el templario michael bentine

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En el año 1180, la llegada de untemplario herido hace que Simon deCreçy un joven feudal normandoeducado por su tío, se enfrente a laverdad que rodea el misterio de sunacimiento y su futuro, «arrojado alcrisol del destino». Cumpliendo losdeseos de su padre, ingresará en laOrden del temple, aprenderá el artede la guerra y de la paz y lasresponsabilidades de un caballero,así como los secretos de laconstrucción de la gran catedralgótica de Chartres. Una vezpreparado para el combate, partirá

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hacia Tierra Santa durante laTercera Cruzada.Michael Bentine, famoso por ser unprestigioso profesional de la radio yla televisión, ha dedicadorecientemente sus energías a laescritura. Fruto anterior a Eltemplario es la novela The Condorand the Cross, en la que recreaba elmundo del conquistador FranciscoPizarro.

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Michael Bentine

El templarioePUB v1.0

RufusFire 03.09.12

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Título original: TemplarMichael Bentine, 1988Traducción: Jordi Arbonés, 1994Ilustración de portada: FerranCartes/Montse Plass

Editor original: RufusFire (v1.0)Corrección de erratas: arantePub base v2.0

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Para mi lady Clementine con amor

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PRÓLOGO

El otoño se insinuaba serenamentesobre Normandía en el año del Señor de1180. La foresta del norte de Francia sedespojaba perezosamente de sus hojascrujientes, antes que los vientos del mesde noviembre dejaran sus ramasdesnudas. Los bosques se encontrabanconvertidos en una maraña de arbustossecos; el suelo, abrigado por unacubierta de marga. El humo de lascarboneras planeaba inmóvil a la alturade un hombre, aportando a la escena unaespecie de magia así como una

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protección para los venados.A lo lejos sonó un cuerno de caza.

El repicar de cascos, el crujir de ramasy de matas aplastadas, anunciaba lallegada de una partida de caza. A lacabeza del grupo, cabalgaba a una millade distancia un ansioso doncel, montadoen un caballo de guerra castaño. Laflamante cazadora de ante que lucía y lasmagníficas botas de montar lo señalabancomo miembro de una familia feudal; asílo confirmaba también el espléndidocaballo.

La emoción animaba su bello rostro;sus muslos enfundados en cuerooprimían el cuerpo de la cabalgadura

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como si estuviese soldado a la silla dealto pomo. El castaño cabello rizado deljoven normando era exactamente delmismo tono que el pelaje de su monturay sus ojos de color verde azuladoestaban encendidos por el ardor de lacacería. Hubiera sido difícil de adivinarcuál de aquellos dos magníficosanimales disfrutaba más de la cacería.Ambos se encontraban inmersos en eléxtasis del esfuerzo.

Simon de Creçy tenía exactamentediecisiete años en aquella fresca mañanade octubre. El atuendo de piel de anteera un presente de cumpleaños de su tío,sir Raoul de Creçy. El corcel, Pegaso,

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había sido el regalo de su tío del añoanterior. Jinete y montura constituían unequipo inseparable, potencialmente unarma mortal en las guerras medievales,donde los jinetes vestidos con armaduraeran la punta de lanza en el ataque.

Al salir al claro, Simon tiró de larienda de Pegaso. En aquel momento unviejo ciervo real con la cornamentadañada salió de su escondite en elextremo opuesto del raso.Silenciosamente, Simon descolgó de suhombro el arco galés, un arma pocousual para ser usada por un caballeronormando. Apoyo el cabo de una flechade una yarda a la cuerda del arco. El

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enorme animal se detuvo, husmeando elaire saturado por el humo. La vacilaciónde aquella criatura fue su errordefinitivo. Los oídos del venadocaptaron el zumbido de la cuerda delarco al tiempo que la pesada flechacruzaba velozmente el claro. Llegó alblanco con un golpe seco, al clavarse enel corazón del animal hasta elnacimiento de las plumas de ganso.

