía, Galicia y la Comunidad Valenciana), y que, con relación a otros indicadores de opinión y actitudes, ya se han citado en los capítulos de este informe.

De carácter nacional reciente (1997), sólo se disponen (fragmentariamente) los datos de la última Encuesta Nacional del Plan Nacional sobre Drogas . En la Tabla A 1.2 se ofrecen los datos de dicha encuesta y los de la presente, en los períodos de alguna vez y en los últimos doce meses. Aunque las poblaciones son homogéneas en ambas encuestas (15 a 65 años), y las dos han sido hechos en los domicilios de los entrevistados, hay que advertir que no es idéntica la metodología de la entrevista: mientras en la presente encuesta un entrevistador ha ido formulando todas las preguntas, en la del PNSD las preguntas sobre los consumos han sido autocumplimentadas por el entrevistado.

Tabla A 1.2

El consumo de drogas alguna vez y en los últimos doce meses, según la Encuesta Domiciliaria del PNSD (1997) y la Encuesta Nacional de Percepciones Sociales (1998), en %

ALGUNA VEZ ÚLTIMOS 12 MESESPresente

Encuesta

1998

PNSD

1997

Presente Encuesta

1998

PNSD

1997

* Tabaco 74.3 68.5 55.0 45.0* Alcohol 83.2 89.9 72.8 77.7* Cannabis 27.3 21.7 13.3 7.5* Anfetaminas, alucinógenos y drogas de síntesis

7.2 5.8 2.8 1.9

* Tranquilizantes e hipnóticos 6.1 * 2.8 3.2* Cocaína y crack 7.2 3.6 3.5 1.7* Heroína y otros opiáceos 1.2 1.0 0.3 0.3

* No se ofrecen datos sobre los hipnosedantes en el período de alguna vez.

Aunque en esencia los datos de ambas encuestas están en una misma línea de sustancias de consumos mayoritarios y minoritarios, hay unas diferencias que bien podrían deberse a la distinta metodología empleada (la elección entre una u otra sigue siendo un problema aún no resuelto).

La autocumplimentación persigue hacer emerger, mediante la no participación del entrevistador, un mayor grado de sinceridad y, previsiblemente, unas mayores prevalencias, especialmente en los consumos de las sustancias más conflictivas. Lo cierto es que, según los datos de la tabla, excepto para el alcohol (que es la sustancia más integrada social y culturalmente) y para los hipnosedantes (que casi nadie identifica como droga, según pudimos ver en el Capítulo 3), para todas las demás sustancias las prevalencias detectadas en el estudio del PNSD son más bajas que las observadas en la presente encuesta. En el consumo de tabaco (que es un producto cada vez más cuestionado) y de todas las drogas ilegales (que tienen una imagen social más conflictiva), las prevalencias emergen con mayor claridad en esta investigación que en la del PNSD. Ante esta evidencia, de signo contrario a la teóricamente esperada en la metodología de la autocumplimentación, cabe cuestionarse si el modelo autoadministrado, aplicado con éxito en las encuestas escolares, es traspolable a las

encuestas de población general. No hay que olvidar que estas encuestas escolares, a fin de cuentas, se realizan en el anonimato de un aula escolar, junto a otros muchos escolares, mientras que las de población general se realizan en el domicilio del entrevistado.

Pero quizás hay aún otra cuestión de más fondo, que podríamos resumir en la siguiente pregunta: ¿qué inhibe más en la cultura española (que no es la anglosajona): el reconocimiento verbal del consumo de estas sustancias o la confesión por escrito del consumo de las mismas, especialmente de la ilegales? Esta es una pregunta que no puede despacharse desde supuestos teóricos, sino que hay que responderla desde la acumulación de evidencia empírica, en nuestro país y en nuestra cultura.

En nuestra investigación, en lo que se refiere al abandono del consumo de las distintas sustancias podemos ver lo siguiente (Tabla A 1.3):

Tabla A 1.3 Abandonos del consumo sobre el total de la muestra

%

* Tabaco 10.4

* Alcohol 4.9

* Cannabis 3.8

* Anfetaminas, alucinógenos y drogas de síntesis 1.3

* Tranquilizantes e hipnóticos 1.1

* Cocaína y crack 1.5

* Heroína y otros opiáceos 0.8

* Ninguno y no compete 76.2

Total

Base

100.0

(1.700)

Las sustancias en las que se ha producido una mayor proporción general en los abandonos de sus consumos han sido el tabaco (10.4%) el alcohol (4.9%) y la cannabis (3.8%). En las restantes (cocaína y crack, anfetaminas, alucinógenos y drogas de síntesis, hipnosedantes y heroína y otros opiáceos) los abandonos han oscilado entre el 1.5 y el 0.8%.

Estos porcentajes de abandonos son coherentes, en términos absolutos, con los niveles alcanzados por los consumos de cada tipo de sustancias, aunque no en todas significan lo mismo, pues en el caso de las sustancias de uso más minoritario tienen en sí mismas una importancia relativa mucho más relevante. Por ejemplo, el 0.8% de abandono de la heroína supone las tres cuartas partes de los que la han usado alguna vez (1.2%),mientras que los 10.4 puntos porcentuales del tabaco representan tan sólo la séptima parte de los que han fumado alguna vez (74.3%).

El perfil de los consumidores de cada tipo de drogas

Para poder definir el perfil de los consumidores de drogas en un período de tiempo cercano y, a la vez, razonablemente amplio, se ha escogido el indicador de los últimos doce meses. Y para que las diferencias obtenidas sean suficientemente significativa (P<.05 o más) se han tenido que unificar las bases de los consumos de las variables cocaína-crack y heroína-otros opiáceos.

Una vez cruzado este indicador con las distintas variables independientes, y con una significación entre P<.05 y P<.001, podemos ver que los perfiles obtenidos son los que se recogen en la Tabla A 1.4:

Tabla A 1.4: Perfil de los consumidores de las distintas drogas, en los últimos doce meses, en % (P<.O5 a P<.001)

DROGAS LEGALES DROGAS ILEGALES

TABACO 55.0% CANNABIS 13.3%

Hombres 63.4 Hombres 16.2

20-24 años 63.5 15-19 años 28.7

25-34 años 62.7 20-24 años 29.8

35-44 años 62.5 Profesionales y trabajadores 14.6

Empresarios y profesionales 63.7 Parados 22.5

Trabajadores y parados 65.0 Estudiantes 26.7

Estudiantes 57.0 Agnósticos y no creyentes 36.1

Agnósticos y no creyentes 68.7 De izquierda radica 36.5

Católicos no practicantes 57.7 De centro-izquierda 15.9

De izquierdas 71.1 Insatisfechos en su trabajo 18.6

De centro 59.7 Con problemas familiares 27.2

Con problemas en el trabajo 69.0 Muy dependientes del grupo 15.3

Con problemas familiares 66.7

ALCOHOL 72.8% ANFETAMINAS, ALUCINÓGENOS Y DROGAS DE SÍNTESIS 2.8%

Hombres 82.3 Hombres 4.1

15-24 años 81.0 15-19 años 5.6

y 25-34 años 79.0 y 20-34 años 4.8

Empresarios y profesionales 83.1 Trabajadores 3.7

Trabajadores y parados 77.8 Parados 6.6

Estudiantes 78.8 Estudiantes 3.4

Agnósticos y no creyentes 89.1 Agnósticos 5.8

Católicos no practicantes 76.0 No creyentes 17.0

De izquierdas 82.9 De izquierda radical 13.5

De centro 76.5 De centro 3.6

Con problemas en el trabajo 81.4 Con problemas en el trabajo 5.8

Con problemas familiares 87.1 Con problemas familiares 6.1

Insatisfechos con su tiempo libre 75.3 Muy dependientes del grupo 6.5

Muy dependientes del grupo 75.2

HIPNOSEDANTES 2.8% COCAÍNA-CRACK Y HEROÍNA-OTROS OPIÁCEOS 3.8%

Mujeres 4.2 Hombres 5.6

35-44 años 3.6 15-19 años 6.5

55-65 años 4.4 20-24 años 8.2

Empresarios y profesionales 3.5 25-34 años 4.6

Amas de casa 3.4 Empresarios y profesionales 5.3

Pensionistas 4.1 Parados 6.0

Parados 5.3 Agnósticos 6.8

Católicos practicantes 4.9 No creyentes 17.0

No creyentes 9.8 De izquierda radical 17.6

De izquierda radical 6.8 De centro-izquierda 4.3

De derechas 4.7 De extrema derecha 6.2

Con problemas en el trabajo 4.1 Problemas en el trabajo 6.6

Con problemas familiares 4.5 Con problemas familiares 9.5

Según los datos de la Tabla A 1.4, podemos ver que el perfil de los consumidores de las sustancias legales, tabaco y alcohol, es muy similar: principalmente hombres, personas jóvenes y de mediana edad; estudiantes y población activa (profesionales, empresarios, trabajadores y parados); católicos no practicantes y agnósticos y no creyentes; de izquierdas y de centro; algo más los que tienen problemas de trabajo y familiares, que los que no los tienen; para el alcohol, como singularidad, los muy dependientes del grupo de iguales.

