misse, michel (2010) la acumulacion social de la violencia

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Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=77416997002 Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Sistema de Información Científica Michel Misse La acumulación social de la violencia en Río de Janeiro y en Brasil: algunas reflexiones Co-herencia, vol. 7, núm. 13, julio-diciembre, 2010, pp. 19-40, Universidad EAFIT Colombia ¿Cómo citar? Fascículo completo Más información del artículo Página de la revista Co-herencia, ISSN (Versión impresa): 1794-5887 [email protected] Universidad EAFIT Colombia www.redalyc.org Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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  • Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=77416997002

    Red de Revistas Cientficas de Amrica Latina, el Caribe, Espaa y PortugalSistema de Informacin Cientfica

    Michel MisseLa acumulacin social de la violencia en Ro de Janeiro y en Brasil: algunas reflexiones

    Co-herencia, vol. 7, nm. 13, julio-diciembre, 2010, pp. 19-40,Universidad EAFIT

    Colombia

    Cmo citar? Fascculo completo Ms informacin del artculo Pgina de la revista

    Co-herencia,ISSN (Versin impresa): [email protected] EAFITColombia

    www.redalyc.orgProyecto acadmico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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    En este artculo se analiza el comportamiento de la vio-lencia en Ro de Janeiro, y en general en Brasil, desde un proceso social de larga duracin que se caracteriza

    como una acumulacin social de la violencia, el cual si bien es ms visi-ble en Ro de Janeiro y en So Paulo, se expande por las grandes ciudades brasileas. El ncleo principal de la espiral de violencia, es la resolucin de conflictos mediante un recurso inmediato al arma de fuego. Dos dimen-siones retroalimentan el ncleo de la acumulacin social de la violencia, a saber, la acumulacin de redes de venta al menudeo de mercancas ilcitas con base en la sujecin criminal en las reas pobres de la ciudad y el au-mento de la oferta de mercancas polticas que llev a la acumulacin de determinadas uniones entre diferentes mercados informales ilegales y, luego, a la sobreposicin de diferentes tipos de mercancas ilegales con mercancas polticas.

    Palabras claveViolencia, seguridad urbana, Ro de Janeiro, Brasil, mercados ilegales, mer-cancas polticas.

    Social accumulation of violence in Rio de Janeiro and Brazil: some reflections

    In this article the performance of violence in Ro de Janeiro, and in general in Brazil, is analyzed consider-ing a long-term social process that is characterized as a

    social accumulation of violence. This process even being more visible in Rio de Janeiro and So Paulo, it extends through the main Brazilian cities. The core of this spiral of violence is the solution of conflicts appealing immediately to the firearms. Two different dimensions feedback the core of the social accumulation of violence, namely, the accumulation of sales network, with retail price, of illicit products on the basis of the criminal subjection in the poorest areas of the city and the rise of offer of political merchandise that led to a accumulation of certain connections between different illegal and informal markets and, then, to the overlapping of di-verse kind of illegal merchandise with political merchandise.

    Key wordsViolence, Urban Security, Rio de Janeiro, Brazil, illegal markets, political merchandise.

    Revista Co-herencia Vol. 7, No 13 Julio - Diciembre 2010, pp. 19-40. Medelln, Colombia (ISSN 1794-5887)

    La acumulacin social de la violencia en Ro de Janeiro y en Brasil: algunas reflexiones*Recibido: agosto 11 de 2010 | Aprobado: septiembre 29 de 2010

    Michel Misse**[email protected]

    * Este texto constituye una sntesis de investigacio-nes sobre violencia y so-ciedad en Brasil que se han desarrollado dentro del Ncleo de Estudios en Ciudadana, Conflic-to y Violencia Urbana de la Universidad Fede-ral de Ro de Janeiro.

    ** Doctor en Sociologa. Profesor de sociologa, Universidad Federal de Ro de Janeiro (UFRJ) y director del Ncleo de Estudios en Ciudada-na, Conflicto y Violen-cia Urbana de la misma Universidad.

    Resumen

    Abstract

  • 20 La acumulacin social de la violencia en Ro de Janeiro y en Brasil: algunas reflexionesMichel Misse

    Introduccin

    Cuando empec a investigar este tema en Ro de Janeiro a principio de los aos setenta, no se hablaba de violencia urbana en Brasil. Haba pocos estudios sobre criminalidad y se deca con naturalidad que Brasil era un pas habitado por personas cordiales, un pas sin violencia, un pas pacfico. Tal vez eso explica la poca atencin dispensada a ese campo temtico en las ciencias sociales, aun cuando en los Estados Unidos y en Europa Occidental las inves-tigaciones sobre criminalidad alcanzaban su cima acadmica. Hoy sabemos, despus de treinta y tantos aos, que haba mucha ilusin en esa concepcin de nuestro pas. Despus de todo, en ella, repri-mimos siglos de esclavitud, los siglos de esa esclavitud que sigui en vigencia en el ltimo pas del mundo que la aboli.

    Todava a principio de los aos ochenta, cuando empezaron los primeros estudios sobre violencia urbana en Brasil, era posible co-nocer an a viejos ex-esclavos que vivan en algunas antiguas reas de produccin de caa de azcar o de caf. Tuve la oportunidad de conocer a uno de ellos en Campos de Goytacazes, al norte del Estado de Ro de Janeiro. Era muy extrao hablar de Brasil con tal negacin de la violencia de la esclavitud, pues era perfectamente posible para gran parte de la poblacin brasilea sentir todava las marcas del ltigo en los relatos de cada familia. En el siglo XVIII haba ms negros que blancos entre la poblacin brasilera. Como el esclavo viva una media de solamente siete aos en la plantacin y la miscegenacin pas a ser una forma de movilidad social, la po-blacin de negros baj a diez por ciento a fines del siglo XX.

    A fines del siglo diecinueve el proceso de transicin de la escla-vitud al trabajo libre, releg a un gran nmero de los descendientes de esclavos a una posicin marginal en la economa urbana del pas, desarrollada con la continua inmigracin de europeos del Medite-rrneo, alemanes, sirio-libaneses y japoneses iniciada a mediados del siglo diecinueve hasta la mitad del siglo veinte. Adems, en el corto perodo de veinte aos, entre 1950 y 1970, en ciudades como Ro de Janeiro y So Paulo se triplic su poblacin, en un movimiento demogrfico sin paralelo, llevndolos desde el interior del pas a las grandes ciudades costeras. Fueron a agrandar las favelas y viviendas

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    de pobreza urbana y la ocupacin desenfrenada de la periferia me-tropolitana, invirtiendo, en una sola generacin, la designacin del Brasil de pas eminentemente rural para uno de los grandes centros urbanos del mundo.

