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    LA OPOSICIN POLTICA EN EL RGIMEN DEMOCRTICO

    I. Democracia y oposicin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41

    II. Oposicin y cultura poltica . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43III. Los roles de la oposicin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45

    IV. Algunos presupuestos de la funcin opositora . . . . . . . . 49

    V. Dos posibles tentaciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56

    VI. Reflexin final . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58

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    LA OPOSICIN POLTICA EN EL RGIMEN DEMOCRTICO

    I. DEMOCRACIA Y OPOSICIN

    El tpico que nos concita ocupa un espacio importante en la gran temti-ca constitucional de la limitacin del poder, en la continua y dialcticarelacin entre autoridad y libertad y en la consiguiente bsqueda afanosa deun equilibrio razonable que asegure en cada momento histrico, la reali-

    zacin de la dimensin individual-social de la persona, la sociedad y elEstado, como centros de expansin vital, que de modo necesario, se pre-suponen coordinadamente y en cuya consecuencia acta el derecho cons-titucional en una concepcin plenaria como tcnica de la conciliacinde la autoridad y libertad en el marco del Estado; ello, segn AndrHauriou, conjugando las perspectivas de una tcnica de la autoridad,de Marcel Prelot, con una tcnica de la libertad, de Mirkine de Guetze-

    vicht.La institucionalizacin de los roles de la oposicin en un rgimen pol-tico, se ha constituido en uno de los perfiles esenciales que hacen tanto ala liberalidad de las instituciones, como al ejercicio abierto del poder y alequilibrio del sistema.

    En una mirada retrospectiva, es posible sealar tres grandes etapasque jalonan el desarrollo de las instituciones democrticas: una primera,se caracteriza por el reconocimiento del derecho que tienen los miembrosde una sociedad a participar con su sufragio en las decisiones del gobiernoLuego adviene otra poca histrica, en que ese reconocimiento se ensan-cha en el derecho de los mismos a estar representados en el gobierno, me-diante mecanismos representativos. Finalmente y esto es destacable,aquel proceso de democratizacin requiere como presupuesto indiscutibleel derecho con sentido de una oposicin organizada, de suscitar en losactos electorales y en el seno del parlamento, votaciones contrarias al go-

    bierno.Robert Dahl, a quien pertenece esta resea evolutiva, nos destaca tam-

    bin que el derecho configurativo de la ltima etapa, bajo su forma ms

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    desarrollada puede considerarse tan moderno, que muchos de nuestroscontemporneos ya haban nacido antes que apareciese en la mayor partede Europa occidental. Es importante saber que en 1964, de los Estados

    miembros de las Naciones Unidas, slo unos 30 tenan sistemas polticoscon una oposicin de partidos legalizada y organizada ya en el curso deldecenio precedente.1

    Es por ello que puede afirmarse, sin eufemismo, que en la actualidadva desarrollndose una plena y clara conciencia, en el sentido de que lavigencia de un rgimen democrtico exige la existencia de uno o ms par-tidos polticos de oposicin, que no slo disputen el acceso al poder con

    el que lo ocupa, sino que discutan con l las soluciones polticas a losrequerimientos sociales, como una dimensin insoslayable del pluralismoy de la convivencia en el disenso, presupuesto inexcusable de la democracia.

    La existencia de una oposicin legalmente admitida en el cotejo por elpoder, es un ndice inequvoco de democracia poltica. No es ciertamenteel nico dice Floria, pero si se mira bien, es difcil concebir una de-mocracia suficiente sin una adecuada solucin para el problema de la

    oposicin.2

    Coincidentemente, Burdeau sostiene que para la democraciaclsica, la legitimidad de la oposicin deriva de que sanciona la libertad po-ltica. Esto no necesita demostrarse. Pero las frmulas de gobierno han idoms lejos: de una oposicin legtima han hecho una oposicin necesaria.3

    Refirindose a la reforma poltica mexicana de 1977, Jorge Carpizosostiene que la filosofa que vibra en la exposicin de motivos es go-bierno de la mayora, evitando que las decisiones de stas se vayan a verobstaculizadas; pero la mayora deber or y tomar en cuenta a las mino-ras antes de decidir. Las mayoras son quienes deben gobernar, pero per-mitiendo la participacin poltica de las minoras, ya que el gobierno quelas excluye, no es popular. En sntesis: gobierno de las mayoras con elconcurso de las minoras.4

    La difusin de esta conciencia es tal, que a pesar de no traducirse amenudo en la veracidad de los hechos tan deseable, regmenes autorita-rios que se sustentan en partidos hegemnicos o predominantes, aceptan y

    an fomentan la existencia de partidos opositores, que en la debilidad de

    42 RICARDO HARO

    1 Dahl, Robert,Lavenir de lopposition dans les democraties, Pars, 1966, p. 9, s. e.2 Floria, Carlos A., Una explicacin poltica de la Argentina, C.I.A.S., noviembre de 1967,

    nm. 168, p. 26.3 Burdeau, Georges,La democracia, Barcelona, Ariel, 1960, p. 126.4 Carpizo, Jorge,La Constitucin mexicana de 1917, Mxico, UNAM, 1979, p. 227.

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    su estructuracin son irrelevantes e inofensivos al statu quo, pero quecon un costo poltico nfimo visten muy bien para la presenta-cin democrtica del rgimen.

    II. OPOSICIN Y CULTURA POLTICA

    El surgimiento de la oposicin legalizada o institucionalizada y su de-finitiva consolidacin, implica necesariamente un proceso de desarrollocultural y poltico en las sociedades, que se revela en el marco de lascreencias polticas; en el despertar y crecimiento de ideas, valores y senti-

    mientos que sustentan la vertebracin democrtica, no slo de un gobier-no, sino lo que es mas fundamental, de una concepcin de vida personal,social y poltica, que se apoya sobre la dignidad de la persona humana.