En el otro grupo de sustancias legales, los hipnosedantes, encontramos otro tipo de perfil: en esta ocasión especialmente las mujeres (con una cuarta parte de hombres), personas de mediana edad y mayores, población activa (empresarios, profesionales y parados) pero, sobre todo, no activa (amas de casa y pensionistas); católicos practicantes y no creyentes; de izquierda radical y de derechas; con problemas en el trabajo y familiares.

Finalmente, el tercer tipo de perfil diferenciado sería el de los consumidores de drogas ilegales, con un amplio segmento común y alguna singularidad. Son rasgos comunes la edad joven (entre 15 y 34 años), principalmente hombres, aunque también un tercio de mujeres; población activa, parados y estudiantes; agnósticos y no creyentes; de izquierda radical y centro-izquierda. Y, especialmente, los que tienen problemas laborales y familiares.

Como singularidad cabe destacar a los empresarios y profesionales en el grupo de consumidores de cocaína, a los profesionales en este último grupo y el de usuarios de cannabis, a los trabajadores y estudiantes entre los que consumen cannabis y anfetaminas-drogas de síntesis. Y a los parados en los tres grupos de consumidores de drogas ilegales. También hay que señalar a los muy dependientes del grupo en el consumo de cannabis y anfetaminas-drogas de síntesis. Por último, un segmento de extrema derecha en el grupo de personas que consumen cocaína y heroína.

El Policonsumo

Es bien sabido que una parte importante de los consumidores de las distintas sustancias no usan una sola, sino que hacen un uso múltiple de diversas drogas. A partir de los datos de la Tabla A 1.5 (una vez eliminados los que no consumieron ninguna droga) las medias de drogas consumidas por cada persona consumidora, en los tres indicadores considerados, son las que se recogen en la siguiente Tabla A 1.5.

Tabla A 1.5 Núero medio de drogas tomadas por cada consumidor

Alguna vez 2.36

Últimos doce meses 1.91

Habitualmente 1.49

Obviamente, cuanto más amplio es el período de tiempo considerado, mayor es en general la media de asociaciones de drogas que han podido hacerse; oscilando, como puede verse en el cuadro entre un máximo de 2.36 para el período de alguna vez y un mínimo de 1.49 en el consumo habitual.

El indicador de los últimos doce meses es, sin duda, el más robusto, pues reúne a la vez cierta amplitud y cercanía. La media de asociaciones de drogas, en este período, fue de 1.91. Esta media y este periodo de tiempo serán los que utilizaremos, a continuación, como referencia, para profundizar un poco más en el fenómeno del policonsumo.

En lo que se refiere a la media de asociaciones que establece cada tipo de drogas con las demás, las medias obtenidas son las siguientes (Tabla A 1.6):

Tabla A 1.6: Media de asociaciones de cada droga con las demás, en las situaciones de policonsumo

Sustancias Media asociaciones

Tabaco 1.22

Hipnosedantes 1.37

Alcohol 1.86

Cannabis 2.10

Anfetaminas-alucinógenos-drogas de síntesis

2.86

Cocaína y crack 3.29

Heroína y otros opiáceos 4.27

Media general: 1.91

Como puede observarse, las drogas que tienen unas medias de asociaciones más altas son la heroína y otros opiáceos y la cocaína y el crack. En un lugar intermedio tenemos a las anfetaminas-alucinógenos-drogas de síntesis y a la cannabis. Todas estas drogas ilegales están por encima de la media general. Y ya por debajo de esta media encontramos a las drogas legales: los hipnosedantes, el alcohol y el tabaco. Esta ordenación de los usos múltiples de drogas es la misma que se han ido observando en otros estudios (nacional 1995, Canarias 1997, y Andalucía, Valencia y Galicia en 1998).

En los cruces bivariantes de estas distintas sustancias se observan casi una treintena de combinaciones de consumos múltiples diferentes, pero mediante un análisis multivariable (análisis factorial de componentes principales) cuatro tipos de combinaciones múltiples explican el 76.8% del total de la varianza. Estas combinaciones o factores en términos estadísticos, son las que se recogen en la Tabla A 1.7.

Tabla A 1.7 Matriz Factorial

Sustancias Factor 1 Factor 2 Factor 3 Factor 4

Cocaína y crack .848 .319 .214 -.064

Anfetaminas, alucinógenos y drogas de síntesis

.823 .151 .002 .080

Cannabis .649 .377 014 .184

Alcohol .231 .837 .045 -.013

Tabaco .181 .821 .050 .018

Heroína y otros opiáceos .019 .007 .998 .002

Hipnosedantes .067 .006 .015 .992

Explicación de la varianza

Varianza acumulada

31.0%

31.0%

17.7%

48.6%

14.3%

62.9%

13.9%

76.8%

Con estos cuatro factores, podemos concluir que existen, entre la población española de 15 a 65 años que consumió drogas en los últimos doce meses, cuatro modelos básicos de POLICONSUMO, cuya importancia, según la varianza explicada, se ordenaría del modo siguiente:

1. Modelo de los PSICOESTIMULANTES (31% de la varianza), con la cocaína y crack, y las anfetaminas-alucinógenos-drogas de síntesis como grupos de sustancias líderes. En este modelo se ubica también la cannabis y, ya con un peso menor el alcohol y el tabaco.

2. Modelo del TABACO y el ALCOHOL, (17.7% de la varianza), con ambas sustancias como líderes. En una parte de consumidores se da también el consumo de cannabis y, un poco menos, el de cocaína.

3. Modelo de los NARCÓTICOS (14.3% de la varianza) con un peso muy fuerte de la heroína y los otros opiáceos, y con cierta presencia de la cocaína y el crack.

4. Modelo de los PSICOFÁRMACOS (13.9% de la varianza), formado especialmente por los hipnosedantes (tranquilizantes e hipnóticos), y con una muy ligera presencia de cannabis.

Estos cuatro modelos de policonsumo son también los mismos que se han observado en los estudios anteriormente mencionados, con una sola inversión del orden de dos de ellos: en esta ocasión el modelo del tabaco y el alcohol precede al de los narcóticos. Esto es debido a que en los anteriores estudios se tomaba en consideración, a efectos del policonsumo, solamente a los bebedores de alcohol abusivos, mientras que en la presente investigación (por el papel subsidiario de las variables de consumo) se ha incluido a todos los que bebieron en los últimos doce meses, ya que era imposible dedicar en el presente cuestionario la veintena de preguntas necesarias para recoger el consumo de cada tipo de bebida y calcular su equivalencia alcohólica. Esto hace que la varianza explicada en este modelo sea mayor que cuando se contempla sólo a los bebedores abusivos.

Aunque un beneficio de este procedimiento ha sido la aparición también del alcohol en el modelo de policonsumo liderada por los psicoestimulantes, cosa que no suele ocurrir cuando sólo se incluyen a los bebedores abusivos.

Principales conclusiones

Sobre las posiciones básicas y los perfiles de la población

Las posiciones básicas en la representación social sobre drogas en la población española se articulan alrededor de dos ejes fundamentales. Un primer eje, marcado profundamente por lo ideológico, en cuyos extremos se sitúan dos grupos de población: un subgrupo mayoritario (38.5%) que entiende que las drogas son un producto extraño y destructor, que exige una confrontación sin matices; y otro subgrupo de población, minoritario (17%), que ve a las drogas como substancias cuyo uso puede reportar beneficios potenciales, o que cuando menos son simples objetos de consumo. En un segundo eje aparece otra parte, importante, de la población, que suaviza en cierta medida los posicionamientos ideológicos y se adscribe a posturas marcadas por una cierta "visión pragmática" de las drogas; a su vez, esta población enfatiza, bien posturas teñidas de "realismo escéptico" (siempre hubo drogas, son algo inevitable, no hay nada que hacer), que agrupan al 22% de la población, bien posiciones más marcadas por un "realismo posibilista", el 16.7% de la población, que entienden que siendo las drogas un fenómeno social de presencia continua, puede ser matizado desde distintas intervenciones.

No existen posibilidades de análisis de tendencias en estas posturas puesto que en investigaciones anteriores no ha habido cuestiones metodológicamente comparables. No obstante, desde una visión globalizadora y a partir del conjunto de conclusiones que se describirán, creemos que existen razones suficientes para interpretar que se está produciendo una disminución del grupo de población que presenta posiciones frontales, muy ideologizadas, contra las drogas, y que, al tiempo, está aumentando algo el que preconiza una postura contraria, de aceptación fáctica de esas substancias. Sin embargo, resultan más significativos la aparición y el desarrollo de esos dos grupos de ciudadanos que se apuntan a posturas marcadas por unas visiones más realistas de las drogas, bien de un realismo marcado por la convicción de que poco cabe hacer ante esos problemas, bien del otro realismo que entiende que sí existen recursos y capacidades de intervención.