    Slo al terminar la dictadura de Vargas en 1945 y, por tanto, despus de la Segunda Guerra Mundial, se realiz un esfuerzo por integrar a la ciudad la poblacin urbana marginada, es decir, a los migrantes internos, la mayora de ellos de otros estados del sudeste y el noreste. Ese esfuerzo, del cul participaron polticos populistas y parte de la Iglesia Catlica, fue interrumpido bruscamente por la reaccin conservadora de las clases medias residentes en las zonas ms ricas de la ciudad que apoyaron la poltica del desplazamiento de las favelas de las reas nobles de Ro hacia la periferia urbana y que, en el plano poltico, respaldaron el golpe militar de 1964, que le dio fin al populismo en Brasil.

    En mi opinin, no hay forma de comprender que cerca de 60 mil jvenes hayan sido asesinados en Ro de Janeiro en los ltimos diez aos sin que estas muertes sean asociadas a un proceso social de lar-ga duracin que he caracterizado como una acumulacin social de la violencia. Aunque este proceso es ms visible en Ro de Janeiro y en So Paulo, el mismo se expande con las diferencias de cada regin por las grandes ciudades brasileas y alcanza, incluso, a algunas ciu-dades medianas dentro del rea de influencia de las metrpolis. En mis trabajos procuro enfocar este proceso como un crculo vicioso de factores que se retroalimentan de forma acumulativa. El ncleo principal de esta espiral de violencia es la resolucin de conflictos mediante un recurso inmediato al arma de fuego. La polica de Ro de Janeiro, por ejemplo, comenz a matar a delincuentes o sospe-chosos de las clases populares de forma sistemtica ya en los aos 50, practicando lo que denomino sujecin criminal1 de los pobres urbanos. Para quienes imaginan que, en aquella poca, Ro era una ciudad pacfica, es suficiente recordar que la tasa de homicidios en la ciudad ya era la ms alta de las Amricas para ciudades con ms de

    1 Comprendo la sujecin criminal como el proceso social a travs del cual son seleccionados preventiva-mente los supuestos sujetos que compondrn un tipo social cuyo carcter es socialmente considerado como propenso a cometer un delito. Vase (Misse, 2008; 2009).

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    un milln de habitantes cerca de 12 homicidios por cada 100 mil habitantes. Hoy esta tasa es cinco veces mayor y no parece reducirse desde hace por lo menos dos dcadas.

    Ese ncleo del espiral de acumulacin social de la violencia se retroalimenta a partir de dos dimensiones importantes, ambas cons-tituidas por formas ilegales de intercambio, es decir, por mercados ilegales: 1) la acumulacin de redes de venta al menudeo de mer-cancas ilcitas (quiniela clandestina, bienes robados y drogas) con base en la sujecin criminal acumulada a lo largo de dcadas en las reas pobres de la ciudad; 2) el aumento de la oferta de mercan-cas polticas2 que llev a la acumulacin de determinadas uniones realizadas histricamente entre diferentes mercados informales ile-gales (como lo fue inicialmente el jogo do bicho (una quiniela clandestina) y, posteriormente, otros mercados ilcitos como el de la cocana) y luego a la sobreposicin de diferentes tipos de mercancas ilegales con mercancas polticas.

    Pienso que esta sobreposicin de mercados tiene ms importan-cia para la comprensin del problema de la violencia en Ro de Ja-neiro, que la relacin estereotipada (y hoy universal) entre consumo de drogas y crimen. Exploro tambin la hiptesis de que estas unio-nes se alimentan de una contradiccin entre polticas de crimina-lizacin adoptadas y la evaluacin estratgica que se da en las bases criminales y policiales en su implementacin. Esta contradiccin, al reforzar la percepcin social de impunidad y, por lo tanto, la re-accin moral de la sociedad, termina reproduciendo las condiciones especficas en que estas mismas uniones peligrosas se desarrollan.

    Mercados ilegales y mercancas polticas

    A lo largo de los diferentes ciclos polticos y econmicos de la ciudad y constituyndose, en cada coyuntura, por una continuidad

    2 Denomino mercancas polticas al conjunto de diferentes bienes o servicios compuestos por recursos polticos (no necesariamente bienes o servicios pblicos o de base estatal) que pueden ser constituidos como objeto privado de apropiacin para intercambio (libre o forzada, legal o ilegal, criminal o no) por otras mercancas, utilidades o dinero. Lo que tradicionalmente se llama corrupcin es uno de los tipos ms principales de mercanca poltica. El clientelismo es por su parte una forma de poder basada en el intercambio de diferentes mercancas (polticas o econmicas) generalmente legal o tolerada pero moralmente condenada por su carcter jerrquico y su estructura asimtrica. En Brasil, las fronteras entre clientelismo y corrupcin por ser moralmente tenues tienden a reforzar y ampliar el mercado informal ilegal y criminal. Vase (Misse, 2009).

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    de prcticas y habilidades especficas capaz de absorber al trabajador precario, nativo o inmigrante (y ms tarde migrante), existe toda una historia sumergida de mercados ilcitos en Ro de Janeiro: mer-cados de regateo que ofrecen mercancas de contrabando o robadas y servicios indeseables; mercados de placer y vicio que involucran drogas, mujeres, juegos de azar, comercio de derechos de autor y revistas pornogrficas; mercados que explotan la pobreza y la despro-teccin econmica, que involucran prstamos de alto riesgo, recep-tacin, cautelas y consignaciones. Dejando de lado el comercio frau-dulento de empresarios establecidos, algunos de los cuales financian parte de los mencionados mercados ilcitos, Ro de Janeiro puerto importante, capital federal hasta los aos 50 y polo principal de las comunicaciones va radio y, despus televisin ofreca ms alter-nativas al trabajo precario que la mayora de las ciudades brasileas, por lo menos hasta la dcada de los 60, rasgo que la transform en una ciudad atractiva para diferentes tipos de migrantes internos.

