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Profesor López 4. Reconstruya la argumentación desarrollada por Peirce para negar la capacidad de tener intuiciones. Explique en qué sentido, dicha argumentación constituye una crítica al fundacionalismo. ¿Cree que dicha crítica puede usarse contra el fundacionalismo apeliano? Justifique su respuesta. La argumentación de Peirce para negar la capacidad de tener intuiciones está dividida en 7 cuestiones. La primera cuestión que plantea es si tenemos la capacidad intuitiva de saber que una cognición es una intuición, entendiendo a esta última como una cognición no determinada por otra cognición sino sólo por un objeto externo a la conciencia. En primer lugar nos dice que no hay pruebas de que tengamos tal facultad (o capacidad), salvo porque nos parece sentir que la tenemos. Pero resulta que para poder distinguir entre si ese sentimiento es una cognición intuitiva o si es producto de la educación o alguna otra cosa, debemos suponer lo que está en cuestión. Esto es, distinguir de dónde proviene ese sentimiento y de qué se trata exactamente precisa que tengamos esa facultad intuitiva sobre la que nos estamos preguntando. Por lo tanto, si por el sentimiento no podemos defender la existencia de tal facultad, deberemos recurrir a argumentos. A continuación nos presenta lo que podríamos llamar un “argumento histórico”, que consta en mostrar que la noción de intuición fue cambiando a lo largo de la historia. Si esta capacidad existiera, al ser una intuición un tipo de cognición que no consta de pasos, no habría manera de equivocarnos, y por lo tanto todos los sujetos que poseyeran tal facultad deberían estar de acuerdo respecto de qué es una intuición. Como esto no sucede, entonces podemos concluir que tal capacidad no existe. Otro argumento para responder negativamente a esta cuestión es el que podría denominarse “argumento psicológico”. A través de él Peirce nos muestra que existe una gran dificultad para distinguir entre lo que se ve y lo que se infiere, o dicho de Ana Julia Fernández

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Page 1: Parcial Gnoseo

Profesor López

4. Reconstruya la argumentación desarrollada por Peirce para negar la capacidad de tener intuiciones. Explique en qué sentido, dicha argumentación constituye una crítica al fundacionalismo. ¿Cree que dicha crítica puede usarse contra el fundacionalismo apeliano? Justifique su respuesta.

La argumentación de Peirce para negar la capacidad de tener intuiciones está dividida en 7 cuestiones.

La primera cuestión que plantea es si tenemos la capacidad intuitiva de saber que una cognición es una intuición, entendiendo a esta última como una cognición no determinada por otra cognición sino sólo por un objeto externo a la conciencia.

En primer lugar nos dice que no hay pruebas de que tengamos tal facultad (o capacidad), salvo porque nos parece sentir que la tenemos. Pero resulta que para poder distinguir entre si ese sentimiento es una cognición intuitiva o si es producto de la educación o alguna otra cosa, debemos suponer lo que está en cuestión. Esto es, distinguir de dónde proviene ese sentimiento y de qué se trata exactamente precisa que tengamos esa facultad intuitiva sobre la que nos estamos preguntando. Por lo tanto, si por el sentimiento no podemos defender la existencia de tal facultad, deberemos recurrir a argumentos.

A continuación nos presenta lo que podríamos llamar un “argumento histórico”, que consta en mostrar que la noción de intuición fue cambiando a lo largo de la historia. Si esta capacidad existiera, al ser una intuición un tipo de cognición que no consta de pasos, no habría manera de equivocarnos, y por lo tanto todos los sujetos que poseyeran tal facultad deberían estar de acuerdo respecto de qué es una intuición. Como esto no sucede, entonces podemos concluir que tal capacidad no existe.

Otro argumento para responder negativamente a esta cuestión es el que podría denominarse “argumento psicológico”. A través de él Peirce nos muestra que existe una gran dificultad para distinguir entre lo que se ve y lo que se infiere, o dicho de otra manera, entre una premisa y una conclusión. (Recordemos la definición de intuición esbozada más arriba: si la intuición no puede estar determinada por otra cognición, no puede ser ella misma una conclusión, puesto que esto implicaría que es inferida y por lo tanto no determinada solamente por un objeto externo).

A estos argumentos les agrega el “argumento del sueño”. Lo que dice en primer lugar es que el sueño es igual a una experiencia real en cuanto a su contenido; en segundo lugar, que todo el mundo está de acuerdo en que los sueños están determinados por cogniciones previas; y, finalmente, que podemos distinguirlos de la vigilia sólo a partir de ciertas marcas, lo que implica una capacidad de realizar inferencias, y no una intuitiva.