    Ello es as, porque no debemos ignorar que en el fondo de la cuestin,la oposicin es una manifestacin ms de la vieja relacin entre sociedady Estado, y del permanente anhelo para que desde aqulla se controle aste, entre otros medios, por los partidos polticos de oposicin.

    Con frecuencia se afirma que una cierta medida de coincidencia en lofundamental, es necesaria para que funcione fructuosamente un sistemademocrtico de gobierno. Es ms cierto decir que lo esencial es coincidiren los mtodos por los que se han de producir los cambios polticos ysociales.5

    Nosotros compartimos esta segunda opcin, pues la realidad nos de-muestra que generalmente existen bsicas coincidencias en los objetivos

    a logrardesde el gobierno para el bienestar del pueblo. Pero las discre-pancias se manifiestan cuando se comienza a elaborar cules van a serlos mecanismos, los tiempos y las medidas concretas que deben compu-tarse para el logro de tales objetivos. Una cosa son los qu, y otra muydistinta los cmo. Resultan primordiales los fines, la teleologa,pero es indispensable la idoneidad de los mediospara su logro.

    Si la discrepancia es una consecuencia inexorable de la naturaleza ra-

    cional y social del hombre, de su libre albedro y de la convivencia conotros libres albedros, resulta de capital importancia no soslayar estavertiente cultural de la democracia que siendo un estilo de vida, presupo-

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    5 Friedrich, Carl J., Democracy and dissent, Political Quarterly, january-march 1940, cit. porWilliam A. Robson en El sistema de gobierno de la Gran Bretaa, Vida y Pensamiento Britnicos,p. 33.

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    ne no slo ideas democrticas, sino fundamentalmente sentimientos,comportamientos y procedimientos democrticos.

    Se ha dicho e incluso se ha escrito con una expresin no muy ele-

    gante pero s muy decidora que la democracia no es un asunto de ra-zn, sino de tripas, como lo seala Lacroix; es algo que uno lleva consigoy en s; una manera de ser y de situarse con todo lo que esto supone deexpresiones y gestos.6

    Es aqu donde el tema enclava sus races ms profundas, porque es ca-da hombre y todos los hombres que con su real concreto vivir, construyeno destruyen cada da la democracia. No son las declaraciones estentreas

    las que importan, sino los comportamientos polticos concretos, fruto deunproceso educativo para la democracia, pero tambin en la demo-

    cracia, como alguna vez lo hemos sostenido fervorosamente.7

    Todos somos responsables en esta eminente faena; pero es evidenteque la mayor responsabilidad la deben dar las lites y clases dirigentes,tanto desde el poder como desde la oposicin. Es inadmisible que ellascomo lamentablemente ocurre en no pocas ocasiones se prostituyan en

    los hechos, renegando sin pudor alguno de las ideas, sentimientos y actitudesque indeclinablemente reclama una democracia transparente y autntica.Para estas tristes circunstancias, cabe recordar lo que Benjamn Cons-

    tant sentenciaba respecto del despotismo de la convencin: Cuando a la au-toridad representativa no se le imponen lmites, los representantes delpueblo no son ya defensores de la libertad, sino candidatos a la tirana,pues cuando la tirana est constituida puede ser mucho ms horrible,cuanto ms numerosos sean los tiranos.8

    Esto es de vital trascendencia. Aqu est en juego la legitimidad delsistema y de la oposicin en el sistema; porque la oposicin es en lademocracia y no contra la democracia; es para promoverla y ayudarlay, no para sofocarla y distorsionarla. Slo desde esta perspectiva, la opo-sicin funcionar como contestataria, no del sistema democrtico, sinodel gobierno en cuanto determinada e histrica instrumentacin del po-der, pero dentro del Estado e inmersa en el repertorio de creencias v-

    lidas de la sociedad poltica.

    44 RICARDO HARO

    6 Lacroix, Jean, El hombre democrtico, publicado en Sociedad democrtica, Barcelona,Nova Terra, 1964.

    7 Haro, Ricardo,Los presupuestos de la democracia, Buenos Aires, Universitas S. R. L., 1979,p. 39.

    8 Citado por Bertrand de Jouvenel enEl poder, Madrid, Editora Nacional, 1956, p. 335.

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    De no ser as, en caso contrario, estaramos en lo que se ha dado enllamar el antisistema en cuanto la labor opositora tendiese a socavar lalegitimidad del rgimen o producir el impacto deslegitimador como sos-

    tiene, categricamente, Sartori9 y del cual nos ha expuesto con notableagudeza Mario Justo Lpez,10al sealar que desde el punto de vista dela democracia constitucional en todos sus grados y con sus ms diver-sas modalidades y a la luz de la sociologa poltica que no puede elu-dir la cuestin del ajuste entre las formas constitucionales y las fuerzaspolticas, no es posible ignorar la distincin entre los partidos gestadospara desenvolverse normalmente dentro del rgimen democrtico y los

    formados para destruir ese rgimen o actuar al margen de l.No debemos llamarnos a engao. Es preciso reconocer que en el fondode la cuestin existen problemas de autenticidad o hipocresa entre lo quese proclama y lo que se vive. Es un dilema entre el ser y el aparecer .Tanta ser la vigencia efectiva del sistema, cuanto lo sea la vivencia de-

    mocrtica del gobierno y de la oposicin.Como lo ha puesto de resaltoFerrando Bada,11las formas de oposicin estn en funcin de la naturale-

    za del poder poltico vigente en el sistema en cuestin, y por tanto, delprincipio de legitimidad subyacente.

