masot, núria - guillem de montclar 01 - la sombra del templario

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    La sombra del templario

    Nria Masot

    RocaeditorialPrimera edicin: julio de 2004 de esta edicin: Roca Editorial de Libros, S.L.Marqus de 1'Argentera, 17. Pral. 1.a08003 [email protected] Masot, 2004

    Impreso por Industria Grfica Domingo, S.A. Industria, lSant Joan Desp (Barcelona)ISBN: 8496284190 Depsito legal: B. 26.2822004.

    Todos los derechos reservados. Esta publicacin no puede ser reproducida, nien todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema derecuperacin de informacin, en ninguna forma ni por ningn medio, seamecnico, fotoqumico, electrnico, magntico, electrnico, por fotocopia, ucualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

    mailto:[email protected]:[email protected]:[email protected]
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    ndice

    Captulo I. El viaje.Captulo II. BarcelonaCaptulo III. Guillem de MontclarCaptulo IV. La SombraCaptulo V. Frey DalmauCaptulo VI. Lev el cambistaCaptulo VII. El Delfn AzulCaptulo VIII. Fray Berenguer de PalmerolaCaptulo IX. El traductor de griegoCaptulo X. El pergaminoCaptulo XI. El rumorCaptulo XII. La cartaCaptulo XIII. Dies iraeCaptulo XIV. El secreto

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    Captulo I

    El viaje

    Abril de 1265

    Seor, he venido ante Dios, ante vos y ante los hermanos, y os ruego y os requiero porDios y por Nuestra Seora que me acojis en vuestra compaa y que me hagis

    partcipe de los favores de la Casa.La Regla de los templarios

    Bernard Guils estaba inquieto y preocupado y este estado de nimorepresentaba un peligroso aviso para l. Aquel viaje estaba planteando muchasdificultades, ms de las previstas en un principio, y haba que tener en cuentaque haba previsto muchas. Su fino olfato, adiestrado en el riesgo, no cesaba de

    enviarle seales de alarma.Para empezar, le desagradaba el capitn de la galera en la que viajaba, un

    tal Antonio d'Amato, un veneciano de cara afilada y oscuros ojos de ave depresa, que no dejaban de observarlo constantemente. Le molestaba su presencia,a pesar de las garantas que le haba dado el Gran Maestre. No eran los mejorestiempos para la confianza, y la sensacin de ser espiado era demasiado intensapara permitirse bajar la guardia. Sonri ron irona, al fin y al cabo, l mismo eraun espa que se senta espiado.

    Estaba cansado, cansado y derrotado, como si un negro presagio sehubiera detenido sobre su cabeza. Haba dedicado su vida a la guerra, en

    Oriente y en Occidente, y su propio cuerpo reflejaba una escaramuza decicatrices, huesos mal soldados y un ojo vaco. Por un momento record, conabsoluta precisin, la cara del joven lancero musulmn que le haba herido yque no sobrevivi para contemplar su proeza. Ni tan slo l, en el fragor de lalucha, se haba dado cuenta de su prdida, de que a partir de aquel momento suvisin quedara reducida a la mitad. El bueno de Jacques el Bretn lo habaarrastrado lejos de la batalla, en tanto l segua dando golpes con la espada,como un posedo, ajeno a la espantosa herida, ajeno a casi todo. Le curaron en laCasa del Temple de Acre, y no slo sanaron aquella cuenca, vaca ya de vida,tambin salvaron su alma maldecida.

    Pero entonces era joven y fuerte y el dolor pasajero. En cambio, ahorapareca que el dolor se haba instalado en sus huesos, en su estmago, en suspropias entraas, en lo ms hondo de su ser y no daba seales de quererabandonarlo. Intent consolarse al pensar que sera su ltima misin trasmuchos aos de fiel servicio, lo haba solicitado y el maestre lo acept. Seretirara a una encomienda tranquila, cerca de su hogar, trabajara la tierra,criara caballos. Le gustaban aquellos animales y su confianza en ellos superabacon creces a la que tena en los humanos. Con un poco de suerte, incluso podraver a alguien de su familia, si es que no estaban todos muertos. Haca treintaaos que no saba nada de ellos.

    Volvera a ser un templario normal y corriente, reconocible a los ojos delos dems, sin mscaras ni disfraces; retornara a los rezos cotidianos con los

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    hermanos, a su hbito, lejos de in trigas y de guerras. Demasiado tiempo eneste trabajo pens, demasiado tiempo luciendo mil caras hasta olvidar lama; quiz lo que me ocurre es que ya no puedo recordar quin soy enrealidad.

    Apart los pensamientos de su mente. Lo estaban distrayendo de sutrabajo y saba que era algo que no poda permitirse. La misin era de granimportancia y el maestre confiaba plenamente en l. Deba entregar un paqueteen Barcelona y, en tanto no llegara a su destino, tena que defenderlo con supropia vida.

    Es una misin de vital importancia, hermano Bernard, una misin dela que depende nuestra propia existencia le haba dicho el Gran Maestre,Thoms de Berard. Es imprescindible que este paquete llegue a su destino enOccidente. Siempre he confiado en tu extraordinaria capacidad para llevar acabo tu trabajo, eres el mejor, y gracias a ti tenemos unos de los mejoresservicios de informacin, el Temple siempre estar en deuda contigo. Ser tultimo servicio de esta naturaleza, despus podrs retirarte a la encomiendaque t mismo decidas. sa ser la recompensa por tantos aos de fiel servicio.

    S, ste sera su ltimo viaje en calidad de espa del Temple, saba quepoda confiar en la palabra de Thoms de Berard, le admiraba y lo considerabaun hombre ntegro y noble. Casi desde el principio, haca ya nueve aos, conuna sola mirada haban establecido lazos de mutua comprensin. Y el maestreKerard no lo haba tenido nada fcil. Desde su nombramiento como GranMaestre de la orden en 1256, haba tenido que afrontar graves problemas ysobre todo, el dolor y la impotencia de la imparable cada y destruccin de losEstados latinos de Ultramar. Haba visto morir a sus hombres, luchandodesesperadamente, ante la indiferencia de Occidente, abandonados por losreyes y por el Papa, ms interesados en sus propias batallas de poder.

    Jerusaln, la ciudad sagrada que tanta sangre haba costado, se habaperdido haca ya aos, y los cristianos de Tierra Santa, enfrentados entre s,parecan haber olvidado los motivos que los haban llevado hasta aquellaslejanas tierras.

    S, corran malos tiempos, pens abatido, y nada ni nadie pareca capazde frenar aquel enorme desastre. Como si el mismsimo infierno, abandonandosus profundidades, se hubiera instalado entre los hombres. Su misin ya habacostado tres vidas y se preguntaba, inquieto, por la naturaleza del paquete quellevaba y que haba costado tanta sangre en tan poco tiempo, con el oscuropresentimiento de que el mismo peligro de muerte lo envolva.

    El asesinato de un tripulante de la embarcacin, en el puerto de Limassol,en Chipre, le haba preocupado profundamente. La mitad de los marinerosembarcados se haban negado a seguir, alegando que era una seal, un presagiode muerte y desgracia, provocando las iras del capitn veneciano.

    Bernard Guils haba arriesgado la vida en innumerables ocasiones a lolargo de su carrera al servicio del Temple, pero esta vez, extraamente, sentaun fro aliento de muerte a su alrededor, como si todas las extravagantessupersticiones de los marineros de Limassol hubieran atravesado su alma.

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    Me estoy volviendo viejo, medit apoyado en la popa de laembarcacin mientras vea alejarse todo aquello que le era familiar, el recuerdode los desiertos de su juventud de joven cruzado. De este a oeste, del lugardonde nace el sol hacia donde muere. Un helado escalofro le recorri la espinadorsal, el pensamiento de la muerte no le abandonaba y eso no le gustaba. Eraun mal presagio.

    Rez una breve oracin, encomendndose a Mara, patrona del Temple.Faltaba poco para llegar a Barcelona y all entregara aquel importante paquete,que guardaba cuidadosamente en su propio cuerpo, entre la piel y la camisa.Senta su contacto, el roce de la piel de cordero en que vena envuelto, fro yhmedo de su sudor.

    S, pronto llegara a Barcelona, acabara su misin y empezara unanueva vida.

    Abraham Bar Hiyya estaba sentado en cubierta, sobre unas gruesascuerdas, mirando el cielo, de un azul intenso. Esperaba no tener que pasar otratormenta. La ltima, haca una semana, haba zarandeado aquella nave de talmanera que le haba convencido de que su destino era morir en el ocano. Perono haba sido as y la galera haba superado los embates de las olas, sin casi niun desperfecto. Se toc el pecho donde llevaba la rodela, amarilla y roja, que loscristianos le obligaban a llevar para dejar constancia de su condicin de judo.

    Malos tiempos se acercan, repiti mentalmente. Era un pensamientoque le acompaaba, sin cesar, los ltimos aos y que los acontecimientosconfirmaban da a da, sin lugar a dudas.

    Haba sido un viaje para despedir a un viejo amigo. Saba que novolvera a verlo, que ya no estara en condiciones para volver a emprenderaquel largo viaje. Como mdico no dudaba de que su enfermedad no le dejaratranquilo durante muchos aos, aunque intua que era posible que susproblemas de salud fueran una simple ancdota en comparacin con los quepodra tener por su condicin de judo.

    Su viaje a Palestina, a Haiffa, para ver a Nahmnides le habaentristecido el alma y los pensamientos. Haca casi dos aos que su amigoestaba exiliado de su propia tierra, casi dos aos de aquel gran desastre.Entonces le haba insistido en el peligro de su postura, de la ingenua confianzaque pareca tenerle al rey, pero ninguna de sus palabras sirvieron paraconvencerlo del riesgo que corra.

    En el mes de julio de 1263, Jaime I, rey de Catalua y Aragn, ordenaba aNahmnides, ms conocido entre los cristianos como Bonastruc de Porta, que sepresentara en la ciudad de Barcelona para que se llevara a cabo la Controversiacon un converso llamado Pau Cristi.

    A la nobleza y, sobre todo, al clero cristiano les entusiasmaban este tipode actos, donde se discutan y se exponan los fundamentos de la fe y de formarepetitiva, la religin cristiana sala vencedora en detrimento de la fe juda. Parala Iglesia comportaba un gran acto de propaganda pblica que se traduca encientos de conversiones, ms o menos espontneas. El miedo era uno de losmejores argumentos para convencer a los infieles.

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    Una vez en el palacio condal de Barcelona, el anciano Nahinnides pidial rey libertad de palabra, cosa que le fue concedida, y el 20 de julio realiz unaapasionada defensa de su fe hebraica. Tan apasionada y convincente que setransform en su propia condena. Sin embargo, Nahmnides se senta seguro,deseaba explicar los fundamentos de su religin, compartir sus conocimientos ycuando se le solicit que hiciera una copia por escrito de sus argumentaciones,no vio ningn inconveniente en hacerlo. Y una vez aceptado, se convirti en laprincipal prueba de una acusacin por blasfemia contra la religin cristiana.

