modesta proposición para salir de la crisis héctor d'alessandro
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Parodia de humor negro sobre posibles soluciones a la crisis económica europea.TRANSCRIPT
Modesta proposición para salir de la crisis.
Héctor D’Alessandro
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Venía caminando para mi casa, y me detuve a observar a un grupo de
visitantes urbanos de las ruinas arquitectónicas en que están
convertidos algunos de los malolientes edificios del Raval. Miraban un
edificio bastante mediocre, a medio camino entre construcción
provisional y refugio de guerra, ante cuya visión, aquellos turistas
catalanes hacían todo tipo de bromas obscenas cuyo origen radicaba
en el número 69 que la puerta del inmueble ostentaba. Miren, miren,
exclamaba uno, la casa del Jordi; este tipo de comentarios en los que
suelen entretener el tiempo mientras llega la muerte los nativos de
esta península obsesionados al parecer, aunque sólo verbalmente,
con el sexo pero más que todo con los genitales. Me puse a observar
y escuchar las indicaciones de la chica que ejercía de guía turística,
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quien con su sonrisa daba la aquiescencia a los comentarios
ambientales; que dicho sea de paso están socialmente aprobados por
la tradición. Sus comentarios hacían referencia a algún artista que al
parecer había vivido en aquella covacha en forma de paralelepípedo,
pero no en todo el solar sino en uno de sus cubículos.
No tengo la menor idea acerca de cuánto cobraría esa chica por
hora, tiempo que utilizaría mayormente, supongo, en escuchar todas
aquellas sandeces a las que el público nos tiene acostumbrados. El
caso es que como en un rapto iluminativo acudió a mí la solución
inmediata para todos los males que aquejan a estos reinos —a esta
altura no me atrevo a llamarlos de ningún otro modo— donde parece
que casi todos roban; y digo roban aunque sé que lo políticamente
adecuado sería decir “robamos”. Esa modalidad de dicción falsamente
heroica que hace que la culpa personal se disuelva en la culpa
colectiva y la culpa colectiva, por el mismo hecho de ser colectiva,
parece ser menos culposa si usted se manda la parte de que la
asume. Aunque en el fondo, y también en la superficie, usted y yo
sabemos que somos unos hipócritas y que nadie quiere asumir nada.
La laxitud moral es lo más similar que pueda existir a una casa de
muchas puertas o, para hacer uso de una mayor exactitud: una casa
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con muchas salidas. Es algo así como si la gente dijera “uno nunca
sabe que puede uno en determinadas circunstancias llegar a hacer”,
por lo tanto, lo mejor será que las leyes sean laxas porque no otra
cosa querré si a mí se me pone a tiro uno montón de dinero fácil y de
dudosa legalidad.
Esta necesaria introducción hace referencia o lo pretende al clima
general que vivimos actualmente en este país al que siendo extranjero
he llegado a amar aunque la administración y las diferentes corrientes
sociales intenten confundir el objeto de mi amor. La verdad es que uno
acaba no sabiendo exactamente en dónde está, pero puesto a
justificarme diré, acudiendo a las palabras de un gran político
traicionado en estas tierras por todos, lo cual, en estas tierras, habla
muy bien de su persona política, que amo el lugar en que estoy, con
independencia de que en el día de mañana o de pasado mañana, viva
en otro sitio. Uno es de donde está, es lo que dice esta banal
sentencia, y con ella doy por zanjado provisionalmente este importante
tema que trae a muchas personas bien y mal pensantes de cabeza o
al menos lo dicen; al menos los que cobran por fingir una honda
preocupación ante los hechos sociales o políticos.
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Yo no diré tamaña bobada; me refiero a la preocupación, honda o de
superficie, puesto que soy de los que se ocupan de verdad y con
sinceridad por los objetos de su pasión.
Paso entonces a exponer el objeto de mi iluminación y el plan que en
consecuencia podría aplicarse. El caso es que me detuve ante aquel
grupo absurdo de personas absolutamente banales que realizaba
aquella inocua actividad que contribuye al objetivo de rellenar los
espacios vacíos entre el nacimiento y la muerte y que a ellos le
procura satisfacciones sin límite que expresan profiriendo grititos de
bienestar y alegría o de franco disfrute y a la economía general un
aumento en los números que los popes del área presentan una vez al
año con ceremonia y boato necesarios. Y al detenerme ante ellos
acudió a mí una suerte de torrente ígneo de intensas ideas
alumbrativas; al sentirme alumbrado tomó posesión de mi persona y
de mi cuerpo una suerte de euforia explosiva que de no explayarme a
mis anchas en este documento que mañana sin falta comunico a las
autoridades y a las organizaciones que estén más a la moda para
convertir este tipo de ideas en realidades concretas.
