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Cuentos Conrado Nalé Roxlo Los estornudos Los estornudos no suelen traer nada bueno, decían las viejas de antes, y tenían razón; pues lo que traen o anuncias, rapé aparte, es un resfriado. Pero yo sé de unos estornudos que fueron el soplo inspirador de cierta notable pieza literaria; y eso que no fueron musicales expresiones de una nariz célebre por su belleza, como la de Cleopatra, cosa que habría justificado un madrigal, sino rotundas explosiones de las de un chinito, bastante retobado él, inspector de escuelas provinciales. Misterios de la poesía que la ciencia no se explica. Las cosas ocurrieron así. El señor inspector penetró en el aula, y, tras de retribuir con una sonrisa de vinagre de luto los almíbares que se desparramaban por la bondadosa cara de la señorita Italia Migliavacca, mi inolvidable maestra de primeras letras, subió a la tarima, tarima que crujió gentilmente para ponerse a tono con los zapatos amarillos del señor inspector. Y vino, naturalmente, una alocución, como ellos dicen. -Niños que en este ámbito del saber primario sorbéis las materias como la enredadera sorbe el sol...¡atchís! -¡Salud, señor inspector! -prorrumpió la clase en pleno. El inspector pasó una mirada furibunda por los bancos mientras se llevaba a su importante apéndice nasal un pañuelito muy bien planchado, que luego volvió a doblar y colocar en el bolsillo superior de su saco negro con trencilla, y retomó el hilo del discurso: -El sol!...,el sol!... ¡atchís!

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Cuentos, selección.

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Page 1: Nale Roxlo, Conrado .-. Cuentos

Cuentos

Conrado Nalé Roxlo

Los estornudos

Los estornudos no suelen traer nada bueno, decían las viejas de antes, y tenían razón; pues lo que traen o anuncias, rapé aparte, es un resfriado. Pero yo sé de unos estornudos que fueron el soplo inspirador de cierta notable pieza literaria; y eso que no fueron musicales expresiones de una nariz célebre por su belleza, como la de Cleopatra, cosa que habría justificado un madrigal, sino rotundas explosiones de las de un chinito, bastante retobado él, inspector de escuelas provinciales. Misterios de la poesía que la ciencia no se explica.

Las cosas ocurrieron así.

El señor inspector penetró en el aula, y, tras de retribuir con una sonrisa de vinagre de luto los almíbares que se desparramaban por la bondadosa cara de la señorita Italia Migliavacca, mi inolvidable maestra de primeras letras, subió a la tarima, tarima que crujió gentilmente para ponerse a tono con los zapatos amarillos del señor inspector. Y vino, naturalmente, una alocución, como ellos dicen.

-Niños que en este ámbito del saber primario sorbéis las materias como la enredadera sorbe el sol...¡atchís!

-¡Salud, señor inspector! -prorrumpió la clase en pleno.

El inspector pasó una mirada furibunda por los bancos mientras se llevaba a su importante apéndice nasal un pañuelito muy bien planchado, que luego volvió a doblar y colocar en el bolsillo superior de su saco negro con trencilla, y retomó el hilo del discurso:

-El sol!...,el sol!... ¡atchís!

Martirena me dijo por lo bajo, pero de modo que sonó bien alto:

-Debe ser un resfrío de sol...

El inspector intentó matarlo de una mirada y continuó:

-El sol o, mejor dicho, sus rayos, llamados también irradiación febea...¡atchís!

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-¡Salud, señor inspector! -volvimos a decir a coro, creyendo proceder muy correctamente. La señorita nos hacía señas de que no insistiéramos, pero nosotros éramos muy bien educados y no perdonábamos estornudo. Y éstos se sucedían cada vez con mayor frecuencia, y el inspector, par retomar el hilo de la perorata, tenía antes que retomar el hilo del pañuelo, suponiendo que lo fuera. Hasta que, con un violento "buenas tardes", se despidió y se fue como una tromba a ponerse sinapismos, sin duda.

