origen de la economía moderna. alberto benegas lynch (h)
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Origen de la economía moderna
Por Alberto Benegas Lynch (h)
Es común sostener que los fundamentos medulares de la ciencia económica parieron con Adam
Smith, lo cual constituye un error y una injusticia para con los precursores de un aspecto crucial de
esta rama del conocimiento.
El eje central y el punto de partida de la economía estriban en la teoría subjetiva del valor. Como
es sabido, este tema fue objeto de múltiples trifulcas. El tema consistía en poder explicar porque
distintas personas atribuyen distinto valor al mismo bien o servicio e incluso porqué la misma
persona en distintas circunstancias otorga valor distinto a la misma cosa.
Primero se propuso la teoría de la reciprocidad en los cambios por la que se sostenía que en toda
transacción justa lo que se entrega y lo que se recibe deben ser equivalentes, lo cual se daba de
bruces con el hecho de que los arreglos contractuales libres significan una ganancia para ambas
partes precisamente porque los juicios de valor de lo entregado y lo recibido son dispares.
Luego se expuso la teoría del valor basada en el trabajo hasta que se demostró que las cosas no
valen por el hecho de haber sido trabajadas sino que se destina trabajo debido al valor de la cosa.
Más adelante esta tesis se extendió a la sumatoria de los costos (sean históricos o de reposición)
pero fue refutada en base al mismo razonamiento.
También se esgrimió la teoría de la escasez la que fue rechazada al comprobar que hay cosas
inservibles que son muy escasas y no por ello se le asignaba valor. Por último, se adelantó
la teoría de la utilidad que condujo a una antinomia de valores al descubrir que el pan es de una
mayor utilidad que el diamante y sin embargo a éste se le atribuye mayor valor.
Estos debates consumieron siglos hasta que en 1870 Carl Menger dio en la tecla con la
formulación de la teoría de la utilidad marginal o teoría subjetiva del valor que combina utilidad y
escasez simultáneamente y que considera la escasez no como algo meramente cuantitativo sino
en estrecha relación con la otra parte del binomio, es decir, que
significado tiene determinada escasez para determinada persona en determinadas circunstancias.
Pues bien, esta teoría que fue desarrollada hasta sus últimas consecuencia por Menger (también
iniciada por Jevons y Walras aunque estos dos autores desviaron sus estudios a otros territorios
que en definitiva se apartaron de la teoría subjetiva) pero fue originalmente expuesta por varios de
los integrantes de la Escolástica Tardía en el siglo XVI o Primera Escuela de Salamanca (la
Segunda fue la que formó a muchos de los integrantes de las Cortes de Cádiz de 1812),
principalmente por sacerdotes dominicos y jesuitas como Diego de Cobarrubias, Luis de Molina,
Juan de Mariana, Luis de Saravia de la Calle, Tomás de Mercado, Francisco de Victoria, Domingo
de Soto, Martín de Azpilcueta, Juan de Medina y Francisco Suárez. Es en verdad notable la
precisión de los textos consignados por estos autores, no solo en la materia que comentamos sino
en política monetaria y fiscal así como también en lo que se refiera a marcos institucionales
consubstanciados con los principios de la sociedad abierta.
Para adentrarse en estos escritos, además de los originales, es de gran interés consultar, por
ejemplo, a Majorie Grise-Hutchinson The School of Salamanca (Oxford, The Clarendon Press,
1952) y a Murray N. Rothbard Economic Thought Before Adam Smith (London, Edward Elgar
Publishing, 1995, Vol. I). Por su parte, Friedrich Hayek escribe que “integrantes de la Escolástica
Tardía desarrollaron los fundamentos de la génesis y el funcionamiento de las instituciones
sociales espontáneas. Fue a través de preguntarse como funcionan las cosas si ningún acto
deliberado de legislación interfiriera, así es que exitosamente se trataron los problemas sociales y
específicamente emergió la teoría económica”.
Debe tenerse en cuenta que el mérito de los integrantes de la Escolástica Tardía es grande en
vista del clima imperante debido a la impronta de los Papas más influyentes del mismo siglo XVI:
León X que acentuó grandemente las ventas de indulgencias, Pablo III que convirtió los aposentos
papales en un burdel (lo apodaron “el Papa faldero”) y el antisemita y entusiasta de la Inquisición
Pablo IV con todos los atropellos brutales que significaban esas acciones inaceptables (dos de los
pedidos de perdones de Juan Pablo II aluden precisamente al tratamiento horrendo contra los
judíos por parte de la Iglesia y a sus tropelías criminales en la larga tradición de la Inquisición).
También debe tenerse en cuenta que con todas las muy fértiles y notables contribuciones de Adam
Smith, en el tema que tratamos de la teoría subjetiva del valor, retrocedió al insistir en la del
trabajo, lo cual, en parte, dio pie a la tesis central marxista cuyo derivado es la plusvalía.
