no es un río

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Para Grillo, por todos los años

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Observa, amigo, el lujo de las casuarinas de la costa.Ya son agua.

Arnaldo Calveyra

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Enero Rey, parado firme sobre el bote, las piernas entreabiertas, el cuerpo macizo, lampiño, elvientre hinchado, mira fijo la superficie del río, espera empuñando el revólver. Tilo, elmuchachito, arriba del mismo bote, se dobla hacia atrás, la punta de la caña apoyada en la cadera,girando la manivela del reel, tironeando la tanza: un hilo de brillo contra el sol que se vadebilitando. El Negro, cincuentón como Enero, abajo del bote, metido en el río, con el agua hastalas pelotas, también doblándose hacia atrás, la cara colorada por el sol y el esfuerzo, la cañaarqueada, desenrollando y enrollando la tanza. La ruedita del reel que gira y la respiración comode asmático. El río planchado.

Muévanla, muévanla. Zaranden, zaranden. Que se despegue, que se despegue.Después de dos, tres horas, cansado, medio harto ya, Enero repite las órdenes en un murmullo,

como si rezara.Se marea. Está adobado por el vino y el calor. Levanta la cara, los ojitos rojos, hundidos en el

rostro inflamado, se le encandilan y ve todo blanco y se pierde y se quiere agarrar la cabeza y sele escapa un tiro al aire.

Tilo, sin dejar de hacer lo que está haciendo, tuerce la boca y le grita.¡Qué hacés, asoleado!Enero se repone.No pasa nada. Ustedes sigan. Muévanla, muévanla. Zaranden, zaranden. Que se despegue, que

se despegue.

¡Sube! ¡Está subiendo!Enero se inclina sobre el borde. La ve venir. Un manchón bajo la superficie del río. Le apunta y

dispara. Uno. Dos. Tres balazos. La sangre sube, a borbotones, lavada. Se incorpora. Guarda elarma. La ajusta entre la cintura del short y el lomo.

Tilo desde arriba del bote y el Negro desde abajo del bote, la levantan. La agarran por losvolados grises de la carne. La tiran adentro.

¡Guarda la chuza!Dice Tilo.Agarra la cuchilla, separa el espolón del cuerpo, lo devuelve al fondo del río.Enero apoya el traste en el asientito del bote. Tiene la cara sudada y siente un zumbido en la

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cabeza. Toma un poco de agua de la botella. Está tibia, toma igual, tragos largos, y el resto se loecha en la mollera.

Trepa el Negro. La raya ocupa tanto lugar que casi no hay dónde poner el pie sin pisotearla. Lecalcula unos noventa, cien kilos.

¡Fiera la bicha vieja!Dice Enero, dándose una palmada en el muslo y riendo. Los otros también se ríen.Dio pelea.Dice el Negro.Enero agarra los remos y enfila para el medio del río y después tuerce el rumbo y sigue

remando, orillando la costa hasta donde armaron campamento.

Salieron del pueblo al alba en la chata del Negro. Tilo al medio cebando mate. Enero con el brazoapoyado en la ventanilla abierta. El Negro manejando. Vieron cómo el sol se alzaba despacitosobre el asfalto. Sintieron cómo el calor empezaba a picar desde temprano.

Escucharon la radio. Enero meó en la banquina. En una estación de servicio compraron facturasy cargaron más agua para el mate.

Estaban contentos de estar los tres juntos. Venían armando viaje hacía rato. Por una cosa o porotra suspendieron varias veces.

El Negro se había comprado un bote nuevo y quería estrenarlo.Mientras cruzaban a la isla en el bote flamante se acordaron como siempre de la primera vez

que lo trajeron a Tilo, chiquitito era, apenas caminaba el gurisito, los agarró una tormenta, lesvoló las carpas a la mierda, terminó el gurí chiquito así como era guarecido en el bote puesto decanto entre unos árboles.

La que se le armó a tu viejo cuando volvimos.Dijo Enero.Contaron otra vez el cuento que Tilo sabe de memoria. Eusebio se había traído al gurí de

contrabando, sin avisarle nada a la Diana Maciel. Estaban separados desde que Tilo era apenasnacido. Todos los fines de semana Eusebio se lo llevaba con él. No va que ella se da cuenta deque se había olvidado de meter adentro del bolso, con las mudas de ropa, un remedio que estabatomando Tilo. La Diana se cae por la casa y no hay nadie. Un vecino le dice que se fueron a laisla.

Para colmo la tormenta que azotó toda la zona. También el pueblo. La Diana con el corazón enla boca.

Todos ligamos.Dijo Enero.Diana Maciel los re puteó a los tres y no pudieron aparecerse por su casa ni verlo a Tilo por

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varias semanas.Cuando llegan al campamento, bajan la raya y le pasan una soga por los agujeros de atrás de los

ojos y la cuelgan de un árbol. Los tres hoyos que dejaron las balas se pierden en el lomo moteado.Si no fuera por los bordes más claros, medio rosaditos, pasarían por un dibujo más del cuero.

Lo menos que me merezco es un porrón.Dice Enero.Está sentado en el suelo, de espaldas al árbol y a la raya. La cabeza dejó de zumbarle, pero

igual siente un nudo acá.Tilo va y abre la conservadora y saca una cerveza del agua helada, de los pocos hielos que

flotan. La destapa con el encendedor y se la alcanza, para que sea él, Enero Rey, el que se lamerece, quien le dé el primer beso. La cerveza le cae en la boca, pura espuma que se le escapapor los labios, que le pinta un festón blanco a su bigote negrísimo. Es como hacer un buche conalgodón. Recién con el segundo trago viene el líquido frío, amargo.

El Negro y Tilo van a sentarse también, los tres en fila, el porrón pasa de mano en mano.Lástima no tener una máquina para sacarnos una foto.Dice el Negro.Los tres giran la cabeza para mirarla.Parece una frazada vieja tendida a la sombra.

Promediando la segunda botella, aparece una romería de gurises, flacos y negros como anguillas,puro ojo. Se amontonan frente a la raya, se codean, se empujan.

Mirá mirá mirá. Puaaaaa. ¡Manso bicho!Uno agarra un palo y lo mete en los agujeros de las balas.¡Salga de ai!Dice Enero parándose de golpe, enorme como un oso. Y los guachitos salen a la disparada,

perdiéndose otra vez en el monte.Ya que está parado, ya que hizo el esfuerzo de levantarse, Enero aprovecha para darse un

chapuzón. El agua le aclara la cabeza.Nada.Zambulle.Flota.El sol está empezando a caer y corre un poco de viento que encrespa el río.De golpe escucha el ruido del motor acompañado del oleaje. Se tira para un costado, empieza a

nadar hacia la orilla. La lancha pasa, rampante sobre el agua, abriéndola en dos como a una telapodrida. Agarrada a la cola de la lancha, una muchacha en bikini va haciendo esquí. Laembarcación dobla bruscamente y la chica se revuelca en el agua. A lo lejos, Enero ve emerger la

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cabeza, el cabello largo pegado al cráneo.Piensa en el Ahogado.Sale.En la costa, el Negro y Tilo están parados, con los brazos cruzados sobre el pecho, siguiendo

los movimientos de la lancha.Pendejos barullentos.Dice el Negro.

Todos los fines de semana es lo mismo. Espantan los pescados. Un día de estos habría quepegarles un susto.

Los tres se dan vuelta y se topan con el grupito de hombres. No los oyeron llegar. La gente de laisla tiene el paso liviano.

Buenas.Dice el que habló recién.Los gurises fueron con el cuento y vinimos a ver. ¡Hermoso animal!Los demás están mirando la raya. Se paran al lado, para medirla.Me llamo Aguirre, dice el único que habla y extiende la mano que aprietan de a uno.Enero Rey, dice Enero y se acerca al grupo repartiendo saludos. El Negro y Tilo lo siguen,

haciendo lo mismo.Grande, ¿no?Dice Enero y le da unas palmaditas en el lomo, retirando la mano enseguida, como si quemara.Aguirre, inspeccionando de cerca los agujeros, dice.¿Tres tiros? Tres tiros le pegaron. Con uno es suficiente.Enero sonríe, mostrando el hueco de la paleta que le falta.Me engolosiné.Hay que tener cuidado… con engolosinarse.Dice Aguirre.Tilo, serviles un vinito acá a los amigos.Dice el Negro saliendo al cruce.El chico va de una carrerita hasta la orilla donde enterraron la damajuana para que se

conservara fresca. La trae y sirve hasta la jeta en un vaso de lata.Se lo alcanza a Aguirre, que lo levanta.A su salud, dice y toma un trago y se lo pasa a Enero. Se queda un momento mirándole la mano

izquierda, la que le falta un dedo, pero no pregunta nada. Enero se da cuenta, pero tampoco dicenada. Que se quede con la espina.

La otra vuelta, este Cristo acá sacó una mucho más grande, jetonea Aguirre. ¿Cuánto estuviste?

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Toda la tarde, responde el otro, mirando de costado.¿Y cuántos tiros le pegaste?Uno. Con uno solo alcanza.Es que acá mi compañero es medio chambón.Dice el Negro y se ríe.Vinieron los de la televisión, suelta el que la otra vez pescó una raya más grande que esta. Lo

pasaron en el noticioso de la noche, dice Aguirre. Al otro sábado esto estaba lleno de gente deSanta Fe y Paraná. Se pensaron que acá hay rayas para hacer dulce. Como si fuera tan fácil.Ustedes tuvieron suerte.

Maña, dice Enero. Suerte y maña. Con la suerte sola no alcanza.Aguirre saca una bolsita de tabaco del bolsillo de la camisa que lleva desprendida, abierta

sobre el torso huesudo, sobre la panza hinchada de vino. Arma en un pestañeo. Lo prende. Pitandocamina unos pasos hacia la orilla y se queda mirando el agua. Voltea la cabeza y dice.

¿Y ustedes hasta cuándo se quedan?Dos. Tres días, dice el Negro. Está linda la isla.Está linda, sí.Dice Aguirre.

El Negro entra al monte. Remera colgada al hombro, paso largo pero lento. Aquí todo enpenumbras. Afuera el sol, una bola de fuego que se apaga en el río. Hay ruiditos de pájaros, debichos chicos. Un bisbiseo de yuyos. Aperiás, comadrejas, vizcachas se escurren entre los pastos.Anda cauteloso el Negro, con respeto, como entrando a la iglesia. Andar liviano, de guazuncho.Igual no va que pisa una ramita fina, un manojo de chauchas de curupí y sobreviene el estruendo.El sonido de las vainas secas se amplifica entre los troncos de los alisos y los timbós, sube, saledel círculo compacto del monte. Alerta la presencia del intruso.

Este hombre no es de este monte y el monte lo sabe. Pero lo deja. Que se meta, que se quede eltiempo que le lleve juntar leña. Después, el propio monte va a escupirlo, los brazos llenos deramas, otra vez hacia la orilla.

Los ojos del Negro se van acostumbrando y distingue, allá adelante, un camatí agarrado de larama de un árbol, como una cabeza colgada de sus pelos. El aire tiembla, lleno de avispas.

Respira hondo y el pecho se llena del olor a flores, miel y algún animalito muerto. Todo hueledulce.

Distraído mete una pata en un charco y se levanta una nube de mosquitos. Lo rodean. Chillanfinito a la vuelta de sus orejas. Le chucean la espalda, los brazos, el cuello descubierto. Revoleala remera, los espanta. Se la pone antes de que se lo coman vivo.

Ya me voy, ya me voy, junto leña y me voy.

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Dice en voz alta.Agarra una brazada de ramas finas para arrancar el fuego. Se golpea la frente con una rama

grande que cuelga, todavía prendida por hilachas al árbol. Deja lo que lleva. Tienta la rama con supeso, termina de soltarla. La madera rota suena como el rayo que la desgajó. Se agacha de nuevo.Junta lo que ha soltado, lo mete abajo del brazo. Con la otra mano arrastra la rama, pesada.

Sale. El cielo está anaranjado, el aire espeso, caluriento. Siente que un frío le corre por el lomoy le eriza los pelos del culo. Gira la cabeza, mira por sobre su hombro. Juraría que el monte se hacerrado.

Tilo, en cuclillas, desenreda un embrollo de tanza. Los dedos largos y flacos se mueven trenzandoel aire. El cigarrillo pegado a los labios, un ojo cerrado para atajar el humo. Enero lo mira.Sentado en el suelo, con las piernas cruzadas como un indio, lo mira. Si no supiera que es el Tilodiría que Eusebio ha vuelto. Si no se viera la panza abultada, las manos gordas, el muñón deldedo, el vello canoso del pecho, diría que el Tilo es Eusebio que todavía no ha muerto. Que lostres están de nuevo pescando como cualquier día.

Se acuerda de que el primer verano que pasaron los tres juntos él empezó a soñar con elAhogado.

Al Negro lo conocía desde siempre, pero Eusebio se había mudado al barrio hacía poco. Eseaño, después de las vacaciones de julio, se había incorporado a la escuela. La familia se habíavenido a vivir a la casa de la abuela después de que murió la vieja. Parece que estaban peleadoscon ella, por eso nunca venían a visitarla. En la cuadra no cayó bien la mudanza. Algunos decíanque el padre de Eusebio había estado preso y que la vieja nunca lo había perdonado. Tambiéndecían que la madre de Eusebio recibía hombres y trabajaba de eso.

Los tres se encontraban apenas levantarse, casi siempre en la casa de Enero que era hijo único.Tomaban la leche y después se perdían por ahí, a veces recién volvían a la noche. Al tajamar ibancasi todos los días. Les gustaba estar echados abajo de los árboles de la orilla, con las tanzasatadas a los dedos de los pies, esperando el pique. Hablaban, leían historietas y hojeaban lasrevistas con mujeres desnudas y casos policiales que Eusebio traía de su casa.

Tenían once años.Esa mañana les contó el sueño, pero no les contó que se había despertado gritando ni que había

meado la cama. La cara del Ahogado pegada a la suya, la carne blanda, de color gris, las mejillascomidas por los pescados mostrando la hilera de muelas. Él lo había agarrado de los pelos parasacárselo de encima y se había quedado con el mechón en el puño.

El Negro se había reído.Manso bolazo.Dijo.

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Eusebio en cambio lo miró interesado.¿Y quién era?Dijo.Quién era quién, dijo Enero.Ese ahogado.¡Si dijo que estaba todo podrido: podía ser cualquiera!Dijo el Negro.Enero asintió, como diciendo que era evidente. Eusebio frunció el ceño y se encogió de

hombros. Justo la tanza que tenía atada al dedo gordo del pie dio un tironcito y los tres miraronfijo el agua turbia, las tres cabezas juntas, y ya no se habló más del asunto por ese día.

Enero mueve el muñón del dedo, la punta rosa que siempre parece cubierta de una piel reciénnacida, que no se curte nunca. Más fina que la piel del resto de la mano. Un brote.

El dedo se fue casi atrás de Eusebio. A las pocas semanas de enterrar al amigo, al compadre, alhermano. Como si una parte suya, real y concreta, tuviera que morirse también.

Un dedo.Poca cosa.Una limosna.Aquella siesta se le había dado por limpiar la reglamentaria, adobado de vino como estaba. En

pedo y caliente con el cabito nuevo que no había querido acercarlo hasta su casa en el patrullero.¿Cómo se llamaba?La patrulla no es remís, había dicho el paspado.¿Cómo se llamaba?Duró poco en el pueblo. Ascendió rápido. Pidió el traslado. La mujer no se hallaba.¿Cómo se llamaba?Cayó redondo en el piso de ladrillos, debajo de la enramada. Antes el olor a pólvora, el mareo,

todo dio vueltas. Después las moscas verdes, el pegote entre los dedos, los otros cuatro. Duranteno sabe, no se acuerda. Después la voz de la madre. La voz saliendo de la pieza.

Tonio. Tonio vení te digo. No te hagás rogar o no te doy nada.La voz gastada y dulzona. La risita atrevida.Nunca supo quién había sido ese Tonio. Si se habría cogido a su madre antes que su padre,

después o mientras. Pero para Delia esos últimos años, antes de apagarse, él no fue Enero, no fuesu hijo, sino varios nombres soltados entre risas: amantes, novios, simpatías o puras ilusiones.

Recién salido del monte, el Negro se detiene a tomar aire. Los ve sentados equidistante. Tilo un

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muchacho como el que fueron. Enero un hombre como él, poniéndose viejo como él. ¿En quémomento dejaron de ser así para ser así?

