1-vovelle, michelle, capítulos 2, 3, 4 y 5, de intruducción a la revolución francesa

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    Volvelle, MichelIntroducción a la historia de la Revolución Fran cesa

    Editorial CríticaGrijalbo. Barcelona, 1984.

    Cap. 2, 3 ,4 y 5

    Capítulo 2

    LA REVOLUCION BURGUESA

    1. De 1789 a 1791: La Revolución constituyente

    ¿Se trata de una sola o de tres revoluciones? En el verano de 1789 se pudo hablarde tres: una revolución institucional o parlamentaria, en la cumbre, una revoluciónurbana o municipal y una revolución campesina. Al menos desde el punto de vistapedagógico, esta presentación puede resultar útil.

    Los Estados Generales se inauguraron solemnemente el 5 de mayo de 1789. Nohabían pasado aún tres meses cuando, el 9 de julio, se proclamaban AsambleaNacional Constituyente; la victoria del pueblo parisiense del 14 de julio aseguraba eléxito del movimiento. Efectivamente, est os tres meses decisivos asistieron a lamaduración, hasta sus últimas consecuencias, de los elementos de una situaciónexplosiva. Verdaderamente por primera vez en la historia, la campaña electoralhabía dado al pueblo francés e l derecho a hablar. Y éste hizo uso de ese derecho ensus asambleas, de las que los "cuadernos d e quejas", desde las más ingenuas a las

    más elaboradas, no s han legado un impresionante testimonio colectivo de lasesperanzas d e cambio. En su forma tan anticuada, el ceremonial de apertura de losEstados Generales parecía poco idóneo para responder a estas esperanzas; peroapenas a l comenzar, a propósito del problema del voto "por cabeza" o "por orden", elTercer Estado armaba su voluntad de mostrar a los privilegiados el sitio queentendía corresponderle. El 20 de junio de 1789, en el curso del célebre Juramentodel Juego de Pelota, los diputados del Tercer E stado juraron solemnemente "noescindirse jamás... hasta que se establezca la Constitución". La "sesión real" del 23de junio -intento del poder de retomar la situación en sus manos- con rma ladeterminación del Tercer E stado que, po r bo ca de uno de sus líderes (Bailly),

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    responde que "la nación reunida no puede recibir órdenes". No obstante habersedenominado Asamblea Nacional y haber obligado, de buen o mal grado, a lasórdenes privilegiadas a sentarse con ellos, los diputados del Tercer Estado sentían

    la precariedad de su situación, cuando se perla la contraofensiva real, esto es, laconcentración de tropas en París y la destitución del ministro Necker el 11 de julio.Pero entonces es el pueblo de París quien toma el relevo, quien se dota de unaorganización revolucionaria. Mediante la utilización del marco de las asambleaselectorales de los Estados Generales, a partir de los primeros días de junio laburguesía parisiense echa las bases de un nuevo poder y el pueblo de Paríscomienza a armarse. El aumento de las dicultades a penas d estituido Necker llevó ala jornada decisiva del 14 de julio, en la que el pueblo se apodera de la Bastilla,fortaleza y prisión real, que le resistía. El alcance de este episodio trasciende conmucho el mero hecho considerado en sí mismo, para convertirse en el símbolo de laarbitrariedad real y, en cierto modo, de l Antiguo Régimen que se hunde. Larevolución popular pa risiense sigue su camino con la muerte del intendente de laGeneralidad de París, Bertier de Sauvigny e n julio, y e n particular con la marcha dehombres y mujeres de París a Versalles, a comienzos de octubre -el 5 y e l 6 de esemes-, en respuesta a las n uevas a menazas d e la reacción, para hacer regresar a lafamilia real: "el panadero, la panadera y e l panaderito". Se trataba de un programaque unía la reivindicación política -el control de la familia real- a la reivindicación

    económica. A partir de esta serie de acontecimientos se puede juzgar cuá l era elnexo entre la revolución parlamentaria en al cúspide, tal como se arma en laAsamblea Nacional, y la revolución popular en la calle. Por cierto que la burguesíaera harto reservada ante la violencia popular y las brutales formas de lucha por elpan de cada día. Pero entre estas d os revoluciones h ay más q ue una mera y casua lcoincidencia. G racias a la intervención popular la revolución parlamentaria pudomaterializar sus éxitos; gracias al 14 de julio, el rey tuvo que ceder el día 16, volver allamar a Necker y aceptar po nerse la escarapela tricolor, símbolo de los nuevostiempos. Del mismo modo, las jornadas de octubre han signicado un frenazo a la

    reacción q ue se había p royectado.

    Así las cosas, la presión popular distó mucho de ser sólo parisiense, pues fueronmuchas las ciudades que, siguiendo el ejemplo de París, hicieron su "revoluciónmunicipal", a veces pacíca, cuando las autoridades cedían el sitio sin resistencia, aveces violentamente, com o en Burdeos, E strasburgo o Marsella, po r citar só loalgunos n ombres. Lo que se ha dado en llamar revolución campesina no es só lo uneco de las revoluciones urbanas. Por el contrario, es evidente que tiene su ritmopropio y sus objetivos de guerra especícos. Después de los primeroslevantamientos de la primavera de 1789, las rebeliones a grarias se habían extendido

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    en muchas regiones (en el norte -Hainaut-, en el oeste -Bretaña y el bocagenormando- y también en el este -en Alta Alsacia y el Franco Condado, y luego enMaconnais-), constituyendo una ola antinobiliaria en la que a menudo ardían los

    castillos, ola violenta pero raramente sangrienta. En este contexto de rebelioneslocalizadas, la segunda quincena de julio asiste al nacimiento de un movimiento a lavez p róximo y d iferente: el Gran Miedo, que afectará a más d e la mitad del territoriofrancés.

    Este pánico colectivo, inexplicable a primera vista, pero que Georges Lefebvre haanalizado en una obra clásica, se inscribe como el eco de las r evoluciones u rbanasque el campo devuelve deformadas. El tema es a la vez simple y diverso: losaldeanos corren a las armas ante el anuncio de peligros imaginarios, depiamonteses e n los Alpes, de ingleses e n la costa y, por todas p artes, de "bandidos".Propagado por contacto, este temor se disipa pronto, pero en unos p ocos d ías llegaa los c onnes d el reino. El provoca la sublevación agraria y s e prolonga en el pillajede los c astillos y la quema de títulos d e derechos s eñoriales. Desde este punto devista, el Gran Miedo es mucho más que un movimiento -para usar el lenguaje deMichelet- "surgido desde el fondo de los tiempos", pues hace concreta lamovilización de las masas campesinas y simboliza su ingreso ocial en laRevolución. No se trata de que la burguesía revolucionaria se haya mostrado

    comprensiva, de entrada, ante esta intrusión no deseada. Cuando, el 3 de agosto de1789, la Asamblea Nacional se salía de la cuestión, más d e un diputado del TercerEstado -como, por ejemplo, el economista Dupont de Nemours- abogavigorosamente por el retorno al orden. El realismo de algunos nobles "liberales"(Noailles, D'Aiguillon...) será el origen de la iniciativa que lleva a la famosa noche del4 de agosto, en la que los privilegiados hicieron el sacricio de su condición, y quevio cómo se destruían la sociedad y las i nstituciones d el Antiguo Régimen.

    Recientemente se ha presentado el período que va desde el nal de 1789 a

    principios de 1791 como la oportunidad que tuvo la burguesía para alcanzar suobjetivo, esto es, la realización pacíca de los e lementos d e un compromiso por elcual las élites, antiguas y nuevas, se habrían puesto de acuerdo a n de sentar lasbases de la sociedad francesa moderna. Pero, ¿hay algo más que una ilusiónretrospectiva en esta imagen de una Revolución constituyente, constructiva y sinlágrimas?

    Es menester reconocer que las conquistas más importantes, las que hancuestionado profundamente el orden social, son el fruto de la presión revolucionariade las m asas; lo mismo ocurrió en agosto de 1789 con la destrucción del feudalismo.

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    La realización del nuevo sistema político, lejos de tener como base un compromisoamistoso, reveló la existencia de tensiones ca da vez m ás g randes. No cabe duda deque en el lapso de un año, en 1790, la mejora de la situación económica contribuyó

    a aojar las tensiones de las masas populares. Pero lo que se ha dado en llamar"año feliz" no podía ser o tra cosa que un paréntesis. Así parapetada, pu do laburguesía revolucionaria echar las b ases e senciales d el nuevo régimen.

    Al menos e n teoría, la destrucción del antiguo régimen social se condujo con energíaen la noche del 4 de agosto. La denuncia del "feudalismo" de parte de los noblesmás lúcidos y realistas l levó a una moción general que tendía a destruir el conjuntode las cargas feudales y de los privilegios. La noche del 4 de agosto presenta elaspecto de una incitación colectiva, en un clima de emulación indudablementegenerosa, en que nobles y eclesiásticos abandonaban sus privilegios. P ero muypronto se introducen correcciones. E l de creto nal de clara, es cierto, q ue laAsamblea Nacional "elimina el s istema feudal en su conjunto"; sin embargo,introduce distinciones sutiles entre derechos personales -destruidos sin apelación- ylos "derechos reales" q ue gravaban la tierra, a los que se limitaba a declararenajenables. A pesar de esta distinción, l a noche del 4 de agosto establecía lasbases de un nuevo derecho civil burgués, fundado en la igualdad y la libertad deiniciativa. Por otra parte, las restricciones que se establecían cedieron en los meses

    y en los a ños sucesivos ante la obstinada negativa del campesinado a aceptarlos.Así, la violenta oposición del campo impondrá la abolición lisa y llana de los restosdel sistema feudal. Había que reconstruir, pues, sobre la base de esta tabla rasa. Denales de 1789 a 1791 la Asamblea Nacional "Constituyente" preparó la nuevaConstitución destinada a regir los d estinos d e Francia. El 26 de agosto de 1789, enuna declaración solemne anunciaba los Derechos del Hombre y del Ciudadano, queproclamaba los valores nuevos de libertad, igualdad... seg uridad y propiedad.Quedaba aún para el futuro el valor de la Fraternidad, que constituiría undescubrimiento de la Revolución...

