mitomanías de las educación argentina - alejandro grimson

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https://mega.co.nz/#F!tIRxRYqS!ggXKEjiPOgbKGjVajS4CxwSe sabe que en cada argentino se esconden un director técnico de fútbol y también un “experto” en educación, capaz de diagnosticar los grandes problemas de la escuela y prescribir recetas mágicas para solucionarlos. Todos nos sentimos autorizados a hablar de la educación, porque fuimos a la escuela o porque volvimos a ella como docentes o como padres. El problema no es que opinemos, sino que esas opiniones se conviertan en estereotipos, que en un extremo consideran a la educación como la culpable de todos los desastres nacionales y, en el otro, como la única institución sagrada que nos queda. “A la escuela pública de antes asistían todos, desde el hijo del obrero hasta el hijo del médico”, “Antes la educación era de mejor calidad, y además había orden y disciplina”, “Hay que adecuar la escuela a las demandas del mercado”, “El maestro perdió autoridad”, “La educación mejoraría automáticamente si se invirtiera más”, “La culpa la tienen los sindicatos”, “La política no debe entrar en la escuela”… Todos alguna vez oímos, pronunciamos y hasta defendimos ideas como estas. Y no es raro, porque son comunes en los medios de comunicación, en las salas de profesores, en la sobremesa del domingo o en las charlas de café. Son nuestra mitolandia educativa. Con reconocidas trayectorias en los campos de la educación y las ciencias sociales, Alejandro Grimson y Emilio Tenti Fanfani revisan cada una de esas creencias, no para levantar un dedo acusador o para demostrar que son enteramente falsas, sino para analizarlas y contrastarlas con datos y argumentos. Si se han convertido en arraigados lugares comunes, es porque tienen su parte de razón y tocan un nervio de la sociedad. Lo malo es que, con su pretensión de verdad absoluta, se han vuelto auténticas mitomanías que nos impiden pensar. Por eso, antes que ignorarlas, hay que ponerlas en cuestión para construir, sin prejuicios, la educación que merece una sociedad que aspira a ser democrática e igualitaria.

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Page 1: Mitomanías de Las Educación Argentina - Alejandro Grimson
Page 2: Mitomanías de Las Educación Argentina - Alejandro Grimson

Índice

Agradecimientos

Introducción

1. Mitos de la decadencia educativa

2. Mitos sobre los alumnos

3. Mitos sobre los docentes

4. Mitos sobre lo que la escuela debe enseñar

5. Mitos sobre la autoridad, el orden, la disciplina y la violenciaescolar

6. Mitos sobre la escuela pública y privada

7. Mitos sobre la educación y la igualdad

8. Mitos sobre las soluciones mágicas para la educación

9. Mitos sobre el presupuesto y el federalismo

10. Mitos sobre las universidades

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Agenda para el futuro: cierre y aperturas

Referencias bibliográficas

Otros libros de los autores

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colecciónsingular

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Alejandro Grimson y Emilio Tenti Fanfani

Mitomanías de la educaciónargentina

Crítica de las frases hechas, las medias verdades ylas soluciones máginas

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Alejandro GrimsonLos mitos de la educación argentina // Alejandro Grimson y Emilio TentiFanfani.- 1ª ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2014.- (colecciónSingular)E-Book.ISBN 978-987-629-496-61. Historia de la Educación Argentina. I. Emilio Tenti Fanfani.CDD 370.098 2

© 2014, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Diseño de original de cubierta: Juan Pablo CambariereAdaptación de cubierta: Eugenia Lardiés

Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI EditoresArgentina

Primera edición en formato digital: septiembre de 2014

Hecho el depósito que marca la ley 11.723ISBN edición digital (ePub): 978-987-629-496-6

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Borges: El estilo de T. S. Eliot es desesperante. Dice algo yen seguida lo atenúa con un quizás o un según creo, o leresta importancia reconociendo que en ocasiones locontrario es cierto. A veces me parece que lo hace parallenar papel, porque hay que escribir un artículo.Bioy [Casares]: Yo creo que es porque cuando dice algoteme exponerse, por haber cometido una inexactitud. A mí,por lo menos, me pasa eso, pero creo que los autoresdeben atenerse a tener afirmaciones un poco audaces, enla inteligencia de que el lector comprenderá que no hayque tomar todo literalmente y contribuirá con las dudas.Por un ideal de nitidez y simplificación hay que tener elcoraje de afirmar algo a veces.Borges: Goethe declaró que esas palabras como quizá,según me parece, si no me equivoco, deben estarsobreentendidas en todos los escritos, que el lector puededistribuirlas donde lo juzgue conveniente y que él escribíacómodamente sin ellas.

Adolfo Bioy Casares, Borges, ed. abreviada, Barcelona,Back List, 2010, p. 60.

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Agradecimientos

Un libro siempre es un proyecto colectivo, hecho deconversaciones, debates, textos y voces de otros. Este no hubierasido posible sin la generosidad de Gabriel Noel y LeandroBottinelli, quienes colaboraron con datos, informaciones,sugerencias y críticas. Hemos entrevistado y consultado adiversos colegas, docentes, periodistas y funcionarios paraconstruir este texto. También ha colaborado con nosotros MaríaSoledad Córdoba, reuniendo y procesando información.

Por supuesto, ambos agradecemos al Conicet y a lasuniversidades en las que trabaja cada uno –la Universidad deBuenos Aires y la Universidad Nacional de San Martín–, porquelas instituciones públicas facilitan y tornan posible realizarinvestigaciones y libros como este.

Emilio agradece muy especialmente a Silvia, su queridacompañera de toda la vida. También a los colegas, maestros,profesores y directivos escolares de la Argentina y otros paísesde América Latina, con quienes compartió la experiencia de lainvestigación y la enseñanza.

Alejandro agradece a sus compañeros del IDAES y la UNSAM,y muy especialmente a su madre María Rosa Glasserman, a supadre Wilbur Grimson, a sus hijos Matías y Lucas, y a sucompañera Lucila.

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Introducción

Todos conocemos la escuela. ¿Verdadero o falso?

¿Usted sabe por qué hay delitos en la Argentina? Porque laescuela no forma a los jóvenes en la cultura del trabajo. ¿Ustedsabe por qué existe la corrupción? Porque la escuela no forma convalores contundentes de honestidad a los futuros funcionarios.¿Cuál sería la causa de la pobreza? Que la escuela no formaindividuos competentes y emprendedores capaces de competir enel mercado global. ¿Por qué no aumenta la productividad del país?Porque la escuela no ha formado a las nuevas generaciones en lacultura del sacrificio. Quizá ya puede adivinar las causas deldesempleo: es que no se forma a los jóvenes con las habilidadesque demanda el mercado. Nada, absolutamente nada de todo lomalo que sucede en este mundo deja de ser una consecuencia deldesastre atribuido a la escuela. Fíjese cómo conducen losautomovilistas y motociclistas, y las picadas de los jóvenes, susborracheras, lo mal hablados que son. Antes esto no pasaba:chicos y grandes conocían los códigos del respeto y el buen trato,y eso porque la educación funcionaba de verdad. Sin duda, “todotiempo pasado fue mejor”.

La distancia abismal entre esta posición –que culpa de todas lasdesgracias del país a los déficits de la educación– y su exactoreverso –la visión de la escuela como una institución sagrada eintocable– da una idea del atolladero en que nos encontramospara pensar la cuestión.

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Todos los lectores de este libro, y no sólo ellos, estáninvolucrados en cuestiones educativas. En efecto: en lassociedades actuales la escuela es uno de los sistemas másincluyentes. Salvo casos excepcionales, todos los adultosargentinos fueron a la escuela: algunos comenzaron antes, otrosdespués; algunos permanecieron más tiempo y alcanzaron losdiplomas más elevados, otros salieron de ella en forma prematura ysin obtener un título. La mayoría “ha vuelto” a la escuela comopadre o madre de los alumnos. Por lo tanto, todos se sientenlegítimamente autorizados a “hablar de educación”. Al menos,todos y cada uno tienen una opinión más o menos formada sobrela cuestión escolar.

Pero las experiencias son muy diferentes. Los argentinos nosomos iguales, aunque lo seamos formalmente ante la ley; nuestrasociedad presenta desigualdades (a veces muy profundas) ydiferencias sociales, regionales, culturales. Las escuelas tampocoson iguales. Por lo tanto, las experiencias y las ideas que cadagrupo tiene de la educación también son muy diferentes. Esto noquiere decir que se distribuyan al azar, sino que individuos quecomparten ciertas características sociales (posición de clase, edad,género, lugar de residencia, religión, grupo étnico) y frecuentaronescuelas parecidas tenderán a compartir un sentido común en lamateria cuando hablen de las cuestiones escolares. Por otra parte,podríamos parafrasear un conocido refrán y decir que cada unohabla según como le fue en la “feria escolar”. No es lo mismo unaexperiencia exitosa que una fracasada, o una regular que otraexcelente. De cualquier manera, si se lo hace con prudencia,siempre pueden identificarse visiones dominantes y dominadas,así como visiones simplemente diversas sobre la educaciónescolar.

Más allá de esa heterogeneidad, los argentinos percibimos la

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educación como un factor clave en la sociedad. Si bien hay paísesdonde es vista como un medio para llegar lo más alto posible en laestructura social (según el modelo del emprendedor o self-mademan, que se abre camino en virtud de sus méritos), en la Argentinaha prevalecido la idea de la educación como un derecho quetiende a igualar y permite la tan ansiada movilidad socialascendente. Se trata de un derecho que el Estado debe garantizarpara que no existan excluidos y para que la formación de losciudadanos sea la base de una sociedad democrática con mejorcalidad de vida para todos.

Ahora bien, los argentinos oscilamos con facilidad entre elorgullo patriotero por las maravillas de nuestro país y unpesimismo exagerado que insiste en convencernos de que somosun desastre. Como no podía ser de otro modo, esa facilidadimbatible para considerarnos los mejores o los peores afectanuestra visión de la educación, que, por excesivamenteesquemática, rehúye la complejidad y los matices. Entre otrosdefectos, esa visión tiende a establecer comparaciones salvajescon el sistema educativo de otros países, para concluir que somosun “caso único”, del todo excepcional.

Ante semejante planteo, respondemos con buenas y malasnoticias: la Argentina actual no es ni perfecta ni desastrosa, y otrotanto ocurre con nuestra educación. Sin embargo, circulan de bocaen boca frases que construyen estereotipos sin matices sobre losdocentes, los alumnos, los padres, la escuela, la nación, lapedagogía. Son fórmulas que implican profundas simplificacionesy no dejan lugar para los grises ni las relativizaciones. Lasescuchamos en muchos medios de comunicación, en los salonesde clase, en las salas de profesores, en las reuniones de padres, enla sobremesa del domingo o en la charla de café.

Este libro fue construido contra esas frases y para deshacerlas.

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Buscamos arrancar las simplificaciones de raíz, porque pensar losproblemas y enfrentar los desafíos exige reponer la complejidadpropia de un fenómeno que nos interpela cotidianamente y mereceser analizado en múltiples dimensiones: histórica, política,económica, y hasta afectiva y simbólica. Nos proponemoscuestionar muchas creencias sociales sobre la educaciónargentina. Porque estamos convencidos de que esas creencias,hoy y aquí, constituyen obstáculos para una mejor comprensión yun debate de calidad sobre la educación que tenemos y la quenecesitamos. Pueden ser creencias de pocos o de muchos, perosobre todo son frases que escuchamos con frecuencia y cumplenuna función: cerrar un debate. Todo lo contrario de lo quenecesitamos y de la apuesta que nos compromete: abrir unadiscusión con argumentos.

Nuestro propósito es aportar otras miradas, en especial las queofrece la investigación social. Los científicos sociales(historiadores, sociólogos, antropólogos, economistas) miran lascosas de la educación como si fueran un “objeto” que está ahípara ser analizado, explicado, interpretado e interpelado. Es decir,la relación de los investigadores con las cuestiones de laeducación es distinta de la que cultivan quienes “hacen laescuela” en forma cotidiana (maestros, directivos, funcionarios delos ministerios), quienes tienen un conocimiento práctico, útil ynecesario para hacer lo que deben hacer.

Es sabido que el diálogo entre los que “saben por experiencia” ylos que saben como resultado del trabajo científico nunca es fácily está plagado de prejuicios y malentendidos. Por eso, contra lasoberbia de los intelectuales que suelen darse como misión criticara otros y justificarse a sí mismos, trataremos de evitar los juiciosinapelables, los esquematismos, las condenas injustificadas. Antelas seguridades a prueba de balas, preferimos promover el debate,

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generar preguntas, hacer comparaciones. Se suele decir que losintelectuales tienen el privilegio de la duda. Podríamos agregar quela duda es como un dispositivo automático, una especie de fuerzaque alimenta la curiosidad y la investigación, una insatisfaccióncon lo conocido cuando pretende una validez universal y parasiempre. Nosotros queremos usar y sugerir la duda como unmecanismo protector contra las verdades absolutas que acechanen todas las mitologías.

Acerca de creencias, mitos y mitomanías

Las frases a que nos referimos, esos lugares comunes de laeducación, muchas veces se contradicen entre sí. Sin embargo,pueden ser sostenidas incluso por una misma persona, según elcontexto, tal como suele ocurrir con el repertorio de refranes, quetanto nos ofrece un “no por mucho madrugar se amanece mástemprano” como un “al que madruga Dios lo ayuda”, para usarsegún la ocasión. En un comienzo, esas ideas fueron pensadas porciertas personas en determinados contextos, pero siguencirculando independientemente de esas circunstancias. Son frasestestarudas frente a los cambios reales, como cápsulasimpermeables. La historia y el tiempo no pueden modificarlas si noreflexionamos críticamente sobre ellas. Son más resistentes que losdatos. A esa obsesión de los argentinos por simplificar parasentirnos satisfechos –si no con el resultado logrado, al menoscon el diagnóstico exitista o catastrofista– la consideramos aquíuna manía: las mitomanías educativas. Estas mitomanías tienden adesentenderse de las miradas complejas que cualquier proceso decambio requiere. Son vallas difíciles de franquear para cualquierintento de instrumentar proyectos de cambio concretos y viables.

Llegados a este punto, no está de más aclarar cómo trabajaremos

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en contra de las mitomanías: no por defender que cada cosa tienematices y debe ser pensada en su contexto, este libro adoptará lasvisiones relativistas hoy tan de moda, esas que sostienen que laverdad no existe y todas las afirmaciones son igualmente válidas.Por el contrario, quienes nos dedicamos a la docencia y a lainvestigación consideramos que no todas las afirmaciones sonequivalentes, ni científica ni moralmente. Para pensar nuestraeducación hacen falta datos, argumentos y análisis con quecontrastar las creencias establecidas. La mayoría de lasmitomanías, al ser así confrontadas, muestran ser verdades sólo amedias, y algunas se revelan directamente falsas. A veces, bastacon cambiar el contexto de una afirmación para que deje de serproductiva y estimulante y se convierta en lo contrario.

En cierto sentido, nuestro método es inverso al del antropólogoclásico que viajaba y residía temporariamente en una isla donde sehablaba una lengua que desconocía y se practicaban costumbresque le llevaba mucho tiempo comprender. Nosotros analizaremosnuestras propias creencias. Ya que en nuestro caso esa distanciafísica del antropólogo con la isla remota no existe, necesitamosconstruir junto a los lectores una distancia intelectual respecto denuestro propio lenguaje. Debemos esforzarnos incluso para hacersociología de nosotros mismos y de las condiciones sociales quehacen posible ese distanciamiento.

Desde luego, no podremos remontarnos aquí al origen de cadamitomanía. Lo que nos interesa es su actualidad y susconsecuencias. Por eso, el libro está organizado en grupos decreencias que giran en torno a temas fundamentales en el ámbitoeducativo: los docentes, los alumnos, lo que la escuela deberíaenseñar, las soluciones mágicas de la educación, la fantasía de untiempo pasado siempre idílico.

Esas creencias nos dicen cómo es la educación y también versan

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sobre qué “habría que hacer” para mejorarla. En el primer caso,tienden a “juzgar” las cosas de la escuela: a definir “lo que estábien y lo que está mal”, “lo que está peor o lo que está mejor”. Enel segundo caso, dicen “lo que habría que hacer para mejorar”,son una suerte de programa político para la educación. Así comoen cada argentino hay latente un “director técnico de fútbol”, enmuchos casos también hay un “economista” o un “especialista enpolítica educativa” capaz de diagnosticar y prescribir recetas yhacer pronósticos. Estas creencias constituyen opiniones basadasen algún tipo de experiencia propia o ajena. Obviamente no tienenla rigurosidad propia de la investigación científica, que estáobligada a conectar las distintas experiencias a partir de ciertasreglas metodológicas. Que la escuela a la que asiste mi hijo seabuena o mala no indica algo específico sobre el sistema educativoen general. Pero la experiencia personal o familiar tiene una enormeincidencia en las opiniones. Y aunque estas opiniones no sesometan a los procedimientos del conocimiento científico, muchasveces tienen una pretensión de verdad absoluta.

Las creencias, contrariamente a lo que piensan algunos, no sonideologías. Estas son sistemas de ideas, conjuntos de términosinterrelacionados, dotados de coherencia lógica y con unaexistencia formalizada, es decir, expresada en principios yargumentos que muchas veces existen en forma escrita. Lascreencias, en cambio, tienen una utilidad práctica y no son “ideas”contenidas en los libros que los intelectuales estudian o escriben.Pero también pueden encontrar lugar en los libros de muchosensayistas y escribas… En efecto: todos tenemos creencias sobrelas cosas de la vida, saberes que nos ayudan a entender el mundoen que vivimos y nos permiten actuar en él. Así, los padres defamilia y los ciudadanos de a pie saben qué es una escuela, qué esel aprendizaje, pero no necesariamente tienen una “teoría” o una

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“ideología” pedagógica o educativa. Por lo tanto, es inútil (operverso) pedirles definiciones y conceptos “claros y coherentes”sobre las cosas de la educación (esto es lo que muchas veceshacemos los sociólogos o antropólogos cuando les pedimosdefiniciones a nuestros encuestados, definiciones que, salvo quesean pedagogos o especialistas en ciencias sociales, no revistenningún interés práctico para ellos).

En un sentido socioantropológico, un mito es un relatocompartido por un número significativo de personas que explicauna dimensión del mundo. Puede ser el fundamento, por lo tanto,de una práctica determinada. También se ha asociado la idea demito a las creencias erróneas o no fundamentadas. A los mitos selos asume como reales, no se los discute. Por eso este libropretende invitar a una reflexión crítica sobre ellos.

Las mitomanías educativas son eficaces porque proveenexplicaciones casi automáticas y “naturales”, por ejemplo, acercade las funciones y problemas de la escuela, así como de lassoluciones que es menester instrumentar. Son fórmulas que estánmás allá de la reflexión. Se supone que un pedagogo o unespecialista en educación tiene representaciones (más o menos“científicas”) de las formas de enseñanza, de la organización delos contenidos del programa escolar. Es capaz de explicarlas,justificarlas y remitirlas, si es necesario, a una o varias “teorías”que tienen su propia historia y sus “padres fundadores”. Pero elresto de los mortales, la mayoría de las veces, tenemos creencias –formas de pensar, de valorar, de actuar– que no necesariamenteson sistemáticas. Si somos interrogados acerca de ellas (“¿Quéopina usted del abandono escolar?”), seremos más o menoscapaces de dar respuestas sensatas, pero la mayoría de las vecesesas respuestas son ex post, es decir, producidas para contestaruna pregunta.

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Las frases hechas, a examen

Para desarmar la mitolandia educativa resulta más sencilloenfrentarse directamente con las grandes distorsiones ofalsedades antes que con las medias verdades. Por esoprestaremos especial atención a estas últimas. Se trata decreencias que, en su mayoría, apuntan a hechos de la realidad, auna experiencia compartida, que “tocan un nervio” de la sociedad,pero que lo absolutizan. Especialmente porque toman la parte porel todo. Al descontextualizar, terminan forzando los hechos en unlenguaje simplificado.

Uno de nuestros objetivos es precisamente la crítica de las fraseshechas: hechas para ahorrarnos el tiempo del análisis y lareflexión. Esas frases que nos resultan tan familiares, que están allíy son una suerte de patrimonio común, nos proveen respuestasautomáticas que muchas veces vienen antes que las preguntas.Todos, de un modo u otro, miramos alguna dimensión del mundocon esas “muletas” del pensamiento. Pero seremos más libres sirecurrimos a ellas conscientes de sus implicaciones prácticas. Poreso es útil preguntarse cómo funcionan esas frases. Todas tienenuna racionalidad. El hecho de que muchas veces no resistan laprueba de la lógica ni la prueba empírica no quiere decir que seandébiles. Más bien indica exactamente lo contrario. Cuando de unmodo u otro están presentes en las conciencias y en elinconsciente colectivo tienen una fuerza muy particular. Tienenpoder.

Cuando se examina su origen, siempre se nota que tienen algúnpunto de apoyo en la realidad, o al menos en una parte de larealidad. Los que consideran que la educación privada es“naturalmente” superior a la que ofrece el Estado no lo hacen porcapricho o porque fueron convencidos o persuadidos de esaverdad por algunos ideólogos sabios y todopoderosos. Sin negar

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la eficacia característica de lo que vulgarmente se denomina“adoctrinamiento”, una creencia se instala, difunde y reproduceporque está apoyada en algún elemento objetivo. Por eso, tantolos partidarios de la educación privada como los adalides de lapública, cuando son interpelados, pueden aportar razonesparcialmente basadas en evidencias empíricas. El asunto radica encuáles de esas evidencias se consideran más pertinentes, y enfunción de qué criterio: el interés individual o particular de unafamilia, o bien el interés y el bienestar generales. No todas lascreencias son igualmente pertinentes y valiosas para el desarrollodel conjunto de la sociedad. Desde este punto de vista, unaspueden ser negativas ya que se constituyen en obstáculos para larealización del interés general, mientras que otras lo favorecen. Alas primeras, en la medida de lo posible hay que removerlas. A lassegundas hay que alentarlas. Y una manera de hacerlo es analizarcómo funcionan, en qué contexto adquieren o pierden sentido, ysopesar sus consecuencias prácticas en determinados campos,como el de la educación escolar.

Las frases hechas y las creencias asociadas a ellas sonpoderosas porque están arraigadas en sentimientos y escritas enel cuerpo antes que en la conciencia. Uno no cambia de creenciacomo cambia de “teoría”, y no basta una “toma de conciencia”para lograrlo. Un ejemplo de creencia es la que induce a preferir lasescuelas privadas a las públicas. Esta “preferencia” no es elresultado de una “teoría” o “ideología” (que las hay, pues paraeso están los teóricos e ideólogos del mercado, ¡que, atención, noson sólo economistas…!) sino de una historia, una tradición y unaexperiencia.

Por eso, aunque un libro no podrá cambiar creencias, sí puedeponer de relieve las frases cristalizadas que a menudo lasexpresan, y así generar dudas y preguntas. Puede abrir debates. ¿Y

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si las cosas fueran de otra manera? Esa es la virtud potencial de lareflexividad. Al tomar distancia de nuestras propias creencias ynuestros dichos más automatizados, los consideramos objeto dereflexión y, al hacerlo, los colocamos fuera del terreno de aquelloque se acepta naturalmente porque “no está en discusión” o “estámás allá de toda discusión”.

Por supuesto, no es posible pensar una sociedad sin “mitos”. Elproblema son las mitomanías, es decir, la incapacidad dereflexionar y tomar distancia respecto de esas creencias que seconvierten en verdades absolutas. Muy lejos de nuestro objetivoestá reemplazar esas verdades por otras. Buscamos, más bien,introducir preguntas e instalar debates. Ese puede ser el comienzode otro modo de ver las cosas, más ponderado, menos absoluto,menos certero quizá, pero también más humano, más acorde con ladiversidad y la complejidad de lo que aquí hemos dado en llamar“las cosas de la educación”.

Este texto es una invitación a los docentes, estudiantes, padres,madres, políticos, dirigentes sociales, periodistas y funcionarios apotenciar el debate sobre qué educación tenemos y qué objetivospodemos y debemos fijarnos. Desplegar este diálogo sin apelar amitomanías es condición necesaria para que la educación puedafortalecer su rol crucial en la construcción de una sociedad másdemocrática e igualitaria.

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1. Mitos de la decadencia educativa

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¿La educación argentina está peor o mejor que antes? Si vamos abuscar datos en la realidad, encontraremos argumentosfuncionales tanto para quienes piensan que está “peor” como paraquienes están convencidos de lo contrario. Si se mira la escuelaactual como un punto en una trayectoria, pueden observarseprogresos, dificultades y retrocesos. Entre los primeros, porejemplo, la expansión de las coberturas, la ampliación de laeducación obligatoria, el aumento del financiamiento educativo, lamayor diversidad de la oferta, incluidas las modalidades paraadultos, especial, intercultural, bilingüe. Entre las dificultades haydesigualdades en el aprendizaje, problemas en la formacióndocente, cierta confusión en cuanto al sentido de la experienciaescolar. Entre los retrocesos se aprecia el debilitamiento de variasinstituciones públicas, incluso de aquellas que fueron un modeloy hoy dependen de los méritos y el esfuerzo personal de losdirectores que les toquen en suerte. La opinión categórica “laescuela es un desastre” tendrá más prensa que la igualmentecategórica, aunque en sentido inverso, “la escuela estáfantástica”. La frase tajante cautiva a los argentinos. Y si esnegativa, más aún. Esas opiniones simplificadas evitan el debateprofundo, son ofertas baratas en el “mercado” de las opiniones.Cada una observa sólo un aspecto de una realidad compleja ypolisémica.

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En el lenguaje que usamos los argentinos es muy habitual apelara las mitomanías de la decadencia. Un conjunto de frases, quetienden a idealizar la educación del pasado, toman ciertoselementos de la realidad y pasan por alto muchos otros.Comenzaremos por contrastar esas expresiones con algunos datosy análisis, como un modo de abrir el debate y poder detenernos, alo largo del libro, en preguntas que nos inquietan a todos y querequieren un análisis con matices.

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«Todo tiempo pasado fue mejorLa educación argentina tuvo un pasado de esplendor que laconvirtió en un ejemplo para el mundo. Todos los habitantestenían pleno acceso a una educación de excelencia.»

Las creencias, para cumplir su función, no tienen por qué serlógicas, racionales o estar fundadas en evidencias. Pese a que lacomparación con el ayer siempre es compleja, se ha instalado en elimaginario argentino la idea de que en un tiempo pasado laeducación era mucho mejor que hoy: en esa época perfecta,teníamos una sociedad completamente educada. Algunas visionesubican ese pasado glorioso entre fines del siglo XIX y comienzosdel XX, en el marco del impulso que le dieron a la educaciónpública las primeras leyes y políticas educativas (Ley 1420 de 1884y Ley Lainez de 1905). Otras perspectivas identifican el esplendorde la escuela argentina con las décadas de 1940 y 1950, en plenodesarrollo de la educación técnica y de un sentido fuertementenacional del proyecto escolar. Por último, una tercera líneainterpretativa busca en la década de 1960, en coincidencia con la“época de oro” de la universidad y con los inicios de lamasificación de la educación secundaria, esa utopía ubicada en elpasado. Pero los proyectos dictatoriales de 1966, y especialmentede 1976, parecen haber clausurado la posibilidad de concebir algobueno en la educación argentina desde fines de los años sesenta.

La percepción de esta decadencia está bastante extendida entredirectivos y docentes, según han mostrado Cerruti y Binstock enuna investigación. Para ellos, los alumnos de antes estaban másorientados al estudio, tenían metas más claras y contaban con unmayor apoyo familiar. En cambio, el presente implicaría escasa

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preparación académica, menos presencia de la familia y bajadisposición al esfuerzo personal. Así, para un sector importante dela comunidad educativa, la educación se ha depreciado respectode un pasado cuya referencia temporal no es necesariamenteprecisa.

Como cualquier mitomanía, esta también puede tener una partede verdad. ¿Qué parte? La Argentina inició, antes que la mayoríade los países de la región, el desarrollo de la educación pública.Por eso, durante décadas, la educación argentina era másavanzada que la de sus vecinos. Ahora bien, desde hace ya variasdécadas, esta “ventaja” relativa se ha eclipsado. Por una parte,porque durante el siglo XX la mayoría de los países implementaronfuertes políticas educativas. Por otra, porque en diferentesmomentos la educación argentina fue golpeada, desfinanciada yperjudicada.

Ahora bien, una cosa es decir que antes estábamos mejorposicionados. Otra muy distinta es creer que la sociedad engeneral tenía más acceso al conocimiento. La Ley 1420 deeducación pública, laica y obligatoria se aprobó en 1884. Onceaños después, el segundo censo nacional mostró que más de lamitad de la población era analfabeta. Si se nos permite elanacronismo, algún medio de comunicación podría haber tituladoel balance de la década como: “Estrepitoso fracaso de la Ley1420”. Treinta años más tarde de aprobada la norma, en 1914, serealizó el tercer censo nacional y reveló que más de un tercio delos habitantes era analfabeto. Esos hechos históricos permitenentender que las políticas y los cambios educativos son realmentemuy lentos, y que evaluarlos con plazos electorales operiodísticos probablemente no sea muy buena idea. Al menos sise trata de entender y mejorar la educación.

En 1980 la mitad de los argentinos entre los 15 y los 19 años

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alcanzaba el nivel medio, mientras que en Brasil ese índice apenassuperaba el 10%. Hace treinta años, la escolaridad promedio de lapoblación de 15 años y más en la Argentina era de 6,2 añosmientras que en Brasil era de casi la mitad (3,4 años). Hoy lasdiferencias en la escolarización ya no son significativas. Y losdatos de rendimiento escolar producidos por las pruebas PISA[1]muestran que Brasil aventaja a la Argentina.

No obstante, debe tenerse en cuenta que los países quecomenzaron antes la extensión cuantitativa de sus sistemaseducativos, como la Argentina o Chile, han sido los primeros enalcanzar el techo en materia de alfabetización y cobertura.Aquellos que recorrieron después ese mismo camino fueronacortando brechas, inevitablemente, en ese tipo de indicadores.Más allá de la pertinencia política y técnica de los rankings (tantode países como de instituciones), la Argentina ya no goza de unaposición de privilegio en la región en materia de indicadores decalidad. Por otra parte, las comparaciones simplificadas entreAmérica Latina y los llamados países desarrollados omiten queestos completaron la etapa de universalización de la coberturahacia la década de 1960, lo que les ha permitido centrar losesfuerzos en aspectos más cualitativos, como la calidad de laenseñanza y los niveles de aprendizaje. En América Latina, reciénen la década pasada nos hemos propuesto que accedan a laescuela todos los niños y adolescentes, por lo que los desafíoscuantitativos –relacionados con la cobertura– y cualitativos –vinculados con los niveles de aprendizaje– deben afrontarse demanera simultánea, con las dificultades que este doble esfuerzotrae aparejadas.

Además, y para no caer en comparaciones absurdas, hay querecordar que los títulos o años de escolaridad tienen un valorrelacional. Por ejemplo, un título de bachiller de 1930 no es lo

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mismo que uno de 2010, simplemente porque desde el punto devista social no son la misma cosa. En 1910 el bachillerato eraatributo de una minoría, mientras que hoy la mayoría de losjóvenes entre 20 y 25 años poseen ese título. Su “valor de cambio”en el mercado laboral, el prestigio y reconocimiento que proveeson completamente diferentes. Así, los diplomas obtenidos endiferentes etapas históricas no son comparables y carece desentido preguntarse si los bachilleres de antes eran mejores opeores que los de hoy, porque estaríamos comparando cosasnominalmente iguales (lo cual favorece la confusión) perorealmente distintas.

Creer que todo tiempo pasado fue mejor es la actitud típica de lostradicionalistas y conservadores del mundo. La idea del paraísoperdido tiene una raíz religiosa. (El pecado era, justamente, accederal conocimiento.) Pero, más allá de estos ilusorios o trasnochados“ideales”, cabe señalar que los problemas de la escuelacontemporánea no tienen una solución predeterminada. No es nilógica ni sociológicamente posible (ni tampoco deseable) volver auna supuesta época de oro de la educación argentina. En todocaso, esta creencia es aliada de todos aquellos que temen lanovedad, la innovación, el cambio social, e incluso sirven a losintereses de quienes prefieren preservar un determinado estado decosas. De no ser por la fuerza de esta creencia en la Argentinaactual, no merecería mayor comentario y menos aún ameritaría elesfuerzo del análisis crítico. Eppur si muove, decía Galileo. Pese acarecer de sustento lógico, esta idea ejerce todavía un fuerteefecto conservador en el escenario cultural argentino. Podríamosdecir que se trata de un proyecto utópico en el peor de lossentidos. La ilusión de volver al pasado no tiene ningunaposibilidad de hacerse realidad. Por el contrario, es una fuerza

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negativa que funciona como un obstáculo a la renovación y lainnovación en materia escolar.

1 PISA (Program for International Student Assessment) es un ProgramaInternacional de Evaluación de Estudiantes por el cual se realizanexámenes en diferentes países del mundo. Analizamos con mayorprofundidad las pruebas PISA en las páginas 35-37.

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«Si recuperamos la escuela de hace cien años, la Argentinaserá una potenciaAntes se enseñaba y se aprendía en serio. Debemos recuperarese pasado para conquistar nuestro futuro.»

Este mito soslaya una cuestión fundamental. Los objetivos de laescuela han cambiado a lo largo del tiempo porque ha cambiado loque la sociedad y el Estado demandan del sistema educativo. Lossistemas escolares tienen la edad de los Estados modernos y suracionalidad se explica por su función eminentemente política deconstrucción de ciudadanía. La escuela moderna, como hamostrado Juan Carlos Tedesco, fue fundada para construir alciudadano moderno y dotarlo de una identidad nacional. En laArgentina, durante la segunda mitad del siglo XIX y en especialcon la Ley 1420, de 1884, el diseño del sistema educativo sepropuso convertir a los habitantes originarios, mestizos y a losinmigrantes en miembros de esa nueva configuración política quese estaba gestando. El mismo proceso ocurrió en Francia, Italia yla mayoría de los países de América Latina. En sus orígenes, laeducación primaria no era tanto un derecho como una obligación,un imperativo que las elites gobernantes impusieron paraconformar al ciudadano de la nación en construcción.

Este modelo no carecía de tensiones. Y si bien Sarmiento fue suprincipal difusor, su visión no era la única y ni siquiera ladominante: la propuesta de Alberdi, por ejemplo, era invertir enobras públicas e infraestructura antes que en educación, porqueentendía que el progreso social tenía efectos educativos. Enaquella época esto se denominaba “educación de las cosas”,espontánea. Por otra parte, Bartolomé Mitre consideraba más

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necesaria la educación de una elite para construir y reproducir unaclase política, antes que la educación de la población en suconjunto. La propuesta escolar que defendía Sarmiento terminóimponiéndose, no sólo en la Argentina, sino en casi toda AméricaLatina. Y como por lo general los vencedores escriben la historia,tienden a olvidar las otras opciones que tuvieron peso e injerenciaen su momento. Lo que finalmente sucedió se presenta comoinevitable o “natural”.

La universalización de la educación primaria, sin embargo, tomósu tiempo: la tasa de asistencia escolar se duplicó entre 1869 y1914, al pasar del 26 al 56%, pero recién en 1980 comenzó a superarel 93%, y en 1991 alcanzó el 97% (de acuerdo con Juan CarlosTedesco y Alejandra Cardini). El modelo sarmientino era de matrizfrancesa en su visión curricular de construcción de homogeneidadcultural, y anglosajón desde el punto de vista administrativo, dadoque el gobierno de las escuelas quedaba en manos de los podereslocales. Con los procesos de modernización, ese modelo perdiócapacidad de responder a las nuevas demandas sociales. Entremúltiples aspectos, la percepción “libresca” que algunos sectorespopulares tenían de la cultura fue un resultado de la incapacidaddel proyecto “culto” para incorporarlos. Posteriormente, las clasesdominantes comenzaron a privilegiar “las funciones económicas”del sistema escolar. La inversión en educación pública sejustificaba en la medida en que producía los recursos humanosnecesarios para sostener la productividad y el crecimiento de laeconomía. La educación dejó de pensarse como un gasto y pasó aser considerada una inversión planificada en función de lademanda de mano de obra dictada por los planes de desarrolloeconómico.

En línea con la dictadura de 1976, el neoliberalismo de los añosnoventa resultó fatal para cualquier proyecto de educación

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pública. La descentralización vertiginosa de la educación primariay secundaria hacia las provincias, basada más en cuestioneseconómicas que educativas, el achicamiento del salario docente ysus desigualdades regionales, los cambios no consensuados en laestructura del sistema escolar (entre ellos, la división entreeducación general básica y polimodal) y las concepciones de laevaluación de la calidad educativa culminaron con el desplieguede conflictividades nunca antes vistas; por ejemplo, que nohubiera clases durante un año en algunas provincias (comosucedió en Corrientes en 1999).

La pregunta de si la escuela de hoy es mejor, igual o peor que laescuela de antes presenta varios problemas. Ni la Argentina dehoy es la Argentina de ayer, ni la escuela de ayer puede valorarsesegún los criterios de hoy. En la actualidad, la sociedad espera deella cosas que no esperaba hace cien años. Mientras la escuela delas primeras etapas del desarrollo del Estado-nación argentinobuscaba reducir las diversidades étnicas, culturales y lingüísticasinculcando en la población un denominador común, es decir, unalengua (el castellano), una “historia” y una “geografía” oficialesque consideraba necesarias para construir una identidad nacionalque trascendiera las pertenencias de origen, hoy predominan otrasexpectativas. Se espera que la escuela contribuya a la formaciónde “recursos humanos”, a la inserción social y a difundir losvalores necesarios para la convivencia democrática. Más aún, enlas sociedades que tienen vocación de reducir las desigualdades,la educación pública se plantea un objetivo crucial: impedir quelos hijos de los más pobres queden condenados a lo más bajo dela pirámide social. Así, una educación de calidad para todosaparece como una meta decisiva si lo que se desea es quebrar eldeterminismo social.

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«Las pruebas PISA muestran que toda la educación está malLas pruebas internacionales expresan la realidad de ladecadencia educativa argentina. Si en PISA te va bien, estátodo fabuloso; si te va mal, se confirma el diagnósticocatastrófico.»

PISA es un programa internacional de evaluación de estudiantesde 15 años implementado por la OCDE (Organización para laCooperación y el Desarrollo Económico). Esta institucióninternacional está integrada por 34 Estados; entre ellos, los másdesarrollados del mundo. El programa consiste en aplicar cada tresaños pruebas estandarizadas de rendimiento escolar a muestrasnacionales de chicos de 15 años escolarizados (no importa en quénivel). En la última prueba realizada en 2012 participaron 65 países,entre ellos la Argentina. Los datos resultantes se traducen en unranking de países que tiene su propio peso en el campo del debatey la formulación de políticas educativas nacionales. Aunque elprograma ha recibido críticas tanto por su enfoque limitado de la“calidad de la educación”, como por sus metodologías y técnicasde análisis, lo cierto es que la posición que cada país obtiene en elranking muchas veces se utiliza para alabar o condenar la calidadde su sistema escolar. El problema es que una simple medida, unou otro lugar en una lista, desencadena una especie de“comparativismo salvaje” que ignora las particularidadessocioeconómicas, históricas y culturales de cada sociedad, asícomo los objetivos múltiples que persiguen los sistemasescolares, estructuralmente complejos y multifuncionales.

Pese a todo, hay quienes se basan exclusivamente en losresultados de las pruebas PISA para sustentar la idea del fracaso

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de la educación argentina. Que existen problemas serios querequieren correcciones imprescindibles es parte de un debatesustancial. La sociedad argentina está preocupada por la calidadde la educación a la que acceden sus niños y jóvenes; se trata,desde luego, de una inquietud legítima, profundamente vinculadaa las nociones de democracia e igualdad. Ahora bien: discutir eléxito o el fracaso de una inversión en plazos de pocos años pareceun poco absurdo. O bien remite a una cuestión estrictamenteelectoral, pero no educativa. Sólo en 2009 se alcanzó un nivelrazonable de inversión educativa, y la última prueba PISA fue en2012. Incluso en términos eficientistas, un lapso de tres años no esun piso razonable para analizar resultados contundentes en elaprendizaje.

Hay quienes creen que las pruebas miden nuestra competitividadfutura, algo relevante en un mundo global. Como contrapartida,para otros son un test demoníaco. Lo cierto es que los actores queinstrumentan PISA son los países desarrollados, como parte desus planteos y su enfoque del capital humano. A nuestroentender, PISA no debe ser endiosado ni condenado; más biennecesitamos comprender cuáles son las inferencias útiles, ennuestro contexto, para nuestros procesos y objetivos educativos.

Cabe hacer algunas observaciones adicionales. Por una parte, laampliación del acceso a la escolaridad implica la incorporación alsistema de estudiantes antes excluidos. En este contexto, esesperable que algunos promedios de rendimiento o logro tiendan adescender. De hecho, como señala Roberto Giuliodori, el mismofenómeno pudo percibirse en la evolución de la tasa de egreso delsecundario a partir de su masificación en los años ochenta. Lomismo sucede con los resultados del aprendizaje, en el sentido deque las pruebas estandarizadas demuestran que el origensocioeconómico o sociocultural de los estudiantes es un factor

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que incide en los puntajes. Ahora bien, ¿es este un motivosuficiente para explicar el lugar que ocupa la Argentina en laspruebas PISA? Posiblemente existan otros. Por eso, esimprescindible incluir la incidencia de la desestructuracióninstitucional, social y pedagógica provocada por el neoliberalismoy la crisis del período 2001-2002. También debe resaltarse quenuestro sistema educativo no prioriza la preparación para laspruebas porque privilegia otros contenidos. Esto marca unadiferencia, por ejemplo, con Chile, donde el currículum está muyenfocado en PISA. El riesgo de esta orientación es reducir laenseñanza a un entrenamiento para aprobar exámenes de opciónmúltiple, objetivo que directamente sustituiría muchos otros.

Para concluir, desmitificar PISA implica darle la importancia quetiene para los objetivos educativos que definamos y en uncontexto social específico; por ejemplo, de incremento de lacobertura. Aunque en la Argentina resulta difícil analizar los datossin exitismo o sin catastrofismo, esa es justamente una de lasasignaturas pendientes en el análisis de la realidad educativa.

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«La educación pública igualabaA la escuela se llegaba con diferencias y se salía conigualdad.»

Se impone decir de entrada que la escuela pública no podría haberigualado a todos al menos por dos razones. En primer lugar,porque en ningún momento de nuestra historia todos los sectoressociales argentinos tuvieron un acceso igualitario a la educación.En verdad, el sistema escolar fue expandiéndose en formapaulatina y diferencial (educación primaria para todos, secundariapara pocos) a medida que el país se urbanizaba e industrializaba yque la democracia se ampliaba (por ejemplo, a través de la LeySáenz Peña de voto masculino universal, secreto y obligatorio). Enépocas que muchas veces se consideran “de oro”, esa ampliaciónexcluía a un tercio de la población argentina.

Además, las escuelas de los distintos lugares del país tampocoeran idénticas en calidad. Sin embargo, en su contexto históricofue la escuela más incluyente de la región, dado que generócondiciones para que sectores crecientes de la población seincorporaran a la vida cívica y se insertaran socialmente, en unproceso que permitió una importante movilidad social.

En segundo lugar, la escuela de inicios del siglo XX imponía unacultura homogénea en un contexto marcado por la heterogeneidad.A través de la educación, el proyecto del Estado-nación apeló aherramientas de homogeneización lingüísticas, históricas yculturales: una lengua común y el relato de un pasado compartido,con próceres, símbolos y valores de referencia. Es por esto queAlain Rouquié consideraba que, junto con el servicio militarobligatorio, la escuela constituía un “antídoto contra el

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cosmopolitismo”. Así, la escuela “argentinizaba” en estos dossentidos: construía ciudadanía y reducía la diversidad cultural.

Es cierto que la pregunta sobre cómo construir un comúndenominador sin socavar las diversidades es propia de fines delsiglo XX y principios del XXI, no del XIX. Entonces, la prioridaddel Estado nacional era fortalecer una nueva configuraciónalimentando un sentido de pertenencia que fuera más allá del lugarde nacimiento, el clan, la etnia o, en el caso de los inmigrantes, lanación de origen. Sin embargo, es evidente que se adoptó unmodelo asimilacionista que presuponía que la igualdad cívicarequería igualdad simbólica.

Más allá del anacronismo, vale la pena revisar esa operación dehomogeneización a la luz de los valores actuales, porque, cuandose idealiza la educación del pasado, se pasan por alto muchosrasgos cuestionables, como sucedería si aplicáramosconcepciones de otra época a nuestra sociedad. Y especialmente,porque sirve para no repetir aspectos trágicos del pasado, como laaniquilación de los pueblos originarios, sus lenguas y susculturas.

Como vemos, el mito de la igualdad no resiste un examen atentoa la densidad de los procesos históricos.

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«A la escuela pública de antes asistían todos, ricos y pobresA la escuela pública iban desde el hijo del almacenero o elobrero hasta el hijo del médico o el juez.»

Muchos hemos vivido o escuchado la experiencia de una grancantidad de argentinos que evocan una escuela públicasocialmente heterogénea, capaz de albergar a los hijos deasalariados, profesionales, comerciantes y empresarios. Esaexperiencia, sin embargo, a veces tiende a transformarse en unanarrativa cristalizada sobre la escuela pública del pasado, unaimagen representativa de todo lo que sucedía en el país. Esaimagen capta algo relevante, pero para completar la pinturanecesitamos puntualizar otros datos.

Primero, en muchas provincias argentinas la elite más tradicionalno concurría a esos establecimientos, sino a otros que eranconsiderados “exclusivos”. De hecho, en su primera etapa dedesarrollo, hasta mediados del siglo XX, la escuela secundaria (loscolegios nacionales y las escuelas normales, por ejemplo) erasocialmente mucho más homogénea que la primaria, ya que a ellaaccedían casi únicamente los hijos de los sectores másacomodados de las grandes ciudades, seguidos de una minoría dehijos de los sectores asalariados urbanos, que ingresaban luegode atravesar un sistema informal, pero rígido, de selecciónconforme al mérito (que sólo en poquísimos casos se traducía enbecas de apoyo económico).

Segundo, en varios lugares del país la mayoría de los niños enedad escolar no asistía a la escuela (en Formosa, por caso, sólo untercio lo hacía en 1947). La imagen idílica, por tanto, no contemplaa estos excluidos.

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Tercero, esa imagen, al menos hacia mediados del siglo XX, sóloabarcaba la escuela primaria. En 1947, el 90% de los jóvenes noasistía a la secundaria. En otras palabras, las escuelas públicastenían mayor heterogeneidad social que en la actualidad, pero unaporción importante de los niños en edad de asistir a la escuelaprimaria y la inmensa mayoría de los jóvenes en el caso de lasecundaria no accedían al sistema de educación pública. Lasverdades son complejas y tienen matices.

Si consideramos el nivel primario en la década de 1940, cuandoasistía a la escuela estatal el 93% de los niños, se podría afirmarque esa escuela era, en efecto, socialmente más diversa. Lo eraporque la oferta privada capturaba sólo una porción ínfima de lamatrícula, por lo que la inmensa mayoría de los grupos socialesque enviaban a sus hijos al colegio elegían la escuela pública. Estono garantizaba, de por sí, la heterogeneidad, ya que los lugares deresidencia (barrios, ciudades, provincias) condicionaban laasistencia a una determinada escuela y marcaban así ciertoslímites. Entre zonas muy pobres o muy ricas había diferenciasclaras en la composición social de los alumnos. Así y todo, encada escuela había mayor diversidad social que en la etapaposterior, cuando los sectores medios altos y altos tendieron engran medida a concurrir a escuelas privadas. Tampoco debeolvidarse que en las décadas de 1940 o 1950 una parteconsiderable de los sectores populares sólo realizaba los primerosaños del nivel para luego abandonar los estudios. Así, el sistemaeducativo tomaba la forma de una pirámide con una base másinclusiva que se achicaba (tanto en matrícula como en grado deheterogeneidad) a medida que avanzaba la escolarización.

¿Cómo continuó este proceso en las últimas décadas? Durante elperíodo 1976-1982 puede identificarse –como dice Cecilia Veleda–el momento histórico en que se plasmó la política más orgánica

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destinada a instalar nuevas desigualdades e impulsar lasegmentación en los distintos niveles educativos. En los añosnoventa se diseñaron algunos paliativos, conocidos como“programas de equidad”, verdaderas intervenciones queasignaban recursos en forma desigual, dando más a quienes máslo necesitaban. Sin embargo, la igualdad de oportunidades deaprendizaje siguió siendo más formal que real. Las desigualdadespersistieron en diversos planos. Las escuelas de los ricos siemprefueron más ricas que las de los pobres.

Recordemos que las profundas desigualdades en la ofertaescolar parecen “desaparecer” cuando se las considera igualesdesde un punto de vista legal (los títulos que asignan sonhomólogos desde el punto de vista jurídico) y estadístico (losalumnos de ambas instituciones son clasificados en el mismocasillero de los cuadros de cobertura).

Con el aumento de los años de escolaridad obligatoriainstrumentado en la década de 1990, y el consecuente incrementode la matrícula que benefició a los alumnos de más bajos recursos,se pusieron en evidencia brechas interprovinciales en ciertosindicadores de calidad. Según Cecilia Veleda, los resultados de lasevaluaciones nacionales de calidad (ONE) mostraron la“ampliación de las desigualdades entre los resultados de losalumnos de distintas jurisdicciones”. En la misma dirección, RubénCervini constata que el nivel socioeconómico de los alumnosafecta la variación de los resultados entre escuelas en mayormedida que la variación de los resultados entre alumnos dentro dela misma institución. En 2000, la Argentina ocupaba el sexto lugarentre los países con mayor variación de los resultados entre lasescuelas. Esto se debe a la creciente homogeneidad del origensocial de los alumnos en cada establecimiento. En paralelo, losalumnos encontraban ambientes de aprendizaje muy diferentes en

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términos de equipamiento, gestión y nivel socioecónomico segúnel establecimiento al que concurrían. La idea de la escuelapoliclasista se fue diluyendo.

Los avances educativos de los últimos años no lograron revertirlos procesos de segmentación educativa. Si bien se puso énfasisen el acceso a la educación, la segmentación se agravó. Losbalances no son blancos o negros. Como mostraremos en otrasección, revertir esas tendencias de largo plazo exige actividad enmúltiples niveles.

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«La escuela del pasado incluía a todos y había menos deserciónescolarTodos los argentinos accedían a la educación formal. Ahoralos chicos abandonan la escuela más que antes.»

Consideremos algunas cifras. Cuando se realizaron las primeraselecciones con sufragio universal en la Argentina, de las cualessaldría victorioso Hipólito Yrigoyen, aproximadamente un tercio delos habitantes era analfabeto. Cuando Juan Domingo Perón fueelecto presidente por primera vez, en 1946, uno de cada sieteargentinos era analfabeto. Ese índice se ha ido reduciendo enforma constante a lo largo de la historia argentina.

Porcentaje de población analfabeta.

Total del país

Año Índice de analfabetos

1869 77%

1895 53,3%

1914 36%

1947 14%

1960 9%

1970 7%

1980 6%

1991 3,7%

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2001 2,8%

2010 1,9%

Fuente: Censos de población.

En los primeros censos se detectaba una fuerte desigualdad degénero, en el sentido de que el porcentaje de analfabetismo eramás elevado entre las mujeres, ya que tenían menor acceso a laescolaridad. Por ejemplo, en 1895 el analfabetismo era del 51%entre los hombres y del 59% entre las mujeres. Desde mediadosdel siglo XX las diferencias son menores, y desde el censo de 2001se ha podido constatar que el porcentaje es idéntico para ambossexos.

En cambio, sorprende la persistencia de ciertas desigualdadesregionales. Si se considera el analfabetismo por provincia, seconstata que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires mantiene latasa más baja del país y que la provincia de Buenos Aires seubica, en todos los censos, un poco por debajo de la medianacional. Desde mediados del siglo XX, la provincia de Córdobaestá levemente por debajo de la media nacional, mientras que la deSanta Fe acompaña ese promedio. En su gran mayoría lasprovincias, si bien han logrado reducir drásticamente el problema,mantienen la desigualdad con respecto al promedio nacional.Aunque la brecha regional se ha atenuado, no se ha anulado,como ocurrió en el caso del género. La contrapartida de esto esque, si en 1960, considerando la población de entre 5 y 29 años,sólo el 40% asistía a un establecimiento educativo, desde el censode 1991 ese índice se ubica cerca del 60%.

Por supuesto que ha habido graves problemas y diferentesprocesos de degradación. Pero cuando se pretende hacer unageneralización, el debate tiende a despolitizarse. De lo que se trata

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es de comprender cuál medida, en qué momento, produjo efectosespecíficos. Como la desinversión por décadas o el debilitamientode las escuelas secundarias técnicas, que fueron las grandesolvidadas de la reforma educativa de los años noventa.

