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154 PH Boletín 27 Las ciudades son el resultado de complejos fenó- menos económicos, sociales, políticos y culturales que interaccionan en el territorio a lo largo del tiempo; son pues resultado de la historia. La lógica de esos fenómenos permite que en contextos afi- nes, en ciudades fruto de una misma “civilización”, con pautas históricas similares, su paisaje urbano sea, a grandes rasgos, similar. Son las mismas razones que explican que las principales capitales europeas sufrieran en el siglo XIX transformaciones paralelas en su estructura de uso del territorio y en su traza- do (Debié, 1992) y las mismas que hacen que las ciudades europeas presenten similares relaciones entre su núcleo, sus alrededores y los campos, y que se inserten en la actualidad en un similar proceso de metropolización (Mumford, 1965), eso que en tér- minos más radicales denominan determinados geó- grafos megapolización (Le Dantec, 1996, p. 425). En ese contexto general cada ciudad presenta su peculiar paisaje urbano, su peculiar configuración es- pacial, la concreta interacción entre territorio, edifi- caciones y naturaleza, comprendiendo en este últi- mo término la humanizada naturaleza realmente existente, los parques, los jardines públicos y priva- dos, los campos cultivados e incluso los “espacios naturales” que en Europa hay que entender como fruto de una milenaria utilización de los recursos (tala, rotulación, quema, pastoreo, repoblación, se- lección, limpieza...), que alcanza no sólo a los bos- ques periurbanos si no también a las masas foresta- les y a las praderas de las más altas cumbres. De los paisajes urbanos españoles, pocos sorpren- den más por su carácter insólito que el de los ba- rrios históricos granadinos, y especialmente el del Albayzín, que visto desde la Alhambra aparece co- mo un paisaje de reminiscencias rurales, con peque- ñas casas de color blanco y amplia presencia de ve- getación en la cual el ciprés ocupa sin duda el papel predominante. Paisaje urbano que, desaparecidas en las últimas décadas de este siglo las posibilidades de recuperar las panorámicas granadinas que se esta- blecieron en el siglo XVI (Marqués Garcés, 1989), queda como si fuera la reliquia de un paisaje históri- co congelado en el tiempo. El mismo paisaje que captó en brillantes imágenes el pintor Manuel Ánge- les Ortiz jugando con las múltiples posibilidades que da el rompecabezas del fondo blanco de las casas, la horizontal roja de los tejados y el verde vertical de los cipreses. Era, brillante, la esencia de ese paisaje consolidado. Su fortaleza visual, repetida en mil oca- siones, aparece estática, como si no cambiara, como si siempre hubiera sido así. Sin embargo esto no es cierto. Esa sensación que permite ver el paisaje del Albayzín como si se man- tuviera intacto desde hace siglos es fruto de una tendencia a ver el verde con ojos acostumbrados a valorar las obras realizadas con materiales inertes. Cuando Manuel Ángeles Ortiz mira ese panorama está mirando un paisaje joven, apenas recién esta- blecido. La imagen actual del Albayzín, y en gran medida la imagen actual de otros barrios históricos de las colinas de la ciudad, la Churra, el Mauror, la Antequeruela, es el resultado reciente de una evo- lución urbana compleja, fruto de una curiosísima deriva histórica que alcanzó el estado que hoy ve- mos en las primeras décadas de este siglo, en un proceso que no podemos dar por cerrado y del que, aún en estos últimos años, hay poderosas ma- nifestaciones. os jardines y la génesis de un paisaje urbano a través de la documentación gráfica: El Albayzín de Granada José Tito Rojo Jardín Botánico de la Universidad de Granada Manuel Casares Porcel Dpto. Biología Vegetal. Universidad de Granada L El Albayzín desde la Alhambra, hoy. Un paisaje histórico consolidado.

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Page 1: os jardines y la génesis de un paisaje urbano a través de

154PH Boletín 27

Las ciudades son el resultado de complejos fenó-menos económicos, sociales, políticos y culturalesque interaccionan en el terr itor io a lo largo deltiempo; son pues resultado de la historia. La lógicade esos fenómenos permite que en contextos afi-nes, en ciudades fruto de una misma “civilización”,con pautas históricas similares, su paisaje urbano sea,a grandes rasgos, similar. Son las mismas razonesque explican que las principales capitales europeassufrieran en el siglo XIX transformaciones paralelasen su estructura de uso del territorio y en su traza-do (Debié, 1992) y las mismas que hacen que lasciudades europeas presenten similares relacionesentre su núcleo, sus alrededores y los campos, y quese inserten en la actualidad en un similar proceso demetropolización (Mumford, 1965), eso que en tér-minos más radicales denominan determinados geó-grafos megapolización (Le Dantec, 1996, p. 425).

En ese contexto general cada ciudad presenta supeculiar paisaje urbano, su peculiar configuración es-pacial, la concreta interacción entre territorio, edifi-caciones y naturaleza, comprendiendo en este últi-mo término la humanizada naturaleza realmenteexistente, los parques, los jardines públicos y priva-dos, los campos cultivados e incluso los “espacios

naturales” que en Europa hay que entender comofruto de una milenaria utilización de los recursos(tala, rotulación, quema, pastoreo, repoblación, se-lección, limpieza...), que alcanza no sólo a los bos-ques periurbanos si no también a las masas foresta-les y a las praderas de las más altas cumbres.

De los paisajes urbanos españoles, pocos sorpren-den más por su carácter insólito que el de los ba-rrios históricos granadinos, y especialmente el delAlbayzín, que visto desde la Alhambra aparece co-mo un paisaje de reminiscencias rurales, con peque-ñas casas de color blanco y amplia presencia de ve-getación en la cual el ciprés ocupa sin duda el papelpredominante. Paisaje urbano que, desaparecidas enlas últimas décadas de este siglo las posibilidades derecuperar las panorámicas granadinas que se esta-blecieron en el siglo XVI (Marqués Garcés, 1989),queda como si fuera la reliquia de un paisaje históri-co congelado en el tiempo. El mismo paisaje quecaptó en brillantes imágenes el pintor Manuel Ánge-les Ortiz jugando con las múltiples posibilidades queda el rompecabezas del fondo blanco de las casas, lahorizontal roja de los tejados y el verde ver tical delos cipreses. Era, brillante, la esencia de ese paisajeconsolidado. Su fortaleza visual, repetida en mil oca-siones, aparece estática, como si no cambiara, comosi siempre hubiera sido así.

Sin embargo esto no es cier to. Esa sensación quepermite ver el paisaje del Albayzín como si se man-tuviera intacto desde hace siglos es fruto de unatendencia a ver el verde con ojos acostumbrados avalorar las obras realizadas con materiales iner tes.Cuando Manuel Ángeles Or tiz mira ese panoramaestá mirando un paisaje joven, apenas recién esta-blecido. La imagen actual del Albayzín, y en granmedida la imagen actual de otros barrios históricosde las colinas de la ciudad, la Churra, el Mauror, laAntequeruela, es el resultado reciente de una evo-lución urbana compleja, fruto de una curiosísimaderiva histórica que alcanzó el estado que hoy ve-mos en las primeras décadas de este siglo, en unproceso que no podemos dar por cerrado y delque, aún en estos últimos años, hay poderosas ma-nifestaciones.

os jardines y la génesis de unpaisaje urbano a través de ladocumentación gráfica: El Albayzín de Granada

José Tito Rojo

Jardín Botánico de laUniversidad de Granada

Manuel Casares Porcel

Dpto. Biología Vegetal.Universidad de Granada

L

El Albayzín desde laAlhambra, hoy. Un paisaje

histórico consolidado.