    En verdad la elaboración de la nueva Constitución no se realizó en un clima deserenidad. Durante este período constituyente veía la luz, al calor de la pasión de laacción, un nuevo estilo de vida política. Se estructura una clase política dividida entendencias, si no en partes: los aristócratas a la derecha, los monárquicos en elcentro, los patriotas a la izquierda. En su seno se imponen líderes y portavoces.Entre los a ristócratas, se destacan Cazalès y e l abate Maury, y e n el centro, Mouniery Malouet. Los patriotas se dividen entre Mirabeau, orador el ocuente, hombre deestado equívoco, que muy pronto se vende en secreto a la corte, y Lafayette, cuyasuciencia encubre la mediocridad y q ue sueña con ser el Washington francés. En la

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    extrema izquierda, se podría decir, se destacan entonces lo que se llama eltriunvirato: Duport, Lameth y, sobre todo, Barnave, analista lúcido pero al que lamarcha de las cosas asusta muy pronto. Y están también, todavía aislados, los

    líderes del mañana, R obespierre y el abate Grégoire, que anuncia un ideal dedemocracia avanzada.

    La discusión de la futura Constitución ocupó una gran parte de las sesiones de laAsamblea, en cuyo transcurso las oposiciones se cristalizaron en torno a un ciertonúmero de cuestiones cruciales, como el problema del derecho de paz y d e guerra,o del del derecho de "veto" qu e dejaba en manos de la realeza la posibilidad debloquear una ley a probada p or la Asamblea. Pero aún antes d e q ue se co ncluyera elacta constitucional, las necesidades del momento condujeron a la AsambleaConstituyente a comprometerse en experiencias inéditas, en situaciones imprevistas.Fue así como la crisis nanciera, herencia de la monarquía del Antiguo Régimen,pero no resuelta, llevó a la experiencia monetaria de los a signados, papel monedarespaldado por la venta de la propiedad eclesiástica nacionalizada en benecio de lanación. A modo de consecuencia, la Asamblea tuvo que proporcionar al clero unnuevo estatuto, con retribución a sus miembros en calidad de funcionarios públicos.Era la "constitución civil del clero", aprobada en 1791, que habría de tener enormesconsecuencias. La decisión de poner los bienes del clero a disposición del país,

    tomada a nales de 1789 (el 2 de noviembre), a pesar de su carácter profundamenterevolucionario, no entraba en contradicción con una cierta tradición galicana. Pero laaventura de los a signados a partir de la primavera de 1790, que muy p ronto revistióla función de papel moneda, tendría graves co nsecuencias inmediatas. En efecto, surápida depreciación, y la inación que de ello derivó, con stituirían un elementoesencial de la crisis socioeconómica revolucionaria. Por otra parte, la venta de losbienes d el clero, que se convirtieron en bienes n acionales, también resultó preñadade graves consecuencias. Esta expropiación colectiva, la más importante de lostiempos modernos, afectó del 6 al 10 por 100 del territorio nacional: la operación,

    denunciada por los contrarrevolucionarios, no fue mal vista por la opinión general;desde 1790, y so bre todo desde 1791, las ve ntas l igaron indisolublemente a la causade la Revolución al grupo de los co mpradores d e bienes n acionales.

    Esta consolidación del campo de la Revolución no carece de contrapartida, pues laventa de los bienes nacionales y más aún la constitución civil del clero, provocaronun profundo cisma en toda la nación. Aprobada en julio de 1790, la constitución civildel clero convertía a los c uras y a los o bispos e n funcionarios e legidos e n el marcode las nuevas circunscripciones administrativas. También les imponía un juramentode delidad a la Constitución del reino. Cuando el papa Pío VI condenó el sistema,

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    en abril de 1791, se produjo un cisma que opuso a sacerdotes y cl ero constitucionalpor un lado, y p or otro, a los l lamados "r efractarios". Entre unos y otros se abrió unaabismo inzanjable. Sólo prestaron juramento siete de los ciento treinta obispos,

    mientras que el cuerpo de curas se repartía en partes aproximadamente iguales,aunque con diferencias según las regiones. El Sudeste, los A lpes y las l lanuras q uerodean París p restaron juramento masivamente, mientras q ue el Oeste atlántico, elNorte y una parte del Macizo Central se negaron a hacerlo, con lo que quedabantrazadas por mucho tiempo las zonas de delidad o de abandono religioso y -en loque concierne a ese momento preciso- el mapa del cisma constitucional, junto conlos problemas que del mismo derivaron.

    ¿Es l ícito, antes d e contemplar el nacimiento de esta escalada revolucionaria, haceruna pausa en esta historia para considerar, como lo han hecho ciertos historiadoresrecientes, que, sobre la base de los resultados a que se había llegado, era aúnposible una estabilización? Así lo creyeron los contemporáneos, y por esta razónotorgaron tanta importancia a las estas d e la Federación que tan entusiastamentecelebraron en julio de 1790, y que, aunque con menos co nvicción, repitieron en losaños si guientes. La idea de conmemorar la toma de la Bastilla en julio de 1790 en laexplanada del Campo de Marte partió de las provincias, pero los parisienses lahicieron suya. Como un eco de la misma, las provincias festejaron la fraternidad de

    los guardias nacionales, y el n de las antiguas divisiones. Semiimprovisada, noobstante lo cual tuvo un éxito considerable, la esta parisiense constituyó lademostración más acabada y espectacular de lo que se puede llamar el caráctercolectivo de la revolución burguesa.

    2. LA ESCALADA REVOLUCIONARIA (1791-1792)

    Un año después, esta cción de unanimidad ya era inadmisible. El 17 de julio de1791, en un amargo recuerdo de la esta de la Federación, el Campo de Marte es

    escenario de una masacre, la matanza d el Campo de Marte, en la que, en virtud dela ley marcial dictada bajo responsabilidad del alcalde Bailly y del comandanteLafayette, la guardia nacional a metralla a los peticionarios del Club de losCordeleros, q ue solicitaban la destitución del rey Luis XVI. E ntre la revoluciónconstituyente burguesa, que ellos encarnaban, y la revolución popular se abría unabismo q ue e n e l futuro s ería ca da ve z m ayor.

    No es f ácil la interpretación de este giro de la Revolución. Entre 1791 y la caída de lamonarquía, el 10 de agosto de 1792, la marcha revolucionaria cambió de rumbo.¿Se trató de la consecuencia de una superación autodinámica y, en denitiva,

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    inevitable, o de una convergencia accidental de factores? Algunos historiadoresactuales - F. Furet y D. Richet- han propuesto el tema del "patinazo" de la Revoluciónfrancesa, que ha levantado una encendida polémica. Para ellos, la intervención de

    las masas populares urbanas o rurales en el curso de una revolución liberal que enlo esencial había logrado sus objetivos escapaba al orden de las cosas. El miedoexagerado de una contrarrevolución mítica, apoyado sobre el tema del "complotaristocrático" -dicen los historiadores-, había despertado los viejos demonios de losmiedos populares y había acelerado la revolución. A la inversa, torpezas del rey,hasta su evidente hipocresía, y las i ntrigas d e los a ristócratas, tanto en el reino comofuera de él, habían facilitado este patinazo, cuyos platos rotos los pagó el frágilcompromiso que entonces e staba en vías d e experimentación entre las é lites, y queunía a burgueses y nobles liberales. Por sedu ctor que sea, este nuevo modelo nome satisface. Subestima la importancia del peligro contrarrevolucionario, tal vez p oruna visión demasiado exclusivamente parisiense, que descuida los frentes d e luchade la revolución en el conjunto del país. La contrarrevolución en acción corre primeroa ca rgo del grupo de los e migrados. En e fecto, el movimiento e mpezó e n e l otoño de1792 con la fuga de los cortesanos más comprometidos, y los príncipes de cuna(conde de Provenza y conde de Artois), pero por entonces no era aún digna deconsideración. Pero la constitución civil del clero, así com o la agravación de losantagonismos, aum entaron sus efectivos entre 1790 y 1791; la emigración se

    organiza, en las m árgenes d el Rin, alrededor del príncipe de Condé, y e n Turín, entorno al conde de Artois, y co mienza a tejer toda una red de conspiraciones e n elpaís, a n de provocar levantamientos c ontrarrevolucionarios; o bien en París, con elpropósito de organizar la fuga del rey (conspiración del marqués de Favras). Estasempresas encontraron terreno favorable en el ámbito local, aunque, inicialmente,menos en el Oeste que en el Mediodía de Francia. En esta última región seentrecruzaron conictos y antagonismos sociales, r eligiosos y políticos muyarraigados, especialmente en las zonas e n las que convivían diferentes confesionesreligiosas (como en Nimes y Montauban, donde los protestantes acogieron

    favorablemente la revolución emancipadora). En las montañas del Vivarais, alsudeste del Macizo Central, entre 1790 y 1791 se sucedieron sin interrupción lasreuniones de contrarrevolucionarios armados, los campos de Jalès. Y las ciudadesdel Mediodía, de Lyon a Marsella, pasando por Arles, fueron el terreno de durosenfrentamientos entre 1791 y 1792, testimonio de un equilibrio muy precario entrerevolución y contrarrevolución. La contrarrevolución disponía aún de muy sólidosapoyos e n el aparato del Estado y, junto con las actividades d e conspiración, no esdifícil di stinguir u na contrarrevolución ocial, o desde arriba. E fectivamente, e nNancy, en agosto de 1790, el comandante militar, marqués de Bouillé, r eprimíasalvajemente la revuelta de los soldados patriotas suizos del regimiento de

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    Châteauvieux. Este movimiento de armación del poder desde una perspectivacontrarrevolucionaria dista mucho de ser una intentona aislada.

    En este contexto, la actitud del rey no carece de coherencia. Se la ha calicado devacilante y torpe, pero el hecho era que Luis XVI se hallaba en el medio del fuegocruzado de dos b andos de consejeros: Mirabeau, Lafayette, Lameth, Barnave... porno hablar de sus c ontactos familiares c on el extranjero, o con los e migrados, que leeran esenciales. Es conocido el resultado de toda una serie de intentos realizadosen secreto; el 20 de junio de 1791, la familia real en pleno abandona el palaciodisfrazada, pero en el camino el rey y su familia son reconocidos y detenidos enVarennes, de donde se los lleva de vuelta a París. La fuga a Varennes llena deestupor a los p arisienses, y luego a Francia entera, cuando se anuncia la noticia.