Desde 1998 se verifica un crecimiento paulatino pero sostenidode la cantidad de establecimientos educativos, con un salto entre2007 y 2008. En 1998 había unos cuarenta mil y en 2010 sumabanya cincuenta mil. Entre los jóvenes que pertenecen al 40% de lapoblación con menores ingresos, entre 2003 y 2012 se incrementóun 24% la proporción de los que terminaban el secundario. Esimpactante constatar que en ese sector, para los jóvenes de entre25 y 29 años, la proporción con secundario completo creció un50% en el mismo período.

Para comprender mejor esta democratización de la escolarizaciónen el nivel medio es preciso recordar que, con el paso del tiempo,los sectores sociales y los territorios más aventajados se acercanal máximo en materia de alfabetización, escolarización primaria ysecundaria. Por su parte, las regiones y los grupos más rezagadosprogresan en esos mismos indicadores y, por lo tanto, lasdesigualdades en el comportamiento de ciertas variables tienden areducirse. Pero esto no significa que desaparezcan, sino que sedesplazan hacia los niveles más elevados de la estructuraeducativa (educación secundaria o superior, por ejemplo), o biense manifiestan en la muy diversa probabilidad de aprender en loschicos según su lugar de residencia o grupo de pertenencia. Losprocesos de masificación de los diversos niveles del sistema hansido desde siempre graduales y desiguales: los hijos de los gruposprivilegiados son los primeros en escolarizarse, luego les toca elturno a los grupos subordinados. Pero, como ya sabemos, cuandolos pobres llegan a un nivel (el secundario, por ejemplo), ese nivel“ya no es el mismo”. Como señaló Pierre Bourdieu, alcanzar cada

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nivel educativo puede ser un rasgo distintivo sólo si no todosllegan hasta allí. Cuando son muchos los que obtienen un mismotítulo, ese diploma pierde cierto valor relativo. Por ejemplo, comoatributo para conseguir empleo. Un certificado de bachiller nosignificaba lo mismo en 1960 que hoy.

Si se analizan los últimos treinta años de inversión pública eneducación en términos de porcentaje del PBI, resulta evidente quela Argentina ha logrado triplicar su inversión respecto de losniveles de 1980. ¿Esto indica que el problema de la educaciónestaría resuelto? De ninguna manera. Indica que la educación tieneun valor muy alto para la sociedad argentina, ya que se trata de unmecanismo crucial para mantener y mejorar la posición de laspersonas y los grupos en la estructura social y para generar unamayor igualdad de oportunidades. Podemos decir que este nivelde inversión expresa el lugar destacado que ocupa la educación enlos valores de la sociedad. La paradoja radica en que ese nivel deinversión también deja traslucir que un presupuesto educativorazonable es condición necesaria pero no suficiente para lograr laeducación pública que deseamos.

Por último, un comentario sobre el término “deserción”, la granmetáfora, al parecer, de todo lo malo que pasa en la educación.Con todas las connotaciones militares del término y su cargaestigmatizante. En el pasado, la escuela estaba más allá de todasospecha: el niño que desertaba era culpabilizado oresponsabilizado. En cambio, hoy se considera que quienesdesertan de la escuela son más bien “expulsados” por el sistema.Efectivamente, existen trayectorias escolares intermitentes odiscontinuas. En la medida en que se amplíe el acceso a laeducación es probable que aumenten los problemas dediscontinuidad. Estos deben ser abordados como corresponde y,de hecho, una herramienta para hacerlo es la oferta de educación

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“permanente para jóvenes y adultos”. La información disponibledeja en evidencia que en la última década ha crecido la proporciónde personas que asisten y se gradúan en la secundaria más allá delos 25 años.

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«La educación de antes era de mayor calidadEs cierto que ahora van más niños a las escuelas, pero antesaprendían y ahora no aprenden nada.»

Pocos conceptos son tan elásticos como el de “calidad” de laeducación. Todo el mundo habla de ella, pero pocos se ocupan deprecisar su contenido. Se habla de calidad para lamentar “sucaída” o su ausencia. A su vez, “la educación” es un términodemasiado amplio para adjudicarle propiedades o cualidades. ¿Aqué se alude con la palabra “educación”? ¿Al sistema escolar? ¿Alaprendizaje? ¿A los métodos y las instituciones educativas y susrecursos? Sería productivo que, cuando se hicieran diagnósticossobre “calidad de la educación”, se precisara el contenido de losdos términos.

La “calidad” aparece con fuerza en los temas de educación hacialos años ochenta, como una preocupación de los países centrales.También se nota su emergencia en el marco de la crisis de lasinstituciones y de la “sospecha” que comienza a cernirse sobreescuelas y docentes antes incuestionados.

Muchos creen que la calidad de la educación debe definirse demanera científica y objetiva. Podemos distinguir algunasdimensiones. Por una parte, necesitamos evaluar seriamente sinuestros niños aprenden los elementos necesarios de matemáticay lectoescritura. Pero la calidad remite a una valoración, un terrenoen el que siempre hay conflictos y criterios en disputa. De estamanera, lo que para unos es bueno (por ejemplo, laconcientización política de los adolescentes en los colegiossecundarios), para otros es muy malo. Lo que para unos esimprescindible (por ejemplo, una sólida educación sexual), para

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otros es peligroso. Sobran los ejemplos de conflictos de valores yfinalidades educativas. En la Argentina contemporánea, no todosestán de acuerdo con la obligatoriedad de la educación secundariao con la democratización del acceso a la educación universitaria. Yeste es un conflicto que no tiene una resolución científica, sinopolítica. En democracia, la legitimidad de las decisiones no derivade su supuesta “verdad intrínseca” sino del criterio de la mayoría.Como la mayoría, por su naturaleza misma, es variable, lalegitimidad de una política o arreglo institucional (por ejemplo, lagratuidad de la educación universitaria) no es una “verdadcientífica” refutable por el trabajo científico crítico, sino una“verdad provisoria” y práctica. Por eso la lucha por definir lacalidad de la educación no tiene una resolución puramenteobjetiva. Esta no es más que una fantasía de ciertos grupostecnocráticos que ocultan sus intereses específicos bajo lasapariencias de una verdad científica de valor universal.

Pensemos en la calidad de la enseñanza en el nivel secundario.Cuando se evalúan los cambios educativos desde la perspectivade un porteño, un cordobés o un rosarino de sectores mediosaltos se presentan problemas. Muchas veces se toma el parámetrode los colegios universitarios para describir el pasado y los decualquier escuela de barrio para el presente, violando así una reglaelemental de la comparación válida, como es la prohibición decomparar peras con manzanas.

Los colegios nacionales de 1930 podrían ser una referenciaeducativa. Puede asumirse que el Colegio Nacional de BuenosAires (o el de Rosario) ofrecía una formación muy diferente delcomercial del interior de alguna provincia. En cierto modo, la ofertaya comenzaba a segmentarse: colegios nacionales para algunaselites; escuelas comerciales y técnicas para los sectores medios y,luego, también para las capas superiores de la clase obrera. En las

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últimas décadas, la segmentación parecería no provenir del diseñode la oferta, sino de los diferentes públicos que asisten a lasescuelas e imprimen su marca social a las instituciones.

¿Puede alguien afirmar que la enseñanza y el aprendizaje en elcolegio nacional era indudablemente mejor hace un siglo o hacemedio siglo de lo que es hoy? Sería temerario intentarlo, ya que deese modo la sustancia del asunto permanecerá indefinida, esto es,de qué “aprendizaje” se habla. Numerosos registros del pasadodesmienten la narrativa de la decadencia de la educaciónargentina. Lo cual no significa que en el pasado no hayan existidodocentes, instituciones y actividades extraordinarios. Una verdadindiscutible, y una parte de la verdad, es que en el pasado hubograndes docentes. ¿Pero quién puede arrogarse el derecho aafirmar que hoy “ya no hay grandes maestros”? Por nuestra parte,no tenemos dudas de que los maestros son seres humanos igualesal resto: hay grandes, buenos, regulares y malos. Además, comoseñalara Norbert Elias, cuando uno compara lo “bueno” con lo“malo”, toma lo mejor de lo “bueno” (ignorando lo malo) y lo peorde lo “malo” (ignorando lo bueno), con lo cual la oposición sepolariza y la distancia aumenta.

Un ejemplo con una breve historia. Uno de los grandes filósofosdel siglo XX, Ludwig Wittgenstein, era maestro en un pueblo ruralde Austria por decisión propia. Wittgenstein fue una de lasmentes con mayor capacidad de abstracción de la historia humana,pero parecía desconocer algo fundamental que, sin embargo, sabela mayor parte de los docentes. Su experiencia estuvo marcada porla sobreexigencia, que en su caso reflejaba su voluntad de dartodo a sus alumnos, a los que dedicaba mucho tiempo fuera delhorario de clase. Frustrado, llegó a tener problemas con los padresde sus discípulos por ciertas situaciones violentas, lo cual dio porterminada esa experiencia. Por su reflexión sobre el lenguaje, así

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como sobre la lógica y la matemática, Wittgenstein quizás hayasido uno de los docentes con mayor nivel académico de lahistoria. Y dejó para la posteridad la lección de que la formaciónacadémica es necesaria pero de ninguna manera suficiente paratener éxito en la empresa educativa.

La calidad de la educación que reciben los niños y los jóvenesen la primaria, la secundaria y las universidades debe ser objeto deun amplio debate. Para ello, es necesario ser precisos respecto delos objetivos de cada uno de los niveles.

También es imprescindible desarmar la creencia de que unamayor inversión puede resolver por sí sola los problemas ligados ala calidad. La educación no funciona sin dinero, pero tampoco sinprocesos educativos, sociales y culturales. Que hoy puedacerrarse un balance de los logros de esa inversión resulta por lomenos apresurado, y sin duda quien lo haga arribará aconclusiones parciales. Pueden discutirse cuántas escuelas se hanconstruido, cómo ha aumentado el acceso a la educación, cómo hamejorado la infraestructura. Pero creer que automáticamente, enpocos años, mejorarán los resultados es otra simplificacióndesmentida por la historia. Tanto como no asumir que es necesariodetectar los problemas que debemos resolver hoy y que puedenmarcar un mejor futuro para nuestra educación, nuestros hijos ynuestro país. Siempre se puede gastar mejor, en el sentido de quees propio de las buenas políticas públicas someterse aevaluaciones y debates para reorientar los recursos en función deciertos objetivos.

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«Antes había orden y disciplinaLos alumnos no tienen límites, se comportan de cualquiermodo. Son completamente irrespetuosos.»

Cuando se reivindican épocas remotas para encomiar la disciplinase huele un nostálgico tufillo a autoritarismo. Pero es unautoritarismo que no suele pensarse como tal, ya que no toma encuenta que nuestras ideas sobre qué es legítimo y qué no lo es enmateria de disciplina han cambiado con el tiempo y con lademocratización creciente de la sociedad.

Es sorprendente cómo esa nostalgia se transmuta en un relatosobre la mayor calidad de la educación. Las concepciones de ladisciplina del pasado, del tipo “la letra con sangre entra”, nofueron una particularidad argentina. Si queda alguna duda,recomendamos ver nuevamente (o por primera vez) la película TheWall.

No podemos negar que una concepción vetusta de la disciplina,según la cual las escuelas deberían concebirse como regimientos,dejó una huella autoritaria en la sociedad. En la novela Cienciasmorales, con fuertes componentes autobiográficos sobre elColegio Nacional de Buenos Aires, Martín Kohan alude a unafigura clave: el preceptor. Por supuesto que hubo preceptores delo más variados. Pero la búsqueda sistemática de personas queimpusieran la disciplina, entendida como llevar el pelo corto, nointimar entre varones y mujeres, formar fila de menor a mayor adeterminada distancia, aceptar mansamente órdenes sinfundamento ni sentido, terminó en muchos casos por delegar laresponsabilidad del alumnado en personas que se colocaban enesa línea vertical, de correa de transmisión. Incluso, tal como

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indica Kohan y como se ha constatado, hubo preceptores quecolaboraron directamente en la delación de estudiantes en elcontexto de la dictadura militar iniciada en 1976, propiciando deese modo el secuestro y la desaparición de adolescentes y lapersecución de cualquier forma de organización estudiantil. Hubootros, en cambio, que colaboraron con quienes organizabancentros de estudiantes cuando estaban prohibidos por ladictadura. Pero estos últimos, para aquellas institucionesescolares, no estaban cumpliendo el rol que se les había asignadoy se arriesgaban a graves castigos.

No creemos que, frente al autoritarismo, la solución sea la víalibre del todo vale, la ausencia de límites. Como se dicecoloquialmente: un viva la pepa. El estudio, la enseñanza y elaprendizaje, como actividades grupales, requieren disciplina yrespeto, convivencia y autoridad, cierta sistematicidad yorganización. En todo caso, con nuestros debates buscamosampliar el espacio existente entre las estrategias demagógicas y lasautoritarias. Porque tampoco creemos que el modo de abordar losproblemas de disciplina pase por una nostalgia del autoritarismo opor el recurso a métodos y medidas que hemos aprendido –y conbuenas razones– a considerar ilegítimos.

La autoridad es una condición necesaria de la disciplina. Hoy laautoridad escolar puede basarse en el respeto de las normas porparte de todos (insistimos, de todos) o puede sostenerse en unliderazgo especial. No consideramos que, para sostenerse, debaexigir a los alumnos que acepten las jerarquías en homenaje a unahistoria gloriosa, a un pasado que no tiene ningún significadopara ellos. Salvo que ese pasado se enuncie en un relato cargadode significado para el futuro de los estudiantes. Ahora bien: lo quesabemos, y es evidente, es que la coacción y la actitud autoritaria

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constituyen ni más ni menos que una corrosión irremediable de laautoridad.

¿Por qué criticar la nostalgia si los seres humanos en general ylos argentinos en particular somos nostálgicos? La mitomanía deque “buena educación era la de antes” se parece demasiado a lanostalgia por una niñez o una juventud que ya no tenemos.Podemos pensar en ella con ternura, pero que esa ternura denigreel presente y el futuro tiene una consecuencia política muyconcreta. Ubica la utopía en el pasado. Y nosotros estamosconvencidos de que la educación argentina actual presentaproblemas y desafíos cuyas soluciones deberán construirse en elsiglo XXI. Exactamente lo opuesto a desempolvar soluciones deuna época en que la mayoría de los habitantes eran analfabetos.

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2. Mitos sobre los alumnos

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Las nuevas generaciones siempre fueron objeto de miradascontradictorias. Por un lado, son “el futuro del país” y en ellas sedepositan muchas esperanzas. Son objeto de los desvelos ysacrificios de sus padres, que intentan legarles diferentes tipos decapital. Desde hace mucho tiempo en Occidente se define lainfancia y la juventud como etapas idílicas, ideales. Sereternamente joven parecería ser una meta ya no utópica sinoposible gracias a los avances de las ciencias y tecnologías. Elmodo de vida “joven” se impone a casi todas las edades, a la vezque la definición operativa que emplean los sociólogos yantropólogos extiende esta etapa hasta los 30 o 35 años. Todoparece indicar que esta imagen de la juventud choca con otro mitohoy en boga. Ya que, cuando se califica a los jóvenes a menudo selos presenta como un peligro, una amenaza e incluso como una“juventud perdida”. Cuando en las instituciones escolares serealizan talleres sobre adolescentes y jóvenes tiende a predominaruna visión pesimista, y los temas que se tratan estáninvariablemente asociados con problemas como el sida, elembarazo adolescente, la drogadicción, el alcoholismo, la anorexiay la delincuencia. Los jóvenes no sólo están en riesgo sino queellos mismos serían un peligro para el conjunto de la sociedad.

Esta visión negativa parece dominar el campo escolar, donde esfrecuente oír que los adolescentes y jóvenes “no tienen valores”,

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“no se interesan por nada”, “son vagos y no están dispuestos ahacer ningún esfuerzo para aprender”. También suele afirmarse“que exigen sus derechos pero no tienen conciencia de susdeberes”, “son desobedientes”, “irrespetuosos”, “irresponsables”y hasta “violentos”, “no se interesan por el pasado, no tienenproyecto para el futuro” y “viven concentrados en el presente”.

Sin embargo, la verdad es que “los alumnos” no son todosiguales, aunque vistan el mismo guardapolvo o uniforme. Haytendencias, por cierto, que conviene analizar sin recurrir alanacronismo. Esto es, a la idea de que nuestra generación (seacual fuera) realmente era fabulosa, y la actual, calamitosa. O lainversa, algo que se escucha menos pero no por eso es menosparcial.

La educación –como la relación entre padres e hijos, como lapediatría, como la psicopedagogía, como la clínica de niños– es,por definición, un trabajo intergeneracional y, por tanto, unespacio de comunicación donde el entendimiento es parcial. Alpertenecer a generaciones diferentes, docentes y alumnos utilizan“códigos” distintos. Y la tensión se genera porque los primerossaben que los estudiantes deben aprender ciertos “códigos”, perono siempre asumen que, para lograr ese objetivo propio de la tareaeducativa, es indispensable aprender, a su vez, los códigosbásicos de los alumnos. No para disfrazarse ni para usarlos al piede la letra. Pero comprender al otro, incluso esa parte de su estiloque no se comparte, es una condición de toda convivenciademocrática y también una necesidad para que se despliegue elproceso educativo.

Siempre podemos echarle la culpa a “cómo son” los niños o losjóvenes, pero lo único que lograremos será generar la resignacióndel docente y su renuncia al proceso educativo. Quizás uno de losinterrogantes que deberíamos plantear es si nuestra propia

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formación como docentes incluyó buenas herramientas paratrabajar con la heterogeneidad y la diferencia, o si más bientenemos que generarlas. Siempre es mejor saber cuál es la tareaque tenemos por delante que pretender tapar el sol con una manorecurriendo a mecanismos de estigmatización.

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«A los alumnos de hoy no les interesa nadaEstos chicos no quieren esforzarse para estudiar. No tienencuriosidad ni inquietudes, y es imposible motivarlos.»

Como la inteligencia, el interés se tiene o no se tiene. En AméricaLatina, la “ideología del interés” parecería haber reemplazado alparadigma de la “inteligencia” (que se ha vuelto políticamenteincorrecto). Pero los resultados son los mismos, ya que el prejuicioproduce los mismos efectos: la exclusión pedagógica de aquellosque no se interesan por el programa escolar. Diversasinvestigaciones realizadas en varios países de América Latina(Argentina, Brasil, México, Perú y Uruguay) durante la últimadécada muestran que la mayoría de los docentes de enseñanzaprimaria y secundaria de áreas urbanas comparten una actitud depesimismo respecto de las nuevas generaciones. Es probable queesta actitud sea compartida por muchos adultos que son padrespreocupados o profesionales interesados en el tema, comoperiodistas y comunicadores sociales. Más allá de algunasvariaciones nacionales, la mayoría relativa (y en muchos casosabsoluta) de los docentes tiende a creer que determinados valoressociales como “el compromiso social”, “el sentido de justicia”, “laresponsabilidad”, “la honestidad”, “la tolerancia” estándebilitados en la juventud actual. Esta actitud crítica generalizadaes más débil cuando se trata de valores como “el amor a lalibertad” o “el cuidado de la naturaleza”.

En cambio, en relación con valores más directamenterelacionados con el desempeño escolar de las nuevasgeneraciones, como “el sentido del deber” y “la disposición alesfuerzo”, las actitudes críticas alcanzan su máxima intensidad en

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el cuerpo docente (más del 75% de los docentes cree que estosvalores se debilitan irremisiblemente en la juventud actual en laArgentina y Uruguay). Cabe señalar que esta actitudgeneralizadamente negativa no varía en función de la edad de losdocentes ni tampoco según el nivel (primario o secundario) en quedesarrollan su tarea.

Más allá del viejo debate acerca del sentido (estructural o no) delconflicto entre las generaciones, uno no puede más quepreguntarse acerca de las eventuales consecuencias de estasactitudes (que siempre son percibidas, en mayor o menor medida,por los alumnos). A modo de hipótesis, pueden plantearse por lomenos dos variables: dificultades en la construcción de laautoridad docente (hoy los alumnos exigen reciprocidad: yo terespeto y valoro si vos hacés lo mismo conmigo) y aumento de laconflictividad en la construcción del orden en las instituciones(nuevos y viejos problemas de disciplina).

Si “a los chicos de hoy no les interesa nada y no estándispuestos a hacer el esfuerzo de estudiar”, el docente dirigirá suenseñanza hacia aquellos alumnos que manifiesten interés. Enverdad, la cuestión del interés tiende a ocupar el lugar que antesse le atribuía a la inteligencia en la explicación del éxito y el fracasoescolar. Las críticas sostenidas y muchas veces justificadas alantiguo concepto de inteligencia (ahora se habla de inteligenciasmúltiples, adquiridas, etc.) y “dones naturales” le han dado untinte políticamente incorrecto al tema. Hoy el aprendizaje requiereque el alumno “se interese” por aprender y se esfuerce enconsecuencia, y muchos docentes consideran que no lescorresponde a ellos, sino a los padres, desarrollar el interés por elestudio y convencer a los alumnos de dedicarse a estudiar yaprender. Por lo tanto, si los chicos no aprenden lo que deben esporque no estudian, y si no estudian es porque no tienen interés

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en aprender. En términos generales, el argumento es correcto. Peroel nudo del problema radica en saber si el maestro y la escuela sólotienen el deber de enseñar o bien deben contribuir a suscitar elinterés y la curiosidad de los jóvenes alumnos por la cultura y elconocimiento.

La libido cognoscendi (la curiosidad por conocer el mundo quenos rodea) es “natural” y viene “de fábrica”: todos la traemos alnacer. En cambio, los intereses cognitivos son moldeados por labiografía personal, la experiencia, la relación con los otros y losdeterminismos sociales. En este terreno, los maestros puedenintervenir. Sin embargo, sucede que los docentes (o al menos unaproporción significativa de ellos) consideran que están en el aulapara transmitir contenidos y procedimientos de análisis a aquellosa quienes esas cosas les interesen. Los que tienen “otrasinquietudes”… no aprenden, y es su culpa. Lo primero que debesaber y tomar en cuenta un buen docente es que no existe serhumano sin motivaciones, pasiones o intereses, que debenreconocerse como legítimos. El docente debe intentar entender porqué sus alumnos se interesan en ciertas cosas más que en otras.Por qué algunos se muestran muy motivados por “su materia”mientras que otros están allí sentados, porque no tienen másremedio. Sobre la base de este conocimiento, el maestro virtuosoimagina y tiende puentes entre los intereses, deseos y pasiones desus alumnos y el programa a desarrollar.

Este razonamiento supone que vale la pena aprender loscontenidos del programa escolar (ya se trate de matemáticas o dequímica), que su dominio significa una ventaja para el educandotanto en el presente como en el futuro. No basta con decirle a unadolescente: “Aprendé esto que te va a ser muy útil cuando seasgrande y tengas que conseguir un trabajo o seas padre de familia”.El conocimiento tiene que ser significativo no sólo en términos de

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“inversión a futuro”, sino también en la vida presente del alumno.Y esto sólo puede lograrse tendiendo puentes entre los interesespercibidos del alumno (no sólo sus intereses “objetivos”) y elprograma escolar. Es esta conexión la que permite dar sentido alaprendizaje (que por otra parte supone un esfuerzo, un trabajo). Enuna situación ideal, cuando uno siente verdadera pasión poraprender algo (matemática, piano o fútbol), el esfuerzo estágarantizado hasta tal punto que no llega a ser percibido como tal.En esos casos, uno se esfuerza con gusto. En otras palabras, unoes feliz haciendo algo que no percibe como portador de valorinstrumental: es decir, no como un medio para lograr otra cosa quesí le producirá satisfacciones, sino como algo satisfactorio en símismo.

En las condiciones actuales, y suponiendo que lo que se enseñatiene valor para la vida de los niños y los adolescentes, losdocentes deben ser antes que nada “especialistas en despertar elinterés (y ojalá la pasión) por el conocimiento” en las nuevasgeneraciones. Para eso se requieren muchas competencias, perohay una que resulta primordial: el docente debe conocer,reconocer y respetar los intereses de sus alumnos, que a primeravista pueden parecer ajenos al programa escolar. No se trata deafirmar demagógicamente la validez de todos los interesesculturales (hay saberes más poderosos que otros) sino de partir deaquello que moviliza a los alumnos para llevarlos progresivamentea demandar esos conocimientos que resultan básicos paraconformar individuos autónomos, creativos, productivos ypolíticamente participativos.

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«Los pobres no pueden aprenderHay niños que no son educables. Tampoco se puede pretenderque todos los adolescentes terminen el secundario. En elmejor de los casos, a los pobres hay que enseñarles oficios.»

En la Argentina, muchos niños nacen y crecen en familiasexcluidas de recursos sociales estratégicos como el trabajo, unavivienda y un salario dignos. Esos niños pueden existir o no, sinque esto afecte para nada la reproducción del todo. Estánexcluidos de bienes y servicios básicos como la buenaalimentación, la salud, la seguridad. Pero la absoluta mayoría deellos frecuentan un establecimiento escolar y tiene una insercióndeterminada en el sistema de consumos culturales (todos tienentelevisión, por ejemplo).

Ni la economía de mercado ni el Estado tienen una presenciacontundente en esos territorios. En muchos casos, la únicapresencia del Estado es una institución escolar. Sin embargo, estano es una fortaleza capaz de imponer sus reglas a quienes lafrecuentan. Los imperativos de la supervivencia tienden a aplanarla perspectiva temporal de las nuevas generaciones en unpresente estrecho que vuelve muy dificultosa la concreción decualquier “programa pedagógico”. En el límite, algunos inclusoplantearon la cuestión de la “educabilidad” de ciertos sectorespauperizados dadas sus condiciones sociales extremas.

El término puede suscitar diversas interpretaciones, en especialcuando se lo entiende como una propiedad o característica quedistingue a unos niños (los educables) de otros (los noeducables). Nunca está de más recordar que la probabilidad deaprender es una condición relacional. Todo individuo puede ser

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educado, siempre y cuando se le provean los recursos necesariosy pertinentes. Por lo tanto, no hay individuos “ineducables”, sinomás bien excluidos de las oportunidades de aprendizaje quemerecen y a las cuales tienen derecho.

Para tomar distancia de la visión “encantada” de la pobreza comoreino inefable de la solidaridad y la acción colectiva, y también dela visión “negativa” que la retrata como un submundo deimposibilidades, es preciso reconocer y definir correctamente losproblemas e identificar los espacios de posibilidad. La experienciaindica que aun en estas condiciones sociales extremas la escuela“puede”: siempre y cuando se conforme como una instituciónfuerte y adecuada (no estandarizada), no condescendiente, yconstituida por agentes profesionales que conjuguen, entre otrascosas, conocimientos especializados y ausencia de prejuicios,disposición al trabajo en equipo, responsabilidad profesional yconciencia del sentido social del trabajo que realizan.

En la Argentina actual, la enseñanza secundaria para todos nosólo es una meta necesaria, sino posible. Quizás el principalobstáculo para alcanzarla no sea la escasez de recursos materiales,sino la inadecuación de la oferta educativa a las condicionessociales y culturales de los adolescentes. En América Latina laenseñanza secundaria creció por proliferación, incluyendo a losnuevos adolescentes en las viejas instituciones, que no habíansido hechas para ellos. Es sabido que las familias de los sectorespopulares argentinos tienen elevadas aspiraciones para sus hijos,salvo minorías que todavía consideran que “el secundario no espara nosotros”. La Asignación Universal por Hijo, con su ampliacobertura, constituye un incentivo material muy importante para laescolarización de los adolescentes. Pero el objetivo central nodebe ser la simple escolarización (la inclusión escolar) y laculminación del secundario, sino la apropiación de conocimientos

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básicos necesarios para la vida. Escolarizar tiene sentido en lamedida en que sea un instrumento para apropiarse de un capitalcultural básico que habilite al educando para seguir aprendiendodurante toda la vida, tanto en instituciones universitarias como enotros ámbitos.

Los docentes que creen que no todos los adolescentes están encondiciones de terminar el secundario, y de aprender lo que hayque aprender, no están haciendo un simple pronóstico “objetivo”:están contribuyendo, conscientemente o no, a hacer realidad supropia y lamentable profecía.

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«La culpa de todo la tiene la familiaEn el fondo, la verdadera responsable de las dificultades derendimiento académico y de comportamiento de los alumnoses la familia.»

Cuando un grupo de docentes universitarios conversa sobre lasdificultades de desempeño observadas en los alumnosingresantes, suele aparecer una explicación mágica: el problemaestá en la enseñanza secundaria, que no prepara adecuadamente alos estudiantes. Más allá de lo acertado o no del diagnóstico, locierto es que la escena se repite en cualquier conversación dedocentes del secundario. En este caso, el problema se traslada alos docentes que dictan asignaturas en los primeros años del nivele incluso a la escuela primaria. Sin embargo, la espiral de culpas delas dificultades académicas y de comportamiento de losestudiantes en la escuela suele centrarse en un actor privilegiado:la familia. Allí es donde – según parece– empieza todo. Y por esomismo muchos de los problemas percibidos en la escuela seadjudican a una deficiencia primigenia del grupo familiar.

Los datos corroboran esta primera impresión. En una encuesta adocentes realizada en 2000 por Tenti Fanfani, “la relación con lospadres” era considerada un problema por el 28% de los docentesdel país. Por otro lado, cuando se les preguntó sobre los factoresque determinan el aprendizaje, el más consensuado (81% deacuerdo) fue “el acompañamiento/apoyo de las familias” (“lacalidad del docente”, con el 53% de las preferencias, quedó en unlejano segundo puesto). Asimismo, en diversos talleres realizadoscon docentes, no sólo de la Argentina sino de otros países deAmérica Latina, los maestros tendieron a apuntar a las familias

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para explicar los bajos rendimientos de aprendizaje en la escuelaprimaria y secundaria. Esta representación, evidentemente, nocontribuye a mantener una adecuada integración ycomplementariedad entre la familia y la escuela que facilite elaprendizaje de los conocimientos básicos.

Por otra parte, no faltan quienes (periodistas, ensayistas,políticos, intelectuales) critican a la familia actual y reclaman unmayor involucramiento de los padres en el acompañamientoescolar de los hijos. Se dice que muchas familias “abandonan” asus hijos a la escuela y le exigen que “los eduque” (es decir, quelos “socialice”), y no sólo que les enseñe o los instruya,ignorando que la socialización entendida como interiorización deuna serie de expectativas y conductas que permite a losindividuos interactuar con los demás en contextos socialesespecíficos es una condición sociológicamente previa a lainstrucción o desarrollo de competencias y conocimientos. Estademanda de socialización, en países como los Estados Unidos, diolugar incluso a un fenómeno que algunos especialistasdenominaron “terapeutización” de la pedagogía. La tarea que seimpone y demanda como prioritaria en este marco, y que tiende aacaparar gran parte del tiempo escolar, se orienta a desarrollar elequilibrio emocional básico de los alumnos (muchas vecesalterado por sus condiciones de existencia), fortalecer unaautoestima vulnerada por la discriminación y el abandono, yestimular la empatía o capacidad de ponerse en el lugar del otro,condición básica de la convivencia.

Algunos docentes añoran un tipo de familia “tradicional”, queimplica un papá, una mamá e hijos conviviendo bajo el mismotecho, el papá trabajando fuera de casa y la mamá dedicándose alcuidado del hogar. Aunque no ha desaparecido del todo, nonecesitamos explicar que en la sociedad actual este tipo de familia

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es minoritario y que nuestras propias familias y las de las personasque nos rodean muestran otras realidades. Muchas mamás estánintegradas al mercado de trabajo formal, informal, o ambos a la vez,existen familias monoparentales (muchas con jefatura femenina),familias compuestas por varios grupos mono o biparentales,familias ensambladas una o varias veces, e incluso compuestaspor un abuelo y/o abuela con nietos, sólo por poner algún ejemplode la variedad de configuraciones familiares hoy existentes. Poreso, en vez de reclamar un imposible regreso a esa “familiatradicional”, quizás sea más sensato replantear la clásica divisióndel trabajo entre escuela y familia a la luz de las nuevascondiciones sociales. Ciertamente, el panorama de la familia actualdemanda el rediseño de la escuela y del tiempo pedagógico, y laincorporación de nuevas figuras profesionales que trabajen enequipo con los pedagogos.

Al mismo tiempo, como han señalado varias investigaciones –entre ellas, la encuesta de la Universidad Pedagógica (UNIPE)sobre relaciones entre “escuela” y “familia”, encabezadarecientemente por Bottinelli y un trabajo anterior de Monica Pini–,estas demandas de las familias hacia la escuela y las acusacionesde inacción, apatía o permisividad que los padres arrojan confrecuencia sobre los docentes, son sentidas por estos como unasobreexigencia que los acusa de no hacer y les demanda quehagan precisamente eso que las familias no pueden o no están encondiciones de resolver (lo reconozcan o no). Esto constituye unejemplo más de esa tendencia a reclamarle a la escuela lo que antesse esperaba de otras instancias o instituciones (en este caso, lafamilia) y que, por lo tanto, debería llevarnos a abandonar losestereotipos e interrogarnos sobre un posible rediseño de ladistribución de responsabilidades y competencias relativas, y suscondiciones de posibilidad.

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Sin embargo, en el punto en que nos encontramos esto parecebastante difícil de alcanzar y la adjudicación mutua deresponsabilidades entre “escuela” y “familia” es el clásico de losclásicos de los debates escolares. Si un estudiante tieneproblemas, es lógico pensar que a veces tienen razón los docentesy a veces, los padres, y que en cualquier caso deberían conversary escucharse un poco más. Sin embargo, frente a cierta sensaciónde desborde por parte de unos, de otros o de ambos, los docentesy los padres se pasan la pelota.

Estos estereotipos de los padres sobre los docentes y de losdocentes sobre los padres constituyen un verdadero obstáculopara los desafíos cotidianos en la relación pedagógica. Losestereotipos (“padres despreocupados”, “abandónicos” o“desinteresados”; docentes “apáticos” o “incapaces”) impidenpercibir la diversidad real de las situaciones que unos y otrosenfrentan. Eso no significa que no existan tendencias socialesprofundas, como la desacralización de esa autoridad docenteautomática de antaño, que ya mencionamos, o el sobreempleo delos adultos. Significa que, en esos contextos, percibir laheterogeneidad resulta decisivo para poder apoyarse en lospadres más dispuestos a colaborar y dedicarse con mayor énfasisa las situaciones más desafiantes.

Una vez más, nuestra intención al desglosar algunos de los mitosrelacionados con esta culpabilización simétrica es despejar elterreno para un debate fructífero.

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«Los padres de hoy no colaboran con la escuelaLos problemas de la escuela se deben en gran medida a lafalta de compromiso de las familias.»

Como mencionamos en una “mitomanía” anterior, hace ya bastantetiempo que en América Latina se impuso el discurso de la“participación”. Pero, como también dijimos, cabe reconocer queen esta materia es más lo que se habla que lo que efectivamente sehace y experimenta, tanto en las instituciones como en el campode la práctica educativa.

En cuanto al rol de la familia en la escuela, existe una serie deambigüedades o incluso de contradicciones sobre las que rara vezse llama la atención y que tienen que ver con el tipo departicipación que se demanda y con el punto en que la“participación” se transforma en “intromisión”. Es cierto quedirectivos y docentes demandan por lo general mayor“participación” de los padres y las familias de los alumnos, perotambién es cierto que esa participación afecta la contribución y laayuda que las familias deben prestar a la tarea propuesta ydefinida por la escuela y desde la escuela. Por el contrario, cuandose trata de la participación en procesos de toma de decisionesescolares, acerca de qué se enseña y cómo, de cómo organizar elproceso de aprendizaje, del uso del tiempo escolar o de losrecursos financieros disponibles en las instituciones, no seobserva la misma intensidad en esa demanda de participación. Porel contrario, suele suceder que los agentes escolares reivindiquensus derechos profesionales argumentando que son ellos “los quesaben” en materia de enseñanza/aprendizaje. Esta dimensión de“lo pedagógico” aparece entonces como su exclusiva

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responsabilidad y no suelen mostrarse particularmente dispuestosa permitir la intervención de las familias o de otros agentessociales.

Tanto la familia como la escuela tienen responsabilidades“indelegables”, pero los recursos familiares, como asimismo losescolares, no están igualitariamente distribuidos en las sociedadeslatinoamericanas actuales. Hay cosas, ciertamente muy necesariaspara el desarrollo infantil, que sólo la familia puede proveer. Elamor y el cariño de un padre y una madre (o de los hermanos,abuelos, etc.), cuando por diversas razones llegan a faltar, nopueden ser provistos por un sistema burocrático del Estado (unasuerte de “ministerio del amor”, más allá de ironías orwellianas,sería impensable, mientras que un programa de comedoresescolares es plausible y necesario). La educación que brinda lafamilia sigue siendo la “primera” y fundamental, porque provee labase que sustentará los aprendizajes posteriores. La escuela-institución se ha vuelto insustituible, en la medida en que sólo ellapuede “realizar ciertas cosas”, y hacerlas en forma masiva, comopor ejemplo desarrollar competencias de lectoescritura y cálculo.Por lo general, ni los matrimonios de ingenieros o matemáticos,tanto por razones pedagógicas como de división social del trabajo,están en condiciones de enseñar matemáticas a sus hijos y, así,delegan esa tarea en la institución escolar.

Respecto de la segunda cuestión, en América Latina es un lugarcomún afirmar que no todas las familias disponen del mismocapital para “educar” a sus hijos y acompañar la tarea de laescuela, y que las escuelas, aunque jurídicamente “iguales”, sonextremadamente desiguales en recursos materiales, sociales ysimbólicos.

En el origen del Estado moderno, la mujer no se habíaincorporado en forma masiva al mercado de trabajo ni tenía iguales

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derechos civiles, sociales y políticos que el hombre. La familiatradicional (un hombre y una mujer, con o sin hijos, que viven bajoun mismo techo, con una unión formalizada y una determinadadivisión del trabajo) se fragmentó y hoy se presenta bajo múltiplesformas; por lo tanto, es necesario redefinir el papel de lainstitución escolar en el proceso de socialización de las nuevasgeneraciones. En muchos casos, la extensión del tiempo escolar (lajornada completa o extendida) y la incorporación de nuevasfiguras profesionales (psicólogos de la infancia, asistentessociales, animadores culturales, mediadores) deberían acompañarla ampliación de las funciones tradicionalmente asignadas a laescuela (desarrollo de conocimiento en las personas).

Cuando las cosas no andan bien, ni en la casa ni en la escuela,las relaciones entre estas dos instancias se vuelven máscomplejas. Entre otras cosas, las familias y la sociedad tienden apedirle a la escuela más de lo que puede dar. A su vez, algunosmaestros y administradores educativos esperan que las familiashagan más de lo que están en condiciones (económicas yculturales) de hacer. Aun así, familias y docentes pueden y debenmejorar su contribución al desarrollo de las nuevas generacionestrabajando en conjunto, con una mirada crítica sobre sus actualesprestaciones, posibilidades, obstáculos y condiciones, que délugar a dosis mayores de responsabilización del mundo adulto(familiar y escolar) respecto de las generaciones jóvenes. Esosiempre será más provechoso que la queja y la recriminaciónrecíprocas fundadas en estereotipos “mitomaníacos”.

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3. Mitos sobre los docentes

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¡Qué es lo que no se dice y escribe acerca de los docentes! Esmucho más lo que se dice que lo que verdaderamente se conocesobre esta importante tarea. Hasta hace un tiempo (principios delmilenio), el Ministerio de Educación ni siquiera sabía con precisióncuántas personas desempeñaban un puesto docente frente aalumnos. El Estado, como “gran empleador”, sabía cuántos“cargos” había, pero desconocía la cantidad de individuos que losocupaban. Todavía hoy existen empleados que hacen tareasadministrativas y perciben por ellas salarios docentes, así comodocentes con varios cargos. Menos aún se conocen las actitudes,valoraciones, nivel de formación, expectativas, creencias y otrosaspectos subjetivos. Pero este “vacío de conocimiento” secompensa con una abundancia de mitos y prejuicios, tanto sobrelo que son los docentes como sobre lo que deberían ser.

Que “ya no tienen vocación y trabajan sólo por el dinero”; que“es más fácil estudiar para maestro que para médico oeconomista”; que “ninguna familia de clase media o alta estimula asus hijos para que estudien las carreras docentes”; que “trabajanpoco y tienen muchas vacaciones”; que “faltan mucho a sutrabajo, en especial en las escuelas públicas”; que son los“culpables de los bajos resultados que obtienen los alumnosargentinos en las pruebas nacionales e internacionales derendimiento escolar”, etc.

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Todos estos “mitos denigrantes” del oficio docente tienen unalarga historia. Basta recordar el antiguo dicho: “El que sabe hace.El que no sabe enseña”. Falacia que se prolonga en otros doslemas: “El que no sabe enseñar forma profesores” y “el que nosabe formar profesores hace investigación educativa”.

Pero esto no es todo. También hay prejuicios de signo contrario;por ejemplo, que “los “maestros son víctimas del sistema y de laspolíticas de destrucción de la educación pública”; que “se estánempobreciendo, desprofesionalizando, proletarizando”; que “yano tienen el prestigio que tenían antes”; que “las familias y losniños no los respetan y los directivos escolares no losdefienden”; que “son cada vez más objeto de agresión física ymoral”; que “están obligados a realizar tareas asistenciales ajenasa su profesión”; que “las malas condiciones de trabajo producencada vez más enfermedades profesionales”, etc.

Ante todo, hay que decir que estas creencias, algunas de largadata, sobreviven y se reproducen por dos razones básicas:primero, porque se asientan en algún fragmento de realidad, ysegundo, porque hay grupos interesados en sostenerlas a lo largodel tiempo. No olvidemos que, al igual que cualquier otro grupo ofenómeno social, los maestros existen de dos maneras: comorealidad objetiva que se deja medir y contar (por edad, antigüedad,género, lugar de trabajo, etc.) y como objeto percibido,representado por ellos mismos o por los demás, es decir, por todosaquellos que tienen algún interés en “hablar” de ese objeto. Esaquí donde se establece una lucha por los nombres y cualidadesque adjudicamos a las cosas.

Pero los viejos prejuicios no son fáciles de erradicar. Hasta losperiodistas les piden a los expertos que digan cómo son losmaestros argentinos. En cierta ocasión, un reconocidopsicopedagogo español le preguntó al ministro de Educación de la

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Argentina durante la presidencia de Carlos Menem: “Ministro,¿cómo están los docentes en su país?”, y el ministro le respondió:“Los docentes argentinos están muy bien, fíjese que todos van atrabajar en auto”. Más o menos en la misma época, una dirigentede un sindicato docente decía que los docentes argentinosestaban “por debajo de la línea de pobreza”. Es evidente que tantoel ministro como la sindicalista hacían generalizaciones abusivas einteresadas. Para liberarnos de los mitos opuestos de “el maestrovíctima versus el maestro culpable”, nada mejor que superar lasfrases hechas que condenan o elogian sin otro fundamento queun arsenal de viejos prejuicios.

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«Lo que falta es vocaciónLos docentes de hoy trabajan sólo para ganar un sueldo, no secomprometen con lo que hacen.»

Son muchos los que acusan a los docentes de no tener vocación,de trabajar sólo por dinero, de no querer la profesión. La falta devocación sería entonces la causa del mal desempeño. Se haseñalado en más de una ocasión que el trabajo en la docencia esdiferente del trabajo en otras actividades. Muchos docentesincluso destacan el carácter “vocacional” que distinguiría a suoficio. Ahora bien, esta perspectiva ha sido muy cuestionadaporque iría en desmedro de un adecuado reconocimiento laboral ysalarial de la profesión. Para entender las tensiones en torno alconcepto de “vocación”, vale la pena revisar las acepciones deltérmino.

La primera tiene que ver con el “innatismo”. En un mundo ideal,una vocación no se elige, se “descubre”, porque es algo así comoun llamado, una predisposición, un mandato escrito en cada unode nosotros. Una vocación es un imperativo, algo para lo cualhemos sido hechos, algo que da razón y sentido a nuestras vidasy no un simple medio para obtener dinero, poder o fama. El mitoreligioso de la predestinación fue reemplazado por una suerte depsicologismo que considera que cada individuo, en virtud de sucarácter y sus rasgos personales (que los tests de orientaciónvocacional pueden revelar), está orientado a ejercer una u otraactividad ocupacional. Por otro lado, cierto “sociologismo” puedecumplir la misma función explicativa. Ya no se trata de buscar en lomás profundo de la subjetividad personal las orientacionesbásicas para explicar la “no elección” de la carrera docente. Según

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la Unidad de Planeamiento Estratégico y Evaluación de laEducación Argentina, un estudio realizado en 2010 indicaba que el42% de los docentes manifestó ser hijo, hermano o cónyuge de unenseñante. Esta situación ha configurado el llamado “fenómeno deendogamia docente”, esto es, la reproducción de los docentes enciertas familias y círculos sociales o, lo que es lo mismo, otra formade considerar la ocupación docente, no como una profesiónelegida por deliberación y cálculo, sino como resultado de unasuerte de determinismo social.

Y aquí aparece la segunda dimensión de la vocación, relacionadacon el desinterés y la entrega: el maestro se convierte en herederodel sacerdote o el apóstol; su trabajo es una misión que lotrasciende y se vuelve socialmente más valioso cuanto mássacrificios exige. El maestro vocacional es feliz con lo que hace, yno le importa mucho la retribución. Como el deportista amateur,hace lo que hace por placer, no como un medio para ganarse lavida.

Este viejo mito hunde sus raíces en el origen de los sistemaseducativos estatales y laicos de la mayoría de los paísesoccidentales y cristianos de Europa y América Latina. Pero no setrata de un mito muerto, sino todo lo contrario: continúa vivo en laconciencia social y funciona como una expectativa que presiona atodos y cada uno de los docentes. La vocación exige, en suma,una entrega total. Es una identidad antes que una actividad. Estetiende a ser el parámetro utilizado para evaluar socialmente a losmaestros. Es obvio que la distancia entre el ideal y la realidad haceque la mayoría de los maestros de carne y hueso estén muy lejosde satisfacer semejantes expectativas.

La tercera y última dimensión de la vocación remite alcompromiso ético y moral con el otro. En los servicios personales(ya sea la docencia o la medicina), el buen desempeño del oficio

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requiere algo más que la competencia y la pericia técnica: un buenprestador debe honrar su compromiso con el bienestar y lafelicidad del otro. En este sentido, es legítimo esperar que un buenmaestro respete y en cierto sentido estime a sus alumnos y seinterese por su felicidad presente y futura.

La fuerza de la idea de la vocación, en sus tres dimensiones porlo general indiferenciadas, se hace sentir en la mentalidad de lospropios docentes. En una investigación llevada a cabo en 2009 ycoordinada por Emilio Tenti Fanfani, el 67% de los estudiantes demagisterio de la Argentina afirmó que “lo más importante paraejercer la docencia es ‘tener vocación’”. Sin embargo, todo indicaque la vocación es una respuesta a una “presión social” o un“deber ser” antes que una realidad efectiva. En muchasentrevistas no estructuradas es frecuente que los maestrosafirmen que “nunca pensaron en ser docentes” y que comenzarona desempeñar esa actividad llevados por las circunstancias, comoaquellos que tienen los títulos profesionales más diversos (desdearquitectos hasta sociólogos, pasando por psicólogos, médicos,etc.) y ante las dificultades de inserción laboral específicaencontraron en la enseñanza un empleo remunerado y estable quesustituye o bien complementa su “primera profesión”.

¿Cómo conciliar la vocación con el hecho de que, en el mismoestudio antes citado, casi el 38% de los encuestados reconocióque cursó una carrera universitaria antes de ingresar a un institutode formación docente? Más aún, muchos de los que hoy cursanuna carrera docente aspiran en el futuro a estudiar una carrera nodocente. Este desfase entre aspiraciones y posibilidades dealguna manera se resuelve “haciendo de la necesidad virtud”. Aligual que cualquier otro agente social, el docente “hace lo quepuede” y reviste esa acción de sentido vocacional, satisfaciendo

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de esta manera una suerte de exigencia social que pesa más en eseoficio que en muchos otros.

Claro que, más temprano que tarde, la idea de vocación da paso ala realidad del “trabajo” y la “profesión”. Detrás de la “respuesta aun llamado” asoma lo posible, lo que está al alcance de la mano. Lapredestinación deja su lugar a la necesidad y a la evidencia delalto porcentaje de endogamia. Las actitudes de “entrega ydesinterés” ceden ante la lucha por el salario y las condiciones detrabajo. Y junto al “compromiso ético-moral” y la idea de “misión”,en muchas ocasiones se instalan la desidia, la desconfianza, eldesinterés, la rutina y el malestar, aspectos negativos quefuncionan como defensas contra el déficit de sentido, los bajossalarios, las malas condiciones laborales, el prestigio socialdisminuido y la falta de autoridad que, entre otras cosas,caracterizan la experiencia docente no sólo en la Argentina, sinotambién en muchos países de Occidente.

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«El docente SupermanEl docente es multifacético. No sólo debe enseñar: tambiéndebe moralizar, educar las emociones y sentimientos,alimentar, contener, pacificar.»

¡Se esperan tantas cosas del maestro! Que sea un transmisor deconocimientos, un “creador y un provocador permanente”, un“motivador” que “ame a la infancia”, un héroe capaz de vencertodos los obstáculos para cumplir con su misión, un mago “parapoder hacer mucho con pocos recursos”, un sacerdote dispuestoa sacrificarlo todo. Un docente debe ser “experto en solucionarproblemas” del más diverso tipo (de aprendizaje, de conductas, dedisciplina, de drogadicción, de abandono familiar, de violencia, deburocratización, etc.). Debe saber matemáticas y enseñar esadisciplina, pero con eso no alcanza: también debe garantizar quesus alumnos aprendan realmente y lo demuestren en lasevaluaciones del Ministerio de Educación o los organismosinternacionales. También debe saber relacionarse con los alumnosy sus familias, aunque ninguno de ellos tenga interés en la escuelani en el aprendizaje, a pesar de que a veces se muestren agresivosy hasta violentos. Debe estar en condiciones de lidiar con los másvariados y agudos problemas sociales que los alumnos “traenconsigo”, porque es imposible que los dejen “fuera de la escuela”.

También debe estar dispuesto a colaborar con sus colegas,aunque ellos no tengan interés ni tiempo para colaborar con él.Debe, asimismo, mantener una relación cordial, respetuosa y decolaboración con directores y supervisores, aunque estos seanincapaces, injustos o arbitrarios. Hay quienes esperan, incluso,que el docente predique con el ejemplo. Si pretende enseñar

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valores, debe mostrar con su vida (y no sólo con su prédica) quees una persona virtuosa. Muchos creen que bastan estascualidades personales para tener “autoridad” y gozar del respetode los alumnos, sus familias y la sociedad. Y para terminar con estaenumeración digamos que no faltan quienes suben la apuesta ysostienen que un “verdadero maestro” no puede ser “una personabanal”, sino que debe ser “serio” (pero también “alegre” y con“sentido del humor”).

Desde luego, podrían agregarse otras cualidades a esta listaarbitraria. El lector docente seguramente podrá seguir con esteejercicio; pero le sugerimos que lo haga con humor y, por qué no,con una pizca de sana ironía. Humor e ironía pueden favorecer ladistancia y la reflexión crítica respecto del sentido y lasconsecuencias de estas consignas contradictorias.

Si sumáramos todas las demandas y expectativas que la sociedaddeposita en el docente, este debería ser una especie desuperhombre (más bien, supermujer): una entidad magnífica tanimprobable como imposible. La sociedad y los gobiernos, siempre“generosos” en exigencias, son proporcionalmente mezquinos a lahora de proveer a los docentes los recursos y condicionesnecesarios para satisfacerlas. Muchos docentes sienten en carnepropia esta contradicción. Lejos de la felicidad “vocacional”,sienten culpa, vergüenza, impotencia o rabia, y muchas veces unamezcla de todos esos sentimientos. Algunos se refugian en larutina y “hacen la plancha”; otros “hacen como que” estánactualizados y aprenden las jergas pedagógicas de moda, esas quese oficializan en los planes y programas de los ministerios. Otrosresisten, luchan, reflexionan e intentan recuperar la iniciativa parano ser meros ejecutores de –o “resistentes” a– las políticas deturno.

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«Hay que profesionalizar a los docentesLos docentes son en realidad cuasi profesionales, ya quecarecen de una formación adecuada. Se necesitan maestrosmás competentes.»

En la década de 1990, los organismos internacionales que seocupaban de la educación comenzaron a reclamar políticas deprofesionalización de los docentes. Detrás de la iniciativa estaba lacreencia de que estos carecían de los conocimientos necesariospara realizar su trabajo en forma correcta. En sus inicios, laconsigna de la profesionalización estaba incorporada en elpaquete de políticas neoliberales que tendían a redefinir el papeldel Estado en la prestación del servicio educativo. En términosideales, el Estado sólo debería hacerse cargo de financiar eseservicio para los más pobres, mientras que el resto quedaría enmanos de actores privados, que al competir entre sí garantizaríanla máxima calidad posible de los aprendizajes. Laprofesionalización consistiría básicamente en introducir criteriosde diferenciación salarial según la formación de los docentes y losresultados de la evaluación de su trabajo. Por esta razón, laspolíticas de profesionalización docente del menemismo recibieronel rechazo masivo de los sindicatos docentes, tenaces defensoresde la educación pública. La idea misma de considerarse“profesionales” generó un rechazo explícito en la mayoría de losdirigentes sindicales, quienes, para resistir la profesionalizaciónneoliberal, reivindicaron su identificación como “trabajadores de laeducación”.

