minucias del lenguaje

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MINUCIAS DEL LENGUAJE Publicado por Lic. Adriana Scaglione La tendencia humana de interesarse en minucias ha conducido a grandes cosas. Sterne, El viaje sentimental El bibliólogo Martínez de Sousa las definió con un poco de dramatismo como “heridas del texto”. Sin embargo, el escritor Augusto Monterroso, reconocido por su amable predisposición a tomarse las cosas con buen humor y humana comprensión, nos aclaraba que “si determinado texto es incapaz de resistir erratas o errores de traducción, ese texto no vale gran cosa”. Es verdad que las erratas únicamente resultan divertidas a la distancia y cuando quien las cometió no es uno mismo, ellas no sólo pueden generar frases disparatadas e hilarantes, sino también pueden provocar reacciones desmesuradas a los que se encuentran afectados por su presencia: excesiva angustia, resentimientos, divorcios, peleas, venganzas, pánico, hilaridad, tal vez suicidios, todas reacciones que a lo largo de la historia dieron lugar a las más variadas y absurdas anécdotas. Ahora bien, ¿a qué llamamos exactamente erratas? Según Martínez de Sousa, “las erratas consisten en letras mal colocadas, repetidas y omitidas, y también en palabras enteras mal compuestas”. Pero, el rasgo que las distingue de las clásicas faltas de ortografía es que son faltas cometidas siempre en la imprenta. En cierto sentido, las erratas pertenecen a la misma familia de los lapsus calami, equivocación cometida al correr de la pluma; y también tienen un parentesco, aunque un poco más lejano, con los lapsus linguae, equivocación en el habla. En cualquier caso, nos tropezamos con faltas producto de la irrupción del inconsciente en nuestro discurso hablado o escrito; más aún, podríamos imaginar un ensayo escrito por Freud titulado “La errata (o el lapsus) y su relación con el inconsciente”, ya que, al igual que el chiste, es capaz de mofarse de las situaciones más inverosímiles con un poco de

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Page 1: Minucias Del Lenguaje

MINUCIAS DEL LENGUAJE

Publicado por Lic. Adriana Scaglione

La tendencia humana de interesarse en minucias ha conducido a grandes cosas.Sterne, El viaje sentimental

El bibliólogo Martínez de Sousa las definió con un poco de dramatismo como “heridas del texto”. Sin embargo, el escritor Augusto Monterroso, reconocido por su amable predisposición a tomarse las cosas con buen humor y humana comprensión, nos aclaraba que “si determinado texto es incapaz de resistir erratas o errores de traducción, ese texto no vale gran cosa”. Es verdad que las erratas únicamente resultan divertidas a la distancia y cuando quien las cometió no es uno mismo, ellas no sólo pueden generar frases disparatadas e hilarantes, sino también pueden provocar reacciones desmesuradas a los que se encuentran afectados por su presencia: excesiva angustia, resentimientos, divorcios, peleas, venganzas, pánico, hilaridad, tal vez suicidios, todas reacciones que a lo largo de la historia dieron lugar a las más variadas y absurdas anécdotas.

Ahora bien, ¿a qué llamamos exactamente erratas? Según Martínez de Sousa, “las erratas consisten en letras mal colocadas, repetidas y omitidas, y también en palabras enteras mal compuestas”. Pero, el rasgo que las distingue de las clásicas faltas de ortografía es que son faltas cometidas siempre en la imprenta. En cierto sentido, las erratas pertenecen a la misma familia de los lapsus calami, equivocación cometida al correr de la pluma; y también tienen un parentesco, aunque un poco más lejano, con los lapsus linguae, equivocación en el habla. En cualquier caso, nos tropezamos con faltas producto de la irrupción del inconsciente en nuestro discurso hablado o escrito; más aún, podríamos imaginar un ensayo escrito por Freud titulado “La errata (o el lapsus) y su relación con el inconsciente”, ya que, al igual que el chiste, es capaz de mofarse de las situaciones más inverosímiles con un poco de ingenio.

En el recientemente publicado Vituperio (y algún elogio) de la errata, José Esteban nos muestra cómo, a lo largo de la historia, la errata se ha comportado como un espíritu libre y rebelde, que burla los convencionalismos de cada época, sin respetar jerarquías, ni creencias ni géneros, y disfrazada de tal forma que resulta imposible su captura. Para ello, el autor explora la historia del libro, la imprenta y la tipografía en busca de las más risueñas anécdotas, y consigue armar una especie de “Historia universal de la errata”.

Lo que deja en claro José Esteban es que la errata lo contamina todo: títulos, colofones, periódicos, publicidades, libros. Por ejemplo, los diarios han aportado a esta comedia de enredos una gran variedad de historias sagaces. El diario español ABC (6-12-1954) “El último premio Goncourt le ha sido concedido a Simone de Beauvoir por su libro Las mandarinas”, en lugar de Les mandarines. Probablemente, con intenciones menos inocentes apareció un día “El Generalísimo estuvo ayer pecando en el río Mandeo”. Otras muestras de cómo un aparentemente inofensivo cambio de letra revoluciona el sentido de una frase son: “J.J. Romero, casado y con tres pijos fue agraciado con el gordo de Navidad”; ”Las Putas Nacionales de Turismo”; “Dos jóvenes se han comprometido por lo que la joda se celebrará en breve”; “Los Reyes Católicos despidieron a Colón a Palos”.

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Otras sensuales erratas aparecidas en distintos folletines y publicaciones son: “Aquella mañana, doña Manuela se levantó con el coño fruncido” (ceño); “Mariuca se duerme y yo me voy de putillas”, donde imperiosamente debía decir puntillas. Igual de desconcertante fue la dedicatoria de un crítico a una condesa, a quien “por su exquisito busto conocemos bien sus amigos”, en lugar de gusto.

Algunos sutiles, pero no menos ocurrentes cambios de título son La dama de las camellas, en referencia a la obra de Alejandro Dumas; un drama histórico del teatro español titulado La expulsión de los mariscos (por moriscos). Más aún, el sello editorial Fondo de Cultura Económica debe su nombre a un sencillo error: la idea era bautizarla originalmente como Fondo de Cultura Ecuménica.

Los ejemplos anteriores nos demuestran que no hay mejor forma de reducir al máximo la cantidad de errores, ahora que sabemos que su ausencia es imposible, que a través de la lectura avezada, minuciosa y experta del corrector, preparado para revisar los originales, tanto desde el punto de vista gramatical y ortográfico como desde el semántico y terminológico. A pesar de la moderna especulación acerca de este singular oficio, muchos los imaginan como escritores frustrados, seres grises sin vida propia o solterones empedernidos, siempre quejosos, amargados y desaliñados, el corrector tiene una función irreemplazable dentro de la editorial, es quien permite que disfrutemos de textos coherentes, legibles, y comprensibles, no en vano, antiguamente, quienes desempeñaban este oficio eran auténticos eruditos, versados en gramática y en la composición tipográfica.

BIBLIOGRAFIA

ESTEBAN, José: Vituperio (y algún elogio) de la errata, Editorial Renacimiento, España, 2003.MARTÍNEZ DE SOUSA, José: Manual de edición y autoedición, Ediciones Pirámide, Madrid, 2001.MOLINER, María: Diccionario de uso del español, 2da. Edición, Madrid, Gredos, 1998.MONTERROSO, Ausgusto, Tríptico, México, FCE