Durante un instante de agonía, elviejo venado retrocedió, a la vez que sedaba vuelta para huir; pero el peso de larota cornamenta le hizo desplomarsesobre el suelo, con los ojos castañosvelados ya por la muerte. Simon de

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Creçy cruzó a su vez el claro al trote,con el cuchillo de caza listo para elgolpe de gracia. No fue necesario. Elciervo real estaba muerto. El jovendesmontó y cayó de rodillas junto a supresa, al tiempo que, sorpresivamente,elevaba una plegaria por el espíritu quehabía abandonado el cuerpo del animal.Lo había ultimado porque sabía que undestino más cruel esperaba al viejociervo, ahora que su larga vida habíavuelto más lentas sus reacciones.

—Mejor una rápida muerte medianteuna flecha de punta ancha, que un finpenoso entre las fauces de los podencosdel tío Raoul murmuró.

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Simon alzó el cuerno de caza paralanzar una llamada que convocara alresto de la partida, cuando otro sonidollegó a sus oídos.

El doncel en seguida lo reconociócomo el choque de armas, confirmadopor el débil grito de:

—¡A moi! ¡A moi!El lejano grito provenía de una

cañada en el límite del bosque. Simonsubió de un salto a la silla, espoleando asu corcel hasta que se puso al galopepara llevarlo entre los arbustos con lavelocidad de un bote a través de larompiente. Al mismo tiempo, lanzó unallamada apremiante dirigida a los

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cazadores que le seguían.Simon salió del sotobosque y se

encontró ante una dramática escena. Unjinete alto, corpulento, embozado en unacapa con capucha de peregrino, sedebatía con un grupo de ladrones. Leatacaban por todos lados, mientras élhacía corcovear a su montura paraenfrentar el ataque.

La presunta víctima iba armada conuna pesada espada, que manejaba consoltura, mientras los atacantes tratabande hacerle caer de la silla condesesperación. La mayoría de losasaltantes estaban armados con dagas osables cortos. Un atacante gigantesco

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blandía un garrote con clavos en lapunta. Otros dos permanecían apostadosa cierta distancia, buscando un espacioabierto para lanzar sus flechas. Dos delos ladrones se desangraban por lasheridas abiertas por el diestroespadachín. Un tercero estabaarrodillado, agonizando, con las manoscerradas sobre las entrañas que salíanpor el abierto vientre.

Simon extrajo una flecha de unayarda. En aquel preciso instante, uno delos arqueros disparó: su saeta se clavóen el hombro del peregrino. Al caer elherido, se desplomó también suencabritado corcel, lanzando un relincho

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de dolor por el golpe recibido en unanca. El caballo cayó sobre el jinete,que quedó atrapado bajo el animal.

Con un alarido, el resto se abalanzósobre él. Su jefe, un individuogordísimo, levantó el facón para ultimara la víctima. De repente, los ojos se lesalieron de las órbitas al tiempo que laflecha de Simon se le clavaba en elvientre. Aun antes de caer, chillando,una segunda flecha del arco de tejo deSimon atravesaba el cráneo del jubilosoarquero, sobresaliendo un palmo por elotro lado de su cabeza. Los asaltantessobrevivientes huyeron. Una terceraflecha se clavó en el hombro del gigante

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en retirada. Con un alarido de dolor, sevolvió y, dominado por la rabia, seabalanzó sobre Simon, al tiempo queblandía su garrote.

Antes que el joven normandopudiese disparar, dos flechas salieronsilbando del bosque, para hundirse en elcuello y el pecho del ladrón gigante. Apesar de todo, permaneció en pie,rugiendo desafiante.

Un alto caballero de pelo blancosalió al galope de la foresta, mientrasespoleaba a su corcel que galopabadirectamente hacia el Goliat. Con ungolpe de su espada, sir Raoul de Creçycercenó la cabeza bamboleante del

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bandido, la cual cayó rodando a travésde la cañada.