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En ese proceso ha sido determinante una estructurajardinera par ticular, los cármenes. Que es insólitaporque, a diferencia de la mayoría de los retiros deplacer frecuentes en el área mediterránea, no se es-tablecen hoy en las afueras de la ciudad si no que lohacen en su mismo centro histórico. La evolucióndel paisaje del Albayzín ha ido de la mano del cam-bio de ubicación de (la mayoría de) los cármenes,desde las afueras de la ciudad a su interior, y de sucambio de uso, de huertos a jardines, lo que ha ocu-rrido como consecuencia de la ruralización del ba-rrio, que quedó conver tido en campo de ruinas ysolares tras la expulsión de los moriscos1 y su poste-rior (re)urbanización. El proceso ha sido estudiadopor nosotros en diversas ocasiones atendiendo a di-versos estudios parciales y a documentos muy varia-dos, literarios, legales y gráficos2.

En las páginas que continúan vamos a atender comola evolución de esas fincas granadinas ha significado lacreación de un paisaje urbano, y lo haremos valién-donos (casi) exclusivamente de documentos gráficos-grabados, cuadros, dibujos y fotografías- que siglo asiglo nos permiten ver como los cármenes, al ir evo-lucionando en su ubicación, en su uso y en sus for-mas, fueron cambiando el paisaje de la ciudad. Nues-tro acercamiento se centrará igualmente en unaspecto concreto, el determinado por la presenciade elementos vegetales, siguiendo el proceso que hahecho pasar de la medina árabe apiñada de casas yprácticamente privada de espacios verdes al actualconjunto en que casas y jardines coexisten en unaforma que difícilmente encontramos en ningún cascoantiguo de las ciudades europeas. Sólo tangencial-mente aludiremos a lo relacionado con el carácterde las construcciones -viviendas, mezquitas-iglesias,murallas-, que también han cambiado con el tiempo,incluso en un elemento tan impor tante paisajística-mente como su color, que en el pasado no era comohoy exclusivamente blanco (Gallego Roca, 1996, pp.221-222).

El uso del material gráfico no es un elección azarosa.Nuestra experiencia en el estudio de jardines histó-ricos nos demuestra como la imagen, sobre todo lafotográfica, apor ta información que en los docu-

mentos escritos suele estar ausente. Los textos lega-les no entran a detallar las formas de los cultivos or-namentales, a veces ni señalan su presencia; los lite-rarios suelen ser imprecisos y en la mayoría de lasocasiones se someten más a los hábitos de los ejer-cicios retóricos que a la fidelidad descriptiva del ob-jeto-jardín. Característica esta última que en granmedida comparten las imágenes no fotográficas -di-bujos, grabados, cuadros-, que necesitan ser con-trastadas con los textos para calibrar su cercanía a larealidad del modelo.

Un prólogo sin imágenes: el Albayzín en épocaárabe

La ciudad árabe de Granada crece a par tir del nú-cleo alto de la colina del Albayzín, desde allí se ex-tiende alcanzando los terrenos de la vega y parte delas colinas adyacentes. Era una ciudad apiñada de ca-sas, sobre todo en las etapas finales de la ocupaciónmusulmana en las que Granada recibía oleadas denuevos habitantes huidos del avance de las tropascristianas. Cuando Jerónimo Münzer conoció la ciu-dad, dos años después de la conquista, nos dejó unvivo retrato de su paisaje, con casas pequeñas deforma que “debe advertirse que una casa de cristia-nos ocupa más lugar que cuatro o cinco de moros,las cuales son tan intrincadas y laberínticas, que pa-recen nidos de golondrinas” (1924, p. 95).

Todos los datos que tenemos nos hablan de un Al-bayzín en el que huertos y jardines se reducían a lasposesiones de la nobleza, destacaban por su tamañola huerta anexa al Palacio de Daralhorra, que pasó apropiedad del Convento de Santa Isabel la Real, y lacercana que pasaría al Marqués de Zenete y que se-ría luego del Hospital de la Tiña. Ambas son repeti-damente nombradas en los documentos cristianosque recogían los derechos de agua de t iempoárabe3. Aún así esa visión de un Albayzín desprovis-to de vegetación debe matizarse en el sentido deque, como el mismo Münzer recogía, “también haymoros ricos que poseen casas espléndidas con pa-tios, jardines, agua corriente y otras lujosas comodi-dades” (1924, p. 96). La falda de la colina del barrio,

Tal como lo conocemos hoy, el paisaje del Albayzín es un producto reciente,

originado en las primeras décadas del siglo XX. En su evolución han sido

fundamentales las oposiciones entre casas y cultivos y entre huertos y

jardines, siendo su forma actual consecuencia peculiar historia urbana de los

antiguos barrios islámicos granadinos.

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que hasta finales del siglo XIX no fue asimilada altérmino Albayzín, sí tenía mayor presencia de jardi-nes, el barrio árabe de Haxaris, que corría paraleloal Darro desde el Bañuelo a la puer ta de Guadix yque subía hasta la calle San Juan de los Reyes (Secode Lucena Paredes, 1975, p. 130).

Así pues en tiempo árabe los huer tos y jardines seencontraban no dentro sino fuera de la ciudad, sien-do muy escasos los lugares intramuros donde loshabía, en el ya nombrado Haxaris, y, al otro extremode la ciudad, en el Neched y el Naid, arrabales am-bos de las colinas del sur, en los alrededores de laAlhambra.

Los más famosos de aquellos huer tos y jardineseran los cármenes, fincas de recreo que se encon-traban agrupadas en los alrededores de la ciudad yque tomaban su nombre del término karm, común atodos los viñedos de al-Andalus, fueran o no utiliza-dos como retiros de placer. Los más nombrados

eran los regados por la acequia de Ainadamar y losdel valle del Darro. Mientras los de Aynadamar noeran visibles desde la Alhambra, sí lo eran los delDarro, situados en una estrecha franja de terrenoque se alargaba entre el camino alto de Guadix, hoyCamino del Sacromonte, y el río Darro, extendién-dose desde las murallas de la ciudad que subían porla Cuesta del Chapiz hacia Jesús del Valle por ambasr iberas. Vivían la mayoría de estos cármenes delagua que les apor taba la acequia del Darro (CiquiaAxares, o de los Egidos) que regaba, tras pasar porellos, los jardines y huer tos de Haxaris. El polígrafoIbn al-Jatib nos habla de este lugar al glosar sobre elDarro: “. . . desciende de una montaña cercana aGuadix, al E. del Soleir, y después de haber atravesa-do jardines, campos y viñedos llega a la ciudad” (Ga-llego Burín, p. 73).

Así pues el paisaje del Albayzín árabe visto desde laAlhambra presentaría una densa concentración decasas entre las que se entremezclaría algún árbol de

Granada. Xilografía del “Libro de las Grandezas y CosasMemorables de España” de Pedro de Medina (1548). El

Albayzín, esquemáticamente representado, no muestra signosde vegetación entre las viviendas.