Ya alejado el ogro, la clase en pleno soltó la carcajada, y muchos se pusieron a estornudar por burla.

-Niños -dijo severamente la señorita Italia-, nunca debemos burlarnos de los defectos físicos del prójimo.

Y para aleccionarnos trajo al día siguiente, pues era repentista, la fábula que va a leerse y que felizmente guardo entre mil cuadernos escolares.

EL CANARIO Y EL JAMELGO

Cierto coche de punto,

también puede llamárselo de plaza,

que formaba conjunto

con un jamelgo de raída traza,

y un anciano cochero, en el pescante,

detúvose delante

de una pajarería en cuya puerta

un canario, infatuado tenorino,

con sutil artificio,

sacaba dulce trino

de melodías rico

de su órgano bucal al orificio

también llamado pico.

El equino aludido,

cuyo nombre vulgar era "Pirincho",

no con mala intención, de distraído,

dejó escapar un natural relincho.

Page 3: Nale Roxlo, Conrado .-. Cuentos

(Expresión incorrecta, sea dicho,

mas perdonable en tan humilde bicho.)

La gente que lo oyó, de baja estofa,

elogiando al canario melodioso

cubrió al jamelgo de improperio y mofa.

Pasó el tiempo premioso,

y ambas bestias murieron a su hora,

y escuchad, niños, lo que viene ahora.

El canario, ya inútil, fue a parar

a infecto muladar,

y, en cambio, con las tripas del rocín

hicieron varias cuerdas de violín,

en que un artista joven

interpretó a Mozart, Verdi, Beethoven.

MORALEJA

No desprecies, ¡oh, niño!, al que algún día

estornudó en momento inadecuado,

pues, como aquel caballo mal juzgado,

puede esconder torrentes de armonía.

A nosotros nos gustó mucho la fábula. Pero la señora directora no le permitió que se la mandara como desagravio al inspector, pues dijo que ciertas comparaciones podrían no ser bien interpretadas por éste. Mi querida maestra fue una incomprendida en el ambiente educacional de su época: era una precursora.

Page 4: Nale Roxlo, Conrado .-. Cuentos

Una viuda difícil

Acto I

Cuadro I

Isabel es una joven, que habiendo muerto su padre, cuatro años atrás, heredó una platería; se caso con el ayudante de su padre, quien muere dos años después.

Ella debe atender sola el negocio. Esta llena de pretendientes, pero ninguno de ellos quiere nada serio.

Al tiempo vuelve Víctor, que había sido el gran amor de su niñez, y que había ido a España a Estudiar leyes.

Ella sigue muy enamorada de el, pero se da cuenta de que el tampoco la toma enserio. Sino que quiere verla a escondidas para no comprometerse y que algún ricachón con hijas solteras le ofrezca un buen empleo. Isabel se desilusiona de Víctor.

Cuadro II

Aparece Mariano. Su aspecto es sucio y desprolijo. Es acusado de asesinar a 7

personas y van a colgarlo. El alcalde decide perdonar su vida si una mujer lo condena al matrimonio.

Isabel ve entre la multitud a Víctor y por despecho accede a casarse con Mariano, quien también acepta esa condena.

Cuadro III

En casa de Isabel se hace una pequeña reunión intima para bendecir la boda, sus

amigas lamentan la decisión de Isabel y consideran que es una desdichada que no

para de sufrir.

Isabel puso condiciones a Mariano a través del Padre Lucindo.

Cuando quedan solos, Isabel se tensiona al verlo con un cuchillo, pero el solo quería

mas torta.

Page 5: Nale Roxlo, Conrado .-. Cuentos

Acto II

Cuadro I

El verdugo pide a Isabel dinero como consecuencia de haberlo hecho perder su trabajo.

Mariano ayuda en el negocio.

Mariano salva a un cardenal con un ala rota.

Cuadro II

Desaparece dinero y Mariano es acusado, pero el solo lo habia guardado en un lugar mas seguro.