    III. LOS ROLES DE LA OPOSICIN

    Al exponer sobre las funciones capitales de los partidos polticos, Li-nares Quintana sostiene que en una democracia, el partido gobernanteasume la pesada responsabilidad de dirigir el gobierno, mientras que elpartido minoritario toma para s una no menos grave responsabilidad altener que hacer la crtica de los actos de la agrupacin en el poder. Tanimportante como la accin del partido en el poder, es la crtica construc-

    tiva del partido opositor.12

    Ahora bien, no obstante que al hablar de oposicin adquiere espont-nea relevancia la idea de control, estimamos de suma utilidad realizar

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    9 Sartori, Giovanni, Partidos y sistemas de partidos, Madrid, Alianza Universidad, 1980, p.168.10 Lpez, Mario Justo,Esbozo para una teora del partido antisistema, Instituto de Derecho P-

    blico y Ciencia Poltica, Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, 1981, pp. 5-25.11 Ferrando Bada, Juan,En torno a una teora de la oposicin en el sistema democrtico libe-

    ral, en Revista de Estudios Polticos de Madrid, s. f.12 Linares Quintana, Tratado de la ciencia del derecho constitucional, Buenos Aires, Alfa,

    1960, t. 7, pp. 568 y 569.

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    algunas precisiones en este punto, toda vez que la participacin en el es-quema de poder que toda oposicin implica, no siempre debe perseguir niquedarse solamente en dicho objetivo. En tal sentido, creemos opor-

    tuno distinguir dentro de ese rol genrico que sealramos, funciones es-pecficas y diversas que participan desde la oposicin en la formacin dela voluntad poltica de la Nacin y a las que podemos identificar del si-guiente modo: a) control; b) contestacin, yc) cooperacin.

    1. Funcin de control

    Si bien originariamente los Congresos o Parlamentos centraban su fun-cin en la faena legislativa, como vertebral y propia de su misin en elejercicio del poder, la dinmica poltica nos muestra una creciente y pro-gresiva participacin en aqulla de los organismos del Poder Ejecutivo,no slo por su arrolladora y especializada iniciativa legislativa, sino ade-ms, entre otras razones, por la creciente delegacin de facultades legisfe-rantes en su favor, los reglamentos o decretos de necesidad y urgencia, yel poder de veto y de promulgacin parcial que dispone en algunos siste-mas presidenciales, contra los proyectos sancionados por las Cmaras endisconformidad con sus enfoques polticos.

    Este acrecentamiento inusitado del Ejecutivo en desmedro del Legis-lativo, ha puesto de relevancia con ms vigor que nunca la cardinal fun-cin de control que deben ejercer los Parlamentos respecto de los actos deaqul. El recordado profesor Csar Enrique Romero,13 compartiendo ladoctrina contempornea, expresa que las funciones del Estado moderno

    no seran ms que dos: de un lado gobierno, a cargo del Ejecutivo (po-der de impulsin y direccin); y del otro, la funcin de control(poderde influir o impedir), ejercida por el Legislativo y, en la medida del caso,por el Judicial.

    No debemos olvidar que una de las finalidades abecedarias del consti-tucionalismo, es la de limitar la concentracin del poder absoluto en ma-nos de un nico rgano, distribuyendo las diferencias funcionales estata-

    les entre varios rganos o titulares de poder. Si est distribuido y ejercidoconjuntamente, el poder est al mismo tiempo limitado y controlado.14

    46 RICARDO HARO

    13 Romero, Csar Enrique,Derecho constitucional, Buenos Aires, Zavala, T. 1, p. 218. Vase,tambin, Xifra Heras, Jorge, en Curso de derecho constitucional, Barcelona, Bosch, t. II, pp. 127-180, s. f.

    14 Loewenstein, Karl, Teora de la Constitucin, Ariel, 1965, p. 232, s. l. i.

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    Si con una afirmacin de un valor casi axiomtico, podemos afirmarque siempre a mayor poder debe necesariamente corresponder un mayorcontrol, no aparecer difcil asentir que gobierno y control, los que

    mandan y los que fiscalizan, son trminos ineluctables para un correctoejercicio del poder poltico.

    Preocupado por estos propsitos, Oyhanarte ha sealado con prover-bial lucidez 15que el Parlamento es un escenario que existe para que elsector legislativo del gobierno concurra a l y d la cara ante el pas yse someta al control de la minora como acto previo a la vigencia de lasnormas. A su turno, la minora tambin comparece, pero no tanto para

    legislar, sino ms bien para hacerse or, para debatir, criticar, denunciar,investigar, ilustrar a la opinin pblica, mostrar cul es la politique derechangey ejercer su derecho a convertirse en mayora.

    2. Funcin contestataria

    En este permanente dilogo entre mayora y minoradel que nos habla

    Georges Vedel como una de las cinco instancias coloquiales en la dinmicadel poder, la oposicin debe asumir tambin una actitud contestatariaesencial a la dialctica democrtica y que Duverger distingue en tres ti-pos o niveles diferentes: a) una lucha sin principios; b) una lucha sobreprincipios secundarios y c) una lucha por principios fundamentales.16

    Esta postura crtica que debe inspirarse en los ideales democrticos yfundarse con slidos argumentos, estar dirigida contra aquellas medidasque se entienden perjudiciales al inters general, de forma tal que incitenal gobierno a poner en discusin pblica, las razones y los objetivos quese persiguen con las mismas.