Con el paso del tiempo y la crisis del paradigma educativoneoliberal, la idea de profesionalización tendió a perder su carácter

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inicialmente negativo y hoy goza de cierta legitimidad dentro delcuerpo docente. Así lo evidencian los resultados de las encuestasque invitan a los docentes a identificarse con las figuras típicasdel “trabajador” y el “profesional”; esta última concitó elconsenso de tres cuartas partes de los encuestados (según laencuesta realizada por la Unidad de Planeamiento Estratégico yEvaluación de la Educación Argentina).

Toda profesión presenta, al menos, las siguientes características.La primera es que implica el uso de conocimientos complejos,cuyo aprendizaje requiere tiempo y se realiza en institucionesespecializadas, como las universidades. La segunda es que elprofesional es autónomo, en la medida en que decide qué hacer ycómo resolver los problemas que le competen. Así, sólo reconocela autoridad de un código deontológico producido por sucorporación de pertenencia. La tercera es que suele gozar derespeto, reconocimiento y prestigio social, en gran parte debido asu escasez numérica y a las funciones estratégicas que cumple enla sociedad. Si se tienen en cuenta estas tres características, ladocencia aparece como una profesión en vías de consolidación,ya que aún necesita fortalecer y perfeccionar sus competenciascientífico-técnicas.

Todavía hoy, lo que se aprende en la práctica (desde que elfuturo maestro ingresa en la educación escolar) y losconocimientos teóricos impartidos en los institutos de formacióndocente muchas veces van por carriles separados y, a la larga, elconocimiento práctico, espontáneo, aprendido en el curso de laexperiencia, tiene tal fuerza que termina por imponerse sobrecualquier teoría o discurso aprendido en las instituciones. Pruebade eso es que significativos porcentajes de docentes manifestaronhaber comenzado a trabajar en el oficio “antes de haberserecibido”. En 2000 este era el caso del 28% de los docentes

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argentinos (en Brasil llegaba al 52%). En toda América Latina, elafán de responder las demandas sociales de escolarización obligóa reclutar docentes sin formación pedagógica completa o inclusosin formación especializada.

Por otra parte, las condiciones objetivas de trabajo(infraestructura edilicia de las escuelas, reglamentos, división deltrabajo pedagógico, horarios, funciones, recursos didácticos ytecnológicos disponibles, remuneraciones, etc.) refuerzan latendencia a reproducir rutinas y tradiciones antes que a estimularla creatividad como indican las teorías, por lo general“progresistas” e innovadoras, que se estudian en los programasde formación de grado y posgrado.

La calidad de la formación docente está en discusión en casitodo el mundo occidental. En los Estados Unidos, por ejemplo, unestudio evaluó 1200 programas de 608 instituciones dondeconcurre el 72% de los egresados, utilizando como puntuaciónmáxima cuatro estrellas. Se analizaron aspectos tales como elcriterio de ingreso a las carreras docentes, los planes de estudio, labibliografía utilizada y otros materiales didácticos. Menos del 10%de los programas evaluados obtuvo tres o más estrellas. Sólocuatro fueron calificados con cuatro estrellas, y alrededor del 14%no mereció siquiera una. Los programas de posgrado fueron unfracaso rotundo. En 2000, un informe de la OCDE afirmaba que,pese a las variaciones en los programas de formación de doctoresen medicina, la mayoría compartía un alto porcentaje decontenidos. Y observaba que cuando se estudian los programasnacionales de formación de docentes de los diversos paíseseuropeos lo que se observa es un desacuerdo sobre lo que debeaprender un estudiante para convertirse en profesional de laenseñanza.

En la Argentina no se han realizado estudios de este tipo, pero

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hay un dato que debería preocupar a los responsables políticos deformar profesionales de la educación: el númerosorprendentemente alto de institutos de formación docente y deprogramas de formación en las universidades. En 2004 había másde 1000 institutos (1099): 614 estatales y 485 privados. En cuantoal tamaño, el 27% tiene como máximo 100 alumnos y sólo el 26%tiene 400 o más. La proporción de establecimientos con pocosestudiantes es mayor en el sector privado. México, con más deldoble de la población argentina, tiene menos de 500 escuelasnormales. En Francia, para la misma época (2005), existían 32institutos universitarios de formación de docentes, convertidos enel año 2013 en escuelas superiores de profesorado y educación.

No es arbitrario calificar como excesivo el número de IFDexistentes en la Argentina, ya que es poco probable que cuentencon los recursos humanos, de infraestructura y tecnológicos quepermitan garantizar una formación de calidad para los futurosdocentes, es decir, la condición básica de la profesionalización delos maestros. Esta situación problemática obliga a casi todos losEstados de la región a invertir sumas considerables (con escaso oningún éxito) en los denominados Programas de“Perfeccionamiento” Docente masivos. Es muy probable que, silos docentes se formaran mejor en los IFD y en las universidades(a las que asiste gran parte de los profesores especializados deenseñanza secundaria), no habría tanta necesidad de“perfeccionamiento”. En todo caso, al igual que en cualquierprofesión moderna, es necesario implementar estrategias deactualización y de formación permanente para incorporar losavances del conocimiento especializado.

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«Los docentes se están proletarizandoEl trabajo docente es cada vez menos calificado. Los docentesson meros ejecutores de programas y políticas. Fueronperdiendo autonomía y margen de decisión en su trabajo.»

En la década de 1990 los expertos del Banco Mundial aconsejabandesarrollar materiales de enseñanza (manuales y guías deaprendizaje autoadministradas) “a prueba de maestros”, comosolía afirmarse en forma bastante cínica y despectiva. En pocaspalabras, se partía del siguiente supuesto: la mayoría de losdocentes no son competentes. Y, en vez de invertir en suformación, se consideraba más eficiente y eficaz invertir entecnologías de aprendizaje que volvieran “menos necesaria” laintervención del docente. Este, antes que ser un profesional, seconvertiría en el mero usuario de una herramienta. Para usarlabastaba con “seguir las instrucciones”. El maestro dejó de ser unprofesional para convertirse en un operador (u operario) capaz deaplicar procedimientos predeterminados a tareas indicadas en unreglamento. Un profesional, en cambio, es capaz de definir unproblema mediante un diagnóstico y, atento a eso, decidir cuál detodos los procedimientos disponibles conviene aplicar. Esto es loque hacen un médico o un arquitecto profesionales. En términosideales, el profesional de la educación puede desarrollar nuevasestrategias de intervención o incluso nuevos modos de definir losproblemas pedagógicos que encuentra en las aulas. Sin embargo,para convertirse en un profesional/tecnólogo, se requierendeterminadas condiciones (tiempo, capacidad de experimentación,recursos tecnológicos) nada fáciles de encontrar en lasinstituciones.

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El carácter fuertemente regulado y controlado del trabajodocente atenta contra su autonomía. En muchos contextos, eleducador no sólo no decide sino que más bien ejecuta una seriede acciones prescriptas en reglamentos, programas y políticas, sintener muchas oportunidades de elegir opciones estratégicas sobreaspectos sustantivos de su trabajo, como qué se debe enseñar,con qué ritmos y estrategias, etc. Por estas condiciones, hayquienes afirman, como Ricardo Donaire, que el trabajo docente, envez de profesionalizarse, en verdad estaría “proletarizándose”, esdecir, a la condición de asalariados se agregaría una pérdidagradual del control y autonomía sobre los fines, procesos yresultados del trabajo pedagógico.

Corresponde reconocer que el maestro no es un profesionalautónomo sino que está en relación de dependencia, como es elcaso de la mayoría de los profesionales. Por otra parte, se trata enbuena medida de funcionarios públicos que cumplen una tareadefinida y controlada en forma colectiva. Ellos no pueden decidirqué enseñar y qué no: son ejecutores de políticas y programascuyos objetivos, contenidos y prioridades son definidos por losresponsables políticos del sistema escolar. Por lo tanto, el trabajodel docente tiene márgenes de autonomía variables, nuncaabsolutos. El equilibrio entre autonomía y dependencia es fuentede potenciales conflictos que nunca arriban a una solucióndefinitiva ya que los arreglos son siempre inestables yprovisorios. Por último, el colectivo docente –como el resto de lasburocracias públicas– no es un bloque uniforme, porque allí semanifiestan las mismas contradicciones y conflictos que en elresto de la sociedad.

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«La docencia es una ocupación cada vez menos prestigiosa enla sociedadLa sociedad respeta poco al docente y apenas reconoce eltrabajo que hace. A veces incluso lo culpa de la crisis de laeducación.»

Algunos creen que hubo un tiempo en que el docente era unafigura muy prestigiosa y respetada en la sociedad. Sin embargo,basta hacer un poco de historia para observar que desde siemprelos maestros se lamentaron del escaso reconocimiento yconsideración que se les dispensaba. Por otra parte, en ese míticopasado en que “la docencia tenía prestigio social”, losintelectuales y universitarios solían referirse a los docentes como¡“los pobres” o los “humildes maestros de escuela”! Una cosa esser maestro y otra muy distinta es ser calificado como “unmaestro”, es decir, alguien que tiene “discípulos” que reconocensu deuda con él. Pero ese título de maestro no se obtiene en lasescuelas normales ni tiene estatuto jurídico, más bien se basa enuna trayectoria socialmente reconocida en un campo de actividaddeterminado.

Por un lado, hoy existe una especie de tensión entre losdiscursos sociales que valoran simbólicamente la función quecumplen los docentes (suele decirse que es un oficio “sublime”,“estratégico para formar a las ciudadanos del futuro”, etc.) y lospremios y recompensas que se asignan a su trabajo.

Por otro lado, desde hace algún tiempo el prestigio de losdocentes es deliberadamente atacado desde el espacio político-ideológico de la derecha neoliberal, que considera que tanto elloscomo sus sindicatos son los principales responsables de la “crisis

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de la educación” y los bajos rendimientos en materia deaprendizaje, tal como los miden las pruebas nacionales einternacionales de evaluación. La proliferación y masificación de ladocencia conspira contra su propio prestigio y reconocimientosocial. Por lo general tienden a valorarse más las ocupacionesaltamente calificadas, escasas y con alta demanda social.

Por último, el prestigio social es un concepto relativo. Es obvioque en una comunidad rural, donde el promedio de escolaridad esbajo, la figura del docente gozará de un reconocimiento social máselevado que en un contexto urbano donde la escolaridad promediode los padres de los alumnos es muy elevada (títulosuniversitarios de grado y posgrado).

Para prestigiar el magisterio algunos proponen políticasvoluntaristas, campañas publicitarias incluidas. Es probable queno sea ese el modo más adecuado de lograr el objetivo. Si se elevael capital cultural y científico de los docentes, se enriquecen suscondiciones de trabajo, se confía más en su autonomía, seestimula la responsabilidad laboral mediante controles entre paresy se mejoran sensiblemente los salarios, el prestigio social “sedará por añadidura”.

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«La docencia es un oficio para mujeresLa escuela es una extensión del hogar; la mujer tienecualidades naturales para hacerse cargo de la primeraeducación.»

A primera vista, esta afirmación no sería un mito sino un hecho, yaque la mayoría de los docentes son, en efecto, mujeres. Sinembargo, otro es el cantar cuando la frase denota un “deber ser”.En este caso, quiere decir que “no es de hombres” ejercer esteoficio. Y este sí es un mito: más allá de los falsos postulados de laposición machista, no existen oficios con género, predestinados ahombres o mujeres. La política, por ejemplo, sería una actividadpara varones, lo mismo que la función directiva en cualquierámbito de actividad. Sobra decir que, cuando en una sociedadmachista determinado oficio u ocupación se define como “paramujeres”, eso quiere decir que es un oficio subordinado, menosimportante que las ocupaciones de los varones.

Los datos muestran que la composición de género del empleodocente depende del nivel de enseñanza, ya que a medida que seasciende en los peldaños del sistema –desde el nivel inicial hastael universitario– la feminización disminuye e incluso llega arevertirse. Este retroceso se ha acentuado en las últimas décadas,en virtud del crecimiento del sistema educativo en los niveles conmayor proporción de varones: secundario y superior. Elpredominio de las mujeres también se manifiesta en la matrícula delos institutos de formación docente.

La fuerza del mito de la docencia como “trabajo de mujeres” sedebilita cuando cambia el equilibrio de poder entre hombres ymujeres, algo que ha sucedido drásticamente durante el último

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siglo. Sin embargo, la igualdad legal, muy extendida, todavía hoycontrasta con la desigualdad real. En otras palabras, la dominaciónmasculina continúa siendo un problema en la Argentina y en lamayoría de las sociedades contemporáneas. La tasa demasculinización crece progresivamente del nivel inicial al nivel dela educación superior. Lo mismo sucede cuando se analiza lacomposición de género en los cargos directivos (directores ysupervisores, por ejemplo). Algo parecido se observa en lasestructuras sindicales docentes. El peso que tienen los varones enlos cargos directivos muchas veces excede el que tienen en labase del gremio.

El predominio de las mujeres en el colectivo docente explicaalgunas de sus características particulares. Encuestas realizadas adocentes en distintos países de América Latina muestran que lamayoría de las mujeres docentes no se consideran jefes de hogar.En efecto, según una encuesta del año 2000, tres de cada cuatrodocentes mujeres no se identificaban con esa condición (entre loshombres el índice bajaba al 16%). Es probable que este resultadono haya sufrido variaciones sustanciales en los últimos años. Perocabe recordar que el ser o no ser jefa o jefe de hogar es unapercepción subjetiva de los docentes. Quien no se ve a sí mismoen esos términos no se considera el principal proveedor deingresos para la reproducción del hogar.

La feminización del oficio docente se asocia con la segmentacióndel colectivo según la importancia relativa del salario docente en elingreso total disponible en cada hogar. Grosso modo, puedendiferenciarse dos situaciones típicas. Primero están aquellos cuyosalario docente constituye la principal fuente de ingresos delhogar, al representar el 70% o más del total de los ingresosfamiliares. (En 2000, casi uno de cada tres docentes estaba en estasituación.) En el otro extremo están aquellos cuyo salario docente

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representa como máximo el 30% de los ingresos del hogar. Uno decada cuatro docentes (el 24,4%) se encuentra en esta situación. Lamayoría son mujeres (hijas o cónyuges) que no son jefes de hogar.En el medio están aquellos cuyo salario docente representa entreel 31 y el 70% del total de los ingresos disponibles en su hogar.Cabe señalar que esta no es una “particularidad argentina”, sinoque caracteriza al cuerpo docente de países como Uruguay, Brasil,México y Perú (según estudios de Tenti Fanfani y Steinberg).

Esta diversidad de situaciones probablemente marca una relaciónbien diferenciada con el trabajo, al menos en los casos extremos.No es lo mismo vivir de la docencia (como es el caso de por lomenos dos tercios del total de los docentes) que ejercerla como unmedio de expresión y realización personal, sin que la remuneraciónsea un aspecto determinante. Esta diferencia, como muestran losdatos, se relaciona en parte con la condición de género.

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«Los maestros trabajan poco y tienen muchas vacacionesLos docentes son unos privilegiados: trabajan cuatro horas ytienen más días de descanso que el resto de los asalariados.»

Sería bueno que quienes comparten esta creencia tuvieran ocasiónde pasar una semana al frente de tres o cuatro grupos de treinta omás adolescentes que cursan estudios en diversosestablecimientos escolares. Es muy probable que luego de esaexperiencia cambien de opinión. El trabajo docente es un serviciopersonal particularmente intensivo que requiere no sólo unconocimiento especializado sino también una serie de cualidadespersonales como la paciencia, el control de las emociones, laperseverancia, la capacidad de improvisación, la creatividad yotros rasgos de personalidad que se convierten en competenciaslaborales. El docente invierte su conocimiento y además todo loque él es, incluso su propio cuerpo, pues la relación con losalumnos se juega en un cuerpo a cuerpo que produce fatigapsíquica y física. Prueba de eso es la elevada presencia dediversas patologías en el colectivo docente, como el burnout,particularmente frecuente en la mayoría de los países deOccidente. Este síndrome se asocia con el agotamiento emocional,la despersonalización y la baja realización personal.

Estas situaciones reconocen su origen en factores personalescomo el altruismo, el idealismo, un alto grado de empatía eidentificación con las personas a quienes se presta el servicio, labaja autoestima, etc. A esto se suman aspectos contextuales,relacionados con el marco organizacional del trabajo. Así, puedenser fuente de mucho desgaste y agotamiento la exposiciónsistemática y prolongada a las miserias y el sufrimiento, el dolor, el

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hambre, la inseguridad y la violencia, muy frecuentes en ciertaspoblaciones explotadas y excluidas; desarrollar la tarea cotidianaen infraestructuras precarias, sin apoyo de otros profesionalescomo psicopedagogos, mediadores, animadores culturales oasistentes sociales; la sobrecarga laboral, el desfase entreexpectativas y demandas sociales y capacidad para satisfacerlas,los conflictos interpersonales, las retribuciones, los estímulos yapoyos escasos o insuficientes, la excesiva burocratización queenfatiza las formalidades y la racionalidad instrumental endesmedro del logro de los fines, etc. Estas situaciones son muchomás habituales justamente en aquellas actividades que, como ladocencia, tienen un fuerte componente “vocacional” y sedespliegan en el marco de interrelaciones personales intensas. Nohay que olvidar que en el aula “se sienten y padecen” todas lasmiserias sociales y que, por tanto, los maestros deben poner elcuerpo en situaciones extremadamente difíciles, complejas y engran parte imprevisibles.

Por otro lado, el trabajo docente mismo presenta una complejidadparticular en la medida en que, lejos de limitarse a resolverproblemas de rutina con abundancia de recursos, debe afrontar elconstante surgimiento de nuevos desafíos, que conciernen tanto alas cambiantes características culturales, sociales y emocionalesde los alumnos como a las mutaciones del conocimiento y latecnología. Así, los niños y adolescentes cultivan códigosespecíficos de reconocimiento en lo que hace al lenguaje y lasjergas, los consumos culturales, las fantasías y los intereses, lasformas de presentación, las identificaciones, todos aspectossujetos al devenir del tiempo y las modas. Se renuevan también, aun ritmo vertiginoso, los dispositivos comunicacionales a los quetienen acceso. En cuanto a los contenidos curriculares, cabe unejemplo esclarecedor: la reforma educativa del menemismo

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sustituyó las viejas materias de geografía e historia por una nuevaunidad curricular denominada “ciencias sociales”. Este solo hechotrajo aparejada la desvalorización del saber de miles de profesoresde geografía y de historia, quienes se vieron obligados a “enseñarlo que no sabían”. Todo esto, sin duda, plantea dilemas para loscuales no hay libreto prefijado.

Por añadidura, y a diferencia de lo que sucede en los países másdesarrollados, proporciones significativas de docentes argentinostrabajan en dos o más establecimientos. Es el caso de casi la mitadde los docentes de educación básica (45%), y no constituye undato menor que ese índice ascienda al 57% en el secundario. Másaún, en ese nivel el 18% de los docentes declara trabajar en tres omás establecimientos. No hay que ser sociólogo para imaginarselas dificultades que entraña desplazarse en el espacio urbano entrezonas alejadas o mal conectadas, en diversos horarios y con elagregado de tener que interactuar con un número considerable dealumnos, que en el caso de los profesores de enseñanzasecundaria puede llegar a doscientos o incluso más. Bastaríanestos datos para romper con el mito de la docencia como trabajo“fácil”.

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«Hay que tomarles examen a los maestrosHay que clasificar y evaluar el desempeño de los maestros. Noson todos iguales: hay que premiar a los mejores y castigar alos incapaces.»

En América Latina, primero se sospechó de la escuela, y asícomenzaron a aplicarse pruebas nacionales e internacionales deaprendizaje a estudiantes de educación básica. Los resultadosdemostraron que los años de escolaridad no se corresponden conlos conocimientos efectivamente desarrollados por losestudiantes. Desde hace por lo menos dos décadas se hacomenzado a sospechar de la calidad de los docentes, y variospaíses (Chile, Perú, Ecuador) evalúan sus conocimientos y sudesempeño en las aulas. Un ministro de Educación durante lagestión de Carlos Menem llegó a sugerir que se aplicaran a losmaestros las mismas pruebas que se habían aplicado a losalumnos en 1992. Felizmente, su propio equipo de colaboradoreslo convenció de lo inoportuno de la propuesta.

Digamos ante todo que la tarea docente se asemeja a unaperformance; es decir, a una práctica cuya racionalidad no seagota en un producto. Además, exige la presencia y laparticipación de otros (en este caso, los alumnos y sus familias). Eltrabajo del docente se parece al del artista intérprete (como elpianista o el actor de teatro). Desde este punto de vista, la virtud ola calidad de su desempeño radica en la ejecución y en laactuación y no en el producto.

¿Y cuál es la capacidad (o “competencia”, si seguimos losdictados de la moda) que distingue a los ejecutantes virtuosos? Lacapacidad de comunicar, que se convierte así en un contenido

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central del trabajo. Algunos tienden a creer que “el producto” deese trabajo es el rendimiento del alumno (medido a través depruebas) al finalizar un año o ciclo escolar, como si estos“resultados” pudieran imputarse mecánicamente al desempeño decada profesor, o a la suma de todos ellos (pero ¿qué sumaríamos ycómo?, ¿sacaríamos un promedio?, ¿lo que uno suma otro loresta?). Por otra parte, es legítimo preguntarse: ¿cómo se hace paramedir y evaluar la pasión, la curiosidad, la creatividad, el sentidocrítico en relación con el conocimiento y la cultura que es capaz deproducir un maestro en sus estudiantes? Sólo “el público” de laescuela (los alumnos y sus padres) está en condiciones deformular un juicio de valor al respecto, simplemente porque “estánallí”.

“Si pagas maníes, sólo atraerás monos como empleados.”Admitamos que la afirmación no es un ejemplo de correcciónpolítica, pero antes de condenarla es preciso aclarar al lector quefue pronunciada por el líder del sindicato docente de Finlandia,país de moda por sus resultados en las evaluaciones PISA. Conesta frase quería denunciar la confianza en las supuestas virtudesde las evaluaciones de los docentes, como políticas aisladas, queterminan por ubicarlos en el banquillo de los acusados. El líderfinlandés denunciaba a quienes buscan ganancias políticas decorto plazo haciendo de los docentes los chivos expiatorios de lamala calidad de la educación. Esas evaluaciones, que se proponencomo “castigo colectivo” y buscan avergonzar a los profesores,terminarán destruyéndolos. En realidad, muchos buscanjustamente eso: limitar al mínimo la fuerza colectiva de ese actorsocial. De allí el ataque sistemático a las organizaciones sindicalesdel sector.

En la autodenominada “Cumbre Internacional de Profesionalesde la Enseñanza”, que se llevó a cabo en Ámsterdam el 13 y el 14

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de marzo de 2013, nadie se opuso a la evaluación de losprofesionales de la educación. En ese encuentro, se le adjudicarondos objetivos específicos, que pueden recibir diferente énfasis: elprimero es la mejora profesional (en la medida en que losresultados se orientarían a diseñar políticas y planes deprofesionalización); el segundo es “responsabilizar” al docente delos resultados de su trabajo. En este caso, se trata de realizar laevaluación en un marco en el que se definan con precisión susconsecuencias para la carrera del profesorado. El primer objetivoapunta a mejorar las calificaciones y condiciones del trabajodocente. El segundo, a establecer premios y castigos en términosde salario y carrera. La mayoría de los expertos consideró que losdocentes debían participar en la definición de los criterios ymecanismos de evaluación y en que estos debían sermultidimensionales, dada la complejidad del trabajo y de lospropósitos de la enseñanza. Por lo tanto, resulta absurdo medir lascompetencias y cualidades profesionales de los docentesmediante un examen.

Por otro lado, no es una tarea sencilla definir qué es una “buenaenseñanza”, dado que el aprendizaje debe incluir no sólo lashabilidades cognitivas –esto es, conocimientos y competencias–,sino también cualidades relacionales o sociales y también lacapacidad de autorreflexión. Y puesto que la enseñanza sedespliega en el aula, es allí donde hay que mirar para poder evaluarla calidad profesional del maestro. El problema surge cuando hayque estandarizar estas observaciones para construirclasificaciones de colectivos numerosos de docentes; por ejemplo,en el ámbito nacional o provincial. Los “observadores” deberíanestar preparados para “mirar” y evaluar las mismas cosas sipretenden luego establecer comparaciones y extraer conclusiones,lo cual no es nada fácil. En este sentido, la autoevaluación de los

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docentes en el marco de cada institución resulta más realista yeficaz por varias razones. La primera es que favorece la reflexividadcolectiva, la segunda es que estará relacionada con objetivos yplanes institucionales, y la tercera es que los resultados puedentener efectos sobre el modo de hacer las cosas en el aula, ycontribuir a corregir errores, definir planes de formaciónprofesional y favorecer el trabajo cooperativo entre el equipodocente y los directivos. También sería interesante analizar lasexperiencias de Noruega y Suecia, donde se realizan encuestaspara conocer las opiniones y valoraciones de los padres y losestudiantes sobre lo que consideran importante evaluar del trabajode los profesores.

Para concluir, es difícil no estar de acuerdo con AndreasSchleicher (ni más ni menos, el principal responsable del programaPISA) cuando afirma: “La conclusión es que los sistemas deevaluación docente eficaces son complejos y costosos. Pero si lospaíses lograran hacer de la docencia una opción profesionalatractiva que invite a los mejores candidatos, si proporcionaranformación inicial de alta calidad y buen asesoramiento, y si losprofesores trabajaran con autonomía en una cultura colaborativa ycon líderes escolares eficaces, si los países ofreciesen a losprofesores un desarrollo profesional eficiente y estructuras decarrera atractivas y se los involucrase en el diseño e implantaciónde la reforma educativa y la innovación, entonces las evaluacionesdocentes eficaces marcarán la diferencia”. Como se ve, sonmuchas las condiciones para que la evaluación docente tenga unpropósito claro y resultados efectivos, pero se trata decondiciones insoslayables para evitar que la evaluación de losdocentes se convierta en una política aislada de la que se esperanresultados milagrosos.

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«Sólo las empleadas domésticas y los pobres quieren serdocentesLas clases medias disuaden a sus hijos de elegir la docencia.La mayoría de los docentes viene de las clases bajas.»

Además de su condición asalariada, el carácter mayoritariamentepúblico del trabajo docente le garantiza una estabilidad que lovuelve apetecible para una parte considerable de la población, enparticular en contextos con alto índice de desocupación y detrabajo informal y precario. En ese marco, la ocupación docente setransforma, siguiendo la expresión de Birgin, en un “puertoseguro”, como lo evidencia el crecimiento de la matrícula en losinstitutos de formación.

Ahora bien, un estudio realizado en 2000 por Emilio Tenti Fanfaniy otros especialistas mostró que los ingresos del 11,6% de losmaestros de enseñanza primaria y el 4,2% de los profesores desecundaria del país se ubicaban por debajo de la línea de pobreza.Esta desvalorización material redundó en una pérdida de atractivode la profesión y tuvo como consecuencia “un cambio en elreclutamiento de los futuros educadores”.

Para entender la composición social del alumnado que cursacarreras docentes hay que tener en cuenta la amplitud de la ofertapara completar estos estudios. A lo largo y a lo ancho del país,hay alrededor de mil institutos de formación docente, al alcance demuchos sectores sociales bajos y medios bajos que no cuentancon recursos para desplazarse hacia los centros urbanos másgrandes, donde se encuentran las universidades (que, por otraparte, son menos). En ciertos pueblos y ciudades pequeñas,incluso de diez mil habitantes, la única oferta de educación

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superior disponible para las familias que no pueden enviar a sushijos a las universidades son los IFD, en muchos casos públicos ygratuitos y en otros, con costos de matrícula moderados o bajos.

Una encuesta realizada por IIPE-Unesco a estudiantes deformación docente en 2010 encontró que un 43% de losentrevistados provenía de hogares con un capital culturalrelativamente alto (secundario completo o más). Por otro lado, seconstató que el 68% de los alumnos había finalizado sus estudiossecundarios en una escuela pública, mientras que, en el total deegresados de enseñanza secundaria del país, los de las escuelaspúblicas representaban el 60%. Según estos datos, los estudiantesque ingresaban a la docencia provenían de hogares de diversonivel socioeconómico y eran muy “representativos” del promediode la población.

En la elección personal de una carrera de nivel superior ouniversitario inciden muchas expectativas y proyectos sobre elfuturo. En los últimos años de la educación secundaria losadolescentes se hacen preguntas al respecto y suelen conversarcon los adultos sobre lo que “conviene estudiar”. Los jóvenes ysus familias sopesan varios aspectos: ofertas educativasexistentes y/o accesibles, capacidades de los estudiantes enalgunas disciplinas, contactos familiares que puedan potenciar lafutura inserción laboral y, por supuesto, la remuneración queofrecerían diferentes profesiones. Es probable que, considerandoel último punto, los proyectos de muchos jóvenes que en algúnmomento pensaron en dedicarse a la docencia queden en elcamino.

En nuestro país, la docencia fue siempre una ocupación“esponja” que, en permanente expansión por la ampliación delsistema educativo, fue absorbiendo nuevos contingentes sociales.En la Argentina hay alrededor de 1 200 000 docentes en todos los

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niveles de enseñanza, lo que representa el 8% de la poblaciónocupada. Tal como hemos mostrado, en la medida en que lasociedad es más heterogénea –y no sólo por la fragmentación queindujeron las políticas pro mercado del último cuarto del siglopasado, sino por la mayor complejidad que va adquiriendo laestructura social–, la ocupación docente se vuelve cada vez mástransversal a los diversos sectores sociales, lo que confirma cuánengañoso es presentarla en términos de homogeneidad de clase.

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«A los docentes hay que pagarles por rendimientoEl aprendizaje de los alumnos depende de los docentes, por lotanto la remuneración debe estar atada al rendimiento o laproductividad de los estudiantes en las pruebas.»

Una cosa es una economía de mercado, otra bien distinta es unasociedad de mercado. De esto último se trata cuando se considerala educación como una mercancía que se compra y se vende. Laescuela y los maestros serían los proveedores, y los alumnos ysus familias, los usuarios o clientes. El movimiento de la oferta y lademanda determinaría los precios del conocimiento, al igual quelos de cualquier otro producto. Para esta visión productivista, elsalario docente es el principal costo de la educación, y paradeterminarlo, nada mejor que pagar a los docentes según surendimiento. Producir aprendizaje sería entonces como fabricarmanteca, clavos o sillas. El que produce sillas emplea madera(insumo), la modifica con su trabajo (proceso) y ofrece luego elresultado. Cuantas más y mejores sillas se produzcan, mayordeberá ser la recompensa del carpintero que las fabrica. En elcampo de la educación, los alumnos son la materia prima, el trabajodel maestro es el proceso, y el aprendizaje logrado por los alumnos(medido por las famosas pruebas de rendimiento escolar) sería elproducto. Los maestros que producen mejores aprendizajes(mejores promedios en matemáticas, lenguas, ciencias, etc.)deberían ganar más que los otros. El único problema es que estalógica no funciona en los servicios personales.

Cabe preguntar: ¿qué es lo que produce el maestro? Algunosdirán que alumnos educados, que han aprendido lo quecorresponde. ¿Y esto cómo se verifica? Con la medición de

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conocimientos en pruebas de rendimiento, en el marco de una“ingeniería educativa” que busca incentivar a los maestros amejorar el proceso de producción del aprendizaje, premiándolos ycastigándolos según los resultados. Esta lógica comenzó aaplicarse en Chile y en México. En 2014, el secretario de EducaciónPública de México denunció las irregularidades del dispositivo:robo de cuestionarios, profesores que respondían las pruebas delos alumnos, ausentismo de alumnos con problemas deaprendizaje el día de la prueba, vicios oportunamente denunciadospor expertos e ignorados por las autoridades de entonces.

El pago por resultados se basa en una concepción individualistade la pedagogía. Como si fuera el único agente pedagógico queinterviene en el proceso, cada maestro es responsable de loslogros de aprendizaje de sus alumnos, medidos al finalizar el añoescolar. Así, se olvida que ese aprendizaje es el resultado de unesfuerzo colectivo: tanto de los maestros y profesores de losdiversos contenidos curriculares, como de la institución, el alumnoy su familia. Imputar un promedio de rendimiento en una disciplinaa una sola persona, el docente, es a todas luces arbitrario. Aun laestadística más avanzada es incapaz de determinar “cuánto puso”cada maestro en el buen o el mal resultado que un niño obtiene enuna prueba (por más “objetiva” y sensata que esta sea). Por lotanto, el pago por rendimiento sólo es un mecanismo paradisciplinar al colectivo docente estableciendo relaciones de“competencia” entre sus integrantes y debilitando de este modosu potencial político de acción.

Veamos qué dice la OCDE sobre esta cuestión. La opinión deeste organismo internacional es relevante por su crecienteinfluencia sobre las políticas educativas de casi todo el mundo. Enun editorial publicado en España en junio de 2012, Schleicher, el yamencionado responsable del programa PISA, afirma que los

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sistemas educativos más exitosos “tienden a pagar mejor a susmaestros”. Pero agrega que pagar más a todo el mundo “a menudono es una alternativa viable” y, por lo tanto, como un aumentogeneralizado de salarios es “imposible”, muchos países estánbuscando sistemas que permitan diferenciar los salarios docentespor productividad. En otras palabras, hay que pagar mejor a losmaestros que más “producen”, una suerte de “salarioindividualizado”, y terminar así con el convenio colectivo detrabajo que generaliza el salario por categorías. De paso, sedebilita la fuerza del sindicato como actor colectivo yrepresentativo de los docentes. Algo parecido sucedió con lasreformas neoliberales en otros sectores de la economía: seintroduce un nuevo factor determinante del salario y se tiende adisminuir el peso de la antigüedad y los títulos.

Sin embargo, los datos de PISA, según el propio Schleicherreconoce, no permiten establecer una relación entre el rendimientomedio de los estudiantes de un país y el uso de sistemas de pagobasados en el desempeño docente. Ahora bien, como en lospaíses con bajos salarios docentes “no se les puede pagar a todoslo que corresponde”, surge la tentación de recompensar a losmaestros más productivos. De allí el afán por encontrar unamedida de la productividad del trabajo.

Y si de medir “resultados” se trata, ¿cómo determinar cuánta“curiosidad”, cuánto “interés por conocer”, cuánta “creatividad”,cuánto “espíritu crítico” produjo una buena clase de un profesor?La misma dificultad tendríamos si quisiéramos medir cuánta“devoción” o “religiosidad” suscitó el sermón de un cura o cuánta“convicción” generó el discurso de un político. El afán de medirlotodo no tiene razón de ser y resulta tan absurdo como afirmar que“lo que no se puede medir no existe”. Si este fuera el caso, habríaque negar la existencia del poder o del amor, como asimismo de la

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generosidad, la entrega, el compromiso con una causa, la fe endeterminadas divinidades, cosas de cuya existencia nadie en susano juicio puede dudar. Por lo tanto, lo que se puede evaluar es eldesempeño del docente en el aula y la escuela, no sus efectos oproductos.

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«La culpa la tienen los sindicatosPonen trabas a todos los cambios y se la pasan haciendohuelgas. No tienen en cuenta los perjuicios que causan a losalumnos y a las familias.»

Se acusa a los docentes de dejar a los chicos sin clases en vez depreguntarles sobre los motivos de la protesta y sus posiblessoluciones. Decir esto no significa afirmar que los sindicatossiempre tienen razón, ya que en una democracia ningún actorsocial goza de esta prerrogativa. En cambio, significa que abordaresa cuestión obliga a dejar de lado las mitologías antisindicales. Eldesafío de los sindicatos que no quieren ser exclusivamentecorporativos y aspiran a participar en la construcción de unasociedad más igualitaria es preguntarse seriamente cuáles de susreclamos propician y cuáles dificultan la consecución de eseobjetivo.

Según algunos, los sindicalistas son los culpables de todos losproblemas porque ponen obstáculos a las reformas“modernizadoras” de los sistemas escolares, priorizando susintereses corporativos por sobre los intereses de la ciudadanía,por lo que salen beneficiados con el mantenimiento del statu quo.El empresario contemporáneo prefiere el contrato de trabajoindividual al contrato colectivo porque, en ese caso, la relación defuerzas le resulta ampliamente favorable. El derecho a lasindicalización y el contrato colectivo –resultados de una largalucha que costó sangre, sudor y lágrimas a los asalariados–vinieron precisamente a corregir ese equilibrio de poderextremadamente ventajoso para el capital. Pero nada es inevitableni irreversible en la historia. El capitalismo contemporáneo ha

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logrado menoscabar y en ciertos casos incluso borrar de unplumazo las famosas conquistas laborales y sociales queconformaron el Estado benefactor. Los asalariados resignaronexpropiar al capital y construir el socialismo a cambio de dosconquistas: una legislación y una regulación que puso límites a lalógica de la oferta y la demanda en materia de contratación de lafuerza de trabajo, y el derecho a la participación política en elmarco de las democracias liberales y constitucionales. Esteesquema comenzó a desmantelarse hace ya bastante tiempo, de lamano del neoliberalismo.

El ataque a los sindicatos es generalizado. En casi todo elmundo, los que mejor han resistido las embestidas delneoliberalismo son los que representan a los agentes del Estado.Los docentes son un ejemplo paradigmático y por eso mismo sehan convertido en una especie de enemigo a vencer. El caso deMéxico es claro: desde la llamada “sociedad civil” (esto es, desdeel campo de poder del empresariado) se producen ataquessistemáticos al sindicalismo docente, cuya virulencia esdirectamente proporcional al poder corporativo de esesindicalismo.

En un cuestionario aplicado a una muestra representativa dedocentes mexicanos de educación preescolar, primaria ysecundaria figuraban tres frases que incluían diversasapreciaciones sobre los impactos probables del sindicato docente.Los resultados de ese estudio (realizado por Tenti Fanfani ySteimberg) muestran que el 28% cree que los sindicatos articulanla defensa de los intereses laborales de los docentes ycontribuyen a mejorar la calidad de la educación (frase A). Unamayoría relativa del 41% sostiene que el sindicato defiende losintereses del colectivo docente, pero no contribuye a la calidad dela educación (frase B). Por último, el 21% cree que el sindicato no

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cumple con ninguno de los dos objetivos citados (frase C). De loanterior se deduce que existe una clara mayoría absoluta (un 69%)que reconoce al sindicato un rol fundamental en la defensa de losintereses laborales de los trabajadores de la educación (frase A +frase B). Al mismo tiempo, otra mayoría absoluta (el 62%)reconoce que el sindicalismo docente no colabora con elmejoramiento de la calidad de la educación mexicana (frase B +frase C). Ambas dimensiones (la defensa de los legítimos interesesgremiales y el mejoramiento de la calidad de la educación)aparecen en tensión y como parcialmente independientes.

En términos de prospectiva, resulta oportuno señalar que uno delos principales desafíos que deberán afrontar los sindicatosdocentes es articular la legítima defensa de los intereses laboralesde los “trabajadores de la educación” y el mejoramiento de lacalidad de la oferta educativa y los aprendizajes de las nuevasgeneraciones.

Si bien el sindicalismo docente argentino nunca tuvo el poder yel manejo de recursos que caracterizan al sindicalismo mexicano,es acusado de mostrar condescendencia y ofrecer protección adocentes que hacen uso y abuso del recurso a las huelgas en lasnegociaciones salariales, se ausentan de sus puestos en formasistemática y por una variedad de motivos, se resisten a cualquiercontrol administrativo en relación con el cumplimiento de su tarea,etc. Las huelgas al inicio de cada ciclo lectivo ya son una especiede “clásico” que cada año produce pérdidas de días de clase enperjuicio de los alumnos y sus familias, que además ven alteradassus vidas cotidianas. Dado que estos problemas se presentan conmayor frecuencia en los establecimientos gestionados por elEstado, muchas familias de sectores medios y medios bajosrealizan sacrificios para enviar a sus hijos a escuelas privadas concuotas reducidas (subsidiadas por el Estado), no porque

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garanticen una mayor calidad en los aprendizajes de lengua ymatemática sino simplemente porque “funcionan”.

Es relativamente fácil calcular los días de clase que se pierdenpor los conflictos sistemáticos en la relación sindicatos/Estado; encambio, sólo hay evidencias dispersas aunque preocupantes delausentismo docente. A pesar de esta limitación, los estudioscualitativos que entrevistan a padres y madres de familia desectores populares no permiten dudar de la realidad del problema.Las cifras que circulan van del 7 al 30%. En la mayoría de loscasos, los medios de difusión masiva ni siquiera se toman eltrabajo de citar las fuentes o de explicar qué se entiende porausentismo escolar.

Por su parte, los sindicatos suelen afirmar que el control deasistencia es responsabilidad del Estado, lo cual es cierto; pero elEstado no cuenta con las condiciones efectivas para llevarlo acabo. Los directores de establecimientos escolares muchas vecesmanifiestan que no se sienten autorizados a registrar elausentismo, ya que si lo hicieran cargarían con conflictos de muydifícil resolución. La cultura escolar/laboral no autoriza aestablecer diferenciaciones que, por un motivo u otro, siempreparecen arbitrarias e infundadas. En muchos casos, el director deescuela no cree estar investido de una autoridad delegada por elEstado, sino que se considera una suerte de primus inter pares,un primero entre iguales que tiende a identificarse con el cuerpodocente al que debe dirigir, orientar, administrar y evaluar. Estesesgo de la función directiva es en parte resultado de undebilitamiento de las instituciones públicas como representantes yejecutoras del bien común.

El mito antisindical merece algunas reflexiones sobre los dilemasde la acción colectiva. El gerente de una gran empresatransnacional puede levantar el teléfono y pedir una audiencia al

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presidente de cualquier república latinoamericana, y es probableque la consiga y sea escuchado. Pero un asalariado o un maestrode educación básica no pueden hacer lo mismo. Los desposeídosde capital (económico, social, simbólico, cultural) sólo puedenluchar por sus demandas e intereses actuando colectivamente,mediante el mecanismo de la delegación. Una vez instaurado esedispositivo, se establece una distancia entre representantes yrepresentados, que puede favorecer la malversación de confianza,en especial cuando los representantes dicen “hablar y actuar ennombre del interés colectivo” y, en verdad, lo hacen en función desus propios intereses corporativos. Decía Raymond Aron (célebreintelectual francés del siglo pasado) que los obreros, cuando seconvierten en representantes de la clase obrera, dejan de serobreros. En cambio, los representantes de la burguesía siguensiendo burgueses. El movimiento obrero occidental y los partidospolíticos de masas conocieron el problema de las burocraciassindicales y políticas que cambian radicalmente de vida cuando seconvierten en representantes y gestores del interés colectivo. Estecambio de condiciones conlleva la tentación de usar los recursoscolectivos en beneficio privado o de casta. Y cuanto más grandes,ricas y poderosas son las organizaciones sindicales de lostrabajadores, más vigilancia se necesita para evitar los efectosperversos de la representación.

Las fuerzas reaccionarias aprovechan estas crisis derepresentación para proclamar la eliminación lisa y llana de laacción colectiva o la limitación drástica del poder de lossindicatos. Ante este peligro, no queda más opción que adoptardispositivos capaces de garantizar a los representados el ejerciciode un control efectivo y permanente sobre sus representantes. Eneso consiste básicamente la democratización de las organizacionessindicales.

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Ahora bien, quien quiera formarse una opinión fundada acercade las organizaciones gremiales docentes no podrá dejar deprestar atención a las diferencias entre distintos sindicalismos enla Argentina. Las prácticas democráticas, corporativas yburocráticas están desigualmente distribuidas.

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4. Mitos sobre lo que la escuela debe enseñar

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La escuela debe enseñar absolutamente todo, debe brindar todaslas herramientas y los conocimientos que permitan afrontar ladiversidad de situaciones de la vida. Si cumple con este mandato,será la indiscutida fuente de recursos humanos altamentecalificados, de ciudadanos ejemplares que valoren las culturaspopulares, y desde luego, asegurará para el presente y laposteridad habilidades en lengua, ciencias, buenos modales,expresividad, solidaridad, autoestima, idiomas, historia local-nacional-europea-universal, entre otras asignaturas. Las escuelasque hacen tan maravillosos a los ciudadanos de los países seriosson así de completas, a diferencia de las escuelas argentinas que,tan deficitarias, son la causa misma de nuestros defectos. Noimporta que en el país haya procesos de desindustrialización oreindustrialización, inclusión o exclusión social, que los dirigentessociales y políticos muestren trayectorias coherentes y conductasejemplares: pase lo que pase, si la escuela forma en valores, sidesarrolla la conciencia crítica y si la política no entra en las aulas,el país será mejor en el futuro.

Esta concepción insular de la escuela se encuentra en el origende una serie de mitomanías acerca de lo que debe o no debe serenseñado. La cuestión de los contenidos se presta a afirmacionessimplificadoras, categóricas, con grandes limitaciones paraconcebir y abordar un proyecto educativo complejo. Ya hemos

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dicho que la escuela está sobredemandada y que sus objetivostienden a ser difusos para la sociedad y para distintos actores dela educación. En este capítulo analizaremos críticamente algunasde estas mitomanías (la lista queda abierta para todos los lectoresque deseen ampliarla). Esta tarea es necesaria para recomponeruna mirada sobre el proceso educativo en su conjunto.

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«A la hora de decidir sobre los contenidos escolares, todo esrelativoCuando se consideran los programas escolares no puedenestablecerse prioridades. Jerarquizar los conocimientos ycontenidos es autoritario.»

La visión de la escuela represiva que discutimos en el capítulosobre mitos de la autoridad y la violencia escolar, aparece tambiéna veces en una versión “cualunquista” que busca cuestionar elestatuto de los conocimientos impartidos por la escuela. Como yadijimos de varias otras mitomanías, cuando uno la analiza concuidado, encuentra una semilla más o menos sensata, que ha sidodistorsionada hasta transformarse en una de esas verdades “quese han vuelto locas”, como decía Chesterton.

Comencemos por esta semilla de verdad. El conocimiento escolarno es más que un subconjunto de todos los conocimientosdisponibles en la sociedad, subconjunto marcado como“legítimo”, es decir, como “las cosas que hay que saber”. Comolas instituciones que deciden qué cosas entran y qué no en estesubconjunto están formadas por personas de una clase socialparticular (en general media alta, si no alta), estos conocimientosestán “cargados” a favor de lo que esa misma clase consideravalioso, y en detrimento de los gustos, preferencias yconocimientos de otros sectores de la misma sociedad, enparticular esos que solemos llamar “populares”. Comoconsecuencia, los alumnos de sectores medios en general tienenmenos dificultades para transitar por la institución escolar, porqueen gran medida lo que la escuela transmite está en sintonía con loque ellos han aprendido y aprenden en sus casas, y con lo que

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tanto ellos como sus padres han aprendido a valorar. Por elcontrario, los alumnos de sectores populares tienen másdificultades porque los conocimientos, competencias, preferenciasy aptitudes adquiridas en sus hogares son diferentes, alternativoso incluso contrastantes con los que la escuela propone o supone.Obviamente, de aquí a diagnosticar la “inferioridad” mental ointelectual de los sectores populares –leyendo como un problemapsicológico o incluso biológico lo que es una cuestión relacional ysocial que depende de la invisibilización de la desigualdad y lasdiferencias de clase– hay sólo un paso.

Hasta este punto, el argumento sigue datos y planteos más omenos establecidos desde hace medio siglo. Sin embargo, a estaaltura ya sabemos que las mitomanías saben encontrar espaciospropicios para florecer en los terrenos más impensados. Así,partiendo de la desconfianza hacia toda jerarquía y del“cualunquismo” de los que ya tuvimos ocasión de hablar, nuestro“progresismo de sentido común” retorcerá esta críticasociológicamente fundada. La llevará hacia una igualaciónvoluntarista que recurre al relativismo radical. Siempre con lasmejores intenciones, pero a veces con efectos perversos.

¿A qué nos referimos con “relativista”? Los antropólogos noshan enseñado hace ya un siglo que consideramos “normales” o“superiores” aquellas cosas que aprendimos en contextos socialesespecíficos. Por eso, no debemos apurarnos a juzgar a laspersonas que se comportan diferente de nosotros como“irracionales” o “inmorales”. Lo más probable es que a ellos lesparezcan tan sensatas sus formas de creer y obrar como anosotros las nuestras, y tan extrañas las nuestras como las deellos nos lo parecen a nosotros. Esta constatación –que suenaobvia pero que en la práctica es muy fácil perder de vista– se

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encuentra detrás de esa manera de ver el mundo quedenominamos “relativismo cultural”.

Ahora bien, también hay formas de “volver loca” la verdad queentraña el relativismo cultural. Es posible decir que, siempre queun grupo de personas actúe de manera distinta de la nuestra,debemos abstenernos de juzgar o intervenir, porque esa diferenciaes el resultado singular de determinadas condiciones, distintas delas nuestras, que debemos respetar como valiosas en sí mismas.Una vez más, esto suena sensato, hasta que llegamos a lasjustificaciones de la opresión, la tortura, la violencia contra lasmujeres, la esclavitud. Incluso los más acérrimos defensores delrelativismo cultural no lo han usado como coartada paraabstenerse de emitir juicios ante prácticas que considerabaninmorales o erróneas. De lo que sí debería protegernos elrelativismo cultural es de los juicios precipitados y de lascondenas irreflexivas y prejuiciosas. No de todo juicio y de todacondena. Eso equivaldría al cinismo y a la complicidad conprácticas que pueden causar mucho daño.

Así, debemos dejar sentada la necesidad de jerarquizar, deplantear prioridades claras, de definir orientaciones precisas.Obviamente, una de ellas será el respeto a la diversidad de formasde vida y formas de pensar. A todas las modalidades que respetenal otro, que respeten el conocimiento, que respeten la convivencia.

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«Las culturas populares son tan valiosas como el programaescolarLos conocimientos impartidos por la escuela no son sino unamaniobra de dominación unilateral sobre los sectorespopulares. Las culturas populares son tan valiosas como elprograma escolar y deberían ocupar el mismo lugar que loscontenidos consagrados.»

El relativismo encuentra rápidamente sus límites en ciertosdominios, entre los cuales se cuenta el del conocimiento. Sabemoshace mucho tiempo que la ciencia no es la verdad, y que lasinstituciones científicas y sus procesos de producción deconocimiento son mucho más complejos que la idea ingenua queteníamos de ambos hace algo menos de un siglo. Aun así, que elconocimiento sea construido no lo vuelve menos conocimiento,así como tampoco un puente es menos sólido por haber sidoconstruido. La ciencia no es infalible, y este atributo es parte de sudefinición. Sabemos de sobra que, en general, la ciencia produce elmejor conocimiento disponible en un momento dado.Conocimiento construido, sí; socialmente legitimado, sí;contingente, sí, y aun así verdadero, o al menos lo más verdaderoposible en las condiciones actuales en que practicamos eso quellamamos “ciencia” en las sociedades modernas, donde el estatutode legitimidad del saber científico es prácticamente indiscutible.

Otro ámbito en el que el relativismo encuentra un límite es el de lavida en común. Bajo el pleno respeto de las libertades políticas,civiles y religiosas, hay prácticas o actos que las leyes impidenpor considerarlos criminales o lesivos para una sociedad que haelegido vivir según ciertas reglas. Al mismo tiempo, las leyes en

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ocasiones expanden un campo de derechos anteriormente vedadoo restringido (pensemos, por ejemplo, en el voto femenino, la leyde divorcio, la igualación entre los hijos nacidos “dentro” y“fuera” del matrimonio, o el matrimonio igualitario, para mencionarsólo algunos).

Así, incluso dentro del marco de la plena vigencia de losderechos políticos, civiles, religiosos, ciudadanos, hay ciertosconsensos que la sociedad, en su estado presente, ha alcanzado:consensos de conocimiento, respaldados por la institucióncientífica, y consensos políticos y jurídicos, entre los másimportantes. La escuela, en este sentido, si ha de cumplir con sucometido de formar ciudadanos que puedan desempeñarse en lasociedad de la que forman parte, ha de procurar transmitir unos yotros.

Sin embargo, la tentación de ceder al “cualunquismo” estásiempre presente, en especial cuando esa posición es alentada poruna conciencia pretendidamente “progresista” con la que nossentimos cómodos. Hace ya varias décadas, dos sociólogosfranceses, Grignon y Passeron, nos hicieron notar que, cuandoescribimos o pensamos sobre culturas populares, tendemos aoscilar entre dos extremos, que ellos llamaron “miserabilismo” y“populismo”. El miserabilismo consiste en ver las culturaspopulares como una versión degradada, “de segunda”, de lasculturas dominantes, y a los sectores populares como simplestíteres indefensos de las herramientas de dominación de lospoderes constituidos. El populismo, a la inversa, consiste englorificar a los sectores populares y sus prácticas como lo únicoverdaderamente puro, auténtico y digno de rescate ante unasociedad corrompida y masificada. Nuestro “cualunquismopedagógico” identifica muy fácilmente a la “escuela autoritaria”con una visión miserabilista de las culturas populares. En

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contraposición, se reivindica una visión populista según la cualdebe darse a las “culturas populares” el mismo lugar que al“conocimiento consagrado”.