Mariano confiesa a Isabel que esta enamorado de ella.

Isabel confiesa a Rita que esta enamorada de Mariano.

Mariano decide buscar empleo en otro lado para no espantar a los clientes de Isabel, pero es agredido por el pueblo (que lo considera asesino). Isabel defiende a Mariano y luego le confiesa su amor.

Acto III

Cuadro I

Mariano confiesa a Isabel que no mató a nadie, sino que se adjudicó los crímenes porque era una persona tímida y quería hacerse respetar en sus el valiente en su barrio de Mataderos.

Isabel se siente engañada. Por despecho quiere que vuelvan a visitarla los pretendientes a su negocio y poco a poco los va invitando.

Cuadro II

Isabel vuelva a recibir las “visitas” en su negocio. Entre ellos, don Cosme, Pedrito, y hasta Víctor, que insiste en reconquistarla.

Mariano, después de haber estado separado de Isabel, vuelve y se ofrece para ayudarla con el negocio.

Mariano consigue que los pretendientes de Isabel compren algo y se marchen del lugar, inclusive Víctor.

Una vez que consigue que los hombres se marchen de la platería, decide marcharse, pero Isabel lo detiene y le pide que se quede con ella “para ayudarla a vender”. Se besan y se abrazan.

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Avisos clasificados

Necesitaba trabajo y el anuncio decía: Prof. pa. pa. de cor. ed. ne. ur. in. pre. sin re. ¡Aquello era lo que me convenía! Como estaba muy contento y todas mis emociones las manifiesto musicalmente, me puse a cantar el anuncio con una tonada optimista y heroica:

Prof. papá,

decored,

ne. ur...

Impré...!

Sin reee...!

El re sostenido sonaba muy bien.

—¿Qué te pasa? —me preguntó mi mujer, secándose las lágrimas que derramaba por mi falta de trabajo desde la última guerra. Esto no quiere decir que antes tuviera trabajo, sino que ella no me conocía. Me apresuré a responderle:

—Seca tu llanto y ve pensando cómo quieres la radio, la heladera, el aspirador de polvo, las cacerolas, los niños y demás cosas cuya ausencia tanto lamentas, ¡Tendré buen trabajo!

—¿Cuánto te pagarán?

—Para serte franco, no lo sé aún exactamente, pero puedo asegurarte que no bajará aproximadamente de más o menos cierta suma, para hablar en números redondos.

—¿Mensual?

—No sé, quizás sea por quincena. Ahora se acostumbra mucho.

—En ese caso tendríamos el doble, no?

— ¡Y hasta el triple, haciendo las cuentas cada tres quincenas! Ese es un detalle que queda librado a la voluntad del empleado y que por ninguna razón puede intervenir el empleador.

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—¿Y en qué consiste el trabajo?

—Lee tú misma el anuncio —y le alargué el diario.

Mi mujer, después de un rato de estudio, levantó los ojos otra vez arrasados en lágrimas y me dijo:

—O esto está mal escrito o tú no puedes aceptar este empleo. Aquí dice: "Profanador para panteones, de coraje, edificados necrópolis urbana. Inútil presentarse sin revólver". Debe ser la mafia o algo así.

—¡Qué disparate! lo que quiere decir es esto: "Profesional para pagador, de corta edad (lo quieren joven). Necesita urgentemente importador de preciosidades sin remilgos".

—¡Ay, Mariano, por Dios, renuncia a ese empleo, por nuestra felicidad! Tú siempre fuiste fiel, pero la ocasión hace al ladrón. Tu futuro patrón debe ser uno de esos hombres sin escrúpulos que importan jóvenes para los teatros de revistas y sitios peores. Por eso lo pide joven y dice que las preciosidades no tienen remilgos. ¡Prefiero el hambre!

—Espera, querida, quizás haya interpretado mal alguna abreviatura. Veamos con calma. ¡Claro! Donde yo he dicho preciosidades, pongamos presillas, y donde dijimos sin remilgos, léase sin reloj.