Luego va aún más lejos al afirmar que incluso la percepción misma no está solamente determinada por el objeto externo, o sea, que ni siquiera la percepción es una intuición. Nos lo muestra, respecto del sentido de la vista, con el ejemplo del punto ciego de la retina, al decir que hay un punto que el ojo no ve, y que el intelecto se encarga de rellenar. Respecto del

Ana Julia Fernández

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sentido del tacto, al mostrarnos que un hombre puede distinguir texturas sintiéndolas pero no de manera inmediata, sino moviendo su mano para poder comparar distintas sensaciones que se dan en distintos instantes. También se encarga de analizar este mismo argumento respecto del sentido del oído, pero hasta aquí llegamos puesto que creemos que este punto ya ha quedado suficientemente claro.

Concluye entonces, que al tener una variedad de hechos que pueden ser explicados sin necesidad de recurrir a la existencia de una capacidad intuitiva de distinguir entre intuiciones y otro tipo de cogniciones, no hay razones lo suficientemente fuertes para sostener que tal facultad existe.

La segunda cuestión plantea la pregunta de si tenemos una autoconsciencia intuitiva, o, dicho de otra forma, si reconocemos nuestros yoes privados a través de una facultad intuitiva o no.

Debido a que en la primera cuestión ya quedó mostrada la inexistencia de una capacidad intuitiva de distinguir entre cogniciones intuitivas y cogniciones no-intuitivas, la existencia o no de esta facultad tiene que ser explicada con pruebas.

La cuestión es entonces si la autoconsciencia puede ser explicada 1. Por la acción de facultades conocidas bajo condiciones conocidas ó 2. Si es necesario suponer una causa desconocida para esta cognición, y, en caso de ser así, si la causa más probable que pueda suponerse es la facultad intuitiva de autoconsciencia.

Peirce se sirve de un argumento que podríamos denominar “genético”. Analiza el caso de cualquier niño que desde pequeño manifiesta capacidad de pensamiento pero no así autoconsciencia. Y muestra el proceso por el cual adquiere consciencia de los objetos que se le aparecen (incluído su propio cuerpo, pero todavía no como propio), adquiere el lenguaje y empieza a conversar. Lo que los demás dicen de él es la mejor prueba de que él existe, esa prueba o testimonio es, por lo tanto, más fuerte que el hecho mismo (de que él existe); es decir, que los demás conversen con él y le hablen de él es una marca más sólida de que él existe, que su propio cuerpo que él percibe de la misma manera que percibe los demás objetos. Ahora bien, en algún momento se da el caso de que el niño oye que alguien dice que se da un hecho x y él piensa que este hecho no se da, hasta que va al mundo para “contrastar” lo que oyó y el mundo le muestra que en realidad ese hecho x era algo que él ignoraba. Para que se haga consciente de esa ignorancia, tiene que suponer un yo en el que esa ignorancia se dé. Éste, dice Peirce, es el testimonio que le proporciona un primer atisbo de autoconsciencia. Pero no sólo le sucede esto al niño, sino que hay toda una serie de apariencias (es decir, manifestaciones de hechos) que son contradichas continuamente por el testimonio: las emociones. Éstas son juicios generalmente negados por otros. Entonces a la apariencia se le agrega la característica de que sea privada y válida para un solo cuerpo. Así, aparece también el error, que sólo se puede dar en tanto haya un yo que sea falible.

De esta manera, a partir de la ignorancia y el error, dice Peirce, podemos distinguir nuestros yoes privados del “ego absoluto de la percepción pura”. Así, entonces, la autoconsciencia es explicada por la opción 1.

Ana Julia Fernández

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Hay, finalmente, un sólo argumento sobre el cual fundamentar que exista una capacidad intuitiva que explique la autoconsciencia, ó, lo que es lo mismo, nos permita conocer que existe un yo privado. El argumento es el siguiente:

Estamos más seguros de nuestra propia existencia que de cualquier otro hecho

Una premisa no puede determinar que una conclusión sea más cierta de lo que es ella misma

Nuestra propia existencia no puede haber sido inferida de ningún otro hecho

Según Peirce, la primera premisa es verdadera, pero la segunda se basa en una teoría de la lógica que ya está refutada. Para él, una conclusión no puede ser más cierta que el conjunto de los hechos que la confirman como verdadera, pero fácilmente puede ser más cierta que cualquiera de esos hechos (tenidos en cuenta de manera singular). La existencia del hombre se ve apoyada por cualquier hecho (todos los hechos –en conjunto, y también singularmente- prueban que el hombre existe), y por ello es más fuerte que cualquier otro hecho. La autoconsciencia, entonces, puede ser fácilmente el resultado de una inferencia y, por lo tanto, no hace falta suponer una autoconsciencia intuitiva.