“Granada”. Parcial de la panorámica desdeel sudeste. Grabado de G. Hoegnaglius,

fechado 1565, para el “Civitatis OrbisTerrarum”. Entre el apiñado caserío delAlbayzín el autor recoge la presencia de

algunos rodales de cultivos arbóreos.

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patio o casa noble y con algunas, escasas, huertas dela nobleza que, plantadas principalmente de frutalesapenas dejarían ver sus copas sobre lo alto de las ta-pias. Aparecería enmarcado abajo por los vergelesde Haxaris y limitando con el fér til valle del Darrosembrado de cármenes con casas y cultivos de fru-tales y hor talizas entre los que habría lugar para al-gún aparato jardinero, fuentes, estanques de riegotratados ornamentalmente, cuadros de flores y pér-golas de parras.

De esta época carecemos de imágenes de la ciudady las que hay inmediatamente después de la conquis-ta, aunque útiles para conocer de forma global elpaisaje urbano granadino, son, bien por su carácterextremadamente esquemático o por su escasa fideli-dad, poco útiles para el objetivo de nuestro estudio.

Sobre ese paisaje así conformado al final de la épocaárabe inter vendría el tiempo transformándolo, loque empezó a ocurrir en el mismo siglo XVI.

El paisaje del Albayzín morisco

Tanto el siglo XVI como el comienzo del XVII fue-ron en Granada especialmente ricos en imágenes.Diversos factores lo motivaron, entre ellos la noto-riedad de la ciudad recién tomada, cuyas excelenciasasombraron a los conquistadores y el ser sede de lacor te en algún momento, incluso con la esperanza,rápidamente truncada, de ser capital del Imperio. Aestas razones se sumó más tarde la puesta en servi-cio del grabado a favor del montaje ideológico gene-rado alrededor de los “hallazgos” religiosos de la To-rre Turpiana y el Sacromonte.

Dos características dividen claramente esas imáge-nes, de un lado lo temporal, el estar situadas antes odespués de la expulsión de los moriscos que, tras1571, dejó los barrios históricos, el Albayzín sobretodo, conver tidos en campo de ruinas; de otro lavocación del dibujo, el proponerse como reflejosimbólico, en general apologético, o el pretender serfiel trasunto de la realidad dibujada.

El primer bloque lo constituyen imágenes idealizadasanteriores a 1571. En algunas apenas se transmite laexistencia de colinas, la presencia de las alcazabasárabes y la vega con sus ríos. Pertenecen a este tipoconocidas representaciones muy tempranas como eltapiz de la batalla de la Higueruela en el Escorial, eldibujillo que acompaña el texto de Pedro de Medi-na, el paisaje de fondo de la Virgen de la Rosa o latalla de la sillería del coro de Toledo. Pocos datosútiles para nuestro estudio podemos conseguir deestos materiales y cualquier conclusión apoyada enellos sobre, por ejemplo, presencia o no de cultivosen el interior de la ciudad, nos parece arriesgada.

Un segundo bloque lo constituyen los dibujos, igual-mente anteriores a la expulsión de los moriscos, demayor fidelidad al motivo de la ciudad. Quizá losmás conocidos sean los grabados de Hoefnagle parala obra de Braun y Hogenberg Civitatis Or vis Terra-rum, fechados entre 1563 y 1565. Cier tamente noson dibujos ajenos a un proceso de idealización. Co-mo en todos los grabados de esta edición, la ciudadse somete a un ejercicio de adecuación a las normashabituales de representación para este t ipo deobras. Aún así el grado de fidelidad es considerabley permite analizar los espacios cultivados y su rela-ción con el paisaje urbano. Ese análisis se refuerzacon la lectura de las vistas urbanas que realiza hacia1567 Anton Van der Wyngaerde, muy coherentescon las anteriores y con la ventaja de que el gradode fidelidad es mucho mayor. Son vistas “topográfi-camente exactas y con la mayor cantidad de detalle”(Haverkamp-Begermann, 1986, p. 58).

Los materiales de este segundo bloque muestran co-mo la vieja ciudad islámica mantenía en su zona altauna amplia masa de edificaciones junto a las que apa-recen salpicadas las nubes verdes de las plantaciones.De la fidelidad de Wyngaerde, mayor que la de Hoef-nagle, deducimos que la mayoría de esas plantacionesdebían ser árboles frutales. Tal ocurre en la colina deCartuja, lugar de los cármenes de Ainadamar, una delas ubicaciones de cármenes en época árabe quecontinúa siéndolo en esta época morisca. Otras zonascon frutales serán las del valle del Darro, cármenes

Granada”. Parcial de lapanorámica dibujada porAnton Van derWyngaerde (1567).Corresponde a la zona deAynadamar, lugar de cár-menes desde épocaárabe. El dibujo delata lapresencia de huertos conalgunas viviendas.

Granada”. Parcial de lapanorámica dibujada porAnton Van derWyngaerde (1567).Corresponde a la zona deAynadamar, lugar de cár-menes desde épocaárabe. El dibujo delata lapresencia de huertos conalgunas viviendas.

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de Valparaíso, y las subidas a la Alhambra por la zonadel Realejo. También son identificables pequeñas co-pas agrupadas en algunos puntos del actual Albayzín,testimonio de los huer tos que, aunque escasos, seencontraban en él. Es en otras áreas de la ciudaddonde podemos ver elevadas copas que puedenidentificarse con árboles de sombra: el bosque de laAlhambra y las alamedas del Genil. En cualquier casoestos árboles de sombra, dentro del caso urbano, sonmás infrecuentes en Wyngaerde que en Hoefnagle,asunto que puede derivarse de la mayor idealizaciónde los trabajos de este último autor.

La falta de detalle en los dibujos impide, más allá deestas apreciaciones globales, diferenciar en las colinaslos cultivos ornamentales de los hortícolas. Tan sólopuede establecerse en el Generalife, donde Hoefna-gle sitúa una palmera, única que aparece en los mate-r iales que hemos estudiado, y unos cipreses, queWyngaerde repite en su vista parcial de la colina de laAlhambra4. Respecto a la ausencia general de palme-ras remitimos a las palabras de García Gómez sobresu infrecuencia en la Granada árabe (1978, pp. 131-135), y señalamos como, por el contrario, se recogeabundantemente la presencia de este elemento vege-tal en la Sevilla que se dibuja para el mismo Civitatis.Respecto a los cipreses debemos puntualizar que supresencia en la ciudad debió ser muy escasa. Su figurasería llamativa en estos dibujos, en los que a lo sumopodría confundirse con la de los chopos piramidales,y no sólo aparecen poco, lo que nos parece significa-tivo, sino que igualmente nunca son citados en lascrónicas del XVI que refieren otros muchos cultivos.Incluso en el XVII, cuando Soto de Rojas alude a loscipreses en su poema Paraíso cerrado para muchos,jardines abiertos para pocos lo hace no refiriéndose aárboles de crecimiento libre sino a material vegetal

base de ejercicios de recor te, a figuras de topiaria.Seguramente debió haberlos, y algunas líneas de lapanorámica de Granada de Wyngaerde podrían inter-pretarse como tales5, pero es indudable que no ca-racterizaban entonces al paisaje granadino como lohacen hoy. Llama la atención que uno de los árbolesmás citados en los textos del XVI sea el cidro, Citrusmedica, hoy inexistente en los cultivos granadinos (Ti-to Rojo, 1998, p. 441).