    Es preciso cuestionar los porqu, los para qu y tambin loscmo. Esto hace a la racionalizacin del poder, a la vigencia y legiti-midad del sistema poltico. No la discrepancia por la discrepancia misma,ni la crtica por la especulacin bastarda. Se trata de una postura serena yresponsable, seria y fundada, con esa visin poltica que es fruto del co-

    nocimiento de la realidad y de la ponderacin de los objetivos a lograrse.Eminente funcin impugnadora a la orientacin poltica errnea, que

    inspir a Jefferson a sostener que los partidos son censores de la conduc-

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    15 Oyhanarte, Julio, Poder poltico y cambio estructural en la Argentina, Paids, 1969, p. 81.16 Duverger, Maurice,Los partidos polticos, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, p. 444.

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    ta de los otros partidos y tiles guardianes del pueblo,17y contemporneay similarmente, a Raymond Aron para llamar a los representantes delpueblo los censores de los gobernantes,18es decir, que en el ejercicio

    fiel del superlativo rol que asumen, ellos deben criticar, corregir y persua-dir respecto de las desviaciones de quienes tambin se equivocan desde elpoder.

    Pero no es menos cierto que, como lo resalta Becerra Ferrer,19si co-rrectamente ejercida la funcin esclarecedora por los partidos es del todobeneficiosa para la vida cvica, si no cumplen con lealtad tal funcin, seconvierten en los ms perversos elementos de disociacin nacional. El

    partido poltico que elige el mal camino de la subversin como medio deaccin pblica, trunca la educacin popular por el engao morboso; elcontrol til y constructivo por la negativa ciega y obstinada, se transfor-ma en instrumento de desgobierno, campo frtil para el caos y alta-mente perjudicial para la sociedad.

    Slo en estas condiciones, la oposicin provocar la consideracin yestima de la opinin pblica y el respeto de los gobernantesy lo que es

    de vital trascendencia, slo as habr cumplido su rol docente en la demo-cracia, en la ardua pero apasionante tarea de educar al soberano, intere-sndolo e ilustrndolo sobre los diversos problemas del orden conviven-cial ofreciendo el testimonio del dilogo poltico desde la alta ctedra delParlamento, a partir de la discusin pblica y la penetrante influencia delos medios masivos de difusin.

    Se ha afirmado con toda razn, que Parlamento y parlamentarios apa-

    recen como rganos integradores a travs de los cuales se expone al granpblico, la poltica del gobierno y las pretensiones de los diversos grupos deintereses con vista a descubrir un equilibrio adecuado. Poca duda cabede que esta funcin educadora es altamente significativa, porque el ciu-dadano promedio necesita que se le exponga del modo mas vvido posi-ble, los pros y los contras de las proposiciones pendientes.20

    48 RICARDO HARO

    17 Linares Quintana, op. cit.,nota 12, p. 569.18 Aron, Raymond, Sociologa de las sociedades industriales,en Les cours de la Sorbonne,

    Pars, 1959, s. e.19 Becerra Ferrer, Guillermo, Partidos polticos, Universidad Nacional de Crdoba, 1962, p. 25.20 Friedrich, Carl, Gobierno constitucional y democracia, Madrid, Instituto de Estudios Polti-

    cos, 1975, t. II, pp. 92 y 93.

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    3. Funcin de cooperacin

    Cuando la Constitucin ha imputado los diversos repartos de competen-

    cia a otros rganos estatales, a la vez que lo ha hecho para limitar el po-der y as asegurar la libertad, tambin lo fue para asegurar una mayor par-ticipacin en el ncleo mismo del poder, como expresin institucional deun pluralismoque es esencia del sistema democrtico y que debera mani-festarse a partir de all hasta las bases mismas de la sociedad. Pero advir-tase que esta distribucin y participacin del poder, obliga a cooperar enla gestacin y toma de la decisin poltica.

    Esta cooperacin se dar, a diferencia de los otros roles, en una actitudde colaboracin, de corresponsabilidad y de coparticipacin en formafranca, decidida y leal en todas las polticas o medidas que se estimenvaliosas para el bien de la sociedad. Y ello debe ser as porque la opo-sicin no debe ser simplemente una fuerza negativa, un peso muerto queestorbara a la accin gubernamental como lo afirma categricamenteBurdeau.21

    Esta actitud cooperante, se constituye en una proyeccin institucionaldel solidarismopoltico, en virtud del cual se tiene el valor moral de reco-nocer y apoyar todo aquello que sirva al progreso de los hombres, con elmismo fervor y energa con que debe censurarse lo que frustre o sometael inters general. Cunta razn tena Ortega y Gasset en este sentido,cuando afirmaba que se debe gobernar con la oposicin y no a pesar deella.

    IV. ALGUNOS PRESUPUESTOS DE LA FUNCIN OPOSITORA

    1.Alternancia

    Citando a Hattich, Stammen22seala que el proceso de formacin dela voluntad poltica es pluralista o monista; en el primer caso, tenemos la

    libre participacin en competencia de los grupos sociales en el proceso deformacin de la voluntad poltica y con esto, en la ocupacin de los pues-tos de mando del sistema de gobierno.

    CONSTITUCIN, PODER Y CONTROL 49

    21 Burdeau, Georges,La democracia,op. cit.,nota 3, p. 26.22 Stammen, Theo, Sistemas polticos actuales, Madrid, Guadarrama, 1974, p. 35.

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    Es por ello que uno de los presupuestos axiles para una correcta actua-cin de los roles de los partidos de oposicin, es la necesidad de la alternan-cia de los partidos polticos en la titularidad y en el ejercicio del poder.

