opinion publica y comportamiento electoral: de las opiniones al voto

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Este documento está disponible para su consulta y descarga en Memoria Académica, el repositorio institucional de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, que procura la reunión, el registro, la difusión y la preservación de la producción científico-académica édita e inédita de los miembros de su comunidad académica. Para más información, visite el sitio www.memoria.fahce.unlp.edu.ar Esta iniciativa está a cargo de BIBHUMA, la Biblioteca de la Facultad, que lleva adelante las tareas de gestión y coordinación para la concre- ción de los objetivos planteados. Para más información, visite el sitio www.bibhuma.fahce.unlp.edu.ar Licenciamiento Esta obra está bajo una licencia Atribución-No comercial-Sin obras derivadas 2.5 Argentina de Creative Commons. Para ver una copia breve de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/ar/. Para ver la licencia completa en código legal, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/ar/legalcode. O envíe una carta a Creative Commons, 559 Nathan Abbott Way, Stanford, California 94305, USA. Director: Reynoso, Diego Del Valle, Hugo Damián Tesis presentada para la obtención del grado de Licenciado en Sociología Cita sugerida Del Valle, H. D. (2009) Opinión pública y comportamiento electoral: De las opiniones al voto [en línea]. Trabajo final de grado. Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.579/te.579.pdf Opinión pública y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

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Page 1: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

Este documento está disponible para su consulta y descarga en Memoria Académica, el repositorio institucional de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, que procura la reunión, el registro, la difusión y la preservación de la producción científico-académica édita e inédita de los miembros de su comunidad académica. Para más información, visite el sitio www.memoria.fahce.unlp.edu.ar

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Para ver la licencia completa en código legal, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/ar/legalcode.

O envíe una carta a Creative Commons, 559 Nathan Abbott Way, Stanford, California 94305, USA.

Director: Reynoso, Diego

Del Valle, Hugo Damián

Tesis presentada para la obtención del grado de Licenciado en Sociología

Cita sugerida Del Valle, H. D. (2009) Opinión pública y comportamiento electoral: De las opiniones al voto [en línea]. Trabajo final de grado. Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.579/te.579.pdf

Opinión pública y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

Page 2: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

 

 

UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN

DEPARTAMENTO DE SOCIOLOGÍA

 

 

LICENCIATURA EN SOCIOLOGÍA

TRABAJO FINAL

“Opinión Pública y Comportamiento electoral.

De las Opiniones al Voto.” Damián Del Valle Legajo: 61252/0 Correo electrónico: [email protected]: Dr. Diego Reynoso Fecha: 5 de Mayo de 2009

Page 3: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

 

RESUMEN

¿Los ciudadanos votan igual a como opinan? Este trabajo parte de

observar que, tanto las teorizaciones acerca de la opinión pública, como

los estudios del comportamiento electoral, generalmente suponen una

igualdad o linealidad en la relación entre opinión y voto, lo que equivale

a sostener que las personas se comportan tal cual a como opinan.

En este sentido, las diferentes corrientes dentro del campo de estudios

de la opinión pública y de las teorías que procuran comprender el

comportamiento de voto, han tendido a equiparar ambos conceptos. Con

el objetivo de explorar y cuestionar este supuesto, este trabajo se

propone describir la relación opinión pública – comportamiento

electoral a través del desarrollo conceptual de la opinión pública y en el

campo teórico de la investigación del voto, presentando las diferentes

formas en que se fue dando la vinculación opinión-voto e indagando

sobre los avances en perspectivas analíticas que logran poner de

manifiesto que ambos conceptos no necesariamente se corresponden.

TÉRMINOS CLAVES

Comportamiento electoral - Opinión pública – Teorías del voto – Elección

racional – Voto - Público

Page 4: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

 

INDICE

INTRODUCCIÓN

PARTE 1. OPINIÓN PÚBLICA: De los Públicos a las Opiniones.

a. Lo público y los públicos: aspectos colectivos de la opinión pública.

b. La disgregación del público de electores: aspectos individuales de la

opinión pública.

c. Opinión pública y comportamiento de Voto.

PARTE 2. COMPORTAMIENTO ELECTORAL: De las Opiniones al Voto

a. Las explicaciones sociológicas: La influencia del modelo sociológico

de lo público.

b. Las explicaciones psicopolíticas: Opiniones, Actitudes y Voto.

c. Elección Racional: más allá de la paradoja del voto

PARTE 3. CONCLUSIONES

BIBLIOGRAFÍA

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I – INTRODUCCIÓN

“La opinión pública es una figura temporaria e imperfecta del cuerpo electoral, de manera que los sondeos son representativos de la opinión pública, y esta,

en parte, es representativa de las conductas electorales.” (Mac-ferry, 1998: 26)

 

La opinión pública y el comportamiento electoral se encuentran entre los objetos de

estudio más investigados en la actualidad, tanto desde la Ciencia política, como por las

Ciencias Sociales. Pero a la vez, los estudios electorales son considerados fundamentales

para la investigación del funcionamiento y formación de “la opinión pública”, del mismo

modo que saber qué perciben y opinan los ciudadanos sobre los diversos temas de interés

público se considera, cada vez más, un conocimiento clave para explicar los

comportamientos de voto.

Esta imbricación entre el campo de la opinión pública (que se ocupa de las

opiniones) y el de los comportamientos electorales (que lo hace sobre el voto), sugiere que

su vinculación conforma ya un ámbito de investigación en sí mismo. En este sentido, es

creciente la literatura que se encuentra bajo la referencia “opinión pública y

comportamientos electorales”1 (Sartori, 1992). En esta línea, la presente tesis pretende

poner de manifiesto la relevancia de la vinculación conceptual entre opinión pública y

                                                            1 Converse se ocupo de revisar la literatura sobre Opinión pública y comportamiento electoral bajo el título “Public  Opinin  and  Voting  Behavior”,  en  F  Greenstein.  N.  Polsby  (eds):  Handbook  of  Political  Science. Reading, Addison Wesley, 1975, vol IV. Sin embargo, hay que señalar que fuera de este trabajo, la relación es sostenida, en la mayoría de la bibliografía, de manera simplemente enunciativa, es decir, como títulos o simple  referencia  a un  campo de problemas,  sin  ser  analizada en  su  alcance  teórico  conceptual. En este sentido este trabajo pretende plantear algunas líneas de discusión para seguir profundizando tanto desde la investigación teórica como empírica. 

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comportamiento electoral, a partir de confrontar un supuesto que recorre, como veremos, el

campo de análisis: que “opinión” es igual a “voto”.

¿Los ciudadanos votan igual a como opinan?

Tanto las teorizaciones acerca de la opinión pública, como los estudios del

comportamiento electoral, generalmente suponen una igualdad o linealidad en la relación

entre opinión y voto, lo que equivale a sostener que las personas se comportan tal cual a

como opinan. En este sentido, las diferentes corrientes dentro del campo de estudios de la

opinión pública y de las teorías del voto, han tendido a identificar ambos conceptos, de

manera que, la mayoría de las investigaciones se basan en un supuesto que equipara

analíticamente opinión pública y comportamiento electoral u opinión con voto. En la

literatura este supuesto se refleja en frases como: “es en el voto como el ciudadano termina

por expresar su propia opinión” (Sartori, 1992); “desde la perspectiva del análisis de la

opinión pública, el voto es tanto comportamiento como opinión” (Mora y Araujo, 2005) o

“el acto de votar es una clara expresión conductual de la opinión” (Price, 1992: 73)2.

 2 En esta  línea se pueden encontrar otros autores como Mac‐ferry  (1998) que, de manera menos directa, plantea  que  en  la  tradición  democrática  se  admite  que  la  opinión  pública  es  “una  figura  temporaria  e imperfecta del cuerpo electoral”, de manera que “los sondeos son representativos de  la opinión pública, y esta, en parte, es representativa de las conductas electorales.”  (1998: 26). Así como también otros que dan cuenta  de  la  disociación  entre  opinión  pública  y  comportamiento  electoral. Manin  (2006)  por  ejemplo sostiene que la resultante de la división de la opinión pública ya no se produce ni coincide necesariamente con las fracturas electorales  (2006: 136) y Habermas (1981) que “las luchas electorales, no se dan ya a partir del  sostenimiento  de  una  disputa  entre  las  opiniones”  (1981:  237),  poniendo  en  entredicho  la  supuesta correspondencia.  Estas referencias de Manin y Habermas han motivado en gran medida esta tesis, aunque se  debe  aclarar  que  fuera  de  la  enunciación  de  la  escisión  empírica  que  observan,  no  se  ocuparon específicamente de profundizar teóricamente la diferencia. 

 

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Con el objetivo de explorar y cuestionar este supuesto, el siguiente trabajo se

propone describir la relación opinión pública – comportamiento electoral, a través del

desarrollo conceptual de la opinión pública y en el campo teórico de la investigación del

voto, e indagar sobre los avances en perspectivas analíticas que logran evidenciar que

ambos conceptos no necesariamente se corresponden.

El trabajo se organiza de la siguiente manera:

En la parte I se repasa el concepto de opinión pública, observando que en principio,

desde un enfoque sociológico de “lo público” es considerada equivalente a las conductas

colectivas y en tanto es observada como “público elector”, asimilada a las conductas

electorales. A medida que el concepto se fue individualizando y adaptando a la

investigación empírica, “opinión” se diferenció de conceptos como “actitud”, “valores”,

“identificaciones”, etc. Sin embargo (ya sea desde enfoques colectivistas o individualistas)

opinión y voto permanecieron identificados en diferentes perspectivas teóricas de la

opinión pública.

En la parte II se presentan las explicaciones del comportamiento político, repasando

las principales teorías del voto. Las teorías sociológicas y psicológicas, sostuvieron la

identidad entre opinión pública y comportamientos electorales y, sobre la base de una

consideración estructuralista de la acción, no dan cuenta de la distancia existente entre

opinión y voto. Para finalizar, se exponen diferentes explicaciones del voto en el marco del

programa de investigación de la elección racional, observando que algunas teorías

contenidas en este programa, en el intento por solucionar lo que se conoce como “la

paradoja del voto”, arribaron a lo que llamo “una solución de compromiso”, logrando

diferenciar ambos conceptos.

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PARTE I.

OPINIÓN PÚBLICA: De los Públicos a las Opiniones

“No puede ya la opinión pública del público constituido por la reunión de las personas privadas seguir

gozando de una base para su unidad y su verdad; acabará recalando en la etapa de un subjetivo

opinar de muchos” (Habermas, 1986: 151)

a. Lo público y los públicos: aspectos colectivos de la opinión pública

Los investigadores han estado con frecuencia enfrentados en sus enfoques

conceptuales acerca de si la opinión pública es acaso una agregación simple de visiones

individuales o un producto emergente de nivel colectivo que no puede ser reducido a

individuos (Childs, 1939). Como sugiere Price (1992), conectar los conceptos “publico” y

“opinión” representa, en sus orígenes, un intento liberal-filosófico de unir el “uno” y el

“muchos”, para enlazar las ideas y preferencias individuales con el beneficio colectivo. No

es casual, entonces, que los esfuerzos para definir el concepto oscilen entre la visión

holística, que ubica a la opinión pública en el reino de lo colectivo y las definiciones

reduccionistas que focalizan en el individuo3. Así mismo, en la definición del concepto

 3  Un  problema  inherente  al  término  opinión  pública  es  la  forma  de  diferenciar  entre  sus  aspectos individuales  y  colectivos,  para  reconciliarlos  posteriormente.  Un  impedimento  para  la  resolución satisfactoria de este problema ha sido la tendencia a cosificar el concepto de opinión pública, o lo que es lo mismo,  a  conceptualizar  la  relación  del  proceso  de  opinión  pública  a  la  acción  colectiva,  de  forma  que convierte el proceso en un ser o algo que actúa por sí mismo, separado de los individuos que componen la colectividad. Esta propensión a reificar el proceso de opinión pública procede del hecho de que aunque las opiniones son sostenidas por individuos, siempre existe una sensación de que el proceso tiene que ver con algo más que el pensamiento y la conducta de los individuos y que ‘existe una realidad social más allá de las actitudes individuales’ (Back, 1988: 278).  