—¿Y para qué quiere que no tengas reloj?

—No es que él no quiera; podré presentarme con uno de oro, de tres tapas y la mar de rubíes; al decir sin reloj indica que no tendré horario fijo, que lo mismo podré salir a las tantas como a las cuantas.

—No me gusta. Cuando vengas a las tantas se me pasará la comida.

—¿Qué comida?

—Pero, Mariano, ¡la que compraremos con el dinero de las tres quincenas mensuales!

—No te preocupes, esos, días iremos a comer al restaurante.

Conforme ya mi mujer con la correcta interpretación del anuncio, me dirigí a la dirección que indicaba, tras no menos correcta afeitada.

Mi mujer quedó distribuyendo en un papel los mil trescientos pesos, pues le daba el corazón que ese era mi sueldo. Si era quincenal, mejor.

Me recibieron una señora muy grave de aspecto y una señorita, pero que ya tenía edad para ser señora desde hacía rato, madre y tía del niño, respectivamente, según me dijeron.

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—¿De qué niño estamos hablando? —inquirí. Y agregué—: En el anuncio no se alude para nada.

Me lo tradujeron a su manera: "Profesor para párvulo de corta edad, necesito urgente; inútil presentarse sin recomendaciones". Mi trabajo consistiría en educarlo.

—Es la piel del diablo —dijo la madre.

—De la piel de Judas —acotó la tía.

No quise ni verlo, y me despedí cortésmente. No soy reencuadernador de chicos.

El cuervo del arca

La historia comenzó, poco más o menos, como el poema de Edgar Poe. En la alta noche un cuervo tristísimo entró por mi ventana y fue a posarse, en el respaldo de un sillón de cuero. Sacudió las alas, parpadeó y, clavando en la mía su mirada fatídica, me dijo: 

–He venido a buscar una pluma.

–Lo siento – le respondí –, pero las únicas plumas de que dispongo no son dignas de un ave tan ilustre como tú (pensaba en el plumero y en el “duvet” de los almohadones), un ave cantada por la lira del “celeste Edgardo” aunque, a la verdad, estás bastante desplumado, hermano.

Pero él me atajó explicándome que lo que necesitaba era una pluma que refiriera a su historia.

Puse un papel limpio en la máquina de escribir e incliné la cabeza, pues mi obligación es repetir todo lo que me cuentan los pájaros, vengan de la oscuridad de la noche o del misterio del alma.

Y el ave me contó lo que sigue, con una voz desagradable, pero tan triste que parecía un disco rayado con una espina de la corona de Cristo. Dijo:

–No siempre fui un pájaro calvo, de enlutado plumaje y lúgubre graznido. Los ornitólogos, cuyos libros se perdieron cuando el diluvio, me describían así: Ave canora de hermoso plumaje azul oscuro y brillante, que ostenta en la frente un airón de un blanco tan purísimo que sólo puede comparársele al de la garza real. Su canto es tan melodioso y variado que de él aprenden los ruiseñores. Se lo considera ave de buen agüero.

Ante un gesto de incredulidad que no pude reprimir, agregó:

Page 9: Nale Roxlo, Conrado .-. Cuentos

–Te cito la opinión de los hombres de ciencia como una concesión a las supersticiones actuales, ya que cualquiera que tenga dos dedos de frente comprenderá que nada feo ni triste pudo salir de las manos de Dios en la hora feliz de la creación, cuando estaba tan lleno de esperanzas en todos nosotros. A mí, como a muchas de sus criaturas, como a ti mismo, lo que nos ha entristecido y afeado es la vanidad.

– ¿A mí? – pregunté, algo molesto.

