mov campesinos mujeres género

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Capítulo 3. Las iluminadas Titulo Barrig, Maruja - Autor/a Autor(es) El mundo al revés: imágenes de la Mujer Indígena En: Buenos Aires Lugar CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales Editorial/Editor 2001 Fecha Colección genero; mujeres; Peru ; Temas Capítulo de Libro Tipo de documento http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/becas/20110131065303/4p3.pdf URL Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.0 Genérica http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.0/deed.es Licencia Segui buscando en la Red de Bibliotecas Virtuales de CLACSO http://biblioteca.clacso.edu.ar Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) Conselho Latino-americano de Ciências Sociais (CLACSO) Latin American Council of Social Sciences (CLACSO) www.clacso.edu.ar

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Mov campesinos mujeres género

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  • Captulo 3. Las iluminadas Titulo Barrig, Maruja - Autor/a Autor(es)El mundo al revs: imgenes de la Mujer Indgena En:Buenos Aires LugarCLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales Editorial/Editor2001 Fecha

    Coleccingenero; mujeres; Peru ; TemasCaptulo de Libro Tipo de documentohttp://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/becas/20110131065303/4p3.pdf URLReconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.0 Genricahttp://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.0/deed.es

    Licencia

    Segui buscando en la Red de Bibliotecas Virtuales de CLACSOhttp://biblioteca.clacso.edu.ar

    Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO)Conselho Latino-americano de Cincias Sociais (CLACSO)

    Latin American Council of Social Sciences (CLACSO)www.clacso.edu.ar

  • U no de los rasgos que caracteriz al feminismo peruano desde su apa-ricin, treinta aos atrs, fue su vigor. Considerado uno de los movi-mientos ms activos, creativos e influyentes en Amrica Latina, lasfeministas que lo integraron mantuvieron engranajes con los partidos de iz-quierda, pues varias de ellas eran militantes polticas, y tambin con las or-ganizaciones femeninas de base en las ciudades; incursionaron incluso en lainvestigacin y en la academia. No ajeno al fenmeno que se ha dado en lla-mar ONGinizacin del feminismo latinoamericano, el movimiento pudocaptar recursos de la Cooperacin Internacional a travs de la creacin decentros, organizaciones no gubernamentales que permitieron la profesionali-zacin de sus activistas, sesgo visible en la multiplicacin de actividades depromocin de la poblacin femenina urbana pobre y en un nmero impor-tante de estudios sobre lo que genricamente se conoce como condicin de lam u j e r.

    Sera precisamente esta vitalidad del feminismo peruano lo que contrastacon su escaso inters registrado por aproximarse, desde la academia y la ac-cin, a la realidad de las mujeres indgenas. En las pginas siguientes, se in-tentar entonces sugerir algunas de las rutas a explorar para entender cmo,desde una visin (urbana) que asigna contenidos universales a la lucha encontra de la discriminacin de las mujeres, se ha visto trabado el inters ha-cia los contextos tnicos y culturales particulares de las mujeres andinas. Doshiptesis marcaron las indagaciones iniciales de este estudio. Una primera su-gera que las feministas de la dcada de 1970, por su adscripcin a la izquier-da, haban elaborado una imagen unidimensional de la indgena que ilumina-ba slo su condicin de campesina, y como tal, explotada bajo el sistema dehacienda. La segunda lnea de argumentacin se interroga sobre si este silen-cio del feminismo frente a la mujer andina no estara cobijando una incomo-didad respecto de ella en tanto trabajadora domstica, una presencia recu-rrente en los hogares feministas de clase media.

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    Captulo 3Las iluminadas

    Yo no vengo del mundo andino. Mi experiencia espor la izquierda y es una aproximacin intelectual.

    Feminista peruana contempornea

    florBarrig, Maruja. Captulo 3: Las iluminadas. En publicacion: El mundo al revs: imgenes de la Mujer Indgena. Maruja Barrig. CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Buenos Aires, Argentina. Coleccin Becas CLACSO-ASDI. 2001. ISBN: 950-9231-67-3. Acceso al texto completo: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/barrig/p3.pdf Fuente de la informacin: Red de Bibliotecas Virtuales de Ciencias Sociales de Amrica Latina y el Caribe - CLACSO - http://www.clacso.org.ar/biblioteca

  • Posiblemente unos de los temas de debate rpidamente sofocados entrelas feministas peruanas ha sido su relacin con el servicio domstico y cmose ha entendido, desde el feminismo, la relacin con otras mujeres, diferentesy desiguales. Porque si la desigualdad est marcada por posiciones diametral-mente opuestas en el espacio cautivo de una casa y con relaciones contractua-les ambiguas, la diferencia con esa otra mujer soporte de la proyeccin pro-fesional y activista de las mujeres de sectores medios suele estar en su origenandino, en sus rasgos raciales y culturales, que en el Per condensan la infe-rioridad del y de lo indgena. Pareciera que, al igual que en el Brasil, estos si-lencios, que evitan deliberadamente referirse al tema, existen pues se adivinancomo parte de las inconsistencias del feminismo (Azeredo, 1989).