    Como contrapartida de esta historia de resistencias y de contrarrevolución, seinscribe la de la politización y el compromiso creciente de las masas urbanas, y aveces d e las rurales. Lo que más tarde se llamará sans-culotterie -movimiento depatriotas e n armas q ue se rebelan en defensa de la Revolución- se constituye poretapas e ntre 1791 y 1792. El resurgimiento del malestar económico contribuyó -quéduda cabe- a esta creciente movilización: después de la mejoría de 1790, una malacosecha e n 1791, agravada por la e speculación y p or la inación a sociada a la caída

    del valor de l asignado, dio renovado vigor al a reivindicación popular. Luego, másprofundamente aún, son éstos los años en que se lleva a cabo, en la práctica, laemancipación de los restos del derecho señorial que aún quedaban, mediante lanegativa, a m enudo violenta, a p agar los de rechos q ue e n 1789 se h abían declaradorecuperables. Entre el invierno de 1791 y el otoño de 1792 se sucedenlevantamientos campesinos cuya importancia no cede en nada a la del Gran Miedo.En las llanuras de gran cultivo, ent re el Sena y el Loira, gr upos inmensos decampesinos se desplazan de un mercado a otro para jar un precio máximo, unatasa del precio de los c ereales y del pan. Por otra parte, en todo el Sudeste, de los

    Alpes a l Lenguadoc y a Provenza, saquean e incendian los ca stillos.

    Esto, en cuanto al campo. En las ciudades y los burgos, es entonces cuando losclubs y las s ociedades p opulares s e multiplican hasta cubrir el territorio nacional conuna red a veces m uy densa. En París, el Club de los Jacobinos, a partir de 1789,año en que continúa al Club Bretón, ha adquirido considerable predicamento entanto lugar de encuentro y de análisis, donde se preparan las grandes decisiones,así como también por la cantidad de sociedades a él aliadas. El Club de losJacobinos ha superado victoriosamente la crisis de Varennes y la conmoción queésta creara en la opinión pública. El método para conseguir ade ptos es más

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    conservarla". Pero, ¿de qué unión se trataba? Para determinados líderes que noestaban en la Asamblea, pero que eran muy inuyentes, como Robespierre entre los

    jacobinos y Marat en su diar

    una simple alianza de conveniencia. Por el contrario, los brissotins s ólo veían en ellauna necesidad sufrida con impaciencia; la unión entre ellos y el movimiento popularserá siempre equívoca, pues no comparten sus aspiraciones sociales y e conómicas,de modo que m uy pronto s e a briría un abismo e ntre los un os y e l otro.

    El acelerador de esta evolución, no cabe duda, es la guerra, que habrá de hacermás rígidas las opciones políticas y más graves las tensiones sociales. El ascensodel peligro externo no databa del día anterior: la Constituyente, a pesar de su"declaración de paz e n el mundo", ya había chocado con la hostilidad de la Europamonárquica, preocupada por solidaridad dinástica, por un lado y, sobre todo, portemor a l fermento revolucionario. Ocupados durante un tiempo en otros frente (elreparto de Polonia), los soberanos -rey de Prusia, emperador de Austria, etc.- sepusieron de acuerdo, en la declaración de Pillnitz d e agosto de 1791, en efectuar unllamamiento a las potencias monárquicas a coaligarse contra el peligrorevolucionario. Puede asombrar que en Francia la mayoría de las fuerzas políticashayan recibido favorablemente la hipótesis de un conicto. Sin embargo, se tratabade una coincidencia equívoca que tenía como base presupuestos muy diferentes. El

    rey y sus consejeros de la corte esperaban una fácil victoria de los príncipes;Lafayette soñaba con una guerra victoriosa que le colocara en un papel eminente, ylos brissotins , que desde la primavera de 1792 controlaban el gabinete, tenían laesperanza de que la guerra, verdadera prueba de fuego, obligara al rey y a susconsejeros a mostrar sin ambages cuál era su juego, lo que haría madurar lasituación. Solo o prácticamente solo, Robespierre denunciaba en la tribuna del Clubde los Jacobinos los peligros de una guerra que sorprendería a la Revoluciónfrancesa sin preparación adecuada, exaltaría el peligro de la contrarrevolución y talvez sacaría a luz a algún salvador m ilitar p rovidencial. E n el dramático diálogo

    Brissot-Robespierre en el seno del Club de los J acobinos, se impone Brissot. El 20de abril de 1792 se declaraba la guerra al "rey de Bohemia y de Hungría". Enrealidad, la Revolución se enfrentaba con toda una coalición que asociaba Prusia, elemperador, Rusia y e l rey d e Piamonte.

    Tal como lo preveían los brissotins , la guerra obligó muy pronto al rey a quitarse lamáscara y poner al descubierto sus a rmas; en efecto, se negó (mediante el "veto") apromulgar las decisiones de urgencia de la Asamblea -como, por ejemplo, la queestablecía en París u n campo de federados l legados d e las p rovincias- y d estituyó a

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    su gabinete brissotin . Pero las esperanzas del rey y de los aristócratas también sevieron conrmadas, pues las primeras acciones resultaron desastrosas para lasarmas francesas, en plena desorganización por la emigración de la mitad de sus

    ociales. En las fronteras del norte, las tropas se desbandaban, mientras que entodo el país a umentaba la tensión. A favor de la ventaja que llevaban, los c oaligadosdeseaban dar un gran golpe mediante el lanzamiento del célebre "Maniesto deBrunswick" del 25 de julio de 1792, en e l que a menazaban con "entregar París a unaejecución militar y a una subversión total". El aumento de los peligros provocó enParís una jornada revolucionaria -todavía semiimprovisada- el 20 de junio de 1792.En esa oportunidad, los manifestantes invadieron el palacio de las Tullerías eintentaron inútilmente intimidar al rey, quien opuso la resistencia pasiva de que eracapaz; fue un fracaso, pero un fracaso que anunciaba la movilización que se estabagestando. En el país -como en el Mediodía, que se hallaba a la sazón a lavanguardia de las las revolucionarias- s e multiplicaron las declaraciones quepedían la destitución del rey. El 11 de julio, la Asamblea proclamaba solemnementea la "patria en peligro", y de las provincias llegaban batallones de federados quesubían a París, y entre los cuales se encontraban los famosos marselleses, quepopularizaron su canto de guerra, "La Marsellesa".

    En este verano caliente de 1792 se inscribe también uno de los giros más

    importantes e n la marcha de la Revolución. El frente de la burguesía revolucionariadeja de tener unanimidad ante el movimiento popular, que se moviliza, tanto en lasprovincias c omo en París, en el marco de las "secciones" ( asambleas d e barrios) yde los clubs para convertirse en la fuerza motriz de la iniciativa revolucionaria. Laburguesía girondina, que se había limitado a una complicidad pasiva con la jornadadel 20 de junio, se sentirá tentada de unir sus fuerzas a las de los sostenedores delorden monárquico, por temor a verse desbordados. Pero ha perdido la iniciativa, queen la capital ha pasado a manos d e la "Comuna insurreccional de París", a los sans-culottes de las secciones en armas, al Club de los Cordeleros, con el apoyo de un

    cierto número de líderes, como Marat, Danton o Robespierre.

    La jornada decisiva es la del 10 de agosto, en que se produce una insurrecciónpreparada, d urante la cual los miembros de las secciones parisienses y los"federados" que habían llegado de las p rovincias m archan al asalto de las Tullerías,de donde la familia real había huído. Tras u na batalla a muerte con los s uizos q uedefendían el palacio, la insurrección popular triunfa. La Asamblea vota la suspensióndel rey de sus f unciones y la familia real será encarcelada en la prisión del Temple.Se decidió la convocatoria a una Convención Nacional elegida por sufragio

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    universal, para que dirigiera el país -poco después s e diría la República- y la dotarade una nueva Constitución. Se abría así una nueva fase en la Revolución. Estaetapa concluyó con dos acontecimientos espectaculares: la victoria de Valmy y las

    masacres de setiembre. La primera, el 20 de setiembre de 1792, asestó a losprusianos un golpe que detuvo su avance e n Champaña, donde ya ha bía penetradoprofundamente. Valmy no fue una gran batalla; fue un cañoneo que terminó con laretirada del ejército prusiano. Pero este encuentro revistió una importancia históricaesencial, que no escapó a los contemporáneos, como Goethe, por ejemplo, que fuetestigo de la escena. Las tropas francesas, todavía improvisadas, mal entrenadas,sostuvieron a pie rme el choque con las tropas prusianas. Fue un éxito simbólicoque trascendió con m ucho las co nsecuencias m ateriales inmediatas.

    En contrapartida, las masacres de setiembre se inscriben en los anales de laRevolución como una de sus pá ginas más som brías, sobre las q ue durante muchotiempo se ha echado un velo. Esta reacción de pánico se explica en realidad por eldoble temor de invasión enemiga y d e complot interior, de "puñalada por la espalda",como suele decirse. El vacío de poder -pues el rey estaba preso y el poder dedecisión había recaído en un consejo ejecutivo provisional do minado por lapersonalidad de Danton- exp lica que la reacción de pánico se desarrollara sinoposición. Del 2 a l 5 de setiembre, una m uchedumbre de parisienses se lanzó sobre

    las prisiones de la capital y masacró a unos 1.500 prisioneros, ar istócratas,eclesiásticos en gran cantidad (más de 300), junto con prisioneros comunes. Noobstante, esta masacre pretende ser la expresión de la justicia popular, al menos c onun simulacro de juicio. Con el contraste entre esas d os imágenes se cierra la fase dela revolución burguesa y de compromiso. Comienza una nueva etapa, en la que laburguesía revolucionaria tendrá que entenderse con las m asas p opulares.

    Capítulo 3

    LA REVOLUCION JACOBINA

    1. La Hegemonía de la Montaña

    Recordemos la fórmula d el alcalde de París, Pétion, cuando en 1792 declaró que elúnico medio de asegurar el éxito de la Revolución era la unión "del pueblo y laburguesía". S ignicativamente, es otra vez Pétion el que , a comienzos de laprimavera de 1792, declara:"Vuestras propiedades están en peligro".Y es evidenteque, pa ra él, lo que la sublevación popular p one en peligro es la propiedadburguesa. Estas actitudes de un hombre que en un tiempo estuvo indeciso entre la

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    Gironda y la Montaña expresan la ruptura de la burguesía francesa tras la caída dela monarquía.

