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—Yo creo que lo ocurrido ha sido que el hombre —y no empleo esta palabra sólo en el sentido de «varón» (preciso es acla- rarlo para que la corrección política no me ataque)— en suma, el ser humano, no ha sabido conservar la belleza y la dig- nidad combinándolas con otros valores más instrumentales, de modo que ha con- vertido la comodidad o el bienestar prác- ticamente en el único valor. Cabe pen- sar que se hubieran podido conservar los otros valores, tales como la belleza, la valentía, la dignidad o el saber defender- se; pero no es así. De hecho —lo esta- mos viendo en las sociedades modernas, que son las más susceptibles al chanta- je— nuestras culturas no están dispues- tas a defenderse. Eso tiene, además, otro aspecto, porque como tampoco nuestra sociedad cree en la belleza como valor importante, renuncia a ella, producien- do un arte esencialmente feo. Eso será todo lo lamentable que se quiera, pero yo creo que es innegable. De hecho, alguien como George Steiner, que es judío, bastante agnóstico, y se podría decir que liberal, dice claramente en su libro Presencias reales que el arte sólo es posi- ble en sociedades que no sean ni ateas ni democráticas. Él lo lamenta, pero la ver- dad es que es así. Steiner no emplea la expresión «sociedades democráticas» como normal y equivocadamente se emplea hoy, como sinónimo de socieda- des donde rige el imperio de la ley, sino en el sentido original de «igualitarias». En nuestra época, ¿dónde están los Bach, los Homero, los Velázquez? Lo que yo he querido decir con el título —sin duda irónico, por otra parte— de mi libro El siglo XX y otras calamida- des, es lo siguiente. El siglo XX, habien- do producido una serie de adelantos cien- tíficos y técnicos considerables, un aumen- to de la riqueza en el planeta todavía más impresionante, ha estado ya al borde de acabar con la civilización a secas, con cualquier tipo de civilización, con dos guerras mundiales terroríficas, con un experimento como el comunista, que fue atroz, y con el nacionalsocialista también, y todavía no sabemos adónde irá a parar… El hecho es que parece muy difícil com- paginar los avances científicos con salvar, no ya la cultura, sino «las» culturas del planeta, incluso la supervivencia del géne- Nuestro director entrevista a Santiago de Mora-Figueroa, Marqués de Tamarón, escritor y diplomático. Como verá el lector, se trata de dos almas gemelas que comparten el amor por la literatura y la belleza, así como el recelo hacia el mundo contemporáneo. Dos personas que se preguntan qué pecados cometieron para haber nacido en el siglo XX. —Si tuviera que destacar una cualidad que resumiera lo que más me impacta en tu obra, diría que es la conjunción de dos cosas: por un lado una suma elegancia, una suma concisión, una suma sobriedad de expre- sión, que se compagina, por otra parte, «con la más devastadora mordacidad en cuanto a fondo de lo expresado». Hay, por ejemplo, en uno de los ensayos de El siglo XX y otras calamidades un pasaje extraordinario en el que llegas a defender nada menos que… la hipocresía y la censura. «Yo he sido siem- pre ardiente defensor de la hipocresía y de la censura —escribes— y no me voy a des- decir ahora. La hipocresía es esencial en toda sociedad moderna, que sin fingimiento sería invivible. Si todos expresásemos lo que pen- samos, esa franqueza destruiría en horas cualquier tejido social. En cuanto a la cen- sura, recuérdese que Shakespeare, Quevedo o Dostoyevsky escribieron bajo su mirada severa, y que yo sepa no escribieron peor que Terenci Moix. La censura —siempre que tan sólo obligue a callar, y no a decir como la soviética, mientras sea negativa y no posi- tiva— aguza el ingenio y la pluma y es bené- fico estímulo para el autor.» ¿Estás de acuer- do con esta conjunción de contrarios: sua- vidad en la forma y mordacidad máxima en cuanto al fondo? —Sí, supongo que en mi caso, y no soy el único, se produce una mezcla de sen- timientos ante lo que yo al menos veo como una decadencia de la cultura occi- dental (tal vez de las orientales también, pero en todo caso es la nuestra la que nos importa ante todo), en ese culto a lo feo y a lo informe. Me suceden dos cosas que se entremezclan: por un lado, enfado y, por el otro, melancolía. La irritación, no siempre sorda, la expreso a veces con vehe- mencia y sinceridad al mismo tiempo; otras veces me acomete una especie de melancolía irónica. Es entonces cuando digo cosas como las que has menciona- do en tu pregunta. El siglo de las calamidades —Precisamente, el título de tu libro de ensayos: El siglo XX y otras calamidades aludiría a lo que acabas de mencionar. En una palabra, ¿por qué es una calamidad el siglo XX?, y, por extensión, ¿por qué es una calamidad la modernidad? 1 Sátiras y melancolías de un liberal reaccionario Marqués de Tamarón «En nuestra época, ¿dónde están los Bach, los Homero, los Velázquez?», se pregunta el Marqués de Tamarón. El socialismo revolucionario, otra de las grandes calamidades del siglo XX. El siglo XX ha estado ya al borde de acabar con la civilización a secas, con dos guerras mundiales y el comunismo. Entrevista

