no oyes ladrar a los perros o la cantaleta de un padre que mata a su hijo

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¿“No oyes ladrar a los perros” o la cantaleta de un padre que “remata” a su hijo?: una interpretación insólita de un aficionado. POR JEISSON MONSALVE En el cuento “No oyes ladrar a los perros” de Juan Rulfo, un muchacho es llevado en hombros por su padre. El muchacho es un bandido y se encuentra herido. El padre, que lleva al muchacho con gran esfuerzo y a través de un terreno pedregoso, busca un médico y un pueblo llamado Tonaya. Pero el padre lejos de querer al muchacho –como se podría suponer- lo aborrece de manera visceral: “Porque para mí usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre que usted tiene de mí. La parte que a mí me tocaba la he maldecido. He dicho: “¡Que se le pudra en los riñones la sangre que yo le di!... “El cuento transcurrirá, principalmente, entre la imagen de un padre que busca a toda costa salvarle la vida al hijo, y la imagen de un padre punzante en sus reclamos. Reclamos en un momento apremiante (de vida o muerte más exactamente para el muchacho). El muchacho le insistirá al padre de manera constante que lo baje. Por otro lado, el padre insistirá en llevar al muchacho sobre sus hombros, hasta hallar el pueblo en que se encuentra el supuesto doctor. Pronto el padre advertirá lo absurdo de la situación y buscará una justificación para el hijo: ” Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre. Porque usted fue su hijo. Por eso lo hago. Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo encontré, y no lo hubiera recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la que me da ánimos, no usted”. Hay en esta cita un elemento clave del cuento: el recuerdo de la madre. Será la cantaleta del padre, que haga referencia a la madre muerta, la única que cause un efecto en el hijo. El muchacho irá “…allá arriba, todo iluminado por la luna, con su cara descolorida, sin sangre, reflejando una luz opaca” pero podríamos concluir que bien aunque agonizante. El padre continuará su cantaleta sobre la madre, aún sin advertir que toca el lado más frágil del hijo:” Tu madre, que descanse en paz, quería que te criaras fuerte. Creía que cuando tú crecieras irías a ser su sostén. No te tuvo más que a ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas alturas.”Inesperadamente, el hijo reaccionará de manera conmovedora a este ataque del padre:”…Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolo de un lado para otro. Y le pareció que la cabeza; allá arriba, se sacudía como si sollozara….Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas” pero el padre, después de descubrir ese lado más frágil del hijo, y de saber cómo herirlo, no se callará. Por el contrario, golpeará de nuevo, mordaz:”… ¿Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre, ¿verdad? Pero nunca hizo usted nada por ella. Nos pagó siempre mal. Parece que en lugar de cariño, le hubiéramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué

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Page 1: No oyes ladrar a los perros o la cantaleta de un padre que mata a su hijo

¿“No oyes ladrar a los perros” o la cantaleta de un padre que “remata” a su hijo?: una

interpretación insólita de un aficionado.

POR JEISSON MONSALVE

En el cuento “No oyes ladrar a los perros” de Juan Rulfo, un muchacho es llevado

en hombros por su padre. El muchacho es un bandido y se encuentra herido. El

padre, que lleva al muchacho con gran esfuerzo y a través de un terreno

pedregoso, busca un médico y un pueblo llamado Tonaya. Pero el padre lejos de

querer al muchacho –como se podría suponer- lo aborrece de manera visceral:

“Porque para mí usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre que usted tiene de

mí. La parte que a mí me tocaba la he maldecido. He dicho: “¡Que se le pudra en

los riñones la sangre que yo le di!... “El cuento transcurrirá, principalmente, entre

la imagen de un padre que busca a toda costa salvarle la vida al hijo, y la imagen

de un padre punzante en sus reclamos. Reclamos en un momento apremiante (de

vida o muerte más exactamente para el muchacho).

El muchacho le insistirá al padre de manera constante que lo baje. Por otro lado, el

padre insistirá en llevar al muchacho sobre sus hombros, hasta hallar el pueblo en

que se encuentra el supuesto doctor. Pronto el padre advertirá lo absurdo de la

situación y buscará una justificación para el hijo: ” Todo esto que hago, no lo hago

por usted. Lo hago por su difunta madre. Porque usted fue su hijo. Por eso lo hago.

Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo encontré, y no lo

hubiera recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la

que me da ánimos, no usted”. Hay en esta cita un elemento clave del cuento: el

recuerdo de la madre. Será la cantaleta del padre, que haga referencia a la madre

muerta, la única que cause un efecto en el hijo. El muchacho irá “…allá arriba,

todo iluminado por la luna, con su cara descolorida, sin sangre, reflejando una luz

opaca” pero podríamos concluir que bien aunque agonizante. El padre continuará

su cantaleta sobre la madre, aún sin advertir que toca el lado más frágil del hijo:”

Tu madre, que descanse en paz, quería que te criaras fuerte. Creía que cuando tú

crecieras irías a ser su sostén. No te tuvo más que a ti. El otro hijo que iba a tener

la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas

alturas.”Inesperadamente, el hijo reaccionará de manera conmovedora a este

ataque del padre:”…Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros

dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolo de un lado

para otro. Y le pareció que la cabeza; allá arriba, se sacudía como si

sollozara….Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas”

pero el padre, después de descubrir ese lado más frágil del hijo, y de saber cómo

herirlo, no se callará. Por el contrario, golpeará de nuevo, mordaz:”… ¿Lloras,

Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre, ¿verdad? Pero nunca

hizo usted nada por ella. Nos pagó siempre mal. Parece que en lugar de cariño, le

hubiéramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué

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pasó con sus amigos? Los mataron a todos. Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien

hubieran podido decir: “No tenemos a quién darle nuestra lástima”. ¿Pero usted,

Ignacio?...”Al parecer el hijo agonizante morirá después de estas palabras.

Padre e hijo encontrarán el pueblo y Rulfo cuenta del padre: …”Tuvo la impresión

de que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el

último esfuerzo. Al llegar al primer tejaván, se recostó sobre el pretil de la acera y

soltó el cuerpo, flojo, como si lo hubieran descoyuntado” Pero el padre, a pesar de

la aparente muerte del hijo, aun tiene tiempo de pronunciar unas palabras

póstumas y amenas a este: “No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza”