michel vovelle - nacimiento de la revolución

5

Click here to load reader

Upload: dvillenasald

Post on 06-Nov-2015

16 views

Category:

Documents


9 download

DESCRIPTION

Michel Vovelle - Nacimiento de La Revolución

TRANSCRIPT

  • Nacimiento de la revolucin1

    Michel Vovelle

    1. La crisis del Antiguo Rgimen

    El objetivo de la Revolucin era la destruccin del feudalismo. Los historiadores actuales, movidos por un prurito de

    purismo, tienden a rechazar, o al menos a corregir este trmino, que, sin duda, es el que mejor cuadra al sistema social

    medieval. Pero los juristas revolucionarios tenan mucho ms claras las ideas. Efectivamente, en las estructuras que ellos

    impugnaban es fcil reconocer las caractersticas del modo de produccin feudal, o del feudalismo en el sentido en que lo

    entendemos hoy en da. Sin embargo, la Francia de 1789, un buen ejemplo de tal sistema, presenta cantidad de

    caractersticas particulares, cuya importancia descubriremos a medida que se desarrolla la Revolucin francesa. Cuando

    rutilamos de feudalismo, nos referimos ante todo al sistema econmico tradicional de un mundo dominado por la economa

    rural. En 1789, el mundo campesino representaba el 85 por 100 de la poblacin francesa, y la coyuntura econmica sufra el

    opresivo condicionamiento del ritmo de las escaseces y las crisis de subsistencia. En este sistema, en realidad, los accidentes

    econmicos ms graves son 1as crisis de subproduccn agrcola, que en el siglo XVIII, no obstante la permanente

    diminucin de las grandes hambrunas de los siglos anteriores, constituyen factores esenciales ante los cuales la importancia

    de la industria queda relegada a segundo trmino. El tradicionalismo y el atraso de las tcnicas agrcolas, evidente en

    comparacin con Inglaterra, refuerza la imagen de un campo inmutable en no pocos aspectos. El sistema social segua

    an reflejando, en su conjunto, la importancia de los tributos seoriales. La aristocracia nobiliaria, considerada en su

    conjunto, posea una parte importante de la tierra cultivable de Francia, tal vez un 30 por 100, mientras que el clero, otro

    orden privilegiado, tena por su lado del 6 al 10 por 100 de la tierra. Lo ms importante e indudablemente lo que constituye la sobrevivencia ms notable de formas medievales es el peso de tributos feudales y seoriales que recaan sobre la tierra, y que recuerdan la propiedad eminente que detentaba el seor sobre la tierra que, en realidad, posean los

    campesinos.

    Efectivamente, esas cargas, variadas y complejas, constituan lo que los juristas, en su jerga profesional, llamaban

    complejo feudal (complexum feudale). Esta nebulosa de derechos inclua rentas en dinero (el censo), y el champart, un

    porcentaje que deba entregarse sobre las cosechas, y que se haca sentir mucho ms gravosamente que aqul. Haba

    muchsimos otros impuestos, a veces exigibles anualmente y a veces en forma ocasional, ora en dinero, ora en especie: por

    ejemplo, el laudemo (derecho de mutacin sobre la propiedad), el vasallaje, las declaraciones de fe y homenaje

    (aveux) y las banalidades (estas ltimas se expresaban en monopolios seoriales sobre los molinos, los hornos y los

    lagares). Por ltimo, el seor detentaba un derecho de justicia sobre los campesinos de sus tierras, si bien es cierto que la

    apelacin a la justicia real pona este derecho cada vez ms a menudo en tela de juicio. Adems, determinadas provincias

    del reino fueron testigos de la sobrevivencia de una servidumbre personal que gravitaba sobre el derecho de manos

    muertas, cuya libertad personal (matrimonio, herencia) era limitada.