Al igual que un árbol bajo el hachadel leñador, el decapitado tronco delgigante se abatió sobre el suelo. El altojinete frenó a su montura y saltó de lasilla para arrodillarse junto al peregrinoherido. Simon desmontó para ayudarle.El resto de los señores que integraban lapartida de caza salieron en persecuciónde los bandidos que huían para darlesrápida muerte a punta de espada. En laFrancia del siglo XII, la justicia erapronta y terrible. El sistema feudaladministraba la justicia en los estratosaltos, medianos y bajos. La espada, el

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hacha y la soga de cáñamo eran losúnicos árbitros de la ley.

Simon liberó el caballo herido de suagonía, con la ayuda de dos monteros;después levantaron su enorme peso deencima del jinete caído. Mientras tanto,Raoul de Creçy cortó cuidadosamente laflecha, para extraer acto seguido el restopor la parte posterior del hombro delherido. Medio aturdido, el peregrino, unsexagenario de fuerte constitución, abriólos ojos e hizo una mueca de dolor, peroningún gemido salió de sus labios.

Mientras su mirada se fijaba en elrostro del viejo De Creçy, una sonrisase dibujó en sus curtidas y bronceadas

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facciones.—¡Raoul! —exclamó con voz ronca

—. ¡Por fin!El caballero normando asintió con

su cabeza de blanca melena.—Bernard de Roubaix —dijo, con

voz suave—. Se te ve como un peregrinoinverosímil.

Simon abrió desmesuradamente losojos con admiración cuando su tíodespojó al peregrino de su capa, paradejar a la vista una larga sobrevestablanca. Estaba profusamente manchadade sangre, cuyo color competía con elcarmesí de la ancha cruz cosida en laparte anterior. Bajo la túnica brillaba

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una cota de malla, que había protegido asu portador del peor de los mandoblesde sus asaltantes. Sólo la flecha habíaperforado la cota de malla.

—¡Sois un templario, señor! —exclamó Simon.

Debajo de la palidez grisáceacausada por la impresión, el rostro delcaballero herido se ruborizó conorgullo.

—¿Éste es el muchacho? —musitó—. ¡Se parece a su padre!

Raoul de Creçy asintió con la cabezamientras vendaba el hombro deltemplario.

—Simon te salvó la vida, Bernard.

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Cuando yo llegué, todo había terminado.¡El muchacho se portó bien!

El rostro del caballero herido,surcado y fruncido por cicatrices deantiguas contiendas, se distendió conadmiración.

—Es el destino, Raoul —murmuró—. ¡Inshallah!

Luego perdió el conocimiento.

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1LA LLAMADA A

LAS ARMAS

Durante cinco días y cinco noches,Raoul de Creçy y su sobrino lucharonpor la vida del templario. La flechaherrumbrada había provocado unatremenda infección que hizo elevarpeligrosamente su temperatura. Durantehoras, el templario estuvo delirando confrenesí.

El quinto día, la fiebre cedió.Bernard de Roubaix yacía en su lecho de

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enfermo, débil como un cachorro deleón recién nacido. Durmió el profundosueño reparador de aquellos queregresan del oscuro corredor de lamuerte. Las pociones y cataplasmas delhermano Ambrose, preparadas conhierbas cultivadas en el huerto de laabadía cercana, habían resultadomilagrosamente efectivas. Sin embargo,sin el devoto cuidado de los Creçy, elherido caballero no habría sobrevivido.

Simon estaba fascinado por sumisterioso huésped, pero su tío le diosólo los detalles más escuetos sobre eltemplario.

—Bernard de Roubaix es un viejo

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camarada de lucha, de la época en queservía en la segunda Cruzada. Hacía másde dieciséis años que no nos veíamos.Yo ignoraba que había vuelto de TierraSanta.

—¿Le conocía mi padre? —inquirióSimon, siempre interesado en sabercosas relacionadas con sus difuntospadres, a ninguno de los cualesrecordaba.

—En efecto, tu padre le conocía muybien. Ningún hombre podría desear unamigo más leal que Bernard de Roubaix.

