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Opúsculos de Atenea nº 29

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Opúsculos de Atenea nº 29

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¡CIGARRERAS DE LA ¡CIGARRERAS DE LA ¡CIGARRERAS DE LA ¡CIGARRERAS DE LA LITERATURA, UNÍOS!LITERATURA, UNÍOS!LITERATURA, UNÍOS!LITERATURA, UNÍOS!

DEL MITO ROMÁNTICO ADEL MITO ROMÁNTICO ADEL MITO ROMÁNTICO ADEL MITO ROMÁNTICO AL MITO OBRERO:L MITO OBRERO:L MITO OBRERO:L MITO OBRERO:

LAS CIGARRERAS EN LALAS CIGARRERAS EN LALAS CIGARRERAS EN LALAS CIGARRERAS EN LA LITERATURA DE LOS S.LITERATURA DE LOS S.LITERATURA DE LOS S.LITERATURA DE LOS S.XIX Y XXXIX Y XXXIX Y XXXIX Y XX

Jesús Murillo Sagredo Ateneo Riojano

8 marzo 2018

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Imagen de portada: Las cigarreras en la fábrica, 1910. Gonzalo Bilbao Martínez

Ateneo Riojano Muro de Cervantes, 1-1º 26001-Logroño 941251938 [email protected]

Depósito Legal: LR-273-2018

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A modo de introducción

La importancia social y económica del colectivo femenino en las plantas fabriles de la Tabacalera en España se remonta casi a sus inicios en los siglos XVII y XVIII. Este sector económico, puntero en el desarrollo de la industria española, tuvo en las mujeres su principal mano de obra hasta bien entrado el siglo XX.

La sucesiva creación de diferentes centros tabaqueros (Sevilla, Cádiz, Coruña, Logroño, Santander, Alicante…) supone, más allá de la repercusión económica, una eclosión cultural que no solo se manifiesta en el folclore, en la pintura o en la música, sino también en la literatura, especialmente en la narrativa.

El punto de partida más importante del motivo de la cigarrera en la literatura es la Carmen de Prosper Mérimée, mito romántico por excelencia de la mujer andaluza. Desde la obra del autor francés, el mundo que rodea a Carmen es cultivado por los autores europeos en una corriente narrativa denominada «literatura de

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viajes»: diarios, noticias y recuerdos de los viajes de autores como Jules Claretie, Vilhelm Löwinstein, Richard Ford, Edmondo de Amicis o Pierre Louÿs, quienes reflejan en sus obras el folclore que rodea a las cigarreras y llegan incluso al relato erótico como en el caso del último de los autores mencionados.

Asimismo, mientras la literatura europea ancla el universo de las cigarreras en el costumbrismo y en el folclore hispánico, los autores españoles hacen evolucionar a la Carmen de Mérimée hacia una órbita más social, reflejando el cambio real que el colectivo de las cigarreras sufre: revueltas sociales, conciencia de clase, lucha obrera… En definitiva, Carmen deja de ser un mito y se convierte en mujer. Títulos como La hermana San Sulpicio, de Armando Palacio Valdés, o La Tribuna, de Emilia Pardo Bazán, recogen el ambiente de incipiente mecanización de las fábricas españolas de finales del siglo XIX y la repercusión que esta tuvo en su vida diaria a través de Rosa y Amparo, sendas protagonistas de las novelas mencionadas.

Finalmente, no se debe olvidar que la trasformación económica que supuso la creación en Logroño de la Tabacalera también traspasó la realidad social y llegó a la prensa y a la literatura española del siglo XX. Ejemplo de ello es el poeta L. Martínez Pineda, quien dedica en 1906 una sentida poesía a estas mujeres y la «estampa» que Paulino Masip dedica a las cigarreras de Logroño en 1928.

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Breves coordenadas socio históricas El tabaco, esa planta de origen americano, ha sido manufacturado en España desde el siglo XVII. Como recuerdan Comín Comín y Martín Aceña (1999), se pueden diferenciar cuatro grandes etapas en lo que respecta a la labor fabril y comercial del tabaco en España: la primera, desde 1636 (año de creación de un estanco sobre la producción y venta de las labores del tabaco) hasta 1887 (creación de la Compañía Arrendataria de Tabacos); la segunda de 1887 hasta 1945 (creación de Tabacalera S.A.); la tercera hasta finales del siglo XX (destacando dos fechas: 1985 año de la abolición del monopolio del tabaco en España y 1999, cuando el Estado enajenó Tabacalera S.A.), lo que inició la cuarta etapa, que supuso un declive en la producción fabril de tabaco en España que llega hasta 2016 cuando la planta de Logroño, la última fábrica cigarrera en España, cerró sus puertas en el mes de diciembre.

Es en esa segunda etapa donde se debe centrar nuestra atención histórica. Constituida con fecha de 25 de junio de 1887, la Compañía Arrendataria de Tabacos pasaría a hacerse cargo del arrendamiento de la Renta de tabacos (establecido por ley el 22 de abril de ese mismo año) incluyendo el monopolio de fabricación y su venta, trabajo que ocupó posteriormente Tabacalera S.A., la sociedad mercantil creada por el régimen franquista en 1945 para gestionar el

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monopolio español de las labores del tabaco y timbre.