La tercera cuestión es si tenemos la capacidad intuitiva de distinguir entre los elementos subjetivos de diferentes tipos de cogniciones.

En primer lugar, Peirce nos dice que toda cognición está compuesta de dos elementos: uno objetivo, que consta del contenido de esa cognición, es decir, lo representado; y uno subjetivo, definido como la acción o pasión del yo a través de la cual ese objeto externo llega a ser representado.

Todo parecería indicar, según el autor, que cada cognición es acompañada por la intuición de su elemento subjetivo. Ahora bien, ya en la cuestión uno se mostró que no poseemos una capacidad intuitiva de saber que una cognición es una intuición, por lo tanto habrá que suponer tal capacidad o explicar la distinción entre elementos subjetivos de diferentes tipos de cogniciones sin suponerla.

Cabe aclarar que aquí no se está negando que se pueda distinguir entre aquello que se presenta a la mente, si no que se está poniendo en cuestión si esa distinción es llevada a cabo por medio de una capacidad inmediata. En primer lugar, el hecho de que los mismos objetos inmediatos del sentido y la imaginación sean tan distintos nos explica suficientemente que podamos distinguir entre estas dos facultades. En segundo lugar, si se tiene en cuenta la distinción entre creencia y concepción, basada principalmente en que la primera es acompañada de un sentimiento particular de convicción, tampoco hará falta suponer una facultad intuitiva. Aquí Peirce habla de dos tipos de creencia: la sensorial, que implica un juicio acompañado del sentimiento de convicción del que hablábamos arriba; y la activa que, además de la presencia de ese sentimiento implica un juicio en virtud del cual el hombre actúa. En algunos casos una puede envolver a la otra, pero no siempre. Si nos enfocamos en la creencia sensorial, veremos que ésta puede ser distinguida de otras creencias sensoriales por la mera sensación que acompaña al juicio (la cual es un objeto de conciencia y por lo tanto, no requiere ningún reconocimiento de los elementos subjetivos de la misma), si nos enfocamos

Ana Julia Fernández

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en la creencia activa, veremos que ésta puede ser identificada al observar los hechos externos e inferirla de esa sensación de convicción que la acompaña.

Así, al ser posible una explicación de la distinción entre elementos subjetivos de conciencia sin necesidad de una facultad intuitiva, Peirce concluye que no estamos justificados en sostener que ella exista.

La cuarta cuestión es si poseemos algún tipo de capacidad de introspección o si nuestro conocimiento del fuero interno es derivado de la observación de hechos externos.

Es necesario aclarar que el autor no reduce la introspección a la noción de intuición, sino que afirma que ésta (es decir, la introspección) abarca a todo conocimiento del mundo interno que no sea derivado de la observación de los hechos externos.

Toda sensación, según él, está parcialmente determinada por condiciones internas que la hacen ser como es; y, por ello, es que podemos derivar un conocimiento de la mente a partir de una consideración de cualquier sensación. Pero como la sensación es un predicado de algo externo, entonces hay que admitir que alcanzamos conocimiento de nuestra mente a partir de objetos externos. Además de las cosas exteriores, existen otros sentimientos, como las emociones, por medio de las cuales podría obtenerse tal conocimiento.

Ahora, según Peirce la introspección no se reduce a una intuición, pero como no tenemos la facultad intuitiva de distinguir entre los elementos subjetivos de conciencia, no nos resulta evidente que sea ésta una capacidad que poseamos. Si realmente existe, no deberíamos poder explicar los hechos sin ella. Pero justamente lo que hace el autor es explicarlos sin echar mano de la introspección, afirmando entre otras cosas que hay cierto carácter relativo a los objetos exteriores que provoca que tengamos determinadas emociones. En consecuencia, no es necesario suponer una facultad de introspección, y por lo tanto, la única manera de alcanzar cualquier conocimiento sobre nuestro fuero interno es infiriéndolo de los hechos externos.