    De nada haban servido los avisos de Abraham Bar Hiyya, su amigo ycompaero de estudios, cada vez ms asustado del giro que estaban tomandolas cosas.

    El rey, presionado por la Iglesia, lo conden a dos aos de exilio y a laquema de todos sus libros. Sin embargo, sus enemigos no quedaron satisfechos,por considerar que la condena era insuficiente. Sin perder tiempo, escribieron yapelaron al Papa, exigiendo un castigo ejemplar. Y no tard mucho el Papa enresponder a su demanda y orden al rey a que cambiara la condena ysentenciara al anciano judo al exilio de por vida. De esta manera, el granfilsofo fue arrancado de su Girona natal, la cuna de sus antepasados, y forzadoa emprender el largo viaje hacia Palestina. Nunca volvera a pisar la tierra quele vio nacer.

    Los recuerdos producan en Abraham una angustia sofocante, deseabaque su memoria desapareciera, que todo se convirtiera en un mal sueo, en unapesadilla irreal que se desvaneciera al despertar.

    Se levant, con esfuerzo, y camin hacia la popa de la embarcacin. Leconvena un poco de ejercicio, tanto para su cuerpo como para su mente.Andaba despacio, inseguro, no estaba acostumbrado al vaivn marinero. Apoca distancia, contempl al pensativo Guils, apoyado en la borda, con lamirada perdida. Su mente parece tan perdida como la ma pensabaAbraham Guils... s, creo que se llama as, Bernard Guils, un mercenario, oeso me han dicho, que vuelve a casa. Abraham reflexionaba para s,descansado de que su mente se hubiera interesado en otro tema, agradeciendoaquel respiro que alejaba de su pensamiento las ideas oscuras y deprimentes.Contempl a Guils con inters y vio a un hombre maduro, de complexinpoderosa, alto y delgado, con un parche negro cubrindole el ojo izquierdo.Record la delicadeza con la que le ayud a embarcar, tan poco acorde con lafiereza de la mirada de su nico ojo. Como mdico, Abraham haba sidorequerido, antes de embarcar, para atender a uno de los miembros de latripulacin. Lo haban encontrado detrs de un montn de sacos de trigo, apunto de ser cargados, y cuando el anciano judo lleg, se encontr a Guils,inclinado sobre el cadver. Le indic un imperceptible punto, enrojecido, en labase de la nuca. Ambos se miraron, calibrndose uno al otro, sin una palabra y,sin haberse visto jams, se reconocieron.

    No, Abraham no cree que Guils fuera un mercenario, ha visto a muchoshombres pendencieros en su vida y se no era uno de ellos. Un mercenariohara sentir su presencia, no dejara de hablar de sus supuestas heroicidades,ciertas o inventadas, y Guils era un hombre silencioso. Ms bien pareca un

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    Repas, cuidadosamente, las cuerdas que sostenan los fardos repletos demateriales colorantes, pigmentos de los ms variados colores, un hermoso arcoiris cromtico que embellecera pieles y tejidos y que los artesanos del tinte, consus conocimientos, se encargaran de fijar en telas de tonalidadesextraordinarias.

    Llevaba un ao fuera de casa, viajando por pases remotos, tras la pistade aquellas materias de colores y texturas diferentes. Le gustaba su trabajo, lepermita conocer pases y gentes diversas y abra su corazn y su mente. EnOccidente se juzgaba con demasiada rapidez, con excesiva crueldad, pens, entanto observaba al anciano judo sentado en la popa de la nave.

    Sus viajes le haban proporcionado otra forma de contemplar a sussemejantes. Haba conocido a toda clase de gente, personas sencillas,preocupadas por el bienestar de su familia, por su salud, por su trabajo... igualque en todos los lugares. Qu importancia poda tener el nombre del Dios quecada uno adoraba?

    Acarici los fardos pensando en su mujer Elvira, en sus ojos de un grisprofundo semejantes a las aguas de un lago en otoo. Amaba a su mujer desdeel primer da en que la vio, en una de las innumerables ferias que por aquelentonces recorra. Amaba su fortaleza, la alegra con la que se enfrentaba a lavida y record su voz, sus risas. No haban tenido muchos motivos de alegraen los ltimos aos, la enfermedad de su hija haba hecho decaer el nimo detoda la familia. Y se era uno de los motivos de aquel interminable viaje,conseguir el dinero necesario para poder pagar a uno de los mejores mdicos.

    Haca un ao que Ricard Camposines haba jurado que su familia novolvera a pasar privaciones nunca ms y nadie de aquella maldita tripulacinconseguira que su misin fracasara. Recordar aquella determinacin le hizosentirse un hombre nuevo.

    Subi de nuevo a cubierta, indiferente a cmo el capitn veneciano loobservaba irnicamente. No le gustaba aquel tipo ni su mirada de avecarroera, lista para atacar en el momento ms propicio. Se acerc al lugardonde reposaba el anciano judo y le salud cortsmente. Haba observado elcomportamiento de los dos frailes dominicos, su obsesin por evitar aAbraham, como si ste sufriera la peor de las pestes y pudiera contagiarles.Dud unos instantes, al propio Ricard le asustaba acercarse a l, atemorizadopor si aquellos dos frailes le vieran hablar o aproximarse demasiado al anciano

    judo. Les crea capaces de todo, incluso de acusarle de connivencia con losinfieles tan slo por darle los buenos das a Abraham. Deseaba mantener con luna conversacin intranscendente y superficial sobre la ltima tormenta, ohacerle notar el azul brillante y oscuro que tena el mar a esa hora y comentarlelo hermoso que sera poder teir una tela con ese color.

    Pero no lo hizo y pas de largo, sin detenerse. Su conciencia seentristeci, aunque escuch con atencin a su mente que le aconsejabaprudencia, porque el viaje estaba llegando casi a su fin y no poda arriesgartanto esfuerzo por un anciano judo que pareca absorto en s mismo.

    Estir sus miembros entumecidos y respir hondamente el aire marino,limpio y transparente, que dio energa a sus pulmones. Se dispuso a dar su

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    paseo diario por cubierta para que sus piernas no olvidasen la funcin para lasque estaban hechas.

    Vio a Bernard Guils, apoyado en la popa, como si contemplara todoaquello que se alejaba con pesar, indiferente a todo lo que se aproximaba. A losdominicos en proa, alejados todo lo fsicamente posible del viejo judo, rezandosus oraciones, sin dejar su vigilancia. Observ el movimiento de sus labiospendientes de la letana, en tanto sus mentes y sus miradas prescindan de laplegaria, atentos al mundo exterior. Tambin vio a Arnaud d'Aubert, junto alcapitn, contndole una de sus innumerables hazaas en donde l mismo era elprincipal protagonista, y que no se cansaba de repetir a quien quisieraescucharle. ste s tiene pinta de mercenario pens Camposines, ste y noel otro que dice que lo es. Las apariencias siempre engaan.

    Dio por acabado su paseo y volvi a bajar a la bodega. No iba a permitirque ningn fardo se rompiera, ni que un gramo de su preciosa carga quedaraabandonado en aquella maldita nave. Ni hablar, si de l dependa, eso no iba asuceder.

    El capitn Antonio d'Amato escuchaba, indiferente, el relato de Arnaudd'Aubert. No crea una sola palabra del discurso del provenzal, ni tan slo quelo fuera, haba trabajado, tratado e incluso matado a muchos provenzales paracreerse a aquel charlatn. Sordo a su torrente de palabras, le observ condetenimiento. Era de estatura mediana y muy delgado, aunque bajo la camisase adivinaba una musculatura tensa, preparada para la accin. Posea unos ojosclaros, azules o grises, desvados, aunque en ocasiones un destello de crueldadasomara en ellos. Y despus estaba la cojera, aquel andar arrastrando levementela pierna izquierda. Segn D'Aubert, era una vieja herida de guerra, una flechamusulmana que le haba atravesado el muslo. Pero D'Amato dudaba mucho dela veracidad de aquella historia, incluso de la propia cojera. Haba observadoque en algunas ocasiones desapareca totalmente, y que D'Aubert se levantabacon excesiva rapidez para un tullido. El veneciano no tena ni idea de por quun hombre sano finge no serlo, y no le importaba en absoluto. nicamentepensaba que tal disimulo no poda esconder nada bueno.

    El capitn tena ganas de llegar a puerto y deshacerse de toda la carga depasajeros que haba embarcado en Chipre. No le gustaba aceptar viajerosexcepto que ello le reportara beneficios interesantes, y era necesario tener labolsa muy repleta para satisfacer sus exigencias. Por eso le sorprendiencontrar a tantos pasajeros dispuestos a soltar sumas tan importantes sin unasola queja ni un intento de regateo. Era un caso asombroso, medit, tantos a lavez y en una misma direccin: Barcelona... nunca haba encontrado tantospasajeros y con los bolsillos tan rebosantes, y eso que llevaba muchos aosdedicado a la navegacin y al transporte.

    En el puerto de Limassol era tiempo de embarque de peregrinos haciaTierra Santa, aunque el negocio estaba a la baja a causa de las hostilidades en elMediterrneo. Aquel puerto se haba convertido en refugio de comerciantes ynufragos sin destino, y de esos ltimos haba demasiados y de todas lasnacionalidades. El lucrativo negocio de las Cruzadas, tan rentable durante aospara los venecianos, estaba en sus peores momentos y la guerra abierta entre las

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    adecuado para emprender aquel viaje y entablar relaciones con el pueblomongol, y su superior quera un informe completo de la situacin.

    A pesar de su edad, fray Berenguer emprendi el viaje con la fe de unsoldado y la ambicin de un prncipe. Soport las penalidades imaginando queiba a convertirse en la figura ms admirada, que todas las tribus mongolas serendiran ante sus inspiradas palabras, y que el propio Papa suplicara suayuda. Hasta era muy posible que llegara a alcanzar la cima ms alta dentro desu orden de Predicadores. Por fin, despus de tantos aos, iba a demostrar sugran talento.

    Pero ninguno de sus sueos se haba cumplido y el viaje pronto seconvirti en su peor pesadilla. Desde el principio, el Gran Khan se neg arecibirle, ordenndole de forma obstinada que se entrevistara con su hermano,el Ilkhan Hulagu. Nada pudo hacer para convencer al soberano mongol de laimportancia de su visita, ni tan slo cuando, en un arranque de desesperacin,

    jur que le enviaba el mismsimo Papa y que su negativa a recibirle podraacarrearle la excomunin. El Gran Khan no pareci conmoverse lo ms mnimo.Durante un ao haba esperado la audiencia con el Ilkhan Hulagu, entoncesconcentrado en conseguir una alianza con los bizantinos, y cuando lo consigui,sus encendidas palabras no causaron un gran efecto, ms bien una cortsindiferencia y el consejo de que lo mejor sera que hablara con su primeraesposa, la emperatriz Dokuz Khatum.