En el más de medio siglo que dura esta segunda etapa la CAT tuvo que hacer frente a los problemas heredados de la mala gestión anterior del monopolio a la vez que se adaptaba a las nuevas tecnologías fabriles, lidiando con la convulsa actividad social, económica y política española y europea de este período.

Con todo, la creación de fábricas de tabacos se situó en diversas ciudades españolas a partir de principios del siglo XIX y durante todo este siglo hasta completar un número de nueve. A las Reales Fábricas de Tabacos de Sevilla y Cádiz, fundadas como tales en el siglo XVIII (en 1757 y 1741 respectivamente) que contaban con una actividad manufacturera de más de una centuria, debemos sumar, ya en el siglo XIX los centros de Alicante en 1801; La Coruña, que acabó siendo la más grande del norte de España en 1804; Madrid en 1809; Valencia en 1828; Gijón en 1832; Santander en 1834; Bilbao y Donostia en 1878; y finalmente la de Logroño en 1890. Ya en pleno siglo XX, llegarían las de Málaga y Tarragona en 1922.1

Volviendo la vista hacia la mano de obra, se puede decir que, desde mediados del siglo XIX, los cigarros y los cigarrillos fueron fabricados por 1 Comín Comín, Francisco; Martín Aceña, Pablo, Tabacalera y el

estanco del tabaco en España: 1636-1998, Alicante, Fundación

Tabacalera, 1999, pág. 637.

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mujeres, tanto en las antiguas fábricas como en los nuevos centros. Cabe preguntarse por qué esta producción primero artesanal y posteriormente industrial, estuvo compuesta mayoritaria o íntegramente por trabajadoras. Los trabajos monográficos atestiguan que ello era debido a la mayor habilidad y destreza manual que disponían las mujeres frente a los hombres en este tipo de labores.

Sin embargo, pese a estas apreciaciones, el empleo de las mujeres en las fábricas de tabacos no responde a lo antes mencionado, sino a la necesidad de encontrar mano de obra barata y de poco ánimo reivindicativo en lo que atañe a sus condiciones laborales. Estas premisas se cumplen en parte, ya que mientras sus sueldos son ínfimos, pronto arraiga en las cigarreras un sentimiento de clase y de grupo unido que no duda en levantase y en protestar en pos de mejorar sus condiciones laborales, sobre todo a partir de finales del siglo XIX y a lo largo de los años veinte y treinta del siglo pasado, cuando la mecanización irrumpe en las tabacaleras y reduce puestos de trabajo.

Las plantillas de trabajadoras de las fábricas españolas no dejaron de aumentar desde que se instalaron. A esto contribuyó sin duda, el hecho de la democratización del consumo de tabaco, de su abaratamiento por la aparición del cigarrillo de papel a comienzos del siglo XX, y por convertirse el fumar en un uso social en continuo aumento dentro de las clases trabajadoras.

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Cuando la CAT se hace cargo del arriendo de la producción del tabaco en 1887, la empresa tenía en nómina unas 30.000 operarias distribuidas en las fábricas españolas, habiéndose convertido en el mayor empleador industrial de mano de obra femenina de todo el Estado. La Compañía Arrendataria de Tabacos irá procediendo a la modernización de su producción con la maquinización: máquinas picadoras, desvenadoras, tiruleras, liadoras y prensas, empaquetadoras, etc, aunque cabe decir que en España este proceso se inicia de forma rápida e inexorable a partir de 1909, treinta años más tarde que en las empresas privadas europeas y norteamericanas, concluyéndose el proceso en la década de los veinte.

Al mismo tiempo, se irá reduciendo el número de trabajadoras según se iba procediendo a la mecanización, iniciándose una renovación de la plantilla a la que se fue encomendando la implantación de nuevas formas de trabajo. Dicha plantilla se redujo a una tercera parte entre 1896 y 1936, cifrándose en 12.000 las trabajadoras españolas del tabaco en vísperas de la Guerra civil.2

Merece la pena detenerse ahora en la imagen arquetípica que se tiene de la cigarrera y es imprescindible comenzar por su etimología. 2 Gálvez Muñoz, Lina, Compañía arrendataria de Tabacos, 1887-

1945. Cambio tecnológico y empleo femenino, Madrid, Lid, 2001,

pág. 35.

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Según el Diccionario de la RAE, la voz «cigarro» proviene del maya siyar y se define como: «rollo de hojas de tabaco, que se enciende por un extremo y se chupa o fuma por el opuesto.» De esta voz, por tanto, aparece el término cigarrero/-ra, «persona que hace o vende cigarros.»

Pero la cigarrera no nace en Sevilla, sino en Cádiz. Es en la fábrica gaditana donde se comienza a elaborar el “tabaco de fuma” (siempre elaborado por mujeres), mientras que en la planta de Sevilla se procesa el “tabaco en polvo”. El cambio del gusto de los consumidores del tabaco en polvo por el tabaco de fuma a finales del siglo XVIII y principios del XIX hizo que la factoría de Cádiz quedase obsoleta para atender la demanda, por lo que el centro de Sevilla comenzó a producir cigarrillos aumentando su plantilla y contratando mujeres a semejanza de la fábrica de Cádiz.