    En este resumen, forzosamente demasiado simple, no podramos dejar de destacar lo que constituy la originalidad

    de Francia en la crisis general del feudalismo europeo. Es tradicional oponer el sistema agrario de la Francia del siglo XVIII

    al sistema ingls, donde la eliminacin sostenida de vestigios del feudalismo condujo a una agricultura de tipo ya

    precapitalista. A la inversa, se puede comparar lo que ocurre en Francia con los modelos que propona Europa central y

    oriental, donde la aristocracia, propietaria de la mayora de la tierra, se apoy, a veces de un modo creciente en el siglo

    XVIII, en el trabajo forzado de los campesinos siervos ligados a la tierra. La versin francesa del feudalismo, a mitad de

    camino entre uno y otro sistema, es vivida tal vez tanto ms dolorosamente cuanto que se hallaba ya en la ltima fase de

    declinacin, a punto de su definitivo final. El campesino francs, en cambio, en gran parte propietario de la tierra y muy

    diversificado, habr de desempear un papel importante en las luchas revolucionarias junto a la burguesa y contra una

    nobleza menos omnipotente que la de Europa oriental, tanto desde el punto de vista social como desde el econmico. A la

    inversa, si se compara la sociedad francesa con las sociedades ms emancipadas, cuyo modelo es Inglaterra, se comprende

    la importancia de lo que se pona en juego en las luchas revolucionarias.

    Hace muy poco, una corriente de la historiografa francesa ha propuesto la idea de que sera imposible aplicar a la

    Francia clsica un anlisis de tipo moderno, y distinguir en ella clases sociales. Efectivamente, para R. Mousnier, la

    sociedad francesa de la poca era ms bien una sociedad de rdenes. Por rdenes no se entiende solamente la divisin

    oficial tripartita que opone Nobleza, Clero y Tercer Estado, sino tambin las normas de organizacin de un mundo

    jerarquizado, con una estructura piramidal. Para evocar simblicamente la sociedad francesa vale la pena recordar la

    procesin de los representantes de los tres rdenes en la ceremonia de apertura de los Estados Generales, en mayo de 1789.

    1 En: Introduccin a la Revolucin francesa. Barcelona: Crtica, 2000. Captulo 1, pgs. 11-23.

  • En primer lugar, el clero, en tanto primer orden privilegiado, pero l mismo resultado de una heterognea fusin de un clero

    alto y de un clero bajo; luego, la nobleza, y, por ltimo, el Tercer Estado, modestamente vestido con uniforme negro.

    Esta jerarqua no es meramente figurativa, sino que en ella los privilegiados gozan de una posicin muy particular.

    El clero y la nobleza se benefician con privilegios fiscales que los ponen casi por completo a cubierto del impuesto real.

    Pero hay tambin privilegios honorficos y en el acceso a los cargos, como, por ejemplo, la interdiccin al Tercer Estado del

    acceso a los grados de oficiales militares, reafirmada a finales del Antiguo Rgimen. Se habla de cascada de desprecio de

    los privilegiados respecto de los plebeyos, y no sera nada difcil encontrar ejemplos concretos que ilustren el trmino de

    reprimido social que se ha aplicado al burgus francs de finales del Antiguo Rgimen. Esta jerarqua psicosocial de los

    honores es tan manifiesta que engaa acerca de las verdaderas realidades sociales, pues detrs de las ficciones de una

    sociedad de rdenes se vislumbra la realidad de los enfrentamientos de clases. Despus del feudalismo y de la estructura de

    rdenes de la sociedad, el tercer componente de este equilibrio del Antiguo Rgimen, ya gravemente amenazado, es el

    absolutismo. No cabe duda de que entre absolutismo y sociedad de rdenes no hay coincidencia total, pues los privilegiados

    se anticiparn a la verdadera Revolucin con una fronda contra el absolutismo real. Pero la garanta de un orden social que

    asegure el poder a los privilegiados se condensa perfectamente en la imagen del rey todopoderoso, ley viva para sus

    sbditos. En la poca clsica, el reino de Francia se ha afirmado despus de Espaa como el ejemplo ms acabado de un sistema estatal donde el rey dispone de una autoridad sin contrapesos efectivos en sus consejos. En 1789 hace catorce

    aos que ha asumido el caigo Luis XVI, cuya personalidad es demasiado mediocre para las responsabilidades que aqul

    exige. Desde Luis XIV la monarqua haba impuesto los agentes de su centralizacin, los intendentes de polica, justicia y

    finanzas, de los que se deca que eran el rey presente en la provincias, en el seno de las comunidades que ellos

