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Literatura turca

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El Castillo BlancoAnnotation Una galera italiana es prendida en aguas turcas a finales del siglo XVIII. Entre la tripulacin se encuentra un joven veneciano astuto e inteligente, que presume de sus estudios en Fsica, Astronoma e Ingeniera, adems de nociones de Letras y Filologa, conocimientos que no impedirn que sea vendido como esclavo en el puerto de Estambul.Su comprador ser un pintoresco astrnomo turco, el Maestro, con quien guarda un inquietante parecido. Segn el Maestro, esa asombrosa semejanza redunda en lo extraordinario de su propia personalidad, que juzga contagiosa; pero la realidad es muy distinta: se trata de un ser torturado, incapaz de disfrutar de los placeres de la vida, aun cuando el destino le lleve a ser el intrprete de los sueos del sultn. El Maestro acude a la llamada del mandatario tras una formidable exhibicin de fuegos artificiales; no obstante, llevado por su egosmo y cansancio proverbial delegar en el esclavo la misin de acudir a las audiencias del sultn. Muy pronto la proximidad entre esclavo y sultn encender la ira del Maestro, que emprender una campaa de desacreditaciones e injurias contra su pupilo sin importarle que su actitud pueda perjudicar el gran proyecto que lleva aos desarrollando junto a l: un arma de destruccin masiva para el lder del Imperio turco. Orhan Pamuk El castillo blanco Traduccin de Rafael Carpintero Crculo de Lectores Ttulo de la edicin original: Beyaz Kale Traduccin del turco: Rafael Carpintero Ortega, cedida por Random House Mondadori, S. A. Diseo: Joaqun Moncls Ilustracin de la sobrecubierta: Festival nutico del Sultn Ahmet II c. 1720. Miniatura de Levni. Surnama, Libro de Festivales. The Art Archive/Topkapi Museum Istanbul/Dagli Orti Foto de solapa: Eric Bouvet/Getty Imagesr Crculo de Lectores, S. A. (Sociedad Unipersonal) Travessera de Gracia, 47-49, 08021 Barcelona www. circulo, es 357970068642 Licencia editorial para Crculo de Lectores por cortesa de Random House Mondadori, S. A.. Orhan Pamuk, 1979 CanYayim Lari Ltd., 1979 de la traduccin: Rafael Carpintero Ortega, 2007 Random House Mondadori, S. A., 2007 Depsito legal: B. 21176-2007 Fotocomposicin: punt groc & associats, s. a., Barcelona Impresin y encuademacin: Printer industria grfica N. II, Cuatro caminos s/n, 08620 Sant Vicen dels Horts Barcelona, 2007. Impreso en Espaa ISBN 978-84-672-2501-3 38323 A Nilgn Darvinolu (1961-1980), buena persona y buena hermana El hecho de que creamos que alguien que despierta nuestro inters anda mezclado en una vida para nosotros desconocida y de un misterio sumamente atractivo y el que pensemos que slo podremos iniciarnos en la vida gracias a su amor, qu demuestra sino el inicio de un amor? De la traduccin de Proust de Y. K. Karaosmanolu PRLOGO Encontr este manuscrito en 1982, en ese destartalado archivo dependiente de la prefectura de Gebze en el que acostumbraba a hurgar durante una semana todos los veranos, en el fondo de un bal polvoriento repleto de edictos, ttulos de propiedad, registros del juzgado y libros de cuentas oficiales. Enseguida me llam la atencin porque lo haban encuadernado cuidadosamente con un papel de aguas azul que haca recordar los sueos, porque estaba escrito con una caligrafa legible y porque brillaba reluciente entre los documentos oficiales. Una mano, creo que extraa, haba anotado un encabezamiento en la primera pgina, como si quisiera provocar an ms m curiosidad: El Hijastro del Fabricante de Edredones. Nada ms. Le de inmediato y con enorme placer aquel libro en el que una mano infantil haba pintado en los mrgenes y en los espacios de las pginas hombrecitos de cabeza diminuta llevando ropajes de muchos botones. El manuscrito me gust mucho, pero como me dio pereza copiarlo en un cuaderno, abus de la confianza del ordenanza, lo bastante respetuoso como para no mantenerme bajo vigilancia continua, y lo rob de aquel basurero, al que ni siquiera el joven prefecto se atreva a llamar archivo, introducindolo en mi maletn en un abrir y cerrar de ojos. Al principio no saba muy bien qu hacer con el libro sino leerlo una y otra vez. Como continuaba con mis suspicacias con respecto a la Historia, quise interesarme ms por el relato que narraba el manuscrito que por sus valores cientficos, culturales, antropolgicos o histricos. Y eso me conduca hasta el narrador del relato en s. Como me haba visto obligado a abandonar la universidad junto con otros compaeros, me haba convertido en enciclopedista, la profesin de mi abuelo; y fue entonces cuando se me ocurri la idea de escribir una entrada sobre el autor del libro en una enciclopedia de personalidades, de cuya parte histrica yo era responsable. As pues, me entregu al trabajo en los ratos libres que me dejaban la enciclopedia y la bebida. En cuanto acud a las fuentes bsicas de la poca, pude comprobar de inmediato que algunos de los hechos narrados no reflejaban exactamente la realidad. Por ejemplo, es cierto que en el perodo de cinco aos del gran visirato de Kprl hubo un tremendo incendio en Estambul, pero no haba pruebas de que se hubiera desencadenado una enfermedad que hubiera valido la pena registrar, y mucho menos una enorme epidemia como la del libro. Los nombres de varios visires de la poca estaban escritos de manera incorrecta, unos nombres se confundan con otros y algunos se haban cambiado incluso. Los de los grandes astrlogos no se correspondan a los que aparecan en los registros de palacio, pero no le di demasiada importancia porque pens que ese punto ocupaba un lugar especial en el libro. Por otra parte, los hechos narrados confirmaban en general los datos histricos. A veces pude comprobarlo hasta en los pequeos detalles: el asesinato del gran astrlogo Hseyin Efendi y la cacera de liebres de Mehmet IV en el quiosco de Mirahor estaban contados de manera parecida a como lo haca Naima. Se me ocurri que el narrador, al que claramente le gustaba leer y fantasear, habra podido acudir a ese tipo de fuentes y a un buen nmero de otros libros y haber tomado algo de ellos. Puede que, aunque deca conocer a Evliya elebi, slo hubiera ledo sus obras. Me habra gustado creer que tambin poda ser cierto lo contrario, a pesar de otros ejemplos que pude localizar, e intentaba no perder la esperanza de encontrar al autor del relato, pero la mayora de las investigaciones que llev a cabo en las bibliotecas de Estambul fracasaron. No pude hallar, ni en la biblioteca del palacio de Topkapi ni en otras por las que pensaba que podran haberse dispersado, ninguno de aquellos libros y opsculos que deca haber presentado a Mehmet IV entre 1562 y 1580. Slo encontr una pista: en aquellas bibliotecas haba ms obras del calgrafo zurdo que se menciona al final del libro. Durante un tiempo fui tras ellas pero ya estaba cansado, y de las universidades italianas a las que haba inundado con una lluvia de cartas slo llegaban respuestas decepcionantes. Tambin fracasaron las investigaciones que llev a cabo en los cementerios de Gebze, Cennethisar y skdar partiendo del nombre del autor, que aparece en el libro aunque no est escrito en la portada. Dej de seguir rastros y escrib el artculo de la enciclopedia basndome en el relato en s. Tal y como me tema, no lo publicaron, pero no por falta de pruebas cientficas, sino porque consideraron que el autor no era lo bastante famoso. Quiz por eso mismo aument la pasin que senta por el relato. Durante un tiempo incluso pens en dimitir, pero me gustaban mi trabajo y mis compaeros. As que me pas una temporada en la que le contaba entusiasmado la historia a cualquiera que se me pusiera por delante, casi como si la hubiera escrito yo en lugar de solo haberla encontrado. Para hacerla ms atractiva, hablaba de su valor simblico y de cmo de hecho trataba de las realidades de hoy da, y de que yo comprenda mejor el presente gracias al relato, etctera. Gracias a mis elogios, la historia atrajo sobre todo a los jvenes interesados en temas como la poltica, la violencia, las relaciones Oriente-Occidente o la democracia, pero tambin ellos, como mis compaeros de copas, la olvidaron poco despus. Un amigo catedrtico que haba echado un vistazo al manuscrito debido a mi insistencia me dijo al devolvrmelo que en las casas de madera de las callejuelas de Estambul haba decenas de miles de manuscritos en los que bullan aquel tipo de relatos. Y que los propietarios, si no crean que eran ejemplares del Corn y los colocaban encima de un armario, les arrancaban hoja tras hoja para encender la estufa. As fue como me decid a publicar esa historia que volva a leer una y otra vez, gracias tambin al aliento de una joven con gafas y un cigarrillo permanentemente entre los dedos. Los lectores podrn ver que no me he dejado llevar por preocupaciones estilsticas al verter el libro al turco actual: despus de leer un par de frases del manuscrito, que dejaba abierto en una mesa, pasaba a otra mesa en la habitacin en la que tena mis papeles e intentaba exponer con palabras de nuestros das el significado que se me haba quedado en la mente. El ttulo del libro no lo puse yo, sino la editorial que consinti publicarlo. Los que lean la dedicatoria quiz se pregunten si tiene algn significado especial. El verlo todo relacionado es, en mi opinin, una enfermedad de nuestros das. Y dado que yo mismo he contrado esa enfermedad, publico esta historia. Faruk Darvinolu El castillo blanco 1 bamos de Venecia a Npoles y los barcos turcos nos cortaron el paso. ramos en total tres naves, mientras que sus galeras, que surgieron de la niebla, parecan no tener fin. De repente estallaron en nuestro barco el miedo y la inquietud; los galeotes, en su mayora turcos y moros, lanzaban gritos de alegra que nos crispaban los nervios. La proa de nuestro barco, como las de los otros dos, estaba orientada hacia tierra, hacia poniente, pero nosotros no pudimos ser tan rpidos como ellos. Nuestro capitn, que tema que le castigaran si caa cautivo, era incapaz de ordenar que se flagelara con violencia a los galeotes. Ms tarde medit a menudo que toda mi vida haba cambiado a causa de la cobarda de aquel capitn. En cambio, ahora pienso que mi vida habra cambiado en realidad de no ser por aquel breve ataque de cobarda del capitn. Es algo sabido que la vida no est predeterminada y que todas las historias son una cadena de casualidades. Pero incluso los que son conscientes de esa realidad, cuando llega cierto momento de su existencia y miran atrs, llegan a la conclusin de que lo que vivieron como casualidades no fueron sino hechos inevitables. Yo tambin pas por una poca parecida; ahora, mientras sueo con los colores de los barcos turcos que aparecan en la niebla como fantasmas e intento escribir mi libro en una vieja mesa, creo que esa poca es la mejor para empezar y acabar una historia. Al ver que los otros dos barcos se haban deslizado por entre las galeras turcas desapareciendo en la niebla, nuestro capitn abrig esperanzas de que pudiramos imitarles y por fin, tambin gracias a nuestra insistencia, se atrevi a forzar a los galeotes, pero ya era demasiado tarde; adems, a esas alturas los ltigos no valan con aquellos esclavos emocionados por sus deseos de libertad. Se nos echaron encima de sbito