Ya hemos comentado antes que la conjetura sobre la honestidad intelectual de Marx pone de
manifiesto que no reivindicó su tesis de la plusvalía y la consiguiente explotación una vez
aparecida la teoría subjetiva del valor expuesta por el antes mencionado Carl Menger en 1870 que
echaba por tierra con la teoría del valor-trabajo marxista. Por ello es que después de publicado el
primer tomo de El capital en 1867 no publicó más sobre el tema, a pesar de que tenía redactados
los otros dos tomos de esa obra tal como nos informa Engels en la introducción al segundo tomo
veinte años después de la muerte de Marx y treinta después de la aparición del primer tomo. A
pesar de contar con 49 años de edad cuando publicó el primer tomo y a pesar de ser un escritor
muy prolífico se abstuvo de publicar sobre el tema central de su tesis de la explotación y solo
publicó dos trabajos adicionales: sobre el programa Gotha y el folleto sobre la comuna de Paris.
La teoría subjetivista de más está decir en nada se contrapone a que las propiedades y atributos
de las cosas son independientemente de la opinión que se tenga sobre ellas. El asunto se refiere a
otro plano de análisis. El análisis económico parte de la base del estado mental subjetivo de las
personas frente a su relación con sus semejantes y con los bienes presentes y futuros. En este
contexto, carece de significado la referencia a bienes y servicios escindidos de la apreciación
subjetiva de cada cual. Este marco de referencia resulta esencial para la comprensión de la
formación de precios, los cuales no miden el valor sino que expresan estructuras valorativas que
operan en direcciones opuestas entre compradores y vendedores.
No hay en esta análisis factores “dados”, son siempre la consecuencia de valorizaciones
subjetivas y cambiantes. La visión contraria puede ilustrarse con el llamado modelo de
competencia perfecta en la que uno de los supuestos es el de conocimiento perfecto de los
factores relevantes, lo cual elimina el arbitraje, el rol del empresario y la misma competencia (al
tiempo que en ese supuesto no habría necesidad de mantener saldos en caja para imprevistos,
situación que convertiría en innecesario el dinero por lo que la economía se desplomaría junto a la
contabilidad y la evaluación de proyectos). El mismo uso de agregados y la pretensión de nexos
causales entre ellos obscurece el papel de las preferencias individuales y la función de la moneda
en sociedad. Los propios partidarios del igualitarismo no se percatan de que, en rigor, esa meta
es un imposible epistemológico ya que la subjetividad no permite asignar partidas iguales ni es
posible las comparaciones intersubjetivas puesto que la importancia relativa de las respectivas
apreciaciones son de carácter ordinal y no cardinal, al tiempo que la guillotina horizontal no permite
que se reflejen los precios de mercado.
El subjetivismo hace posible entender el fenómeno del conocimiento como algo fraccionado y
disperso entre personas que tienen diferentes apreciaciones respecto de su área de competencia
(a veces, “conocimiento tácito” no articulable como señaló Michel Polanyi), a contracorriente de
los que sostienen que es posible dirigir vidas y haciendas de terceros desde el vértice del poder.
Finalmente, el subjetivismo conduce al individualismo metodológico y a vislumbrar con mayor
claridad la diferencia entre las ciencias naturales y las sociales. El positivismo asegura que nada es
cierto en la ciencia si no es verificable, pero, por un lado, como nos enseña Morris Cohen, esa
misma proposición no es verificable y, por otro, como explica Karl Popper, nada en la ciencia es
verificable, solo hay corroboraciones provisorias sujetas a refutaciones. Por más que se repita un
experimento no hay necesidad lógica que vuelva a repetirse el resultado (en eso consiste el
problema de la inducción que en la vida diaria es suplido provisoriamente por lo que se conoce
como Verstehen).
Asimismo, en ciencias sociales no hay experimentos de laboratorio, la experiencia es “desde
adentro” a diferencia de las ciencias naturales que los datos vienen “desde afuera”. En ciencias
naturales no hay propósito deliberado, hay reacción, en cambio, en las sociales, hay acción lo cual
implica elección. En ciencias naturales los datos están disponibles ex ante del experimento, en
cambio en ciencias sociales los datos no están disponibles antes del acto en cuestión. Por esto es
que en el contexto subjetivista el método de las ciencias sociales es empírico-deductivo, mientras
que en las naturales es hipotético-deductivo. Estas reflexiones telegráficas pretenden subrayar la
importancia de la subjetividad en el sentido apuntado, por lo que le rinden homenaje a los
sacerdotes de la Primera Escuela de Salamanca quienes iniciaron con gran solvencia y calado un
paso decisivo en el largo camino del estudio de la economía.
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de América (EE.UU.) el 20 de febrero de
2014.