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Page 1: Mise en page 1 - elmanifiesto.com · experimento como el comunista, que fue atroz, y con el nacionalsocialista también, ... por un lado una suma elegancia, una suma concisión, una

—Yo creo que lo ocurrido ha sido que elhombre —y no empleo esta palabra sóloen el sentido de «varón» (preciso es acla-rarlo para que la corrección política nome ataque)— en suma, el ser humano,no ha sabido conservar la belleza y la dig-nidad combinándolas con otros valoresmás instrumentales, de modo que ha con-vertido la comodidad o el bienestar prác-ticamente en el único valor. Cabe pen-sar que se hubieran podido conservar losotros valores, tales como la belleza, lavalentía, la dignidad o el saber defender-se; pero no es así. De hecho —lo esta-mos viendo en las sociedades modernas,que son las más susceptibles al chanta-je— nuestras culturas no están dispues-tas a defenderse. Eso tiene, además, otroaspecto, porque como tampoco nuestrasociedad cree en la belleza como valorimportante, renuncia a ella, producien-do un arte esencialmente feo. Eso serátodo lo lamentable que se quiera, peroyo creo que es innegable. De hecho,alguien como George Steiner, que es judío,bastante agnóstico, y se podría decir queliberal, dice claramente en su libroPresencias reales que el arte sólo es posi-ble en sociedades que no sean ni ateas nidemocráticas. Él lo lamenta, pero la ver-dad es que es así. Steiner no emplea laexpresión «sociedades democráticas»como normal y equivocadamente seemplea hoy, como sinónimo de socieda-des donde rige el imperio de la ley, sinoen el sentido original de «igualitarias».En nuestra época, ¿dónde están los Bach,los Homero, los Velázquez?

Lo que yo he querido decir con eltítulo —sin duda irónico, por otra parte—de mi libro El siglo XX y otras calamida-des, es lo siguiente. El siglo XX, habien-do producido una serie de adelantos cien-tíficos y técnicos considerables, un aumen-to de la riqueza en el planeta todavía másimpresionante, ha estado ya al borde deacabar con la civilización a secas, concualquier tipo de civilización, con dosguerras mundiales terroríficas, con unexperimento como el comunista, que fueatroz, y con el nacionalsocialista también,y todavía no sabemos adónde irá a parar…El hecho es que parece muy difícil com-paginar los avances científicos con salvar,no ya la cultura, sino «las» culturas delplaneta, incluso la supervivencia del géne-

Nuestro director entrevista a Santiago de Mora-Figueroa, Marqués de Tamarón,escritor y diplomático. Como verá el lector, se trata de dos almas gemelas que comparten el amor por la literatura y la belleza, así como el recelo hacia el mundo contemporáneo. Dos personas que se preguntan qué pecados cometieronpara haber nacido en el siglo XX.