ms de diez galeras turcas, rasgando de manera multicolor el desconcertante muro de niebla. Entonces el capitn decidi combatir, supongo que ms que para derrotar al enemigo para vencer su propia cobarda y su vergenza; orden que se aprestaran los caones mientras, por otro lado, se azotaba sin piedad a los cautivos, pero su ardor guerrero, que tan tarde haba prendido, no tard en apagarse. Fuimos objeto de un intenso fuego por la borda y decidimos izar la bandera de la rendicin ya que, si no lo hacamos de inmediato, nos hundiran. Mientras aguardbamos a los barcos turcos en medio del mar en calma, baj a mi camarote, puse en orden mis cosas como si esperara no a los enemigos que habran de alterar mi vida entera sino a unos amigos que vinieran de visita, abr mi pequeo bal y hoje absorto mis libros. Se me humedecieron los ojos mientras pasaba las pginas de un tomo por el que haba pagado un alto precio en Florencia; poda or los gritos que llegaban del exterior, los ruidos de pisadas inquietas, el alboroto; tena presente que poco despus me separaran del libro que tena en las manos, pero no quera pensar en nada de eso sino concentrarme en lo que estaba escrito en sus pginas. Era como si entre los razonamientos, las frases y las ecuaciones del libro se encontrara todo mi pasado y yo no quisiera perderlo; mientras lea las lneas que se me venan al azar a los ojos, susurrndolas, casi como si rezara, me habra gustado grabarme el libro entero en la mente para as, cuando llegaran, poder recordar todos los colores de mi pasado como si evocara las palabras amadas de un libro memorizado con placer, y no pensar en ellos y en lo que me haran sufrir. Por aquel entonces yo era otra persona a quien su madre, su prometida y sus amigos llamaban por otro nombre. De vez en cuando todava sueo con aquella persona que en tiempos era yo, o que ahora creo que era yo, y me despierto sudando. Aquel hombre, cuyos colores plidos recordaban los tonos onricos de los pases inexistentes, los animales que nunca vivieron y las armas inverosmiles que ms tarde estuvimos inventndonos durante tanto tiempo, tena entonces veintitrs aos. Haba estudiado ciencias y artes en Florencia y Venecia, crea entender de astronoma, matemticas, fsica y pintura; por supuesto, era un engredo que haba engullido debidamente todo lo que se haba hecho antes de l y que lo juzgaba con desprecio. No dudaba de que l hara cosas mejores, de que era inigualable, saba que era ms inteligente y creativo que nadie: en suma, era un joven cualquiera. Cuando, como me ocurre a menudo, siento la necesidad de inventarme un pasado, me cuesta trabajo creer que yo era aquel joven que conversaba con su amada de sus pasiones, sus proyectos, del mundo y la ciencia, y que encontraba natural que ella le admirara. Pero me consuelo pensando que algn da los pocos que lean pacientemente hasta el final esto que estoy escribiendo comprendern que aquel joven no era yo. Puede que esos pacientes lectores, como me ocurre a m ahora, piensen que la historia de aquel muchacho cuya vida se vio interrumpida mientras lea los libros que tanto amaba continuar algn da a partir de donde se detuvo. Cuando por fin abordaron nuestro barco guard mis libros en el bal y sal. En la cubierta se viva un tremendo caos. Los haban reunido a todos y les haban ordenado que se desnudaran. En cierto momento se me pas por la cabeza saltar por la borda aprovechando la confusin, pero pens que me asaetearan por la espalda o que me atraparan rpidamente y me mataran y, adems, no saba a cunta distancia estbamos de tierra. En un primer momento no me hicieron el menor caso. Los esclavos musulmanes, libres de sus cadenas, lanzaban gritos de alegra y algunos de ellos se dedicaban a vengarse de los cmitres. Poco despus encontraron mi camarote, entraron en l y saquearon mi equipaje. Revolvieron los bales buscando oro y, despus de arrebatarme algunos de mis libros y todas mis pertenencias, uno de ellos me agarr del brazo mientras yo hojeaba absorto un par de volmenes que me haban dejado y me condujo hasta uno de los capitanes. El arrez, del cual luego supe que era un genovs converso, se port bien conmigo. Me pregunt de qu entenda. Para que no me encadenaran al remo le expliqu que tena conocimientos de astronoma y que poda encontrar el rumbo de noche, pero eso no les interes. As pues, confiando en el volumen de anatoma que me haban dejado, afirm que era mdico. Pero cuando poco despus vi al hombre con el brazo cortado que me mostraron les repliqu que no era cirujano. Se enfurecieron y estaban a punto de encadenarme a un banco cuando el capitn, al ver mis libros, me pregunt si acaso entenda de la orina y el pulso. Mi respuesta afirmativa no slo me libr del remo sino que tambin me permiti salvar un par de libros. Pero aquellos privilegios me costaron caros. Los otros cristianos, a quienes haban convertido en galeotes, me odiaron de inmediato. De haber podido me habran matado en la bodega en la que nos encerraban por las noches, pero tambin me teman porque rpidamente haba establecido buenas relaciones con los turcos. Haban empalado a nuestro cobarde capitn, que acababa de expirar, y a los cmitres, a quienes haban cortado las orejas y las narices para que sirviera de ejemplo, los haban abandonado en el mar en una almada. Cuando se cerraron por s solas las heridas del puado de turcos que trat, usando la lgica y no mis conocimientos de anatoma, todos creyeron por fin que era mdico. Hasta algunos de mis envidiosos enemigos, que insistan ante los turcos en que no lo era, me mostraban sus llagas por la noche en la bodega. Entramos en Estambul en medio de una esplndida ceremonia. El sultn nio nos contemplaba. Izaron sus estandartes en lo ms alto de los mstiles y, por debajo de ellos, nuestras banderas y las imgenes de la Virgen Mara y las cruces colgadas boca abajo para que sirvieran de blanco a sus matones. De repente, los caones comenzaron a hacer gemir los cielos. Aquella ceremonia, de las que luego tantas vera desde tierra con tristeza, fastidio y agrado, dur largo rato y hubo quien se desmay por el sol. Poco antes del anochecer anclamos en Kasimpaa. Nos encadenaron para llevarnos ante el sultn, equiparon a nuestros soldados con sus armaduras del revs para burlarse de ellos, colocaron argollas de hierro en los cuellos de nuestros capitanes y oficiales, y nos llevaron a palacio mientras, muy contentos y divertidos, tocaban las trompetas y tambores que haban tomado de nuestro barco. El pueblo, dispuesto a lo largo del camino, nos observaba con alegra y curiosidad. El sultn, sin que nosotros llegramos a verlo, seleccion a los cautivos que le correspondan por derecho, y al resto nos llevaron hasta Glata y nos encerraron en las mazmorras de Sadik Baj. La prisin era un lugar horrible y en sus sombras y mnimas celdas se pudran cientos de cautivos. All encontr gente en abundancia para poner en prctica mi nueva profesin e incluso cur a algunos. Extend recetas para los guardianes a quienes les dolan la espalda o las piernas. Y as fue como, de nuevo, me separaron de los dems y me proporcionaron una buena celda en la que daba el sol. Estaba intentando dar las gracias a Dios por la situacin en la que me encontraba, viendo el estado en que estaban los dems, cuando una maana me unieron al resto y me explicaron que me llevaban a trabajar. Cuando les dije que era mdico y que entenda de medicina y de ciencia se rieron de m; estaban elevando los muros del jardn del palacio del baj y hacan falta ms hombres. Cada maana nos encadenaban antes de que saliera el sol y nos sacaban fuera de la ciudad. Al atardecer, mientras regresbamos a nuestra prisin encadenados unos a otros despus de habernos pasado el da picando piedra, yo pensaba que Estambul era una ciudad hermosa pero que all era necesario ser seor y no esclavo. Con todo, no era un esclavo cualquiera. Ahora no slo trataba a los cautivos que se pudran en las mazmorras, sino tambin a otros que haban odo que era mdico. Gran parte de mis honorarios me vea obligado a drselos a los guardias y a los intendentes de esclavos que me sacaban de all en secreto. Con lo que poda ocultarles empec a pagarme clases de turco. Mi maestro era un buen anciano que se encargaba de todo tipo de recadillos para el baj. Le alegraba ver que aprenda la lengua con rapidez y me aseguraba que pronto me convertira al islam. En cada ocasin aceptaba azorado el pago por las clases. Tambin le daba dinero para que me trajera comida porque estaba decidido a cuidarme lo mejor posible. Una tarde brumosa uno de los intendentes vino a mi celda: el baj quera verme. Sorprendido y nervioso, me prepar enseguida. Pensaba que alguno de los industriosos parientes que tena en mi tierra, quiz mi padre, quiz mi futuro suegro, habra enviado el pago por mi rescate. Mientras caminbamos en medio de la niebla por calles estrechas y tortuosas, crea que de repente llegara a mi casa o que me encontrara de pronto a los mos ante m como si me acabara de despertar de un sueo. A veces tambin pensaba que quiz habran encontrado la manera de enviar a alguien como mediador y que de inmediato, en medio de esa misma niebla, me embarcaran y me enviaran de regreso a mi pas, pero en cuanto entramos en la mansin del baj comprend que no me salvara con tanta facilidad. La gente andaba por all de puntillas. Primero me llevaron a una sala y despus de esperar un rato me introdujeron en una habitacin. All haba un hombre pequeo y de aspecto agradable recostado en un divn y tapado con una manta. Junto a l haba otro, ste enorme. El que estaba recostado era el baj y me dijo que me acercara. Hablamos. Me pregunt algunas cosas. Le dije que en realidad haba estudiado astronoma, matemticas y algo de ingeniera, pero que tambin entenda de medicina y que haba curado a mucha gente. Segua preguntndome y yo me dispona a contestarle cuando de repente dijo que teniendo en cuenta lo rpido que haba aprendido a hablar turco deba de ser un hombre inteligente, y aadi que padeca una enfermedad que ninguno de los mdicos haba sido capaz de curar y que, como haba odo hablar de m, haba decidido probar conmigo. El baj empez a describirme su enfermedad de tal manera que casi me vi obligado a pensar que se trataba de un mal nico que slo padeca l sobre la superficie de la Tierra porque sus enemigos haban engaado a Dios con sus calumnias. Sin embargo, su problema era el asma comn que todos conocemos. Le hice todo tipo de preguntas, le ped que tosiera y luego baj a la cocina y, con lo que encontr por all, le prepar unas pildoras verdes de menta y un jarabe para la tos. Como el baj tema ser envenenado, me tom ostensiblemente un trago del jarabe y una de las pildoras. Me dijo que saliera de la mansin con cuidado de que nadie me viera y que regresara a las mazmorras. El intendente me lo explic luego: el baj no quera que los otros mdicos me tuvieran envidia. Fui tambin al da siguiente, le escuch toser y le prescrib las mismas medicinas. Las coloridas pldoras que depositaba en la palma de su mano le gustaban como a un nio. Al regresar a mi celda rec por su curacin. Al da siguiente se levant el viento del nordeste con una brisa tan agradable que llegu a pensar que con aquel tiempo cualquier enfermo sanara aunque no quisiera, pero nadie me mand llamar. Un mes ms tarde, cuando de