La conclusión que se extrae de estos dibujos ante-riores a 1571 es concordante con lo que sabemospor los documentos escritos, la ciudad presenta unnúcleo muy edificado, en el que existían pocos huer-tos y jardines, la mayoría de ellos pervivencia de losque tenían en propiedad los monarcas y la aristocra-cia nazaríes. Estos huertos y jardines eran más abun-dantes en los arrabales del límite de la ciudad, los al-rededores de la Alhambra, el Realejo, el Albayzín-en su sentido árabe, al nor te de la Alcazaba Cadi-ma-, la ribera del Darro, en el viejo Haxaris... Y fue-ra ya de la urbe, un cinturón de huertos y cármenesde placer, en plena decadencia en este momento delsiglo XVI, que rodeaba la ciudad por las colinas, alamor del curso de las acequias.

El Albayzín tras la expulsión de los moriscosen las plataformas sacromontanas

Posteriores a 1571 hay tres plataformas de Granada,global una de hacia 1613, la conocida como Platafor-ma de Granada de Ambrosio Vico, y parciales dos ante-riores, aproximadamente de 1596, grabadas con lostítulos Plataforma de la ciudad de Granada hasta elmonte de Valparaíso y Descripción del Monte Sacro deValparaíso. Aportan datos muy diferentes una y otras.La primera es útil para ubicar los cultivos y diferenciarlas zonas que los acogen de las zonas edificadas, sinembargo su fijación a las normas de representaciónde este tipo de plataformas urbanas impide pensarque las tipologías jardineras y hortícolas en ella reco-gidas puedan corresponder a la estricta forma que tu-vieron. En nuestra opinión la Plataforma de Vico tienela intención de dar la imagen de la ciudad como ciu-dad de jardines y ello se plasma en una fuerte ideali-zación de los espacios cultivados de la ciudad, queaparecen allí ordenados en cuadros, centrados porpaseos, rodeados de simétricas pérgolas, enmarcadosen setos, en una perfección geométrica que contrastacon todo lo que nos dice el resto de los documentosgráficos anteriores y posteriores a ella.

Por contra las dos plataformas de 1596, parciales deValparaíso, muestran un desorden en los cultivos delos huertos, que sólo atienden a la disciplina de las te-rrazas que necesariamente tenían por la fuerte pen-diente donde se instalaban. De nuestro análisis de loshuertos y cármenes de estos dos dibujos se despren-de la permanencia en ellos de elementos de disfruteen el huerto que los sitúan como herederos del usode retiro placentero que tuvieron en época árabe.Los paseos entre los cultivos de frutales y hortalizas

“Plataforma de Granada”.Grabado de Francisco Heylan y

dibujo de Ambrosio Vico (ca.1610). Parcial mostrando los

idealizados cultivos, ordenadosgeométricamente, de los jardi-

nes y huertos de las afueras dela ciudad.

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discurren bajo emparrados, los estanques estánacompañados de macetas, hay macetas también, co-mo todavía es frecuente ver en el Albayzín, sobre lospoyetes que coronan los muros de contención de lasterrazas, hay incluso pérgolas ornamentadas, no conlos pilares de obra sino sujetas por columnas de pie-dra sobre un murete, hay fuentes en patios, en loshuer tos y cerca de las casas. Se trata de huer tos delabor, fincas productivas, ciertamente, pero con artifi-cios que buscan el placer del propietario. No pode-mos apreciar, acaso porque la decadencia de estas fin-cas ya los había eliminado, acaso porque la lejanía deldibujo no permite detallarlos, los grandes ar tificiosque nos relatan los textos andalusíes, los pabellonesormanentados, las estatuas, los grandes estanquescon pabellones en el centro, tampoco los recor tesvegetales a que tanto aprecio tenían los nazaríes -me-sas, animales, setos-. No podemos dejar de señalarcomo, en contraste con la de Vico, estas plataformasdibujan en los edificios un tono orientalizante que re-sulta insólito en los grabados granadinos, casas y to-rres rematadas con cúpulas y tejados en cono, arcos,tapias rodeando los cármenes con entradas fortifica-das con portalones almenados, que nos recuerdan lapermanente protección de los cultivos que caracteri-zaba el mundo andalusí (e islámico en general).

Más que la Plataforma de Vico, estos grabados mues-tran la decadencia de la ciudad árabe, uno de ellos,la Plataforma de Valparaíso, alcanza par te del Albay-zín, una amplia banda al este del barr io desde laCuesta del Chapiz hasta la Puer ta de Fajalauza. Hayallí dibujadas ruinas, solares, algún huer to rodeadode tapias, signos de la crisis urbana que sufrió la zo-na tras la expulsión de los moriscos.

Este bloque de plataformas se coloca a pocos añosdel formado por los dibujos del Civitatis y de Van der

Wyngaerde. Ese tiempo escaso marca sin embargoel núcleo de la transición de los cármenes desde elexterior de la ciudad a su interior. Par tía esta transi-ción de la existencia ya en época árabe de algunashuertas y jardines urbanos, se inicia en los primerosmomentos de la conquista, cuando comienza elabandono de muchos cultivos y casas por los venci-dos, y encuentra su punto nodal cuando la definitivaexpulsión deja los barrios de mayoría de poblaciónmorisca absolutamente abandonados. La transiciónno acabará aquí, sino que se prolonga hasta los co-mienzos del siglo XX momento en que los cármenesdel Albayzín comenzarán a caracterizar su paisaje. Eslo que veremos en los apartados siguientes.

El paisaje del Albayzín en esta época estaba puesmarcado por la presencia de casas, ruinas, zonas desolares producto del abandono y huer tos. Estoshuer tos serían algunos de gran tamaño, los deriva-dos de las antiguas propiedades de la aristocracianazarí, y otros más pequeños, producto de la na-ciente ruralización de antiguos terrenos edificados,ya solares. Los más ordenados de esos huer tos seconcentrarían en la zona alta, en los alrededores delos palacios de la Alcazaba Cadima, ya huer tos delconvento de Santa Isabel la Real y del Hospital de laTiña, y en la zona baja y oriental del barrio, la zonade Haxaris y el encuentro con la colina de Valparaí-so, donde se encontraban las huertas de los cárme-nes de Darro y las grandes huer tas de la Moraimajunto al Convento de la Victoria. Además una cre-ciente porción de suelo inculto y abandonado, lugardonde coexistirían la vegetación autóctona de carác-ter invasor, con vegetales escapados de cultivos cer-canos -higueras, almeces,...- a los que pronto se uni-rían plantas asilvestradas de procedencia americana,pitas y chumberas, que serían siglos más tarde ele-mento de paisaje -no lo olvidemos, producto delabandono- ligados a la colina del Albayzín como to-davía lo son del Sacromonte. Con los datos que sedesprenden de estas imágenes, corroborados por loque nos dicen los documentos escritos, debemosdescar tar la presencia importante de elementos depaisaje ligados a cultivos ornamentales, que aunqueexistirían serían sin duda escasos.