Mira hacia la orilla. Las bandadas de mosquitos tiemblan como espejismos sobre el agua. Conlas últimas luces del crepúsculo los ve revolotear de a decenas sobre la cabeza inclinada de Tilo,tan en la suya. Los ve también sobre el cuerpo de Enero. Tiene el lomo negro de mosquitos. Lo velevantar los dos brazos morrudos, moverlos lento como las aspas de un ventilador, espantarloscon el movimiento sin derramar una gota de sangre. Algo en ese gesto lo emociona. Algo en laimagen de los dos amigos, el muchachito y el hombre, lo emociona. Siente que el fuego delatardecer le acaricia el pecho, por adentro.

El Negro no se acuerda la segunda vez que Enero soñó con el Ahogado. No estaba cuando contó,las hermanas justo lo habían ido a buscar para cortarse el pelo. Ellos estaban tomando tereré en elpatio, abajo de la enramada. Lo llamaban desde la cuneta, dos de las cinco hermanas, todasiguales, los pelos largos, altas y flacas como garzas. Las voces iguales, ni él era capaz dedistinguirlas.

Negrito. Negrito. Negrito.Chillaron hasta que salió la Delia a poner orden.Andá vos, te llaman, no dejan mirar la novela en paz.A Delia le hacía caso. Esa mujer y sus hermanas eran lo más parecido a una madre que conoció.

La suya muerta en la sala de partos. El padre, domador de caballos, siempre de gira por ahí. Élsolo con las hermanas que lo tenían de muñeco.

Entonces cuando él se fue y Delia terminó el pucho y lo tiró de un tincazo entre las plantas yentró en la casa de nuevo, Enero le dijo a Eusebio que el Ahogado se le había aparecido otra vez.

Enero nadaba en un arroyo y de repente sintió que algo lo tiraba para abajo. Braceó y trató desalir a flote pero eso que le subía por las piernas como una madreselva era más fuerte. Abrió losojos en el agua viciada y lo vio, agarrándose a él, tirándolo de las patas, llevándolo al fondo.Luchó por desprenderse. El Ahogado siguió envolviéndolo con su cuero flojo, recubriéndolocomo un capullo. Enero se despertó de nuevo todo mojado, como si en la realidad acabara de salirdel arroyo de la pesadilla. Esa vez no llamó a la madre ni meó la cama. Se quedó quietorespirando con bocanadas cortitas un rato y después se acostó hecho un bollo, mirando a la pared.

Eusebio se sirvió el último tereré, los hielos sonaron adentro del termo.Debe ser un mensaje.Dijo.Un mensaje cómo.Dijo Enero.Eusebio lo miró y pensó un momento.

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Tenemos que ir a ver a mi padrino. Él sabe de estas cosas.Dijo.

La leña arde, se va convirtiendo en brasa.Cuando la brasa es suficiente, el Negro la desparrama abajo de la parrilla. Arriba acomoda la

falda. Unos chorizos.Enero y Tilo juegan a los naipes. Culo sucio. Juego de gurises. Si Enero saca culo sucio, Tilo se

ríe, se burla, como si todavía fuese un gurisito. Enero se ríe despacio y mueve la cabeza.Ya vas a ver, ya vas a ver. Te voy a llenar el culo de pasto.El Negro enciende un pucho y va hasta la orilla.

A la casa del padrino de Eusebio fueron los tres. El Negro y Enero en las bicicletas se turnaronpara llevarlo a Eusebio un rato cada uno. Todo el pueblo atravesaron, era lejos la casa, en unaparte adonde nunca habían ido, más pobre que el barrio donde se criaron y del que casi no salían.Las calles de tierra, agua podrida en las zanjas, perros costilludos echados a la sombra de losranchos. Un poco de julepe les daba andar por ahí a esa hora del mediodía cuando cierran losnegocios y la gente se mete a dormir la siesta. Ni un alma afuera con la calor que hacía.

Cuando llegaron al rancho del padrino había un grupo de gente amuchada abajo de un porcheimprovisado con un pedazo de lona. Más mujeres que hombres y las mujeres con gurises,abanicándose con pedazos de revista.

Son los clientes.Dijo Eusebio.El padrino era curandero y se llamaba Gutiérrez.Aguanten acá un cachito.Dijo y se fue para el costado de la casa.La gente lo miró pasar y después los miraron a ellos. Por las dudas se quedaron lejos, abajo de

un árbol donde recostaron las bicicletas. El Negro estaba nervioso: las hermanas eran evangélicasy para ellas todo lo que no era cosa de Dios era cosa del diablo. La curandería sin ir más lejos. Sisabían por dónde andaba le iban a dar una buena zamarreada. Enero tranquilo tampoco estaba.Para Delia no había cosas de Dios ni cosas del diablo sino que era todo lo mismo: creencias degente bruta. Podía ser, pero Enero de vez en cuando le pedía alguna cosa a Jesús y se le cumplía.Creer o reventar.

Dos gurises se habían acercado y uno les pidió las bicis.Para dar una vuelta.Dijo.

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Enero le dijo que no.El gurí le secreteó algo al otro y se rieron. Después pegó una escupida antes de dar media

vuelta y volver adonde estaban los grandes esperando.

La carne empieza a calentarse y a largar olor. La grasa de los chorizos hace silbar las brasas. ElNegro vuelve y se sienta cerca. Vigila. Toma un trago de vino.

Al resplandor ve la raya y se sorprende. Como si esperara no encontrarla colgada del árboldonde la dejaron hace unas horas. Se ríe. ¿Adónde se iba a ir? Vuelve a mirarla. Se levanta y seacerca. La estudia. La toca. El cuero está seco y tirante. La carne del animal está tibia. La huele.Tiene olor a barro. A río. Cierra los ojos y sigue olfateando. Más atrás de esos olores empiezaotro que no le gusta.

Se despega, da un paso atrás y vuelve a estudiarla. Mueve la cabeza. ¿Qué van a hacer con labicha? Si la dejan colgada, el rocío la va a abombar y para mañana al mediodía van a tenernoventa kilos de carne podrida colgada del árbol.

La carcajada de Enero, atronadora.¡Te dije, gurí! ¡Qué te pensabas, mijito! Enero es el Rey.La risa de Tilo, más tranquila, más como la del padre.El rey, sí. ¡El rey del culo sucio!Che.Dice el Negro.Che.Repite.Con las risas todavía en las jetas, los amigos lo miran.El Negro señala el animal, el cuero moteado, como señalando un mapa.¿Qué hacemos con esto?Pregunta.

Horas esperaron esa vuelta. Ser ahijado del curandero no daba ninguna ventaja. Eusebio fue yvino a la casa varias veces, trajo sánguches de mortadela que le dio la madrina, trajo agua frescarecién sacada del pozo. Enero durmió una siestita. Al Negro le dieron ganas de hacer caca y tuvoque ir atrás de unos yuyos. En alguna de esas idas y venidas, cuando ya casi no quedaba gente,Eusebio volvió corriendo y dijo que se apuraran, que el padrino iba a recibirlos.

Entraron a una pieza chiquita y con olor a cera caliente. Por todos lados había velas rojasencendidas. En el medio una mesa, un hombre alto y flaco, sentado en una silla con apoyabrazos, yotra silla vacía. El hombre era Gutiérrez. Tenía las piernas cruzadas como una mujer y fumaba

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agarrando el cigarrillo entre dos dedos largos y flacos como todo él. También tenía las uñaslargas. Les dijo que se acercaran. Enero avanzó, pero el Negro se quedó cerca de la puerta.

Vos sos Enero.Dijo el tipo.Enero dijo que sí con la cabeza.Así que andás soñando con el Ahogado.Enero lo miró a Eusebio que contestó por él.Como dos veces ya, padrino.Dijo.Vení, sentate ahí.Dijo Gutiérrez.Enero obedeció. El hombre dejó el cigarrillo en el cenicero y puso las manos sobre la mesa.

Movió los dedos indicándole a Enero que le diera las suyas, se las agarró y cerró los ojos. Lotironeó un poco, acercándolo. Enero le sintió olor a vino. Lo retuvo unos instantes y después losoltó como si quemara. Se echó para atrás en la silla y volvió a fumar del cigarrillo. Se habíaformado una ceniza arqueada, como una costra, que se cayó con el movimiento.

A veces los sueños son ecos del futuro.Dijo Gutiérrez.Lo vas a soñar siempre, así que más vale acostumbrate.Enero sintió un frío en la panza y ganas de devolver.El curandero hizo un gesto con el mentón y Eusebio lo agarró del brazo a Enero para salir. El

Negro, que estaba cerca de la puerta, fue el primero en abrirla. El curandero lo chistó.Negrito, vos tenés parásitos, por eso estás tan flaco. Comete un diente de ajo en ayunas por una

semana.El Negro lo miró de reojo y salió rápido. Eusebio y Enero salieron atrás.

Tilo gira el dial de la pequeña radio portátil.Ruido blanco. Fritura. Un pastor evangelista. Fritura. La lotería. Propaganda. Ruido blanco.

Una canción tropical.Dejá ahí. Dejá ahí.Dice Enero y extiende el brazo para frenarlo. La mano de ese mismo brazo se menea suave,

acompaña la cabeza, la sonrisa en la cara. La cara se va iluminando con esa sonrisa. Eneromaniobra con su cuerpo, lo levanta del suelo, lo acomoda sobre las piernas, los pies descalzos,gordos como empanadas. El otro brazo empuja el aire. Uno lo trae, el otro lo empuja. Uno lo trae,el otro lo empuja. Las caderas, adelante atrás, adelante atrás, un suave vaivén. La cara se eleva ala noche estrellada. La sonrisa de boca abierta. La luna alumbra la paleta que le falta. Tilo se une.

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Le agarra una mano con la punta de los dedos. Las piernas flacas de Tilo, de pájaro, de garza, sequiebran adelante atrás. Enero le da un giro, lo atrae hacia sí, le enlaza la cintura. Las pelvis searriman, se acomodan al vaivén del otro. Adelante atrás. Ahora los cuerpos pegados empujan elaire. Lo traen. Lo empujan. Enero canta. Levanta la cabeza y canta. Tilo se suelta y le baila al ladomientras Enero canta, encimando su voz a la que sale de la radio. El Negro hace palmas. Tiene elpucho encendido en la boca. Chupa y tira. Chupa y tira. Con las manos libres, hace palmas.

Enero se lleva un puño cerca de la boca. Canta como si tuviera un micrófono. Cierra los ojos.Apasionado. Tilo baila. Ahora sólo una pierna adelante, mueve la cadera, va girando despacito.Los brazos se mueven apenas. Enero se acerca adonde el Negro hace palmas, sentado en el suelo.El cantante se inclina, pone el puño entre su boca y la del Negro. El Negro se une. Enero seincorpora, con la mano libre le hace señas al Negro para que suba al escenario. Tilo lo buscadando saltitos, lo tironea de la mano, el Negro se levanta.

Bailan los tres.Tilo, atrevido, le saca al Negro el pucho de la boca y le da una pitada.

Enero Rey se despierta con la vejiga llena. Él duerme afuera de la carpa, en la colchoneta estiradaabajo de los árboles, del cielo estrellado. Se levanta y se acerca a la costa. El chorro sale comouna bendición, choca contra el agua. Enero levanta la cabeza, el bostezo abre la boca. Tantasestrellas marean. La luna, fuerte todavía en el centro de la noche.

Termina, sacude, guarda el pito adentro del short. Bosteza de nuevo. Esta vez con un berrido.No le da para aullido.

Ya no sos lobisón sino oveja, Enero.

Un verano como este. Hace veinte años, un verano como este. La misma isla o la de al lado o la demás allá. En el recuerdo la isla es una sola, sin nombre propio ni coordenadas precisas.

La isla.Los tres ya hombres. No guachitos como el Tilo ahora. Hombres pisando los treinta. Solteros.

No iban a casarse. Ninguno iba a casarse. Por lo menos hasta ese día ninguno iba a casarse. Paraqué. Se tenían el uno al otro. Y cuando no, Enero tenía a su madre; el Negro a sus hermanas que locriaron; Eusebio podía tener a la que quisiera. Por qué acollararse con una si podía tenerlas atodas. Entonces, a los treinta, los tres abajo del sol de la costa. Los sesos hirviendo.

Habían salido del baile a las siete de la mañana, medio en pedo.¿Y si vamos a pescar?Y vamos.Tiraron las tres colchonetas en la chata del Negro. Carpa no, para qué, hace calor, son jóvenes y

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fuertes, la carpa para qué. Las cañas y el medio mundo. La heladerita de telgopor. Dos damajuanasde vino. Una sartén para fritar lo que sacaran. Un puñado de genioles para aclarar la cabeza quezumba.

Dejaron las pilchas de salir en el baño de Enero, la ropa hecha un bollo en el piso. Enerorepartió unos shores y unas remeras viejas. La madre se enjuagó la boca con el primer mate ydespués los siguió, termo abajo del brazo, cebándoles para que no se fueran así, con las tripasllenas de vino.

A la salida del pueblo pararon en la estación de servicio a comprar hielo y cargar combustible.Al Negro el olor a nafta le dio vuelta el estómago. Salió corriendo, atravesó el playón y lanzóentre los pastos.

El playero se rió.¡Andan amanecidos! Se van para la isla.A la isla, sí.Dijo Enero que iba al volante. Eusebio roncaba, la cabeza tirada para atrás, toda la boca

abierta.¿Hay pique?Dicen.Dijo Enero encogiéndose de hombros.Capaz que el domingo me pego una vuelta entonces.El Negro volvió. La cabeza mojada, el pelo medio largo chorreando.¿Estás bien?Sí.Enero sacó un brazo por la ventanilla y el playero tocó con la suya la palma abierta. Dio

marcha. Arrancaron. Se frenó en seco.¡El hielo!

La fresca del río, mientras los cruzaba el botero, los fue espabilando. Iban callados. El viejohablaba solo. Por la falta de dientes o porque estaba acostumbrado a hablar solo, apenas si leentendían algunas frases sueltas.

En esa época Enero soñaba seguido con el Ahogado. Tal vez por eso o por la borrachera que noterminaba de desprendérsele, iba mirando fijo el agua marrón. Como si esperara ver pasar por elcostado del bote el cráneo baboso. Los mechones de pelo podridos, flotando como raíces blancas.

Los tres en la suya. La voz del viejo, rota.Al rato los tres revividos por el chapuzón, estirados en la costa, brillando como mojarras, el

sol picándoles el lomo.El fuego se apaga con fuego.

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Dijo Enero y se levantó.Desenterró del hielo una damajuana, la abrió, sirvió los vasos de lata, la guardó otra vez entre

los rolitos.De pie chocaron los vasos.Voy a tener un hijo.Dijo Eusebio.Enero soltó una carcajada. Se rió con la boca abierta, todavía llena de dientes. El Negro

acompañó con una risa nerviosa. Eusebio sonrió y miró para abajo.Es de en serio, boludo. De qué se ríen.Un hijo vos. De quién.De la Diana, de quién va a ser.Se miraron.El Negro le dio un abrazo.Enero tomó un trago largo y le palmeó la espalda. Un gesto a mitad de camino entre la

felicitación y el consuelo.Un hijo.Murmuró.Volvió a reírse. Esta vez de contento. Levantó el vaso. El sol del mediodía destelló contra la

lata. Brindaron de nuevo por el hijo de Eusebio.El hijo.

Los compañeros siguen durmiendo. El lomo de la bicha brilla con el reflejo de la luna. Enero sedecide, agarra la navaja y corta las sogas que la mantienen colgada del árbol, con esfuerzo se laecha arriba del hombro, acomoda el cuerpo tibio y blandengue contra el suyo. Frunce la nariz. Yaempieza a jeder fiero.

Camina un poco en el agua hasta llegar al bote. La tira adentro. Otra vez el animal ocupa tantoespacio, todo el espacio de la embarcación. No quiere pisarla. Le da asco la idea de hundirse enesa carne. La manipula de nuevo, medio la dobla sobre sí misma, hace espacio para él.

Empieza a remar río adentro. Pesa la desgraciada.

Su madre, no. Los últimos tiempos, liviana como una hoja. Su cuerpo, un manojo de chircas secasenvuelto en el trapo del camisón. Enero la veía tan chiquita sobre la cama y pensaba cómo unhombre grandote como él había salido de un cuerpito así. A veces se lo decía y ella se reía.

Mirá si vos vas a ser mi hijo. Yo no te tuve a vos adentro, pero me gustaría.

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Cuando la echa por la borda, la bicha vuelve al río sin hacer ruido. Unas ondas se forman en lasuperficie y eso es todo. Vuelve allí de donde vino.

El bote, más ligero, se acuna suave.Está inmensa la noche.Enero tantea el bolsillo del short y encuentra el paquete de puchos con el encendedor adentro.