nuevo vinieron a buscarme a medianoche, encontr al baj en pie, movindose con soltura. Me alegr or que reprenda a algunos de sus hombres respirando con toda facilidad. Le complaci verme y me dijo que yo le haba curado y que era un buen mdico: qu era lo que deseaba de l? Yo saba que no me manumitira ni me enviara a casa, as que me quej de mi celda y mis cadenas; le dije que si pudiera dedicarme a la medicina, a la astronoma y a la ciencia les podra ser de ms ayuda, y le expliqu que me agotaban sin sentido en trabajos duros. No s cunto de aquello escuchara, y gran parte del dinero de la bolsa que me entreg se lo quedaron los guardias. Una semana ms tarde el intendente lleg una noche y, despus de hacerme jurar que no huira, me liber de mis cadenas. De nuevo me llevaban a trabajar, pero ahora los alguaciles me mostraron cierta consideracin. Cuando tres das ms tarde el intendente me trajo ropas nuevas, comprend que el baj me protega. Por las noches me seguan llamando de diversas mansiones. Prescriba medicamentos a ancianos corsarios aquejados de reumatismo y a jvenes soldados con ardor de estmago, y sangraba a los que sufran irritaciones, dolor de cabeza o a quienes haban perdido el color. En cierta ocasin el hijo tartamudo de un mayordomo me recit un poema cuando por fin se lanz a hablar una semana despus de que le hiciera ingerir un jarabe. As pas el invierno. A principios de primavera supe que el baj, que llevaba meses sin preguntar por m, se haba hecho a la mar con toda su flota. Un par de hombres que fueron testigos de mi rabia y de mi desesperacin a lo largo de los das del verano me dijeron que no deba quejarme de mi situacin, ya que ganaba un buen dinero como mdico. Un antiguo esclavo, que se haba convertido al islam haca muchos aos y se haba casado, me aconsej que huyera. Mantenan a los esclavos que les resultaban tiles y no les permitan que regresaran nunca a sus pases. Y si me converta al islam como l, me manumitiran, pero eso sera todo. Quiz porque pensaba que me contaba todo aquello para tirarme de la lengua, le contest que no tena la menor intencin de huir. Pero me faltaba valor, no ganas. A los fugados siempre los atrapaban sin que hubieran llegado demasiado lejos. Yo era quien por la noche aplicaba ungentos en sus celdas a aquellos desdichados despus de las palizas que les propinaban. Ya cerca del otoo la flota del baj regres de su campaa; saludaron al sultn con salvas de can y, como haban hecho el ao anterior, intentaron animar la ciudad, pero era evidente que aquella vez la cosecha no les haba ido nada bien. Slo pudieron traer un puado de esclavos a las mazmorras, y luego nos enteramos de que los venecianos les haban quemado seis barcos. Quise encontrar la manera de hablar con los cautivos y as quiz tener noticias de mi tierra, pero la mayora eran espaoles: pobres hombres silenciosos, ignorantes y asustados que no estaban en situacin de hablar como no fuera para mendigar comida o ayuda. Slo uno de ellos atrajo mi atencin: haba perdido el brazo pero an tena esperanzas; deca que uno de sus antepasados haba vivido las mismas aventuras, aunque no haba llegado a perder por completo el brazo, y que luego se haba salvado y haba escrito una novela de caballeras, as que l crea que tambin se salvara para poder hacer lo mismo. Ms tarde, en los aos en los que me inventaba historias para vivir, record a aquel hombre que soaba con vivir para contarlas. Poco tiempo despus se desat en las mazmorras una enfermedad contagiosa y aquella epidemia, de la que me proteg abrumando con sobornos a los guardianes, se llev consigo a ms de la mitad de los cautivos. A los que sobrevivieron comenzaron a llevrselos a nuevos trabajos a los que yo ahora no iba. Por las noches me lo contaban: iban hasta el extremo del Cuerno de Oro y all los ponan a las rdenes de maestros carpinteros, sastres y pintores y les hacan trabajar para construir barcos, fortalezas y torres de cartn. Luego supimos que el baj haba pedido la mano de la hija del gran visir para su hijo y que preparaba una boda fastuosa. Una maana me llamaron de la mansin del baj. Fui, creyendo que se le haba declarado de nuevo el asma. Estaba ocupado y me condujeron a una habitacin para que esperara, y all tom asiento. Poco despus se abri la otra puerta del cuarto y entr un hombre unos cinco o seis aos mayor que yo. Al mirarle a la cara me qued estupefacto, y de repente tuve miedo! 2 El hombre que haba entrado en la habitacin se pareca increblemente a m. All estaba yo! Eso fue lo que pens en el primer momento. Como si alguien que quisiera jugar conmigo me hubiera vuelto a meter por la puerta contraria a la que haba entrado y me dijera: Mira, as es como deberas ser, as deberas haber cruzado la puerta, as deberas mover los brazos, as deberas mirar al otro t que est sentado en la habitacin!. Nos saludamos cuando nuestras miradas se cruzaron. Pero l no pareca muy sorprendido. Entonces decid que no se pareca tanto a m; l llevaba barba y yo tena la impresin de haber olvidado tanto mi cara como mi aspecto. Mientras se sentaba frente a m se me ocurri pensar que haca un ao que no me miraba al espejo. Poco despus se abri la puerta por la que yo haba entrado y le invitaron a pasar. Mientras esperaba pens que aquello no era una broma magistralmente planeada sino una elucubracin de mi mente turbulenta. Porque por aquellos das imaginaba cosas continuamente: regresaba a casa, todos me reciban, me liberaban de inmediato; en realidad segua dormido en mi camarote y todo aquello era un sueo, una especie de fantasa para consolarme. Y estaba a punto de creer que aquello tambin era una de dichas fantasas, pero que en esta ocasin se hara realidad, o bien que era un indicio de que todo cambiara de repente y volvera a su armona anterior, cuando la puerta se abri y me llamaron. El baj estaba en pie, algo ms all de mi gemelo. Me hizo besarle los faldones, me pregunt por mi salud y yo me dispuse a exponerle los padecimientos que sufra en la celda y mis deseos de regresar a mi pas, pero ni siquiera me escuch. El baj recordaba que yo le haba contado que saba de ciencias, astronoma e ingeniera; y bien, entenda algo de esos cohetes que se lanzaban hacia el cielo, de plvora? Le contest al instante que s, pero cuando mi mirada se cruz por un momento con la del otro sospech que me haban tendido una trampa. El baj dijo que la boda que estaba organizando sera inigualable y que quera preparar un espectculo de fuegos de artificio pero que no deba parecerse a nada que se hubiera hecho antes. Mi gemelo, al que el baj llam solamente el Maestro, haba trabajado previamente con un malts ya fallecido en los espectculos que haban hecho los pirotcnicos con ocasin del nacimiento del sultn, as que algo saba de aquellos asuntos, pero el baj haba pensado que yo podra ayudarle. Nos completaramos el uno al otro! Si le preparbamos un buen espectculo, el baj sabra recompensarnos. Como pareca ser un buen momento, intent decirle que lo que yo quera era volver a mi pas, pero l me pregunt si haba estado con alguna mujer desde mi llegada y al conocer mi respuesta me contest que, si no lo haca, para qu me serva la libertad. Empleaba el mismo vocabulario que usaban los guardianes y yo deb de mirarle como un imbcil porque lanz una carcajada. Luego se volvi a aquel gemelo mo al que llamaba Maestro: la responsabilidad sera suya. Salimos. Esa maana, mientras iba a casa de mi gemelo, pens que no tena nada que ensearle. Pero result que no saba ms que yo de aquello. Al menos, nuestros conocimientos nos permitan mantener la misma opinin: todo el problema resida en conseguir una buena mezcla de alcanfor. Y para eso lo nico que podamos hacer era trabajar con pesas y medidas, prender por la noche a los pies de la muralla las mezclas que habamos preparado cuidadosamente y extraer conclusiones de lo que veamos. Mientras hacamos que nuestros hombres prendieran los cohetes que habamos preparado, y que dejaban admirados a los nios que nos contemplaban, nosotros, como haramos mucho despus cuando a plena luz del da trabajramos en aquella increble arma, nos quedbamos de pie bajo rboles oscuros y esperbamos las consecuencias con curiosidad e impaciencia. Luego, a veces a la luz de la luna, a veces en la ms negra oscuridad, yo intentaba transcribir en un cuadernito lo que habamos visto. Antes de que se desvaneciera la noche volvamos a la casa del Maestro, que daba al Cuerno de Oro, y hablbamos largo rato sobre los resultados obtenidos. La casa era pequea, sofocante y desagradable. Se entraba en ella por una calleja retorcida, convertida en fango por un agua sucia que nunca llegara a saber de dnde proceda. En el interior apenas haba muebles, pero cada vez que entraba en la casa me posea un extrao agobio, como si me ahogara. Quiz fuera ese hombre que me peda que le llamara Maestro porque no le gustaba su nombre, herencia de su abuelo, el que me provocaba dicha sensacin: me observaba como si quisiera saber algo de m pero en ese momento ignorara de qu se trataba. Como no estaba acostumbrado a sentarme en los divanes colocados a los pies de las paredes, yo permaneca de pie mientras discutamos nuestros experimentos y a veces recorra nervioso la habitacin arriba y abajo. Creo que al Maestro aquello le gustaba: l estaba sentado y, aunque fuera a la luz de una plida lmpara, poda observarme a placer. Mientras notaba su mirada sobre m, me pona nervioso que no percibiera nuestro parecido. En un par de ocasiones pens que lo intua pero que se comportaba como si no se hubiera dado cuenta. Era como si estuviera jugando conmigo: me haca sufrir un pequeo experimento y as consegua cierta informacin que yo no llegaba a comprender. Porque en los primeros das siempre me mir as: como si estuviera aprendiendo y al aprender se despertara su curiosidad. Pero pareca que no se atreviera a dar un paso ms para profundizar en aquella extraa informacin. Ese desapego era lo que me agobiaba, lo que haca que la casa me resultara asfixiante! Tambin era cierto que su retraimiento me envalentonaba, pero no me tranquilizaba. En un par de ocasiones me contuve cuando not que estaba intentando llevarme hacia alguna discusin indeterminada, una vez mientras hablbamos sobre nuestros experimentos y otra cuando me pregunt por qu todava no era musulmn. El not que me inhiba y yo comprend que me despreciaba, y aquello me enfureci. Quiz sa fuera la nica cuestin sobre la que estbamos de acuerdo en aquellos das: ambos nos desprecibamos. Me contena pensando que si ramos capaces de preparar aquel espectculo de fuegos artificiales sin sufrir ningn accidente ni meternos en problemas quiz me permitieran regresar a mi pas. Una noche, con el entusiasmo triunfante que le produjo un cohete que se elev hasta una altura increble, el Maestro me dijo que algn da podra preparar un cohete que fuera incluso hasta la Luna, que el problema slo estaba en encontrar la adecuada mezcla de plvora y el receptculo para contenerla. Yo le estaba respondiendo que la Luna estaba muy lejos cuando me interrumpi: ya saba que la Luna estaba lejos, pero acaso no era el astro ms prximo a la Tierra? Le di la razn pero no se tranquiliz como yo haba supuesto, sino que se qued an ms desasosegado, aunque no dijo una palabra ms. Dos das ms tarde, a medianoche, volvi a preguntarme: