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Alejandra Franco Guevara _______________________________
MI PRINCIPESSA
Un amor que un montón de kilómetros o un océano nunca
podrán romper
--Mi Principessa--
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Metros, kilómetros y distancia de fe
No era la falta de tiempo ni de esperanzas. Quizá era la
diferencia, la distancia, los kilómetros o hasta el miedo. Era
inevitable ese sentimiento, ese dolor y esa pesadez que sentía
poco a poco por falta de sus ojos, sus suspiros. Todo seguía
igual, la vida continuaba, el reloj seguía dando vueltas sobre su
mismo eje, la gente caminaba, corría a la misma velocidad de los
minutos. El latido de mi corazón seguía el ritmo como una
melodía, como una sucesión de sonidos que se van
desenvolviendo en secuencia lineal con ciertos acordes, notas
agudas, graves, sonidos fuertes y bajos. Yo no quería ser
nombrada nada más en la introducción de su vida o solamente en
una sección de todo el contenido de su historia. Quería ser un
propósito, un objetivo y un elemento que tuviera cierta
continuidad.
Todo era como un rompecabezas, siempre con cierta
dificultad y delicadeza para poder hacer embonar las piezas y
poder descubrir la imagen oculta. Por más que trababa de unir
mis ideas para poder llegar a una conclusión en mi situación, no
podía. Con los minutos, los días o el cambio de las estaciones del
año, sentía que me iba difuminando o hasta desapareciendo.
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Las hojas vino, secas, caían lentamente de los Álamos.
Aquellos arboles de altura elevada y hojas color amarillo o
dorado durante el otoño. El propio aire de finales del otoño y
principios del invierno barría las hojas que caían lentamente sin
tocar el piso y sin tener algún destino final. El polvo entraba en
mis ojos y tenía dificultad para ver con claridad, sin embargo, sí
tenía claro lo que quería, quería ser un personaje que tuviera
cierta repetición en su vida.
Mi cabello se revolcaba junto con el viento formando un
remolino y mi rostro se escondía tras mis rizos castaños.
Mientras el viento y las nubes se movían sin camino y dirección,
me reclinaba en la pared de un tono muy claro con un poco de
manchas de agua que escurría desde metros arriba , hasta el piso.
Al tocarla con los dedos sentía la textura y el zarpeado.
Probablemente necesitaba una serie de pasos o
instrucciones, pero esa no era mi solución. El amor no tiene
instrucciones ni reglas. No pueden ser todas las historias de amor
como la tragedia de William Shakespeare. Quizá mi historia sí
podría ser un poco parecida a la de Romeo y Julieta, la historia
de dos jóvenes enamorados que a pesar de la oposición de sus
familias, rivales entre sí, decidieron luchar por su amor hasta el
punto de casarse de forma clandestina, sin embargo, la presión de
esa rivalidad y una serie de fatalidades condujeron al suicidio de
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dos amantes. Definitivamente solo la parte en la que luchaban
por su amor coincidía con la mía.
El querer ser arquitecta de mi destino o de mis sueños
pudiera haber sido mi error. Todos los sentidos de mi alma tenían
a veces coherencia o a veces simplemente no concordaban.
Querer construir los capítulos de mi vida tal como quería era
imposible y absurdo.
Mi hombro derecho apoyado sobre el muro, viendo el
viento pegar en el vidrio de las ventanas con tanta fuerza que el
material duro, frágil y transparente se movía y llegaba a pensar
que se iba a romper. El agua seguía su trayecto, caía del cielo,
hacia una pausa en las azoteas de los edificios, escurría por los
muros de ladrillo rojizo hasta llegar al piso y empezaba su
recorrido para llegar a la alcantarilla.
La gente corría, se protegía de la lluvia, se aislaba de ella
y buscaba donde refugiarse. Lo único que escuchaba era una
combinación de sonidos que creaban un ambiente tenso. Niños
gritando, los tacones de las señoras tocando el pavimento y el
sonido del claxon de un gran número de automóviles, cuyos
conductores intentaban utilizar la misma avenida para salir del
tráfico.
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Seguía caminando sobre la banqueta de concreto,
inundada, llena de baches, en donde ciertas partes ya se habían
llenado de agua y se habían convertido en espejos. Era la única
persona que estaba caminando sin miedo, sin prisa y sin que nada
me detuviera. El agua cada vez se apoderaba más de mi cabeza y
gotas caían sobre mis mejillas. Recliné lacabeza y vi mi rostro en
esa superficie clara por unos cuantos segundos, unos ojos que
reflejaban confusión y desconcierto. Mi cabello empapado que
tapaba gran parte de mi cara y un cielo gris, oscuro y sin color.
Una gota cayó y empezó a formar ondas de vibración alejando la
claridad de mi rostro.
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Yo
Mexicana, arquitecta y trabajadora. Nací el 19 de Marzo
del 1983 en la Ciudad de Guadalajara. Estudié la carrera de
arquitectura en la Ciudad de México. Después de haberme
graduado, me quedé trabajando en varios despachos haciendo
diseños en la misma ciudad. Mi gran gusto en el área de
restauración en obras antiguas e históricas me ha hecho viajar y
recorrer diferentes lugares del mundo, alejándome de mi familia
y de Guadalajara.
Almaceno todas mis ideas, recuerdos y mis inquietudes.
De una manera u otra, con fantasía los transformo en laberintos y
con mi creatividad encuentro soluciones. Soy apegada a las
experiencias y emociones que vivo día a día y los convierto a
sentimientos nobles y profundos. Me gusta viajar en la memoria
y en la imaginación, dibujar todo lo que veo para guardar los
recuerdos de todo lo que vivo. En fin, todo esto crea mi
identidad, crea mi yo.
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Un ambiente húmedo, un poco de luz y dudas alrededor
Veintidós de noviembre en la Ciudad de México, esa
tarde húmeda y fría no había sido como cualquier otra. Una serie
de momentos la habían formado y transformado en una tarde
llena de sabiduría, hechos y filosofías. Había reconstruido mi
pasado a través de los recuerdos. No eran mis sueños
encarcelados, ni el olor a esa cantidad de vapor de agua presente
en la atmósfera, sino esa carta de papel rosado que
probablemente tendría la ortografía perfecta, que encontré bajo la
puerta de mi casa. Esa cubierta de papel en la que adentro venía
una carta que resaltó a mi vista y de las vetas oscuras de la duela.
Tres, cuatro y cinco cuadras caminé, cruzando avenidas,
unas con semáforo y otras no. La luz roja estable de un lado y
por el contrario luz verde parpadeando. Sentía como el frío
entraba por mis pies y cuello, pero seguía mi camino sin destino.
Los truenos y los relámpagos empezaron a acompañar la lluvia y
decidí terminar mi trayecto, el cual parecía no tener fin. Todas
las cafeterías, restaurantes o cualquier lugar cubierto estaban
saturados. El fuerte olor a café y la variedad de aromas me atraía,
me llamaba la atención saber que algo caliente podía parar el frío
que sentía dentro de mí.
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Zucchero es uno de los cafecitos en donde a veces
pasaba mis tardes de invierno, donde preparan el café mejor que
en ningún otro lugar. Lo sirven tan rico que no hay diferencia
con uno italiano. El dueño era romano, así que saben preparar el
café de tal manera que hasta puedes sentirte en Italia, y el
complemento de la música de Laura Pausini, la iluminación y la
decoración es lo que hace a ese lugar acogedor.
Dentro del café, seis personas más también querían
alejarse un poco de la baja temperatura. Veía a la gente indecisa,
sin saber qué iban a ingerir. Unos temblando, otros secos y otros
que desviaban sus ojos hacia la vitrina donde estaban todas las
delicias. Una gran variedad de pan dulce y panes elaborados con
alguna particular característica. El espacio del mostrador estaba
repleto, desde mexicanos hechos de harina de trigo, levadura,
huevos, canela y azúcar morena, hasta italianos como patenones
cubiertos de azúcar, nuez molida y pasas. Unas repisas de
madera llenas de botes de grano de café y una variedad de tés,
como rojos, negros, verdes y blancos.
Un tapiz abrigaba tres de las paredes del cafecito, hecho
a mano con hilos de todos los colores formando el puente en arco
elíptico más antiguo del mundo; El Puente de la Santa Trinidad
reflejándose en el Río Arno. La otra pared estaba cubierta por
imágenes y retratos de diversos viñedos del sur de Italia.
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Cappuccino, café latte, latte macchiato, americano,
corretto, ristretto, romano, granita de café, mocha, frappé, café
espresso entre otros, servían ahí. La especialidad era el espresso,
por ser el más italiano. Ese café color avellana, un poco rojizo y
de sabor intenso y concentrado. El conjunto de aromas que salían
de la taza me revivían recuerdos, asociaciones y evocaciones que
viví con él.
Unos cuantos sorbos de café con un toque de azúcar y
unas mordidas al pastelito de chocolate cubierto de vainilla con
un poco de chispas. Aunque me quemaba un poco la lengua, lo
seguía tomando, ya que cada trago hacía que disminuyera mi
debilidad por el frío. Otros más fueron necesarios para empezar a
sentir cómo el calor entraba en mi cuerpo. Una sensación de
limpieza, equilibro y satisfacción empecé a experimentar con esa
diversidad de esencias. Permanecí sentada en esa silla
acolchonada con una tela floreada rosa viejo con verde pistache y
un descansabrazos de gamuza. La pequeña vela de cera
iluminaba mi mesa con su mecha que iba ascendiendo con unos
colores azules, morados y amarillos y su material iba
descendiendo lentamente cayendo sobre la mesa.
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Sensaciones y recuerdos con el aroma a café
Por la altura en que se encuentra sobre el nivel del mar,
el Distrito Federal, tiene climas que van desde el templado hasta
el frío húmedo. Por más que llevara años viviendo ahí, mis
huesos no se acostumbraban a esos cambios climáticos
repentinos y mucho menos se adaptaban cuando dentro de mí,
circulaban una serie de preguntas, dudas y al mismo tiempo
nostalgia y melancolía.
Parecieran años desde la última vez que tuve sus ojos
frente a los míos. Esos ojos claros, rodeados de pestañas
alargadas, enchinadas, reflejando pureza, alegría, calma y al
mismo tiempo desconsuelo. En realidad no sabía cómo había
comenzado todo. Se oía la campana que estaba colgada en la
chapa dorada rústica de la puerta, cada vez que alguien entraba o
salía del café, era inevitable voltear a ver. Era una distracción, no
sé si el sonido o la gente.
Entre todas las conversaciones se oía una pieza de jazz.
Era difícil oírla en su totalidad, ya que el resto de los diálogos y
murmullos me distraían, además de los ruidos que se creaban al
chocar las tazas o el molino al estar moliendo el montón de
granos de café. El sonido de la trompeta, el piano, el saxofón y
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las palabras italianas me hacían recordar tiempos. Momentos de
alegría, momentos con él.
Ya era una confusión, no sabía si era realidad o
simplemente estaba soñando con los ojos abiertos. De pronto se
acercó un hombre con una barba larga, puedo decir que ya era un
hombre mayor por el color de su cabello. Con una voz suave y
baja me preguntó el camino para llegar a la colonia Roma.
Rápidamente le respondí. Le quería preguntar el camino para
llegar al amor de mi vida. Pero no. No era tan fácil, no era una
simple pregunta y mucho menos respuesta. Nadie sabía más que
posiblemente yo. Después de que la manecilla del reloj pasó de
las siete y el segundero dio más de seis veces vueltas, pedí la
cuenta.
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Un toque de saliva en el sobre
La lluvia disminuía pero la humedad incrementaba, al
igual que el volumen de mi cabello. Mis rizos se ondulaban y se
esponjaban. Salí del café y por última vez volví a escuchar como
el badajo retumbaba en la boca de la campana de metal.
Caminando bajo los árboles de Polanco, con la ropa
mojada y mi cabello ya seco. Una zona residencial de la Ciudad
de México, junto a la Condesa, los Jardines del Pedregal del
arquitecto Luis Barragán, Lomas de Chapultepec y Santa Fe. Una
zona ubicada en el centro de la ciudad. No solamente un área
residencial, sino conocida como el Soho de la Ciudad de México.
Un lugar lleno de vida, alegría, movimiento, actividad, cultura y
sensaciones compuestas por una gran cantidad de residencias,
comercios, cafés, restaurantes, galerías, boutiques, bares y
parques. Continué caminando con la mirada hacia abajo para
saber dónde daba mis pisadas, no quería meter dentro de un
charco lospies, los cuales estaban cubiertos de unos zapatos
negros forrados de terciopelo y unas hebillas doradas. La mayor
parte de mi trayecto seguí pensando. No todas las novelas tienen
finales perfectos.
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Mi abrigo de tela de rompe vientos rozaba con los brazos
de las personas que se dirigían al sentido contrario y hacía un
sonido peculiar. Las gotas en forma de lágrima volvían a caer del
cielo, un cielo grisáceo, oscuro y sin salidas de luz. Los
prevenidos con objetos con superficie cóncava desplegable, de
plástico, de distintos tonos, lisos o estampados, sujetados con una
estructura delgada de varillas dispuestas alrededor de su eje
central. Todos tomando sus paraguas del mango con su mano y
los que no checaron el pronóstico del tiempo antes de salir de su
casa con un libro, un plástico, o una bolsa para no mojarse.
Otra vez volví a oír la campana retumbar. Sin embargo,
no era la misma campana del café, sino las campanas que
colgaban del campanario. Era tan fuerte el sonido que te
ensordecía. A lo lejos se oían los cantos y los rezos de aquellas
mujeres con manto negro, mostrando su cara sobria, pura y en
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paz. Era el convento Reina del Cielo, una comunidad religiosa
bajo la Iglesia católica.
Las calles cada vez se iban vaciando, ese espacio lineal
adoquinado, esa circulación se iba deshabilitando por el mal
tiempo. Los vendedores de frutas y frituras llevaban sus carros a
las estaciones de metro para esperar que pasara la lluvia y poder
regresar a salir a vender. En su espera preparaban chicharrones
con salsa roja, chile en polvo, crema blanca y un toque de limón.
La gente se resguardaba en el metro, ya que era uno de los
lugares donde te podías proteger de las inundaciones y no caer en
un charco y terminar empapado. La tela velluda y los hilos que
formaban un pelo corto de mis zapatos de terciopelo ya habían
perdido su suave sensación.
Alejándose de mí y yo de él, y sin mirar hacia atrás,
hacia lo que ya habíamos vivido, decidió redactar una carta. Por
ese medio de comunicación expresó sus sentimientos y la envió a
un receptor. Ese recetor era yo. El nombre y la dirección del
remitente aparecían al reverso del sobre. Leí la primera palabra y
ahí pare. Ya sabía la dirección. Sabía que venía de un lugar de
2080 habitantes, del territorio de la provincia de Potenza.
Perdí la cuenta de la cantidad de preguntas que me hice.
¿Sería cortés y amable? ¿Buscaría impresionarme positivamente?
¿Redactaría favorable a mis intereses? No me imaginaba lo que
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había dentro de ese pequeño sobre, el cual estaba sellado con un
toque de su saliva. ¿Habrá sido enviado por avión? ¿De
urgencia? ¿Será larga? ¿Precisa? ¿Tendrá precisión, exactitud y
me dará información completa? Por más que lo conociera, era
todo un misterio. Nada más me hacía preguntas, que con sus
respuestas podría llegar a resolver mis dudas y secretos y poder
hacerme aclaraciones.
