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CRÍTICA • PÉNDULO21/UNO/SEPTIEMBRE 2012 • Michel Foucault La epidemia neoliberal. Nacimiento de la biopolítica CONTENIDO La epidemia neoliberal. Nacimiento de la biopolítica Michel Foucault La Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, México SEPTIEMBRE 2012/ Año 4 No. 60 1 E l Curso de este año ha estado dedicado por entero a algo que, en principio, no iba a ser más que una introducción. El tema a tratar era la biopolítica, entendiendo por biopolítica el modo en que, desde el siglo XVII, la práctica gubernamental ha intentado racionalizar aquellos fenómenos plan- teados por un conjunto de seres vivos constituidos en población: problemas relativos a la salud, la higiene, la nata- lidad, la longevidad, las razas y otros. Somos conscientes del papel cada vez más importante que desempeñaron estos problemas a partir del siglo XIX y también de que, desde entonces hasta hoy, se han convertido en asuntos verdaderamente cruciales, tanto desde el punto de vista político como económico. Me parecía que los problemas de la biopolítica no podían ser disociados del marco de racionalidad política dentro del cual surgieron y adquirieron un carácter apremiante. Ese marco fue el liberalismo, puesto que fue el liberalismo quien hizo que esos problemas se convirtieran en auténticos retos. ¿Cómo se puede asumir el fenómeno de la población, con todos sus efectos derivados y sus problemas específicos, en el interior de un sistema preocupado por el respeto a los sujetos de derecho y por la libertad de iniciativa de los individuos? ¿En nombre de qué, y en función de qué reglas, pueden ser gestionados estos problemas? El debate que tuvo lugar en Inglaterra a mediados 1 Michel Foucault, Nacimiento de la biopolítica, tr. Fernando Álvarez-Uría, Archipiélago, núm. 30, págs. 119-124. del siglo XIX, en íntima relación con la legislación sobre la salud pública, puede servir muy bien de ejemplo. ¿Qué hay que entender por liberalis- mo? Para responder a esta pregunta me he apoyado en las reflexiones avanzadas por Paul Veyne sobre los universales his- tóricos y sobre la necesidad de validar un método nominalista en historia. A partir de una serie de opciones de método ya contrastadas he intentado analizar el liberalismo ya no como una teoría o una ideología, y todavía menos, por supuesto, como una manera que tiene la sociedad de representarse a si misma, sino como una práctica, es decir, como una forma de actuar orientada hacia la consecución de objetivos que, a su vez, se regula a si misma nutriéndose de una reflexión continuada. El liberalismo pasa así a ser objeto de análisis en cuanto que principio y método de racionalización del ejercicio del gobierno, racionalización que obedece —y en esto consiste su especificidad a la regla interna de una economía de máximos. Mientras que cualquier racionalización del ejercicio del gobierno tiende a maximizar sus efectos haciendo disminuir lo más posi- ble sus costes (entendiendo el término costes no sólo en un sentido económico, sino también en un sentido político), la racionalización liberal, por el contrario, parte del postulado de que el gobierno (y aquí se trata, por supuesto, no tanto de la institución gobierno, cuanto de la actividad que consiste en regir la conducta de los hombres en el marco del Estado y con instrumentos estatales) no tendría que ser para sí mismo su propio fin. El gobierno liberal no tendría en sí mismo su propio fin, aunque sea en las mejores condiciones posibles, ni tampoco la maximización de la acción del gobier- no debe de convertirse en su principio regulador. En este sentido el liberalismo rompe con esa Razón de Estado que, desde finales del siglo XV, había buscado en la existencia y el refuerzo del Estado la finalidad susceptible de justificar una gobernabilidad creciente y de regular su desarrollo. La Polizeiwissenschaft promovida por los alemanes en el siglo XVIII —promovida, ya fuese porque Alemania carecía entonces de una gran organización estatal o bien, también, porque los límites impuestos por la par- celación territorial permitían el acceso a unidades mucho más observables en función de los instrumentos técnicos y conceptuales de la época—, se articulaba siempre en torno al siguiente principio: no se presta la suficiente y necesaria atención, demasiadas cosas se nos es- capan, ámbitos demasiado numerosos carecen de regulación y de reglamenta- ción, el orden y la administración tienen enormes lagunas, en suma, se gobierna demasiado poco. La Polizeiwissenschaft es la forma asumida por una tecnología gubernamental dominada por el principio de la Razón de Estado. Y es así como, con toda naturalidad esta tecnología de gobierno se hace cargo de los problemas de la población, una población que en razón de la fuerza del Estado debe de Parte I Reflexiones sobre performatividad y políticas públicas Ignacio Ruelas Ávila En el espejo de Grecia Rogelio Laguna El péndulo Enrique González Rojo Sigue pág.2