cmo poda estar tan seguro de que la Luna era el astro ms cercano? Quiz nos estbamos dejando engaar por una ilusin ptica. Entonces le habl por primera vez de la educacin en astronoma que haba recibido. Le expliqu brevemente las principales leyes de la cosmografa de Ptolomeo. Vea que me escuchaba con atencin pero se abstena de decir cualquier cosa que desvelara su curiosidad. Cuando por fin guard silencio algo despus, me dijo que tambin l conoca a Ptolomeo, pero que aquello no alteraba su sospecha de que poda existir un astro ms cercano que la Luna. Poco antes del amanecer hablaba de l como si ya tuviera pruebas que pudieran demostrar su existencia. Al da siguiente me puso en las manos un libro escrito con muy mala caligrafa. A pesar de mi insuficiente turco, pude descifrarlo: era el Almagesto, creo, pero un resumen secundario extrado, no de la propia obra, sino de otro extracto. A m slo me atraan los nombres rabes de los astros, y en aquel momento lo cierto es que no me interesaban demasiado. El Maestro se enfureci cuando vio que dejaba el libro sin que me hubiera entusiasmado lo ms mnimo. Haba pagado siete monedas de oro por aquel volumen y lo ms correcto habra sido que yo dejara de lado mi presuncin y lo hojeara para echarle un vistazo. Mientras volva pacientemente como un buen estudiante las pginas del libro, que haba vuelto a abrir, me encontr con un diagrama primitivo. Los planetas estaban situados en esferas dibujadas con trazos simples con respecto a la Tierra. La situacin de las esferas era la correcta, pero el dibujante no tena la menor idea en cuanto a la armona existente entre ellas. Luego me llam la atencin un pequeo planeta entre la Luna y la Tierra; si se observaba ms de cerca poda verse, porque la tinta estaba an fresca, que haba sido aadido con posterioridad al manuscrito. Despus de hojearlo hasta el final se lo devolv al Maestro. Me dijo que l encontrara ese pequeo astro, y no pareca estar de broma. No le contest y se produjo un silencio que nos puso nerviosos a ambos. No se volvi a mencionar la cuestin porque a partir de entonces no logramos que ningn cohete subiera lo bastante alto como para que pudiramos volver al tema de la astronoma. Nuestro pequeo triunfo se qued en una casualidad cuyo secreto se nos escapaba. Pero, en lo que se refera a la potencia y el brillo de la luz y las llamas, conseguamos muy buenos resultados y sabamos el secreto de nuestro xito: en una de las drogueras de Estambul que el Maestro recorra, encontr un polvo cuyo nombre ignoraba el mismo propietario de la tienda; decidimos que aquel polvo amarillento que produca un perfecto brillo era una mezcla de azufre con piedra meteoro. Luego, para darle color al brillo, le aadimos al polvo todos los materiales que se nos vinieron a la cabeza, pero slo conseguimos marrones y un plido verde. Segn el Maestro, incluso aquello era lo mejor que nunca se haba hecho en Estambul. As fue tambin el espectculo que ofrecimos la segunda noche de los esponsales y todo el mundo lo reconoci, hasta los enemigos que queran quitarnos el puesto conspirando a nuestras espaldas. Me puse muy nervioso cuando nos dijeron que el sultn haba venido para vernos desde la otra orilla del Cuerno de Oro, y me aterrorizaba pensar que todo ira mal y que tardara aos en regresar a mi pas; rec cuando nos ordenaron que comenzramos. Primero disparamos unos cohetes sin color que se elevaban rectsimos para saludar a los invitados y preparar el comienzo del espectculo; inmediatamente despus pusimos en marcha la rueda que el Maestro y yo llambamos el molino; el cielo se volvi rojo, amarillo y verde de repente con un terrible estruendo, todo ms hermoso an de lo que habamos esperado; la rueda giraba cada vez ms rpido segn prendan los cohetes y de repente se detuvo iluminando la noche como si fuera de da. Por un instante me cre en Venecia: tena ocho aos, era la primera vez que vea un espectculo as y, como ahora, era infeliz porque, en lugar de a m, le haban puesto mi nuevo traje rojo a mi hermano mayor, que se haba roto el suyo en una pelea el da anterior; tambin esa noche los cohetes estallaban rojos, con el mismo color de aquel traje de mltiples botones que a mi hermano le estaba estrecho y que yo no pude llevar esa noche y jur no vestir nunca. Luego pusimos en marcha el ingenio al que llambamos la fuente; comenz a verter fuego por la boca de un armazn de la altura de cinco hombres; los de la otra orilla tenan que ver an mejor que eran llamas, pero luego, cuando de la boca de la fuente comenzaron a brotar cohetes, debieron de entusiasmarse tanto como nosotros. Pero no queramos que cediera su entusiasmo: por el Cuerno de Oro aparecieron unas almadas. Primero rodearon los bastiones de las torres y fortalezas de cartn prendindoles fuego; todo aquello representaba las victorias de los aos anteriores! Al pasar junto a los barcos del ao en que yo ca cautivo, lanzaron una lluvia de cohetes sobre nuestras velas; as reviv el da en que me hicieron prisionero. Mientras los barcos de cartn ardan y se hundan, desde ambas orillas gritaban Dios, Dios!. Luego, lentamente, pasamos a nuestros dragones; derramaban llamas por los ollares, por la boca y por las orejas. Los enfrentamos en una lucha y, como habamos planeado, al principio ninguno poda derrotar al otro; calentamos an ms el ambiente con los cohetes que lanzamos desde la orilla; luego, cuando el cielo se ennegreci un poco, nuestros hombres de las almadas prendieron las ruedas y los dragones comenzaron a elevarse lentamente hacia el cielo. Ahora todos gritaban con admiracin y miedo. Cuando los dragones se lanzaron de nuevo el uno contra el otro con enorme estruendo, dispararon todos los cohetes de las almadas; y las mechas que habamos colocado en el cuerpo de las criaturas debieron de prender en el momento justo, porque todo se convirti en un autntico infierno, tal y como pretendamos. Comprend que habamos triunfado cuando o que cerca de nosotros un nio lloraba a moco tendido; el padre, olvidado de su hijo, miraba el pavoroso cielo con la boca abierta. Ahora podr volver a mi pas, pens. Y en eso apareci desde el mismsimo infierno la criatura a la que yo llamaba el Diablo, impulsada por una oscura almada que nadie poda ver; le habamos puesto tantos cohetes que temamos que volara tambin la almada con nuestros hombres en ella, pero todo fue bien. Mientras los dragones desaparecan al agotarse sus llamas, el Diablo ascendi al cielo con todos los cohetes encendidos a la vez; luego esparci por el aire bolas de fuego que surgan de todo su cuerpo y estallaban atronadoras. Me excit pensar que por un instante habamos sumido a todo Estambul en el terror y el pnico. Era como si yo mismo me hubiera asustado, como si por fin hubiera encontrado el valor necesario para hacer lo que de verdad quera en la vida, como si en ese momento no importara en qu ciudad me encontraba: me habra gustado que el Diablo permaneciera all en lo alto toda la noche, esparciendo llamas sobre todos nosotros. Despus de balancearse un poco a izquierda y derecha, sin lastimar a nadie y haciendo que todos gritaran entusiasmados en ambas orillas, descendi hacia el Cuerno de Oro. Incluso mientras se hunda segua lanzando llamas. Al da siguiente el baj le envi al Maestro una bolsa de monedas de oro, como en los cuentos. Haba quedado muy contento con el espectculo, pero le extraaba la victoria del Diablo. Continuamos con el espectculo otras diez noches. De da se reparaban las maquetas quemadas, preparbamos nuevos trucos y hacamos que los cautivos que nos traan de las mazmorras cargaran los cohetes. Uno de los esclavos se qued ciego al quemarse la cara cuando encendi por descuido diez bolsas de plvora. Una vez que se acabaron las fiestas de la boda no volv a ver al Maestro. Estaba ms tranquilo ahora que me haba librado de la celosa mirada de aquel hombre curioso que me observaba el da entero, pero no es que mi mente olvidara los agitados das que haba pasado con l. Cuando volviera a mi pas le hablara a todo el mundo de aquel hombre que, aunque se pareca tanto a m, nunca mencion el parecido. Me pasaba el da en mi celda y trataba a los enfermos para pasar el tiempo. Cuando supe que el baj me mandaba llamar acud emocionado, casi corriendo de felicidad. Primero me elogi como de pasada: el espectculo pirotcnico haba satisfecho a todo el mundo, se haban divertido mucho, yo tena mucho talento, etctera. Y de repente, lo dijo: si me converta en musulmn me manumitira de inmediato. Me qued sorprendido, estupefacto, le dije que lo que yo quera era regresar a mi pas y, tartamudeando como un imbcil, incluso comet la niera de hablarle de mi madre y mi prometida. El baj repiti las mismas palabras como si no me hubiera odo. Guard silencio. Por alguna extraa razn se me venan a la cabeza mis amigos de la infancia, holgazanes y traviesos, nios odiosos que levantaban la mano a sus padres. El baj se enfureci conmigo cuando le dije que no pensaba renegar de mi religin. Volv a mi celda. Tres das ms tarde, el baj me llam de nuevo. Ahora estaba de buen humor. Yo an no haba podido tomar ninguna decisin porque no saba si el renegar de mi religin me ayudara a escapar o no. El baj me pregunt qu opinaba: l mismo me casara con una hermosa muchacha de all! Pero cuando, en un rapto de valor, le contest que no iba a renegar, primero se sorprendi un tanto y luego me dijo que era estpido. Yo no tena a nadie que fuera a dejar de mirarme a la cara por haber renegado. Luego me habl un rato sobre el islam y al ver que guardaba silencio me envi de vuelta a mi celda. La tercera vez que fui no me llevaron ante el baj. Un mayordomo me pregunt qu haba decidido. Exista la posibilidad de que hubiera cambiado de opinin, pero desde luego no porque me lo pidiera un mayordomo! Le contest que en ese momento no me encontraba preparado para renegar. El mayordomo me agarr por el brazo, me llev al piso inferior y me entreg a otro hombre. Era un tipo tan delgado como los que a menudo veo en sueos y me tom del brazo con tanta delicadeza como si fuera un enfermo que se conduce al lecho. Mientras me conduca hacia un rincn del jardn se nos acerc otro individuo, tan real como para no poder formar parte de mis sueos: se trataba de un hombre enorme. Ambos se detuvieron al pie de un muro y all me maniataron. El que no era tan grande llevaba un hacha en la mano: el baj haba ordenado que si no me converta al islam me decapitaran en ese mismo instante. Me qued paralizado. Por favor, no tan pronto, pens. Ellos me miraban con lstima. No dije nada. Crea que no me lo iban a preguntar ms cuando volvieron a hacerlo. Y de repente pas una cosa que convirti mi religin en algo por lo que fcilmente vala la pena morir; me consider importante pero, por otro lado, me compadec de m mismo, como les pasaba a aquellos dos que intentaban obligarme a renegar a fuerza de pedrmelo. Cuando me obligu a pensar en cualquier otra cosa, se me apareci el paisaje que vea desde la ventana de nuestra casa que daba al jardn de atrs: sobre una mesa haba una bandeja con incrustaciones de ncar con melocotones y cerezas, tras la mesa haba un divn de enea en el que haban colocado unos cojines del mismo color verde que el marco de la ventana y ms all se vea un pozo en cuyo brocal se posaba un gorrin, y olivos y cerezos. En