mujeres negras. dar forma a la teoria feminista de bell hooks

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En Estados Unidos, el feminismo nunca ha surgido de las mujeres que de forma más directa son víctimas de la opresión sexista; mujeres a las que se golpea a diario, mental, física y espiritualmente; mujeres sin la fuerza necesaria para cambiar sus condiciones de vida. Son una mayoría silenciosa. Una señal de su victimización es que aceptan su suerte en la vida sin cuestionarla de forma visible, sin protestar organizada- mente, sin mostrar ira o rabia colectiva. La Mística de la femini- dad, de Betty Friedan, que sigue siendo apreciado por haber abierto el camino al movimiento feminista contemporáneo, fue escrito como si esas mujeres no existieran. La famosa frase de Friedan, «el problema que no tiene nombre», citada a menudo para describir la condición de las mujeres en esta sociedad, se refería de hecho a la situación de un grupo selecto de mujeres blancas, casadas, de clase media o alta y con educación universitaria: amas de casa aburridas, hartas del tiempo libre, del hogar, de los hijos, del consumismo, que quieren sacarle más a la vida. Friedan concluye su pri- mer capítulo afirmando: «No podemos seguir ignorando esa voz que, desde el interior de las mujeres, dice: “Quiero algo más que un marido, unos hijos y una casa”». A ese «más» ella lo definió como una carrera. En su libro no decía quién tendría entonces que encargarse del cuidado de los 1. Mujeres negras. Dar forma a la teoría feminista 1 bell hooks 33 1 Publicación original: bell hooks, «Black Women: Shaping Feminist Theory», Feminist Theory from Margin to Centre, South End Press, 1984. [N. de e.] se permite la copia ©

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Page 1: Mujeres Negras. Dar Forma a La Teoria Feminista de Bell Hooks

En Estados Unidos, el feminismo nunca ha surgido de lasmujeres que de forma más directa son víctimas de la opresiónsexista; mujeres a las que se golpea a diario, mental, física yespiritualmente; mujeres sin la fuerza necesaria para cambiarsus condiciones de vida. Son una mayoría silenciosa. Unaseñal de su victimización es que aceptan su suerte en la vidasin cuestionarla de forma visible, sin protestar organizada-mente, sin mostrar ira o rabia colectiva. La Mística de la femini-dad, de Betty Friedan, que sigue siendo apreciado por haberabierto el camino al movimiento feminista contemporáneo,fue escrito como si esas mujeres no existieran. La famosa frasede Friedan, «el problema que no tiene nombre», citada amenudo para describir la condición de las mujeres en estasociedad, se refería de hecho a la situación de un gruposelecto de mujeres blancas, casadas, de clase media o alta ycon educación universitaria: amas de casa aburridas, hartasdel tiempo libre, del hogar, de los hijos, del consumismo,que quieren sacarle más a la vida. Friedan concluye su pri-mer capítulo afirmando: «No podemos seguir ignorandoesa voz que, desde el interior de las mujeres, dice: “Quieroalgo más que un marido, unos hijos y una casa”». A ese«más» ella lo definió como una carrera. En su libro no decíaquién tendría entonces que encargarse del cuidado de los

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1 Publicación original: bell hooks, «Black Women: Shaping FeministTheory», Feminist Theory from Margin to Centre, South End Press, 1984.[N. de e.]

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hijos y del mantenimiento del hogar si cada vez más mujeres,como ella, eran liberadas de sus trabajos domésticos y obtení-an un acceso a las profesiones similar al de los varones blancos.No hablaba de las necesidades de las mujeres sin hombre, nihijos, ni hogar. Ignoraba la existencia de mujeres que no fueranblancas, así como de las mujeres blancas pobres. No decía a suslectoras si, para su realización, era mejor ser sirvienta, niñera,obrera, dependienta o prostituta que una ociosa ama de casa.

Hizo de su situación, y de la situación de las mujeresblancas como ella, un sinónimo de la condición de todas lasmujeres estadounidenses. Al hacerlo, apartó la atención delclasismo, el racismo y el sexismo que evidenciaba su actitudhacia la mayoría de las mujeres estadounidenses. En el con-texto de su libro, Friedan deja claro que las mujeres a las queconsideraba víctimas del sexismo eran universitarias, muje-res blancas obligadas por condicionamientos sexistas a per-manecer en casa. En su libro, argumenta:

Urge comprender cómo la misma condición de ser ama decasa puede crear en las mujeres una sensación de vacío, deno existencia, de nada. Hay aspectos de la función de ama decasa que hacen casi imposible para una mujer de inteligenciaadulta mantener un sentido de la identidad humana, elnúcleo firme del «yo» sin el cual un ser humano, ya sea hom-bre o mujer, no está verdaderamente vivo. Estoy convencidade que, hoy en día en Estados Unidos, hay algo de peligrosoen el estado de ama de casa para las mujeres valiosas.