    Es evidente que para una parte de ellos el mayor peligro es el que representa lasubversión social, y que ven el retorno al orden, como una necesidad perentoria.Para otros, por el contrario, lo más i mportante es l a defensa de la Revolución contrael p eligro aristocrático -peligro interno de contrarrevolución, p eligro externo decoalición europea- y e sta defensa impone una alianza con el movimiento popular,aún cuando ello obligue a dar satisfacción, al menos parcial, a las reivindicacionessociales d e estas ca pas, y a doptar una política muy a lejada del liberalismo burgués,recurriendo a medios exce pcionales.

    ¿Hay entre estas dos actitudes burguesas una mera diferencia de grupos y deestratos, o se trata lisa y llanamente de la oposición entre dos o pciones p olíticas q ueexpresan las d enominaciones d e girondinos y montañeses? Ciertos h istoriadores d ela actualidad, como A. Cobban, al analizar el reclutamiento de estados mayores delos d os p artidos q ue c omparten la C onvención, llega a la c onclusión d e que n o habíaentre ellos verdadera diferencia sociológica y que girondinos y montañesesprovenían de las m ismas ca pas so ciales. Se trata de una c onclusión a presurada q ueno es p osible conrmar en todos los casos e n que, allende los e stados mayores, se

    han analizado las masas jacobinas o girondinas (federalistas) en acción y en lascuales se advierte que el reclutamiento dista mucho de ser e l mismo, ointercambiable. P or o tra parte, la mera geografía electoral reeja los orígenesdiferentes de girondinos y montañeses. En efecto, los grandes puertos -Nantes,Burdeos, Marsella, escenario de la prosperidad del capitalismo mercantil- so n lacuna de los líderes que se ha dado en llamar signicativamente "girondinos", talescomo Vergniaud, Guadet o Gensonné, que se agregan a Brissot o a Roland. Perohay también otros q ue llegan de la provincia, Rabaut, ministro reformado de Nimes;Barbaroux, un marsellés, o Isnard, rico perfumista de Grasse... Por el contrario, la

    Montaña echa sus raíces e n las p lazas fuertes d el jacobinismo, tanto en París co moen la provincia. He ahí a Robespierre, Danton, Marat, y, con ellos, recién llegadoscomo Couthon o Saint-Just. Estas d os a ctitudes, que sería tan caricaturesco oponerreduciéndolas de un modo mecanicista a diferencias sociológicas, como creerlasintercambiables y m ero producto del azar, se denen m ejor si se tiene e n cuenta u natercera fuerza, que estaba fuera de las a sambleas. Nos r eferimos a la fuerza de lasmasas populares de la sans-culotyerie , organizadas en el marco de asambleas delas secciones urbanas o en sociedades populares. D e estos grupos surgieronlíderes,o simplemente los portavoces ocasionales, tales como los enragés(exaltados) de 1792-1793, con militantes co mo Varlet, Leclerc, y so bre todo Jacques

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    Roux, el "sacerdote rojo", en contacto con las n ecesidades y las a spiraciones d e lasclases p opulares, en cuyo eco se convirtieron. Después d e la represión que reduciráal silencio a los enragés , se constituye otro grupo, más motivado políticamente, y

    también más equívoco, alrededor de Hébert, Chaumette y la Comuna de París. Loshebertistas aspiraron al menos a tomar la dirección del movimiento de los sans-culottes y apoyarse en éste. Los estudios realizados hoy en día en las provinciasmuestran cada vez más claramente que este tipo de militantes no fue unaoriginalidad parisiense. Desde el otoño de 1792, con su llamarada de conmocionesagrícolas, al invierno y la primavera de 1793, en que París c onoció motines y pillajesen busca de alimentos, no sólo de cereales, sino de azúcar o de café, el "pueblobajo" salió a la calle y s e mezcló directamente en la conducción de la revolución.

    El enfrentamiento entre la Gironda y la Montaña era inevitable: tuvo lugar desdenales d e 1792 a junio de 1793. Sus episodios esenciales fueron el proceso de LuisXVI, luego los acontecimientos de política exterior, esto es, una expansión victoriosaseguida de graves r eveses; por último, en la primavera, la sublevación de la Vendéeabría un nuevo frente interno.

    Prisionero en el Temple, Luis XVI fue juzgado por la Convención en diciembre de1792. La Gironda se inclinaba a la clemencia, e intentó proponer so luciones

    susceptibles de evitar la pena capital, esto es, el destierro y la detención hasta quese estableciera la paz, e inclusive la raticación popular. Por el contrario, los líderesde la Montaña, cada uno a su manera -como Marat, Robespierre o Saint-Just-, seunieron para pedir la muerte de Luis XVI en nombre del Comité de Salvación Públicay de las necesidades de la Revolución. La muerte se aprobó por 387 votos sobre718 diputados, y la ejecución, y la ejecución tuvo lugar el 21 de enero de 1793. Alejecutar, en sus propias palabras, "un acto de protección de la nación", eran muyconscientes d e que de tal guisa aseguraban la marcha de la Revolución, en adelanteirreversible; y uno de ellos, Cambon, expr esaba lo mismo diciendo que habían

    desembarcado en una isla nueva y habían quemado los navíos que los habíanconducido hasta allí. La guerra en las fronteras aumentaba de intensidad con laejecución del rey. Los soberanos europeos, ocupados entonces en otros frentes(Polonia), no podían impedir que los ejércitos franceses explotaranespectacularmente la victoria de Valmy. Así victoriosas en Jemmapes, las tropasrevolucionarias ocupan los Países Bajos austríacos y conquistan Saboya y elcondado de Niza en Piamonte, luego, otra vez hacia el norte, se apoderan deRenania -de Maguncia a Francfort-, que pasa a depender de Francia. Desde ciertopunto de vista, se trata de la realización del antiguo sueño monárquico de las

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    fronteras naturales, pero reformulado en términos absolutamente diferentes, bajo ellema emancipador "guerra en los ca stillos, paz e n las ch ozas". En una primera fase,la Revolución aporta la libertad; sólo más t arde aparecen los a spectos n egativos d e

    la conquista. La ejecución de Luis XVI enriquece la coalición con nuevos aliados:España, el reino de Nápoles, los p ríncipes a lemanes y, sobre todo, Inglaterra, que sesiente directamente amenazada por la anexión de Bélgica. El viento cambia dedirección: en el invierno de 1793 los franceses acumulan derrota tras derrota, y,golpe tras g olpe, pierden Bélgica y Renania.

    La apertura de un frente interno de guerra civil agrava la situación: a comienzos dela primavera estalla la insurrección de la Vendée, en Francia occidental, y seextiende muy pronto. S e trata de una sublevación rural, en un primer m omento,cuyos jefes son de origen popular (Stofflet es guardabosques; C athelineau,contrabandista ...), pero gradualmente los n obles, bajo la presión de los c ampesinos,se embarcan en el movimiento, que terminan por enmarcar (M. de Charette,d'Elbée...), y primero los burgos y después también las ciudades que se habíanmantenido republicanas son arrasadas por esa ola. Se ha dado más de unainterpretación de este levantamiento, el análisis de cuyas causas es complejo. Elsentimiento religioso arraigado en estas co marcas, que durante tanto tiempo se haseñalado como causa principal, si bien es cierto que desempeñó su papel en los

    comienzos de esta movilización a favor de la causa real, no lo explica todo.Factormás d irectamente movilizador pudo haber sido la hostilidad al gobierno central, enun país que rechaza el impuesto y sobre todo las levas de hombres (la leva de300.000 hombres). Las interpretaciones que presentan los nuevos historiadoresinsisten en la raigambre del movimiento en un contexto socioeconómico en que elreejo antiurbano y antiburgués, esto es, antirrevolucionario, entre los campesinos,fue lo sucientemente fuerte como para relegar a segundo plano la tradicionalhostilidad respecto de los nobles. Estos reveses y estos problemas cuestionan lahegemonía de los girondinos, grupo dominante en la Convención en un primer

    momento, y, con el gabinete Roland (esposo de la célebre madame Roland, musainspiradora del partido girondino), dueño del gobierno. Para asentar la autoridad, losgirondinos intentaron al com ienzo tomar la ofensiva contra los montañeses,acusando a sus l íderes, Robespierre, Danton y Marat, de aspirar a la dictadura. Perofracasaron, y Marat, procesado, fue triunfalmente absuelto de esta tremendaacusación.

    Pese a las reticencias girondinas, l a presión de los peligros que rodeaban a laRepública llevó a poner en práctica un nuevo sistema de instituciones. En primerlugar, un Tribunal Criminal Extraordinario en París, que se convertirá en Tribunal

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    Revolucionario, y luego en las ciudades y en los burgos, la red de Comités deVigilancia encargados de vigilar a los sospechosos y a las actividadescontrarrevolucionarias. Por último, en abril de 1793 se formó el Comité de Salvación

    Pública, que en un comienzo sufrió la inuencia de Danton. Eliminados de laconducción de la Revolución, los girondinos trataron inútilmente de contraatacar, aveces sin prudencia. Uno de sus portavoces, Isnard, en un famoso discurso,amenazó a París co n una subversión total a su regreso ("buscarán en los prados d elSena si París existió o no ...") si este centro del inujo revolucionario llegaba aatentar co ntra la legalidad. El movimiento popular parisiense respondió a estaprovocación verbal, y luego de una primera manifestación improvisada el 31 demayo, el 2 de junio la guardia nacional rodeaba la Convención, que, amenazada,tuvo que aceptar la detención de 29 diputados g irondinos, las cabezas del partido.Para los jacobinos y la Montaña fue la victoria decisiva. P ero no dejó de ser untriunfo ambiguo. C omo lo declaró entonces el portavoz del Comité de SalvaciónPública, Barère, la República era cual una fortaleza asediada. Los a ustríacos h abíandesbordado la frontera del norte, los p rusianos e staban en Renania, los e spañoles ylos piamonteses amenazaban el Mediodía de Francia. Los vendeanos rebeldes-conocidos como chouans - s e autodenominaban "ejército católico y realista" yapenas si eran detenidos co n dicultad a las p uertas d e Nantes. Además, la caídade los girondinos desencadenó otra guerra civil, en forma de rebelión de las

    provincias c ontra París: la rebelión federalista. En el Sudeste, Lyon se levanta contrala Convención, y habrá que someterla a un auténtico sitio. En el Mediodía seinsubordinan las grandes ciudades del sudeste, B urdeos, Tol osa y su región, yademás la Provenza, co n Marsella y Tolón, que los contrarrevolucionariosentregarían a los i ngleses. En Francia septentrional, sólo Normandía está en abiertarebelión y lanza un pequeño ejército contra París, que se dispersa rápidamente.Pero de Normandía sale también Charlotte Corday, quien va a París a apuñalar aMarat, el tribuno popular. Baja la presión conjunta de estos peligros, se refuerza launión (¿se le puede llamar alianza?) entre la burguesía jacobina, la que representan

    los m ontañeses e n la Convención, y cu yo p oder ejecutivo es e l Comité de SalvaciónPública, y las masas p opulares d e las sans-culotterie . ¿Se trata de una solidaridadsin suras? El historiador Daniel Guérin, cuyas tesis analizaremos más adelante,considera que los bras nus , que encontraron a través de sus portavoces -losenragés y luego los hebertistas- el modo de canalizar sus energías, estaban encondiciones d e desbordar el estadio de una Revolución democrática-burguesa pararealizar los objetivos propios de una Revolución popular. S egún esta lectura, laalianzas de la que estamos hablando parece una misticación, pues la fuerzacolectiva de los bras nus se ría mero instrumento de la burguesía robespierrista para