Ahora bien, a esta altura sabemos que las cosas son siempre máscomplejas, y los que hemos trabajado con sectores popularesconstatamos que no son ni un antro de sordidez ni un paraísoperdido. Existen manifestaciones muy valiosas de las culturaspopulares –también estéticas y artísticas– que sí deben serincluidas e interpeladas desde los espacios escolares si deseamossuperar cierto reduccionismo de clase. Pero suponer que laescuela debe recibir acríticamente las prácticas de sus estudiantesde sectores populares y devolverlas consagradas por lalegitimidad escolar es simplemente afirmar que debe renunciar ahacer lo que hace, es decir, preparar a todas las personas, sinimportar su condición, para poder disfrutar plenamente de susderechos y su lugar como miembros de la sociedad. Más aún, bajoel argumento supuestamente comprensivo y progresista del“respeto” por la “diversidad cultural”, se esconde una prácticaque tiene como consecuencia invisible y no deseada lareproducción de las diferencias sociales.

Volvamos atrás: sabemos que la escuela imparte una selección deconocimientos y aptitudes, seleccionados como legítimos por lasociedad. Ahora bien: son esos mismos conocimientos yaptitudes los que la sociedad requiere y utiliza para evaluarcompetencias y accesos a bienes codiciados. Ya sea unaentrevista de trabajo, el ingreso a la educación superior, o el plenoejercicio de los derechos de ciudadanía, la posibilidad de acceder aellos está limitada y decidida por un conjunto de competenciasque los argentinos de sectores populares habitualmente nopueden adquirir si no es en la escuela. Privarlos de ellos con elargumento del “respeto por su cultura” equivale a cerrarles la

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puerta en la cara y darles dos vueltas de llave. El relativismocultural, aplicado a sociedades de clase como las nuestras,rápidamente las transforma en sociedades de castas, inmovilizadasen culturas “homogéneas” rigurosamente preservadas poraquellos que pueden darse el lujo de respetarlas porque gozan detodos los beneficios.

Los deseos, las ambiciones, las expectativas también seaprenden, y sabemos de sobra que la respuesta al famoso “quévas a ser cuando seas grande”, o incluso “qué te gustaría sercuando fueras grande”, depende en gran medida de lo que uno vea su alrededor y de lo que considera posible para “la gente comouno”. La escuela tiene ahí un papel importantísimo, que supera eldel “respeto” por el “deseo de los pibes”. Si en los últimos añosun número cada vez mayor de alumnos de sectores populares hacomenzado a llegar a nuestras universidades, se debe a quetuvieron docentes que, lejos de escudarse en el argumento de quesus “culturas” son igualmente valiosas que las “nuestras”, y queun “oficio” es una elección idéntica a una carrera, han alentado enellos un deseo de incorporarse plenamente a su vida comociudadanos, en lugar de refugiarse en guetos que les hacen pagaren pérdida de oportunidades el precio por la “pureza” a la querecurren los argumentos populistas.

A la escuela del pueblo le corresponde ampliar horizontes,ofrecer ventanas para ver mundos que están más allá de lasexperiencias directas de las nuevas generaciones. La literatura, porejemplo, contribuye a esto, ya que nos permite vivir otras vidas,contemplar otros paisajes y momentos históricos. Puede ayudar adesarrollar la empatía, al darnos la posibilidad de ponernos en ellugar del otro. Por eso no es correcto pregonar “la educaciónpopular para el pueblo” y la “cultura universal” para losprivilegiados. Lo anterior no supone negar el potencial político

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emancipador y renovador que tienen las experiencias deeducación popular, tanto en la Argentina como en otros países deAmérica Latina que luchan contra el desprecio por la cultura de losgrupos subordinados. Ellas deben facilitar a los excluidos elacceso a los bienes culturales más complejos sin cuya posesión laemancipación y la liberación se convierten en palabras yconsignas vacías de todo contenido real. Por último, es precisoreconocer el potencial renovador de la educación popular cuyas“nuevas formas de hacer las cosas” pueden incluso transferirse alcampo de la educación escolarizada.

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«Hay que adecuar la escuela a las demandas del mercado detrabajoEn el aula se debe formar para el trabajo. El desempleo esculpa de la mala calidad de la educación.»

Muchos expertos de influyentes organismos internacionales venal sistema educativo como un proveedor de mano de obracalificada para el mercado de trabajo. Suele decirse que una buenaeducación es la clave del crecimiento económico. Se insiste tantocon esto que muchas veces se olvida que la escuela tiene otrasfunciones que cumplir.

Que la escuela deba adecuarse al mercado de trabajo es,entonces, una proposición que debe ser discutida. En efecto, hayque preguntarse de qué educación se habla, qué imagen tenemosacerca de la estructura y dinámica del mercado de trabajo en laArgentina y en los países capitalistas más desarrollados. Y quéquiere decir “adecuar” la escuela al mundo del trabajo.

Vamos por partes. En primer lugar, no se puede negar que elsistema escolar debe contribuir a la inserción laboral de las nuevasgeneraciones. Pero hay que agregar que esta expectativa legítimano debe impedir reconocer que la educación también tiene otrosefectos sociales, tanto o más importantes que el primero. Comovimos, en la escuela se aprende a pensar críticamente, se aprendencosas útiles para la vida; esto es, la ciudadanía activa, lapaternidad responsable, etc. Y se aprende a cuidar la vida, enprimer lugar la propia y la del planeta donde vivimos. También seaprende a vivir con los demás, a apreciar las diferencias, a cuidar lasalud y a muchas otras cosas.

La pregunta básica es ¿qué tiene que hacer la escuela para

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contribuir a la inserción laboral de los jóvenes? Algunos piensanesta relación en forma mecánica: a cada título que otorga elsistema escolar debería corresponder un empleo. Este afán seexpresa en las denominaciones de muchas carreras, tan específicasque simplemente reproducen los nombres de los puestos detrabajo existentes en el mercado laboral. Este es el caso de muchostítulos docentes, que repiten el nombre de las materias de losprogramas de formación. Digamos, desde ya, que este “ajusteperfecto” entre títulos y puestos nunca fue posible, y menos aúnen las condiciones actuales del desarrollo de los sistemasescolares y las economías modernas.

El tiempo y la lógica del sistema escolar son estructuralmentediferentes de los tiempos y lógicas del mercado de trabajo.“Formar un recurso humano”, por usar esta expresión tecnocrática(los hombres son mucho más que recursos), lleva un tiempoconsiderable. ¿Quién puede prever la cantidad y calidad depuestos de trabajo disponibles en el mediano y largo plazo? Essabido que las economías y las tecnologías se desarrollan en uncontexto de incertidumbre que vuelve difícil cualquier previsión.Lo único que puede hacerse es identificar tendencias, pero nocalcular proporciones o adivinar cambios bruscos en lasdemandas de calificaciones. ¿Cómo pretender que el sistemaescolar produzca en cantidad, calidad y oportunidad justo lo queel mercado demandará en el futuro? ¿Quiere esto decir que elmundo escolar debe desentenderse de lo que pasa en la economía,el desarrollo de la ciencia y la tecnología y el mercado de trabajo?De ninguna manera. En verdad, el sistema escolar no puede formarpara los puestos de trabajo históricamente determinados. Mejorsería decir “formar para el trabajo” en lugar de “para el mercado detrabajo”, entendido este como un conjunto de puestos específicosde empleo.

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Para decirlo de una manera simple: a la escuela y la academia lescorresponde la formación de las competencias básicas ygenerales. A la empresa u organización productiva le correspondeformar para el puesto, tal como se lo defina en determinadosmomentos históricos. En la facultad de Economía yAdministración se aprenden conocimientos contables. Ahorabien, el sistema contable que se utiliza en la empresa X no es elmismo que en la empresa Z: tiene sus particularidades, que espreciso aprender “en el trabajo”, mediante cursos de formaciónque organiza y ofrece la empresa. Quien tenga una sólidaformación en competencias básicas estará en condiciones deseguir aprendiendo toda la vida, en el trabajo o en programasespeciales de formación permanente. En el mundo actual, el tiempode la formación ya no se distingue en forma neta del tiempo de laproducción. No se trata de obtener un título y luego ponerse aejercer los conocimientos adquiridos. Habrá que seguiraprendiendo toda la vida. Por eso la formación escolar (o superior)se convierte cada vez en más básica y general, ya que debepreparar para el trabajo y para el aprendizaje permanente y no parapuestos de trabajo definidos.

Discutamos ahora la idea de adecuación. Si “adecuarse” quieredecir plegarse a las exigencias y demandas de un mercado detrabajo excluyente, injusto e incluso explotador, que demanda unamano de obra competente y dócil, eso no puede aceptarse. Laescuela no debe preparar para someterse a un mundo injusto, sinoque debe enseñar a comprender, criticar, resistir, reformar y mejorarla sociedad en la que vivimos. Desde este punto de vista, no esuna simple “variable dependiente” del sistema productivo, social,político y cultural, sino que debe verse a sí misma como unainstitución que contribuye a construir el mundo del presente y delfuturo. Por lo tanto, los empresarios no tienen una autoridad

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particular, como algunos creen, para decir qué es lo que la escueladebe enseñar o hacer. Tampoco la tienen los tecnócratas y“expertos” en educación. Todos los actores sociales tienenderecho a hacer oír su voz para definir “el programa escolar”.

Veamos cómo se pueden articular formación y trabajo en laeducación general básica y obligatoria (inicial, primaria ysecundaria). Para avanzar en un principio de respuesta, es precisotomar posición acerca de la estructura y dinámica del trabajomoderno. La pregunta básica es la siguiente: ¿en qué trabajan losargentinos? ¿Cómo son los nuevos puestos que se crearon en losúltimos años? Es preciso responder estas cuestiones para pensaren forma realista si la educación general básica y obligatoria puedefacilitar el acceso al empleo de las nuevas generaciones. No setrata de responder apresuradamente estas y otras preguntas, perosí de considerar ciertos datos básicos.

Por ejemplo: tres de cada cuatro empleos que se crean en elámbito urbano corresponden al sector servicios, cuyaparticipación en la generación de empleo registra una estabilidadconsiderable. En el total del país, una estimación razonable es quesiete de cada diez empleos se generan en este sector. Estassimples proporciones deberían bastar para saber que el tema de larelación educación-trabajo es mucho más amplio de lo que suelepensarse, ya que no sólo está en juego la educación técnica en elsentido restringido y referido casi exclusivamente al sectorindustrial. Por el contrario, la mayor parte del empleo tiene que vercon la producción de servicios personales (empleados decomercio, docentes, médicos, enfermeros, empleados de hoteles,restaurantes, cuidado de niños y ancianos, enfermería y serviciosmédicos, etc.).

Y uno debe preguntarse qué competencias utiliza el que prestaservicio de persona a persona, quien trabaja con gente. Una

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habilidad básica en este tipo de actividad tiene que ver con lacompetencia expresiva. Una peluquera, un vendedor, un empleadode hotel, un enfermero necesitan ser competentes encomunicación interpersonal. El prestador de servicios personalesdebe saber comprender y redefinir las necesidades y demandas delcliente, y ganarse su confianza; debe saber explicar y convenceracerca de las bondades de determinados productos o servicios. Entodos los casos, las habilidades expresivas en el sentido másamplio –orales, escritas, gestuales, saber qué decir y cómo decirlo,en qué momento decirlo, cuándo hay que hablar y cuándo hay quecallar– resultan fundamentales para desempeñarse bien. Estas sonlas capacidades que pueden y deben aprenderse en la educaciónbásica y obligatoria. No hay que olvidar que “se hacen cosas conpalabras”, que con la palabra se informa, se divulga, se convence,se publicita, así como se enamora o se engaña. Cuando en primariao secundaria se habla de formación para el trabajo, por lo generalse piensa en la educación tecnológica, de oficios, de manejo deciertas herramientas, y raramente en el lenguaje. Habrá queconvencerse de que quien enseña para el trabajo es “la señorita delengua o literatura” tanto o más que el profesor de tecnología. Esmás, el desarrollo de las competencias expresivas no debería serresponsabilidad de los docentes de las áreas específicas (lengua,español, inglés, literatura, teatro), sino de los profesores de todaslas áreas. En palabras simples, debería ser el objetivo de toda lainstitución escolar.

Formar para el trabajo en la educación básica es tambiéndesarrollar esas habilidades que erróneamente se denominan“blandas” (el que así las denomina en verdad quiere decir que noson tan importantes como las “duras”). Las habilidades duras serefieren a las competencias técnicas relacionadas con saber hacerdeterminada tarea empleando recursos tecnológicos (un martillo o

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una computadora). Las competencias “blandas” se refieren a lacapacidad de trabajar en equipo, al sentido de responsabilidad, ala aptitud para argumentar, escuchar, debatir, respetar lasdiferencias, también al desarrollo de dotes de liderazgo. El trabajomoderno suele ser colectivo y, por lo tanto, requiere productorescapaces de interactuar con otros en forma eficaz y responsable. Laescuela puede contribuir a formar estas competencias sociales enla misma experiencia pedagógica (aprendizaje en equipo, toma dedecisiones colectivas) o bien en actividades tales como el deporte,el teatro, la participación en programas de prestación de serviciosa la comunidad, entre otras.

Por último, en la educación básica supuestamente se prestanservicios de orientación vocacional. Se contribuye a la formaciónpara el trabajo ayudando a los jóvenes a conocerse mejor,descubrir sus pasiones, intereses y proyectos futuros. Laorientación vocacional con una impronta predominantemente“psicologista” debe complementarse con una introducción almundo del trabajo. En muchos colegios se estudia la forma de lashojas, las Guerras Púnicas y el nombre de los ríos más grandes delmundo, y no cómo es y hacia dónde va el mercado de trabajo en laArgentina, cuántos están de-sempleados o subempleados,cuántos son asalariados, cuentapropistas o autónomos, cuántosformales e informales, qué relación hay entre escolaridad, empleo eingresos, o cuáles son los derechos laborales de los asalariados ytrabajadores autónomos.

Los adolescentes que terminan la escolaridad obligatoriadeberían haber tenido la oportunidad de conocer de qué trabajanlos argentinos, más allá de las clásicas carreras que se ofrecen enlas instituciones de educación superior. El mundo del trabajo esextremadamente dinámico. Cada año hay oficios que aparecen yotros que mueren. Muchos oficios muy demandados y que

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ofrecen oportunidades de realización personal no siempre seaprenden en las universidades, como es el caso de losrelacionados con el ancho mundo del arte y el espectáculo, sinoen otro tipo de instituciones y experiencias. Es sabido que no sepuede elegir lo que no se conoce, por lo tanto, una adecuadaformación acerca de la estructura y dinámica del trabajo modernoen la Argentina y en el mundo ayudaría a los jóvenes a encontrarsu “vocación”.

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«A los pobres hay que enseñarles oficios, educarlos para lavida y el trabajoA los que menos tienen no hay que enseñarles teorías yconocimientos abstractos. Ellos necesitan aprender cosasprácticas que les sirvan para ganarse la vida. Por esotendrían que formarse como buenos plomeros, gasistas,mecánicos o electricistas, que hacen mucha falta.»

Toda sociedad necesita electricistas, plomeros, gasistas,mecánicos, etc. Muchos piensan que estos oficios son para lospobres, es decir, para aquellos que, por su posición social, noestán en condiciones de aspirar a estudios prolongados ycostosos como los que ofrecen las universidades. A estos jóvenes–suele decirse–, no sirve enseñarles cosas “inútiles”, sino que seles debe proveer competencias específicas, que se aprenden encorto tiempo y sirven para ganarse la vida. En síntesis, este modode ver las cosas aconseja ofrecer conocimientos abstractos,“teóricos”, que sólo sirven para seguir aprendiendo, a los hijos delas clases privilegiadas, y conocimientos prácticos para conseguirtrabajo y ganarse la vida a los hijos de las clases subordinadas.

En casi todos los países capitalistas se manifiesta una tensiónentre los grupos sociales cuando se trata de definir el sentido y laorientación de la educación secundaria. No hay que olvidar que enla Argentina, este nivel, en todas sus modalidades yorientaciones, habilita para continuar estudios universitarios detodo tipo. Por esta razón, muchos se oponen a la obligatoriedad deesta instancia: consideran que no todos los alumnos están encondiciones de aprender los conocimientos generales y, enmuchos casos, abstractos que implica. Muchos desearían

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implantar el modelo alemán de enseñanza media, que a los diezaños de edad separa a los alumnos que aspiran a estudiosuniversitarios de aquellos que tendrán una formación profesional-técnica, que se desenvuelve en instituciones educativas y enempresas (educación dual) y que en una elevada proporciónexcluye a esos jóvenes de los estudios universitarios. Más allá delas críticas que ha merecido este modelo en el resto de Europa, hayque decir que es “una particularidad alemana”, como lo es elcapitalismo en ese país, basado en una fuerte alianza entre unEstado sólido y un empresariado nacional poderoso, capaz dehacerse cargo de tres cuartas partes del costo de la formaciónprofesional de sus asalariados.

Por otra parte, la formación profesional que ofrece el sistema duales extremadamente sólida y posee un alto prestigio social. Lostécnicos tienen grandes probabilidades de obtener un puesto detrabajo en las empresas donde fueron formados y los salarios queperciben en su carrera laboral son más que dignos comparadoscon los que reciben los graduados de las universidades alemanas.Las experiencias inspiradas en el modelo de educación dual que sehan desarrollado en América Latina son reducidas y raramentepasaron el estadio de “lo experimental”.

Volvamos al caso argentino: las familias más ricas –que no estánurgidas por la inserción laboral de sus hijos, que pueden darse ellujo de invertir en una formación de larga duración, hasta eldoctorado y el postdoctorado– prefieren una escuela secundaria“exigente”, donde no se enseñen conocimientos prácticos sinoteóricos, abstractos y complejos, como esos que se necesitan paraingresar y progresar en las universidades (en especial,matemáticas, informática, lenguas extranjeras, etc.). Los que nopueden esperar y necesitan una inserción temprana en el campolaboral, incluso para contribuir al sostén de sus familias de origen,

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no encuentran “sentido” a lo que se enseña en el secundario. Paraellos no es satisfactoria la respuesta que muchas veces se les dapara justificar el aprendizaje de determinados contenidos: “esto teva a servir para entrar a la universidad”, o bien “para aprender lasmaterias del año que viene”.

La prolongación de la escolaridad obligatoria hasta el secundariosuperior impone la necesidad de volver a definir qué se entiendepor cultura común, esa que todos los adolescentes deben adquiriral finalizar el nivel medio. Aquí también se presenta una tensiónque adopta formas variadas. De manera un tanto esquemática,podríamos decir que de un lado están los que priorizan la“formación para la vida” y del otro, los que demandan educaciónde excelencia, esa que es útil para seguir la carrera escolar, enespecial para ingresar a la universidad.

En ocasiones, la oposición se plantea en términos del desarrollode competencias versus educación por disciplinas. En el primercaso se prefiere ofrecer una cultura que tenga sentido para la vidapresente de los alumnos (no sólo en términos de inserción en elmercado laboral, sino también en cuanto a conocimiento útil paracuidar su salud, el medio ambiente en el que viven, la resoluciónde problemas de diversa índole en la vida cotidiana, etc.). En elsegundo caso también se espera una utilidad del conocimientodesarrollado en la educación básica, pero esta se despliega yrealiza en el interior del sistema escolar. Desde este punto de vista,el nivel medio debe preparar para la licenciatura. A su vez, estadebe servir para ingresar a la maestría y esta, al doctorado, y asísucesivamente.

Pese a la ayuda que significa la Asignación Universal por Hijo,los sectores más desfavorecidos deben realizar muchos sacrificiospara enviar a sus hijos al secundario. Muchas veces sacrificanotros consumos y esperan una utilidad inmediata de la

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escolarización. Estos sectores valoran los conocimientos quetienen sentido para el presente y no “en el futuro”, porque sufuturo es incierto. Una buena educación secundaria, para quienesllegan por primera vez a este nivel, es aquella que sirve “paraganarse la vida”, lo cual no excluye que también aspiren a realizarestudios post-secundarios. Pero los datos objetivos indican quemuchas de estas aspiraciones ambiciosas tienen escasasprobabilidades de realización. Para muchos de ellos, la educaciónobligatoria será también toda la que podrán lograr en sutrayectoria biográfica. Por ello es importante garantizar que estaeducación que para muchos es “obligatoria y última” sea tambiénútil y tenga sentido para sus vidas presentes y futuras.

Esta tensión que tiene protagonistas sociales situados endiferentes lugares del espacio social (los poseedores y losdesposeídos de diferentes especies de capital, no sólo económico)está detrás de los debates acerca de la calidad de la educaciónmedia en contextos de masificación de las coberturas. Las clasesmedias altas y altas tienden a denunciar la disminución de lacalidad, la igualación hacia abajo, la pérdida de nivel, etc., yreivindican el secundario “de antes” (que era para pocos).

Una forma de resolver esta tensión es diferenciar y jerarquizar laoferta de enseñanza media. Tanto en los países de medianodesarrollo de América Latina como en Europa, la masificación delnivel medio fue acompañada por una aceleración del proceso desegregación social de las instituciones. Del colegio común paratodos se pasó al “secundario para cada uno”. Así, incluso muchoscolegios públicos prestigiosos, que dependen de lasuniversidades, fueron literalmente “colonizados” por las clasesaltas en términos de capital cultural y social (universitarios). Laexpansión de la educación privada favoreció esta suerte de“encuentro” entre una demanda social y una oferta adecuada. De

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este modo, se buscó garantizar la “excelencia” y el “efecto dedistinción”. Los sectores sociales que se incorporan por primeravez al nivel secundario y que no tienen los recursos necesariospara “elegir” tienden a concentrarse en ciertas institucionespúblicas gratuitas, cercanas a sus lugares de residencia y, por logeneral, menos “ricas” en recursos de todo tipo. En losestablecimientos “exclusivos” para los sectores medios y altostiende a predominar una preocupación por el “nivel académico”, la“excelencia”, la formación disciplinaria (en especial lengua, inglés,matemáticas, ciencias naturales, computación).

Cabe destacar que la tensión entre educación para la vida y eltrabajo versus educación para seguir la carrera escolar también seexpresa en la introducción (en medida variable según losestablecimientos escolares) de todo un conjunto de espacioscurriculares interdisciplinarios que “se agregan” al currículumtradicional y dominante organizado en las disciplinas clásicas, afin de ofrecer a los alumnos una oportunidad de trabajar alrededorde temáticas socioculturales de interés, tales como la ecología y elmedio ambiente, la ciudadanía, el desarrollo local, las experienciasde producción artística, el deporte, etc. De cualquier manera, estapolítica de agregación curricular es un indicador de la necesidadde buscar formas de articular los contenidos disciplinares y eldesarrollo de competencias ligadas a la resolución de problemascotidianos.

La oposición “educación general/teórica”, “educaciónespecializada y práctica” en cierta medida es falsa, ya que bienpodrían desarrollarse competencias genéricas y abstractasmediante la resolución de problemas prácticos. La buenapedagogía clásica ya aconsejaba articular y equilibrar las tresgrandes funciones de la escuela, esto es: la formación de lasvirtudes sociales y cívicas, el aprendizaje de conocimientos y el

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desarrollo de las competencias, que antes se denominabanhabilidades y destrezas o, simplemente, “saber hacer”. En la vidapráctica, la gente valora a las personas que son “bien educadas”(en el sentido común de la expresión) y que además son sabias ysaben hacer, es decir, son capaces de resolver problemas. Estedebería ser el objetivo que oriente la enseñanza básica, desde laprimaria y la secundaria. Lo peor que podemos hacer esespecializar a la enseñanza media alentando la diferenciación entreinstituciones que a) forman individuos muy competentes, unasuerte de gorilas amaestrados que “saben hacer”, pero noentienden los porqués ni se preocupan por las dimensiones éticasde su hacer; b) forman individuos que dominan conocimientosabstractos y complejos, pero son incapaces de resolver problemasde la vida cotidiana y carecen de conciencia moral, y c) forman“buenas personas”, pero llenas de creencias míticas ycompletamente inútiles para resolver problemas.

Si forzamos un poco el razonamiento, es probable encontrarmuchos colegios secundarios que se afanan por alcanzar uno deestos tres grandes objetivos, en vez de proponerse una formaciónbásica de individuos buenos, cultos y competentes, comopostulaba el ideal pedagógico clásico.

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«La función principal de la escuela es formar en valoresLejos de limitarse a transmitir conocimiento, una buenaeducación sabe dar prioridad a los valores morales.»

Es sabido que muchos países de América Latina atraviesansituaciones de alta conflictividad social. Las múltiples formas dedesigualdad y dominación ponen en peligro la integración social ypolítica de la región. De un tiempo a esta parte, las elitesgobernantes, en especial las de centroderecha, insisten en asignaral sistema escolar la función de “educar en valores” con el fin de“fomentar la inteligencia comunitaria” y fortalecer la educacióncívica y las normas de convivencia. Así, para definir políticas yprogramas de “educación en valores”, se organizan congresos yseminarios. Más todavía, muchos tienden a poner esta función“moral” en el centro del programa escolar, incluso a costa deresignar el aprendizaje de contenidos cognitivos y críticos. Laeducación básica debería priorizar la formación de “buenaspersonas”, antes que de personas instruidas y competentes. Estainsistencia en “formar en valores”, versión secularizada de la vieja“educación moral”, merece una crítica atenta.

Por un lado, la escuela no es la única (y quizá tampoco laprincipal) institución que inculca criterios de distinción entre elbien y el mal en las nuevas generaciones. Su acción se ve cada vezmás debilitada por el fortalecimiento del poder “formador” devalores, gustos y hábitos que ejerce el sistema de producción ydifusión cultural del capitalismo contemporáneo, cuyas“mercancías” llegan, en forma diferenciada, a toda la población.Basta pensar en la inculcación de hábitos estéticos o alimentarios:ni la escuela ni la propia familia tienen el poder de los medios

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masivos de comunicación para configurar el deseo y los gustos deniños y adolescentes.

Por otro, en la experiencia de las aulas, las cuestiones cognitivasy valorativas están estrechamente relacionadas. El profesor queenseña matemáticas, lo quiera o no, inculca a sus alumnosdeterminada actitud respecto de esa disciplina. La dimensiónético-moral está presente en casi todas las acciones sociales.Incluso aquellos que defienden el desarrollo de competencias y laformación de “recursos humanos” como objetivos dominantes dela escuela reconocen que la fuerza laboral debe poseer ciertascompetencias relacionadas con la disciplina, la capacidad detrabajar en equipo y de obedecer ciertas reglas, la responsabilidad,el respeto a los demás y a los acuerdos alcanzados, etc. Estascompetencias, que los tecnócratas califican de “blandas” (enoposición a las “duras”, esto es, las competencias profesionales otécnicas), ocupan un lugar subordinado pero necesario en laproducción moderna. La pedagogía de las ciencias aparece cadavez más articulada con la pedagogía de la moral.

En este marco, la mayoría de las veces se emplean dos tipos derecursos pedagógicos: el primero, de orden psicológico y elsegundo, ético-moral. Por una parte se le pide a la escuela quedesarrolle la “empatía”, entendida como capacidad de ponerse enel lugar del otro; se trata de “educar los sentimientos y lasemociones” para prevenir conductas agresivas y violentas. Porotra, la pedagogía de los valores moviliza sentimientos éticoscomo la “indignación” ante situaciones de injusticia y opresión,actitud de rechazo ético que se complementa con la inculcacióndel “sentido del deber”.

Pero más allá de la pertinencia de estas dos dimensiones, cabeseñalar que no son eficaces si no se les agrega una tercera, queconsiste en proveer explicaciones racionales de la desigualdad y la

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exclusión social. Las nuevas generaciones deben aprender acomprender y explicar racionalmente el mundo en que viven.Desde este punto de vista, no hay educación en valores sinciencias sociales, puesto que son ellas las que deben proveer lasherramientas para entender los procesos sociales de producciónde la injusticia y la opresión desde una perspectiva histórica. Sinesta explicación imprescindible, la educación en valores no es másque otra forma de psicologismo y/o moralismo estéril.

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«Lo importante es desarrollar la conciencia críticaDejemos de usar las viejas herramientas de memorización,imitación y transmisión, que coartan la creatividad y elpensamiento.»

Muchas veces el pensamiento pedagógico se presentaesquemáticamente, como una oposición entre contrarios; porejemplo, entre la pedagogía tradicional y la moderna (oprogresista). Este pensamiento “binario” tiene múltiplesmanifestaciones. La pedagogía tradicional enfatizaba la enseñanza,y la moderna, el aprendizaje; la primera ponía al conocimiento en elcentro de la escena, la segunda, al niño; la primera era memorísticay “de transmisión de información y conocimiento”, la segundapone el acento en “el desarrollo de la creatividad y la concienciacrítica” o en “la solución de problemas”. Este modo de pensar esempobrecedor y poco ayuda a comprender el mundo de losfenómenos reales. En vez de oponer, sería preciso articularaspectos conceptual y analíticamente diversos (la memoria y lacreatividad, por ejemplo) pero interdependientes en la realidad.Las verdades parciales son peligrosas porque sugieren políticasparciales (“lo importante no es enseñar, sino que los niñosaprendan”, “no hay nada que transmitir, el conocimiento seconstruye en el aula”, etc.) y terminan llevando al absurdo. Enefecto, el sentido común indica que para que haya aprendizajeescolar es preciso que “alguien” (el docente) enseñe; para quehaya acto creativo es preciso que alguien se apropie delconocimiento creado por sus antecesores.

Hay que ir más allá de los eslóganes y las consignas vacías. Ypara lograrlo es necesario reconocer que el camino que conduce a

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la creatividad es largo. No se obtiene por arte de magia, de unmomento a otro y sin trabajo previo, como muchos tienden apensar. Nadie nace creativo. La creatividad es un punto de llegada,pero existe como potencialidad en la mayoría de las personas.

Quizá sea necesaria, hoy más que nunca, una pedagogía de laimitación como estrategia de apropiación de una herencia cultural.La imitación incluso puede sugerir una didáctica, un método quetambién valoriza la tenacidad como virtud imprescindible pararealizar ejercicios, muchas veces repetitivos, hasta lograr laperfección en la ejecución o en la elaboración de una determinadaobra, sea de la naturaleza que sea. Robert Louis Stevenson, en su“Carta a un joven que desea ser artista”, elogia la virtud de laimitación. El futuro escritor, sostiene el mexicano Sergio Pitol,“debía transformarse en un simio con alta capacidad de imitación”.El lector que quiere estudiar para aprender está obligado a leer conmás tenacidad que placer. También Alfonso Reyes aconsejaba “lagran escuela del ejercicio y la tenacidad” (por supuesto que habráquien piense que ninguno de ellos conocía los progresos de lapedagogía contemporánea de la creatividad y el espíritu crítico ysus descubrimientos, “que facilitan las cosas del aprendizaje”…).

Y en algún momento la imitación abre paso a la imaginación delaprendiz. Cada uno sabe cuándo puede empezar a liberarse de susmaestros y decidirse a recorrer un camino propio. Por lo general setrata de distanciamientos imperceptibles, aunque no se descartanlos actos de iniciación y las declaraciones formales deindependencia...

Otro instrumento pedagógico que es necesario defender,paradójicamente, de los embates de la pedagogía progresista ymoderna es el libro: el instrumento más maravilloso que ha creadoel hombre, en opinión de Borges. El libro “es la extensión de lamemoria y la imaginación”, es su objetivación y permite su

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difusión sin límites, lo que no es poca cosa. El libro nos permiteviajar por el espacio y el tiempo sin movernos de la silla. Y no setrata sólo de leer, sino de releer. Como decía Cardoza y Aragón: “Yme doy cuenta de que quien no ha releído a Reyes no lo ha leído”.O, en palabras de Pitol: “Un libro leído en distintas épocas setransforma en varios libros”.

La memoria es otra competencia que conviene rescatar delolvido. Inefables pedagogos también la condenaron al ostracismo,y lo siguen haciendo con el supuesto de que, hoy por hoy, todo elconocimiento está disponible en internet. Pero olvidaron que “lainspiración es el fruto más preciado de la memoria”, que nadie creade la nada, y que así como la poesía viene de la poesía, la ciencia ysus descubrimientos surgen de la ciencia acumulada. Quien másconoce más imagina, e imaginar es trascender lo conocido.

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«No hay nada que transmitir, porque el conocimientorápidamente se vuelve obsoleto.El conocimiento se renueva y actualiza en forma tan aceleradaque no tiene sentido la transmisión a la vieja usanza. El saberse construye día a día en el aula.»

En América Latina no es “pedagógicamente correcto” asociareducación con transmisión de conocimientos. Hace décadas quelos especialistas autodenominados “progresistas” oponen unacrítica feroz al concepto de transmisión. Usando el viejo truco deridiculizar el argumento que pretenden criticar, repiten hasta elhartazgo que los niños no son recipientes vacíos que el maestro yla escuela deben “llenar”. Pero de ahí a negar toda idea detransmisión cultural hay una brecha insalvable. El discursovulgarizado de muchos docentes latinoamericanos sostiene que“el conocimiento se construye” y que la función principal de laescuela es “desarrollar la creatividad y el espíritu crítico”(alrededor del 60% de los docentes de la Argentina, Brasil yMéxico así lo afirma), en lugar de “transmitir conocimientosactualizados y relevantes” (idea a la que adhiere alrededor del 42%de los mexicanos y sólo el 28 y el 17% de los argentinos ybrasileños). Respecto del rol del docente, entre el 17 y el 20%suscribe la idea de “transmisor de conocimiento y cultura”,mientras que una significativa mayoría (del 70 a casi el 80%) seconsidera un “facilitador del aprendizaje de los niños” (según unainvestigación coordinada por Emilio Tenti Fanfani).

¿Cómo interpretar este “sentido común mayoritario” en elcolectivo docente latinoamericano? La primera explicación esoptimista: se trata del rechazo a viejas representaciones de la

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enseñanza y del oficio que consideran el aprendizaje comorecepción pasiva de contenidos culturales predigeridos. De ahí eléxito de consignas como “aprender a aprender”, “desarrollar laconciencia crítica”, etc. Sin embargo, esta suerte de“constructivismo” literal y vulgar en su “rechazo” de latransmisión cultural presenta aristas potencialmente negativas;entre ellas, negar la existencia del capital cultural objetivado (enlibros, obras y objetos culturales), capital que en una sociedaddemocrática debería ser patrimonio común. A la misma conclusiónse llega cuando se dice que el conocimiento se renueva cada vezmás rápido, de modo que casi no queda nada que transmitir.Incluso, para otorgar “cientificidad” al argumento, se afirma que el80% del conocimiento se renueva cada quince años (por poneruna cifra, dado que cada argumentador propone la suya sin indicarjamás cómo sacó la cuenta). Por lo general, quienes se obnubilancon la aceleración del progreso científico y tecnológico olvidanque, en lo atinente a la educación básica, el conocimiento que lasnuevas generaciones deben incorporar no es el “de punta”, sino el“primario”, y hasta podríamos decir “milenario”: saber leer yescribir correctamente y realizar cálculos elementales.

Hay además conocimientos, como el famoso eureka deArquímedes o la ley de la gravedad de Newton, que jamás sevolverán obsoletos; y otros resistirán al menos en el corto ymediano plazo. Podría decirse que cambia más el métodopedagógico (como efecto de las nuevas tecnologías de lainformación y la comunicación) que el contenido del programaescolar. Antes se decía que éramos “enanos en hombros degigantes”, un modo de expresar que no hay revolución científicasin previo aprendizaje de un capital cultural acumulado. Diospuede crear el mundo “de la nada”, mientras que los mortales

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estamos obligados a recurrir a la cultura heredada para producirconocimientos nuevos y más poderosos.

En la Argentina, es necesario superar cierta “confusión”educativa. Luego de la reforma curricular de los años noventa, haypoco acuerdo sobre qué saberes transmitir. A partir de 2005, desdeel Consejo Federal se trabaja en el desarrollo de Núcleos deAprendizaje Prioritario (NAP) para establecer saberes básicos decada nivel y homogeneizar parte de la enseñanza. La iniciativa esbuena, pero su implementación ha revelado profundaslimitaciones.

Por otra parte, resulta difícil recomendar un único modelopedagógico. En realidad, habría que pensar en estrategiaspedagógicas tan diversas como los educandos mismos, desde elpunto de vista personal o grupal (por nivel socioeconómico,género, cultura familiar, lengua materna, lugar de residencia, etc.).La pedagogía activa o “centrada en el alumno”, flexible,espontánea y no estructurada es más eficaz cuando se aplica aestudiantes provenientes de los grupos sociales dominantes, quellegan a la escuela dotados de una herencia cultural y familiar muyafín al programa escolar. Esta cercanía facilita el diálogo y elreconocimiento entre docentes y alumnos, y permite que aquellospuedan confiar en la iniciativa, el interés y la participación de losalumnos.

De un modo paradojal, la llamada pedagogía progresista aplicadaa alumnos de los sectores sociales dominados, y por tanto menosfamiliarizados con el programa escolar (desde el punto de vistalingüístico y cultural), resulta conservadora en la práctica, pues nopuede darse por descontado el interés y la disposición al esfuerzode los educandos. El autoaprendizaje no es un punto de partidasino de llegada. Podría decirse que el éxito de un buen maestroconsiste en hacerse cada vez más prescindible, en la medida en

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que el niño o el joven van adquiriendo grados crecientes deautonomía en la apropiación del conocimiento. Pero la educación“primera” depende siempre de la intervención de especialistas (losmaestros) en un marco institucional adecuado (la escuela). Y estoes especialmente así con los niños cuya cultura familiar está másalejada de la cultura escolar. En ese contexto, un maestro“progresista”, en vez de “dar buenas clases” (esto es, tomar lainiciativa, ordenar el proceso de enseñanza y aprendizaje, ydesarrollar y orientar la curiosidad de sus alumnos), invitará a susalumnos a “aprender por sí mismos”, a “investigar” un tema, a“construir el conocimiento”.

Ahora bien, las familias de sectores sociales de bajos recursos(sin biblioteca, sin acceso a internet, sin tiempo, etc.) cuya culturade origen fue sometida y desvalorizada, ¿cómo pueden acompañarel proceso de aprendizaje de sus hijos? En otra época, los niñosestudiaban con la ayuda de un libro o manual que conteníadefiniciones, información y “fórmulas”, además de problemas yejercicios (con sus correspondientes respuestas). Cualquier padreo madre de familia alfabetizado podía aprender con sus hijosleyendo ese manual. La pedagogía moderna, más exigente ysofisticada, que pide al alumno un esfuerzo de búsqueda, deautoaprendizaje y de indagación, muchas veces es un obstáculopara que las familias apoyen y complementen el trabajo escolar desus hijos.

Las mutaciones en la pedagogía obedecen a dos conjuntos defactores asociados: los cambios en los modelos pedagógicosintroducidos por los cursos de actualización (que difunden lapedagogía “moderna”) y los cambios en circunstancias socialescomo “la variedad y dispersión” de intereses por parte de losalumnos. Cabe preguntarse entonces si las modas pedagógicas noserían una racionalización de las prácticas: la necesidad hecha

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virtud. Lo cierto es que, de una manera u otra, refuerzan lastendencias observables en el aula.

La enseñanza es cada vez menos objeto de planificación: elqueha-cer se va definiendo día a día, según circunstanciascambiantes e imprevisibles. El tiempo corto reemplaza el mediano ylargo plazo (se trata de decidir ahora lo que debe hacerse ahora).La hegemonía del presente se afirma así como una tendencia quedeja su impronta en todas las prácticas y comportamientoshumanos. El efecto es la discontinuidad, la fragmentación, laimprovisación recurrente, lo cual puede afectar negativamente ellogro de los objetivos fijados en leyes, decretos, circulares.¡Habría que preguntarse en qué consiste la planificación educativaen estas circunstancias! Por eso, tantos planes, reformas ytransformaciones se quedan en el papel.

Por último, no está de más señalar que en muchos casos setrabaja con métodos tradicionales de enseñanza (clase expositivacon tiza y pizarrón) no para adaptarse a las condiciones sociales yculturales de los alumnos, sino para replegarse ante los fracasosde tantas modernizaciones pedagógicas bienintencionadas. Essabido que cuando los agentes sociales perciben que ciertaspropuestas de cambio son confusas o que las condicionessociales no son propicias para su implementación exitosa serefugian en los viejos modos de hacer las cosas. Eso da seguridady constituye una defensa contra las innovaciones que noconvencen o están mal ejecutadas. Ese fue, en gran medida, elcaso de la reforma educativa de la década de 1990, que pretendiócambiar todo a la vez (estructura, contenidos, pedagogía) y en unlapso breve. De gran parte de aquello sólo quedan el recuerdo ycierta jerga pedagógica (“prácticas áulicas”, contenidos“procedimentales”, “actitudinales” y “cognitivos”) sin mayorimpacto sobre la experiencia y las instituciones.

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«La política no debe entrar en el aulaLa escuela es una institución que debe quedar protegida delos debates y las discusiones que atraviesan el campopolítico.»

A la escuela se le han asignado tres funciones básicas (en elsentido de efectos esperados): el desarrollo de sujetosautónomos, libres y reflexivos; la incorporación de ciertascompetencias creativas y productivas (en el sentido más amplio dela expresión), y la formación para la ciudadanía activa. Definir elcontenido de esta última tarea es por demás problemático, y tal vezpor eso se generó una querella en torno a la cuestión. Si hacemosun poco de memoria, este era el objetivo de la vieja materia de“instrucción cívica” o educación para la ciudadanía democrática.Cabe señalar que, pese a los regímenes dictatoriales que sesucedieron en el país, nunca se introdujo explícitamente unamateria de “educación dictatorial o autoritaria”. De todos modos,abundaron los contenidos escolares que buscaban prevenir lossupuestos males que ocasionarían la libertad y la democracia(anarquía, desorden y violencia social) e inculcar el valor del ordeny la obediencia a las jerarquías socialmente establecidas en elcampo militar, religioso o productivo.

El consenso actual sobre la formación de la ciudadaníademocrática se acaba cuando se pasa del discurso a los hechos,puesto que no todo el mundo la entiende de la misma manera.Están aquellos que la conciben en términos restrictivos: educarpara la ciudadanía significa enseñar y aprender las reglas jurídicasque estructuran el juego político democrático. En términosprácticos, esto se traduce en aprender la Constitución y las leyes

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fundamentales de la sociedad. Este sesgo marcadamentejuridicista privilegia la dimensión institucional de la democracia (ladivisión de poderes, sus incumbencias, los procedimientoslegítimos de toma de decisiones, el conocimiento de los derechosy deberes de los ciudadanos tal como los sanciona el derechopositivo, etc.).

En el campo político “progresista” se plantea, en cambio, unaperspectiva más amplia: la educación para la ciudadanía incluyesentidos y componentes relacionados con la vida política de unasociedad y un momento histórico específicos. Aquí se impone elestudio de las coyunturas y los agentes (partidos, movimientossociales, corporaciones, etc.), sus intereses y relaciones de fuerza,las tomas de posición sobre los principales temas de la agendapolítica y las estrategias que despliegan. Y si bien esta miradaabarca la dimensión jurídico-normativa, la desborda para incluirotros fenómenos de índole sociológica, histórica, antropológica,cultural y económica. Aquí las ciencias sociales juegan un papelfundamental legitimando el ingreso a la escuela de los temas yproblemas del presente, y por eso mismo esta perspectiva es máscompleja y potencialmente conflictiva. En la visión tradicional, porel contrario, la actualidad quedaba fuera del programa escolar. Laenseñanza de la historia, por ejemplo, se mantenía a una prudente(y a veces demasiado lejana) distancia del presente. La política sejuega en la coyuntura, y precisamente por eso no debíaintroducirse en la experiencia escolar. Hoy, la mayoría de losdocentes considera que la “politización del programa escolar”(que no debe confundirse con su partidización) no sólo esinevitable sino incluso necesaria y conveniente. Los resultados delas encuestas realizadas a muestras representativas nacionales enla Argentina, Brasil, México, Perú y Uruguay indican que lamayoría absoluta de los docentes está de acuerdo con incluir

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temáticas sociopolíticas contemporáneas en el programa. No setrata de constituir a las escuelas en terreno de conquista de lospartidos y movimientos políticos. La escuela, incluso la de gestiónprivada y financiada por el Estado, no debe dejar de ser pública y,en consecuencia, un espacio plural y para todos. De lo que setrata es de constituir los procesos políticos, sus actores eintereses, sus recursos y estrategias, sus relaciones de fuerza, sustomas de posición, en objeto de reflexión crítica.

Pero la escuela es formadora de ciudadanos en otros dossentidos. Por una parte, no sólo es un lugar donde se estudia yaprende la democracia, sus instituciones, sus reglas y sus actorescolectivos, sino también donde las nuevas generaciones puedenapropiarse de un recurso político fundamental: las capacidadesexpresivas en sentido amplio. En efecto, participamos en la vidapolítica a través de la palabra (y de otras formas de expresión ymanifestación). La democracia funciona gracias al mecanismo de larepresentación: el representante tiene, entre otros recursos, lacapacidad de decir, de expresar lo que otros simplemente“sienten”, “intuyen”, “piensan”, “desean”, etc. Con palabras seconvence, se premia o se castiga, se conquista y seduce, seengaña. La competencia expresiva excede ampliamente laenseñanza de la gramática y la literatura, la oralidad y la escritura.También se dicen cosas con gestos, con imágenes, con símbolos.Pero no se trata aquí de considerar la lengua y el habla comoobjeto de estudio sino como instrumento, como competencia“para hacer cosas”. El lenguaje es poder, y el que sabe expresarse(qué decir, cómo y cuándo hacerlo) tiene poder. Por lo general,cuando un grupo de individuos comparte una problemática –en elbarrio, la fábrica, la escuela o la universidad– y tiene que actuar enforma colectiva (“como un solo hombre”), alguien presta su vozpara hablar en nombre del conjunto. Es el representante. Y en la

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democracia los representados deben estar en condiciones deentender y controlar lo que dicen y hacen sus representantes enlos diversos escenarios donde se desempeñan. La competenciaexpresiva no es la única competencia política (se necesitantambién dinero, carisma, capital social), pero es el único recursoque la escuela puede desarrollar en los futuros ciudadanos de lasdemocracias participativas.

Por otra parte, la escuela puede ser un ámbito donde los niños,adolescentes y jóvenes no sólo aprendan la democracia sino quetambién la vivan y la experimenten. Esto sucede, por ejemplo,cuando se forma parte de un centro de estudiantes para ejercer larepresentación de un curso o aula, o cuando se interviene en losprocesos de toma de decisiones no sólo secundarias (como lasreglas de convivencia) sino también fundamentales (como elempleo del tiempo de aprendizaje, la inclusión de determinadastemáticas en el programa escolar y la definición de los sistemas deevaluación).

Cabe recordar que no se trata de una propuesta utópica(imposible de alcanzar) sino que existen, en el contexto nacional einternacional, numerosos ejemplos en los que inspirarse. Elsistema escolar es un archipiélago bastante triste donde existen“islas felices”. Al igual que en otras cuestiones pedagógicas, nose trata de “inventar el hilo blanco” sino de generalizarexperiencias que existen y funcionan con éxito. Pero, para no caeren la demagogia de “la participación”, habrá que recordar que esta“no se decreta”: requiere ciertas condiciones sociales para seralgo más que una consigna políticamente correcta.

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5. Mitos sobre la autoridad, el orden, ladisciplina y la violencia escolar

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Todos los que comunicamos, difundimos o enseñamos tendemosa utilizar esquemas. Los docentes y los autores de manualesescolares somos grandes productores de clasificaciones,tipificaciones, cuadros sinópticos, “mapas conceptuales” einfografías repletas de flechas que van y vienen, dizque para“facilitar la comprensión” de determinado contenido. Cabe señalarque, en muchos casos, esos recursos, antes que favorecer osimplificar la comunicación, la complican. El buen esquema es uninstrumento que sólo puede descartarse una vez cumplido su fincomunicacional. Dicho esto, podemos proponer, con finesdidácticos, una visión esquemática de la autoridad que coloque deun lado a todos los conservadores del mundo, que ante la menorexcusa se autoproclaman amantes del orden y la jerarquía, y delotro a los “libertarios” y “progresistas” que desconfían de esasdos palabras y sólo las usan a manera de acusación o biendenunciándolas como parte de un proceso de dominacióndespiadado, injusto y vulnerador de las libertades y laespontaneidad personal. Quienes cuestionan a la escuelacontemporánea desde las ideologías del orden (esas que en honorde la brevedad podemos llamar “conservadoras”) se regodeandenunciando el desorden, la falta de autoridad y la disolución dela institución escolar, cuando no la violencia lisa y llana. Desdeesta perspectiva, pareciera ser que la escuela es un espacio en

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vías de desintegración, si es que no está desintegrada ya. Por suparte, las perspectivas “críticas” que arraigan en ideologías de lalibertad y la espontaneidad (tanto las de factura individualista, quepodemos llamar “libertarias”, como las “progresistas”) cuestionana la escuela como mero mecanismo represivo e ideológico queaplasta la espontaneidad individual, uniformiza y somete. Aquítambién las escuelas son violentas, aunque de otra forma:imponen una dominación avasallante e irresistible.

Ambos relatos todavía son fuente de innumerables mitomaníasque, como de costumbre, circulan simultáneamente sin que nadiese preocupe demasiado por su coherencia. Sin embargo, si uno yotro han resultado –y siguen resultando– tan persuasivos esporque tienen algún fundamento en la realidad. Pero no olvidemostampoco que esta realidad surge de una selección arbitraria deevidencias. Entonces, la mejor manera de comenzar a desarmarestas mitomanías es concentrarnos alternativamente en sus dosfocos principales: uno de ellos relacionado con las “causas” (laautoridad, su supuesta pérdida o su carácter represivo) y el otro,con las “consecuencias” (el desorden, la “violencia escolar” y laeducación entendida como una forma de violencia).

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«La escuela ya no es un templo del saberLa institución sagrada que todos respetaban ya no existe. Elantiguo templo cívico hoy se encuentra cuestionado.»

Hubo un tiempo mítico (el de los orígenes del sistema educativo yel Estado-nación modernos) en que las prácticas de la escuelareivindicaban con relativo éxito la sacralidad que antes había sidomonopolio de la religión. La escuela vino justamente a disputarle ala Iglesia el monopolio de la verdad: al dogma de la fe y la verdadrevelada opuso la verdad científica, producto de la razón y laobservación empírica. En su lucha con la Iglesia, la escuela delEstado moderno tendió a reproducir sus formas y estilos. De estemodo, la verdad científica era indiscutible y sagrada, la escuela erael templo del saber y el maestro, el sacerdote inculcador de lasverdades científicas. La tarea de la institución era una misión y elmaestro, como apóstol del saber, debía ser consciente de que sutarea constituía una misión trascendente. Hoy es cierto que laescuela se ha secularizado, es decir, ha perdido parte (no todo) delcarácter sagrado que tenía en sus orígenes. La mitomaníacomienza allí donde la simple constatación de la secularización seconstituye en lamento y demanda de restauración. La mitomaníaconsiste en decir que “hay que devolverle a la escuela ese caráctersagrado que supo tener”, desconociendo que no existe ningúnsentido intrínseco de la escuela, sino que este es histórico yrelacional; es decir, se construye en el marco del sistema de lasinstituciones sociales.

La escuela ya no tiene una posición monopólica ni dominante enel campo de las instituciones que producen y difunden ideas,valores, creencias y sentidos del mundo. Cuando se funda la

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escuela de Estado, sólo la Iglesia competía con ella en materia dedifusión de verdades. Hoy existe una pluralidad de agencias deproducción y difusión de valores y sentidos de la vida, que“educan” (es decir, proponen sentidos del mundo, de lo que esuna “buena vida”, así como criterios de distinción entre lo bello ylo feo o lo bueno y lo malo) muchas veces sin proponérselo. Perono se trata sólo de recordar que la escuela no está sola, sino queen estas materias no puede competir con el poder de inculcaciónde las nuevas agencias de construcción de subjetividad. A estapluralidad se contrapone un conjunto de individuos quesupuestamente deben “elegir” en la actual babilonia designificados y de instituciones. ¿A quién creerle? ¿En qué creer?¿Qué leer, a quién escuchar, qué “sitio” visitar? Estas sonpreguntas que cada vez con mayor frecuencia los sujetos estáncondenados a hacerse. Extremando el argumento diríamos que, siantes los agentes eran en buena medida producto de lasinstituciones donde transcurrían sus vidas (la familia, la escuela,iglesia), hoy están obligados cada vez más a “hacerse a símismos”. Esto es lo que afirman los análisis posmodernistas. ¿Perotiene algún sentido decir hoy que los hombres y las mujeres quehabitamos este mundo somos fruto de nuestras propiaselecciones? Para no caer irremediablemente en el callejón sin salidade la regressio ad infinitum, es preciso interrogarse sobre cómo sedesarrolla en los individuos la capacidad de elección. El individuoque elige en esa especie de inmenso e infinito “supermercado” deproductos simbólicos que es internet, ¿con qué criterios lo hace?¿Y de dónde provienen esos criterios o principios ordenadores delas preferencias, los gustos, los valores y los consumos? Si noqueremos incurrir en un determinismo biológico ingenuo (loshombres ya vienen equipados con un programa de percepción yde valoración determinado genéticamente), tendremos que

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reconocer que el proceso de humanización –es decir, el paso delser biológico lleno de potencialidades que es un niño al nacer a lacondición de sujeto– requiere la incorporación o la interiorizaciónde criterios externos a ese niño.