el nogal que haba entre ellos haban atado con largas cuerdas un columpio bastante alto que una brisa apenas perceptible balanceaba suavemente. Cuando volvieron a preguntrmelo les contest que no renegara. All mismo haba un tocn y me obligaron a arrodillarme y a apoyar la cabeza en l. En un primer momento cerr los ojos pero luego los abr. Uno de ellos tom el hacha. El otro dijo que quiz me hubiera arrepentido, as que me incorporaron. Deba pensrmelo un poco ms. Y mientras yo me lo pensaba, ellos empezaron a cavar la tierra justo junto al tocn. Pens que all sera donde me enterraran y en mi interior se alz el miedo, aparte de a la muerte en s, a ser enterrado vivo. Me estaba diciendo que tomara una decisin para cuando acabaran la fosa, cuando se me acercaron despus de haber cavado un hoyo slo superficial. Entonces pens en lo estpido que sera morir all. Tena la intencin de convertirme en musulmn pero ya no me daba tiempo. Si hubiera vuelto a las mazmorras, a esa querida celda a la que me haba acostumbrado, habra podido sentarme toda la noche a pensar y haberme decidido a renegar; pero me era imposible hacerlo de inmediato. Me agarraron y me obligaron a arrodillarme. Me sorprendi ver a alguien cruzar por entre los rboles como si volara justo antes de apoyar la cabeza en el tocn: yo, con una barba larga, caminaba en silencio por all sin que mis pies llegaran a tocar el suelo. Me dispuse a llamar a esa imagen ma que pasaba entre los rboles, pero no me sali la voz y apoy la cabeza en el tocn. Entonces me rend pensando que lo que se acercaba no sera distinto al sueo y esper. Notaba fro en la nuca y en la espalda, no quera pensar, pero el fro no me dejaba otra opcin. Luego me pusieron en pie y me dijeron que el baj se enfurecera. Me reprendieron mientras me desataban las manos: no era sino un enemigo de Dios y de Mahoma. Me llevaron arriba, a la mansin. El baj, despus de hacerme besarle los faldones, me desagravi; me coment que le alegraba que no hubiera renegado de mi religin aun a coste de mi vida, pero enseguida empez a decir justo lo contrario: que si me obstinaba estpidamente, que si el islam era una religin mucho ms sublime, etctera. Y segn hablaba se iba irritando: estaba decidido a castigarme. Luego comenz a contarme que le haba hecho una promesa a alguien y yo comprend que aquella promesa me haba librado de ciertas desgracias que podran haberme cado encima y por fin pude deducir que el hombre al que le haba hecho la promesa, y que, por lo que pude deducir de lo que contaba, era un tipo bastante extrao, no era sino el Maestro. Fue entonces cuando el baj me dijo de repente que me haba regalado al Maestro. Al principio le mir sin entenderle y entonces el baj me lo explic: ahora yo era esclavo del Maestro, incluso le haba dado un documento al respecto, y mi manumisin estaba en sus manos, o lo que quisiera hacer conmigo. Luego el baj sali de la sala y desapareci. El Maestro tambin se encontraba en la mansin, y me estaba esperando abajo. Entonces comprend que haba sido a l a quien haba visto entre los rboles. Fuimos caminando a su casa. Me dijo que saba desde el principio que no renegara de mi religin. Hasta haba preparado una habitacin para m en su casa. Me pregunt si tena hambre. Yo segua sufriendo el miedo a la muerte y no me encontraba como para comer nada. Con todo, fui capaz de tomar unos bocados del pan y del yogur que me ofreci. El Maestro me contempl complacido mientras yo masticaba. Me miraba como el campesino que observa contento cmo come el caballo que acaba de comprar en el mercado, pensando en lo que le trabajar en el futuro. Record a menudo aquella mirada del Maestro hasta que se olvid de m, en cuanto se entreg a los detalles del reloj y la teora cosmogrfica que presentara al sultn. Despus me dijo que yo se lo enseara todo; por eso me haba pedido al baj y slo despus de que lo hiciera podra manumitirme. Tuvieron que pasar meses para que llegara a saber a qu se refera con aquel todo. Todo lo que haba aprendido en escuelas y colegios: toda la astronoma, la medicina, la ingeniera y la ciencia que se enseaba all, en mi pas! Y despus, todo lo que estaba escrito en mis libros, que permanecan en mi celda y que al da siguiente hizo traer, todo lo que haba odo y visto, mis ideas sobre ros, lagos, nubes y mares y las causas de los terremotos y los truenos... Poco antes de medianoche aadi que ms que nada le interesaban las estrellas y los planetas. Por la ventana abierta entraba la luz de la luna y me dijo que al menos debamos encontrar alguna prueba definitiva sobre la existencia o no de aquel astro entre la Luna y la Tierra. Mientras yo observaba de nuevo y sin querer aquel inquietante parecido entre nosotros dos con la mirada temerosa de ese da en que haba abrazado a la muerte, el Maestro dej de usar la palabra ensear: investigaramos juntos, descubriramos juntos, lo llevaramos a cabo todo juntos. As pues, comenzamos a trabajar como dos alumnos aplicados que estudian incluso cuando no estn en casa los mayores que les vigilan por la puerta entreabierta, como dos buenos hermanos. Yo, sobre todo al principio, me senta como el bienintencionado hermano mayor que se conforma con repasar lo que ya sabe para que pueda alcanzarle el hermano perezoso; en cuanto al Maestro, se comportaba como el pequeo inteligente que intenta demostrarle a su hermano mayor que tampoco sabe tanto. Segn l, la diferencia entre nuestros conocimientos se limitaba al nmero de volmenes que yo era capaz de recordar, libros que haba hecho traer de mi celda y haba colocado en una estantera. Gracias a su extraordinaria capacidad de trabajo y a su inteligencia, fue capaz de descifrar el italiano, que mejorara con el tiempo; se ley todos los libros en seis meses y despus de hacerme repetirle todo lo que recordaba ya no me qued nada en lo que fuera superior a l. Y sin embargo se comportaba como si poseyera unos conocimientos ms naturales y ms profundos que todo lo que haba aprendido y que superaran lo que haba en los libros, la mayora de los cuales l mismo aceptaba que no valan demasiado. Seis meses despus de comenzar el trabajo ya no ramos una pareja que aprendiera junta, que avanzara junta. El razonaba y yo me limitaba a recordarle algunos detalles para facilitarle la tarea o le ayudaba a repasar lo que saba. Era sobre todo de noche cuando encontraba aquellas ideas, la mayora de las cuales he olvidado, mucho despus de que comiramos una mala cena, de que se apagaran todas las luces del barrio y todo se sumiera en la oscuridad. Por las maanas iba a impartir clases en la escuela de muchachos de una mezquita dos barrios ms all y dos veces por semana se pasaba por la sala de los relojes de otra mezquita de un barrio remoto en el que yo jams puse el pie. El resto del tiempo lo pasbamos, bien preparndonos para aquellas ideas nocturnas, bien arrastrndonos tras ellas. En aquellos tiempos crea que podra regresar en breve a mi pas. Nunca me opona al Maestro cuando discuta aquellas ideas, cuyos detalles yo segua sin demasiada atencin, porque tema que slo me servira, como mucho, para retrasar mi regreso. As nos pasamos el primer ao ocupados con la astronoma, en la que nos sumergimos para encontrar alguna prueba de la existencia o inexistencia de aquel fantstico astro. Trabajando con los telescopios que haba mandado construir con las lentes que haba encargado en Flandes gastndose el dinero a manos llenas, con sus instrumentos de observacin y sus reglas, el Maestro olvid el problema del astro fantstico. Me dijo que se estaba encargando de una cuestin ms profunda que provocara una discusin general sobre el sistema de Batlamyus, pero nosotros no discutamos: l hablaba y yo le escuchaba. Me explicaba aquella tontera de las esferas transparentes de las que colgaban las estrellas; puede que all hubiera algo que las mantuviera en el vaco, digamos una fuerza, una fuerza de atraccin quiz; luego se aventur a decir que poda ser que, como el Sol, tambin la Tierra girara en torno a algo, y que todas las estrellas giraran en torno a algo cuya existencia ignorbamos. Ms tarde, afirmando que su proyecto sera mucho ms exhaustivo que el de Batlamyus, estudi una nueva constelacin y estableci una serie de normas para un nuevo sistema con la intencin de hacer una cosmografa ms amplia. Quiz la Luna girara en torno a la Tierra y la Tierra en torno al Sol, y quiz el centro de todo fuera Venus; pero pronto se hart tambin de aquello. Enseguida su mayor problema no fue exponer aquellas nuevas ideas, sino darles a conocer a los de aqu las estrellas y sus movimientos, y deca que empezara por el baj cuando supimos que Sadik Baj haba sido desterrado a Erzurum. Se deca que haba formado parte de una conspiracin fracasada. En los aos que pasamos esperando que el baj retornara de su destierro, anduvimos meses por las laderas del Bosforo, con un viento que nos helaba hasta la mdula, contemplando las corrientes marinas e intentando medir, recipiente en mano, la temperatura y el flujo de los arroyos que desembocaban desde los valles en el Bosforo, para un opsculo que pensaba escribir sobre las causas de la corriente en el estrecho. La falta de coherencia de las horas de oracin entre las mezquitas de Gebze, donde estuvimos tres meses a peticin del baj para investigar el caso, le dio otra idea al Maestro: construira un reloj perfecto que mostrara las horas de la oracin. Fue entonces cuando le ense eso que llamamos mesa. Cuando traje el mueble a casa le haba dado las medidas a un carpintero para que lo hiciera al principio no le gust y deca que pareca un ara funeraria y que nos traera mala suerte, pero luego se acostumbr a ella y a las sillas: incluso lleg a decir que as pensaba y escriba mejor. Cuando regresamos a Estambul para vaciar en sus moldes unos engranajes que se correspondieran a la elptica del Sol en su recorrido por el cielo con la intencin de utilizarlas en los relojes para la oracin, la mesa nos sigui a lomos de un asno. En aquellos primeros meses en que nos sentbamos frente a frente a la mesa, el Maestro intentaba comprender cmo podran determinarse las horas de la oracin y el ayuno en los pases fros, con grandes diferencias horarias entre el da y la noche a causa de la redondez de la Tierra. Otra pregunta que se haca era si existira un lugar aparte de La Meca donde uno pudiera mirar hacia la alquibla se volviera hacia donde se volviese. Al Maestro le ultrajaba ver que no me interesaban aquellas cuestiones que yo, en el fondo, despreciaba, pero por entonces yo pensaba que l intua mi superioridad y diferencia y quiz se enfadaba porque crea que yo me daba cuenta: hablaba tanto de la inteligencia como de la ciencia. Cuando el baj volviera a Estambul le presentara sus proyectos, una nueva teora cosmogrfica que an tena que desarrollar y hacer ms comprensible gracias a una maqueta y, como aadido, el nuevo reloj. Con eso plantara las semillas de un renacer y esperaba que se le contagiara a todos su curiosidad: ambos aguardbamos el momento. 