– Sí, hermano. De no haberte pasado la juventud buscando ideas y metáforas con las que crees mejorar el mundo, no tendrías esa tez amarillenta, esos ojos mortecinos y afiebrados detrás de turbios cristales, esa frente surcada de arrugas, esos labios quemados por el cigarrillo y esa boca contraída…Como el retrato no me gustara, le rogué continuar su historia y dejar en paz la mía. Prosiguió:

– Cuando el gran navegante me invitó por orden superior a acompañarle en la más importante aventura naval de la historia, era yo, como te digo, un ave hermosa y feliz entre las aves. Y mi canto amenizó las interminables tardes de lluvia en el interior del Arca Santa. Era, aunque esto resulte un poco ridículo en el pico de un viejo, la mascota de a bordo.

“El patriarca no pasaba nunca por mi lado sin silbar algún salmo melodioso para incitarme a cantar; y en la palma de su mano me ofrecía semillas de girasol. Sus nueras, las tres eran jóvenes, bonitas y elegantes, interrumpían sus largas charlas para lanzar una mirada de reojo a mi blanco airón, y era que alguna había dicho: ‘¡Que bien quedaría adornado un turbante!’Mucho más me conto el cuervo de su belleza pretérita y del lugar privilegiado que tenía en el Arca, pero cuando le leí el dictado me rogo tacharlo, por pudo, según dijo. Recompongo el hilo de su relato.

–Y así continuaba la travesía interminable bajo la lluvia eterna y mortal, que caía en silencio de los cielos desilusionados.

“En las enormes noches veíamos a veces, a la luz de un relámpago, entre la densa lluvia, las alas del ángel que empuñaba el timón. Pero al fin dejó de llover; y los fuertes vientos se calmaron y hundieron suavemente en el circuito sin límites de las aguas desérticas. Y ya no se habló en la nave más que de si la inundación bajaba o no. Hasta que una noche de luna el viejo almirante me llevó a una ventana y me dijo: ‘Hijo mío, tus alas son tan poderosas como es de bello tu canto, clara tu inteligencia y segura tu lealtad; sal y vuela hasta que encuentres tierra seca, y tráeme una ramita, una brizna de hierba, algo, en fin, para que yo sepa cómo andan las cosas’. Y después de bendecirme me arrojó al aire. “Apoyados en la borda todos me gritaban cariñosos saludos y palabras de aliento, y vi que la menor de las nueras de Noé lloraba.

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“Y así emprendí el vuelo más entusiasta que ave alguna haya levantado nunca. Les traeré una flora tan hermosa, pensaba, que palidecerán al verla.“Toda la noche volé en línea recta hacia el horizonte. A la mañana siguiente vi sobresalir de las aguas la copa de un olivo, pero no me detuve. ¿Cómo iba a presentarme ante aquella familia que tanto me quería con una rama pálida y sin gracia? ¡Una flor, la flor de las flores, era lo que yo deseaba para ellos!

“Varias horas después, en un altozano, encontré un granado en flor, y ya iba a cortar una cuando me acordé de que al viejo patriarca le desagradaban las granadas; decía que tenían algo de sensual e impúdico en el modo de abrirse, y que, a poco que uno se descuidara al comerlas, le dejaban en la boca un amargor como el del pecado. No iba a presentarle como la primera flor de la tierra reconquistada la de un fruto que le desagradaba. Habría sido una falta de tacto.

“Mas lejos encontré un rosal silvestre, pero eran muy pobres flores para tan gran noticia. Y así, por una razón o por otra, fui desechando todos los testimonios del perdón de Dios, y seguí volando en busca de una flor tan hermosa como lo que estaba ocurriendo. ¿Cuánto duró mi viaje? No lo sé; pues como mi vida se cuenta por siglos tengo una noción del tiempo que no va a tono con la del hombre, cuya existencia es tan breve… Pero no quisiera cansarte con el relato de mis aventuras. Por fin, muy lejos, hallé una flor, que aunque sólo se parecía muy vagamente a la sombra de la que yo venia soñando durante todo el vuelo, podía presentarse decentemente a quienes no hubieran visto la mía. La corté y con ella en el pico emprendí el regreso por el mismo camino.