Grupo de cigarrreras y pureras de Sevilla. ¿1900?

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Como se ha comentado, la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla inicia su andadura en 1757, pero desde 1620 se venían realizando las labores artesanas con el tabaco en la capital del Guadalquivir. Por tanto, durante casi 200 años el trabajo tabaquero estuvo en manos de los hombres, debido al trabajo físico que el procesamiento del “tabaco en polvo” requería. Es hacia 1812 cuando la fábrica de Sevilla comienza a contratar a mujeres para la producción de puros y cigarrillos bajo las premisas antes mencionadas: su supuesta docilidad laboral y la creciente demanda del tabaco de fuma.

Con la irrupción de las cigarreras y con su aumento constante durante todo el XIX, la fábrica de Sevilla alcanza la imagen que le haría mundialmente famosa. Entre sus muros se establecen y amplían continuamente los distintos talleres, en los que las operarias desarrollan su actividad. José Manuel Rodríguez Gordillo recoge de esta forma el esquema de funcionamiento laboral de las mujeres en la fábrica de Sevilla, que se ampliará al resto de factorías:

Había capatazas, maestras, pureras, cigarreras y aprendizas. Las cigarreras iniciaban su aprendizaje al lado de otra operaria experta, que recibía en compensación una tercera parte del salario obtenido por la pupila. Normalmente, las aprendizas solían entrar en la Fábrica con 13 años; comenzaban despalillando las hojas, hasta que, bajo la vigilancia de la veterana se le

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enseñaba "a hacer el niño", esto es, liar un puro ejecutándolo con la misma precisión y delicadeza con que una matrona experta envuelve en pañales y refajo a un recién nacido. Porque la purera es la aristocracia de la Fábrica. La mejor considerada, la más ágil de manos, la que ya tiene una categoría profesional de la que se siente orgullosa y recibe por ello mejor salario. Se encuentra en condiciones de llegar a maestra.3

Las cigarreras suponen, por tanto, la avanzadilla de la incorporación de la mujer al mundo del trabajo industrial, si bien es cierto que en un principio se trataba de un trabajo más artesano que industrial. De esta forma aparece un proletariado donde la mujer comienza a no depender del hombre y reivindican sus derechos tanto en el trabajo como en su vida personal, forjando una cultura y filosofía de vida a tal punto que el estamento de las cigarreras se convierte en un trabajo familiar, pues solo acceden al oficio las hijas y nietas de las cigarreras. Las mujeres entran a la fábrica a partir de los siete años para cuidar a los bebés de las otras cigarreras y a aprender el oficio. También los hijos de las operarias entran a formar parte de la plantilla de las tabacaleras, trabajando en puestos de carga, supervisión, picado de tabaco o con las máquinas.

3 Rodríguez Gordillo, José Manuel, Sevilla y el tabaco, Sevilla,

Tabacalera, 1984, págs. 67-75.

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La cigarrera siempre ha sido la imagen de

una mujer reivindicativa y de un gran espíritu solidario. Rápidamente tomaron conciencia de su poder al ser tan numerosas y estar concentradas en un mismo espacio. Esto les hace fuertes frente a sus superiores y sus reivindicaciones laborales se centran en varias manifestaciones y huelgas a lo largo de los siglos XIX y XX. En estas huelgas, sus objetivos básicos coincidían con los del proletariado masculino, pero, por ejemplo, cuando se luchaba por la implantación de la jornada fija de 8 horas, las cigarreras no estuvieron de acuerdo y lucharon por su cuenta. Esto viene motivado por la necesidad de compaginar la vida laboral y la vida personal en el hogar, pues hasta entonces el horario de entrada y salida de las cigarreras era flexible en unas dos horas.

El surgimiento de los ideales internacionalistas en Europa unidos a los de la revolución Gloriosa de 1868 en España, introducen entre el colectivo de trabajadoras las ideas revolucionarias y republicanas. Debido a la crisis nacional e internacional, se crearon en las mismas fábricas los denominados talleres auxiliares, donde las mujeres mayores de 65 años quedaban trabajando en las tareas menos pesadas. A este respecto, debe recordarse que no es hasta 1946 cuando se reconoce el derecho de jubilación a este colectivo.

Como se ha comprobado, durante todo el siglo XIX, se suceden las protestas frente los

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patrones, apareciendo en 1830 la primera huelga general de este colectivo. En 1872 ante la implantación en una fábrica de una máquina importada de Inglaterra que hacía cigarrillos, las obreras se pusieron en pie frente a la inminente mecanización y arrasaron las máquinas que encontraron a su paso. Avanzado el siglo, en 1887, se empiezan a mecanizar las plantas tabaqueras; por lo que a las «novicias» para entrar a trabajar, se les exigía ser más que familiar de cigarrera, se les pedía saber leer, escribir y las cuatro reglas. Comenzado el proceso industrializador en el sector tabaquero, paulatinamente, se realizó la consiguiente incorporación del hombre a esta fábrica, hecho que se fue realizando durante lo que quedaba de siglo, así aparecieron los puestos de mecánicos, electricistas, ingenieros, etc.