—¿Estaba él con mi padre cuandofalleció?

El muchacho estaba ansioso de saber

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más.—¡No! —respondió el mayor de los

Creçy—. ¡No estaba! —La actitud delcaballero normando se tornó esquiva—.Basta de esto, Simon. Cuando DeRoubaix esté mejor, tendrá muchascosas que contarte. Hasta entoncesdebes ser paciente.

—Pero es que sé tan poco sobre mispadres... —protestó su sobrino.

El rostro del viejo caballeromantuvo una expresión severa.

—Ya te he dicho, Simon, que en elmomento oportuno conocerás más cosassobre este particular. Hasta entonces,debes esperar. A los caballeros

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templarios se les ha ordenado hacersecargo de tu formación. Sin duda tesorprende que la gran riqueza de lostemplarios asuma todos los gastos de laDe Creçy Manor, desde elmantenimiento total de la finca hasta lamanutención y hospedaje de los criados.Cuando Bernard de Roubaix se hayarecuperado, te lo explicará todo. Paraeso ha venido.

Su sobrino parecía estupefacto.Raoul le sonrió con afecto.

—Bernard se dirigía hacia aquícuando le salvaste la vida. Ahora tienela intención de llevarte de vuelta con él,a la sede central de los templarios, en

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Guisos.Simon se quedó absorto, mientras su

mente era un remolino a causa del efectode las palabras de su tío.

La vida del joven caballeronormando, desde la infancia hasta elmomento presente, había quedadocircunscrita a De Creçy Manor y susalrededores. Todo había sido regido porla ordenada sucesión de las estaciones.

En la primavera, se sembraba ynacían los corderos. El verano aportabaabundancia de trigo, cebada y avenaque, juntamente con el ganado y lashortalizas, constituían el alimentoprincipal de la familia feudal y su

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impresionante legión de vasallos ysirvientes.

El feudo se hallaba situadodemasiado al norte para producir uvaspara la elaboración de vino, pero lasfincas contaban con magníficosmanzanares que brindaban a la casa delviejo caballero y a las gentes de losalrededores excelente sidra. La lecheera abundante y con la rica crema deNormandía se producía una deliciosavariedad de aromáticos quesos.

La educación escolar de Simonhabía sido intensa, como si su tíodeseara llenar la cabeza del muchachocon la mayor cantidad de conocimientos

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que fuera posible.Por lo tanto, desde temprana edad

tomó parte activa en las duras tareas delcultivo de la tierra y en la actualidadcolaboraba en el buen funcionamiento decada rama del feudo, desde elapareamiento del ganado lanar y vacunohasta el de los grandes caballos deguerra por los que Normandía erafamosa.

Simon era una honra para Raoul deCreçy y un magnífico ejemplo para losjóvenes feudales normandos. Su vidaestaba plenamente ocupada desde lasprimeras horas del alba hasta elmomento de quedarse dormido poco

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después de la puesta del sol, junto alrugiente hogar del salón de la mansión.

Durante su ordenada y jovenexistencia nunca había sucedido nada tansúbito y dramático como la llegada deltemplario herido. Ahora, de pronto, todosu futuro había sido arrojado al crisoldel destino.

Simon sospechaba que lascircunstancias de su nacimiento fuerondeliberadamente envueltas en elmisterio. Por supuesto, le consumía lacuriosidad por descubrir la verdad. Sinembargo, la novedad de que la famosaorden militar de los caballerostemplarios había sido responsable de su

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instrucción estricta e insólita en DeCreçy Manor le había causado unaprofunda impresión.

El muchacho siempre había pensadoque su tío Raoul era su padre sustituto.Amaba al viejo caballero con unalealtad a toda prueba y aceptaba todocuanto el viejo De Creçy decía como lapura verdad.

Su tutor le devolvía su devoción yhabía dedicado toda su vida, desde elnacimiento del chico, a su formación,educación y bienestar, tratándole comosi fuera su propio hijo.