Lo saca y mete el dedo a ver si queda uno. Encuentra, pegado al borde. Prende. Pita. Mira el agua.Sigue quieta.

Abajo del bote, el río es más negro que la noche.

Cuando se perdió Eusebio lo encontraron los buzos. En esa parte el río era espeso como brea.Abajo del agua no se ve nada. Buscan, los tipos, al tanteo.

El Negro quería ayudar.Enero quería ayudar.Los isleros querían ayudar.Pero no.Sólo gente especialista.Si ustedes no lo encontraron en su tiempo.Dijo el prefecto.Dejó flotando en el aire el reproche o la explicación o las dos cosas. Ahora hay que dejarlo a la

gente que sabe y puede, quería decir.Pero no dijo.Y a Enero le dio una rabia.Parecía que les echara la culpa.Qué podía saber el prefecto si no los conocía. Si no conocía a Eusebio. Ni al Negro. Si no

sabía lo que se querían. Si no sabía que si uno se iba, se llevaba una parte de todos.En la orilla esperaron horas enteras. Fumando. Frotándose los brazos por encima de la camisa.

No hacía frío. Era pura sensación solamente.Con el Negro miraban fijo el trabajo de los buzos. Unos arriba de los botes. Otros

desapareciendo y apareciendo en el agua como tinta. Espesa, oscura. Como tinta.Los buzos con trajes de goma, antiparras. Los que se zambullen. Los otros agarrando la soga

que mantiene unidos a los de abajo con los de arriba del bote. Uno con un handy.Los de traje de goma desapareciendo y apareciendo en el agua. Espesa, oscura. Sin novedad.Enero sentía un nudo acá.Nunca más se le iría ese nudo. Esa congoja. Le agarra todavía dos por tres. Le agarra ahora

mismo mientras fuma solo.

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En el río.En la noche.

No pensaron volver a verlo a Aguirre. Pero aquí está, apersonado, esta mañana, mientras ellostoman mate alrededor del fuego.

Aparece de repente, saliendo del monte. Lo ve primero Tilo, se sobresalta. Les hace una señacon la cabeza. El Negro y Enero giran despacio las caras.

En dos zancadas Aguirre está encima. Se detiene, pone las manos en las caderas, el puchopegado a la boca. La ceniza se arquea como un bicho canasto.

Buenas.Dice el Negro.Aguirre los mira y mira hacia el árbol donde se acuerda estaba colgada la raya. Ayer nomás.Mira el árbol.Los mira a ellos.Mira el árbol.Buenas.Responde a las cansadas.En un movimiento al que se ve que está acostumbrado, pasa el pucho de una comisura a la otra.

La ceniza cae. Queda un poco, pegado a la camisa abultada por la panza de Aguirre.Tilo, que ceba, le ofrece un mate.Aguirre acepta.Nunca se desprecia un mate en la isla. Ni a un enemigo se le desprecia.Escupe el pucho. Vuelve a mirar al árbol. Mira los de al lado también, no confiando del todo en

su memoria.Mientras toma el mate señala con el mentón.¿Qué han hecho?Suelta.Se miran entre ellos.Enero se encoge de hombros.Jedía fiero.Dice, seco.Aguirre devuelve el mate. Se mueve inquieto en el lugar. Vuelve a mirar el árbol, mira el río. Se

queda mirando el río.Nadie dice nada. Tilo, medio asustado, los mira a Enero y al Negro.Aguirre arma un cigarrillo. Pasa la lengua por la seda. Escupe una hebra de tabaco.Haber dicho ayer.

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Dice.Enero se para.Sí, haber dicho si la querían ustedes.Dice.Aguirre le sostiene la mirada.Enero no agacha el lomo. Está hinchado los huevos. Se le nota.Prende, Aguirre, el pucho.Está todo tan callado, tan quieto, que se oye el crepitar del papel y el tabaco consumidos por la

brasa.Aguirre sonríe.Parece que va a decir algo, pero no dice.Dice, en cambio.Dame otro mate, gurí. Así no me voy rengo.Después de dos, tres mates, Aguirre se devuelve al monte de donde salió. Enero lo mira al

Negro y suelta un chistido entre los huecos de los dientes. El Negro mueve la cabeza.Dejalo ahí.Dice.Esta gente es así, nunca sabés lo que les pasa por la mente.

Si uno pregunta, en el pueblo cualquiera se acuerda del accidente de Eusebio. La primera noticia:se perdió uno, parece, lo están buscando. Después las alarmas: si habrá sido este o aquel, muchagente estaba de pesca ese fin de semana, un feriado había, empezaba el verano, decían que lospescados retozaban en el río como mariposas. El rumor cada vez más firme: Eusebio Ponce.Eusebio, el del taller de motos. Ponce el padre del hijo de la Diana Maciel. El alivio de algunasmujeres y familiares: ah, es el Eusebio, es el pariente de otro no el mío, es el padre de otro hijo node los míos. Pero enseguida las cadenas de rezos igual porque hoy no me tocó a mí pero ladesgracia nos toca a todos en un pueblo chico, si acá nos conocemos todos.

Delia y las hermanas del Negro desconsoladas. Eusebio era como un hijo. Otro hermano. ¿Y sihubiera sido el hijo, el hermano? ¿Y si los rumores se equivocan, si están señalando al hombreequivocado?

Si es Enero.Si es el Negro.

La razón de Delia ya había empezado a evaporarse, sin embargo ese día, todas esas horas hastaque encontraron el cuerpo, parecía haber recobrado una lucidez completa. La señora que la

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acompañaba cuando Enero se iba a trabajar o a pescar no le había dicho nada, pero la vieja zorrade alguna manera se había enterado. Ella, que nunca había creído en nada, mandó a la señora acomprar velas a la despensa y habían prendido el paquete entero. La señora había aportado unaestampita de San Cayetano que siempre llevaba en el monedero porque en la casa no había un soloCristo, ni cruz, ni nada.

Rezá vos que sabés, le había ordenado.La señora, que tampoco era muy devota, pero se sabía el padrenuestro y el avemaría, se puso a

rezar. Las dos sentadas a la mesa de la cocina, el plato de velas en el centro, la estampita apoyadacontra una taza. Delia, como una criatura, la copiaba: entrelazó las manos y movía los labios comosi orara. La señora la miró de reojo y sonrió.

Vieja chota, como si a Dios se lo pudiera engañar.

Las hermanas del Negro se enteraron porque una fue hasta el centro a comprar unos pedazos degénero para hacer unos vestidos. Ahí en la tienda le comentaron.

Vos, que tu hermano siempre pesca.Ella se había llevado una mano al cuello. Sintió un ahogo, la respiración cortada, un nudo en la

panza. Lo dejó al tendero con las piezas de tela arriba del mostrador, no terminaba de decidirseentre una viyela floreada y una bambula clarita. Lo dejó con el metro en la mano, la tijeraesperando entre los rollos con el pico abierto como un colibrí. Salió corriendo. El turco se quedómirándola irse y puteó por ser tan lengua larga: haber esperado un poco, hacía la venta y despuésel comentario.

Llegó a la casa agitada y con las mejillas rojas.Las otras tomaban mate y hojeaban unas revistas. La gemela de la que entró se paró de golpe.

Cuando una estaba asustada, la otra también. Como una réplica distanciada esta también se llevóla mano al cuello, sintió el ahogo, se le cortó la respiración, el nudo en la panza. Las otras tres lasmiraron.

¡Pero decí por Cristo qué pasó!Dijo la más grande de todas.Enseguida se fueron para lo del pastor.

Era sábado por la tarde temprano. El hombre recién se levantaba de la siesta. La esposa las mirómal entrazada. No le caían bien esas hermanas, siempre metidas acá en el templo. Tan solteras, tanvistosas. Así que se plantó termo y mate al lado del marido. A ellas no las convidó. El pastor lasescuchó con la cabeza inclinada. Ella hizo cantar la bombilla dos veces y el marido la mirópidiéndole un poco de respeto.

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Voy a cambiar la yerba.Dijo y se fue.El pastor les pidió que se calmaran.El Buen Señor nos va a ayudar.Dijo.Tenemos que confiar.Mientras el pastor se fue a lavar la cara y poner una camisa, las muchachas abrieron las

cortinas del templo: el garage de la casa del pastor con un pequeño escenario hecho de palets, dosparlantes, un púlpito, y una treintena de sillas de plástico apiladas. Descorrieron las cortinas yempezaron a acomodar las sillas.

Diana Maciel se atrincheró en una de las piezas del hotel. Era la dueña del único hotel del pueblo,una casona antigua, con varias habitaciones y baños compartidos, que ocupaban mayormente losviajantes. Turistas al pueblo no llegaban. No había qué visitar.

Ese fin de semana Tilo se había ido al campo con su madrina, la Marisa Soria, la mejor amigade Diana. Uno había venido a avisarle.

El Eusebio se perdió en el río.Dijo.Cuando el hombre se fue, Diana le pidió a la empleada que se hiciera cargo. Agarró dos atados

de puchos y se encerró en esa pieza que casi nunca alquilaba. La reservaba para ella, para cuandoquería estar sola o para las raras veces que se acostaba con alguno. Era la que tenía mejor vista:daba a una parte del jardín lleno de rosas chinas rojas. Cuando florecían había que cerrar lospostigos porque tanta flor junta hacía doler la cabeza. Se tiró en la cama con el cenicero arriba dela panza. Se iba a quedar ahí esperando la noticia. No de la muerte de Eusebio, ya sabía queestaba muerto, no quedaba esperanza, le había dicho el hombre. La noticia de la aparición delcuerpo.

Antes de meterse en la pieza la había llamado a la Marisa Soria. Le contó la situación yenseguida le dijo que no llorara. La Marisa era de moco fácil. Tenía que estar entera para cuidarleal Tilo. La escuchó hacer unos ejercicios de respiración. Después le llegó la voz bastante firmediciéndole que no se preocupara, que el Tilo podía quedarse todo el tiempo que hiciera falta.

El curandero Gutiérrez, el padrino de Eusebio, llevaba días inconsciente en el hospital. Su mujerse había mandado a mudar hacía un tiempo y vivía solo. Lo había encontrado una de sus clientastirado en la galería del rancho, con la cadera quebrada y deshidratado. Lo internaron para morirse.Estaba flaco y consumido por el vino. Le pasaban suero para que se fuera yendo como en un

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sueño.Esa noche, cuando Eusebio se perdió en el río, el curandero abrió los ojos a la penumbra de la

pieza de hospital. Nadie se dio cuenta porque los compañeros de habitación dormían y laenfermera de guardia también. Gutiérrez abrió los ojos y lo vio a su ahijado debatiéndose en elagua marrón y chiclosa. No lo vio como era ahora, un hombre, sino como esa vez que fueron aconsultarlo con el amigo que soñaba con el Ahogado. Un gurí que había pegado el estirón y que yatenía olor a cigarrillo.

¡La puta!Dijo Gutiérrez.¡Cómo no supe!Después cerró de nuevo los ojos y se dejó arrullar por el chapoteo de los brazos del ahijado

que iban entregándose al río de a poco.

Tilo agarra sus aparejos y se manda solo. Pasando el montecito, una lengua de agua viborea entrepastizales y duraznillo blanco todo florecido. Son las diez de la mañana y el sol le pega sobre laespalda desnuda. Siempre que viene a la isla extraña a su padre. Debe ser que algo de uno quedadonde se muere. Hay muchas fotos de los dos juntos pescando. Lo traía siempre que venía. Laúltima vez, de pura casualidad, él no había venido. Era el cumpleaños de uno de los hijos de sumadrina y por eso había ido a pasar el fin de semana en el campo. Estuvieron todo el díazambulléndose en el tanque australiano. La Marisa los obligó a salir cuando cayó el sol y lescastañeteaban los dientes. Estaba rara cuando salieron del agua. Mientras todos se secaron y secambiaron solos, hasta el que cumplía años, a él lo agarró ella con la toalla, lo frotó, le besaba lacabeza. Se puso cargosa y él se retorció un poco hasta zafarse y se fue con los otros que estabanalrededor del fuego jugando a los indios. El marido de la Marisa había apartado brasas y puestounos chorizos en la parrilla. Esa noche nadie dijo nada. Comieron y se durmieron temprano. Alotro día, apenas se levantaron, la Marisa les dijo que se volvían al pueblo. Todos protestaron,habían planeado un día más de chapuzones y corridas por el campo. La Marisa los cortó en seco,como si estuviera enojada.

Donde el arroyo se ensancha, se detiene. Encarna con lombriz y revolea la línea. Le gusta eseinstante en que anzuelo y carnada se hunden, el agujerito mínimo que se abre en la superficie delagua, los círculos suaves.

Aquella vuelta la madrina había dejado primero a toda la familia en la casa. Los hijos de laMarisa, que eran como sus primos, insistieron en que él se quedara. Y él quería, dijo que sí, quetotal tenía permiso hasta la noche. Pero ella dijo que no, que tenía que volver con su madre. Se

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unió a los berrinches de sus primos.Dale, un rato, no seas mala.Lloriquearon a coro. Eso siempre daba resultado, pero esta vez no. La Marisa le dijo al marido,

de malos modos, llevate a las criaturas adentro vos. Pero a él le sonrió como si fuera otra o mejordicho la de siempre, buena y dulce como una maestra.

Hoy no te podés quedar, papi, tenés que ir con tu mamá.Le acarició el pelo y la mejilla. Tenía los ojos brillantes y a él le dio miedo verla así.No sabía qué pasaba, no se lo podía imaginar siquiera, pero sintió dolor de barriga. Hicieron el

camino callados, él mirando por la ventanilla, la madrina con la vista fija en el parabrisas.Cuando llegaron al hotel, él bajó despacio arrastrando la mochila. Su madre estaba parada en lapuerta, con los brazos cruzados. La Marisa bajó atrás de él, aunque no era necesario. Su mamá seagachó para darle un beso, tenía los ojos colorados.

Andá que ya voy.Dijo.Tilo entró y se dio vuelta para mirarlas. Su madre y la Marisa se abrazaron, y aunque no

escuchó ruido a nada, vio cómo temblaba la espalda de su mamá, cómo la otra no la soltaba.

Tiene en blanco la parte en la que la madre le cuenta que el padre está muerto. ¿Habrá usado lapalabra muerto o habrá dicho se fue al cielo? ¿Le habrá dado detalles o le habrá dicho tuvo unaccidente?

Tilo tenía seis años. Estaba terminando primer grado, leía de corrido, tenía letra grande, unpoco desprolija, era bueno para las cuentas.

No se acuerda de esa charla con su madre. De la escena de la Marisa y su mamá abrazándose ala escena donde pasa gateando por entre las piernas que se acercan, llegan, se detienen unmomento, dan marcha atrás, y él que se mete abajo del cajón. Sin que nadie le preste atención, seacuesta en el piso, boca arriba, y mira el fondo de esa caja de madera. Le dijeron que adentro estásu papá. Tilo se arrastra hasta que su cabeza queda más o menos a la misma altura donde debeestar la cabeza de su padre. Había preguntado por qué no podían verlo y su madre le habíarespondido que su papá ya no estaba ahí. No entendía: ¿estaba o no estaba? Si no qué hacían ahí, ala vuelta de ese cajón, si adentro no había nada. Si no estaba ahí, ¿dónde? ¿Se lo habían comidolos pescados?

Entraron al cementerio atrás del cajón llevado por el Negro, Enero y unos parientes. Los primosse desparramaron enseguida a jugar entre las tumbas. A él no lo dejaron, lo obligaron a quedarsecon los adultos. La madre le agarraba tan fuerte la mano que le hacía doler, tuvo que decirle que

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aflojara un poco.El agujero ya estaba hecho. Vio, o creyó ver, unas lombrices largas y rosadas asomarse entre

los cascotes frescos. Lindas para carnada.El cajón lo bajaron los hombres del cementerio ayudándose con una cuerda. Cuando tocó el

fondo, los hombres tironearon de las sogas y las sacaron. A un costado dos esperaban con laspalas clavadas en los montones de tierra. Uno de los hombres miró a su madre.

Señora.Dijo.Su mamá se inclinó y le puso un puñado de tierra en la mano, después lo empujó suavemente

hasta el borde del hoyo.Tiralo.Le dijo despacito al oído.Tilo soltó la tierra y enseguida el resto de la gente también agarró puñados y los tiró arriba del

cajón. Los primos, cuando oyeron los cascotazos, vinieron corriendo y como ya todos estabanretirándose, empezaron a patear la tierra adentro del agujero, empujándose y gritando. Él se zafóde su madre y se les unió, a las risas.