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CRÍTICA

• PÉNDULO21/UNO/SEPTIEMBRE 2012 •

Michel Foucault

La epidemia neoliberal. Nacimiento de la biopolítica

CONTENIDO

La epidemia neoliberal. Nacimiento de la biopolítica

Michel Foucault

La Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, Mé xico OCTUBRE 2010/ Añ o 2 N o. 20La Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, México SEPTIEMBRE 2012/ Año 4 No. 60

1

El Curso de este año ha estado dedicado por entero a algo que, en principio, no iba a ser más que

una introducción. El tema a tratar era la biopolítica, entendiendo por biopolítica el modo en que, desde el siglo XVII, la práctica gubernamental ha intentado racionalizar aquellos fenómenos plan-teados por un conjunto de seres vivos constituidos en población: problemas relativos a la salud, la higiene, la nata-lidad, la longevidad, las razas y otros. Somos conscientes del papel cada vez más importante que desempeñaron estos problemas a partir del siglo XIX y también de que, desde entonces hasta hoy, se han convertido en asuntos verdaderamente cruciales, tanto desde el punto de vista político como económico.

Me parecía que los problemas de la biopolítica no podían ser disociados del marco de racionalidad política dentro del cual surgieron y adquirieron un carácter apremiante. Ese marco fue el liberalismo, puesto que fue el liberalismo quien hizo que esos problemas se convirtieran en auténticos retos. ¿Cómo se puede asumir el fenómeno de la población, con todos sus efectos derivados y sus problemas específicos, en el interior de un sistema preocupado por el respeto a los sujetos de derecho y por la libertad de iniciativa de los individuos? ¿En nombre de qué, y en función de qué reglas, pueden ser gestionados estos problemas? El debate que tuvo lugar en Inglaterra a mediados

1 Michel Foucault, Nacimiento de la biopolítica, tr. Fernando Álvarez-Uría, Archipiélago, núm. 30, págs. 119-124.

del siglo XIX, en íntima relación con la

legislación sobre la salud pública, puede

servir muy bien de ejemplo.