Estas modificaciones en la percepción y en las actitudes de la población, tanto a partir de un cierto reequilibrio en las posturas de enfrentamiento con las drogas y de aceptación de las mismas, como sobre todo en la aparición de estas posiciones más intermedias, no tan adscritas a posiciones extremas, entendemos que marcan decisivamente un cambio en la representación social sobre drogas en España.

Las opiniones sobre los distintos aspectos de las drogas en la población española no se distribuyen de una forma aleatoria ni, mucho menos, homogénea. Existen unos perfiles poblacionales que se diferencian claramente en sus opiniones, sus actitudes, sus percepciones de las drogas y los consumidores, etc… Como estos perfiles se reiteran a lo largo de las diferentes cuestiones, conviene señalar los rasgos básicos. Es cierto que los perfiles no aparecen inequívocos sino más bien como tipos ideales, con matizaciones, modificaciones y entrecruzamientos en relación con diferentes cuestiones, pero son lo suficientemente consistentes como para que se puedan describir en esencia.

Habría un primer perfil (perfil estándar A) mucho más temeroso, indefenso, asustado y, al tiempo, confrontado frontalmente con los problemas de drogas, que estaría representado por el grupo de población de personas mayores, de nivel educativo bajo, mayoritariamente no

activas desde el punto de vista laboral, autoposicionadas en el centro-derecha político, que se consideran católicos y practicantes, que no conocen personalmente a consumidores, que están convencidos de que las drogas podrían erradicarse de forma plena, y que o no consumen o consumen exclusivamente tabaco y alcohol.

Otro perfil de la población (perfil estándar B), es más proclive a encontrar algún beneficio en las drogas, está menos asustado ante las mismas, es más favorable a algunos aspectos de sus manifestaciones. Sería el perfil de población integrado por personas de franjas más juveniles, con un nivel educativo más alto, "mayormente" estudiantes o trabajadores en activo, agnósticos o no creyentes, y autoposicionados en la izquierda o el centro-izquierda político; serían personas que conocen a consumidores y que algunas de ellas mismas consumen y que creen poco en la posibilidad de hacer desaparecer el problema de las drogas.

Hay que insistir en que los grupos no aparecen inequívocamente como grupos rígidamente conformados para todas las cuestiones, pero que sí suponen un entramado de posicionamientos, que después van a permitir alguna interpretación genética (interpretación que, en la medida que sea aceptada, aclara notablemente la adscripción de la población a los diferentes perfiles de posiciones ante cuestiones y conflictos).

Sobre las substancias

Una primera cuestión al estudiar la representación social sobre drogas es qué tipo de substancias son reconocidas como tales. En ese sentido encontramos que, analizando las tendencias en estos últimos años, podemos encontrar cuáles son los productos que han tenido más presencia en el imaginario dominante. La cannabis, siempre abundantemente mencionada, presenta un cierto incremento a partir de 1997. Prácticamente podría decirse lo mismo de la cocaína. Por el contrario la heroína, antes abundantemente mencionada, sigue teniendo una presencia importante pero en continuo descenso desde 1992. Las drogas de síntesis aparecen prácticamente alrededor de 1992 y, desde entonces, crece rápidamente su mención hasta 1997, momento en que a partir del cual se produce un descenso en el interés que despiertan. Los tranquilizantes y los hipnóticos apenas son reconocidos como drogas, salvo por el grupo de mujeres que, coincidentemente con la prevalencia de uso entre las mismas, los reconocen como tales en proporciones que doblan a la población general.

Quizás lo más significativo de este apartado es la relación que se establece entre las drogas ilegales señaladas y las drogas legales que también son reconocidas. El tabaco y el alcohol son nombrados como drogas por una proporción de personas muy minoritaria, pero que va aumentando de una forma continuada en los últimos años. Parece que iría calando en el imaginario colectivo ese mensaje, más o menos emanado de los profesionales, que se empeña en hacer reconocer a estas substancias como drogas. No obstante, y esto también resulta enormemente sugerente, este "ir calando" no se produce de manera uniforme en toda la población sino que afecta fundamentalmente a unos grupos poblacionales, que no son precisamente aquéllos que más consumen este tipo de substancias. Las personas mayores, laboralmente menos activas, de nivel educativo medio-bajo, son las que más creen en que las substancias legales "son drogas", cosa que es seriamente puesta en duda por los grupos más jóvenes, de estudiantes, profesionales y trabajadores en activo. En todo caso, en estos momentos, al pensar en "drogas", la mención de substancias ilegales supera en proporción de 5.6 a 1 a la mención de substancias legales.

Otra cuestión importante es la idea de la población respecto a qué substancias son las más consumidas. Más allá de las cifras que responden a esta cuestión, resulta interesante establecer una correlación entre estas opiniones sobre los consumos más extendidos y los conocimientos que tenemos sobre las prevalencias reales de uso de cada una de las substancias. Lo más clarificador respecto a la forma de construcción del imaginario social resulta la comprobación de que la población sobrestima sistemáticamente el consumo de aquellas substancias que entienden que son "más drogas", normalmente las substancias ilegales, mientras que por el contrario infraestima los niveles de uso de las substancias que le pasan más desapercibidas como drogas, que suelen ser las substancias legales. La relación entre la estimación imaginada del nivel de consumo y el consumo real conocido, va desde aproximadamente el 0.5 para el tabaco y el alcohol, hasta casi el 5.0 para la cocaína, el crack y hasta el 18.0 para la heroína y otros opiáceos.

Una cuestión que complementa la visión anterior es la de la peligrosidad atribuida por la población a las diferentes substancias; dicho de otra manera, el nivel de "ser droga" que la población atribuye a cada producto. Pues bien, de forma inequívoca, tanto a través del análisis particularizado de las respuestas para cada droga como a través de los análisis multivariables, aparecen dos grupos de substancias claramente diferenciados: un grupo integrado por la heroína, la cocaína y las anfetaminas y drogas de síntesis, al que se atribuye un alto nivel de peligrosidad; otro grupo integrado por el tabaco, el alcohol y la cannabis, al que la población o atribuye menos peligrosidad o atribuye menos condición de droga. Separando a los dos grupos, igual que en relación con otras cuestiones, aparece ese apartado, confuso y un tanto neutro, de los tranquilizantes e hipnosedantes.

Quizás lo más significativo viene dado por la presencia de la cannabis, a pesar de su estatus legal, entre las drogas legalizadas; parecería que, independientemente de la consideración jurídica, en lo que se refiere a la atribución social de peligrosidad, se hubiera producido un acercamiento "de facto" de la cannabis a la forma en que son vistas las substancias legales.

Sobre los consumos

Las consecuencias atribuidas a los consumos de drogas por la población, se distribuyen en un abanico que incluye los problemas de salud (18.7%), los de delincuencia y marginación (17%), la destrucción total de la persona (15.1%), los problemas familiares y económicos (13.2%), la adicción (12.2%) y la muerte (12.1%).

Estos porcentajes de atribución, relativamente homogéneos, sólo resultan ilustrativos cuando se les sitúa en el conjunto de las personas: en efecto, dado que hay grupos que atribuyen múltiples perfiles de conflictividad a las consecuencias, el resultado es que hay también grupos amplios que no señalan prácticamente ninguna de las consecuencias negativas. Sobre todo es importante señalar que la distribución de problemas atribuidos no es homogénea entre la población. Las consecuencias más extremas son apuntadas por personas mayores, de nivel educativo bajo, y de adscripción ideológica a la derecha; el menor "señalamiento" de consecuencias es hecho por los más jóvenes, los menos religiosos, los posicionados en la izquierda, y por, precisamente, los consumidores.

Complementariamente con lo anterior, casi el 67% de la población no señalan ningún beneficio a los consumos de drogas. Por el contrario, algo más del 23% de esa misma población entiende que de esos consumos sí se pueden seguir algunos beneficios: desde la pura evasión hasta ventajas de orden terapéutico o de orden existencial. Los más jóvenes,

estudiantes y neo-profesionales subrayan especialmente los hipotéticos beneficios de diversión, desinhibición, autoconfianza, etc… Poblaciones algo mayores, de profesionales, trabajadores y empresarios, subrayan potenciales beneficios de evasión de problemas, uso terapéutico o relajación. Un grupo de personas de edad media alta, fundamentalmente mujeres, apostillan que sólo hay beneficios para el vendedor.