    Ello implica a nuestro entender, dos aspectos diferentes pero concu-rrentes en la materia, a saber: a) Alternancia de polticas,es decir, deenfoques y soluciones que desde el poder se ofrezcan como efectivas sa-tisfacciones a las demandas de la sociedad; b)Alternancia de polticos,es decir, de nuevos elencos personales en el gobierno, lo que presuponeequipos dirigenciales de recambio para la ocupacin de los niveles decisi-vos del poder.

    De esta forma, el pueblo tendr la posibilidad cierta de contar con op-ciones vlidas y realizables de cambio y relevos, llevando hacia el gobier-no al partido que le ofrece nuevas perspectivas y dimensiones polticas,con nuevas orientaciones y tambin con nuevos hombres.

    Es por ello que con Bidart Campos, en lcida obra, pueda decirse quela participacin poltica entraa, entre otras cosas, la aspiracin posible alos roles del poder, es decir, necesita el horizonte de una apertura al cambioperidico de los gobernantes y hasta un recambio donde vencedores y ven-

    cidos jueguen sus papeles dentro del margen de una cierta competencia.23Es que la alternancia es otra consecuencia de la identidad que existe

    entre la democracia y la participacin, pues en la medida que sta seacrecienta, aqulla adquiere una vigencia realmente cautivante. La par-ticipacin debe estar presente en todo el ciclo decisional, es decir, que noslo debe darse a nivel del debate o la gestin de la decisin, sino querequiere la posibilidad real del acceso al ejercicio del poder en el momen-

    to culminante en que se toma la decisin poltica.La ausencia total de perspectiva en la alternancia del poder ha soste-

    nido en agudo e indito trabajo Jorge Reinaldo Vanossi condena a laoposicin a erigirse en oposicin al rgimen en vez de oposicin al go-bierno de circunstancia, haciendo en definitiva que toda oposicin se erijaen conspiracin antes que en una competencia con los detentadores delpoder. La regla de oro de las democracias contemporneas, radica en la

    conviccin generalizada acerca de la posibilidad competitiva para la as-censin al poder... Que los derrotados de ayer puedan convertirse en lostriunfadores de hoy, y que los gananciosos del presente puedan trocarse

    50 RICARDO HARO

    23 Bidart Campos, Germn, El rgimen poltico-De la Politeia a la Res Pblica, BuenosAires, Ediar, 1979, p. 168.

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    en los perdidosos del maana. Asimismo, en conocida obra, el autor hasostenido que el partido opositor aguarda su oportunidad, debiendo legiti-mar su derecho a provocar la instancia del cambio ante el electorado, en

    los sistemas que podramos llamar concurrenciales propio de las de-mocracias pluralistas, que aseguran una libertad competitiva o de com-peticin, que se desenvuelve, por cierto, dentro de las reglas de juego.24

    2.Eficiencia

    Quizs una de las reglas ureas del gobierno en el Estado contempor-neo sea la de su eficiencia, pues de nada valdrn impecables esquemas ymecanismos en el ejercicio del poder, si al fin y al cabo no sirven comoinstrumentos idneos para la mejor consecucin de los objetivos polticosque integran el bien comn en un momento histrico determinado.

    Es que un gobierno incompetente se desnaturaliza en la frustracin yen la ineficiencia, perdiendo su razn de ser, ya que la causa primera y elobjetivo ltimo de un gobierno es, ni ms ni menos, gobernar. Pero ade-ms, provoca en la opinin pblica una sensacin de frustracin, de can-

    sancio y de desesperanza no slo con el gobierno, sino lo que es ms gra-ve, con la poltica, con los polticos y con el propio sistema democrtico.

    Ahora bien, la eficiencia de un gobierno est vinculada a la eficienciade la oposicin, de tal forma que no sera aventurado afirmar que sta

    juega como garanta y reaseguro de aqulla; y ello es as, por la simplepero cierta relacin que existe, en el efecto acumulativo de las capacida-des que persiguen el logro de un objetivo. La funcionalidad opositora

    dentro del sistema de la formacin y declaracin de la decisin poltica,es de irreemplazable mrito.

    A nadie escapa que la conduccin poltica en el Estado contemporneoes de una vasta complejidad, porque vasta y compleja es la influencia quela ciencia y las tcnicas acrecientan con vertiginosa rapidez, en las cir-cunstancias que rodean la vida del hombre y de la sociedad. Es por elloque bien puede decirse hoy: el gobierno es un hecho tcnico poltica-

    mente conducido, lo cual implica una gran cuota de aportes especializa-dos y sectoriales, pero siempre instrumentados con la visin global de lapoltica plenaria.

    CONSTITUCIN, PODER Y CONTROL 51

    24 Vanossi, Jorge Reinaldo,El Estado de derecho en el constitucionalismo social, 3a. ed., Bue-nos Aires, Eudeba, 2000, p. 401.

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    Ya no se trata de la poca clsica, en la que segn Andr Hauriou, losmismos gobernantes eran individuos no especializados, por lo que se dioen llamar el gobierno de los amateurs, es decir, hombres conocedores

    de la poltica y habituados a los asuntos de Estado, pero sin ser expertosprofesionales ni estar sometidos para su eleccin a ninguna cualificacintcnica. En cambio, el dilogo entre los gobernantes y los censores de losgobernantes ya ha dejado de ser un dilogo equilibrado, pues el auxiliotcnico que reciben los parlamentarios es superado por el que el gobiernorecibe de sus tcnicos, especialistas y expertos.25

    En consecuencia, junto a la capacidad y competencia que se requiere

    en los que ejercen el poder tambin es imprescindible la idoneidad y lasolvencia en aquellos que controlan el ejercicio del poder, pues de otromodo no es posible concebir qu control puedan realizar sobre un tema,quienes sean ignorantes e ineptos en el mismo. Por eso debemos sostener,con plena conviccin, que sin idoneidad no hay oposicin.