La tanza le tira entre los dedos. Picó algo. Ese instante, el del pique, el tironcito, la alegríanerviosa de un gurí. Maniobra. Se planta en el suelo barroso de la orilla. Alza el brazo. Trae. Elpescado pelea. Por la fuerza debe tener un buen tamaño. Sigue trayendo. Está bien agarrado. Sesiente por cómo se retuerce en el otro extremo de la línea. Por fin se lo arranca al agua. Espejeacontra el sol. Tilo sonríe.

Tenías que ser tararira por lo peleadora.Dice.

La provista es un sucucho de uno por uno. Un freezer de pozo divide afuera de adentro. Atrás,atrincherado, el dueño, un viejo con el pelo canoso y pocos dientes. Los ojos celestes, surcadospor venas rojas. El pucho no se le cae nunca de la boca.

Un alero hace sombra entre el bolichito y la calle. Unas pocas mesas, abajo. Justo en el bordede la calle, un tablón sostenido por los mismos postes que sostienen el alero. Una barra dondeacodarse.

Enero pide varios porrones.Los más fríos que tenga.Dice.El viejo lo mira, sobrador.

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Como si acá se vendería porrón caliente.Dice levantando la voz. Atropellando las palabras con el humo del pucho que no se le cae de la

boca.Enero alza apenas los hombros como una criatura que se mandó una cagada. Pide dos atados de

cigarrillos también. Y hielo.Cuando el viejo está por abrir el freezer para sacar los porrones y el hielo, Enero lo frena.Todavía no. Primero acá con el joven nos vamos a tomar un porroncito.El viejo abre igual, de mala gana, para sacar la cerveza.Se escapa el frío si abro a cada rato.Dice.Pero esta vez dice para él nomás.Le destapa la botella. Todo mal entrazado. Ni vasos.Enero agarra los cigarrillos y la cerveza. Tilo espera apoyado en la barra.El sol del mediodía pica contra la calle de arena.Abajo del corredor unos paisanos juegan a las cartas y toman vino.Enero se acoda también en el tablón, mirando para la galería. La espalda enorme, el culo, las

pantorrillas le quedan al sol. La cabeza inclinada hacia adelante toma sombra. Apenas entra en elresplandor cuando la inclina hacia atrás, para tomar del pico.

Tá güena.Dice.Entrecierra los ojos. La garganta, por dentro, fresca como una hoja de aloe recién cortada.Tá güena.Repite.Pasa la botella. Tilo bebe.Bebe, nomás.Sin espamento.

No se sabe de dónde salen las muchachas, pero ahí están de repente. Llega primero el olor a pastoverde que les sale de las melenas largas, recién lavadas, todavía chorreando agua en las puntas,las melenas negras como plumas de tordo, que les rozan el nacimiento del culo. Las ven de atrás,así, salidas de la nada, comprando algo en la despensa. Las dos lo tapan al viejo, no llegan a verloni a oír lo que dice. Una de ellas se ríe y gira un poco la cabeza. Le ven el perfil de refilón.

Enero lo codea a Tilo que se encoge de hombros y le da otro beso a la botella.Por fin las muchachas se vuelven y de frente son todavía más lindas que de espaldas. Tienen las

caras frescas y sin pintura. No son iguales, tal vez los pelos largos y renegridos. Pero una es másalta y la otra más tetona. No son iguales pero se parecen mucho. Vestidas como cualquier

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muchacha de su edad. Unos shorcitos, vaqueros cortados a tijera, sin dobladillo. Las piernasasoman doradas, los pelitos de los muslos brillan como escamas. Y ese olor a pasto reciéncortado que les sale, a las dos, de todo el cuerpo.

Los miran de frente y les sonríen. Enero les devuelve la sonrisa.Buenas.Dice.Nos convidás uno.Dice una de ellas, señalando el atado con el mentón.Uno no.Dice Enero.Dos: uno para cada una.Ellas se ríen y se acercan. Agarran los cigarrillos, arriman la cara a la mano de Enero, a la

llama azul del encendedor.No son de acá.Dice la otra.No, andamos pescando nomás.Dice Enero.Pescando qué andarán ustedes.Dice la misma y se ríe.A Enero le gusta. Le gustan las muchachas atrevidas. Estas son muy gurisitas, qué tendrán,

quince, dieciséis. Pero acá en la isla las mujeres se curten antes que en el pueblo.Enero suelta una carcajada.Un viejo como yo ¡qué va a pescar! Como no sea un resfrío…Viejos son los trapos dice la mami.Dice una o la otra o las dos. Ya no se sabe. Se marea de mirarlas tan lindas son, como un

espejismo de verano.Yo soy Enero. Y este es mi ahijado Tilo.Pavadas de nombre.Dice una.Los habrán sacado del almanaque.Dice la otra.Y otra vez la risita.Yo me llamo Mariela y ella Luisina.Por una abuela, es nombre de vieja, ya sé.Dice la que se llama Luisina.Pero todos me dicen Lucy.Les convidaría pero este viejo amarrete ni vaso nos dio.

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Dice Enero.Está bien, no tomamos nosotras.Dice Mariela.Ah, no.Dice Enero.Mejor no, se nos sube a la cabeza.Dice Lucy.Tan mal no se portarán.Dice Enero.No creas.Dice Lucy y algo se apaga adentro suyo.Vamos, Mariela, que la mami nos espera.Mariela en cambio no despega la vista de Tilo.Hay un baile esta noche acá nomás.Dice y señala el fondo de la calle de arena.En la pista.Vamos, Mariela, vamos pa las casas.Vengansé, la vamos a pasar lindo.Vamos, Mariela, la mami está esperando.¡Ya va!Mariela saca el brazo que Lucy le agarró para llevarla. Les guiña un ojo.Vengansé. Háganme caso.Se dan vuelta y empiezan a marcharse. Lucy le busca el brazo de nuevo y la otra se deja. Se van

entrelazadas, caminando al mismo ritmo.Enero las mira. Total, engordar la vista un rato daño no hace.Uno de los paisanos que juegan a las cartas lo saca de la contemplación.¡Cuidado con esas dos! Tienen ponzoña en la cajeta.Dice, girando medio cuerpo sin soltar los naipes.Enero lo mira todavía con la sonrisa en la boca.El paisano le guiña un ojo.No sea zonzo, amigo, no ve que ya no son. ¡Ya no son!Larga una carcajada y se da vuelta. Su espalda encorvada se confunde rápidamente con los

otros parroquianos.Tilo lo codea a Enero y le hace una seña preguntando qué quiso decir.Enero no contesta y apura el resto del porrón.De repente el aire se puso espeso.

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Apenas se alejan un poco, Mariela se aprieta a su hermana.

Ay, creo que me enamoré.Dice y refriega la nariz contra el hombro de la otra.No empecés.Dice Lucy.Pero viste qué lindo que es.Mariela suspira.Siguen bajando por la calle de arena. A esa hora el suelo hierve. Ellas van descalzas igual. Las

uñas de los pies pintadas de rosa furioso parecen florcitas de macachín.Aunque se llevan un año y Mariela es la mayor, Lucy siempre fue más seria. La madre dice que

es porque el suyo fue un embarazo amargo. No andaban bien las cosas con el padre de las dos y alfinal el tipo la había dejado antes de parir.

Toda esa amargura que yo tenía te la chupaste vos, dice siempre.Cuando llegan a la casa, la madre está afuera quemando basura. Tan concentrada que no las oye

abrir y cerrar el portón. Lucy se queda mirándola un instante: está vestida con una musculosaestirada que era de Mariela y una pollera desteñida, el pelo atado, medio encorvada. Entre losvahos del humo parece haber envejecido de golpe. A Lucy le dan unas ganas tremendas de ir yabrazarla por atrás. Pero la mami es chúcara y no le gusta el cariño. Discutieron el día anterior yles dijo: ¡putas, mándense a mudar!

La pieza tiene los postigos entornados. Mariela se echa en la cama y se abanica con una revista.Lucy se acuesta en la cama de al lado, una pierna estirada sobre las sábanas limpias, la otracolgando. Por las rendijas del postigo entra un poco de humo, pero si cierran se mueren de calor.

Probá el ventilador a ver si arranca.Dice Mariela.Lucy se levanta de mala gana y lo prende. El aparato hace un ruido ronco, pero las paletas no se

mueven.Tomá, dale con esto.Dice Mariela y le tira una regla.Lucy mueve la hélice y parece que sí pero no. Prueba varias veces. Al final se rinde, apaga, y

vuelve a su cama.Mariela tira la revista al piso y se pone de costado, un brazo abajo de la cara, la otra mano

apoyada en la almohada. Lucy mira el techo, descubre un agujero pequeño en la chapa por dondeentra un poquito de la luz de afuera. Cuando llueva por ahí entrará agua.

¿Vos decís que van a ir al baile?

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Dice Mariela toda ilusionada.Lucy no contesta.Desde chicas tienen la costumbre de encerrarse en la pieza y echarse en las camas para hablar.

A la mami le da rabia: si es de día porque es de vagas estar echadas en vez de hacer cosas en lacasa, trabajar o hacer los deberes de la escuela. Si es de noche porque el murmullo y las risitas nola dejan dormir tranquila. Dice que quedarse despiertas hasta la madrugada es cosa de putas.

Me da lástima la mami.Dice Lucy.Mariela se incorpora sobre un codo, apoya la mejilla en la palma abierta.¿Por?Dice.No sé, una sensación que me dio recién cuando llegamos.Está enojada, ya se le va a pasar.¿También vamos a ser así cuando tengamos hijas?Mariela se ríe y se acuesta boca arriba.Mirá lo que decís. Mejor procurá no preñarte vos porque ahí sí que la mami te pega una patada

en el ojete. Yo, por las dudas, todos los días riego el perejil bien regado.Lucy también se ríe.Sos tarada.Dice.

Siomara revuelve el fuego con un palo largo, arrima la basura que las llamas no alcanzan. El palotambién se enciende y lo golpea contra el suelo para apagarlo. Apoya las dos manos en la punta yel mentón arriba de los nudillos afilados. Está flaca, adelgazada. Cuando se desnuda las tetascuelgan como dos pellejos secos. Supo ser carnosa y llena de curvas, llamativa. Si no bella,vistosa. Hasta no hace tanto tiempo algunos hombres todavía se daban vuelta para mirarla. Ahoraa su paso agachan la vista, desvían la mirada.

Siempre le gustó hacer fuego. De chica si se peleaba con la madre o discutía con el hermano, semetía en el monte y hacía fuego. O si estaba muy enojada, prendía fuego ahí mismo en el patio delrancho de su familia. Hacer fuego era su manera de sacar la rabia, de ponerla afuera de su pecho,como si les dijera: miren qué grande puede ser mi furia, cuidado que puede alcanzarlos. Y unavuelta casi los alcanza.

Peleó con su viejo porque alguien le había ido con el cuento de que la vieron culeando en laguardería de lanchas. El viejo, que siempre andaba entonado, llegó y sin decir agua va se sacó elcinto y empezó a darle. Ella estaba durmiendo la siesta, así que no entendía nada. Hacía calor, enbombacha y corpiño la agarró, ni tiempo a taparse con la sábana, los hebillazos le daban directo

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en la carne descubierta. Mientras le pegaba decía: te voy a enseñar a vos, arrastrada.Cuando por fin se le cansó el brazo soltó el cinto y se cayó redondo, a dormir la mona, en la

misma cama donde ella seguía arrollada tratando de frenar los cintazos con las manos. Ella sehabía levantado temblando. En la claridad de afuera vio las marcas rojas en las piernas y en lasnalgas. Había agarrado un batón de la madre del alambre de colgar la ropa y se había cubierto.Después juntó ramas secas y armó un fuego enorme, alto y brillante. Lo armó cerca del rancho ylas lenguas de fuego agarraron enseguida el techo de paja. Adentro sólo estaba el viejo. Loshermanos andaban trabajando y la madre se había ido a visitar a una parienta. Los vecinosvinieron enseguida y sofocaron las llamas.

¡Pero, chinita cabeza hueca, casi provocás una desgracia!Dijeron.La consolaban.Estos últimos tiempos se la pasa haciendo fogaratas. A veces ya no encuentra qué quemar y sale

a buscar trastos viejos que la gente tira y los arrastra hasta su casa solamente para prenderlesfuego. A veces, si no tiene ganas de andar buscando basura ajena, quema algún mueble.

Las vecinas se le quejan.Siomara, tenga cuidado, no ve que recién colgué ropa y me la llena de humo.Dicen, siempre con respeto y un poco de miedo.Ella ni les responde.Antes también se preocupaba por esas pavadas. La ropa siempre impecable. Lavando en el

piletón, fregando la misma prenda dos o tres veces con jabón en pan, varios enjuagues, secar alsol y en verano a la sombra, así las telas no se resecan. A las gurisas cuando eran chicas lasvolvía locas: que no se ensucien, que las medias blancas, los zapatitos impecables. Como eramadre soltera no quería que la criticaran por nada, las nenas siempre de punta en blanco, bienpeinadas, con cintas en el pelo. Que nadie tuviera nada para decir ni de ella ni de sus hijas. ¡Quétonta! La gente igual siempre tiene algo para decir. Y si no tiene, lo inventa.

Esa que vieron aquella vez culeando en la guardería de lanchas no era ella. No es que ella noculeara. ¡Claro que culeaba! Tenía quince años y la sangre que le hervía abajo del cuero. Pero esaque vieron era su amiga Marita.

A veces diría que el fuego le habla. No así como le habla a uno una persona, no con palabras.Pero hay algo ahí en el chisporroteo, el sonido mínimo de las llamas, como si casi pudiera oír elaire consumiéndose, algo, ahí, que le habla únicamente a ella. Aunque no lo diga con palabrashumanas, Siomara sabe que la está invitando. Como decir: vení, dale, vení. Igual que esoshombres que la apasionaron, igual que el padre de sus hijas, igual que otros tantos. Cada vez ellarespondió a esas invitaciones. ¿Por qué no? ¿Quién no quiere ser tenido en cuenta? Cada vez, al

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fin y al cabo, salió por una ventana igual que se sale de un incendio.Vení, dale, vení.Dice.Ella se hace la tonta. Todavía le queda un poco de fuerza para resistirse. Pero ¿cuánto más?Un día, lo sabe, va a responder al llamado del fuego. Aguirre le pone la mano en el hombro. Siomara gira la cabeza saliendo del trance de las llamas.

Le sonríe, lejos, ida.Otra vez haciendo fuego.Dice Aguirre.Un reproche dulce como el que se le puede hacer a un chico o a un viejo.Le saca la vara de las manos y la arroja a las llamas. Arma un tabaco y se lo pasa. Siomara

pita.¿Comiste?Dice Aguirre.Siomara busca la respuesta con los ojos, en alguna parte. Se ríe.Sabés que no me acuerdo.Dice.Vamos a lo del César, están haciendo unos dorados.Siomara niega con la cabeza, decidida.¡No puedo! Tengo que esperar a las gurisas.Aguirre la mira. Se moja un dedo con saliva y le limpia un poco de hollín de la mejilla.Vení, vamos adentro, vamos a hervir unos fideos.Dice.

La casa está medio caída. Le parece que cada vez tiene menos muebles. Las paredes necesitanarreglos, una mano de pintura. La foto de las dos gurisas cuando pasaron la comunión con dosmoños grandes en el pelo, riendo, mostrando las paletas torcidas, es el único adorno arriba delaparador.

La Siomara, él y el resto de los hermanos terminaron de criarse en esa casa. Ellos, que son losmás chicos, se quedaron viviendo con los viejos cuando los mayores hicieron su propio rancho ose fueron a trabajar a la ciudad. Un día él también se hizo su rancho y se fue. La Siomara quedóviviendo con la madre. Tenía las dos hijas chiquititas y el marido se había mandado a mudar.

Da unas vueltas mientras Siomara cocina. Se topa con la puerta entreabierta de la pieza de lassobrinas. Se queda parado un momento frente a la hendija, sin decidirse a entrar. No entra, pero

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empuja suavemente y la puerta cede, se abre de par en par. Los postigos de la ventana estánentornados por el calor, pero es tanto el sol del mediodía que la pieza está iluminada igual. Suhermana no tocó nada. Las dos camitas perfectamente tendidas, el ventilador de pie, unos póstersde actores o cantantes pegados en la pared. Encima de una silla unas ropas arrolladas, como dequien se prueba varias cosas frente al espejo y sale dejando todo tirado.

Ya casi está.Dice Siomara desde la cocina. Aguirre cierra la puerta y vuelve adonde su hermana está

colando los fideos.La mesa está puesta para cuatro.