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Un olor y un sentimiento que persiste durante horas
La lámpara alumbraba el cuarto, pero aumentaba la
iluminación el candil con piedras cristalinas que colgaba
exactamente arriba de mi cama. La pintura de los cuadros
brillaba como si estuvieran recién pintados. En mis mejillas caían
unas gotas de agua. Esta vez no era lluvia, eran mis lágrimas
como símbolo de consterno, debilidad y posiblemente fracaso.
Las palabras, las oraciones, los puntos, las comas que
componían la carta eran un trabajo hecho con el corazón. Un
trabajo sincero y sin errores. Un vocabulario exacto y cortés. Una
redacción completa y ordenada con puntuación adecuada.
Empezaba por un saludo y terminaba con su despedida,
escribiendo su nombre en la parte inferior de la carta y para
terminar su firma: Galluchi.
El dulce olor de leche quemada con azúcar penetraba
hasta mi cuarto. La Sra. Cristina Gorojovsky, mi vecina, una
mujer católica casada con un judío. Siempre con un rosario en la
mano, la veías caminando por la calle amplia y alargada, hacia la
capilla del Convento de Reina del Cielo. La puerta de su casa se
ubicaba frente la mía. Con una pequeña diferencia, en la parte
superior derecha de su puerta de caoba había una mezuzá. Una
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pequeña caja hueca de aproximadamente 10cm que se fija en las
entradas principales de las casas con una posición inclinada,
cuyo significado es compromiso a la religión judía. Una vez a la
semana, la Sra. Cristina preparaba cremé brulee durante las
noches. Una exquisita y fina combinación de yemas con crema
de leche y con su último toque de una ligera capa de azúcar
quemada, dejando una textura crocante, deliciosa y dulce. A
veces un poco de chocolate o simplemente solo. Ya era un hecho
que una noche a la semana cenara la especialidad de la Sra.
Cristina con una taza de té de manzanilla o hasta un vaso de
leche descremada fría.
Mis pies descalzos al pisar el tejido de lana que cubría mi
cuarto me calentaban. Las flores naranja rojizo con un toque de
ámbar amarilloso y las ramas café claro de la alfombra, le daban
color y vida a mi recámara, haciéndola más acogedora. Se
empezaban a escuchar ruidos en mi panza, tenía hambre, el café
y el pastelito de la tarde no habían sido suficiente.
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Las palabras nunca serán suficientes ni con una creme
brulee
Era un consterno el sentimiento dentro de mí. Era
indescriptible e inexplicable. Un conjunto de pensamientos
mezclados, positivos y negativos. Las palabras no eran
suficientes para describir sus ojos brillosos, claros, que reflejaban
y expresaban un cierto cariño y afecto. Las palabras que salían de
su boca, con esa voz suave, dulce y tierna, que la mayoría de las
veces quería callar con un beso. Su presencia, sus brazos que
rodeaban mi cuerpo. El ritmo de mis palpitaciones incrementaba,
se aceleraban con el simple hecho de ver su sonrisa, ver sus rizos
rojizos. No sabía cómo llamar lo que sentía en el momento
cuando mis labios tocaban la suavidad de los suyos. No podría
describirlo, aun no lo sabía. Lo único que sabía era que lo
extrañaba, que quizá aun era amor sin importar la distancia.
El sonido del timbre se escuchó y al segundo la voz de
una mujer gritó mi nombre. La Sra. Gorojovsky y su cremé
brulee me hicieron la noche ese 22 de noviembre. Me cambió el
estado de ánimo, borró por completo mi día y eliminó los
pensamientos que en ese segundo tenía. Esa noche no acompañé
esa receta culinaria con leche. Abrí el cajón y saqué la pequeña
bolsita sellada de nailon con hojitas de té, el cual tenía una
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pequeña etiqueta de papel unida con un trozo de cordel que decía
Chamomilla. Fue una perfecta combinación esa infusión con la
deliciosa receta de mi vecina.
Definitivamente tenía una buena memoria . Conservaba
mis ideas y mis experiencias. Todo se quedaba grabado en mí, se
iba creando una suma de emociones que cada vez era mayor. Si
el azúcar no había borrado mis pensamientos, esperaba que el
sueño sí.
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Galluchi Crechenzo Rubinetti
Italiano, ojos verdes, pelo rizado rojizo. Joven de familia,
trabajador y estudioso. Nació el 27 de octubre de 1983 en
Pescopagano, Italia. De muy pequeño desarrolló su gusto por la
política. Toda su infancia la pasó en el pequeño pueblo donde
nació, en donde su madre es la doctora del pueblo. En su
adolescencia estudió en Roma su carrera profesional de Ciencias
Políticas. Estudió en España por unos cuantos meses y fue donde
aprendió hablar muy bien el español. Muy apegado a sus abuelos
paternos y a su abuela materna.
Además del agrado por su carrera, tiene un gran gusto
por la cocina y los vinos. Prepara las mejores pastas y combina
con los mejores vinos. Su amabilidad, su cortesía y
principalmente su caballerosidad forman su modo de ser. Su
manera de pensar y opinar en cualquier tópico, ya sea política,
religión o economía lo hace único y lo caracteriza. Nunca se
deja vencer por nada y lucha por lo que más quiere.
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Ortografía perfecta
Sinceramente esa tarde nada más había leído la
introducción y el final de las palabras de Galluchi. No sé porqué
no había leído el desarrollo. Quizá era miedo o inseguridad al
futuro o simplemente temor al siguiente capítulo de mi vida. Esa
era la razón de mi inquietud, intranquilidad y nerviosismo.
Después de haberle dado brillo a las hebillas de mis zapatos
negros y haberle quitado el polvo a los cabellos finos, abrí el
sobre rosado y extendí la carta tamaño oficio. Aprecié y sentí la
textura donde la pluma de tinta negra había hecho su recorrido
hasta llegar al final con letra cursiva y la G mayúscula que decía
Galluci.
Darle la vuelta a las cosas no era la mejor manera de
enfrentarlas. Cómo iba a saber que entre el saludo cordial y la
despedida cortés y educada hubiera algo que no me agradara.
Quizá me iba a contar acerca de su nuevo amor, tal vez sobre sus
diplomados, sobre política, religión, o hasta del carro que tanto
había querido comprarse.
Mis manos inquietas temblaban. Las múltiples medallas
de vírgenes y santos que colgaban de mi pulsera de oro hacían un
ruido al chocar una con otra, un sonido que solo en el silencio se
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podía percibir. Un ambiente tenso y melancólico dentro de esas
paredes de concreto, una luz amarilla y serena que trataba de
remplazar el agobio por la sensatez y madurez. La sensibilidad
de mi oído me hacía escuchar cualquier cosa y hacía que me
distrajera y no pudiera leer con tranquilidad y serenidad.
Mi vista pasó por la primera oración. Se escuchaba como
movían los muebles de un lugar a otro en el departamento de
arriba. Leí la segunda y la tercera. Si me pusiera un espejo
enfrente podría ver una sonrisa enrome delineada con mis labios
con un toque de labial rojo carmesí y unos ojos deslumbrantes
como los que ponía cuando me tomaba de la mano.
Era inexplicable el efecto que estaba haciendo la carta en
mí. La alegría que iba adquiriendo al leer cada palabra. Contadas
veces me había sentido así. Esa sensación ya la había vivido,
justo el día que lo conocí, en el mismo momento que lo vi.
Cuando con su voz, con un toque de italiano y español, me
llamó. No sé si fue su acento, su entonación, la manera de verme
o su pelo rojizo. Lo único que sabía era que me había encantado
y fascinado.
La cuarta, la quinta, sexta y séptima oración leí. Seguían
moviendo los muebles de arriba. Cada vez el sonido se iba
desvaneciendo. Sin embargo, ese ruido que creaban las patas de
los muebles al deslizarse en la madera me distraía y no me
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dejaba disfrutar lo que leía. Pero no quería dejar de leer sus
oraciones tan completas como las imaginé. Empezaban con letra
mayúscula, las palabras se dividían por medio de comas y
finalizaban con un punto. Oía su voz en mi mente, su acento, sus
risas que probablemente existieron a la hora que las escribía, en
la pausa entre oración y oración.
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Un cielo nublado y un par de botas para la lluvia
El aroma del incienso penetraba en las paredes rugosas
de las cortinas, por los espacios donde no vestían la ventana
entraban los rayos de luz. Las resinas aromáticas vegetales con
aceites esenciales de origen animal despertaban mi olfato de una
manera muy sutil. Abrí las puertas del clóset y en seguida el
penúltimo cajón de arriba hacia abajo. Mis pies cubiertos con los
calcetines grises tocaban mi ropa interior. Levanté las manos lo
más que podía para alcanzar mis botas de lluvia. No quería
volver a tener mi mirada hacia abajo, brincarentre los charcos y
mucho menos ensuciar otro par de zapatos. Esta vez quería ver
hacia arriba, ver como las hojas secas de los arboles estaban
listas para caer. Seguí estirando los brazos, pisando mis calzones
y convirtiendo mis brasieres de copa C a B. Hasta que finalmente
alcancé.
Tomé mis botas de plástico de suela negra, con un fondo
negro y unas líneas beige perla. Mi rompe vientos y una bufanda
negra con unos cuantos tonos de dorado, puesta sobre mi cuello
con cierta soltura como si fuera un collar. Mis rizos habían
quedado atrapados por la bufanda, agarré un broche dorado,
saqué el cabello y lo recogí.
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Del mango de madera sintética, tomé el paraguas.
Guardé la carta en uno de los compartimentos de mi bolsa y me
aseguré que la cremallera hubiera unido las dos partes. Cerré la
puerta, metí la llave en el ojo de la cerradura y bajé las escaleras
sosteniéndome del barandal de hierro que formaba siluetas
redondas y figuras orgánicas que probablemente eran del art
nouveau.
Me dirigí hasta la casa de Luis, caminando por los
anchos camellones de Masaryk, viendo la cantidad de árboles,
unos con hojas y otros no. En ese mismo momento me di cuenta
que algo faltaba y estaba ausente. Faltaba él y las flores de color
azul violáceo de las jacarandas en primavera.
Tenía que leerle la carta a Luis y anunciarle lo que estaba
pasando. Él sabía toda mi historia y la cronología de mi relación.
Era como mi diario, a él le contaba todo, mis sucesos, aventuras
o cualquier tipo de anécdota interesante, graciosa, preocupante o
hasta aburrida. Él con gusto prestaba atención, las reflexionaba y
me hacía observaciones y comentarios. Lo mejor eran sus
consejos y sugerencias.
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Diferente religión, diferentes costumbres, pero misma
emoción
De origen Colombiano, nacido en Cali, Luis Lozano-
Paredes. Alto, delgado, de pelo muy rizo, negro, ojos grandes y
con unas facciones exquisitas. Aquel judío con el que me
identificaba perfectamente. Unos pocos meses más pequeño que
yo. Nos habíamos conocido en el despacho de arquitectura.
Cuando comencé a trabajar, él ya llevaba unos meses, así que fue
mi guía, ayuda y orientador durante casi un mes. Terminamos
conociéndonos cuando las tardes de primavera nos reuníamos en
mi departamento, abríamos las ventanas para que el aire corriera
y juntábamos ideas convirtiéndolas en espacios y en arquitectura.
Formábamos un excelente equipo, ya que me especializaba en la
restauración de obras antiguas de arquitectura y él en los
espacios interiores. Cuando el estrés se llenaba en nuestras
mentes y nos bloqueábamos, poníamos un poco de jazz para
tranquilizarnos y poder continuar trabajando. Luis siempre
ayudándome, apoyándome y más que todo consintiéndome.
Nunca llegaba con las manos vacías a mi casa, siempre con una
bolsa llena de panes rellenos de dulce de leche, café caliente o
hasta manzanas.
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Después de haber cruzado cuadras y cuadras llegue a su
edificio. Un departamento pequeño de una recámara, pero con
una cocina muy amplia. El portero no me conocía, ya que
siempre me volvía a preguntar mi nombre. Probablemente fuera
que la mayoría de las veces, las juntas de trabajo eran en mi casa.
Aprovechando mis días libres y que tenía una gran noticia toqué
la puerta de su casa. Puerta similar a la de la Sra. Gorojovsky, ya
que también tenía la mezuzá, pero con diferente inclinación.
Sentada en el sillón de piel negro con unos cojines verde
limón, tejidos, rellenos de pluma, veía desde el séptimo piso
como la gente pasaba y como hojas secas caían en su balcón.
Luis detenía con sus dos manos la carta. Detenidamente la leyó.
Cada dos oraciones se detenía y hacía gestos de sorpresa y
entusiasmo.
Mi principessa
No puedo creer lo rápido que pasa el tiempo. Cuánto ha pasado
desde la última vez que te vi, la última vez que nos despedimos
hasta el día de hoy. Recuerdo perfectamente, bajabas las
escaleras y yo en el comienzo de ellas viéndote bajar. En ese
preciso momento sentí que todo lo nuestro iba a morir para
siempre, que ese sería ya nuestro final y que te iba a tener que
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borrar de mi mente. Después de ese adiós no pase muy buenos
períodos. Esos chocolates que me diste fueron mi compañía.
Caminé todas las calles de Florencia con la caja plateada llena
de chocolates rellenos de caramelo, recordando todo lo nuestro.
Creía que sería una lástima dejar todo atrás, perder todo y
olvidarlo. Esa misma tarde me comí todos los chocolates,
dejándome un dulce sabor en mi boca que me recordaba a ti.
No es lo mismo estar sin ti. Tantas cosas han pasado y creo que
muchas han sido por tu ausencia, tu falta, por la separación y
ese apartamiento que hay entre los dos. Por otra parte, te quería
decir que hice la mejor inversión con mi dinero. Cada centavo,
cada peso y cada billete que recibí durante mi trabajo en verano,
lo ahorré para poder comprarte el pasaje para que vengas a
verme al país en donde casi el noventa por ciento de la
población es católica, en donde se cocinan las mejores pizzas y
más que todo, pastas. Sin olvidar que es el país en donde están
los mejores viñedos y donde crecen las mejores uvas que son
transformadas en vinos.
Así que prepárate ya que pronto estarás en Pescopagano.
Comiendo una pasta bañada de salsa roja de tomate, una pasta
ya sea spaghetti, tagliatelle, fettuccine, linguine o tu pasta
favorita, esa pasta rellena en forma de paquetito cuadrado:
ravioles.
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Me imagino que tienes tu agenda repleta de pendientes y
trabajos, así que tienes pocas semanas para organizarte. En
menos te lo esperes estarás aquí conmigo. Durante esta semana
te llamaré.
Un fuerte abrazo. Con cariño.
Galluchi.
Un poco de música mizrahit de la cantante israelí Sarit
Hadad, que Luis oía y bailaba cuando estaba de buen humor,
cuando alguna de sus conquistas le marcaba, cuando había una
buena notica o cuando cocinaba cuscús, el plato tradicional árabe
hecho a base de sémola de trigo. La carta ameritaba bailar un
poco de mizrahit, esa música de influencia árabe. La típica
música que combina elementos de Europa, África y países
transportados a Israel por los judíos migrantes. Aunque no
entendía nada de lo que decía, yo bailaba y daba vueltas
alrededor de la sala. Luis cantaba algunas de las frases en árabe,
griego y turco y yo giraba sobre un mismo eje. Mi falda negra se
movía con el ritmo del sonido del violín, cuando una de sus
cuatro cuerdas flexibles ocasionaba una sonoridad afinada.