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    sus nes propios. S in adelantarnos en una problemática que trataremos másadelante, los trabajos de A. Soboul han mostrado que, dada la heterogeneidad delgrupo de los sans-culottes , no se lo puede considerar en absoluto como la

    vanguardia de un proletariado... todavía en ciernes. S ean cuales fueren lascontradicciones de que es portador el movimiento popular, sobre todo en París, lossans-culottes constituyen, hasta nales de 1793 y aun en la primavera de 1794, elalma del dinamismo revolucionario. En efecto, su presión constante y a ctiva imponeal gobierno revolucionario la realización de una cierta cantidad de consignas: en elplano económico, el control y la jación de precios máximos (en septiembre de1793); en el plano político, el desencadenamiento del Terror contra los a ristócratas ylos enemigos de la Revolución, y la aplicación de la Ley de Sospechosos, queengloba en la vigilancia y la represión a toda una nebulosa de enemigos p otencialesde la Revolución. pero la llamarada de septiembre de 1793 -última, o prácticamenteúltima, manifestación armada de la presión popular- que impuso una buena parte deestas medidas, f ue también la última victoria de los sans-culottes . Durante esteperíodo la burguesía de la Montaña forjó y e structuró los mecanismos p ara poner enmarcha el gobierno revolucionario, que se inscribía en el polo opuesto al ideal dedemocracia directa de los sans-culottes . ¿Qué es entonces el gobiernorevolucionario que regirá la República en ese período crucial de l año II, deseptiembre de 1793 a julio de 1 794? Después de la ca ída d e la G ironda, en junio de

    1793, la Convención había elaborado y a probado a toda prisa un texto constitucional(la llamada Constitución "del año I"), que el pueblo raticó en el mes d e agosto. Estetexto no es d espreciable, y e n él adquiere forma la expresión más a vanzada del idealdemocrático de la Revolución francesa. Pero jamás se aplicó, pues la Convencióndecretó de inmediato: "El gobierno de Francia es revolucionario hasta la paz". Setrataba de una necesidad, que se suponía momentánea, en función de las urgenciasde la lucha revolucionaria. El gobierno revolucionario recibió su forma acabada en elfamoso decreto del 14 Frimario del año II, el mismo que denía la Revolución como"la guerra de la Libertad contra s us e nemigos".

    2. APOGEO Y CAIDA DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO

    La pieza central del sistema es e l Comité de Salvación Pública, elegido y renovadopor la Convención, pero que en realidad permanece esencialmente intacto durante elaño II. Sus dirigentes, ya célebres, m erecen ser presentados: Robespierre, el"Incorruptible"; Saint-Just, que tenía entonces 26 años y Couthon, un jurista, son lascabezas políticas de esta dirección colegiada. Otros son más técnicos: Carnot,ocial genial, "el organizador de la victoria"; Jean Bon Saint-André, encargado de la

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    marina, y Prieur, encargado de los alimentos. Algunos ocupan un lugar esp ecíco:Barère, a la vez responsable de la diplomacia y portavoz del Comité ante laConvención, o Collot d'Herbois y Billaud-Varenne, que mantienen lazos d e simpatía

    y de relación concreta con el movimiento popular hebertista. Pese a las tensionesque sólo fueron g raves e n s u última fase, el Comité de Salvación Pública fue la piezamaestra de la coordinación de la actividad revolucionaria. Esta importancia eclipsalos demás elementos del gobierno central, pues los ministros se subordinan a lainiciativa del Comité de Salvación Pública, y aún el otro "gran" Comité, el Comité deSeguridad General, se limita a la coordinación de la aplicación del Terror.

    Como agentes locales del gobierno revolucionario se designaron primero agentesnacionales en los distritos, y luego comités revolucionarios en las localidades. Peroen el Comité y las instancias ejecutivas ocupaban un sitio esencial losRepresentantes en Misión, que eran convencionales enviados a las provinciasdurante un tiempo determinado. Estos "procónsules", como se ha dicho, no han sidoobjeto de adecuada consideración por la historiografía clásica. A veces se hainsistido sobre los excesos -reales- d e ciertos terroristas como Carrier, que organizóen Nantes el ahogamiento colectivo d e so spechosos, o Fouché, primero e n e l Centrode Francia y después en Lyon. Pero otros, a la inversa, di eron muestras demoderación y de sentido político. Todos estimularon el esfuerzo revolucionario; a

    menudo queda por valorar más serenamente una actividad mal juzgada. Junto aestos agentes individuales, se descubre también la acción localmente esencial delos ejércitos revolucionarios del interior, "agentes del Terror en los departamentos".Salidas de las las de los sans-culottes , estas formaciones resultaron sospechosaspara el gobierno revolucionario, que en invierno de 1793-1794 decretó su disolución.

    Tales son los elementos, o los agentes de la acción revolucionaria. Pero ¿con quéresultados? Ya se ha dicho que se puso el Terror al orden del día. El término "Terror"abarca mucho más que la represión política, pues se extiende al dominio económico

    y de ne la atmósfera que reinaba en ese momento. Sin duda, la represión aumentóy el Tribunal Revolucionario de París, dirigido por Fouquier Tinville, vioincrementadas sus atribuciones gracias a la ley de Pradial del año II (junio de 1794),que antecede a lo que se ha dado en llamar el Gran Terror de Mesidor. En el cursodel año 1794, detrás de la reina María Antonieta cayeron las cabezas de laaristocracia y luego las d el partido girondino. El balance total -tal vez 5 0.000 muertosen toda Francia, o sea, el dos por mil de la población- parecerá una cifra elevada omoderada según las d iferentes a preciaciones, y p resenta grandes va riaciones e n lasdistintas r egiones a fectadas. En el terreno económico, la jación de precios m áximosrespondía a una exigencia popular espontánea. A partir de septiembre de 1793, la

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    ley del "Máximo General" extendió esta política no sólo a todos los p roductos, sinotambién a los salarios. De ello derivaron una serie de medidas autoritarias, talescomo el curso forzoso de los a signados, y, en el campo, la requisa forzada de los

    stocks de los campesinos. A pesar de que la política de precios máximos se fuehaciendo cada vez más impopular tanto entre los productores como entre losasalariados, no por ello dejó de asegurar a las clases populares urbanas unaalimentación adecuada durante toda la época del Terror.

    El resultado de esta movilización de energías nacionales se inscribe sin ambigüedaden la reorganización de la situación política y militar. Los enemigos de dentro hansido derrotados, o contenidos. E n efecto, los federalistas retoman Marsella enseptiembre de 1795, y Lyon en octubre; por último, Tolón, donde loscontrarrevolucionarios habían llamado a los ingleses y a los napolitanos, cae endiciembre tras un sitio que demuestra las cualidades militares del capitán Bonaparte.Algunas victorias decisivas durante el invierno (Le Mans, Savenay) ob ligan a lainsurrección vendeana a regresar al estadio de implacable guerrilla. En las f ronterastoma forma un ejército nuevo, el de los "Soldados del año II" que, m ediante lapráctica de la "amalgama", reúne a los viejos soldados de ocio y los nuevosreclutas de las levas de voluntarios. E l entusiasmo revolucionario, junto congenerales jóvenes que utilizan una técnica nueva de guerra -el choque masivo de

    masas en orden profundo-, conquistan en esos años victorias decisivas en losPaíses B ajos y en Alemania. La ofensiva de la primavera de 1794 desemboca en junio en la victori

    lugar sólo un mes antes de la caída de Robespierre y sus amigos. Ello puedetentarnos a establecer, como se ha hecho, una relación entre ambosacontecimientos; se gún esta hipótesis, l a política terrorista se arraigaría en lasvictorias y resultaría así insoportable. Pero esta explicación es parcial. Ya antes deFleurus, Saint-Just había comprobado que "la Revolución se ha congelado", frasecélebre que expresaba el divorcio que se sentía entre el dinamismo de las masas

    populares y el gobierno de Salvación Pública. Ya hemos vi sto que los sans-culotteslograron imponer una parte de su programa en septiembre de 1793, en su últimoverdadero éxito. El movimiento de descristianización -que es como se expresa suactividad revolucionaria en los meses siguientes- es, sin duda alguna, mucho másque un mero derivado inventado por los hebertistas, como a veces se ha creído. Elmismo se originó en el centro de Francia, a comienzos del invierno, tuvo granresonancia en París y luego se difundió por toda Francia durante los mesessiguientes. E ste movimiento semiespontáneo fue mal visto de entrada por losmontañeses en el poder, y desautorizado por el gobierno revolucionario. Danton yRobespierre denunciaron que se trataba de una iniciativa peligrosa, sospechosa de