    Fray Berenguer haba quedado escandalizado ante el comportamiento deaquella secta de mal llamados cristianos, de su ignorancia y del libertinaje desus eclesisticos, de sus brbaras ceremonias y de su tolerancia hacia otrasreligiones herejes. Se haba apresurado a escribir a su superior un informeincendiario, notificando que la nica solucin para aquel pueblo de salvajes eraque una lluvia de azufre los borrara de la faz de la tierra, que no haba salvacinposible para ellos y que la orden de Predicadores hara bien ahorrndose aquelpenoso viaje.

    Aniquilarlos completamente pens en tanto la plegaria sala de suslabios, sa era la respuesta. Si l, con su talento indiscutible, no habapodido convencerlos del error en que vivan, nadie iba a conseguirlo, de esoestaba totalmente seguro. Senta una gran rabia y frustracin, aquellos malditosnestorianos, que con sus ritos humillaban la liturgia romana, se habanconvertido en un obstculo para su carrera. Ni tan slo haba esperado lacontestacin a su carta, ya que poda tardar meses, y no estaba dispuesto aseguir en aquella tierra de pecado. Ms que partir, haba huido lleno de clera yrabia.

    Lo nico que le faltaba era verse obligado a compartir el escaso espaciode aquel maldito barco con un repugnante judo, que pronto se convirti enblanco de sus iras. Fray Berenguer ni siquiera reparaba en el resto de pasajerosporque su mirada se haba concentrado, desde el principio, en el venerableanciano que para l representaba toda la mezcla pecaminosa de vicios y herejasque haba encontrado entre los mongoles. Para l, no haba la ms mnimadiferencia.

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    Para su compaero, fray Pere de Tever, esta postura haba representadoun grave problema desde el principio. La intransigencia y el fanatismo de frayBerenguer haban sido malos compaeros de viaje. Sin embargo, su funcin erala de un simple ayudante adems de que, dada la edad de su hermano enreligin, ms pareca una muleta que un secretario. Su juventud le inclinabahacia la curiosidad y la excitacin de un viaje como aqul, y se haba sentidocmodo entre el pueblo mongol. Le haba sorprendido la gran tolerancia queexista en aquella corte y las mltiples embajadas de pases remotos en esperade audiencia, le haban permitido ocupar muchas horas en conocer a gentediferente y de costumbres tan opuestas. Estaba fascinado por la religin delGran Khan, el chamanismo, con su creencia de que existe un solo Dios, al que sepuede adorar de muchas formas diferentes. Perplejo, contempl cmo el IlkhanHulagu asista a diferentes ceremonias religiosas budistas, cristianas,musulmanascon el mismo respeto que le mereca la suya propia.

    De todo ello no haba dicho ni una palabra a fray Berenguer que, desde elprincipio, se haba negado a aceptar cualquier hecho positivo all donde fueran.Criticaba ferozmente la comida, la vestimenta e incluso la tradicional cortesamongol. La propia emperatriz Dokuz Khatum qued desagradablementesorprendida ante la violencia de sus argumentos, aunque le escuch conamabilidad, y no volvi a recibirle, a pesar de los ruegos del joven fraile y de laira de fray Berenguer, ciego ante todo aquello que no fueran sus propiascreencias.

    En realidad, los mongoles dejaron a su viejo hermano hirviendo en supropia rabia y frustracin, negndose a escuchar sus palabras y, al mismotiempo, tratndole con suma amabilidad. Y eso haba sido lo peor, aquellacortesa era cien veces peor que la tortura y el martirio para su intolerantehermano. Por otro lado, fray Pere de Tever no haba conocido nada igual en sucorta vida. Como hijo segundn de una familia de la nobleza rural, haba sidoentregado a la orden de Predicadores con diez aos y haba crecido entre lasparedes del convento, pensando que su vida permanecera inmutable, de lamisma manera. Desde muy joven demostr un gran talento para el estudio y elaprendizaje de las lenguas: el latn, el griego, el rabe, el hebreo. Le apasionabanlas bibliotecas de los monasterios, la traduccin de antiguos y olvidados libros,y durante mucho tiempo pens que su futuro estaba all. Al cumplir diecisisaos, su orden lo enviaba de monasterio en monasterio a copiar algnpergamino, a traducir un texto o simplemente a averiguar el nmero de librosque posea alguna gran biblioteca conventual. Y le gustaba su trabajo, legustaba mucho.Cuando su superior le comunic la orden de emprender aquel viaje, su nimose inquiet y la perturbacin se adue de l. No conoca de la vida nada msque el orden estricto del convento y del mundo exterior slo los rumores degrandes peligros que murmuraban los frailes de ms edad. Pero toda suturbacin desapareci por arte de magia, cuando embarc en Marsella rumbo alo desconocido. La vida agitada de la travesa, el aire marino que le impregnabalos pulmones como nunca antes nada le llen, la visin de la inmensidad deocanos y estepas, todo ello le transmiti el sentimiento de lo minsculo que era

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    el mundo de donde proceda. Su realidad se ampliaba a cada paso que daba ysu mente se enriqueca ante el estallido de colores, lenguas y costumbres queconoca.

    En tanto el cerebro de fray Berenguer se encerraba en el bal de suscreencias, fray Pere de Tever descubra que el mundo no terminaba en el jardndel claustro.

    Escribi con pulcritud la carta que su hermano le dictaba, sin hacerningn comentario, caligrafi la larga lista de ofensas y oprobios, guardando suopinin para s. Saba que era perder el tiempo intentar convencer a su hermanoy tambin que poda resultar sumamente peligroso disuadirle. No reflexion, ser mucho mejor esperar una ocasin ms propicia, siemprehabr una posibilidad de ofrecer mi punto de vista cuando sea preguntado.Estaba seguro de que sera interrogado a conciencia, sus superiores no dejarande comprobar si aquel viaje haba influido en sus creencias, si haba contradoalgn contagio peligroso en su contacto con el mundo exterior. Tena que actuarcon mucha prudencia y cautela. Se qued absorto en sus pensamientos e inclusosus labios dejaron de musitar la oracin. Deba encontrar cmo manifestar suopinin sin ser acusado de rebelda.

    Arnaud d'Aubert vio cmo se alejaba el capitn veneciano con unaexpresin burlona. Haba conseguido molestarlo durante media hora y eso lellenaba de satisfaccin, aquel maldito arrogante lo haba tenido que soportarnicamente por la abultada bolsa que haba pagado. Senta un enormedesprecio por los venecianos para los que no exista otra idea que la delbeneficio; nada los haca mover tan rpido como una buena cantidad de oro,incapaces de pensar en otra cosa con su escaso cerebro mercantil. Estuvo apunto de soltar una carcajada, aquel cretino presuntuoso le diverta y el viajeera lo suficientemente largo y tedioso como para aprovechar cualquier ocasinpara distraerse. Y lo estaba consiguiendo. Haca unos das, se haba acercado alanciano judo para decirle, en voz baja, que haba odo rumores de grandesalgaradas en la judera de Barcelona, provocndole un gran sobresalto. Se habaregocijado al contemplar el pnico en su cara.

    Se toc la pierna izquierda, intentando calmar el dolor que suba, en lnearecta, hacia sus riones. Aquel maldito teutnico de Acre haba dirigido unapualada certera, dejando la memoria de su rostro en la mente de D'Aubert.Saeta musulmana o ria de taberna, qu demonios le importara a nadie,medit taciturno. El recuerdo del teutnico le pona de mal humor y ni siquierala imagen de las suaves curvas de la adolescente rabe por la que habanpeleado, logr tranquilizar el dolor, intenso y agudo, parecido a la misma dagaque lo traspas. Quiz se acerca una tormenta rumi, el dolor es siempreun aviso, tan cerca de puerto... y slo faltara que una tormenta nos echara apique. Una sensacin de hasto subi hasta su garganta, corno un alimento enmalas condiciones. Necesitaba a alguien con quien distraerse. Estir las piernas,mirando a su alrededor, buscando a una nueva vctima. La tripulacin parecams activa y atareada que de costumbre y el mar haba cambiado de color, elazul intenso desapareca para dar paso a un gris plomo. Se agarr a las cuerdasque recorran la nave, alejndose de popa. Haba visto a Guils y no le pareca

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    buena compaa, aquel hombre no estaba para chanzas y en su mirada seintuan seales de peligro indefinido, como en los ojos del teutnico de lataberna, clavados en su memoria como su maldita daga.

    Empez a caer una lluvia fina y muy fra, y D'Aubert encamin sus pasoshacia la bodega. Bien, seguro que all encontrara al comerciante catalnvigilando su mercanca, repasando cada cuerda, cada saco... poda ser un buenmotivo de distraccin. Tropez con un miembro de la tripulacin y solt unaimprecacin en voz alta, atravesado por el dolor que, traspasando sus riones,haba decidido instalarse en su cerebro. Su primer impulso fue volverse ypropinarle un fuerte puntapi al responsable del encontronazo, pero se par enseco, helado ante la mirada sarcstica del otro que pareca provocarle, esperarsu reaccin. Dame un buen motivo para matarte, parecan decir aquellos ojos.Se apart de un salto de ese hombre que le produca aquel escalofro extrao ypenetrante y descubri, asombrado, que se encontraba ante la mirada de unasesino. Retrocedi paso a paso, lentamente, sin perder de vista al sujeto que lesonrea, hasta llegar al extremo de la proa, lo ms lejos posible. A Arnaudd'Aubert se le haban pasado las ganas de distraerse.

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    Captulo II

    Barcelona

    Gentil hermano, los prohombres que os han hablado han hecho las preguntas

    necesarias, pero sea lo que sea lo que hayis respondido, son palabras vanas y ftiles ynos podra sobrevenir la desdicha por cosas que nos hayis ocultado. Ms he aqu lassantas palabras de Nuestro Seor y responded la verdad sobre las cosas que os

    preguntemos porque si ments, seris perjuro y podrais perder la Casa por ello, de loque Dios os guarde.

    La ciudad de Barcelona estaba a la vista y el capitn D'Amato exhal unprofundo suspiro de alivio. Los ltimos das haban sido una autnticapesadilla, aquel maldito fraile le haba hecho la vida imposible, exigindole queencerrara al viejo judo en la bodega; el comerciante Camposines no haba

    cesado de quejarse del servicio y el mercenario tuerto haca dos das que no semova del camastro. Empezaba a dudar del buen negocio que todo ello lereportaba y su mximo deseo era deshacerse de aquella ralea de pasajeros yenfilar rumbo a Venecia.

    Barcelona haba crecido por los cuatro costados y la poderosa murallaromana que durante siglos haba protegido su permetro era ya insuficientepara contener la marea humana que albergaba. La tendencia a aprovechar losms pequeos espacios haba convertido al barrio antiguo en un laberinto decallejuelas estrechas y oscuras. La necesidad de espacio obligaba a construirviviendas pegadas a la antigua muralla romana, aprovechando su grueso muro

    para edificar a ambos lados por medio de arcos entre las torres.Jaime I, monarca de Catalunya y Aragn, construa una nueva lnea

    defensiva de murallas para dar un respiro a la creciente poblacin. Iniciada enel tramo del nuevo barrio de Sant Pere de les Puelles, la muralla avanzaba haciala iglesia de Santa Ana y segua hacia el mar, aprovechando el trazado deltorrente de las Ramblas. Este antiguo torrente, llamado durante aos por sunombre latino arenno, y denominado ahora por su trmino rabe de ramla,marcaba el lmite occidental de la ciudad.