Los problemas y dilemas específicos de la clase de las ociosasamas de casa blancas eran problemas reales que merecíanatención y transformación, pero no eran los problemas políti-cos acuciantes de una gran cantidad de mujeres. Muchas deellas vivían preocupadas por la supervivencia económica, ladiscriminación racial y étnica, etcétera. Cuando Friedan escri-bió La Mística de la Feminidad, más de un tercio de las mujeresformaban parte de la fuerza de trabajo. Aunque muchas muje-res deseaban ser amas de casa, sólo quienes tenían tiempolibre y dinero podían formar sus identidades a partir delmodelo de la mística femenina. Se trataba de mujeres a lasque, en palabras de Friedan, «se les decía que dieran marchaatrás y vivieran su vida como si fueran Noras, limitadas a lacasa de muñecas de los prejuicios victorianos».

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Desde sus primeros escritos, queda claro que Friedan nuncase preguntó si la situación de las amas de casa blancas de for-mación universitaria era un punto de referencia adecuadopara combatir el impacto del sexismo o de la opresión sexistaen las vidas de las mujeres de la sociedad estadounidense.Tampoco se preocupó de ir más allá de su propia experienciavital para adquirir una perspectiva ampliada acerca de lasvidas de esas mujeres. No digo esto para desacreditar su obra.Sigue siendo la muestra de una discusión útil acerca delimpacto de la discriminación sexista en un grupo selecto demujeres. Desde una perspectiva distinta, puede verse tambiéncomo un caso típico de narcisismo, falta de sensibilidad, sen-timentalismo y auto-indulgencia que alcanza su punto máxi-mo cuando Friedan, en un capítulo titulado «La deshumani-zación progresiva», hace una comparación entre los efectospsicológicos del aislamiento de las amas de casa blancas y elimpacto del confinamiento en la imagen de sí de los prisione-ros de los campos de concentración nazis.

Friedan fue una figura esencial en la formación del pen-samiento feminista contemporáneo. De manera significativa,la perspectiva unidimensional de la realidad de las mujeresque su libro presenta se ha convertido en un hito señalado enel movimiento feminista contemporáneo. Como había hechoFriedan antes, las mujeres blancas que dominan el discursofeminista hoy en día rara vez se cuestionan si su perspectivade la realidad de las mujeres se adecua o no a las experien-cias vitales de las mujeres como colectivo. Tampoco sonconscientes de hasta qué grado sus puntos de vista reflejanprejuicios de raza y de clase, aunque ha existido una mayorconciencia de estos prejuicios en los últimos años. El racismoabunda en la literatura de las feministas blancas, reforzandola supremacía blanca y negando la posibilidad de que lasmujeres se vinculen políticamente atravesando las fronterasétnicas y raciales. El rechazo histórico de las feministas aprestar atención y a atacar las jerarquías raciales ha roto elvínculo entre raza y clase. Sin embargo, la estructura de claseen la sociedad estadounidense se ha formado a partir de lapolítica racial de la supremacía blanca; sólo a través del aná-lisis del racismo y de su función en la sociedad capitalista sepuede obtener una comprensión completa de las relaciones

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de clase. La lucha de clases está unida de forma inseparablea la lucha para terminar con el racismo. En un intento deurgir a las mujeres para que exploraran todas las implicacio-nes de clase, Rita Mae Brown explicaba en «lo que faltaba»,un ensayo anterior:

La clase es mucho más que la definición de Marx sobre lasrelaciones respecto de los medios de producción. La claseincluye tu comportamiento, tus presupuestos básicos acer-ca de la vida. Tu experiencia —determinada por tu clase—valida esos presupuestos, cómo te han enseñado a compor-tarte, qué se espera de ti y de los demás, tu concepción delfuturo, cómo comprendes tus problemas y cómo los resuel-ves, cómo te sientes, piensas, actúas. Son estos patrones decomportamiento los que las mujeres de clase media se resis-ten a reconocer aunque quieran perfectamente aceptar la ideade clase en términos marxistas, un truco que les impideenfrentarse de verdad con el comportamiento de clase y cam-biar en ellas mismas ese comportamiento. Son estos patroneslos que deben ser reconocidos, comprendidos y cambiados.

Las mujeres blancas que dominan el discurso feminista, queen su mayoría crean y articulan la teoría feminista, muestranpoca o ninguna comprensión de la supremacía blanca comopolítica racial, del impacto psicológico de la clase y del esta-tus político en un estado racista, sexista y capitalista.

Es esta falta de conciencia la que, por ejemplo, lleva aLeah Fritz a escribir en Dreamers and Dealers, libro donde sediscute la situación del movimiento de las mujeres en 1979:

El sufrimiento de las mujeres bajo la tiranía sexista es unvínculo común entre todas las mujeres que trasciende lasparticularidades que las diferentes formas de tiranía adop-tan. El sufrimiento no puede ser medido ni comparado cuantitati-vamente. ¿Son la indolencia y la vacuidad forzada de unamujer «rica», que le llevan a la locura y/o al suicidio, mayo-res o menores que el sufrimiento de una mujer pobre queapenas sobrevive gracias a la asistencia pública pero que, dealgún modo, mantiene su espíritu intacto? No hay manerade medir esa diferencia. Cada una de esas mujeres deberíamirar a la otra sin el esquema de clases patriarcal, puedenencontrar un vínculo en el hecho de que ambas son oprimi-das, de que ambas viven miserablemente.