3 Por aquellos das el Maestro pensaba en cmo se podra desarrollar un mecanismo dentado ms grande que permitiera prescindir de poner en hora cada semana el reloj, para hacerlo como mucho cada mes. Tras construir dicho mecanismo, tena en mente fabricar un reloj para la oracin que slo hubiera que poner en hora una vez al ao; consideraba que todo el problema resida en encontrar la fuerza que moviera los engranajes, que deberan ser ms grandes y pesados segn se alargaran los intervalos entre los momentos en que habra que poner en hora tan enorme mquina, cuando supo por sus amigos de la sala de los relojes que el baj haba regresado de Erzurum. A la maana siguiente fue a felicitarle. El baj se interes por el Maestro incluso entre la multitud de visitantes, le pregunt por sus hallazgos y hasta por m. Esa noche desmontamos y volvimos a montar el reloj, aadimos algunas cosas aqu y all a su maqueta del universo y pintamos con pinceles las estrellas. El Maestro me ley fragmentos de un texto muy ostentoso y potico que haba redactado y memorizado para impresionar a la audiencia. Poco antes de amanecer, y para calmar los nervios, me recit tambin del revs aquel texto que trataba de la lgica de los giros de los astros. Luego cargamos nuestros utensilios en un carro que habamos mandado llamar y se fue a la mansin del baj. Mir sorprendido lo pequeos que parecan en aquel carro de un solo caballo el reloj y el modelo que durante meses haban llenado la casa. Aquella noche volvi muy tarde. Inmediatamente despus de descargarlo todo en el jardn y de que el baj lo inspeccionara con la frialdad de un anciano hurao al que no le gustaran aquellas cosas extraas ni en broma, el Maestro le recit el texto que haba memorizado. El baj se acord de m y pronunci aquella frase que aos despus tambin empleara el sultn: Te ha enseado l todo esto?. Esa fue su primera reaccin. Pero el Maestro replic a su vez de una manera que sorprendi an ms al baj: Quin?, pregunt. Luego entendi de repente que era de m de quien se hablaba y le dijo al baj que yo slo era un estpido que haba ledo algo. No me haca el menor caso mientras me contaba todo aquello, todava tena en la cabeza lo que haba ocurrido en la mansin del baj. Despus insisti en que aqullos eran descubrimientos suyos, pero el baj no le crey; tena el aspecto de estar buscando un culpable y era como si su corazn no le consintiera aceptar que dicho culpable no era otro que su muy querido Maestro. As pues, en lugar de hablar de las estrellas, hablaron de m. Yo poda ver que al Maestro no le haba gustado nada tratar del tema. As que se produjo un silencio y la atencin del baj se desvi hacia los otros invitados que le rodeaban. Cuando el Maestro quiso mencionar de nuevo las estrellas y sus inventos durante la cena, el baj le dijo que intentaba recordar mi cara pero que slo se le vena a la cabeza la del propio Maestro. Haba ms gente en la cena y se inici una conversacin sobre que todos somos creados con un doble; se recordaron una serie de ejemplos exagerados al respecto y se mencionaron los casos de gemelos a los que sus propias madres no eran capaces de distinguir, de sosias que se haban aterrorizado al verse pero que ya no se haban separado ms, como si fueran vctimas de un hechizo, y de bandidos que as pasaban por inocentes. Cuando la cena acab y los invitados empezaron a irse, el baj le pidi al Maestro que se quedara un rato ms. Como el Maestro comenz a darle explicaciones de nuevo, al principio el baj no pareca muy divertido y, de hecho, no estaba nada contento porque todos aquellos confusos datos imposibles de comprender le haban hecho perder el buen humor; pero despus de escuchar por tercera vez el texto memorizado por el Maestro y de ver cmo giraban ante sus ojos a toda velocidad la Tierra y las estrellas en la maqueta que habamos construido, dio la impresin de que comenzaba a entender algo o, por lo menos, empez a sentir una ligera curiosidad y a escuchar con atencin lo que le explicaba el Maestro. Entonces el Maestro repiti excitado que los astros no giraban como todo el mundo crea, sino de aquella otra manera. Muy bien dijo por fin el baj, lo he entendido, tambin pueden hacerlo as, por qu no? Entonces el Maestro se call. Debi de ser un largo silencio, pens. El Maestro miraba por la ventana hacia fuera, hacia la oscuridad del Cuerno de Oro. Por qu se detuvo? Por qu no continu? Si se trataba de una pregunta, yo tampoco saba la respuesta; la verdad era que yo sospechaba que el Maestro tena alguna idea sobre por dnde debera haber continuado, pero se qued callado. Era como si le incomodara que nadie compartiera sus sueos. Luego el baj se interes por el reloj, hizo que lo abriera y le pregunt para qu servan los engranajes, el mecanismo y las pesas. Despus introdujo temeroso el dedo en aquel instrumento tintineante, como si removiera la oscura y escalofriante madriguera de una serpiente, y lo sac a toda velocidad. El Maestro le hablaba de las torres del reloj y de la fuerza de la oracin simultnea de todo el mundo en el mismo momento perfecto, cuando de repente el baj se encoleriz: Lbrate de l! le dijo. Envennalo si quieres o, si lo prefieres, dale la libertad. Te quedars ms tranquilo. Deb de mirar por un instante al Maestro asustado y esperanzado a un tiempo. Pero me dijo que no me liberara mientras no se dieran cuenta de la realidad. No le pregunt de qu era de lo que tenan que darse cuenta. Quiz, instintivamente, temiera saber que el mismo Maestro lo ignoraba. Luego haban hablado de otras cosas y el baj observ los instrumentos que haba desplegado ante l refunfuando y desprecindolos. El Maestro, que haba esperado volver a interesar al baj, se qued en la mansin hasta altas horas a pesar de saber que estaba molestando. Despus hizo cargar en el carro los instrumentos. Durante el oscuro y silencioso trayecto de vuelta del carro, yo so con una casa en la que haba un hombre que no poda dormir: oa el tictac del enorme reloj por entre el estrpito de las ruedas y senta curiosidad. El Maestro estuvo levantado hasta que clare. Fui a encender una vela en lugar de la que ya se haba apagado pero no me lo permiti. Como yo saba que quera que dijera algo, coment: El baj lo comprender. Lo dije a oscuras y quiz l mismo supiera que no me lo crea, pero poco despus me respondi que todo consista en descifrar el secreto de ese momento en el que el baj haba dudado. Y a la primera oportunidad que tuvo fue a casa del baj para conseguirlo. Esta vez el baj le recibi alegre. Le dijo que comprenda lo que pasaba, o al menos sus intenciones, y, despus de ganarse al Maestro, le aconsej que trabajara en un arma: Un arma que convierta el mundo en un lugar insoportable para nuestros enemigos!. Eso dijo, pero no explic cmo deba ser. Si desviaba en ese sentido su inters por la ciencia, entonces le apoyara. Por supuesto, no dijo ni palabra del estipendio que podamos esperar. Simplemente le dio una bolsa llena de aspros de plata. Cuando los contamos en casa haba diecisiete, extrao nmero! Tras darle la bolsa le dijo que convencera al sultn de que escuchara al Maestro. Le explic que al nio le interesaban esas cosas. Ni el Maestro, a pesar de que se animaba con facilidad, ni yo nos entusiasmamos demasiado, pero una semana ms tarde nos trajeron la noticia de que el baj nos llevara, s, a m tambin, a ver al sultn despus de la comida para romper el ayuno. Para prepararse, el Maestro alter el texto que le haba recitado al baj de forma que pudiera entenderlo un nio de nueve aos y volvi a memorizarlo. Pero a quien tena presente no era al sultn, sino, por alguna extraa razn, al baj, a la causa por la que haba dudado. Algn da descubrira el secreto. Cmo sera el arma que el baj quera que construyera? Yo no tena mucho que decir al respecto, as que l trabajaba por su cuenta. Mientras se encerraba en su habitacin hasta medianoche, yo, sin ser capaz de pensar siquiera en cundo volvera a mi pas, me sentaba ante mi ventana con la mente en blanco como un nio estpido, y fantaseaba: el que estaba trabajando en la mesa no era el Maestro sino yo, poda ir cuando quisiera a donde quisiera! Esa tarde cargamos nuestros brtulos en un carro y fuimos a palacio. Ahora ya me gustaban las calles de Estambul y soaba que era un hombre invisible, y que pasaba por ellas y por entre los enormes pltanos, castaos y ciclamores de los jardines como una sombra. Colocamos los instrumentos en el lugar que nos indicaron en el segundo patio. El sultn era un nio agradable, bajo para su edad y con las mejillas rosadas. Toqueteaba los instrumentos como si fueran sus juguetes. Ahora mismo soy incapaz de recordar si fue entonces cuando pens que me gustara tener su edad y ser su amigo o si fue mucho despus, cuando quince aos ms tarde volvimos a encontrarnos; pero s s que sent que no debamos ser injustos con l. En ese momento el Maestro pareca sufrir una especie de parlisis y la multitud que rodeaba al sultn le esperaba con curiosidad. Por fin fue capaz de comenzar; le haba aadido elementos completamente nuevos a su historia: habl de las estrellas como si fueran seres vivos dotados de inteligencia, las asemej a misteriosas pero atractivas criaturas que supieran geometra y aritmtica y que giraran segn sus leyes. Se anim al ver que impresionaba al nio, que de vez en cuando alzaba la cabeza y miraba al cielo con admiracin. En ese momento le mostr las esferas transparentes en las que giraban las estrellas que pendan ah arriba; all estaba Venus, que giraba as, y esa cosa enorme de all era la Luna, que, como se poda ver, se desplazaba de otra forma. Mientras el Maestro haca girar las estrellas, las campanillas que le habamos puesto a la maqueta sonaban agradablemente y el pequeo sultn se asustaba, daba un paso atrs y luego, reuniendo valor, se acercaba al tintineante instrumento como si se arrimara a una caja mgica, e intentaba comprender. Ahora, cuando pretendo reunir mis recuerdos e inventarme un pasado, pienso que aquella imagen es un cuadro de felicidad que se adapta como un guante a los cuentos que oa en mi infancia y a las ilustraciones de los pintores que los decoraban. A aquellas casas de tejados rojos que parecan pasteles slo les faltaba una de esas esferas de cristal en las que cae la nieve al darles la vuelta. Luego el nio empez a preguntar y el Maestro a procurar responderle como mejor poda. Cmo era posible que las estrellas estuvieran colgadas as en el aire? Pendan de las esferas transparentes! Y de qu estaban hechas aquellas esferas? De una sustancia transparente que las haca ser as! No chocaban unas con otras? No, estaban en distintos niveles, como en la maqueta! Si haba tantas estrellas, por qu no haba otras tantas esferas? Porque estaban muy, muy lejos! Cunto de lejos? Mucho, mucho! Y las otras estrellas tambin tenan campanillas que sonaban cuando giraban? No, las campanillas se las habamos puesto nosotros para saber cundo daban un giro completo! Tenan los truenos algo que ver con eso? No! Y con qu tenan que ver? Con la lluvia! Llovera maana? Por el aspecto del cielo, no! Qu deca el cielo sobre el len enfermo del sultn? Que se pondra bien pero que habra que tener paciencia, etctera. Mientras daba su opinin sobre el len enfermo, el Maestro volvi a mirar al celo, como haba hecho mientras hablaba de las estrellas. Al volver a casa habl de aquel detalle con desdn. Lo importante no era que el nio diferenciara la ciencia de la charlatanera, sino que se diera cuenta de algo. De nuevo usaba la misma expresin y adems lo haca como si yo percibiera de qu haba que darse cuenta. Pens que a esas alturas daba igual que fuera musulmn o