El descorcho de una botella y el fin de ella
--Mi Principessa--
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Aun no sabía que estaba pasando o que iba a suceder,
todo era un misterio. Mi futuro no estaba claro y poco a poco lo
tenía que ir descubriendo. Era una duda y una incertidumbre el
saber que iba a transcurrir entre nosotros el día de mí llegada a
Pescopagano. No solamente iba a llegar a uno de los pueblos
mágicos de Italia, sino donde él nació y donde vivió toda su
infancia.
Las setenta y dos horas de libertad, de independencia y
de mi tiempo libre habían terminado. Ya era el comienzo de la
semana, el inicio de mis trabajos, la llegada de nuevos planes, el
principio de una nueva etapa y el arranque de mi cuenta regresiva
para llegar a sus brazos . En fin, era lunes, el primer día de la
semana laboral.
Lo único que hacía era contar las horas, los minutos y los
segundos para poder dejar de estar sentada en esa silla de oficina,
viendo una pantalla llena de líneas que creaban arquitectura. La
música rock que salía de las bocinas del compañero de al lado,
oír que el teléfono sonaba cada cinco minutos, las hojas salir de
la copiadora, la arquitecta moviendo el pie y el tacón de su
zapato retumbando en el piso de mármol. Los perros ladrando a
las seis de la tarde cuando todas las señoras los sacaban a pasear.
Era un poco difícil concentrarme y centralizarme en el trabajo.
--Mi Principessa--
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Sin embargo siempre pensaba en las dos palabras que aprendí de
Luis, que dicen poco y al mismo tiempo dicen todo: paz mental.
Cuando había estrés, complicaciones, problemas u obstáculos la
unión de esas dos palabras eran suficientes para tranquilizarnos.
Las seis horas con treinta minutos se pasaron un poco
lentas. Ya lista con un pie fuera del trabajo, para ir al parque
México y relajarme un poco con Laura. Laura, mi mejor amiga
desde que estaba pequeña, con la que tengo todos los recuerdos
de mi infancia, la que iba a mi casa a jugar a las escondidas o a
las muñequitas y después que pasaron los años, crecimos y
coincidimos en irn a estudiar y a trabajar al mismo lugar, donde
fortalecimos nuestra amistad.
Camine tranquilamente, pisando la sombra de las copas
de los árboles y oliendo el café cada que pasaba por un cafecito
en la Avenida Masaryk. Una calle ubicada en la colonia Polanco,
una lujosa avenida en donde se encuentran las más prestigiosas
boutiques que hay en la Ciudad de México, además de los
mejores restaurantes.
Pasaba por las largas filas que se hacían afuera de los
puestos de churros rellenos de chocolate y azúcar. Niños jugando
por toda la calle sosteniendo un churro envuelto de un papel café,
donde se veía la mantequilla que se traspasaba. Así como
disminuía la temperatura, aumentaban los adornos brillantes por
--Mi Principessa--
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las avenidas. Las calles estaban empapadas de decoraciones e
iluminaciones, tapizadas de verde y rojo que eran mi fascinación
y encanto. Sobre todo mi felicidad. La mejor época del año:
navidad.
Era un poco difícil llegar hacia el parque, ya que la calle
estaba repleta de tiendas de ropa. Lacoste, Marc Jacobs, Roberto
Cavalli, Max Mara, DKNY, Zara y mucho más. Era inevitable
entrar a las tiendas y ver la ropa,sobre todo si era de temporada
nueva. Entraba a las tiendas, buscaba por dentro de las prendas el
pedazo de papel que indicaba el precio con un signo de pesos con
unos cuantos dígitos y salía con una bolsa extra. No había
ocasión en la que no llegara con Laura a presumirle y modelarle
lo que acababa de comprar unas cuantas cuadras antes de llegar.
Siempre me decía que debía buscar otra ruta u otro trayecto para
evitar ese tipo de compras, o sencillamente no llevar ningún
centavo para evitar tentaciones. Sin embargo, yo siempre le decía
que la mejor solución era cambiar de punto de reunión.
Me tenía prohibido entrar a tiendas que se relacionaran
con moda, vestimenta o calzado. A la única que tenía derecho a
entrar era a Las uvas moradas. Una vinoteca un poco pequeña,
un cuadrado de 4 x 4 en donde las paredes estaban forradas y
cubiertas de botellas de vinos clasificados dependiendo de la uva,
color, región y viñedo. Vinos espumosos secos, blancos, con
--Mi Principessa--
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sabores a frutas, añejados en barriles, rosados, tintos, aromáticos,
en fin, podías encontrar cualquier tipo de vino. Pisaba un pie en
la duela que cubría los 16 metros cuadrados y una voz suave me
preguntaba si quería la misma botella de todos los lunes. Me
envolvía dentro de una bolsa de papel café con unas asas
salientes, la botella de vidrio rodeada con una etiqueta blanca con
azul que decía Montepulciano D'Abruzzo. Al salir volvía a oír
esa voz, la misma frase de casi todos los lunes: “deleite el vino
como se debe y la veo pronto”.
Mis zapatos empezaron a pisar un material suave, vivo y
natural. Entraba al espacio verde con detalles Art Decó. En sus
bancas, una estatua de una mujer de dimensión monumental con
dos relieves a los lados y unos cuantos espejos de agua, fuentes,
cascadas y un pequeño lago. Un puesto móvil de tacos. Un carro
de cuatro llantas con un toldo de colores, de plástico, cubría a la
gente que comía tacos de carnitas en una tortilla de harina o
maíz, bañados de salsa roja molcajeteada, acompañado de
refresco gaseoso en lata fría.
Ya era una tradición juntarnos los lunes. Comenzábamos
la convivencia y también la cata del vino. Experimentábamos el
vino a través de la vista, el olfato y el gusto. No había nada
mejor que acompañar una buena plática y compañía con la
bebida alcohólica elaborada por la fermentación del jugo de
--Mi Principessa--
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uvas. Mientras yo le daba tragos a la botella, recibía consejos,
recomendaciones y lecciones de Laura. Si no hacia una pausa y
seguía hablando, podía terminarme la botella completa de un
litro y medio de vino italiano de la región Abruzzo. Unas cuantas
rebanadas de jamón serrano junto con un toque de queso gouda,
ese queso holandés, suave, cremoso, en forma de rueda y otras
cuantas rebanadas de queso brie de cabra. No nos bastaba con las
rebanadas de jamón, queso y las mordidas de pan sino que
terminábamos la plática siempre en mi casa o en la suya,
haciendo el cierre y las conclusiones de lo que habíamos
platicado esa tarde con unas rebanadas y mordidas de pan.
El regreso fue por el mismo corredor repleto de árboles y
gente. Niños, señoras, ancianos que iban a diferentes direcciones.
Caminando bajo ese techo ya oscuro, lleno de objetos
astronómicos que brillaban con luz propia y una luna llena. Las
luces se reflejaban en el asfalto. Las luminarias no eran
necesarias, ya que las naturales eran suficientes para iluminar el
camino a casa. Un viento frio corría en la misma dirección que
yo, del norte al suroeste. La fuerza del viento era fuerte y venía
acompañado con polvo, el cual ya había entrado a mis ojos y
hacia que no tuviera visibilidad. No me permitía ver los objetos
que se encontraban a distancia, más que la sombra de Laura y su
cabello largo, negro, brillante, volándose. Ese lunes decidimos
terminar la noche ahí. Ya era tarde y hora de llegar a casa.
--Mi Principessa--
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Preparándome para estar a tu lado
Mañanas, tardes y noches llenas de felicidad habían
pasado. Minutos y segundos que eran restados a mi cuenta
regresiva para el viaje. Con tantos preparativos navideños,
--Mi Principessa--
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fiestas, posadas y demás se iba a pasar el tiempo tan rápido, que
en un abrir y cerrar de ojos iba a estar en Pescopagano. En las
últimas llamadas con Galluchi me había comentado que
esperaban uno de los fríos más fuertes para ese invierno, frío que
no había hecho desde 1995. Así que aproveché las ofertas
navideñas para comprar todo lo necesario, para poder luchar
contra el fríode Italia. Abrigo de lana, guantes para proteger las
manos de hielo y vientos, bufanda de acrílico, botas de piel para
la nieve y unas cuantas térmicas para calentar mi cuerpo .
Al salir del trabajo Luis me acompañó a comprar lo que
me faltaba. Era el acompañante indicado, ya que me ayudaba a
escoger y aprobar las compras. Entrabamos al centro comercial
y no salíamos de ahí hasta entrar a todas las tiendas y salir con
mínimo una bolsa en mano. Mi tarjeta pasó por las terminales
una, dos, tres y cuatro veces. Trecientos pesos, quinientos
cincuenta pesos, doscientos cuarenta y seis pesos y setecientos
doce pesos, firmé. Cuatro veces con una letra cursiva escribí mi
nombre en un papel pequeño donde números y signos de pesos
aparecían.
Tenía ya la mayoría de las cosas, pero faltaba el pino de
navidad para mi casa. Un jueves por la tarde, cuando el sol ya no
iluminaba, el termómetro marcaba once grados, la sensación
--Mi Principessa--
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térmica siete, y cuando faltaban dos semanas, catorce días para
Navidad, salí a la feria del pino a comprarlo.
Una probadita de mi cultura mexicana
La feria llena de árboles altos, bajos, robustos y
delgados. Era difícil seleccionar el mejor, ya que había diversas
--Mi Principessa--
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opciones. Tardaba tanto en escogerlo que podría pasar horas ahí
observando uno por uno. De pequeña gozaba mis idas a la feria,
donde podía disfrutar estar oliendo las ramas, midiendo el
diámetro de las copas y encontrando el que más me gustara.
Rondé por toda la feria, varias veces sin prisa alguna. Un
chocolate caliente en un vaso de plástico sostenía con mis manos,
oliendo el aceite con azúcar y canela de los churros que vendían.
Nacimientos elaborados manualmente en madera o algún
material sintético, de una variedad de tamaños y precios. Metros
de cable con más de cien focos pequeños emitiendo luz y gente
gastando su aguinaldo. Más tarde, después de casi dos horas
decidí cual era el pino indicado para mi casa y salí con algún
antojito mexicano.
Después de haber hecho la compra, me dirigí hacía el
mercado El Chorrito, que se ubicaba a dos cuadras de la feria del
pino. Un mercado establecido en uno de los barrios más
conocidos en el D.F.; Tacubaya. Una gran cantidad de piñatas
como representación de la fé y de la virtud por vencer al pecado,
con picos de colores de papel maché colgadas de una cuerda
desde lo alto de la estructura metálica del mercado. Picos
representando los siete pecados capitales y los brillantes colores
como amarillo, rojo, verde, naranja y celeste simbolizando la
tentación.
--Mi Principessa--
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Un espacio que transmitía la cultura y el arte popular
mexicano. Canciones rancheras, corridos y mariachis como
símbolo de la identidad cultural mexicana. Más de veinte locales
repletos de frutas y verduras que creaban un ambiente colorido, y
puestos de comidas empapadas de grasa y manteca lo cual le
daban el sabor a cualquier paladar. Bolsas de plástico rellenas de
zanahoria, pepino y jícama con chile en polvo y limón, tomates
rojos, granada dulce, plátanos maduros, mangos ácidos, entre
más, era lo que vendían. El olor y el humo de elote asado,
preparado con queso amarillo, crema blanca que abarcaba todo el
mercado. Era inevitable salir de ahí sin darle una mordida a una
quesadilla caliente con queso derretido y flor de calabaza.
--Mi Principessa--
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Arlequines y recuerdos que iban formando laberintos y
relatos
Terminando la semana, después de haber hecho un
montón de planos de iluminación en planta, alzado y detalles, y
--Mi Principessa--
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de diseño de interiores, llegue directo a casa a adornar el pino.
En el instante en que abría la puerta olía lo fresco y lo natural
del pino. Con música navideña de fondo y una copita de vino,
empecé a decorarlo. Cantando Noche de Paz y colgando esferas
de vidrio, adornos de fieltro, luces en forma de perlas, listones
dorados, noche buenas con brillantina y arlequines, aquellos
personajes clásicos de la comedia del arte de un tipo de teatro
aparecido en Italia en el siglo XVI con un traje de rombos
multicolores, atractivo y elegante, colocando en la punta del
árbol como símbolo de fe y de guía el elemento más importante
de la decoración: la estrella. De alguna manera, todo me
recordaba a Galluchi, faltaba muy poco para poder verlo, entre
más se acercaba la fecha más feliz estaba.
Empecé a recordar esa navidad, cuando me preparaba de
comer y cenar comida italiana, sin hablar del desayuno, ya que él
nada más se toma una pequeña tacita de café espresso que no
supera los 30ml. Un sorbo de pocos mililitros que dejaba fluir
por toda la cavidad bucal, encontrando el adecuado equilibro
entre lo dulce y lo amargo. Esa bebida compleja de una
concentración de notas aromáticas era lo que lo mantenía
despierto y era lo que me conservaba enamorada.
Recuerdo perfectamente cómo fue la primera vez que lo
vi, como lo conocí y como me enamore de él…
--Mi Principessa--
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Un millón y medio de habitantes y tú
El invierno pasado había conocido a Galluchi, en uno de
los viajes que realicé para tomar cursos de arquitectura. Pasé
--Mi Principessa--
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todo el período de diciembre en la ciudad situada al norte de la
región central de Italia, capital y ciudad más poblada de la
provincia homónima y de la región de Toscana, de la que es su
centro histórico, artístico, económico y administrativo: Florencia.
Dentro del millón y medio de habitantes me había topado con él,
una noche días antes de navidad, en una tienda de vinos junto a
La Piazza della Signora. Faltaban pocos días para las fiestas y
antes que se terminaran todos los buenos vinos fui a comprar.
Mi italiano no era muy bueno, hacía todo lo posible para
hablar lo más que pudiera. El pasado, presente, futuro y
pospretérito los combinaba, pero al final de cuentas siempre me
entendían. Esa noche tuve dificultad para que me entendieran.
Un señor de la tercera edad me recibió al entrar a la tienda, no
me escuchaba y yo no sabía lo que me decía. De pronto sentí un
soplo frio y húmedo, alguien había entrado a la tienda. Un
pelirrojo, un italiano. Era Galluchi.
“Principessa, come ti posso aiutare?” Las primeras
palabras, la frase inicial que salió de su boca. Un gorro grisáceo
de estambre resguardaba gran parte de sus rizos rojizos que muy
apenas se apreciaban. El cargaba una caja llena de botellas de
vino y con una mirada hacia mí dirigió esas palabras. Por un
momento mi mente quedo en blanco. Las pocas palabras italianas
que sabía se me habían borrado por completo. En un instante lo
--Mi Principessa--
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único que oía era el viento que retumbaba en la puerta y la
conversación entre el anciano y él.
El Sr. Fabrizzio, su abuelo paterno, el dueño de la
vinoteca. De raíces italianas, pelo castaño, ojos rasgados azules.
Con anteojos redondos, barba larga blanca, ceño fruncido y con
problemas para oír. Galluchi, durante las vacaciones aprovechaba
las tardes del invierno para estar con sus abuelos. Viajaba
kilómetros para llegar de Pescopagano a Florencia, para deleitar
las diferentes uvas, ayudarle a su abuelo a vender y pasar las
celebraciones decembrinas en esa encantadora ciudad
renacentista, repleta de alegría, aliento y espíritu.
Después de escuchar toda una conversación en italiano,
Galluchi me atendió de una manera muy especial, ayudándome a
escoger el vino perfecto. Primero que nada me preguntó para qué
ocasión y evento lo quería, y después, detenidamente y sin prisa
me ayudó. Una serie de preguntas me hizo, preguntas sin sentido
y preguntas innecesarias, lo único que queríamos hacer era seguir
viéndonos el uno al otro. Después de más de media hora salí de
ahí.