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La afirmación de Fritz es un nuevo ejemplo de brindis al sol,así como de la mistificación consciente de las divisionessociales entre mujeres, que ha caracterizado buena parte deldiscurso feminista. Si bien resulta evidente que muchasmujeres sufren la tiranía sexista, hay pocos indicios de queeste hecho forje «un vínculo común entre todas las mujeres».Hay muchas pruebas que demuestran que las identidadesde raza y clase crean diferencias en la calidad, en el estilo devida y en el estatus social que están por encima de las expe-riencias comunes que las mujeres comparten; y se trata dediferencias que rara vez se trascienden. Deben ponerse encuestión los motivos por los que mujeres blancas, cultas ymaterialmente privilegiadas, con una variedad de opcionesa la hora de elegir carrera y estilo de vida, insisten en que «elsufrimiento no puede ser medido». Fritz no es, de ningúnmodo, la primera feminista blanca que realiza una afirma-ción semejante; afirmación que jamás he oído a una mujerpobre de cualquier raza. Aunque hay mucho de discutible enla crítica que Benjamin Barber realiza del movimiento femi-nista en Liberating Feminism, estoy de acuerdo con él en lasiguiente afirmación:

El sufrimiento no es necesariamente una experiencia uni-versal que pueda medirse con una vara común: está vincu-lado a las situaciones, necesidades y aspiraciones. Perodeben existir algunos parámetros históricos y políticos parael uso del término de modo que puedan establecerse priori-dades políticas y distintas formas y grados de sufrimiento alos que prestar mayor atención.

Un principio central del pensamiento feminista moderno es elde que «todas las mujeres están oprimidas». Esta afirmaciónimplica que las mujeres comparten una suerte común, quefactores como los de clase, raza, religión, preferencia sexual,etc., no crean una diversidad de experiencias que determina elalcance en el que el sexismo será una fuerza opresiva en lavida de las mujeres individuales. El sexismo como sistema dedominación está institucionalizado, pero nunca ha determi-nado de forma absoluta el destino de todas las mujeres deesta sociedad. Estar oprimida quiere decir ausencia de eleccio-nes. Ése es el primer punto de contacto entre el oprimido y el

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opresor. Muchas mujeres de esta sociedad tienen la posibili-dad de elegir —por muy imperfectas que sean las eleccio-nes—, por lo que explotación y discriminación son palabrasque definen de forma más acertada la suerte de las mujerescomo colectivo en Estados Unidos. Muchas mujeres no seunen a las organizaciones que luchan contra el sexismo preci-samente porque el sexismo no ha significado una falta abso-luta de elecciones. Pueden saber que sufren discriminaciónpor su sexo, pero no califican su experiencia de opresión. Bajoel capitalismo, el patriarcado está estructurado de modo queel sexismo restringe el comportamiento de las mujeres enalgunos campos, mientras en otras esferas se permite una libe-ración de estas limitaciones. La ausencia de restriccionesextremas lleva a muchas mujeres a ignorar las esferas en lasque son explotadas o sufren discriminación; puede incluso lle-var a imaginar que las mujeres no están siendo oprimidas.

Hay mujeres oprimidas en Estados Unidos, y es justo ynecesario que hablemos contra esta opresión. La feministafrancesa Christine Delphy señala en su ensayo Por un femi-nismo materialista que la utilización del término opresión esimportante porque sitúa la lucha feminista en un marco polí-tico radical:

El renacimiento del feminismo coincide con el uso del tér-mino «opresión». La ideología dominante, i. e. el sentidocomún, el discurso ordinario, no habla de opresión sino de«condición femenina». Pretende remitirse a una explicaciónnaturalista; una restricción de la naturaleza, una realidadexterior fuera de nuestro alcance y no modificable mediantela acción humana. El término «opresión», por el contrario,remite a una elección, una explicación, una situación que espolítica. «Opresión» y «opresión social» son por lo tantosinónimos o, mejor dicho, opresión social es una redundan-cia: la idea de un origen político, i. e. social, es parte integraldel concepto de opresión.

De todos modos, el énfasis feminista en la «opresión común»en Estados Unidos era menos una estrategia de politizaciónque una apropiación por parte de las mujeres conservadorasy liberales de un vocabulario político radical que enmasca-raba hasta qué punto habían dado forma al movimiento demanera que se adecuara y defendiera sus intereses de clase.