Comen callados, la vista fija en la comida. Aguirre termina rápido. Siomara revuelve el plato, devez en cuando se lleva un bocadito, mastica, traga como si tomara un remedio amargo. Aguirrearma un pucho y lo prende.

Haceme uno.Dice Siomara.Comé un poco más. Mirate lo flaca que estás.Siomara suelta el tenedor y da un golpe sobre la mesa.¡Tienen que estar acá a la hora de la comida! ¡Que se jodan!Dice.Se levanta, agarra la olla, sale al patio y tira el resto de los fideos. Empieza a levantar la mesa.Aguirre se levanta también. Se recuesta en el vano de la puerta. Unos perros se metieron a

comerse las sobras del suelo.Viste los que pescaron la raya. ¡Podés creer que la tiraron a la mierda!Dice.Pero sólo le responde el portazo que da Siomara cuando se mete en su pieza.

Se queda ahí. Cruzando nomás la calle empieza el monte. Lo conoce como a la palma de su mano.Como no conoce ni conoció a ninguna persona. Mejor que al César que es su amigo. Mejor que asu hermana que sigue siendo un misterio. Mejor de lo que conoció a sus sobrinas, pobrecitas, notuvieron tiempo. Conoce mejor el monte de lo que se conoce él.

Un viento se mete justo entre los árboles y está todo tan callado por la hora que el rumor de lashojas crece como la respiración de un animal enorme. Oye cómo respira. Un bufido. Las ramas semueven como costillas, inflándose y desinflándose con el aire que se mete en las entrañas.

No son solamente árboles. Ni yuyos.No son solamente pájaros. Ni insectos.

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El quitilipi no es un gato montés aunque de repente pueda parecer.No son unos cuises. Es este cuis.Esta yarará.Este caraguatá, único, con su centro rojo como la sangre de una mujer.Si alarga la vista, donde la calle baja, llega a ver el río. Un resplandor que humedece los ojos.

Y otra vez: no es un río, es este río. Ha pasado más tiempo con él que con nadie.Entonces.¡Quién les dio permiso!No era una raya. Era esa raya. Una bicha hermosa toda desplegada en el barro del fondo, habrá

brillado blanca como una novia en la profundidad sin luz. Echada en el limo o planeando con sustules, magnolia del agua, buscando comida, persiguiendo la transparencia de las larvas, lasesqueléticas raíces. Los anzuelos enganchados en sus bordes, el tironeo de toda la tarde hastadarse por vencida. Los tiros. Arrancada al río para devolvérsela después.

Muerta.

Aunque ya comió igual se manda para lo del César. Ya habrán comido también pero van a alargarla sobremesa hasta que sea la hora de tirar el espinel.

La dejó a Siomara acostada vestida. Solamente los pies descalzos. Se sentó un rato en el bordede la cama, dándole la espalda, hasta que le sintió la respiración de los dormidos. La misma camadonde durmieron y murieron los padres. Primero el padre. Enfermo: merecido. Después la madreque se fue en un sueño como los benditos.

No salió enseguida. Armó un pucho, fumó despacio en la penumbra, en el fresco de la pieza.Recordó las siestas cuando él y la Siomara eran gurises. Las escapadas al monte cuando lospadres se dormían. A cazar pajaritos. Comer moras. Los otros hermanos, apenas crecieron sedesparramaron. De vez en cuando alguien trae noticias de alguno. Gente comedida porque lo quees a él ¡qué se le importa! ¿Qué tiene que ver él con esos hombres que hoy no reconocería en lacalle? ¿Qué saben ellos de él, de la Siomara? La misma gente comedida que hay en todas partesles dará noticias de ellos cuando se los cruza. Los otros, los que fueron sus hermanos, losescucharán como escucha él, más por atento que por interesado. De la familia sólo quedan ellosdos. Cuando ellos se mueran no quedará un solo Aguirre sobre la isla. Que es como decir: sobreel mundo.

Cuando por fin sale de la casa, el sol le lastima la vista. Las calles de arena vacías. Algún guríque corre hacia el monte como él de chico, escapando de la siesta. La picuí que canta y esa comopuntada en la panza que le da cada vez que repara.

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Como suponía, están todos abajo de la enramada del rancho del César. Sin camisa, brillosos desudor y grasa de pescado. Juegan a las cartas. Corrieron los restos de dorado a una punta deltablón que hace de mesa. Arriba de unos cartones, los pellejos grasientos, las cabezas enteras, losojos amarillos, abiertos, reverberan a la luz de la siesta. Esa misma luz dorada los envuelve atodos, como si irradiara de los cueros, las escamas chamuscadas. Dos pescados que fueroninmensos. Ahora: espinazos pelados, cabezas de boca abierta, boqueando secos afuera del agua,adentro de este verano más inmenso que ellos. La misma luz envuelve a los amigos, parecentemblar como un espejismo, orejean los naipes, se miran por encima del abanico de cartas, laspupilas vidriosas por el vino y la calor. Entra también en la luz, en la enramada. Silencioso, sinhacerse notar.

Pero el César como si lo olfateara, sin despegar la vista de sus cartas, dice.Te estuvimos esperando para comer.Lo dice como si fuera su señora.Fui de mi hermana.Dice Aguirre.¿Cómo anda ella?Dice el César sin desatender el juego.Ahí anda.Dice Aguirre.No pregunta por preguntar el César. Desde muchachito siempre estuvo enloquecido con la

Siomara. Ella quiso con todos, menos con él. Capaz por ser tan amigo del hermano. Quién sabequé piensan las mujeres. No le guarda rencor, igual. Cuando la dejó el marido, él se hubiera hechocargo de ella y de las gurisitas. Ahora, después que pasó lo de las hijas, loca y todo como está, siella quisiera se la juntaría. No lo dice. En cambio, le dice a uno.

Andá adentro y traé pan.No hay.Dice ese.¡Cómo sabés si no fuiste a ver!Dice el César, golpeando el tablón con la mano libre, la que no tiene las cartas.Dejá, ya comí.Dice Aguirre.Pero me da rabia este cursiento.Dice el César.Ese se ríe.¡Qué te reís! Te habré limpiado el culo cuando eras chico.Otro tira una carta y gana el juego.El César también tira sus cartas. Toma un trago de vino.

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Vení, traete una silla.Dice y hace un gesto en el aire.Aguirre se queda parado.Estoy bien así.Dice.Buscá más vino vos.Le dice el César al mismo al que mandó a buscar pan.El muchacho se para, entra al rancho, vuelve con la damajuana.Si lo mandás a buscar vino va enseguida.Dice el César.Todos lo festejan.Le alcanzan un vaso a Aguirre, que bebe echando un poco la cabeza hacia atrás. Se limpia,

después, la boca con el dorso de la mano. Arma un tabaco.El César se levanta y dice que no juega más, que sigan ellos, si quieren.Lo chucean porque al César no le gusta perder.Pero el César los ignora. Se mete los pulgares en el borde del short y se lo levanta. Chicotea el

elástico contra la carne cuando lo suelta.¿Querés entrar vos? A estos mamertos les ganás con los ojos cerrados.Dice.Aguirre niega con la cabeza.Dice, en cambio.Viste los que sacaron la raya.Hermoso ejemplar.Dice el César aunque no la vio, se lo contaron.¡Podés creer que la tiraron a la mierda!Todo se detiene de golpe. El que estaba barajando deja de mezclar. Los que estaban tomando

apoyan el vaso en la mesa. Todos lo miran.¡La tiraron al río!Dice Aguirre.¡Hijos de mil putas!Dice el César.Hay que enseñarles.Dice Aguirre.¿Y cómo vendría a ser?Dice el César.

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Lucy abre los ojos. Está toda sudada. De nuevo soñó con el accidente. Por la gotera que descubrióhace un rato en el techo todavía entra la luz fuerte del sol. Siente el crujido de la chapa caliente.En la cama de al lado, Mariela sigue durmiendo. Tiene la boca entrabierta, se le ve el borde delos dientes de arriba; los brazos a los costados, la cabeza ligeramente inclinada hacia la izquierda.

La casa está en silencio. Hace un rato le pareció oír voces y ruido de ollas en la cocina. Perotal vez también lo soñó. La mami nunca recibe visitas.

Se sienta en la cama y se mira las uñas. ¡Cómo le crecieron de rápido! Le parece que ayer selas pintó y hoy ya tiene un borde pálido entre el esmalte y el resto del dedo. Se va a tener queretocar las uñas para el baile. ¿Cuándo era? ¿Esta noche? ¿Mañana? No sabe ni en qué día vive.Siente el aliento agrio, la boca seca. Se levanta. ¡Cómo le cuesta salir de la cama últimamente!Camina por el cemento pelado hasta la cocina, se sirve un jarro grande de agua. Toma hasta sentirla panza tirante. Abre de nuevo la canilla y se enjuaga la cara.

En vez de volver a su pieza, se asoma en el dormitorio de la madre.Siomara también duerme boca arriba, vestida con la musculosa que era de Mariela y una

pollerita descolorida, en patas. El pecho huesudo sube y baja. Lucy se tira despacito a su lado y lamira dormir. La mami tiene olor a humo. Su cara no se relaja ni cuando duerme. Tiene el ceñofruncido y las mandíbulas apretadas. Los dientes de arriba y los de abajo se frotan suavecito. Segastan como las piedras. Las raíces blancas del pelo le dibujan una aureola en la coronilla. ¿Cómopuede ser que necesite color otra vez? Si hace dos días, tres, la sentó en el patio, con una toallasobre los hombros, le pasó la tintura, primero la crema con ese olor a pis de gato insoportable,después un peine para distribuir bien, después la gorra de nylon. Quizá el único momento en queel rostro de su madre se relaja es cuando le hace la tintura. La recuerda con la cara levantadahacia la luz de la tarde que iba cayendo, los párpados entornados, la frente lisa. Una mueca suaveen los labios, como si sonriera. Y después, otro rato aún, cuando le enjuaga el pelo y le pasafuerte la toalla para secarlo.

Lucy quiere ser peluquera. Quiere darles a otras mujeres ese rato de paz que parece tener sumadre cuando ella le atiende el cabello.

Ella también se acomoda boca arriba y cruza los brazos sobre el pecho. Cuando la abuela murióla velaron en esta cama, no exactamente donde está ella sino más en el medio, en ese espaciodonde ahora hay medio cuerpo suyo y medio cuerpo de su madre. Con Mariela se treparon de unsalto a la cama y la besaron. Estaba fría como las caras de plástico de las muñecas. La mami lahabía peinado con el rodete que usaba siempre. Ahora que piensa la mami también era buena conel pelo de la gente. Les cortaba las puntas a ellas, le pasaba el matizador a la abuela, tintura no, nousaba. El pelo todo blanco le quedaba enseguida todo lila y se le iba suavizando con el paso delos días. Le cortaba también el pelo al tío y le emprolijaba el bigote. Así que lo suyo es un donheredado de la madre. Ella que siempre piensa que se parece demasiado al padre y por eso lamami no la quiere tanto como a la Mariela. Cuando se le pase la chinche que tiene con ellas le va

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a decir: ¿viste que yo también soy buena con el pelo de la gente?

Mariela abre los ojos. La Lucy no está en la cama. Se acuerda de que volvieron hace un rato. Seacuerda del chico lindo que conocieron en la provista. Se acuerda de que esta noche hay baile ysonríe porque va a verlo. Se levanta. La casa en silencio y vacía la atemoriza, aunque el soltodavía brilla. Entra al dormitorio de la madre. Su hermana y la mami duermen. O eso pareceporque cuando se acerca más Lucy entreabre los ojos y sonríe, da una palmadita en la cama y lehace un lugar. Todavía les queda un resto de sueño y se duermen así las dos, abrazadas,arrolladas, al lado de la madre.

Siomara abre los ojos. No sabe cuánto durmió pero se siente descansada, liviana, el pechoabierto. Hace mucho que no despierta con una sensación tan buena. Sin moverse estira una mano yacaricia el pedazo de sábana tirante a su lado. Se queda mirando el techo. La casa está en silencio,de no ser por los pequeños quejidos que hacen las casas en verano. La chapa de cinc dilatándosepor el calor. El ir y venir de los ararás que taladran las vigas de madera. El piso de cemento quecruje en alguna parte, el comienzo de una grieta nueva. La respiración pausada de su humanidadrecién despierta. No quiere moverse para no romper ese equilibrio frágil. Quiere quedarse enpausa. No pensar. No acordarse.

Enero, en cambio, en la otra punta de la misma isla, de la misma siesta, no hace otra cosa queacordarse. Los ve irse en el bote al Negro y Tilo, achicarse en la estela plateada del río, perderseen un recodo. Él solo, abajo del aguaribay.

Plantó uno como este en el fondo de su casa. Lo llevó de acá, chiquito, medio metro, y ahora yaes todo un árbol que le lleva varias cabezas. A su madre le hubiera gustado sentarse a su sombra acoser o leer revistas. Él siempre pensando en ella: a mamá le hubiera gustado esto o aquello, quéhubiera dicho de esto o de aquello, mirá si mamá viviera.

¿Será que piensa tanto en la madre porque hijos no tuvo? ¿Será que la gente con familia propiaya no piensa tanto para atrás sino para adelante?

Una vuelta casi tuvo un hijo. Una muchacha con la que se había estado acostando desde hacía untiempo quedó embarazada. Ella quería tenerlo al nene.

Mirá si voy a tener un hijo con vos.Dijo Enero.La muchacha se había puesto a llorar.Bueno, bueno.

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Dijo Enero.La abrazó para consolarla y terminaron cogiendo.Después ella se había quedado dormida. Enero prendió un pucho y la miró desnuda,

despatarrada sobre la cama. Fea no era y se ve que como estaba de encargue se había puesto mástetona. Le pasó la mano por el anca, tenía la piel suave. Se echó otra vez de espaldas mirando eltecho de su pieza.

Delia estaba con sus amigas jugando al bingo. Era sábado. El padre, que era viajante, estaba enalgún lugar de Corrientes. Nunca se sabía bien adónde andaba el viejo hasta que volvía. Esanoche iban a ir al baile con Eusebio y con el Negro, como siempre. Si le daba el gusto a la chica ytenían ese hijo, los amigos, la noche, la pesca, todo se iba a terminar.

Enero se levantó, se vistió y la sacudió por un tobillo. Ella se despertó sonriendo y sedesperezó estirando los brazos como una criatura.

Levantate que está por volver mi vieja.Dijo Enero y salió al patio.Enseguida ella estuvo atrás de él, abrazándolo y apoyando el mentón en su hombro. Él se soltó

con fastidio.Dame unos días y arreglo todo.Dijo.Ella siguió sonriendo como una tonta, sin entender a qué se refería exactamente, aunque en el

fondo sabía que no había más de dos opciones, o tres.Unos días después Enero juntó la plata y pasó a buscarla por la casa. Apenas verlo la cara de la

muchacha se apagó. Enero le dio un beso rápido en la mejilla. El viejo había vuelto del viaje y leprestó el auto. Subieron cada uno por su lado, ella con la cabeza gacha.

Enero arrancó y le dio unas palmaditas en la rodilla.Una cosa es divertirse un rato y otra armar familia.Dijo.

La casa del curandero Gutiérrez estaba casi como la recordaba, aunque la parte de chapa deondalí había desaparecido y ahora era toda de ladrillo. En una época a Gutiérrez le había idobien. Atendía a un político de la zona y el hombre lo había recomendado entre sus conocidos, todagente de plata. Después el tipo había tenido un accidente de auto que lo dejó paralítico. Gutiérrezse llenó la boca diciendo que lo iba a hacer caminar con la ayuda de Dios. Pero Dios no habíaayudado y Gutiérrez tampoco, ni todas las velas ni todos los payés que había hecho. El hombrequedó postrado y el curandero cayó en desgracia. Tuvo que volver a la clientela de pobres, acurar empachos, desparasitar gurises y sacar criaturas no deseadas del vientre de sus madres.

Aquella vez que vinieron por el asunto del Ahogado, cuando eran chicos, la gente se

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amontonaba esperando turno. Ahora no había nadie.La mujer de Gutiérrez los esperaba en una de las puertas. Aunque era toda de material, la casa

seguía teniendo la galería a lo largo y el montón de puertas, todas abiertas menos la de la salita deatender.

La mujer los hizo pasar a la cocina y le preguntó a Enero si tenía la plata. Él le dio el rollo debilletes y la mujer lo contó delante de ellos.

Está bien.Dijo.Vos esperá acá.Dijo.Y vos vení conmigo.Dijo.La muchacha la siguió, con pena y con vergüenza.