Debido a severas heridas sufridasdurante la segunda Cruzada, Raoul de

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Creçy no pudo engendrar hijos. Elcaballero normando aún cojeaba a causadel lanzazo del sarraceno que le habíatirado del caballo y robado sumasculinidad.

Durante años, le había torturado laperspectiva de tener que contarle laverdad a su protegido sobre sunacimiento. Ahora el momento estabacerca.

Con los fondos generosos de lostemplarios, De Creçy había podidoeducar a Simon hasta el filo de la edadadulta, brindándole todas lasoportunidades posibles para aprender elarte de la guerra y de la paz, al tiempo

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que le enseñaba las responsabilidadesde un caballero.

Desde la época que el muchachotuvo fuerza suficiente para portar armas,el viejo cruzado le fue transmitiendo lashabilidades que él había aprendidoluchando en Tierra Santa. Raoul sabíaque muy pronto le perdería, parasometerse al entrenamiento militar acargo de los templarios, y aquelconocimiento le dolía en lo másprofundo de su corazón.

El décimo día, Bernard de Roubaixse encontraba con fuerzas suficientescomo para abandonar el lecho deenfermo y tomar un baño. Una enorme

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tina de roble, hecha con medio tonel desidra, fue llevada rodando hasta sudormitorio. En seguida la llenaron dehumeante agua caliente generosamentearomatizada con hierbas del hermanoAmbrose, incluyendo su remediopreferido, un extracto de AqueaHamamelis, destilado de la planta delsortilegio, la antigua loción romana paralos miembros acalambrados y lasheridas ulcerosas de las batallas.

El cuerpo envejecido del templariollevaba muchas marcas de sus pasadoscombates, principalmente de losencuentros salvajes con los sarracenos.Su tronco vigoroso, atezado, y las largas

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extremidades estaban cubiertos decicatrices. Si bien el anciano caballerohabía perdido peso durante las crisisfebriles, su poderosa constitución aúnexhalaba un aura de gran fuerza.

A los sesenta años, Bernard deRoubaix se encontraba en tan buenestado como cualquier hombre veinteaños más joven. Toda su vida, de laadolescencia en adelante, se habíadedicado a hacer la guerra en nombre deCristo, tanto como cruzado francés ocaballero franco, como, posteriormente,como templario o, para nombrarlos conel título completo: «Los PobresCaballeros de Cristo del Templo de

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Jerusalén».Durante su baño ritual, sólo Raoul y

su pupilo tuvieron permiso para asistir aRoubaix. Ambos sintieron que, mientrasel herido caballero se distendía en elagua caliente, había llegado el momentode que su huésped les contara elpropósito de la misión que le habíatraído de Tierra Santa.

Simon contemplaba al viejotemplario con asombro. De la espesamata de grises y rizados cabellos a laflotante barba blanca, Bernard deRoubaix ofrecía el aspecto de unguerrero avezado de la más estrictaorden militar en las Cruzadas, las

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«Guerras Santas» que habían tenidolugar en Tierra Santa por más de unsiglo. Su nariz rota y la cara llena decosturones estaban curtidas por losincontables días pasados bajo el solpalestino, pero sus brillantes ojoscastaños revelaban humor, compasión yternura en lo más profundo de ellos.

He aquí, pensaba Simon, un monjeguerrero con la bondad y la piedad delverdadero caballero, el código de honordel guerrero de la orden de caballería.Presentía que Bernard de Roubaix era unadalid nato, un paladín que cualquierhombre se sentiría orgulloso de seguir.

Simon poseía un grado de

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percepción muy aguzado para sus añosy, a causa de la instrucción devota de suprotector y tutor hermano Ambrose,también sabía leer y escribir. Eso eraalgo raro en aquellos tiempos. De hecho,Simon sabía escribir y conversar enlatín, francés, árabe e incluso inglés,lengua que le había enseñado Owen elGalés, un viejo arquero cruzado, quetambién le había entrenado en el uso delmortífero arco galés.