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Aunque el impulso hacia la unidad y la empatía que suponela noción de opresión común estaba dirigido a la construc-ción de la solidaridad, consignas como la de «organízate entorno a tu opresión» proporcionaban la excusa que muchasmujeres privilegiadas necesitaban para ignorar las diferen-cias entre su estatus social y el de una gran cantidad demujeres. Era una señal del privilegio de raza y clase, asícomo la expresión de cierta libertad respecto de muchas res-tricciones que el sexismo pone a las mujeres de la clase obre-ra. De este modo, las mujeres de clase media fueron capacesde convertir sus intereses en el foco principal del movimien-to feminista y de utilizar la retórica de lo común que conver-tía su situación concreta en sinónimo de «opresión». ¿Quiénpodía entonces exigir un cambio en el vocabulario? ¿Quéotro grupo de mujeres tenía, en Estados Unidos, el mismoacceso a las universidades, las editoriales, los medios decomunicación y el dinero? Si las mujeres negras de clasemedia hubieran iniciado un movimiento en el que se hubie-ran calificado a sí mismas de «oprimidas», nadie las hubieratomado en serio. Si hubieran creado foros públicos y hubie-ran dado discursos sobre su «opresión», habrían recibidoataques de todas partes. No fue este el caso de las feministasburguesas blancas que resultaban atractivas para un grupoamplio de mujeres, como ellas mismas, que ansiaban cam-biar su suerte en la vida. Su aislamiento respecto de gruposde mujeres de otra clase y raza les impidió tener una basecomparativa inmediata con la que poner a prueba sus pre-supuestos básicos sobre la opresión común.

En un inicio, las participantes radicales en el movimientode las mujeres exigían que las mujeres rompiesen ese espa-cio de aislamiento y creasen un espacio de contacto. Antolo-gías como Liberation Now, Women’s Liberation: Blueprint for theFuture, Class and Feminism, Radical Feminism y Sisterhood IsPowerful, todas publicadas a principios de la década de 1970,contienen artículos que tratan de alcanzar a una audienciaamplia de mujeres, una audiencia que no fuera exclusiva-mente blanca, de clase media, universitaria y adulta —enmuchos casos, había artículos sobre las adolescentes. SookieStambler articuló este espíritu radical en su introducción aWomen’s Liberation: Blueprint for the Future:

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Las mujeres del movimiento siempre se han sentido desa-lentadas por la necesidad de los medios de comunicación decrear celebridades y superestrellas. Esto va contra nuestrafilosofía básica. No podemos relacionarnos con las mujeresde acuerdo a criterios de prestigio y fama. No estamosluchando en beneficio de una mujer o de un grupo de muje-res. Tratamos temas que afectan a todas las mujeres.

Estos sentimientos, compartidos por muchas mujeres en losinicios del movimiento, no se impusieron. Y cada vez másmujeres adquirieron prestigio, fama o dinero con escritosfeministas y gracias a las victorias del movimiento feministaen la lucha por la igualdad en el trabajo; el oportunismoindividual socavó las llamadas a la lucha colectiva. Mujeresque no se oponían al patriarcado, al capitalismo, al clasismoo al racismo se llamaban a sí mismas «feministas». Susexpectativas variaban. Las mujeres privilegiadas queríanigualdad social con los hombres de su clase, algunas mujeresquerían un salario igual por el mismo trabajo, otras queríanun estilo de vida alternativo. Muchas de estas preocupacio-nes legítimas eran fácilmente cooptadas por el patriarcadocapitalista. La feminista francesa Atoinette Fouque señala:

Las acciones propuestas por los grupos feministas sonespectaculares, provocadoras. Pero la provocación sólo sacaa la luz un determinado número de contradicciones sociales.No revela las contradicciones radicales de la sociedad. Lasfeministas mantienen que no pretenden la igualdad con loshombres, pero sus prácticas revelan lo contrario. Las femi-nistas son una vanguardia burguesa que mantiene, de formainvertida, los valores dominantes. La inversión no facilita elpaso a otra clase de estructura. ¡El reformismo le viene biena todo el mundo! El orden burgués, el capitalismo, el falo-centrismo son capaces de integrar tantas feministas comosea necesario. En la medida en que esas mujeres se convier-ten en hombres, a fin de cuentas sólo significan unos cuan-tos hombres más. La diferencia entre sexos no reside en si setiene o no pene, sino en si se forma parte o no de la econo-mía fálica masculina.

Las feministas en Estados Unidos son conscientes de las con-tradicciones. Carol Ehrlich señala en su ensayo «El desgra-ciado matrimonio entre marxismo y feminismo: ¿puede sal-varse?» que «el feminismo parece cada vez más tener unaperspectiva ciega, segura y no revolucionaria» a medida que

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«el radicalismo feminista cede terreno ante el feminismo bur-gués», y señala que «no podemos permitir que esto siga suce-diendo»:

Las mujeres necesitan saber —y cada vez temen más descu-brir— que el feminismo no tiene que ver con la idea de ves-tirse para el éxito o con convertirse en una ejecutiva de unagran empresa o con ganar un puesto electoral; no se trata dehacer posible un matrimonio con dos carreras y unas vaca-ciones de ski y pasar una gran cantidad de tiempo con tumarido y tus dos maravillosos hijos porque tienes una tra-bajadora doméstica que hace que todo eso te sea posible,pero que no tiene ni el tiempo ni el dinero para hacerlo ellamisma; no tiene que ver con abrir un Banco de las Mujeres ocon pasar un fin de semana en un taller carísimo que garan-tice que aprenderás a ser asertiva —pero no agresiva—;sobre todo, no tiene que ver con convertirse en policía oagente de la CIA o, en general, del cuerpo de marines.