“Plataforma de la ciudad deGranada hasta el monte deValparaíso”. Grabado deAlberto Fernández sobre dibu-jo anónimo (1596). Museo dela Abadía del Sacromonte.Parcial mostrando el paisaje delAlbayzín, con ruinas y solaresproducto de la expulsión de losmoriscos. En el límite inferiorlos cármenes del Darro, entreellos el de las Casas del Chapiz.

“Descripción del Monte Sacrode Valparaíso”. Grabado deAlberto Fernández sobre dibu-jo anónimo (1596). Museo dela Abadía del Sacromonte.Detalle de los cármenes delDarro. Huertos desordenadosde frutales y hortalizas conelementos de ornato, pérgolas,fuentes, macetas... Frente a laidealizada “Plataforma deVico”, la imagen de estos cár-menes parece más fiel a la rea-lidad del territorio.

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Un apunte en la transición: la panorámica dePier María Baldi

La profunda decadencia de los siglos XVII y XVIII,que afectó a Granada de forma aún más profundaque al resto de la Península, irá acompañada de unamenor presencia de imágenes del paisaje granadino.Lamentablemente la producción pictórica de la Gra-nada de la época no nos ofrece más que contadosejemplos útiles para nuestro estudio. Entre ellos doscuadros de Juan de Sabis, uno de la Alhambra y cár-menes del Darro y otro de la ribera del Genil, y elcuadro anónimo que dibuja el tajo de San Pedro, nohacen sino corroborar las apreciaciones realizadascon anterioridad.

Más interés tiene para nosotros la panorámica urbanaque en diciembre de 1668 dibuja Pier María Baldi, elpintor que acompañaba a Cosimo de Medicis en suviaje a España (Sánchez Rivero y Mariutti de SánchezRivero, s/d). Como en el caso de Wyngaerde se tratade un dibujo que no trata de realizar una apología, si-no de ser un fiel reflejo de la realidad. Como en to-das las obras de creación esa “fidelidad” se somete ala mirada del autor, que en este caso pone el acentoen los aspectos más pintorescos del paisaje.

La importancia del dibujo de Baldi consiste en que supunto de vista, en un lugar situado al oeste de la ciu-dad, permite contemplar la secuencia completa de lascolinas históricas, desde Cartuja al Barranco del Abo-gado. Incluye pues tres zonas de importancia para co-nocer la transición de los huertos y sus repercusionespaisajísticas, Car tuja-Aynadamar, es decir los pagosque habían sido de cármenes en la época árabo-mo-risca, el Albayzín, que será la zona de cármenes porexcelencia en el siglo XIX-XX, y el Mauror-Realejo.

Atendiendo a la primera llama la atención la apari-ción por primera vez en el paisaje granadino del ci-prés como elemento de paisaje indicador de la pre-sencia de cultivos ornamentales o, lo que a efectosde nuestro estudio viene a ser casi lo mismo, dehuertos ornamentados. Una masa importante de ci-preses ver ticales se sitúa en la zona de Aynadamar.La deducción que podemos hacer es doble, de un la-do, la permanencia en esta colina de cármenes, deotro la incorporación del ciprés como elemento or-

namental destacado en algunos de ellos. La distribu-ción del ciprés en la colina de Aynadamar es irregu-lar, concentrándose en la zona baja, junto al Monas-terio de la Cartuja, y en una banda longitudinal juntoal barranco de la Cuesta de Lebrija, donde estuvo elcarmen del gramático. El resto de la vegetación se di-buja con bajas copas que podemos asimilar a fruta-les, incluyendo en ellos los olivos, que en cualquiercaso serían cultivos de regadío, pues el paso de laacequia lo permitía y la concentración vegetal quemuestra el dibujo lo delata.

Por contra la colina del Albayzín carece de este ele-mento. El punto de vista del dibujo prima las inclina-das laderas que bajan hacia San Ildefonso y Elvira,zonas que aparecen despobladas, como en par te semantienen en la actualidad. La zona del barrio co-rrespondiente al barranco del Darro aparece densa-mente edificado y sólo muestra vegetación en las al-turas de Puer ta Monaita, en la ubicación del futuroCarmen de las Maravillas y de las huer tas de Daral-horra-Santa Isabel la Real.

El Mauror, bajo Torres Bermejas, aparece, como enWyngaerde despoblado, y tras él la zona de Anteque-ruela-Realejo, densamente edificada con cultivos ensu zona baja. El límite de la ciudad y la vega, lo corres-pondiente a las huertas de Faragüi, muestra parcelasde cultivo separadas por cercas rústicas de madera,tras las cuales se adivinan las tapias de las huertas delos conventos, las mismas que dibujaban Hoefnagle yWyngaerde protegiendo los cultivos de los huertos.Una casería con un pozo es el detalle pintoresco conque Baldi cierra por el sur su panorámica.

Este dibujo de Baldi marca pues un punto medio en laevolución del paisaje urbano, caracterizado por la per-manencia de los cultivos en las zonas tradicionales decármenes, por el inicio del ciprés como su elementoornamental más característico y por la incorporación,aún escasa, de cármenes al interior del caso urbano.

El paisaje del Albayzín en las fotografías delXIX y XX

El siglo XVIII viene marcado por el avance de la rurali-zación del Albayzín. Continúa la decadencia urbana del

“Granada”. Dibujo de PierMaría Baldi (diciembre de

1668). Detalle delAlbayzín. Casas sin vegeta-ción y solares. Tan sólo enlas afueras, sobre la PuertaMonaita, a la izquierda dela imagen, aparecen copas

de árboles.

“Granada”. Dibujo de PierMaría Baldi (diciembre de1668). Detalle de la zona

de Aynadamar-Cartuja. Enla fecha del dibujo aún

permanecían los cármenesde este pago. Como nove-dad las inconfundibles ver-ticales de los cipreses indi-can su incorporación a los

cármenes, signo del usoornamental de parte de

sus cultivos.

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barrio que, en el marco de la decadencia general deEspaña, no se recupera de la sangría poblacional quesupuso la expulsión de los moriscos (Sánchez MontesGonzález, 1989, p. 49). La entrada de los(huertos)cármenes en el barrio se constata en nume-rosos documentos y es ya patente en 1752, momentoen que el Catastro de la Ensenada permite conocerde manera global el alcance del fenómeno. En el cua-dernillo de “casas” conservado del Albayzín, pertene-ciente a una zona fronteriza a media colina, de los 305asientos recogidos, 39 aparecen reseñados como ca-sas con huertos o jardines (Tito Rojo y Casares Por-cel, 1999). Aún en el siglo XIX el proceso conoceríaun nuevo empuje pues el proceso desamortizador su-puso el paso de muchos terrenos de la iglesia a cár-menes, bien por demolición de edificios, conventossobre todo, bien por paso a manos privadas de casas,cármenes y huertos en dimensiones que aún han sidoescasamente valoradas (Gómez Oliver, 1983, p. 104).