    La verdad es que los mercados informales y los mercados ilega-les, que siempre existieron en Ro y que quedaban confinados a al-gunas reas (como la prostitucin popular en el Mangue3 y las bocas de fumo4 en las favelas), se expandieron de forma extraordinaria desde mediados de la dcada de los 70. Lo que antes perteneca a un espacio social reservado (en un territorio fsico como los morros5 de la ciudad, o no) y era representado como un submundo (incluso, especialmente, por su localizacin) se expandi por todo el tejido social, cobrando una dimensin mucho ms generalizada, difusa y pblicamente conocida.

    Ruggiero y South (1997) proponen denominar bazar a este fenmeno reciente, en que la ciudad occidental adquiere los rasgos de un enorme mercado oriental, con su multiplicidad de tiendas y puntos, con sus negociaciones incesantes, sus dimensiones tcitas, maniobras propias y habilidades especficas. Una feria post-moder-na que traspasa todas las reglamentaciones convencionales. Para

    3 Localizado en el centro de Ro de Janeiro, se trata de una regin surgida a inicios del siglo XX, utilizada por mucho tiempo para abrigar casas de prostitucin. Actualmente, tal actividad fue desplazada hacia otra rea de la ciudad y all se localiza la Municipalidad de la ciudad.

    4 Expresin coloquial para referirse a puntos de venta de drogas.5 Morros es la palabra portuguesa que se refiere a los montculos caractersticos de la ciudad de Ro de

    Janeiro. Por razones histricas, en ellos se concentran la mayora de favelas del centro de la ciudad.

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    estos autores es propio de la ciudad moderna-tarda que las fronteras morales entre legalidad e ilegalidad se atenen o sean constante-mente negociadas. Como sus referencias son las grandes ciudades europeas y norteamericanas, la diferencia con la ciudad moderna clsica, fabril, fordista y organizada, queda bien enfatizada. En el caso de Ro de Janeiro (como en otras grandes ciudades brasileas y del llamado Tercer Mundo) que, en cierto sentido, siempre hos-ped (aunque de forma diferenciada) un bazar de mercados de este tipo, el anlisis debe privilegiar menos la oposicin con el tipo ideal de ciudad moderna, que por aqu no se realiz de forma completa, y ms las diferencias de coyuntura y territorialidad de su historia.

    Lo que distinguira un mercado formal de un mercado in-formal sera, en general, su mayor o menor participacin en un conjunto de reglamentaciones estatales. Sin embargo, la lgica del mercado produce relaciones complejas (y en muchas ocasiones con-tradictorias) de estas reglamentaciones legales. Entre stas, se en-cuentra la reglamentacin de mercancas cuya oferta (y en algunos casos cuyo consumo) est criminalizada, esto es, susceptible de ser encuadrada legalmente como delito. El mercado criminalizado es, as, doblemente informal: es necesariamente un mercado informal de trabajo, porque la criminalizacin de las mercancas que produce o vende lo alivia de cualquier tipo de reglamentacin formal de las relaciones de trabajo y de las obligaciones tributarias, adems de ser un mercado de circulacin de mercancas ilcitas, cuya actividad est, en s misma, criminalizada.

    La criminalizacin de un determinado tipo de mercanca depen-de de su significado contextual para el orden pblico, para la reac-cin moral de la sociedad y para sus posibles (o imaginarias) afinida-des con otras mercancas o prcticas criminalizadas. Por ejemplo, la mercanca juego de azar, en Brasil, est regulada de diferentes for-mas, aunque su prohibicin legal, casi siempre, se haya fundamenta-do en justificaciones morales. Si el lucro fuera para obras sociales y la actividad no estuviera regulada, podra ser tolerada o hasta permi-tida; si est circunscrita a determinados espacios privados, sin confi-gurar un emprendimiento, es tolerada legalmente; si se desarrolla en ciertas regiones, previamente designadas y bajo control, como en el

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    proyecto que prev la liberalizacin de casinos en las localizaciones hidrominerales, puede ser legal; finalmente, si est controlada por el Estado y no tiene fines lucrativos, como las loteras federales o esta-tales, o como en el caso de los bingos sin fines lucrativos, ha sido considerada legal.6 Es evidente que el componente criminalizador del juego de azar es, en este caso, el fin lucrativo privado, es decir, su transformacin en mercanca y empresa. Esta contextualizacin de la designacin criminal sigue, evidentemente, cursos de inters a expensas de otros, lo que posibilita a diferentes actores sociales una evaluacin estratgica del juego de azar como una mercanca especial y no solamente como un problema moral.

    Ese debilitamiento de la dimensin moral que llev a la crimi-nalizacin de una mercanca, la misma dimensin que justificara, en ltima instancia, el mantenimiento de su criminalizacin, abre innumerables espacios sociales de maniobras ms o menos legales o simplemente ilegales (pero moralmente tolerados) para su co-mercializacin. Es lo que parece que ha sucedido con la quiniela clandestina, con la piratera de discos o software, incluso con el contrabando al menudeo de bebidas, electrodomsticos u otros pro-ductos comercializados en el mercado formal, hasta la venta de medicamentos sin receta mdica, prctica ilegal generalizada en el mercado formal, y con el gerenciamiento de la prostitucin (ti-pificada legalmente como proxenetismo pero no perseguida ac-tualmente por la polica) anunciada en los principales diarios de la ciudad en la seccin de servicios personales. Procesos anlogos ocurren con otro tipo de mercancas ilegales, como joyas, piezas o vehculos robados, armas, contrabando mayorista, drogas suaves o duras y servicios de proteccin (desde cuidar un coche en la calle por el cuida-coches, hasta diferentes formas de seguridad privada ilegal). La variedad de mercancas criminalizadas es enorme, as como lo es la escala relativa de la gravedad de su criminalidad, tal como se evidencia en la proliferacin de artculos legales sobre si-tuaciones diferenciales de criminalizacin en los Cdigos Penales de todos los pases. Sin embargo, el grado de criminacin-incriminacin

    6 Existe hoy una gran controversia poltica que envuelve la legalizacin de este tipo de casa de juegos. Recientemente el Gobierno los declar ilegales pero el Congreso tiende a re-legalizarlos.

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    de prcticas y agentes (Misse, 2008) es diferencial y depende, en gran medida, de una concentracin de inters (material o ideal) en determinados temas (Misse, 2006).