¿Qué hay que entender por liberalis-

mo? Para responder a esta pregunta me

he apoyado en las reflexiones avanzadas

por Paul Veyne sobre los universales his-

tóricos y sobre la necesidad de validar un

método nominalista en historia. A partir

de una serie de opciones de método

ya contrastadas he intentado analizar

el liberalismo ya no como una teoría

o una ideología, y todavía menos, por

supuesto, como una manera que tiene

la sociedad de representarse a si misma,

sino como una práctica, es decir, como

una forma de actuar orientada hacia la

consecución de objetivos que, a su vez,

se regula a si misma nutriéndose de una

reflexión continuada. El liberalismo pasa

así a ser objeto de análisis en cuanto que

principio y método de racionalización del

ejercicio del gobierno, racionalización

que obedece —y en esto consiste su

especificidad a la regla interna de una

economía de máximos. Mientras que

cualquier racionalización del ejercicio

del gobierno tiende a maximizar sus

efectos haciendo disminuir lo más posi-

ble sus costes (entendiendo el término

costes no sólo en un sentido económico,

sino también en un sentido político), la

racionalización liberal, por el contrario,

parte del postulado de que el gobierno

(y aquí se trata, por supuesto, no tanto

de la institución gobierno, cuanto de

la actividad que consiste en regir la

conducta de los hombres en el marco del

Estado y con instrumentos estatales) no tendría que ser para sí mismo su propio fin. El gobierno liberal no tendría en sí mismo su propio fin, aunque sea en las mejores condiciones posibles, ni tampoco la maximización de la acción del gobier-no debe de convertirse en su principio regulador. En este sentido el liberalismo rompe con esa Razón de Estado que, desde finales del siglo XV, había buscado en la existencia y el refuerzo del Estado la finalidad susceptible de justificar una gobernabilidad creciente y de regular su desarrollo. La Polizeiwissenschaft promovida por los alemanes en el siglo XVIII —promovida, ya fuese porque Alemania carecía entonces de una gran organización estatal o bien, también, porque los límites impuestos por la par-celación territorial permitían el acceso a unidades mucho más observables en función de los instrumentos técnicos y conceptuales de la época—, se articulaba siempre en torno al siguiente principio: no se presta la suficiente y necesaria atención, demasiadas cosas se nos es-capan, ámbitos demasiado numerosos carecen de regulación y de reglamenta-ción, el orden y la administración tienen enormes lagunas, en suma, se gobierna demasiado poco. La Polizeiwissenschaft es la forma asumida por una tecnología gubernamental dominada por el principio de la Razón de Estado. Y es así como, con toda naturalidad esta tecnología de gobierno se hace cargo de los problemas de la población, una población que en razón de la fuerza del Estado debe de

Parte I

Reflexiones sobre performatividad y políticas públicas

Ignacio Ruelas Ávila

En el espejo de Grecia

Rogelio Laguna

El péndulo

Enrique González RojoSigue pág.2

• PÉNDULO21/DOS/SEPTIEMBRE 2012 •

En los últimos años, la forma de go-bernar ha cambiado: se ha tecni-ficado y especializado. Los instru-

mentos son cada vez más sofisticados y el margen de error para transformar la realidad de los individuos cada vez es menor. En este sentido, la objetivi-dad se ha convertido en la prioridad para ejercer el poder. Esto nos obliga a preguntarnos, ¿existe algún riesgo o algún efecto indirecto que debamos considerar? Ésta es la cuestión que se abordará en este texto. Para esto, se intentará ligar dos conceptos clave: la performatividad y las políticas públi-cas.

La hipótesis central del texto re-side en que las políticas públicas son un mecanismo de performatividad en esta nueva y sofisticada forma de go-bernar. Es este concepto de performa-tividad el que nos aportará una visión complementaria de la forma de hacer políticas públicas. Asimismo, es la parte analítica que irá más allá de lo objetivo, y nos permitirá anticipar la individualización de la población, que en consecuencia podría estar generan-do una vertiente conflictiva a la cual el análisis común de política pública (objetivo) difícilmente podría llegar.

Pero, vayamos por partes. Por per-formatividad nos referimos a la forma en que opera efectivamente la cien-cia social en la práctica. Pero no en

la práctica interna de la ciencia, tal como lo plantea Latour2 en la teoría del actor-red. Esto va más allá. Se en-cuentra fuera del ámbito científico. Específicamente, trata de una cons-trucción interna de la ciencia social y su incidencia en otros ámbitos de la realidad. Así, es en 1988 cuando Mi-chel Callon3 plantea empíricamente la formulación teórica de mayor impacto sobre performatividad en su obra The Law of Markets. En ésta discute direc-tamente cómo la ciencia social, más en particular la disciplina económica, “hace cosas”, construye realidades sociales, las “performa”. En resumen, es a través de la performatividad que se puede entender cómo las ciencias sociales moldean sus modelos teóri-cos y los inscriben decisivamente en la realidad, y así se autocumplen, se autorratifican y consolidan.