    Ser de izquierda: con la Verdad en la mano

    La dictadura indgena busca su Lenin.

    Luis E. Valcrcel, Tempestad en los Andes

    Al igual que en otras latitudes, las feministas peruanas de fines de la d-cada de 1970 y la siguiente, pertenecieron a la clase media ilustrada y blan-ca (con la ambigedad de este trmino en un pas como el Per), pero tam-bin de izquierda y tributarias, entonces, de una tradicin de interpretacindel pas que subsumi lo tnico-cultural bajo las categoras rgidas de proleta-rios, campesinos y estudiantes. Sin duda, el feminismo surgido en el Per deesos aos reconoce su adscripcin a la izquierda como uno de sus orgenesfundantes. Las cuadros de la segunda ola del feminismo local si reconoce-mos la lucha de las mujeres por la educacin de fines del siglo XIX y comien-zos del XX como el primigenio tuvieron casi sin excepcin un pasado de mi-litancia en alguna de las corrientes de la intrincada red de vanguardias iz-quierdistas nacionales de dichas dcadas.

    Por lo anterior, no es entonces extrao que las agrupaciones y pronuncia-mientos pblicos feministas de esos tiempos contuvieran fuertes compromi-sos con las clases populares, y que se insistiera en que la emancipacin delas mujeres formaba parte de la lucha de liberacin de todo el pueblo. Desdela dirigencia (masculina) partidaria, se vislumbraba un camino de igualdad,tambin entre hombres y mujeres, cuando la revolucin triunfara. Mientrastanto, la prioridad era la organizacin, que deba preservarse de otros intere-ses que pudieran fragmentarla.

    Tanto el pensamiento poltico peruano como los abordajes de las CienciasSociales contemporneas dejaron pocos resquicios para una aproximacinms fina a las claves culturales y simblicas del mundo y de la mujer andinos,opacando las asimetras intra-tnicas e intra-gneros. Por un lado, si biencampesino no es sinnimo de indgena, esta figura campesino/indgena fuereductible a una categora histrica concreta de relacin productiva con la tie-rra. As, para Jos Carlos Maritegui y otros autores del segundo decenio delsiglo XX, el problema del indio era el problema de la tierra (Lauer, 1997:

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  • 14). Esta tendencia a subsumir el factor tnico dentro de las luchas de los ex-cluidos por un medio de produccin, se mantuvo como fuertes oleadas en lasmovilizaciones campesinas de la primera mitad del siglo por la defensa de lastierras comunales ante el latifundismo hasta la Reforma Agraria, decretadapor el Gobierno Militar de Juan Velasco en 1969. En esa perspectiva, no es deextraar que, en el contexto de la Reforma Agraria, el 24 de junio, consagra-do como Da del Indio en el calendario cvico desde la dcada de 1920, cam-biara su denominacin oficial por Da del Campesino. Quiz por esa raznno es casual que algunas de las feministas entrevistadas para este estudio serefieran a la mujer campesinaen sus respuestas a preguntas sobre mujer an -dina, pues al parecer lo andino sigue oculto o desdibujado como una dimen-sin de la identidad de los pobladores rurales de los Andes, y la clase siguemanteniendo su anclaje en sus representaciones.

    Una opinin recogida para este estudio sugiere que entre 1970 y 1980 exis-ti una suerte de desencuentro entre la academia y el activismo feminista, queempuj a este ltimo a colocarse desde afuera del mundo andino y a auto-inhibir una aproximacin analtica y de investigacin sostenida. Como asegu-r una feminista entrevistada: No me siento una experta en el mundo andi-no. He esquivado este asunto toda mi vida; no hablo quechua, no hablo ayma-r, y no puedo legitimarme como antroploga en el campo, ni con nada quetenga que ver con estudios andinos. He mirado todo esto desde afuera. Perotambin es cierto que cuando las ideas feministas comenzaron a penetrar enel inters de las investigadoras, fundamentalmente antroplogas, el rechazo auna mirada que encontrara grietas en la sellada estructura de la pareja andi-na, vista como complementaria al igual que todos los elementos de la cos-movisin andina, fue una de las causas del desaliento y el abandono. Una en-trevistada sugiri que: [en la academia] hubo un bloqueo muy fuerte, radicaly rpido a cualquier concepcin que fuera contra la complementariedad: Noentren Uds. ac. No toquen la magia del mundo andino. La complementarie-dad de la pareja era incuestionable.