Aunque existen algunos cuadros y grabados realiza-dos en el siglo XVIII y comienzos del XIX que sirvenpara marcar pasos intermedios en la secuencia detransformación del paisaje urbano granadino6, será laaparición de la fotografía la que marque un puntode inflexión en nuestro análisis. No se trata ya deimágenes en que la sensibilidad del ar tista marca lospuntos de interés, resaltando o no determinados as-pectos del motivo, eliminando o incluyendo elemen-tos para que el resultado sea fiel, no a la realidad di-bujada sino al concepto que de ella tiene el autor, alo que quiere comunicar. Aunque la fotografía co-mulga con estos determinantes y no es neutra laelección del encuadre, lo que se incluye o no, inclu-so lo que se retoca o se recor ta, es indudable quelo que aparece en las tomas goza de una objetividadde la que el dibujo carece.

La aparición de la fotografía coincide felizmente enGranada con la fama de la ciudad en el romanticis-mo europeo. Facilita ello que exista un abundantecuerpo de fotos que permite seguir paso a paso latransformación del paisaje de la mano de la evolu-ción de los espacios cultivados. Por otra par te coin-cide también con el momento en que la ciudad co-mienza a recuperarse del largo periodo de cr isiseconómica y demográfica que inició en el XVI. Mo-mento en que el proceso de ruralización de los ba-rrios históricos se detiene y se sustituye por un pro-ceso de urbanización.

Las secuencias fotográficas conocen una evoluciónde puntos de vista y de intención. A lo largo delXIX se produce la sustitución paulatina de los viejospuntos de vista de los grabados y dibujos anteriores,ubicados en un arco que recorre los límites de la ur-be con la vega, por puntos situados en los altos dela ciudad y de forma cada vez más exclusiva, en losmiradores de los palacios nazaríes. Las vistas foto-gráficas de la colina del Albayzín tomadas desde laAlhambra o el Generalife, estaciones privilegiadasque se inauguran con la panorámica de Guesdon(dibujo realizado casi con seguridad con base foto-gráfica de Char les Clifford) y se prolongan en las

obras de Masson, Clifford, Laurent, Señán, Ayola,Hausser y Menet y un largo etcétera, serán sin dudalas más habituales7. A fines del XIX coexistirán conamplias panorámicas apaisadas que retoman algunospuntos de vista consolidados en el grabado románti-co, el valle del Genil tomado desde el barranco dela Zorra, el limite sur de la ciudad tomado desde lasabier tas plazas de Puer ta Real o Mariana y, sobretodo, la colina de la Alhambra vista desde el Albai-cín. Con ellas coexisten, en un proceso de investiga-ción de puntos de vista panorámicos, todas las altu-ras de la ciudad, las torres de las iglesias, las terrazasde los nuevos edificios, los miradores de las empina-das cuestas de los barrios de las colinas.

Permiten esas secuencias fotográficas seguir puntopor punto el proceso de urbanización de los ba-rrios. Aunque nos centraremos en las imágenes delAlbayzín, la mayor par te de las conclusiones seríanválidas para la Churra, el Mauror, la Antequeruela olos barrancos del Genil, incluida su margen izquier-da, el pequeño barrio de cármenes que cercaba lascalles que subían a las ermitas de San Antón Viejo ySanto Sepulcro.

Las más antiguas imágenes fotográficas del Albayzín,entre 1850 y 1870, nos muestran un barrio desola-do y ruralizado, en el que apenas había comenzadoel proceso de recuperación. Casas pequeñas y po-bres, huer tos descuidados, derrubios y solares sinaterrazar, algunos de ellos mostrando apenas restosde antiguos aterrazamientos, resultantes de antiguoscultivos abandonados o de la demolición de casasescalonadas. Son escasos los cármenes donde pode-mos detectar elementos resultantes de ajardina-mientos. Con independencia de que algunos de loshuertos visibles en las panorámicas tuvieran elemen-tos de ornato que la fotografía difícilmente muestraen la distancia, fuentes, pérgolas entre vegetación,estatuas. En algún caso sí se perciben entre la male-za, así el Carmen de la Victoria que se observa en lapanorámica de Masson sobre las ruinas del Conven-to deja entrever, semiocultos por el follaje, pilarescarmeneros para sostener parrales, como los que se

“Granada. El Albaicín”. Tarjetapostal de finales del siglo XIX.El barrio aún no se ha recupe-rado de la sangría demográficaque fue la expulsión de losmoriscos. Hay amplios solares.Los cármenes son aquí huertosde frutales en los que aún nose ha incorporado el cipréscomo elemento de paisaje.

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dibujaban en las plataformas sacromontanas y comolos que se ven en alguna fotografía del cambio de si-glo en los cármenes del Darro. Sí hay rasgos de or-namentación vegetal que pueden detectarse en unapanorámica. Los altos árboles de sombra y los cipre-ses entre ellos. Unos y otros son escasísimos en es-tas panorámicas más antiguas.

El caso del ciprés es especialmente interesante. Esta-ba por convertirse en el árbol emblemático de la ciu-dad, cosa que ya ocurre, de forma indudable a finalesde este siglo XIX y principios del siguiente. Su au-mento en el Albayzín será espectacular a todo lo lar-go de la segunda mitad del XIX. Ya en las décadas del50 al 70 es visible algún ciprés, suele tratarse de vie-jos ejemplares, algunos sin duda centenarios, que so-bresalen en las panorámicas con su característica si-lueta de vejez, un tronco recto desnudo sobre el quedescuella una minúscula y delgada copa. En otro lugarhemos estudiado como desde antes del siglo XIX esmoda granadina el uso del ciprés como material ve-getal para formar esculturas de vocación arquitectóni-ca, columnas, rematadas o no por adornos, arcos, pa-sillos arqueados y, estilísticamente la más interesante,las denominadas por nosotros bailarinas, enfáticasglorietas formadas en cruces de caminos, por lo ge-neral alrededor de una fuente baja arabizante, con ci-preses unidos arriba en una cúpula de nervios y enca-jes formada por la ramificación de los propios árboles(Tito Rojo y Casares Porcel, 1998).

Al mismo tiempo que desaparece esa moda pasajerapero intensa, el ciprés, ya como árbol de crecimientolibre, comienza a caracterizar el paisaje granadino. Suuso estaba unido a la ornamentación de los cármenes,ya lo vimos en el dibujo de Baldi en la zona de Ayna-damar. Su aumento en el Albayzín sirve de indicadorde un proceso de ajardinamiento de los huertos.

Los cármenes habían entrado en la ciudad confor-me sus pobladores árabes, mudéjares y moriscos laabandonaban, sobre todo tras la expulsión de losúltimos. Su entrada fue como huer tos, signo de ladecadencia urbana y la consiguiente ruralización, sig-no pues del paso de suelo construido a suelo agrí-cola. Los cármenes que eran ajardinados en esemomento tenían un componente de “villa suburba-na”, lugar “agrícola” de placer en lo que ya no podíaconsiderarse propiamente ciudad, sino cercanía dela ciudad.

El proceso que adver timos en la secuencia de fotosdel Albayzín del siglo XIX es el contrario, en los so-lares empiezan a aparecer casas, disminuyen los te-rrenos incultos, y crecen cuidados huertos, los nue-vos cármenes. Estos cármenes del XIX son cada vezmás jardines, perdiendo paulatinamente su uso co-mo explotación agrícola para pasar a ser huertos deprimor cuya variada cosecha es sobre todo despen-sa de la familia propietaria.