    Un gran barrio martimo creca alrededor de la iglesia de Santa Mara deles Arenes, en el lugar donde medio siglo despus se alzara la impresionante

    mole de Santa Mara del Mar. El barrio, integrado por armadores, mercaderes ymarineros, haba crecido de forma espectacular, la plaza de la iglesia se haballenado de talleres y de actividad mercantil y nuevas calles se abran hacia elexterior, dando paso a los espacios dedicados a los gremios de artesanos de laplata y a los que confeccionaban espadas y dagas.

    Este nuevo barrio, la Vila Nova del Mar, enlazaba con el mercado delPortal Major, el ms importante de la vieja muralla romana y que conduca auna de las vas de salida de la ciudad, la Va Francisca, sobre el trazado de laotrora importante calzada romana. El antiguo orden romano de urbanizacinmarcaba todava el recuerdo del cardus y el decumanus, grabando una gran

    cruz en el corazn de la ciudad.

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    Sin embargo, aquella gran urbe en expansin careca de un buen puerto,a pesar de haberse convertido en una de las potencias martimas y comercialesdel Mediterrneo. El antiguo puerto, a los pies del Montjuic, estaba totalmenteinutilizado desde haca largo tiempo a causa de las riadas y de la acumulacinde arena. Slo dispona de su amplia playa, con la nica proteccin de variosislotes y bancos de arena. Las grandes naves de carga no podan acercarse a laorilla y se vean obligadas a echar el ancla a cierta distancia, dependiendo depequeas embarcaciones que hacan el duro trabajo de transportar a tierramercancas y pasajeros. Aquella situacin haba favorecido el crecimiento devarios oficios que ocupaban a gran parte de los hombres de la ciudad. Enprimer lugar, los mozos de cuerda, responsables de cargar y descargar lasmercancas, y tambin los barqueros que, con sus embarcaciones, trasladaban agentes y fardos de un lado a otro. El mejor negocio, sin duda, lo hacan lospropietarios de las barcas, que solan tener un buen nmero de esclavos, cosaque les reportaba importantes beneficios.

    Barcelona, la gran potencia martima, que haca la competencia avenecianos, pisanos y genoveses, que construa grandes naves en susatarazanas, tardara casi dos siglos en poseer un puerto en condiciones. La urbe,que se expanda fuera de sus viejos lmites, tena una poblacin que ya excedalos treinta mil habitantes.

    Bernard Guils oy los gritos de los marineros, anunciando la llegada a laciudad. Intent levantarse del jergn donde haba permanecido los ltimosdas, deshecho, vomitando lo que ya no tena en el cuerpo, escondido de losdems pasajeros y de la tripulacin para que nadie pudiera contemplar sudebilidad. Le fallaba la vista de su nico ojo, como si una fina cortina de tul sehubiera descolgado de algn lugar misterioso. Senta cmo sus entraas seretorcan producindole un dolor agudo y, a veces, insoportable.

    Dios mo pens, dame fuerzas para llegar a puerto y despus hazconmigo lo que te plazca, pero necesito llegar a tierra.

    Saba que no se trataba de un simple mareo. En sus numerosos viajes lehaban informado de aquel mal que converta a los hombres ms fuertes enpobres criaturas intiles e incapaces del mnimo esfuerzo. No,lamentablemente, no era se el mal que le haca sufrir de aquella manera, erapeor. Mucho peor.

    Se oblig a levantarse, y consigui caminar casi a rastras, con los labiosapretados en una fina lnea recta, intentando controlar la nusea, el dolor de unhierro candente en sus entraas. Angustiado, palp el paquete que todavaguardaba en su camisa comprobando que segua all, empapado del sudor quetranspiraba todo su cuerpo.

    La realidad se impuso con toda su fuerza en la mente de Guils. Se estabamuriendo, ninguna nueva vida le estara esperando al bajar a tierra, ya nosabra nunca qu se haba hecho de su familia, de sus hermanos carnales, de lagran casa rural donde haba nacido. Todo se desvaneca con rapidez, finalmenteaquellos que le perseguan haban dado con l, pero se haba enteradodemasiado tarde. Lo nico que le quedaba por hacer era un esfuerzosobrehumano antes de morir, pensar rpidamente y con claridad.

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    Cerr los ojos con fuerza, casi sin aliento, pero la nica imagen queapareca en su mente con difana nitidez era Alba, su hermosa yegua rabe quetantos aos haba compartido con l, tantos sufrimientos y victorias. Vio sumirada cuando cay herida de muerte, la mirada ms dulce que jams nadiepudo imaginar y sinti el mismo dolor que le traspas en el momento desacrificarla para que no sufriera. Y parecidas lgrimas a las de entoncesinundaron su rostro. All estaba, moviendo la crin en un gesto dereconocimiento.

    A qu esperas, amigo Bernard? Aqu estoy, aguardando tu llegada pareca decir, con la misma dulzura en la mirada. Subi a cubierta,arrastrndose, como un borracho perdido en sus fantasas alcohlicas. Respirel aire puro intentando reponer unas fuerzas que le abandonaban y vio, entrenieblas, la cara del anciano judo, inclinado sobre l con expresin preocupada.

    Guils, Guils, Guils..., parecis enfermo, necesitis ayuda. Abraham lepas un brazo por la espalda intentando que se incorporara y Guils comprobque el anciano todava conservaba una gran fuerza en los brazos. Pens que laProvidencia le proporcionaba un inesperado, si bien extrao, camino.

    Debis ayudarme a llegar a tierra, amigo mo, es imprescindible quedesembarque... llegar a tierra... Sus palabras sonaron confusas, le costabanesfuerzo y dolor. Tena que confiar en Abraham, no haba eleccin.

    Os ayudar, podis estar seguro, Guils.Creo que me han envenenado, Abraham, no me queda mucho tiempo

    de vida, ayudadme a bajar a tierra.Abraham dej a Guils apoyado en el castillo de popa y corri en busca de

    agua. Despus, abri con rapidez su bolsa y mezcl unos polvos de colordorado en el lquido.

    Tomad esto, Guils, os ayudar a calmar el dolor para que podisdesembarcar. Despus os llevar a mi casa, soy mdico, os pondris bien.

    Bcrnard Guils bebi el remedio despacio. Tena que pensar, slo querapensar con claridad. Su brazo apretaba con fuerza el paquete que llevabaconsigo, como si toda su energa se concentrara en aquel gesto de proteccin.Oy a uno de los tripulantes avisar de la llegada de una barca para recoger a lospasajeros y llevarlos a la playa y, ayudado por Abraham, logr incorporarse amedias.

    nimo Guils, apoyaos en m, podis hacerlo. El anciano le sostuvocon fuerza y le oblig a dar unos pasos. Guils sinti las piernas entumecidas,muertas, pero sigui adelante, hacia el lado de estribor, donde los pasajeroshacan cola para desembarcar.

    Fray Berenguer de Palmerola, en primera fila, contempl cmo Guils seaproximaba con dificultad, casi llevado en volandas por el judo.

    Mercenarios borrachos y herejes judos dijo sin un asomo depiedad, qu puede esperarse de una ralea maldecida por el propio Dios. Esindigno que me obliguen a viajar en compaa de tanta escoria, tendra queescribir al propio rey para que solucione tan espantoso dilema.

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    A fray Pere de Tever, sin embargo, no le impresionaron los comentariosde su viejo hermano, no crea que Guils estuviera borracho, ni mucho menos.Pareca enfermo, muy enfermo. Cuando aquellas dos tristes figuras se acercarona ellos, fray Pere se ofreci a ayudar a Abraham con su pesada carga y suespontnea decisin le cost una horrorizada y furiosa mirada de frayBerenguer. Pero el joven fraile estaba realmente harto del comportamiento desu superior, de su furia destructora. Aquellos ltimos das, la ciega rabia de suhermano contra el judo le haba hecho reflexionar y se jur a s mismo que

    jams, pasara lo que pasase, se convertira en alguien tan desagradable comofray Berenguer.Bajar a Guils hasta la barca fue una operacin difcil y complicada que exigi lacolaboracin de pasajeros, tripulantes y del propio barquero. InclusoCamposines ayud, olvidando por unos momentos su preciosa carga. Laembarcacin se dirigi a la costa, en tanto Bernard Guils perda el conocimientoen brazos de Abraham. D'Aubert, en la proa, no pudo evitar sentir lasatisfaccin de la malicia. Menudo mercenario, ri para s, tan orgulloso yprepotente, borracho perdido en brazos de un judo, eso s que tena gracia. Sealegraba de la desgracia de Guils, le haca sentirse realmente bien y, aderezadacon un poco de imaginacin, aquella historia poda convertirse en una buenanarracin de taberna. S, l y Guils enfrentados en una competicin para probarsu resistencia con el vino, vaso tras vaso, l sereno y sin perder la compostura,bebiendo sin vacilaciones, Guils, hecho un guiapo al tercer vaso, tambaleantey balbuciente... s, realmente, sera una buena historia.

    Al llegar a tierra, la operacin de desembarcar a Guils volvi a ser ardua.No haba recobrado el conocimiento y su alta estatura requiri la ayuda detodos los que pudieron correr a auxiliar, a parte de los pasajeros que seafanaban en la tarea. Todos menos fray Berenguer que, sin esperar a su jovenayudante, salt de la embarcacin sin detenerse ni un momento. Bernard Guils,tendido en la playa con Abraham a su lado, era la imagen del desvalimiento.

    El anciano judo contempl al moribundo con compasin y preocupacina la vez. Miraba a su alrededor, buscando a algn compaero de Guils, alguienque esperara su llegada. La urgencia del enfermo por bajar a tierra le habahecho pensar que haba alguien para recibirle, pero no encontr a nadie,nicamente la frentica actividad que la llegada de una nave produca.

    Bien pens, hay que llevar a este hombre a un lugar adecuado,quizs an es posible que le queden esperanzas de vida. Desconoca el tipo deveneno que le haban suministrado, pero poda intentar encontrar un antdoto,algn remedio que devolviera a aquel hombre a la vida. Sin embargo, no sehaca muchas ilusiones, aquella ponzoa haca das que atacaba el organismode Guils, mientras permaneca tirado en el jergn, sin pedir ayuda, muriendo enla ms completa soledad.

    Desde el principio, Abraham haba decidido que Guils le gustaba, le caabien sin conocerlo, estaba seguro de que era un buen hombre y no pensabaabandonarlo. Pero necesitaba ayuda urgente para llevarlo a su casa y estabaclaro que no poda hacerlo solo. Mir, buscando una cara amiga, un rostro que

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    fuera capaz de sentir piedad ante aquella situacin y vio que RicardCamposines, el comerciante, se acercaba a ellos.