Pero si estas imágenes distorsionadas del feminismo tie-nen más realidad que la nuestra, es en parte nuestra culpa.No hemos hecho todo el esfuerzo que podíamos en propo-ner análisis alternativos claros y significativos que remitan alas vidas de la gente y que permitan la creación de gruposactivos y accesibles en los que trabajar.

No es accidental que la lucha feminista haya sido cooptadatan fácilmente para servir a los intereses de las feministasconservadoras y liberales en la medida en que en EstadosUnidos el feminismo ha sido una ideología burguesa. ZillahEisenstein discute las raíces liberales del feminismo nortea-mericano en The Radical Future of Liberal Feminism, y explicaen su introducción:

Una de las contribuciones más importantes que encontrare-mos en este estudio es el papel que la ideología del indivi-dualismo liberal ha tenido en la construcción de la teoríafeminista. Las feministas de hoy en día no discuten una teo-ría de la individualidad o adoptan de forma inconsciente laideología competitiva, atomista del individualismo liberal.Hay mucha confusión al respecto en la teoría feminista quevamos a discutir aquí. Mientras no se haga una diferencia-ción consciente entre una teoría de la individualidad quereconozca la importancia del individuo en la colectividadsocial y la ideología del individualismo que acepta unavisión competitiva del individuo, no tendremos una imagenclara del aspecto que debe tener una teoría feminista de laliberación en nuestra sociedad occidental.

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La ideología del «individualismo liberal competitiva y ato-mista» ha permeado el pensamiento feminista hasta talpunto que socava el radicalismo potencial de la lucha femi-nista. La usurpación del feminismo por parte de mujeresburguesas que defienden sus intereses de clase ha sido justi-ficada en gran medida por la teoría feminista a medida queésta se ha ido construyendo —por ejemplo, con la ideologíade la «opresión común». Cualquier movimiento que preten-da resistirse a la cooptación de la lucha feminista debecomenzar por presentar una perspectiva feminista diferente—una nueva teoría— que no esté atravesada por la ideologíadel individualismo liberal.

Las prácticas excluyentes de las mujeres que han domi-nado el discurso feminista han hecho prácticamente imposi-ble que emerjan nuevas teorías. El feminismo tiene su agen-da de partido y las mujeres que sienten la necesidad de unaestrategia diferente, una fundamentación diferente, a menu-do se ven silenciadas y condenadas al ostracismo. Las críti-cas o las alternativas a las ideas feministas establecidas noson incentivadas, por ejemplo, las recientes controversiassobre la expansión del discurso feminista a la sexualidad. Sinembargo, grupos de mujeres que se sienten excluidas deldiscurso y la práctica feminista pueden hacerse un lugar sólosi primero crean, a través de la crítica, una conciencia de losfactores que las alienan. Muchas mujeres blancas han encon-trado en el movimiento feminista una solución liberadora asus dilemas personales. Tras haberse beneficiado del movi-miento de forma directa, se sienten menos inclinadas a criti-carlo o a comprometerse con un examen riguroso de suestructura que aquellas que sienten que no ha tenido unimpacto revolucionario en sus vidas o en las vidas de grancantidad de mujeres de nuestra sociedad. Las mujeres noblancas que se sienten parte de la estructura actual del movi-miento feminista —incluso aunque formen parte de gruposautónomos— parecen sentir que su definición de la agendade partido, en el tema del feminismo negro o en cualquierotro, es el único discurso legítimo. Más que alentar la diver-sidad de voces, el diálogo crítico y la controversia, tratan, aligual que otras mujeres blancas, de silenciar el disenso.Como activistas y escritoras cuyo trabajo es ampliamente

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reconocido, actúan como si estuvieran más capacitadas parajuzgar si debemos escuchar las voces de otras mujeres. SusanGriffin se opone a esta tendencia hacia el dogmatismo en suensayo «El camino de toda ideología»:

... cuando una teoría se transforma en ideología, comienza adestruir la individualidad y la autoconciencia. Nacida en unprincipio de sentimientos, pretende situarse por encima delos sentimientos. Por encima de las sensaciones. Organiza laexperiencia de acuerdo con ella misma, sin llegar a ella. Porel mero hecho de ser lo que es, pretende tener razón. Invocarel nombre de esa ideología es convocar a la verdad. Nadiepuede decir nada nuevo. La experiencia deja de sorprender-la, de atravesarla, de transformarla. Se molesta por cualquierdetalle que no encaja en su visión del mundo. Comenzócomo un grito contra la negación de la verdad y ahora niegacualquier verdad que no encaje en su esquema. Comenzócomo una forma de restaurar el sentido de la realidad yahora trata de disciplinar a la gente real, rehacer a los seresnaturales a su imagen. Todo lo que no consigue explicar setransforma en su enemigo. Comenzó como una teoría deliberación y ahora es amenazada por nuevas teorías de libe-ración; construye una prisión para la mente.