Al verlos así, tan interesados mirando a lo alto del edificio y al
parecer disfrutando del panorama acudieron a mí de modo inmediato
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las cifras estadísticas de accidentes, de películas y sobre todo de
géneros, como suele decirse, “taquilleros”, y todo tipo de datos que
confluían en un sentido. Nuestro país, ya me siento de aquí y sé que
esto le procurará algún tipo de orgasmo a ciertos tipos de personas,
vive históricamente del turismo y de un cierto grado de “diferencia”
convertida en acuciosa llamada publicitaria. Aquí hay que ser
diferente. Entonces pensé que podemos aprovechar al máximo la
oleada de suicidios y de diferentes tipos de actos inusuales en el
panorama social que dejando librado a la imaginación de las personas,
y aquí la prensa nunca para de decir que originalidad e imaginación
sobran, por lo cual se me ocurrió que podríamos organizar una suerte
de servicio donde los futuros suicidas, por el motivo que sea,
desahucio, depresión, esnobismo, comuniquen su intención y los
datos concretos donde tal actividad se llevará a cabo, para que
acompañados del conjunto necesario y adecuado de turistas y con un
servicio más esmerado de guías turísticos debidamente preparados
para la ocasión, y pactando (evidentemente, esta palabrita tenía que
colocarla en alguna parte del documento) unos mínimos con las
autoridades, arreglarlo todo de tal manera que esos actos originales y
distintos que se están dando de un modo frecuente —lo cual vendría a
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demostrar el grado de desarrollo de la imaginación de los ciudadanos
en nuestra nación o estado— no se vean interrumpidos en su
desarrollo estrictamente voluntario por una nonada de prurito legalista.
Las perspectivas resultan formidables, actualmente las autoridades
niegan y los grupos indignados indican que cada 8 minutos se expulsa
a una familia de su hogar. Esto nos otorga posibilidades inmensas de
desarrollo turístico y una vida social animada y llena de variedad.
Imaginen una publicidad debidamente orquestada, aquí tenemos
grandes magos de la comunicación y relacionistas públicos con
vínculos en reinos caníbales como Qatar u otras zonas oscuras del
planeta rebosantes de dinero y para qué lo vamos a negar, el atractivo
de venir a un reino a presencia muertes violentas de seres humanos
—evitando claro está que un cuerpo de esos te caiga encima, dado
que algunos de estos seres creativos se lanza por los balcones, una
cuestión que bien podría resolver el departamento de tráfico que
siempre está ávido de actividad— es algo mucho más interesante que
presenciar la sangría repugnante y lenta de ganado bovino, como
hasta hace poco se practicaba por estas zonas. (Yo sé que alguien me
va a salir con alguna bobadita psicológica por la cual me intentará
explicar que la sociedad se deshacía de nada menos que la “part
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maudite” por la vía del ganado bovino y que ahora en cambio por una
suerte de transmutación libidinal y energética ese parte maldita está
siendo desvinculada del cuerpo social de este otro modo. A todo esto
le digo que teóricos de la paranoia y del absurdo los hay de sobra pero
ante la posibilidad de recuperarnos del paro e incrementar los
números de nuestra productividad nada hay que pueda oponerse; es
mi juicio y creo que el de la mayoría de los ciudadanos sensatos; iba a
decir “bien nacidos” pero me pareció excesivamente demagógico.)
Nos convertiríamos de este modo no sólo en el soñado ideal de país
“diferente” sino también en una suerte de ciudad Gótica donde los
buenos ciudadanos mirarían con anhelo e ilusión bondadosa a lo alto;
porque sabrán que cuando el aire silba en lo alto, un cuerpo está
cayendo y nuestra economía estará subiendo y con ella el orgullo de
haber sabido salir de esta situación juntos y codo con codo y
apoyando siempre el mayor anhelo de cada cual y mostrando
asimismo un inmaculado respeto por la sagrada decisión libre e
individual. Al fin y al cabo, somos la patria de Mar adentro, ese canto a
la muerte respetada del otro que viene a ilustrarnos en nuestra vida
con un montón de valores y bla bla bla.