    administraban. Al mismo tiempo, la monarqua haba llevado a trmino la domesticacin de los cuerpos intermediarios,

    como los llamaba Montesquieu, cuyo mejor ejemplo encontramos en su poltica respecto de los Parlamentos, en esas cortes

    que representaban las ms altas instancias de la justicia real tanto en Pars como en las provincias. En el corazn mismo de

    este sistema poltico del Antiguo Rgimen se ubica la monarqua de derecho divino: el rey, que en el momento de su

    coronacin es ungido con los leos de la santa ampolla, es un rey taumaturgo que cura a los enfermos que padecen de

    escrfulas (absceso fro). Figura paterna y personaje sagrado, el rey es el responsable religioso de un sistema que tiene al

    catolicismo como religin de Estado, y que slo en los ltimos aos del Antiguo Rgimen (1787) comienza apenas a aplicar

    una poltica de tolerancia con los protestantes. En 1789, este mundo antiguo est en crisis. Como se ver luego, las causas

    de esta crisis son mltiples, pero es obvio que el sistema todo da muestras de fallos evidentes. Los que ms universalmente

    se denuncian y cabe preguntarse si son tambin los ms mortales-- son los que se refieren al carcter inconcluso del marco estatal.

    Este es el punto sobre el que ms nfasis se puso en la poca, as como en todo el desarrollo clsico de la

    historiografa moderna. Se ha descrito el caos de las divisiones territoriales superpuestas, diferentes entre el campo

    administrativo, el judicial, el fiscal o el religioso, pues las antiguas provincias, reducidas a constituir el marco de los

    gobiernos militares, no coincidan con las generalidades donde operaban los intendentes, ni con las bailas de Francia

    septentrional o las senescalas del Sur, circunscripciones a la vez administrativas y judiciales. Lo mismo que otras

    monarquas absolutas, aunque en proporciones excepcionales a finales del siglo XVIII, Francia padeca de la debilidad y la

    incoherencia del sistema del impuesto real. La carga de este impuesto era diferente segn los grupos sociales privilegiados o no, as como lo era tambin segn los lugares y las regiones, del norte al sur, de las ciudades (a menudo exentas) al campo.

    El peso de esta herencia, como es de sospechar, no era una novedad, pero en este fin de siglo la opinin pblica

    toma conciencia ms clara de ella, cual si se tratara de una carga insoportable. Por qu se produjo esta sensibilizacin?

    Algunos historiadores y recientemente Francois Furet han escrito que la voluntad reformadora de la monarqua se agot entonces, pero quedara an por saber por qu no hubo despotismo ilustrado a la francesa, lo que remite a su vez de

    la crisis de las instituciones a una crisis de la sociedad. La crisis social de fin del Antiguo Rgimen es una impugnacin

    fundamental del orden de la sociedad, y en esta medida se difunde en todos los niveles. Pero hay dominios particulares en

    donde se la descubre con toda evidencia. As ocurre en lo relativo a la declinacin de la aristocracia nobiliaria, declinacin

    que, segn el punto de vista en que uno se coloque, es absoluta o relativa. En trminos absolutos, se comprueba que una

    parte de la nobleza vive por encima de su capacidad econmica y, por tanto, se endeuda. La comprobacin es vlida tanto

    para la alta nobleza parasitaria de la corte de Versalles, dependiente de los favores reales, como para una buena parte de la

    nobleza media provinciana, a veces antigua, pero venida a menos. Es indudable que se puede objetar aqu la existencia de

    una nobleza rentista dinmica, caldo de cultivo de esa clase propietaria de la que hablan los fisicratas. Esta ltima se ha

    beneficiado con el ascenso de la renta de la tierra a lo largo del siglo, y sobre todo despus de 1750.

  • Pero esta riqueza originada en la renta de la tierra est en declinacin relativa en relacin con la explosin del

    beneficio burgus. Esta declinacin colectiva puede provocar reacciones diferentes segn los casos. As, en la casta

    nobiliaria misma se multiplican los ejemplos de rechazo de la solidaridad de clase, los desclasados, de quienes Mirabeau o

    el marqus de Sade constituyen vivas imgenes. Pero si bien su testimonio individual es revelador, la actitud colectiva del

    grupo se expresa ms bien en el sentido inverso, en lo que se llama la reaccin nobiliaria o aristocrtica. Los seores

    resucitan antiguos derechos, y a menudo se aferran con xito a las tierras colectivas o a los derechos de la comunidad rural.