Enero se sentó y prendió un cigarrillo. Pensó por qué habría tantas puertas y piezas si, al parecer,allí sólo vivían Gutiérrez y la mujer. Un gato barcino trepó de un salto a la mesa y se dejóacariciar, arqueando el lomo bajo la palma de Enero. Después le tiró un tarascón y de otro saltotrepó a la alacena. Desde ahí lo miró un momento y enseguida, desinteresado, empezó a lamerseuna pata.

Al rato la mujer de Gutiérrez entró de vuelta en la cocina, con la chica. Enero se paró, en señal derespeto por la dueña de casa. La muchacha tenía la vista clavada en el piso. En cambio la mujerdel curandero lo miró directo a los ojos.

Vos, si no querés hijos ¡capate!Dijo.

El camino de vuelta lo hicieron en silencio. La muchacha miraba, como ida, por la ventanilla.Tenía las manos juntas sobre el regazo. Cuando llegaron a la casa, Enero quiso decir algo pero nole salió nada. Ella tampoco esperó, abrió la puerta y se bajó rápido. Entró por el portoncito dealambre que separaba la casa de la calle, sin volver la cabeza.

Enero nunca más la vio. Al tiempo supo por un conocido de los dos que se había ido a vivir aBuenos Aires.

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Años después, cuando Eusebio vino con el cuento de que iba a tener un hijo, Enero sintió un pocode envidia y de arrepentimiento. En algo, por una vez, podría haberlo aventajado a Eusebio. Peroel otro siempre picaba en punta. Si hasta en morirse fue el primero. Ese misterio le fue revelado aél antes que a nadie.

Esa noche en el río siempre fue confusa. La discusión que empezó por algo que nunca supo si eracierto o solamente un cuento que alguien le había hecho a Eusebio. Eusebio venía raro desde hacíaun tiempo. Con poco trabajo y chupando más de lo habitual.

Discutieron con el Negro y Eusebio se perdió varias horas por ahí. Volvió a la noche con unpeludo bárbaro y se le antojó ir a tirar el espinel.

Pero ¿por qué lo dejaron subir al bote? ¿Por qué no lo frenaron? ¿Por qué simplemente lodejaron que se fuera?

Ya va a volver.Dijo el Negro.Pero no volvió.¿Cuánto pasó hasta que empezaron a buscarlo? A gritar su nombre en la noche silenciosa. A

darse cuenta de que no iba a volver esa noche ni nunca. Porque hubo que rastrearlo y que sacarlo.Muchas horas después, muy lejos de allí. Panzón, preñado de río, los ojos abiertos buscando laclaridad.

Mariela y Lucy se echan en la arena sucia de la costa. Un grupito de adolescentes, no muchomayores que ellas, toman cerveza metidos en el agua. Se pasan la botella de mano en mano, hablanfuerte, se ríen. Se les nota que son de afuera. Deben estar parando en alguna de las casas de fin desemana que hay en la isla, alejadas de los rancheríos de los locales. Ellas conocen esas casasporque en el invierno, cuando están vacías, se meten allí con los amigos a tomar vino y fumarporro. Siempre se roban alguna chuchería, un adornito, un cenicero que antes fue robado de algúnhotel en un país al que nunca van a ir.

Apenas ellas llegan y se tiran al sol, ellos meten más bulla para llamar la atención. Se empujanla cabeza abajo del agua, se montan por la espalda. Agarran a uno entre cuatro, lo sacan del río ylo revuelcan en la arena.

Mariela mira el cielo, transparente como no será jamás el agua que las rodea. Esta noche, parael baile, se va a poner su mejor vestido. Un vestido que fue a comprar con su tío a Santa Fe.Primero cruzaron el río para ir al continente. Después tomaron el micro. Salir de la isla essiempre un acontecimiento. Cruzaron el túnel subfluvial. Todo oscuro aunque afuera era de día.Los faros de los coches encendidos. Ella mirando por la ventanilla por más que no haya nada que

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ver además de las paredes de cemento, de las marcas que deja el agua cuando se filtra. No queríaperderse nada. Cuando llegaron a la terminal, el tío le dijo que si quería ir al baño aprovechara.Él se quedó armando un pucho mientras miraba las tapas de las revistas colgadas en el kiosco.Ella fue hasta el baño. Caminó despacio porque no tenía apuro: pishar, lavarse las manos yretocarse el delineador. Unos tipos que estaban en el bar la miraron y le dijeron algo que no llegóa entender porque lo dijeron en voz baja. Le gusta la mirada de los hombres encima de ella. Escomo un calor que le sube desde la panza y le quema los cachetes.

En el baño había olor a pichí y lavandina. Una mujer vieja, de guardapolvo azul, cortaba ydoblaba pedazos de papel higiénico. Iba a agarrar uno y se acordó de que no tenía cambio. Sóloun billete grande que le dio la mami. Así que dijo gracias a la mirada apagada de la mujer quevolvió a cortar y doblar papel de malos modos. Hizo pis sin sentarse en el inodoro. Semiparadavio el chorro ámbar saliendo de entre sus piernas y golpeando la loza. En el bolsillo del jeanencontró un pedacito de papel y se limpió antes de levantarse la bombacha. Cuando salió se lavólas manos. La mujer que cuidaba el baño volvió a mirarla esperando que le comprara papel parasecarse. Pero ella se secó en el pantalón. Se corrigió el maquillaje y salió.

Después los negocios de la peatonal, la elección del vestido. Entrar, probarse, desfilar para eltío y las vendedoras. Él no opinaba.

El que a vos más te guste, hija.Dijo.Las vendedoras le elogiaron el talle, la cintura. Le dijeron si pensó ser modelo. Mientras la

halagaban a ella, de reojo miraban al tío. Ahí tan alto, erguido, sapo de otro pozo entre maniquíesy perchas con ropas preciosas, sobre un piso que parecía cielo de tan limpio, de tanto quebrillaba. Le daba risa el tío que no sabía qué hacer con las manos, que no le sirven para nada sinun pucho, un espinel o el cuchillo de abrir pescados. Con la ropa que sólo usa cuando sale de laisla: un vaquero, alpargatas nuevas y la camisa metida adentro del pantalón. Las mujeres lemiraban el cuello moreno, los brazos curtidos por el sol, el bigote negro, los ojos achinados. Tandistinto a los tipos que deben conocer.

Entraron y salieron de varias tiendas sin que ella se decidiera. Mientras caminaban de un locala otro, veía el reflejo de los dos en las vidrieras. Por fin encontró el vestido. El tío sacó el fajo debilletes y la vendedora acomodó la prenda en una bolsa.

Antes de volver a la terminal se sentaron en un bar. El tío tomó una cerveza y ella una cocacola.En el bar también los miraban de reojo. Los hombres sentados en las otras mesas y en la barra. Aella con ganas. Al tío con envidia.

La noche que estrenó el vestido se fue del baile con un chico. Se despertó cuando el amanecerera una serpentina rosa entre los árboles del monte. La falda arrugada, sucia de hojas y palitos. Elchico dormía al lado y ella se levantó sin hacer ruido.

Cuando llegó a la casa, la mami y la Lucy estaban sentadas en la cocina. Las dos con cara de

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traste. La mami la miró un rato largo sin decir nada. Después se paró y dijo:Váyanse a dormir.En la pieza, mientras se desnudaba, la Lucy la agarró de los pelos y le dio una buena cliñada.

Después la abrazó.Tarada, el susto que me diste.Dijo.Se acostaron en la misma cama.Ahora contame todo.Dijo.

Entreabre un ojo y la ve a Lucy charlando con el grupito de varones. Mariela se ríe: su hermanitase está poniendo atrevida.

La noche que tuvieron el accidente se fueron escapadas de la madre. Siomara estaba en esasépocas que tenía de tanto en tanto, con el carácter más agrio que de costumbre. A todo les decíaque no; los castigos y las prohibiciones se sucedían por nada. Es que veía cómo crecían las dos,cómo de a poco se le iban de las manos, cómo un buen día también se irían de su lado. Teníamiedo de que se quedaran de encargue o de que se acollararan con un mal tipo. La impotencia laponía furiosa. Esa tarde, la última tarde que las vio, se había enojado por cualquier tontería. Lascamas sin hacer o ropa tirada en el cuarto, una mala contestación u otra pavada.

¡Putas, mándense a mudar!Dijo.Y empezó a juntar porquerías para prender fuego.No las vio irse. Y tampoco fue a mirar al cuarto hasta varias horas después. Las camas hechas,

pero la ropa tirada arriba de una silla.Siguió enojada el resto del día y juntó más bronca cuando se hizo de noche y las gurisas no

aparecieron. Se quedó sentada a la mesa de la cocina. Estaría despierta cuando atravesaran lapuerta y entonces les iba a enseñar cuántos pares son tres botas. Pero en algún momento la vencióel sueño y se despertó cuando clareaba, con la cara apoyada en la mesa, el cuello duro, la narizcerca del cenicero lleno de puchos. Fue de nuevo a la pieza de las hijas. No estaban. Se tiróvestida en una de las camas.

Después de la discusión con la mami, se fueron a lo de una amiga a tomar mate. Siempre hacíaneso cuando se peleaban, desaparecer un rato hasta que se le pasara. Pero en la casa de la amiga no

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había nadie, así que terminaron en la provista. Le pidieron al viejo que les fiara unas cocacolas.El viejo se hizo rogar un poco. Viejo puerco, siempre lo mismo desde que eran chiquitas. Al finalles dio las cocas y una bolsa de papas fritas.

A ver si por lo menos me atraen clientes.Dijo.Mariela le hizo fákiu y el viejo se rió.Mocosas atrevidas.Dijo.Hacía calor y el sol todavía pegaba contra la chapa de cinc del corredor. Las mesas y las sillas

de metal estaban calientes. El piso tachonado de tapitas de cerveza y gaseosa que se ibanclavando en la tierra levantaba destellos plateados.

Se sentaron ahí sin hacer nada. Tomaron la coca. Terminaron las papas fritas y se lamieron losdedos llenos de sal y aceite.

Estaban por irse cuando llegó el grupito de muchachos. Mariela conocía a uno al que le decíanPanda, era amigo de un amigo de un amigo. El Panda la reconoció y las invitó a sentarse un ratocon ellos. Los otros dos no eran de la isla. Tomaron unas cervezas. Cada vez que el viejo traía lasbotellas, las miraba y les decía: ojito. Viejo pelotudo.

Atardecía cuando les dijeron de ir a un boliche en el continente. Tenían la camioneta esperando,iban al baile en un pueblo a diez o veinte kilómetros, después las traían de vuelta. El Panda teníacanoa, las cruzaba a la ida y a la vuelta.

Ellas estaban así nomás vestidas: shores, musculosa y zapatillas. Pero ellos insistieron en queestaban bien, que el baile era sencillo, que ellos también iban así como estaban.

A Lucy le había gustado uno del grupo y le hizo una seña a Mariela para que agarraran viaje.Mariela pensó que estaba bien que se fueran unas horas, a ver si la mami se preocupaba un poco ylo pensaba mejor la próxima vez antes de mandarlas a mudar.

Tomaron unos porrones más y se fueron al caer la noche.El viejo vio irse al grupo mientras levantaba la mesa. Las hijas de la Siomara se habían puesto

más lindas.

Cruzaron el río en dos tandas. Cuando estuvieron todos en tierra firme subieron a la camioneta.Las chicas adelante con el que manejaba. El Panda y el otro amigo atrás.

El boliche no era más que una pista de baile en el medio del campo. Una barra, un disc jockey,unas luces pobres desperdigadas en un galpón. Venían muchachas y muchachos de los pueblosvecinos en auto, moto o camioneta; todos los vehículos cargados de gente hasta las manijas.

Mariela y Lucy bailaron toda la noche. Alegres por el alcohol. Sueltas lejos de casa. Lucy sedio unos besos con uno de los amigos del Panda, ese que le gustaba. Pero estaba más interesada en

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la cumbia que en los arrumacos y el chico se cansó de andarle atrás y se fue con otra.A eso de las cinco pusieron los lentos y la pista empezó a ralear.Volvieron a la camioneta. Adelante el conductor, Mariela, Lucy y el Panda, todos apretados.

Atrás se subieron unos cuantos que habían quedado de a pie.Charlaron un rato de cosas del baile y las chicas se quedaron dormidas. Abrieron los ojos

cuando la camioneta daba una vuelta entera por el aire y caía, patas arriba, en la zanja. Todo barroprofundo, apenas unos centímetros de agua.

La noticia del accidente llegó a la isla al mediodía.Para entonces Siomara ya había salido a buscar a sus hijas, a preguntar por ellas a todos los

vecinos. El único que pudo decirle algo fue el viejo de la provista.Que habían estado ahí, que se habían ido con el Panda y unos amigos del Panda. El Panda, el

hijo del Canelo.Siomara fue hasta la casa del muchacho que tampoco había dormido allí. La madre no sabía. No

estaba preocupada tampoco. Las que tienen varones no se preocupan por dónde duermen ni conquién. Siomara rumbeó para lo de su hermano. Seguía enojada, pero a medida que pasaba eltiempo y las hijas no aparecían el enojo se iba transformando en preocupación.

Aguirre le dijo que debían haberse quedado a dormir por ahí, de alguna amiga, que ya iban avolver. Que pasara y tomaran unos mates. Después se darían otra vuelta por la isla.

Siomara se quedó. No quería estar sola en su casa y quería creer en las palabras de su hermano.Mientras Aguirre ensillaba el mate, dieron la noticia por la radio.

Una camioneta que venía cargada de gente de un baile volcó en una zanja con tanta mala suerteque el vehículo los sepultó a todos en el barro. Nueve. Todos muertos.

No había razón para que sus hijas estuvieran allí. Por eso no entendió cuando, más tarde, ledijeron que de los nueve muertos, dos eran las suyas.

Además del Panda y las gurisas, dos gurises más de la isla estaban en la camioneta que volcó. Losvelaron a los cinco en un salón de la Junta Vecinal. Las tapas de los cajones rebalsaban de floressilvestres. Justo hacía poco habían vuelto los irupés al río. Dos pimpollos, uno para cada gurisa.El llanto de las madres de los tres gurises ocupaba toda la sala. No estaban preparadas: las quetienen varones nunca están preparadas para la desgracia. En cambio a Siomara no se le cayó unasola lágrima ni en el velorio que duró toda la noche ni en el cortejo fúnebre por el río ni en elcementerio donde dejaron los cuerpos para siempre.

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La mañana era una locura de sol. Una brisa muy suave acunaba la balsa con los cinco cajones,tirada por dos botes. Atrás, en más botes y canoas, los deudos y los vecinos. Algunas flores sedesprendían de los féretros y flotaban en el río hasta perderse en un remolino.

Siomara tenía la vista perdida en el agua. Cada tanto, Aguirre, que iba con ella, le armaba uncigarro y se lo ponía encendido en la boca. Ella fumaba hasta que la colilla le quemaba los labios.

Aunque había visto los cuerpos de sus hijas, pálidos como el alba, Siomara no creía queadentro de esas cuatro tablas mal clavadas estaban sus gurisas.

Ya se lo había dicho su hermano. Sus hijas estaban por ahí. Habían discutido, se habían ido y yaiban a volver. Quería terminar con esto y regresar cuanto antes a su casa a esperarlas.

Pobre gente.Dijo.Aguirre la miró sin entender.Pobre esta gente. ¿Cómo van a hacer para recuperarse?Dijo.

Mariela se levanta, se sacude la arena de la espalda y se acerca al grupo adonde su hermanatontea con los muchachos. Sin saludar ni decir nada le saca a uno la botella y toma un trago.Escupe.

Está caliente.Dice.El que tenía la botella sonríe.Sí, está caliente.Dice.Mariela se da vuelta hacia su hermana.¿Vamos?Quédense. Tenemos porrón más frío.Dice otro.Nos tenemos que preparar para ir al baile.Dice Mariela.¿Ustedes van?¿Nos estás invitando?Dice uno.Mariela se ríe y se encoge de hombros. La agarra a Lucy de la mano.Por ai nos vemos.Dice.

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Cuando Tilo y el Negro vuelven, lo encuentran a Enero haciendo fuego.

Para espantar los mosquitos.Dice.Y para tirar unas carnes.El Negro y Tilo se miran.Este quiere ir a un baile.Dice el Negro.¿Al baile?Dice Enero.Te acordás que nos invitaron.Dice Tilo.Enero se ríe y sigue partiendo ramas finas con las manos y tirándolas a las llamas.No sé.Dice.Ahora es el Negro el que se ríe.¡Qué pasa! Vos que siempre estás dispuesto.No sé.Repite Enero.Vamos, che, vamos a hacerle la segunda a Tilo. Parece que quedó entusiasmado con las

candidatas.Tilo se ríe. Pudoroso.Yo decía nomás para salir un rato.Enero se queda callado mirando el fuego.Dale, vamos un rato, damos una vuelta.Dice el Negro.