    De otro lado, en la dcada de 1970 se impuso lo que el investigador peruanoCarlos Ivn Degregori califica de corrientes fras en las Ciencias Sociales, ali-mentadas por la centralidad que adquirieron en ellas los manuales de materialis-mo histrico y dialctico. El reduccionismo clasista habra hecho aparecer la di-mensin tnica como superflua, mientras que el reduccionismo economicista ha-bra convertido a la cultura casi en un subproducto. El marxismo leninismo queimpregn la teora y la accin de un nmero significativo de estudiantes y profe-sionales en ese tiempo, volvi a redefinir al indio como campesino y lo esencia-liz como aliado principal del proletariado (Degregori, 1995: 317).

    No obstante, algunos signos de lo andino fueron asumidos por los secto-res medios progresistas urbanos en la dcada de 1970. Bajo el paraguas del re-formismo velasquista, desde el Estado se impulsaron los festivales culturalesdel Incarri (Inca rey), se multiplicaron los locales dirigidos a jvenes citadinospara escuchar y bailar msica andina, y se ampar el surgimiento de un se-gundo indigenismo en las artes plsticas. De la mano de la Reforma Agraria ydel rescate de palabras quechuas, como el slogan del Gobierno Militar, Cau -

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  • sachum Revolucin (Viva la Revolucin!), las sensibilidades de izquierda ha-cia lo andino encontraron varios derroteros, desde el compromiso militantehasta las empticas cercanas, como lo recuerda una feminista: Mi relacincon lo andino en esa poca [los aos 70] tuvo que ver con la msica, bailarhuayno, los viajes a las fiestas patronales de los pueblos, beber con mis com-padres de la sierra; pero nada ms.

    La militancia poltica, se argumenta, neutraliz la posibilidad de dudar, sobretodo porque en esos convulsos aos no estaba en discusin el inevitable devenirdel mundo hacia el comunismo, y porque la prdica revolucionaria empataba conla formacin cristiana de muchos de los dirigentes urbanos y universitarios de lospartidos de la nueva izquierda. Como justific en sus recuerdos una feminista en-trevistada: Nosotras hemos tenido una conspiracin de varios factores. Primerouna gran soberbia, que era lo que tenamos todos los que nos manejbamos den-tro de los esquemas marxistas, de creer que ramos los dueos de la verdad. Te-namos la llave secreta del xito, del progreso, del cambio, el cambio que, adems,era inexorable. Y tambin creo que haba una gran dosis de ignorancia, de igno-rancia grande, de formacin intelectual, producto creo de una suerte de terroris-mo ideolgico, por el que nadie se poda permitir pensar diferente.

    Varias de las feministas entrevistadas subrayan el peso poltico de las mo-vilizaciones campesinas y la centralidad del debate sobre la Reforma Agraria,cuya segunda y ms radical versin estaba siendo llevada a cabo por el rgimende Velasco Alvarado, como una de las razones para no percibir a la mujer an-dina/campesina con una especificidad propia. El feminismo, como conviccino propuesta, no se haba difundido con la amplitud con que lo hara poco tiem-po despus, y las tareas partidarias de cara al campesinado, por lo menos enalgunos de los grupos polticos de la nueva izquierda, estaban absorbidas porel fortalecimiento de la Confederacin Campesina del Per (CCP), un polo ra-dical de la organizacin agraria. Como lo subraya una feminista, sa era laprioridad: La CCP, la gloriosa CCP, dentro de la gloriosa CCP ah estaban to-das! Pero no las mirbamos individualmente como mujeres con necesidades,en esa poca ni lo pensbamos; yo no miraba ni la diferencia entre los hombresy las mujeres. Y a las mujeres, si las miraba era como a los hombres en el An-de, se llegaba a ellos a travs de adjudicaciones de tierras, de agua, de crdito,de movilizaciones. Cualquier asomo, entonces, de preguntas inquietantes so-bre las diferencias entre hombres y mujeres, pero tambin entre las y los mili-tantes, las primeras cocinando en los eventos partidarios o siendo el ngel delmimegrafo como se autocalificaron las feministas italianas de izquierda, es-taba fuera de lugar. No hubo, en la dcada del setenta, grietas por donde desli-zar la duda ante imgenes acartonadas, ni tampoco el descontento.

    La izquierda perfil un discurso respecto de la organizacin y moviliza-cin campesinas, sobre todo de las comunidades andinas, que de alguna o va-rias maneras fue tributario de los viejos conceptos del tutelaje hacia la pobla-cin indgena y potenciado por ciertos postulados bsicos del leninismo, co-mo el aporte de los revolucionarios a la conciencia de los explotados. Cohe-rentes con sus propuestas, varios partidos marxistas desplazaron a sus cua-dros urbanos, tanto hombres como mujeres, hacia provincias serranas, pese

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  • a sus dificultades de asimilacin a patrones culturales quechuas o aymars,como se ver ms adelante.