—Si tuviera que destacar una cualidad queresumiera lo que más me impacta en tuobra, diría que es la conjunción de dos cosas:por un lado una suma elegancia, una sumaconcisión, una suma sobriedad de expre-sión, que se compagina, por otra parte, «conla más devastadora mordacidad en cuantoa fondo de lo expresado». Hay, por ejemplo,en uno de los ensayos de El siglo XX y otrascalamidades un pasaje extraordinario enel que llegas a defender nada menos que…la hipocresía y la censura. «Yo he sido siem-pre ardiente defensor de la hipocresía y dela censura —escribes— y no me voy a des-decir ahora. La hipocresía es esencial en todasociedad moderna, que sin fingimiento seríainvivible. Si todos expresásemos lo que pen-samos, esa franqueza destruiría en horascualquier tejido social. En cuanto a la cen-sura, recuérdese que Shakespeare, Quevedoo Dostoyevsky escribieron bajo su miradasevera, y que yo sepa no escribieron peor queTerenci Moix. La censura —siempre quetan sólo obligue a callar, y no a decir comola soviética, mientras sea negativa y no posi-tiva— aguza el ingenio y la pluma y es bené-fico estímulo para el autor.» ¿Estás de acuer-do con esta conjunción de contrarios: sua-vidad en la forma y mordacidad máximaen cuanto al fondo?—Sí, supongo que en mi caso, y no soyel único, se produce una mezcla de sen-timientos ante lo que yo al menos veocomo una decadencia de la cultura occi-dental (tal vez de las orientales también,pero en todo caso es la nuestra la que nosimporta ante todo), en ese culto a lo feoy a lo informe. Me suceden dos cosas quese entremezclan: por un lado, enfado y,por el otro, melancolía. La irritación, nosiempre sorda, la expreso a veces con vehe-mencia y sinceridad al mismo tiempo;otras veces me acomete una especie demelancolía irónica. Es entonces cuandodigo cosas como las que has menciona-do en tu pregunta.

El siglo de las calamidades

—Precisamente, el título de tu libro deensayos: El siglo XX y otras calamidadesaludiría a lo que acabas de mencionar. Enuna palabra, ¿por qué es una calamidadel siglo XX?, y, por extensión, ¿por qué esuna calamidad la modernidad?

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Sátiras y melancolíasde un liberal reaccionario

Marqués de Tamarón

«En nuestra época, ¿dónde están los Bach, los Homero, los Velázquez?», se preguntael Marqués de Tamarón.

El socialismo revolucionario, otra de las grandescalamidades del siglo XX.

El siglo XX ha estadoya al borde de acabar

con la civilización a secas, con dos

guerras mundiales y el comunismo.

EEnnttrreevviissttaa

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Degeneración de la lengua

—Entre otras degeneraciones o entre otrascalamidades está también la degeneraciónde la lengua. Al respecto, podríamos hablarun poco de lo que escribes en tu libro, recien-temente aparecido, El guirigay nacional.¿Por dónde lo enfocarías?—Yo creo que tiene varios enfoques. Sepuede enfocar, por ejemplo, desde unpunto de vista más cultural e inclusoantropológico, porque al ser nuestra civi-lización una civilización de la imagen, lapalabra ha perdido el peso que tenía hastaahora. Hasta este momento, la comuni-cación se hacía con gestos o con palabras,pero ahora la imagen es tan fácil de usarpara explicar o comunicarse… Cualquieraque haya intentado montar un mueblede Ikea con los diagramas habrá visto lofácil que le resulta hacerlo. Decía, por el

Shakespeare, Quevedo

o Dostoyevskyescribieron bajo

la censura. Que yosepa no escribieron

peor que Terenci Moix.

ro humano; yo no veo, y confieso que lehe dado a esto muchas vueltas, que el pla-neta pueda subsistir con el enorme nivelde consumo que implicaría la industria-lización a escala global… Pero, por otrolado, ¿cómo vamos a negarles el derechoa vivir como la clase media occidental amil y pico millones de chinos o a otrostantos millones de indios, paquistaníes oindonesios? ¿Cómo vamos a decirles: «¡No,nosotros vamos a vivir con aire acondi-cionado, con segunda residencia y conuno o dos coches por familia, pero uste-des no!»? Nos dirían: «¿Y por quéno?» Entonces, si ellos también selanzan a la industrialización aultranza, como parece ser que es loque ansían, imagínate la que sepuede armar. Ahí, por lo demás,tenemos el caso de China, que estácreciendo al 10% desde hace vein-ticinco años.

Lo de menos es que suba el pre-cio del petróleo. El recalentamientoglobal es una realidad, e irá a más. Yoveo muy difícil que se salve… no sési la raza humana o el modo de vida occi-dental. Se ha dicho que probablemente

el crecimiento vegetativo de la poblaciónmundial parará, pero lo que no va a parares el ansia adquisitiva de todos los pobla-dores del planeta, cosa por lo demás natu-ral. Es que tú y yo no querríamos vivirmal. Pero, sinceramente, ¿aguanta el pla-neta a 6000 millones de personas, aun-que se estabilice en esa cifra o vaya a más,incluso si se estabiliza en 6, 8 o 10000millones? En el fondo, eso es secundario.Lo malo no es el número, sino la forma

de vida. Es legítimo (no sé si lla-marlo así), claro que sí, ¿por quéno sería legítimo que se quisieranmultiplicar, por ejemplo, las ame-bas, los microbios, las bacterias olas cucarachas? Que conste (nome gustaría que me acusaran dedespreciar al género humano: per-tenezco a él), simplemente creoque, hoy por hoy, somos el cán-cer del planeta. No hay posibi-lidad humana de controlarnosa nosotros mismos.