    La eficiencia del sistema democrtico, de su gobierno, exige solu-ciones concretas para problemas concretos. Pero esas soluciones requie-

    ren conocimiento e interpretacin de la realidad y la concepcin de medi-das correctivas o innovadoras, en el grado de optimizacin que losrecursos humanos y los aportes tcnicos las posibiliten. Esto que seala-mos es de perentoria necesidad, pues como apunta Federico C. Gil lafrmula que permita combinar lo tcnico y lo poltico, la eficiencia admi-nistrativa y el control democrtico, requiere el mayor ingenio.26

    Esto supone, lgicamente, una oposicin lcida y clarividente, que consobrada formacin e informacin ilumine el proceso poltico con esa sa-bidura que es acrisolamiento de experiencia, conocimientos y sentido po-ltico. Una oposicin que no desoriente ni confunda con su ineptitud y susincongruencias. Oposicin seria y honesta, que descarte toda la superfi-cialidad de los slogans, de las frases remanidas, de los esquemas anquilo-sados, de la dialctica ligera y altisonante. Que nadie se llame a engao:se trata de ser eminente, porque en la mediocridad y en la incompetencia,no podr haber control, contestacin ni cooperacin.27

    52 RICARDO HARO

    25 Hauriou, Andr,Derecho constitucional e instituciones polticas, Barcelona, Ariel, 1971, pp.224 y 225.

    26 Gil, Federico C., Consideraciones sobre el rol de los partidos polticos en la sociedad con-tempornea,en Cuadernos de los Institutos-Derecho Constitucional, Universidad Nacional de Cr-doba, 1558-II, p. 23, s. f.

    27 En este punto y otros del tema recomendamos la moderna obra de Blondel, Jean,Introduccin

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    Para lograr estos objetivos, es preciso que el proceso de capacitacinse origine y se promueva en los partidos polticos, mediante la formacinpoltica y especializada de sus cuadros dirigentes y el asesoramiento de

    equipos tcnicos que funcionen desde el partido, al servicio de los organis-mos representativos del sistema poltico y de la opinin pblica en gene-ral. De otro lado, debe asegurarse el acceso franco e irrestricto de la opo-sicin a las fuentes de informacin de los entes especializados de laAdministracin Pblica.

    La estabilidad de cualquier democracia depende no slo del desarrolloeconmico, sino tambin de la eficacia y de la legitimidad de su sistema

    poltico. Eficacia significa el grado en que el sistema satisface las funcio-nes bsicas del gobierno, tal como la considera la mayora de la poblaciny de los grupos. La legitimidad implica la capacidad del sistema para en-gendrar y mantener la creencia de que las instituciones polticas existenpor ser las ms apropiadas para la sociedad.28

    3.Actitud respetuosa del gobierno

    Si bien es cierto, como dijimos hace unos momentos, que el procesopoltico tiende a mejorar con el desarrollo cultural de las sociedades con-temporneas, tambin lo es que como una manifestacin ms de la natu-raleza cada que conlleva todo poder y que lo incita al abuso, la historiay la experiencia polticas nos muestran que los gobiernos se han visto confrecuencia tentados a impedir, sofocar y hasta destruir a la oposicin.

    Viene aqu a nuestra mente, la idea de lucha, disyuncin, conflicto, queCarl Schmitt seala como esencial a lo poltico y en cuya perspectivaamigo-enemigo slo queda el aniquilamiento de alguno de los trminosantitticos de la relacin.

    Como acertadamente lo expone Dahl, se puede traducir esta obser-vacin histrica en un axioma simple por el cual todo grupo poltico queejerce el poder, se inclinar a menudo a usar de la coercin, para negar

    a los contrarios la posibilidad de oponerse, cada vez que el oficialismoestime que esta oposicin tiene un chance razonable de triunfar y que las

    CONSTITUCIN, PODER Y CONTROL 53

    comparativa de los gobiernos, Madrid, Revista de Occidente, 1972, captulos 17, 18 y 19, especial-mente.

    28 Lipset Seymour, Martin,El hombre poltico, p. 57, s. e. y s. f.

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    ventajas de tal xito excedern el costo poltico de su rechazo. Dichode otro modo: la oposicin tiene la posibilidad de ser respetada y garanti-zada en su funcionamiento, siempre que el gobierno estime que una actitud

    represiva de su parte tenga poco chance de triunfar, o bien, si en la hip-tesis de un triunfo cierto, el costo poltico de esa represin se revele comosuperior a la ganancia que se pretenda obtener desde el gobierno.29

    Cuando la democracia es el poder supremo afirma gravementeStuart Mill30no hay uno solo, ni siquiera una minora lo suficientemen-te fuerte, como para sostener las opiniones disidentes y los interesesamenazados o heridos.

    Es evidente que una oposicin pacfica tiene muchas ms posibilidadesde introducirse y mantenerse en el sistema y, segn Dahl, all donde elgobierno slo tiene lo que l llama una preponderancia limitadares-pecto de los medios de coaccin, pues en ese caso el grupo que ejerce elpoder frente a los casi seguros fracasos en la represin a la accin oposi-tora, permitir el funcionamiento de instituciones y rganos que facilitenuna negociacin pacfica.Este es un elemento que junto a la creencia v-lida en la alternancia poltica, asegura la salud y estabilidad del sistema.