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Creo que contamos además con toda una tradición cultural, como se
mencionaba en el anterior párrafo, que permite tomar la delantera en
este ámbito del desempeño turístico. Basta de ir a la cola de todos y
que nos estén ayudando y rescatando. Ciudadano, quiere matarse,
mátese, pero hágalo de un modo enteramente altruista, llame ahora a
la oficina de turismo más cercana.
Creo que a poco de comenzar y en cuanto nuestra gente que es tan
espabilada y “echada palante” y que siempre sabe dónde hay una
ganancia sabrá ver los beneficios de la autoinmolación. Pero ya no
será una inmolación inútil, no, de ninguna manera, será una
inmolación en aras de una causa mayor, de la gran causa mayor, la
mayor de las mayores. Ya estoy viendo las calles cubiertas con
posters “Compatriota mátate.” Y la cola de gente anotándose en las
filas de los candidatos a morir; pero claro, no de un modo enteramente
inútil, que la familia se lleve un beneficio pecuniario. Yo creo que con
la demanda que todo esto tendrá pronto el mercado se autorregulará e
incluso ese sector prosperará sin igual. Luego además ya mi mente se
lanzó en picado y comencé a elucubrar las otras posibilidades
necesarias y evidentes. Surgirán como setas luego de la lluvia un
montón de eufóricos que harán innovaciones, surgirán evidentemente
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de entre los sectores de la población más exaltada alguno que quiera
realizar algún tipo de atentado con carácter reivindicativo y esto
también habría que fomentarlo, no caer en la tontería histórica de
reprimirlo, que produce el efecto absolutamente contrario, como decía
el sabio Nietzsche, un penado por la ley se vuelve inteligente, y eso no
conviene porque si se vuelve inteligente se le dará por cometer algún
tipo de delito sin resolución, que es el tipo de delito considerado
perfecto por los delincuentes y perfectamente estúpido desde el punto
de vista estético, puesto que no se puede gozar de elementos
cruciales en la construcción de una buena trama pública y
transparente —signos referentes icónicos de nuestra época—,
elementos de un carácter tan gravitante como la identidad del
ejecutante: ¿quién es, qué hace, qué come, en dónde vive, cómo vive,
cuáles son sus pensamientos, qué canta en la ducha, canta en la
ducha o no lo hace, estaría dispuesto a vender los derechos para
hacer de su vida privada una superproducción o permitir el acceso a
su vida con una web cam?
Todo esto, hoy día, señores y señoras, permítanme que les diga
que son elementos sustanciales en la planificación de cualquier
estrategia que vaya a producir un mínimo de éxito.
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Piensen que en el momento en que un grupo pequeño de
ciudadanos se decida a abrazarse con alguno de nuestros amados
gobernantes munido de un salvavidas rellenito de dinamita o cualquier
otro tipo de explosivo, esto también producirá una corriente imparable
de optimismo, puesto que el paro se verá reducido en varios puntos, y
sólo debido al área de la seguridad de personas y bienes. Imaginen
una sociedad en la cual la mitad de la población esté intentando
asesinar mediante algun medio a la otra mitad y en el medio una
barrera humana de empleados de seguridad — ¡lo cual estará
hablando de un paro tendiente al cero!— protegiendo las vidas de
unos frente a los ataques de los otros. En fin, un orgásmico paraíso de
bienestar e intensidad vital sin límites acorde a nuestras más caras
tradiciones sangrantes, ¿quién quiere toros? ¡Vaya paparrucha!