    No debi esperar a emborracharse el ltimo da dijo un tantodecepcionado. No cre que fuera un hombre de esta clase, no le vi beber entoda la travesa. Escogi un mal momento.

    Abraham lo observ atentamente. No estaba seguro de que Camposinesabandonara la vigilancia de su carga para ayudarle y mucho menos en elpuerto, donde el control de la mercanca tena que ser minucioso. Lo pensunos segundos, pero la urgencia de la situacin no le permita mucho tiempopara cavilaciones. Veris, Camposines empez a decir, con precaucin,este hombre no se halla en esta situacin a causa de la bebida, est enfermo ynecesita cuidados.

    Enfermo? Si pareca ms fuerte que un roble... Estis seguro?Segursimo confirm Abraham. Su enfermedad es real. Ha sido

    envenenado y es urgente que pueda trasladarlo a mi casa para ver si todava estiempo de soluciones. No hay tiempo que perder, de lo contrario este hombremorir. Necesito ayuda, Camposines.

    El comerciante dibuj una mueca de espanto, las palabras del ancianojudo le haban impresionado. Envenenado, en su lenguaje era sinnimo deconjuras y conspiraciones y l no quera problemas, todo aquel escndalo podaperjudicar su negocio, precisamente en este momento en que haba logradollegar. Sin embargo, tanto Guils como Abraham le agradaban y estabaconmovido por la compasin que demostraba el judo, por su generosidad. Sesenta mezquino y avergonzado. Contempl el cuadro que tena ante sus ojos,un mercenario alto y fuerte, tirado sobre la playa, inconsciente y frgil, y unviejo judo con una fuerza interior que le brillaba en los ojos. Se sinti miserable,carente del valor que acompaaba a aquellos dos hombres, tan diferentes y a lavez tan parecidos.

    Os auxiliar, Abraham, aunque no podr hacerlo personalmente. Esome sera imposible, pero encargar a uno de mis mozos de cuerda que os ayudea llevar a Guils a donde vos indiquis. Espero que esto os sirva de ayuda.

    se ser el mejor socorro que me podis dar, amigo Camposines.Espero que el tiempo sea generoso conmigo para poder devolveros el favor. Soymdico y estoy a vuestra disposicin para lo que necesitis.

    Esta declaracin qued grabada en la mente de Ricard Camposines:mdico, haba dicho que era mdico y saba que los judos gozaban de unamerecida fama en aquella profesin, no en vano los reclamaban reyes y nobles.Era una casualidad extraordinaria, una leccin que tena que aprender, habaviajado con aquel hombre en una larga travesa, casi sin haberle dirigido lapalabra, atemorizado. Dios escriba torcido y los hombres se obstinaban enponer las lneas rectas.

    Corri a buscar a su capataz que diriga la operacin de descarga,controlando cada fardo que descenda de la embarcacin, tan minucioso comosu patrn. Le orden que buscara a un mozo de cuerda para un trabajo especialque sera remunerado adecuadamente.

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    Camposines contempl cmo se alejaban. El mozo transportaba a Guilssobre su espalda, como si fuera una carga ligera y Abraham, a su lado, leindicaba el camino llevando su pequeo maletn. Los vio dirigirse, casiinvisibles entre la multitud, hacia la izquierda, como si el anciano judo buscarael camino ms corto para llegar al Call, la judera de Barcelona. No se movihasta perderlos de vista.

    Los judos que integraban las aljamas acostumbraban a vivir dentro delas ciudades donde, por una disposicin del papado, tenan barrios especialesque en Catalua se llamaron calls. En aquel espacio, llevaban su vida encomunidad, posean su sinagoga que era punto de reunin y a la vez escuela, supropia carnicera, horno, baos y todo aquello que les fuera necesario.

    Eran propiedad real y por lo tanto no estaban sujetos al capricho de losnobles, sino al nico requerimiento del rey. Era al propio monarca a quienpagaban sus tributos y quien se encargaba de protegerlos, aunque estaproteccin no resultara nada barata. A los impuestos haba que sumar losconstantes prstamos a la corona, siempre tan necesitada de dinero y deaumentar las finanzas del tesoro real. Pero la comunidad juda se organizabapara hacer frente a los pagos y sta era una de las funciones prcticas del Call,tenerlo todo dispuesto para el momento en que apareca el Recaudador Real. Acambio, el barrio judo y sus integrantes estaban bajo la proteccin del reycontra los excesos de la nobleza y las inesperadas revueltas populares contraellos.

    El IV Concilio de Letrn, hacia el 1215, estableca una disposicin por lacual los judos deban llevar una seal fsica que los diferenciara de loscristianos, y determinaba que el motivo de esta distincin era evitar cualquieralegato de ignorancia en e1 caso de relaciones entre judos y cristianos. EnCatalua, signific la imposicin de un crculo de tela, amarilla y roja, quedeban llevar cosido a sus vestiduras, los hombres en el pecho y las mujeres enla frente. La mezcla de razas era una prohibicin estricta.

    Abraham caminaba con rapidez hacia la seguridad de su barrio. Se habadirigido hacia las dos torres redondas del Portal de Regomir, sin entrar en laciudad vieja, dando un rodeo por el camino de ronda exterior que circundaba lamuralla romana y siguindolo hasta llegar al Castell Nou, que guardaba el ladosur de la ciudad y era, al mismo tiempo, puerta de entrada al barrio del Call.

    Pensaba en los problemas que le reportara lo que estaba haciendo, y noslo con los cristianos, sino con su propia comunidad, siempre temerosa deinfringir cualquier ley. Pero haba tomado una decisin y su condicin demdico no le permita diferencias, fueran de raza o de religin. Para un enfermolo nico importante es su enfermedad y disponer a su lado de alguien concapacidad para aliviarle. Si todo aquello tena consecuencias, tendra quepensarlo ms tarde, despus de atender a Guils. Sin embargo, no dejaba desentirse perturbado e inquieto, si Guils mora en su casa, tendra que explicarqu hara el cuerpo de un cristiano en el seno de una comunidad juda, algonada fcil de justificar.

    Se oblig a s mismo a dejar de pensar en las consecuencias, mientrassegua caminando, casi corriendo detrs del mozo. Deba recordar a su buen

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    amigo Nahmnides, l no hubiera dudado ni un momento, actuara segn suconciencia y no segn su miedo.

    El mozo de cuerda se par en seco ante la mole del Castell Nou. Nopensaba dar un paso ms y mucho menos entrar en el barrio judo, aqueltrabajo poda ser todo lo especial que quisieran y como tal lo cobraba, peronadie le haba dicho que haba que entrar en la judera. No haba hechopreguntas por consideracin al patrn, pero no pensaba dar un paso ms y asse, lo hizo saber al anciano judo.

    Abraham no contest, haba visto a su amigo Moshe, dueo de lacarnicera y vecino suyo. Le llam discretamente y le rog que le ayudara.

    Son slo unos metros, Moshe, yo solo no podr. Aydame, por favor.Esto es increble, Abraham! Desapareces durante un ao y pico sin

    mandar un triste recado, un aviso de que ests bien, de que vas a llegar. Yo qus, algo! Y de repente, apareces cargando con un cristiano moribundo. Te hasvuelto completamente loco!

    El carnicero estaba enfadado, l apreciaba mucho a Abraham, era uno desus amigos y le deba muchos favores, pero tena una manera muy peligrosa decobrarlos, y no estaban los tiempos para correr riesgos intiles. Accedi aayudarlo a regaadientes, mostrando su total desacuerdo y exponiendo todoslos argumentos que se le ocurrieron, y fueron muchos, para que el mdicodesistiera de sus propsitos.

    Tienes toda la razn del mundo le respondi Abraham, en tantosostena a Guils con lo que le quedaba de fuerzas, todos tus argumentos sonacertados, pero se trata de un hombre enfermo, Moshe, y yo soy mdico, laenfermedad no tiene religin ni raza, debes comprenderlo.

    Entre ambos trasladaron a Guils al dormitorio del anciano, en el primerpiso de la casa. Moshe resoplaba por el esfuerzo, pero pareca querer recobrar elaliento para seguir con sus argumentaciones. Abraham no se lo permiti, tenamucho trabajo que hacer y, despus de agradecerle a su amigo la ayuda, ledespidi sin contemplaciones.

    Te doy las gracias, Moshe, pero no deseo comprometerte ms en esteasunto. Cuanto menos sepas, mucho mejor para ti. Abraham desnud a Guils,que arda de fiebre, le abrig y se dirigi a la pequea habitacin que le servade consulta y laboratorio. All preparaba sus medicinas, posea una ampliabotica repleta de hierbas medicinales y remedios para la sanacin. Letranquiliz el intenso y familiar aroma, pero la urgencia de la situacin le obliga darse prisa, desconoca la naturaleza del veneno pero se guiaba por lossntomas que haba apreciado en el enfermo. Tena que probar con un antdotogeneral, que abarcara un gran nmero de sustancias txicas, no tena tiempopara grandes estudios. Empez a trabajar sin dejar de hacer constantes visitas alenfermo, de aplicarle compresas de saco para la fiebre y de intentar quetragara pequeos sorbos de agua.

    Finalmente encontr una frmula que le pareci adecuada y una vezpreparada, empez a suministrrsela lentamente, gota a gota, hasta que creyque la dosis era la necesaria. Tena que actuar con prudencia, un veneno mata a

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    otro veneno, pero tambin puede rematar al paciente, la dosis deba ser exacta,sin un margen de error.

    Se sent en un pequeo taburete, al lado del lecho, observando larespiracin del enfermo. A las dos horas, pareci que Guils mejoraba. Su rostrode un gris macilento empezaba a cobrar vida. Un plido color rosado empez ateir su bronceado rostro y su respiracin dej de ser jadeante, para emprenderun ritmo ms pausado. Abraham se tom un respiro, era una buena seal, perono poda confiarse, los aos de experiencia le haban enseado que los venenosactan de forma traidora e inesperada. En algunos casos, la mejora slosignificaba el prembulo de la muerte, pero reconoci que nada ms podahacer, nicamente esperar y rezar.

    Apart el taburete a un lado y arrastr su silln preferido al lado deBernard Guils. El mueble estaba viejo y enmohecido, como l, pero todavaguardaba en sus gastados cojines la forma de su cuerpo. Estaba exhausto, ladesenfrenada actividad de las ltimas horas se converta en una fatiga inmensa,y ni tan slo se haba acordado de tomar sus propias medicinas. Pens quetendra tiempo de sobra ms tarde, ahora necesitaba descansar.

    Se despert sobresaltado. Un hermoso caballo rabe, blanco como lanieve, le miraba desafiante. La crin al viento, sus patas delanteras levantadasgolpeando el aire, impaciente. Su relincho, como un grito desesperado, atravessus tmpanos en una demanda desconocida. Se tap los odos con ambasmanos, incapaz de asumir aquel sonido agudo, semiconsciente todava,atontado. Necesit unos segundos para darse cuenta de que todo haba sido unsueo. Se haba dormido profundamente y su alma haba abandonado el cuerpopara viajar a regiones desconocidas y lejanas y desde all, alguien le mandabaun mensaje que no poda descifrar; alguien o tal vez algo.

