nahuán y el fuego oscuro - loqueleo...a mi suegro pichín. para mis primos coco, foncho y graciela....

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Nahuán y el fuego oscuro José Gonzáles de la Lama Ilustraciones: Christian Vargas Nahuan-nuevo(corte de texto) final copy.indd 5 10/15/15 4:19 PM

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Nahuán y el fuego oscuroJosé Gonzáles de la LamaIlustraciones: Christian Vargas

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Para mis abuelos la Tita, el Chino, la Mamá Coco

y el Papá Fernando.A mi suegro Pichín.

Para mis primos Coco, Foncho y Graciela.

A la Tota y a tío Darío.Para Kike y para todos aquellos

que cruzaron el río en las balsas blancas.

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La cueva

El amanecer estaba cerca. Los primeros rayos de sol se filtraban tímidos entre las nubes. El ambiente era denso; una fría niebla envolvía todo el valle. Los árboles, negros en su totali-dad y cubiertos de un espeso musgo, parecían tan viejos como el mismo tiempo: en ellos no se notaba vida. Ningún ruido se escuchaba, ni siquiera el gorjeo de las aves. El silencio y aquel lugar inspiraban un profundo temor. Un gru-po de hombres avanzaba por el sendero a paso lento, pues el miedo hacía que sus piernas se hicieran más pesadas. A pesar de ello, intenta-ban caminar más aprisa; no querían que la ma-ñana los sorprendiera, no sabían qué les podía sobrevenir.

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De repente, a lo lejos, divisaron una especie de túnel formado por árboles frondosos.

—Es por allí —dijo el más viejo del grupo.Todos miraron con espanto hacia el lugar

que señalaba.De pronto, un árbol se derrumbó y el ruido

hizo que los hombres se asustaran y corrieran. Solo algunos, los más avezados, se quedaron.

—¡La niña!, ¿dónde está? —gritó el viejo.Los hombres buscaron con la mirada y en-

contraron a la joven, una pequeña criatura que apenas llegaba a los quince años. Había inten-tado huir, mas las amarras en sus manos y el cansancio habían hecho que se tropezara.

—¡Rápido, agárrenla!La joven intentó ponerse de pie y escapar

nuevamente, pero fue inútil: los hombres la ha-bían aprisionado una vez más.

—Déjenme ir, por favor —lloraba la infeliz.Pero sus súplicas se ahogaron en la inmensi-

dad de la selva y en aquellos fríos ojos del viejo, que las silenció con una bofetada.

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