En el dormitorio de bajo techo,calentado por un resplandeciente fuegode leños durante el largo inviernonormando, Simon permanecía calladojunto a la tina humeante, que iba

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rellenando constantemente con aguacaliente. Al comprender que, por fin, secorrería el velo de misterio queenvolvía su nacimiento, temblaba deemoción.

Jamás olvidaría aquella noche en elcuarto iluminado por el fuego deltemplario herido, donde vacilaban lassombras, mientras Roubaix remojaba sucuerpo abatido en las calientes ycurativas aguas, y el caballero normandomasajeaba diestramente los anchoshombros de su viejo camarada deluchas.

—¡Ah, Raoul! —exclamó eltemplario, con una sonrisa de

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satisfacción—. Siempre tuviste el donde curar. Deberías haber sido unhospitalario. Esas manos tuyas hancalmado muchos miembros doloridos yllevado alivio a incontables cuerposabatidos.

De Creçy dejó de hacerle masaje ysonrió, con una amplia sonrisa quecuriosamente no alteraba la lívidacicatriz que le cruzaba la boca causadapor el afilado filo de una cimitarrasarracena.

—Cuando estuve prisionero enDamasco, aprendí a hacer masajes de unsanador que conocí allí. Massa es unapalabra árabe, Simon. No sólo significa

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tocar, sino también sanar. Lossarracenos saben mucho más sobre estegran arte que nosotros.

Bernard de Roubaix asintió con lacabeza para expresar que compartíaaquella opinión.

—El propio médico personal deSaladino era oriundo de Córdoba, enEspaña —siguió diciendo De Creçy—.Allí le llamaban Maimónides. Es judío,un verdadero maestro en el arte decurar. Los sarracenos le llaman «Abu-Imram-Musa-ibn-Maymun». Cuenta conla plena confianza de Saladino en cuantoa su notable capacidad para curar, y sele reverencia y respeta en todo el Islam.

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—Pero eso seguro que debe de serbrujería, ¿no? —intervino Simon, contemor ante aquellas palabras.

El viejo templario lanzó unaprofunda y sonora carcajada. —Créeme,joven Simon, todavía tienes mucho queaprender. Ahora escúchame bien. Elpueblo judío es muy antiguo, son losherederos de un vasto caudal deconocimientos que estuvieron casiperdidos para el mundo cuando sequemó la gran biblioteca de Alejandría.

«Desde entonces, sucesivos eruditoshebreos han dedicado su vida apreservar todo el conocimiento queestuvo allí depositado antes de

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producirse aquel imperdonable acto desalvajismo. Maimónides me contó que élestaba convencido de que losconquistadores de Egipto destruyerondeliberadamente lo que considerabancomo conocimientos peligrosos,demasiado valiosos para ser confiados alos profanos.

«Nosotros, los cristianos, lesdebemos a los judíos la visión quetuvieron al preservar el gnosticismo,como lo llaman. Mediante su acto decoraje al salvar el conocimiento secretoque contenía la biblioteca de Alejandría,se ha beneficiado toda la humanidad. Sinsu extraordinario esfuerzo, el

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gnosticismo se habría perdido.Semejante punto de vista sobre los

judíos, Simon nunca lo había escuchadoantes. En la Francia feudal existía unenorme acosamiento dirigido contra elpueblo de Israel, y el joven normandopocas veces había oído hablar en sufavor. Aquellas expresiones halagüeñas,procediendo de una fuente tan eruditacomo lo era Bernard de Roubaix, letomó de sorpresa. Simon resolvió, en losucesivo, revisar su propia actitud haciaaquel pueblo notable.

—No olvides nunca —continuó eltemplario, con el brillo de una místicaluz en sus ojos castaños—, que nuestra

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Madre bendita, la Virgen María, erajudía, como lo era también, porsupuesto, José, su esposo. Sin embargo,el arcángel vino a anunciarle que sóloElla entre toda la humanidad había sidoelegida para dar a luz a Cristo. Ella fuela Inmaculada Concepción.