 

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convive otra dualidad que separa a quienes la consideran un fenómeno esencialmente

racional de quienes la observan como resultado de procesos sociales y por tanto no-

racionales.4 No es difícil comprender que, como reconocen varios autores (Noelle-Neuman,

1992; Price, 1992; Young, 1986), el concepto de opinión pública presenta múltiples

complejidades para una definición acabada. Kimball Young (1986), por ejemplo, sugiere

que la mayoría de las confusiones y dificultades por lograr una definición, provienen

principalmente de las diferentes formas en que se utiliza el término “público” (1986: 7).

En el concepto de “público” vinculado a opinión convive un sentido sustantivo y

otro adjetivo (Young, 1986). Como sustantivo significa gente, totalidad de los miembros de

una comunidad o masa transitoria de individuos y es empleado generalmente como

sustantivo colectivo para referirse al cuerpo de ciudadanos interesados en los problemas

políticos. Como adjetivo, se refiere a hechos o actividades humanas que concentran el

interés de la comunidad, se habla de “asuntos públicos”. Desde esta doble utilización del

término se puede decir que una opinión es publica “no solo porque es del público

(difundida entre muchos, o entre los mas), sino también porque afecta a objetos y materias

de naturaleza pública: el interés general, el bien común y en esencia la res publica”

(Sartori, 1992: 164). Podemos decir, entonces, que una opinión se denomina pública

cuando reúne las acepciones sustantiva y adjetiva, es decir, la difusión entre públicos y la

referencia a la cosa pública.

 4 De esta manera podemos encontrar 4 perspectivas en  la definición de Opinión pública: una combina un enfoque colectivista que la considera como esencialmente racional (Colectivista/Racional) y una perspectiva colectivista que la considera irracional o resultado de procesos sociales (Colectivista/irracional). Un enfoque individualista/racional y un enfoque individualista/irracional.  

 

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Esta definición, que pone el acento fuertemente, tanto en el sentido de “lo público”

como de “los públicos”, es propia de una visión colectivista del concepto, asociada a los

tratamientos iníciales que la identifican con el comportamiento colectivo o con un hecho

social supraindividual. Observada como un fenómeno que trasciende la opinión individual,

refleja un bien común abstracto más que un mero compromiso de intereses individuales y

se remonta a principios de siglo, época en que el interés propio del momento en las

manifestaciones de conductas colectivas (como las multitudes, la masa, etc) dio inicio a una

conceptualización del el/lo público que equiparaba a la opinión pública con las conductas

colectivas (James 1890; Le Bon 1895/1960). Algunos autores se refirieron a este enfoque

como un “modelo discursivo orientado sociológicamente” o “sociológico de lo público”

(Price, 1992; Young, 1986) en el que “lo público, como entidad social en desarrollo,

teóricamente se forma a través del tiempo con argumentos espontáneos, discusión y la

oposición colectiva hacia un asunto”5 (Price, 1992: 42).

Ahora bien, los intentos originales por definir la opinión pública como un hecho

colectivo, se debaten también entre posiciones racionales e irracionales.

 5 Este enfoque  colectivista  sostiene que  solo  las opiniones expresadas  colectivamente,  y en este  sentido “públicas” pueden tener fuerza política. En esta  línea podemos ubicar a Pierre Bourdieu, que en su clásica conferencia “la opinión pública no existe” define opinión pública como “discurso constituido que pretende una  coherencia,  que  pretende  ser  escuchado,  imponerse”  (Bourdieu,  2000).  Ahora  bien,  es  interesante observar en el planteo de Bourdieu que el hecho de no tener una opinión (que equivale a que el problema no se encuentre constituido políticamente) no implica elegir, decidir o comportarse de modo azaroso, sino que  las personas  se  guían por  “el  sistema de disposiciones profundamente  inconsciente que orienta  sus elecciones en los ámbitos más diferentes, desde la estética o el deporte hasta las preferencias económicas” (Bourdieu, 1997). 

 

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Habermas (1981), uno de los autores más influyentes en la historia del concepto,

enfatiza el aspecto racional de la opinión pública, legado de la Ilustración. Para este autor

es una encarnación del discurso razonado de la conversación y del debate activo. Este

debate es considerado “público” en al menos dos sentidos. En un sentido se dirige a

determinar la voluntad común y por tanto no puede ser entendido como un mero conflicto

de intereses individuales; en otro, también se considera público en el sentido de una

participación que es abierta a todos. Estas nociones tendrán mucho que ver con los intentos

sistemáticos de los sociólogos para definir la naturaleza de lo público como un colectivo

social (Price, 1992) y proporcionan la base de lo que llegará a ser el modelo “clásico” de la

opinión pública (Berelson, 1950, Lazarfeld, 1957).

Sartori (1992), por otra parte, en su definición del concepto se refiere a “estados

mentales (difusos) que interactúan con los flujos de información sobre el estado de la cosa

pública” (1992: 149-150) otorgando un lugar al modo en que los públicos se relacionan con

las informaciones y reciben los mensajes. Sin embargo enfatiza que las opiniones no solo

tienen relación con las informaciones, sino que se derivan también de los grupos de

referencia (familia, amigos, trabajo), de manera que estas provienen finalmente de dos

fuentes: mensajes informadores e identificaciones (Sartori, 1992: 156)6. En esta definición

 6  Dice  Sartori  (1992):  “en  el  primer  contexto  nos  encontramos  con  opiniones  que  interactúan  con informaciones,  lo que no  las convierte, evidentemente, en opiniones  informadas,  sino que  las caracteriza como opiniones expuestas, y en  cierto modo  como  influidas por  flujos de noticias. En el  contexto de  los grupos de  referencia es  fácil encontrarse, por el contrario, con opiniones  sin  información. Con ello no  se entiende que en este tipo de opinión la información esté totalmente ausente, sino que las opiniones están pre constituidas con respecto a  las  informaciones. La opinión sin  información es, por  lo tanto, una opinión que se defiende contra la información”. En esta línea, la investigación empírica sobre Opinión Publica recalo en la diferenciación conceptual entre “opinión” y “disposición”.  Bourdieu (1997), por ejemplo,  concluirá su clásica conferencia  “la opinión pública no existe” diciendo: “he dicho que existen, por una parte, opiniones 

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se reconoce la vinculación entre públicos o sentidos colectivos de la opinión y

determinaciones sociales, de grupos de referencia, destacando un aspecto no racional y

afectivo en el proceso de formación de la opinión pública (Berelson, 1950). Desde una

perspectiva más claramente no racional Elisabeth Noelle– Neumann (1995), por ejemplo,

también indica que la práctica totalidad de definiciones de la opinión pública puede

articularse en torno al eje racional / irracional:

1. La opinión pública como racionalidad que contribuye al proceso de formación de

la opinión y de toma de decisiones en una democracia. Y;

2. La opinión pública como control social, cuyo papel consiste en promover la

integración social y garantizar que haya un nivel suficiente de consenso en el que puedan

basarse las acciones y las decisiones. (1995: 280)

Esta autora se decide claramente por la segunda posibilidad, y en relación a la

dimensión irracional de la opinión pública observa una serie de condicionantes que la

conducen a definirla, de una manera ya clásica, como “opiniones sobre temas

controvertidos que pueden expresarse en público sin aislarse” (Noelle– Neumann, 1995: 88,

cursivas en el original).

Finalmente, en términos generales, esta concepcion “sociologica de lo publico”,

concibe a la opinión pública como una colectividad organizada que surge en el curso de la

discusion que rodea un problema y que en la actualidad puede ser observada a partir de

 constituidas,  movilizadas,  de  grupos  de  presión  movilizados  en  torno  a  un  sistema  de  intereses explícitamente formulados; y por otra, disposiciones que, por definición no son opinión” (Bourdieu, 1997). 

 

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colectividades diferentes. Independientemente de ser considerada racional o irracional, la

opinión pública puede ser vinculada con diferentes tipos de públicos. Hay quienes la

asocian, en este sentido, con grupos que participan activamente en el debate sobre un tema

(publico activo), con un sector general de la poblacion que parece informado o atento

(público atento), directamente con el electorado o finalmente con la población como un

todo. De esta manera, se puede plantear, en un continuo que va desde la noción de “la

masa” a la de “publico”, una segmentación entre diversos tipos de públicos, que colaboran

y participan en mayor o menor medida en la formación de la opinión pública:

a) Público en general: la población en su totalidad

b) El público que vota: se identifica con el público que, en principio, decidiría la

acción política, es decir, el electorado.

c) El público atento: el público al que dedicarían su atención los actores políticos

sería la parte del electorado que presta habitualmente atención a los asuntos

públicos.

d) El público activo: Corresponde con los actores políticos y, de una manera más

amplia, con las élites implicadas en la toma de decisiones.

La concepción de “lo público” como un hecho colectivo, entonces, ya sea

considerado desde una visión racional o irracional (es decir tomando a las opiniones

relacionadas con informaciones o provenientes de identificaciones), es asociada al

comportamiento colectivo en términos generales. Y, en particular, en tanto es observado

como “público elector” o “público que vota” lleva implícita la concepción del voto como

opinión asimilándose directamente la opinión pública con las conductas electorales.

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b. La disgregación del público de electores: aspectos individuales de la opinión

pública

Los años 30 significan un cambio crucial en el pensamiento sobre la opinión

pública, claramente marcado por una retirada de la concepción de la opinión como

fenómeno colectivo hacia una perspectiva más individualista, caracterizada por “una

concepción agregada de ´una persona-un voto´”7 (Price, 1992: 69). La definición más

común comenzará a equipararla con una agregación más o menos directa de opiniones

individuales o con “lo que las encuestas de opinión tratan de medir” (P. Converse, 1987:

13; Mora y Araujo, 2005) 8. Se asiste así a “la disgregación como publico del publico de

electores” (Habermas, 1986) y al pasaje del modelo sociológico a uno centrado en la noción

de agregación de opiniones (Price, 1992: 69-72)9.

 7  Esta  referencia de Price  al estudio de  la opinión pública  como  “una persona un  voto”  a mi parecer  es  también una manera retórica del autor de referirse a  la  inevitable  imbricación del campo de estudio de  la opinión pública  con el del  comportamiento político, de manera que  la misma evolución del  concepto de opinión pública habría estado guiado por la demanda de un sistema político que parte de la acción individual agregada para el establecimiento de gobiernos legítimos. 