Es a principios del siglo XX cuando se empieza a notar más fuertemente las influencias internacionalistas, así se creó la cooperativa "Unión Tabacalera" que, en sus principios, como el resto de las asociaciones obreras, nació como un montepío para las trabajadoras. En 1916 se suceden huelgas por todo el país, lo que paraliza la producción de cigarrillos y puros. En 1917, ante las movilizaciones en contra del Gobierno para mejorar las condiciones de trabajo de las cigarreras, los movimientos contra la patronal se dividen en rojas o coloradas (durante la Guerra Civil) y amarillas. Las primeras, más reaccionarias contra el poder fueron influidas por las ideas

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socialistas, marxistas y anarquistas, frente a las amarillas, más transigentes a la cooperación con la patronal.

Salón general de cigarrillos. Fábrica de tabacos de Logroño.

La estampa, 1928

Centrando ahora este repaso histórico en la fábrica de tabacos de Logroño se deben destacar dos fechas cruciales: el 14 de junio de 1890, inauguración oficial de la planta y el 30 de diciembre de 1921. En los albores de 1922 se inicia en Logroño, como recuerda Carlos Gil Andrés: «la primera huelga de brazos caídos de la que tenemos noticia»4. En esta huelga, iniciada 4 Gil Andrés, Carlos, Echarse a la calle. Amotinados, huelguistas y

revolucionarios (La Rioja, 1890-1936), Zaragoza, Prensas

Universitarias de Zaragoza, 2000, pág. 154.

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por los desacuerdos surgidos en la reglamentación para la admisión de nuevas operarias, tal y como describe el citado autor:

Las 540 operarias asociadas, de una plantilla total de 630 trabajadores, permanecen encerradas en sus lugares de trabajo durante tres días hasta que desalojan la fábrica el 1 de enero. El conflicto sigue en pie durante cinco semanas y, finalmente, la Compañía Arrendataria de Tabacos concede las peticiones de las obreras.5

Con todo, el carácter fuerte y luchador de estas mujeres está presente desde los inicios de la historia manufacturera del tabaco: antes de la industrialización, la cigarrera también lucha por sus derechos; sin embargo, la ya citada eclosión laboral de la mujer en Sevilla fomenta una imagen muy peculiar: cientos de muchachas jóvenes con mantón sobre los hombros, pelo recogido en rodete y abanico en mano pueblan las inmediaciones de la calle de san Fernando, un espectáculo para propios y visitantes que, unido al fuerte carácter femenino de estas mujeres, forja un mito literario.

Cabe desterrar aquí la leyenda urbana que asegura que fueron las cigarreras quienes inventaron el mantón de Manila. Esta prenda de vestir no es originaria de Sevilla ni de Manila, sino de China, desde donde se exportaba la seda a 5 Ibid., p. 155.

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Manila para llegar a España. Lo que sí es cierto es que las cigarreras aprovechaban las telas de seda en que venían envueltas las hojas de tabaco para confeccionarse mantoncillos con los que cubrirse los hombros.

Una vez realizado este breve, pero necesario repaso por la creación e implantación de la industria fabril tabaquera en España y por la razón de ser de su mano de obra, sustento económico de parte de la población española durante tanto tiempo y por tanto un colectivo de gran importancia social, podemos pasar al objeto de nuestro estudio: la aparición de la cigarrera en la literatura.

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Carmen. Literatura europea sobre cigarreras Prosper Merimée construye su obra cumbre en torno a una mujer, Carmen. Esta representa la imagen de la mujer fascinante que irrumpe a modo de objeto del apetito masculino y, a la vez, fuente del mal. En ella se nos ofrece una síntesis entre la belleza, el deseo y la perversidad con elementos de fatalidad. Además de esto, Carmen es una seductora nata, una bella infiel y adúltera incluso hasta llegar a la prostitución, por un lado, exótica y salvaje por su ascendencia gitana por otro, y a la vez símbolo de la mujer liberada y moderna.

La cigarrera, por las virtudes anteriormente citadas en el apartado histórico, es idealizada por los viajeros románticos quienes crean un símbolo exótico uniendo en ella los tópicos de la tierra andaluza. Asimismo, de una forma magistral, Merimée confronta el carácter dionisíaco (Carmen) con el apolíneo (Don José). Este choque clásico y la cultura literaria del romanticismo hacen que la audacia y la osadía de una mujer a mediados del siglo XIX no pueda acabar sino con un fuerte castigo, encontrando así, nuestra protagonista, la muerte.

Como pasa en muchas ocasiones, tras la muerte, nace el mito y Carmen vive en la música, en la pintura, en el cine (recuérdese que es uno de los primeros mitos literarios en ser llevados a la gran pantalla, en concreto, cabe destacar la cinta

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que dirige Arthur Gilbert en 1907) y en la literatura, pero sobre todo en la literatura europea, ya que, en la literatura española, dará paso a otra mujer que cuadra perfectamente, con el devenir histórico de la cigarrera.

Cigarreras sevillanas a finales del siglo XIX. Enrique Paternina. Grabado para la revista La Ilustración Española y Americana

En este viaje literario por el que vamos a

acompañar a las cigarreras, merece la pena detenerse en cuatro autores europeos y sus obras: Richard Ford y su A Handbook for Travellers in Spain and Readers at Home (1844); Jules Claretie y su obra Journées de voyage, Espagne et France (1870); Edmondo de Amicis y La Spagna, (1872) y

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Pierre Louÿs y su novela La Femme et le panti (1898).