En la quinta cuestión Peirce plantea la pregunta de si podemos pensar sin signos, y comienza diciendo que si nos basamos en los hechos externos, sólo podemos encontrar casos de pensamiento en los signos. Ningún otro tipo de pensamiento puede ser inferido a partir de hechos externos. Pero en la cuestión anterior quedó mostrado que sólo podemos tener algún conocimiento de la mente, o, lo que es lo mismo, de que pensamos, mediante los hechos externos. Ahora bien, no hay pensamiento que no pueda ser conocido; por tanto, si existe algún pensamiento (cuestión que nadie pone en duda), tiene que ser un pensamiento en signos. Si todo pensamiento es en signos, o, como afirma Peirce, es un signo; entonces necesariamente, por la misma definición de “signo”, debe dirigirse o determinar a otro pensamiento.

La sexta y anteúltima cuestión es si el signo de algo absolutamente incognoscible puede tener algún significado, y básicamente se apoya en las anteriores. La argumentación es más o menos la siguiente: si todas nuestras concepciones se dan por medio de abstracciones y combinaciones de cogniciones que se obtienen mediante la experiencia, y si lo absolutamente incognoscible no ocurre en la experiencia, entonces, no puede haber concepción de tal cosa.

Ana Julia Fernández

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Ambas premisas son verdaderas, por tanto, el signo de lo absolutamente incognoscible no tiene ningún significado.

El autor luego va más lejos al afirmar que la cognoscibilidad y el ser son sinónimos, lo que quiere decir que todo lo que es, es necesariamente cognoscible.

Finalmente, en la cuestión séptima, Peirce se pregunta si existen las intuiciones. Comienza afirmando que, por la cuestión primera, es imposible conocer intuitivamente que una cognición es una intuición y, por tanto, la única manera que nos queda disponible para conocerla es infiriéndola hipotéticamente de los hechos observados. Ahora bien, si la inferimos, quiere decir que es ella misma una conclusión, pero al comienzo de este escrito habíamos establecido que “una intuición es casi lo mismo que una premisa que no es ella misma una conclusión”; por tanto, no se trata aquí de una intuición. Además, si intentara explicar una intuición por el objeto externo que por definición es el único que la determina, mi esfuerzo sería inútil, ya que éste se encuentra completamente afuera de mi consciencia. Por consiguiente, toda intuición resulta imposible de ser conocida. Si concedemos lo dicho en la cuestión anterior, estamos forzados a admitir que las intuiciones no existen porque son absolutamente incognoscibles; y, si concedemos lo dicho en la quinta cuestión, deberemos admitir que no existen porque no existe cognición (o pensamiento) que no pueda ser conocido.

Toda esta argumentación esgrimida por Peirce en su texto Cuestiones acerca de ciertas facultades atribuidas al hombre, tiene como blanco de ataque al cartesianismo como corriente fundacionalista, ya que lo que propone es un fundamento último al que se llegaría mediante la introspección. Este fundamento último es la conocida afirmación “pienso-existo” expresada por Descartes en sus meditaciones, a la cual llega partiendo de lo que Peirce denomina “duda artificial” que consiste en dudar sin tener razones positivas para hacerlo. Lo que el autor se plantea es para qué dudar de aquello de lo que realmente no dudamos “en nuestros corazones” y para qué postular facultades que no nos son necesarias. Así hace valer el principio de economía o lo que en la tradición filosófica es también conocido como “navaja de Ockham”, que consiste básicamente en optar siempre por la explicación más simple. Actitud que aparece una y otra vez a lo largo de su argumentación.

En este sentido la propuesta de Peirce resulta problemática para cualquier teoría fundacionalista, entre ellas la de Otto K. Apel, ya que lo que éste último plantea es algo semejante a la intuición, en tanto su teoría de la pragmática trascendental del lenguaje se apoya en un fundamento último que como tal no requiere de nada previo, a la manera en la que una premisa no es ella misma una conclusión. Además, este fundamento último, que en el caso de Apel está expresado como la no autocontradicción performativa, requiere que pueda ser reconocido por todos los sujetos en tanto es condición de posibilidad del lenguaje mismo. Como tal, se presenta a la manera de una evidencia indubitable, y ya vimos al comienzo de este escrito que aquello de lo que no se puede dudar es aquello sobre lo cual todos los sujetos deben estar de acuerdo; y esto, para Peirce, es una característica de la intuición. Sin embargo, tal cosa no existe, entonces, a sus ojos, resultaría imposible justificar cualquier postura que se apoyase en un fundamento último en tanto éste se asemeje a (o funcione como) una intuición.

Ana Julia Fernández