    Esta reaccin seorial en el plano de la tierra va de la mano con la reaccin nobiliaria que triunfa por entonces. Se

    acabaron los tiempos ya en el reinado de Luis XIV en que la monarqua absolutista extraa los agentes superiores de su poder de la vil burguesa, segn la expresin de Saint-Simon. El monopolio aristocrtico sobre el aparato gubernativo del

    Estado ya no conoca prcticamente ms brechas. Necker, banquero y plebeyo, no era ms que la excepcin que confirma la

    regla. En los diferentes grados de la jerarqua, los cuerpos o compaas que detentan parcelas del poder cortes de justicia, captulos, catedrales, etc. defienden y hasta consolidan notablemente el privilegio nobiliario. Al sancionar esta evolucin, la monarqua, en las ltimas dcadas del Antiguo Rgimen, ha cerrado el acceso al grado militar tanto en el ejrcito como en la marinaa los plebeyos surgidos del rango de suboficial. Los genealogistas de la corte (Cherin) tienen un poder no slo simblico. Al provocar la hostilidad de los campesinos y de los burgueses, la reaccin seorial y la

    reaccin nobiliaria contribuyeron en gran medida a la creacin del clima prerrevolucionario, y la monarqua se vio

    comprometida debido al apoyo que les prestara. Es as como, de una manera aparentemente paradjica, la crisis del viejo

    mundo se expresaba tambin en trminos de tensiones entre la monarqua absoluta y la nobleza. Se ha calificado de

    revolucin aristocrtica o de rebelin nobiliaria a este perodo que va de 1787 a 1789 y que otros han llamado

    prerrevolucin. En 1787, un ministro liberal, al menos superficialmente, Calonne, convoca a una Asamblea de Notables

    para intentar hallar solucin a la crisis financiera, pero choca con la intransigencia de los privilegiados; se ataca el

    absolutismo, siquiera fuese slo en la persona de los ministros, y Calonne, amenazado, se retira. Su sucesor, Lomnie de

    Brienne, intenta una negociacin directa con las altas cortes de justicia los Parlamentos que, segn la tradicin, presentan sus amonestaciones (remontrances) y encuentran una equvoca corriente de apoyo popular cuando proponen la

    convocatoria de Estados Generales del reino por primera vez desde 1614. Detrs de esta fachada de liberalismo, lo que en

    realidad hacan los aristcratas y los Parlamentos al rehusar todo compromiso que sirviera para salvar el sistema

    monrquico era defender sus privilegios de clase.

    2. Las fuerzas nuevas al ataque

    Sin embargo, sera imposible describir la crisis final del Antiguo Rgimen exclusivamente en trminos de contradicciones

    internas; pues tambin sufri un ataque desde el exterior, a partir de la burguesa y los grupos populares. Alianza ambigua

    que conduca a formular la clsica pregunta acerca de si la Revolucin francesa es una revolucin de la miseria o una

    revolucin de la prosperidad. Se dir que se trata de un mero debate acadmico, en el que, a travs del tiempo, discuten

    Michelet y Jaurs. Sin embargo, este ejercicio de estilo conserva an hoy todo su valor. Michelet, el miserabilista, no se equivoca cuando llama la atencin sobre la precaria situacin de una gran parte del campesinado. Los trabajadores agrcolas

    (peones o braceros, como se los denomina), y junto a ellos los medieros, pequeos agricultores que comparten las

    cosechas con el propietario, constituyen por entonces la masa de lo que se ha dado en llamar campesinado consumidor,

    esto es, que no produce lo suficiente para atender a sus necesidades. Para estos campesinos, el siglo XVIII, desde el punto

    de vista econmico, no merece el calificativo de glorioso con que tantas veces se lo adorna.