Mención aparte merecen todos los tratadistas y viajeros británicos que durante el siglo XIX y sobre todo a raíz de la obra de Ford se sienten atraídos por el ambiente castizo de Andalucía y emprenden viajes que luego publican como diarios y cuadernos de viaje, cuyos títulos son realmente reveladores: Excursions in the Mountains of Ronda and Granada with Characteristic sketches of the Inhabitants of the South of Spain de Charles Rochfort Scott (1838); Spain as it is, de George Alexandre Hoskins (1851); Impressions in Spain in 1866, de Lady Herbert (1867) y Spanish cities with Glimpses of Gibraltar and Tangier, de Charles Stoddard, publicada en 1892.

Richard Ford, con ojo clínico y viendo la escasa industrialización española durante el primer tercio del siglo XIX dice que «Los fabricantes de puros en España son, de hecho, los únicos que trabajan de verdad.» No acaban ahí sus apreciaciones ya que pronto llama la atención sobre la mano de obra, mujeres que se afanan en su labor: «Los muchos miles de manos que se emplean en esto en Sevilla son principalmente manos femeninas: una buena obrera puede hacer en un día de diez a doce atados, cada uno de los cuales contiene cincuenta cigarros puros; pero sus lenguas están más ocupadas que sus dedos, y hacen más daño que los puros.»

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Continuando con su descripción costumbrista, Ford elabora una imagen muy alejada de lo que Merimée dijo de Carmen en esos mismos años: «Muy pocas de ellas son guapas y, sin embargo, estas cigarreras cuentan entre las personas más conocidas de Sevilla y forman clase aparte.» Aunque sí coincide con Merimée en su forma de ser: «Tienen fama de ser más impertinentes que castas; llevan una mantilla de tira especial, que está siempre cruzada sobre el rostro y el pecho, dejando sólo la parte superior, o sea sus facciones más pícaras, al descubierto.»

Si las escenas que más se repiten en los cuadros dedicados a las cigarreras (especialmente pintados por Gonzalo Bilbao, García Ramons o Enrique Paternina) son en las que vemos a las operarias a pleno rendimiento en estampas coloristas, otro de los momentos clave que se repite en estas novelas es el de la entrada y más especialmente la salida de las cigarreras del trabajo, un momento siempre alegre y en el que las cigarreras aprovechaban para sustraer de sus puestos de trabajo tabaco para su consumo. De esta forma nació una coplilla que aludía al típico peinado en moño (que vemos en todos los cuadros) de las cigarreras:

Llevan las cigarreras en el rodete un cigarrito habano para su Pepe.

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En cualquier caso y volviendo a las palabras de Ford sobre este asunto: «Estas damas son objeto de un registro ingeniosamente minucioso al salir del trabajo, porque a veces se llevan la sucia hierba escondida de una manera que su Católica Majestad nunca pudiera haber soñado.»

En Journées de voyage, Espagne et France (1870) Jules Claretie también se detiene a describir la figura y la belleza de las cigarreras, sin duda tratada con el poso de Carmen de forma latente: «Tienen la misma gracia sana y apetitosa. Estos millares de cabezas morenas donde, aquí y allá, amarillean algunas cabelleras de oro; estas cabezas vivas agitadas, todas adornadas de flores rojas; estas blusas entreabiertas, estas faldas claras, estos niños en las cunas, situados al lado de sus madres y que ellas mecen mientras trabajan; estos vestidos colgados en la pared, como los cachivaches en casa del revendedor; este sol andaluz jugando sobre estos brazos redondos, sobre estos cuellos elegantes, sobre estas manos que lían alegremente…», una visión romántica que es la que ha pervivido en el inconsciente colectivo.

Años después de la visita de Claretie a Sevilla, en concreto en 1872, llega procedente de Italia, a la corte de Amadeo I de Saboya, Edmondo de Amicis, en cuya obra La Spagna, dedica un episodio a hablar de las cigarreras sevillanas y su

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entorno. Amicis habla de 800 operarias, «800 cabelleras negrísimas y 800 rostros morenos de las varias provincias andaluzas, desde Jaén a Cádiz y desde Granada a Sevilla.» Las diferentes salas de elaboración de cigarrillos son como una casa para las operarias, un microcosmos que ya Amicis observa desde una óptica más realista, dejando en sus apreciaciones un lamento por el tiempo pasado: «De la sala de los puros se pasa a la de los pitillos; de la de los pitillos a la de la picadura, y por todas partes se ven sayas de color vivo, trenzas negras y ojazos inmensos. ¡Cuántas historias de amor, de celos, de abandono y miserias encierra cualquiera de aquellas salas!»

Pierre Louÿs trata a las cigarreras con un velo erótico (que imprime a toda su obra, tanto poética como narrativa) en el contexto de la literatura francesa finisecular. En novela La Femme et le panti (1898), La mujer y el pelele, describe una realidad sociológica de miseria material y moral que, aún cubierta de matices y sutilezas sensuales, no deja de ser hiriente e irónica.