    As, es interesante, despus de todos estos aos, reflexionar so-bre lo ocurrido en estos ltimos 50 aos. Somos llevados entonces a confrontar los factores que, efectivamente, contribuyeron a cau-sar esa violencia que era parte de nuestra formacin social y traer de vuelta a nuestras conciencias lo que fue olvidado durante algn tiempo y reprimido en nuestras representaciones colectivas. Hoy nadie puede decir que Brasil es un pas pacfico. Hoy no hay ms na-die que pueda decir que somos un pueblo amistoso, que no conoce la violencia ni las guerras. Clidos y violentos, amables y conflictivos, de alguna manera vivimos permanentemente en esa contradiccin, en nuestro permanente dilema civilizatorio. Digo todo esto, y as de-cid iniciar el texto, porque tengo recelo a cierto mtodo con el cual nos acercamos a este tema, muy comn entre los socilogos, y no slo entre los socilogos brasileos: ese mtodo finge ser descriptivo, pero, bajo una universalidad de superficie, es peligrosamente nor-mativo. Usamos la categora violencia como operador analtico, como concepto cosa que no es sin tener en cuenta su polisemia, para acusar lo que creemos que debe ser sometido a juicio poltico y, en el mismo movimiento, para convocar una contra-violencia hacia el objeto que hemos elegido investigar. Es un mtodo interesante porque por lo general nos pone en un lugar fuera de la violencia y pone la violencia en otros lugares, que se pueden elegir de acuerdo a nuestros valores. Es un mtodo interesante que nos ayuda a creer que la violencia est en algn lugar fuera de nosotros, por lo que de-bemos de alguna manera, ya que no somos de ninguna forma sujetos violentos o vulnerables a ella, estar en condiciones de denunciarla.

    Estoy convencido de que no es posible operar analticamente con categoras acusatorias como violencia, crimen, corrup-cin y otras semejantes. Son categoras nativas, representaciones de prcticas muy variadas, de interacciones y conflictos sociales muy complejos. Puedo, evidentemente, usar la categora para describir una situacin socialmente representada como el uso agresivo de la fuerza fsica para obtener el poder en una relacin social, que es su sentido ms comn. Pero eso no lo transforma en un concepto,

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    dado que depender de la disputa sobre la legitimidad de este uso el contenido a travs del que podr usar la nocin. Como tien-ne Balibar bien lo ha recordado, el uso de la palabra violencia es tambin performtico, convoca siempre a una contra-violencia y, por lo tanto, participa en el conflicto que uno quiere investigar o comprender. Personalmente no tengo nada en contra de eso, pero es necesario dejar claro que violencia no es un concepto, sino una categora de acusacin social.

    Podemos usar la categora nativa sin recelos, siempre que lo hagamos descriptivamente para designar, por ejemplo, un uso con-siderado ilegtimo de la fuerza y de la agresin fsica para obtener ventaja o poder en una relacin social. Es una categora inseparable de la modernidad, que ha criminalizado el recurso privado a la fuerza fsica (y sus extensiones tecnolgicas) para resolver, superar o ganar un conflicto. Por lo tanto, la categora violencia es una categora moderna y presupone la pacificacin de las relaciones sociales, el monopolio legtimo (y legalmente ordenado) del uso de la fuerza f-sica por parte del Estado, y que en su significado lmite supone haber alcanzado una judicializacin obligatoria de todos los conflictos.

    El problema es que en Brasil el Estado nunca consigui tener completamente el monopolio del uso legtimo de la violencia, ni fue capaz de ofrecer a todos los ciudadanos el acceso universal a la reso-lucin judicial de conflictos. Esto significa que el Estado brasileo no siempre tuvo el monopolio legtimo de la fuerza al interior de su territorio, ni fue capaz de transferir plenamente a la administracin de la justicia todos los conflictos cotidianos.

    Al decir lo anterior, estoy afirmando que no se completaron las condiciones modernas para investir de legitimidad el uso de la ca-tegora de violencia para representar una transgresin de la regla de pacificacin de la sociedad, pues al ser la pacificacin un proceso incompleto, es una de las causas principales de la violencia presente en los conflictos a los que estamos asistiendo hoy. Pues, no es conce-bible que un pas que tiene la capacidad de procesar razonablemente los conflictos y los crmenes en la Corte de Justicia, vea crecer la demanda de cada vez ms segmentos de la poblacin, por solucionar sus conflictos mediante el uso de la fuerza privada o ilegal (ejecucio-nes, torturas, justicia por mano propia).

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    Como bien recuerda Jos Murilo de Carvalho (2005), la con-quista de la ciudadana fue invertida en la historia poltica brasilea. El camino clsico que va de los derechos civiles a los derechos po-lticos y luego a los derechos sociales fue invertido en Brasil: los de-rechos sociales llegaron primero, regulando la ciudadana durante la dictadura Vargas (Santos, 1979); y despus, dos veces, los derechos polticos fueron conquistados, luego de las dos dictaduras del siglo 20; y slo ahora, despus de la Constitucin de 1988, los derechos civiles ganan el predominio en el programa o agenda del Estado brasileo.

    Me refiero, de manera clara y directa, a la forma generalizada en Brasil, especficamente en Ro de Janeiro, de una manera de resolver los problemas que ms tarde sera conocida en todo el mundo con el nombre de Escuadrn de la Muerte, la cual sito el origen de la violencia urbana brasilea exactamente en el perodo de surgi-miento de los primeros escuadrones de la muerte en Ro de Janeiro a mediados de los aos 50. Todos mis estudios me llevaron a esa conclusin.

    No estoy afirmando que el surgimiento de los escuadrones de la muerte sea la causa del aumento de la violencia urbana en Brasil, evidentemente. Su aparicin solamente demuestra el origen de un proceso de la acumulacin social de la violencia en Ro de Janeiro que, luego, se dispersara a todas las grandes ciudades brasileas. Al hablar de dispersin no quiero decir que Ro de Janeiro haya sido el nico irradiador de este proceso, aunque es importante recordar que Ro era la capital de Brasil y que las principales redes de los medios de comunicacin, como la radio, la prensa y despus la televisin, se localizaban all. No es poco significativo el efecto-demostracin de lo que estos medios de comunicacin informaban a todo el pas, pero los factores principales de la acumulacin social de la violencia en Ro ya estaban presentes en las grandes ciudades, lo que explica que hubiera espacio para que ocurriera lo sucedido en Ro, as como con las profecas autocumplidas.