8 Este cambio se explica en gran medida por la creciente utilización de técnicas cuantitativas, en un principio utilizadas  principalmente  para  medir  escalas  de  actitudes  (enfoque  psicológico  de  la  conducta)  y  la aplicación del muestreo científico en la investigación social. 

9 Price describe este proceso de la siguiente manera: “ligado como está al concepto de lo público como una entidad amorfa y cambiante, el modelo sociológico resultó  inapropiado para  la descripción empírica en  la medida  en  que  la  investigación  y  el  muestreo  de  opinión  declinaron  en  los  años  30  de  este  siglo  la desalentadora tarea de observar empíricamente al público como un grupo estructurado fluido y complejo”.  (Price, 1992) 

 

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Para Habermas (1981), así como se debate la noción de público (como vimos en principio

elemento central de la opinión pública) entre una consideración racional de la opinión

pública y una irracional, lo mismo ocurre con la noción de “opinión”, en relación al

concepto de “actitud”. Dice:

“Opinión es, por lo pronto, identificada con expression on a

controversial topic, luego con expression of an attitude y,

posteriormente, con attitude sin más. Al final, la opinión acaba por no

necesitar siquiera de la capacidad de verbalización; ella comprende no

sólo cualesquiera hábito o costumbres que se manifiestan en

determinadas concepciones (...), sino también modos de conducta sin

más”. (1986: 266)

Habermas denomina esto como la “disolución socio – psicológica de la opinión

pública” (Habermas, 1981), o conversión de un proceso raciocinante, formado por

ciudadanos ilustrados en los asuntos públicos, en la mera suma de opiniones y/o actitudes

individuales.

Para poner más claridad sobre este punto comenzaré por presentar algunas

definiciones de “opinión” y el modo en que se ha relacionado con otros conceptos en el

proceso de su formación a nivel individual.

Opinión es un término variable, que algunas veces refiere a un fenómeno conductual

y otras a un fenómeno psicológico, de modo que se puede diferenciar entre “opiniones

abiertas”, que son los juicios expresados acerca de acciones propuestas de importancia

colectiva, realizadas en situaciones conductuales específicas (esto es por ejemplo en una

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15 

 

                                                           

situación de respuesta a una encuesta) y “opiniones encubiertas”, que son los juicios

internos formados en la mente. Se considera también que “opinión es una respuesta que se

da a una pregunta en una situación determinada” (Lane y Sears, 1964: 13); que es lo que la

gente piensa y dice, los juicios que formula cada individuo acerca de situaciones exteriores.

Ahora bien ¿cuál es la estructura y los componentes presentes en la Opinión

individual? ¿Cómo se originan las opiniones? Zaller (1992) dice que “cada opinión es un

casamiento ente información y predisposición”, la opinión contiene un componente que se

encuentra previamente en el sujeto y un componente externo, no son innatas y no surgen de

la nada, sino que son el fruto de procesos de formación a partir de unos condicionantes

previos. El principal de ellos, y el más estudiado en relación con el proceso de formación de

opiniones en escala individual, es el de actitud10.

Generalmente, opinión y actitud fueron utilizadas de manera intercambiable. Por

ejemplo Dobb, define a las opiniones como “las actitudes de la gente ante un tema” y

Childs (1965) como “una expresión de la actitud en palabras”. Sin embargo, en el

desarrollo conceptual y metodológico del estudio de la opinión pública comenzaron a

diferenciarse en al menos 3 sentidos:

 10 En la investigación de las opiniones se han utilizado una serie de conceptos además del de actitud como son  los  “esquemas”,  “valores”  e  “identificaciones  grupales” que  refieren  a  estructuras de  información,  y reflejan diferentes aspectos del proceso de información que pueden influir en el cálculo y expresión de las opiniones. A partir de este planteo varios  investigadores  llegaron a hablar de  las opiniones en diferentes estados  de  cristalización  o  definición  (Berelson  1950)  Las  opiniones  expresadas  pueden  de  esta  forma constituir conductas prueba que ayuda a una persona hacia la elaboración de un juicio bien formado. Para un  detalle  mayor  de  la  diferencias  y  similitudes  entre  los  conceptos  de  actitud,  esquemas,  valores  e identificaciones ver Price (1992: 78‐86) 

 

Page 17: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

16 

 

“Primero, las opiniones se han considerado como respuestas verbales y

observables ante un tema o cuestión, mientras que una actitud es una

predisposición o una tendencia psicológica encubierta. Segundo, aunque

tanto actitud como opinión implican aprobación o desaprobación, el

término actitud apunta más hacia el afecto (p.e., el agrado o desagrado

fundamental), y la opinión más fuertemente hacia lo cognitivo (p.e., una

decisión consciente para apoyar u oponerse a alguna política, político o

grupo político). Tercero, la actitud tradicionalmente se conceptualiza

como una orientación global y permanente hacia una clase general de

estímulos, mientras que la opinión se considera más situacionalmente

como pertinente a un tema especifico en una situación conductual

particular” (Price, 1992: 71)

Wiebe (1953) logra resumir estos planteos de la siguiente manera:

“una actitud es una predisposición estructural –una orientación

permanente para responder a algo de manera favorable o desfavorable.

Una opinión, por otro lado, se elabora conscientemente en respuesta a

una cuestión particular en una situación específica”.

En este sentido considera a las actitudes como una orientación general de la

conducta, algo latente y afectivo; mientras toma a la opinión como algo cognitivo,

situacional y manifiesto. Concluye que la opinión es una decisión que adapta las actitudes

relacionadas con el tema a las percepciones que el individuo tiene de la realidad en al que la

conducta debe respirar.

A pesar de los intentos por precisar sus significados, como lo anticipó Habermas

(1981), el concepto de opinión siguió aplicándose de manera más o menos consistente con

Page 18: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

17 

 

                                                           

la actitud, refiriéndose tanto a estados psicológicos internos (opiniones encubiertas) como a

conductas manifiestas (opiniones abiertas) (Price, 1992: 72; Allport, 1937: 15).

En 1935 Gallup y Roper fundan el American Institute of Public Opinion11 y

comienzan a referirse a los resultados de las encuestas como “opinión pública”, antes que

“actitudes políticas”, adoptando un concepto de opinión que, trascendiendo la noción de

actitud, se vincula directamente con la conducta. En 1936 se consagran públicamente las

técnicas de muestreo con la realización de sampling referéndum (término usado por Gallup

para indicar que se trataba de revelaciones de las orientaciones políticas de los ciudadanos,

“una elección nacional en escala reducida”)12. La opinión pública aparece, entonces, como

el conjunto, la suma de todas las opiniones individuales, que se identificaran a su vez

directamente con la conducta de voto. A partir de la encuesta de estas opiniones se puede

reeditar el conocido principio: no sólo una- persona- un- voto sino también, una- opinión-

un voto.

Como conclusión, las opiniones serán finalmente consideradas fenómenos

conductuales que se explican a partir de “posiciones-tema” y un indicador claro del

comportamiento probable. Dejando de ser simplemente “medidas de las actitudes”, se

reafirma la asociación entre opinión y voto.

 11  Y en 1937, nace la revista «Public Opinion Quarterly». 

12 Según tituló el new york times  en un artículo en 1936 

Page 19: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

18 

 

                                                           

c. Opinión pública y comportamiento de Voto13

Hasta aquí me referí al concepto de opinión pública desde el enfoque colectivista e

individualista, observando que en su desarrollo conceptual opinión pública y

comportamiento electoral u opinión y voto son considerados equivalentes.

Ahora bien, si como sostiene Sartori “es en el voto como el ciudadano termina por

expresar su propia opinión” (Sartori, 1992), es importante preguntarse al menos en qué

medida la opinión pública se manifiesta en el comportamiento electoral, ¿cómo se traducen

las opiniones en votos?, ¿cuál es el grado efectivo o el nivel de información que sustenta las

opiniones que se traducen en votos?

Sobre estas cuestiones han reflexionado extensamente los estudios e investigaciones

sobre los comportamientos electorales, organizados alrededor de dos enfoques claramente

diferentes en sus concepciones acerca de las propiedades de la opinión pública: el consenso

pesimista y el consenso optimista (Adrogue, 1998).

Berelson (1954), dando cuentan de la centralidad que revista la investigación de

opinión pública para la explicación del comportamiento electoral asimila a los gustos las

opiniones que se expresan en el voto. En un pasaje ya clásico escribe:

“para muchos electores, las preferencias políticas son algo muy

parecido a los gustos culturales. Ambos despliegan estabilidad y

 13 “Opinión pública y comportamiento de voto” es el subtitulo utilizado por Giovanni Sartori en el capítulo referido a Opinión pública en su célebre tratado “elementos de teoría política” (Sartori, 1992: 169). 

 

Page 20: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

19 

 

resistencia al cambio en los individuos particulares, pero flexibilidad y

ajustamiento generacional en la sociedad en su conjunto. Ambos

incluyen sentimientos y disposiciones más que preferencias razonadas”

(B. Berelson, P. F. Lazarsfeld, W. N. Mcphee, 1954)

Tomando partido por el enfoque pesimista, plantea que las opiniones se anclan

sobre todo en los grupos de referencia. En esta representación los mensajes e informaciones

tienen poca posibilidad de influir porque el elector es activo al bloquearlos, al rechazarlos o

al recodificarlos de acuerdo a su imagen y conveniencia. El consenso pesimista, en gran

medida centró sus argumentos en la falta de información que poseen los ciudadanos para

poder dar una opinion racional. Y al explicar el modo en que los ciudadanos traducen estas

opiniones irracionales en voto recurrió a razonamientos determinísticos, tanto sociológicos

como psicológicos. Adrogue (1996) resume bien esta idea de la siguiente manera:

“Si bien el hombre de la calle carece de los elementos necesarios para

tomar una decisión racional, al menos cuenta con elementos para actuar

como si fuera racional: haciendo lo que hacen sus pares (Columbia) o,

simplemente, reproduciendo la misma conducta electoral en función de

un apego psicológico (Michigan)” (1996; 150).

Por el contrario, la vertiente optimista, sostiene que las opiniones son

principalmente “opiniones informadas” u opiniones que interactúan con las informaciones.

Fundan la racionalidad de la opinión pública en la disponibilidad de la información de la

que efectivamente gozan los ciudadanos. En este sentido Page y Shapiro (1992) sostienen

que la racionalidad es una de las propiedades distintivas de la opinión publica ya que los

cambios en sus orientaciones responden al devenir de los acontecimientos y a la

Page 21: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

20 

 

disponibilidad efectiva de información, hecho que demuestra su capacidad para establecer

juicios coherentes a lo largo del tiempo.

Finalmente entonces, en la medida en que se asimilan a los gustos las opiniones que

se expresan en el voto, y que las preferencias políticas se entienden más en función de

sentimientos y disposiciones, que de preferencias razonadas, la relación entre opinión y

voto (vista desde una perspectiva pesimista) es considerada necesariamente equivalente o

lineal. Este es el caso tipo de las perspectivas tanto colectivistas como individualistas desde

un enfoque no–racional. Sin embargo, como los autores enrolados en el consenso optimista

sostienen, la opinión pública puede ser considerada racional. Esto nos permite dar cuenta de

que la relación opinión - voto se encuentra atravesada, independientemente de la naturaleza

colectiva o agregada del concepto de opinión pública, por un debate más general que

enfrenta a un enfoque optimista y otro pesimista respecto de sus características esenciales.