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    un maquiavelismo contrarrevolucionario, susceptible de alejar de la Revolución a lasmasas. Con el paso del tiempo podemos juzgar hoy más objetivamente. Ladescristianización no fue un complot aristocrático ni expresión de la política jacobina,

    pero tampoco traduce las actitudes de un movimiento politizado de sans-culottes .Adoptó la forma de "desacerdotización", que fue la responsable de que más de20.000 sacerdotes renunciaran a su estado, pero también se prolongó enfantochadas, e n vandalismo, e n expresiones carnavalescas de la subversiónsoñada, como e n las e stas qu e se celebraban e n honor de la R azón, en las iglesiastransformadas e n templos. La descristianización levantó vivas o posiciones locales, yen muchas r egiones a penas s i ejerció inuencia. Pero encontró terreno propicio enun sector de las categorías sociales urbanas y en ciertas comarcas ruralespredispuestas a acogerla bien. Su rechazo por el gobierno revolucionario es unelemento, entre otros, del creciente deseo de controlar el movimiento popular. Desdeel invierno a la primavera de 1794, se denuncia la proliferación de sociedadespopulares, se licencia a los e jércitos r evolucionarios, se mete en vereda a la Comunade París. Se trata de medidas q ue, sin excepción, provocan oposición, oposición quedesemboca en la crisis de Ventoso del año II. Pero la respuesta a este últimocombate en retirada lo encontramos en el proceso de Hébert y los hebertistas,seguido de la ejecución de uno y o tros en el mes de mayo (Germinal del año II). Esteproceso inaugura la lucha que emprende el gob ierno revolucionario contra las

    "facciones" de derecha y d e izquierda. El movimiento popular de los sans-culottes hasido domesticado, ya no ofrece resistencia, pero su apoyo a los montañeses en elpoder también es más moderado. Para castigar a los hebertistas, el gruporobespierrista contó con el ap oyo de los indulgentes en la Convención; ést os,representados por Danton, así como por el periodista Camille Desmoulins, acogíantambién en su sen o a elementos d udosos y h ombres d e negocios y e speculadores.Al denunciar la prosecución de la política terrorista después de la caída de loshebertistas, los indulgentes se exponían de manera imprudente; entonces sufrieronun nuevo proceso, que co ndujo a unas sem anas m ás t arde a la e jecución de Danton

    y de sus am igos.

    A partir de ese momento, el estado mayor robespierrista se queda sin oposiciónabierta, pero realiza la experiencia de la soledad del poder. Robespierre y susamigos intentan echar las bases de algunas de las reformas sobre las cualesaspiran a edicar la República. En abril los "decretos de Ventoso" representan elpunto culminante del compromiso social de la burguesía montañesa, c uandoconsca los b ienes y las p ropiedades d e los "sospechosos", esto es, en lo esencial,de las familias de emigrados. Esta expropiación proyectada preparaba suredistribución a los m ás n ecesitados d e los h abitantes d el campo. Esta medida tenía

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    sus l ímites. No era en absoluto, como se ha dicho, una medida "socialista", pues n ocuestionaba e l derecho d e propiedad. Por lo d emás, por falta de tiempo, los d ecretosde Ventoso nunca se pusieron e n p ráctica.

    La otra empresa, que se puede llamar simbólica, de ese breve momento deindiscutida hegemonía robespierrista se expresa en el informe sobre las estasnacionales, y más todavía en la proclamación del "Ser Supremo y l a inmortalidaddel alma". El deísmo rousseauniano de los montañeses, para quienes la sociedaddebe fundarse en la virtud y la inmortalidad del alma es una exigencia moral queconlleva la necesidad de un Ser Supremo, se instala como contrapartida tanto de laherencia cristiana, reducida a la categoría de superstición, como del culto de laRazón, al que se considera una vía al ateísmo. La expresión a la vez majestuosa yefímera de este culto se encuentra en la celebración, en toda Francia, de la Fiestadel Ser Supremo, el 20 de Pradial del año II (8 de junio de 1794).

    En la esta parisiense del Ser S upremo se ha visto la apoteosis de Robespierre.Pero la victoria es amarga y frágil. Contra su grupo se forma una coalición entreantiguos i ndulgentes y antiguos terroristas, a veces comprometidos por sus excesosen las p rovincias ( tal el caso de Fouché, o el de Barras o el de Fréron). El Comité deSalvación Pública pierde homogeneidad y los "izquierdistas" - Collot d' Herbois o

    Billaud-Varenne- atacan a Saint-Just, Robespierre y Couthon, cuyo aislamiento escada vez mayor. La crisis estalla en Termidor, despué s de un eclipse muyprolongado de Robespierre. El llamamiento anónimo que pronuncia en laConvención el 8 de Termidor co ntra los "bribones", lejos de evitar el ataque, loprecipita. El 9 de Termidor, en una sesión dramática, se ordena el arresto deRobespierre, Saint-Just, Couthon y sus amigos. La Comuna de París, que siguesiéndoles el, fracasa en un intento de liberarlos, y la deciente organización de esteintento pone de maniesto la falta de apoyo del pueblo de París. El Hôtel de Ville deParís ca e sin combate en manos de las tropas de la Convención: Robespierre y sus

    partidarios son ejecutados el 10 de Termidor del año II. Es el n de la Revolución jacobina.

    CAPITULO 4

    DE TERMIDOR AL DIRECTORIO

    1. LA CONVENCION TERMIDORIANA

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    La coalición que había conducido con éxito el golpe de Termidor era de naturalezaequívoca. Quizás algunos de sus instigadores -Collot d'Herbois, Billaud-Varenne yBarère- soñaran con la vuelta a una dirección más co legiada, en la misma línea de

    antes, y no supieron manejarse adecuadamente en medio del contragolpe quesiguió inmediatamente después de la caída de Robespierre. Estos tres miembros"izquierdistas" del Comité de Salvación Pública, alejados d el poder, juzgados y l uegodeportados, con Fouquier Tinville como símbolo de la represión terrorista, juzgado yejecutado, junto con el representante Carrier y algunos otros, todo ello da testimoniode que en la conducción de la R evolución se p roducía un cambio decisivo de rumbo.Más tarde se cuestiona el propio gobierno revolucionario en sus estructuras, sedesmantelan los c omités, y los clubs j acobinos - órganos p aralelos d e vigilancia y dereexión- son perseguidos y luego dispersados. Se abren las prisiones. El Terrorsufre un importantísimo frenazo. El dinamismo popular se debilita, a pesar de que enlos años III y IV -sin duda los años más trágicos desde 1789 para la supervivenciamaterial de las masas-, no faltan motivos de movilización. E l año III, con losinterrogatorios de los mendigos d e la Beauce, quedará en la historia como "el graninvierno", como el año de la vuelta de la hambruna y el pan caro, a lo cualcontribuyen la mala cosecha, al vuelta a la libertad de precios, la inación delsignado, que llega a su última fase de degradación. ¿Bastaba esto para despertar alpueblo bajo? Si bien éste conservaba aún las armas, los cu adros de su organización

    habían sido destruidos. Además, en la Convención, la Montaña, decap itada ydesorientada, había perdido el co ntrol de la situación. En este contexto secomprende el fracaso de las d os ú ltimas jornadas r evolucionarias p arisienses, el 12de Germinal y el 1 de Pradial del año III, durante los cuales los sans-culottes enarmas invadieron la Convención al grito de "Pan y la Constitución de 1793", queexpresaba muy bien los dos niveles de su reivindicación, el económico y político.Pero fracasan, la Convención gana, y las consecuencias con gravísimas: en laAsamblea se elimina el último foco de montañeses, comprometidos con lainsurrección, se desarma el faubourg Saint-Antoine, se termina con el pueblo en

    armas. La reacción política triunfa, en París y más aún en las provincias donde losmovimientos populares que se inspiraron en las jornadas parisienses fueronesporádicos (Tolón). Es el triunfo de la contrarrevolución, y no ya la normalizaciónque, sin duda, hab ía sido la aspiración de la mayoría de los denominadostermidorianos, deseosos de volver a encontrar el camino recto de una revoluciónburguesa.

    En París, el antiguo terrorista Fréron, que se pasó a la reacción, es el ídolo de lasbandas de muscadins que constituyen la "juventud dorada" y se vengan de manera

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    extraordinaria de los sans-culottes . En las provincias, la región del Mediodía es elescenario principal de las brutales acciones de las tropas de los "compañeros deJéhu" en Lyon y de las "Compañías del Sol" en Provenza; aquí la represión es

    sangrienta, pues se unen las masacres colectivas y los asesinatos individuales de jacobinos, compradores de bienes naci

    nuevos r epresentantes e n misión que envía la Convención se u nen a menudo a estareacción, o al menos la encubren con su complicidad. La contrarrevolución sepropaga y d esemboca localmente en guerra abierta: en la Vendée la guerra se iniciaen ocasión de un desembarco de emigrados en Quiberon (verano de 1795) que esaplastado por el general Hoche. Esta aventura abortada recuerda el peligro realistaen el momento en que el hermano de Luis X VI, pretendiente al trono bajo el título deLuis XVIII -el virtual de lfín, Luis XVII, había muerto en prisión- arma suspretensiones en la declaración de Verona. Los co mienzos de la Convención habíansido testigos de la preminencia de los girondinos, mientras que el año II lo fue de laMontaña. Este período postermidoriano, por último, asiste al triunfo del centro, de loque se llamaba la Llanura, o con desprecio, el P antano. Los personajesrepresentativos de esta hora, son Boissy d'Anglas, D aunou o Sieyés, que secontenta con denir su actitud en el año II con estas p alabras: "he vivido...". Entre lareacción que toleran, o a la que ayudan, y su apego a los valores de la revoluciónburguesa, est os hombres de orden tratan de denir un a línea política. A sí, en

    materia religiosa, se los ve aprobar en febrero de 1795 una serie de medidas a favorde una liberalización de los cultos, que llegan a la separación de la Iglesia y elEstado, una anticipación audaz, sin duda.

    En el frente de la política externa, la Convención termidoriana aprovecha las victoriasque los ejércitos franceses consiguen en todos los frentes, que retoman el espíritude las del año II. Así, Jourdan vuelve a ocupar la margen izquierda del Rin yPichegru, Holanda; en España, los f ranceses p enetran en el territorio nacional. Unaserie de tratados rmados en Basilea y en La Haya, de abril a julio de 1795,

    restablecen la paz con Prusia, E spaña y la recién nacida República Bátava. Losbeligerantes r econocen a Francia la posesión de Bélgica y Renania. La coalición sereduce a Inglaterra y a l emperador Habsburgo, que no podían aceptar esta base denegociaciones.

    Este anexionismo que aún se limitaba a las fronteras naturales es uno de loslegados de la Convención termidoriana, pero sólo representa una parte de unaimpresionante herencia política. Herencia, después de todo, hasta cierto puntousurpada cuando se contabilizan en el act ivo de los termidorianos todas lasreformas jurídicas administrativas o universitarias que a menudo maduraron en el

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    período montañés anterior. En cierto modo, la Convención es un todo, per o esverdad que no se podría discutir a los termidorianos la paternidad de la Constitucióndel año III, que lleva su sello y su espíritu en el compromiso burgués que repudia el

    hálito democrático de la Constitución de 1793, con el que soñaron poner punto nala la Revolución.