    Por qu fueron creados los escuadrones de la muerte en la ca-pital de Brasil de los aos 50? Cmo ha sido posible que, desde en-tonces, otros grupos de exterminio hayan surgido con algn respaldo

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    de la poblacin? Hasta mediados de los cincuenta, los crmenes ms comunes, aquellos que llenaron las estaciones de la polica, aquellos que produjeron los volmenes ms grandes de injerencias policiales, de condenas, eran delitos penales menores y crmenes de bajo po-tencial ofensivo: peleas con lesiones, pequeos robos ligeros, fraude o crmenes que no involucraban violencia como, por ejemplo, el adulterio y el lenocinio; aquellos delitos que dependan de la astucia del criminal y muchas veces de la ingenuidad de la vctima, como el fraude o la seduccin para cometer el delito. Esa era la generalidad de los crmenes en Brasil en los aos 50. Los crmenes violentos, como el homicidio, eran principalmente crmenes pasionales, a ve-ces acompaados del suicidio del asesino.

    Investigando los crmenes comunes de esa poca, encontramos el predominio de los crmenes contra la propiedad, pero eso no involu-craba el uso de la fuerza fsica ni la amenaza de uso. Tambin encon-tramos los crmenes en contra de personas, como principalmente, lesiones provocadas en peleas, algunos con heridas serias producidas por armas de fuego o cortopunzantes. Haba muchos crmenes pa-sionales y de honor, crmenes propios de una sociedad tradicional que empezaron siendo modernizados. De lo anterior encontramos un relato expresivo en la literatura y en el teatro del perodo.

    La sociedad alcanz cierto grado de normalizacin en el compor-tamiento, aunque del tipo tradicional, basado ms en la internaliza-cin de valores que en la legitimacin pblica de la eleccin racional en seguir o no una norma. Esa normalizacin ambigua se desarroll desde mitad del siglo diecinueve, en las etiquetas y buenas maneras urbanas, bajo gran influencia del inmigrante europeo, pero tambin debido a una educacin que el proceso escolar ampliaba para las clases medias urbanas, y, principalmente, bajo un control represivo sistemtico que la polica estableci sobre las poblaciones urbanas pobres. De todos modos, haba sido alcanzada cierta normalizacin an cuando dependiera de una estructura enrgicamente jerrquica. Una jerarqua muy eficaz de clases y de los derechos donde cada uno saba cul era su lugar, como dijeron en su momento: cada mono en su rama! Ese era el pas de los aos 50, un pas jerrquico, tradicio-nal, desigual, pero donde todava no haba una fuerte demanda de

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    igualdad, donde no haba una presin para el acceso a los derechos, donde tampoco haba mayor sensibilidad frente a la violencia que ya estaba presente, pero que an no era percibida como un proble-ma. La violencia fue limitada a los peridicos sensacionalistas, slo ledos por las clases populares. Se deca de ellos, con menosprecio, que si se los exprima, chorreaban sangre.

    Es exactamente a fines de los aos cincuenta que se siente un cambio lento, puntual e importante en los patrones de la crimina-lidad en grandes ciudades como Ro de Janeiro, So Paulo, Recife y Belo Horizonte. En Ro de Janeiro ese cambio fue nacionalmente ms visible. Ro era la capital del pas, all estaban los poderes de la Repblica, all estaban representados todos los estados del pas y all empezaron las transmisiones de la televisin, all estaban los grandes vehculos de comunicacin, por lo que todo lo que ocurra en Ro tena una repercusin nacional enorme. Es en ese perodo que empiezan a aparecer, de manera frecuente, ladrones a mano ar-mada, aumentan las noticias sobre las agresiones y robos a taxistas, estaciones de gasolina, robos a residencias y a bancos. Al mismo tiempo, la prensa comparaba a la ciudad con la Chicago de los aos veinte, haciendo referencia a la existencia del crimen organizado en el popular jogo do bicho y en el contrabando.

    Es en ese contexto que el jefe de la polica determina crear ofi-cialmente el Grupo de Diligencias Especiales, comandado por un polica conocido por el apodo: LeCocq, que haba sido miembro de la terrible polica especial de la dictadura Vargas. Su grupo, recluta-do por el antiguo Escuadrn Motorizado de la Gestapo de Vargas, usaba la sigla E.M. en sus motos y el dibujo del crneo con dos tibias atadas como smbolo. Cuando sus acciones (llamadas cazadas por la prensa) estaban acompaadas de la muerte de los sospechosos de crimen a quienes ellos cazaron, el pueblo y la prensa popular empezaron a llamarlos de Escuadrn de la muerte debido a la sigla E.M.

    En el mismo perodo, pontific en la ciudad de Duque de Caxias, en la periferia urbana de Ro, un poltico local que ganara fama nacional por mostrar una ametralladora en sus ropas negras y jac-tarse de ser un justiciero contra los ladrones de todos los tipos. Ese

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    personaje, Tenorio Cavalcanti, lleg a ser candidato a Gobernador en 1960 y Diputado Federal muy votado en los aos siguientes, y es hasta hoy, una figura casi legendaria en su rea. El carisma po-sitivo de una violencia que fue neutralizada bajo el carcter de un justiciero fue la manera de denunciar la insatisfaccin con la mo-dernidad judicial, lenta y cercada de garantas, en el beneficio del regreso eterno a la venganza, an siendo una venganza impersonal y universalizada como si fuera justa.

    Con la muerte de LeCocq, en 1964, en un tiroteo con un ata-cante del juego de azar conocido como Jogo do Bicho, su grupo y sus sucesores crearon otro en honor a l llamado Scuderie LeCocq, sin ocultar a nadie que el objetivo era matar bandidos: El ladrn bueno es el ladrn muerto, dijo uno de sus miembros frente a la prensa, quin muchos aos despus seguira una carrera poltica en Ro usando esa expresin en su campaa electoral. Luego empezaron a ser encontrados cadveres en puestos solitarios de la ciudad, con algunos tiros y donde haba un afiche con frases como Un ladrn menos en la ciudad. Firma: E.M.. Esta expresin pas a ser utilizada repetidamente por otros grupos de asesinos, lo que empez a salir en la prensa con los nombres Rosa Roja, Mano Blanca, etctera. Siguiendo la misma tendencia, al final de los sesenta, ya en medio de los ejrcitos de la dictadura, otros grupos que aparecieron en la periferia de Ro, en ciudades como Nova Iguau, fueron creados por comerciantes locales con el apoyo de ex-policas, con el propsito abierto de cazar a los ladrones locales para eliminarlos. En el mis-mo perodo, reforzado por la impunidad del rgimen militar, policas y funcionarios de las fuerzas armadas practicaban torturas y asesina-ban a adversarios polticos del rgimen en las celdas clandestinas de dependencias de la polica militar y de los barracones de la marina, del Ejrcito y de Aeronutica. Aunque sin tener acceso a estos he-chos -puesto que la prensa se encontraba bajo la censura previa al rgimen- la poblacin, en general, saba lo qu estaba ocurriendo. Las tcnicas de tortura, tan usadas tradicionalmente con los presos comunes, hijos de las capas populares, sin que nadie si interesara en oponerse, empezaron a ser aplicadas a los jvenes estudiantes de clase media y de las elites polticas e intelectuales, causando la con-

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    mocin entre las familias y reforzando el partido de oposicin par-lamentario, que ganara las elecciones de 1974 y 1978, anunciando el final de la dictadura.