    Se oblig a despertarse del todo para observar a su paciente. Bernardpareca sumido en un tranquilo sueo, sus facciones estaban relajadas y serenas,ajenas a cualquier peligro. La respiracin era normal, aquel bronco silbido delos pulmones haba desaparecido y su pecho suba y bajaba con un ritmopausado. Abraham se tranquiliz, an era posible recuperarlo, quiz susremedios salvaran aquella vida y todos sus conocimientos, que tanto esfuerzo lehaban exigido, sirvieran para algo. Tan viejo, tantos aos, y todava se sentaimpotente ante la muerte. Record su juventud, su aprendizaje, su primeramuerte... tanto lleg a afectarle que estuvo a punto de abandonar sus estudios,dejarlo todo y volver a casa para sustituir a su padre en el taller de joyera. Perono lo hizo y su padre, decepcionado por aquel hijo que no deseaba continuar latradicin familiar, nunca le perdon, record abatido.

    Pero no era el momento adecuado para reflexiones intiles, divagacionesde la memoria que parece viajar libre e independiente de nuestro sufrimiento,ajena a nuestro dolor. Un caballo blanco y la figura de su padre no eran losmejores compaeros para el trabajo que le esperaba, pero conoca los laberintosde la mente humana, sus extraas relaciones con la realidad. Abraham habareconocido, haca ya mucho tiempo, que la realidad no exista. Por lo menos noaquella de la que hablaban en la sinagoga o en los templos cristianos, y estetema le haba reportado muchos problemas en su propia comunidad.

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    Problemas teolgicos musit con una leve sonrisa. No, no era elmomento para divagaciones filosficas.

    Dej dormir a Guils. Pareca sereno, pero Abraham no estaba seguro desi despertara, acaso lo nico que l poda proporcionarle era la paz de laagona, la ausencia de dolor. Apart todos sus pensamientos con dificultad, elcaballo blanco segua all, desafiante e impaciente, trasmitindole un mensajeque no entenda.

    Prepar una sopa caliente. Si Guils despertaba, sera el mejor alimento,un caldo especial elaborado con hierbas, para dos enfermos. La nica diferenciaentre ambos era la fecha lmite. Pase por la casa, lo nico que haba encontradoa faltar en su viaje, su estudio, su botica, sus estudios de geometra..., todoestaba igual. Su cuada se haba encargado de mantener aquellas cuatroparedes limpias y en orden durante su ausencia, de que todo se mantuvieracomo si nunca se hubiera marchado, y de que el fantasma de su mujer, Rebeca,muerta haca muchos aos, siguiera en activo limpiando y ordenando la vida deAbraham.

    Volva a perderse en los recuerdos, como si stos se negaran a dejarlelibre, cuando oy el grito de Guils. Bruscamente, sali de su ensueo y corrihacia la habitacin donde encontr al enfermo alterado, de nuevo empapado ensudor, con la tez lvida.

    Guillem, Guillem, Guillem! gritaba Guils, con un hilo de voz.Soy Abraham, amigo Bernard, vuestro compaero de travesa,

    tranquilizaos, estis en un lugar seguro, en mi casa, no debis preocuparos. Elanciano secaba el sudor, sostena al hombre en sus brazos.

    Abraham Bar Hiyya. Guils haba dicho el nombre completo, la vozclara y fuerte, la conciencia recobrada. Abraham, buen amigo, tengo muypoco tiempo. Es muy importante que guardis el paquete que llevaba en micamisa. No permitis que caiga en malas manos. Juradme que lo haris.

    Debis descansar, Bernard, no os preocupis por nada que no searecuperar la salud.

    El anciano intentaba tranquilizarle y no le dijo nada de que no habaningn paquete, nada entre sus ropas. Pens que quiz se tratara de unaalucinacin a causa de la fiebre y no quiso alterarlo ms.

    Debis avisar a la Casa del Temple, Abraham, debis comunicar millegada, mi muerte... ellos sabrn qu hay que hacer, procurarn que no tengisningn problema por prestarme ayuda, ellos... Avisadles inmediatamente yentregad el paquete a Guillem, me espera...

    Bernard Guils se retorci de dolor, el gris ceniciento reapareci en surostro, el jadeo volvi a sus pulmones. El mdico comprob con tristeza que susesfuerzos haban sido intiles, nada pareca detener los efectos de aquel txicoletal. Volvi a administrarle la pocin que haba preparado, aunque esta vezsaba que slo podra calmar su angustia y nada ms poda hacer por su vida.

    Abraham, hay que avisar a Guillem..., la Sombra surgir de laoscuridad, que se aleje de la oscuridad!

    Bernard Guils se desplom en el lecho, agitado, presa de susalucinaciones. Se encontraba en el camino, cerca del Jordn, haba andado por el

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    desierto y estaba exhausto y sediento. Fue entonces cuando la vio, estaba all,esperndole, como si no hubiera hecho otra cosa en la vida que aguardarle.Blanca como la capa que llevaba sobre los hombros, con la crin al viento, laspatas delanteras golpeando el aire, lanzando un relincho de bienvenida. Suhermosa yegua rabe le estaba esperando haca mucho tiempo. Se acerc a ella,acaricindole la cabeza, hablndole en un susurro como saba que le gustaba y,cogiendo las riendas, mont con suavidad. Ya nada le ataba a su pasado, unanueva vida se abra ante sus ojos y ni tan slo volvi la cabeza, sonri y cruz el

    Jordn.Abraham vio cmo una gran paz se extenda por la cara de Bernard,

    cmo su cuerpo se relajaba liberado del dolor, el estertor desapareca y con l, lavida. Una enorme tristeza se apoder del anciano mdico cuando cerr el nicoojo entreabierto y cubri su rostro con la sbana. Se qued sentado, inmvil ysus labios empezaron a recitar una oracin hebrea por aquel cristiano que nohaba podido salvar.

    Unos golpes en la puerta lo sacaron de su ensimismamiento. No tena niidea del tiempo que llevaba all, sentado al lado del cadver. Pero ni tan slo losgolpes lograron perturbar su espritu, se levant lentamente, como si el cuerpole pesara y se encamin a la puerta. Su amigo Moshe, el carnicero, estaba ante lcon una expresin de disculpa en la mirada.

    Abraham, siento mucho mi comportamiento anterior, no tena derechoa juzgarte tan severamente, te pido perdn. Su mirada expresaba talarrepentimiento que el mdico no pudo negarle la entrada, divertido ante losescrpulos de su amigo. Pasa, viejo cascarrabias judo, dentro de un ratopensaba ir a buscarte.

    Cmo est tu paciente? Has logrado que se recuperara? Necesitasalgo? Moshe ya no saba cmo disculparse. Ha muerto no hace mucho.Poco he podido hacer contra un veneno tan potente como el que han utilizadopara robarle la vida contest Abraham, invitndole a que pasara a la pequeaestancia que le serva de comedor.

    Veneno! exclam Moshe.Abraham le cont la historia sin ocultarle nada, necesitaba hablar con

    alguien y conoca a Moshe desde que tena memoria. Aunque un poco msjoven que l, se haban criado juntos desde nios y siempre haban mantenidouna fiel amistad. Moshe siempre haba sido un conservador, como su padre,sigui la tradicin familiar en su oficio y se cas con quien su familia dispuso, apesar de que Abraham saba que siempre haba estado profundamenteenamorado de su hermana Miriam y que sta le corresponda. Pero aquellosinfelices jvenes no se atrevieron a afrontar las consecuencias y los resultadosno haban sido buenos. La esposa de Moshe era una mujer autoritaria yorgullosa que le despreciaba, y su querida hermana Miriam tena por marido aun rgido rabino que haba borrado la sonrisa de su rostro.

    El mundo ordenado y rutinario de Moshe sufri un sobresalto al or lahistoria de su amigo. Admiraba a Abraham desde que eran nios, saba quetena la amistad de un hombre sabio que le respetaba y quera.

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    Dios sea con nosotros, Abraharn! En buen lo te has metido. Y estepobre hombre, muerto en tu casa. Qu vamos a hacer ahora?

    Abraham sonri al or que su amigo utilizaba el plural, inmerso en lahistoria, realmente preocupado por su seguridad. T volvers a casa y nodirs nada a nadie. Si te preguntan por m, dirs que he vuelto a emprender unviaje para atender a un paciente y que no sabes cundo volver.

    Pero Abraham la gente puede pensar que no has vuelto de Palestina, lomejor sera...

    No, Moshe le ataj el mdico, es muy posible que alguien me vierallegar al Call, ya sabes cmo corren las noticias en este barrio, parece que nadiete ve y acabas siendo el tema principal de conversacin en la sinagoga. Lo mejorser ceirse a la verdad lo mximo posible. En cuanto a m, har lo que Guilsme pidi antes de morir, ir a la Casa del Temple y les contar la historia.

    Tienes razn, es lo mejor asinti Moshe, convencido. Es una suerteque todo este lo dependa del Temple y no del aguacil real. Pero Abraham, haspensado ya con quin vas a hablar? No puedes presentarte all diciendo tengoun muerto que les pertenece...

    No te preocupes, tengo un buen amigo en la Casa, uno de todaconfianza. Pero necesito que me hagas un favor, ten los odos bien abiertos,entrate de si alguien me vio llegar y habla con mi cuada. Puedes contarle queya he llegado, pero que una urgencia mdica me obliga a marchar de nuevo. Nodes demasiadas explicaciones, ser demasiado locuaz es la manera de atrapar aun mentiroso.Abraham despidi a su amigo, dndole las ltimas instrucciones. Despus hizootra visita a la habitacin donde Guils ya no senta dolor ni tristeza. Aquellaforma humana que esconda la sbana haba emprendido un viaje que nadiepoda compartir. Revis de nuevo sus ropas, palpando cuidadosamente cadacentmetro de tela, buscando en las costuras y en los bolsillos, pero no encontrnada. Pens que era posible que todo aquello fuera parte de una alucinacinprovocada por el veneno, pero algo en su interior le deca que era cierto. Una delas razones era la propia muerte de Guils, su asesinato. Se necesitaba una buenarazn para acabar con la vida de un hombre y la existencia de aquel paquetepoda ser una causa legtima para matar.

    Sin embargo, entre las ropas de Guils no haba nada. Abraham se sent allado del cadver e hizo un esfuerzo por recordar. Cerr los ojos y vio a Bernarden la popa de la nave, con el brazo derecho fuertemente apretado contra elpecho. Record los enrgicos paseos del hombre, de popa a proa, de proa apopa y de forma constante y reiterativa, el gesto de su mano izquierda rozandoel pecho, como queriendo asegurarse de que algo importante segua en sulugar. S, estaba seguro de que Guils llevaba algo valioso para l, pero mientrasestuvieron embarcados Abraham haba llegado a la conclusin de que estabapreocupado por la seguridad de su bolsa, algo muy comn en este tipo detravesas, en la que se encontraban rodeados de una tripulacin desconocida y,en muchos casos, proclive al hurto.