—Es «la especie degenerada» de la quehabla Álvaro Mutis…, ¿no?—Sí, en efecto.

EEnnttrreevviissttaa

El comunismo fue una de las calamidadesdel siglo XX que se abatió sobre China(foto de arriba), pero el capitalismo salvaje que le ha sucedido, aunque permite que la existencia sea más vivible,no deja de ser otra calamidad (abajo, foto de Shanghai y sus rascacielos).

Hilaire Belloc en las trincheras de la Primera Guerra Mundial.

Heidegger, uno de los escasos pensadores que redimen al siglo XX de su esterilidad.

Tropas francesas preparándose para el asalto en la carnicería que, entre 1914 y 1918, fue la primera gran guerra industrial.

Yo he sido siempreardiente defensor de la hipocresía y de la censura.

Sin fingimiento todasociedad moderna

sería invivible.

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contrario, Hilaire Belloc, elescritor inglés, muy polémico,a propósito del límite de laspalabras: «Intenten ustedes, conpalabras, sin gestos y sin dibu-jos, explicar cómo se hace unnudo, cualquier nudo, comola lazada del zapato. A ver». Encambio, con un dibujo o expli-cándolo, haciéndolo, es comose les enseña a los niños… Asíes que yo no es que tenga unafe sin límites en el poder de lapalabra, pero sí creo, primero,que la palabra nace ya siendosagrada, y, segundo, que naceantes, probablemente, la expre-sión poética en rima que laprosa…

—No sé si sabías que Heideggerdice exactamente lo mismo…—¿Lo dice? Y lo dicen todos losantropólogos, y por un moti-vo: porque incluso las instruc-ciones para ir de un punto aotro, en una geografía primiti-va las recuerda uno mejor rima-das que sin rima, con rima sepuede uno acordar. Por ejem-plo: «Al llegar al cuarto árbol,se tuerce a la derecha »; si rimaeso con «la mitad del caminoestá hecha», por poner un ejem-plo, se puede recordar muchomejor. Porque, además, esasrimas son sagradas, con lo queuno se acuerda de ellas con másvigor. Pasa igual con las cróni-cas. Ahí hay una idea que se hamencionado mucho, a propó-sito de las civilizaciones arcai-cas, y que un amigo mío que sellama Javier Gomá, un filósofoclasicista (lo aborda de unamanera más clara cuando locuenta que cuando lo escribe),resume diciendo que hasta hacepoco tiempo, dos mil o tres milaños, en las sociedades no sólooccidentales sino de cualquiersitio, los papeles importantesno estaban separados, es decir,que en la antigüedad hacía faltaalguien que fuera a la vez rey,sacerdote, profeta, que curase…

De todo eso quedan ecos enla ceremonia del bautismocristiano, donde el oficiantedice: «ahora compartes la dig-nidad de rey, sacerdote y pro-feta». Esa acumulación depapeles se ha roto, y eso pro-duce una debilitación enor-me de la fuerza del corazón,no sólo espiritual, sino psi-cológica en cuanto a la capa-cidad de resistencia del serhumano, porque pierde esosapoyos. Por eso en nuestrassociedades, a las que lesponen bombas en los trenes,se tambalean y se puedencaer; son enormemente másfrágiles.

—Cambiando de tema, megustaría hablar contigo tam-bién de tu novela El rompi-miento de gloria, aunquetampoco se puede decir quecon ello se cambie mucho detema, pues esta novela no dejade estar relacionada, por elaliento que la impulsa, con losotros dos libros de los que yahemos hablado: El siglo XX yotras calamidades y El guiri-gay nacional. En El rompi-miento de gloria hay, comotú mismo subrayas, un granprotagonista, que es la natu-raleza, la cual aparece enforma de la sierra cercana aMadrid, la segoviana, y la deGredos. ¿Qué sería para ti,aparte de este papel predomi-nante de la naturaleza, lo másimportante que se juega enesta novela, en la cual apare-cen otros protagonistas aúnmás curiosos: dos dioses, hom-bre y mujer, nada más y nadamenos? ¿Qué es lo que hasintentado buscar en esta nove-la que, por tantos aspectos,constituye una auténtica obramaestra?—He intentado recordar paramí y compartir con mis lec-tores ese hecho decisivo, queestaba en la raíz de nuestra