    En efecto, el alza secular de los precios agrcolas, tan beneficiosa para los grandes agricultores que venden sus

    excedentes, slo es para ellos un grave inconveniente. Pero, acaso no les ha deparado el siglo nada bueno? En un hallazgo

    de concisin, E. Labrousse ha escrito que al menos ganaron la vida. Para atenernos al plano demogrfico, es verdad que

    durante el siglo XVIII, y sobre todo en su segunda mitad, las grandes crisis asociadas a la escasez y la caresta de los

    cereales remiten y desaparecen; con todo, este nuevo equilibrio es precario, y en esta economa de antiguo cuo la miseria

    popular sigue siendo una realidad indiscutible. Pero sera falso reducir la participacin popular en la Revolucin, tanto en

    sus aspectos urbanos como en los rurales, a una llamarada de rebelin primitiva; por el contrario, se asocia a la revolucin

    burguesa, la que, sin discusin posible, se inscribe en la continuidad de una prosperidad secular. El ascenso secular de los

    precios, y como consecuencia de la renta y del beneficio, comenz en la dcada de 1730, y se prolongara hasta 1817,

    aunque no sin accidentes, en trminos de crisis econmicas, o de un modo ms duradero, en la forma de esa regresin

    intercclica que se inscribe entre 1770 y el comienzo de la Revolucin. Pero, a grandes rasgos, la prosperidad del siglo es

    indiscutible. La poblacin francesa aumenta, sobre todo en la segunda mitad del siglo, y pasa de 20 a 26 millones de

    habitantes. El reino de Francia tiene la mayor poblacin de Europa, despus de Rusia. Lo tradicional en la historiografa

    francesa ha sido ver en la burguesa a la clase favorecida por excelencia a causa de este ascenso secular. Veremos que

  • recientemente se ha discutido este esquema explicativo, no slo en las escuelas anglosajonas, sino incluso en Francia, a

    favor del argumento de que la burguesa, en su acepcin actual, no exista en 1789.

    Sin anticiparnos en esta problemtica, detengmonos en la necesidad de definir ms precisamente un grupo que sera

    ilusorio concebir como monoltico o triunfante. En la Francia de 1789, la poblacin urbana slo rene el 5 por 100

    aproximadamente del total. Los burgueses urbanos todava extraen una parte a menudo importante de sus ingresos de la

    renta de la tierra y no tanto del beneficio. Los burgueses tratan de acceder a la respetabilidad mediante la compra de

    tierras y de bienes races, o, mejor an, de ttulos de oficiales reales, que confieren a sus posesores una nobleza susceptible

    de transmitirse hereditariamente. Por otra parte, una fraccin de esta burguesa, la nica que en los textos se precia del ttulo

    de burguesa, vive nicamente del producto de sus rentas, o, como se deca a la sazn, noblemente, y, en su nivel, se

    mimetiza al modo de vivir de los nobles. Pero la mayora de la burguesa, en sentido amplio, se dedica a actividades

    productivas. En efecto, se la encuentra en multitud de pequeos productores independientes comerciantes o artesanos, agrupados o no segn los sitios de sus corporaciones, empresarios, comerciantes y hombres de negocios, muchos de los

    cuales se han establecido en los puertos Nantes, La Rochelle, Burdeos o Marsella y extraen su riqueza del gran comercio de ultramar. Por ltimo, estn los banqueros y financieros, activos en ciertos lugarescomo Lyon, pero que en su mayor parte se concentran en Pars.

    La burguesa propiamente industrial de empresarios y fabricantes existe, pero su papel es secundario en un mundo en

    que las tcnicas de produccin modernas (minas, industrias extractivas o metalrgicas) comienzan a dar sus primeros pasos,

    mientras que la industria textil constituye la rama ms importante. Estamos en el siglo del capitalismo comercial, del que

    son ejemplos los grandes comerciantes de lana y algodn o seda (Lyon), quienes concentran la produccin diseminada de

    los fabricantes, tanto urbanos como rurales, que trabajan en dependencia de ellos. Pero la burguesa francesa incluye

    tambin todo un mundo de procuradores, abogados, notarios y mdicos, en una palabra, de miembros de las profesiones

    liberales, cuyo papel habr de resultar esencial en la Revolucin. Su posicin no carece de ambigedad. En efecto, por su