    Alguien haba robado a Guils aprovechando su estado o peor todava,alguien haba provocado el estado de Guils para robarle. Ocasiones para

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    hacerlo no haban faltado, ya que desde el momento del desembarco muchagente se haba acercado al enfermo. La historia iba cobrando forma en la mentede Abraham... Guils haba gritado un nombre en su agona, Guillem, le pedaque avisara a un tal Guillem, pero Guillem qu, era un nombre comn que no leproporcionaba ninguna pista. Tena que actuar con prudencia, la intensaangustia de Bernard indicaba que aquel lo por lo que haba muerto tena unagran importancia y un gran peligro. Abraham quera cumplir sus ltimosdeseos, pero su informacin era escasa, casi mnima. Despus de unos minutosde reflexin, el anciano judo tom una decisin, tom su capa y sali de la casa.La tarde empezaba a caer. Tena que apresurarse, no poda arriesgarse a quecerraran el Portal del Castell Nou y le impidieran salir hasta la maanasiguiente. A Dios gracias, la Casa del Temple estaba muy cerca y no tardara nicinco minutos en llegar hasta all. No se encontr con nadie conocido, a esa horala gente acostumbraba a recogerse y las patrullas de vigilancia an estaranapurando los ltimos instantes en alguna taberna, antes de empezar la ronda dela noche.

    Su mente no dejaba de trabajar. Guillem?... El maestre provincial sellamaba as, Guillem de Pontons, pero... era realmente el hombre al que serefera Guils? Tendra que improvisar sobre la marcha.

    Abraham tena muy buena relacin con los templarios de la ciudad. Ensu calidad de mdico haba atendido a muchos miembros de la milicia quehaban solicitado sus servicios. Siempre haba sido tratado con respeto y afecto,y no haba que olvidar las intensas relaciones que el Temple mantena con losprestamistas del Call, ambas partes se beneficiaban de aquella relacin y hacanexcelentes negocios.

    Se par en seco, deteniendo el ritmo de sus pensamientos. Tena ladesagradable sensacin de que alguien lo segua, pero slo logr observar, enmedio de la creciente oscuridad, un juego de sombras dispersas, casi inmviles.Hubiera jurado que en tanto se giraba, la sombra de un aleteo de capa se habamovido a sus espaldas, desapareciendo en un instante y disolvindose en unrincn oscuro, como un espejismo. El silencio era total, vaco de cualquiersonido familiar.

    Abraham apresur el paso, cindose la capa a su delgado cuerpo. Unescalofro le haba recorrido la espina dorsal y estaba seguro de que no era acausa del fro, era simplemente miedo. Se reconoci asustado, muy asustado ydemasiado viejo para aquel tipo de experiencias. En la penumbra, a pocospasos, reconoci la imponente mole de las torres del Temple y respir aliviado,ellos sabran qu hacer y cmo actuar.

    Una sombra extraa se dibujaba en un muro sin que luz alguna ayudaraa proyectarla. Pareca una mancha de la propia piedra, castigada por las lluviasde siglos. Cuando Abraham desapareci por el portn del Temple, una brisasilenciosa arranc la sombra de la piedra, desvanecindose.

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    Captulo III

    Guillem de Montclar

    Primeramente, os preguntaremos si tenis esposa o prometida que pudiera

    reclamaros por derecho de la Santa Iglesia. Por que si mintierais y acaeciera que maanao ms tarde ella viniera aqu y pudiera probar que fuisteis su hombre y reclamaros porderecho de la Santa Iglesia, se os despojara del hbito, se os cargara de cadenas y se oshara trabajar con los esclavos. Y cuando se os hubiera vejado lo suficiente, se osdevolvera a la mujer y habrais perdido la Casa para siempre. Gentil hermano, tenismujer o prometida?

    Se levant del banco de piedra y volvi al ventanuco. Exactamente seispasos, multiplicado por las veinte ocasiones en que haba hecho el trayecto,daba como resultado ciento veinte pasos. Y como en las veces anteriores, ech

    un vistazo al exterior. Contempl la torre del monasterio de Sant Pere de lesPuelles, la que llamaban Torre dels Ocells, aquel enorme convento habadado vida a todo un barrio. Tierras y molinos, muchos molinos cerca de lasaguas de la corriente del Rec Condal.

    El molino en que se encontraba, propiedad del Temple, haba sido puntode encuentro de innumerables citas con Guils, porque era uno de sus lugaresfavoritos para tratar de temas delicados.

    Vers, muchacho, a quin se le puede ocurrir que dos malditos espascomo nosotros, se renan en este viejo molino? Adems como es nuestro, todoqueda en familia y nadie nos va a molestar, pensarn que somos miembros

    selectos del sector jurdico de la orden, enredados en algn pleito con lasmonjas del monasterio por cualquier trozo de tierra, como siempre lecoment Guils con sorna, al ver su expresin perpleja la primera vez quequedaron citados all.

    No era un mal lugar, haba reconocido Guillem, un espacio tranquilo ybastante solitario a excepcin de las inquisitivas miradas de sus hermanos delTemple que se ocupaban del molino. Sin embargo, en aquel momento Guillemde Montclar estaba realmente preocupado por la tardanza de su superior. Noera habitual que ste llegara tarde a una cita y record los consejos de Guilsreferentes al tema.

    Una demora de quince minutos es motivo de grave preocupacin, ymedia hora equivale a la alerta mxima y a prepararse para correr en direccincontraria. Mtetelo en la cabeza, chico, es posible que alguna vez te salve lavida. Guils le insista, una y otra vez, en tono doctoral.

    Sin embargo, haban pasado cuatro horas y Guillem segua all, pegado alventanuco, negndose a aceptar que hubiera podido pasar algo grave, algorealmente grave.

    Pens en Bernard Guils. Trabajaba con l desde haca cinco aos y habasido su mentor, su maestro de espas, todo lo que saba se lo deba a l.Representaba la figura paterna que jams haba conocido o que ni siquiera

    poda recordar. Su padre haba sido asesinado cuando l contaba apenas diezaos y su madre se haba acogido a la proteccin del Temple de Barber, el

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    lugar de donde proceda su familia. Berenguer de Montclar, su padre,perteneca a la nobleza local y siempre haba sido un hombre del Temple, unfiel servidor de la orden y por ello, a su muerte, los templarios se haban hechocargo del pequeo Guillem, de su educacin y de su vida. Se haban convertidoen su nica familia conocida. Cuando cumpli catorce aos, resolvi un extraocaso que tena a su orden muy preocupada y sus maestros observaron en l unacapacidad especial, un sexto sentido, como deca su tutor. No tardaron enponerle en manos de Guils.

    La ausencia de Bernard se le haca insoportable y una profundaperturbacin interior le mantena paralizado. Guils, Guils, Guils, dndedemonios te has metido, pensaba con la inquietud y el miedo inundndole elnimo. No era posible que le hubiera sucedido nada malo, a l no, poda contodo, era la persona con ms recursos que haba conocido en su corta vida, elms listo. Intentaba por todos los medios hallar una respuesta lgica y razonadaa aquella demora, y no la encontraba.

    Haca poco ms de un mes que Guillem haba recibido instrucciones deGuils a travs de un emisario tunecino. Estaba en la encomienda de Barber,adonde Bernard sola enviarlo para que se tomara un respiro: A las races ledeca, hndete en las races para no olvidar quin eres. El mensaje cifrado nodaba muchas explicaciones, como siempre, slo las necesarias. Era untransporte prioritario con el sello de la ms alta jerarqua. Saba el da probablede la llegada de la nave de Guils, siempre que no hubiera tormentas ohuracanes, naufragios o asaltos de los piratas. Por esta razn, llevaba unasemana en la ciudad, vagabundeando por el puerto y la zona martima,escuchando rumores y avisos de la llegada a puerto de las diferentesembarcaciones. Saba que Bernard viajaba en un barco veneciano porque estabaconvencido de la capacidad de los venecianos para no ver nada ms queaquello que les era necesario: una buena bolsa bien repleta y no habrapreguntas ni interrogatorios. Y tambin saba algo que hubiera preferidoignorar: que Bernard Guils no iba a aparecer por el molino, algo terrible habasucedido y tena que ponerse en marcha de inmediato. Ya no importaba elhaber visto con sus propios ojos la llegada de la nave veneciana al puerto y laactividad que su arribada produca, las correras de mozos de cuerda ybarqueros, de mercaderes y prestamistas. Nadie se haba fijado en l, con suapariencia de joven inexperto y despistado, quizs hijo de algn comerciante.Pero l se haba fijado en todo y en todos, como le haba enseado Guils,comprobando que no haba ningn motivo de preocupacin, y que todo parecaen orden. Y siguiendo sus instrucciones, antes de que salieran las barcas enbusca de los pasajeros, se apresur a llegar al lugar de la cita. Y all segua, perola demora de Guils indicaba que s haba motivos de preocupacin y que nadaestaba en orden.

    Sali del molino y respir hondo. No era momento de vacilaciones, ycaminando a buen paso, sin correr para no llamar la atencin, se encamin denuevo hacia el puerto.

    Tena que empezar desde el principio, sin sobresaltos, poner en marchalo que Bernard le haba enseado todos aquellos aos. Sin embargo, la actividad

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    no disminuy la intensa sensacin de soledad que se abra paso en su plexosolar, como si un vaco intenso se agrandara en su interior. Quizs aqulla noera la nave en que viajaba su compaero? Era posible que algn problema lehubiera obligado a subir a otra nave?

    El alfndigo de Barcelona, l'alfondec, segua siendo un hervidero deactividad. Su nombre derivaba del rabe, alfondak, que significaba posada,pero era mucho ms que eso. Era un edificio, o mejor un grupo deconstrucciones que se situaban alrededor de un gran patio central, donde losCnsules de Ultramar ejercan su cargo y que al mismo tiempo serva deposada, de almacn para los mercaderes, y donde se podan encontrar todos losservicios necesarios: baos, hornos, tiendas, tabernas e incluso capilla. Era elcentro neurlgico de la actividad mercantil y portuaria.

    Guillem, todava conmocionado, se adentr en el torbellino de gentes eidiomas diferentes, cruzndose con un nutrido grupo de marineros que sedirigan en tropel a la taberna ms prxima. Se acerc al lugar donde el Templetena su mesa propia y sus oficiales vigilaban y controlaban sus envos a TierraSanta. Frey Dalmau, un maduro templario encargado de todas las transaccionesque all se realizaban, lo vio acercarse con una sonrisa. Sus largas barbas y lacruz roja en su capa blanca eran seal inequvoca de su condicin, a diferenciade Guillem que, por su especial trabajo, poda parecer cualquier cosa aexcepcin de un caballero templario.

    Frey Dalmau le miraba con una sonrisa en los labios. Conoca a aquelmuchacho desde que era un cro, desde los viejos tiempos en que visitaba laencomienda de Barber.

    Vaya, vaya, hermano Guillem, en los ltimos tres aos no te habavisto tanto como en el da de hoy. Me alegro de tu visita a este viejoadministrador.