No solamente salí de la vinoteca con una Amarone della
Valpolicella del año 1997, sino también con una invitación a una
cena navideña con una familia italiana. Cuando se enteró que la
--Mi Principessa--
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botella la quería para celebrar una navidad sola, me hizo la
invitación de inmediato sin pensarlo dos veces.
Me emocionaba el saber que iba a vivir la experiencia de
celebrar una navidad sola fuera de casa con una familia de
diferente cultura. Principalmente estaba entusiasmada ya que lo
volvería a ver. Jamás voy a olvidar como salí de esa vinoteca.
Tomando fotos de toda la arquitectura, como una turista, con una
sonrisa inmensa que se apoderaba de mi rostro.
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Una sonrisa y una rebanada de panetone
Abrigada con un saco negro largo de lana, que cubría mi
vestido rojo grueso con botones plateados al frente y cuello de
tortuga. El frío entraba por mis piernas. Las medias de nylon y
las botas de piel no eran suficientes para los menos tres grados
centígrados. Recorriendo una de las plazas del casco antiguo de
la ciudad, la plaza en forma rectangular con elegantes palacios
del siglo XVI. Palacios bañados de historia, de pasado y
alumbradas con postes altos decorados con guirnaldas. Un pino
de navidad de más de tres metros de altura frente a la iglesia de
Santa María Croce, junto a la estatua de Dante Alighieri; el gran
poeta florentino.
--Mi Principessa--
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El aire circulaba del Norte al Sur, el viento helado que
seguramente nada más yo lo sentía. Un conjunto de pequeños
cantando villancicos navideños alrededor del árbol. Cargando en
sus manos un libro con partituras, con letras de canciones y
palabras que eran transformadas en música. Los catorce de ellos
uniformados, con un abrigo café oscuro y con un moño azul
marino en la parte inferior del cuello con pespunte dorado,
entonados, cantando una melodía clásica. El coro interpretando
piezas musicales, vocales de manera coordinada dividido en
sopranos y contraltos.
Me pare frente a la iglesia, observando los detalles
arquitectónicos de la fachada neogótica y escuchando la gran
sintonía de los cantos y el viento. Saqué de mis bolsillos el recibo
de la compra de la botella, en cuya parte trasera Galluchi había
--Mi Principessa--
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escrito la dirección de casa de sus abuelos, donde celebraríamos
la navidad.
Esa mañana, al salir a comprar la harina, los huevos, la
mantequilla y el chocolate para hacer las galletas para llevarlas a
la cena, había pedido que me explicaran con detalle cómo llegar
al sitio. Permanecí por un par de minutos observando su
caligrafía y el trazo de su letra. Via Guelfe 11. Crucé los brazos y
continué mi trayecto.
Tras varios minutos de caminata por las calles desoladas
de la ciudad, iluminadas con faros, empecé a distinguir las casas
que el señor de la tienda me había detallado por la mañana. Me
aproximé a la puerta con el número once mientras me componía
mi cabello que había sido despeinado en el recorrido. La neblina
no me dejaba ver en su totalidad, pero sabía que era Galluchi el
que me había abierto la puerta en seguida de haber tocado dos
veces el portón de madera.
En ese preciso segundo todas las ideas daban vuelta por
mi cabeza, no sabía en qué instante había decidido llegar a casa
de unos desconocidos, unos extraños y unos italianos. No
solamente llegar a su casa, sino pasar una fecha muy importante:
la Nochebuena Sinceramente nada más quería volver a verlo .
--Mi Principessa--
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Muy atento, respetuoso y caballeroso me pidió mi saco y
las galletas que se encontraban en una caja blanca con figuras
navideñas. Detenidamente me iba quitando el saco, ya que no
podía dejar de ver los muros que estaban forradoss con retratos
de su familia. Mis ojos se desviaban para todos los lugares,
apreciando cada detalle.
Todo era diferente para mí, sin embargo, la temperatura
dentro del hogar, el olor, las risas y la música era lo que me hacía
sentir en casa. Unos cuantos tragos de vino, degustando el sabor
suave del vino italiano, de frutos rojos, cerezas amargadas con un
gran olor. Un brindis, haciendo todas las copas chocar de manera
muy sutil una con otra. Conversaciones agradables y atractivas
con gente encantadora, interesada por mi cultura y por mí.
Hablando sobre las tradiciones mexicanas, el tequila y la historia.
Sentados en una mesa acompañando la plática con un aperitivo.
En seguida saboreamos un delicioso espagueti con almejas,
pescado, verduras y fruta fresca y para finalizar una rebanada de
panetone, el postre tradicional de navidad en Italia.
--Mi Principessa--
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Un souvenir para México
Después de esa noche de navidad no sabía si iba a ser la
última vez que lo vería. No sabía si sería una amistad de un día o
si seguiríamos en contacto. Los días continuaban cada vez más
fríos, mi cuerpo se cubría totalmente por la bufanda, el abrigo,
los guantes y el gorrito. Lo único que se veían eran mis ojos. Era
necesario ponerme todo eso para poder sentir un poco de calor.
--Mi Principessa--
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El curso de arquitectura ya no era mi prioridad. Lo único
que pensaba era en Galluchi, ya que quiera volver a verlo. Quería
terminar para poder gozar Florencia.
Después de la cena en casa de sus abuelos y de haber
pasado un tiempo inolvidable habíamos quedado en hablar. Pasó
el veinticuatro, veinticinco, veintiséis y veintisiete de diciembre
y no había hablado con él. Habíamos quedado en hablar, pero
ninguna señal de él había recibido. Para el tercer día ya me había
dado por vencida y pensaba que todo había terminado y que
solamente sería un italiano como cualquier otro que veía en cada
esquina de Florencia. Probablemente mi souvenir para México
iba a ser mis recuerdos con él en esa noche de navidad.
Fotografiando mi presente
La tarde del veintiocho de diciembre, después de haber
salido del último día del curso de la Universidad de Florencia,
caminé hacia el hotel para dejar todos mis libros y poder salir a
turistear. Terminar de ver todo lo que me faltaba y tachar de mi
lista todos los lugares artísticos y turísticos que debía conocer.
Tomando fotos por toda la plaza, apreciando toda la arquitectura,
la gente, el clima y sobre todo la vida italiana. Gente acogedora y
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divertida. Haciendo vida social con la familia y los amigos,
normalmente en lugares alrededor de una mesa, un restaurante o
una casa, donde pudieran disfrutar de las tradiciones de la cocina
italiana.
Con tan solo haberle picado a un botón varias veces
almacené y registre imágenes. Capturando escenas con el lente,
bloqueando la luz directa y controlando la cantidad de luz que
estaba en la cámara durante un período de tiempo. Llegando al
límite de la tarjeta de memoria tenía que parar y empezar a
fotografíar con mi cabeza. Sin embargo sentía que mi cabeza
también ya estaba en el límite de espacio, ya que él abarcaba
gran parte.
Un veintinueve de diciembre en Florencia
Tenía el tiempo contado para poder conocer todo antes
de que oscureciera. Llegué al hotel a dejar mis libros, me puse un
poco de color en los labios y salí rápidamente del cuarto para
salir a la ciudad. Con cámara en mano y una lista de lugares por
conocer, entré al elevador y me empecé a preparar para el cambio
de temperatura. Cuando se abrieron las puertas metálicas del
--Mi Principessa--
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ascensor lo primero que vi fue a Galluchi sosteniendo unas
rosas.
No sabía cómo reaccionar, ya que no estaba segura si iba
a verme a mí. Se dirigió directo hacia mí y me abrazo
fuertemente como si no quisiera que nunca me fuera de su lado.
Los recepcionistas y el resto de los huéspedes que estaban en el
recibidor del hotel no dejaban de observar la alegría que
transmitíamos por los ojos brillosos y las sonrisas alumbrantes.
Caminábamos para poder conocer cada rincón mágico de
Florencia. La alegría de la navidad seguía por todas partes, los
pinos iluminados frente a cada iglesia. Pasábamos horas y horas
platicando y conociendo diferentes lugares. El Domo Florentino,
el Baptisterio de origen mítico, la Capilla de los Médici, el David
de Miguel Ángel, aquella escultura de mármol blanco y el Museo
Bardini fueron algunos de los lugares que taché de mi lista.
Era inevitable pensar qué iba a suceder dentro de dos
semanas, catorce días, y un montón de horas cuando tuvieraque
regresar a México. En realidad no sabía si había sido buena idea
conocerlo. Lo único que me preguntaba era si podría reescribir
mi historia, si podríaolvidarlo o simplemente desligarme de esa
amistad.
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Una lluvia fuerte hizo que nos resguardáramos en la
Basílica de Santa María del Fiore, una de las obras maestras del
arte gótico y del primer renacimiento italiano. Una de mis
iglesias favoritas de Florencia, en la que podía pasar horas
observando cada detalle de la arquitectura. Sentados en una
banca de madera, viendo los pasillos divididos por anchos arcos
angulares con columnas compuestas, las vidrieras de las aves con
figuras de santos, el suelo recubierto de mármol de colores que
formaban un laberinto de formas y texturas y lo más importante,
la inmensa cúpula de más de cuarenta y cinco metros de ancho.
Dibujando cada detalle en mi mente y en una de las hojas blancas
de mi libreta. Al fondo se oía la lluvia caer, el silencio que
transmitía paz y tranquilidad y su voz suave.
--Mi Principessa--
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La lluvia dejo de caer después de unos cuantos minutos.
Ya había empezado a oscurecer, caminando en el puente viejo, el
puente medieval sobre el Río Arno, el cual conecta las dos orillas
de la ciudad antigua. La luna y las luces se reflejaban en el río, la
calle llena de turistas y unas cuantas maravillosas y pequeñas
joyerías antiguas, joyas que resplandecían y brillaban desde las
vitrinas que daban a la calle.
--Mi Principessa--
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Llegamos al restaurante de comida regional italiana, Alle
Murate, uno de los restaurantes más elegantes que se encuentra
en el centro de la ciudad, en un palacio medieval reformado. Sus
techos abovedados, decorados con frescos dándole un toque
teatral. Un restaurante que combina la comida gourmet con el
patrimonio histórico-artístico de las excavaciones arqueológicas
de la época romana. Una mesa para dos personas, una vela a su
centro, un florero con dos rosas rojas y dos copas de vino en
forma de tulipán, con un ligero alargamiento y una suave forma
esférica. Una servilleta de tela doblada en múltiples formas y de
fondo un suave jazz que le daba un toque perfecto a la cena
romántica.
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Una variedad de entradas, platos fuertes, postres y
bebidas, la mayoría de los platillos de comida basilicata y
toscana. Una exquisita sopa de espárragos, unos ravioles hechos
a mano, rellenos de salmón, anchoas y salsa de eneldo, una
chuleta de ternera en costra de almendras con mostaza
acompañado de un vino italiano Chianti. Una botella de cuello
delgado y de panza prominente, protegida por una canasta, a un
milímetro menos de la línea de donde el vidrio realiza el cambio
de rumbo. Nuestra conversación no terminaba, no sabía en qué
momento me había enamorado de él. Pasamos horas platicando,
comiendo y tomando vino, y para terminar comimos un pastel de
chocolate bañado de salsa de uva morada. Compartimos
historias, anécdotas y demás. Por un instante pensé que esa iba a
ser la última vez que lovería, ya que era hora de que él fuera a
ver a su familia a Pescopagano.
La noche de San Silvestre, el último día del año, el
treinta y uno de diciembre. Un evento en el que los italianos se
reúnen en familia. Galluchi todos los años pasa año nuevo en
Pescopagano, siguiendo las tradiciones de su raíz y su cultura.
Se comen lentejas sobre todo en la zona de Roma y sus
alrededores, porque la tradición dice que quién las come, contará
con dinero todo el año. Galluchi seguía el rito de sus ancestros
romanos y los napolitanos, que al llegar a la media noche,
--Mi Principessa--
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arrojaban los trastos viejos como símbolo de acabar con el
pasado y empezar un nuevo año.
--Mi Principessa--
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Subiendo escalones para alcanzar la luna
Después de la cena subimos cuatrocientos veintiséis
escalones para poder llegar a la cúpula de ese conjunto edilicio
en donde fue bautizado Dante Alighieri. Una cúpula que se
construyó con la idea de superar los edificios de Grecia y de la
Roma imperial. Un gran número de escalones y peraltes.
Subíamos unos pocos, descansábamos unos cuantos y
continuábamos. Imposible era subir todos al mismo tiempo y
menos después de una apetitosa cena. Una vista espectacular de
la ciudad, con una luna menguante y el fresco pintado por
grandes pintores italianos. Se establecía un equilibro entre el
cielo nocturno y las estrellas solitarias o agrupadas. Estrellas con
mismas temperaturas, tamaños y luminosidades muy diferentes.
Reposando la cena y descansando la subida. Mirando todo el
espacio con grandes vistas al exterior.
Trazando y proyectando mis ideas en el cielo.
Reflexionando y sospechando que todo podría ser ficticio e
irreal, o lo contrario; verdadero y real. Era un panorama natural y
artificial, saturado de cúpulas de distintos diámetros y materiales,
con un alumbrado especial, singular, único y particular.
Exclusivo de Florencia.
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Galluchi me entregó una pequeña bolsa transparente de
celofán con un papel dorado. No tenía la menor idea de lo que
me estaba regalando. Nerviosa y con intriga empecé a quitarle el
moño vino que cerraba la envoltura. Una pantaleta roja.
Sorprendida y con mis mejillas rojas lo miré a los ojos. Con su
cara de felicidad que radiaba alegría me invito a pasar fin de año
a Pescopagano. Otra de la tradiciones de la noche de fin de año
en Italia es regalar lencería roja para ponérsela esa misma noche
y ser afortunado en el amor el siguiente año.
--Mi Principessa--
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Tú y yo juntos 579 km
La ruta de carretera de Florencia a Pescopagano era una
distancia de quinientos setenta y nueve kilómetros. Mis
vacaciones continuaban y más sorpresas y emociones llegaban. A
la mañana siguiente ya estábamos en la estación de Santa María
Novella. La línea ferroviaria más grande de la ciudad y de toda la
región que conecta ambas ciudades de Florencia y Roma. Tras
unas cuantas horas de viaje, con una vista hermosa a paisajes
llenos de montañas, algunos pedazos rurales con carreteras
bastante estrechas e incluso tortuosas y en buen estado, llegamos
a Roma donde tomamos su pequeño automóvil rojo Fiat 500 de
dos puertas para irnos directo a Pescopagano. Cantábamos
canciones en italiano, las típicas y clásicas conocidas
internacionalmente: Vivo per lei, Non me lo so spiegare y
Volaree. Las risas y las carcajadas cancelaban el silencio. Un
elemento que nunca estuvo presente en todo el trayecto. Una
variedad de temas de conversación, anécdotas personales,
cuentos, leyendas de Pescopagano y más. Una complicación para
ver quién tomaba la palabra, quién narraba algo y quién
permanecía callado.
Esa poca cantidad de días de vernos no eran suficientes
para ir a su pueblo natal a conocer a su familia y gran parte de él.
--Mi Principessa--
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Prefería no pensar, divertirme y disfrutar cada esquina, escondite
y maravilla de ese lugar. No pensar el futuro y en lo próximo que
podría pasar con mi vida. En los últimos cuarenta kilómetros
antes de llegar, Galluchi me definía como era cada uno de los
miembros de su familia. Describiéndome una parte especial de
cada uno, puntualizando a su Nonna.