Caminan por el monte de noche. Lo atraviesan al tanteo. Todo está tan vivo ahí adentro y ellosciegos. Los velos de las telarañas se les prenden de los pelos, de la cara.

El Negro cuenta que una vuelta en el monte correntino vio unas arañas que viven en nidos en losárboles. Tejen unas telas gigantes, de hilos fuertes y elásticos. Esa vuelta, dice, las vio trasladarsede una punta a otra del monte, todas subidas a la tela como a una alfombra mágica.

Enero se ríe.Manso bolazo.Dice.Se frena a buscar un pucho. Cuando lo enciende, la llamita del encendedor parece una luz

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gigante de tan espesa que es la oscuridad. No sabe por qué se acuerda de un cuadro que había enla casa de unas parientas y que de chico le daba miedo. El pecho de Jesús abierto con el corazónhecho una bola de fuego. ¡Mamita! Cada vez que iba, después tenía pesadillas.

Las copas de los árboles se agigantan con la noche y apenas dejan ver, de vez en cuando, unaestrella o dos, un pedacito de cielo. Los pies tropiezan con raíces o se doblan los tobillos en laarena suelta. Cada tanto el brillo de unos ojos aparece y desaparece en la espesura: dos diminutasluces suspendidas que se apagan en un pestañeo. Los sonidos varían en intensidad a medida que semeten en el monte. Bichos, pájaros tal vez, que chillan todos juntos, asustados y al mismo tiempoamenazadores. Aleteos, pastos que se abren al paso de algo y vuelven a cerrarse tras la criatura.La vigilancia callada de arañas, insectos y culebras. La sospecha ominosa de las yararás.

Enero siente el corazón agitado, la respiración de los amigos que por momentos se acerca, pormomentos se pierde. Van los tres con los brazos estirados hacia adelante, atajando ramas,protegiéndose de los rajuñones. Van como si nadaran, dando brazadas cortas, boqueando airedespacito.

Tiene miedo. Le parece que algo los sigue y por más que gira la cabeza sobre su hombro no puedever más que monte. Quiere salir pronto del ruido a lluvia que hacen las hojas ahora que se levantóviento. Allá adelante le parece ver la claridad de la luna.

A una espesura negra así habrá abierto los ojos Eusebio cuando lo chupó el río. ¿Habrá vistoluz al final? Se acuerda de los ojos desorbitados cuando recuperaron el cuerpo. Como si justoantes de morirse hubiera visto algo tan inmenso que no le alcanzó la mirada para abarcarlo.

Pero ¿qué sería? Algo demasiado inmenso, sí.¿Pero demasiado horroroso también?O demasiado hermoso.

Cuando Enero terminó la escuela de policía, lo destinaron unos meses a un pueblito bien al nortede la provincia. En todo ese tiempo, medio año tal vez, no vio a su familia ni a sus amigos, novolvió a su pueblo y apenas si habló por teléfono con la madre algunas veces.

En la estación de policía, si se le puede llamar así a una pieza apenas más grande que unagarita, con un excusado afuera, estaban sólo él y el comisario, un tipo unos años más grande,llamado Arroyo. Amílcar Arroyo. Estaba juntado con una muchacha que podía ser su hija y queestaba de encargue del segundo, por entonces. Un día la chica vino a traerles un tupper con comiday Enero se la quedó mirando cuando se iba. Arroyo lo advirtió y le dijo sonriendo que no habíanada mejor que una conchita apretada, que esta, ahora que estaba por parir el segundo, estabaperdiendo la gracia.

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Igual la culpa es mía.Dijo.No tendría que haberla echado a perder tan rápido. Pero me gusta montar en pelo, qué le voy a

hacer.Dijo y largó una carcajada.Enero pensó qué podía haberle visto la chica a Arroyo. Fuera del uniforme, Arroyo era un

muerto de hambre igual que cualquier otro del pueblo.Mientras comían el guiso recalentado, su jefe, como si le hubiera leído la mente, le dijo que el

pueblo estaba lleno de guachitas con ganas de un hombre hecho y derecho como ellos dos. Quepodía servirse la que quisiera que nadie le iba a decir nada.

Acá es así.Dijo.Enero le respondió que no pensaba quedarse mucho tiempo en el pueblo, así que mejor no

atarse a nadie.Arroyo largó otra carcajada y se ahogó porque un grano de arroz se le fue para mal lado. Enero

lo ayudó, le golpeó la espalda y le levantó los brazos hasta que se repuso. Una vez repuesto tomóun trago de vino y, colorado y con la voz todavía estrangulada, Arroyo le dijo.

Cuando vos querés te vas. ¡Cuál es el problema! Acá las ataduras se hacen con babas deldiablo… al menor vientito se cortan.

No la pasó bien en ese tiempo, aunque trabajo casi no había y se rascaban de lo lindo. Arroyotenía transas con todo el mundo y levantaban buena plata haciéndole la vista gorda al abigeato y alos puteríos de la ruta que, de noche, formaban una guirnalda colorada de una punta a la otra de la14. Patrullero no había así que andaban a caballo o en una moto secuestrada en un pequeñoallanamiento que Arroyo se olvidó de consignar en su informe.

No lo pasaba bien pero al mismo tiempo tampoco quería volver ni de visita a su pueblo. Algolo molestaba de su presente en ese lugar de mala muerte y algo de su pasado, como si fuera dospersonas distintas que solamente se parecen en la incomodidad.

Arroyo enseguida le agarró cariño, tal vez porque Enero nunca le llevaba la contra y hacía loque se le mandaba. No era como otros cursientos recién salidos de la escuela que le habían tocadoen otras épocas. Capaz por eso hasta le presentó a la hermanita de su señora, como le gustabadecir, y le hizo gancho. Pensó que con una gurisa fresca y a estrenar como su cuñadita, Enero no seiba a querer ir más. Pero unos meses después, cuando le ofrecieron un traslado a la comisaría desu pueblo (el padre había movido unos contactos, pero eso nunca lo sabría), Enero agarró viaje.Entonces Arroyo se enculó y le dijo que se llevara a la gurisa, que estaba encariñada con él, queno se la iba a dejar así ahora que la había arruinado.

Enero levantó los brazos frente a la cara de Arroyo, juntó las muñecas bien pegaditas y despuéslas separó de golpe.

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Babas del diablo, Arroyo.

Por fin salen del monte, sudando y agitados.Se detienen un momento a reponerse.No se ve ni lo que se habla ahí adentro.Dice el Negro.Ja. Justo el más parlanchín.Dice Enero.Para lo que hay que decir.Dice el Negro.Paremos un rato a tomar algo.Dice Enero.Señala la luz blanca de la provista que resplandece a unos metros.Llegan. Está el viejo solo sentado a una mesa como un parroquiano, con un atado de puchos y el

porrón de cerveza adentro de un termo de telgopor. El tubo fluorescente cuelga de uno de lostirantes que sostiene el techo del corredor. El zumbido eléctrico y los golpes de los bichos contrala luz es el único sonido hasta que ellos saludan.

Buenas.Dice el viejo, sin moverse de su sitio.¿Se podrá tomar algo?Dice el Negro.El viejo asiente.Poder se puede.Dice.Se sientan los tres en otra mesa.Un porrón.Dice el Negro.El viejo tuerce la cabeza y le hace una seña a Tilo.Andá, pibe, sacá una del freezer y traete. La casa convida.Dice.Tilo los mira a Enero y al Negro que le dicen que sí con la cabeza.El chico se mete en el sucucho y vuelve con el porrón y tres vasos. Cuando los deposita en la

mesa, los dedos quedan marcados en la grasa del vidrio.¿Y a qué viene el convite? ¿Se festeja algo?Dice Enero.El viejo ni los mira cuando contesta.

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La primera va de regalo.Dice.Se agradece.Dice el Negro.El viejo levanta una mano como diciendo: ya está.

Cuando volvió al pueblo Enero no se halló enseguida. Ahí estaban la madre, los amigos, todoscontentos como si Enero hubiese vuelto sano y salvo de la guerra. A él también le hubiera gustadoestar tan contento de verlos. Y estar, estaba, no es que no. Pero al mismo tiempo estaba inquietocomo esos perros abichados que no saben de qué lado echarse. Pasaba todo el día en la comisaríay a veces también las noches. Ahí, entre los compañeros nuevos, adentro del uniforme, se sentíamenos ajeno que con los suyos de siempre.

Esos meses que Enero había estado lejos, Eusebio y el Negro agarraron la costumbre de pasar atomar mate con Delia. Cuando Enero volvió siguieron yendo, aunque el amigo no estaba nunca ensu casa. Un día Delia les dijo.

Está cambiado mi hijo.Eusebio y el Negro se miraron.¿Cambiado cómo?Dijo Eusebio.No sé. Distinto.Dijo Delia con los ojos húmedos.El Negro le palmeó el brazo.Nada que un poco de su comida y la ropa limpia no vayan a arreglar.Dijo.Delia sonrió.No sé.Dijo.Ellos también lo notaban raro, pero no dijeron nada para no preocuparla más. Enero era el

mismo de siempre y era otro. No podían explicarlo. Era y no era. De su estancia en ese pueblo delque no sabían ni el nombre no hablaba nunca. Al principio pensaron que había dejado una noviaallá y la andaba extrañando. Pero Enero se les había cagado de risa.

¡Una novia!Dijo.¿Qué les pasa, pelotudos, se volvieron maricas en mi ausencia?Después se fueron acostumbrando. O, quién sabe, se fueron olvidando del Enero de antes como,

con el paso del tiempo, se olvidan las voces de los muertos. Si ahora le preguntaran al Negro diría

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que Enero siempre fue igualito.

Lucy le desenreda el pelo a Mariela, que está envuelta en una toalla y sentada en la única silla quetienen en el dormitorio. La radio está puesta en un programa que pasa música y las ventanasabiertas porque hace rato anocheció y empezó a correr aire fresco. Mientras su hermana la peina,Mariela se pinta las uñas de los pies. Un pie apoyado en el borde de la silla, el mentón sobre larodilla, el minúsculo pincel en una mano y el frasquito en la otra. De repente levanta la cabeza yqueda con el pincelito suspendido en el aire.

¿Te tiré?Dice Lucy.No. Me acordé que anoche soñé con el Panda.¿Con quién?El Panda, ese amigo del Rodolfo, el que tiene un antojo en la cara.Lucy no sabe quién es. Sigue pasando el peine, pensativa.Sí, sabés cuál es. Si lo vieras lo reconocés enseguida.Dice Mariela.¿Y qué soñaste?No sé, te digo que recién tuve como un pantallazo. Algo raro, había luces y sirenas.¿Pero estaba muerto?No sé.Porque si estaba muerto y te acordabas en ayunas le alargabas la vida.Dice Lucy.Mariela tapa el esmalte y se levanta.¡Pará que no terminé!Dejá, ya está. No me gusta que me manoseen el pelo.Se arranca la toalla y mete la cabeza en el ropero, saca una tanga y se la pone. Después busca

un corpiño haciendo juego. Lucy, mientras, desenreda su propio pelo, mirando por la ventana.¿Quedaste en algo con los vagos esos?Dice Mariela mientras se encrema las piernas.¿Cuáles?Dice Lucy.Los de la playa, cuáles van a ser…Ah, no. No sé ni de qué hablamos.¿Te gustó alguno?Lucy se encoge de hombros.A mí nunca me gusta nadie.

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Dice.

La noche se fue armando abajo de la enramada del César. Ninguno atinó a pararse para ir a tirar elespinel. La tarde se fue muriendo entre rondas de vino, discusiones acerca de qué lección darles alos tipos que sacaron la raya, correctivos que fueron escalando en violencia. De pegarles un sustoa darles una paliza a pasarlos a degüello. A medida que corría el vino, el escarmiento se ibaendureciendo igual que las lenguas de los justicieros. Como si no pudieran esperar, dos de los másguachitos se agarraron a las piñas. El César se metió en el rancho y salió con un revólver. Pegódos tiros al aire y los pendejos se frenaron. Con el arma todavía caliente en la mano, fue y le dioun bife a cada uno.

¡Qué se piensan, cursientos!Dijo.Después se sentó en la punta de la mesa y descansó el revólver sobre la tabla.¡Hay que tener la cabeza fría!Dijo.Le hizo una seña a Aguirre para que se sentara al lado suyo. Apoyó una mano en el brazo de su

amigo y la dejó ahí y cerró los ojos. En voz más calma repitió.Hay que tener la cabeza fría.

Entran al monte con paso confiado. A la humedad del sereno que viene desde el río. Todo oscuropero ellos, como los gatos, se mueven mejor en la oscuridad. Saben el nombre de cada pájaro porsu chillido; el nombre de cada árbol por la corteza del tronco, de cada planta por el tamaño o ladureza de sus hojas. Andan por el monte como por su rancho. Saben dónde pisar para no molestara las culebras. Para que no los pique el alacrán. El monte los conoce desde gurisitos. Si más deuno fue engendrado y hasta parido ahí mismo entre los sauces, los alisos, el espinillo y loslapachos de fuego rosado. Si fueron sus cunas el junco y la espadaña. Nacidos y criados en la isla.Bautizados por el río.

El César y Aguirre van adelante. Nadie habla. Ya se dijo abajo de la enramada todo lo quehabía que decir. Cada uno sabe qué tiene que hacer. Mejor no hablar para no embarullarse.

Aguirre lleva el bidón de querosén. No se lo quiso confiar a nadie. Estos chambones medio enpedo chorrearon todo el envase cuando lo cargaron y, según el movimiento que hace su brazo,siente el olor más o menos espeso. Ya están cerca. Un tranco más de monte y van a llegar alcampamento.

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La pista de baile en cuestión es un terreno rodeado de bolsas de plastillera, un poste en el medio ydel poste salen guirnaldas de luces de colores que forman un techo vacío. Si llueve, se suspende.Pero esta noche las estrellas brillan en el cielo despejado y la gente se amontona en la entrada. Enuna mesita una mujer cobra y a cambio entrega un número para el sorteo. Uno pregunta qué sesortea y la mujer responde de mala gana: de todo. Las damas, gratis. Hay uno que pasa música. Enfechas especiales se presenta alguna orquesta. Los que vienen siempre se saben de memoria elrepertorio del disc jockey. Siempre los mismos temas, siempre en el mismo orden. Sólo se desvía,muy de vez en cuando, en ocasión de un cumpleaños, aniversario o que se lo pida alguna gurisaque le guste.

Hay una cantina que vende gaseosa, vino, cerveza y fernet con coca. Y una parrilla que hacechoripanes. Las noches en que el viento está revoltoso, el humo se mete en el baile y la gente loputea al parrillero.

¡Como si no vivieran en ranchos llenos de humo!Se ofende el tipo.

Enero, el Negro y Tilo hacen la fila.Los porrones que tomaron en la provista los entonaron un poco. Enero, que al principio no

quería venir, está contento como perro con dos colas viendo la cantidad de muchachas que pasadirecto, bordeando la hilera de hombres, chuequeando cuando los zapatos de taco alto se hundenen la arena. Mueve la cabeza al compás del chingui chingui que sale de los parlantes. El Negro yTilo se ríen.

Qué hermosura.Dice Enero.

Siomara deambula por los alrededores del baile. Fuma y observa a las gurisas que van llegando.En cada una le parece ver a una de las suyas, pero no. Siempre es otra. Siempre que se acerca losuficiente no se parece en nada a sus hijas. Pero de lejos todas son iguales.

Se va para la zona de los baños, que están afuera. Dos piecitas pegadas una a la otra, con unfoquito prendido sobre cada puerta y un cartel pintado a mano que dice: damas caballeros,indicando la entrada correspondiente con una flecha. El olor a acaroína se mezcla con el de losperfumes y el maquillaje. Se asoma poniéndose en puntas de pie para ver sobre la hilera dehombros que forman cola. En el amontonadero frente al espejo le parece ver el pelo de Mariela.Pasa rápido y las muchachas se quejan.

¡Doña, hay cola!Extiende la mano y casi está por tocar la cabellera negra, suelta y larga, cuando la chica se da

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vuelta. No es Mariela. Siomara vuelve sobre sus pasos y se aleja.Prende otro cigarrillo. Camina entre los autos estacionados en el descampado vecino a la pista

de baile. Adentro de algunos coches hay movimiento, música saliendo por las ventanillas abiertas,gemidos y risitas. Siomara va de un auto a otro. Quisiera abrir todas las puertas y sacar a esasmuchachas a los tirones hasta dar con sus hijas.