    Al comienzo del proceso de re-democratizacin del pas, en 1979, el volumen de los crmenes violentos, que se estaba incre-mentando desde el principio de la dcada, empez a ganar una visi-bilidad indita en la ciudad y en el pas. Revistas de amplia circula-cin nacional, imprimieron los temas con los ttulos en sus portadas tales como Las ciudades estn asustadas. El Jornal do Brasil, tan tradicionalmente tmido en su seccin de noticias criminales, abra los titulares en primera pgina con frases como: La criminalidad crece en todo el pas. En 1974, me convocaban para tratar sobre el problema en la prensa, y la paradoja evidente ya se anunciaba: exac-tamente cuando el pas sali de una noche larga bajo un rgimen autoritario y cruel, cuando las instituciones democrticas comenza-ron a reconstituirse, la violencia urbana lleg a niveles nunca antes vistos en ciudades como Ro de Janeiro y So Paulo. Habr alguna correlacin entre la democracia y la violencia en Brasil?, se pregun-t la sociloga Angelina Peralva en su libro sobre el tema, publicado en Francia. Sera sta otra grande paradoja brasilea?

    Lo que he llamando acumulacin social de la violencia hace referencia a un proceso social que ya dura ms de medio siglo aproxi-madamente. Puede ser delimitado histricamente, hasta ahora, entre los aos 50 y la actualidad. Ese proceso se da en la ciudad de Ro de Janeiro y en su rea de influencia inmediata, el rea metropolitana de Ro, pero puede, como ocurri, llegar a otras ciudades brasileas, adquiriendo potencialmente alcance nacional.

    Presentar aqu en lneas generales los resultados obtenidos en mis investigaciones sobre este proceso en Ro de Janeiro, que sir-vieron de modelo para mi anlisis. Pero antes es necesario definir los conceptos que estoy usando para que se comprenda mejor su significado.

    Lo que denomino la acumulacin social designa un comple-jo de factores, un sndrome que involucra circularidad causal acu-mulativa (Myrdal, 1961). Aislar esos factores no es una tarea fcil, porque son enrollados acumulativamente y cualquier intento de

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    separarlos analticamente puede conducir a resultados superficiales o tautolgicos. Para trabajar con esa dificultad, propuse conceptos que toman contribuciones tericas diferentes, mezclndolos con el material emprico encontrado. De este modo, por ejemplo, como es muy comn en Brasil que la ley no sea seguida en ciertos y varia-dos casos, y como sus contextos producen patrones que normalizan prcticas extra-legales a modo de prcticas relativamente legtimas, no tiene sentido contener la construccin social del crimen slo en el proceso de criminalizacin, aceptando sus trminos codificados por el derecho penal. Es necesario ir ms all y reconocer las formas concretas en que las prcticas y las representaciones sociales combi-nan, en cada caso, procesos de acusacin y de justificacin, crimina-cin y des-criminacin, incriminacin y discriminacin que, fuera o dentro del Estado, permanecen relativamente autnomos frente a la ley codificada y en permanente tensin con ella.

    En ese juicio, siguiendo a conocidos socilogos (Lemmert, Bec-ker, Cicourel, Goffman, Turk, etctera), pero observando el caso brasileo, propuse algunos operadores analticos que especifican los procesos sociales que materializan la criminalizacin, esto es, la construccin social del delito, aplicndolos a algunos segmen-tos y dimensiones de ese proceso en el Brasil contemporneo. Para ello, propongo que se comprenda la construccin social del delito en cuatro niveles analticos interconectados: 1) la criminalizacin de un curso de accin tpico-ideal definido como delito (a travs de la reaccin moral a la generalidad que define tal curso de accin y lo coloca en los cdigos, institucionalizando su sancin); 2) la criminacin de un hecho, a travs de las sucesivas interpretaciones que encajan un curso de accin local y singular en la clasificacin criminalizadora; 3) la incriminacin del supuesto sujeto-autor del hecho, en virtud de testimonios o evidencias intersubjetivamente compartidas; 4) la sujecin criminal, a travs de la cual son seleccio-nados preventivamente los supuestos sujetos que compondrn un tipo social cuyo carcter es socialmente considerado como propenso a cometer un delito. Atravesando todos estos niveles, la construc-cin social del delito comienza y termina con base en algn tipo de acusacin social.

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    Cuando el proceso de incriminacin se anticipa al proceso de criminacin (e incluso al proceso de criminalizacin) de forma re-gular y extra- legal, es decir cuando la incriminacin se da de mane-ra preventiva sin que ningn evento haya sido criminado, es decir, interpretado como crimen, tenemos entonces una de las principales dimensiones empricas de la sujecin criminal. Este pasaje, que Foucault interpret como el paso de la ley a la norma (Foucault, 1975), crea la posibilidad de que un sujeto sea asociado con el Cri-men en general, y que lo personifique.

    En Brasil la incidencia extra-legal de ese proceso es generaliza-da. No es una excepcin, y s una regla. Para distinguir ese proceso social de un proceso de incriminacin moderno, racional-legal, le doy el nombre de sujecin criminal. En primer lugar, es busca-do el sujeto de un crimen que todava no ocurri. Si el crimen ya hubiera ocurrido y si la persona ya hubiera sido incriminada antes por otro crimen, se torna un sujeto propenso al crimen, un sospe-choso potencial. Si sus caractersticas sociales pueden proyectarse a otros sujetos como l, se crea un tipo social estigmatizado. Pero la sujecin criminal es algo ms que el estigma, porque l no hace referencia slo a las etiquetas, a la identificacin social desacredita-da, a la constitucin de roles y de carreras para el criminal (como en la criminalizacin secundaria de la que habla Lemert). Logra la coalicin plena del evento con su autor, aunque ese evento slo sea potencial y no se haya consumado efectivamente. Un proceso de subjetivacin sigue su curso en lo que se refiere a la internaliza-cin del crimen en el sujeto que lo soporta. No es al azar que, en Brasil, lo que es llamado resocializacin de sujetos criminales es predominantemente resultado de conversin religiosa. Es necesario exorcizar el crimen del sujeto para liberarlo de tal sujecin.