    funcin cabra esperar que fueran defensores de un sistema establecido que les da vida; sin embargo, afirman su

    independencia ideolgica en el seno de la burguesa. La cohesin de su programa y de las ideas-fuerza que la movilizan es

    lo que constituye la mejor demostracin de su realidad, as como de su capacidad para encarnar el progreso a los ojos de los

    grupos sociales que, total o parcialmente, librarn con ella la lucha revolucionaria. Artesanos y minoristas, tambin sus

    compaeros, que comparten los talleres, son ideolgicamente dependientes de la burguesa, aun cuando tengan sus propios

    objetivos en la lucha. A fortiori, sera prematuro esperar una conciencia de clase autnoma del asalariado urbano.

    Esta burguesa naciente, tal cual es, con todos los desniveles econmicos, sociales y culturales que la recorren,

    constituye la fuerza colectiva que da a la Revolucin su programa. La filosofa de las Luces se extendi y, traducida en

    frmulas simples, circul cual moneda corriente. Su difusin se vio asegurada por una literatura y por ciertas estructuras de

    sociabilidad, en particular las logias masnicas. Las ideas-fuerza de la Ilustracin, modeladas en frmulas simples -libertad,

    igualdad, felicidad, gobierno representativo, etc.- encontrarn en el contexto de la crisis de 1789 una ocasin excepcional

    para imponerse. En efecto, las causas inmediatas de la Revolucin resultan ms inteligibles cuando se las inserta en el

    marco de referencia de las causas profundas.

    En primer lugar, una crisis econmica ha catalizado las formas del descontento sobre todo en las clases populares.

    Los primeros signos de malestar cristalizaron en el campo francs en la dcada 1780, pues un estancamiento de los precios

    del cereal, una seria crisis de superproduccin vitcola y, ms tarde, en 1786, un tratado de comercio anglo francs, crearon

    graves dificultades a la industria textil del reino. En este contexto sombro, una cosecha desastrosa, la de 1788, produjo una

    subida brutal de precios all donde estaban estancados; si los ndices no llegaron a duplicarse, fue comn un ascenso al

    menos del 150 por 100. Las ciudades se sacuden. En abril de 1789 se subleva un barrio popular de Pars, el suburbio Saint-

    Antoine, y estallan revueltas en varias provincias. Los conflictos sociales, asociados a la caresta de la vida, otorgan una

    amplitud indita al malestar poltico, que hasta ese momento se haba polarizado hacia el problema del dficit. Dicho dficit

    es tan antiguo como la monarqua, pero slo entonces adquiere las dimensiones propias de un privilegiado signo revelador

    de la crisis institucional y de la sociedad que, sin duda, despus de la guerra de independencia de Estados Unidos, creci en

    proporciones tales que excluan toda solucin fcil. Adems, la personalidad del monarca gravitaba pesadamente en la

    constelacin de causas inmediatas, en los orgenes del conflicto. Rey desde 1774, honesto pero indudablemente poco

    dotado, Luis XVI no es ni por asomo el hombre que la situacin requiere, y la personalidad de Mara Antonieta, a travs de

    quien ejerce su influencia el peligroso grupo de presin de la aristocracia de la corte, no arregla en absoluto las cosas. Pero

    es evidente que, en una situacin en la que son tantos los factores esenciales que intervienen, la personalidad de una sola

    persona aun cuando fuera la del rey no bastaba para cambiar el curso de las cosas de manera apreciable. Dos ministros, como se ha visto, Calonne y Lomnie de Brienne, intentaron sin xito imponer sus proyectos de reformas fiscales a los

    privilegiados que formaban la Asamblea de Notables, en tanto Parlamentos. Pero el rechazo de estas instancias condujo a la

  • revuelta de la nobleza y tuvo imprevistas consecuencias para sus autores, pues tanto en Bretaa como en el Delfinado, el

    grito de que se convocara a Estados Generales adquiri un tono estrictamente revolucionario. El rey cede a esta solicitud en

    agosto de 1788, al tiempo que llama al ministerio al banquero Necker, personalidad popular, y le confa la direccin de los

    negocios.