El fragmento que se reproduce a continuación corresponde al capítulo cinco de la obra, donde el protagonista Mateo (trasunto del autor), comienza un paseo por Sevilla un día caluroso y acaba frente a la fábrica de tabacos. Al entrar, el panorama que contempla no puede ser más perturbador para el alma y para el cuerpo:

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…casi todas trabajaban con el torso desnudo, con una simple falda de tela floja por la cintura y con frecuencia recogida hasta la mitad de los muslos. El espectáculo, no obstante, era de lo más variado: mujeres de todas las edades, niñas y viejas, jóvenes y menos jóvenes, obesas, gordas, delgadas o descarnadas. Algunas estaban en cinta. Ciertas daban de mamar a sus niños. Otras no eran todavía núbiles. Había de todo en aquella multitud desnuda, excepto vírgenes, probablemente. Incluso muchachas muy lindas. El contraste no puede ser más singular entre la pobreza de su ropa interior y el cuidado, llevado al extremo, con que se preocupan de su cabeza tan cargada de pelo. Pues van peinadas y rizadas como lo harían para ir al baile, y se dan polvos hasta la punta de los senos, incluso por encima de las santas medallas. Ni una tan sólo que no lleve en el moño cuarenta horquillas y una flor roja. Ni que envuelto en su pañuelo no haya un espejito pequeño y la borla blanca. Diríase actrices en traje de mendigas.

Como conclusión a este apartado, se advierte que todas las descripciones sobre las cigarreras y su mundo se hacen en un microcosmos concreto, el de la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla, tanto por el influjo y embrujo de Carmen como por el atractivo pintoresco del folclore andaluz, que atrajo para sí innumerables viajeros europeos (y para muestra un botón) que reflejaron en sus obras la naturaleza del sur de España.

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Amparo. Literatura española sobre cigarreras La conclusión que se ha elaborado anteriormente debe ser rebatida con la realidad de las cigarreras en la literatura española. Los autores patrios no alejándose de Sevilla, prestan más atención a otros centros fabriles como los de Cádiz, La Coruña, Madrid y Logroño. A partir de ahora se abordarán obras como La hermana san Sulpicio, de Armando Palacio Valdés (1889), las piezas dramáticas La cigarrera de Cádiz y La fábrica de tabacos de Sevilla de José Sánchez Albarrán (1846 y 1850), Rosa la cigarrera de Madrid de Faustina Sáez de Melgar (1872) y en último lugar, la novela de Emilia Pardo Bazán, La Tribuna (1883).

No perdiendo de vista Sevilla, Palacio Valdés nos sitúa en la fábrica de la calle de san Fernando una escena de su novela La hermana san Sulpicio. En este pasaje, el protagonista, Ceferino Sanjurjo, se adentra en la fábrica en busca de Paca, una cigarrera que anteriormente había sido criada de Gloria Bermúdez, es decir, la hermana san Sulpicio.

El relato de Palacio Valdés no difiere mucho del tono romántico con el que los autores extranjeros que hemos visto habían tratado el mundo de las cigarreras, así describe los salones de la fábrica: «Tres mil mujeres se hallaban

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sentadas en un vasto recinto abovedado; tres mil mujeres que clavaron sus ojos sobre mí. […] Apenas se respiraba en aquel lugar. El ambiente podía cortarse con un cuchillo. Filas interminables de mujeres, jóvenes en su mayoría, vestidas ligeramente con trajes de percal de mil colores, todas con flores en el pelo, liaban cigarrillos delante de unas mesas toscas y relucientes por el largo manoseo.»

En cuanto a la descripción de las mujeres, Palacio Valdés se detiene menos que otros autores: «El tipo de todas aquellas mujeres variaba poco; cara redonda y morena, nariz remangada, cabellos negros y ojos negros también y muy salados.» Sin embargo, sí que plasma ese descaro o desparpajo de las cigarreras, que increpan al joven Ceferino mientras pasa a su lado: «No podía mirar a cualquier parte sin que me llamasen con la mano o con los labios, haciéndome alguna vez muecas groseras y obscenas. A duras penas el miedo al inspector y la maestra las retenía. Si me fijaba en alguna más linda que las otras, al instante me clavaba sus grandes ojos fieros y burlones, diciendo en voz baja: “Atensión, niñas, que ese señó viene por mí”. O bien: “¡Una miraíta más y me pierdo!”»

Las piezas dramáticas La cigarrera de Cádiz (1846) y La fábrica de Tabacos de Sevilla (1850) ambas de José Sánchez Albarrán se insertan dentro del denominado género andaluz del teatro del siglo XIX. Junto al denominado

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“teatro serio”, el “teatro menor” (sainetes, bailes dramáticos, la tonadilla escénica, piezas breves…) puebla los escenarios españoles del siglo XIX. Todos ellos, con cierta vocación costumbrista referenciaban sobremanera los espacios y motivos andaluces, hasta tal punto que todas esas piezas llegarían a incardinarse dentro del ya citado “género andaluz”.

En lo que a nosotros se refiere destacamos estas dos piezas de Sánchez Albarrán, que toman del ya popular mundo de las cigarreras sus argumentos. En ambos casos el mundo de las gitanas y los bandoleros son los estereotipos reflejados, más allá de pretender una mera dramatización de las acciones de cada día. Interesa pues más el pintoresquismo de los personajes en la acción dramática que mostrar el mundo del tabaco que les rodea, excusa ambiental como en otras ocasiones lo son las tabernas o las postas.