    Ello no obstante, es preciso destacar que esta preponderancia limita-da no es suficiente y que un desarrollo estable y creciente del sistemademocrtico exige como garanta y sustento ineludible, la existencia deun grado aceptable de cultura poltica en el gobierno, las lites y el pue-blo, junto a un adecuado desarrollo institucional con mecanismos id-neos, que garanticen las reglas del juego democrtico tambin para laoposicin.

    Lamentablemente, debemos reconocer que en muchas ocasiones, losgobiernos asumen actitudes profundamente negativas y aniquiladoras delsistema democrtico. Algunas veces es la indiferencia o prepotencia, dela autosuficiencia en el poder y en el saber; postura orgullosa y medio-cre; firmemente cerrada en sus propios y limitados esquemas, totalizandosus parciales verdades y mistificando sus subjetivos propsitos, todoello como manifestacin del engolosinamiento en el poder.

    Otras veces ser la represin de la impotencia, abusando del poderpara combatir la oposicin, ms an cuando molesta a la arbitrariedad y ala inmoralidad de los gobernantes en turno.

    54 RICARDO HARO

    29 Ibidem, p. 11.30 Stuart Mill,John,Le gouvernement representatif, Pars, 1863, p. 277, citado por Bertrand de

    Jouvenel enEl poder,cit., nota 8, p. 344.

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    Esos gobiernos con apariencia democrtica, pero en verdad autorita-rios o con respaldo en partidos hegemnicos, tienden necesariamente aconfundir oposicin con subversin y entonces ningn arma deja de

    ser legtima , para destruir a los enemigos del pueblo mediante la ca-lumnia, la persecucin, la crcel, el destierro.Demostrando sus irracionales instintos u ocasionales desplantes, estos

    fervorosos militantes de la intolerancia asumen actitudes totalitarias apesar de su declamado ideario democrtico, llegando a la identificacinmonista de pueblo y partido, de oposicin y antipueblo.

    Permeable a la influencia de las variaciones de la conciencia del grupo,el poder abierto como esclarecidamente lo afirma Burdeau31se ofre-ce a la expresin de una variedad que se renueva y se enriquece sin cesar.Encarnando una ideologa definida, el poder cerrado es en cambio un po-der dogmtico, para el que las concepciones divergentes son herejas quehay que destruir. Se cierra como una coraza sobre el absolutismo y la in-transigencia de su verdad.

    Ningn gobierno es democrtico, aunque haya surgido del sufragio po-pular, si no descarta toda conducta que abierta o solapadamente, implique

    de algn modo un obstculo al ejercicio de los roles que hemos sealadoms arriba. Ningn gobierno es democrticosi no asume en los hechos,autntica y positivamente, un comportamiento de profundo respeto a laoposicin, que como signo calificado de madurez y cultura poltica,muestra la apertura de espritu en los procedimientos y en el dilogo, convoluntad realizadora en la discrepancia, leal en la informacin y patriti-co en su objetivos.

    De otro lado, una autntica apertura coloquial que est presta a escu-char, para comprender la parte de verdad que aporta la oposicin, logra-r a no dudarlo, un enriquecimiento en las decisiones y las dotar deuna mayor sabidura y bases de sustentacin. Al respecto, seala Burdeauque teniendo en cuenta a la oposicin para determinar su lnea de ac-cin, el gobierno se abre a las aspiraciones del pas, para recoger de ellasel mximo compatible con la unidad y la coherencia de su plan poltico.La oposicin impide a los equipos gobernantes la estrechez de miras a laque le incitara su dependencia de un partido.32

    Por ello no podemos menos que coincidir, vigorosamente, con AndrGide, cuando en forma categrica ha sostenido que suprimir a la oposi-

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    31 Bordeau, Georges,Mtodo de la ciencia poltica,Buenos Aires, Depalma, 1976, p. 256.32 Id.,La democracia,cit.,nota 3, p. 127.

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    cin en un Estado o an impedir sencillamente que se exprese o se pro-nuncie, es cosa extremadamente grave: es la invitacin al terrorismo.

    V. DOS POSIBLES TENTACIONES

    1.La demagogia

    En agudo y lcido estudio, Sags afirma que la demagogia constituyeel ms grave desafo para la democracia, ya que por su propia naturaleza(las frecuentes consultas al electorado y de all, la necesidad permanentede los gobernantes o candidatos a gobernar, de obtener la aprobacin delos sufragantes), la democracia puede padecer el flagelo de la demagogia,ms que cualquier otro rgimen poltico,33deteriorndola en sus propiosfundamentos, pues al corromper y pervertir al pueblo la destruye comogobierno del pueblo que es.

    De este desafo no se encuentra exenta la oposicin poltica, pues qui-zs una de las tentaciones ms proclives, resulta ser la tendencia a caer en

    las redes facilistas de la demagogia. Alentada y estimulada muchas ve-ces en la ausencia de posibilidad cierta de acceder al poder, demuestrauna marcada inclinacin a las proposiciones o al rechazo de medidas gu-bernamentales, que desde la responsabilidad de la titularidad del poder nose asumiran, pero sobre las cuales existe el apremio del compromisocomplaciente, con la tranquilidad de que todo quedar en la verborragiainescrupulosa y fcil.