Otra cuestión, en cierta medida complementaria a la de los hipotéticos beneficios de las drogas, está relacionada con el sentido que la población da a la utilización de substancias; dicho de otra manera: los motivos para consumir drogas que puedan tener, desde el imaginario social, los consumidores. En este aspecto, más de la mitad de la población entiende que la razón fundamental para consumir es la búsqueda de placer o de diversión; inmediatamente después, con algo menos del 50%, señalan la curiosidad y el deseo de sensaciones nuevas y el hecho de que las drogas estén de moda y sean consumidas por los amigos; y bastante por detrás (32%), se apuntan el gusto de hacer algo prohibido y otro tipo de motivaciones, que van desde el escapismo ante problemas personales y colectivos a razones de tipo sintomatológico ante la enfermedad, la frustración y el displacer.

En la tendencia de los últimos años aumenta la dimensión de las motivaciones de placer y diversión y las de presión de grupo, disminuyendo las razones de atribución a situaciones de enfermedad o de desajuste personal o social. En cualquier caso, obviamente, a estas razones habría que añadir otras que están implícitas pero por las que no se pregunta directamente (entre ellas, la propia presencia de las drogas y la existencia de factores de riesgo muy específico en cada persona o en cada grupo).

Sobre la percepción de los problemas

Una última cuestión sobre la percepción global de los "problemas de drogas", viene dada por las respuestas en relación con la atribución de importancia de esos problemas. En este sentido, más allá de los porcentajes que se encuentran en la actualidad (31.5% atribuyen mucha importancia al problema en España, 47.7% bastante importancia y 16.2% alguna importancia), resultan significativos dos hechos que nos parecen especialmente relevantes. En primer lugar, que el nivel de importancia atribuido al problema de las drogas parece ir disminuyendo en la población española en los últimos años. En segundo lugar que, como ya se sabía, resulta inequívoca la ("manipulación") que se hace en esta atribución de importancia; sistemáticamente el rango atribuido es tanto mayor cuanto mayor es la distancia y el rango territorial: la importancia del problema en España es siempre mucho mayor que en el propio barrio o ciudad. Este hecho ilustra muy bien ese fenómeno, descrito desde el punto de vista teórico y que sale repetidamente a lo largo del estudio, de "manipulación" del imaginario colectivo, en relación con unos problemas que, más allá de su dimensión objetiva, se convierten en objetos de instrumentación social.

No cabe ninguna duda respecto a la proximidad con que la población española siente los "problemas de drogas". Más del 85.4% de la población cree que es muy o bastante fácil el poder obtener drogas (en una tendencia que no parece modificarse en los últimos años), y aproximadamente el 59% del total de los ciudadanos entrevistados conoce a algún consumidor de drogas, en la propia familia, entre los amigos o en ámbitos menos cercanos.

Una cuestión de primordial importancia es la visión que tiene la sociedad sobre la evolución en su conjunto de los problemas de drogas. Hasta ahora, siempre que se ha planteado esa cuestión, el resultado es que la población general tiene una visión pesimista,

que entiende que en cada caso se ha producido un agravamiento de las cuestiones relacionadas con las drogas (una aplicación particular del principio que señala que todo lo que puede empeorar, inevitablemente empeora). Desde un punto de vista de sociología formal, podría aventurarse una ley de la representación social que apunta que, ante los problemas de difícil o muy difícil solución, siempre existe una posición formal de descontento en el colectivo ciudadano: es inimaginable que mejore la opinión de la gente cuando se le pregunta por situaciones que no pueden ser absolutamente resueltas. Siempre habrá un motivo para manifestar la vivencia de un empeoramiento, que aparece más como una queja que como una opinión formada sobre la evolución de los problemas.

En cualquier caso, y teniendo en cuenta lo anterior, al desmenuzar la percepción global sobre los problemas de drogas en la visión sobre problemas muy concretos, nos encontramos con que en estos momentos la población española inequívocamente señala posturas diferenciadas respecto a dos tipos de conflictos. Por una parte estarían los problemas que traducen la situación vivida en los últimos veinticinco años (el estereotipo más dominante de las drogas y de los drogadictos), y por otro estarían los fenómenos que podrían considerarse como emergentes (aquellas situaciones que, habiendo aparecido en los últimos tiempos, traducen una nueva forma de conflictividad o, si se quiere, una nueva manera de presentación de los problemas de drogas y de los problemas de consumos).

La población subraya que hay un grupo de cuestiones que, en ese contexto colectivo, apenas habrían empeorado o, en cualquier caso, lo han hecho muy por debajo de la media de empeoramiento global; dicho de otra manera, se trataría de cuestiones que, situadas en el marco de visión global, habrían experimentado una relativa mejoría. Serían las cuestiones delimitadoras de los problemas tradicionales: la presencia de drogadictos en la calle, las listas de espera para la asistencia, la pequeña delincuencia ligada con la drogadicción, el desamparo de las familias con problemas de drogas, la presencia de jeringuillas en parques y calles, etc…. En el otro extremo estaría el listado de cuestiones que, situados sobre el contexto global de evolución, resultarían ser las que más habrían empeorado en los últimos tiempos: los problemas de salud por los consumos de fin de semana, los problemas de convivencia ciudadana por estos mismos comportamientos, el consumo público de drogas, las mafias de narcotráfico y la oferta generalizada de drogas ilegales.

Este sería el panorama de percepciones de la población española sobre los distintos elementos que constituyen el abanico de los problemas. Apunta claramente hacia una discriminación de situaciones "históricas", que habrían mejorado en relación con el conjunto de problemas, y otro grupo de conflictos, emergentes, que serían los que, por no existir antes o por haberse agravado progresivamente, aparecen en el primer plano de problemas reconocidos en la situación actual (otra cosa es que esos nuevos problemas preocupen o no). Resulta llamativo que, en las distribuciones de perfiles poblacionales que subrayan cada uno de estos tipos de conflictos, los que antes se señalaban como menos temerosos, como más proclives hacia las substancias y hacia los usos, en este caso de atribución de empeoramiento, no marcan con especial atención los nuevos problemas sino que sobre todo señalan los problemas antiguos. Obviamente no significa que estas personas subrayen la gravedad de los problemas históricos más allá de lo que lo hace la población de perfiles distintos (más temerosa, con un sentimiento más dramatizador de las drogas). Lo que sucede es que, al desvalorizar la presencia de problemas nuevos, al negar en cierta medida estos problemas, terminan por quedarse secundariamente situados entre los que sobre todo señalan los problemas que resultan innegables, los problemas ya consensuados en el imaginario colectivo como problemas de drogas, los problemas "históricos".

Sobre los consumidores

La opinión y las actitudes que la población general mantiene ante los consumidores de drogas y ante los drogadictos, aparece como muy evolucionada en relación con lo que se conoce desde hace años. En esta investigación existen dos formas de aproximación al tema. Por una parte, al investigar la reacción que producen los adictos, se encuentra que, aunque de una forma un tanto difusa, existiría una posición de cierta hostilidad y distanciamiento, que aglutinaría a un casi 35% de la población, a través de reacciones de miedo, rechazo o indiferencia; una segunda posición, que incluiría el deseo de ayuda, la pena y la lástima, agruparía a más del 61% de la población.

Quizás más clarificadora es la calificación que la población hace de las personas con problemas de drogas, a las que agrupa en tres posiciones básicas: víctimas, culpables o personas corrientes. Pues bien, casi el 58% de la población considera que los que tienen problemas de drogas son víctimas de una situación o de una enfermedad; sólo un 11.2% tienen una opinión de claro rechazo o claramente despreciativa hacia esas personas, a las que califica de amorales, viciosas, asociales o delincuentes; casi el 29% de la población, y esto resulta muy significativo, opinan que las personas con problemas de drogas son personas corrientes, que tienen ese problema como podrían tener cualquier otro.

Como puede verse, la posición ante las personas adictas, está muy evolucionada, a pesar de concitar posiciones claramente marcadas por el estereotipo. Todavía esa matización, esa evolución de las opiniones, aparece con mucha más rotundidad cuando lo que se pregunta es no tanto por las personas con dependencias sino por los simples consumidores.

Resulta sorprendente la escasa frecuencia con que la población señala elementos de disgusto en su relación con exdrogadictos. Parecería que hay una tolerancia generalizada en relación con estas personas, tolerancia que se manifestaría en el no rechazo hacia distintos espacios de convivencia. Lógicamente hay una escalada en las posiciones de confrontación a medida que se hace referencia a comportamientos que implican más compromiso (desde el simple estudiar juntos hasta el casarse con un exdrogodependiente, o aceptar que éste pudiera casarse con familiares del entrevistado). No obstante cabe señalar que no hay índices de rechazo muy significativos hasta que no se llega al ítem de "ser amigos" (13.4%) o "estar dispuestos a una relación de pareja" con el exdrogodependiente (alrededor del 35%). Hay que subrayar que más del 50% de la población afirma que ninguna de las cosas por las que se pregunta le provocarían disgusto o movimientos de rechazo. Probablemente estamos haciendo referencia a respuestas que, más que con posiciones emocionalmente comprometidas, tendrían que ver con lo que "se supone que hay que responder"; no obstante ya es significativo que se vaya instalando un imaginario social en el que determinadas posturas de rechazo son inaceptables y en el que se supone que hay que responder con posturas de tolerancia y de acercamiento.