cultura y que hoy se encuen-tra ya desvanecido: la uniónentre el hombre y la naturale-za —en respeto mutuo— y enun sentido sacro de la natura-leza. Lo cual acarrea otra cosa:el respeto a los hombres y a losdioses: las dos cosas que des-truye la modernidad. Yo creoque la maldición, el desastremayor del siglo XX, es la pér-dida de la percepción de losagrado, su desvanecimiento.Y decir «lo sagrado» no signi-fica necesariamente decir «lodivino», pues se trata de dosconceptos distintos aunque,sin duda, relacionados entre sí.Es un hecho, qué duda cabe,que se ha perdido el sentido delo sagrado, tal como lo enten-dían Rudolf Otto y MirceaEliade. Por eso, volviendo a lacita que te hacía antes deGeorge Steiner, cabe recordarque no hay cultura ni arte —gran arte— sin una referenciaa lo sagrado, como tampocohay dignidad del hombre queno le venga dada por una refe-rencia de lo sagrado.

Insisto: «lo sagrado», y nonecesariamente lo divino, aun-que es difícil concebirlo por sísolo… ¡Mira!, hay otra cosaque no he mencionado en nin-gún ensayo, porque todavía nohe tenido ocasión, y se tratade una cita curiosísima de uninglés de los años treinta lla-mado Christopher Dawson.Este pensador, converso a la fecatólica, se irritaba muchocuando oía decir que el nacio-nalsocialismo y el comunismoeran doctrinas modernas peropaganas. ¡Ojalá! —exclama-ba— porque el paganismo estálleno de espiritualidad, mien-tras que el nacionalsocialismoy el comunismo están total-mente vacíos de espiritualidad.Ése es el gran daño, y por esoson perversas esas dos doctri-nas. Pero lo grave es que nosólo el comunismo y el nacio-

nalsocialismo, que están…espero que desaparecidos,pero puede que tan sólo seencuentren en eclipse; lograve, decía, es que no sóloellos, sino que el laicismorousseauniano descafeinadode hoy (no voy a mencionarnombres, pero, en fin, losvemos a diario) también estátan apartado de la noción delo sagrado que da hambre ysed al ser humano.

En los personajes de minovela hay otra cosa en susraíces, algo que los alimenta.Son, si te fijas, aparte de losdos dioses o semidioses (laverdad es que no se los vemuertos nunca), gente quebusca, pero todos, incluidoel rojo, como él se llamaba así mismo, y los dos semidio-ses, el alemán, militar, todosson conscientes de algo queestá en la naturaleza y en elarte, que es sagrado. No esque yo quisiera con esta nove-la demostrar nada —no esuna novela de tesis—; salióasí por amor…, por amor ala naturaleza, por amor a cier-tas artes, por amor a los per-sonajes también. El resulta-do es que a fin de cuentas loque intento, lo que se puedesacar de esa novela —apartede lo principal, que yo espe-ro que la gente tenga ganasde pasar las hojas y ver lo queva ocurrir, porque eso es unanovela, si no es un ensayo—es un fondo que yo confío enque la gente encuentre. Sepuede ser de izquierdas, dederechas, de centro; se puedeser comunista, cristiano; sepuede ser nietzscheano; sepuede ser lo que sea… Sepuede, con todo eso, tenerun sentido de comunión conla naturaleza y con nuestracultura; se puede. Lo malode nuestra civilización moder-na, por llamarla de algunamanera, es que ninguno de

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«¡Ay de la religión o de la sociedad

que no tieneimágenes! Una

sociedad sin imágenes es unasociedad puritana.

Una sociedadopresora del cuerpo

y de la imaginación.»

OCTAVIO PAZ

Con la mirada perdida en el vacío, ¿llegaría alguna vez Hitler a intuir algo de la calamidad que se estaba fraguando?

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los que marcan las opiniones de hoy, seande izquierdas, de derechas o del centro,lo ve así. Y ésa es la decadencia, creo yo.

—Me parece absolutamente clave esta dis-tinción que estableces entre lo sagrado y lodivino. No voy a entrar en ello porque nosiríamos demasiado lejos; pero sí quisierapreguntarte al menos lo siguiente. En estedesvanecimiento de lo sagrado, que carac-teriza a nuestra época, ¿no crees que haytambién una responsabilidad importantepor parte de las Iglesias, y en particular dela católica, sobre todo a partir de la deri-va del Vaticano II, y ya no digamos del pro-testantismo?