En este sentido, y tal como se plan-tea en la hipótesis central, se sostiene que las políticas públicas que actual-mente imperan en todos los países (desarrollados y en vías de desarrollo) son un mecanismo de performativi-dad. Ya no nos referimos a que es a 2 Latour, Bruno, Re-ensamblar lo social. Una introducción a la teoría del actor red, Manantial, Buenos Aires, 2008.3 Callon, Michel, “Introduction: The embeddedness of Economic Markets in Economics”, en Callon, M. (ed.), The Laws of the Markets, London, Blackwell Publishers/The Sociological Review, 1998.

través de las políticas públicas que el Estado interviene sólo para corregir las fallas de mercado, las asimetrías de información entre los agentes, las externalidades negativas, etc.; aho-ra, bajo el enfoque de performativi-dad, la intervención del Estado estaría circunscrita en el moldeo de institu-ciones y conductas de los individuos. Por cierto, esto ya lo había anticipado Foucault en sus clases del 14 de marzo de 19794.

En su análisis sobre el neoliberalis-mo, Foucault5 infiere sobre un nuevo arte de gobernar. Un arte de gobernar compuesto por mecanismos técnico-económicos, cuyo fin es arraigar las conductas de los individuos a la lógica del mercado. En otras palabras, Fou-cault esbozó los objetivos de la per-formatividad, sin citarla, y la centró en el moldeo de la teoría económica a la realidad de los individuos. Ahora, bajo este enfoque, la acción guberna-mental deja a un lado el bienestar co-lectivo, y constituye poblaciones com-puestas por “unidades-empresas”; es decir, cada individuo es un empresario de sí mismo.

Así pues, es importante profundi-zar en el aporte que la performativi-4 Foucault, Michel, Nacimiento de la Biopolítica. Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 2007.5 Ibidem.

dad puede dar al análisis de política pública. Es simple. Nos ofrece la posi-bilidad de ahondar en una visión con-flictiva. Nos aporta una visión distinta. Una visión que nada tiene que ver con el costo-beneficio, la implementación o el impacto de las políticas públicas. En enunciado simple, la performati-vidad nos permite profundizar en la construcción de realidades a través de la conducta de los individuos. Esto, adaptándolo a lo sostenido por Deleu-ze6, conlleva a una separación analíti-ca: el consenso y el conflicto.

Para Deleuze7 la política pública demanda consenso y en consecuencia lo propicia. Por ejemplo, por lo gene-ral el diseño y la implementación de políticas públicas para reducir la des-igualdad de ingresos parten de un con-senso, el cual puede ser el coeficiente de Gini (que va de 0 a 1, y entre más cercano a 1 se encuentre el coeficien-te, más desigual es la distribución del ingreso de la sociedad), o el ratio en-tre el ingreso promedio de los sectores de mayor ingreso y el ingreso prome-dio de los sectores de menor ingreso, etc.; es decir, existe un consenso sus-tentado en un cálculo, que debido a su objetividad ofrece estabilidad en el tiempo y legitimidad social.6 Deleuze, Gilles, Derrames entre capitalismo y esquizofrenia, Editorial Cactus, 2005.7 Ibidem.

Ignacio Ruelas Ávila

Reflexiones sobre performatividad y políticas públicas

ser lo más numerosa y lo más activa posible: salud,

natalidad, higiene, encuentran por tanto en este marco,

sin dificultad, un espacio importante.

El liberalismo, por el contrario, se caracteriza por

el principio de que se gobierna demasiado, o, al menos,

de que es necesario sospechar en todo momento que

se gobierna demasiado. La gobernabilidad no se debe

ejercer sin una crítica, algo que es, si cabe, más radical

que una prueba de optimización. La gobernabilidad no

debe de plantearse únicamente cuales son los mejores

medios para conseguir sus efectos (o al menos los menos

costosos), sino que debe de cuestionar la propia posibilidad

y legitimidad de su proyecto de alcanzar sus objetivos.