    Buen da, hermano Dalmau, vengo en busca de un poco deinformacin.

    Informacin? repiti frey Dalmau. Me parece que tratndose deti, poca informacin es un trmino muy extenso. Tenis razn, poca o mucha,necesito informacin. Esta maana, rondando por aqu, he visto arribar a unbarco veneciano. Habis visto algo de inters en su llegada?

    Frey Dalmau lo observ con atencin, haba algo ms que preocupacinen la mirada del joven, quiz miedo, pens. Lleg un barco veneciano, estisen lo cierto. Su capitn es un tal D'Amato, creo. Traa pasajeros, he vistodesembarcar a dos frailes predicadores, a un judo, a un comerciante llamadoCamposines al que conozco, uno de los pasajeros pareca enfermo, acasoborracho, no lo s. Armaron un gran revuelo para sacarlo de la barca. Elhombre pareca inconsciente.

    Hermano Dalmau Guillem sinti un viento helado en lospulmones, necesito que hagis un esfuerzo de memoria y, conociendovuestras habilidades, s que podis hacerlo mucho mejor.

    Estis preocupado, muchacho, algo os perturba y sera mucho mejorque fueseis al grano y me preguntarais qu es, exactamente, lo que querissaber.

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    Quiero saber todo lo que recordis de cada uno de los viajeros quetransportaba esta nave, de todos los que desembarcaron.

    Guillem intentaba controlar su impaciencia, el miedo a tener que or algoque no deseaba escuchar. Tengo que calmarme, no crear sospechas intiles yaveriguar todo lo que pueda, se dijo a s mismo.

    Est bien, har lo que me habis pedido. Veamos: la primera barcavena bastante llena, daba la impresin de que todos tenan mucha prisa pordesembarcar. Ya os he dicho que bajaron dos frailes, uno bastante viejo y otro

    joven, de vuestra edad aproximadamente. El viejo estaba encolerizado y semarch dejando plantado al joven; otro hombre, de mediana edad, que cojeabalevemente y se qued por all, curioseando; un anciano judo arrastrando a unhombre inconsciente y dos, quiz tres tripulantes; el comerciante Camposines yel capitn, la barca era de Romeu, a veces trabaja para nosotros, pero elbarquero era nuevo, un chico joven.

    Y el enfermo? Os fijasteis en l, pudisteis ver cmo era? Senta queel pulso le golpeaba en las sienes, que estaba a punto de estallar.

    Era un hombre maduro. Frey Dalmau haba cambiado el tono devoz, ms grave, aunque el joven no lo percibiera.

    Nada ms? Maduro y nada ms?Alto y muy corpulento, se necesitaron varios brazos para sacarlo de la

    barca. Y era tuerto. Llevaba un parche oscuro sobre uno de sus ojos. Eso es lonico que os puedo decir.

    Guillem tuvo la impresin de que el mundo acababa de caerle encima.Todo el peso de aquel siglo estaba sobre sus espaldas, a punto de tumbarle, dedejarle sin respiracin. Hizo un inmenso esfuerzo para sobreponerse, para nomanifestar sus emociones, pero frey Dalmau percibi su dolor.

    Sentaos, Guillem. Le pas un brazo por los hombros, guindolehacia su silla de contable. Este hombre pareca muy indispuesto, pero noconozco la causa ni la gravedad de su enfermedad. El anciano judo estabapendiente de l, vi cmo hablaba con Camposines y ste le proporcionaba unmozo de cuerda para transportar al enfermo. Marcharon los tres, mozo, ancianoy enfermo, el pobre judo pareca no poder con su alma. Y ahora, decidme ques lo que os perturba tan profundamente, muchacho, que aunque sepa quevuestro trabajo no os permite confianzas, os ayudar en lo que pueda.

    Todo daba vueltas en la cabeza de Guillem de Montclar, joven espa delTemple, y la realidad se abra paso lentamente, con esfuerzo. La soledad ya noera una simple sensacin, era algo palpable y espeso que ya nunca leabandonara. Y la realidad le indicaba que estaba obligado a actuar, encontrar aGuils vivo o muerto, aunque todas las seales le llevaban a pensar, con infinitatristeza, que su maestro haba emprendido un viaje al que l no podaacompaarle.

    Os agradezco vuestra ayuda, frey Dalmau. La voz an dbil einsegura. El joven sala de su conmocin, nadie le haba preparado para ungolpe as y le costaba adaptarse a una situacin de la que desconoca todas lasnormas. Por primera vez, era Guils quien le necesitaba all donde estuviera, leexiga una respuesta, la aplicacin de todos los conocimientos que, ao tras ao,

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    le haba transmitido. Por primera vez, la vida le peda un cambio total, el iniciode un nuevo ciclo en el que Guils no estara para guiarlo, para protegerlo. Yestaba asustado, dudaba de su capacidad sin la ayuda del maestro, peronecesitaba encontrarlo. Os agradezco vuestra ayuda, frey Dalmau repitiautomticamente, al contemplar la mirada preocupada del administrador,pero tenis razn, mi trabajo no me permite muchas confianzas. Slo quierosaber si conocis al anciano judo del que me habis hablado.

    Le conozco perfectamente, es un viejo amigo del Temple de Barcelona,muchacho. Su nombre es Abraham Bar Hiyya, uno de los mejores mdicos de laciudad y os lo digo con cono cimiento porque me ha atendido en muchasocasiones. Es un gran amigo de frey Arnau, nuestro hermano boticario, ambosacostumbran a compartir secretos de hierbas y ungentos. Tambin conozcomuy bien al comerciante Camposines, un buen hombre. Os ruego que contiscon mi ayuda.

    Guillem le mir agradecido, no quera preocuparle ms de lo necesario ytampoco poda confiarle sus problemas, porque eso slo conseguira poner enpeligro al administrador. Record una de las frases lapidarias de Guils:Cuantos menos conozcan tu problema, menos muertos en tu conciencia. S,ciertamente, ste era el lado malo de su trabajo, no poda confiar en nadieaunque en aquellos momentos era una condicin difcil de cumplir.

    Se despidi agradeciendo su colaboracin y tranquilizndole con lasprimeras palabras que encontr. Tena que encontrar a Abraham Bar Hiyya,tena que dar con Guils.

    Mientras se apresuraba, dejando el barrio martimo a sus espaldas,reflexion sobre cul tena que ser su prximo paso. Deba detenerse en laCasa del Temple y hablar con el herma no boticario? Dirigirse directamentehacia la judera y preguntar por el mdico? Todos conoceran su domicilio,seguro que era un personaje conocido. Se detuvo, respirando con dificultad.Estaba claro que lo primero que tena que hacer era recuperar el control de susnervios. Si Bernard Guils estuviera a su lado no podra ocultar su decepcinante el comportamiento atolondrado e imprudente de su alumno. Se oblig acontrolarse. Cerr los ojos respirando hondo, sin pensar en nada, permitiendoque su mente se llenara de un nico color, el blanco dominando al negro.

    Una mujer, que pasaba por su lado acarreando un pesado saco, se loqued mirando, perpleja ante su inmovilidad. Le pregunt si se encontraba bieno si necesitaba ayuda. Guillem le contest, amablemente, que estaba bien, quehaba tenido un ligero mareo, y ya estaba casi recuperado. La mujer se alej,mirndole, poco convencida de sus palabras. l todava se qued all, inmvil,durante unos instantes. Despus sus facciones se endurecieron y emprendi lamarcha sin vacilar. Algo haba cambiado en su interior, ya no haba lugar parael muchacho que unos segundos antes ocupaba su lugar.

    La tarde declinaba cuando lleg al barrio judo y se dio cuenta del tiempoque haba perdido esperando intilmente en el molino, un error que no debarepetir. Se cruz con un hombre de mediana edad al que detuvo para preguntarpor la casa del mdico.

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    Aqu mismo, en la calle de la Gran Sinagoga, a la vuelta de la esquina.Pero me temo que no vais a encontrarle, Abraham est de viaje a Palestina, haceya mucho tiempo que parti y no sabemos nada de l. Vaya a saber, un hombrede su edad y enfermo emprendiendo un viaje tan peligroso. Guillem se dirigial lugar sealado, una respetable casa de dos pisos, muy cerca de una carnicera

    juda. Llam y esper, sin or ningn ruido, la casa pareca vaca. Esper yvolvi a llamar, sin resultado. Bien pens, continuaremos con la segundaopcin, la Casa del Temple y el hermano boticario. Se dio la vuelta y observ, asu izquierda, una sombra que pareca querer ocultarse en el rincn ms alejado.Alguien estaba espiando la casa de Abraham Bar Hiyya. O tal vez le estabansiguiendo a l? Preocupado, pens que se estaba saltando todas las normas deseguridad desde primeras horas de la maana y que si alguien estuvierainteresado en matarle, hubiera podido hacerlo quinientas veces, con todatranquilidad.

    Soy un perfecto imbcil! murmur. Si la vida de Bernard hubieradependido de m, l mismo me habra asesinado por inepto. Tengo queempezar a actuar con la cabeza!

    Bien, si alguien le segua ahora se dara cuenta muy pronto, y si vigilabanla casa del judo lo tendra presente. Se encamin hacia la Casa del Temple deBarcelona, con los ojos bien abiertos y enfadado consigo mismo.

    El gran convento templario de la ciudad estaba construido en losterrenos suroccidentales de la muralla romana, en las torres denominadas denGallifa, a las que la misma muralla serva como muro protector. En realidad, laCasa madre se hallaba a unos kilmetros de la ciudad, en Palau-Solit: allestaba el centro administrativo y neurlgico de la encomienda desde hacamuchos aos. Sin embargo, poco a poco y por razones prcticas, debido a susgrandes intereses en la ciudad, el convento de Barcelona haba tomado mayorimportancia.

    Al llegar, Guillem pregunt por el hermano Arnau, el boticario, y leindicaron unas dependencias situadas en un extremo, muy cerca del huerto. Sedirigi all y llam a la puerta. Una voz le invit a pasar.

    Entr en una amplia habitacin muy iluminada, atestada de libros yfrascos, con un intenso aroma a especias y hierbas medicinales. Dos ancianos lecontemplaban con curiosidad. Uno de ellos, vestido con el hbito templario ysentado en un desvencijado silln, tomaba un brebaje humeante. Sus pequeosojos azules parecan no corresponder a su rostro curtido, de facciones cortantesy con unas inmensas barbas grises. El otro anciano era, sin lugar a dudas, un

    judo. Su capa con capucha y la rodela roja y amarilla no permitanequivocaciones. Tambin sostena un tazn en la mano, dando la impresin deuna gran fragilidad, quiz por su extrema delgadez y el color plido de su piel.Eran muy diferentes uno del otro y sin embargo, Guillem tena la sensacin deencontrarse ante dos hermanos, como si un hilo invisible de familiaridad lesuniera.

    Adelante, joven, adelante. Qu os trae por aqu? La voz de freyArnau era suave y afectuosa. Entrad y sentaos, si podis encontrar algo conqu hacerlo, tengo que ordenar esta