El debate de fondo es si ésta es considerada racional o irracional. De esta forma damos

cuenta que, en la medida en que la opinión pública que se expresa en el voto se considera

racional, abre un interrogante acerca de la supuesta linealidad de la relación opinión-voto.

Para seguir explorando este planteo y antes de arribar a una conclusión en este

sentido, en la siguiente parte presentaré las teorías centrales del comportamiento de voto.

Page 22: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

21 

 

                                                           

PARTE 2.

COMPORTAMIENTO ELECTORAL: de las Opiniones al Voto.

“¿Cuál es la estructura y cuáles los componentes de lo que se llama, de modo resumido y global, opinión? (…) Los estudios e

investigaciones que analizan estas cuestiones son sobre todo las investigaciones sobre los comportamientos electorales. Es fácil entender

porque, si recordamos que lo que más importa, en el ámbito de la opinión del público, es opinar sobre la res pública.”

(Sartori, 1992: 164)

a. Las explicaciones sociológicas: La influencia de modelo sociológico de lo

público.

Las explicaciones tradicionales del voto se remontan originalmente a los análisis

sociológicos del comportamiento electoral. Cuando lo único disponible eran datos

agregados, los principales investigadores y la experiencia cotidiana dejaban en claro la

presencia de agregados colectivos en forma de grupos sociales con comportamientos

sociales distintos, entonces, determinantes como la clase social de pertenencias (o grupo

étnico, filiación religiosa, etcétera, entre otros) sobresalían como determinantes de la

conducta política (Etchegaray, 1996) 14.

La explicación sociológica argumenta que existe una correlación entre los

determinantes sociales y el voto sugiriendo que la pertenencia a distintos grupos sociales

influye en las decisiones de voto (véase por ejemplo, Lazarsfeld et al., 1944). Se considera

 14 Este enfoque también es conocido como “geografía electoral” en consecuencia con la naturaleza agregada de los datos que maneja. (Molina, 2005). 

 

Page 23: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

22 

 

que los votantes son instrumentales, es decir, que votan a los partidos que reflejan mejor los

intereses de sus grupos. Los orígenes de este enfoque se remontan a la Escuela de

Columbia, cuyos estudios formularon las condiciones determinantes de la persistencia del

voto de grupo como sigue:

“En suma, las condiciones que subyacen a la persistencia de las divisiones del

voto parecen ser (1) la diferenciación social inicial que hace que las

consecuencias de las medidas políticas sean material o simbólicamente

diferentes para grupos diferentes; (2) las condiciones de transmisibilidad de

generación en generación y (3) las condiciones de proximidad física y social

para continuar en contacto con el endogrupo en generaciones futuras”

(Berelson, Lazarsfeld y McPhee, 1954:75).

En la década del 40 Lazarfeld, exponente fundamental de esta corriente, estudia la

formación, los cambios y la evolución de la opinión pública, centrándose

fundamentalmente en el análisis de los “votantes mutantes”, es decir de aquellos individuos

que cambiaron su opinión, actitud o voto puesto que “eran precisamente los sujetos en

quienes se podían observar los procesos de cambio y de formación de las actitudes” (Paul

Lazarsfeld, Bernard Berelson, Hazle Gaudet, 1962). En “El pueblo elige”, junto con otros

investigadores de Columbia ofrece una caracterización de las diferencias ideológicas entre

republicanos y Demócratas en Estados Unidos, determinadas por su condición de clase y

sus opiniones sobre asuntos públicos15. Para esto elaborarán un “índice de predisposiciones

                                                            15 Es de destacar que en sus estudios,  las referencias a Actitudes, opiniones o comportamiento y voto, se dan  la mayoría  de  las  veces  de manera  intercambiable.  Esto  refuerza  nuestra  idea  acerca  de  que  las investigaciones tradicionales del voto no logran diferenciar opiniones de comportamientos. 

Page 24: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

23 

 

políticas” (IPP), basado en una combinación de variables, a partir de lo cual predecir el

voto. El índice es establecido a partir de una estratificación por religión y residencia dentro

de cada celda de Nivel socio económico vinculado con la identificación partidista. El

estudio concluirá que son estas variables sociales las que mejor explican las opiniones de

los ciudadanos y a partir de ahí el comportamiento electoral.

Como resultado de su investigación los autores acuñaron tres conceptos para

explicar las variaciones en el comportamiento del electorado:

- Cristalizantes: aquellos votantes que pasaron del “no se” al voto republicano o al

voto demócrata.

- Fluctuantes: Aquellos que tenían una posición definida y luego se retractaron,

cambiaron de partido y presentaron mayor imparcialidad.

- Mutantes de partido: Aquellos que de manifestarse partidarios de uno cambiaron su

voto por el partido opuesto.

En estudios posteriores agregarán como variable independiente a la influencia

personal por parte de familiares y amigos obteniendo una fuerte correlación con el

comportamiento electoral. De esta forma, en los casos donde existía consenso sobre las

intenciones de voto al interior de una familia, entre el 80 y el 90% mantenía su intención

de voto en el tiempo.

Algunas de sus principales conclusiones apuntan a que la decisión del electorado

está definida en gran parte por la pertenencia a grupos sociales primarios (familia, amigos,

trabajo, origen étnico), que la influencia de las campañas es poco significativa y que la

Page 25: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

24 

 

comunicación al interior de los grupos primarios influye en la toma de decisiones

electorales, debido al fuerte sentido de pertenencia al grupo.

Estos hallazgos tuvieron un fuerte impacto en el campo académico, puesto que

pusieron en cuestión la percepción muy difundida en la época acerca del efecto ilimitado de

los medios masivos de comunicación sobre el comportamiento político. Es así que el

enfoque sociológico del voto es conocido también en el campo de la comunicación como

“paradigma de los efectos limitados”, según el cual la clase social y otras variables sociales,

limitarían el poder de los medios de comunicación en la formación de opinión y en el voto.

Como observa Elihu Katz (1998), “las repercusiones de los medios están atemperadas por

procesos selectivos de atención, percepción y memoria. Estos dependen a su vez de

variables de situación y de predisposición como la edad, la familia y la pertenencia

política” (Katz, 1998). El papel central en esta perspectiva, lo ocupa entonces el grupo

primario.

En definitiva, el enfoque sociológico sostiene que las identidades de grupo afectan

a las actitudes y a los intereses. A su vez, estas actitudes afectan a cómo votan las personas.

De estas investigaciones se deduce, entonces, que la pertenencia a un grupo determina de

igual modo a las actitudes y la opinión pública como al voto.

Otra obra influyente que coincide con en el paradigma sociológico es la de Lipset y

Rokkan (1967), quienes defendieron que las identidades de grupo no sólo influyen en el

comportamiento electoral, sino que también determinan el número de partidos políticos. En

otras palabras, los partidos políticos evolucionan en respuesta a las divisiones sociales.

Page 26: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

25 

 

                                                           

En los años 60, a partir del trabajo clásico de Lipset y Rokan (1967) comienza a

cobrar relevancia el término clivaje o “línea de fractura”, concluyendo que los clivajes

sociales de entonces simplemente reproducían los clivajes sociales de una generación

anterior. Entre dichos clivajes incluían los que oponían a clericales y seculares, agraristas e

industrialistas, urbanos y rurales16.

Sin embargo, a pesar de la fortaleza que demostró este modelo a mediados de los

60, comenzó a plantear algunas limitaciones. La principal de ellas es que no es capaz de

predecir los cambios en el comportamiento electoral cuando los determinantes sociales se

mantienen estables17. Como afirma Etchegaray (1996), “si la pertenencia de clase, aún en

situaciones de movilidad social, acompañaba al individuo por años, si no décadas, ¿cómo

explicar la variabilidad en los porcentajes de votos obtenidos por partidos de clase obrera o

de clase media?” (1996). Es un hecho de la realidad que ante situaciones criticas o

coyunturales se redefinen alineamientos partidarios e identificaciones políticas y esta

misma posibilidad es una muestra de la pérdida del peso de las divisorias sociales como

determinantes del comportamiento politico.

Como sostiene Paramio (1998), entonces, parecería lógico admitir que el papel de

las divisorias sociales en la determinación de la identificación política, las preferencias y

 16  Estas  posiciones  analíticas  tuvieron  un  importante  arraigo  en  los  análisis  Latinoamericanos,  que comenzaron  a  encontrar  pruebas  empíricas  en  su  realidad  histórica  particular  y  a  identificar  a  partir  de clivajes sociales como  la clase social, al voto Peronista, Aprista, Varguista con el voto obrero, de  la misma manera  que  el  voto  Radical.  Democristiano,  Copeyano  o  Panista,  con  la  clase media  (Mora  y  Araujo  y Llorente, 1980; Ames 1971). 

17  La  comprensión de esta  limitación es  importante para entender por qué  la  teoría  sociológica no  logra explicar  la creciente volatilidad electoral que prevalece en  las democracias contemporáneas y por ende  la necesidad de recurrir a teorías del tipo de la opción racional. 

Page 27: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

26 

 

opiniones, es bastante más reducida de lo que se suele entender y que es más realista una

teoría como la de Converse (1969), que concentra sus explicaciones en función de la

socialización y el aprendizaje (Paramio, 1998: 81).

Page 28: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

27 

 

b. Las explicaciones psicopolíticas: Opiniones, Actitudes y Voto.

En la medida en que se produjeron cambios en la composición de la estructura

social de las sociedades avanzadas, los determinantes sociales perdieron capacidad

explicativa, en el sentido que se empezó a demostrar una correlación empírica débil entre

estos y el voto. Por otra parte, ligado a la mayor accesibilidad que fueron ganando los

estudios de opinión pública, se fue gestando un enfoque que priorizaba el papel de los

vínculos afectivos con la política, desarrollados por el individuo en el proceso de

socialización. A partir de los sentimientos y valores heredados de los padres u otros agentes

de socialización política, las personas se comienzan a identificar con determinado partido

político, lo cual determina su voto en las urnas.

Este enfoque cobra relevancia a partir de los 60 con un influyente trabajo de la

denominada “escuela de Michigan”. Los autores de este trabajo son Angus Campbell,

Philips Convers, Warren Millers y Donald Stoker y la obra “The american Voter”. Este

enfoque se construye a partir de la observación de las actitudes políticas de los votantes,

identificando tres tipos de actitudes como las de mayor peso explicativo en la decisión del

voto: la identificación partidaria; la actitud frente a los temas del debate electoral y la

simpatía por el candidato. Sin embargo, el papel dominante en la investigación del

comportamiento electoral lo jugará durante mucho tiempo la noción de “identificación

política” que es entendida como un fenómeno psicológico afectivo que se desarrolla desde

la niñez y que presenta gran estabilidad a lo largo de los años. Estos autores argumentan

que la influencia de la identificación partidista en las preferencias sobre elementos

relevantes de la política es mayor que la influencia de estos últimos sobre la identificación

Page 29: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

28 

 

partidista. En otras palabras los individuos se aproximan a la política con los lentes de la

identificación partidista, es decir que evalúan los objetos políticos desde sus propias

preferencias partidarias18.