En esto consisten el desarrollo de la civilización contemporáneay las amenazas que entraña. Pero este proceso de subjetivización(extremadamente dispar por cierto) no elimina la necesidad de lasocialización primera, que siempre es estratégica y no puedequedar librada a ningún espontaneísmo de las circunstancias. Lahistoria no tiene leyes, pero, si una sociedad quiere reproducirsecomo tal, debe montar algún mecanismo institucional paracontrolar el proceso de socialización de las nuevas generaciones.Por eso las instituciones educativas tienen futuro en todasociedad que busque ahuyentar los fantasmas de ladesintegración.

En síntesis, las instituciones no tienen hoy el poder quesupieron ejercer en otras épocas, y los individuos (algunos másque otros, cabe recordarlo una vez más) son más libres y“autónomos” para participar en su propia construcción comosujetos. Por eso, las cuestiones relacionadas con la escuela sonmás complejas de analizar de lo que eran antes. En vez de quejarsedel desorden y la indisciplina habría que hablar de nuevas formasde construcción de la autoridad en la escuela y en el resto de lasinstituciones sociales.

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«El maestro ya no tiene autoridadYa nadie respeta al maestro ni confía en él. Muchos alumnosno encuentran razones para obedecerlo o para dar valor a suspalabras.»

Los maestros y profesores habrían perdido autoridad: “nadie losrespeta”, ni los alumnos ni los padres de los alumnos. Serían el“jamón del medio” de un sándwich que tendría arriba a losdirectivos, más ansiosos por evitar conflictos que por respaldar laacción del docente, incluso cuando esta fuera apropiada, y debajoa los padres amenazantes y extorsionadores. Así situados, losdocentes carecerían de poder para castigar infracciones y derespaldo a la hora de hacerlo. Cuando se habla de la crisis de laeducación, esta imagen es recurrente. Aquí también parecieraimponerse la visión de un pasado en que “cada uno estaba en sulugar: el maestro era el soberano y los alumnos, los súbditos”. Unorden perdido que habría que restaurar. Algunos procuran hacerlomediante disposiciones legales. En España, más precisamente enla Comunidad de Madrid, se ha propuesto y sancionado undispositivo legal que declara al docente “autoridad pública”,atributo que comparte con la policía. Mediante esta definición, encaso de conflicto, la palabra del docente tiene más credibilidad quela de un ciudadano común (por ejemplo, un alumno o un padre defamilia). Es bien sabido que el sentido común coloca el poder“arriba” y a los súbditos, “abajo”. Así, en España algunossugirieron hace poco volver a colocar tarimas en las aulas: unassimples estructuras que elevan la figura del docente y lo sitúan allídonde reside el poder. La cuestión de la autoridad docente esdemasiado seria como para tratarla a la ligera.

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Al respecto, hay que reconocer dos cosas: primero, se trata deun problema real acerca del cual no hay un diagnósticocompartido; y segundo, la autoridad pedagógica es uncomponente necesario para una práctica de enseñanza/aprendizajeeficaz. En síntesis, una forma tradicional de autoridad está en crisisy esto afecta tanto el trabajo del docente como la experienciaescolar de los alumnos.

Para proponer una definición mínima, digamos que alguien tieneautoridad cuando es respetado y reconocido en el espacio socialdonde actúa. Es la confianza y el respeto que le atribuimos aalguien lo que constituye el fundamento de su autoridad, lo cualequivale a decir que esta no es atributo de una persona sino deuna relación. Pero si bien es cierto que parte de esa autoridad esotorgada por quien se somete voluntariamente a ella, también escierto que quien la ejerce debe hacer ciertas cosas para serrespetado y reconocido y para que los otros crean en él. Laautoridad (como la fama o el prestigio social) es un capital muyfrágil, de ahí que mantenerlo, reproducirlo e incrementarlodemande un esfuerzo constante. A esta definición mínima hay queagregarle el hecho de que los agentes sociales actuamos encontextos más o menos institucionalizados. El maestro trabaja enuna escuela, por lo tanto, en parte, su autoridad le es delegada poresa institución. De esto se colige que la autoridad tiene su origenen diversas fuentes: unas propias del individuo (lo que llamamossu “carisma”) y otras externas (otorgadas por una institución).

Todos los oficios relacionados con la transmisión de creencias,de cultura o, en síntesis, de sentidos del mundo necesitan poseerautoridad para ser eficaces. Esto vale tanto para los maestroscomo para los periodistas, psicólogos, sacerdotes o políticos.Sobran los testimonios de docentes de enseñanza primaria ysecundaria que expresan un gran malestar por esta falta de

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autoridad y sus impactos sobre el trabajo cotidiano en las aulas.Alumnos que ni siquiera se dignan escuchar a sus maestros,sacarse los auriculares durante la clase o respetar las reglasmínimas que deben presidir los encuentros sociales son cada vezmás frecuentes en todos los niveles sociales. Esta incomunicacióny falta de consideración deterioran el clima escolar y originansituaciones conflictivas costosas tanto para los alumnos comopara los docentes.

Una encuesta –coordinada por Emilio Tenti Fanfani– a unamuestra representativa a nivel nacional de profesores de losinstitutos de formación docente (IFD) sobre los principalesproblemas que enfrentaba la educación básica del país llegó aresultados coincidentes con un estudio cualitativo. El problemaseñalado con más frecuencia resultó ser el de las dificultades queencuentran los docentes para construir y hacer valer su autoridad.Pese a las diferencias observadas según el nivel de las carrerasdonde trabajan los formadores, se trata de un problemageneralizado en el cuerpo docente de los IFD.

Cabe ahora preguntarse: ¿qué diferencia a los maestros de hoyde los del pasado? ¿Por qué creemos que estos últimos gozabande una autoridad que hoy muchos han perdido? En otros tiempos,el acto del nombramiento (en el “cargo”, en la “cátedra”, porejemplo) tenía una consecuencia casi mágica: transformaba a unapersona dotada de ciertas cualidades (títulos, por ejemplo) enalguien digno de crédito. Por el solo hecho de estar allí, con sunombramiento en el bolsillo y frente al curso, el maestro gozaba deun crédito y un respeto que se daban por descontados. Nuncafaltaron los defectos, los conflictos, los cuestionamientos de losalumnos, pero por lo general la autoridad era un efecto casiautomático de ocupar una posición en la institución escolar. Esa

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autoridad había sido delegada por la sociedad, y el maestro era sudepositario y ejecutor ante ella, los padres y los propios alumnos.

Hoy, salvo algunas raras excepciones, la institución escolar yano es un “templo del saber”. Incluso la arquitectura de losedificios delata esta pérdida de valor simbólico. El acto denombramiento del docente dista de garantizar autoridad. Cada vezmás, maestros y profesores se ven forzados a desplegarestrategias “de seducción” para ganarse el respeto de losalumnos, las familias y la comunidad. Las instituciones pobres enrecursos materiales y reconocimiento social no pueden delegarautoridad a sus miembros. En el otro extremo, hay institucionesprestigiosas que por extensión prestigian a sus miembros, y haypersonas prestigiosas que trasladan esa condición a lasinstituciones donde trabajan. Las instituciones ricas, por logeneral, acumulan esta doble distinción.

Es evidente que la solución a un problema tan complejo como elde la autoridad pedagógica no pasa ni por medidas legales ni porel rescate de las tarimas. De todos modos, la situación revela lasdificultades que tenemos como sociedad, y especialmente comocomunidad educativa, para recomponer relaciones humanas queincluyan una dimensión de jerarquía –inherente a la relaciónpedagógica– sin ampararse en concepciones autoritarias como enel pasado.

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«Los alumnos de hoy tienen demasiados derechos y pocosdeberesEn busca de reconocer a los jóvenes como sujetos dederechos, se les ha abierto la puerta para que desconozcancualquier tipo de jerarquía o autoridad.»

Otro factor que viene a complicar la tarea de la escuela es elcambio en las relaciones de poder entre nuevas y viejasgeneraciones. Por una serie de razones, los adultos ya no tienen elpoder de otros tiempos. La diferencia se aprecia mejor entre losadolescentes, cuyo poder llega a tener expresión concreta en elderecho positivo de casi todos los Estados-nación del mundo. LaConvención Internacional de los Derechos del Niño concita el másamplio apoyo y reconocimiento en la comunidad internacional.Pero la convención, al igual que todas las leyes, es causa y efectoal mismo tiempo. Como instrumento jurídico, no se explica si no seconsideran otros planos de la vida social.

Más allá de la explicación simplista que ofrece cierto ensayismoocasionalmente de moda, no se trata de “un renunciamiento de lospadres” o de los adultos a ejercer la autoridad (¡ningún gruposocial renuncia al poder!), sino a ciertos cambios objetivos en lasrelaciones sociales, que son resultado de las transformaciones enlos modos de producción, la ciencia y las tecnologías, la liberaciónde la mujer y su incorporación al mercado de trabajo, laurbanización, el “costo” reproductivo y el “valor” asignado a loshijos en relación con la disminución de la tasa de natalidad y eltamaño, estructura y dinámica de la familia. Por otra parte, lastransformaciones en las instancias y los procesos de socializaciónde la infancia (medios masivos de comunicación, acceso a

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consumos culturales, internet, videojuegos, relaciones virtualescon iguales, etc.) son fenómenos que, en forma conjunta yestructural, están detrás del “empoderamiento” de los niños yadolescentes. Incluso la masificación y prolongación de laescolaridad han jugado y juegan un papel determinante en estecambio en los equilibrios de poder entre adultos y jóvenes.

Hubo una época en que los padres eran “dueños” (literalmentehablando) de sus hijos. Podían hacer con ellos lo que quisieran.Hoy el Estado fija límites a esta potestad, está limitada por unmarco normativo en función de intereses públicos. Lo mismopuede decirse del poder de los maestros sobre los alumnos. Hoylas cosas han cambiado, y los niños y adolescentes tienenderecho a expresarse, a participar en la toma de decisiones enasuntos que les competen, a proveerse de información, a suidentidad y a muchos otros aspectos. En síntesis, hoy se esperaque los niños gocen de derechos no sólo civiles, sino tambiénsociales y políticos. Desde el punto de vista jurídico, este ha sidoun cambio radical. Pero no todo el mundo tiene la mismainterpretación y valoración de este proceso. Algunos piensan quelo que las nuevas generaciones ganan en derechos lo pierden endeberes. Pero esto no es más que una manera de resistir ydesconocer la legitimidad de los derechos conquistados. Enefecto, por lo general quienes denuncian el renunciamiento a losdeberes se refieren sobre todo al “deber de obediencia” al ordenestablecido. Muchos jóvenes tienden a rebelarse contra lasinjusticias, la discriminación y la legitimidad del “siempre fue así”.Por eso, en muchos casos se niegan a jugar el rol que la sociedady las instituciones les asignan, y esta negación es consideradacomo una resistencia a cumplir con un “deber” que no tiene másjustificación que la costumbre o la tradición.

Sin embargo, persiste una tensión: las nuevas generaciones no

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deben ser víctimas del autoritarismo, aunque deben insertarse enrelaciones pedagógicas de autoridad para poder aprender. Tienenmás poder que en otras épocas pero no tienen derecho aautoexcluirse de las instituciones educativas (no nos olvidemosque hay una obligación de ir a la escuela), que a su vez debentener objetivos y reglas claros. Desde la perspectiva de lasinstituciones, esto supone un desafío mayúsculo a losdispositivos y procedimientos tradicionalmente empleados para“lidiar” con las nuevas generaciones.

La adaptación de las familias y las escuelas a la nueva realidadde la infancia y la adolescencia con derechos acarrea muchos“dolores de parto”. Sin embargo, no son pocas las experienciascreativas en materia de instauración de una nuevainstitucionalidad: niños y adolescentes que participanorgánicamente en consejos escolares donde se deciden cosasmuy importantes para la escuela, tales como contenidos, tiempos,sistemas de evaluación, actividades, uso de recursos, definiciónde reglas de convivencia, resolución de conflictos; niños yadolescentes que tienen acceso a información del más diverso tipoy que además tienen derecho a expresarse en forma libre, colectivay pública mediante diarios murales, periódicos y revistas delestablecimiento, entre otros.

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«Ya no hay disciplina en las instituciones escolaresEl problema de la escuela es que nadie pone orden: los pibeshacen lo que quieren. Si volviéramos a las amonestaciones yal puntero, todo se resolvería en un santiamén. Hay quefortalecer las sanciones.»

Si la sociedad argentina encuentra dificultades para mantener unabase mínima de integración social, ¿por qué deberíamos suponerque las instituciones educativas (en especial las frecuentadas poradolescentes y jóvenes) serán capaces de garantizar el orden y laconvivencia entre sus miembros? Todos los problemas sociales semanifiestan en la escuela porque están en el cuerpo y el espíritu desus protagonistas: los alumnos, los maestros, las madres y padresde familia, etc. Las dificultades materiales y simbólicas(relacionadas con la esperanza, la confianza, el afecto) influyensobre las conciencias y los comportamientos individuales ygrupales, y dificultan la vida en sociedad.

En las escuelas de América Latina siempre hubo infractores,alumnos que no respetaban los reglamentos de disciplina. Enmuchos casos, la consecuencia de una indisciplina (individual ogrupal) era el desorden en el aula y/o la institución y lasuspensión del normal desarrollo del trabajo escolar. Pero el o lostransgresores no cuestionaban la validez de la norma ni de losencargados de vigilar su cumplimiento y, eventualmente, de aplicarlas sanciones correspondientes. Por eso los que transgredíansolían hacerlo solapadamente, para no ser identificados. Estoindicaba, de alguna manera, que reconocían la legitimidad de lassanciones.

Hoy, en muchos establecimientos educativos, en especial en las

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grandes metrópolis urbanas, aparece en forma sistemática unanueva forma de desorden que podría denominarse “anómica,” enla medida en que sus protagonistas no reconocen el valor de lasnormas que regulan la convivencia. Por eso no necesitan ocultarsepara cometer las infracciones, sino que lo hacen a la luz del día y,podríamos decir, “en la propia cara” de los adultos responsablesdel mantenimiento del orden. En estos casos, los castigos que seaplican pierden por completo su sentido, ya que no son percibidoscomo tales por los “castigados”. Para muchos adolescentes, loscastigos escolares son “trofeos” que los enaltecen ante sus pares,dentro y fuera de la escuela. Las sanciones no tienen efecto en símismas, como acto objetivo y exterior, sino en la medida en queson percibidas como tales por el agente de la infracción, que a raízde eso debe sentirse “culpable” y considerarse merecedor delcastigo.

El respeto a un conjunto de reglas es necesario en cualquierinstitución. Como ya dijimos en referencia a la autoridad, estas nopueden ser totalmente exteriores e impuestas a los miembros de lacomunidad escolar. En muchas circunscripciones, el reglamento dedisciplina viene “de afuera” y “de arriba”, es decir, del Ministeriode Educación, pero bien podría ser el resultado de unadeliberación interna de la institución escolar, que desde luegodebería respetar el ordenamiento legal vigente (leyes y códigosgenerales). En las sociedades modernas, la legitimidad del ordenno puede basarse en la tradición del “siempre fue así” ni en lacreencia en un “legislador” omnisciente: sólo vale y funciona elorden autofundado, es decir, construido colectivamente entre losmiembros de una asociación. Siendo así, las comunidadeseducativas deben movilizar el máximo de buena voluntad,solidaridad, creatividad, imaginación, control de las emociones yreflexividad para “que haya escuela” y el aprendizaje tenga lugar.

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El orden democrático supone que todos los que participan debencompartir un propósito para poder orientar sus esfuerzos en unamisma dirección. Las primeras semanas del ciclo escolar deberíanestar dedicadas a construir este “sentido común” de la experienciaeducativa, de modo que todos puedan identificarse con eseconjunto mínimo de reglas que regulan la vida de cualquierinstitución social y favorecen el logro de objetivospreestablecidos. Estas reglas no sólo deberán prever cómoconducirse frente a las inevitables infracciones, sino que deberánorientar prácticas positivas que favorezcan la integración y eltrabajo armónico entre los actores de la vida escolar. Estasprácticas se relacionan con la búsqueda del sentido depertenencia institucional, el respeto por los otros, la cooperación,el trabajo en equipo, la toma de decisiones en grupo, laadministración y resolución de conflictos, la creación colectiva, elpluralismo y la valorización de la diversidad, etc. Estascompetencias, tan importantes para la convivencia democrática,no son “naturales” o “innatas” sino aprendidas. Y qué mejor lugarque la escuela para desarrollar y consolidar estos aprendizajes quepodrán ser transferidos al resto de los campos (la familia, el grupode amigos, el club, el trabajo, la iglesia, etc.) que estructuran lavida humana en nuestra sociedad.

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«La escuela es como la cárcel, limita la espontaneidad y lalibertad del niñoLa educación uniformiza a las personas, anula la creatividad ypretende transformar a los niños en robots obedientes yestandarizados.»

Todos hemos experimentado en carne propia, o a través de relatosde amigos, al docente y la escuela represiva. El docente autoritarioes aquel que impone su voluntad a partir del miedo y el castigo. Enun contexto institucional de ese tipo ¿cómo pueden ver losjóvenes a los adultos? Frases como “nos limitan”, “nos reprimen”,“nos enseñan a ignorar”, “la escuela nos subestima”, “nos faltanel respeto y después quieren que los respetemos a ellos” son muyhabituales.

Situaciones como estas nos obligan a dos reflexiones. Por unaparte, cómo transformar la mirada de los adultos, lo cual resultaimprescindible para cualquier nueva dinámica. Por otra parte,comprender por qué esta imagen se ha asociado tan habitualmentea la escuela, como si realmente representara un promedio, cuandoen el mundo actual es más bien una situación aislada, inclusoexcepcional. La cuestión se transforma en una mitomanía cuandoconstatamos que se generalizó la creencia de que “transmitirconocimientos” es una práctica autoritaria, que por sí mismagenera “sujetos pasivos”.

Un ejemplo reciente es la película La educación prohibida, undocumental dirigido por Germán Doin Campos y estrenado en2012, que a fines de ese año alcanzó casi cuatro millones y mediode reproducciones en YouTube. Esta cantidad inusitada deespectadores prueba que movilizó una sensibilidad manifiesta o

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latente en muchas personas. No se trata de una crítica de laescuela contemporánea sino de un alegato libertario contra todointento de institucionalizar el aprendizaje, que debería transcurrirlibremente, sin programas, horarios, métodos, exámenes, etc.

Es relativamente fácil denunciar a las instituciones, más aún auna institución estatal y para colmo “obligatoria” como la escuela.Si se niega la institución, sólo quedan los individuos libres… ylibrados a su suerte. Debería resultar obvio que se trata de unalibertad sin historia y, en última instancia, sin sociedad, sincolectividad. Sin embargo, como dijimos, la crítica de la escuela estan vieja como la escuela misma, lo cual es un indicador de suineficacia histórica. En cierta medida, el humor antiinstitucional esuna suerte de reacción frente a los excesos del autoritarismoescolar (y de todo tipo). Estos sí han existido y siguen existiendo.Pero no hay que confundir autoridad con autoritarismo, nitampoco orden autoritario con orden democrático y autofundado.

En muchos casos, la pedagogía antiinstitucional (y a vecesanties-tatal) termina siendo la cobertura ideológica de iniciativasinstitucionales privadas no convencionales y por lo generaldestinadas a grupos sociales muy particularizados. Es el caso delas escuelas Waldorf, Montessori y otras que funcionan paraminorías sociales y culturales bien determinadas que, en sumayoría, no tienen nada de antiinstitucional: se trata más bien depropuestas idiosincrásicas, esto es, diferentes de las tradicionales.En general, estas escuelas “no tradicionales” son frecuentadaspor niños que han heredado un capital cultural que coincide con lapropuesta educativa de estas instituciones, tanto en términos decontenidos como de modelo de trabajo pedagógico. Poseen yalenguajes, intereses y modos de hacer las cosas que facilitan unapedagogía implícita, menos estructurada, más centrada en el“interés” de los niños y en su propia actividad autónoma. Por

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último, cabe destacar que estas pedagogías, pese a su antigüedady relativo prestigio, nunca alcanzaron dimensiones masivas, yaque sus condiciones sociales y culturales de existencia no sonfáciles de generalizar.

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«Hay demasiado autoritarismo en la escuelaLa escuela es una institución disciplinaria y represiva dondelos docentes ejercen su poder sobre los estudiantes en formaarbitraria, lo que resulta incompatible con sus derechos enuna sociedad democrática.»

El autoritarismo escolar no parece ser la regla sino la excepción. Ysi bien la mitomanía del ejercicio de autoritarismo en la escuela nosería mayoritaria en una encuesta, debe ser abordada por el simplehecho de que tiene el poder de clausurar la reflexión y el debate.¿De dónde viene la potencia de un mito que seguimosencontrando una y otra vez, especialmente entre personas ligadasal mundo de la educación y las escuelas?

En primer lugar, no debemos olvidar que este discursoantiautoritario fue generado y difundido originariamente comoreacción ante un contexto y un escenario donde no sólo la escuelasino el resto de la sociedad funcionaban bajo un régimenclaramente autoritario. En este marco, el discurso antiautoritarioexpresaba la reivindicación justa de un grupo de personas quebuscaban el reconocimiento de algunos derechos que los sectoressocialmente dominantes les negaban, tanto dentro como fuera dela escuela. En este sentido, la reacción antiautoritaria fue saludabley necesaria. Sin embargo, en un contexto por completo diferente(por razones que veremos enseguida), el discurso antiautoritarioqueda girando en el vacío, ya que su crítica apunta a una escuelaque ya no existe. Hoy por hoy, cuando el problema parece serprecisamente el contrario, el discurso antiautoritario no sólo pecade ingenuidad sino que incluso puede contribuir a agravar unasituación de por sí compleja.

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Una confusión muy extendida en la Argentina alude al ejerciciode la autoridad y los rasgos autoritarios. Las críticas alautoritarismo pueden transformarse en desconfianza ante todaforma de autoridad, incluidas sus modalidades legítimas ynecesarias. Esto implica una suerte de “horizontalidad brutal” queparte del supuesto de que no existen ni pueden existir jerarquíaslegítimas. ¿Qué sucede cuando un experto en temas científicos esconfrontado con frases como “¿y este qué sabe? ¿A mí me la va avenir a contar?”? Si alguien dijera entonces: “Sí, a vos y a mí nosva a explicar lo que sabe, que es muchísimo”, probablementegeneraría una sensación confusa, y cierta imposibilidad de trazar ellímite entre autoridad y autoritarismo atravesaría el ambiente.

Sin embargo, el vínculo pedagógico no sólo requiere sino quepresupone la asimetría entre quien enseña y quien aprende. Nadienace con conocimiento alguno de física teórica, genética ohistoria: si debo aprender, no tengo más remedio que aprender dequienes saben más que yo. Esa diferencia no sólo es obvia sinoque es además legítima y necesaria.

La autoridad es una forma de poder, pero no cualquier forma depoder es autoridad. Una persona me da una orden. Si me apuntacon un arma y ordena que le entregue mi dinero, tiene poder perono autoridad. Si me da una orden que yo no puedo cumplir (porejemplo, que mate a alguien) tendrá el poder de matarme pero no elde obligarme a hacer lo que quiere. Pero si la relación no se fundaen el poder físico, todo cambia. Por ejemplo, si en medio de unainundación un vecino que organiza la evacuación y el cuidado delos afectados me grita que agarre a un niño, se trata de unaautoridad legítima. El intendente o cualquiera de sus funcionariospueden exigirme que cumpla una norma. En qué medida unasociedad cumple las normas establecidas por los funcionarios queesa misma sociedad elige y en qué medida no lo hace es una

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pregunta crucial para comprender el funcionamiento social de laautoridad. Ahora bien, más que como un abuso de autoridad, elautoritarismo puede entenderse como lo contrario de la autoridad.Es decir, como coacción.

Los argentinos tenemos un problema. Por múltiples motivos –entre ellos, haber atravesado varias experiencias autoritariasextremas–, con mucha facilidad confundimos autoridad conautoritarismo, y el rechazo a este se convierte en impugnación detodo principio de autoridad. Como correlato, apuntamos a un tipoespecífico de igualitarismo que es el cualunquismo y vamoserosionando el funcionamiento de las instituciones básicas, comolas escuelas. Ninguna solución provendrá de incrementar elautoritarismo, porque eso sería disminuir la construcción deautoridad. Tampoco de la demagogia. Tenemos que reconocer ycomprender los orígenes del problema. Y formar docentes queasuman la tarea de construcción de autoridad como un procesocomplejo, desafiante y crucial.

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«Cada vez hay más violencia en las escuelasLas escuelas en la Argentina están fuera de control.»

Las noticias sobre la “violencia escolar” van en constanteaumento. Si antes –se nos dice– las escuelas estaban preservadasde este flagelo, ahora se han vuelto terriblemente violentas. Peroesta afirmación encierra muchos problemas.

Consideremos un momento lo siguiente: cuando alguien se peleacon un compañero en el lugar de trabajo no hablamos de“violencia laboral”, y cuando en el Congreso dos diputados setrenzan y uno recibe un cachetazo tampoco calificamos el hechocomo “violencia legislativa”. Si quisiéramos usar esas expresionesprobablemente nos corregirían, indicándonos que deberíamoshablar de “violencia en el lugar de trabajo” o “violencia en elCongreso”. Y sin embargo, cuando eso ocurre en la escuela, nadieduda ni considera inapropiado utilizar la expresión “violenciaescolar”.

“Violencia escolar” es una expresión tramposa, porque introducede contrabando un supuesto o una teoría sobre las causas y laresponsabilidad por la violencia en los establecimientos escolares.Hablar de “violencia escolar” implica que la escuela es siempre yen toda circunstancia responsable de los hechos de violencia queocurren en su interior. Sin embargo, hace ya bastante tiempo quelos investigadores especializados distinguen entre “violenciahacia la escuela”, “en la escuela” y “de la escuela”. Sólo a estaúltima cabría llamarla “violencia escolar”. Pero, como biensabemos, la expresión es muchas veces utilizada en formaindiscriminada para las tres dimensiones por igual, sin importar sila escuela es blanco, escenario u origen de la violencia, lo que

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sobredimensiona su responsabilidad y capacidad de intervención,y al mismo tiempo la culpabiliza –por acción u omisión– por todolo que ocurre entre sus paredes. Así, nos hemos acostumbrado aque, cuando una escuela es víctima de vandalismo, el hecho seclasifique como “violencia escolar”, aunque nos resultaríamanifiestamente absurdo que, si un banco fuera apedreado porsus empleados, se hablara de “violencia laboral”.

Ahora bien, hasta aquí nos hemos ocupado del adjetivo“escolar”. Pero, ¿qué pasa con el sustantivo “violencia”? Loprimero que debemos decir es que “violencia”, cuando se refiere alos hechos que tienen lugar en la escuela, es un término bastanteimpreciso que alude a fenómenos sumamente heterogéneos, desdediscriminación e insultos hasta homicidios cometidos con armasde fuego. Incluirlos sin distinciones en la categoría de “violencia”es suponer que comparten algo y que, por lo tanto, tendríancausas y soluciones similares. Sin embargo, como mostraronvarias investigaciones –entre ellas, un estudio comparativollevado a cabo en Israel, los Estados Unidos y Canadá porBenbenishty y Astor en 1998–, lo que suele denominarse“violencia” en las escuelas incluye varios grupos de fenómenoscon escasa o nula relación entre sí. Sus causas, dinámica,frecuencia y distribución varían muchísimo.

Así, por un lado están los casos de hostigamiento, que incluyentanto las incivilidades –las burlas, el hacer a un lado a uno o máscompañeros, las “cargadas” ocasionales, los robos o destrucciónde elementos menores– como las actitudes más sutiles peroigualmente insidiosas de discriminación y estigmatización porreferencia a categorías étnicas o sociales. Por otro lado, están lasagresiones de intensidad moderada –todas las situaciones queinvolucren uso de la fuerza o la amenaza de recurrir a él, así comoel abuso sostenido que la literatura reciente denomina bullying– y

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los hechos serios de violencia, como la exhibición y el uso dearmas o la provocación de lesiones serias. Por todo esto, pensarlas tres dimensiones bajo una misma etiqueta de “violenciaescolar” no sólo oscurece e impide comprender sus diferencias ysus dinámicas propias sino que además anula la posibilidad deaplicar medidas específicas.

Pensemos en un ejemplo propio de la escuela. Hoy por hoy, quedos o más estudiantes se embarquen en una pelea a puñetazos enel patio o a la salida de la escuela es considerado inadmisible, alextremo de merecer un titular de “violencia escolar”. Pero tres ocuatro décadas atrás, el hecho de que jóvenes varones seenfrentaran regularmente a puñetazos –aunque fuera formalmentecensurado o incluso sancionado– no sólo no era denominado“violencia”, sino que era considerado parte normal o inclusodeseable del proceso de socialización masculino, de “hacersehombre”, y los padres aprobaban o celebraban la primera peleacomo parte de lo que los antropólogos suelen denominar un “ritode pasaje”, es decir, una ceremonia que marca el inicio de unanueva etapa en la vida.

A esto se agrega la visibilización repentina –y tambiénbienvenida– de ciertas prácticas de larga data, como el abusosostenido o bullying, que por primera vez son problematizadas. Loextraño es que, una vez que las nombramos, podemos verlas yentonces parece que atravesamos una “epidemia” de casos debullying. En realidad, muchos de estos casos ya existían en formasorda y anónima. Lo nuevo no es el bullying, sino el hecho de queahora lo vemos y nos preocupa.

Es imposible dimensionar los conflictos que atravesaban lasescuelas en el pasado, ya que hace apenas unos años seproducen datos sobre lo que ocurre cotidianamente en losestablecimientos educativos. Esos datos muestran que, en efecto,

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hay cosas que sólo ahora suceden, como la presencia minoritariapero no por ello menos perturbadora de armas de fuego enalgunos establecimientos. Y también muestran que otras cosascensurables que pasaban antes (por ejemplo, castigos físicos,insultos, violencia verbal, discriminación por género, raza oreligión), y que tendemos a olvidar en virtud de nuestro reflejonostálgico de que “todo tiempo pasado fue mejor”, ahora nopasan. Combatir estos usos indiscriminados y “mitomaníacos” dela expresión “violencia escolar” debería ser, por lo tanto, uno delos pasos imprescindibles para abordar lo que nos preocupa enrelación con la violencia en la escuela.

Más allá de estas consideraciones, ¿qué muestran los datosdisponibles sobre las escuelas argentinas? Una serie derelevamientos sobre las percepciones que los propios alumnostienen de sus escuelas, realizados en el marco del OperativoNacional de Evaluación (ONE) en 2005 y 2007, ofrecen datosinteresantes.[2] El porcentaje de estudiantes que declara habersido víctima de violencia en sentido estricto es sumamente bajo.Respecto de las formas de agresión que implican daño físico, sólouno de cada ocho estudiantes admite haberlas sufrido alguna vez,y en lo atinente a las amenazas de daño esta frecuencia desciendea menos de uno de cada diez estudiantes. Respecto a los hechosde violencia presenciados, poco más de un cuarto de losencuestados manifiesta haber sido testigo frecuente de agresionesfísicas entre alumnos y aún son menos quienes han presenciadoamenazas de daño. La inmensa mayoría, por lo tanto, no sólodeclara no haber sufrido sino que incluso afirma no haber visto ensu escuela agresiones o amenazas. Ante la pregunta directa, el70% de los alumnos considera que en su escuela no hay violencia,mientras que casi el 30% considera que sí.

Ocho de cada diez alumnos consideran que la escuela es un

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lugar donde se sienten bien tratados, y tres de cada cuatro dicenser bien o muy bien tratados por sus compañeros. Destacan queson muchos los docentes que intervienen en la resolución deproblemas de convivencia, y los datos sugieren que, cuando estoocurre, las situaciones de violencia se reducen notoriamente.

Según una encuesta realizada por la UNIPE a maestrosbonaerenses, a fines de 2011, un 25% señaló que habíaexperimentado alguna “situación conflictiva con los padres de susestudiantes”. A su vez, sólo el 34,7% manifestó haber tenidoalguna experiencia con “padres que protagonizan actos deviolencia verbal, profieren insultos y/o gritan en la escuela”.

En síntesis, según algunos docentes, directivos, padres yestudiantes, las escuelas argentinas tienen hoy problemas deviolencia, pero cuando se les pregunta por su propia experienciaafirman que en sus escuelas “el clima es bueno y no hayviolencia”. Claramente tenemos aquí un mito en acción. Una vezmás: una cosa es conocer situaciones de violencia en la propiaescuela y otra muy distinta es conocer la violencia en el sistemaescolar en su conjunto. En el segundo caso, el “conozco” es señalde lo que los sociólogos llaman “experiencia mediada”: es decir, seconoce a través de lo que informan los medios masivos decomunicación.

2 En el primer caso, la encuesta se realizó entre 2005 y 2006. Aplicó uncuestionario a 1360 cursos de 9º año del EGB y a 1575 secciones en 3ºdel Polimodal de todo el país. Esto equivale a más de 35 000 alumnos encada uno de los años de estudio. Aproximadamente, las tres cuartaspartes de los alumnos y de las secciones corresponden al sector degestión estatal, y el resto, al sector privado. Ambos trabajos estándisponibles online.

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«Las escuelas públicas son las más violentas, especialmentelas de sectores bajos. La escuela privada viene zafandoLas escuelas públicas, en especial las de zonas másdesfavorecidas, están atravesadas por problemas serios deviolencia, mientras que en las privadas prevalece el clima dedisciplina y concordia propio de la escuela de antes.»

La oposición mitológica entre escuelas “públicas” y “privadas”reaparece aquí con toda su fuerza. En su versión relacionada conla violencia, el mito afirma que esta sería, en todo caso, unproblema de las escuelas públicas –en particular las de las zonasmás desfavorecidas–, mientras que las escuelas privadas, por elcontrario, estarían libres del flagelo. A esta oposición subyace laasociación espuria entre nivel socioeconómico y sector educativo,fundada sobre una distinción social y de clase. Los pobres –queserían la clientela de la “escuela pública” en su versiónmitológica– serían “violentos” y resolverían sus problemas atrompadas, puntazos o tiros, mientras que los sectores medios –que concurrirían a la versión igualmente mitologizada de la“escuela privada”– habrían aprendido a resolver sus problemas deforma más “civilizada”. Ambas actitudes, por lo tanto, tendríancomo consecuencia distintas clases de escuelas y distintosniveles de “violencia”.

Las investigaciones realizadas en el marco del ONE por elObservatorio Argentino de Violencia en las Escuelas muestran losiguiente: si se comparan sectores o clases sociales, no seregistran diferencias significativas respecto al número deestudiantes que dicen haber sido víctimas de algún episodio deviolencia entre alumnos. Asimismo, las estudiantes de escuelas de

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gestión estatal y privada no presentan diferencias significativasen cuanto a episodios de los que hayan sido víctimas o que hayanpresenciado. Por otro lado, la discriminación en cualquiera de susformas (por color de piel, por religión, por la condición deinmigrante, por preferencias musicales, futbolísticas o devestimenta) ocupa un lugar central en los relatos de los alumnosde ambas jurisdicciones y de escuelas tanto públicas comoprivadas.

La investigación realizada por Unicef y FLACSO Argentina, porsu parte, señala que, si bien entre los encuestados de las escuelasde gestión privada se cree que en las escuelas públicas laviolencia es un problema (otro ejemplo de cómo divergen laexperiencia directa y la mediada), la evidencia muestra que no haydiferencias significativas en los niveles de violencia sufrida,reportada o temida en las escuelas de uno y otro sector.

Ahora bien, lo que en ocasiones puede variar según la condiciónpública o privada de la escuela es el tipo de violencia reportadacon mayor frecuencia o que es objeto de una preocupación másintensa. Así, según los estudios realizados en el marco del ONE,en el nivel EGB3 de las escuelas públicas tienen mayor pesorelativo las amenazas de daño y los golpes y lastimaduras,mientras que en las privadas pesan más las amenazas o lesionesperpetradas por patotas y el robo por la fuerza o medianteamenazas (aunque nuevamente las diferencias se diluyen en elnivel Polimodal). En las escuelas de gestión pública predominauna concepción de violencia más ligada a la fuerza física, mientrasque las definiciones de violencia más amplias –que incluyendiscriminación, maltrato y hostigamiento– se extienden entre losdocentes, directivos y padres de las escuelas de gestión privada.En las escuelas de clase media alta –como mostró Kornblit– semencionan con mayor frecuencia las agresiones verbales, un alto

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grado de exigencia por parte de los alumnos hacia los adultos, laescasa motivación para la tarea o la falta de cuestionamiento de lasnormas establecidas; en las escuelas de clase media se hacehincapié en las manifestaciones de violencia dirigidasprincipalmente a la institución escolar, las conductas de agresiónverbal, el “ruido” permanente, la segmentación entre grupos dealumnos y el importante cuestionamiento a las normasinstitucionales. Y en las escuelas de clase baja se menciona laviolencia dirigida principalmente a las personas y los ataques a lapropiedad privada, las agresiones físicas y verbales y los robos.Sin embargo, y pese a estas diferencias, los niveles de violenciareportados por todos los actores son comparables, y la idea deque las escuelas “privadas” son vividas como menos violentasque las públicas se muestra como lo que en realidad es: un mito.

Otro dato interesante de la encuesta de Unicef y FLACSO surgecuando se les pregunta a las madres de familia de sectoresurbanos pobres cuál es su opinión sobre el trato que cada alumnorecibe en la escuela, tanto de parte de los otros alumnos como delos docentes en tanto responsables del ejercicio de la autoridad.En este segundo caso, el trato igualitario tiene que ver no sólo conel respeto a la diferencia, sino también con las oportunidades deaprendizaje cuando están en juego instancias concretas deltrabajo escolar (dictado de clase, explicaciones, respuesta apreguntas o inquietudes de los alumnos, administración ycalificación de exámenes, etc.). Aquí, “el trato no igualitario”puede estar relacionado con la atención que los docentes prestana cada alumno, la predisposición a atender situaciones dedificultad, y las clasificaciones y expectativas de los docentesrespecto del desempeño presente y futuro de sus estudiantes. Eneste caso, un trato no igualitario, además de vulnerar derechos,

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puede asociarse al fenómeno de las profecías autocumplidas(tradicionalmente conocidas como “efecto Pigmalión”).

Sólo el 6% de las madres encuestadas afirman que sus hijos noson tratados igual que los demás. Como la pregunta es genérica,es difícil saber quiénes son los que no respetan la norma de laigualdad en el trato, pero es probable que cuando las madresopinan se estén refiriendo al trato que sus hijos reciben de losmaestros y profesores. Si bien lo que aquí se mide no es unfenómeno objetivo sino una percepción, cabe suponer que se tratade una percepción fundada, ya que las madres por lo general estánmás informadas sobre la calidad de las relaciones sociales en laescuela y en especial sobre el trato que reciben sus hijos quesobre otras dimensiones más técnicas de la vida escolar (métodospedagógicos empleados, sistemas de evaluación, contenidosdesarrollados, etc.).[3] Vale agregar que, cuando se interroga a losadolescentes, el resultado es análogo, es decir, que sólo el 6%considera que no es tratado igual que los demás en elestablecimiento educativo que frecuenta.

La imagen que arrojan estos y otros estudios de largo alcance encierta medida contrasta con la dramaticidad que transmiten losepisodios de indisciplina y violencia escolar que periódicamenteaparecen en los medios masivos de comunicación. En todo caso,para no realizar generalizaciones apresuradas, convieneredimensionarlos a la luz de los estudios sociológicos. Es ciertoque ningún porcentaje “frío” tiene la misma capacidad de movilizaremociones (indignación, impotencia, miedo, tristeza, rabia, etc.)que presenta un caso de violencia en la escuela . El caso se “hacever”, es “caliente”, mientras que el dato es parte de un cálculo quesólo apela al razonamiento. Es obvio que como productomediático, el caso tiene mucho más valor que el porcentaje, en lamedida en que es más rentable en términos de audiencia y

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repercusión. Sin embargo, para mantener el equilibrio es precisoreconocer que el caso concreto dice cosas sobre las cualidades deun fenómeno que el porcentaje, por ser una relación, no puededecir. Pero para hacerse una idea del fenómeno como hecho sociales preciso compensar la información del caso con la que proveenlas cifras. Estas muestran la propiedad de un conjunto (unaescuela, las escuelas de un barrio o distrito escolar, todo el sistemaescolar, etc.), mientras que el caso, por su naturaleza misma, nopermite la generalización.

Por último, el trato mayoritariamente igualitario que reciben losalumnos en los establecimientos escolares también es un elementopositivo en términos de la calidad de la oferta educativa. Sinembargo, esta actitud cobra una nueva dimensión a la luz de unhecho cada vez más evidente: los establecimientos escolarestienden a ser más homogéneos desde el punto de vista del origensocial de sus alumnos. Si esto fuera en efecto así, se estaría dandoun “trato igualitario” a los iguales. Es probable que ladiscriminación en la escuela sea también (y cada vez en mayormedida) un hecho “objetivo” y estructural, es decir que transcurramás allá de la intencionalidad y la voluntad de los agentesescolares. Desde este punto de vista, el que discrimina es elsistema (y no los docentes subjetivamente considerados), alofrecer oportunidades educativas diferenciadas en función delorigen social de los estudiantes. Este tipo de discriminación esmuy eficaz y, al mismo tiempo, más económica y menos conflictivaporque tiene menos oportunidad de ser percibida como tal por lospropios protagonistas.

3 Es interesante notar que, cuando se interroga a las madres de familiaacerca de las distintas dimensiones de la experiencia escolar de losalumnos de su hogar, el índice de respuesta es, en todos los casos,

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cercano al 100%.

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«La crisis de autoridad de la escuela empieza en las familiasLos padres de hoy desautorizan a la escuela. Así, los alumnosnunca podrán respetar a los docentes.»

Este diagnóstico generalizado, que coloca a la familia en la base delos problemas de la escuela, se aplica preeminentemente a esa“crisis de autoridad” de la que ya hemos hablado y que tienecomo consecuencia que los estudiantes no respeten a susdocentes ni a la institución. Dado que la fórmula explicativarelacionada con la “crisis de la familia” puede resultar algo“conservadora” para ciertos círculos bienpensantes, algunosprefieren huir por la tangente y saltar al problema de los adultos ylos límites. Así, la cuestón de la autoridad se diluye en la relacióngeneracional o en un diagnóstico difuso que no explicita qué tipode adultos son responsables de los problemas de autoridad.

Con frecuencia se señala que el vínculo entre las escuelas y losdocentes y los padres de los alumnos es cada vez más difícil. Lasituación enrarecida se atribuye a las transformaciones culturalesque habrían desacralizado la institución escolar y puesto eninconveniente pie de igualdad a los docentes con los padres otutores de los estudiantes. En otras ocasiones, se busca explicarlos desencuentros apelando a los cambios en la composiciónsocial de los estudiantes. Según muchos docentes, las actitudesde los padres cuestionan su “autoridad” y el lugar de la educaciónen la sociedad. Por otra parte, en muchos territorios urbanos elpromedio de escolaridad de los padres iguala o supera al de losmaestros (padres universitarios, docentes de nivel terciario nouniversitario). Este achicamiento de las distancias sociales yculturales pone en pie de igualdad a docentes y padres, quienes

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se sienten autorizados a controlar, discutir, argumentar, planteardemandas al maestro y a la escuela, individual o colectivamente(más lo primero que lo segundo, cabe agregar…).

En una encuesta realizada en 2011 por el Observatorio Educativode la UNIPE, los docentes reseñaban algunas situacionesconflictivas que les habían tocado vivir con los padres de losestudiantes. Las más frecuentemente señaladas fueron la violenciaverbal, los insultos o gritos de los padres en la escuela,motivados, la mayoría de las veces, por la disconformidad con lascalificaciones otorgadas. Muchos docentes explicaban lasdificultades de este vínculo aludiendo a una actitud de los padrescaracterizada por la falta de respeto a su autoridad. Tambiénhacían referencia al “nivel educativo o cultural” como parte delproblema, pero atribuían las dificultades tanto a los padres denivel “bajo” como a los de nivel “alto”, que “piensan que sabentodo”. En escuelas privadas, la falta de respeto a la autoridad tomauna forma novedosa y mercantilizada, según la cual algunospadres creen que “porque pagan una cuota el docente es suempleado y tiene que hacer todo lo que ellos quieran”.

La encuesta relevó una serie de experiencias de relación muypositiva con los padres, que incluían su participación en loseventos escolares, en los arreglos o reparaciones de la escuela eincluso palabras de reconocimiento muy sentidas por la tarea quelos docentes realizaron en el año escolar “con sus hijos”. Sinembargo, el tono general del vínculo parece estar marcado por ladescomposición de una jerarquía, de una autoridad que en elpasado parecía blindar a los maestros frente a situacionespotencialmente conflictivas.

En relación con esta cuestión, vale la pena mencionar un trabajodel antropólogo Daniel Míguez de hace una década, que muestrahasta qué punto la supuesta relación de delegación-continuidad

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entre “padres” y “docentes” no puede darse por sentada. Míguezpreguntó a estudiantes de escuelas medias si la autoridad es algoque “es dado” o “que debe ganarse”. Obviamente, la inmensamayoría respondió que “debe ganarse”. Pero cuando desdobló lapregunta y preguntó por separado respecto de la autoridad de lospadres, por un lado y, la de los docentes, por otro, obtuvo unacantidad significativa de respuestas que sostenían que laautoridad de los padres “es dada”, mientras que la de los docentes“debe ganarse”. Cabe suponer que, si esta misma preguntahubiese sido formulada medio siglo atrás, la respuesta habría sido“es dada” en ambas circunstancias, lo cual habla de cierta fisuraen el modo de pensar la autoridad de los padres y la de losdocentes.

Aun así, debemos insistir en algo que ya sugerimos cuandohablamos de la cuestión de la autoridad, y es que nuestra imagende que en la “escuela de antes” había más autoridad tiene uncomponente ilusorio. Todos sabemos que como idea “la letra consangre entra” se extendió en el tiempo y se consideraba normalque un docente castigara físicamente a los estudiantes en caso detransgresión. Uno de los autores cursó tres años de la secundariaen la última dictadura y recuerda que su profesora de matemáticas,cuando escribía en el pizarrón y escuchaba a dos alumnos hablar,se daba vuelta y les arrojaba la tiza. E incluso algún borrador. Esasacciones nunca fueron percibidas por los alumnos como un actoilegal que debía ser denunciado o siquiera como un acto deviolencia.

Con el paso del tiempo y el despliegue de los derechosconsustanciales con una sociedad democrática, hemos terminadopor considerar que la coacción física es inaceptable en nuestrasescuelas –y por eso la llamamos “violencia”– y la hemos borradode nuestra memoria de corto plazo, de modo que, cuando miramos

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hacia atrás, la convivencia en la idílica “escuela de antes” parecesostenida mágicamente por la autoridad de sus docentes yrespaldada por las familias, cuando en realidad era sostenida poruna mezcla de autoridad y coacción considerada legítima por unosy otros. En algunos países “avanzados” de Europa, como GranBretaña, donde el castigo físico a los estudiantes era admitidohasta hace muy poco tiempo, se reconoce este hecho y por eso lasdemandas de una mayor “autoridad” docente vienen de la manode demandas explícitas para reinstaurar el castigo físico. Nosotros,periféricos y tercermundistas, no hemos llegado tan lejos.

De todos modos, es preciso reconocer que las dificultades en larelación entre familia y escuela no son nuevas, sino que semanifiestan bajo nuevas formas, en muchos casos muyconflictivas, en especial allí donde existe una distancia mayorentre el mandato social de la escuela y las expectativas de lafamilia. Antes que pretender eliminar el conflicto, es precisoprevenirlo y gestionarlo de la forma más “civilizada” posible. Parahacer esto, lo más útil es revisar prejuicios recíprocos y alcanzarun grado eficaz de comunicación y diálogo entre las partes.

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6. Mitos sobre la escuela pública y privada

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¿Por qué defendemos la escuela pública? Si uno desea un país másdemocrático e igualitario, la educación es un derecho. Si elderecho no incluye una educación de alta calidad, al menos tanbuena como la formación a la que acceden las elites, no estamosgarantizando plenamente la igualdad de oportunidades. Cada vezque la escuela pública ve afectado su funcionamiento de maneraque la educación que puede ofrecer está por debajo de lasescuelas privadas, se lesiona el derecho de los niños a recibirconocimientos en igualdad de condiciones. El mundo real estálleno de desafíos, y la escuela es un sitio estratégico para que lasociedad aprenda a convivir en la heterogeneidad. Esto no podríalograrse si la formación “privada” no estuviera regulada por elEstado en algunos contenidos básicos. De hecho, según la ley,todas las escuelas son de carácter público, sólo que algunas sonde “gestión privada”. El Estado debe ejercer una regulaciónbasada en acuerdos y consensos amplios sobre el currículum detodas ellas.

En la Argentina, con el tiempo se fue edificando una tradición deeducación pública, gratuita y laica. Eso produjo la frecuenteasociación de estos tres términos, como si fueran característicasintrínsecas de lo público. Pero hay países donde la educaciónpública es religiosa y otros donde no es gratuita. En la Argentinatodavía hay, en algunas provincias, enseñanza religiosa en las

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escuelas públicas. Del mismo modo, el hecho de que losposgrados universitarios sean pagos no significa que no seanpúblicos.

Hay problemas sociales que sólo tienen soluciones colectivas opúblicas. Desde fines del siglo XIX, la educación fue, primero, unaobligación, una cuestión de Estado (no de mercado), y luego, underecho. Diversas fuentes coinciden en que el crecimiento de lasclases medias genera un crecimiento de la educación privada. Setrata básicamente de familias en las que ambos padres trabajan, loque los lleva a buscar la doble escolaridad y la previsibilidad deque no habrá huelgas (porque ellos deberán concurrir a sustrabajos de todos modos). A esto pueden sumarse ciertaspresunciones discutibles sobre la calidad de ambos tipos deeducación y (por parte de quienes pueden escoger) una tendenciamás profunda a evitar las situaciones de heterogeneidad social. Demodo similar, en las últimas décadas ha habido una tendenciasocial al crecimiento sostenido de los servicios de salud,seguridad y las urbanizaciones privadas.

La expansión histórica de la matrícula de la escuela privada –iniciada en las décadas de 1940 o 1960, según los distintosinvestigadores– convive hoy, aunque no a la par, con la expansiónde la matrícula en la escuela pública, que alcanza a nuevos grupossociales aún no escolarizados.

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«Las escuelas privadas son mejores que las públicasLo público siempre es ineficiente. Lo privado alcanza mayoreslogros por el impulso que genera la competencia. Si seprivatizara la oferta educativa, habría más libertad y la calidadde la enseñanza mejoraría rápidamente.»

Los ideólogos del neoliberalismo pretenden imponer una visiónque condena a la educación pública por ser intrínsecamenteineficiente e irracional, y llaman a introducir mecanismos demercado que descentralicen las decisiones empoderando a lasfamilias. Esta perspectiva no coincide con las valoraciones yexpectativas de la mayoría de la población argentina. Pese a lascríticas de los ciudadanos hacia la escuela pública (muchas deellas merecidas), la mayoría de ellos siguen considerando que elacceso al conocimiento y la cultura es una cuestión de derecho yno de mercado. Y no hay derecho sin Estado, es decir, sin eselugar donde se construye y garantiza un “interés general”.

Aunque una significativa proporción de familias tenga opinionesmuy críticas sobre la gestión y el desempeño de las escuelaspúblicas, una parte de esas críticas no apuntan a aspectosespecíficamente pedagógicos. Muchos padres señalan que lasescuelas privadas son mejores porque perciben un orden que noven en la enseñanza pública o porque el dictado de las clases estágarantizado. Menos frecuente es escuchar quejas respecto de queen la escuela pública “se aprenda menos” que en la privada.

En efecto, la evidencia empírica disponible indica que no seaprende más en las escuelas privadas. Los resultados de laspruebas de aprendizaje implementadas en diversos paísespermiten evaluar los conocimientos de los estudiantes en algunas

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materias centrales. Si se compara una escuela privada de sectoresmedios altos con una escuela pública de sectores medios bajos, elcaudal de aprendizaje será mayor en la primera. Pero eso no sedebe a que una de las escuelas sea pública y la otra privada, sino aque el nivel socioeconómico y educativo de los padres es unfactor determinante en la capacidad o la posibilidad de aprendizajede los alumnos. Así, cuando se comparan alumnos de escuelasdiferentes pero de igual nivel socioeconómico no hay diferenciasen los aprendizajes, pero sí los hay cuando se comparan dosescuelas públicas donde concurren alumnos de estratos socialesmuy diferenciados.