    Respetando las costumbres: la campesina y la militancia

    En 1979 muri Lino Quintanilla, hijo de pequeo-burgueses del distrito deTalavera, en la empobrecida provincia sudandina de Andahuaylas. Egresado dela Universidad Nacional del Centro en 1966 como ingeniero zootecnista, y des-pus de una breve vida profesional en las oficinas de Cooperacin Popular1,Quintanilla se involucra en la militancia de un partido de izquierda y asume laorganizacin del campesinado de Andahuaylas, liderando la movilizacin porlas tomas de tierras a mediados de la dcada del setenta. En 1975 el antrop-logo Rodrigo Montoya graba largas sesiones de entrevistas testimoniales aQuintanilla, quien renunci a su profesin de Ingeniero Agrnomo y se hizo cam -p e s i n o2. En el testimonio que ofrece Lino Quintanilla coexisten dos visiones.Una, que al tratarse de su insercin en la comunidad mediante el trmite de unmatrimonio arreglado es reivindicada como de respeto a ciertas costumbresdel campesinado. Y otra, moderna en esencia, que es la revolucin, con su ur-gencia de aportar a la conciencia de clase de los oprimidos, y cuya Verdad es-te militante posee. Ambas imgenes son ilustrativas de una especial combina-cin entre las representaciones de los indgenas como personajes esencialmen-te ingenuos a los que hay que dirigir, y las nuevas sensibilidades de respeto ysolidaridad con sus expresiones culturales, que es preciso mantener.

    La historia de Quintanilla no es ajena a la prctica de la militancia de iz-quierda en los aos de 1970. Tanto en la ciudad como en el campo, esta prc-tica sola atraer las cooptaciones hacia una causa superior, avasallando las vo-luntades individuales. Candorosamente, la mujer fue una de las piezas subor-dinadas a los intereses de la revolucin. Lino Quintanilla deba insertarse enuna comunidad campesina para realizar su trabajo poltico mediante el nicocamino lcito, el compromiso conyugal, pues en las comunidades andinas elstatus de comunero se adopta cuando se crea una familia. Y as, en 1969, con-cluye que el camino de identificarse con las masas es integrndose a ellas,viviendo en el campo como un comunero, para lo cual decide casarse con unacampesina: El compromiso con mi esposa lo hago teniendo en cuenta las cos-tumbres tradicionales del campesinado de la zona. En ese sentido tuve unavance. No fue con ese mismo inters de integrarme a ellos, no. Sino poco apoco ya iba naciendo en m que eso era correcto, que eso era lo normal y queeso debe ser aceptado como una manera de reivindicar y respetar ciertas tra-diciones del campesinado. Fue as, asegura Quintanilla, que siguiendo la cos-tumbre campesina e imaginamos que venciendo sus resistencias citadinas,pues declara que tuvo un avance al reivindicar y respetar las tradiciones andi-nas pide la mano de su futura esposa bajo los rituales de la comunidad.

    Como era previsible, el militante encontr resistencias en sus futuros sue-gros, principalmente en su suegra, que rechazaba entregar a su hija a un mis -ti. Y en la mejor tradicin romntica, los obstculos incentivaron el inters de

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  • Quintanilla, pues ante la oposicin: All comprend que de la joven campesi-na me haba enamorado de verdad, a pesar de que hasta la fecha no haba cru-zado una sola palabra con ella, pues la haba visto en dos oportunidades, pe-ro muy de paso. Aceptando que haba vacilado al sumergirse en las pre-mo-dernas aguas de las tradiciones andinas por las que se solan concertar com-promisos nupciales sin el conocimiento ni consentimiento de las mujeres, elmilitante reconsidera: Es aqu donde encuentro la gran diferencia con mi po-sicin inicial que despus me di cuenta que era equivocada, por sacrificar auna joven campesina inconsciente o ajena a lo que yo pensaba. Si hubiera se-guido con esa posicin hubiera tenido problemas con mi compaera, lo quehubiera perjudicado mi tarea de revolucionario.

    Anteponiendo entonces los compromisos de la revolucin al sacrificio deuna joven campesina inconsciente, Quintanilla insiste en su propsito, y suspotenciales suegros lo aceptan. Sin que su futura esposa lo supiera, los fami-liares y amigos de la comunidad organizan el Rimaykuku, la ceremonia de es-ponsales. La novia llega de la escuela y la encierran en una habitacin des-pus de comunicarle la decisin de su inminente matrimonio: Tenan biencuidada a la chica para que no saliera de la casa y de la habitacin, donde es-taban concentrados los acompaantes y familiares [] Luego la chica se pu-so a llorar porque de todas maneras dudaba de m, de que yo no podra serlefiel, que de repente la abandonaba y la traicionaba despus de aprovecharmede su honor; pensara que la actitud de sus padres no era correcta al entregar-la a un hombre extrao, desconocido para ella, procedente de la ciudad. Conpalabras, alcohol, y presin familiar y social de los invitados a la ceremoniade esponsales, la chica se resigna, mientras los festejos continan: Hastams o menos la media noche, ellos calculan el momento para juntarnos en elcuarto preparado, llaman a la chica, nos hacen dar la mano, sus padres le con-versan [] y despus de eso, bueno pues, nos dejan en el cuarto, la hacenacostar a la chica, y luego a m, y despus se van y cierran la puerta con can-dado y ellos siguen tomando (Quintanilla, 1981: 12-15).