Con la publicación de Rosa la cigarrera de Madrid de Faustina Sáez de Melgar (1872), se comienzan a advertir los cambios que se producen en el tratamiento literario de las cigarreras, que abandona a Carmen para acercarse a la Amparo de La Tribuna. La autora madrileña publica en la plenitud de su carrera esta extensa novela (editada en dos volúmenes) que transcurre entre la primera guerra carlista y la revolución de 1845 relatando los avatares de Rosa, una mujer de pueblo y Tula, una aristócrata que forman, junto a Jaime un triángulo amoroso. En la novela vemos a

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Rosa trabajar como cigarrera en la fábrica de Madrid, donde participa activamente en los motines revolucionarios de la capital de 1854.

La descripción de la vida fabril y el motín de las cigarreras ocupan el capítulo primero del primer tomo y los capítulos nueve y diez del segundo tomo. Como recuerda Cristina Enríquez de Salamanca: «La fábrica de tabacos de la calle Embajadores de Madrid es el elemento físico descrito con más detalle de toda la novela, atendiendo a sus características arquitectónicas, material de construcción, longitud y fecha de construcción.»6

Es sin duda el centro fabril de Madrid el que acoge todos los grandes motines de las cigarreras durante el siglo XIX, lo que hace que se refleje en la literatura y en la prensa de la época. Si en Andalucía tenemos a la gitanilla Carmen, en Madrid el folclore ha relacionado a las cigarreras con las «manolas» quienes hacia la publicación de la novela de Sáez de Melgar ya se habían desprovisto del filtro romántico pasando a ser sino un grupo de alborotadoras y levantiscas mujeres que habitaban en los barrios populares de la ciudad. De esta forma lo refleja Benito Pérez Galdós en su Episodio Nacional “La España Trágica”: «Vuelve los ojos a otra parte y verás la 6 Enríquez de Salamanca, Cristina, «"Rosa la cigarrera de Madrid"

(1872) de Faustina Sáez de Melgar como modelo literario de "La

Tribuna" (1883) de Emilia Pardo Bazán», en La Tribuna: cadernos

de estudios da Casa Museo Emilia Pardo Bazán, 6, 2008, pág.

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Fábrica de Tabacos, que alberga la comunidad de cigarreras, alegría del pueblo y espanto de la autoridad.»

Trabajadoras de la fábrica de tabacos de Madrid, ¿1915?

Emilia Pardo Bazán publica La Tribuna en

1883, novela que la mayoría de la crítica considera íntegramente del ciclo naturalista de esta autora. La Tribuna narra la historia de Amparo, cigarrera en la Fábrica de Tabacos de Marineda (trasunto de La Coruña), que participa en el movimiento federalista, es seducida por un hombre que la abandonará y acaba dando a luz a un hijo en el momento en que se proclama la Primera República en 1873.

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Como recuerda González Herrán, el germen de La Tribuna está en el artículo de la misma autora La cigarrera, que publica en 1881 y donde de una forma muy visual describe los centros fabriles como: «colmena inmensa donde las abejas son las mujeres y la miel y la cera puros y pitillos.»7

En La Tribuna, Pardo Bazán describe así el modo de trabajar de las cigarreras, tanto de Amparo como de sus compañeras: «Agitábanse las manos de las muchachas con vertiginosa rapidez: se veía un segundo revolotear el papel como blanca mariposa, luego aparecía enrollado y cilíndrico, brillaba la uña de hojalata rematando el bonete, y caía el pitillo en el tablero, sobre la pirámide de los hechos ya, como otro copo de nieve encima de una nevera.»

Aunque hasta ahora hemos hablado aparentemente de la escasa similitud entre Carmen y las posteriores heroínas cigarreras, al final de esta conferencia se hace necesario hablar de sus puntos comunes: Carmen, Rosa y Amparo son decididas y valientes, dispuestas a empuñar las armas si es preciso por ganarse la libertad. También podemos hablar de los triángulos amorosos que completan la trama entre los 7 González Herrán, José Manuel, «La cigarrera y el militar:

Carmen (1845), de P. Merimée; La Tribuna (1883) de Emilia

Pardo Bazán y algunos textos más», en La literatura española del

siglo XIX y las literaturas europeas, coord. Enrique Rubio

Cremades, Marisa Sotelo Vázquez, Virginia Trueba Mira, Blanca

Ripoll Sintes, PPU, Barcelona, 2011, págs. 193-206.

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protagonistas en los tres casos. Sin embargo, el final trágico de la primera no se repite en las otras dos: Rosa acaba contrayendo matrimonio con Jaime mientras que Amparo da a luz a su hijo, mientras que España proclama su primera república.