Dicho de otro modo, las diferencias en cantidad de respuestascorrectas no se deben a “algo que les da la escuela privada” sino alo que buena parte de los alumnos que asisten a escuelas privadas“traen desde la casa”. Como la matrícula de los colegios privadostiende a provenir de sectores profesionales o de más alto capitalcultural, sus niveles de conocimiento son mayores, pero no comoresultado de la enseñanza de la escuela privada. No hay basecientífica que permita afirmar que las escuelas privadas sonmejores, en términos de aprendizaje, que las públicas. Pero cuandolos padres hablan de “la calidad de la escuela” de sus hijos noutilizan la expresión tal como la entienden las pruebasestandarizadas, ya que en sus valoraciones son muy importantesel estado del edificio, la amplitud de criterios de los directivos, lariqueza de las actividades “extracurriculares” y/o lascaracterísticas generales del alumnado.

En América Latina ha crecido la educación privada incluso encontextos de salida de los modelos neoliberales, cuando todos lospaíses han experimentado un crecimiento económico que mejorólas posibilidades familiares de gastar en bienes no esenciales (queno hacen a la mera supervivencia). Un reciente estudio del CIPPEC

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(Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad yel Crecimiento) evidencia que, entre 2000 y 2011, en diez paísesseleccionados de la región se incrementó la proporción deestudiantes que asiste a escuelas privadas. En la Argentina esecrecimiento ha sido inferior al promedio de la región. En los diezpaíses seleccionados, tomados en conjunto, el porcentaje dealumnos en escuelas privadas aumentó del 18 al 23%. Enpromedio, creció un 28%, y en la Argentina en particular, un 19%.En Brasil y en Perú casi se duplicaron los alumnos que asisten aescuelas privadas; en Chile aumentaron del 47 al 59%, y en laArgentina, del 21 al 25%. Es decir que la expansión relativa de lasescuelas privadas se produjo en un período de relativaprosperidad y de incorporación de sectores populares a la clasemedia, algo que siempre tiene su correlato en las cuestioneseducativas.

Por otra parte, habría que preguntarse también si las escuelasprivadas de hoy son como las de antes. Si bien siguen existiendoinstituciones que alientan actitudes competitivas o valoresreligiosos, hay otras que alientan proyectos innovadores,promueven el respeto por los derechos humanos, conciben losprocesos educativos en términos de inclusión y apuestan adiversificar la proveniencia social de los alumnos para garantizaruna educación en un medio más pluralista. Es posible entoncesque algunas familias elijan el sector privado por la mayorcapacidad, rapidez o flexibilidad de algunas instituciones paraadaptarse a estas nuevas realidades o sensibilidades. Por lo tanto,el significado del crecimiento de la educación privada en laactualidad puede no ser el mismo que en décadas pasadas.

Utilizar estos datos para enunciar frases rimbombantes como “laeducación se está privatizando” es absurdo. En el auge neoliberal,el proceso privatizador no pudo avanzar. Los intentos de

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implementar las conocidas “escuelas chárter” (formas deautogestión con implicancias privatizadoras) o de arancelar lasuniversidades públicas fueron desbaratados por la resistencia dela sociedad. Ya hemos dicho que el incremento del presupuestoeducativo se plasmó en mayores recursos, como libros, materialespedagógicos, mejoras en la infraestructura y recuperación de lossalarios docentes. Una encuesta de opinión realizada en 2012 porel Barómetro de la Deuda Social de la Universidad CatólicaArgentina, entre padres de alumnos, mostraba cómo había crecidola imagen positiva de las escuelas públicas a las que enviaban asus hijos, debido a las mejoras concretas en el equipamiento y lainfraestructura. Esa mejora no logró, sin embargo, plasmarse en lopedagógico. Si bien ahí está planteado el debate hoy en día, seríaabsurdo afirmar que estamos ante un proceso de privatización,máxime cuando las transferencias de recursos a instituciones degestión privada son casi exclusivamente de las provincias, y elcaudal de recursos está estancado desde hace más de quince añosen el 13% del total del presupuesto educativo de esasjurisdicciones.

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«Carece de importancia que crezca la inscripción a escuelasprivadasQue cada uno elija la escuela donde quiere enviar a sus hijos.La disminución de la matrícula en las escuelas públicas es untema irrelevante.»

En las grandes ciudades, llegado el momento inevitable, un sectorimportante de la población se dedica a buscar información, pensary decidir en qué escuela inscribirá a sus hijos. Utiliza diversoscriterios: variables como la distancia, la calidad y el perfil de lainstitución, el carácter gratuito, el monto de la cuota, la jornadasimple o doble, entre otros.

A pesar del mayor presupuesto y de los logros alcanzadosrecientemente, en no pocos padres persiste la sensación de quelas escuelas privadas son mejores que las públicas. Es posible queese análisis sea producto de circunstancias y perspectivasdiferentes. Una cuestión decisiva para los trabajadores que nopueden faltar a su trabajo (la inmensa mayoría de los padres ymadres de niños en edad escolar) es la previsibilidad. Cualquierasabe que hay más huelgas en las escuelas públicas que en lasprivadas. Menos sabido es que, si esas huelgas tienen éxito,aumentan los salarios de los docentes de ambas escuelas, ya queel pago está a cargo del Estado según los acuerdos paritarios.Pero la imprevisibilidad no depende pura y exclusivamente de lashuelgas, a veces basta la simple ausencia del docente. En algunasprovincias es frecuente llevar a los hijos a una escuela pública yencontrarse con que no se los recibe porque no ha llegado elmaestro ni el suplente. Y la institución no tiene recursos parahacerse cargo de los niños.

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Además de resguardar los derechos de los docentes, seríarelevante para la educación pública que también se contemplaranlas necesidades de los niños y los padres, para evitar que lasituación se plantee como una tensión entre familias afectadas ydocentes. Más allá del caso particular de una huelga, deberíaninstrumentarse los mecanismos para que las instituciones públicasgarantizaran las clases con maestros suplentes. Cuando los padreshacen cuentas y llegan a la conclusión de que la cuota escolar esinferior a lo que pierden si faltan a su propio trabajo, la decisiónestá tomada.

Primero, en estos casos hay una responsabilidad institucionalque se incumple, ya que es inaceptable que no se reciba a un niñoen la escuela. El Consejo Federal de Educación acordó que nopuede haber horas libres, pero las hay. También es cierto queexisten docentes que faltan a la escuela pública pero asisten a laprivada. Es una minoría, por supuesto, pero, al contribuir adifundir una imagen parcial, perjudica a todos los docentes. Esllamativo que alguien crea que ser “de izquierda” equivale adefender a una minoría que tiene una conducta inaceptable, enlugar de defender a las mayorías.

Vale la pena volver sobre ese círculo extraño que yamencionamos. El Estado aumenta los salarios de docentes deescuelas privadas como efecto de las protestas y huelgas de losdocentes del sistema público, y a raíz de ellas algunos padressacan a sus hijos de las escuelas públicas para enviarlos aestablecimientos privados donde no hay huelgas. Realmente, laArgentina es un país llamativo. Sólo se puede salir del círculovicioso destinando fondos a aumentar la previsibilidad del sistemapúblico.

Además, en el caso de las escuelas con cuotas más altas, debeconsiderarse que existe un sector de la sociedad argentina que

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comenzó a acostumbrarse a una vida social relativamentehomogénea. Algunos padres señalan que, en virtud de ladesigualdad social que caracteriza a la sociedad contemporánea, laescuela pública plantea desafíos de sociabilidad nuevos para losque ellos carecen de respuestas adecuadas. También estánquienes no quieren responder a ningún desafío y sólo desean huiry alejarse de “ellos”, los desiguales.

Defender la escuela pública implica comprender las necesidadesde los padres y de los hijos. Los docentes tienen derechos eintereses, así como los niños y los padres. La previsibilidad y lacalidad de la educación pública constituyen condicionesirrenunciables que el Estado en todos sus niveles y los miembrosde la comunidad educativa deben atender y respetar.

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«Cada escuela debería tomar sus propias decisiones sininterferencias del EstadoLas escuelas públicas deberían ser más autónomas, como lasprivadas. Estas corren con ventaja porque pueden elegir a supropio personal y así llevar adelante una mejor gestión delequipo docente.»

Una misma palabra tiene muchos sentidos. El término “autonomía”es un ejemplo crucial en el campo de la política educativa. Se laconsidera una consigna, un objetivo deseable al que nadie, enprincipio, puede oponerse. En esto, por lo general, coinciden“conservadores” y “progresistas”, los de “derecha” y los de“izquierda”. Se sabe que los creadores de la escuela activademandaban autonomía –entendida como libertad de decisiónpara docentes, alumnos y directivos escolares–, ya que el controlde la administración central era un obstáculo para la innovación, lacreatividad y la adaptación de la pedagogía a situaciones diversasy particulares. Autonomía era sinónimo de poder adaptar la ofertaescolar a las preferencias de los distintos grupos sociales. Si esteargumento se lleva al extremo, la autonomía puede determinar unalisa y llana negación de la política educativa nacional. Vendría a seralgo así como una política homogeneizadora al revés. Hoy muchosquieren eliminar lo común, aquello que es transversal a las másdiversas escuelas. En los años noventa, no faltaron neoliberalesque pregonaron la desaparición del Ministerio de Educación de laNación.

Para ellos, el mejor gobierno de la educación es la ausencia detodo gobierno y la confianza irrestricta en los mecanismosautomáticos de regulación. En otras palabras, su credo económico

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es trasladado a la escuela. Tenemos aquí dos polos opuestos: elmodelo tradicional, fuertemente homogéneo, y la flexibilidadextrema que moldea la oferta pedagógica en función de losintereses y demandas de los distintos “públicos”. Ya no es posiblesostener el modelo fuertemente centralizado y regulador, propio dela etapa fundacional de los Estados educadores modernos, nitampoco confiar en la utopía autonomista y autorreguladora. Losdefectos e insuficiencias del modelo tradicional están a la vista yno requieren mayor análisis crítico. Más difícil y necesario esrealizar una crítica racional al modelo autonomista basado en unaconcepción ingenua (si no interesada y cínica) de la autonomía delas instituciones. En efecto, cabe recordar que no todos losparticularismos son socialmente legítimos en una sociedadpluralista.

Algunas minorías pueden estar interesadas en reproducir pautasculturales contrarias a los principios y derechos universalesconsagrados a nivel internacional y que constituyen unpatrimonio cultural de la humanidad. Imaginemos una instituciónpobre en recursos, sin infraestructura adecuada, con mediosdidácticos escasos o desactualizados y problemas de formacióndocente para enfrentar situaciones pedagógicas complejas: eneste caso hipotético, la autonomía, lejos de ser la tan idealizadaautorización para desarrollar la libertad y la creatividad didáctica,se convertiría en una trampa y debería ser calificada como“abandono y falta de compromiso”. En estos casos vale unaintervención social orientada a proveer a esos grupos de aquellascompetencias y herramientas que habiliten a sus miembros parareflexionar y constituirse como sujetos.

Muchas experiencias de descentralización y ensayos deautonomía institucional que carecían de políticas complementariasde distribución de recursos y desarrollo de competencias

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produjeron más daños que beneficios. En buena medida, porqueno se preguntaron si las instancias o las instituciones a las que sedaba autonomía tenían la capacidad necesaria para utilizarlaproductivamente. En muchas ocasiones primó el interés fiscal, ylas cuestiones pedagógicas quedaron relegadas. Y el resultado fueuna mayor desigualdad entre quienes tuvieron recursos paraexplotar ese mayor poder de decisión y quienes sintieron que noestaban preparados y que les “soltaban la mano” en la tormenta.

No está de más recordar que la auténtica autonomía (territorial oinstitucional), al igual que la libertad, no se concede ni se impone(como fue el caso de muchas descentralizaciones educativas enAmérica Latina) sino que se conquista. No existe ningunaexperiencia histórica de concesión alegre y voluntaria del poderdel dominante al dominado. De lo anterior se deduce que lascondiciones pedagógicas deben ser resultado de políticasexplícitas orientadas por una voluntad colectiva de garantizar lasmejores condiciones de aprendizaje para los diversos gruposconstitutivos de una sociedad nacional. La pedagogía racional –esdecir, aquella que tiene en cuenta las diversas condicionesculturales y de vida de los alumnos– no resulta de ningúnautomatismo social, sino de una política deliberada que requiererecursos financieros y tecnológicos, además de competenciasespecíficas que es preciso construir y desarrollar a través depolíticas públicas adecuadas.

El desafío de las políticas educativas en la actualidad es producirlo común, aquello que une y es capaz de transformar a individuos“sueltos” en una sociedad. El Estado debe garantizar la“producción” de ese bien público que es la educación. El debateentre escuela pública y privada es atractivo porque nos recuerdael valor que tiene lo público. También porque nos presenta el reto

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de construir la igualdad aunque no existan equivalencias linealesentre ese ideal y el tipo de gestión de una escuela.

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7. Mitos sobre la educación y la igualdad

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La cuestión de la igualdad, en sus facetas de igualdad de derechosy de oportunidades, atraviesa al conjunto de la educación. No eslo mismo tener igual derecho de acceso a la escuela que a losconocimientos. Para complicar todavía más las cosas, no se puedepretender un formato único para transmitir y construirconocimientos en grupos sociales y culturales diferentes.

La polémica “pública-privada” puede resultar muy fructífera,pero también inducir a cierto engaño o visión parcial. El Estadodebe poder garantizar la educación, el único medio para produciraquello que es común a todos los que habitan y construyen unpaís. Ahora bien, tal vez el mayor peligro que acecha al sistemaeducativo no sea esa tensión entre lo público y lo privado, sino loque algunos sociólogos han denominado “segregación” y“segmentación”. Cuando las clases sociales se concentrancerradamente en algunas escuelas, para pobres o para ricos,estamos frente a un proceso de segregación. La segmentación, porsu parte, refiere a diferentes “circuitos de escuelas” que ofrecenenseñanza de diferente calidad. En conjunto, indican un quiebrede la unicidad que debe tener todo sistema de educación. Cuandoel Estado no es eficaz para revertir este tipo de tendencias, muyarraigadas en las sociedades capitalistas, el sistema educativo seresquebraja y se tiene la impresión de que existen varios“sistemas”.

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Al comienzo de este libro explicamos que a la educación se laculpa de todos los males y, a la vez, se le exige que brinde todaslas soluciones. Con la cuestión de la igualdad sucede algo muyparticular: las desigualdades sociales estructurales no puedenresolverse por obra y gracia de la educación. Al mismo tiempo, unsistema educativo potente y de calidad sería un pasoimprescindible para afrontar el problema.

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«La escuela es el mejor medio de ascenso socialLa educación es el antídoto contra la desigualdad.»

Esta es una típica verdad a medias. Es cierto que estudiar vale lapena y quienes tienen más años de escolaridad tienden aconseguir mejores empleos y mayores ingresos, además derespeto y consideración social. No existe, sin embargo, unarelación automática, del tipo causa y efecto, entre éxito escolar yéxito social. La relación entre la escuela y la igualdad social ofrecevarias aristas de análisis. Por un lado, podemos preguntarnos enqué medida la oferta escolar y los resultados del aprendizaje sonigualitarios o no. Por otro, hay que analizar en qué medida laescolaridad influye sobre la trayectoria social de los individuos.

En cuanto a la oferta escolar, por lo general sobran datos paraafirmar que los más pobres tienden a concurrir a establecimientosescolares menos dotados en términos de infraestructura física,recursos didácticos, tiempo de aprendizaje y recursos humanosespecializados, y que, por lo tanto, tienden a obtener unaenseñanza de menor calidad.

Se dice que la escuela sirve para construir una sociedad másjusta e igualitaria, pero esto sólo es verdad si se cumplen algunascondiciones. La primera es que la educación ofrecida sea similar yadecuada para todos. Si se ofrece lo mismo a sectores socialmentedesiguales, estos tendrán posibilidades dispares de apropiarse delos conocimientos. Por lo tanto, una segunda condición es otorgarmás tiempo y recursos a quienes más lo necesitan. Además, en lasaulas hay heterogeneidad cultural. Por lo tanto, la terceracondición es aplicar enfoques pedagógicos adecuados a lascaracterísticas sociales y culturales de los educandos. No se

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puede usar el mismo marco didáctico para enseñar castellano a unniño para quien es su primera lengua que a otro que reciéncomienza a aprenderlo cuando llega a la escuela. Esta sensibilidadpara reducir desigualdades y tomar en cuenta diferencias no estásiempre presente con la misma intensidad, e incluso no siempreintegra la formación básica de los docentes. Por eso en algunoscasos la educación puede aumentar todavía más las desigualdadespreexistentes.

Es conocida (y generalmente malentendida) la clásica teoría de lareproducción, tal como la formularon en la década de 1960 lossociólogos franceses Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron.Contra el mito de que la educación generaba condiciones deigualación, ellos sostuvieron que las desigualdades de clase sereplicaban intactas en el campo educativo. Suelen usarse dosargumentos (entre otros) para criticar esta visión: uno es el“fracaso de algunos hijos de las clases dominantes”, el otro es el“éxito de algunos hijos de las clases dominadas”.

¿Por qué existe una minoría de jóvenes de sectores privilegiadosque fracasan en su carrera escolar? Según el sociólogo GérardMauger, para heredar el capital económico es preciso heredar “lasaptitudes necesarias” para reproducirlo y ampliarlo, cosa que notodas las familias logran desarrollar en sus hijos, muchos de loscuales pueden inclinarse más por el goce y el disfrute de la riquezaque por su acumulación. Además, muchas veces la socializaciónextraescolar desalienta el desarrollo de esas disposicionesnecesarias para el éxito escolar, en especial las que exigen lasinstituciones donde se forman las elites (esfuerzo, trabajo duro,entre otras).

El éxito escolar de muchos niños de familias con baja escolaridady escasos recursos económicos tiene explicaciones diversas: laeficacia específica de factores familiares y la fuerte valoración de la

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escuela como mecanismo de ascenso social, y demás argumentos.Y a esto se suman los factores estrictamente pedagógicos: hayescuelas y docentes “eficaces” que disponen de los recursos(materiales y culturales) necesarios para vencer los determinismossociales.

En síntesis, para arribar a una sociedad más igualitaria resultacrucial una educación pública que contribuya a romper loscírculos viciosos de la desigualdad. Para eso, no sólo debe ofrecera los sectores más postergados una enseñanza de alta calidad contodos los recursos necesarios, sino también consideran que entreesos recursos es clave comprender la realidad de los alumnos. Alromper toda segmentación jerárquica de colegios para pobres ycolegios para ricos, la educación misma será más igualitaria.

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«La escuela debe premiar y castigar según el esfuerzoSe debe valorar el proceso, no el resultado.»

En el siglo XIX se creía que los blancos europeos eran másinteligentes que los afrodescendientes y los indígenas. Aunquelas teorías racialistas han sido descartadas, aún persisten formasnaturalizadas de discriminación. Por ejemplo, la idea de queaquellos que demuestran un mejor rendimiento escolar serían losniños más capaces. Si consideramos la escolaridad como unamaratón, las ciencias sociales han verificado que quienes lleganprimero y quienes llegan más lejos pertenecen en su enormemayoría a las clases sociales más favorecidas. Esta librecompetencia, entonces, esconde una trampa. Como dice PabloGentili, “a nadie le parecería justo que antes de iniciar una carrerase aten adoquines a los cordones de las zapatillas”.

Sabemos desde hace mucho tiempo (gracias a Bourdieu yPasseron) que las referencias descontextualizadas al “mérito” confrecuencia encubren un sistema que reproduce las desigualdadesde clase en forma ampliada, es decir, dando más a quien más tieney menos a los más desfavorecidos. En el caso de la Argentina, yaa principios de los años ochenta Cecilia Braslavsky mostró que lostests para ingresantes a primer grado, asociados al contacto conelementos de la cultura escolar (materiales impresos, sobre todo),discriminaban por origen social y nivel educacional de los padres,haciendo que los niños de los sectores populares aparecierancomo poseedores de menor capacidad y un rendimiento más bajo.

Las actividades extraescolares juegan también un papelrelevante: los niños de los sectores populares complementan sujornada escolar con trabajo doméstico o remunerado, mientras que

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los demás participan de espacios de formación o recreación queenriquecen su formación. El contenido de la educación no varíasólo en función de la asistencia a escuelas con diferentescondiciones de aprendizaje, sino que está condicionado por lossaberes que se adquieren fuera del ámbito escolar, de los cualeslos sectores populares quedarían excluidos. La persistenciacotidiana de esta brecha profundiza los efectos de lasegmentación del sistema educativo formal, y contribuye aprefigurar el destino de los hijos de sectores populares para quecontinúen en ese sector.

Por eso, coincidimos con François Dubet: es una mitomanía creerque todos aquellos dispuestos a esforzarse tendrán posibilidadesde alcanzar las mismas metas. En palabras de Adriana Chiroleu, elmito opera cuando se cree que, “si todas las personas estánigualadas en el punto de partida, las posiciones jerarquizadas quese obtengan serán justas”. El principio meritocrático orientaba alos alumnos hacia los distintos niveles del sistema educativomucho más por su nacimiento que por su rendimiento.

Esta constatación lleva a un postulado pedagógico que refiere ala necesidad de evaluar, no los resultados, sino el proceso y elesfuerzo realizados por los alumnos. Adoptar este principiopermite evitar segregaciones en los niveles iniciales del sistemaeducativo. Sin embargo, si se extiende a todos los niveles, planteaun problema real. El mercado de trabajo no puede seleccionar a laspersonas por su esfuerzo en vez de evaluar su mérito. Nadieestaría de acuerdo en elegir al ingeniero que construirá un puente,al médico que practicará una intervención quirúrgica o al maestrode sus hijos en función del esfuerzo que ha realizado, si no haalcanzado a la vez ciertos resultados.

Eso significa que, si bien la valoración del esfuerzo es muyimportante en cierto momento del aprendizaje, al llegar al final

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deben haberse alcanzado ciertos resultados. No debemos olvidar,entonces, que la condescendencia hacia los alumnos deviene enotra forma de segregación, suave y amable, pero segregación alfin.

Ahora bien, el rendimiento puro y duro que ignoradeliberadamente las condiciones sociales reales de los alumnos hagenerado y aún puede generar una máquina de exclusión. Y en lamedida en que se naturaliza como parámetro legítimo para mediruna capacidad individual, produce exclusiones socialmenteaceptadas. Más aún si la que excluye es una institución con altogrado de legitimidad en la sociedad. Estudios de medición delogros de aprendizaje en América Latina han mostrado que larepitencia y el retraso escolar son mucho más frecuentes entre losalumnos de los sectores sociales bajos. Como se ve, no siempre seencuentran fácilmente las salidas a los laberintos de lasdesigualdades educativas.

El desafío de la educación pública, tal como lo plantea JuanCarlos Tedesco, es “superar el determinismo social de losresultados de aprendizaje, que está asociado al peso de lascondiciones materiales de vida de los alumnos”. Es necesariosuperar las visiones ingenuas de que podrían lograrse buenosresultados educativos sin intervenir sobre la pobreza y laexclusión.

“La educación de calidad para todos constituye una condiciónnecesaria para la construcción de sociedades más justas”, afirmaTedesco. Los esfuerzos deben concentrarse en la educacióninicial, a los fines de compensar las desigualdades de las familiasen términos de recursos culturales, tanto en el desarrollo cognitivocomo en la construcción de un marco normativo básico.

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«Más acceso al sistema educativo siempre implica másigualdadEl incremento de la proporción de estudiantes equivaleautomáticamente a un incremento de la equidad.»

Habitualmente se cree que un incremento en la tasa deescolarización implica un incremento en la igualdad. Ciertamente,hay una gran diferencia entre los niños y jóvenes que asisten a laescuela y los que están en la calle o trabajan. Sin embargo, segúnlos contextos, es factible que el aumento del acceso converja conel aumento de las desigualdades.

La expansión de la escolaridad parece ser una “tendenciapesada” en todas las sociedades contemporáneas, desde las másricas hasta las más pobres. Las coberturas en el nivel primario ysecundario de América Latina se han expandido durante losúltimos veinte años, en países grandes y de desarrollo mediocomo la Argentina, Brasil y México, y también los pequeñospaíses centroamericanos y del Caribe (como Haití), menosdesarrollados. Todas las familias, aun las más desposeídas,demandan educación para sus hijos, y a las clases dirigentes lesresulta difícil no responder de alguna manera a esta demanda. Enno pocas situaciones se lo ha hecho improvisando y ofreciendosimulacros de escolaridad para los más pobres. Es más baratoeconómicamente, y más fácil desde el aspecto técnico, expandir laescolaridad que desarrollar aprendizajes poderosos en laspersonas. Por lo tanto, si bien la escolarización se democratiza yalcanza a los más excluidos, el conocimiento sigueconcentrándose en los sectores más privilegiados. Por eso losgrupos desfavorecidos comienzan a tomar conciencia de la trampa

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y a demandar calidad en los aprendizajes. El éxito o el fracasoescolar, que en la etapa elitista de la educación se imputaban puray exclusivamente a los alumnos (a su inteligencia, a sus ganas deestudiar, etc.), ahora se imputan a la escuela y al estado de susrecursos. En síntesis, dos factores operan contra la igualdad através de la escuela. El primero es ofrecer a los más pobres unaescolaridad pobre; el segundo atañe a la devaluación de lostítulos, en virtud de la cual los que acceden tarde a ciertosdiplomas encuentran que estos ya no rinden lo mismo en elmercado de los valores sociales.

Por ejemplo, en la Argentina de los años noventa aumentó latasa de escolarización en un contexto de descentralización y ajustefiscal. Por ende, aumentaron las brechas educativas entreprovincias con mayores o menores recursos y capacidades. Enconclusión, la educación reduce desigualdades cuando todosacceden a los mismos conocimientos y capacidades y cuando lossectores más desfavorecidos tienen apoyos específicos quefacilitan ese acceso. En suma, cuando genera las condicionesnecesarias para que se modifiquen potenciales trayectoriassociales y laborales en términos intergeneracionales. De locontrario, puede ensanchar las desigualdades.

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«Masividad y calidad son dos términos irreconciliablesCuando aumenta el acceso a la educación inevitablemente setermina dañando el nivel de enseñanza.»

El mayor acceso a la educación genera fuertes tensiones ydesafíos en todos los países. Si un número relevante de niños yjóvenes que estaban fuera del sistema ingresan en él, comosucedió en años recientes en la Argentina, sobre todo a partir dela obligatoriedad del secundario, la composición social y culturalde las aulas se transforma. Para los docentes, crece el desafío dedar respuesta a una situación que no admite recetas simples. Enlas instituciones donde este cambio ha sido más significativomuchos docentes se sienten desbordados por la complejidad delescenario.

De hecho, en la etapa inicial de ampliación del acceso, e inclusocon un fuerte incremento presupuestario, los resultados promediopueden ser iguales a los anteriores. Es decir, es posible que laArgentina no haya mejorado sus resultados en las pruebasestandarizadas por haber incorporado nuevos alumnos antesexcluidos. Pero una cosa es que no existan recetas y otra muydiferente es que las dificultades lleven a situaciones de frustraciónque terminen por consagrar un mito: no se pueden llevar adelantebuenos procesos de enseñanza con alumnos que “no quierenaprender”. Este mito busca atacar las políticas de inclusión que“meten” en la escuela, y en el aula, a los “alumnos problema”.

Es habitual que la elite sienta nostalgia de la homogeneidadsocial y cultural, de los buenos tiempos en que a “toda” lasociedad le gustaba la música clásica y todo marchaba mejor queahora, una época en la que dominan el rock y la cumbia. En

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realidad, esa “sociedad” de antes estaba integrada exclusivamentepor quienes tenían cierta extracción de clase y gustos culturalesafines. El resto de los ciudadanos estaban completamenteexcluidos. Añorar aquello es como sentir nostalgia por la épocadel primer Centenario: en 1910 no había voto universal y elanalfabetismo era alto.

En ese sentido, los sectores de la elite se quejan y padecen losprocesos de inclusión que tienden a universalizar derechos,tendencia a la que prefieren denominar “masificación”. Y si bien laexclusión jurídica ha desaparecido, la discriminación social seadvierte aún en sectores medios y altos que procuran evitar elcontacto con la “masificación” o con la heterogeneidad social.Como son motivos no siempre fáciles de enunciar en voz alta,suelen mencionar otras mitomanías para justificar sus gestos ydecisiones. En algunos casos, para conjurar los temores puedenpermitirse asistir a colegios o universidades más exigentes (pero¿cuántos llegan a Harvard?). Otras veces, concurren ainstituciones de enseñanza privada que están muy por debajo dela educación pública. Quizás allí se ofrezca un servicio de calidad yuna atención personalizada, pero esto no siempre se correspondecon la calidad académica.

De todos modos, tanto por su estructura social como por lagratuidad y los sistemas de ingreso irrestricto, la Argentina fueuna de las sociedades latinoamericanas con sistemas educativosmás masivos en diferentes momentos del siglo XX. Y eso sóloresulta incompatible con la calidad de la enseñanza si se pretendeatender el doble de alumnos con el mismo presupuesto, la mismacantidad de docentes y la misma infraestructura. Los directivos ydocentes pueden y deben reclamar con contundencia los recursosy el apoyo necesarios (docente auxiliar, ampliación del equipopedagógico, herramientas) para dictar clase en un contexto

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complejo, con alumnos que están al límite de la escolaridad, apunto de quedar excluidos. Si se amplía la formación docente, noexiste incompatibilidad “genética” entre calidad y masividad. Laincompatibilidad que postula esta minoría es de naturalezasociopolítica.

Detrás del mito asoma una concepción elitista de la vida y de lacalidad en términos de excelencia (que, por definición, no podríaser generalizada). Incluso, a veces se constata un gestoaristocrático extemporáneo, cuando esa visión elitista esenunciada por alguien que se imagina a sí mismo, en el pasado,como parte de los estratos más altos del sistema, cuando enrealidad habría estado entre los excluidos. Hay que distinguir laforma de enunciar el mito de su significado. Por ejemplo, se diceque “hay que elegir entre masividad y calidad porque sonincompatibles”, cuando en realidad se quiere (y no se puede) decirque debería haber “escuelas de calidad para los buenos alumnos”y “escuelas de cuarta para los alumnos de cuarta”.

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8. Mitos sobre las soluciones mágicas para laeducación

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¡Cuántas veces hemos oído decir que todos los problemas de unasociedad se resuelven con la educación! El estancamientoeconómico, la pobreza, la desigualdad social, la crisis de lademocracia representativa, la corrupción, la discriminación, elracismo, la dominación, el desempleo, los accidentes de tránsito, ladrogadicción, el embarazo adolescente, la criminalidad y otraslacras: todo se resuelve con más educación. La “función” de laescuela es ocuparse de todo y agregar materias para cada temahasta el infinito. Tenemos “la fórmula”: el sistema escolar resolverátodos nuestros problemas. Si nuestros jóvenes están bieneducados, se fortalecerán los valores sociales, crecerá laproductividad y se consolidará la integración social.

Muchas veces las sociedades sobredimensionan lasposibilidades de la educación, sin percibir que es una partedecisiva, pero una parte al fin, de un todo. La educación no podrámodificar a la sociedad como un motor autónomo; en cambio, esparte de procesos más complejos en los que cumple un rol crucial.Aprender qué podemos esperar y qué no de los sistemaseducativos, sin sobreexigencias poco conducentes, constituye undesafío en sí mismo.

Por otra parte, la educación también tiene sus propios problemas,que es preciso revisar y resolver. Cada tanto aparecen recetasmágicas, frases concluyentes, simplistas, mitómanas, que

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pretenden indicar qué cambio hay que implementar paratransformar todo de golpe. Entender que esas soluciones mágicasson espejitos de colores con un alto costo es un desafío que, unavez superado, hará que los debates trasciendan las retóricasestériles.

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«Todo se resuelve con educaciónQue la escuela resuelva todos nuestros males. En la escuelahay que enseñar todo, desde lengua y matemática hasta elcuidado del medio ambiente.»

La sociedad (los periodistas, los políticos, los intelectuales, losempresarios) espera mucho de la escuela. Existe algo así como unainflación de expectativas que presenta a la educación como“constructora” de la sociedad, puesto que su función es formar al“hombre del futuro”. Dime qué educación tienes y te diré en quétipo de sociedad vives y vivirás. Es curioso que no sean losagentes escolares los principales voceros de esta visiónexageradamente optimista. Pero si bien no son los autoresprincipales, pueden contribuir a difundirla puesto que, comomaestros o especialistas, no pueden menos que sentirsehalagados al escuchar tanto discurso enaltecedor de la tarea yfunción de la institución escolar. Quienes nos ocupamos del temanos sentimos importantes en la medida en que la sociedadconsidera importante a la escuela. Pero esta complicidad es unarma de doble filo. Por una parte, nos hace sentir “grandes” yaque cumplimos funciones sociales variadas y “superiores”. Pero,al mismo tiempo, cuando la sociedad constata que, pese a laescolarización creciente de la población, los problemas persisten,la escuela se vuelve una institución bajo sospecha. Si hayproblemas económicos, políticos y sociales será porque la escuelano está cumpliendo su tarea como corresponde. Si hay desempleojuvenil es porque no desarrolló competencias productivas en lasnuevas generaciones (esta tesis fue sostenida públicamente porun famoso ministro de Economía del gobierno de Carlos Menem).

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Si hay corrupción política es porque la universidad y en especiallas facultades de Derecho han fracasado en la educación moral desus alumnos, y así sucesivamente. Se espera demasiado de laescuela, y se la condena precisamente por no satisfacer esasdemandas exageradas.

Estas expectativas alientan la tendencia de ciertos grupos deinterés (corporaciones profesionales, expertos, políticos, ONG) aincorporar nuevos contenidos al programa escolar. Con el tiempo,proliferan las iniciativas, incluso parlamentarias, para declararobligatoria la enseñanza del cuidado del medio ambiente, laprevención de la caries, la diabetes y otras enfermedades, laeducación ciudadana, la sexual y la salud reproductiva, la igualdadde género, la defensa de las poblaciones originarias, el respeto porlas reglas de tránsito, el espíritu emprendedor (a veces expresadocon el barbarismo “emprendeduría”), la cultura del ahorro, ladefensa de la vida y el derecho de los animales, y un largoetcétera. La lista nunca se cierra, más bien se expande en variasdirecciones. Pronto no alcanzarán los días lectivos para incluirtodos los problemas que el currículum escolar debe incorporar y“enseñar”.

El programa escolar tradicional se estructuró alrededor dealgunas disciplinas básicas (lengua, matemáticas, historia,geografía, ciencias naturales). En muchos casos, la proliferaciónde contenidos opera mediante la inclusión de temas llamados“extracurriculares”, del tipo “educación para…” (“para” laciudadanía, la ecología, la prevención). Los nuevos objetivos nosuelen afectar la enseñanza de las disciplinas básicas, sino que seagregan a ellas con el estatus de materias y no de contenidos“transversales”. Así, por ejemplo, la educación ciudadana o laética, en lugar de integrar el programa de ciencias sociales, seconvierten en nuevas asignaturas que suponen nuevos cargos

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para los poseedores de títulos específicos. No es raro observar,detrás de esas materias, los intereses de corporacionesprofesionales que tratan de crear puestos de trabajo para losrecientes diplomados. Por ejemplo, para los filósofos o lossociólogos no es indiferente que ciertas temáticas se incluyan enun espacio curricular denominado “ciencias sociales”, o bien enmaterias y cursos de “filosofía”, “ética” o “sociología”.

Esta proliferación y el “enriquecimiento de contenidos”contrastan con la pobreza de los resultados escolares (que serándefectuosos o insuficientes siempre que se los compare con lasexpectativas de la población). Cuando hay tanta inflación deexpectativas, el resultado es la decepción y la crítica de lainstitución escolar.

Por otra parte, este sobredimensionamiento de la educaciónescolar se corresponde con la visión meritocrática del liberalismoclásico y contemporáneo, que equipara la igualdad a la “igualdadde oportunidades”: vale decir, que todos estén en la misma líneade largada. Para eso serviría la escuela. A partir de allí ganarían losmás capaces o los más esforzados, y por lo tanto, las posicionesde privilegio les corresponderían en forma legítima. Ni la herenciani la familia de origen determinarían la posición de un individuo enla estructura social, sino sólo su esfuerzo y capacidad. El éxito o elfracaso escolar determinarían el éxito o el fracaso social. Laeducación “formalmente igualitaria” para todos pero desigual enrecursos funciona como un formidable mecanismo de producciónde desigualdades justas y legítimas. Y cabe reconocer que estacreencia se ha impuesto exitosamente, ya que muchos consideranque sus fracasos en la vida son una consecuencia de sus fracasosescolares; es decir, de su falta de capacidad para el estudio o biende su poca disposición al esfuerzo.

Para poder escapar a esta lógica habrá que hacer por lo menos

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dos cosas. Primero y principal, reconocer que la escuela no es unainstitución todopoderosa, que no tiene el monopolio delaprendizaje y menos aún el de las soluciones a los múltiples ydiversos problemas sociales. Toda sociedad compleja dispone deotros recursos e instituciones además de la escuela. Existen otraspolíticas públicas (económicas, sociales, culturales, científicas, deuso del tiempo libre, de justicia y seguridad, etc.) y otrasinstituciones sociales (familias, iglesias, partidos políticos, mediosde comunicación de masas, publicidad capitalista, empresas, etc.)que también cuentan con herramientas y capacidades –muchasveces comparables o mayores que las de la escuela– para “formarsubjetividades”; esto es, que contribuyen a desarrollarconocimientos, valores, actitudes y creencias en la población detodas las edades.

Algunos dicen que para hacer una buena política educativa“primero hay que decidir qué tipo de persona formar”, como si losagentes sociales se produjeran como los automóviles: primero eldiseño del modelo, luego la producción en serie. Pero no seforman seres humanos como se producen vestidos o sillas. Contralo que algunos piensan, la escuela no es una fábrica de personas.Le cabe una función importante y significativa, pero eso no lavuelve omnipotente. Más aún, para que la escuela puedadesempeñar la tarea valiosa que sólo ella puede asumir es precisoque el resto de las instituciones sociales también hagan lo quedeben hacer.

Dijimos antes que hay que exigir a la escuela lo que sólo ellasabe y puede hacer y que es importante para contribuir tanto a lafelicidad de las personas como al bienestar de la sociedad. Estasfinalidades primordiales, que por lo general se expresan en lasleyes de educación, deberían traducirse en prioridades en losprogramas de las instituciones escolares. La escuela conserva un

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monopolio: el del desarrollo de conocimientos básicos ypoderosos en las nuevas generaciones, esto es: el aprendizaje delas competencias expresivas y del cálculo, entre otras. Lasprimeras son “primarias” y condición de apropiación de lassegundas. Y no se trata sólo de aprender a leer y escribir, sino dedar forma y comunicar sentimientos, demandas, opiniones,miedos, fantasías, deseos, etc. Se trata no sólo de expresar, sinotambién de comprender lo que los otros expresan. Decir cosas conpalabras, con la escritura, con el cuerpo, con la imagen, es muchomás que aprender gramática y caligrafía.

La capacidad de cálculo también es un recurso estratégico en lassociedades actuales. Medir, estimar probabilidades, proyectartendencias, comparar magnitudes son competencias necesariaspara cualquier ciudadano y productor. Se trata de competenciassecundarias porque presuponen un desarrollo básico de lascapacidades expresivas y comunicativas. A su vez, ambasconstituyen condiciones de acceso a los demás conocimientossobre la vida, la naturaleza y la sociedad en la que se vive. De untiempo a esta parte se insiste en que “en la sociedad delconocimiento hay que enseñar a aprender”, pero se corre el riesgode convertir la expresión en un eslogan si no se explicitan suscontenidos y sus implicaciones prácticas.

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«Sigamos el ejemplo chilenoLa educación argentina fue superada por la de Chile, dondetodo funciona a la perfección.»

Es muy común que quienes sostienen visiones muy cercanas aleconomicismo (así, la función dominante de la escuela es laformación de recursos humanos, satisfacer las demandas delsistema productivo, etc.) y al “educacionismo” (todo se resuelvecon la educación) consideren a Chile como modelo de políticaeducativa y lo contrapongan al caso argentino, que parece noaprender de sus vecinos. Sin embargo, en Chile haymanifestaciones gigantescas y una creciente rebelión social contrael sistema heredado de la dictadura pinochetista, sostenido en laprivatización y la competencia, que se ha mantenido sin mayoresmodificaciones en el período de transición a la democracia.

En efecto, los estudiantes chilenos (de secundaria y superior),sus familias y los docentes se han volcado a la calle en masivasmanifestaciones para hacer oír sus demandas. Están reclamandouna educación pública gratuita, contra las consecuenciasnegativas de un modelo institucional que fue considerado comoejemplar en el contexto de América Latina. En ningún otro país laspolíticas educativas neoliberales se aplicaron en forma tan pura,extensa y duradera en todos los niveles del sistema educativo. Elconocimiento se convirtió en una mercancía que se compra y sevende en un mercado. Cada chileno accede a la educación quecorresponde a su capacidad de compra. Los títulos más valiososson al mismo tiempo los más costosos y se constituyen enprivilegio de los ricos. Las clases más desfavorecidas sólo puedencomprar una educación de mediana o baja calidad.

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El gasto total en educación superior es del 3% del PBI chileno:los privados contribuyen con un 2% (lo que equivale al 76% delgasto total en educación en este nivel) y el Estado, con un 1%como máximo, el índice más bajo de toda la OCDE (ese gastoincluye fondos públicos destinados a instituciones y aestudiantes en forma de becas o transferencias de otro tipo). Chilees el país con uno de los coeficientes más altos de aportesprivados a la educación superior sobre el financiamiento total. Y siconsideramos los niveles inferiores del sistema educativo, es unode los países en los que el aporte privado es más elevado(incluimos aquí los de los hogares, pero también los de lasempresas que becan estudiantes o donan a instituciones).

El debilitamiento del Estado y de la esfera pública se tornaespecialmente evidente en la educación superior. Sólo el 25% delos estudiantes cursa en instituciones públicas. Y el grueso delfinanciamiento a la educación superior es de carácter privado: losprivados (en su mayoría las familias) financian el 85% de laeducación superior; por cada peso que destina el erario, lasfamilias aportan seis, una proporción a todas luces excesiva,comparada incluso con los Estados Unidos, donde la participacióndel financiamiento privado es del 63% (una relación de 2 a 1). Lasdiferencias no se explican por la existencia de una oferta públicade educación sino por un más extendido sistema de becas en lospaíses desarrollados, tal como señala la OCDE.

Este cuadro presenta, blanco sobre negro, la realidad delesfuerzo que realizan los ciudadanos chilenos para sostener laeducación:

Gasto público y privado en educación por nivel de enseñanza paraChile y la OCDE

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Nivel deenseñanza(% del PBI)

Chile O CDE

Fuentespúblicas

Fuentesprivadas

Fuentespúblicas

Fuentesprivadas

Educación preescolar(0,52) 65,5 34,5 81,5 18,5

Educación básica ymedia (2,76 y 1,36) 68,3 31,7 92,7 7,3

Educación superior(2,17) 15,8 84,2 76,4 23,6

Total (6,8) 52,0 48,0 88,0 12,0

Fuente: Elaboración propia a partir de datos entregados porEducation at Glance, OCDE, 2006.

Si vamos, ahora sí, al terreno de las comparaciones, en 2009 lasfamilias chilenas destinaban el 7% de sus ingresos a solventargastos de educación de sus hijos/as, según la encuesta decaracterización socioeconómica nacional (CASEN), mientras queen la Argentina esa proporción era del 3%, según la encuesta degastos de los hogares correspondiente a 2005 (ENGH), y en otrospaíses de la región (Ecuador o Perú) los valores oscilaban entre el3 y el 5%. Otro dato elocuente es que, mientras en la Argentinasólo el 35% de las familias realizan gastos en educación, en Chileese índice se eleva al 57%. Este tipo de indicadores habla a lasclaras del rol del Estado en la educación y de la importanciarelativa del financiamiento privado en Chile.

A esta debilidad del financiamiento público se agrega el hechode que muchas instituciones universitarias privadas persiguen

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fines de lucro en forma encubierta mediante la tercerización dedeterminados servicios.

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«Para mejorar la educación hay que evaluarlaEvaluar todo con todos los mecanismos disponibles es lasolución para los problemas de la educación. Conevaluaciones periódicas, detectaremos cada uno de losproblemas y podremos diseñar sus soluciones.»

“Lo que no se mide no existe” o “lo que no se mide no puedemejorarse” son eslóganes que tienden a imponerse con la fuerzade las evidencias. Mientras que algunos creen que la enfermedadse cura destruyendo el termómetro que mide la fiebre, otros creenque se cura por el solo hecho de medirla. En primer lugar, aldetectar y medir la fiebre, estamos ante un síntoma, que puede serla manifestación de un malestar pasajero o de una enfermedadgrave. La temperatura corporal obedece a causas muy diversasque es preciso determinar mediante estudios y exámenes. Unopodría decir que la obsesión por evaluar es una “moda” y hastauna “patología” relativamente reciente en el campo de laeducación. Para entender su sentido es preciso analizar dónde ypor qué se origina, y cómo se impone progresivamente en casitodas las sociedades de mediano y alto desarrollo.

La evaluación es un dispositivo típico de una nueva forma degobierno, propia de los Estados capitalistas contemporáneos. Enefecto, adquiere un significado muy particular cuando se la mira enforma relacional, es decir, como una dimensión de un nuevo modode hacer política pública, que consiste en reemplazar la vigilanciacontinua por la evaluación ex post del trabajo realizado (un modode control sin duda más económico). Desde un punto de vistahistórico-social, la lógica de la evaluación constituye un elemento

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central, pero no excluyente, del modelo “neoliberal” o“mercantilista”.

Cabe recordar que no se comenzó evaluando al maestro, sino alos alumnos. En los países más desarrollados se ha evaluado demodo sistemático el rendimiento escolar desde principios de ladécada de 1970. En América Latina, las primeras evaluacionesoficiales se realizaron en Chile durante la dictadura pinochetista.En la Argentina, la primera evaluación nacional de rendimientoeducativo tuvo lugar a principios de los años noventa, en el marcode políticas públicas de claro corte neoliberal, durante el gobiernode Carlos Menem. Con el paso del tiempo, la sospecha sobre lacalidad de los aprendizajes se trasladó a la propia instituciónescolar y, en especial, a sus principales agentes, que tambiéncomenzaron a ser objeto de evaluación y no meramente de“inspección” o “supervisión”, como en el modelo escolartradicional.

La evaluación es un dispositivo de una política nacional y global(PISA y otras pruebas similares), cuya racionalidad, más allá de ladimensión técnica de los instrumentos y procedimientos queutiliza, debe comprenderse en el marco de una política.Recordemos que toda política persigue objetivos y beneficia aunos u otros: a las mayorías o a las minorías, a las corporaciones oa la ciudadanía. En síntesis, lo importante no es la evaluacióncomo instrumento sino la orientación, el sentido de las políticas enlas que se inserta.

Por eso es un error creer que el uso de la evaluación en políticaspúblicas constituye, por sí mismo, un síntoma del debilitamiento ode la “retirada del Estado”. En el campo progresista, la evaluacióntiene “mala fama” porque la mayoría de las veces fue empleadapara mostrar los defectos y la ineficiencia de los servicios yservidores públicos, y así potenciar el traspaso de recursos del

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Estado al mercado. Pero este es sólo uno (el más frecuente) de losusos de las tecnologías de evaluación. No falta quien compare supoder con el Santo Oficio medieval, ya que sus resultados trazanuna línea divisoria entre aprobados y reprobados, incluidos yexcluidos. Esto vale tanto para los alumnos y los trabajadores dela educación como para las instituciones (escuelas, colegios) oprogramas. Ahora bien, la discusión en torno a la evaluación nodebe impedir reconocer que la cuestión del desempeño de losagentes e instituciones es relevante en cualquier sociedad.

En algunos países de América Latina, en especial en aquellosdonde las relaciones de fuerza favorecen intereses conservadoreso neoliberales, las palabras “evaluar” y “evaluación” hanadquirido una centralidad inédita. Cuando la educación básica(primaria, secundaria) aún no se había masificado y el sistema eraselectivo (en el acceso para el nivel medio, y en el egreso para laescuela primaria), el éxito o el fracaso escolar se imputaban alalumno y su familia. Eran ellos quienes debían adaptarse a lasexigencias del sistema escolar. El fracaso se debía a un déficit deinteligencia o de interés y disposición al esfuerzo. Nadiecuestionaba la pedagogía u otros “factores escolares”. Perocuando las coberturas alcanzaron niveles superiores al 60% de ungrupo de edad, la escuela, sus agentes y dispositivospedagógicos comenzaron a ser objeto de crítica.

Al ampliar sin cesar la oferta escolar, los Estados y los dirigentesmuchas veces obligaron a las instituciones a “hacer más conmenos”, a improvisar con recursos escasos.[4] Entre otras cosas,en casi todos los países se masifica (y en muchos casos seimprovisa) la producción de docentes. En todos los casos, laurgencia se impone sobre la calidad en la formación del recursodocente. Los datos indican también que, entre quienes sedesempeñan como docentes, un porcentaje elevado inicia su

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actividad laboral antes de terminar los estudios formales y obtenerel correspondiente título. Estudios realizados en varios países deAmérica Latina por Tenti Fanfani y Steinberg muestran quequienes comienzan a trabajar en las aulas “antes de obtener eltítulo” constituyen el 28% en México, el 52% en Brasil, el 40% enPerú, el 23% en la Argentina y el 37% en Uruguay.

Ante la demanda masiva de educación en todos los niveles y laescasez de recursos, los grupos sociales más conservadoresbuscan fortalecer el mercado educativo, puesto que lo consideranel mecanismo más “racional” y “eficiente” de asignación derecursos. Con el fin de debilitar al Estado educador, y a susinstituciones y agentes, buscan implementar mecanismos deevaluación que efectivamente midan el grado de eficacia (grado enque se logran los objetivos) y eficiencia (uso racional de losmedios empleados para alcanzar un objetivo) de los servicios.Primero se evaluaron los aprendizajes de los alumnos, ahora setrata de evaluar a los docentes. El presupuesto es que ningunoresulta satisfactorio.

Mostrar las ineficiencias, rigideces y promesas incumplidas de laescuela pública de manera sistemática e irónica para socavar lalegitimidad del Estado educador se ha convertido en una prácticareiterada de académicos y periodistas. Sobran ejemplos de estetipo de ataques. Pero si no se explican las complejas causas quesubyacen a sus performances insatisfactorias, esta actitud sóloprepara el terreno para las políticas de mercantilización del accesoal conocimiento. La crítica a la institución escolar olvida que elaprendizaje no “se compra hecho” sino que se coproduce, y quees tan importante “lo que ponen” los alumnos y sus familias comolo que “hacen” la escuela y los maestros. También oculta que, enAmérica Latina, los recursos de las familias para sostener elaprendizaje escolar de sus hijos están muy desigualmente

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distribuidos y que por eso mismo los grupos sociales máscarenciados concurren mayoritariamente a escuelas del Estado.

Si se logra demostrar que las instituciones y los docentes (enespecial los del ámbito estatal) “no están a la altura de lascircunstancias”, la conclusión lógica es la privatización de lasinstituciones y el “castigo” a los malos docentes, o bien laintroducción de mecanismos de cuasi mercado (autonomíainstitucional, competencia entre establecimientos, privatización dela gestión mediante mecanismos tipo voucher o bono –entrega alas familias de bonos de un valor determinado para el pago deservicios educativos–). Este uso de la evaluación la desautorizaante los defensores de la escuela pública, en especial losdocentes. La experiencia de países que, como Chile, han hechoeste uso de las evaluaciones explica y en cierta medida justifica eltemor y las resistencias que el dispositivo suscita en ampliascapas de la docencia latinoamericana, en especial las másmovilizadas y sindicalizadas.

Uno de los argumentos que se emplean para justificar lasevaluaciones de rendimiento escolar es que proveen informaciónútil para definir los problemas y orientar políticas de reforma, tantoen el ámbito nacional como en el institucional. Se sostiene que elmaestro, al disponer del diagnóstico y la explicación queproporcionan los operativos de evaluación, podría redefinir susestrategias pedagógicas. Sin embargo, la evidencia muestra quelos resultados fueron poco utilizados para definir políticas a nivelnacional o provincial y prácticamente no fueron tomados encuenta por los docentes en su trabajo cotidiano con losestudiantes. En efecto, los datos de una investigación realizada en2010 en la Argentina, luego de más de quince años del primerOperativo Nacional de Evaluación (ONE) de la Calidad de laEducación, revelan que pocos docentes conocen la existencia de

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estas investigaciones nacionales o internacionales. Sólo el 16% delos docentes del país conocía “bastante o mucho” los ONE, casi lamitad (48%) los conocía “poco” y el 35% lisa y llanamente nosabía que existían. En cuanto a los estudios comparativosinternacionales como PISA y otros, el 64% de los docentes losdesconoce. Con respecto al uso de los resultados de lasevaluaciones nacionales e internacionales, sólo una minoría del6% de los docentes manifestó que “los habían trabajado con otroscolegas y directivos escolares”. Es decir, el uso de los datos en lasaulas es prácticamente nulo. Por ende, su mayor impacto semanifiesta en el campo de la discusión político-periodística y tieneel carácter efímero propio de los debates mediáticos.