    Quintanilla reconoce que dud en el sacrificio de una joven ajena a sus pro-psitos revolucionarios de integracin al mundo campesino, pero luego reconsi-dera su posicin inicial, pues de otra manera, en efecto, su tarea como militantepoltico se hubiera perjudicado: hubiera seguido siendo un misti, un hombre pro-cedente de la ciudad, un extrao a los comuneros. Acto seguido, desbroza el ca-mino de su culpa con el argumento del respeto a las costumbres tradicionales dela comunidad, que avalan su conducta y legitiman el compromiso sin consenti-miento de la mujer una chica que llega de la escuela y que sbitamente se en-cuentra comprometida con un hombre a quien no conoce, introduciendo sinembargo en su relato una ptina de modernidad (si consideramos el amor de unapareja como un valor moderno): l se ha enamorado de la joven, pese a que slola haba visto un par de veces, al paso, y que nunca haban conversado.

    Reconciliadas sus mltiples identidades la de militante izquierdista, la de in-geniero citadino y la del andahuaylino de Talavera a travs de su expresa volun-tad de revolucionario, de comunero enamorado y de profesional de la ciudad perorespetuoso de la tradicin, Quintanilla inicia su vida de pareja. Estos comienzos,

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  • recuerda el militante, no fueron fluidos. Su esposa lleg a objetarme en el sentidode que yo dedicaba mi tiempo ntegramente al campesinado y a sus luchas y pen-saba que eso era incorrecto, ya que no poda trabajar casi en la chacra y no tena-mos ms con qu pasar el ao. Por encima de todas las cosas, estaba su dedica-cin como dirigente gremial, asegura, y son entonces sus suegros quienes trabajanpara la subsistencia de su nueva familia; tampoco estuvo presente en el nacimien-to de ninguno de sus hijos, que fueron atendidos por sus familiares. Y concluye:Cul ser la suerte de mi matrimonio? Bueno, yo pienso principalmente que mihogar debe estar supeditado a la lucha de clases. Yo creo que mi esposa ha llegadoa comprender ya en forma avanzada este problema (Quintanilla, 1981: 18-19).

    El compromiso conyugal le dio entonces a Quintanilla la posibilidad deasumir una identidad de comunero, una va de integracin necesaria para sustareas en la militancia poltica. Como hemos sealado, hizo esto respetandolas costumbres tradicionales de matrimonios arreglados que, segn los estu-dios de De la Cadena (1992) y Pinzs (1998), perduran an hoy en algunas co-munidades andinas de altura como un patrn social de alianzas familiares.Pero una vez logrado esto, la militancia absorbe a Quintanilla, y la tradicindel comunero andino de trabajo del campo, el ayni y las responsabilidades fa-miliares se diluye. Montoya asegura en su prlogo que su entrevistado fue uningeniero que se volvi campesino, pero por la narracin se intuye que su mar-cador cultural como comunero campesino fue su (laxo) compromiso conyu-gal: desde pequeos sus hijos fueron dejados al cuidado de los abuelos y otrosfamiliares, no trabajaba el campo, no asuma responsabilidad por su familia,dependa de sus suegros. El respeto a la costumbre tradicional, en este caso delas tareas de un comunero andino, se resemantiza y da un giro a la luz de lasobligaciones de la revolucin y la lucha de clases. Como asegura Degregori(1995: 312), en tanto clase y etnia se superponen, pues los campesinos pobreseran mayoritariamente comuneros quechuas o aymars, reivindicar al campe-sino a nivel terico y a nivel poltico como fuerza principal de la revolucinsignificaba reivindicar al indio a nivel social, y lo andino a nivel emocional.