El proceso de urbanización del Albayzín se producecon algunas características que son importantes caraal futuro de los cármenes:

Primero, es un proceso lento. La pervivencia de so-lares incultos ha llegado incluso hasta la actualidad,por lo general restringida a los taludes más intensos,la zona bajo el carril de la Lona, la franja bajo el Car-men de San Agustín, recientemente ajardinada. Alno ser un proceso rápido la presión urbanizadorasobre los huer tos-cármenes no fue muy intensa. Enrealidad el Albayzín nunca gozó a ojos de los grana-dinos, entiéndase desde la entrada de los cristianosen 1492, del predicamento de la ciudad llana, y elproceso se traducía en un equilibrio dinámico entreconstrucción de casas sobre huer tos y demoliciónde casas para construir huer tos o jardines. En uncarmen estudiado por nosotros, el Carmen de laVictoria, se produce, aún hacia 1906, la adquisiciónde casas para derruirlas y hacer terrazas de cultivo(Tito Rojo y Casares Porcel, 1999), en un procesosimilar al que usaba Soto de Rojas en su carmen delsiglo XVII. Evidentemente ese equilibrio dinámico serompe cuando las actuales condiciones del mercadodel suelo hacen que el paso de vivienda a huer to-jardín sea prácticamente imposible.

Segundo, la urbanización ocurre simultánea a la apari-ción del mito del carmen en la ciudad como uno másde los ingredientes del pensamiento romántico. Es amediados del XIX cuando comienza a aparecer elamor por el pasado árabe granadino, símbolo más delsurgimiento de una burguesía ligada al fugaz creci-miento económico de la segunda mitad del XIX. Jun-to a la Alhambra, el carmen, y de su mano el ciprés,se convier te en referente de lo granadino. Es el mo-mento en que sectores ilustrados de la sociedad lo-cal, artistas, escritores, músicos, ocupan cármenes enel Albaicín, Alhambra y Mauror, en muchas ocasionespara situar allí la sede de las tertulias de sus círculos.A lo largo del tiempo, Fernández González, NicolásMaría López, Afán de Ribera, Ronconi, miembros deLa Cuerda, Seco de Lucena, Torres Molina, García Ca-rrillo, Morcillo, Gómez Moreno, Manuel de Falla. Tam-bién por representantes de la burguesía ilustrada, losCalderón de los Mártires o la familia Rodríguez-Acos-ta, que ha sido propietaria de los mayores cármenesde la Granada en este siglo. Aún hoy para muchos in-telectuales y profesionales de la ciudad tener (vivir-vi-vir a veces) un carmen es algo apetecido. En ocasio-nes reivindicación de un modo de vida, en ocasionesdenotación de un status social.

Esos dos factores, la debilidad del proceso urbaniza-dor y el mito romántico de los cármenes, evitó su de-saparición de los barrios históricos de la ciudad, antesde que normativas municipales protegieran allí la pre-sencia de espacios verdes en las fincas. Pero cier ta-mente el proceso “urbanizador” no se detuvo a laspuertas de los cármenes. Dentro de ellos el procesocontinuó manifestándose en la sustitución de huertospor jardines. A finales del siglo XIX los viejos cárme-nes-villa-suburbana habían pasado a ser nuevos cárme-nes-jardín-urbano. De la misma manera sus formas jar-dineras pasaban de ser rurales a ser ruralizantes. Loscármenes anteriores a este proceso cuando conocíanajardinamientos los hacían de acuerdo con las modasdominantes del momento, sometidas por lo general al

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peso de la tradición y a la permanencia de hábitos lo-cales de cultivo. El regionalismo jardinero granadino(re)inventa todo un catálogo de formas que se pre-tenden a un tiempo herederas de lo árabe y de aspec-to rural. Ese nuevo carmen ruralizante del regionalis-mo, que coexiste durante un tiempo con los huertosy cármenes realmente rurales, se erige rápidamentecomo criterio de autenticidad para los cármenes delfuturo. En numerosas ocasiones el fenómeno se mani-fiesta como contradicción entre los diferentes espa-cios dentro de un mismo carmen. La característicapartición del espacio de los cármenes, derivada de suorigen como agrupación de parcelas y de su someti-miento a los dictados de las cotas del terreno y el rie-go, permite que el nuevo ajardinamiento en clave re-gionalista de algunas par tes del jardín se realicemanteniendo en otras los huertos preexistentes. Porotra par te el regionalismo, ya a principios del XX,coincide con el abandono de artificios retóricos jardi-neros que habían sido típicos del romanticismo car-menero, así los adornos de caña de tradición hortícolay árabe (¿marroquí?) dan paso a barandas de hierro,los setos de mirto a setos de boj, y las emblemáticasbailarinas de ciprés, que dibujó tantas veces Rusiñol,dan paso a las habitaciones vegetales de paredes rec-tas y a cenadores de hierro con trepadoras.

Lo rural, huer tos de frutales, bancales de hor talizas,taludes con chumberas, pérgolas de troncos rústi-cos, macetas de tipo popular, encañados, vegetalestradicionales, empedrados, pilares, glorietas, da pasoa lo ruralizante, la imitación -normalmente en clavemás refinada- de los elementos anteriores. El huertoy el huer to ajardinado dan paso al jardín, que a ve-ces conservará restos de su pasado hor tícola (losfrutales, por ejemplo).

De todo este proceso nos da puntual cuenta la foto-grafía. De las primeras fases casi exclusivamente conimágenes panorámicas, que debemos complementarcon la abundante presencia de pinturas locales paraimaginar como era su interior, aunque su validez comoreferencia requiera consideración distinta. De las eta-pas finales contamos ya con buenas fotografías del inte-rior de los cármenes. Aunque no es el único, será elfotógrafo granadino Torres Molina el más puntual cro-nista de ese momento. A lo largo de los años veinte ytreinta de este siglo realiza extraordinarias fotografíasde los jardines privados granadinos. El importante pa-pel que juega el carmen en el pensamiento dominantede la burguesía local tiene su reflejo en la continua pu-blicación de fotografías de cármenes de Torres Molinaen la prensa gráfica local (y nacional). Son los cármenesdel regionalismo lo que vemos en ellas. Esa imagen delos jardines granadinos es la que tardíamente recoge, ycanoniza, Francisco Prieto-Moreno en su libro Jardinesde Granada, cuya edición de 1952 se acompaña no porcasualidad de fotografías de Torres Molina. A partir deese momento los cármenes anteriores al regionalismo,como es el caso de los Mártires, o los que no se so-meten a las normas estéticas del regionalismo, comoes el caso del Carmen Blanco del pintor Rodríguez-Acosta, se convierten en rarezas de las que se llega adiscutir incluso su carácter de carmen.

Sin que nos atrevamos a apuntar que el momentoactual es la fase final del proceso -y hay serios (ypreocupantes indicios) de que no lo es-, cier tamen-te se puede dar por terminado el proceso urbaniza-dor del Albayzín y sus cármenes y ya sólo con carác-ter test imonia l podemos encontrar huer tos yjardines que conserven formas jardineras antiguas8,cosa lógica por ser los pequeños jardines domésti-cos objetos en continua transformación y cuya con-servación escapa a cualquier tipo de normativas.