El modelo de Michigan o enfoque psicológico de la conducta política también puso

énfasis en el estudio de la comunicación política, especialmente a partir de la crítica a los

trabajos de Columbia quienes consideraban limitado el impacto de la comunicación. Para

los investigadores de Michigan, a diferencia de los de Columbia, era necesario tomar en

cuenta elementos claves como “la activación de predisposiciones latentes” o la motivación

de los votantes a partir de una identificación partidaria ya definida.

Como afirma Campbell et al. (1960)

“En la competición de voces que pugnan por alcanzar al individuo, el

partido político es una agencia muy importante de formación de

opiniones. La fuerza de la relación entre la identificación partidista y la

dimensión de las actitudes del simpatizante sugieren que las respuestas

a cada elemento de la política nacional están profundamente afectadas

por las adhesiones duraderas del individuo al partido”.

Esto implica que la relación entre la pertenencia al grupo y las actitudes debería ser

similar a la que se da entre la pertenencia a un grupo y el voto. Si bien en este sentido no

habría mayores diferencias con el enfoque sociológico, este modelo admite que podría

                                                            18  Para  un  análisis  desde  esta  perspectiva  en  Argentina,  ver  el  trabajo  de  Gerardo  Adrogue  y Melchor Almesto  (1998)  publicado  en  Desarrollo  Económico,  vol.  38,  no.  149  en  el  que  para  analizar  la  opinión pública polìtica definen como “campo de significación partidaria” a  la evaluación politica que  realizan  los ciudadanos desde las propias preferencias partidarias. 

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29 

 

                                                           

suceder que diferentes contextos políticos indujesen relaciones entre grupos y actitudes que

sean distintas de las postuladas por el enfoque sociológico19.

La noción de “identificación partidista” jugó un papel central en la investigación del

comportamiento electoral hasta la década pasada. Campbell, Converse, Miller y Stokes

(1960) la definieron como “la orientación afectiva de un individuo hacia un importante

grupo-objeto de su ambiente”, un fenómeno psicológico afectivo que se desarrolla desde la

niñez y que presenta una gran estabilidad a lo largo del tiempo. Si bien lo central de este

modelo es la idea de que la identificación partidaria determina el voto, se ha observado a

través de la creciente difusión de encuestas, que ésta no presenta actualmente la estabilidad

que caracterizó al modelo en su momento de esplendor. Las fluctuaciones observadas en

general responden a variables de corto plazo en contraposición a la larga duración que

caracterizaba a la noción de identificación partidaria. Es decir, las actitudes que cobran

relevancia en la investigación son las relacionadas más directamente con las campañas

políticas, con los candidatos y temas prevalecientes. Por otra parte, el modelo de

identificación partidaria se ha encontrado con una fuerte limitación empírica en su

incapacidad para explicar el comportamiento electoral de los “votantes independientes” que

constituyen un grupo cada vez más importante del electorado.

Como se pudo observar hasta aquí, el modelo sociológico, referente a variables

estructurales, sociales y demográficas, se mantuvo mientras las elecciones mostraban

estabilidad y los canales de comunicación reflejaban en gran medida las opiniones de

 19  Sin  embargo  se  entiende  que  desde  ambos  enfoques  se  postula  la  determinación  estructural  del comportamiento electoral, sea o no mediado (y medido) por la identificación de actitudes hacia los objetos políticos. 

Page 31: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

30 

 

grupos constituidos políticamente. A medida que el voto comenzó a fluctuar la teoría

psicológica se mostró útil para analizar las fuentes de estabilidad (los vínculos afectivos

con partidos políticos) y separar las fuentes de cambio, relacionadas con variables de corto

plazo (las actitudes en relación a candidatos y temas de campañas). Sin embargo, si bien la

teoría psicológica logra explicar más acabadamente el comportamiento político, en la

medida en que supera una de las principales limitaciones del enfoque sociológico (explicar

los cambios en el comportamiento electoral cuando los determinantes sociales se mantienen

estables) se encuentra con una fuerte limitación empírica en el evidente desapego partidario

que prevalece en las democracias desarrolladas.

Page 32: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

31 

 

c. Elección Racional: mas allá de la paradoja del voto

El enfoque de la elección racional parte de rechazar las teorías tradicionales (teorías

sociológicas y psicológicas) que centran sus explicaciones en variables sociales o de

socialización con partidos políticos, señalando que el mecanismo por el cual se decide el

voto es un cálculo costo-beneficio a partir de la evaluación real o potencial de determinada

fuerza política en el gobierno. En esta perspectiva se da un importante peso a los efectos de

corto plazo en el voto, como ser las fluctuaciones económicas, las crisis políticas o más

directamente elementos específicos de cada elección como son los candidatos y temas

prevalecientes de campaña

El modelo, conocido como “cálculo del voto”, fue inicialmente desarrollado por

Anthony Downs (1957) y reconoce que el elector decide en dos momentos conforme a un

cálculo de utilidad esperada (Downs, 1957). En un primero momento decide votar o

abstenerse en función de los costos o beneficios de acudir a votar. En un segundo momento

decide votar por el candidato más cercano a sus posiciones políticas ideales y del que

espera el mejor desempeño. El acto de votar sería producto de un cálculo sobre los costos o

beneficios, así como de las probabilidades percibidas por el ciudadano de que su voto sea

decisivo en el resultado de la elección. En principio, entonces, la decision de votar se

explica básicamente a partir de 3 parámetros:

1) B= los beneficios (materiales como inmateriales) derivados de que el candidato o

partido preferido por el elector sea elegido.;

2) p = la probabilidad de que su voto determine el resultado de la elección;

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32 

 

                                                           

3) C = los costos de votar, que incluyen el tiempo y dinero invertido en recurrir al

lugar de la votación, más los costos de obtener la información para votar correctamente.

El modelo predice, entonces, que los ciudadanos votan siempre que pB > C

Ahora bien, el modelo de “cálculo del voto”, tal cual fue concebido originalmente

por Downs enfrenta algunos problemas que llevaron a lo que se conoce como “la paradoja

del voto”. Si los componentes esenciales del cálculo del voto son pB el modelo conduce a

que el resultado en elecciones en que no es obligatorio votar será la abstención mayoritaria.

Sin embargo, “desgraciadamente para la teoría, la mayoría de la gente vota” (Criado

Olmos, 2003: 3). Lo que ha llevado a sostener que “este desequilibrio entre lo que predice

la teoría y la realidad observada supone un fracaso empírico para la explicación del voto

desde la teoría de la elección racional”20 (Green y Shapiro 1995: 54-57).

Los intentos por solucionar la paradoja del voto desde dentro del programa de la

elección racional ha generado una importante cantidad de literatura (Criado Olmos, 2003;

Overbye, 2003; Riker, 1995; Aldrich 1995; Ferejohn y Fiorina, 1974). Uno de los intentos

de solución más extendidos es el de la inclusión de un parámetro D que representa la

utilidad que el elector recibe por el hecho de votar en sí. Ya en Downs (1957) estaba

presente la idea de que los sujetos racionales estarían motivados por cierto sentido de

responsabilidad. Riker y Ordeshook (1968, 1973) desarrollan esta intuición inicial

considerando que D representa el valor de cumplir con el deber cívico, así como el valor  

20 Si bien no es nuestro objetivo realizar un desarrollo de  las “patologías de  la elección racional”, ni de  los intentos de solución a la “paradoja del voto”, a partir del intento de solucionar algunas de estas cuestiones problemáticas dentro del programa de la elección racional, se encuentra algunas explicaciones del modo en que  las opiniones y preferencias se convierten en votos. Para mayor detalle de este debate ver el número 102/103 de Zona Abierta, dedicado “La elección racional y el comportamiento electoral”. 

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33 

 

                                                           

derivado de expresar apoyo al sistema político. Este factor es considerado como un

“componentes expresivo” del voto, en el sentido que los electores reciben beneficios por el

hecho de votar independientemente de las consecuencias de su acción. El voto “se convierte

en un acto de consumo en lugar de un acto de inversión” (Fiorina, 1976).

De esta manera, el modelo predice que si pB + D > C el resultado será la

participación de la mayoría.

Green y Shapiro (1995) han criticado esta solución a la paradoja del voto

considerando que incluir un término en el cálculo del voto que implica la gratificación

psicológica derivada del cumplimiento de un deber cívico es una explicación ad hoc y está

fuera del ámbito de la elección racional (1995: 52). De esta manera, si la decisión de votar

depende del término D que refleja la “utilidad expresiva” del voto, se convertiría esta

decisión en una cuestión de “gustos”, y como los modelos de la elección racional no

explican cómo se originan los gustos y preferencias, el voto no puede ser explicado por la

elección racional21.

Otro problema está relacionado con el factor p, dado que en una elección masiva no

existen bases racionales para calcular que un voto determinará la elección, por lo cual si no

puede calcularse el término p tampoco es posible justificar racionalmente el acto de votar.

 21 Riker,  replica esta crítica diciendo que  la  teoría de  la elección  racional no dice nada acerca del  tipo de preferencias que debe tener el individuo, solo parte del supuesto de que los individuos saben lo que quieren y tienen  la capacidad de ordenar sus preferencias transitivamente. Se trata de actores  intencionales cuyas acciones dependen del orden de sus preferencias. Ahora bien, esta asunción de intencionalidad no implica necesariamente que  las preferencias deban ser consecuencialistas. No hay nada que excluya preferencias que derivan del hecho en sí de votar. (Riker, 1995). 

Page 35: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

34 

 

                                                           

Existen, sin embargo, interpretaciones del modelo del cálculo del voto según las

cuales la decisión de votar puede ser entendida como producto de una elección racional y

no simplemente como una cuestión de gustos (Barry, 1978; Overbye, 1995; Aldrich,

1993)22 y desde una perspectiva más amplia permite entender no solo el abstencionismo en

particular, sino el comportamiento electoral en general. En esta línea, Jonh Aldrich (1993)

toma en cuenta 3 factores para dar un mayor valor explicativo al modelo del cálculo del

voto.

1- Sostiene que el votar o abstenerse es una decisión baja en costos y en beneficios,

por lo que la decisión se realiza casi siempre en “el margen”. Por lo tanto es un error

considerar el voto como un ejemplo arquetípico de los problemas de la acción

colectiva, ya que estos implican siempre altos costos y altos beneficios (Aldrich,

1993: 265).

Esta explicación ha sido acusada de “un tanto desesperada” (Criado Olmos, 2003),

puesto que la solución sería dejar al voto fuera del ámbito de la elección racional, por no ser

un típico problema de acción colectiva. Sin embargo, esta es una crítica parcial (desde mi

punto de vista) ya que no tiene en cuenta los otros 2 factores mencionados por Aldrich, a

partir de los cuales queda claro que la intención no es dejar fuera del ámbito de la elección

racional al voto.

 22  Overbye  explica  esta motivación  expresiva  del  voto  desde  una  aproximación  de  la  elección  racional sosteniendo que el voto puede ser visto como una decisión racional de inversión. Pero no de una inversión para conseguir determinado resultado electoral, sino más bien una inversión en un tipo de reputación que los individuos están interesados en mantener  (Overbye 2003). 

Page 36: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

35 

 

2- En esta aproximación a una solución a la paradoja del voto, replanteando el

término p aparece como un elemento central a tener en cuenta el hecho de que la

elección no puede ser entendida de manera aislada de las estrategias de campaña y

del historial de desempeño político del gobierno y de los partidos. En este sentido

se parte de reconocer que la decisión no se realiza en un “vacío político”, sino

tomando en consideración la información proporcionada por las campañas y por

“políticos estratégicos”.