    Indudablemente que esta es una falencia grave a la responsabilidad de-mocrtica, ya que como bien lo seala Sartori,34es probable que una opo-sicin se comporte de modo responsable si se espera de ella que haya deresponder, esto es, que deba llevar a la prctica lo que ha prometido. Ala inversa, es probable que una oposicin sea tanto menos responsablecuanto menos esperanzas tenga de gobernar. Nosotros nos permitimos in-tercalar nuestra reflexin: esto es precisamente la gran ventaja de los par-tidos permanentemente minoritarios y combatientes, que exigen medi-das de gobierno que las saben imposible de implementar, pero tambinsaben que nunca debern ser ellos los responsables de implementarlas.

    56 RICARDO HARO

    33 Sages, Nestor,La demagogia,Crdena Editor, Mxico, 1979, pp. 143 y 144.34 Sartori, Giovanni, Partido y sistemas de partidos, Madrid, Alianza Universidad, 1976, pp.

    176 y 177.

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    Sigue el politlogo italiano: La distincin entre una oposicin respon-sable y otra que no lo es, deja margen para una distincin equivalente en-tre la competencia poltica limpia y sucia. Si un partido puede siempre, y

    sin la menor preocupacin, prometer el cielo en la tierra, sin tener queresponder jams a lo que promete, no caben dudas de que este comporta-miento cae por debajo de cualquier norma de competencia limpia y, a mi

    juicio, el hablar en estas condiciones de poltica competitiva es, al mismotiempo, utilizar un vocabulario improcedente e interpretar mal los datos.

    2.El obstruccionismo

    De otro lado, no puede aceptarse una oposicin que entienda que sufuncin ms noble es la obstruccin, en vez de la colaboracin; la pol-tica agonal, por sobre la arquitectnica; las antinomias por sobre las coin-cidencias; la crtica ligera y frvola, por sobre la responsabilidad de la ho-nestidad para disentir o apoyar.

    Esta actitud tan reprochable y deteriorante para el sistema democr-tico, al cual los norteamericanos llaman filibusterismo, puede manifes-

    tarse al decir de Biscaretti de Ruffia,35 ya sea en su versin tcnica,haciendo un uso abusivo y anormal de los procedimientos previstos por elreglamento; como en la material, representada por el empleo de me-dios ilcitos, a menudo violentos.

    Aunque el obstruccionismo pueda a veces justificarse polticamente,aparece siempre como una actividad que choca con el espritu y conteni-do de las normas reglamentarias, lo que ha motivado que stas hayan pre-visto medios ms o menos severos para combatirlo.

    El obstruccionismo en la oposicin y el canibalismo persecutorioen el gobierno representan, entre otras tantas formas, muestras elocuentesde un subdesarrollo cultural, o al menos, de una inmadurez poltica preo-cupante y que ha colaborado en modo apreciable a la frustracin del sis-tema poltico democrtico y a la disgregacin del rgimen institucionalargentino.

    A todo ello cabe agregar como circunstancia proverbial de nuestro

    tiempo la radicalizacin de esta contempornea sociedad de masas, conuna carga de agresividad y perentoriedad en las demandas y exigencia delos grupos sociales tal, que frente a ello, todo debate parlamentario apare-ce como diletante e inoperante, y surge con facilidad el recurso a la ac-

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    35 Ruffia, Biscaretti de,Derecho constitucional,Madrid, Tecnos, 1973, p. 376.

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    cin directa, cuando no violenta. Es que las impaciencias de la sociedadactual, explicada muchas veces por las postergaciones de las justas aspi-raciones de los pueblos, exige ciertamente un ritmo democrticopero

    tambin, a no dudarlo, un ritmo eficiente, pues es impostergable de-mostrar la coincidencia de la democracia con la eficiencia, si queremosque un ingrediente fundamental de la legitimidad del rgimen integre elconsenso del pueblo.

    Como acertadamente se ha remarcado, lo importante es la definitivacomprensin de que la minora est para controlar y no para dilatar u obs-truir con el pretexto de legislar. Las viejas y pintorescas hazaas del fili-bustero norteamericano pertenecen a un mundo extinguido en el que selegislaba poco y sin apuro. Pero en nuestro tiempo, en que la actuacin deun poder eficaz constituye una perentoria exigencia del bien comn, im-plicaran una aberracin.36

    VI. REFLEXIN FINAL

    Con estas consideraciones, hemos querido ofrecer nuestro humilde

    aporte en la perspectiva de lo que Georges Vedel llama una teora de lasfunciones de la oposicin: asegurar la autenticidad del poder; iluminar alpoder y limitarlo; impedir su perpetuidad; preparar una reserva de hom-bres y soluciones.37

    Lo hacemos, cabalmente convencidos de que en el meollo del pro-blema, el nico remedio eficaz parece consistir de acuerdo con Bisca-retti de Ruffia ms que en artificios tcnico-jurdicos, en una educacinpoltica mayor y ms extendida de los ciudadanos, y en un mayor sentidode responsabilidad nacional,38que nos permita en alguna medida, encar-nar de modo veraz y autntico, un sistema poltico en el que la oposicin,trascendiendo lo meramente anecdtico, adquiera un profundo sentidoinstitucional y el valor de un procedimiento democrtico.

    Lo hacemos, tambin, cabalmente convencidos de que como la mejorforma de vida del hombre y de todos los hombres, la democracia se-gn lo sealara monseor De Andrea, ms que saberla hay que

    sentirla, porque saberla definir es conocerla; pero sentirla es vivirla.

    58 RICARDO HARO

    36 Oyanharte, Julio, op. cit.,nota 15, p. 82.37 Vedel, Georges, citado por Jimnez de Parga, Regmenes polticos contemporneos, Madrid,

    Tecnos, 1968, p. 148.38 Ruffia, Biscaretti de, op. cit.,nota 35, p. 717.