Otra cuestión, que ya a estas alturas resulta evidente pero que hay que señalar, es que los perfiles de rechazo o no rechazo se distribuyen entre las poblaciones que tradicionalmente alimentan estas posturas: más rechazo en personas mayores, menos activas laboralmente, de menor nivel cultural, con más praxis religiosa y con autoposicionamiento político en la derecha, y menos rechazo en los más jóvenes, estudiantes, profesionales o trabajadores en activo, agnósticos, y situados en la izquierda o centro-izquierda políticas.

Para abundar en el conocimiento de las posiciones de rechazo ante determinadas situaciones relacionadas con las drogas, se trató de investigar comparativamente los niveles de desagrado de la población ante esas situaciones (en relación con consumos de drogas) y

otras situaciones potencialmente provocadoras de desagrado en la población (vivir en zonas de prostitución, vivir en barrios mal equipados, vivir en zonas de difícil convivencia ciudadana…). Los lugares que más desagrado suscitan en la población general serían los barrios con malos equipamientos y los barrios de prostitución (en ambos casos, casi el 69% de bastante o mucho desagrado); ocho puntos por debajo (60.7%) estaría el porcentaje de desagrado que suscita vivir en un barrio donde se vean drogadictos; vivir en una zona de copas desagradaría al 45.5% de la población; vivir cerca de un centro de tratamiento de drogadictos sólo provocaría el rechazo del 34% de la población.

Tiene interés el análisis de cómo se agrupan estos factores de desagrado y qué perfiles poblacionales son los que se adscriben a cada una de las posiciones. El lector interesado puede acudir al apartado correspondiente para analizar estos aspectos.

Sobre las medidas más importantes

Una mayoría de la población sigue siendo partidaria de endurecer el tratamiento penal de los traficantes: el 85.9% de los ciudadanos opinan que debería aumentarse las penas de cárcel para traficantes y vendedores de cualquier droga. También, defendiendo una cierta "línea dura" de acción, un 58.3% cree que los delincuentes con problemas de drogas no deberían ir a la cárcel pero sí a centros de tratamiento en internamiento (un 18.9% estaría en desacuerdo con esta posición). El 28.8% defendería que esos delincuentes con problemas de drogas deberían ir a tratarse pero no en internamiento sino en régimen ambulatorio (esta posición suscitaría el rechazo del 46.7% de la población). Muy mayoritariamente, 76.7%, la población se opone a condenar a los consumidores a penas de cárcel (sólo un 11% estaría de acuerdo con esta condena).

En conjunto estas posiciones perfilan una actitud que se podría llamar "represora", que defiende el endurecimiento de las penas de cárcel para traficantes y el internamiento de los adictos que hayan delinquido, y una población de perfil más tolerante que defendería posiciones más permisivas (tratamiento sin internamientos para drogadictos que delinquen y oposición a la condena de los consumidores). Qué tipos de población alimentan cada uno de estos dos perfiles actitudinales es algo que ya a estas alturas resulta sobradamente conocido.

Cuando se pregunta a la población por su valoración de las medidas más importantes en las actuaciones sobre drogas, en una escala de 1 a 3, encontramos que las puntuaciones medias más importantes se adscriben a la "educación sobre drogas en las escuelas" (2.83), las "campañas de comunicación" (2.66), el "tratamiento voluntario de los consumidores" (2.61), el "tratamiento obligatorio" (2.36), la "administración de metadona" (2.45), la "administración médica de heroína" (2.0.8), el "control policial" y las "leyes contra las drogas" (2.6 y 2.5), la "restricción de la publicidad del alcohol" (2.3). Con valoraciones mucho menores estarían la "legalización de la cannabis" (1.6) y la "legalización de todas las drogas" (1.4).

Esta valoración es prácticamente idéntica a la que se ha encontrado en otros estudios y, cuando se analiza desde una perspectiva mulvariable, permite agrupar las opiniones de la población en tres grandes factores: el que defiende actuaciones de "formación y orden", el que defiende un "tratamiento médico" (con cierto matiz autoritario) y el que defiende "posturas de legalización". Obviamente los porcentajes de población que defienden cada una de estas posiciones básicas es muy diferente y, sobre todo, se ven alimentados por perfiles de ciudadanos de categorías sociodemográficas e ideológicas muy distintas, que

sustancialmente coinciden con los perfiles que ya hemos señalado repetidamente.

Las actuaciones de "formación y orden" son defendidas por una mezcla de esos dos perfiles estándares que ya antes se han descrito, lo cual indica que son propuestas con un amplio respaldo popular. Las respuestas de "tratamiento médico" están más derivadas de las posiciones del perfil poblacional más opuesto a las drogas (personas mayores, nivel educativo bajo, laboralmente no activos, católicos, de centro-derecha…), las "propuestas de legalización", obviamente, estarían mayoritariamente defendidas por el perfil opuesto (jóvenes, nivel educativo medio-alto, profesionales, trabajadores en activo y parados, agnósticos y no creyentes, de izquierda o centro-izquierda…). A su vez, dentro del primer factor (formación y orden), lógicamente, quienes más defienden los aspectos de formación serían personas de edades más jóvenes y de mayor nivel educativo, más activos, no practicantes o agnósticos, y autoposicionados en la izquierda; y los que hacen énfasis en las medidas de orden serían predominantemente mayores, de nivel educativo bajo, laboralmente no activos, católicos y de centro-derecha o derecha.

Una posición que a veces ha aparecido como muy trascendente es la actitud y la posición de la población ante la instalación de centros de atención a drogodependientes. Pues bien en relación con esta cuestión, agrupando los distintos ítems de respuesta, aparecerían tres posiciones básicas: una posición de apoyo activo a la presencia de centros para drogodependientes (20.6% de la población), una actitud de claro rechazo, incluso rechazo activo, a esos centros (29.7% de la población), y una actitud más indiferente, que agruparía al 35.6% de los ciudadanos.

Aunque con matices, estas opiniones, sobre todo las más extremas, son sustentadas por esos perfiles poblacionales que ya conocemos.

Otra cuestión investigada, y que coincide en su interés con las posiciones básicas de la representación social descritas en el punto 1 de estas conclusiones, es la correspondiente a la opinión que se tiene sobre la posible solución del "problemas de las drogas". Mayoritariamente, el 60.3%, la población opina que el problema podría solucionarse si no hubiera tantos intereses en juego; hay casi un 28% de la población que entiende que es un problema de difícil solución, con el que hay que aprender a convivir. Sólo un 6.6% de la población opina que los problemas de drogas podrían erradicarse totalmente. Y un 2.8% piensa que es un problema que estará siempre y que no puede mejorarse ni solucionarse.

Otra cuestión, que también forma parte del campo de representaciones sociales sobre drogas, es la relativa a la valoración de las intervenciones ante los problemas de drogas, de las intervenciones que se han realizado o que se realizan. En este aspecto, la opinión valorativa de la población es bastante simétrica, con un ligero predominio de los que tienen una cierta posición optimista. En efecto, en las posiciones extremas se agrupan los que piensan que la acción está siendo muy eficaz y que está solucionando bastante bien el problema (5.4%) y los que entienden que la acción no es nada eficaz y que no se ha resuelto casi nada (4.4%). En posiciones intermedias y matizadas estaría el 51.6% de la población, que cree que la acción es bastante eficaz y que se están consiguiendo cosas pero todavía falta mucho por hacer, y el 33.5% de la población que entiende a la acción como poco eficaz y estima que se ha conseguido muy poco.

No puede sorprender que, analizando los perfiles de ciudadanos que alimentan cada una de estas posiciones, se encuentre que la mejor opinión la tienen aquellas personas que respondían al perfil estándar "más conservador" y, en cambio, mantienen posiciones más críticas los ciudadanos incluibles en el perfil estándar "menos conservador".

Sobre el estatus legal

Una cuestión, enormemente subrayada en la comunicación social y que ciertamente da cuenta de algún aspecto relevante de la representación sobre drogas, es el relativo a las propuestas de manejo legal de los comportamientos ligados a las substancias. Siendo que el estatus legal de los consumos y de las propias substancias ha sido un elemento enormemente significativo en la estrategia y en las políticas sobre drogas, la visión de la población sobre esta cuestión resulta de gran relevancia. En la investigación actual, de una manera clara, la mayoría de la población entre 15 y 65 años mantiene actitudes sostenidamente prohibicionistas en relación tanto con los comportamientos de consumo como con los comportamientos de producción y venta de drogas.