    La izquierda, en cuyas fuentes aplacaron su sed de compromiso socialcentenares de activistas feministas, dej estrechos mrgenes para mondar elncleo duro de la representacin social sobre los indgenas; stos continuaronsiendo infantilizados por su escasa posibilidad de acceder a una propuestaesencialmente moderna como la organizacin marxista-leninista y sus objeti-vos. As, al iniciar su trabajo poltico en la zona, Quintanilla advierte que enAndahuaylas prcticamente no haba ningn tipo de organizacin gremialdel campesinado; a lo ms, la organizacin tradicional de las comunidades yeso, slo en algunas comunidades. El militante, siguiendo las consignas delpartido, encuentra a otros compaeros de causa y se decide a impulsar la for-macin de una Federacin Campesina, no en vano una propuesta modernafrente a la tradicional comunidad andina, con la cual van articulando las rei-vindicaciones de los comuneros. Estas eran obras en las comunidades, comoson la construccin de locales escolares, creacin de ms escuelas, construc-cin de carreteras, de canales de irrigacin, hornos, todo tipo de obras de in-fraestructura para la comunidad y que deben hacerse con apoyo del gobier-

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  • no. Todos estos signos de modernidad y progreso aspirados por los campesi -nos no eran suficientes; por el contrario: Lleg un momento determinado enque para las masas eso era lo que tena ms peso, porque ellos entendan alprincipio que esa era su principal reivindicacin. Almas confundidas estos in-dgenas agricultores, por ah no slo no iba la Verdad sino que adems esta-ban haciendo perder la ruta a quienes la posean: Y nosotros casi fuimosarrastrados por esa posicin, concepcin equivocada del campesinado por in-fluencia de los enemigos de clase. Es as que las masas ponan menos intersal problema de la lucha por la tierra (Quintanilla, 1981: 39-42).

    Indudablemente Quintanilla fue un lder del movimiento campesino de ladcada de 1970, rebelado en contra de la expoliacin del sistema de hacien-das, el pongaje y la postracin de las comunidades andinas. Pero su testimo-nio grafica el pensamiento ilustrado de la propuesta marxista leninista, con-texto ante el cual las llamadas solidaridades de clasedesvanecan con su lumi-nosidad cualquier otra consideracin, dejando atrs algunas personas sacri-ficadas o por lo menos una, una mujer indgena.

    Aparece en la escena el feminismo

    Estas lneas no intentan una reconstruccin de la segunda ola del feminis-mo en el Per, aunque quiz s sera til resumir sus coordenadas: limeo locual no es de extraar por el centralismo del pas, de mujeres que en la dca-da de 1970 tenan entre veinte y treinta aos de edad, universitarias, de clasemedia o media alta, con algn pasado o presente en la izquierda marxista y/oen la vertiente radical de la Iglesia Catlica. Podran ser slo distancias geo-grficas y algunos aos los que separan a las feministas peruanas de sus com-paeras de ruta en los Estados Unidos y Europa, pues al igual que ellas las re-beldas tieron y quebraron sus tempranas lealtades con sus clulas de iz-quierda, aunque a inicios de los aos 1970 el feminismo local fue, fundamen-talmente, un feminismo auto-declarado socialista.

    Las prcticas, en los comienzos, tampoco fueron diferentes de las de otraslatitudes: la afirmacin del ser, la defensa de un coto cerrado, la clarividen-cia de la verdad. As, interrogada respecto de porqu la situacin de las muje-res indgenas no fue considerada en esas primigenias elaboraciones, una femi-nista record: En el feminismo empezamos nuestra lucha a partir de noso-tras mismas. Era necesario mirarnos el ombligo y darnos el tiempo, a noso-tras, mujeres urbanas de la clase media, para reafirmarnos, porque haba mu-cha gente contraria a nuestras ideas. Y posiblemente, como acot otra perso-na entrevistada, stas y otras ausencias significaron prdidas para reelaboraruna propuesta ms inclusiva y nacional, pero: creo que perdimos, pero tam-bin creo en los procesos, y el feminismo ha sido un proceso en nosotras, deir aprendiendo desde nosotras mismas. Desde los talleres de autoconciencia:quin soy, qu quiero. Luego, compartir esto con las mujeres ms prximas.

    Las corrientes subterrneas, en tanto implcitas, de la verdad universal delfeminismo y sus diagnsticos y estrategias comunes a todas las mujeres, no

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  • fueron un fenmeno peruano o exclusivamente andino: en los Estados Uni-dos es recin en la dcada de 1980 que se inaugura una nueva fase del debatefeminista, el de las diferencias entre mujeres, bsicamente como resultadodel impuso de activistas negras y lesbianas que consideraban que la corrientecentral del feminismo no haba atendido sus particularidades, manteniendosus voces minoritarias en los mrgenes de las elaboraciones tericas y en laprctica poltica. Se haba universalizado falsamente la situacin especfica delas mujeres blancas, de clase media, heterosexuales y ocultado la manera enla que ello afectaba las jerarquas de clase, raza, etnia y sexualidad. Al ocul-tarse importantes diferencias entre las mujeres no se haba cimentado la soli-daridad, sino el dao y la desconfianza (Frasier, 1997: 237).