“¡Qué cambiado estaba todo! ¡Los hombres, otra vez, cultivaban los campos, apacentaban los ganados, levantaban ciudades y puentes! Pero lo que más me sorprendió fue ver una procesión que, detrás de una imagen dorada, imploraba al cielo la lluvia como un bien supremo. ¿Es que ya habían olvidado el Diluvio? Comencé a pensar que, acaso, se me había hecho tarde. Y al fin llegué a los montes de Armenia. Por una clara estrella en que me fije al partir, supe el lugar exacto donde había quedado anclada el Arca.

“Plegué las alas y me dejé caer. Pero no hallé ni rastros de la nave salvador. Entre sus ovejas dormidas, apoyado en el tronco de cedro, un pastor tocaba la flauta dulcemente, como se hace de noche. Posado en una rama baja esperé que terminara, y después canté yo para hacérmele agradable y que respondiera a mis preguntas. Pero no esperé a que su mano soltara la piedra que había cogido para arrojármela; mi propia voz, la que tengo ahora, me hizo huir espantado. Pasé la noche escondido en un matorral, lleno de confusión y angustia, y por la mañana fui a mirarme en el espejo de un arroyo... ¿Qué te voy a contar? Era tal como soy ahora: calvo, feo, negro, triste, ronco. Aquel gran vuelo en busca de una flor ideal me había destruido para siempre.

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“Después, poco a poco, por conversaciones oídas en los vivaques de los pastores y los cazadores; por las canciones de las doncellas que iban por la tarde a buscar agua a las fuentes; por furtivas lecturas de los libros que los escolares escondían entre las zarzas cuando se hacían la rabona, fui enterándome de muchas cosas: el viaje del Arca Santa era una leyenda, en la que unos creían y otros no, pero mi nombre era universalmente infamado y se me citaba en horribles refranes; los niños destruían los huevos de los de mi raza, y se decía que era un ave fatídica y el símbolo de la ingratitud. ¡Ingrato yo que perdí la juventud, la belleza y el buen nombre por querer servir demasiado bien a la humanidad, representada por aquella familia errante sobre las aguas del castigo!”

El cuervo enmudeció un momento y dos lágrimas le rodaron por el pecho flaco y arratonado. Y yo contuve el gesto tonto de pasarle una mano consoladora por el lomo, como se hace con los loros disgustados.

Prosiguió:–No vayas a creer que me resigné, así como así, a las calumnias. Muchas veces intenté justificarme, pero mi voz era tan desagradable que destruía todos mis argumentos. Decían que era vanidoso y tonto y me colgaron una ridícula historia en que salían una zorra y un queso. Incomprendido y despreciado, busqué entonces la soledad y la noche y, de tanto en tanto, me presento a los poetas para llorar mi desdicha con la esperanza de que alguno me defienda, ya que ellos, como yo, pierden con frecuencia el Arca Salvadora por volver en busca de flores imposibles.

Enmudeció el ave y largo rato permanecimos callados, frente a frente, alicaídos, con la cabeza hundida entre los hombros, sombríos y con la mirada fija en el suelo, muy semejantes.

De pronto las palomas del palomar de enfrente comenzaron a arrullarse, pues ya estaba amaneciendo. El cuervo se sobresaltó y me dijo:

– Adiós. Me voy, pues ando demasiado raído para mostrarme a la luz del sol.

Salí a la ventana para verlo partir en la luz rosada del amanecer. Y fue entonces cuando una paloma blanca, redonda y pulida, vino a posarse en el alfeizar, y después de darme cortésmente los buenos días, me preguntó:

–¿Qué contaba ese pajarraco, si no es indiscreción?

– Nada, historias…

–Sí, siempre anda contando historias ridículas y lamentándose de su suerte, como si no lo tuviera bien empleado por desobediente… Yo, en cambio, en cuanto encontré la ramita de olivo me volví volando. Hacía un frío aquella mañana que no veía las horas de regresar al nido del Arca.

Page 12: Nale Roxlo, Conrado .-. Cuentos

Quizá fui injusto al cerrarle la ventana, pero su historia no me interesaba.