De hecho hay 4.69 personas partidarias de la prohibición por cada uno de los partidarios de la permisión del consumo de heroína, 3.41 por cada partidario del consumo de cocaína, y 1.36 por cada partidario del consumo de cannabis. Resulta llamativo que esas relaciones entre prohibicionistas y permisivos, son algo más ligeras, menos intolerantes, en relación con los comportamientos de venta que en relación con el puro comportamiento de consumo de la substancia. Esto es así salvo para la cannabis, y tiene una explicación lógica. En la cannabis no existe, para el imaginario colectivo, una forma terapéutica de uso: el uso es siempre algo asociado con lo lúdico/recreativo, o con el puro consumo, y el proporcionar la oportunidad de hacerlo (la producción o la venta) no tiene ninguna justificación; por tanto el rigor de la consideración que la población hace sobre el tratamiento legal de ese comportamiento es, lógicamente, algo más acusado que el que hace para el simple consumo. Por el contrario para la heroína y la cocaína encontramos que, cada vez más, está calando en el imaginario social el que habría unas formas legítimas de utilización: aquellas formas que estarían referidas a usos terapéuticos bajo control médico. Pues bien todas esas formas de proporcionar heroína o cocaína a los adictos (todas esas formas de promoción o de "venta") serían vistas como algo más legítimo, y por ahí, se da la paradoja de que esas maneras de proporcionar el producto son vistas con menos rigidez legal que el propio consumo en sí mismo.

Otra conclusión evidente es la diferente forma de ver y el manejo legal de la heroína y la cocaína, en relación con el de la cannabis. La población general es mucho más permisiva respecto al consumo y venta de la cannabis que respecto al consumo y venta de la cocaína y, sobre todo, de la heroína (que sigue siendo vista como la substancia más estigmatizada y que, por tanto, debe ser más prohibida). Una cuestión de absoluta relevancia es el análisis de la evolución en la opinión de la población respecto al estatus legal de estas substancias. Teniendo elementos de juicio comparativo desde hace ya quince años, podemos establecer unas series que nos indican claramente la tendencia opiniática: las curvas de opinión resultan bastante clarificadoras. Tanto en la población general como en la población de jóvenes se ha dado un endurecimiento en la propuesta respecto al estatus legal de la cocaína y de la heroína. Endurecimiento que contrasta con la evolución, claramente flexibilizadora, en las opiniones en relación con el cannabis. Mientras que las posiciones se han endurecido para la cocaína y la heroína, la relación entre posturas prohibicionistas/permisivas, en la población general, han bajado desde 1.65 a 1.36 para el consumo, y desde 1.76 a 1.47 para la venta de cannabis. Aún más notable es la evolución en la población juvenil, en la que también se ha dado un endurecimiento de las posturas globales respecto a la cocaína y la heroína, y que hace bajar su ratio prohibición/permisión de 1.19, en 1984, a 1.08 en 1993. En el presente Estudio los datos arrojan una evolución aún más acentuada. En la franja de edad entre 15 y 19 años, son más frecuentes (4 por cada 3) los partidarios de la permisión legal que los

partidarios de la prohibición de la cannabis. En la franja entre 20 y 24 años, esa ratio es aún más acusada (0.68 para la prohibición/permisión). El predominio de los permisivos baja algo en la franja de edad de 25 a 34 años, aunque todavía siguen siendo más numerosos (ratio: 0.86).

Aunque es un dato que ya conocido, tiene una especial relevancia el análisis de los perfiles de población que se apuntan a cada una de las posturas. Las actitudes prohibicionistas son mantenidas por una población de franjas de edades superiores (desde los 45 a 65 años), de bajo nivel educativo, laboralmente no activos (amas de casa y pensionistas, con una representación de empresarios), católicos practicante y no practicantes, ideológicamente situados en el centro-derecha o en la extrema-derecha; también abundan en el medio rural, y entre aquéllos que están convencidos de que los problemas de drogas podrían resolverse plenamente. Por el contrario, las actitudes más permisivas en relación con el manejo legal de las drogas, estarían sostenidas por las franjas de edad entre 15 y 35 años, por personas de nivel educativo alto, profesionales, trabajadores y estudiantes (también de forma importante por el colectivo de parados), agnósticos y no creyentes, autoposicionados en la izquierda-radical y en el centro-izquierda, y entre los que están convencidos de que los problemas de drogas son de difícil solución.

Sobre las prevalencias de consumo

Aunque el presente Estudio no tenía objetivos de investigación epidemiológica, ha sido necesario analizar determinados niveles de consumo para poder establecer correlaciones con otros aspectos que interesaban. De esta forma han podido encontrarse algunos elementos que arrojan luz sobre las prevalencias de uso en la población española entre 15 y 65 años y que, en su esencia, son los siguientes:

a. Las prevalencias de consumos halladas están en la línea de anteriores investigaciones. Para el período de los últimos doce meses, que es un indicador muy utilizado, la substancia más consumida fue el alcohol (78.2%), seguido del tabaco (55%); la tercera droga más consumida fue la cannabis (13.3%), seguida por la cocaína, las anfetaminas/drogas de diseño/alucinógenos, y los hipnosedantes (entre un 3.5% y un 2.8%). Con un uso muy minoritario, la heroína y otros opiáceos (0.3%).

Para el uso habitual, el tabaco tiene la prevalencia más alta (44.3%), seguido del alcohol (32.9%); la cannabis presenta un 4.8% de uso habitual, y los hipnosedantes un 1.1%; la cocaína/crack, las anfetaminas/drogas de diseño/alucinógenos, y la heroína/otros opiáceos, tienen un consumo de carácter habitual muy minoritario (entre el 0.7 y el 0.2%).

b. Hay un aspecto que, desde nuestro punto de vista, tiene un especial interés: la tasa de abandonos del consumo que se produce entre los consumidores de cada substancia. En este sentido, como también ha sido reflejado en otras investigaciones, encontramos que no son precisamente las substancias que se presumen socialmente como más adictógenas las que implican necesariamente una mayor tasa de continuidad en su uso. Por el contrario, de forma bastante acorde con lo que sería una lógica común, son aquellas substancias más connotadas socialmente de forma negativa las que conllevan un número mayor de abandonos entre sus usuarios; las substancias más aceptadas promueven menos el abandono de los que las usan. Así, encontramos que sólo 1 de cada casi 17 personas que utilizaron el alcohol ha abandonado su uso, y que sólo lo han hecho 1 de cada 7.4 de los usuarios de tabaco. Poco menos de 1 de cada 7 usuarios de cannabis o de cocaína también abandonaron

estos consumos. Al igual que lo hicieron alrededor de 1 de cada 5 usuarios de anfetaminas y drogas de síntesis o de tranquilizantes e hipnóticos. En cambio 2 de cada 3 personas de las que probaron alguna vez heroína no han seguido consumiendo.

c. El análisis de los perfiles de la población consumidora de cada una de las substancias viene a ratificar lo ya conocido por otras investigaciones. Los rasgos más reiterados son la extensión del consumo del tabaco y alcohol a lo largo de todas las franjas etarias (con un predominio de personas jóvenes y de mediana edad), la frecuencia de jóvenes en algunos consumos ilegales (sobre todo cannabis y drogas de síntesis o anfetaminas), la sobrerepresentación de profesionales y empresarios en el grupo de consumidores de cocaína, la mayor presencia de consumos entre los parados, la presencia minoritaria de las mujeres (salvo para el consumo de hipnosedantes), la sobrerepresentación de los autoposicionados en la izquierda en el consumo de substancias ilegales.

d. Otra cuestión que secundariamente ha podido analizarse son las agrupaciones de policonsumos que se dan en la población. También en ese sentido se han reiterado los hallazgos más conocidos y, por resumir lo principal, en la presente investigación aparecen cuatro fundamentales modelos de policonsumo:

■ El modelo de los psicoestimulantes, que explica el 31% de la varianza, con presencia de cocaína y de anfetaminas y drogas de síntesis, y con una presencia de la cannabis y un peso ya mucho menor de alcohol y tabaco.

■ El modelo del tabaco y alcohol, con 17.7% de la varianza, con ambas substancias como líderes y la inclusión de un grupo de consumidores de cannabis y otro, mucho más residual, de cocaína.

■ El modelo de narcóticos, con 14.3% de la varianza, con un peso muy fuerte de la heroína y otros opiáceos y cierta presencia de cocaína y crack.

■ El modelo de los psicofármacos, con 13.9% de la varianza, formado especialmente por uso de hipnosedantes, con una muy ligera presencia de cannabis.