La cigarrera logroñesa

Continuando en esta línea de la cigarrera española, encontramos el poema La cigarrera que el autor local Luis Martínez Pineda compone en 1906 inspirado al ver a las cigarreras de Logroño entrar a la fábrica de Portales. No exento de cierto lirismo, el poema supone el reflejo de una nueva cigarrera, la del siglo XX. Dejadas atrás las Cármenes de Sevilla y las manolas de Madrid, la cigarrera que ahora trabaja (no solo en Logroño) es ya una obrera de base. En este fragmento de la descripción de una cigarrera, el autor no deja de recurrir a los tópicos de la belleza a los antes también nos hemos referido:

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Irradian dulces fulgores los fuegos de su mirada; en su cara de carmines brilla el contento del alma, y su juventud se muestra en unos labios de grana palpitantes en deseos y temblorosos en ansias. En toda su personilla, en su ropa limpia y blanca va pregonando valiente del vivir la dicha sana; que hay en su morada aseo, tranquila paz en la casa, glóbulo rojo en sus venas y en su mesa la abundancia.

El espaldarazo definitivo que sepulta a Carmen en el mito y que nos muestra a la nueva cigarrera del siglo XX lo da el artículo de Paulino Masip “Cigarreras de Logroño” que publica en 1928 en la revista La Estampa. Masip inicia con estas líneas su artículo: «La única representante de la estirpe de Carmen que yo he conocido en Logroño murió hace unos meses. Se llamaba Dolores, era una viejecita de más de setenta años, menuda y frágil. Era sevillana y había ido a Logroño cuando se fundó la fábrica, en 1890. Con esta viejecita desapareció de Logroño el último vestigio de una leyenda literaria, vestigio remotísimo por otra parte y que no tenía más

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asidero que estas dos palabras: cigarrera y sevillana.»

Continúa el autor animando al lector a que olvide a Carmen al volver la vista a la fábrica de Logroño. En ella no hay Cármenes, sino Marías: «La cigarrera logroñesa no se llama Carmen. Se llama María. Se llama este nombre tan claro, tan limpio, tan ingenuo, tan sin perfume: María. Todo el Santoral está representado en la Fábrica, pero la cigarrera=tipo, la cigarrera=símbolo, la Cigarrera, con letra mayúscula, se llama María.» y esta María ya no es cigarrera, sino tabaquera y acepta las condiciones de la patronal, como ponerse un uniforme.

Quizá este hecho visual sea el que ha matado a Carmen: «Carmen, la cigarrera, lleva flores en el pelo, ríe, burla, canta, María, la tabaquera, acepta el serio uniforme de la clase, trabaja, piensa, forma cooperativas, presta sus servicios al común, etc., etc.» como ya apuntaba el poema de Martínez Pineda, aunque no se haya detallado.

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Conclusiones

A la luz de lo expuesto anteriormente, se pueden extraer algunas conclusiones. En primer lugar, que es la Carmen de Merimée la que hace grande (artísticamente hablando) a la cigarrera, un mito extranjero que después adoptará la literatura española. Con él se inicia una literatura de cigarreras que toma dos rumbos concretos: el del tratamiento europeo y el netamente hispánico.

En el primero asistimos durante todo el siglo XIX a una repetición del mito del autor francés que, con sus más y sus menos, salpica la literatura de viajes de los literatos europeos que se acercan hasta Sevilla. En España, sin embargo, evoluciona de una forma real y diferente: Carmen ya no es un mito, sino que se convierte en mujer, en Rosa, en Amparo, en María y, aun siendo deudora de la tradición de Merimée, evoluciona socialmente como lo hacen las cigarreras y todas se convierten en un símbolo de la mujer libre y moderna.

Espero que el lector encuentre en estas páginas un punto de partida que le anime a introducirse en las novelas citadas y en el mundo de las cigarreras que ya solo queda en el recuerdo pues en la realidad de los primeros años del siglo XX, la elaboración de cigarrillos ha desaparecido en España con el cierre de la fábrica de Logroño tras 125 años de historia en La Rioja y más de 400 en España. Queda por tanto impresa mi admiración y mi agradecimiento a todas las cigarreras de España y que, simbólicamente, cito en estas cuatro: Carmen, Rosa, Amparo, María.

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Bibliografía crítica Comín Comín, Francisco; Martín Aceña, Pablo,

Tabacalera y el estanco del tabaco en España: 1636-1998, Alicante, Fundación Tabacalera, 1999.

Enríquez de Salamanca, Cristina: «"Rosa la cigarrera de Madrid" (1872) de Faustina Sáez de Melgar como modelo literario de "La Tribuna" (1883) de Emilia Pardo Bazán», en La Tribuna: cuadernos de estudios da Casa Museo Emilia Pardo Bazán, 6, 2008, págs. 135-148.

Gálvez Muñoz, Lina, Compañía arrendataria de Tabacos, 1887-1945. Cambio tecnológico y empleo femenino, Madrid, Lid, 2001, pág. 35.

Gil Andrés, Carlos, Echarse a la calle. Amotinados, huelguistas y revolucionarios (La Rioja, 1890-1936), Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2000.

González Herrán, José Manuel: «La cigarrera y el militar: Carmen (1845), de P. Merimée; La Tribuna (1883) de Emilia Pardo Bazán y algunos textos más», en La literatura española del siglo XIX y las literaturas europeas, coord. Enrique Rubio Cremades, Marisa Sotelo Vázquez, Virginia Trueba Mira, Blanca Ripoll Sintes, PPU, Barcelona, 2011, págs. 193-206.

Rodríguez Gordillo, José Manuel, Sevilla y el tabaco, Sevilla, Tabacalera, 1984.