--Mi Principessa--
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2080 habitantes alrededor de la nieve
Un pueblo lleno de vida, maravilloso y pequeño;
Pescopagano. Tan chico que la mayoría conocen y saben los
nombres de todos de los habitantes. Entre dos mil ochenta
personas, solamente existe un pelirrojo: Galluchi, el cual es
llamado Rosso. Toda su niñez vivió en una casa de tres plantas,
en la cual la planta baja es el consultorio de su madre y las otras
dos su hogar. Antonietta, su madre, la doctora del pueblo atiende
cualquier enfermedad, accidente o gripe. Solamente carros de
pocas dimensiones son manejados por sus calles muy angostas,
empedradas, de un solo sentido. Un pueblo donde hacen
actividades como tarantelas, el baile popular del sur de Italia de
origen napolitano que tiene movimiento muy vivo. Una danza de
galanteo entre parejas con una música acompañada de
castañuelas que va aumentando su velocidad.
Su abuela materna, que es llamada por sus nietos
“Nonna” vive con ellos. Una señora tierna, atenta, cariñosa y
amable de estatura baja, cabello corto, blanco y piel clara. Para
Galluchi, es la mejor cocinera de todo Pescopagano. Cada vez
que él salía a Roma a estudiar lo que más extrañaba era la
comida de ella. Pero al regresar por las vacaciones le preparaba
toda la comida que no le había cocinado por meses, tanto así que
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subía de peso en cuestión de días. Sin embargo Galluchi sabía
cocinar, ya que cuando vivía ahí, se acercaba con su Nonna a la
hora de la comida para aprender. En fin, él era muy consentido
por ella y disfrutaba los días ahí y más cuando iban a su casa de
campo. Esa cabaña hecha de madera con una vista a un paisaje
hermoso, lleno de árboles que era interrumpida por crestas
rocosas y áridas colinas.
A cualquier hora del día se sentía la calma y la serenidad
en el pueblo. Aunque no hubiera tantas actividades por hacer, era
el lugar perfecto para reposar o vacacionar. Los Rubinetti, una
familia unida, muy trabajadora, generosa, educada y llena de
valores. Con todos los miembros de la familia podías tener una
conversación seria, profunda y completa, además de su gran trato
a pesar de que fuera mexicana y no italiana. Con gusto me
recibieron el día de mi llegada y me atendieron, cuidándome y
estando al pendiente de que no me faltara nada y que fuera mi
viaje una experiencia inolvidable.
Salíamos al patio cuando todavía había un poco de sol
para no sentir tanto el frio. Nos tirábamos en la nieve por mucho
tiempo, hacíamos ángeles en la superficie blanca, conversábamos
de todos los temas hasta que el sol se escondía. Empezaban a
salir las estrellas, nos moríamos de frío y entrábamos a su casa.
La Nonna ya nos tenía preparado un chocolate caliente en una
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taza de porcelana blanca que le salía humo de tan caliente que
estaba. La plática continuaba y no se terminaba, acabábamos la
noche frente a la chimenea de piedra con un montón de leña y
carbón prendidos en fuego.
Los días eran increíbles, diferentes y llenos de júbilo.
Una cultura totalmente desemejante a la mía, costumbres y
hábitos no conocidos en México. Cada día conocía más a su
familia, a sus amigos y todos los lugares que él recorría de niño.
Por otra parte, también aprendía recetas de comida italiana y
recetas secretas de la Nonna.
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Un montón de lentejas para empezar un nuevo año
El último día del año era una celebración total. Toda la
familia desde que abrían los ojos en la mañana se preparaba para
esa celebración. Era la noche de San Silvestre, cuando se dice
adiós al año y se da la bienvenida al nuevo. Era toda una serie de
tradiciones que se hacían ese día, desde la abundancia de lentejas
hasta el arrojamiento de los platos. Yo no me sentía tan
preparada, ya que no sabía exactamente como era, sin embargo,
sí traía puesto lo que me había regalado en Florencia Galluchi, la
ropa íntima roja.
Ya cuando no había sol y las manecillas del reloj
marcaban las siete de la tarde, todo el festejo estaba listo.
Esperando al resto de los familiares a que llegaran para poder
empezar con la famosa cena y el resto de los ritos. Una mayor
cantidad de fuegos artificiales durante toda la noche los cuales
los podíamos observar desde el balcón del segundo piso de su
casa. Me sentía en una fantasía, pero todo era parte del festejo.
Nunca voy a olvidar esa noche. Los juegos artificiales
seguían alumbrando todo Pescopagano. Galluchi y yo inclinados
en el barandal del balcón, percibiendo el olor a la pólvora y el
cigarrillo que él había prendido. Veíamos como el resto de las
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casas alumbradas también celebraban en familia ese gran día. Mi
bufanda de cachemira, sedosa, suave y ligera que me había
regalado la Nonna, envolvía mi cabeza y cubría parte de mi boca.
Mi cuerpo no lo sentía, mis manos temblaban y muy apenas
podía sostener la copa de vidrio llena de vino. Prefería tener mi
boca tapada en lugar de darle un trago al vino espumoso.
Con sus brazos arropados me abrazaba y seguíamos
conversando. No lo podíamos creer que en tan poco tenía que
estar de regreso en México y seguir mi vida de arquitecta.
Galluchi trataba de convencerme de quedarme en Italia y
empezar mi vida laboral ahí. Sin embargo, era difícil, era una
situación que no tenía sentido o solución y a la vez lo tenía.
Sonaba algo erróneo el estar enamorada de alguien que había
conocido por unos días y cambiarme de domicilio para estar
cerca de él, sin conocerlo en su totalidad.
No tenía más palabras que decir, por más que trataba de
dar razones para no quedarme a vivir en su país y regresar al
mío, no podía. Volvía a repetir y a repetir los mismos motivos,
pero no bastaba con lo que decía. Sus ojos se empezaron a
acercar lentamente a los míos, descubrió mi boca dejando la
bufanda en mi cuello, me agarró de la cara, con unas manos
heladas, que al segundo se me olvidó qué era el frío. Sus suaves
labios se acercaron a los míos y me dio un beso. Me abrazaba
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con ternura y delicadeza, y me decía al oído que me quedara,
que me amaba y que quería estar conmigo.
Fue la mejor manera como pudimos terminar la noche,
sin embargo, una tristeza, un desánimo y una angustia no dejaban
descansar mi corazón. La noche fue eterna, sentada en la cama
viendo las sombras que hacía cada mueble del cuarto y pensando
en qué pasaría. No quería que terminara ahí, no quería que
solamente fuera un amor de invierno y mucho menos un amor de
poco tiempo.
Bajé las escaleras cuidadosamente para no hacer ningún
ruido. Me senté frente a la chimenea, tratando de robarme un
poco del calor de la habitación. Era inevitable aguantar las
ganas de llorar y dejar mi corazón descansar. Con una cobija en
la espalda y mi libreta de bocetos, con un lápiz HB empecé a
dibujar. No quería olvidar como era ese lugar, ese espacio
familiar donde cada detalle me iba a recordar a Galluchi.
Bosquejando los muros de piedra, y todas las partes del fogón
como la campana, la repisa, la base y su leña ya color carbón, los
floreros de cristales venecianos y los retratos de Galluchi de
pequeño sobre los muebles rústicos. Trataba de transmitir todo a
ese pedazo de papel pero era absurdo, ya que solo a base de
recuerdos iba a poder revivir esos días ahí.
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Justo cuando decidí regresar a la cama, escuche un ruido
y un murmullo. No sabía si había despertado la Nonna o eran
sonidos que se estaban creando en mi imaginación. Quería volver
de inmediato a mi cuarto para que nadie viera que había llorado.
En plena oscuridad oí: Principessa, me detuve y me di cuenta
que era él. Se acercó, me abrazo fuertemente y más lágrimas
empezaron a salir de nuevo de mis ojos.
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Primer día del año, otro año y mismo amor
Las tradiciones aún siguieron después del año nuevo.
Como primer almuerzo del año, degustamos un apetitoso y
elaborado plato de lentejas, ya que según la fantasía popular, los
italianos asimilan la imagen de las legumbres con la abundancia
y el dinero.
Quizá sería más fácil desprenderme de él sabiendo que
todo lo que habíamos vivido juntos había sido un año anterior.
Pero no, solamente me hacía ilusiones falsas que ni yo las creía
por un segundo. Ya era otro año, en el que tenía nuevas
expectativas, quería cumplir otros logros y tenía un objetivo
nuevo: Galluchi.
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Una exquisita salsa de tomate
Renuncié a todos esos sentimientos y concluí que debía
guardarlos como acostumbraba. Decidí disfrutar la poca duración
que me quedaba en Italia con él y ponerme a cocinar. En esas
regiones de Italia, los tomates al madurar y al estar desarrollados,
rojos y sabrosos se recolectan para ser transformados en salsa de
tomate. Es todo un proceso, un ritual y un evento familiar
preparar ese extracto de tomate. Prepararlo con orégano, ajo,
laurel, albahaca, sal, pimienta y chile seco, y contenerlo en un
recipiente de vidrio después de haber sido licuado. Después de
tener más de cien litros de salsa, se guardan en una despensa de
la casa de campo y se almacenan por el resto del año.
Recorrimos unos cuantos kilómetros para llegar a su casa
de campo y ponernos a cocinar. Ya teníamos todos los
ingredientes necesarios para poder hacer unos ravioles, mi pasta
favorita con una receta casera, tradicional y de la familia
Rubinetti, bañada con esa salsa suculenta.
Cociéndose en una olla con agua hirviendo, un poco de
cebolla y sal y después calentándolos con un poco de aceite de
oliva y ajo picado. En seguida de su cocimiento los bañamos con
salsa de tomate y los horneamos por pocos minutos a una
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temperatura alta. Mientras que Galluchi salía por leña para la
chimenea, yo acomodaba la mesa. Los cubiertos, dos copas de
vino, un plato con pan bruschetta caliente, tostado y rebanado
con ajo y aceite de oliva, la bandeja para la mantequilla y dos
platos cada uno con cinco cuadros de ravioli rellenos de carne
molida con queso parmesano y un poco de perejil encima.
Una placentera y agradable comida junto a él. Viendo
desde las ventanas como la nieve bajaba del cielo y se
acomodaba en la superficie de cualquier objeto. Un silencio se
apoderaba del exterior y del paisaje, nada se movía más que los
copos de nieve. Entre más pasaba el tiempo, más se iba
acumulando la nieve y se iban creando pequeñas montañas. Una
perfecta combinación de un diálogo interminable, eterno y
perene con unos ravioles. Para cerrar la comida, un espresso
preparado al momento en una pequeña taza de cerámica. Era
todo un proceso la preparación la cual Galluchi disfrutaba.
Llenaba con agua fría la caldera de la máquina de café, le
agregaba una cucharita de café molido, ponía el café en el filtro y
lo prensaba con fuerza y por último lo extraía por unos segundos
dejando una crema de color avellana en la superficie.
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Una idea, una ilusión y un adiós a ese rincón del mundo
Lejos de casa, con un montón de sueños que quería
fueran realidad. Sentía que todo era una ilusión y que nunca se
iba a poder convertir en verdad. No sabía si era el comienzo de
algo importante en mi vida o si simplemente iban a ser
recuerdos. Podía crear toda una lista de sentimientos. Nostalgia,
melancolía, nerviosismo, desconcierto y el primero en mi
enumeración: desesperanza.
Viajamos de regreso a Pescopagano para estar lista para
mí regreso a Roma y de ahí a Florencia para poder salir a tiempo
al vuelo a México. Era una lástima el no poder alcanzar a estar
en otra de las tradiciones más conocidas en Italia, la llegada de la
Befana. Una anciana sonriente que vuela sobre una escoba
llevando un saco lleno de dulces y regalos. La leyenda dice que
la Befana visita a los niños la noche anterior al seis de enero para
llenar sus calcetines con dulces. Sin embargo, no solamente se
reciben regalos, sino se hace toda una convivencia familiar.
Mi última noche con Galluchi, en Pescopagano y quizá
la última vez que volvería a ese pueblo fantástico. Pensando que
iba a ser una noche de tristeza fue todo lo contrario. Una reunión
de despedida de parte de toda la familia. Para consentirme,
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prepararon mi platillo preferido con el toque italiano, salmón. Un
salmón fresco y rosado con especias, cubierto de espinacas
verdes y una vinagreta agridulce, con cariño y un afecto de parte
de todos, en especial de la Nonna. Me sentía en casa, con esa
confianza y familiaridad. Una convivencia la cual me hacía tener
menos ganas de regresar a México.
Me despedí de Pescopagano, el gran pueblo lleno de arte,
ocio, cultura y gastronomía. Gozando cada metro, cada
kilómetro, cada segundo y cada minuto con Galluchi, con una
sonrisa sincera que reflejaba adoración y ternura. Una respuesta
y una contestación a mis dudas, pero al mismo tiempo una
confusión. Esas semanas de convivencia se convertiríanen una
relación. Una relación que no tiene nombre, ya que noviazgo era
una palabra muy fuerte para la distancia, la lejanía y la
separación.
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Hasta luego Italia, hasta la vista Florencia y adiós mi
amor
Un adiós, un hasta luego, un misticismo y un miedo al
futuro. Una duda y curiosidad a qué pasaría entre los dos. Una
experiencia que no tiene palabras para describirse. Recuerdo
todos los detalles de ese día, principios de enero. Dos grados, un
día nublado con poca neblina, la gente pasaba a nuestro lado y
nosotros parados en medio de la calle, a unos pasos de la estación
de tren. Un momento en que lo tuve cerca de mí por un par de
segundos en un abrazo que parecía que no tenía fin y al segundo
ya estaba lejos de mí. Tomándonos fuerte de las manos, una
última sonrisa, un último beso. Teniendo las caras a centímetros
de distancia, tocando con sus dos manos mi cara diciéndome:
“principessa, principessa”.
Sus ojos llorosos, rojos, tan fuertes como su cabello.
Lágrimas bajando de su mejilla. Quería seguir abrazándolo, no
quería dejarlo ir, tenía miedo de no volver a verlo. Un
sentimiento indescriptible, una emoción que no tenía palabras
para narrarlo ni contarlo. Las lágrimas tomaban gran parte de
mis ojos, representando sufrimiento y angustia por la separación.
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Era hora de irme y decir adiós. Nunca hubiera pensado
que de mi viaje al curso de arquitectura no solamente iba a
regresar con conocimientos, buenas ideas, libros de arquitectura,
miles de fotografías y unos cuantos kilos de más por tanta
comida, sino con un amor, un italiano.
Un sobre con letras en mayúscula que decía:
PRINCIPESSA. Lo guardé en la bolsa de mi abrigo, tomé mi
maleta, me envolví la bufanda en el cuello, le di un último beso y
di la vuelta. No podía dejar de llorar y de pensar en él. Bajé las
escaleras de la estación. Entre más bajaba, cada vez lo veía
menos. En el último escalón nada más alcanzaba a ver una parte
de su abrigo negro. Me quedé un par de segundos con la
esperanza de volver a ver su cara. Se puso de rodillas y me gritó:
“te quiero Principessa”.
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Lo único que quería hacer era leer su carta, saber qué
pensaba, saber qué pasaba por su cabeza, saber lo que quería
decirme.