Sobre los términos utilizados

Un aspecto lateral de la investigación ha estado destinado al análisis de la terminología utilizada en relación con las drogas consumidas. Es conocido que la riqueza y el ajuste terminológico son un indicador del impacto cultural del tema de referencia. Analizando la evolución de los términos referidos al imaginario de la droga, podemos tener un indicador de seguimiento de la presencia de ese fenómeno en el imaginario social, en la representación social.

Pues bien, cabe decir que a lo largo de los años se confirma que el lenguaje de las drogas se empobrece, y en algunos aspectos de forma bastante acusada. Además es un lenguaje que se concentra sobre ciertos productos, no sólo nominando con menos riqueza a cada uno de ellos, sino limitando el número de "objetos de interés". En general, los ciudadanos utilizan como referencias de drogas tres o cuatro substancias como máximo. Substancias, que van cambiando a lo largo de los años en función del peso que cada una de ellas tiene en la representación social sobre drogas, y a las que la población se va refiriendo de una forma progresivamente menos rica.

En esa evolución de la importancia de los términos encontramos los mismos fenómenos que

ya se señalaron en el Apartado 3 de estas Conclusiones: la presencia siempre importante de la cannabis, con alguna oscilación; el aumento de importancia en la presencia de cocaína, con una cierta estabilización o tendencia a la baja; la clara disminución del ámbito de importancia de los términos referentes a la heroína; la aparición, con ascensión fulminante y después con una cierta tendencia al descenso, de los términos que se refieren a las drogas de síntesis, etc… Junto con todo ello, de manera también muy significativa, la presencia cada vez mayor de términos referentes a drogas legales.

Además de esta conclusión (un hipotético menor impacto del campo de las representaciones sociales sobre drogas en el imaginario colectivo, hipótesis derivada del empobrecimiento de la terminología de referencia), cabría extraer otra, derivada de la parte más cualitativa del análisis: la importancia del término "desfase". Es un término, "desfase", que parece hacer referencia a una fantasía colectiva de utilización descontrolada de las substancias, para salvaguardar la propia fantasía de utilización controlada de las mismas. Es un término, muy habitual en muchos grupos, que lo utilizan como un elemento designador de las circunstancias del consumo y, sobre todo, diferenciador de las actitudes de otros grupos de consumidores en relación con el propio talante consumista.

Sobre la hipótesis evolutiva y los Tipos ideales

Cuando se trata de delimitar qué variables son las que condicionan fundamentalmente la representación social sobre drogas en distintos grupos de población, se encuentra que estas variables serían fundamentalmente la "ideología", cosa que ya señalada, y la "edad" de los integrantes del grupo de referencia. Se ha construido una hipótesis en la que, en la variable "edad" se incluyen dos elementos diferenciados: por una parte, el momento del proceso evolutivo de la persona y, por otra parte, la historia de vida de esa persona en relación con las drogas.

Hay un momento, la aparición de las situaciones más exasperadas en relación con las drogas en España (desde mediados de los años 70 hasta los 80), que aparece como un hito diferenciador entre generaciones. Las generaciones que crecieron y se socializaron antes de ese momento, lo hicieron en una cultura en la que las drogas no tenían una presencia activa, no habían dejando una impronta clara en la representación. Las generaciones que fueron socializándose a partir de ese momento, lo hicieron en una estructura cultural en la que la presencia de las drogas tenía una primordial importancia significante. La generación que se fue emancipando entre el inicio y el final, forzosamente difusos, de esa situación crítica, constituirían la barrera generacional, el hiato entre las generaciones que se socializaron al margen o de una forma integrada con una cultura en el que las drogas tenían una presencia activa. Esa barrera generacional estaría representada por los jóvenes que fueron emancipándose en aquellos años y que resultan ser los grupos de adultos que en este momento tienen entre 46 y 52 años.

Cuando se introducen las dos subvariables mencionadas (la edad en tanto que representativa del proceso evolutivo personal, y el hecho de haber sido o no socializado en una cultura de las drogas), resultan cuatro tipos ideales. Obviamente, la propia denominación de tipos ideales indica que no se trata de formas de posicionamiento puro sino que se trata de actitudes básicas, que evidentemente pueden estar sujetas a todo tipo de matizaciones y que, en cualquier caso, van a ser transversalmente atravesadas por la variable ideológica que también se muestra muy conformadora de la representación.

25. Tipo ideal 1: "Adolescentes y estudiantes ansiosos de experiencias".

El Tipo ideal 1 aparece constituido por un grupo de población de adolescentes, que en el momento histórico que vivimos casi todos tienen el rol de estudiantes. Las características psicológicas de la adolescencia y el contexto sociocultural que les ha tocado vivir, determinan que dominen fundamentalmente los procesos de aprendizaje, de adquisición de conocimientos, en una actitud (propiamente adolescencial) de buscar una identidad propia, en alguna medida, en oposición a la cultura constituida. En el adolescente dominan las fantasías de omnipotencia (todo parece posible), no existe la vivencia de riesgo (todo es accesible y nada es peligroso), no existe la conciencia de la finitud y del decaimiento (no influyen las cuestiones de salud), se sobredimensionan los recursos propios de aprendizaje (sólo la experiencia propia es válida), se valorizan especialmente las experiencias compartidas y las informaciones que llegan del grupo de pares (se desvaloriza la opinión de los padres y de los profesores), se vive pese a todo una cierta inseguridad más o menos reconocida (se sigue precisando un posicionamiento de límites y un apoyo de los padres), etc, etc.

Todo esto determina una posición de "voracidad" ante las drogas, que se viven como algo que hay que consumir para seguir creciendo, algo manejable y que puede ponerse al servicio de una "presentización" de la vida.

El Tipo ideal 2: "Jóvenes que creen saber y que teorizan su proyecto de vida".

El momento social ha generado una nueva tipología de "jóvenes prolongados". El retardo de las edades de emancipación y creación de una familia con responsabilidades propias ha determinado que se propicie una franja de edad, entre la terminación del aprendizaje adolescencial y la primera juventud y el momento de la emancipación y del ejercicio de la responsabilidad. Son jóvenes que tendrían entre 23 y 30 años, muchos de ellos ya con un cierto nivel de ingresos económicos pero que siguen viviendo en una situación de tutela familiar. El ejercicio de la responsabilidad propia se ve en cierta medida aplazado (la edad media de emancipación y de creación de una familia autónoma estaría alrededor de los 30 años), y este aplazamiento se compensa planteando esa responsabilidad mucho más como un ejercicio teórico que como una praxis cotidiana.

Estos jóvenes, que en buena medida ya han terminado el proceso de aprendizaje, creen tener los conocimientos necesarios, creen saber, y tratan de ejercer ese conocimiento en ese plano teórico que se señala. Necesitan diferenciarse de los grupos etarios que les siguen (a los que viven "desfasados", impulsivos y descontrolados), y racionalizan esa diferenciación con respecto a los adolescentes instalándose en una situación de aparente suficiencia, en la que conocerían los riesgos y la forma de manejarlos, y en la que tendrían unas respuestas muy construidas a las preguntas fundamentales. Este supuesto saber estaría condicionado por el real saber de su generación (es una generación especialmente bien preparada en aspectos instrumentales), y se ve sobredimensionado por la necesidad de reforzarlo como un mecanismo compensador del sentimiento de insuficiencia que puede generar seguir manteniendo un estatus de cierta dependencia familiar.

Su relación con las drogas, marcada por este conocimiento y con esta suficiencia, es una relación frecuente, casi cotidiana, en la que ellos viven que tienen capacidad de manejo y en el que la autocrítica queda desvanecida entre la crítica acerba que hacen hacia los adolescentes que "desfasan", y hacia los padres que no saben de drogas ni del cumplimiento adecuado del rol de padres.

Tipo ideal 3: "Adultos preocupados, exigiendo y delegando desde la angustia".

El tercer Tipo ideal estaría conformado por los adultos, que tienen entre 31 y 45 años y que, muchos de ellos, tienen que enfrentar el rol de padres de adolescentes. Es un grupo de personas que ha sido plenamente socializado en una cultura de las drogas, que ha tenido contacto con ellas, que conoce a consumidores, que ha pasado por experiencias e incluso que mantiene experiencias de consumo, pero que en la medida en que o son padres o sienten que van a serlo (sobre todo puesto que viven a los adolescentes como personas primarias e incontroladas, en grave riesgo), se angustian enormemente ante su propio rol familiar y reaccionan ante esa angustia buscando soluciones a través de la delegación de responsabilidades.

Su propio contacto con las substancias parece hacerlos vagamente temerosos de tener escasa capacidad para ser padres y para defender de los riesgos a sus posibles hijos adolescentes. Y eso les lleva a dos posiciones defensivas: abandonar su relación con las substancias y pedir que instancias exteriores vengan a solucionar los potenciales problemas. Este abandono de las substancias hace que bajen sensiblemente las prevalencias de los consumos entre este grupo de población cuando este grupo ya tiene hijos. Por el contrario, estos grupos, cuando no tienen hijos, presentan unas tasas de consumo de todo tipo muy por encima de la media y que llegan a quintuplicar las de sus compañeros de cohorte que sí son padres o madres.