—Desde luego. Un amigo mío, muy cre-yente, católico, pero muy consciente deeste empobrecimiento espiritual de nues-tra época, dice que uno de los motivoses que está casi olvidada una de las tresvías de acercamiento a Dios según loscristianos; la que llaman via pulchritudi-nis —la vía de la belleza— (puesto quese supone que Dios —el de los cristia-nos— es sumo bien, suma verdad y sumabelleza). Pero no estaba postergada la víapulchritudinis antes, ni en la Iglesia cató-

lica, ni en las Iglesias protestantes, ni porsupuesto en la Iglesia ortodoxa oriental,ni en las comunidades no cristianas. Labelleza siempre fue importantísima; sinembargo, se ha olvidado. Por ello, unaamiga mía habla del «cuplé católico», deesta música espantosa que ha reemplaza-do al canto gregoriano, y eso ocurre cuan-do precisamente lo más fácil hoy es repro-ducir la mejor música, desde que se inven-tó el fonógrafo y ya no digamos las nue-vas formas de reproducción musical. Es

verdad que el canto debe ser coral, por-que de lo contrario no hay manera deunir a los fieles; pero es que eso siguesiendo posible. En España es donde máslejos se ha ido en afear, en volver feísi-mo, cursi, el arte religioso. Pero, en fin,lo mismo ha sucedido también en otrossitios, como por ejemplo en Inglaterra,donde la Iglesia anglicana ha destruidola infinita belleza del lenguaje del libroque se llama The book of common prayer[El libro de plegaria común] y la Bibliade la versión del Rey Jaime, que eranmonumentos estilísticos del siglo XVII deuna belleza extraordinaria. Se han empe-ñado en hacer nuevas traducciones feísi-mas, que han eliminado la belleza.Recuerdo que hubo un manifiesto enInglaterra firmado por diversas personas,muchas de las cuales se declaraban agnós-ticas, en el que decían: «Nos oponemosa la destrucción de este patrimonio lin-güístico (era cuando empezaban a refor-mar la liturgia anglicana), porque haytoda una mayoría de la nación británicacuyo único contacto con la belleza se efec-túa a través de la liturgia». No es que setratara de un contacto entre otros, sino

que en toda su vida sólo a travésde la liturgia tenían contacto conla belleza.

—Con las sociedades católicas eslo mismo…—Igual, lo que pasa es que enlas poblaciones católicas se usabamucho el latín, que no enten-día casi nadie, aunque podíatransmitir la belleza del myste-rium tremendum, y luego, esosí, había la belleza plástica,mucho más abundante en lasiglesias católicas que en la pro-testantes, con toda su grandí-sima hermosura arquitectó-nica y pictórica. También eneso, en la belleza plástica y laarquitectónica, nos han des-animado a seguir emocio-nándonos. Es como si, sien-do dueños de un patrimo-nio inmenso, repleto debelleza, renunciáramos a ély la Iglesia lo echara por la

borda a cambio de nada. Es verdadque la Iglesia reaccionó ante esta derivahace tiempo, pero ya es muy difícil recu-perar lo perdido.

—Sueles decir eso, que es difícil o imposi-ble recuperar lo perdido. ¿Por qué, enton-ces, te declaras liberal reaccionario, si creesque reaccionar no sirve de nada?—Es que sí creo que sirve, al menos parauna cosa, para quedarse uno tranquilode haber hecho lo que estaba en su mano,diciéndose a sí mismo en voz baja «pormí que no quede». Y además… ¿quiénsabe si no pasará como con las copias yglosas hechas por los monjes en sus escri-torios, que salvaron mucha sabiduría ymucha hermosura en tiempos sombríosy azarosos? l

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Santiago de Mora-Figueroa, Marqués de Tamarón. Escritor y diplomático. Ha sido embajador de España en paísescomo Francia, Canadá y Gran Bretaña.Dirigió el Instituto Cervantes entre 1996 y1999. Su último libro publicado es el Guirigaynacional (Áltera), una recopilación de susartículos sobre el idioma en el diario ABC.

La belleza y lo sagrado en los templos (abadía de Royaumont, cerca de Paris) y la literatura. A la derecha, The Book of Common Prayer.A la izquierda, la Biblia en la versión del Rey Jaime.

Nuestra sociedad no cree en la belleza,

renuncia a ella, y produce un arteesencialmente feo.

El arte sólo es posibleen sociedades que no sean ni ateas ni democráticas.