    En contraste con los otros dos pases de la subregin andina donde activanimportantes movimientos indgenas, en el Per, salvo asociaciones de grupostnicos amaznicos, no se perfilan organizaciones de este tipo, lo cual hace di-fcil rastrear un cuerpo de opiniones sobre el feminismo desde las mujeres an-dinas. Pero la desconfianza hacia el feminismo emerge en pases con un fuer-te movimiento indgena, como lo sugieren los documentos oficiales de las reu-niones de las mujeres indgenas ecuatorianas realizadas en 1994 con el auspi-cio de la Confederacin de Nacionalidades Indgenas del Ecuador (CONAIE).En ellos se rechaza al movimiento feminista, por considerar que slo defiendenlos intereses de las mujeres, sin preocuparse de otros problemas sociales comola discriminacin de los pueblos oprimidos, que es ejercida por la clase alta.Las feministas seran personas a m b i c i o s a s a las que slo les interesa el dine-ro, y que contribuyen a ahondar la discriminacin tnica al obligar a las ind-genas a realizar el trabajo domstico (glosado en Minnaar, 1998: 72).

    Desde la otra orilla, las feministas peruanas entrevistadas resienten lo queentienden como un reclamo a su prctica activista, que soslay a las indgenas,con el argumento unitario sobre las cadencias del proceso: A las mujeres andi-nas, las entiendes, o por lo menos piensas en ellas, cuando ests frente a frente,cuando te metes a una comunidad y las escuchas. Y adems, s pues, hay unadificultad real y efectiva para que t pienses en abstracto en alguien. En suspercepciones de veinte aos atrs, lo andino, el mundo andino, la mujer andi-na, son recreados en las voces de las feministas subrayando su insularidad, co-mo una parte desgajada del todo, y por lo tanto extraa, ajena. Para Henrquez(1999: 28) la relacin de superioridad-inferioridad entre lo espaol y lo indge-na, visible en la prctica y el discurso del perodo colonial y la repblica, condu-ce a negar una parte de los referentes de identidad de las y los peruanos: lo an-dino, lo inferior, lo devaluado. A contracorriente de un discurso de integracinformal y legal, se habra gestado un complejo identitario enraizado en el sen-tido comn que alude a sensibilidades y estereotipias. Como lo acept una delas feministas entrevistadas: Definitivamente hay un sentimiento de superiori-dad, pero creo que es porque somos portadoras de la cultura, del progreso en elmundo, no podemos negarlo. El mundo occidental, moderno, cristiano, blanco,es el que ha trado la salud, las comunicaciones, el aumento de la esperanza devida. Y como nosotras somos parte de esa cultura, de ah viene un sentimientode superioridad a todas las otras culturas que no son portadoras de esas ideas.

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  • Para algunas investigadoras que han analizado la difcil conjuncin entreel tema del racismo y el feminismo en Europa, la causa del silenciamiento so-bre este ncleo de la discriminacin residira en que las feministas, en la d-cada de 1970, focalizaron al patriarcado como el eje central de la subordina-cin, el cual extenda su manto sin pliegues hacia todas las mujeres indepen-dientemente de su pertenencia tnica, clase social o edad. As, el racismo nofue una preocupacin del movimiento feminista, pues era slo un componen-te ms del sistema social que oprima a todas, incluyendo a las mujeres blan-cas. Junto a esta visin, calificada de etnocntrica y occidentalizante, el mar-xismo feminista, al priorizar la clase y las relaciones de produccin en susanlisis sobre la situacin de la mujer, tampoco incorpor lo racial como unade las coordenadas de su opresin (Anthias y Yuval-Davis, 1993: 105).

    Reconociendo que, en efecto, una de las influencias ms poderosas en elfeminismo de treinta aos atrs fue el socialismo, es posible que las distanciascon el mundo andino se hayan ahondado con la visin unidimensional de lasmujeres indgenas como campesinas. Posteriormente, con la justificacin delas barreras geogrficas y de lenguaje, la pretendida sororidad del feminismose diluy al sobrepasar los 3.000 metros sobre el nivel del mar. En todo caso,el reconocimiento de la opresin primero en las lderes feministas, y la con-viccin de la validez de este nuevo apostolado para todas las mujeres, imper-meabilizaron la posibilidad de una confluencia con las pobladoras de los An-des y la disyuntiva de imaginar estrategias diferenciadas. As, como aseguruna de las entrevistadas, a las andinas, no las miraba para nada. Mi supues-to era que las mujeres urbanas jalaran a las mujeres rurales. O sea que cual-quier avance para la mujer urbana, para la mujer de clase media, para la mu-jer moderna, iba a repercutir en ellas, se iba a dar un proceso que iba a arras-trar las reivindicaciones de las dems.