Hola principessa,
Cuando leas esta carta, probablemente tú ya estarás lejos, muy
lejos. Lejos físicamente, porque después de estas tres semanas en
Italia, donde compartimos todo (mucha fiesta, momentos felices
y también momentos tristes) será imposible sentirte lejos, estas
tres semanas han creado una conexión tan fuerte y especial que
tampoco un océano de distancia podrá romper. Fuiste una parte
demasiado importante de mí esta navidad en Florencia, seguro
la más dulce y amable, la más sensible y linda. Eres la
principessa, y no hacen falta más palabras. No sé si mi español
sea tan bueno para explicarte todo lo que quiero… pero lo
espero de verdad.
Te quiero y siempre estarás en mi corazón y pronto nos
volveremos a ver, este no es un adiós, es un hasta luego.
Un beso gigante
Galluchi.
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Seguramente toda la gente permanecía viéndome, era la
única persona sollozando en todo el metro. Leía y volvía a
observar la carta, no la quería guardar y la quería tener en mis
manos. Llevaba cuatro minutos lejos de él y ya lo extrañaba,
quería volver a oír su voz y sus risas. En tan pocos días se había
creado un lazo y una unión muy fuerte. Se había formado una
relación sincera con una atracción de aprecio de delicadeza y de
amor. La imagen que tenía era la de él peleándose con la
escalera, ya que no solamente en ese momento servía como una
construcción para llegar a diferentes alturas de algún lugar, sino
como una obra que disponía de varios tramos, los cuales se me
habían hecho largos, extensos y profundos; y cada vez que él
bajaba un peldaño, lo veía más lejos.
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Después de haber cruzado todo el océano
Horas después mi fantasía había terminado, ya estaba en
La Ciudad de México, dentro de una nube de esmog que hacía
que el Ángel de la Independencia muy apenas se apreciara. Esa
contaminación originada a partir de la combinación del aire con
contaminantes durante un largo período de altas presiones
provocando el estancamiento del aire me impedía ver el
monumento inspirado en las columnas honorarias de los romanos
como la Columna de Trajano. Volvía a la misma situación,
cualquier elemento me hacía viajar tiempo atrás y recordar todo
de él. La pregunta era si todo continuaba o ahí acababa.
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La última esfera y a celebrar
Podía pasar horas y horas recordando todo esos
momentos de hace un año. Nuestra historia era como una novela
de amor, sin embargo todavía no tenía fin. Podía contar la
historia un millón de veces pero hasta cierto punto ya que aún no
había un final. Dejando el pasado y terminando de decorar el
árbol de Navidad.
Unos días de preparativos, unos días de ajetreo, de
emoción y de andar recorriendo todas las tiendas para comprar
las últimas cosas para la cena de Nochebuenay para el viaje. Las
calles estaban llenas de personas haciendo sus últimas compras,
gente llena de espíritu navideño.
Después de haber decorado toda la casa de navidad y
recordar mi navidad pasada junto a él, me senté en un sillón de
piel y me tapé con una cobija de estambre. Un bostezo y un
cerrar de ojos no eran suficientes para poder terminar con mi
cansancio, sin embargo, unos cuantos tragos de un café
americano lo podían disminuir un poco. Mi cuerpo cubierto
completamente con la cobija de colores oscuros. Mis pies
estaban ligeramente destapados. Después de haber puesto todos
los adornos navideños tenía que seguir con el trabajo para poder
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irme a Pescopagano. Leyendo todos los artículos de la
arquitectura sustentable para hacer el reporte de la semana
mientras que esperaba su llamada. Esa llamada que todos los días
esperaba, que corría del trabajo y de todas partes para poder
llegar a mi casa a oír su voz.
Mi Nochebuena había sido una noche especial. Las
cuatro horas en la cocina habían valido la pena. Con un delantal
puesto y con música navideña al fondo. Laura y yo cocinamos el
pavo, y el relleno con nueces, apio y aceitunas, sin faltar la
ensalada de manzanas con trozos de duraznos, piñas y cerezas en
almíbar, y al final añadiendo nuez quebrada y un poco de pasas.
Para rematar unas suculentas galletas finas con un baño de
chocolate y esencia de vainilla.
Sentadas en la mesa rectangular, Laura y yo, frente al
pino y al ventanal que daba hacía la ciudad. Contándonos
anécdotas como siempre, gozando de la navidad, de la alegría y
de la armonía. Nuestros trabajos nos habían alejado de nuestra
ciudad y de nuestras respectivas familias. No nos gustaba pasar
esos días importantes solas y alejadas de nuestros seres queridos.
Nos hacíamos compañía, ya que tenemos una gran amistad,
aprecio y apego. Mientras cenábamos la Sra. Gorojovsky llegó a
desearnos una feliz navidad y a comer el postre, ya que en su
casa no se celebraba ese día por la diferencia de religiones. Los
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últimos tres años que había pasado navidad con Laura nos
habíamos regalado cosas. Laura pensando en mi viaje me regaló
un saco gris de lana, corto, para poderlo estrenar en Italia.
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A unos días de estar en su país
Ya estaba a punto de terminarse mi cuenta regresiva, y
mis ganas de verlo incrementaban. Esperando esa fecha especial,
ese día en el que iba a a verlo. Un año había recorrido, un año
sin vernos, un año sin él.
Unas cuantas llamadas fueron necesarias hacer a Italia
para poder llegar a acuerdos de horas de llegada y de actividades
que se iban a realizar, además de la felicidad que queríamos
expresar. Entre llamadas, pendientes y trabajo, ya solo falta un
día para viajar y cruzar todo el océano Pacífico que
aproximadamente eran ocho mil kilómetros.
El itinerario y todos los datos referentes a mi viaje como
dirección, descripción de camino, recorrido, lugares y paradas ya
estaban definidos. Todo estaba perfectamente organizado y en
orden para llegar sin problema. Mi maleta estaba casi completa
llevando lo necesario como ropa, zapatos, cosméticos, libros y
unos cuantos dulces regionales mexicanos como dulce de leche,
obleas, mazapanes y palanquetas para Galluchi y su familia, sin
llevarle los picosos como los de tamarindo ya que ellos no comen
eso. Cada uno de los compartimentos interiores y exteriores
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estaba ocupado. Más de la mitad de mi ropa de invierno llevaba,
ya que no quería tener problemas por falta de ajuares.
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Un viento que volaba mis planes
En la radio, en la televisión y en todas partes escuchaba
como la gente comentaba acerca del gran frío y la tormenta que
había en algunos países de Europa. Las noticias anunciaban que
solamente iba a ser por unas cuantas horas o hasta un día, sin
embargo, no estaban seguros. Gran parte del Sur de Europa
estaba siendo afectada. El viento era tan fuerte que había tirado
cables, anuncios y partes de edificios antiguos que estaban en
reparación.
España, Francia e Italia eran de los países más afectados.
Todas las líneas telefónicas en esos países estaban muertas y no
había comunicación. Faltaba un día para volar cientos de
kilómetros para llegar a Italia y yo no estaba segura qué pasaría o
si mi vuelo podría despegar. No dejaba de ver las noticias y de
llamarle a Galluchi. Sentía que todo era el destino y que no debía
irme al viaje.
Después de pasar toda una noche con la televisión
encendida, con mi maleta ya lista y en la puerta, anunciaron que
los vientos habían terminado.
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Terminal 2, sala C, asiento 22 A
Llegando al Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la
Ciudad de México con la maleta arrastrándose sobre sus cuatro
llantas, mi abrigo gris, la bolsa colgando de mi hombro y boleto
en la mano. No podía creer que estaba en el aeropuerto para
viajar a Italia; no de estudios o de trabajo, sino de vacaciones a
ver al italiano.
Después de haberme registrado y haber documentado mi
maleta de casi 25 kilos, esperé sentada en esas sillas incómodas
de la sala fría de espera. Observando cada minuto las pantallas en
donde indicaban la hora y la salida de los vuelos. No quería que
por ninguna razón se hiciera tarde, se retrasara y no llegara a
tiempo; sin embargo, era probable por los vientos de un día
antes. Era impresionante y asombroso el movimiento que había
en el aeropuerto. Niños, jóvenes, adultos, abuelos, parejas,
personas solas y de todo pasaban frente a mí. Cada uno con
diferente camino y objetivos. Me preguntaba cuál era su destino
final o cuanto habían viajado para llegar a mi ciudad.
Definitivamente diciembre era una temporada alta.
Épocas navideñas, cuando la gente sale a visitar a su familia o
simplemente salen de vacaciones. Permanecí unos cuantos
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minutos sola observando cada detalle. La gente se movía con
gran fluidez y yo me sentía en pausa o en cámara lenta.
Escuchaba conversaciones ajenas las cuales no les entendía pero
me entretenía.
Volví a observar la pantalla y solo cinco minutos habían
pasado. Faltaban exactamente cincuenta y cuatro minutos para
abordar. Minutos, los cuales no podía esperar sentada sin hacer
nada. Me levanté a buscar una cafetería o tienda donde pudiera
comparar frituras o alguna botana picosa para distraerme. Todos
los anuncios que hacían por el micrófono que se oía en cualquier
parte del aeropuerto los escuchaban con atención para afirmar
que no dijeran nada de mi vuelo a Roma.
Una botella de agua fue necesaria para calmar lo
enchilada. De nuevo me levanté para ver que todo estuviera en
orden y que no hubiera ninguna modificación en mi itinerario.
Era hora de abordar y de pasar a seguridad. Justo a tiempo, como
lo indicaba la pantalla. Todo estaba calculado y de acuerdo a
nuestros planes tenía que llegar a las seis de la noche a la fuente
de la Plaza Navona en Roma.
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Volando hacia a ti
Solo podía permanecer dormida o con los ojos cerrados
unos cuantos minutos. Observaba el reloj a cada segundo y el
tiempo se pasaba muy lento. Quería aterrizar ya en Roma, al
municipio más poblado de Italia, la más grande capital europea
en cuanto a la grandeza de su territorio. Volando a treinta mil
metros sobre el nivel del mar me sentía más cerca de Italia, ya
que dentro del avión el idioma italiano predominaba.
Un avión de dos pisos de aproximadamente cuatrocientas
personas. Asientos cómodos, ergonómicos y reclinables con un
tapiz verde oscuro. Un gran número de aeromozas uniformadas,
con una falda roja que les llegaba debajo de las rodillas con
medias de nylon. El logotipo de la Alitalia bordado en la camisa
blanca cuyo cuello se salía por encima del sweater rojo con
botones redondos dorados. Una pañoleta de seda que rodeaba sus
cuellos, bien maquilladas y presentadas.
Asiento 22A, al lado de la ventana, donde tenía una vista
perfecta a las nubes de masa formadas por cristales de nieve o
gotas de agua, los rayos de sol y las alas de superficie
aerodinámicas. Viendo la magnitud del cielo, su infinidad y su
color que poco a poco iba perdiendo intensidad. Comiendo una
pechuga de pollo con salsa blanca, una pequeña porción de
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linguini y un pan, acompañado con un agua fría gaseosa.
Leyendo una de las revistas de la aerolínea Alitalia y
averiguando el tamaño de sus aviones y las rutas que recorren
cruzando todos los océanos existentes. Recorridos por el Océano
Pacífico, Atlántico, Ártico, Antártico e Índico, con una velocidad
de más de mil metros por hora para llegar a todos los destinos
deseados.
Para entretenerte en las largas horas de vuelo, brindaban
pan dulce, café y botana para acompañar la selección de películas
de todos los géneros. Una calientita manta roja con una pequeña
almohada para poder descansar la cabeza de una manera más
cómoda.
A mi lado una pequeña niña de siete años, de ojos claros,
pelo alisado y güero. Cuando mis ojos estaban abiertos platicaba
con ella y practicaba mi italiano, ya que Galluchi siempre
hablaba en español. Definitivamente fue mi salvación en todo el
vuelo, ella me ayudo que las doce horas se pasaran más rápidas.
Me contaba con lujo de detalle acerca de su vida en Italia y del
pueblo donde vivía, que de casualidad era uno muy cerca de
Pescopagano.
Jugamos cartas por un par de horas, conversamos y
aproveché para hacer algunos bocetos. Unos trazos con
diferentes calidades de línea, de una enamorada que transmitía
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mucho y a la vez poco. Unas nubes sin fin y sin inicio, formando
vías y figuras orgánicas, formas geométricas y abstractas.
Recuerdos plasmados en una hoja blanca y delgada, que podrían
ser interpretados con un suspiro o descifrados con inspiración.
Finalmente faltaba una hora, y de tanto cansancio y agotamiento,
caí rendida y dormí. Mi cabeza apoyada en la almohada con un
rayo de luz sobre mi cara. De pronto empecé a sentir como el
avión iba descendiendo, mis oídos sentían la diferencia de la
presión atmosférica y las aeromozas anunciaban que se
aproximaba el aterrizaje.
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Benvenuti a Roma
Benvenuti a Roma, fue la primera oración que escuché en
las tierras italianas. Lo único que quería era acabar esa fila para
salir del avión, correr por todos los anchos pasillos del
aeropuerto, recoger mi maleta de la banda eléctrica, subirme al
taxi y salir de ahí directo a la Plaza Navona donde vería por fin a
Galluchi.
Anuncios por todas partes, indicando las salas de espera,
área de revisión y de seguridad. Sentía las vibraciones del piso
cuando un avión aterrizaba o despegaba. Respiraba el aroma de
Italia, el cual quería que nunca terminara. Otras cuantas filas más
hice, las habituales y las necesarias para poder entrar al país. Mi
pasaporte en mano, identificándome como mexicana que haría
todo lo posible por ser italiana. Esperaba ansiosamente por que
saliera mi maleta de las bandas eléctricas. Maletas de todos los
tamaños, colores y pesos salían, pero la mía no. Esperé minutos
hasta que salió. Unos cuantos documentos más para salir al
exterior, romper con mis predicciones y conocer el escenario tan
esperado.
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Una gran cantidad de personas esperaban taxi. Una fila
de más de ocho personas había y pocos carros de taxis llegaban.
Lo único que hacía era ver mi reloj, ya que no quería que se
hiciera tarde para poder llegar a la hora que había quedado. Un
taxi, otro taxi y otro llegaban y las personas lentamente subían
sus maletas a la parte trasera del carro y después subían ellos. En
ese momento todo lo que veía alrededor se me hacía lento y mi
reloj rápido.
Diez minutos más pasaron y los taxis dejaron de llegar.
Solamente faltaban cuatro personas más para que me tocara a mí.
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No quería experimentar y no me quería subir a otro medio de
transporte, ya que las indicaciones de Galluchi habían sido que
esperara un taxi, el cual era seguro.
El segundero de mi reloj dio unas cuantas vueltas más,
aproximadamente cien personas salieron del aeropuerto, cuatro
taxis más llegaron y por fin llegó un carro para llevarme con
Galluchi.
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Una probadita de Roma al aire libre
Mi cara pegada a la ventana del taxi, viendo cada uno de
los edificios históricos de arquitectura Romana. La ciudad repleta
de basílicas, arcos triunfales, termas, anfiteatros, circos, puentes
y acueductos, con columnas de orden toscano, dórico, jónico,
corintio y compuesto. Estaba disfrutando mi trayecto, era mi
fascinación estar viendo obras en restauración. Sabía
exactamente cuánto faltaba para ver a Galluchi. Mi corazón
palpitaba rápidamente, sentía que mis latidos se escuchaban y
que mi respiración también. Estaba preparada para verlo,
abrazarlo, gozar su presencia.