    Las declaraciones de los inspiradores del texto constitucional son muy claras alrespecto. Boissy d'Anglas escribe: "Un país gobernado por los propietarios estádentro del orden social". Y el texto constitucional se abre signicativamente con una"declaración de deberes", que contrabalancea la declaración de derechos.Rechazado el sufragio universal, 200.000 electores censitarios designan el cuerpolegislativo, qu e se articula en dos asambleas: el Consejo de los Quinientos y elConsejo de los Ancianos. E l mismo principio de división de poderes impone lacolegialidad del ejecutivo, distribuido entre cinco "directores". En esta busca deequilibrio y estabilidad, todo parece haber sido estudiado para establecer lo queRobespierre -para evitarlo- llamaba el reino de la "libertad victoriosa y pacíca". Sinduda, se trata de una anticipación, en un mundo en que la lucha entre la Revolucióny sus enemigos a ún no ha concluido. Los termidorianos se dieron cuenta de ello ytrataron de disimularlo con la imposición de una legalidad que, por el "decreto de dostercios", est ablecía que las dos terceras partes de los nuevos representantes

    pertenecieran a sus l as. Los r ealista no podían aceptar esta medida, ya que, en eseclima de contrarrevolución, podían aspirar a una conquista... "pacíca" del poder. El13 de Vendimiario del año III, los cabecillas realistas lanzan los barrios ricos de lacapital a la insurrección armada. Bajo la dirección de Barras, la Convención recuperala serenidad y co nfía el mando de las t ropas a l joven general Napoleón Bonaparte,que ametralla a los insurgentes en la escalinata de la iglesia St. Roch. Lacontrarrevolución parisiense armada ha fracasado, pero por primera vez laRevolución que ha desarmado a los sans-culottes tiene que recurrir a la fuerzamilitar. Con esta transición entramos d e lleno en el régimen del Directorio.

    2. EL DIRECTORIO

    El Directorio cubre el período comprendido entre el mes d e abril de 1795 y octubrede 1799, es decir, la mitad de la duración total de la Revolución francesa, y sinembargo esta época, que tal vez fuera la de la consolidación victoriosa, sólo hadejado en la historia, hasta las recientes revaluaciones, un recuerdo mediocre ofrancamente malo. Epoca de facilidad y d e corrupción, pero también de miseria y d eviolencia, época de inestabilidad, que se ha hecho clásico resumir en la imagen de

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    los g olpes d e Estado convertidos e n método de gobierno, como un vicio radical deforma y sí mbolo del sistema.

    Pero entonces ¿ era viable este régimen? A la luz de su derrumbe nal no es difícilde concluir la respuesta. Pero incluso sus contemporáneos sintieron la fragilidad delequilibrio instaurado por l a Constitución del año III. I nteresados en equilibrar l ospoderes, l os convencionales no previeron ningún recurso legal en el caso deconicto entre el ejecutivo y los consejos, laguna en la cual se vio el origen deinevitables g olpes d e Estado. Pero esta explicación sería meramente formal si no sela colocara en el contexto social de la relación de fuerzas de donde surge elconicto. ¿Qué representan estos hombres en el poder durante cinco años? Allíencontramos revolucionarios de 1789 y de 1791, girondinos, convencionales delCentro o de la Llanura, eternizados p or la Constitución del año III, todos l os c ualesrepresentan una burguesía revolucionaria interesada ante todo en consolidar susposiciones, mediante la defensa de las conquistas políticas y sociales de que erabeneciaria. Este interés alcanza relieve muy especial cua ndo se evoca lapersonalidad de los "logreros", que reinaron en esta época, y que defendían unaposición o una fortuna: piénsese en el miembro del Directorio Barras, o en Tallien,los h ombres d el día. Desprovistos d e la dimensión heroica de sus p redecesores, loshombres d el Directorio no son por ello meros fantoches, sino que han de luchar con

    otros m edios c ontra la contrarrevolución, agresiva e inclusive reforzada por el giro delos acontecimientos y la declinación del apoyo popular a la Revolución. Negado esteúltimo, ¿podía la clase política hacer otra cosa que volcarse hacia otra potencia,consolidada, como lo era el ejército? El Directorio es p ara unos é poca de insolenteopulencia, mientras para otros lo es de rigor, según la imagen que del mismo seconserve. El peso d e la co yuntura e conómica h a d esempeñado en ello su papel. Losprimeros años asistieron al hundimiento denitivo del papel moneda, el asignado, elque en vano se trató de sustituir por los "mandatos territoriales". En consecuencia,tras la época de inación se volverá al numerario, pero esta verdad redescubierta

    saca a la luz una coyuntura desagradable, en la que las b uenas co sechas repetidashabían estancado los precios agrícolas. La crisis de las nanzas del Estado no sólotraducía esta coyuntura, sino también la negativa a pagar impuestos, lo que expresauna crisis d e autoridad. Una de las c onsecuencias d e ello será el izquierdismo enaumento de la expansión revolucionaria. La conquista se convierte en un medio desacar a ote la hacienda, con el consiguiente debilitamiento de las motivacionesideológicas y el aumento del poder militar respecto de un poder civil dependiente.

    Tales son las constantes, o las taras que presiden la historia de estos cinco años.Sin entrar en el detalle de un tramo rico en peripecias, es clásico oponer el "primer"

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    Directorio, del año III al 18 de Fructidor del año V, al "segundo" Directorio, en el quela práctica del golpe de Estado adquiere carta de ciudadanía. El primer Directoriosimboliza el difícil compromiso del momento en la personalidad misma de los

    directores: Carnot, Letourneur, Reubell, La Revellière-Lepeaux, gente de la Llanura omontañeses a rrepentidos; les t oca luchar en dos f rentes, contra la oposición realistay c ontra la oposición jacobina. En primer lugar se dirige contra los demócratas, quese agrupan en nuevas e structuras, tales como el Club del Panteón. Los m ontañesesobstinados, como Robert Lindet, y los ba buvistas (del nombre de Gracchus Babeuf)forman el núcleo de lo que habrá de convertirse en la Conspiración de los Iguales.Babeuf, antiguo especialista en derecho feudal antes de la Revolución, hostil aRobespierre por ideal democrático en el año II, elabora entonces las bases de suproyecto colectivista. La importancia histórica de su pensamiento, la cualidad delgrupo de los revolucionarios que se concentra alrededor de él -como Buonarotti, aquien tocará transmitir la herencia de Babeuf- explican en 1796 el alcance históricode la Conspiración de los I guales. Pero el mismo tiempo constituye un testimonio delrepliegue del movimiento revolucionario a un estado de conspiración, que habrá detransmitir a todo el com ienzo del siglo XIX la idea de una vía insurreccionalpreparada en la clandestinidad. Pero más allá de los medios, lo verdaderamentenuevo es l a proclamación, por primera vez co n tanta claridad, de un ideal comunista.En oposición a las utopías de las Luces, y a la práctica social del movimiento

    popular, la Conspiración de los Iguales propone el "comunismo de la distribución",que niega el reparto agrario igualitario para propugnar una organización colectiva deltrabajo fundada en la comunidad de bienes, medio de llegar a la "igualdad dedisfrute" qu e propone como n último. La Conspiración de los Iguales fracasó: unproceso en Tours, de spués del fallido intento insurreccional de levantamiento delcampo de Grenelle, decapita al movimiento babuvista y termina con la muerte deBabeuf y sus compañeros. La importancia del mensaje que transmitió no puedeencubrir la dispersión del ala activa y organizada del m ovimiento popular, laocultación de una revolución democrática y s ocial.

    El régimen del Directorio estaba dispuesto a realizar compromisos. El aumento delpeligro de reacción realista le impondrá, no obstante, golpear también a la derecha.La contrarrevolución se organiza, se da sus e structuras o sus pantallas: en Paris, elClub de Clichy o el Instituto Filantrópico. No tienen un frente homogéneo, pues losrealistas puros, partidarios de una vuelta al Antiguo Régimen, conviven con losrealistas constitucionales dispuestos a aceptar una parte de las novedadesrevolucionarias dentro de un marco monárquico. Pero, en sus mismasambigüedades, el movimiento tiene viento en popa entre los notables, no sólo enParís, sino también, y más aún, en las provincias, como en el Mediodía, donde

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    cuenta con total libertad de acción. La fuerza misma de esta presión provoca lareacción del poder: en el año V, los realistas han conquistado la mayoría en losconsejos, y con el general Pichegru se han introducido en la red del complot

    monárquico, comienzo de inltración en el aparato del poder. Los miembros delDirectorio, en vista del peligro, se ven obligados a tomar la delantera. Así, el golpede Estado del 18 de Fructidor del año V anula el resultado de las elecciones quehabían dado la mayoría a los r ealistas e inaugura una fase de represión violenta. Sevuelven a poner en vigor los textos contra los emigrados y los r ealistas, se deportamás que se ejecuta, pero la Guayana se convierte en la "guillotina seca" de estamomentánea llamarada terrorista. El giro de Fructidor del año V implica retrocesosduraderos, pues, si bien no se trata de un verdadero frenazo estabilizador, esindudable que inaugura el recurso al soldado, ya que Bonaparte, comandante delejército de Italia, ha delegado, a petición del Directorio, en su adjunto Augereau. Lapráctica se convierte en hábito en el marco de una política de equilibrio que seextiende a lo largo de todo al nal del régimen. En el año VI, una mejora de laposición jacobina en los co nsejos p one de maniesto una renovada vitalidad en elpaís, com o consecuencia del frenazo de Fructidor, pe ro el D irectorio anula laselecciones i invalida una parte de los elegidos de avanzada. E n el año VII, losconsejos toman a su vez la delantera y atacan a los miembros del Directorio. Seacentúa el ascenso jacobino y se reemplaza a los antiguos directores por otros,

    adictos, como Ducos, Gohier o el general Moulin, recién llegados, representantes d eun despertar ef ímero, que se expresa también en la vuelta a una cierta ortodoxiarevolucionaria. Con todo, es d emasiado tarde para que el golpe de timón sea ecaz.