En esta perspectiva, por más que el elector carezca naturalmente de la “base racional”

para realizar el “cálculo de su voto” es el político quien mediante sus decisiones

estratégicas se encarga de ofrecer la cantidad de información que considera necesaria y/o

bajar los costos de votación de acuerdo a cada coyuntura electoral (Aldrich, 1993). Señala

en este sentido, que el papel decisivo de los políticos estratégicos en el cálculo del voto

explica por qué los datos agregados muestran consistentemente un nivel más alto de

participación en las elecciones cerradas, a pesar de que los votantes, según informan las

encuestas, desconozcan el término p, es decir el valor de su voto, en la decisión de votar o

no. (Aldrich, 1993). Los ciudadanos pueden considerar o no importante lo cerrado de las

elecciones, pero los políticos necesariamente lo consideran en sus decisiones estratégicas.

3- Respecto del término D, como vimos, refleja consideraciones de largo plazo, y es

intepretado generalmente como un sentido de deber cívico, de mantenimiento de la

democracia y por tanto no relacionado con las campañas en particular, sino con la

polìtica en general. Aldrich lo reintrepreta argumentando que este término refleja un

sentido de “eficacia externa”: qué tanto siente el ciudadano que el gobierno es capaz

Page 37: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

36 

 

                                                           

de responder a sus demandas y resolver sus problemas. El sentido de eficacia

externa es producto de la historia polìtica, ya que refleja cómo las instituciones y

gobernantes se han desempeñado en el pasado a juicio del electorado. Por lo tanto

este interpretacion está dentro de la elección racional. Si el sentido de eficacia

externa es bajo, el valor del voto disminuye, pues no se derivan beneficios de elegir

a algún candidato en especial.

Este avance en la perspectiva de la elección racional se ajusta perfectamente al

modelo del cálculo del voto de Downs que se basa en el impacto del conocimiento

imperfecto sobre la acción política. Desde un supuesto de conocimiento perfecto ningún

ciudadano podría influir sobre el voto de otro, “cada uno sabe lo que más le beneficia, lo

que el gobierno está haciendo y lo que otros partidos harían si estuvieran en el poder; por lo

tanto la estructura de preferencias políticas del ciudadano le conduce a una decisión no

ambigua sobre cómo debería votar” (Downs, 1992: 98). Desde este supuesto, entonces la

opinión necesariamente es considerada igual al voto (O = V)23. Ahora bien, sabemos que

estamos en un mundo en el que prevalece la información imperfecta, por lo cual como

sostiene Downs, “en cuanto aparece la ignorancia, el claro camino que conduce de la

estructura de preferencias a la decisión de voto se oscurece por falta de conocimiento”

(Downs, 1957). De esta manera, la evidencia creciente de un electorado indeciso, conduce

a la necesidad de producir información para aclarar sus preferencias, tras lo cual surgen los

“persuasores” (en la terminología de Downs o “políticos estratégicos” en la de Aldrich) que

 23  Suponiendo  que  el  conocimiento  sea  perfecto,  no  habría  diferencias  en  este  punto  con  las  teorías tradicionales  en  el  sentido  que  opinión  y  comportamiento  (voto)  se  siguen  correspondiendo  de manera directa. Más adelante regresaré sobre esta cuestión al referirme a la teoría de la preferencia revelada. 

Page 38: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

37 

 

                                                           

pueden ser muy efectivos en producir estos hechos. Esta falta de información, crea una

demanda en el electorado que será respondida por los partidos políticos creando una oferta

(Downs, 1957).

De esta manera, un elemento importante a tener en cuenta, como resultado de los

intentos de superación de la “paradoja del voto”, es que se parte de considerar que si bien

las preferencias políticas pueden ser exógenas al juego político, las decisiones electorales

no se dan “en el vacío”, sino que dependen en última instancia de la interacción entre las

preferencias de los votantes, las campañas y las posiciones de los partidos (Robert

Andersen y Anthony Heath, 2001)24.

A esta altura, entonces, estamos abordando el segundo momento que contempla esta

teoría: la dirección del voto.

En este aspecto, como señalamos anteriormente, la teoría supone que los electores

votan al partido que en su programa se aproxima más a sus propias preferencias, valorando

no solo las promesas, sino la probabilidad de que el partido las cumpla, la capacidad de los

candidatos y las posibilidades que tiene de ganar, es decir, predice que el elector votará al

candidato del que espera mejor desempeño en relación con los aspectos que considere más

relevantes para su vida. Los factores claves en la definición de la dirección del voto son,

 24 Es importante resaltar que este enfoque permite comprender el sentido “reactivo” del voto, característico de  las  democracias  actuales  en  las  que,  según  el  análisis  de  Manin  emerge  el  “voto  respuesta”  en contraposición  al  “voto  expresivo” propio de  las democracias  clásicas de Partidos que dieron  lugar  a  los enfoques tradicionales de la teoría del voto (modelo sociológico y psicológico). De esta manera los enfoques tradicionales y de la elección racional se diferenciarían también en que los primeros buscan explicar el voto en  el  sentido  de  una  expresión,  ya  sea  de  una  identidad  de  clase  o  identificación  política, mientras  los segundos  explican  la  decisión  y  el  sentido  del  voto  como  una  “respuesta”  a  la  oferta  política  en  cada coyuntura. 

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38 

 

                                                           

entonces, las posiciones ideales de políticas de los electores y la manera en que estos

obtienen y utilizan la información respecto a los programas y desempeño esperado de los

candidatos25. De esta manera existen en el marco de la elección racional, distintos enfoques

que buscan interpretar estos y otros factores para explicar la dirección del voto.

En principio se considera que la utilidad que orienta el voto puede ser tanto

económica como no económica, dependiendo de la cuestión que privilegia el votante, así

como del tema que cobre más relevancia pública en la sociedad. El enfoque prevaleciente

en este aspecto fue el que asume a dicha utilidad en términos estrictamente económicos y es

conocido como enfoque del “voto económico”. Este enfoque supone que los individuos

deciden racionalmente su voto calculando el interés de acuerdo a los beneficios o perjuicios

económicos que le ofrece el partido gobernante o la oposición. Sin embargo existen

variadas versiones del voto económico26 que analizan las diferentes orientaciones del

electorado y el tipo de reglas de decisión que siguen para definir el voto. Aquí entran

diversas posibilidades a tener en cuenta:

En una dimensión que la literatura especializada ha organizado como Egotropica vs.

Sociotropica, algunos votantes consideran que lo importante es cómo el gobierno ha

manejado la economía Nacional, mientras que para otros solo importa el impacto personal

 25 Como señalamos más arriba, se parte del supuesto de que la decisión de votar se toma en un ambiente de “información  imperfecta”,  dado  que  pocos  electores  invertirán  el  tiempo  necesario  en  seguir  con detenimiento  las  campañas  políticas,  evaluar  las  propuestas  y  estimar  los  beneficios  derivados  de  las distintas opciones. Puesto que el  voto es una decisión baja en beneficios  (entre otras  razones porque  la probabilidad  de  que  un  voto  determine  la  elección  es muy  bajo),  existen  incentivos  para mantenerse “racionalmente ignorante”. 

26 Para un interesante y completo estudio de las diferentes versiones del “voto económico” ver (Etchegaray, 1996) en el que propone explorar la heterogeneidad intrisnseca al modelo del voto económico. 

Page 40: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

39 

 

de las políticas implementadas. De esta manera, uno de los dilemas que acompaña al voto

es el objeto de referencia: el individuo o la colectividad. Así, las personas usan variados

procesos cognitivos para ahorrar costos de información, evaluando las condiciones

económicas personales y los éxitos o fracasos de la política económica del gobierno en este

aspecto (lo que se ha dado en llamar el “voto bolsillo”) o eligen, no tanto en función de

progresos personales, sino de orden colectivo, tomando en consideración el estado general

de la economía Nacional y las condiciones del conjunto de la población.

Por otro lado se ha considerado que los votantes realizan cálculos haciendo

evaluaciones retrospectivas o prospectivas. En este sentido quienes sostienen la perspectiva

retrospectiva del voto (Fiorina, 1978; V.O. Key 1966) consideran que los electores juzgan

al gobierno anterior por sus resultados y lo castigan votando a la oposición o lo premian

revalidando su mandato (Etchegaray, 1996). De esta manera se podría argumentar

siguiendo a V.O. Key que dado que la única información de que dispone el elector es la que

se refiere a lo que ya realizó el gobierno, es razonable concluir que los votantes deciden en

función de una evaluación primordialmente retrospectiva. Así sostiene que

“los patrones de cambio del voto retratan nítidamente al electorado

como un evaluador de eventos pasados, desempeños pasados, y

acciones pasadas. Este juzga retrospectivamente (…) Los votantes

pueden aprobar o rechazar sobre la base de lo que conocen, pero es

poco probable que se sientan atraídos por promesas” (V.O. Key, 1966).

En un sentido contrario hay quienes se inclinan a sostener que el votante opta por

proyectos de política económica, es decir tomando en cuenta sus expectativas a futuro,

prospectivamente. Downs (1957) plantea que lo racional para el individuo es votar

Page 41: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

40 

 

                                                           

pensando en los resultados futuros, ponderando la capacidad de las fuerzas en competencia

para llevar adelante una política económica positiva27.

Si bien la perspectiva del voto económico se convirtió en un enfoque predominante

en el análisis electoral, presenta algunas limitaciones. En principio, si como dijimos el

modelo de la elección racional plantea que la utilidad que orienta al voto puede ser tanto

económica como no económica, la perspectiva del voto económico tiende a ignorar la

importancia de los temas no económicos lo cual equivale a “descontextualizar el escenario

de la opción electoral” (Etchegaray, 1996). Por otra parte no tiene en cuenta que la

decisión del voto se produce en el medio de una campaña electoral en la que tanto el

gobierno como la oposición apelan a estrategias y mensajes que exeden el terreno de la

acción económica.

Fabián Etchegaría resume esta critica diciendo:

“Al presuponer tácitamente que el proceso de decision electoral se da en

el vacío, sin atender a los antecedentes historico culturales ni a las

campañas públicas, en procura de reclutar y movilizar nuevos apoyos

electorales por parte de las fuerzas en competición, la perspectiva del

voto económico deja abierta un flanco demasiado grande. Si sus

virtudes reside en ofrecer una vision parsimoniosa de cómo actúan los

 27  La  vinculación  entre  las  percepciones  retrospectivas  /  prospectivas,  y  personales  /sociotrópicas  de  la economía y el voto  dio lugar a una basta literatura sobre el tema que ha conjugado estas dos dimensiones dando origen a  lo que se conoce como el “voto campesino”  (peasants) y el “voto banquero”(bankers). El voto campesino tipifica a aquellos electores que hacen primar las evaluaciones personales–retrospectivas en su decisión de voto, en tanto que el voto banquero corresponde a aquellos que priorizan  las evaluaciones prospectivas acerca de la economía del país. 