…………………………………………………
Después de haber viajado de Pescopagano a Roma
trescientos veinticinco kilómetros en automóvil, lo único que
quería hacer era darle la bienvenida a mi Principessa. Había
contado los días y las horas para verla, no podía esperar un
minuto más. Ese día me había levantado con una sonrisa inmensa
como siempre lo hacía cada vez que pensaba en ella. Manejando
esos kilómetros, se me hicieron eternos para llegar a la Plaza
Navona, en donde iba a volver a ver esos cabellos rizados, esos
ojos oscuros y esa mujer que me llenaba de alegría. Cantaba al
--Mi Principessa--
- 97 -
ritmo de la música a un nivel muy alto, canciones que solamente
me recordaban a ella. Melodías que escuchamos juntos la última
vez que estuvo conmigo.
Tenía que seguir el itinerario al pie de la letra, para que
todo estuviera en orden como lo había esperado. Llegué
finalmente a Roma y antes de llegar a verla llegue a comprar
unas cuantas rosas, tal como lo tenía contemplado.
…………………………………………………
Finalmente llegué a la Plaza Navona. Una plaza de estilo
barroco muy elegante, una de las más bonitas y populares en
Roma, a mi gusto. Bajé rápidamente del taxi, viendo que aún
faltaban unos cuantos minutos para que fueran las seis de la
tarde, tal como había quedado con Galluchi. Tenía el tiempo
justo para poder arreglarme un poco, ya que después de tantas
horas de vuelo había perdido la compostura. A lo lejos percibí
unos restaurantes con terrazas y cafés y decidí entrar a uno para
que me prestaran el baño.
Los italianos tan amables y caballerosos como siempre,
me cuidaron mi maleta y tranquilamente me acomodé mis rizos,
pinté mis mejillas y labios de rojo carmesí con un poco de brillo.
En ese instante no me afectaba el frío, cerré mi abrigo gris y salí
a sentarme a la fuente más cercana del restaurante para esperarlo,
--Mi Principessa--
- 98 -
la Fuente del Moro, perfeccionada por Bernini, ubicada en la
parte sur de la plaza.
………………………………………………
Con un ramillete de rosas rojas y una botella de
champaña Cuvee Dom de la casa vinícola Perignon Moet et
Chandon de 1995, ingresé a la plaza de grandes dimensiones.
Habíamos planeado brindar después de la bienvenida, era algo
que ella siempre había soñado, bajo la luna y las estrellas,
tomando directamente de la botella. Sentía que todo era mentira
y que no estaba ocurriendo. No sabía cómo reaccionaría mi
principessa, que pasaría después de casi un año sin vernos.
Únicamente sabía que se me había hecho eterna y perpetua la
espera y que daba todo por volver a estar con ella. La luna llena
brillaba y alumbraba perfectamente toda la plaza, creaba una
atmosfera romántica y un ambiente fantástico. Unos solistas y
unos violinistas formaban la escena agradable, tal como a ella le
gustaba. Sin embargo, me intranquilizaba el frío que iba a pasar,
ya que ella no estaba acostumbrada a tan bajos climas. Un
montón de ideas, preocupaciones y emociones se apoderaban de
mí. Probablemente era el nerviosismo.
--Mi Principessa--
- 99 -
Las tres fuentes, el Palazzo Pamphili, la Iglesia de Santa
Agnes y tú no estabas
Conocía absolutamente a Galluchi y se me hacía extraño
que no hubiera llegado a la hora como habíamos quedado, cuatro
minutos después de la hora que habíamos concordado y no se
había presentado. Entre más pasaba el tiempo más se desolaba el
área de las fuentes y se llenaban poco a poco las terrazas. No
podía moverme de lugar tan fácil, ya que mi maleta pesada me lo
impedía. Me asomaba a un lugar y al otro y no veía a Galluchi.
Dieciséis minutos más pasaron y no sé aparecía. El frío
cada vez se apoderaba más de la temperatura de mi cuerpo y el
abrigo no era suficiente para protegerme. Empecé a sentir miedo,
soledad y desconfianza. Gente desconocida llegaba a la plaza,
pero Galluchi no . Volteaba a ver el reloj y cada vez se iban
sumando los minutos, hasta que se completó la hora.
…………………………………………………
Parado frente a La Fuente de Neptuno donde iba a ser
nuestro reencuentro. Rodeé la fuente una y otra vez y ella no
estaba. Recorrí la plaza, camine por el Palazzo Pamphili, la
Iglesia de Santa Agnes hasta llegar al centro de la Fuente de los
--Mi Principessa--
- 100 -
Cuatro Ríos. Me empezaban a entrar dudas si había entendido
qué fuente y principalmente qué plaza. Sabía perfectamente que
si había entendido, ya que era su plaza favorita, siempre hablaba
de ella porque le encantaba el barroco.
No sabía qué pensar, si había decidido no verme, se
había querido desaparecer o simplemente se había perdido.
Dentro de Roma con 2, 765,230 habitantes iba a ser imposible
encontrarla o contactarla. Mi estado de ánimo había cambiado,
una desilusión, una confusión y un desencanto se habían robado
mi felicidad y alegría.
Mi reloj marcaba las ocho de la noche, exactamente dos
horas después de la hora indicada. El ramo de rosas ya se había
deshecho. Durante la caminata y la búsqueda las rosas habían
estado cayendo, una por una hasta que terminé con trece de ellas.
Me volví a asomar a La Fuente de Neptuno y a lo lejos observe
la Fuente de Moro para no alejarme de esa y asegurarme que no
estuviera ahí.
…………………………………………………
Dos horas más y él no aparecía. Sin dejar mi maleta tanto
tiempo sola me asomaba rápido y regresaba a ella. Me sentaba en
el pavimento empedrado recargada en el basamento de la fuente.
Cruzaba los brazos para poder abrigarme y escondía parte de mi
--Mi Principessa--
- 101 -
rostro con la bufanda para resguardarme del frío. No quería
pensar, pero me daba miedo que todo fuera una mentira, una
farsa o una invención. Tenía miedo estar sola en una ciudad que
muy apenas conocía, con un idioma diferente y principalmente
sin él.
El cansancio le ganaba a mis energías. El agotamiento y
la debilidad vencían mi cuerpo. Quería ya estar junto a Galluchi
y no entendía porque no lo estaba. Mis ojos lentamente se iban
cerrando, hasta que no pude más y caí rendida bajo la fuente que
tiene un moro de pie sobre una concha que lucha con un delfín,
rodeado de cuatro tritones.
…………………………………………………
Una ansiedad rodeaba todo mi cuerpo. No era posible no
encontrar a mi Principessa. Desesperado descorché la botella con
una de las llaves de mi automóvil y empecé a tomar sentado en la
fuente de forma de estrella en donde Neptuno se encuentra en el
centro. Uno, dos, tres y cuatro tragos le di. Nada más quedaban
siete de las veinticuatro rosas que llevaba. Me empecé a marear
un poco, el viento y la champaña no habían sido buena
combinación. Mis fuerzas empezaron a desvanecerse. Diez, once,
doce tragos, hasta que perdí la cuenta, y cuando quise dar otro
más, ya se había terminado. Sentía mis ojos pesados y se
--Mi Principessa--
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cerraban lentamente, ya no tenía energías ni para gritar su
nombre. Caí de rodillas junto a la Fuente de Neptuno y me quede
profundamente dormido, con la mitad de mi cuerpo afuera y la
otra adentro. Mis brazos dentro del agua y yo sin fuerzas para
sacarlos.
--Mi Principessa--
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Una levantada no esperada
Escuché una voz masculina, unas palabras en italiano.
Mis melenas cubrían mi vista y mi maleta estorbaba el panorama.
Me sentía perdida, no sabía la hora, el lugar, en donde estaba o lo
que estaba sucediendo. Con mi mano desaloje mi cara para poder
distinguir quién me llamaba. Exactamente no esperaba que fuera
Galluchi, ya que esa no era su voz, pero no me esperaba que
fuera un carabinero de un cuerpo de seguridad de Roma.
El miedo que sentía sí era en realidad. Era todo un
escenario de temor, absolutamente sola, con una maleta a media
noche en Roma y caminando hacía uno de los vehículos de la
policía Romana. Recordaba las anécdotas que Galluchi me
contaba de los carabineros y los problemas que tenían con las
fuentes. Me acordaba de todas esas historias contadas por él,
cuando arrestaban a gente por vandalismo a las grandes obras y
herencias artísticas Romanas, por robarse las monedas que día
con día los turistas van arrojando con los ojos cerrados pidiendo
deseos y también por hacer actos inapropiados dentro de las
fuentes. Sin embargo estaba segura que no podían detenerme, ya
que solamente me había quedado dormida. Pero no me
convencía, ya que sabía que dormir en un lugar público es contra
la ley.
--Mi Principessa--
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…………………………………………………
De repente me tomaron de la chaqueta por mi espalda y
desperté completamente. Mi mejilla apoyada sobre el muro bajo
que delimitaba la fuente y mis brazos dentro de ella. Era un
carabinero. Lo primero que se me vino a la mente fue mi
Principessa, no podía dejar de preocuparme por ella. Al mismo
tiempo no sabía que estaba sucediendo. Las mangas de mi
chaqueta mojadas por el agua helada, unidas con unas esposas,
ese elemento de seguridad para tener juntas las muñecas. Uno de
ellos me sostenía de un hombro y caminábamos los tres hacía su
vehículo.
…………………………………………………
No era posible lo que me estaba aconteciendo, en
México nunca había tenido contacto con la policía y en Roma
que no era mi ciudad ni mi país, sí. Con dificultad pude decir que
no se llevaran mi maleta. Desplazándola con la asa extraíble,
tratando de esquivar rosas que había tiradas en el piso que uno de
los carabineros iba recogiendo una por una hasta que terminó
recolectando todo un ramo.
Estábamos frente a la Iglesia barroca de Santa Agnes. Se
quedaron por un momento conversando entre ellos. No me podía
--Mi Principessa--
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concentrar, ya que me distraían los detalles de la fachada
cóncava diseñada por el arquitecto suizo-italiano Borromini.
Solamente alcanzaba a diferir unas cuantas palabras, ya que mis
nervios me impedían entender la rapidez de su italiano. A lo lejos
de la plaza alcanzaba a distinguir dos lámparas que nos
apuntaban y nos enfocaban la cara. Evitando que esa luz tuviera
acercamiento con mis ojos, ponía parte del brazo en mi rostro.
Uno de los carabineros que se encontraba del lado derecho junto
a mí, estaba sumamente ocupado contando las rosas. El otro
levantó su lámpara y les contestó a los otros con unos cuantos
movimientos de luz creando una señal, la cual era desconocida
para mí. No podía estar temblando más, tenía que sacar de mi
maleta una bufanda o gorra para taparme los oídos. Con mi
corazón palpitando empecé a quitar el candado que juntaba dos
de los cierres.
…………………………………………………
Hacía lo posible por pelear y luchar por mi libertad.
Sabía que cualquier acto inadecuado en una de las fuentes en
forma inmoral era razón para un arresto; sin embargo, no iba a
dejarme. Solamente quería que me quitaran las esposas que poco
a poco estaban dañando mis muñecas, quitarme esa chaqueta
empapada que lo único que hacía era darme frío y seguir
buscando a mi Principessa. Cada vez nos aproximábamos más al
--Mi Principessa--
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otro par de carabineros y al otro sospechoso que andaba por la
plaza.
Antes de llegar con ellos, pude convencerlos de que me
quitaran las esposas. Yo no quería perder el tiempo con el
pandillero y los carabineros, solo quería que me dejaran ir. Uno
de los policías sosteniendo el montón de rosas que había tirado
alrededor de las tres fuentes de toda la plaza, el otro recargado en
su automóvil y otra persona de espaladas inclinada en el piso que
no podía ver.
…………………………………………………
Localicé de inmediato mi gorro de estambre oscuro que
encontraba en uno de los compartimientos interiores y me lo
coloqué enseguida. Con un nudo en la garganta y una lágrima
resbalándose sobre mi mejilla, cerré rápido la maleta y me
levanté con valentía, coraje y desesperación, lista para lidiarlos.
En cuanto volteé para discutir, lo primero que tenía en mi vista
era Galluchi. Me quedé atónita, boca abierta y sin palabras. Una
voz fuerte exclamó: “¡PRINCIPESSA PRINCIPESSA!”
--Mi Principessa--
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--Mi Principessa--
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Una sonrisa que llevaba un año esperando
Ambos corrimos sin importar quienes estaban alrededor.
Me dirigí hacia sus brazos que estaban esperándome con
emoción y aprecio. Un abrazo efusivo y sensible que reflejaba
amor y cariño. Los carabineros confundidos de la situación,
desorientados de la relación que teníamos los dos; los vagos que
habían encontrado dormidos en las fuentes. No dejábamos de
abrazarnos y de vernos mutuamente. En cuanto volteamos, los
carabineros ya se habían retirado, y lo único que nos habían
dejado era la maleta y las rosas sobre ella.
Era imposible dejar de observar cada detalle de su rostro,
su exquisita nariz y las pecas que revestían parte de su cara. Un
año sin verlo, sin estar con él y cientos de kilómetros que nos
apartaban. Un día tan soñado y una espera tan delirada. Todas las
piezas que formaba mi vida, ya empezaban a embonar, la pieza
faltante que no dejaba que fuera terminado mi rompecabezas, ya
lo tenía frente a mí, cerca de mí.
Juntos tomados de la mano caminamos por última vez la
Plaza Navona, hasta llegar a su automóvil, que estaba
estacionado a unas cuadras de ahí. Aún tenía dudas de porqué no
había llegado a tiempo, y de porqué un par de carabineros lo
--Mi Principessa--
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habían detenido al igual que a mí. Mientras que el frio pegaba en
mi cara y él no llegaba, pensé que ya nunca iba a volver a verlo.
Sinceramente tuve miedo de perderlo y de no estar junto a él
como lo había deseado desde el primer día que lo conocí. Por
más que fuera a distancia nuestra relación, siempre había sido
estable y firme. La palma de su mano tocaba la mía y sentía que
llevaba una vida eterna con él.
Su itinerario se había desfasado por seis horas. Sin
embargo íbamos a continuar con las siguientes actividades ya
organizadas. Galluchi conquistándome de todas las maneras
posibles, haciendo todas las cosas que me gustan, como los
planes inesperados y lo imprevisto para causarme asombro. La
guía ya se había terminado y lo que seguía ya era sorpresa.
Las preguntas de los acontecimientos, las perdidas y las
preguntas de las detenidas, ya habían sido resueltas. Cada uno
dando su versión, riéndonos de cómo podríamos haber terminado
arrestados dentro de una celda sin saber el uno del otro.
Exactamente no sabía nuestra ubicación, ni mucho menos a
donde nos dirigíamos. Los últimos meses se había creado un
encadenamiento de eventos y acontecimientos que habían hecho
enamorarme más y más. Definitivamente él había rentado la
libertad de corazón, se había adueñado de él. Quería que ese
principio del reencuentro fuera para siempre y que nunca
--Mi Principessa--
- 110 -
terminara. Aunque faltara tiempo, quería evadir la despedida,
quería prolongar los días y estar acompañada de su sonrisa para
siempre.
--Mi Principessa--
- 111 -
Un anfiteatro del Imperio Romano
Paseando por la zona turística de Roma. Luminarias
apuntando a los detalles más importantes de las fachadas
antiguas, las cuales habían sido conservadas y formaban parte del
Patrimonio de la Humanidad y de la Arquitectura. El centro de la
cuidad saturado de atracciones, la mayoría, obras arquitectónicas
históricas de la época del imperio romano, construidas en el siglo
I. Monumentos y obeliscos colocados por todas partes, dándole
cierta identidad a la atmósfera Romana. Finalmente llegamos a la
mayor atracción: El Coliseo Romano. Un anfiteatro en forma de
elipse con arcadas y una combinación de órdenes clásicos en las
columnas como dóricas, iónicas y corintias.