Resistimos a la dominación hegemónica del pensamientofeminista insistiendo en que es una teoría en proceso de ela-boración, que debemos necesariamente criticar, cuestionar,reexaminar y explorar nuevas posibilidades. Mi crítica per-sistente está atravesada por mi situación como miembro deun grupo oprimido, una experiencia de explotación y discri-minación sexista, y por el sentido de que el análisis feministadominante no ha sido la fuerza que ha dado forma a mi con-ciencia feminista. Esto es cierto para muchas mujeres. Haymujeres blancas que nunca se habían planteado resistir a ladominación masculina hasta que el movimiento feministacreó la conciencia de que podían y debían. Mi conciencia dela lucha feminista se vio estimulada por circunstancias sociales.Crecí en un hogar negro y de clase obrera del sur, dominadopor mi padre. Experimenté —como mi madre, mis hermanasy mi hermano— diferentes grados de tiranía patriarcal y esome enfadó; nos enfadó a todas. La rabia me llevó a cuestio-narme la política de dominación masculina y me permitióresistir a la socialización sexista. A menudo las feministasblancas actúan como si las mujeres negras no supiesen que

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existía la opresión sexista hasta que ellas dieron voz al senti-miento feminista. Creen que han proporcionado a las muje-res negras «el» análisis y «el» programa de liberación. Noentienden, ni siquiera pueden imaginar, que las mujeresnegras, así como otros grupos de mujeres que viven cada díaen situaciones opresivas, a menudo adquieren conciencia dela política patriarcal a partir de su experiencia vivida, a medi-da que desarrollan estrategias de resistencia —incluso aun-que ésta no se dé de forma mantenida u organizada.

Estas mujeres negras veían el discurso de las feministasblancas sobre la tiranía masculina y la opresión de las muje-res como si hubiera una «nueva» revelación y ésta tuvieramuy poco impacto en sus vidas. Para ellas no era más queotra indicación de las condiciones de vida privilegiadas delas mujeres blancas de clase media y alta que necesitaban unateoría que les dijera que estaban «oprimidas». El hecho es quela gente que está de verdad oprimida lo sabe incluso si no secompromete con una resistencia organizada o es incapaz dearticular de forma escrita la naturaleza de su opresión. Esasmujeres negras no veían nada de liberador en los análisisoficiales de la opresión de las mujeres. Ni el hecho de quelas mujeres negras no se hayan organizado de forma colec-tiva en gran número alrededor de los temas del «feminis-mo» —muchas de nosotras ni conocemos ni usamos el térmi-no— ni el hecho de que no tengamos acceso a la maquinariadel poder que nos permitiría compartir nuestros análisis onuestras teorías sobre el género con el público estadouniden-se, niegan su presencia en nuestras vidas ni nos sitúan en unaposición de dependencia en relación con las feministas, blan-cas o no, que alcanzan a una mayor audiencia.

La comprensión que a los trece años tenía del patriarca-do, creó en mí expectativas hacia el movimiento feminista queeran muy diferentes de las jóvenes blancas de clase media.Cuando entré en mi primera clase de estudios de las mujeres enla Universidad de Stanford a principios de la década de 1970,las mujeres blancas estaban descubriendo la alegría de estarjuntas: para ellas era un momento importante y único. Yo nohabía vivido nunca una vida en la que las mujeres no estu-vieran juntas, en la que las mujeres no se hubieran ayudado,

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protegido y amado las unas a las otras profundamente. Nohabía conocido a mujeres blancas que ignoraran el impactode la raza y la clase en su conciencia y situación social —lasmujeres blancas del sur a menudo tenían una perspectivamás realista sobre el racismo y el clasismo que las mujeresde otras zonas de Estados Unidos. No sentí ninguna simpa-tía hacia mis compañeras blancas que sostenían que yo nopodía esperar que ellas tuvieran el conocimiento o la com-prensión de la vida de las mujeres negras. A pesar de mipasado —mi vida en comunidades segregadas racialmen-te—, yo sabía cosas de la vida de las mujeres blancas ydesde luego ninguna de ellas vivía en mi barrio ni trabajabaen mi escuela o mi casa.

Cuando participé en grupos feministas, descubrí que lasmujeres blancas adoptaban una actitud condescendientehacia mí y hacia otras participantes no blancas. La condes-cendencia que dirigían a las mujeres negras era una formade recordarnos que el movimiento era «suyo», que podía-mos participar porque ellas lo permitían, incluso nos alenta-ban a hacerlo. Después de todo, teníamos que legitimar elproceso. No nos veían como iguales. No nos trataban comoa iguales. Y aunque esperaban que les proporcionáramosrelatos de primera mano sobre la experiencia negra, sentíanque a ellas les tocaba decidir si esas experiencias eran autén-ticas. A menudo, las mujeres negras de formación universi-taria —incluso aquellas que procedían de familias pobres yde clase obrera— eran despreciadas como meras imitadoras.Nuestra presencia en las actividades del movimiento no con-taba, ya que las mujeres blancas estaban convencidas de quela «verdadera» negritud consistía en hablar la jerga de losnegros pobres, ser poco cultivadas, tener la sabiduría de lacalle y toda una serie de estereotipos. Si nos atrevíamos a cri-ticar el movimiento o asumíamos la responsabilidad de darnueva forma a ideas feministas e introducir ideas nuevas,nuestras voces eran despreciadas y silenciadas. Sólo se nospodía oír si nuestras afirmaciones eran un eco de los senti-mientos del discurso dominante.