Sería absurdo “oponerse por principio” a la evaluación, ya quese trata de un dispositivo relacionado con los medios y no con losfines de las políticas públicas. E incluso concebida como medio(para una política educativa democrática) no podría calificarsecomo “prioritaria”. Ese lugar bien podrían ocuparlo dosproblemáticas básicas e interrelacionadas. Por un lado, la complejacuestión de la formación (inicial y permanente) y el mejoramientode las condiciones de trabajo, carrera y salario de los docentes.Por otro, el enriquecimiento y fortalecimiento de las institucionesescolares, en especial aquellas que atienden las necesidades deaprendizaje de los grupos más desfavorecidos de la población.

En lugar de una dicotomía del tipo evaluación mágica versusevaluación catastrófica, podría aspirarse a una evaluación conobjetivos y mecanismos adecuados, de carácter participativo ydiseñada con criterios muy claros. Repensar el propio trabajo, susfortalezas y debilidades, siempre será un aporte para mejorar, salvoque oculte una trampa para alcanzar otra clase de objetivospolíticos.

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4 Albert Hirschman sostiene que los sistemas de prestación de serviciospersonales como el educativo y el de salud son de “oferta elástica”, esdecir que hasta ciertos límites pueden aumentar las prestaciones(número de alumnos y pacientes atendidos) sin un aumentoproporcional de los recursos invertidos.

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«En la sociedad (y por lo tanto también en el sistema educativo)todo tiene que ser participativoEn el sistema escolar deben tener voz todos (familias,alumnos, docentes, directivos) y en todos los niveles yámbitos.»

¿Qué significa “participación” en educación? ¿Participan losdocentes en el rediseño de los planes curriculares? ¿Participan losalumnos en las clases? ¿Son ellos los que deciden los temas de lasasignaturas? Las palabras comodines se dicen y se escuchancomo si todos estuviéramos hablando de lo mismo... pero enrealidad no es así.

La participación se ha convertido en un condimento que debeestar presente en toda política o programa de reforma de laeducación. Es una de esas cosas “políticamente correctas” que nonecesitan mayor explicación o justificación porque además nosbrindan la satisfacción de “estar en el lado correcto”. Sin embargo,son varios los contenidos que pueden asignársele al término, almenos en el campo que nos interesa.

Hoy en día todos somos participativos o aspiramos a serlo,dando por sentado que se trata de un valor positivo. Pero espreciso sospechar de las unanimidades y los consensos fácilesque, por regla, escapan a la reflexión. En estos casos el lenguaje seconvierte en un mecanismo automático y en ocasiones no se sabesi el que habla sabe lo que dice.

En materia de participación es mucho más lo que se dice que loque efectivamente se hace, sobre todo en el ámbito de laeducación escolar. Vale la pena tener en cuenta que “participar” enlos procesos y en las instituciones de enseñanza y aprendizaje

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puede referir a tres cosas distintas. En primer lugar, se dice quealguien participa en su proceso de aprendizaje cuando hace lo quesólo él puede hacer para que el aprendizaje se haga efectivo. Esdecir, si un alumno no asiste a la escuela, no presta atención a loque el profesor dice, “no hace los deberes”, no estudia, es pocoprobable que aprenda. Esta “participación” es, por decirlo dealguna manera, estructural y necesaria. Ya dijimos que elconocimiento “no se compra hecho” sino que se “coproduce”mediante el esfuerzo conjunto de los niños (y sus familias) y losespecialistas en educación (los docentes), en un contextoinstitucional dotado de los recursos necesarios y pertinentes (laescuela).

Pero cuando en los discursos escolares se habla departicipación, o cuando se les pregunta a los directivos ydocentes si las familias participan en la vida de la escuela, lamayoría se refiere a otra cosa, esto es: a la participación comocolaboración. Y entonces responden que los padres participancuando contribuyen (con su trabajo, con recursos) a la vida de laescuela. En América Latina, la evidencia indica que quienes másaportan son, paradójicamente, los que menos tienen. En muchoscasos, son las comunidades las que construyen y mantienen eledificio escolar y preparan las comidas o meriendas. Los sectoresurbanos medios y altos, cuando “colaboran”, lo hacen con dinero;por ejemplo, pagando la cuota de la cooperadora o la matrículaescolar en establecimientos privados.

La participación entendida en su dimensión “política” –intervención en procesos de toma de decisión– es la másproblemática y ausente en el sistema escolar. En muchos casos nohay consenso sobre las esferas o temas en los que los padres olos alumnos pueden participar, ya que respecto de ciertascuestiones los docentes, como profesionales especializados,

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reivindican monopolios y exclusividades. En este sentido, seimpone una distinción entre “lo pedagógico” (que corresponde almaestro) y lo “extracurricular” (que permite asignar un rol a losalumnos y a sus padres). Pero no siempre hay consenso sobre loslímites de esta distinción. Cuando los alumnos de enseñanzasecundaria quieren intervenir colectivamente en la discusión sobrela calidad y la cantidad de orientaciones de su nivel, plantean susexigencias y para hacerse oír toman colegios, pero sonseveramente criticados porque no se los considera del todoautorizados a participar en cuestiones que serían de incumbenciade especialistas y profesionales. En verdad, no se sabe bien si loque se cuestiona son los métodos (las tomas) o bien el derecho delos estudiantes a intervenir en una esfera que les sería ajena.

Por último, para no caer en visiones simplistas que llevan apolíticas voluntaristas, no basta pregonar o “exigir” laparticipación sino que es imprescindible garantizar las condicionessociales que permitirán su emergencia. Así, si se quiere incorporara nuevos actores sociales en la vida de las instituciones escolares–los propios niños y jóvenes, los padres y la comunidad– nobasta con exigirlo dentro de los marcos legales y normativos. Espreciso garantizar las condiciones sociales necesarias (interés,tiempo y conocimiento pertinente), que no pueden crearse pordecreto. Cuando quienes diseñan programas escolares parten deuna concepción ingenua o voluntarista de la participación, susplanes por lo general quedan a mitad de camino. Ante los magrosresultados, los técnicos se sorprenden, incapaces de entender porqué los grupos no “quieren” o no están dispuestos a participar.

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«Las computadores e internet deshacen lo que la escuela haceLas tecnologías son invasivas: destruyen los procesoscognitivos y la autoridad del docente. La computadora es laenemiga número uno de la educación y de la escuela. Además,no ayuda a cambiar nada sustantivo.»

Las tecnologías de la comunicación ocupan el centro del debateeducativo. Y es positivo que así sea porque todavía hay allí muchopor explorar, experimentar y debatir. Lo negativo son lasmitomanías, tanto tecnófilas como tecnófobas. En su aparenteoposición, ambas comparten algo decisivo: entienden latecnología como la causa de todos los cambios. Sólo difieren en elmodo de valorar las mutaciones, que son maravillosas paraalgunos y catastróficas para otros. Esas mitomanías eludencuestiones centrales del conocimiento sociológico yantropológico, como por ejemplo que una tecnología es productode una época y una cultura, y que a su vez es objeto de usos yapropiaciones en contextos muy diversos. La tecnología en sínunca es neutra, siempre transforma modos de percepción ycognición. Pero sólo adquiere sentido en contextos culturalesamplios. Las tecnologías de la comunicación (desde la escriturahasta el libro, desde el cine y la radio hasta internet) no producenun efecto único, reductible a ser juzgado como positivo onegativo.

Nosotros conocemos el funcionamiento de las computadoras ointernet dentro de un contexto cultural específico: el capitalismoglobal de fines del siglo XX y principios del XXI. Dado que el usose generalizó hace tan poco tiempo, sociológicamente resultaimposible deslindar lo que es propio de la época y lo que es

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inherente a la tecnología. En los años treinta o cuarenta a nadie sele habría ocurrido que existirían lugares como los shoppings, consalas de cine en su interior, y menos aún que se mirarían películasen las casas. Así, tanto los cambios de las lógicas comercialescomo los cambios estrictamente tecnológicos habilitaron usosinesperados. No se trata de proponer un ejercicio de cienciaficción sobre usos futuros, sino de saber cuáles son los rasgosculturales de esta época particular para no caer en la simplificaciónde creer que son un efecto simple de la tecnología.

Así, afirmaciones tan corrientes como polémicas, del tipo “elcreciente individualismo”, “la crisis del modelo familiartradicional”, “la ausencia de solidaridad”, “el desinterés de losjóvenes”, “la completa indiferencia por los asuntos públicos”, aveces son adjudicadas a los efectos de las tecnologías decomunicación, otras al fin de la sociedad salarial del capitalismo demitad del siglo XX o a otros motivos. Es importante comprenderque, si establecemos ciertas causas, eso trae sus propiasconsecuencias.

El mito de que todo tiempo pasado fue mejor se presenta comouna demonización de las tecnologías: postula que el libro es unhecho cultural del pasado, que las nuevas generaciones no leen yque el lugar que ocupaba la palabra escrita fue barrido por laimagen. Estamos ciertamente asistiendo a un cambio cultural degrandes proporciones y muy difícil de caracterizar. Ahora bien:diversos estudios muestran que es imposible utilizar las nuevastecnologías y navegar por internet sin recurrir a las destrezas de lalectura y la escritura.

Como señala Claudia Kozak, en la cultura universitaria actual senota que “lo letrado y lo audiovisual caminan lentamente hacia unnuevo ordenamiento”, no sin obstáculos: “Muchos estudiantes yprofesores no encuentran códigos comunes en relación con un

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plano letrado/audiovisual que pudiera servir de terrenocompartido”. Aunque lo audiovisual prevalece actualmente en lacultura, no siempre las lecturas de la realidad pasan por unadevaluación de la letra. Además, “los estudiantes tardan muchotiempo en complementar o tan siquiera ‘sumar’ competenciasletradas a las audiovisuales. Una cultura universitaria necesita delpensamiento y el pensamiento todavía necesita de la palabra”.

Los discursos que culpan a las tecnologías producen unaparadoja. Se infiere que la solución es sencilla: basta bloquear elacceso de niños y jóvenes para evitar la “contaminación”. Eldestino de semejante “solución” no es sino la frustración...sencillamente porque llevarla a la práctica es imposible. Se trata deuna pretensión tan extemporánea como privarlos del aire y de latierra. O como sostener la fantasía nacionalista de que elcolonialismo podría evitarse si los niños no aprendieran inglés,cuando en realidad lo único que se evita es que conozcan ypuedan usar la lengua que domina el planeta. Y así se garantiza suexclusión de un sinnúmero de circuitos. El desafío consiste másbien en salir de la mitomanía inversa, la que sostiene que todas lassoluciones educativas provendrán de la tecnología, para podersopesar, en este proceso de exploración pedagógica, los alcancesy los límites de los usos.

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«La escuela educa, pero el enorme poder de los mediosdeshace sus logrosLa escuela intenta cumplir con sus funciones en un contextoadverso, en el que los medios de comunicación ejercen unainfluencia negativa sobre los alumnos.»

Es cierto que los medios tienen un poder especial sobre los niños,dado que estos carecen de la distancia que una audiencia adultapuede tener respecto de la televisión, producto de sucesivaselaboraciones a partir de la experiencia. En ese sentido, lapotencialidad de los medios para incidir sobre los procesoscognitivos y sobre los modos de percepción e imaginación esaltamente significativa. Si a esto se agrega el debilitamiento de losespacios públicos (se juega menos a la pelota en la calle, porejemplo) y de la capacidad de regulación de las familias (haytensiones frecuentes y a los padres no les resulta sencilloestablecer pautas), el panorama se torna desolador. Pero no lo es.Las nuevas generaciones, los “nativos digitales”, tienen con losmedios relaciones difíciles de comprender desde la perspectiva dequienes nacimos en otro mundo audiovisual y tecnológico. Perolos niños van desplegando su propio potencial crítico y puedenestablecer distinciones en cuanto a cualidades y formas de uso.Especialmente, cuando las familias y las escuelas conversancríticamente sobre los noticieros, los dibujos animados, losprogramas de entretenimiento, los acontecimientos deportivos o laprensa gráfica.

En los estudios sobre usos de computadoras es tradicionalestablecer una distinción sociológica entre “nativos” e“inmigrantes”. Los primeros pertenecen a la generación nacida en

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el contexto del uso doméstico de las computadoras personales.Los segundos somos todos aquellos que crecimos en un mundosin computadoras y sin teléfonos celulares, por no mencionar laescasa presencia de la televisión en la vida cotidiana durante losaños sesenta y setenta. Esta distinción ha sido cuestionada, noporque no aluda a ciertas diferencias muy visibles, sino porquepuede dificultar la percepción correcta de otros procesos.Ciertamente, también existen “nativos” que hacen un usorestringido de la tecnología y, sobre todo, inmigrantes que semueven tan cómodos en el nuevo escenario que parecen nativos.Además, ya comienza a haber docentes nativos, que desde luegoaumentarán. Al mismo tiempo, hay docentes que nunca manejaránlas tecnologías como nuestros hijos o nietos. Quizá, paracomprender las dinámicas escolares, convendría preguntar de quémodo unos y otros nos vinculamos con las tecnologías. Más alláde los estereotipos, vale la pena comprender las incidencias queesa diferencia puede tener en el proceso pedagógico.

El problema se torna más agudo si buscamos contraponerescuela a medios, dado que en ese caso la batalla aparece comomuy desigual. Pero si los medios públicos, el Estado y las escuelascrean o fortalecen los planes de producción de audiencias yusuarios críticos, se apuesta a una intersección antes que a unacontraposición. Así, no sólo se busca establecer qué creer y quéno: también se pretende desplegar una potencialidad de usos delas nuevas tecnologías que la inmensa mayoría de los niñosdesconoce.

En realidad, el verdadero desafío radica en que la instituciónescolar vaya contra la corriente de algunas tendencias culturalesimperantes. Esas tendencias, que trascienden las tecnologías,remiten a los procesos de individualización y de transmisióncultural de la sociedad. El uso actual de las tecnologías fomenta

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un individualismo creciente, sostenido en la primacía del deseopersonal y la idea de consumo y placer, que puede propender anociones muy peculiares de democracia. En el extremo, podríareivindicar una libertad individual sin comunidad y, por tanto, sinautoridades legítimas.

Como ha señalado Juan Carlos Tedesco, algunos rasgos de lacultura del nuevo capitalismo son la “concentración en elpresente, la desaparición de la distinción entre adultos y noadultos, el déficit de sentido para dar significado a la transmisiónintergeneracional”. Es evidente que los medios de comunicaciónofrecen un enorme abanico de posibilidades, en su inmensamayoría novedosas. Los expertos creen necesario distinguir entrelas posibilidades y los usos efectivos. Por ejemplo, en la red seencuentran disponibles obras y archivos a los cuales ni siquieralos investigadores podían tener acceso. Pero eso no significa quelos alumnos cuenten con marcos que les permitan interpretar esosmateriales. La cuestión es detectar las posibilidades que puedenincorporarse a los fines pedagógicos, cuyo principal objetivo esformar personas competentes para realizar sus propiasexploraciones.

Andrew Burn, un docente de educación en un medio inglés,señala ciertas posibilidades cognitivas y creativas de las nuevastecnologías relacionadas con los siguientes procedimientos:iteración (revisar indefinidamente); retroalimentación (desplieguedel proceso de trabajo); convergencia (integración de modos deautoría distintos: video y audio); exhibición (poder desplegar eltrabajo en distintos formatos y plataformas para distintasaudiencias). Jenkins y sus colegas sostienen que los nuevosmedios permiten que los jóvenes se vinculen al saber a través deljuego, la simulación, la apropiación, el juicio, la navegacióntransmediática y la negociación, entre otros. Lo cual no significa

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que los alumnos lo hagan, sino solamente que podrían hacerlo. Laincorporación de equipamiento es condición necesaria, pero nosuficiente. Como afirman Quevedo y Dussel, el desafío está encomprender por qué y cómo es necesario trabajar con lastecnologías y, al mismo tiempo, identificar los procesos deaprendizaje que corresponde a la escuela promover, ya que no seresolverán como efecto automático de las tecnologías. Es decir, setrata de reconocer los problemas que enfrenta la escuela paraavanzar en esta incorporación. Además, esta guarda un acervo deconocimientos propio, que no proviene de esas nuevas prácticasy cuyo valor no debería subestimarse.

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«Con las nuevas tecnologías se resolverán los problemas de laeducaciónLa solución es modernizarse. Nos pondremos al día con latecnología y, como consecuencia inmediata, con la educación.La computadora resolverá todos los problemas pedagógicos.»

Las “nuevas” tecnologías se han introducido en las institucionesescolares de muchos países hace ya varios años. Puedenrealizarse algunos balances para analizar qué ha sucedido. Existencada vez más programas con objetivos de distribución y usos delas herramientas digitales, bastante similares al Plan de InclusiónDigital Educativa y Conectar Igualdad de la Argentina. Sólo enAmérica Latina pueden señalarse el Plan Ceibal (Uruguay),Enlaces (Chile), el Proyecto Huascarán (Perú), el ProgramaComputadoras para Educar (Colombia), el Programa IntegralConéctate (El Salvador) y las Escuelas del Futuro (Guatemala),entre otros.

Las políticas de equipamiento han introducido computadoras enlas escuelas y contribuyen a disminuir la brecha digital de loshogares más pobres. Quevedo y Dussel señalan algunos cambiosrelevantes al respecto: se modificaron los usos del tiempo y losespacios de la escuela y la comunidad, y se fomentaron nuevasrelaciones entre los chicos, con los maestros y con los padres.Además, cambiaron la imagen y la expectativa que la escuelagenera en los padres. Por otra parte, la nueva tecnología se integróa la vida de los alumnos fuera del ambiente escolar para usosdiversos y los chicos usan el software de trabajo escolar en suscasas incrementando el tiempo de trabajo e interacción con elconocimiento.

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En este panorama al parecer optimista, hay desafíos pendientesen lo que respecta a la capacitación docente para incorporar el usode tecnologías. Asimismo, hay que atender el problema de laobsolescencia si las computadoras entregadas van quedandoperimidas con el paso del tiempo.

Quevedo y Dussel han mostrado que, al evaluar diversasexperiencias latinoamericanas, debemos considerar tanto los usosimprescindibles y positivos de las nuevas tecnologías como suslimitaciones. Está claro que las computadoras e internet noresuelven cosas por sí mismas, y sólo pueden realizar unacontribución decisiva insertas en un contexto. No es cierto queestas tecnologías permitan a los niños formarse de modoautodidacta: la razón de ser del docente que guía, enseña ytransmite conocimiento no es afectada en absoluto por ellas.

Las nuevas tecnologías han facilitado una nueva embestida dequienes se deleitan hablando del “fin de la escuela”. Losmitómanos neoliberales pueden llegar a extremos increíbles. Porejemplo, si todos los niños pueden tener una laptop y wifi, si en elespacio cibernético está toda la información disponible, ¿por quéno habrían de quedarse cómodos y seguros en sus casas mientraslas sociedades ahorran el dinero hasta hoy evidentementedespilfarrado en la educación pública? También hay quienessuponen que habrá un fin de la docencia, que la escuela seráreemplazada por una red informática en la que ya no setransmitirán conocimientos sino estrategias de búsqueda de lainformación. Se asume así que lo importante para los estudiantesserá saber dónde conseguir datos en la web y cómo organizarlosen una base, antes que apropiarse de conocimientos y aprender atrabajar (realizar ciertas operaciones de distancia, crítica, reflexión)con ellos.

Esta visión desconoce varios aspectos decisivos. Primero, que

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no hay aprendizaje sin la mediación cognitiva y emocional de unadulto. La escuela es un espacio de interacción y socializaciónparalelo y diferente de otros, como el club, la familia o la calle. Granparte de los aprendizajes de los niños en la escuela no se vincula ala función de transmisión, que podrá ser parcialmente sustituidapor la “fantástica red”. Segundo, en internet coexistenconocimientos valiosos con millones de páginas inútiles,experimentales o inconvenientes para los más pequeños. Suscontenidos han sido producidos por seres humanos, y todossabemos que justamente la escuela evita que los niños seenfrenten, sin estar preparados, con toda la diversidad del génerohumano, que abarca la bondad y la maldad, y otras variaciones.Estas propuestas, que a veces se postulan como pronósticos, sonen realidad meras reencarnaciones de los discursosantiinstitucionalistas. David Buckingham afirma que “hay pocaspruebas concluyentes de que el uso difundido de la tecnologíahaya contribuido a mejorar el rendimiento, mucho menos a generarformas más creativas o innovadoras de aprender para la mayoríade los jóvenes”.

Rosalía Winocour, quien coordinó una evaluación del Plan Ceibalen Uruguay, aporta conclusiones relevantes de la experiencia delas políticas de acceso a las computadoras. Al igual que otrosestudios realizados en países anglosajones, Winocour muestraque, si bien las diferencias de equipamiento entre escuelas desectores económicos altos y bajos se reduce drásticamente,continúa habiendo distancia entre las actividades pedagógicasque se realizan en instituciones de uno y otro tipo. Así, el acceso ala tecnología puede potenciar las fortalezas, pero también lasdebilidades preexistentes. Por ejemplo, allí donde hubo falta decapacitación de los docentes las computadoras pueden terminarintegrándose a formas pedagógicas tradicionales. Es más, si los

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propios alumnos no obtienen una capacitación acorde a lasnecesidades, los usos quedarán muy restringidos. Ahora bien, sila computadora se integra a la vida cotidiana escolar pueden surgirotros problemas. El desperfecto de una máquina, cuando no se haprevisto un equipo de reserva, puede generar una exclusión difícilde revertir. Los problemas de conectividad o su interrupciónpueden causar importantes perjuicios o bien, como muestraWinocour, ser interpretados por los usuarios como una restricciónal acceso.

Winocour señala que un argumento habitual de crítica es que loschicos estarían utilizando las computadoras para fines noestrictamente pedagógicos, lo cual es cierto y no merece enabsoluto una mirada condenatoria. Las consecuencias didácticasy pedagógicas de la introducción de la computadora no siempreson directas, lineales ni inmediatas. En diversos países, los niñosy jóvenes funcionan como “alfabetizadores digitales” de losadultos en el hogar, cosa que a su vez acerca a los padres altrabajo escolar de los hijos. Además, el acceso a las computadorasen el hogar incluye el acceso a servicios estatales, al mercado detrabajo o a la participación cívica.

Así, este tipo de políticas presenta aspectos sumamentepositivos, que van desde la reducción de la brecha digital hasta unimpacto familiar y comunitario mediado por la escuela. Pero loslogros de innovación didáctica llevan algunos años deimplementación y no se obtienen sólo con la entrega de lacomputadora.

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9. Mitos sobre el presupuesto y el federalismo

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Entre los mitos sobre políticas educativas de mediano y largoplazo, algunos refieren a la tensión centralismo-federalismo y otrosal presupuesto educativo. La tensión capital-interior haatravesado desde siempre la historia argentina e impregna lamayoría de los debates sobre la educación. Mientras la idea deque “todo se decide en Buenos Aires” es casi omnipresente, elfederalismo otorga el control de la educación básica y la formacióndocente a las provincias. Es cierto que es difícil hacer políticaeducativa sin escuelas, considerando la competencia de lasprovincias y su control sobre el grueso de los recursos. Tambiénes cierto que existen mecanismos, recursos y programas quepermiten llevar a cabo políticas nacionales. En países federalescomo la Argentina, Brasil o México, la división del trabajo entrediversas instancias públicas (nación, provincia, municipio) es unapreocupación constante en la agenda política y una fuente deconflictos reales o potenciales. La diversidad de ámbitos dedecisión y de control de recursos conlleva inevitablementenegociaciones, acuerdos y alianzas, siempre puntuales yestructuralmente inestables en la medida en que intervienenintereses y regulaciones jurídicas. Para que la coordinación, ladiscusión, la argumentación y los acuerdos sean efectivos serequiere no sólo un conjunto de reglas claras, sino también unacultura política todavía por construir en un país como la

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Argentina, tan propenso al conflicto, las posturas excluyentes y lafragmentación de las posiciones.

Cualquier demagogia del tipo que “cada uno haga su propiaeducación” terminará reproduciendo las desigualdadesprovinciales que todavía hoy existen en nuestro país. Sería unerror que el espíritu federal se tradujera en medidas tales comodejar de enseñar inglés o historia nacional para que cada provinciaenseñe lo suyo. Es necesario construir consensos comunes quese articulen con las diversidades. Un país federal no es unconjunto de partes sin un todo, de ahí que sea imposible corregirciertos desequilibrios y desigualdades enfatizando sólo ladescentralización de la gestión.

En otro orden de cosas, las luchas por un presupuesto educativoalto tienen una larga tradición en la Argentina, acorde al valorclave que la sociedad les otorga a la educación y al rol del Estadoen ese ámbito. Con el regreso de la democracia hubomovilizaciones docentes y de estudiantes secundarios yuniversitarios, quienes reclamaban un mayor presupuestoeducativo. En aquellos años se popularizó la idea de que el 25%del presupuesto nacional debía destinarse a la educación, tal comosugerían los organismos internacionales. Quienes participábamosen las protestas creíamos que, una vez que se alcanzara esa meta,todos los problemas del sector tenderían a resolverse. Éramos encierto sentido economicistas. Fueron años complejos porque lasociedad argentina quería que la idea enunciada por el presidenteRaúl Alfonsín (“con la democracia se educa”) se transformara enuna realidad inmediata, justamente en un período de grandesproblemas económicos que se agravarían con el tiempo. En esamisma época los salarios de los empleados estatales en todaAmérica Latina tendieron a bajar y, por lo tanto, se incrementó laconflictividad: en la Argentina se realizó, en 1988, una huelga

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docente por tiempo indeterminado (que duró cuarenta y dos días),cuyo punto culminante fue la “Marcha Blanca”.

Luego, y durante más de una década, se impuso el discursoneoliberal que, entre otras cosas, llamaba a la plena resignaciónfrente al presupuesto educativo existente. El conocimientoespecializado en educación debía crear soluciones sinpresupuesto o que incluso facilitaran su reducción. Hacia fines delsiglo XX, comenzaba a extenderse el consenso social alcanzadopor la Carpa Blanca y las luchas de docentes y amplios sectorespor la educación pública.

Tras la aprobación de la Ley de Financiamiento Educativo, delincremento presupuestario, de la reducción de la conflictividadgremial comparada con la década anterior, comienzan a aflorardiscursos que vociferan que en educación se gasta mucho peroinútilmente, ya que, a pesar de estos “supuestos logros”, el paísno alcanza sus metas de rendimiento. El “economicismo” muestrasu límite cuando el aumento presupuestario no modifica lapercepción social de la educación pública y genera, en cambio,acusaciones de que se gasta más para hacer exactamente lomismo. Es evidente que detrás de esas mitomanías se escondenlas propuestas neoliberales porque, en rigor de verdad, unpresupuesto acorde es una condición necesaria, pero nosuficiente.

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«O bien todo se resuelve en Pizzurno o bien la educaciónbásica es competencia exclusiva de las provinciasTodo se decide en Buenos Aires. La educación argentina es loque quiere el ministro de Educación. O, por el contrario, elministerio nacional no tiene ninguna incidencia en laeducación.»

La Constitución Nacional de 1853 –precepto que se mantuvo en lareforma de 1994– establecía que las provincias debían asegurar laorganización de la educación primaria. Algunas décadas después,y en función del lento avance debido a los problemas financierosde las jurisdicciones, el Estado nacional tomó a su cargo lainauguración de escuelas primarias en el marco de la Ley Lainez de1905. La tensión entre el Estado nacional y los estadosprovinciales también afectó las etapas fundacionales de nuestrosistema educativo.

Ahora bien, ¿dónde se decide lo que sucede en los procesoseducativos argentinos? La Ley de Educación Nacional de 2006define la responsabilidad de las instancias nacional yjurisdiccional. También señala que es el Estado nacional el que“fija la política educativa y controla su cumplimiento con lafinalidad de consolidar la unidad nacional, respetando lasparticularidades provinciales y locales”.

Los neoliberales más fudamentalistas buscaron desnacionalizarla cuestión educativa, debilitando así al Ministerio de Educaciónde la Nación, que se convirtió en un “ministerio de educación sinescuelas”. Este proceso se revirtió en cierta medida con la leyvigente y la creación del Instituto Nacional de Formación Docente(INFOD), cuyo objetivo es formular una política para el sector de

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alcance nacional. Pero las provincias tienen muchos medios para“adecuar” a sus intereses las directivas acordadas en el nivelnacional. Además, cada universidad nacional forma profesores deenseñanza media también con sus propios criterios.

Las situaciones de desequilibrio de recursos financieros (escasezen las provincias e intervención del Estado nacional) dieron origena una serie de malentendidos. Por un lado, las provincias quenecesitan ayuda pueden considerar que eso limita su autonomía.Por otro, a los funcionarios nacionales puede resultarles muyarduo intervenir en aspectos sustantivos de la política educativa.Una manera de afrontar estas contradicciones hasta cierto puntoinevitables en un Estado federal han sido los acuerdos delConsejo Federal de Educación, donde cada actor moviliza susrecursos (financieros, normativos, tecnológicos, políticos,retóricos) para hacer predominar sus intereses en cada procesodecisional concreto. En muchos casos, los acuerdos sonpuramente formales porque no existe ningún mecanismo eficazpara sancionar a las partes cuando incumplen los compromisoscontraídos o los cumplen “a su manera”, respetando la letra perono su “contenido y espíritu”.

La capacidad de invertir resulta fundamental. Del total invertidoen educación en 2010, las provincias aportaron el 70,9, y la nación,el 29,1%. En los últimos años se incrementó la proporciónfinanciada por la nación al 30%, y las principales beneficiadasfueron las universidades nacionales. Las provincias sostienen laeducación común, incluido el nivel superior no universitario. Elcosto salarial es central ya que abarca entre el 80 y el 90% delpresupuesto. En los niveles superiores del sistema cobran mayorrelevancia algunos costos no salariales, como los asociados abibliotecas, laboratorios y equipamiento para la investigación.

La nación destina una parte de su presupuesto a programas de

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educación básica, como el Programa Integral para la IgualdadEducativa para la enseñanza primaria (PIIE) o los Planes de Mejorade la escuela secundaria.

Entre 1992 y 2012, el Consejo Federal de Educación sancionócuatrocientas cincuenta resoluciones de distinto tipo, cuyonúmero fue aumentando con el correr de los años. Entre 1992 y1999 hubo un promedio de catorce resoluciones por año. En lostres años siguientes, correspondientes a la gestión de la Alianza yluego, a la de Eduardo Duhalde, el CFE emitió un promedio deveintitrés resoluciones anuales. Desde 2003 hasta la actualidadhubo un total de veintisiete resoluciones anuales.

Según la ley de 2006, el CFE es el “ámbito de concertación,acuerdo y coordinación de la política educativa nacional,asegurando la unidad y articulación del Sistema EducativoNacional”. El texto también señala que las resoluciones serán de“cumplimiento obligatorio, cuando la Asamblea así lo disponga,de acuerdo con la Reglamentación que la misma establezca paraestos casos”. En el reglamento del CFE aprobado en 2007 seestablece una distinción entre resoluciones y recomendaciones.Las primeras son de cumplimiento obligatorio y se refieren a“cuestiones en las que el Consejo Federal actúa como ámbito deconcertación, acuerdo y coordinación de la política educativanacional, asegurando la unidad y articulación del SistemaEducativo Nacional”. Se acota también que las resoluciones nopodrán decidir sobre cuestiones en las que la legislación vigenteasigne competencia exclusiva a las jurisdicciones. Lasresoluciones deben ser aprobadas por tres cuartos de laAsamblea. Las recomendaciones, en cambio, como su nombre losugiere, no son obligatorias y apuntan a establecer parámetrospara decisiones y acciones que deben ser instrumentadas por lasprovincias.

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Tanto los ciudadanos como los periodistas y los líderes políticossuelen aconsejar determinadas opciones usando la fórmula del“habría que”. Según ellos, habría que “jerarquizar la formacióndocente”, “asegurar el presentismo de los docentes en lasescuelas”, etc. Pero pocas veces se especifica quién debería hacerlas acciones prescriptas: ¿el Ministerio de Educación de la Nación,los ministerios provinciales? ¿Los maestros? Es imprescindiblerevertir esta indefinición para especificar las responsabilidades,incluso cuando sean compartidas. De lo contrario, muchasdiscusiones y propuestas de mejoramiento de la educaciónnacional resultarán estériles.

La pregunta fundamental es: ¿qué significa “gobernar” o“conducir” en este contexto? Muchos creen que se conduce el“sistema escolar” como se conduce un barco. El capitán toma lasdecisiones, ordena el rumbo y el ritmo de marcha de laembarcación. Una orden se traduce por lo general en unaoperación sencilla: un giro de timón o bien una aceleración odesaceleración de los motores. En este modelo, a cada acción queejecuta un agente autorizado y competente le corresponde unareacción, que es el efecto deseado. En los tiempos que correnresulta difícil que esta metáfora represente al gobierno del(supuesto) sistema escolar argentino, al menos en los ámbitosnacional y provincial. Los ministros “conducen” el barcoeducativo, sí, pero de un modo mucho más complejo y azaroso,más cercano tal vez a la metáfora del agricultor o el jardinero. Enefecto, este se propone producir flores y para eso escoge lassemillas, prepara la tierra, la abona, siembra en el momentoadecuado, riega sistemáticamente y espera que la planta crezca ydé frutos. La relación ente la siembra y la cosecha es azarosapuesto que en el ínterin intervienen una serie de factores(temperatura, plagas, lluvias, etc.) que pueden favorecer o arruinar

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la producción. Lo que hace el jardinero es crear las mejorescondiciones para que la planta florezca. No “decreta” o “decide”que eso suceda. Es probable que esta sea la lógica del gobierno enlas sociedades complejas, lo cual de ningún modo supone unadesresponsabilización de los ministros, secretarios o directoresgenerales de los ministerios de Educación, sino una visión másrealista de sus tareas y cometidos.

La vida social no tiene “autores” claramente identificables. Porsupuesto, hay individuos que, por la posición que ocupan, tienenmás responsabilidad que otros en ciertos campos determinados,pero no existe un individuo o un grupo de “todopoderosos”capaces de predeterminar todo lo que sucede en sistemas tancomplejos como la educación nacional. Sin embargo, la idea deque existen grupos o “elites” (por lo general, ocultas) con el poderde “decidir todo” subsiste en muchos. Y cuando se les demuestraque ese grupo “no tiene todo el poder” inmediatamente loreemplazan por otro (más oculto aún), que es el que“verdaderamente” lo tendría. Cuando se analizan procesosconcretos de toma de decisiones (por ejemplo, la reforma curriculardel menemismo o la sanción de la actual ley de educaciónnacional), aparecen diversos actores (sindicatos, docentes,expertos, parlamentarios, tecnócratas, la iglesia católica, lasasociaciones de instituciones privadas, las editoriales) dotados dediferentes recursos, unos más poderosos que otros, que negocian,argumentan, establecen alianzas y mantienen relaciones de fuerzaque explican las decisiones. Muchas veces, en las sociedadespluralistas, estas expresan los intereses de grupos y alianzashegemónicas, así como, en menor medida, ciertos intereses degrupos no hegemónicos.

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«Existe un sistema integrado de educación en el ámbitonacionalHay un conjunto de partes interdependientes con unadirección centralizada.»

¿Existe un verdadero sistema educativo? Hay una anécdotasintomática y esclarecedora sobre lo que se entendía en el pasadopor “sistema”. Se cuenta que cierto ministro de Educación deFrancia, en las primeras décadas del siglo XX, se jactaba de saberque cierto día del año, a cierta hora de la mañana, todos losalumnos de cuarto grado de su país estaban estudiando el mismopoema de Victor Hugo. El currículum y la planificación de loscontenidos estaban tan encarnados en todas las unidades delsistema que una misma lección era estudiada por todos los cursossimultáneamente. Esa parecía ser la pauta, en esos tiempos, de quela educación funcionaba bien, como un sistema de trenes dondetodas las formaciones ingresan a las estaciones en el minutoexacto previsto por el horario ferroviario.

Dadas las características del federalismo educativo argentino,cabe preguntarse si existe de verdad un “sistema” (conjunto departes interdependientes con una dirección centralizada) deeducación básica nacional. A veces eso parece más una fantasíaque una realidad. En educación básica, hay veinticuatroprovincias y un Estado nacional que “hacen política educativa”.En la actualidad, la mitad de las provincias contemplan siete añosde enseñanza primaria y cinco de secundaria, y las doce restantes,seis de primaria y seis de secundaria. Esto marca las limitacionesde la ley de 2006 para reordenar el sistema. A su vez, eso quellamamos “sistema” está conformado por más de 50 000

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instituciones distribuidas a lo largo y a lo ancho del país. Enterritorios alejados de los centros urbanos, con baja densidadpoblacional, la única presencia del Estado es una escuela primaria.De las 23 000 que hay en el país, más de la mitad son rurales. Sinembargo, los alumnos de estas escuelas son menos del 10% deltotal, lo cual evidencia el esfuerzo público por garantizar elderecho a la educación en todos los rincones del país.

En las instituciones públicas trabajan casi un millón de docentesy miles de directores y supervisores. A estos agentes hay quesumar los miles de funcionarios y expertos de los ministerios deEducación nacional y provinciales. Es legítimo dudar de que estoconstituya un “sistema”, y sin duda es poco probable que cuentecon alguien (¿el ministro de Educación de turno?) que ejerza lafunción exclusiva de dirección y orientación, es decir, alguien conel poder de decidir qué es lo que el sistema debe hacer en el marcode objetivos claramente establecidos y consensuados.

Lo que sucede en cada aula es, más bien, un resultado diversode la interacción de múltiples actores con recursos desiguales.Esta complejidad invita a ser cauto al hablar del “gobierno” delsistema educativo.

Todos estos elementos (la enorme cantidad y diversidad deactores que intervienen) podrían derivar en la construcción de unsistema de alta complejidad que, a diferencia de la anécdota inicial,no tendría por qué traducirse en una brutal homogeneidad. Podríasostenerse, por el contrario, a partir de diferencias muycoordinadas entre sí, como una sistematización de especialidadesy expresiones locales. En este segundo sentido, sería deseableprocurar la máxima racionalidad en la organización de los recursoseducativos, un logro que necesariamente implicará desafíos paralos diversos sectores.

Un sistema complejo requiere articular la construcción de los

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conocimientos comunes y la diversidad. Para ello deben eludirsetanto las mitomanías centralistas de tipo “civilizador” como lasideas que, escondiéndose tras la máscara de la diversidad, puedendevenir en nuevas desigualdades. Por ejemplo, “que cadaprovincia enseñe lo suyo”. En cambio, la pregunta central sería:¿es posible construir objetivos comunes para la educación en todoel país? No sólo es posible, es completamente necesario. Los quepropugnan que cada provincia enseñe “lo suyo”, ¿estánpromoviendo la igualdad que conlleva que todos y cada unoaprendan aquello que les es propio y consustancial, o más bienpropician la desigualdad de que algunos tengan acceso aconocimientos especiales a los que otros no podrían acceder? Pormencionar un tema polémico, reconocer que el inglés es unalengua global y garantizar el acceso de todos al aprendizaje deeste idioma es promover la igualdad de oportunidades y, a la vez,plantea una tensión cultural que debe atenderse con otrasherramientas, como la enseñanza de la historia y la geografíanacionales y regionales, no resignando la apropiación de la lenguapor parte de la mayor cantidad posible de alumnos.

Esto, naturalmente, nos lleva a preguntarnos cómo podría haberigualdad de oportunidades si hay desigualdad de formación y deacceso al conocimiento. Los riesgos de la uniformización culturalson muy altos, en particular cuando se pretende asimilar latotalidad del país a un dispositivo unitario diseñado sinparticipación federal. Pero el exceso de descentralización puedeser igualmente riesgoso cuando es la vía para legitimardesigualdades.

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«La educación mejora si se invierte másEl problema de la educación es que se le destinan recursosinsuficientes. Si se aumentara el presupuesto veríamos unamejoría en los resultados.»

No es lo mismo tematizar la inversión en el ámbito educativo en unpaís que no alcanza el umbral mínimo de recursos destinados alsector (donde todo incremento impacta) que –como afirmaAlejandro Morduchowicz– discutirla en países desarrollados(donde, dada la cantidad de recursos, lo importante es la “sintoníafina”).

Luiz Inácio Lula da Silva explicó que, al asumir como presidentede Brasil, les prohibió a sus ministros hablar de “gasto educativo”,ya que, en lo que atañía a la educación, debía hablarse de“inversión”. La educación pública argentina estuvo desfinanciadadurante décadas. Desde que se aprobó la Ley de EducaciónNacional en 2006 (con el antecedente de la Ley de Financiamientode 2005), la inversión pública comenzó a crecer. Aquí es necesariauna aclaración. Según los datos oficiales del año 2013, en 2009 sealcanzó el 6% del PBI establecido por ley. Sin embargo, según losdatos oficiales de 2014, si bien la inversión educativa creciósignificativamente, no alcanzó el 6% del PBI sino cerca del 5%. Espúblico y notorio que las estadísticas oficiales, en varios aspectoscruciales, dejaron de ser confiables en 2007. Y constituyen, sinduda, un insumo básico para garantizar la calidad del debatepúblico. Estos vaivenes traerán discusiones, tanto por lanecesidad de nuevas inversiones para alcanzar efectivamente el6%, como por la compleja relación entre el aumento de la inversióny sus efectos sobre la educación.

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Nadie cuestiona el incremento sustancial del presupuestoeducativo en los últimos años. Pero cabe recordar que no por esohemos logrado una educación pública sólida y exenta deproblemas. ¿A quién se le puede ocurrir que un país quedesfinanció durante décadas la educación es capaz de resolversus problemas en unos pocos años? Por otra parte, cabríapreguntarse por qué un aumento del salario docente debería tenerun efecto inmediato sobre el aprendizaje de las matemáticas o lalectoescritura. Sin embargo, es frecuente que muchos tiendan acreer que todo puede resolverse con medidas simples y en el cortoplazo. Tal vez sería ilustrativo analizar qué balance se hizo de laLey 1420 treinta años después de su aprobación, cuando más deun tercio de la población seguía siendo analfabeta.

Necesitamos abandonar el remanido debate entre “más” y“mejor”. Es evidente que una inversión razonable no garantiza quetodo se haga de la mejor manera posible. En realidad, con estamitomanía los neoliberales buscan deslegitimar el aumento de lainversión y, simultáneamente, proponer nuevas formas deasignación tendientes a financiar la educación privada medianteviejas y nuevas formas de gestión, ya sea por resultados (mejorrendimiento de alumnos, más salario por “productividad”) o bienmediante la entrega de bonos a las familias para que puedan“elegir” la escuela de sus hijos, lo que fortalece la lógica delmercado en la prestación del servicio educativo. Desde nuestraperspectiva, ciertamente contraria a la de los neoliberales, lainversión pública es condición necesaria pero no suficiente paramejorar la calidad de aprendizaje de las mayorías.

De todos modos, “gastar bien” es una meta que no puedeminimizarse, dado que hubo y todavía hay cierta tendencia al“engorde” sin que eso redunde en una mejor “nutrición”. De ahí,precisamente, extrae sus argumentos el neoliberalismo. En ese

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sentido, gastar adecuadamente y obtener resultados claros (queno son fáciles de producir en poco tiempo) es la mejor defensacontra el mito neoliberal, que se disfraza con el eslogan de “gastarbien” para terminar cuestionando “cuánto se gasta”.

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«El gasto en educación es ineficienteEl problema no es cuánto se gasta, sino cómo. Se gasta muchodinero, y no con inteligencia. Con menos dinero y una mejoradministración, la educación resolvería todos susproblemas.»

Esta es una creencia básica de todo tecnócrata hecho y derechoen todos los sentidos posibles. Aumentó el gasto en educación...pero ¿mejoró proporcionalmente el promedio de rendimiento en elárea de matemáticas en las pruebas PISA? El “eficientista” se haceesta pregunta. Desde su perspectiva, sólo demostrando estarelación estaría justificada la inversión en educación. Ahora bien,este razonamiento es improcedente. Corresponde hacer ciertasinversiones al margen de los resultados. Por ejemplo, si sedestinan fondos a mejorar la infraestructura escolar (construcciónde baños, garantía de una temperatura adecuada en las aulas tantoen invierno como en verano), la inversión se justifica, por asídecirlo, “en sí misma”, porque quienes trabajan en la escuela“tienen derecho” a la higiene y a no pasar frío o calor extremos.¿Por qué estas inversiones deberían justificarse, y por lo tantorealizarse, sólo si se mejoraran los niveles de aprendizaje en lenguao matemáticas? Lo mismo puede decirse cuando los fondos, comoen la mayoría de los sistemas educativos, se destinan al salariodocente. Cuando estos son extremadamente bajos en relación conotras profesiones de igual complejidad, el aumento nonecesariamente conlleva la mejora inmediata de los aprendizajes.Pero sí puede esperarse que incida en el estado de ánimo (porllamarlo de alguna manera) de los docentes. Una remuneraciónjusta es un reconocimiento al trabajo. Como tal, genera bienestar y

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satisfacción e, indirectamente, incide en el desempeño cotidiano.Esa debería ser justificación suficiente para el “aumento delpresupuesto educativo”.

A todas luces resulta arbitrario pensar que una mejora en lainversión en educación en el año X producirá una mejora en elrendimiento escolar en el año X+3. Creer en una relación directa einmediata entre salario docente y aprendizaje de los alumnos espor demás simplista, cuando no malintencionado.

Además, quienes postulan una relación causal simple olvidanconsideraciones decisivas. ¿Qué sucede si una parte delincremento se destina a ampliar la cobertura de niños o jóvenesantes excluidos del proceso escolar? Es posible que el primerimpacto de esa inclusión no sea una mejora de los indicadores tipoPISA sino todo lo contrario, dado que el universo de las pruebasabarcará a sectores que antes estaban excluidos del sistema y, portanto, de la evaluación. En la mayoría de los países de AméricaLatina, el “gasto público educativo”, sobre todo en la educaciónbásica, beneficia a los sectores medios bajos y bajos de lapoblación. Gran parte de los estratos urbanos más privilegiados sehan convertido hace tiempo en consumidores de educaciónprivada, que en la Argentina es en gran medida financiada por elEstado. Los sectores dominantes le restan prioridad a la educaciónpública al pensarla como “subsidiaria” de la educación privada yparte de las políticas sociales dirigidas a los grupos vulnerables (amenudo consideradas asistencialistas y, por tanto, ajustables –hasta un grado básico, mínimo– a cada coyuntura económica). Losgrupos más desaventajados también encuentran más dificultadespara incidir sobre las inversiones públicas en general. El caráctermás o menos progresista o conservador de un gobierno se mide,entre otras cosas, por la importancia que asigna a la provisión deservicios públicos que benefician a los sectores más

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subordinados y menos dotados de “capacidad de compra” en elmercado.

Por añadidura, “gastar bien” puede significar cosas diferentessegún quien enuncie la frase. Para los más ortodoxos se trata dedestinar menos recursos a las universidades públicas, yarancelarlas. Para otros, implica aumentar los salarios de aquellosdocentes que alcancen ciertos logros en su tarea. Desde otraperspectiva ideológica, gastar bien implica destinar todos losrecursos públicos a las escuelas estatales y eliminar lassubvenciones a las privadas. La fórmula “gastar bien” es, por lotanto, equívoca si no se explicita cómo se asignarán los recursos ycon qué objetivos.

La eficiencia debería ser una preocupación de toda políticapública, tanto cuando se invierte poco como cuando se inviertemucho. Pero no caigamos en la trampa de creer que es el criterioconcluyente para evaluar una política educativa. Hay que sereficaz –es decir, resolver los problemas– y al mismo tiempoeficiente en la utilización de los recursos, que por definición sonsiempre escasos.

El tecnócrata es un especialista en medios, los fines no leconciernen. No es casualidad que el eficientismo sea uncomponente central del credo neoliberal, más preocupado porachicar el Estado y ampliar el mercado (y las oportunidades dehacer negocios) que por beneficiar a la mayoría de la población. Lapolémica “más inversión versus más eficiencia” debería zanjarsereivindicando la propuesta de más inversión y mayor eficiencia,transparencia y control democrático en la asignación y uso de losrecursos en todos los niveles del sistema educativo.

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10. Mitos sobre las universidades

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Las universidades públicas argentinas son muchas veces unafuente de orgullo para la sociedad, pero a la vez desencadenanintensos debates y conflictos. La Argentina no sólo tieneuniversidades de alto prestigio, sino que ha privilegiado el sistemapúblico sobre el privado, tanto en cantidad de estudiantes comoen términos de investigación científica. Al mismo tiempo, launiversidad es observada a través de matrices mitómanas, a vecesasociadas al europeísmo –que sostiene que todo es mejor en lospaíses centrales– y otras veces impregnadas del decadentismoque afirma que todo tiempo pasado fue mejor. Los rankingsinternacionales encienden discusiones, sobre todo entre aquellosque siempre se preocupan por ganar todos los campeonatos sinimportar cuáles sean las reglas del juego.

La pregunta aquí es para qué queremos un vasto sistema deuniversidades públicas, y desde cuándo y por qué lo sostenemos.En este capítulo analizaremos algunas expresiones atribuidas alsentido común –una suerte de vox pópuli sobre lasuniversidades– con la convicción de que toda mirada sobre lainstitución universitaria debería conjugar tres dimensionescruciales. En primer lugar, la cantidad, calidad y relevancia de laproducción de conocimientos que se realiza en la universidad. Ensegundo lugar, las posibilidades y dificultades de que launiversidad cumpla el rol decisivo de generar mayor igualdad

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entre los diferentes sectores sociales. En tercer lugar, su aporte ala formación de profesionales de alto nivel que, además de suprestigio y preparación intelectual, conozcan la sociedad en la quedesempeñarán su trabajo.

Desde 1983, la universidad pública argentina responde a laherencia de la Reforma de 1918, vinculada al ingreso irrestricto, elcogobierno y la autonomía, así como a la herencia de la gratuidad,instituida originalmente en 1949. Esos elementos se encuentranpresentes en las universidades de varios países, pero en elnuestro aparecen conjugados, lo que constituye un caso bastantesingular.

Más allá de las opiniones políticas que cada uno sostenga, esinnegable que desde 2003 hubo un aumento del presupuestouniversitario, del presupuesto destinado a ciencia y tecnología, delos salarios reales de los docentes e investigadores, de la cantidadde universidades públicas, además de una mejor distribuciónterritorial de los establecimientos y un aumento en el acceso y lagraduación. Esos y otros logros deberían visualizarse como unactivo crucial para el desarrollo y la equidad social de laArgentina. En el mismo sentido, los avances plantean nuevosdesafíos y debates que deberían ser asumidos por el conjunto dela sociedad.

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«Las universidades europeas son muy superiores a lasargentinasEn Europa y los Estados Unidos las universidades sonmaravillosas y acá son un desastre total.»

Esta es una simplificación que, como suele suceder, esconde unaparte de verdad. Es cierto que en Europa y en los Estados Unidoshay universidades de punta, de altísima calidad, y que a muchosuniversitarios nos resultan impresionantes por su infraestructura,sus laboratorios, sus bibliotecas, los salarios docentes. Al mismotiempo, no deja de ser cierto que en los países centrales existennumerosas universidades de muy baja calidad. Es evidente que nopuede aludirse a “todas las universidades” porque en ningún paísson todas fabulosas o todas desastrosas, salvo en aquellos porcompleto carentes de tradición universitaria. En la Argentina,como en otros países latinoamericanos, hay universidades yfacultades de excelente nivel internacional que, si bien puedenubicarse con ecuanimidad por debajo de las más célebres yreconocidas, no obstante están por encima de la inmensa mayoríade pequeñas universidades de los países centrales (que enalgunos casos llegan a ser francamente mediocres).

El motivo es sencillo. Si bien las universidades de punta cuentancon infraestructura, laboratorios y financiamientos impresionantesde investigación, cuantitativamente la mayoría de ellas realizansólo formación profesional. En términos académicos, las mejoresuniversidades de la Argentina y América Latina están claramentepor encima. Eso no significa que no existan problemas y desafíos.Significa que esos problemas no pueden ser encarados desde unaidealización mitómana de la metrópolis.

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Mitomanías como esta nos llevan a creer que, si vamos aestudiar a otro país, todo será extraordinario. Pero cabe señalar undato bastante elocuente: cuando graduados argentinos realizandoctorados en Europa o los Estados Unidos, la mayoría de lasveces lo hacen en universidades de primer nivel que los aceptande buen grado y donde demuestran un alto desempeño.Evidentemente, este dato indica que al menos un sector de losgraduados universitarios argentinos es altamente competitivo enel plano internacional.

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«Hay que mejorar la posición argentina en los rankingsinternacionalesLos rankings universitarios internacionales son medicionesobjetivas y la Argentina ocupa en ellos un lugar mediocre.»

El ranking tiene su origen en el deporte. Y el deporte es, pordefinición, una competencia con reglas idénticas, uniformes. Laspreguntas elementales para construir rankings justos ytransparentes son sencillas: ¿quién corre cien metros en menostiempo? ¿Quién gana más partidos? ¿Quién convierte más goles?