no. De la bolsa que le entregaron al salir de palacio salieron cinco monedas de oro justas. El Maestro dijo que el sultn haba intuido que tras todo lo que ocurra con las estrellas exista una lgica. Ah, el sultn! Slo lo conoc mucho, mucho ms tarde! Me sorprendi que fuera la misma Luna la que se vea por la ventana de nuestra casa; quera ser nio! El Maestro no pudo contenerse ms y volvi sobre el mismo tema: lo del len no tena importancia, al nio le gustaban los animales, eso era todo. Al da siguiente se encerr en su habitacin y empez a trabajar. Unos das ms tarde volvi a cargar en el carro el reloj y las estrellas, aunque en esta ocasin fue a la escuela de muchachos bajo las miradas curiosas que le observaban tras las rejas de las ventanas. Al regresar aquella tarde estaba deprimido, pero no tanto como para callar: Pensaba que los nios lo entenderan, como el sultn, pero me equivoqu, dijo. Slo se haban asustado; y cuando el Maestro les pregunt despus de explicrselo todo, uno de los nios le contest que el Infierno estaba al otro lado de las estrellas y se ech a llorar. La semana siguiente la pas afianzando su confianza en la capacidad de comprensin del sultn; me recordaba uno a uno los minutos que habamos pasado en el segundo patio y la confirmaba con pruebas: el nio era listo, s; a su edad, saba perfectamente lo que deba pensar, s; tena tanta personalidad como para independizarse del influjo de su entorno, s! Fue as como empezamos a soar con el sultn antes de que l, mucho ms tarde, comenzara a soar con nosotros. Mientras tanto, el Maestro segua trabajando en el reloj; yo crea que tambin estara meditando sobre el arma porque eso era lo que le haba dicho al baj cuando ste le llam. Pero por otra parte intua que haba perdido todas sus esperanzas en el baj. Se ha convertido en un hombre como los dems me dijo refirindose a l, Ya no quiere saber lo que no sepa de antemano! Una semana ms tarde el sultn volvi a llamarle y l acudi a verle. El sultn recibi alegre al Maestro. El len se ha curado dijo. Ha resultado como t decas. Luego salieron juntos al patio con el squito que le acompaaba. El sultn le mostr los peces del estanque y le pregunt qu le parecan. Eran rojos me dijo el Maestro mientras me lo contaba, no se me vena a la cabeza otra cosa que responder. En ese instante entrevio un orden en el movimiento de los peces; era como si hablaran entre ellos e intentaran perfeccionar una cierta armona. El Maestro dijo que los encontraba inteligentes. Cuando uno de los enanos, que se encontraba junto a uno de esos ags del harn cuya misin consista en recordarle continuamente al sultn los consejos de su madre, se ri de lo que el Maestro haba dicho, el sultn le reprendi. Y al subirse a su carroza, no se llev consigo al pelirrojo enano como castigo. Fueron en ella hasta el antiguo Hipdromo, a la casa de las fieras. Haba leones, leopardos y tigres encadenados a las columnas de la antigua iglesia, y el sultn se los mostr uno a uno. Se detuvieron ante el len cuya mejora haba previsto el Maestro, el nio habl con l y le present al Maestro. Luego se acercaron a una leona que yaca en un rincn. La fiera, que no apestaba como las otras, estaba preada. El sultn pregunt con ojos brillantes: Cuntas cras parir esta leona? Cuntos machos y cuntas hembras?. El Maestro, nervioso, hizo entonces algo que ms tarde me reconocera que haba sido un error y le dijo al sultn que l entenda de astronoma pero que no era astrlogo. Pero sabes ms que Hseyin Efendi, el gran astrlogo!, dijo el nio. El Maestro no le respondi porque tuvo miedo de que alguno de los integrantes del squito le oyera y fuera a contrselo a Hseyin Efendi. El sultn, impaciente, insisti: o acaso el Maestro no saba nada y observaba las estrellas en vano? Despus de eso al Maestro no le qued ms remedio que explicarle de inmediato al sultn algo que haba previsto contarle mucho ms tarde. Dijo que haba aprendido muchas cosas de las estrellas y que de todo aquello que haba aprendido haba extrado conclusiones muy tiles. Considerando una seal positiva el silencio del sultn, que le escuchaba con los ojos muy abiertos, continu diciendo que haba que construir un observatorio para estudiar las estrellas; algo como aquel otro observatorio que Murat III, el abuelo de su difunto abuelo Ahmet I, le haba ordenado construir al difunto Takiyddin Efendi haca noventa aos y que luego se haba desplomado por pura desidia; no, algo an ms avanzado: una casa de las ciencias en la que pudieran trabajar juntos sabios que estudiaran no slo las estrellas, sino el universo entero, los ros y los mares, las nubes y las montaas, las flores y los rboles y, por supuesto, tambin los animales; un lugar donde pudieran comunicarse unos a otros lo que haban observado para que as se desarrollaran nuestras mentes. El sultn escuch aquel proyecto del Maestro, del que yo oa hablar tambin por primera vez, como si oyera un bonito cuento. Mientras regresaban en carroza a palacio, volvi a preguntarle: Y cmo crees que parir la leona?. El Maestro contest tal y como haba pensado hacer: El nmero de cras macho y hembra ser parejo!. Luego, en casa, me coment que aquella afirmacin no representaba ningn peligro. Tendr a ese nio estpido en la palma de la mano deca, Soy mucho ms hbil que Hseyin Efendi, el gran astrlogo! Me sorprendi que usara aquel adjetivo hablando del sultn; de hecho, incluso me ofendi por alguna extraa razn. Por aquel entonces yo me dedicaba a las labores domsticas de puro aburrimiento. Luego empez a usar aquella palabra como si fuera una llave mgica que abriera todos los cerrojos: no miraban las estrellas que vagaban por encima de sus cabezas y no pensaban en ellas porque eran estpidos; preguntaban de antemano para qu serva lo que iban a aprender porque eran estpidos; no les interesaban los detalles sino los resmenes porque eran estpidos; se parecan unos a otros porque eran estpidos, etctera. A pesar de que haca unos aos, en mi pas, a m tambin me gustaba hacer aquel tipo de comentarios, era incapaz de responderle al Maestro. De hecho, por aquella poca le interesaban ms los estpidos que yo. Mi estupidez era de otro tipo. Le cont indiscretamente un sueo que haba tenido por aquellos das: l ocupaba mi lugar e iba a mi pas, se casaba con mi prometida y en la boda nadie se daba cuenta de que no era yo; en cuanto a m, en medio de la celebracin, que observaba desde un rincn vestido de turco, me cruzaba con mi madre y con mi satisfecha prometida que, a pesar de las lgrimas que acabaron por despertarme del sueo, me dieron la espalda y se alejaron sin percatarse de quin era yo. Por aquella poca fue dos veces a la mansin del baj. Probablemente al baj no le gustaba que el Maestro intimara con el sultn sin que lo hiciera bajo su supervisin, as que le interrog a fondo. Mucho ms tarde, despus de que volvieran a desterrar de Estambul al baj, me dijo que haba preguntado por m y que haba estado investigando sobre mi persona; de habrmelo contado antes me habra pasado el da con miedo a ser envenenado. Con todo, yo intua que el baj senta ms inters por m que por el Maestro; me enorgulleca que al baj le pusiera ms nervioso que a m el parecido entre el Maestro y yo. Por aquellos tiempos, dicho parecido era como un secreto que el Maestro no quisiera reconocer pero que a m me proporcionaba un extrao arrojo: a veces pensaba que slo gracias a nuestra semejanza estara libre de todo peligro mientras el Maestro viviese. Quiz por eso me opona al Maestro cuando deca que el baj era uno de aquellos estpidos, aunque entonces l se enfadaba. El mero hecho de intuir que era incapaz de renunciar a m a pesar de que le avergonzara me impulsaba a demostrar un descaro inslito. Le preguntaba de repente por el baj o por lo que haba dicho sobre nosotros dos y suma al Maestro en una furia cuya causa probablemente no estuviera clara ni siquiera para l. Entonces me repeta testarudo que tambin el baj tropezara algn da; los jenzaros haran algo pronto, perciba que en palacio se estaba tramando algo. Por eso, si trabajaba en el arma, como el baj quera, no deba hacerlo para cualquier visir transitorio, sino para presentrsela al sultn. Durante cierto tiempo cre que slo se dedicaba al proyecto de aquella arma indeterminada y me deca a m mismo que se esforzaba pero que no avanzaba. Porque estaba seguro de que si hubiera hecho progresos me lo habra confiado y me habra contado sus planes para saber mi opinin por mucho que pretendiera despreciarme. Una noche regresbamos a casa despus de haber ido a aquel lugar de Aksaray al que acudamos cada dos o tres semanas para acostarnos con mujeres despus de escuchar msica. El Maestro me comunic que iba a trabajar hasta el amanecer y luego me pregunt por las mujeres aunque nunca hablbamos de ellas. Estaba pensando..., dijo luego de repente, pero sin que le diera tiempo a aclarar qu era lo que pensaba, llegamos a casa y se encerr en su habitacin. Yo me qued rodeado de libros que ni siquiera me apeteca hojear y pens en l: en que estaba encerrado en su habitacin sentado ante la mesa a la que no haba acabado de acostumbrarse mirando los papeles en blanco que tena delante de l, pensando en cualquier proyecto o idea que yo no crea que fuera capaz de desarrollar; en que se pasaba horas sentado ante la mesa mirando al vaco sin hacer nada, avergonzado y furioso... Mucho despus de medianoche sali de su habitacin y me invit a pasar y sentarme a la mesa con el modesto embarazo del estudiante que pide ayuda porque se ha atascado en un pequeo problema. Aydame me dijo sin el menor reparo. Pensemos juntos, yo no puedo avanzar solo. Guard silencio por un instante pensando que se trataba de algo que tena que ver con las mujeres. Y al ver que le lanzaba una mirada vaca, me dijo con toda seriedad: Estaba pensando en los tontos. Por qu son tan tontos?. Y luego aadi como si ya supiera mi respuesta: Muy bien, no son tontos, pero les falta algo en la cabeza. No le pregunt a quines se refera. Es que no les queda espacio en la cabeza donde retener los conocimientos? dijo mirando a su alrededor como si buscara una palabra. Deberan tener en la mente una caja, o varias, un rincn en el que pudieran colocar todo tipo de cosas, como los estantes de ese armario, pero es como si les faltara, me entiendes? Yo quera convencerme de que entenda algo, pero la verdad era que no lo lograba. Estuvimos callados un rato, sentados frente a frente. De todas formas, quin puede saber por qu son de esa manera y no de otra? dijo por fin, Ah, ojal fueras mdico de verdad y pudieras ensearme coment luego cmo son nuestros cuerpos, el interior de nuestros cuerpos y nuestras cabezas! Pareca estar un tanto avergonzado, pero me lo expuso con una firme actitud que supongo que adopt porque no quera asustarme: no pensaba rendirse, ira hasta el fin, tanto porque siempre haba sentido curiosidad por saber lo que pasara como porque no haba otra cosa que pudiera hacer. Yo no le entenda, pero me agradaba pensar que todo aquello lo haba aprendido de m. Ms adelante repiti a menudo aquellas palabras, como si ambos supiramos lo que significaban. Pero en aquella decisin suya haba mucho del porte del estudiante soador que hace demasiadas preguntas; cada vez que deca que ira hasta el fin yo crea estar siendo testigo de las maldiciones tristes y airadas de un amante desesperado que se pregunta por qu le tiene que ocurrir todo eso. Por aquellos tiempos repeta esa frase frecuentemente; la deca cuando se enteraba de que los jenzaros estaban preparando un levantamiento, cuando me explicaba que los estudiantes de la escuela de muchachos se interesaban ms por los ngeles que por las estrellas, despus de arrojar a un lado enfurecido y sin llegar a leer siquiera la mitad del manuscrito por el que tanto dinero haba pagado, y despus de haber dejado a los amigos con los que se encontraba y charlaba en la sala de los relojes, ahora slo por no alterar sus hbitos, y despus de coger fro en los mal calentados baos y despus de acostarse tapado con el edredn de flores sobre el que extenda sus amados libros y despus de escuchar en el patio de la mezquita las absurdas conversaciones de los que hacan las abluciones y despus de enterarse de que los venecianos haban derrotado a la flota y de escuchar pacientemente a los vecinos que venan a visitarle con la intencin de casarle dicindole que se le estaba pasando la edad, repeta que ira hasta el fin. Y ahora yo pienso lo siguiente: quin que lea hasta el final lo que estoy escribiendo, qu lector que siga pacientemente todo lo que cuento, ocurrido o imaginado, podr decir que el Maestro no cumpli su promesa? 