¿Qué hizo mal? Si ella odiaba tener que esconderse de su padre para hacer lo que hacen lasmuchachas jóvenes, ¿por qué sus hijas ahora se tienen que esconder de ella? ¿Por qué se escondentodas esas muchachas en los asientos traseros de los autos?

Cuando salen del monte, el campamento está vacío. Queda el rescoldo en el piso ahí dondehicieron fuego. Las carpas están armadas y ven el bote encallado en la costa. Revuelven todo. Enun cajoncito secreto del bote el César encuentra el revólver de Enero. Lo agarra y se lo pasa aAguirre.

Cuidalo.Dice.Los más pendejos ven pasar el arma con angurria, pero no dicen nada.A una seña del César, uno suelta el bote, lo empuja para sacarlo de la orilla, se trepa y empieza

a remar despacito. Lo miran alejarse. La luna refleja un surco plateado atrás del bote.Lo hubiese prendido fuego.Dice el César.¡Pero qué picardía, está recién estrenado!Bote siempre hace falta.Dice Aguirre.Los dos se dan vuelta hacia el campamento. El César da la orden.Vos.Le dice a uno.Rociá todo con querosén.Ese agarra el bidón y empieza a tirar chorros para todos lados.La noche se empapa del olor a combustible.Cuando termina, tira el bidón de plástico.El César, sacando pecho, se acerca al toldo de la carpa y prende su encendedor. La llamita

chica se convierte rápidamente en una llamarada que se expande siguiendo el reguero decombustible.

Los hombres dan unos pasos atrás y se quedan mirando el pequeño incendio.

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Por un rato, sólo el fuego. Todos callados.Aguirre piensa en Siomara, en esa bendita manía de andar prendiendo fuego. Se acuerda de la

vez que casi quema el rancho de la familia, con el padre y todo. Esa vez el viejo se salvó porquese metieron los vecinos. Pero él sabe que no fue un accidente. Que ese fuego le salía a su hermanatodo de adentro.

Cada mañana, desde la muerte de las gurisas, se despierta pensando que vendrán a avisarle queSiomara se prendió fuego. Está seguro de que va a hacerlo. Si todavía no lo hizo es porque estáenloquecida y cree que las hijas andan por ahí y van a volver el día menos pensado. Pero él sabeque en el fondo ella sabe. Un día, el mismo fuego que tiene adentro va a revelarle la verdad. Y esedía el fuego va a salir todo para afuera.

El César y los otros tienen las caras extasiadas. Aguirre observa los ojos brillosos, las pielesrojas y sudadas. Parecen diablos salidos del monte.

Pero no.El diablo no habita la isla. El diablo, Aguirre lo sabe bien, tiene que cruzar el río para llegar

hasta acá.

Las muchachas aparecen de repente, de la nada, como flotando entre los cuerpos transpirados quese menean en la pista. Las ven venir a donde están ellos, cerca de los que bailan pero no tantocomo para ser ellos también los bailarines.

Enero las recibe con una sonrisa exagerada y le da un empujón a Tilo que vuelca un poco decerveza de su vaso. Mariela y Lucy se acercan para hablarles por encima de la cumbia. El olor apasto recién cortado los envuelve.

Les presentan al Negro.Al Negro le presentan a las chicas.Enero va de una disparada a la cantina y vuelve con dos botellitas de coca.Brindan por haberse encontrado de nuevo.Porque ellos se animaron a venir.Porque ellas no los dejaron de seña.Vamos a bailar.Dice Mariela y lo agarra a Tilo de la mano.¡Todos!Dice Lucy y se engancha de un brazo al Negro y del otro a Enero.Se meten los cinco a la pista.La música pegadiza los pone a bailar entre la corriente de cuerpos que se mueven. Levantan los

brazos, hacen palmas, las chicas giran de un abrazo a otro. Se ríen. El Negro sale del tumulto yvuelve al rato con una sidra. Los cuatro lo rodean, salta el tapón, aplauden, chorrea la espuma.

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Toman del pico.

Enero se acuerda de otro baile, la noche que conocieron a la Diana Maciel, la madre de Tilo. Porser el más joven, sus compañeros lo mandaban siempre de consigna a los bailes. Algunos porqueestaban hartos de la joda y preferían acostarse a mirar televisión con su señora. Otros porqueseguían en la joda y le decían a la esposa que les tocaba guardia y aprovechaban para pasar lanoche con alguna.

Para Enero ir al baile no era trabajo.Le gustaba mandarse la parte con el uniforme y encima tomaba gratis. El Negro y Eusebio

estaban ahí, como siempre, como antes de que él fuera policía.A Diana la vieron cuando la pista empezó a vaciarse. Después supieron que venían de otra

fiesta, ella y las amigas, que pasaron para tomarse unas copas más antes de irse a dormir. No erandel pueblo. La Diana sí, pero se había ido a estudiar a Santa Fe y había vuelto obligada porque elpadre, el dueño del hotel, acababa de morirse.

A los tres les gustó enseguida.Colorada, pelo corto, desenvuelta.Cuando terminó el baile las invitaron a tomar algo en un pool que había a la salida del pueblo.

Ahí Diana contó que se había instalado hacía poco, que iba a manejar el hotel, que no había platapara que siguiera estudiando. Que estaba odiada. Las amigas habían venido a visitarla paralevantarle un poco el ánimo.

A las pocas semanas Eusebio estaba saliendo con ella.El que se odió, cuando supo, fue Enero. La Diana y él se habían hecho compinches y él pensó

que tenía chance de ser un poco más que amigo.El Negro se había reído cuando Enero le dijo que al final la Diana era igual que todas, una

calientabraguetas. El Negro se había acostumbrado más rápido a que le tocaran siempre las sobrasde Eusebio. Después vino el embarazo, nació Tilo, se separaron. Fueron y vinieron un tiempolargo más. Cada vez que tomaban distancia, Diana lo buscaba de confidente a Enero. Eusebiosabía y no le molestaba. Prefería que boqueara cosas de él con su amigo que con otro de afuera.

Alguna de esas veces y de nuevo otras veces más, Enero y Diana terminaron encamados.

Están pegajosos de cumbia y sidra, cuando alguien lo agarra del cogote a Tilo y lo lleva a la rastraentre los que bailan y miran fastidiados pero siguen bailando como si nada. Enero y el Negrotardan en reaccionar y entonces sienten el soplamoco en la nuca, los empujones que también losobligan a empujar otra vez a los que bailan que también los pechan y se ponen corajudos.

¡Qué pasa, mierda!

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¡Vienen a meterse en quilombo!¡Te via cagar a trompadas!¡Qué te creés, tape, rajá de acá!Cada vez que quieren darse vuelta, los que los llevan a los empujones empujan más fuerte. Van

los dos trastabillando, manoteando a los costados para que los dejen pasar.¡Qué mierda!El Negro busca con los ojos a Tilo. Lo mira a Enero.¡El gurí!Dice.¡No lo veo!Dice Enero.¡Puta mierda, qué le hicieron!Por fin llegan a la entrada. Los que los vienen apurando les dan tal empujón que caen de jeta en

la calle. Cuando logran darse vuelta y quedar boca arriba, el César se le tira encima al Negro yAguirre a Enero. Se les sientan arriba y la lluvia de piñas les golpea la cabeza. Los oídos leszumban, la sangre caliente brota de la nariz y llena la boca como un vino empalagoso. Tratan decubrirse con los brazos, de tirar alguna trompada que pega en el vacío. Cuando los puños deAguirre y del César se cansan, cuando también la sangre de ellos brota por los nudillos, los suyosles ayudan a pararse y desde arriba les tiran unas cuantas patadas en las costillas. Una final, acada uno, en los huevos.

¡No vuelvan a asomar el hocico por acá!Dice Aguirre.Escupe y se limpia con la mano.Alguna gente salió del baile a gozar la paliza. De a poco se meten de nuevo. Adentro la música

está a punto caramelo.

Se quedan un rato más en el piso, como los zorros, haciéndose los muertos. Cuando todo se calma,Enero espía por la ranura del ojo en compota. Estira un brazo y lo sacude al Negro que se muevedespacio, quejándose un poco.

¿Y Tilo?Se incorporan como pueden. Aunque hay dos o tres que llegaron tarde y se quedaron mirando,

nadie les da una mano. Un poco más allá, en el borde de la calle, lo ven a Tilo, sentado con lacabeza entre las piernas, y a las gurisas que lo están cuidando.

Le sale mucha sangre de la nariz.Dice Mariela.Le bajó la presión.

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Lo ayudan a levantarse. El Negro lo palpa entero a ver si hay algún hueso roto. Tilo dice queestá bien, un poco mareado.

Tienen que irse.Dice Lucy.

Tal vez porque los conducen las gurisas o porque se quieren rajar a la mierda, cruzan el montemucho más rápido que a la ida. No les importan los rajuños de las ramas, ni las espinas que lesarañan los brazos y la cara. Ni los sienten. La carne hecha un bofe, adormecida por la paliza.

Cuando llegan encuentran todo quemado.¡Hijos de una gran puta!Dice Enero.¡El bote! ¡La concha! El bote nuevo…Dice el Negro.Tilo mira todo con los ojos húmedos y no dice nada.Les vamos a conseguir un bote para cruzar.Dice Lucy.Vengan.Dice.

Caminan en hilera por la costa. Lucy adelante, después Mariela que lo lleva abrazado a Tilo, atrásel Negro y Enero. Si no fuera porque les duele hasta el aire que les entra por la nariz, dirían quees una noche hermosa. Un viento suave mueve los camalotes y los pajonales de la orilla. Lospeces saltan buscando comida en la superficie.

Una noche así, parecida, pero más oscura. Una de esas veces que venían a chupar con la excusa depescar. Eusebio andaba loco porque la Diana le había mandado un abogado. Hacía unos mesesque no le pasaba plata para Tilo.

¡Pero qué le voy a pasar si ando metiendo una changa de vez en cuando!Dijo.¡Y la yegua es dueña de un hotel!El Negro y Enero se ofrecieron a prestarle aunque más no fuera para ponerse al día. Pero

Eusebio no quería saber nada. La ida a pescar fue una idea que tuvieron para que se despejara unpoco. Pero cuando llegaron ya de tardecita y empezaron a tomar, Eusebio se puso loco de nuevo.Parecía que tenía más cosas para decir de la Diana Maciel.

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Encima la muy puta se coge a un amigo mío.Dijo.Enero sintió que se le helaba la sangre. Hacía mucho que él no tenía nada con la Diana pero

igual. Capaz ella se lo había contado para hacerlo sufrir.Pero qué decís, Eusebio, mirá si…Empezó a decir. Eusebio no lo dejó terminar y lo miró al Negro.¿Y vos qué decís?Dijo.El Negro se rió y abrió los brazos.¿Yo?Dijo.Qué voy a decir, yo no escuché nada.No escuchaste nada. Pero vos sabés quién se la monta. Decile. ¡Decímelo en la jeta si sos tan

macho!Dijo Eusebio.Dejate de hinchar, Eusebio.Dijo el Negro y vació su vaso.Dejate de joder, vinimos acá a pasarla bien. No a chismosear como mujeres.Enero no entendía nada, pero por las dudas, por si Eusebio hablaba de él, dijo.Tiene razón. ¡Abrite otra damajuana, Negrito!El Negro fue a la orilla a buscar la damajuana y Eusebio se paró y le gritó.Contale a este infeliz que vos te la estás cogiendo.El Negro se frenó en seco y se dio vuelta despacio.Dejate de joder, Eusebio, me tenés podrido con tus boludeces.No terminó de decirlo que el otro se le fue encima.Se dieron unas piñas, pero Enero los separó rápido. Eusebio le pegó un empujón a él también,

de paso. Después se fue.Estaba anocheciendo. Juntaron unas ramas y prendieron fuego. Tenían algo de carne fresca para

tirar a las brasas. Enero quería saber si era verdad que el Negro andaba con la Diana, pero teníamiedo de terminar confesando. Se aguantó un rato y al final terminó preguntando.

¿Es cierto?Dijo.El Negro lo miró.Vos también, pelotudo.Dijo.

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Eusebio volvió cuando ya era noche cerrada. Había seguido tomando en otro lado y estaba más enpedo que cuando se fue. Dijo que se iba a tirar el espinel, que para eso habían venido, parapescar.

Dejá, vamos mañana.Dijo Enero.Casi está lista la carne. Comé algo y tirate a dormir. Mañana temprano salimos.Dijo.Eusebio lo miró, agarró las cosas y se subió igual al bote.Dejalo.Dijo el Negro.Ya va a volver.

Lucy y Mariela los ayudan a subir al bote. Tilo parece un cachorro apestado. Enero está molido.El Negro, más o menos entero, empuja el bote ayudado por las chicas y después se trepa y agarralos remos.

¡Váyanse!Dice Mariela.Váyanse ustedes que pueden.Dice.Se quedan en la orilla agitando los brazos hasta que se vuelven una con la noche y no las ven

más. Desde el bote toda la isla es una forma negra, encrespada por las copas de los árboles.Enero le pasa un brazo por el hombro a Tilo y lo acerca a su cuerpo dolorido.Está bien, mijo. Está bien.Dice.

Cuando Lucy y Mariela llegan a su casa, la encuentran a la mami levantada, esperándolas en lacocina. Fuma. Tiene el cenicero lleno de colillas. La besan y ella les sonríe.

Que duerman lindo, hijas.Dice.Se meten en la cama. Están tan cansadas. Como las princesas del cuento que siempre les leía la

mami de chiquitas: bailaban toda la noche hasta destruir los zapatos y a la mañana caían rendidasde sueño. Ni siquiera hablan como otras veces.

Mariela se duerme enseguida. Lucy empieza a resbalar hacia el sueño. Lo último que ve antesde que los ojos se le cierren completamente es el resplandor del fuego en el patio.

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«En su realismo de repercusiones mágicas, confluyen Onetti yel Borges de “El Sur” con la sombra inflamada de HoracioQuiroga, pero la calidad y resolución de su prosa activan unasugestión que es exclusiva de Selva Almada.»

Francisco Solano, El País, España

Enero y el Negro llevan de pesca a Tilo, hijo adolescente de Eusebio, el amigo muerto. Mientrasbeben y cocinan y hablan y bailan, lidian con los fantasmas del pasado y con los del presente, quese confunden en el ánimo alterado por el vino y el sopor. Una red mezcla realidad y sueño, hechosy conjeturas, isleños, agua, noche, fuego, peces, bichos. Humana, pero a la vez animal y vegetal,esta novela fluye como un cauce, una larga conversación o el afecto entre seres que se quieren:madres, hijos, hermanos, amantes, ahijados.

Con No es un río, Selva Almada completa su trilogía de varones, inaugurada con El viento quearrasa y seguida inmediatamente por Ladrilleros. En esta novela magistral vuelven a brillar susformas del decir y su extraordinaria sensibilidad para lograr que los personajes expresen en elhacer lo que habita en lo profundo de sus almas, en lo lejos de sus propias vidas.

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SELVA ALMADA

(Entre Ríos, 1973). Es autora de Los inocentes (2019), El mono en el remolino. Notas del rodajede Zama de Lucrecia Martel (2017), El desapego es una manera de querernos (2015), Chicasmuertas (2014) y El viento que arrasa (2012), entre otros libros. Su obra está traducida al inglés,francés, alemán, holandés, portugués, turco y sueco. En 2019 recibió el First Book Award delFestival Internacional del Libro de Edimburgo por la traducción al inglés de su novela El vientoque arrasa (The Wind That Lays Waste).

Foto: © Grillo Valdez

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Otros títulos de la autora en megustaleer.com.ar

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Almada, SelvaNo es un río. / Selva Almada. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de

Buenos Aires : Literatura Random House, 2020.(Literatura Random House)Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y onlineISBN 978-987-769-123-8

1. Narrativa Argentina. I. TítuloCDD A863

Foto de la autora: © Grillo ValdezPintura de cubierta: Ornella Pocetti. Sin título, óleo sobre tela, 100 x 160 cm, 2015Diseño: Penguin Random House Grupo Editorial / Rompo

© 2020, Selva Almadac/o Agencia Literaria [email protected]

Edición en formato digital: septiembre de 2020© 2020, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A.Humberto I 555, Buenos Aireswww.megustaleer.com.ar

Penguin Random House Grupo Editorial apoya la protección del copyright.El copyright estimula la creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, promueve la libre expresión yfavorece una cultura viva. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar las leyes del copyright al noreproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Al hacerlo está respaldando a los autores ypermitiendo que PRHGE continúe publicando libros para todos los lectores.

ISBN 978-987-769-123-8

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