 

Page 42: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

41 

 

individuos, esto es, votando por el gobierno cuando evalúan

positivamente su gestión y en contra cuando esta deja que desear, sus

falencias son demasiado gruesas para ser ignoradas. (Etchegaray, 1996)

Una interpretación más avanzada28 del voto económico, que recupera las opiniones

tanto retrospectivas como prospectivas respecto de la economía, es la de Jose María

Maravall y Adam Przeworski (1999). Sostienen que incluso si los votantes toman

decisiones con la mirada puesta en el futuro, pueden seguir basando sus previsiones de

modo exclusivo en los antecedentes de gobierno y oposición, simplemente extrapolando el

pasado, pero que los individuos pueden también pensar en el futuro sin hacer inferencias a

partir del pasado, aprovechando los indicios que les proporcionan la campañas u otras

fuentes (1999: 13). De esta manera, los votantes pueden pensar que las dificultades del

pasado fueron necesarias para un prospero futuro (Susan C. Stokes, Adam Przeworski y

Jorge Buendía Laredo 1997) o concluir que aunque el futuro bajo el gobierno actual es

poco prometedor, la oposición empeoraría las cosas; y, a la inversa, que aunque el gobierno

está haciendo las cosas bien, la oposición las haría mejor29. Ahora bien, quizas lo más

                                                            28 En el sentido que ofrece una explicación que contempla que la decisión “no se da en el vacío”. 

29 Siguiendo a Stokes podemos distinguir diferentes mecanismos  interpretativos (tipos) que  la gente utiliza para  procesar  y  evaluar  información  sobre  la  economía:  1)  La  gente  puede  considerar  los  resultados económicos pasados como buenos, esperar que sean buenos en el futuro y recompensar al gobierno. Puede, por  el  contrario,  ver mal  el  futuro  y  apoyar  a  la  oposición.  Estas  posturas son  «normales»,  al menos  normalmente  esperadas  en  el modelo  de  voto  económico 2)  La  gente  puede  considerar  los  resultados económicos pasados  como malos, pero  creer que mejorarán  si al gobierno  se  le permite  continuar en el poder. Por lo tanto, aunque las valoraciones retrospectivas sean negativas, el castigo al gobierno carece de sentido:  sus  políticas,  aunque  dolorosas,  son  la  causa  de  las  expectativas  optimistas.  Estas  posturas  son «intertemporales»25.  3)  La  gente  puede  esperar  que  el  futuro  sea malo,  al margen  de  cuáles  sean  sus valoraciones retrospectivas del pasado. Es decir, puede considerar los resultados económicos pasados y los esperados  en  el  futuro  en  términos  recurrentemente  negativos,  o  creer  que  se  deteriorarán.  Pero  no responsabilizan al gobierno de estas evaluaciones negativas, cuya causa ven en el legado de la mala gestión 

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42 

 

                                                                                                                                                                                    

interesante para el argumento de esta tesis, es que este planteo sostiene que “la dirección de

la causalidad” opinión sobre la economía-voto “no es obvia” (Jose María Amravall y Adam

Przeworski , 99), ya que estas interpretaciones pueden basarse en la evidencia a la que

tienen acceso los votantes, pero tambien pueden constituir racionalizaciones ex post de

decisiones de voto basadas en compromisos polìticos o ideologías previas. Mediados por la

clase y la ideología, las mismas condiciones económicas pueden tener diferentes

interpretaciones. (Gamacho s.f.).

Concluyen que las reacciones políticas a la economía no se corresponden siempre

con la lógica del voto económico. Aunque las opiniones sobre la economía pueden haber

producido reacciones políticas, estas opiniones también resultan de consideraciones

políticas previas. Los votantes deciden, por las razones que sean, apoyar al gobierno o a la

oposición, y después elijen los argumentos que sostienen su decisión. De esta manera,

ponen en cuestión la relación causal según la cual las opiniones sobre la economía son

útiles para predecir el voto.

Si bien esta interpretacion puede ser cuestionada por recurrir a explicaciones por

fuera del modelo de la elección racional (ya que remitirían a explicaciones de tipo

sociológicas o psicológicas), a pesar de su énfasis individualista, desde la propia teoría  

económica de gobiernos anteriores o en fuerzas que escapan al control de cualquier gobierno. Los votantes son  pesimistas,  pero  no  castigan  al  gobierno.  La  oposición  no  es  una  opción mejor.  Estas  posturas  son «exonerativas». 4) Sea como sea el pasado, los ciudadanos pueden pensar que el futuro de la economía será bueno. Pero no recompensan al gobierno por este optimismo: si se espera que la economía funcione bien (y quizás se considere que ha funcionado bien en el pasado), o no relacionan esto con las políticas económicas o simplemente no les gusta el gobierno por cualquier otra razón. Por lo tanto, están inclinados a votar a la oposición.  Estas  posturas  son  «de  oposición».  5)  La  gente  mira  hacia  el  pasado,  escruta  el  futuro  y, cualquiera que sean sus diagnósticos sobre la economía, no extrae ninguna conclusión sobre recompensas o castigos  políticos.  Estas  posturas  de  duda  (o  de  «indecisión»)28  son,  pues,  compatibles  con  diferentes diagnósticos  retrospectivos  y  prospectivos  sobre  la  economía:  los  ciudadanos  pueden  ser  optimistas  o pesimistas sobre el futuro, pero dudan si otra opción política mejorará esta perspectiva de la economía 

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43 

 

económica se ha dado fundamentos para sostener que el supuesto de la elección racional no

es necesariamente incompatible con las teorías tradicionales del voto. Amartya Sen (1986)

en su crítica a los fundamentos conductistas de la teoría económica o supuestos

conductistas en la descripción del comportamiento efectivo, sostiene que la teoría

económica:

“asigna un ordenamiento de preferencias a una persona, y (…) se

supone que este ordenamiento refleja sus intereses, representa su

bienestar, resume su idea de lo que debiera hacerse, y describe sus

elecciones y su comportamiento efectivo. ¿Podrá hacer todo eso un

ordenamiento de preferencias? Una persona así descripta puede ser

racional en el sentido limitado de que no revele inconsistencias en su

comportamiento de elección, pero si no puede utilizar estas distinciones

entre conceptos muy diferentes, diremos que es un tonto. En efecto, el

hombre puramente económico es casi un retrasado mental desde el

punto de vista social” (Sen, 1986, cursivas en el original)

En el fondo de esta crítica se encuentra un cuestionamiento a la “teoría de la

preferencia revelada”, para la cual si se observa que la persona A escoge x y rechaza y, se

declara que tiene una preferencia “revelada” por x sobre y. La utilidad de la persona A se

definiría simplemente como una representación numérica de esta “preferencia”, asignando

una utilidad mayor a la opción “preferida”. Desde una definición como esta no se podría

dejar de maximizar la propia utilidad, excepto por obra de la inconsistencia (Sen, 1986,

181-182). Este enfoque es muchas veces asociado a “la elección racional” ya que como

Amartya Sen (1986) reconoce:

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44 

 

“En este enfoque se consideran racionales las elecciones de una persona

si, y solo si, todas estas elecciones pueden explicarse en términos de

alguna relación de preferencia consistente con la definición de la

preferencia revelada, es decir, si todas sus elecciones pueden explicarse

como la elección de opciones «preferidas por encima de todas» con

respecto a una relación de preferencia postulada. La justificación de este

enfoque parece basarse en la idea de que solo puede entenderse la

preferencia real de una persona si se examinan sus elecciones electivas,

y no puede entenderse la actitud de una persona hacia las opciones en

forma independiente de la elección”

La solución que encuentra Sen (1986) para seguir explicando el comportamiento

racional sin necesidad de recurrir a la preferencia revelada es la de considerar al

“compromiso”30 en el marco de la elección racional. El compromiso implica la posibilidad

de la elección en contra de las propias preferencias “lo que destruye el supuesto crucial de

que una opción escogida debe ser mejor que las otras, para que la persona la escoja”31. Esta

solución, que podríamos llamar “solución de compromiso” se encuentra en la base de la

mayoría de los intentos de superación de la paradoja del voto y resume uno de los quizás

mayores logros de algunos de estos intentos (al menos en lo que respeta al argumento que

trato de presentar en este trabajo): la posibilidad de que variables sociales y psicológicas

                                                            30 “Podemos definir al compromiso en el sentido de que una persona escogerá un acto que en su opinión producirá un nivel de bienestar personal para él menor que otro acto  también a su alcance”    (Sen, 1986, 188) 

31 Esta cuestión es también pertinente para el análisis de la votación estratégica, como veremos enseguida. 

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45 

 

                                                           

puedan ser tenidas en cuenta en el mecanismo de la elección racional rompiendo con el

supuesto de que “es natural que se defina lo «preferido» como lo «escogido»” (Sen, 1986)

o, en los términos que venimos planteando en este trabajo, la opinión como voto.

De esta manera, entre los votantes irracionales de la teoría sociológica y psicológica

y los “tontos racionales” (Sen, 1986) de la explicación básica del voto económico

“normal”, podemos encontrar “soluciones de compromiso” que permiten vincular las

teorías tradicionales y de la elección racional y que, si bien desde dentro del modelo de la

elección racional (Overbye 2003), admiten, por ejemplo, la posibilidad de que las

identidades sociales jueguen un papel en la decisión del voto32, de manera que las

preferencias puedan verse determinadas por la posición social de la persona o por

“metapreferencias” u “ordenamiento de ordenamiento de preferencias”33 (Sen 1986).

En una línea de razonamiento similar, Morris Fiorina (1981) reformula la noción de

“identificación partidista” en el marco de la elección racional (poniendo énfasis en sus

aspectos cognitivos, más que afectivos) como una variable producto de la historia política

que considera las “memorias” de las experiencias políticas pasadas de la persona, que son

reevaluadas en el presente. La identificación partidista redefinida sería “la diferencia de las

experiencias del individuo con los partidos políticos, perturbada por un factor ´x´ que

representa los efectos no incluidos directamente en las experiencias políticas de los  

32 Otro  intento de  reconciliar  las  teorías  tradicionales con  la elección  racional es el de Einar Overbye que desde un modelo principal‐agente ofrece un terreno de dialogo al considerar que si todos somos principales al observar a otros y agentes a los ojos de otros, este tipo de razonamiento agente‐principal coincide con el enfoque  sociológico  en  argumentar  que  la  presión  de  grupo  y  las  expectativas  acerca  de  una  conducta adecuada influye en el comportamiento político (voto). 

33  Amartya  Sen  plantea  que  “los  ordenamientos  de  la  acción”,  “metapreferencias”  u  “ordenamiento  de ordenamiento de preferencias”, “pueden utilizarse para describir una ideología particular o un conjunto de prioridades políticas o un sistema de intereses de clase” (Sen, 1986, p. 207)

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46 

 

                                                           

individuos (por ejemplo, la identificación política de los padres” (Fiorina 1981). Esta

identificación partidaria se explica por las evaluaciones que realiza la persona acerca del

desempeño de los partidos políticos en las últimas elecciones. Cuando la persona logra la

conciencia política, ese factor ´x´, representado por la influencia de los padres y otros

agentes de socialización temprana pesan más en la decisión del voto y disminuye a medida

que la persona gana en experiencia, cobrando más relevancia los hechos políticos que el

individuo observa directamente. La identificación partidaria así replanteada, más que

entenderla como determinante de las actitudes políticas (como lo hace la teoría

psicológica), es considerada como los balances continuos que realizan los votantes de las

acciones y resultados de los partidos. A diferencia de las teorías tradicionales (sociológica y

psicológica), para las que la pertenencia a grupos determina tanto las actitudes, como las

opiniones y votos, este enfoque no implica que la decisión del voto se tome considerando

únicamente las actitudes determinadas por la pertenencia a grupos. Esta perspectiva del

modelo de la elección racional contempla que la relación entre preferencias políticas y voto

puede variar de acuerdo al contexto político reforzando la idea de que la decisión del voto

no se da en el vacío y que en la medida en que se modifica la oferta política, puede variar la

relación entre actitudes y voto (Robert Andersen y Anthony Heath, 2001: 176).