La sospecha de que siempre se corre el riesgo de

gobernar demasiado está relacionada con la cuestión

de por qué habría entonces que gobernar. De aquí se

deriva el hecho de que el núcleo del liberalismo sean las

proyecciones que haya en un gobierno, pero también qué

es lo que son sus críticas. El liberalismo no es un sueño que

se ve confrontado a una realidad y que implicaba, para ser

óptima, su maximización, y esto era así en la medida en

que la existencia del Estado suponía inmediatamente el

ejercicio del gobierno. La reflexión liberal, sin embargo,

no parte de la existencia del Estado, no encuentra en el

gobierno el medio de alcanzar un fin que el gobierno se

procura a sí mismo, sino que parte del presupuesto de que

la sociedad se encuentra constantemente en una relación

compleja de exterioridad y de interioridad en relación

con el Estado. Es la sociedad en la medida en que es a la

vez condición y fin último del gobierno, la que permite

que ya no se plantee la cuestión de cómo gobernar lo

más posible al menor coste, sino más bien la cuestión de

¿por qué hay que gobernar?. Dicho de otro modo: ¿qué

es lo que hace necesario que exista un gobierno, y qué

fines debe de perseguir éste en relación con la sociedad

para justificar su existencia? La idea de sociedad es lo

que permite desarrollar una tecnología de gobierno a

partir del principio de que el gobierno es en sí mismo

algo que está por demás, en exceso, o al menos de que

es algo que viene a añadirse a modo de suplemento, un

suplemento que es preciso cuestionar y al que se puede

siempre plantear la pregunta de si es necesario, y en

qué sentido es útil.

En lugar de hacer de la distinción Estado-sociedad

civil un universal histórico y político a partir del cual es

posible plantear interrogantes sobre todos los sistemas

concretos, se puede más bien intentar ver en esa distinción

una forma de esquematización propia de una tecnología

particular de gobierno.

• PÉNDULO21/TRES/SEPTIEMBRE 2012 •

Paralelamente, Deleuze anticipa crisis. Esa crisis es la conflictivi-dad. La cual la define como el curso inevitable y constante de la renovación de los acontecimientos y fenómenos sociales. Es éste el punto de inflexión de la forma de hacer políticas públicas. Este moldeamiento de comportamiento y de instituciones que preten-den las políticas públicas parte de un consenso que no espera con-flicto y que por lo tanto exigiría un análisis más integral. Así, la performatividad nos permite adentrarnos a esa transformación de la realidad sobre la cual se anticipa riesgos, conflictos.

En este sentido, a los elementos que emplean las políticas pú-blicas para transformar el comportamiento de los individuos y de la realidad social Gilles Deleuze5 les llama agenciamiento socio-técnico. Este agenciamiento es una especie de ensamblaje que provee, a la disciplina científica y a sus elaboraciones abstrac-tas, de capacidad de acción, articulándola dinámicamente con el ámbito de las actividades económicas. En concreto, este tipo de agenciamiento está compuesto por lo siguiente:

1. Redes de individuos: es la red humana por la cual se distribuye el conocimiento y lo hacen asimilable y em-pleable: científicos, técnicos de segunda línea, consulto-res, etc.

2. Equipamiento e instrumentos: que son disposi-tivos instrumentales empleados por la red humana para la distribución del conocimiento: censos, bases de datos, fichas de protección social, programas de análisis estadís-tico, etc.

3. Organizaciones: serían los centros en donde se produce el conocimiento: universidades, centros indepen-dientes de estudio, ONG´S, think thanks, etc.

4. Los textos científicos: que son el sustento en don-de se exponen las construcciones teóricas y empíricas de la comunicación oral.

Si lo llevamos a un análisis empírico, y si tomamos algunos ejemplos de políticas públicas de renombre en México, valdría la pena preguntarse: ¿las políticas públicas para la superación de la pobreza como Progresa-Oportunidades, la estandarización de la calidad de la educación (prueba ENLACE) o la entrega de subsidios a los adultos mayores de se-tenta años son políticas