--Mi Principessa--
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Los últimos grupos turísticos acababan el tour a media
noche y ya había pasado una hora después de eso. Buscamos el
ingreso por una de sus ochenta entradas, sin que la seguridad nos
viera para no volver a tener problemas de nuevo con los
carabineros. A un paso veloz, tomados de la mano nos perdíamos
en ese espacio con gran magnitud entre los pasillos. Subíamos y
bajábamos escaleras, circulábamos por los pasillos y nos
transportábamos a dos mil años atrás. Percibía la complejidad de
la estructura, dentro de ese conjunto deteriorado, imaginándome
los espectáculos navales, de fieras o de gladiadores.
El ruido ausente creaba una atmósfera fría, de libertad y
terror. Sintiéndonos dueños de todo lo que estaba a nuestro
alrededor. Después de haber conquistado todo el territorio nos
sentamos en una de las bancas en donde poca luz nos iluminaba.
La sombra de las arcadas nos cubría y nos dejaba hacer nuestro
ambiente romántico. Una manta extendida en la superficie de las
ruinas y una vela alargada nos iluminaba con una luz oscura.
Por fin íbamos a poder celebrar nuestra unión con
champaña. Aunque Galluchi ya se había tomado toda una
completa, le quitó el corcho cilíndrico y brindó conmigo.
Dándole tragos directo de la botella con un panini relleno de
rebanadas de mozzarella, el queso lechoso de pasta blanda,
fresco, y hojas de espinacas. No quería que se terminara ese
--Mi Principessa--
- 113 -
momento, quería fotografiarlo para volverlo a revivir cuantas
veces quisiera. La vela cada vez se hacía más pequeña y su
mecha se volvía más larga. Nada detenía nuestra felicidad, ni el
miedo a que nos encontraran ahí, ni mucho menos la hora.
Dando vueltas alrededor de la vela mientras él me
cantaba al oído con una voz suave y baja. Sin música, bailando a
un ritmo lento, siguiendo el mismo patrón de equilibrio y
permaneciendo enlazados.
Nuestro secreto y nuestra aventura habían sido
interrumpidos por un ruido. Ya no éramos los únicos en ese gran
espacio bajo la luz de las estrellas. Con un soplido apagamos la
vela, nos tomamos de la mano y nos arrancamos corriendo. Las
manos no las sentía del miedo que corría por mi sangre. Sin
importar, abandonamos la manta, los restos de la comida y la
botella. Lo único que me interesaba en ese momento era lo que
sostenía con mis manos.
--Mi Principessa--
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Un posible mañana, el destino y mi porvenir inesperado
Habían sido unos días increíbles y extraordinarios que no
había palabras para describirlos. Tardes en Roma, noches en
Pescopagano, y mañanas en diversos lugares de Italia. Un viaje
que parecía que había sido mandado hacer a la perfección,
ayudándome a confirmar lo que sentía por él. Día con día le
aprendía algo nuevo. Lo valoraba y lo apreciaba, a pesar de saber
que iban a volver a pasar días, meses y posiblemente años hasta
la próxima vez que lo volviera a ver. No solamente había sido un
viaje alrededor de Italia con la persona que quería. Había sido un
viaje de dos enamorados con una unión fuerte que reflejaba amor
y pureza. A pesar de que existían varios elementos que nos
diferenciaban, pudimos estar juntos sin complicación alguna.
Cuando estaba con él sentía un acobijo y una confianza
llena de vínculos y de concordancia. Ya había entrado a un túnel
sin luz y sin salidas. Un corazón aferrado y atrapado al de otro.
Nada me iluminaba como él y no veía otro camino con alguien
más. Desde el día que lo vi por primera vez, con un alejamiento
lleno de seguridad, certeza y firmeza, seguí adelante hasta un año
después que lo vi por segunda ocasión. Ahora podía decir que mi
nombre ya había aparecido en el clímax de la historia de su vida
y no solamente en un índice o introducción.
--Mi Principessa--
- 115 -
Ni lo segunderos de un reloj ni mucho menos un péndulo
podían indicar si ya era tiempo de dejar todo atrás o de avanzar.
Podía ser el intermedio de la exhibición de la función de mi vida
o posiblemente mi teatro, representando historias frente a la
audiencia usando una combinación de discursos, gestos, música
y sonidos. No solamente cuando el destino ya está hecho es
cuando debes seguir las reglas al pie de la letra, sino cuando una
distancia crea lazos resistentes, valientes y eternos.
La vista, el olfato, el oído, el gusto y el tacto eran
necesarios para darle sentido a mi vida. Le dan una precepción
de recordatorio a lo que es sentir con el tacto su corazón latir,
oler con su esencia natural, oír palabras de aliento y de
consolación. Mirando lo que más adoras y lo que más quieres en
ese instante. Con ganas de asaltarlo para que se quede junto a ti
para siempre.
A pesar de los enredos que se forman y el caos que
brotan, se puede sobrevivir. Más cuando el día tiene treinta y seis
horas, las cuales las efectivas son pocas, y con el resto de las
escenas te ciegas, siendo valiosas solamente las que estuviste
junto a él.
Si era lo que más deseaba, tenía que arriesgarme para
entender perfectamente lo que era mejor para mí. Una lucha
--Mi Principessa--
- 116 -
eterna iba a tener contra mí si no me daba la oportunidad de
hacerlo. Definitivamente iba a ser un porvenir inesperado.
--Mi Principessa--
- 117 -
Arquitecta de mis sentidos y de mis encantos
Conviví más de siete días, una semana y un millón de
segundos la última vez que estuve con él. Juntos diseñado la
crónica y el futuro de nuestras vidas antes de regresarme. No
podíamos permitir volver a separarnos, ni alejarnos como lo
hicimos la primera vez. Era necesario encontrar la forma de
unirnos después de haber llegado a la decisión de no apartarnos.
Mi apartamiento con él no duró más de dos semanas.
Regresé al tráfico, al movimiento y a la vida cotidiana de La
Ciudad de México. Capté que a esa altura no era necesario
recordar, sino volver a revivir. Para el decimosexto día, después
de tardes en que la lluvia prevalecía en el cielo oscuro, tenebroso
y sobrio capacité mi visión. No me conformaba con unas
vacaciones y aventuras con él. Menos si él permanecía dentro de
mí. Con solo viajar rumbo al este, en donde mi delirio se
encontraba, todo iba a volver a tener sentido. Era suficiente mi
lenguaje patético donde me había percatado del extrañamiento.
No podía dejar mi relación volar y no tener una fecha límite para
alcanzar. Teníamos que indicarla para mantenerla y no llegar a su
vencimiento. Poder conseguir nuestros objetivos y logros que se
habían estado prolongando por nuestra valentía y esfuerzo. Los
pendientes, mi trabajo pesado y mis responsabilidades personales
--Mi Principessa--
- 118 -
no eran suficientes para poder entretenerme y dejar de pensar en
él. Mi cabeza no dejaba de hacer laberintos como acostumbraba
hacerlo. Repetía una y otra vez lo que quería sin titubear.
Necesitaba ser importada a Italia como los vinos.
El aire que respiraba no era el que debería, no estaba en
el lugar donde pertenecía o correspondía. Me atreví a salir de ahí,
de mi ciudad y de mi país. Evocando cada de detalle de lo que
iba a dejar por lo que iba a ganar.
--Mi Principessa--
- 119 -
Restaurando mi vida
No me había percatado de la culminación de mi historia.
Trabajando como restauradora en Italia y cursando diplomados
de Historia de la Arquitectura Griega y Romana, para estar más
familiarizada con el territorio. Mientras que Galluchi estudiaba
su maestría en Economía y trabajaba con el gobierno en el área
de las Ciencias Políticas, yo iba almacenando nuestro amor sin
dejarlo ir. Conservando las fachadas y lo histórico de la
arquitectura romana. Reviviendo la vida a las grandes obras
antiguas del patrimonio de arquitectura y manteniendo la misma
estética con los métodos y técnicas de restauración. Además de
reunir una serie de actitudes y conocimientos para apreciar la
herencia monumental, con un buen conocimiento constructivo
para poder valorar y respetar lo existente.
Durante los fines de semana visitábamos a la Nonna,
viajábamos del Norte al Sur y del Este al Oeste. Aquellas obras
que estudiaba, que veía que estaban plasmadas en los libros, las
analizaba y las veía en la realidad, entendiendo la esencia de su
espacio. Mi italiano había mejorado hasta llegar a la perfección.
Las pastas que cocinaba me quedaban casi igual a las de la
Nonna, Sabiendo que era imposible, por la falta de su toque final.
Sabía bailar con Galluchi tarantelas y tomaba espresso
--Mi Principessa--
- 120 -
diariamente. En fin, ya era toda una italiana, obviamente sin
perder mis raíces natales y permaneciendo con mi cultura
Mexicana.
Durante los meses de primavera y el comienzo del
verano, ayudaba a la familia Rubinetti a recolectar todos los
tomates que se habían cosechado para hacer la famosa salsa de
tomate. Corríamos entre las uvas plantadas en parra por los
viñedos y gozábamos estar deleitando las diferentes uvas
transformadas en vino. La tercera navidad llegó y recordábamos
cada detalle de las anteriores. Principalmente cuándo comenzó
todo lo nuestro en esa navidad en Florencia. Mi placidez no tenía
palabras para detallar como me sentía. El puro brillo e
irradiación de mis ojos y de mi sonrisa lo decía todo.
--Mi Principessa--
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El vencimiento de mi alegría
Meses completos había vivido en Italia como una turista,
sin embargo el vencimiento de mi visa estaba a poco de
terminarse. Podía estar en ese país pero ya no como una
mexicana turisteando por toda Italia. Un montón de trámites y de
papeles necesitaba firmar para poder hacerme residente de ahí,
sin embargo como había permanecido varios meses fuera de mi
país trabajando en un despacho de arquitectura, tenía problemas.
Pasé horas y horas tratando de resolver el problema. A
pesar de que contaba con el apoyo de la Embajada de México mi
problema no se solucionaba. Tenía que pagar una multa por
haber perdurado tanto tiempo ahí. Me habían dado un acta de
infracción y una multa; tenía que pagar, pero antes de eso tenía
que salir del país.
Acontecimientos seguían ocurriendo y me hacían pensar
que era el final de toda mi historia. Probablemente sería el último
capítulo de mi historia de amor; sin embargo, no tenía un final
perfecto ni feliz como todas las novelas que yo leía.
No quería regresar a México porque sabía que en ese
momento todo lo podía perder, todo lo que más quería estaba
justo conmigo y no quería separarme. Una red de problemas iba
--Mi Principessa--
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creciendo más y más con el paso de los días y nada podía
resolver. En mi mente ya tenía pensado todo lo que iba a pasar,
tenía que estar preparada otra vez a la separación o hasta el adiós
que probablemente sería para siempre.
Mi segundo país
--Mi Principessa--
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Unos días nada agradables, en el que no sabía si estar
contenta y disfrutar los últimos días con él o pasármela en la
Embajada de México tratando de solucionar el problema.
Durante el tiempo que esperaba hablaba con Luis y le
comentaba sobre mi situación. Luis acongojado y preocupado
trataba de ayudarme dándome opciones para una solución.
Estaba totalmente negada a sus alternativas. Luis siempre tan
romántico y siempre hablando con el corazón me dijo que le
contara mi historia de amor a uno de ellos para ver si causaba
lástima y sorpresa, y me ayudaban un poco.
Empecé a contarle mi historia de amor a una de las
señoras que trabajaba ahí, de pronto más empleados se
empezaron a acercar, más y más hasta que más de la mitad de las
personas que trabajaban en la Embajada estaban escuchando mi
historia. Por suerte, la idea de Luis ayudó. Causé un poco de
piedad y ternura y me empezaron a ayudar.
Unas cuantas firmas y muchas visitas a la Embajada tuve
que hacer para que Italia fuera mi segundo país y pudiera vivir
tranquilamente junto a Galluchi.
Un billete y unas cuantas monedas para un vino fino
--Mi Principessa--
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El verano se acercaba, los días calientes llegaban y
empezaban a nacer y brotar por todos los huertos y campos las
flores. Un sol radiante lucía por los cielos claros con nubes
suaves y blandas. Un clima agradable y encantador. Aves
volando por los cielos celestes, rosas de diversos colores en
jardines amplios y verdes. Aprovechando la libertad, la
temperatura y la felicidad salimos a la ciudad. Llegamos a la más
famosa y monumental fuente de Roma; la Fuente de Trevi.
Cientos de turistas y visitantes arrojando monedas, lanzándolas
con la mano derecha por encima del hombro izquierdo a la
fuente, asegurando su regreso a Roma. Definitivamente había
tenido suerte, nunca había aventado nada y no solamente estaba
de vuelta, sino vivía ahí. Cuenta la leyenda que dos monedas
llevan a un nuevo romance y tres aseguran un matrimonio.
--Mi Principessa--
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Me encantaba como la ciudad siempre tenía vida ya fuera
invierno, otoño, primavera o verano. Sentados, tomando el sol en
una de las terrazas de los restaurantes frente a la fuente en la
Plaza de Trevi, con una taza de agua hirviendo y té blanco.
Observando a la gente pasar, música por cualquier lugar y
turistas fotografiando cada objeto, edificio o persona que hablara
italiano. Escuchando el sonido del agua caer de sus esculturas y
la diosa romana. Vendedores de flores rojas y azules por todas
partes y yo disfrutando de la compañía de Galluchi y de su
cercanía. Permanecimos dos tercios de hora, conversando y
riéndonos sin apuro alguno. Con la llegada del sol, las pecas de
--Mi Principessa--
- 126 -
la cara de Galluchi incrementaban y aún más pelirrojo se veía.
Por todas partes era conocido como el Rosso.
Entramos a una tienda de delicatesen culinario, donde
los precios no eran tan elevados. Una gran variedad de quesos
como gorgonzola, ricota, romano, parmesano, asiago y más y
salami felino, milano, fabriano, napolitano, veronés entre otros.
Compramos pan ciabatta, crujiente y con miga suave,
queso parmesano y salami felino con dulzura. El menú de la
comida de nuestro sábado ya estaba completo, unos bocadillos,
acompañándolo con una ensalada capresse bañada de aceite de
olivo y albaca. Sin embargo faltaba el elemento más importante
de una comida italiana; el vino.
Galluchi me entregó un monedero de terciopelo color
negro con el dinero exacto para comprar la botella de vino tinto.
Mientras que él hacía el favor de tomarle una foto a una pareja
de ancianos suizos enfrente de la fuente de Trevi, me dirigí hacia
la vinoteca dentro de la misma plaza. Entré buscando un vino
fino y diferente. Me dirigí hacia la sección de los vinos
Mexicanos. Un muro repleto de botellas, y después de repasar
todos los nombres, regiones y uvas escogí uno, Casa Madero, del
tipo de uva de Cabernet Sauvignon, del año del 2003 de Parras,
Coahuila. Galluchi no tardo más de dos minutos en entrar a la
tienda, nos acercamos a la caja y nos dieron el total de la compra.
--Mi Principessa--
- 127 -
Galluchi volteó a verme y con una voz tierna me pidió que
pagara con el dinero que se encontraba en el saco de tela velluda.
Saqué el monedero con esa textura blanda del bolso de mi
pantalón, abrí mi mano y vacíe lentamente las monedas de un
euro formadas por níquel. No solamente salieron unas cuantas
monedas con la cara nacional de Italia y un billete delgado de
cinco euros, sino también una sortija plateada con un diamante
brillante de estructura cristalina al centro.