Finalmente, otra variante en el modelo de la elección racional sostiene que el voto

no solo es racional, sino en ocasiones, estratégico (Riker, 1995). El voto estratégico

implica votar por el candidato que representa la segunda opción para el votante y que se

percibe con mayores probabilidades de ganar que el candidato de su primera preferencia34.

La evidencia creciente de voto estratégico en diversas elecciones indica efectivamente,  

34 Es por esto que el voto estratégico tiene sentido en elecciones que participan más de 2 candidatos 

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47 

 

como señala Kerpel, que “los votantes realizan cálculos de utilidad esperada, esto es,

estiman las probabilidades de ganar de los distintos candidatos y deciden en consecuencia”

(Kerpel, 1994). El voto estratégico, es quizás también una de las expresiones teóricas más

claras de la elección racional, que sostiene la posibilidad de una diferenciación entre

actitudes, opiniones y voto. En este enfoque se parte de considerar que una persona puede

expresar sinceramente una opinión o su primera preferencia, pero votar estratégicamente

por su segunda preferencia. Del mismo modo puede presentar actitudes que no se

correspondan necesariamente con su voto. Todo ello sucede en virtud de que si bien las

preferencias políticas pueden ser exógenas al juego político, las decisiones electorales

dependen en última instancia de la interacción entre las preferencias de los votantes y las

posiciones de los partidos, favoreciendo explicaciones propiamente políticas, que le dan

cabida al contexto político.

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48 

 

PARTE 3: CONCLUSIONES

“Esta identidad se ve oscurecida a veces por la ambigüedad del término “preferencia”, ya que el uso normal de la palabra permite la identificación de la preferencia con el concepto de mejoramiento, y

al mismo tiempo es natural que se defina lo “preferido” como lo “escogido”. No tengo una postura dogmática sobre el uso correcto de la palabra

“preferencia”, y me sentiría satisfecho mientras no se hagan ambos usos simultáneamente, intentando una afirmación empírica por medio

de dos definiciones”. (Sen, 1986: 192)

 El propósito de este trabajo fue presentar la relación entre opinión pública y

comportamiento electoral, en principio observando dicha relación en la conceptualización

de la opinión pública y luego analizando las diferentes explicaciones del voto, buscando

indagar y cuestionar la supuesta equivalencia o linealidad de la relación entre ambos

términos.

Opinión pública y comportamiento electoral en la conceptualización de la opinión

pública. Al repasar el concepto de opinión pública se pudo observar que en su teorización,

se identifico opinión pública con comportamiento electoral y opinión (O) con voto (V),

suponiendo que las opiniones se traducen de manera más o menos directa en la conducta.

Se observó así, que desde un enfoque colectivista – racional (cuadro 2. cuadrante I),

la opinión pública es considerada como un producto del debate razonado o, desde un

enfoque colectivista – no racional (cuadro 2. cuadrante II) como un producto de

identificaciones grupales. En cualquiera de los dos enfoques, es asociada al

comportamiento colectivo en general y, en tanto es considerada como público elector, al

comportamiento electoral (O = V). A medida que el concepto de opinión pública se fue

Page 50: Opinion publica y comportamiento electoral: De las opiniones al voto

49 

 

individualizando y adaptándose a la investigación empírica, se intentó definir claramente

“opinión” respecto a otros conceptos, principalmente al de “actitud”. Las actitudes fueron

conceptualizadas como una disposición latente o motivo subyacente de las opiniones y

comportamientos, luego como una inclinación afectiva y finalmente como una orientación

general de la conducta. En contraposición las opiniones fueron observadas como productos

manifiestos, decisiones conscientes (cognitivas) y referidas a un tema público concreto. Sin

embargo, en general “opinión” y “actitud” se siguieron utilizando de manera más o menos

idéntica en la investigación y a pesar del esfuerzo por su precisión conceptual, en la medida

que cobro relevancia una concepción individualista producto de un enfoque psicosocial y

del predominio de las encuestas de opinión, en el concepto de opinión pública se consolido

la identificación entre opinión – actitud y voto (O = V).

Una vez identificada la vinculación de ambos términos en el desarrollo conceptual

de “opinión pública” nos preguntamos acerca de ¿cómo se traducen las opiniones en votos?

Dimos cuenta, entonces, que la problematización de la relación opinión pública – voto se

encuentra recorrida, independientemente de la naturaleza colectiva o agregada del concepto

de opinión pública, por un debate mayor que enfrenta a “optimistas” y “pesimistas”

respecto de sus características esenciales. Más allá de que sea considerada individual o

colectiva, el debate de fondo es si esta es racional o irracional (cuadro 1).

Cuadro 1

COLECTIVISTA

INDIVIDUALISTA

RACIONAL

Consenso Optimista

CONSENSO OPTIMISTA

NO RACIONAL

Consenso pesimista

CONSENSO PESIMISTA

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50 

 

 

Desde el consenso pesimista, se planteó como un argumento central la falta de

información que poseen los ciudadanos para poder dar una opinion racional. De esta forma,

al explicar el modo en que los ciudadanos traducen estas opiniones irracionales en voto los

investigadores pertenecientes a esta corriente recurrieron a razonamientos determinísticos,

tanto sociológicos como psicológicos. Así, en la medida que las opiniones y preferencias

políticas que se expresan en el voto se entienden más en función de determinates sociales,

disposiciones y afectos, opinión y voto son considerados equivalentes (O = V). Para el

consenso optimista, en cambio, las opiniones son “informadas” y fundan su racionalidad en

la disponibilidad de la información de la que efectivamente gozan los ciudadanos. La

racionalidad es una de las propiedades distintivas de la opinión pública y en la medida que

se le reconoce al individuo la capacidad de opinar (y actuar) racionalmente, abre la puerta

para cuestionar la linealidad de la relación.

De las opiniones al voto. Finalmente, se exploró el modo en que se explica el

comportamiento político. Vimos en principio que la teoría sociológica explicó al

comportamiento electoral como determinado por variables sociales. En este enfoque, las

identidades de grupo afectan a las actitudes y opiniones y estas a su vez al voto.

Por otro lado, la teoría psicológica del voto, desde una perspectiva individualista –

no racional (cuadro 2. cuadrante III) a pesar de que comenzó a darle un lugar al individuo,

enfocándose en las actitudes (producto del proceso de socialización) como determinante del

voto, en la medida que considero las opiniones como una simple manifestación verbal de

actitudes subyacentes, tampoco logro diferenciar opinión de voto (O = V). Esta explicación,

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51 

 

si bien implica que la relación entre la pertenencia al grupo y las actitudes sea similar a la

que se da entre la pertenencia al grupo y el voto (modelo sociológico) considera la

posibilidad de que diferentes contextos políticos induzcan relaciones entre grupos y

actitudes diferentes a las postuladas por el enfoque sociológico. De esta manera, a medida

que el voto comenzó a fluctuar, la teoría psicológica se mostró útil para analizar las fuentes

de estabilidad (los vínculos afectivos con partidos políticos) y separar las fuentes de

cambio, relacionadas con variables de corto plazo (actitudes en relación a candidatos y

temas de campañas).

Lo expuesto hasta aquí lo podemos observar de manera esquemática y resumida en

el siguiente cuadro, en el que se muestra que los enfoques presentados, referidos a los

cuadrantes I, II y III plantean una relación equivalente entre opinión y voto (O = V).

Cuadro 2

COLECTIVISTA

INDIVIDUALISTA

RACIONAL (Consenso Optimista)

I

Racional / Colectivista

(Modelo sociológico Discursivo de lo Público)

Habermas

IV

Racional / Individualista

(Elección racional) Downs

NO RACIONAL (Consenso Pesimista)

II

No racional / Colectivista

(Identificaciones Grupales) Berelson

III

No racional / Individualista

(Identificación partidaria) Converse

Como conclusión de lo expuesto a lo largo de este trabajo, es posible sostener que a

medida que se le da mayor cabida al contexto político en la explicación del comportamiento

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52 

 

electoral y que se le reconoce la capacidad de optar racionalmente a los ciudadanos,

opinión y voto pueden dejar de considerarse necesariamente en una relación de

equivalencia. Como se muestra en el cuadro 3, la perspectiva individualista – racional

(cuadrante IV), base de las explicaciones del voto desde el modelo de la elección racional,

es el enfoque que permite tomar en cuenta la diferencia.

Cuadro 3

COLECTIVISTA

INDIVIDUALISTA

RACIONAL (Consenso Optimista)

I O = V

IV O ≠ V

NO RACIONAL (Consenso Pesimista)

II O = V

III O = V

Finalmente, si las teorías sociológicas y psicológicas consideran lineal la relación

entre opiniones y votos, vemos que el enfoque de la elección racional, si bien recibió

fuertes criticas según las cuales tendría limitaciones para explicar el comportamiento de

voto (la paradoja del voto), en su intento de dar respuestas a estas críticas sentó las bases

teóricas para observar las diferencias.

A partir de considerar que la decisión de voto “no se da en el vacío”, criticando los

“supuestos conductistas”, desde los que en principio teorías como las del “voto económico”

intentaron explicarlo, la elección racional avanzó en perspectivas teóricas que tienen puntos

de contacto con las teorías tradicionales del voto.

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53 

 

Una solución de compromiso. Llegados a este punto y concluyendo, retomo las

palabras citadas de Amartya Sen que encabezan este apartado, en las que advierte de la

ambigüedad del término “preferencia”, que se identifica con el concepto de mejoramiento,

y al mismo tiempo iguala lo “preferido” con lo “escogido”. Sen (1986) termina esta idea

diciendo que:

“La conexión básica entre el comportamiento de elección y el logro del

bienestar en los modelos tradicionales se rompe en cuanto se admite el

compromiso como un ingrediente de la elección” (1986: 164, las

cursivas son mías)

Del mismo modo se puede reconvertir estas palabras y decir que la conexión básica

entre las opiniones y el voto se rompe en cuanto se admite que variables sociales o

psicológicas sean tenidas en cuenta en el marco de la elección racional.

De esta manera, entre los votantes irracionales de la teoría sociológica y psicológica

y los “tontos racionales” de la explicación básica del voto económico, podemos encontrar

soluciones de compromiso que, sin salirse del marco de la elección racional, admiten, por

ejemplo, la posibilidad de que las identidades sociales jueguen un papel en la decisión del

voto. En este sentido las preferencias pueden verse relacionadas con la posición social de la

persona o con “ordenamientos de ordenamientos de preferencias”, reforzando la idea de

que la decisión del voto no se da en el vacío y poniendo en evidencia el valor de tomar en

cuenta el contexto político a partir del cual se pueda observar la variación de la relación

entre las actitudes, las opiniones y el voto.

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54 

 

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