    En Brasil es comn que se refieran al sujeto con el nmero del artculo del Cdigo que transgredi: 171 (estafador), 121 (asesi-no), 157 (asaltante), 213 (estuprador), 12 (traficante), etc. La existencia de antecedentes criminales en un sujeto bajo juzgamien-to casi siempre lo lleva a la prisin provisoria (que es diferenciada por privilegios, como el instituto de la prisin especial) y puede ser decisiva para su condena, constituyndose de forma abusiva en prueba fundamental. Del mismo modo, un sujeto en prisin pro-

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    visoria o preventiva tiene diez veces ms posibilidades de ser denun-ciado, que de tener su caso archivado, y tres veces ms de ser conde-nado que de ser absuelto (Vargas, 2004). Tambin son comunes las diferentes formas de anticipacin de la pena, a travs de la prisin provisoria, que se puede prolongar hasta la sentencia lo que puede, en casos de delitos flagrantes, llevar aos.7

    Todo este proceso implica la existencia de un intrprete virtual, un acusador ntimo, que rotando ocupar diferentes posiciones, pero que siempre creer que l mismo no ceder a la sujecin. El funda-mento de la existencia de este ltimo acusador es la naturalizacin de la desigualdad social en tales proporciones que parte de la so-ciedad podr defender la tortura y la eliminacin fsica (judicial o extra-judicial) de los sujetos criminales, simplemente porque est segura (imaginariamente) de que esta regla jams ser aplicada a ella. Esta seguridad ontolgica, que le permite afirmarse como per-sona de bien o fuera de sospecha, es la contraparte necesaria de la sujecin criminal. En Ro de Janeiro, una encuesta reciente de amplia divulgacin en la prensa- constat que aproximadamente un tercio de la poblacin defiende el uso de la tortura para arrancarles confesiones a los sujetos criminales. Naturalmente, la tortura deber ser aplicada a ese Otro, que es el sujeto criminal, y no a cualquier persona incriminada, mucho menos a m que no me veo como un posible incriminado. Del mismo modo, defiendo la ley seca que criminaliza, por la conduccin de vehculos, al chofer que consumi alcohol, pero defiendo eso para los otros, no para m.

    Esta desigualdad substantiva que recorre todo el sistema de creencias respecto de la incriminacin en Brasil y que caracteriza gran parte de la sensibilidad jurdica en todas las clases sociales, est articulada, por un lado, cada vez ms, al sentimiento de inse-guridad, que se ampla, y por otro, a una concepcin de incrimi-nacin basada en la sujecin criminal. Estos son algunos aspectos, presentados todava de forma abstracta, de la acumulacin social de la violencia a la que me refer al principio.

    7 Barreto (2007) demuestra que, entre 2000 y 2004, en las ciudades de Recife y Belem, reos absueltos por hurto estuvieron presos provisoriamente (antes de la sentencia) por casi un ao. La autora se refiere tambin a la aplicacin en masa de la prisin provisoria cuando los sospechosos provienen de camadas populares.

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    No es por otra razn que, desde mi punto de vista, la incorpora-cin del uso indiscriminado de la violencia contra sospechosos pro-venientes de los sectores populares haya reforzado, dentro del apa-rato policial, la seguridad de la impunidad, especialmente cuando esta violencia se ejerca como parte del dispositivo de la corrupcin. Pero, as como esta violencia adquira legitimidad en sectores con-siderables de las policas y de la sociedad, tambin la corrupcin de-jaba de ser representada como un desvo para obtener la reputacin de un intercambio recproco, bajo la gida del jeitinho brasileo.8

    Neutralizada la culpa, el intercambio pas a desarrollarse abierta-mente en diferentes contextos, siempre con la misma justificacin que llevaba a los empresarios y profesionales liberales a evadir los impuestos: no darle dinero a los polticos y gobiernos corruptos. Se dejaba de pagar la multa, prefirindose pagar los sobornos (coimas) en los casos relacionados a una infraccin de trnsito, una infrac-cin administrativa o una infraccin penal. Estos intercambios se ampliaron de tal forma que, en los mercados ilegales, pasaron a ser impuestos por los agentes del Estado, como fiscales y policas, a los infractores, a modo de extorsin, pero con cierto grado de adhesin al sentido positivo de este tipo de intercambio por parte de los in-fractores. Se constituy as un segundo mercado ilegal-parsito del primero, y que pas a ofrecer mercancas polticas a los traficantes de drogas, armas y otras mercancas ilegales. De esta manera, en los mercados ilegales donde se realizan transacciones de drogas al por menor en las favelas, esta prctica, conocida como arrego, es la garanta de que no habr invasin ni violencia policial en el rea.

    El alcance de estas prcticas en Brasil, en varios niveles institu-cionales, me llev a desarrollar el concepto de mercanca poltica, que propone dar cuenta de una forma de intercambio que involucra costos y negociacin estratgica (poltica, pero no necesariamente estatal) y no slo dimensiones econmicas strictu sensu en la confor-macin del valor de cambio de este tipo de mercanca. Es una mo-dalidad de intercambio que, en el caso lmite inferior se confunde

    8 El trmino jeitinho agrupa diferentes modos de alcanzar objetivos. Es una manera de resolver, arre-glar, conseguir algo. Puede implicar caminos no siempre legales, con base a estrategias para accionar personas claves, influyentes, en los mbitos institucionales.

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    con el clientelismo, en los casos intermedios convienen a la oferta de proteccin en los mercados ilegales y que, en el lmite superior, se confunde con la extorsin.