Se estima que existen hoy en el mundo unas veintidós milinstituciones universitarias. Pero ¿juegan todas el mismo juego?¿Todas tienen los mismos objetivos? Evidentemente, no. Hayinstituciones centradas en la investigación científica y otras en laformación de profesionales, algunas se dedican a la innovacióntecnológica en función de demandas productivas, en tanto queotras cumplen un rol social para permitir la movilidad socialascendente. Aquellas centradas en la investigación, si sonexitosas, obtienen múltiples financiamientos, seleccionanrigurosamente a sus estudiantes y admiten pocos alumnos porcada profesor con doctorado y dedicación completa. Aquellascentradas en la formación de profesionales son muy heterogénease incluyen las de carácter masivo, con ingreso irrestricto, y las quebuscan profesores con dedicación parcial que mantengan unafuerte actividad profesional. También el peso de la actividad deextensión y de transferencia de conocimientos es muy variableentre las universidades. Y por supuesto, no son pocas lasinstituciones mixtas, que combinan en su interior las diversasactividades mencionadas.

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Hay muchas maneras de preguntarse por la calidad de lasuniversidades. Los rankings más conocidos miden diferentesdimensiones. Por ejemplo, Osvaldo Barsky cita un ranking,publicado en 2001 por The Sunday Times, que evaluaba lassiguientes variables: “selección de los estudiantes, cociente entreacadémicos y estudiantes, alojamiento, tasas de egreso, númerode estudiantes con notas altas, gasto en biblioteca, valor de lasmatrículas, número de estudiantes de posgrado, y niveles ycalidad de empleo de los graduados”. En las universidadespúblicas argentinas no hay procesos de selección de losestudiantes de grado, la relación entre el número de docentes y lacantidad de estudiantes es altamente variable entre las disciplinas,y se ha dado prioridad a la cobertura territorial (acercar lainstitución universitaria a las zonas de residencia) antes que a laimplementación, por caso, de políticas de construcción dealojamiento. La “construcción de alojamiento” es un tema crucialen países cuya tradición cultural incentiva a los estudiantes adesplazarse hacia los centros universitarios. Pero pierde relevanciacuando el sistema prioriza la cobertura territorial. Por supuesto quela tasa de graduación es un tema problemático en la Argentina,que debe ser seriamente abordado teniendo en cuenta que elsistema de ingreso irrestricto siempre generará una tasa degraduación menor que la de aquellas universidades con fuertesrestricciones. La tasa de empleo de los graduados es un indicadorque refleja sólo en parte la calidad de la educación recibida. Laremanida historia de los ingenieros que manejan taxis no indicanecesariamente una baja calidad educativa en un contexto dedestrucción del aparato productivo.

Otro ejemplo es el famoso ranking de Shangái, que utiliza casiexclusivamente indicadores de la máxima producción científicamundial. El 90% de la evaluación apunta a identificar premios

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Nobel y premios Field (matemáticas) obtenidos por ex alumnos yprofesores, publicación de artículos y citaciones deinvestigaciones realizadas en la institución. Es decir, se trata de unranking que sólo mide el grado de investigación de la universidad,como dice Barsky, “de acuerdo a los parámetros dominantes enciertas comunidades académicas”. Se lo ha llamado el“harvardómetro” porque sólo se ocupa de universidades de “altagama”: abarca unas quinientas, equivalente al 2% del totalmundial.

Ahora bien, corremos el riesgo de que la parcialidad de estosrankings se traduzca en un conformismo del estilo “nosotroshacemos lo nuestro”. Desarrollar la capacidad de autorreflexióncrítica de las universidades es fundamental, puesto que una de lascaracterísticas más negativas de algunas casas de altos estudioses su incapacidad para transformar aspectos muy arraigados queno desempeñan ningún papel positivo en los objetivos de lainstitución. Pero desarrollar esa capacidad crítica y autocrítica noimplica adoptar criterios supuestamente universales que no seadaptan de modo efectivo a nuestras realidades.

Barsky postula cuatro críticas principales a los rankings. Enprimer lugar, la imposibilidad de evaluar objetos institucionalesdiversos, ya que no parece riguroso comparar una universidadgratuita y masiva con una universidad con selección exigentecuyo arancel ronda los 50 000 dólares anuales. Segundo, losrankings conllevan un modelo universitario implícito, que concibela calidad de una manera específica, dando por sentado que paratodo contexto y toda disciplina el modelo ideal es el de launiversidad de investigación. Tercero, para la evaluación de laproducción científica la forma de medición se encuentrafuertemente limitada por el predominio abrumador del idioma

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inglés, y por la publicación en revistas con referato (en detrimentode los libros).

Por último, que entre los Nobel a las ciencias no se hayaotorgado ninguno a las ciencias sociales expresa claramente lamentalidad de la época en que fueron creados esos premios(inicios del siglo XX). Resulta por lo menos extraño evaluar con elmismo criterio a las universidades del siglo XXI. Como no existenequivalentes a los premios Nobel en áreas como Historia oSociología, eso sesga también qué significa “investigacióncientífica”.

Vaya un ejemplo hipotético: pensemos en una universidad quehubiera contado, en su plantel de profesores, con intelectuales dela talla de Eric Hobsbawm, Clifford Geertz, Claude Lévi-Strauss,Michel Foucault, Pierre Bourdieu, Max Weber, Karl Marx y ÉmileDurkheim. Agreguemos, por si faltara alguien, a Sigmund Freud yMartin Heidegger. Ninguno de ellos fue “merecedor” de un Nobel.Tachado ese casillero, la pregunta que haría Shangái sería cuántosartículos han publicado en revistas con referato. La mayoría deellos ninguno, nunca. Y una minoría, sólo muy, muy pocos, y sinrelación con las obras que los convirtieron en verdaderos clásicosdel pensamiento. Pero hay muchos investigadores profesionalescuyo trabajo no tuvo la trascendencia del de ellos, que hanpublicado infinitamente más. De modo que, para las cienciassociales y las humanidades, Shangái carece de instrumentos demedición adecuados si lo que pretende es cuantificar la calidad.Estamos mostrando, así, que ese ranking ignoraría nuestrauniversidad imaginaria.

El Instituto de Sociología de la Universidad Friedrich Schiller deJena logró uno de los mejores puestos en las tablas clasificatoriasde los rankings alemanes. Aprovechando esta posición ventajosa,declaró públicamente que no participaría en el siguiente ranking,

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por considerar que tal como estaba diseñado no contribuía amejorar la calidad académica.

En fin, promover la evaluación es relevante. Lo que deben saberlos universitarios es qué se evalúa con cada ítem, cada indicador ycada manera de leer los datos. Y deben tener en cuenta que losrankings más conocidos sólo apuntan a un modelo deuniversidad.

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«Los años sesenta fueron la época dorada de la universidadargentinaLa decadencia del país se refleja en el hecho de que lamaravillosa universidad de los años sesenta nunca pudorecuperarse.»

A fines de la década de 1950 se inició un proceso demodernización en la Universidad de Buenos Aires. En muy pocosaños se crearon carreras como Sociología y Psicología. Al mismotiempo, se fundó la Editorial Universitaria de Buenos Aires(Eudeba), que con el lema “Libros para ser libres” renovó lapolítica de edición y distribución publicando masivamenteclásicos universales, con traducciones de primer nivel y suspropios puestos de venta en distintos puntos de la ciudad.También se expandió notablemente la investigación en general, yen ciencias exactas y naturales en particular, que se plasmó en lacreación del Conicet, el Instituto del Cálculo y la instalación de“Clementina”, la primera computadora.

Este proceso tuvo una serie de antecedentes ilustres: a inicios delos años cincuenta, se había fundado la Comisión Nacional deEnergía Atómica, la Dirección de Investigaciones Científicas yTécnicas, y en 1947 Bernardo Houssay se había convertido en elprimer argentino merecedor de un premio Nobel. Más tarde, en1970, Luis Federico Leloir ganaría el Nobel en Química, y en 1984,fuera del país, César Milstein también obtendría el Nobel. Los tresse formaron en la Universidad de Buenos Aires. Esa época terminóabruptamente durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, con la“Noche de los Bastones Largos”, en 1966, cuando la policíaingresó en la Universidad de Buenos Aires y reprimió a

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estudiantes y docentes. Cientos de científicos y profesoresrenunciaron a sus cargos. Muchos marcharon al exterior, en lo quefue el inicio de la “fuga de cerebros”. Otros pasaron a trabajar enel ámbito privado. Lejos de revertirse, la tendencia no hizo másque agravarse en los años que siguieron.

La dictadura de 1976-1983 forzó al exilio a numerosos profesorese investigadores del Conicet, destruyendo carreras, y coartandocualquier posibilidad de libertad de expresión. En 1983, el gobiernode Raúl Alfonsín reinstauró el ingreso irrestricto y normalizó lavida universitaria, pero la situación económica no permitióotorgarle el apoyo presupuestario que seguramente hubieraquerido. En los años noventa, aunque las universidades públicasfueron atacadas con recortes presupuestarios severos, nopudieron ser aranceladas como se proyectaba y lograron preservarun espacio de debate. Al mismo tiempo, ciertas medidas de ladécada, como la creación de nuevas casas de estudios –posiblemente ideadas para debilitar políticamente a lasuniversidades más populosas–, terminaron ampliando el accesociudadano a la enseñanza universitaria.

Resulta sorprendente que el mito de “todo tiempo pasado fuemejor” se aplique con tanta facilidad a la historia de la universidadargentina. Comparemos algunas variables de la realidad de 1960 yla de 2010. En 1960 había nueve universidades nacionales, y en2010 sumaban cuarenta y siete. Actualmente, en las veintitrésprovincias argentinas hay al menos una universidad pública. Casila mitad de las universidades públicas fueron creadas en losúltimos treinta años de democracia. En 1960 había 160 000estudiantes universitarios en el país, lo cual representaba el 0,8%de la población. Esa cifra se fue incrementando durante las últimastres décadas, así como la proporción sobre el total. En 2010 habíamás de 1 700 000 estudiantes, diez veces más que cincuenta años

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antes, y abarcaban el 4,3% de la población. En proporción, losestudiantes universitarios se multiplicaron por cinco en cincuentaaños. Entre 2001 y 2011 se sumaron 395 000 estudiantes al sistemauniversitario, lo cual implica un crecimiento del 28%. En el mismoperíodo, los egresados aumentaron un 68%, pasando de 65 000 a109 000 egresados anuales.

En términos comparativos, es indudable que tanto Brasil comoMéxico cuentan con sólidos sistemas universitarios en la región.Ahora bien, mientras el 4,3% de la población argentina estáconformado por estudiantes universitarios, en Brasil sólo alcanzael 3,4%, y en México, el 2,1%. Además, en la Argentina el 80%asiste a universidades públicas. Mientras aquí el 3,4% de lapoblación asiste a instituciones públicas, en México ese índicedesciende al 1,4%, y en Brasil, al 0,9%. Así, en este último caso,por cada estudiante del sistema público hay tres que asisten aestablecimientos privados, y la proporción de estudiantesuniversitarios en la población general está de todos modos pordebajo de la de Argentina.

En términos de calidad de la educación y la investigación en laArgentina, pueden ofrecerse muchos ejemplos positivos.Especialmente en el siglo XXI, se ha incrementado la cifra deinvestigadores del Conicet, de profesores con doctorados omaestrías, las redes internacionales, el regreso de investigadoresque trabajaban en el exterior. Ciertamente, no siempre es sencilloapreciar con perspectiva histórica las implicancias de los avanceslogrados en el país, pero no es posible ponerlos en duda. Entreellos, cabe mencionar la investigación sobre ADN, sobre cáncer,sobre mal de Chagas-Mazza, la creación reciente de vacunas yotros avances significativos de la ciencia, por no comparar laspujantes ciencias sociales que se iniciaban hace cincuenta añoscon el actual desarrollo institucional de programas, doctorados y

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redes internacionales. La llamada “época de oro” cosechó lospremios de Leloir y Milstein después de haber terminado, porqueningún descubrimiento de envergadura puede desarrollarse enpocos años. Las universidades públicas argentinas tienenproblemas y grandes desafíos que deben discutirse partiendo dela actual situación de clara mejoría.

El debate sobre la calidad debe enriquecer sus perspectivas. Unproblema se vincula a los estándares internacionales depublicaciones, patentes, graduados. Otro refiere al análisis de laincidencia de la investigación en la transformación económica ysocial. Tomemos el ejemplo de una carrera de economía quemuchas veces forma profesionales para el mercado financiero.Desde el punto de vista del sistema universitario, la preocupacióndebería ser que existan universidades donde también se formeeconomistas que realicen investigación de alto nivel con impactoen el desarrollo. Para eso, hay que establecer cuáles son laspluralidades de formación socialmente valorables y nunca dar porsentado que un proceso de formación puede estandarizarsecuantitativamente sin una reflexión analítica.

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«La universidad por sí misma genera oportunidades demovilidad ascendenteLos países con universidades fuertes son siempre másigualitarios. Cada universidad es una oportunidad deascender en la escala social.»

Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron mostraron que, contra elmito de que la universidad francesa generaba condiciones deigualación, las desigualdades entre clases se replicaban intactasen el ámbito académico.

El primer hecho indiscutible es que las clases sociales están muydesigualmente representadas en ese estrato. Así, es obvio que elhijo de un peón rural tiene menos probabilidades de acceder a laeducación superior que el hijo de un obrero textil, quien a su veztiene menos probabilidades que el hijo de un abogado o de unempresario. El segundo problema es que los jóvenes provenientesde los sectores más bajos, en caso de acceder a estudiossuperiores, tienen más oportunidades para realizar estudios enalguna rama técnica que para formarse en las profesiones liberales.Así se repite el círculo detectado por Paul Willis en la escuelasecundaria británica, donde se enseña a los hijos de obreros a serobreros, es decir que se reproduce el horizonte de clase social. Eltercer elemento es que los hijos de los trabajadores menoscalificados tienen estadísticamente más probabilidades deestancarse o retrasarse en sus estudios que los hijos de losempresarios o de los profesionales.

En palabras de Monique de Saint Martin, en esas circunstancias“la escuela, lejos de borrar desigualdades sociales, tiende atransformarlas en castas escolares”. El problema es grave. Si las

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desigualdades sociales previas tienen una enorme injerencia en eldesempeño educativo de los estudiantes, la educación puedeofrecer una apariencia de legitimidad a las desigualdadesestructurales.

En una sociedad donde el conocimiento es crucial, si todos losciudadanos tienen las mismas condiciones de acceso a ese“capital”, sus trayectorias personales ya no dependerán de laclase social o el nivel educativo de sus padres, sino de su propioesfuerzo y talento. Una sociedad aristocrática es aquella en la quelos privilegios se heredan. Una sociedad democrática es aquella enla que las diferencias no dependen de la herencia, sino delsacrificio y el compromiso. La mayoría de las sociedadesoccidentales se encuentran hoy en algún sitio entre estos dosextremos, pero lejos aún de la igualdad real de oportunidades.Según los países, hace unos dos siglos la nobleza fue abolida porley. Pero que la letra de la Constitución diga que todos somosiguales ante la ley no significa que esto sea efectivamente así. Noporque exista un espíritu maligno que lo impida, sino porque lasociedad todavía no ha asumido que la igualdad depende decondiciones sociales muy específicas.

Las universidades pueden tener una producción extraordinariade conocimiento y ser muy relevantes para el desarrolloproductivo o para el crecimiento cultural de un país. Y, al mismotiempo, pueden reforzar las desigualdades sociales. Que un geniode la física, la química o la filosofía trabaje en una universidadelitista no desmiente su talento. Pero su talento no desmiente laexistencia de la desigualdad.

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«A la universidad sólo accede una pequeña eliteSólo los ricos acceden a los estudios superiores.»

Desde el regreso de la democracia, las universidades públicasargentinas tienen ingreso irrestricto. Esta modalidad plantea uncontraste notable con los otros dos grandes sistemasuniversitarios latinoamericanos, el de Brasil y el de México, dondehay exámenes y cupos que limitan el porcentaje de los aspirantesque logran finalmente ingresar (en algunas carreras este no superael 10%). El mecanismo de ingreso irrestricto sorprende a muchosuniversitarios de otros países que visitan la Argentina,especialmente porque rompe una práctica habitual en otrassociedades, donde sólo los jóvenes que asistieron a excelentescolegios secundarios acceden a la universidad pública, mientraslas grandes mayorías acceden a universidades pagas (cuandopueden costearlas). En la Argentina, la universidad privada fue yes minoritaria; en la actualidad recibe un 20% del total deestudiantes.

Según el Censo Nacional, en 2010 había casi 1 400 000estudiantes en las universidades públicas y más de 350 000 en lasprivadas, totalizando más de 1 700 000 estudiantes universitarios.Es obvio que no todos terminan el secundario y, por lo tanto, losestudiantes de familias más pudientes tienen más probabilidadesde realizar estudios universitarios. Pero también es obvio que unacifra que se acerca a dos millones no refleja a una pequeña elite.Gran parte de los estudiantes trabaja y estudia, y un elevadoporcentaje, que alcanza el 70% en muchas universidades nuevas,no son hijos de universitarios. Son, por lo tanto, la primerageneración universitaria de sus familias. La ampliación del acceso

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constituye un avance altamente significativo. Pero no debemoscaer en el mito liberal que sostiene que eso, por sí solo, resuelve elproblema de la desigualdad.

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«El ingreso irrestricto a la universidad garantiza la igualdadde oportunidadesCuando todos pueden ingresar a la universidad, el trabajo enpos de la equidad está completo. De ahí en más, todo dependedel esfuerzo y el mérito de cada uno.»

La universidad pública argentina se ha caracterizado, en los treintaaños de democracia, por el ingreso irrestricto y la gratuidad, doscondiciones fundamentales para comenzar a considerar seriamentesi hay igualdad de oportunidades o no. Es sabido que el sistemapúblico brasileño (que, como el argentino, tiende a ser mejor que elprivado), al optar por un examen de ingreso, en los hechospermitió el acceso, mayormente, de los sectores sociales querealizaron sus estudios secundarios en establecimientos privados.Complementariamente, los sectores más desfavorecidos de lapoblación deben optar –si realizan estudios universitarios– por laoferta privada. En el caso de Chile, datos contundentesdemuestran hasta qué punto el sistema universitario, basado enaranceles altos para los estudios tanto públicos como privados,abiertamente reproduce las desigualdades sociales. Podría decirseque, cuando se rigen por la lógica pública, las universidadesencuentran enormes desafíos para contribuir a reducirdesigualdades sociales que no dependen de ellas. Cuando serigen por la lógica del mercado y el lucro, en cambio, simplementeson una pieza clave en el proceso de fabricación y reproducciónde las desigualdades.

A pesar de sus diferentes modos de acceso, tanto la Argentinacomo Brasil y México (donde también son muy pocos losaspirantes que pueden estudiar en universidades públicas) han

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buscado disminuir esta desigualdad creando nuevasuniversidades. Es decir, han ampliado la oferta pública y llegado azonas de las áreas metropolitanas y del país donde antes no habíaoferta educativa pública. Así, en la Argentina casi la mitad de lasuniversidades públicas se crearon en los treinta años dedemocracia.

Si bien representan avances relevantes, eso no quita que existanserias dificultades y contradicciones. El ingreso irrestricto noresuelve el problema de los jóvenes que ni siquiera terminan elsecundario. No obstante ello, la ampliación de la matrícula y elporcentaje creciente de jóvenes que son primera generación deuniversitarios significa claramente que la Argentina se hadesplazado hacia una sociedad más democrática. Pero la altadeserción durante el primer año, cercana al 50%, y la baja tasa degraduación dan cuenta de un problema irresuelto. Variasuniversidades públicas lo han advertido y comienzan a desplegarpolíticas para mitigarlo.

Los jóvenes sin padre o madre con estudios universitariosafrontan varios problemas, a pesar del ingreso irrestricto. Unestudio de Cerrutti y Binstock muestra dos aspectos clave. Por unlado, el pasaje a la educación superior y las posibilidades de éxitosiguen estando fuertemente condicionados por el estímulo, lacontención y los recursos recibidos de la familia. Por otro, laescuela tiene un rol compensatorio potencial. La importancia de lamotivación y el estímulo, tanto por parte de los docentes como poriniciativa de las instituciones, confirman que las acciones de laescuela media “se tornan trascendentes entre los adolescentessocialmente menos favorecidos”.

El incremento de la matrícula en educación superior es unfenómeno latinoamericano. Entre 1994 y 2006 la matrícula habríacrecido un 125%, lo cual favoreció a los sectores sociales con

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ingresos más bajos. Sin embargo, también es en esas franjasdonde se registra una mayor deserción. Por este motivo, lasmejores tasas de graduación registradas en la región en últimainstancia habrían beneficiado –para la CEPAL– a sectores de losestratos medios y altos. Los estudios señalan causas diversaspara esta “inclusión excluyente”; entre otras, la preparaciónacadémica desigual vinculada a la disparidad de la formaciónbrindada por la escuela media.

Sería absurdo, u otra mitomanía, concluir que la causa del“fracaso universitario” es la escuela secundaria, como muchasveces se escucha decir en los pasillos de las universidades. Enrealidad, el problema radica en que la mayoría de las veces lasexperiencias previas no logran romper con las desigualdadessocioeconómicas de los alumnos y sus familias. Y, por ahora, lamayoría de las veces tampoco la universidad lo consigue. “Lamayoría de las veces” es una cuestión estrictamente estadística.Hay graduados e incluso investigadores altamente reconocidosque jamás habrían podido hacer sus carreras de no haber contadocon un sistema de educación pública y gratuita en todos losniveles. Esos profesionales y profesores habrían sido excluidos entodos los países donde el arancel de los estudios de grado es unabarrera infranqueable para los sectores de menores ingresos. Perolas estadísticas alertan contra cualquier conformismo.

Ninguna política para reducir la deserción puede alcanzarresultados significativos sin la participación activa de losprofesores. En ese sentido, la idea del “carácter universal delderecho a la educación superior”, según sostiene Eduardo Rinesi,requiere evidentemente universidades gratuitas y abiertas yenseñanza secundaria obligatoria, pero no sólo eso. En palabrasde Rinesi, la educación universitaria sólo puede pensarse como underecho si todos los establecimientos públicos ofrecen la máxima

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calidad académica. No sería un derecho, en cambio, “si existiera enel sistema universitario público argentino una división entreuniversidades ‘de primera’ y universidades ‘de segunda’”. En esesentido, la deserción no es un fracaso de los estudiantes sino que“es la universidad la que fracasa”.

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«La autonomía de las universidades debe ser absolutaLa autonomía es una conquista histórica que debe serdefendida a capa y espada, en todas las situaciones, y demanera intransigente.»

Al preguntarnos si el sistema universitario argentino conformarealmente un “sistema”, estamos poniendo en evidencia unproblema. Para ser justos y no incurrir en mitomanías, diremosprimero que esa pregunta puede aplicarse con toda justicia a los“sistemas” de muchos países. Pero aquí nos interesa el nuestro.

Partamos de un ejemplo: ciertamente, la decisión de crear laUniversidad de Tierra del Fuego obedece a una perspectiva delsistema, ya que la oferta académica de la única provincia insulardel país era acotada y dependía de un rectorado ubicado a milkilómetros de distancia. Sin embargo, en no pocas zonas del paíshay universidades que replican ofertas académicas de casas deestudio muy cercanas, sin una visión racional decomplementación. No se trata de ensalzar la cooperación ydesterrar la competencia ya que esta última, bien concebida, puedeser positiva para el sistema: por caso, si cada establecimientobusca ofrecerles mejores condiciones edilicias a losinvestigadores o los estudiantes. Sin embargo, la cooperacióndebe ser la norma ética y política que rija al sistema público.

El gran desafío de la comunidad universitaria argentina es abrirsea un debate más amplio, planteando preguntas muchas vecesasordinadas. ¿Cuál es el criterio cuantitativo y cualitativo paracrear universidades nacionales? Frente a este interrogante, hayquienes oponen una resistencia cerrada, incluso frente anecesidades evidentes, como una universidad en Tierra del Fuego.

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Otros, por el contrario, proponen una universidad en cadamunicipio, o al menos en cada partido del conurbano bonaerensey de las principales ciudades del país. Cada paso adelante en estadirección será un paso atrás en la racionalidad pública del sistema.¿De dónde salió la idea de que allí donde haya un intendente debehaber también un rector, algo que no se verifica en ninguna partedel mundo? No alcanzan los recursos humanos ni el presupuesto,con lo cual la racionalidad pública contradice la presunción de quela cantidad de “universidades” debería ser idéntica a la de“localidades”. El Estado, entonces, tendrá que encontrar otrasrespuestas.

Entre ellas, un trabajo más articulado y sistemático entre lasuniversidades, dado que la competencia irracional, como yaanticipamos, va en desmedro del interés público. Es bueno que lasuniversidades compitan para destacarse en ciertas disciplinas oáreas, porque eso contribuye a pensar cómo mejorar. Lo negativoes que se instalen lógicas de competencia ajenas a las dinámicasde formación e investigación. Por eso, los líderes de lasinstituciones universitarias deben tener visión de largo plazo ygenerosidad, conscientes de que los principales frutos de susacciones se harán visibles con el tiempo, y de que la carrerauniversitaria de un estudiante es más extensa y más importanteque el mandato de un rector.

El criterio de la autonomía universitaria busca liberar a launiversidad de la manipulación del poder político. En algunospaíses, un cambio de gobierno implica, por ley, un cambio deautoridades universitarias, ya que los nombramientos se hacendesde arriba hacia abajo. La Argentina se asentó en la tradición,vigente en muchas universidades, de que las autoridades seeligieran autónomamente y desde abajo hacia arriba. Es decir,

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primero en las unidades académicas, después en el ConsejoSuperior y por último en el rectorado.

Pero la autonomía corre serio riesgo de tergiversarse, tantocuando se la utiliza para construir un feudo al margen de losmecanismos democráticos como cuando se la confunde conaislamiento y falta de compromiso con la realidad económica ysocial del país. Cuando se menciona este último punto muchosuniversitarios temen, y quizá con razón, que se recorte de lainvestigación y de los grandes debates todo aquello que norepresente una utilidad inmediata. En algunas instituciones, comodice Coraggio, “está todo muy corporativizado, y un proyecto decambio es visto como una amenaza”. Nada más alejado de nuestraperspectiva que una noción que pretenda instrumentalizar lasuniversidades públicas despojándolas de su carácter universal. Elpunto es que, como las universidades son los únicos centros deestudios que se gobiernan a sí mismos, son sus miembros quienesdeben desplegar debates fructíferos sobre los múltiples impactossociales del conocimiento. Impactos que abarcan los procesosproductivos, pero también la desigualdad social y laheterogeneidad cultural de un país que forma parte de una regióny de un mundo en permanente transformación. Ezequiel Leivasostiene que los universitarios debemos luchar contra un enemigo“sutil y próximo: la inercia, el egoísmo y la indiferencia ante losproblemas de nuestros conciudadanos (problemas nuestros a lapostre…)”.

Una vez asentados los procesos de cogobierno en eleccioneslibres, los universitarios debemos afrontar sin temor estasdiscusiones. En un contexto de crecimiento (de las universidades,sus presupuestos, la cantidad de profesores concursados,estudiantes y graduados), el debate se vuelve impostergable.

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«Las universidades necesitan adecuarse a la evaluación y lademandaToda acción universitaria debe responder a una demandasocial efectiva. La evaluación encaminará las dificultades delsistema.»

Es riesgoso que el debate sobre la calidad educativa, en lugar dedefinir precisamente la noción de “calidad”, se concentre en losinstrumentos de evaluación. Con el propósito de dinamizar larelación entre universidad y sociedad, la cultura neoliberal abriólas instituciones a la injerencia del mundo de los negocios, comosi la “sociedad” fueran exclusivamente las empresas y no lasorganizaciones sociales, el espacio público y los barrios excluidos.Se buscó definir orientaciones en función de la “demanda”,cuando, como se sabe, no siempre las sociedades “demandan” lainvestigación científica que puede generar una vacuna, nuevosdiseños urbanos o políticas públicas con mayor desarrollo social.Esa lógica mercantilista socava las bases mismas de una agendauniversitaria que, por otra parte, corre siempre el riesgo de terminaraislada para protegerse de esa contaminación.

En ese marco, se incorporaron valores y técnicas quedesplazaron la modalidad de gestión con predominio deacadémicos hacia una “gestión administrativa empresarial”. Así,comenzaron a primar criterios de eficiencia y resultados, sin unanálisis social y un debate político amplio respecto de lossignificados de la calidad ni los objetivos de mayor igualdadsocial.

En la Argentina del auge neoliberal y del discurso del mercado,se extendió la influencia de ciertos organismos multilaterales como

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productores y difusores del conocimiento experto, en particularmediante indicadores comparativos internacionales y laelaboración de los rankings mundiales. En contraste, ciertoscompromisos regionales clave asumidos en la última década, comola Conferencia Regional de Educación Superior de 2008,reafirmaron la educación superior como un bien público y social,un derecho humano y una responsabilidad del Estado.

En suma: la discusión sobre la calidad no debería reducirse a laevaluación como herramienta de mejoramiento y a la acreditacióncomo único medio apto para asegurarla. La evaluación, comocualquier otro instrumento, puede fácilmente regirse por la lógicamás afianzada en cada momento. Puede ser un artilugio oculto,una artimaña que un agente antiuniversitario pretenda imponerpara justificar políticas y programas predefinidos. Pero tambiénpuede ser un trámite burocrático, repleto de tecnicismos conapariencia de rigurosidad pero sin consecuencia alguna sobre losprocesos institucionales de mejora, más allá de generar en lasinstituciones estrategias de adaptación y resistencia. Se vuelvecada vez más imprescindible repensar la evaluación universitariapara que resulte útil como insumo de los grandes debates que laArgentina necesita transitar, siempre apuntando al mejoramientode la calidad sustantiva, a una ampliación del acceso que severifique en la permanencia y la graduación de los sectores menosfavorecidos, en el marco de un sistema universitario nacional quecontribuya a un desarrollo con mayor igualdad.

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Agenda para el futuro: cierre y aperturas

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Tal como ocurre en el amor, lo peor que puede sucederle a undiscurso educativo es la indiferencia. Si la mayoría de quienestuvieron la paciencia de leer este libro no se cuestionó, no puso enduda sus creencias, no se sintió representado o no se enojó,pues... hemos fracasado. Nuestro objetivo fue despertar el interésde los lectores hacia cosas que parecen simples pero en realidadno lo son. Las cuestiones de la escuela nos interesan a todos,aunque de un modo diferente, según nuestra condición social o laposición que ocupamos en el ámbito escolar. No es lo mismo ellector docente que el lector padre de familia, director, experto,funcionario, sindicalista, empresario, periodista o simpleciudadano atento a la cosa pública. Este libro pretendeinterpelarlos a todos, aunque damos por descontado que lasreacciones serán naturalmente diversas, como asimismo loscriterios de interpretación.

Con la crítica a ciertas creencias arraigadas y muchas vecesunilaterales hemos intentado confrontar ideas sobre lo que “es” laescuela con otras que sugieren o proponen lo que “debería ser”.

Antes de concluir queremos compartir algunos conceptosbásicos sin caer en “generalidades” o frases que, por pretenderdecirlo todo, no dicen absolutamente nada. Queremos ir un pocomás allá del balance sobre lo ya realizado para abordar “lo quehabría que hacer” a fin de construir un sistema escolar más justo,

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esto es, con mayor capacidad de garantizar aprendizajes potentesy valiosos para las mayorías hoy parcialmente excluidas.

Van a continuación algunos criterios generales para alcanzar unapolítica educativa justa:

1. Conservadores y reformistas. El funcionamientoactual del sistema escolar no es satisfactorio. Frente aesta situación, volver a un pasado utópico no sólo esinviable, sino (y felizmente) socialmente imposible: escosa de reaccionarios. Por otro lado, defender conobcecación la educación escolar que hoy se ofrece alas mayorías es propio de conservadores. Si uno eshonesto e inteligente, no puede defender loinstituido. Sólo queda una posición posible: reformar.Pero este es un verbo vacío de contenido si no se loespecifica. De hecho, en el escenario actual deAmérica Latina conviven en conflicto dos“reformismos”. Uno es el reformismo neoliberal(decimos “neo” para diferenciarlo del liberalismo delos “padres fundadores” de la escuela pública delEstado capitalista); el otro es el reformismoprogresista.

2. Reformistas progresistas. Gran parte del progresismoo bien abrazó el credo neoliberal (es el caso demuchos socialdemócratas europeos ylatinoamericanos) o mutó en una forma deconservadurismo involuntario. Esto ocurre cuandoquienes creen defender la educación pública seniegan a reconocer la obsolescencia de lasinstituciones (reglas y recursos) y la inadecuación delos agentes y procesos educativos. En otraspalabras: el avance de la educación pública exige un

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cuestionamiento profundo de las inercias y“herencias de la historia”. Los viejos “modos dehacer las cosas” no posibilitan una apropiación másdemocrática e igualitaria del capital cultural, sino todolo contrario. Lo que en determinado momentohistórico fue “racional” y progresivo puede volverseregresivo en otro. Por eso afirmamos que la defensadel ideal de educación pública pasa por la luchacontra la mercantilización de la cultura y elconocimiento. Y la realización práctica de esteprincipio pasa por la idea de “derecho al acceso a lacultura y el conocimiento”. No hay derecho sinEstado, esto es, sin la existencia de una instancia quereivindique la expresión y realización de interesescomunes y colectivos, democráticamente definidos ypuestos en práctica. Es “progresista” el que elige elderecho contra quienes optan por la mercantilizacióndel conocimiento y la cultura.

3. Principios, programas y recetas. Pero no basta tomarposición en el plano de los “principios” y “las ideas”.Además, hay que traducirlos en criterios de política yprogramas de acción. En este terreno los neoliberalescorren con ventaja porque poseen un paradigma y un“programa” que se traduce en fórmulas clave:competencia entre establecimientos;descentralización, autonomía y responsabilización delos establecimientos; definición de estándares yevaluación cuantitativa de procesos, políticas,programas, insumos, instituciones, docentes;resultados de aprendizaje para clasificar, jerarquizar,seleccionar, premiar y castigar; pago por rendimiento;

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gestión privada con financiamiento público;valoración según el criterio de utilidad, etc. EnAmérica Latina la propuesta neoliberal tiene suorigen en el capitalismo anglosajón, básicamentenorteamericano, y tuvo un campo de experimentaciónmasiva en Chile. Los resultados están a la vista y noson de ninguna manera satisfactorios.

4. El reformismo progresista: más principios quepropuestas. Los reformistas progresistas tenemosvarios defectos: estamos firmemente convencidos dela superioridad moral de nuestros principios (laigualdad, la justicia educativa, el predominio de lacalidad sobre la cantidad, la cooperación y lasolidaridad, la acción conforme a valores, lo colectivosobre lo individual) pero a veces tenemosdemasiadas inhibiciones cuando llega el momento decriticar lo instituido y proponer innovaciones ymejoras. Sin embargo, de seguir por ese camino,corremos el riesgo de defender lo indefendible. Encambio, las críticas de los neoliberales dejan traslucirpropuestas de transformación radical, precisamenteporque ellos tienen vocación de poder. Por lo tanto,el neoliberalismo no es “el problema”, sino unasolución equivocada a los problemas reales de laeducación nacional.

5. El reformismo progresista: la virtud de no tenerrecetas. Sin embargo, no disponer de recetas “llaveen mano” puede considerarse una virtud del campoprogresista. Las recetas uniformes, listas para seraplicadas por igual en Singapur, Suecia, Chile,Senegal, Nicaragua, Venezuela, la Argentina o en

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cualquier otro lugar del mundo (como las que se“venden” desde ciertos think tanks internacionales ysus partners nacionales) son sospechosas. Dehecho, la variedad de sistemas escolares es igual omayor que la de los “tipos de capitalismo”. El sistemaescolar y universitario norteamericano no tienemucho que ver con el alemán, el italiano o el francés.Después de todo, ¿por qué deberían ser homogéneoslos sistemas escolares si las sociedades (pese a laglobalización) son tan diferentes (y ojalá lo sigansiendo, porque la diversidad es riqueza)? Por lo tanto,“tener más principios que propuestas” no tieneporqué ser una desventaja de los reformistasprogresistas, sino todo lo contrario. Al fin decuentas, creemos que las políticas educativas no sólodeben ser democráticas en los “ideales”, sinotambién en la definición de programas y dispositivosinstitucionales. Estos no son meras aplicaciones derecetas o copias de modelos (de aquí o de allá) sinoauténticas creaciones colectivas en cuya gestación ydesarrollo intervienen en primer lugar quienes debenllevarlas adelante: los maestros, los funcionarios, lospadres organizados, los especialistas, los estudiantesde niveles secundario o terciario y la ciudadanía engeneral. Los programas de ninguna manera deben sercopia, sino resultado de la imaginación (que noexcluye el aprendizaje de otras experiencias) que tomaen cuenta la historia y las tradiciones de cadacontexto nacional y local, así como sus recursosactuales y potenciales.

6. Enriquecer las instituciones y a sus agentes. Las

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reformas educativas por lo general apuntan amodificar las dimensiones estructurales de lossistemas: es decir, la legislación, los reglamentos y elfinanciamiento. Otras apuntan a cambiar el “factorhumano” o subjetivo: es decir, el conocimiento, lasactitudes, los valores de los docentes introduciendomodificaciones en su formación inicial y permanente.En el fondo, detrás de estas reformas “parciales”están aquellos que creen que las acciones de losseres humanos son determinadas por una realidadestructural: “dime qué posición ocupas en unainstitución, cuáles son las funciones y recursos quese te asignan, y te diré qué haces”. Otros, por elcontrario, creen que hombres y mujeres hacemos loque hacemos en virtud de nuestros conocimientos,valores, voluntad, etc. Por lo tanto, para cambiar lasprácticas, unos apuntan a modificar las estructuras einstituciones y otros quieren “cambiar al serhumano” (al docente, al director, etc.) para volverlomás competente y virtuoso. Estas dos posiciones,cuando van por vías paralelas, son parciales y, enconsecuencia, ineficaces.Lo que se necesita es una política integral quemodifique y enriquezca a las instituciones y a losseres humanos que les dan vida. Estos no son nihéroes que hacen lo que hay que hacer,independientemente de las circunstancias y recursosde que dispongan, ni agentes de estructuras o merosengranajes que “hacen lo que se les prescribe” através de leyes, reglamentos u órdenes. Para poderalcanzar los resultados esperados, una buena política

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educativa (concebida con el horizonte de unasociedad igualitaria) debe ser integral: esto es, debeapuntar contemporáneamente al cambio de las reglasde juego, a proveer los recursos necesarios (no sólofinancieros, sino también tecnológicos yorganizacionales) para ese cambio, y también amejorar sustantivamente la formación, elconocimiento y las habilidades profesionales de losdocentes. En síntesis, se trata de enriquecer a lasinstituciones más pobres (a las quedesgraciadamente asisten los más pobres) desdetodos los puntos de vista, abarcando desde laprovisión de equipamientos tecnológicos einfraestructura física hasta regulaciones, fortalezainstitucional, identidad, prestigio social y mejorformación docente. Una buena escuela no es unconjunto de docentes “genios de la pedagogía” quetrabajan en un establecimiento infraequipado y pobreen recursos materiales y organizacionales. Tampocofunciona bien una escuela materialmente rica y bienorganizada, pero con docentes subcalificados. Encierto sentido, la escuela es como un equipo defútbol o un buen hospital: un conjunto de buenosdocentes o jugadores o profesionales de la salud,pero no sólo eso. Para hacer bien lo que tienen quehacer (enseñar, ganar partidos o curar), estosprofesionales requieren una institución fuerte quecuente con los recursos necesarios, una adecuadadivisión del trabajo, una conducción democrática queasigne recursos, que aliente, evalúe y forme a susagentes, que resuelva conflictos y, sobre todo, que

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oriente al conjunto hacia el logro de los objetivospropuestos. En síntesis, hay que invertir en lasinstituciones, en los docentes y en los otrostrabajadores profesionales de la educación.

7. Rediseñar las instituciones educativas. Lo quealgunos llaman el “formato escolar”, la formainstitucional de las escuelas, hunde sus raíces en elsiglo XIX. Pero la burocracia ya no debe ser elmodelo que oriente a las organizaciones escolares delsiglo XXI. Aunque podríamos decir que ya no setrata de burocracia en el sentido clásico del término:acción conforme a reglas o jerarquías. El sistemaescolar guarda las apariencias de la burocracia, peronos equivocaríamos si pensáramos que “lo quesucede en las escuelas” es lo que está previsto en lasleyes y reglamentos. Por eso algunos preferimosllamarlas “burocracias degradadas”, que sóloguardan las apariencias: las reglas y reglamentosestán allí, pero ya no tienen la fuerza suficiente paraorientar las prácticas de funcionarios y docentes.¡Hoy en día “trabajar a reglamento” se ha convertidoen un modo de sabotear a una institución…! Esprobable que haya que inventar otra institución, conotros programas, otra pedagogía, otros agentesprofesionales además de los docentes y pedagogos.También con más tiempo de clase yfundamentalmente con otro uso del tiempo escolar,otra división del trabajo pedagógico, que no repliquelas disciplinas del campo científico sino que integreconocimientos en áreas problemáticas. Donde losdocentes tengan una asignación exclusiva que

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garantice su identificación y pertenenciainstitucional, como asimismo el trabajo en equipo consus colegas de otras áreas. Donde el horario y el“reglamento” permitan el trabajo conjunto delprofesor de matemática con el de lengua, el detecnología, el de arte, por ejemplo en el montaje deuna obra de teatro o la producción de un audiovisual.Muchos de los ideales de la vieja y buena pedagogía(la formación integral, los centros de interés, lapedagogía por proyecto, el taller, la integración deteoría y práctica, ética y ciencia, ciencias naturales yciencias sociales) no son posibles justamente por losobstáculos que presenta el formato institucionaldominante. En materia de innovación, la escuelainstitucionalizada puede aprender mucho de lasviejas y variadas experiencias de educación noescolarizada que se desarrollan con éxito reconocidotanto en nuestro país como en el resto de AméricaLatina y en todo Occidente.

8. Enriquecer y diversificar las profesionesrelacionadas con la educación escolar. Lacomplejidad, novedad y variedad de los desafíos dela educación de masas en la Argentina actual obliga adiseñar un nuevo y más jerarquizado sistema deformación inicial y permanente para viejos y nuevosprofesionales de la educación. No pueden existirinstituciones “nuevas” con agentes “viejos”. Losagentes educativos no pueden ser profesionales desegunda o semiprofesionales formados de modo“imperfecto” para luego “perfeccionarlos” medianteprogramas específicos. Un pedagogo de la Argentina

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del siglo XXI debería aspirar a tener un nivel deposgrado, cosa nada fácil para un graduado de losactuales IFD. Nada debe dejar de cuestionarse. Hayque volver a preguntarse si el esquema actual deformación docente en instituciones no universitariases el más conveniente para garantizar una altaformación profesional o si convendría articular losIFD (o al menos algunos de ellos) con lasuniversidades reconocidas. Nada debería quedar“más allá de toda discusión”, aunque muchasinstituciones escolares todavía reivindiquen sucarácter casi sagrado. Hay que atreverse a discutir yde ese modo ensanchar el campo de la imaginación.Lo cierto es que más de mil instituciones deformación docente no pueden de ningún modogarantizar una calidad promedio de instrucción queesté a la altura de la complejidad y variedad de losproblemas que los futuros profesionales deberánenfrentar, gestionar y resolver en las institucionesescolares.Por último, habrá que ir más allá de las consignas(“elevar la calidad de la formación profesional de losdocentes”) para discutir y definir saberes ycompetencias específicas. En otras palabras: hay queresponder a la pregunta sobre qué es lo que debesaber un profesional de la educación básica en laArgentina de hoy y del futuro mediato; es decir,cuánto conocimiento de contenidos (matemáticas,lengua y literatura, ciencias naturales, cienciassociales, tecnología, etc.) y cuánto de pedagogía ydidáctica (qué y cómo enseñar, cómo hacerlo en un

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contexto de diversidad, cómo garantizar aprendizajesbásicos, cómo desarrollar el interés, la motivación, lacuriosidad y la pasión y la disposición al esfuerzopara estudiar, cómo evaluar) debe tener. Quécompetencias sociales debe desarrollar:competencias comunicativas, capacidad demediación, resolución de conflictos, trabajo enequipo con colegas, desarrollo de proyectoscolectivos, interactuación con las familias de losalumnos, los directivos y los colegas, control deprejuicios y expectativas). ¿Cuáles competenciaséticas son necesarias para ejercer el trabajo docente ycómo hay que desarrollarlas? ¿Qué significa quetodos tienen “derecho” a la educación y alconocimiento? ¿Qué supone la extensión de laobligatoriedad de la educación básica? ¿Cómo sehace para incluir en el conocimiento (y no sólo en lasinstituciones) a los excluidos? ¿Qué estrategiaspedagógicas corresponde emplear para lograr ese“zócalo común de conocimientos” que debenalcanzar todos los ciudadanos, independientementedel lugar que ocupan y ocuparán en la sociedad?¿Qué clase de formación social e histórica debe tenerun buen docente?Cabe preguntarse también cómo facilitar el ingreso nosólo a la vida laboral, sino también familiar, social,política de las nuevas generaciones si no se tiene unaidea cabal acerca de la estructura y dinámica de lasociedad en la que se vive y trabaja. Estas y otraspreguntas deben hacerse, aunque no tenganrespuestas fáciles o unívocas, para definir un nuevo

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horizonte cultural y cívico; y no sólo profesional delos nuevos agentes del sistema escolar. Cualquierreforma de la formación docente que no se planteeestas preguntas básicas correrá el riesgo de lasuperficialidad, la liviandad o bien de ser una meraenunciación tecnocrática huérfana de sentido yracionalidad social.

9. Condiciones de trabajo, progreso en la trayectorialaboral y sistema de premios y recompensas para losprofesionales de la educación. No hay políticaexitosa de elevación cultural de los profesionales dela educación sin un adecuado replanteamiento de lossistemas de acceso, progreso, oportunidades deformación permanente y remuneraciones del trabajodocente. Así como no existe una relación inmediata yproporcional entre una mejora en los salariosdocentes, la calidad de su trabajo y los aprendizajesde los alumnos, tampoco puede pretendersetransformar la formación inicial (y por lo tanto hacerlamás exigente) si no se ofrecen mejores oportunidadesen cuanto a condiciones de trabajo y salarios. Aquítambién se requieren intervenciones integrales yprogresivas. Los cambios en el campo laboral nopodrán hacerse sin la participación activa de lossindicatos, en tanto organizaciones representativasdel colectivo docente. Creer que casi un millón dedocentes pueden “participar” en forma individual enla formulación y diseño de políticas de mejoramientode su propio campo laboral es un imposiblesociológico. Sólo podrían hacerlo respondiendo a uncuestionario aplicado a una muestra representativa…

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pero esto nos proveería una suerte de distribucióngeneral de opiniones o tomas de posición sobrecuestiones preestructuradas por los encuestadores.En las sociedades modernas, la única democraciaposible es la democracia representativa. Losindividuos participan a través de las organizacionespolíticas, sociales o sindicales que los “representan”y en las cuales pueden hacer “oír” su voz. Por lotanto, no habrá política educativa democrática sinparticipación de las organizaciones sindicalesdocentes y otras formas de representación de esecolectivo.Pero cabe recordar que la educación no es un asuntoque compete sólo a los sindicatos y al Estado comogran empleador o financiador del sistema escolar. Laescuela es un asunto de ciudadanía y de todos. Elproblema es que todavía no la perciben de estamanera los otros grandes actores colectivos, comopor ejemplo los partidos políticos, los sindicatos, lasasociaciones profesionales, que en general tienden aconsiderar los temas de la escuela como un asunto“de segunda categoría”, un adorno que no puedefaltar en los discursos y los programas que loscandidatos presentan en las elecciones.

10. En las sociedades actuales, la cuestión escolar esobjetivamente política. A algunos (los dominantes)no les conviene esta perspectiva. Les parece bienque sea un asunto de ministros nacionales yprovinciales y sindicatos docentes, pero prefierenque no ocupe un lugar de privilegio en la agendapolítica, junto a las cuestiones económicas, fiscales,

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de seguridad y de orden público. Pero nosotrosqueremos afirmar que la cuestión escolar esobjetivamente una cuestión política porque tiene quever –nada más y nada menos– con el desarrollo de uncapital en las personas. Decimos “desarrollo” porqueel conocimiento y la cultura son bienes particularesque no se pueden distribuir. Si la matemática o lalengua pudieran distribuirse, como la tierra en unareforma agraria, entonces todo dependería pura yexclusivamente de la voluntad política. Por lo tanto,quienes deseamos construir una sociedad más justaafrontamos hoy dos problemas interrelacionados: a)El conocimiento se ha convertido en un capital; esdecir, en una riqueza que produce otra riqueza cuyaposesión define cada vez más la posición (política,social, etc.) que los individuos y los grupos ocupanen la sociedad. Esto no quiere decir que el dinero, elpoder, el prestigio y la fama no cuenten, sino quetambién cuentan, mucho más que en el pasado, elconocimiento y los títulos que el sistema educativodesarrolla y garantiza. b) La segunda cuestiónproblemática es que, como ya dijimos, este capital nose puede distribuir. Nadie puede apropiarse de él porla fuerza. No es posible distribuir el conocimiento“tomando y controlando” el Palacio Pizzurno, dondemuchos creen (ingenuamente) que se toman lasgrandes decisiones que afectan la inclusión y laexclusión escolar… Retomando el ejemplo de la tierra,los excluidos de la posesión de ese bien teníanconciencia de que gran parte de sus desgracias sedebían al latifundio y por eso se organizaron y

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lucharon por la “reforma agraria”, y todavía siguenhaciéndolo en algunos contextos nacionales deAmérica Latina. En cambio, los excluidos del cálculode probabilidades o de la comprensión lectora tienenpoca o ninguna conciencia de su exclusión y enmuchos casos imputan esa falta a su propia voluntado “inteligencia” (“no me gusta estudiar”). La luchapor el conocimiento es una lucha política, por eso essociológicamente imposible un maestro “neutral”,que “no se mete en política” o no “deja entrar lapolítica” en el aula. De una manera u otra, todostomamos posición con nuestra acción o inacción. Siel acceso a los conocimientos básicos es un derechode todos, su realización práctica es objeto de lucha.Una vez alcanzado el meollo de la cuestión escolar, seacaban los consensos fáciles de la “educación paratodos” traducida en “escolaridad para todos”. Si sepone el conocimiento en el centro de la agendapolítica y educativa, habrá que definir de quéconocimiento estamos hablando. ¿Se tratasimplemente de “socializar” o también de aprender aexpresarse, a comunicar en todas sus formas y acalcular? Es probable que haya que hacer las doscosas al mismo tiempo, pero lo que no puedeobviarse es definir prioridades y objetivos claros deaprendizaje, al menos para el ciclo de escolaridadbásica obligatoria. Quien prioriza también descarta.Habrá que dejar de esperar todo de la escuela yorientar sus esfuerzos hacia aquellos aprendizajesque son valiosos y sólo la escuela puede garantizaren forma masiva.

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Acerca de la argentinidadMitos patrioterosMitos decadentistasMitos de lo nazionalMitos racistasMitos de la unidad cultural de la ArgentinaMitos sobre la Capital versus el InteriorMitos de la sociedad inocenteMitos sobre el Estado boboMitos sobre los impuestosMitos sobre el peronismoMitos sobre los sindicatos y las luchas socialesMitos del granero del mundMitos sobre el poder de los mediosMitos del falso igualitarismoEpílogo: MitolandiaLecturas para profundizar

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La escuela y la cuestión socialEnsayos de sociología de la educación

Índice

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Introducción

Primera parte1. Problemas sociales del nuevo capitalismo2. Escolarización con pobreza: desarrollo reciente de laeducación básica en América Latina3. La educación escolar y la nueva “cuestión social”4. La desigualdad como producción social. Modelosanalíticos de la interacción profesor-alumno5. Exclusión social con escolarización masiva. Algunosdilemas de política6. Exclusión social y acción colectiva en la Argentina dehoy

Segunda parte7. En casa de herrero cuchillo de palo. Producción y usode conocimientos en el servicio educativo8. Del intelectual orgánico al analista simbólico9. Hacia una ciencia social histórica10. Las palabras y las cosas de la educación11. Investigación y política educativa: el diálogo necesario

Fuentes

Bibliografía

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Índice

Índice 2Colección 4Portada 5Copyright 6Epígrafe 7Agradecimientos 8Introducción 91. Mitos de la decadencia educativa 202. Mitos sobre los alumnos 523. Mitos sobre los docentes 714. Mitos sobre lo que la escuela debe enseñar 1125. Mitos sobre la autoridad, el orden, la disciplina yla violencia escolar 151

6. Mitos sobre la escuela pública y privada 1887. Mitos sobre la educación y la igualdad 2028. Mitos sobre las soluciones mágicas para laeducación 216

9. Mitos sobre el presupuesto y el federalismo 249

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10. Mitos sobre las universidades 267Agenda para el futuro: cierre y aperturas 294Referencias bibliográficas 310Otros libros de los autores 324

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