4 Un da hacia finales de verano nos enteramos de que haban encontrado en las orillas de I'stinye el cadver del gran astrlogo Hseyin Efendi. El baj por fin haba conseguido un edicto ordenando su muerte y el mismo Hseyin Efendi, incapaz de mantenerse en silencio en su escondrijo, revel su paradero enviando cartas a diestro y siniestro en las que deca que haba claros indicios en las estrellas de que Sadik Baj morira pronto. Los verdugos le prendieron cuando pretenda cruzar a Anatolia en barca y lo estrangularon all mismo. Al saber que todas sus posesiones haban sido confiscadas, el Maestro se puso rpidamente en movimiento para conseguir los papeles, libros y cuadernos del gran astrlogo; para conseguirlo se gast en sobornos todo el dinero que tena ahorrado. Despus de devorar en menos de una semana los miles de pginas que una tarde haba trado a casa en un enorme bal, dijo muy irritado que l podra hacerlo mucho mejor. Y yo le ayud a cumplir su palabra. Para los dos opsculos que haba decidido presentarle al sultn, titulados Vida de los animales y Criaturas extraas, le describ los hermosos caballos, los vulgares asnos, los conejos y lagartos que haba visto en los amplios jardines y en los prados de nuestra casa en Empoli. Y cuando el Maestro se quej de mi falta de imaginacin, pas a recordar las bigotudas ranas francas de nuestro estanque de nenfares, los loros azules que hablaban en dialecto siciliano y las ardillas que se sentaban frente a frente para atusarse el pelo antes de copular. Uno de los temas que ms le interesaban al sultn, pero del que careca de la suficiente informacin debido a la extrema limpieza del primer patio de palacio, era la vida de las hormigas, que se convirti en un captulo en el que trabajamos concienzudamente durante bastante tiempo. Mientras el Maestro pasaba al papel la vida ordenada y lgica de las hormigas, soaba con que tambin podramos educar al nio sultn. Con ese objetivo, y encontrando insuficientes los datos sobre las conocidas hormigas negras, relat adems cmo se organizaban las hormigas rojas de Amrica. Y aquello le sugiri la idea de escribir un libro, amargo pero con su moraleja, sobre lo que les haba ocurrido a los necios indgenas de aquel pas de serpientes llamado Amrica, incapaces de alterar sus modos de vida; supongo que nunca tuvo el valor necesario para acabar ese libro en el que, me dijo segn me iba contando los detalles, tambin narrara la historia de un rey nio aficionado a los animales y a la caza a quien los infieles espaoles acababan empalando por no haberse interesado por la ciencia. A ninguno de los dos nos satisficieron los dibujos del maestro ilustrador que contratamos para que fueran ms comprensibles las descripciones de los bfalos alados, los bueyes de seis patas y las serpientes bicfalas. Antes la realidad era as dijo el Maestro. Ahora todo tiene tres dimensiones y sombras reales, mira; hasta la hormiga ms vulgar acarrea su sombra aguantndola pacientemente como si llevara tras de s a su gemela. Como el sultn no mandaba llamarlo, decidi entregarle los opsculos por mediacin del baj, pero luego se arrepinti de haberlo hecho. El baj le dijo que el saber de las estrellas era pura charlatanera, que el gran astrlogo Hseyin Efendi se haba enredado en asuntos que le superaban tramando conspiraciones polticas, que sospechaba que el Maestro tena la intencin de ocupar su puesto, ahora vacante, que l personalmente crea en aquello llamado ciencia pero que pensaba que tena ms que ver con las armas que con las estrellas, que el puesto de gran astrlogo estaba maldito, de manera que todos los que lo ejercan acababan muertos o, peor, cualquier da se descubra que haban desaparecido sin dejar rastro y que por eso no quera que el Maestro, a quien tanto estimaba y en cuya ciencia tanto confiaba, lo ocupara nunca, que de hecho lo sera Sitki Efendi, que era lo bastante estpido e inocente como para ejercer de nuevo gran astrlogo, que haba odo que el Maestro se haba hecho con los libros del anterior y que quera que no removiera ms aquel asunto. El Maestro le contest que a l slo le interesaba la ciencia y le entreg al baj los opsculos que quera hacer llegar al sultn. Esa noche, en casa, dijo que a partir de ese momento slo se ocupara de la ciencia pero que hara todo lo que fuera necesario para conseguirlo; y para empezar lanz una lluvia de maldiciones sobre el baj. El mes siguiente, el Maestro, muerto de curiosidad por conocer la reaccin del nio ante los coloridos animales fruto de nuestra imaginacin, se lo pas pensando en por qu no le llamaran de palacio. Por fin le invitaron a una jornada de caza; acudimos al quiosco de Mirahor, en la orilla del arroyo de Kithane, l para estar junto al sultn y yo para observar de lejos; aquello estaba lleno de gente. El jardinero imperial lo haba preparado todo: liberaron liebres y zorros y les soltaron los galgos y nosotros contemplamos el espectculo. Todos seguimos con la mirada a una liebre que se separ de sus compaeras y se lanz al agua; cuando cruz nadando hasta la otra orilla los jardineros quisieron soltarle tambin all unos perros, pero hasta nosotros, los que estbamos lejos, pudimos or cmo el sultn lo impeda diciendo: Que se le perdone la vida a la liebre. No obstante, en la otra orilla haba un perro asilvestrado, as que la liebre volvi a echarse al agua y, aunque el perro consigui atraparla all, los jardineros acudieron en tropel y lograron arrebatrsela de la boca y llevrsela al sultn. El nio examin de inmediato al animal, se alegr de que no tuviera ninguna herida seria y orden que se la llevaran al monte y la soltaran all. Luego el squito, entre el que pude ver al Maestro y al enano pelirrojo, se reuni en torno al sultn. Esa noche el Maestro me cont que el sultn haba preguntado cmo se deba interpretar aquel suceso. Cuando por fin le lleg su turno, en ltimo lugar, el Maestro dijo que apareceran enemigos del sultn donde menos se los esperaba, pero que superara el peligro sin problemas. Por mucho que sus propios enemigos, entre los que se encontraba el nuevo gran astrlogo Sitki Efendi, intentaran criticar su interpretacin por haber mencionado el peligro de muerte e incluso por haber comparado al sultn con una liebre, el soberano hizo callar a la multitud y dijo que tendra muy presentes las palabras del Maestro. Ms tarde, mientras contemplaban la desesperada defensa de un guila luchando por su vida con los halcones que se agolpaban sobre ella y el triste final de un zorro al que hicieron trizas unos famlicos galgos, el sultn le coment que su leona haba parido dos cras, un macho y una hembra, y que le haban gustado mucho los libros de animales y le pregunt por los toros de alas azules y los gatos rosados que se encontraban en los pastizales de los alrededores del Nilo. El Maestro se sinti invadido por la extraa embriaguez de la victoria pero tambin por el miedo. Slo mucho despus de aquello recibimos noticias de que algo ocurra en palacio. La sultana Ksem se haba conjurado con los ags de los jenzaros y haba organizado una conspiracin para matar al sultn y a su madre para poner en su lugar al prncipe Sleyman, pero fracas. Mataron a la sultana Ksem estrangulndola hasta que le sali sangre por la boca y la nariz. El Maestro se iba enterando de los acontecimientos por los cotilleos de aquellos estpidos amigos suyos que acudan a la sala de los relojes e iba slo all y a la escuela, no sala a ningn otro sitio. En otoo pens durante algn tiempo en retomar su teora cosmogrfica, pero se dej arrebatar por la desesperacin: le haca falta un observatorio y, adems, de la misma forma que a los imbciles les importaban un rbano las estrellas, a las estrellas les importaban un rbano ellos. Lleg el invierno y con l los das nublados y de repente supimos que el baj haba sido destituido. Iban a estrangularle tambin pero la sultana madre lo impidi, as que slo le embargaron todos sus bienes y lo desterraron a Erzincan. No volvimos a recibir ms noticias suyas hasta que nos lleg la de su muerte. El Maestro me dijo que ya no tema a nadie y que ya no le deba nada a nadie, aunque ignoro hasta qu punto al decirlo consideraba si haba aprendido algo de m o no. Tampoco tema ya al nio ni a la madre. Se senta preparado para jugar a los dados con la muerte y la gloria, pero se quedaba sentado en casa entre sus libros como un corderito; y mientras hablbamos de las hormigas rojas americanas ambos nos forjbamos la ilusin de escribir un nuevo tratado sobre ellas. Ese invierno lo pasamos en casa, como muchos previos y muchos posteriores; no ocurri nada. Nos pasbamos las fras noches sentados charlando hasta el amanecer en el piso inferior de aquella casa por cuyas puertas y chimeneas entraba el viento del nordeste. Ya no me despreciaba, o le resultaba demasiado trabajoso aparentar que me despreciaba. Relaciono aquella proximidad con que nadie de palacio ni de los crculos prximos a palacio le mandara llamar. A veces yo pensaba que l notaba tanto como yo nuestro parecido y senta curiosidad por saber si al fin se vera a s mismo cuando me miraba. En qu estara pensando? Acabamos otro largo opsculo sobre animales, pero como el baj haba sido desterrado y el Maestro deca que no se senta dispuesto a tener que soportar el mal aliento de ninguno de los conocidos que tenan acceso a palacio, la obra segua sobre la mesa. De vez en cuando, con el aburrimiento de los das que pasaba sin hacer nada, abra sus pginas, miraba los saltamontes morados y los peces voladores que yo mismo haba dibujado y senta curiosidad por saber qu opinara el sultn al leer aquellas lneas. Slo a principios de primavera llamaron por fin al Maestro. El nio se alegr mucho al verlo; segn me cont el Maestro, se le notaba en cada gesto y en cada palabra que se haba acordado mucho de l, pero que no le haba mandado llamar por las presiones de los imbciles de su entorno. El sultn enseguida llev la conversacin a la conspiracin de su abuela diciendo que el Maestro la haba previsto, pero que tambin haba previsto qu