No quisiéramos pasar por alto otro aspecto paisa-jístico importante. El diálogo de la colina de casas yjardines del Albayzín no se establece exclusivamen-te con la Alhambra que domina la colina de enfren-te. También se hace con la falda de esa colina enque existe un idéntico paisaje de casas y jardines. Laactual polémica urbanística por la moderna edifica-ción del Rey Chico está creando en la ciudad unatendencia a pensar la colina de la Alhambra, en laporción frente al Paseo de los Tristes, como lugarde bosque. En nuestra opinión el conjunto paisajísti-co formado por la colina del Albayzín y la de la Al-hambra necesita en la falda de esta última la pre-senc ia de v iv iendas y cu l t ivos carmeneros . Ladesaparición de los cármenes del Granadillo y de laFuente, a la que se une la reciente caída de la casajunto al puente de las Chirimías, significa un empo-brecimiento de ese conjunto paisajístico y una pér-dida de su valor histórico. A ese empobrecimientocolabora la inadecuada edificación del hotel aban-donado, sin entrar a debatir la adecuación del ac-tual edificio del Rey Chico que optó como línea dediseño por dialogar con las cotas de las terrazas dela zona y no con las edificaciones de los cármenesde la ladera.

Carmen granadino”. JoséMaría Rodríguez Acosta(1897). El regionalismopone sus ojos en el car-men como elementocaracterístico local. Eneste cuadro se recogetodo un catálogo decomponentes de loshuertos albaicineros, laalberca, los frutales, losencañados, las macetas,sin olvidar la pobreza dela fábrica y la incorpora-ción del ciprés quesobresale de las tapias.

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Conclusiones

La intención de estas líneas era seguir el proceso for-mador de un paisaje por medio de las imágenes,contrastadas con lo que nos dicen los documentosescritos. Creemos haber demostrado que el paisajeurbano granadino no es un producto estático sino elresultado de un complejo proceso evolutivo en elque ha habido avances y retrocesos y en el que hanintervenido factores tan diversos como las guerras, lademografía, las modas jardineras o las ideologías lo-cales. Saber que su forma actual es reciente no lequita valor, sino que convier te al paisaje de las coli-nas granadinas en un producto riquísimo, singular eirrepetible, que condensa el pasado de sus barrioshistóricos. Su defensa es por tanto la defensa de lamemoria de la ciudad, impedir que desaparezca esconservar la posibilidad de renacer su propia historia.

No se nos oculta que ese paisaje que depende deminúsculos espacios domésticos es extremadamentefrágil. Máxime cuando desde hace décadas han desa-parecido los factores de continuidad que unían loscármenes actuales y los cármenes del pasado, queeran, en resumen, los hábitos de cultivo herederosde la tradición hortelana-agrícola, que tenían los vie-jos jardineros de los cármenes y no tienen ya los jó-venes jardineros formados en los programas de lasescuelas de jardinería, y los sistemas de riego tradi-cionales, que se mantuvieron desde época (al me-nos) árabe y que han dejado de funcionar en el Al-bayzín tras la lamentable pérdida de la acequia deAinadamar.

La desaparición de esos factores hace que los viejosartificios jardineros, entre ellos los estanques, los se-tos, la división del espacio en cuadros, los caballoneshor telanos, los arbustos y vivaces sobre el suelo,permitan el paso a los espacios sin dividir, el suelorecto y las praderas de césped. La permanencia delas viejas formas ya no dependerá de su ligazón atecnologías de cultivo sino a la voluntad de los pro-pietarios de los cármenes por mantenerlas.

En ese sentido la conser vación de estos espaciosverdes de primor y el paisaje que configuran está se-riamente comprometida. Ninguna política adminis-trativa, ni siquiera la máxima figura de proteccióncomo es la declaración de un carmen como jardínhistórico-ar tístico, hoy “bien de interés cultural”,puede ser garantía del mantenimiento de las formasen múltiples espacios domésticos privados.

Desaparecidos los factores objetivos que asegurabanla pervivencia de los cármenes y del paisaje del Al-bayzín, su futuro sólo puede salvaguardarse por unosnuevos factores subjetivos: la voluntad general de lacomunidad de no perderlos y la voluntad par ticularde sus propietarios de no dejar que desaparezca unmodo de vida, de no renunciar al disfrute de poseeruna herencia centenaria que, aún en los cármenesmás humildes, es siempre singular e insustituible.

[Huerto del Albaicín]. TorresMolina (a. 1924). Torres Molinadurante prácticamente todo el

siglo XX prestó atención al car-men. En gran medida la imagenque de él se hacían los granadi-

nos se debe a sus fotografías,publicadas en numerosas revis-

tas locales y nacionales.

Bibliografía

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1. El concepto ruralización aplicado al proceso sufrido por elAlbayzín tras la expulsión de los moriscos fue desarrolladopor nosotros (Tito Rojo, 1997) aunque estaba implícito en elanálisis de Bosque Maurel, que caracterizó la tipología de loscármenes que se instalaban en la ciudad en los siglos XVI alXVIII como “semi-rural” y “semi-urbana” (1962, p. 241).

2. Con carácter general la evolución de los cármenes aparecerecogida en nuestra tesis doctoral (Tito Rojo, 1997). El puntonodal del proceso, el siglo XVI, es motivo de atención en TitoRojo, 1998. El otro momento de inflexión, el siglo XIX, serecoge en Tito Rojo y Casares Porcel, 1998, actualmente enprensa. Igualmente en prensa se encuentra una actualizaciónde la primera referencia (Tito Rojo y Casares Porcel, 1999).

3. Sobre los espacios cultivados en el Albayzín y sus derechos deriego son, aún hoy, fundamentales los trabajos que sobre eltema realizó Garrido Atienza (especialmente, 1893 y 1902).Información complementaria ofrecen los diversos pleitos delos regantes de la acequia de Aynadamar en el Albayzín.Impresos que permiten conocer los más importantes de esosespacios cultivados son Noticias de los derechos que tienen lospropietarios y vecinos... (1876), Ejecutorias ganadas por los pro-pietarios y vecinos... (1877), Dictamen de la Excma. Comisiónpermanente y fallo... (1879), Dossier informativo sobre laComunidad de Regantes (s. d.). Una revisión actualizada degran parte de la documentación sobre el tema de la acequiade Aynadamar y su trazado en el Albayzín se encuentra enJiménez Romero (1990).

4. Apunte en tiza negra nominado como Viena 320. Cf. Kagan,1986.

5. Cf. en la panorámica Granada-Viena 36 a la derecha de “17. S.Cristoval par[roquia]”.

6. Algunos tan interesantes como las panorámicas parciales dibu-jadas con motivo de la expedición de Hermosilla, enviadopara estudiar la Alhambra por la Real Academia de SanFernando, el dibujillo coloreado que realizó del Albayzín elbotánico Simón de Rojas Clemente o la vista lejana, pero degran detalle, que pinta en el XIX, a finales de la década de loscuarenta, Marius Engalière.

7. Sobre la fotografía en la Granada del XIX, cf. Piñar Samos,1997.

8. Curiosamente, aunque en algunos cármenes albaicineros seconserven huertos, será fuera del núcleo urbano, en el aleja-do barrio del Fargue, donde permanezcan aún hoy cármenesque continúan siendo huertos de producción discretamenteajardinados. Para mayor interés estos cármenes del Farguemantienen la ubicación tradicional de época árabe, bajo elcauce de la acequia de Aynadamar.

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