5 Ibidem.

que contribuyen a transformar la realidad de la población? ¿La individualiza? Si es así, estaríamos dando con una señal de alerta. Esta forma de gobernar a través de políticas públicas podría estar causando un efecto no deseado sustentado en la no consideración del conflicto y en consecuencia en la des-politización del indivi-duo. En este contexto, el pobre es pobre y es catalogado como tal por prioridad externa, su único deber es responder a los incentivos que le impone el Estado para subsistir; en consecuencia, su bien-estar depende de él mismo; así, en términos de Foucault, el pobre depende de la productividad que tenga para su empresa, que en este caso esa empresa es él mismo, en donde su capital más im-portante es su propio capital humano que debe ser impulsado a través de revisiones de salud, de asistencia escolar y demás varia-bles. De igual forma, el estudiante estaría dejando de aprender en colectivo, ahora su función estaría limitada a estudiar para “pasar la prueba”, y los maestros a enseñar lo necesario para “responder correctamente la prueba”, no más, ya que esto es lo que marca el estándar de calidad; lo cual difícilmente mide aspectos subjetivos como la civilidad ciudadana, el empleo del tiempo de ocio y demás actividades que no se ven reflejadas en el saber o no saber (indivi-dual) responder la prueba. En el caso del adulto mayor de setenta años, su papel de contribución colectiva estaría limitado a recibir el subsidio, el cual es merecido gracias a la identidad dominante que el Estado le ha otorgado: la de “adulto mayor”.

En definitiva, un análisis íntegro de las políticas públicas, sus-tentado en la performatividad, nos abre una serie de cues-tiones que rebasan la objetividad. Ya no sólo estamos obligados a ver los efectos de la política en el bienestar del individuo, sino también los efectos en su comportamiento, más en específico, en su aislamiento.

• PÉNDULO21/CUATRO/SEPTIEMBRE 2012 •

Rogelio Laguna

EDITOREnrique Luján Salazar

DISEÑOClaudia Macías Guerra

La Jornada AguascalientesPÉNDULO21

Publicación quincenalSeptiembre 2012. Año 4, No. 60

COMITÉ EDITORIALIgnacio Ruelas OlveraJosé de Lira BautistaRaquel Mercado SalasRamón López Rodríguez

COLABORACIONESMichel Foucault

Ignacio Ruelas ÁvilaRogelio Laguna

Enrique González RojoPENDULO21

Es casi un lugar común la afirmación de que en la antigua Grecia nació la “civi-lización occidental: la democracia, el

arte, la ciencia, etc.”. Frente a esta afirma-ción, en múltiples ocasiones poco crítica, la filósofa Leticia Flores Farfán recientemente publicó un estudio novedoso y muy original sobre Grecia.

En el espejo de tus pupilas es un libro que bien pudo llamarse “Los griegos y sus otros”, como aclara la propia autora en el prólogo del texto mismo. Pues a lo largo de los cuatro en-sayos que conforman la obra: “El poder de la mirada”, “Los nacidos de la tierra”, “El eter-no femenino” y “De bárbaros y barbarófonos”, la autora explora cómo se conformaba la iden-tidad individual y colectiva de los griegos en la antigüedad clásica.

Pero, ¿por qué hablar de “otros” si lo que nos interesa son los propios griegos? Ésta es justo la intuición que la filósofa sigue a lo lar-go de su exposición, pues Flores Farfán afirma que la identidad de los griegos se conformaba esencialmente por la escisión que establecían con diversos “otros”. Es decir, la identidad griega exigía el posicionamiento identitario en contraposición a terceros. Esta separación con la otredad dio como resultado que la cultura griega se erigiera distanciada de las mujeres, los esclavos, los extranjeros o las lenguas “bárbaras”, entre otros.

La autora desarrolla a lo largo del texto la idea de que era necesario para los griegos conformar los “otros” de su cultura; de otra manera no podrían “verse a sí mismos”, como un ojo necesita de otro ojo para poder verse. Sócrates en el Alcibíades dice: “Cuando mira-mos el ojo de alguien que tenemos delante, nuestro rostro se refleja como si fuera un es-pejo, en lo que se denomina pupila”. Leticia Flores Farfán retoma esta imagen del diálogo platónico para titular su libro. De esta mane-ra, se señala desde el inicio que los griegos no podían descubrirse a sí mismos sino en el reflejo de lo alterno.