    El régimen está minado en su interior por una crisis d e medios y d e autoridad. Se hahablado de la miseria del Directorio, incapaz de pagar a sus funcionarios y a sussoldados, poco obedecido, en un clima d e d isgregación y d e a narquía. Esta imagen,que el régimen siguiente mantendrá c omo cómodo justicativo, es só lo parcialmentecierta. Un economista como François de Neufchâteau, ministro del Interior por un

    tiempo, y un nanciero como Ramel prepararon reformas estructurales de las quesacará provecho el Consulado. Pero el país escapa al control del Estado, elbandolerismo se convierte en uno de los s ignos r eveladores de la crisis d el régimen.En las llanuras de la Francia septentrional, los chauffeurs queman los pies de loscampesinos p ara hacerles saltar sus a horros, mientras e n el Mediodía o en el Oestelos bandidos realistas atacan las diligencias. Estos "rebeldes primitivos" e xpresanbajo formas variadas la regresión a formas elementales de contestación popular. Aestos elementos de descomposición interna se agregan,en proporción cada vezmayor, el peso de la guerra y de las conquistas exteriores, de donde surgirá elcesarismo.

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    Ya de 1792 al año II, la guerra en las fronteras había desempeñado un papel deprimer o rden en la conducción de la Revolución, apresurando o retrasando su

    marcha. pero ahora su importancia es s uperior a la de los a contecimientos i nternos.El juego de éstos y la iniciativa de los individuos, sin duda, desempeñan también supapel, como se ría imposible n egar, en una a ventura que e n parte se co nfunde con e lascenso de Bonaparte. Pero la a mbición de u n hombre no lo e xplica t odo. La g uerrano es u n accidente, sino que la expansión exterior es e l modo por el cual el régimenrealiza esta fuga hacia adelante que le permite en parte sobrevivir. Pero la guerra, almismo tiempo que nutre al régimen, lo pervierte. E l ejército se emancipa de lasubordinación del año II, y en los altos grados se subordina al general que loconduce al éxito. Es la izquierdización del ejército nacional del año II, que lo vuelvesusceptible de cualquier m anipulación, aún cuando conserve viva la llama delrepublicanismo.

    El Directorio, según los planes de Carnot, había proyectado en 1795 el ataque alemperador mediante la presión conjunta d e u na ofensiva so bre Viena, por Alemania,y d e una campaña de diversión en Italia. La ofensiva en el Rin fracasó, mientras q uela campaña d e allende los Alpes, por el contrario, alcanzó proporciones inesperadas.Bonaparte, comandante del ejército de Italia, en una ofensiva fulminante, vence a los

    piamonteses (Montenotte, Millesimo, Mondovi), expulsa a los austríacos de Milán y,tras una sucesión de victorias, los derrota en Mantua (Arcole, R ivoli). E n laprimavera de 1797 el ejército francés se abre camino a Viena, apoderándose depaso de Venecia y sus territorios. Por iniciativa propia, el general victorioso rma laspreliminares d e Leoben y co nduce las n egociaciones q ue culminan en el tratado deCampo Formio, el 17 de octubre de 1797, donde rearma al mismo tiempo suindependencia frente al Directorio y una nueva concepción de la expansiónrevolucionaria. En efecto, se multiplican las r epúblicas "hermanas" - Cisalpina, Ligur,Cispadana- pero al mismo tiempo se entrega Venecia y el Véneto a Austria, lo que

    es en verdad difícil de compaginar con el ideal revolucionario de emancipación delos pueblos... Los mitos de la guerra revolucionaria se derrumban y la idea de lasfronteras naturales pierde vigencia, al tiempo que se establecen otras repúblicas: laBátava, la Romana, la P artenopea y la Helvética.

    En este plan general, la campaña de Egipto, en la primavera de 1798 puedeparecernos una distracción incoherente. ¿Acaso el Directorio veía en ella un mediomomentáneo de alejar a un general cuyas ambiciones resultaban inquietantes?¿Acaso Bonaparte soñaba con preparar el terreno para la realización de su proyectooriental? Ocialmente se trataba de atacar a Inglaterra amenazando la ruta de la

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    India. Las t ropas f rancesas d errotaron a los m amelucos q ue defendían el país e n lasPirámides, lo que les aseguró la dominación de éste, pe ro el almirante Nelsondestruyó la ota francesa en la rada de Abukir. Bonaparte, cautivo de su conquista,

    emprende la campaña de Siria, don de el desierto, la peste y una resistencia noprevista (San Juan de Acre) determinan el fracaso de la aventura. Mientras,aparecen otras urgencias: Inglaterra forma la segunda coalición, qu e asocia aAustria, R usia, N ápoles y el Imperio otomano. La guerra vuelve a Iniciarse enEuropa con gran vivacidad. Las repúblicas hermanas se derrumban y se pierdeItalia, los ingleses d esembarcan en Holanda, en Alemania y e n Suiza, los francesesse repliegan ante los a ustrorrusos, y e n el verano de 1799 la República francesa sehalla amenazada de nuevo. Cuando el general providencial abandona su ejército enEgipto para volver a Francia, la situación ya ha sido corregida por otros, y s obre todopor las vi ctorias d ecisivas d e Zurich (en setiembre de 1799), que Massena consiguesobre Suvorov. Pero a Bonaparte no se lo recibe como salvador en las fronteras,sino en París. Lo que ocurre es que el despertar jacobino del año VII inquieta a laburguesía directorial, cuyo representante por a ntonomasia es Sieyès, en toncesmiembro del Directorio en reemplazo de Reubell. Se sueña con una revisión del actaconstitucional en un sentido autoritario, lo que exige apoyo militar para dar un nuevogolpe de Estado. Bonaparte, el hombre de la situación, ha brá de satisfacer lasesperanzas de sus mandatarios de un modo inesperado. El complot fue

    cuidadosamente preparado: aparte de Gohier y Moulin, los d irectores se resignan oson cómplices, y los consejos d e los Quinientos y de los Ancianos se trasladan aSaint-Cloud s o capa d el descubrimiento de u n complot anarquista. No faltan a poyos,inclusive de ciertos medios de negocio de París. El golpe de Estado logrado amedias el 18 de Brumario, cho ca al día siguiente con las resistencias de losdiputados d e los Q uinientos. Cuando Bonaparte pierde la serenidad, la presencia deánimo de su hermano Lucien, que preside la Asamblea, logra imponerse. El resto lohace la intervención de las t ropas, que dispersan a los d iputados. Con este golpe deEstado sin pena ni gloria se cierra la historia de la Revolución Francesa y comienza

    la a ventura n apoleónica.

    Capítulo 5

    CONCLUSION A MODO DE BALANCE

    En diez años, l a Revolución francesa representa un giro considerable y en loesencial irreversible no sólo en la historia de Francia, sino en la historia del mundo,en parte por lo que destruye, pero principalmente por lo que edica o por lo queanuncia. Revolución burguesa con apoyo popular, propone, precisamente por ello,

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    un balance ambiguo, adaptado a las co ndiciones p ropias d e la Francia de nales d elsiglo XVIII. Pero se puede intentar reunir en ciertos t emas p rincipales l os e lementosfundamentales de la h erencia q ue a quella R evolución legó.

    Ante todo, se impone por la importancia de las proclamaciones nuevas que aporta.En efecto, es la Revolución de la Libertad y de la Igualdad, es fundadora, en elapogeo del Siglo de las Luces, de un nuevo orden colectivo. No hay duda de que sumensaje no es m onolítico, ni de que en el mismo se inscriben tanto el discurso de laRevolución constituyente y el acta constitucional de 1791, como la Declaración deDerechos de 1789. Luego, la Constitución jacobina de 1793 o del año I representamás q ue una simple variante en relación con este texto básico; es la vanguardia delsueño de democracia social antes de que la Constitución del año III convirtiera enortodoxia los nuevos valores burgueses estabilizados. Sin ocultar las divergencias,es posible trazar un balance de conjunto. La Revolución sustituye la desigualordenación jerárquica de la sociedad del Antiguo Régimen por la armación de laigualdad: "los h ombres nacen y permanecen libres e iguales e n sus d erechos". Esosupone hacer tabla rasa con todos los privilegios y servidumbres anteriores. Laigualdad es, ante todo, la igualdad civil en todas sus formas, la de los protestantes, ycon más reticencias, los judíos, que s e convierten en ciudadanos d e pleno derecho.En cuanto a la esclavitud y la igualdad de los negros y los mulatos, los

    constituyentes dan muestras de más de un bloqueo y de una restricción, que sóloserán superados por la Convención montañesa, aunque de modo efímero. En esterasgo se ponen en evidencia los l ímites q ue ja la revolución burguesa a la igualdadque ella misma establece. En materia política, únicamente el período comprendidoentre 1793 y e l año II ha sido testigo de la experiencia del sufragio universal de losadultos varones: en 1791, lo mismo que en el año III, predomina el sufragiocensitario, que opone ciudadanos activos y ciudadanos pasivos sobre la base delcenso, limitaciones p olíticas que son en realidad barreras sociales y que determinanlos l ímites d e la democracia burguesa en este estadio.

    La Revolución es e l año I de la Libertad, que proclamó de entrada tal vez con menosreticencias que la Igualdad. Se trata de la libertad personal del ciudadano,garantizada en su persona por un régimen que, en la línea del humanitarismo de lasLuces, quiere eliminar toda crueldad gratuita en los sufrimientos.Luego, libertad deopinión, que termina con el monopolio de la Iglesia católica en la dirección de lasconciencias y se extiende primero a los p rotestantes e n 1789 y luego a los judíos. Lamáxima avanzadilla de este movimiento se halla en el momento en que laConvención termidoriana decreta, en el año III, la separación de la Iglesia y elEstado; pero esta medida de circunstancias es demasiado precoz aún como para

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    representar cabalmente el discurso de una Revolución que sólo fue totalmente laicadel invierno de 1793 al Directorio. En 1791, en la constitución civil del clero, como en1801 en el Concordato, se intentaron formas de compromiso con la religión

    dominante. La libertad de expresión prolonga la libertad de opinión: losconstituyentes n o la proclamaban sin reservas, sino añadiendo: "salvo que se ha deresponder por los abusos de esta libertad". Pero la abundancia de prensarevolucionaria, así como la multiplicidad de los clubs, prueban la vitalidad con que seacogió e sta n ovedad.

    Las libertades políticas fueron el terr