Se ha escrito poco sobre los intentos por parte de las femi-nistas blancas de silenciar a las mujeres negras. Demasiado a

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menudo estos intentos han tenido lugar en las salas de con-ferencias, las aulas o la privacidad de los cálidos cuartos deestar donde la única mujer negra se enfrenta a la hostilidadde un grupo de mujeres blancas. Desde los inicios del movi-miento de liberación de las mujeres, ha habido mujeresnegras que se unían a los grupos. Muchas de ellas nuncaregresaron después de la primera reunión. Anita Cornwalltiene razón al afirmar en «Tres por el precio de uno. Notas deuna feminista negra lesbiana» que «desgraciadamente, amenudo el miedo a encontrar actitudes racistas parece seruna de las razones principales por las que muchas mujeresnegras se niegan a unirse al movimiento de las mujeres». Lareciente tendencia a tratar el tema del racismo ha generadodiscusiones, pero apenas ha tenido impacto en el comporta-miento de las feministas blancas hacia las mujeres negras.

A menudo, las mujeres blancas que se dedican a publicarensayos y libros sobre cómo «desaprender el racismo» conti-núan teniendo una actitud paternalista y condescendientecuando se relacionan con mujeres negras. Esto no es sor-prendente, dada la frecuencia con la que su discurso se diri-ge solamente a una audiencia blanca y se centra tan solo encambiar actitudes, antes que en situar el racismo en un con-texto histórico y político. Nos convierten en el «objeto» de sudiscurso privilegiado sobre la raza. Como «objetos», conti-nuamos siendo diferentes, inferiores. Incluso aunque esténpreocupadas de forma sincera por el racismo, su metodolo-gía sugiere que no se han liberado del paternalismo endémi-co de la ideología de la supremacía blanca. Algunas de esasmujeres se sitúan a sí mismas en el lugar de las «autoridades»que deben mediar entre las mujeres blancas racistas —ellas,naturalmente, se ven a sí mismas libres de racismo— y lasmujeres negras furiosas a las que consideran incapaces demantener un discurso racional. Por supuesto, el sistema delracismo, clasismo y elitismo en la educación debe permane-cer intacto si pretenden mantener su posición de autoridad.

En 1981, me matriculé en una clase de postgrado sobreteoría feminista en la que recibimos una bibliografía conobras de mujeres y hombres, uno de ellos negro, pero nin-gún material de o sobre mujeres negras, indias americanas

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nativas, hispanas o asiáticas. Cuando critiqué esta falta deatención, las mujeres blancas me dirigieron una mirada de iray hostilidad tan intensa que me pareció difícil atender a laclase. Cuando sugerí que el objeto de esa rabia colectiva eracrear una atmósfera en la que me resultara psicológicamenteinsoportable intervenir en las discusiones de la clase o inclu-so atender, me dijeron que no estaban enfadadas. Era yo laque estaba enfadada. Semanas después de que el curso ter-minara, recibí una carta abierta de una estudiante blancareconociendo su rabia y expresando arrepentimiento por susataques. Escribía:

No te conocía. Eras negra. Al poco tiempo de estar en claseme di cuenta de que iba a ser yo quien contestara a todo loque dijeras. Y habitualmente para contradecirte. No es quela discusión tratara siempre del racismo, pero pensé que lalógica oculta era que si podía demostrar que estabas equi-vocada en una cosa, entonces era posible que no tuvierasrazón en nada de lo que decías.

Y en otro párrafo:

Un día dije en clase que había gente que estaba menos atra-pada que otra por la imagen platónica del mundo. Dije quenosotras, tras quince años de educación, cortesía de la clasedominante, podíamos estar más atrapadas que otras que nohabían iniciado su vida tan cerca del corazón del monstruo.Una compañera de clase, tiempo atrás amiga íntima, herma-na, colega, no me ha vuelto a hablar desde entonces. Creoque la posibilidad de que no fuéramos las mejores portavo-ces para todas las mujeres le hizo temer por su propia valíay por su doctorado.

A menudo en situaciones en las que las feministas blancasatacaban agresivamente a una mujer negra, se veían a sí mis-mas como las que estaban siendo atacadas, las víctimas.Durante una discusión tensa con otra estudiante blanca enun grupo de mujeres racialmente mixto que yo había orga-nizado, ella me dijo que le habían contado que yo había«destrozado» a varias personas en el curso de teoría femi-nista y que temía ser «destrozada» también. Le recordé queyo había sido una persona sola hablándole a un grupo gran-de de gente furiosa y agresiva; apenas podía dominar la

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situación. Fui yo quien salí llorando del aula, y no alguna delas personas a las que supuestamente había «destrozado».