Esta magnífica investigación aporta, sin duda, nuevas ideas y vías para pensar Grecia. Esto es especialmente importante, porque preguntar por los griegos no es una cuestión accesoria; la cultura occidental presume de ser heredera e incluso continuadora de los griegos de la antigüedad. Así, descubrir más

de esta cultura, célebre y afamada, resulta

fundamental para saber cómo la cultura oc-

cidental contemporánea se ha constituido en

relación con diversos otros. ¿Quiénes somos

nosotros en el espejo de Grecia?

Para los estudiosos nuevos y los que ya han

recorrido un largo camino en la investigación

encontrarán En el espejo de tus pupilas una

aportación fresca, escrita en un estilo nítido y

amable que permite acercarse a una serie de

aspectos interesantes y poco conocidos de la

cultura helénica: la fundación de las ciudades,

las guerras entre griegos, la concepción del

alma y del cuerpo y las estrategias militares

y políticas, son sólo algunos de los temas que

se exploran.

De entre todos los temas, habrá que desta-

car la exposición cuidadosa que Flores Farfán

hace del tema de la ciudad griega, tema que

ya le había interesado en su anterior libro de-

dicado a Atenas y que se basa en aquella frase

de Tucídides que resuena como un llamado a

la habitación integral de la ciudad: “Las ciu-

dades son los hombres”.

En el espejo de Grecia

Leticia Flores Farfán, En el espejo de tus pupilas. Ensayos sobre alteridad en Grecia antigua, Editarte, México, 2011.

… Enrique González Rojo es un poeta que desde la trinchera de la palabra, resultado del pensamiento y ejercicio de la inteligencia, ha consolidado la brecha que abrieron a principios del siglo xx los poetas que sembraron el árbol que ahora camina cantando con notas frutales y da color a una poesía, que por momentos temían los poetas, fuese a ser simple que resultado del modernismo anglosajón o el surrealismo francés, o de cualquier bella iniciativa de poetas europeos o latinoamericanos. Su manera de ejercer el lenguaje coloquial, acentúa el simbolismo de cada palabra escrita en el aro de fuego que es un poema, y nos da como resultado textos que parecieran tapices arrancados de esta, nuestra realidad mutable; lienzos capturados por un ojo reflexivo, y trazados a manera de parábola o lección de vida…

Andrés Cisneros de la Cruz

No he de decirlo todo; pero creoque hay que sacar a veces los trapitos

al menos a la luna.Explicar

que al momentode encontrarme

haciendo el inventario de mis llagas,me regalas presentes imprevistos

como el radar que opera detectandoel vuelo de los ángeles,

o el elefante aquel, color de niño,que juega pisoteando las cajas de pandora.

Relatarque al hallarme feliz,

calculandolos millones de células

de tu cuerpo,de que soy propietario;

feliz hasta creerque debiera amarrarme a una sirenaal escuchar el canto de los mástiles,

entonces me regalas un desiertoy me robas el agua

haces que me circulen hormigas por las venas,que mi cuerpo se vuelva el paraíso

donde nacela primera pareja de alacranes,

que mis órganos gruñan convertidoscada uno en una bestia diferente.

Pero entoncescaminas a tu armario

y tomas el estuche donde guardasla mejor

de todas las caricias.Y otra vez en la luz, sin parpadeos,sin un solo relámpago de sombra,a dos manos tomado del orgasmo.Hasta que de repente me conduces

a tu nueva mansión edificadaen un fraccionamiento construido

a mitad del carajo.En el flujo y reflujo de este péndulo

(que en su inconstancia empujami corazón metálico de izquierda

a derecha en la entraña)navego exactamente en el sentido

contrario al que olfatea el viejo lobode mar de toda brújula.¿He de ser prisionero

de este vaivén sin fin hasta el instanteen que ya la agonía

desanudela luz de mis pestañasy epitafie el recuerdo

mi irremediable ausencia que se inicia?No sé. Pero al llegar a estos renglones

abandono la pluma porque ayer,habiendo ya fletado

un carro de mudanzapara todos los sueños

que me fueron creciendo aquí a tu lado,todo cambió de prontoy corro hacia tus ojos

desempacando besos y caricias.

El pénduloEnrique González Rojo

Ha triunfado otro ayCésar Vallejo