    Como se mencion al inicio de este captulo, los colectivos feministas setransformaron en Centros de Accin e Investigacin que se institucionalizaroncomo asociaciones sin fines de lucro y recibieron aportes de las agencias deCooperacin Internacional. Las ms importantes organizaciones feministas seasentaron en Lima algo ms de veinte aos atrs, y sus actividades combina-ron la asesora y capacitacin en organizacin a las mujeres de los barrios po-pulares de la ciudad, as como a las dirigentes sindicales. Para muchas de lasprofesionales-activistas que no provenan de la izquierda, el encuentro con es-tas otras mujeres de diferentes orgenes y necesidades ms inmediatas que lasde sus animadoras fue tambin parte de un aprendizaje. En otras palabras, in-cluso antes de imaginar las articulaciones de estos grupos con las indgenascampesinas, ya el proceso de contacto con la poblacin femenina de otros sec-tores sociales pudo ser la causa de un prematuro desaliento: Yo las empiezoa mirar [a las mujeres del Ande] a travs de un proceso, cuando empezamos atrabajar con las mujeres obreras. Yo vea tanta distancia en la lgica de fun-cionamiento de estas mujeres y nosotras, que me pona a pensar: si as son lasobreras que ya estn aculturadas cmo sern las otras!. Pero era un mundotan complicado que yo deca, no me quiero ni complicar ni meterme con eso,eso ser tema de los antroplogos.

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    EL MUNDO AL REVS

  • Las actividades de difusin de derechos de las mujeres, de atencin a la sa-lud reproductiva, y otras que estuvieron en la base del activismo feminista, se di-fundieron en zonas urbanas sin consolidar, pobladas por miles de migrantes an-dinos que buscaban su inclusin en los beneficios del progreso negados en suszonas rurales de origen. Pero en la medida que el acto de migrar era el inicio deuna ruptura con el pasado, una cierta negacin de sus races por lo menos ensus expresiones ms visibles, como la vestimenta y el idioma, lo andino apare-ci desdibujado para las activistas. As, varias feministas entrevistadas que reali-zaron un trabajo directo en asentamientos humanos recuerdan que las mujeres,fundamentalmente jvenes migrantes, se vestan igual que ellas con blue jeans ycamisa de algodn de la India, y que las mayores slo recuperaban su identidadandina para recordar sus difciles comienzos en la ciudad, la formacin de su fa-milia, la consolidacin urbana de sus barrios. As, como recuerda una activista:Inicialmente, creo que no diferenciamos mucho si eran andinas o rurales o ur-banas. Empezamos a trabajar en una zona urbano-marginal y ah ellas nos con-taban cmo haba sido la migracin. Entonces, las empezamos a ver como andi-nas a travs del trabajo urbano-marginal, con mujeres que contaban su historia,la mayora de historias de su mam, ms que la de ellas. Y entonces ya no era ladefensa de lo andino en ellas, sino un recuerdo de mi pueblo.

    Es posible que tambin las migrantes de los barrios populares hayan se-llado un pacto de complicidad con las feministas: el salto de su condicin demujeres andinas de zonas rurales a pobladoras activas en la conquista de laciudad desdibuj la identidad indgena, reemplazndola con las estampas cos-tumbristas del recuerdo de mi pueblo, y facilit as la comunicacin con lasfeministas urbanas. En conclusin, como sintetiz una feminista: Nosotrashemos estado unos veinte aos en el feminismo. Creo que primero entendin-donos nosotras que fungamos ser de izquierda, una izquierda ms estatizada,no s, cmo piensas en las mujeres en esa revolucin. Despus, luchando porlo familiar y lo personal, con tu ambiente; luego con lo urbano-marginal. Lle-gar a lo andino, sin idioma, sin que vengamos de la sierra, sin que seamos an-dinas, es bien lgico que no lo pensramos. Y yo creo que vamos a necesitarmuchos aos ms, porque es entender un modo de pensar distinto al nuestro.

    El engranaje de un nosotros criollo, incluso aceitado por las solidaridadesde la izquierda y el feminismo, no encaj con el otro diferente. Pese a que se bo-rraron las extremistas visiones de indgenas feroces y traicioneros, serviles e in-feriores, en el discurso de las feministas parecieran haberse mantenido los bor-des de un diseo sin contenido, omisiones silenciadas y pospuestas, reiteradascon la afirmacin ya glosada: es muy difcil pensar en abstracto en alguien.

    Notas

    1 En la dcada de 1960, durante la primera administracin del presidente FernandoBelande, se cre la oficina de Cooperacin Popular para la construccin de escuelas,carreteras y otras obras que contaban con la participacin de la comunidad y de estu-diantes universitarios que por primera vez entraron en contacto con las comunidades.

    2 Rodrigo Montoya (1981) Prlogo a Andahuaylas: La Lucha por la Tierra. Testimo-nio de un Militante. Lino Quintanilla, Lima: Mosca Azul Editores.

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