    Conclusin

    Al finalizar este ensayo me gustara agregar que no me refer a la criminalidad en general, sino a los crmenes violentos. Aunque la acumulacin social de la violencia en Ro de Janeiro gan tal alcan-ce que hurtos, trfico y crmenes no intencionales (como accidentes de trnsito), y an suicidios, fueron incorporados a la representa-cin de la violencia urbana. El caso del trfico de drogas es espe-cialmente relevante, porque le es atribuida la principal responsabili-dad por el aumento de la violencia, sea por el supuesto efecto de las drogas en sus consumidores, sea por los crmenes que jvenes pobres cometen para comprar esas drogas, sea, finalmente, por los conflic-tos internos a ese mercado. En este caso, siempre pareci extrao que el mercado minorista de drogas, que en Ro se desarroll en las favelas y otras aglomeraciones urbanas de baja renta, incorporase un recurso tan constante a la violencia, sin comparacin con otras ciudades de otros pases. Slo en Brasil, especialmente en Ro de Janeiro, se torn comn una extensa territorializacin del comercio de drogas. Estos territorios, manejados por traficantes minoristas, estn constituidos por los puntos de venta en las colinas (llamados bocas de fumo), defendidos por soldados armados con fusiles, ametralladoras, granadas y, en algunos casos, con armas anti-areas, todo esto en un contexto urbano, con alta densidad demogrfica y constantes incursiones policiales. A los conflictos armados con la polica le siguen los conflictos armados con otras cuadrillas, que intentan invadir y tomar el territorio del otro.

    En los ltimos treinta aos, una verdadera carrera armamen-tista llev a una concentracin de armamentos de guerra en estas colinas y favelas que hasta hoy desafa a la polica y a las fuerzas armadas. Pero no hay ningn objetivo poltico o colectivo que de-fender en estos territorios, el inters es slo econmico y militar. Un bien guerrero se incorpor a estas redes de pequeos traficantes,

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    que se enfrentan entre s y enfrentan a la polica, definindose por facciones sostenidas por su funcin como agencias de proteccin dentro del sistema penitenciario. En general son jvenes con una edad media de entre 15 y 19 aos, y raramente se entregan a la poli-ca: prefieren correr riesgo de muerte en un enfrentamiento armado a rendirse e ir a la crcel. No encuentro mejor explicacin para esto que no sea el efecto perverso de la sujecin criminal, que cre la desconfianza generalizada, entre traficantes y ladrones la clientela principal de las prisiones brasileas- de que el buen bandido es el bandido muerto.

    La acumulacin social de la violencia contina en Ro de Janei-ro, con la migracin de parte de los jvenes traficantes hacia el asal-to a pedestres, mnibuses y automviles, y con la aparicin de una nueva modalidad de escuadrones de la muerte, grupos de policas militares que imponen la oferta y proteccin en favelas y conjuntos habitacionales pobres, con la promesa de matar a los delincuentes locales, a cambio del pago regular de una mensualidad. Los habitan-tes que se rehsan a la extorsin son vctimas de invasin y depre-dacin de sus domicilios, cuando no son amenazados de venganza. Y estos grupos, conocidos a travs de la prensa como milicias, pre-tenden reemplazar a los traficantes, asumiendo inclusive parte del comercio ilegal que estos practicaban.

    Slo en los ltimos cinco aos, la polica de Ro de Janeiro re-conoci oficialmente que mat a 4000 civiles en conflictos armados en colinas y favelas, aunque contribuy con estas vctimas fata-les como justificacin- la categora de bandidos y traficantes. Como son traficantes y reaccionaron a los tiros de la polica, pueden ser matados legalmente, aunque algunos presenten rasgos de ejecu-cin a quema ropa.

    Articular la sujecin criminal a los mercados ilegales en las reas de pobreza urbana, a las mercancas polticas y a la violenta represin policial, para comprender la acumulacin social de la violencia en Ro de Janeiro, ha sido el sentido de mis investigaciones durante to-dos estos aos. Comprender por qu la justicia de Ro de Janeiro no llega a elucidar el 90% de los homicidios perpetrados en la ciudad y en el Estado, cada ao, es lo que vamos a investigar ahora. Sospecho

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    que eso tambin se vincula a la sujecin criminal, en la medida en que gran parte de las vctimas de estos homicidios tienen el mismo perfil de los delincuentes potenciales y elucidar su muerte, cuando su vida ya era indiferente para todos, no le importa ni a la polica ni a la sociedad como un todo. Uno menos, como dicen muchos en Brasil, con frialdad y satisfaccin, cuando matan a un ladrn. Mu-chos tampoco evalan que al hacerlo, participan activamente de su asesinato y de la indiferencia en elucidarlo, como en el Homo Sacer de que nos habla Agamben. Participan tambin activamente de la posibilidad de que, en un asalto, el asaltante no quiera slo sus joyas y su dinero, sino que quiera tambin, por venganza o indiferencia, llevar sus vidas. Eso ya alcanza

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    Referencias

    Agamben, G. (2007). Homo Sacer. O poder soberano e a vida nua. Belo Horizonte: UFMG.

    Barreto, F. (2007). Flagrantes e prises provisrias em caso de furto: da presuno de inocncia antecipao da pena. So Paulo: IBCCRIM.

    Carvalho, J. M. (2005). Cidadania no Brasil: o longo caminho. Ro de Janeiro: Civilizao Brasileira.

    Foucault, M. (1975). Surveiller et Punir. Paris: Gallimard.

    Misse, M. (2005). Sobre la construccin social del delito en el Brasil. Esbozos de una interpretacin. En: Tiscornia, Sofa Pita, Maria Vic-toria (eds.) Derechos Humanos, tribunales y policas en Argentina y Brasil. Estudios de antropologa jurdica. Buenos Aires: Antropofagia.

    _____. (2006). Crime e Violncia no Brasil Contemporneo. Estudos de sociologia do crime e da violncia urbana. Ro de Janeiro: Lumen Juris.

    _____. (2009). El delito como parte del mercado ilegal. En: Stanley, Ruth (ed.) Estado, violencia y ciudadania em America Latina. Madrid: Antimema.

    Myrdal, G. (1961). O valor da teoria social. So Paulo: Pioneira.

    Peralva, A. (2000). Violncia e Democracia. O paradoxo brasileiro. Ro de Janeiro: Paz e Terra.

    Santos, W.G. (1979). Cidadania e Justia. Ro de Janeiro: Forense.

    Vargas, J. (2004). Estupro: que justia? Tesis Doctoral en Sociologa, Instituto Universitrio de Pesquisas do Ro de Janeiro. Disponible: http://www.crisp.ufmg.br

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