Los estereotipos racistas de la mujer negra fuerte, sobre-humana, son mitos operativos en la mente de muchas muje-res blancas, mitos que les permiten ignorar hasta qué puntolas mujeres negras son víctimas en esta sociedad y el papelque las mujeres blancas juegan en el mantenimiento y la per-petuación de esa victimización. En la obra autobiográfica deLillian Hellman, Pentimento, escribe: «Toda mi vida, desdemi nacimiento, he recibido órdenes de mujeres negras, que-riéndolas y temiéndolas, sintiéndome supersticiosa cada vezque las desobedecía». Las mujeres negras que Hellman des-cribe trabajaban en su casa como servicio doméstico y suestatus nunca fue el de una igual. Incluso de niña, ella ocu-paba siempre la posición dominante cuando ellas la cuestio-naban, aconsejaban o guiaban; podían ejercer esos derechosporque ella u otra figura blanca de autoridad se lo permitía.Hellman sitúa el poder en las manos de esas mujeres negrasen lugar de reconocer su propio poder sobre ellas; de estemodo ella mixtifica la verdadera naturaleza de su relación.Al proyectar en mujeres negras un poder y una fuerza míti-cos, las mujeres blancas promocionan una imagen falsa de símismas como carentes de poder, víctimas pasivas, y distraenla atención de su agresividad, su poder —por muy limitadoque éste sea en un Estado dominado por hombres quedefiende la supremacía blanca—, su voluntad de dominar ycontrolar a las demás. Estos aspectos no reconocidos delestatus social de muchas mujeres blancas les impiden tras-cender el racismo y limitan el alcance de su comprensión delestatus social global de las mujeres en Estados Unidos.

Las feministas privilegiadas han sido incapaces de hablara, con y para diversos grupos de mujeres porque no com-prendían la interdependencia de las opresiones de sexo, razay clase o se negaban a tomarse en serio esta interdependen-cia. El análisis feminista de la situación de las mujeres tiendea centrarse exclusivamente en el género y no proporcionauna fundamentación sólida sobre la que construir una teoríafeminista. Reflejan la tendencia dominante, propia de lasmentes patriarcales occidentales, a mixtificar la realidad de

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la mujer insistiendo en que el género es el único determi-nante del destino de las mujeres. Sin duda ha sido más fácilpara las mujeres que no han experimentado la opresión deraza o clase centrarse exclusivamente en el género. Aunquelas feministas socialistas se centran en la relación de clase ygénero, tienden a menospreciar la raza o a afirmar que laraza es un factor importante para después ofrecer un análi-sis en el que la raza no es tenida en cuenta.

Como grupo, las mujeres negras están en una posicióninusual en esta sociedad, pues no sólo estamos como colecti-vo en el fondo de la pirámide ocupacional, sino que nuestroestatus social es más bajo que el de cualquier otro grupo. Alocupar esa posición, aguantamos lo más duro de la opresiónsexista, racista y clasista. Al mismo tiempo, somos un grupoque no ha sido socializado para asumir el papel de explota-dor/opresor puesto que se nos ha negado un «otro» al quepodamos explotar u oprimir —los niños no representan unotro institucionalizado aunque puedan ser oprimidos porsus padres. Las mujeres blancas y los hombres negros estánen ambas posiciones. Pueden actuar como opresores o seroprimidos y oprimidas. Los hombres negros pueden ser víc-timas del racismo, pero el sexismo les permite actuar comoexplotadores y opresores de las mujeres. Las mujeres blancaspueden ser víctimas del sexismo, pero el racismo les permi-te actuar como explotadoras y opresoras de la gente negra.Ambos grupos han sido sujetos de movimientos de libera-ción que favorecen sus intereses y apoyan la continuación dela opresión de otros grupos. El sexismo de los hombresnegros ha socavado las luchas para erradicar el racismo delmismo modo que el racismo de las mujeres blancas ha soca-vado las luchas feministas. En la medida en que ambos gru-pos, o cualquier otro grupo, definen la liberación como laposibilidad de adquirir la igualdad con los hombres blancosde la clase dominante, tienen intereses creados en la conti-nuidad de la explotación y opresión de los otros.

Las mujeres negras sin «otro» institucionalizado al quepuedan discriminar, explotar u oprimir tienen una expe-riencia vivida que reta directamente la estructura social dela clase dominante racista, clasista y sexista, y su ideología

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concomitante. Esta experiencia vivida puede dar forma anuestra conciencia de manera que nuestra visión del mundodifiera de la de aquellos que tienen cierto grado de privile-gio —por muy relativo que éste pueda ser en el sistema exis-tente. Es esencial para el futuro de las luchas feministas quelas mujeres negras reconozcamos el punto especial de venta-ja que nuestra marginalidad nos otorga y hagamos uso deesa perspectiva para criticar la hegemonía racista, clasista ysexista así como para imaginar y crear una contra-hegemo-nía. Estoy sugiriendo que tenemos un papel central quejugar en la formación de la teoría feminista y una contribu-ción que ofrecer que es única y valiosa. La formación de unateoría y una práctica feministas liberadoras es una responsa-bilidad colectiva que debe ser compartida. Aunque criticoaspectos del movimiento feminista tal y como lo conocemos,una crítica que a menudo puede ser dura e implacable, no lohago en un intento de menguar las luchas feministas, sino deenriquecerlas, de compartir la tarea de construir una ideolo-gía y un movimiento liberadores.

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