Sólo hace falta, para rentabilizar todo este tipo de acciones
explosivas, darle a todo este conjunto de eventos un nuevo significado
productivista; no tenemos porqué caer en los calificativos de hombre
bomba y otros apelativos estruendosos que nos vincularían a
tradiciones más cerriles como los hombres bomba de la derecha
estadounidense o los islámicos de tan mala fama. No, en nuestro
caso, se trataría de “colaboradores”. ¿No estamos acaso en el país
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propiamente de la “colaboración”? Yo lo he escuchado esto toda la
vida que llevo aquí. Estás en una empresa con una contrato de
dudosa legalidad o al menos el contrato es legal pero tu actividad nada
tiene que ver con lo que dice el contrato. Pues tú eres un
“colaborador”. Tú te dejas la sangre para otro pero lo haces como
autónomo, de otro modo ese otro no te acepta, tú eres un
“colaborador”. Tú trabajas hace años para tu familia y lo mismo hacen
todos tus parientes y no se registra estatalmente esa actividad porque
tú eres de la familia y te riges por unos principios solidarios, tú eres un
“colaborador”. Nosotros aquí no somos talibanes ni ningún otro tipo de
animal, somos gente colaboradora. Yo fue lo primero que aprendí: a
colaborar. Además colaborar forma y tonifica el carácter porque a
veces te asaltan deseos asesinos contra la persona que te permite tu
actividad colaborativa; y eso, quieras que no, te aporta una formación
y también te tonifica. Y forma y tonifica mucho, lo sé por experiencia
propia.
Pues este tipo de colaboradores que cada poco tiempo cumplirán
con una actividad debidamente legalizada en aras del bienestar
general se podrán inscribir a tal efecto en una oficina que no sólo tome
nota de cara a mejorar el carácter general del evento sino que además
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puede ejercer algún tipo de apoyo o auspicio técnico que le dé una
cierta rimbombancia al hecho que sea y evidentemente la necesaria
cobertura identitaria para que la sorpresa sea real; que el político,
banquero, juez o funcionario genérico que sea que vaya a morir por
medio de un atentado o cualquier otro tipo de ingenio o artilugio goce
de la sorpresa verdadera que permite además de la espontaneidad, la
obtención de unas grabaciones audiovisuales que pueden resultar
muy interesantes si estamos pensando en nuestra sociedad vinculada
en red.
A tal efecto se podría incluso requerir de la asesoría profesional de
tantos y tantos antiguos colaboradores de distintos tipos de bandas u
organizaciones que llevaban adelante asquerosas actividades
delictivas sin ningún tipo de provecho general.
Por otro lado, tampoco se debe descartar la posibilidad de que algún
personaje impredecible se salga del cauce y quiera realizar
actividades de este tipo que además poseen una interesante
dimensión de autorregulación demográfica que no se debe descartar,
puesto que en definitiva, seamos serios, esto también cuenta y,
aunque a los devoradores de periódicos no se les haya informado en
su día, ya sabemos que hay sociedades enteras que quieren morir a
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mayor o menor velocidad y no debemos dejar de trabajar con ese
vibrante y nuclear aspecto del asunto.
Estas salidas de tono se producirán necesariamente y la pena será
que se tratarán justamente de acciones desperdiciadas de todo punto
de vista; por lo cual convendría además de tomar nota, proveer en
cuanto haya atisbos o se produzca uno de esos lamentables hechos la
solución para que no vuelvan a suceder. La sangre, toda dentro del
marco de la ley y el bienestar general.
En fin, que se abren grandes perspectivas ante nuestra asombrada
mirada. Grandes cambios se avecinan y no podemos siquiera imaginar
los niveles que llegaremos a alcanzar de desarrollo en el área de la
muerte pública y otro tipo de acciones de sangre que se puedan
contener en el marco de una acción empresarial y turística concertada.
Muchos elementos culturales contribuyen a sustentar la seguridad del
éxito en nuestro proyecto, el deseo general de la gente de presenciar
muertes y en el caso concreto de nuestro país, las películas más
tristes y bochornosas en torno al fenómeno de la muerte, películas
además de un tenor depresivo que a las personas parece gustarles
con delectación, hablan a las claras de un vibrante interés por la
muerte y todo lo que la rodea.
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No caeré en vivas a la muerte porque esa frase está demasiado
vinculada ideológicamente a unos hechos que nada tienen que ver con
este promisorio futuro que tenemos ante nuestros ojos y que ahora,
gracias al contexto histórico y al desarrollo tecnológico, no sólo
podemos verlo con claridad sino también explorarlo y desarrollarlo
para que alcance su máximo rendimiento.
En tiempos de crisis algunos saben ver las oportunidades. Sé tú uno
de ellos, deja a tu familia con una mejor situación, si te preguntabas
qué podías hacer por tú país, esta es la respuesta, ponte en contacto
con nosotros para que podamos darle el mayor rendimiento a tu gesto,
y no lo dudes: mátate ya.
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