A pesar de su experiencia con las drogas, o quizás precisamente por ella, temen no cumplir con eficacia su rol de padres y esto que despierta su angustia, necesita ser calmado desde una posición de demanda maximalista en la que las instituciones se ven cargadas por unas responsabilidades de actuación que los propios padres delegan.

El tipo ideal 4: "Adultos que valoran desde el desconocimiento".

El Tipo ideal 4 estaría constituido por aquellos adultos que se socializaron al margen de una cultura de drogas. Teniendo en estos momentos por encima de los 52 años, se emanciparon y tuvieron que ejercitar y vivir sus responsabilidades propias, su socialización operativa, al margen de una estructura cultural (la de las drogas) de la que no habían formado parte y que viven como desconocida. Obviamente es un desconocimiento que ha ido supliéndose por informaciones indirectas, por estereotipos dominantes, lo cual no ha ayudado a ir generando un campo de conocimientos operativos sino más bien ha ido a contribuir a crear un cuerpo de ideas, de vivencias y de actitudes, ajenas a una auténtica cultura de las drogas, y que sigue viendo a éstas como algo desconocido e incomprensible.

Viven desde una enorme distancia a los grupos que tienen comportamientos que a ellos les resultan muy extraños y son los que alimentan fundamentalmente esas tipologías de personas que mantienen unas ideas más idealmente confrontadas con las substancias, que sustentan unas posiciones más estigmatizadoras respecto a las drogas y respecto a los consumidores, y que manifiesta unas expectativas ideales respecto a la hipotética desaparición de los consumos (en definitiva la desaparición total de las drogas no sería más que el retorno a una sociedad conocida, tranquilizadora para ellos).

Los cuatro Tipos ideales mantienen obvias diferencias entre sí en lo que se refiere a sus formas de relación con los comportamientos relacionados con las drogas, pero también presentan similitudes entre algunos de ellos. Por ejemplo hay determinadas posiciones básicas que, pese a las enormes diferencias, son similares en los tres Tipos ideales que han compartido (aunque desde perspectivas muy diversas) una cultura sobre las drogas. Determinadas visiones alienadas y satanizadoras no son posibles en grupos que han compartido un conocimiento directo de las situaciones y de los potenciales conflictos.

También se comparte bastante el hecho operativo de consumir o no consumir (sólo, se decía, la situación de tener hijos marca un hito diferencial claro). En conjunto, pese a todas las enormes diferencias, habría más similitudes entre los Tipos ideales 1, 2 y 3, que entre cualquiera de éstos y el Tipo 4.

Lógicamente cada uno de estos Tipos ideales presenta unas características que le son propias y que consuenan con su propia actitud básica en relación con las diferentes cuestiones que se han ido trabajando en el Estudio. Por ejemplo, en la actitud ante los adictos, la posición dominante del Tipo ideal 1 sería de indiferencia o deseo de ayuda, expresando que los adictos no molestan (salvo, lo que resulta significativo, como compañeros de clase). El Tipo 2 expresa fundamentalmente deseo de ayuda y falta de rechazo. El Tipo 3 expresa más bien pena o lástima; no hay ningún rechazo y niega cualquier tipo de incomodidad ante la convivencia con adictos (salvo lo que significativamente resultaría más próximo, que es trabajar juntos). El Tipo 4 expresa pena, lástima, miedo o rechazo, y claramente se sitúa en una posición distanciadora respecto a los adictos.

Cuando se fantasean los motivos para consumir y la función social de las drogas, el Tipo 1 señala el placer, la curiosidad, el estar de moda, el gusto por lo prohibido, y entiende que las drogas son algo inevitable y positivo. El Tipo 2 habla de que las drogas están de moda y que satisfacen el gusto por lo prohibido, la curiosidad y el placer, tendiendo a considerarlas como un objeto de consumo más, y por ahí algo inevitable. El Tipo 3 habla de curiosidad y de moda, y también entiende que es una presencia inevitable. El Tipo 4 señala como razones para los consumos a las dificultades en el trabajo, a problemas familiares y a la inseguridad; tiende a sentir que es necesaria alguna motivación externa para hacer algo que resulta incomprensible en sí mismo; en cualquier caso, vive a las drogas como algo extraño, como una especie de castigo procedente del exterior del propio grupo social. Todo ello conforma, en relación con esas actitudes básicas de las que se habla, que el Tipo 1 se apuntaría a la aceptación fáctica de las drogas, los Tipos 2 y 3 nutrirían a los grupos que se sitúan en posiciones de realismo escéptico o de realismo posibilista, y el Tipo 4 constituiría esencialmente el grupo que se sitúa en posturas de alienación y rechazo de las drogas y de los consumidores.

32. De la misma forma se producen diferencias claras entre los Tipos cuando opinan sobre los hipotéticos riesgos o beneficios de las drogas. En lo que se refiere a riesgos, el Tipo 1 subraya los problemas instrumentales (fundamentalmente problemas económicos); el Tipo 2 señala sobre todo los riesgos de la adicción; el Tipo 3 habla de lo que más le atormenta: la destrucción de la personalidad (no es difícil imaginar que piensan en sus hijos); y el Tipo 4, con la visión más dramatizadora, subraya los aspectos de marginalidad y de delincuencia. Al hablar de los posibles beneficios, los adolescentes del Tipo 1 señalan la diversión; el Tipo 2 (más racionalizador) habla de evadir problemas y del uso terapéutico, igual que lo hace el Tipo 3; y el Tipo 4 se niega a encontrar ningún beneficio en las drogas o en los consumos de las mismas.

33. Obviamente también en la calificación que merecen los consumidores, sobre todo los adictos, se establecen diferencias: para el Tipo 1 son gente corriente, el Tipo 4 (y una fracción del Tipo 3) los ve como amorales o asociales, y la consideración de víctimas se extiende entre los integrantes del Tipo 2, del 3 y del 4.

Como paradigma de esas posiciones ante los fenómenos asociados a los consumidores y a las adicciones, las posturas varían entre las del Tipo 1, que asegura que no sentiría molestias por ninguna de las situaciones que se someten a su consideración (ni por vivir en barrios de drogadictos, ni de prostitución, ni con malos equipamientos, ni en zonas de copas…), y el

Tipo 4 a quien le molestaría, y lo confiesa, cualquiera de esas situaciones.

Sobre la perspectiva de género

34. Una especial significación tienen los hallazgos encontrados a partir del análisis desde una perspectiva de género. Realmente, no pueden encontrarse diferencias significativas entre las posiciones de los hombres y las mujeres a partir del análisis cuantitativo y a partir de los hallazgos empíricos en las diferentes Tipologías. Parecería que no hay una diferenciación de posturas en función del sexo. Y sin embargo la lógica dice que tendría que haber esas diferencias, puesto que los comportamientos resultantes son claramente distintos en el caso de las mujeres y en el caso de los hombres.

Probablemente la explicación esté en que la representación social tiene algunos aspectos que resultan tan absolutamente dominantes que tapan la diferenciación en la mirada de la mujer, hasta el punto de que ni las propias mujeres son conscientes de sus distintas percepciones desde una aproximación de género. Es necesario un análisis, más cualitativo y forzosamente más interpretativo, de las manifestaciones, para poder especular o intuir cuáles serían estas diferencias de perspectiva.

Aparecerían tres fenómenos fundamentales. El primero estaría relacionado con la especial perversidad desde la que se valoran las contravenciones en el caso de la mujer: la igualdad no llega hasta el punto de que la consideración de contravención sea idéntica en el caso de comportamientos femeninos o masculinos. La misma cosa hecha por una mujer tiene mucho más carácter de perversidad, de alteración, incluso de "anormalidad", que cuando la hace un hombre. Y esto marca decisivamente el impacto que tiene ese tipo de comportamientos en sus autores, en el caso de que sean mujeres o de que sean hombres.

La segunda cuestión tendría que ver con el imaginario de "fortaleza" que comparten muchas mujeres. La mujer debe ser fuerte y, por tanto, debe o mantenerse al margen de determinados comportamientos, o demostrar ser capaz de poder controlar los mismos. En el caso de que este control no sea eficaz y no suceda, esa falla en la obligación de ser fuerte, vendría a agravar el carácter de perversidad del que se hablaba.

La tercera cuestión viene dada por la situación de maternidad. Se haga el juicio de valor que se haga, el hecho de la maternidad, o la posibilidad de ese hecho, marcan un hito diferencial claro que condiciona la perspectiva de géneros, también en relación con el consumo de substancias.

Gráficos