El silencio entre las sombrasdanzantes del dormitorio iluminado porel fuego fue absoluto, hasta que eltemplario continuó diciendo:

—El Espíritu Santo penetró en elinfante Jesús al nacer, y un rabino judíorealizó el sagrado rito de la circuncisiónen el niño santo.

«Yo nunca me he sumado a la injusta

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persecución de un pueblo tan antiguocomo notable, porque me han enseñadomuchísimo. Maimónides fue amigo míoe instructor, y de él y de su mentorsarraceno, el gran Osama de Isphahan,aprendí muchas de las maravillas delgnosticismo.

El viejo templario escrutó los ojosde Simon.

—Jamás subestimes la sabiduría y lacompasión de los judíos —dijo.

Fue Raoul De Creçy quien rompió elsilencio que se hizo después.

—Este poder para curar, que todavíase enseña entre los judíos en TierraSanta, me lo transmitió una mujer

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extraordinaria, Miriam de Manasseh —explicó—. Si de brujería se trata, sinduda es una extraña manera demanifestar el mal por parte del Príncipede las Tinieblas.

«Maimónides es famoso en todaTierra Santa por el alivio y lascuraciones que ha brindado a lossufrientes y doloridos, sin tener encuenta si eran judíos, gentiles, cristianoso musulmanes. Todos saben que el gransanador está al lado de las fuerzasangélicas, y jamás podría servir a lasoscuras legiones del Infierno.

De Roubaix asintió con la cabeza.—Raoul, mucho es lo que le has

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enseñado al muchacho, pero aún tieneque aprender muchísimas cosas de lasantiguas costumbres y procederes.

Se volvió hacia Simon.—Ven, muchacho, y pon tu mano

entre las mías. Tengo mucho quecontarte, pero primero quiero que hagasun solemne voto de silencio.

—Lo que vos digáis, señor —respondió Simon.

La voz del templario se volviósombría y las sombras de la habitaciónparecieron alargarse.

—Jura por la Virgen María —entonó— y por todo lo que te sea más sagradoque, sea lo que fuere lo que te revele,

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será, eternamente, tu secreto y el mío.Jura que guardarás silencio con respectoa su contenido, para siempre.

El viejo caballero siguió diciendocon gravedad:

—Si alguna vez rompieras este votode silencio, debes tener en cuenta que teserá cortada la lengua para ser enterradaen las arenas de la playa, donde lasaguas alcanzan la altura mayor en lasmareas. Simon de Creçy, ¿aún deseashacer el voto?

—Sí, señor —respondió Simon convoz ronca, impresionado por laseveridad de la pena.

—Entonces, júralo sobre la

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empuñadura de mi espada de templarioque, al sostenerla enhiesta se convierteen el símbolo de la cruz, en que NuestroSeñor Jesucristo fue crucificado.

De Creçy, que había presenciado elritual de toma del juramento en silencio,entregó a Simon la pesada espada con elpuño en cruz. El joven normando repitiósolemnemente el voto y besó laempuñadura de bronce. Hecho esto,ambos caballeros se mostraronvisiblemente aliviados.

—Simon —dijo el templario—, todocuanto te diré es la pura verdad.Primero, tu nombre no es De Creçy, yRaoul no es tu tío.

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Simon lanzó una mirada sorprendidaa su padre sustituto.

—Eso no quiere decir que el amorque os tenéis sea menos auténtico —continuó De Roubaix—. Raoul lo hasido todo para ti. Si hubiese tenido unhijo, no podría haberlo amado más.

—Lo sé —murmuró Simon, con vozahogada.

—En segundo lugar —dijo eltemplario—, tu padre está muerto.

—Pero eso debió de suceder hacemucho tiempo.

El comentario del joven normandofue hecho con el tono de una pregunta.

—No —respondió Roubaix—.

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Apenas ha transcurrido un año desdeque ocurrió su muerte, en Damasco. Poreso he venido a este feudo.

De pronto, la voz del templario setornó áspera.

—Simon, por el poder que se me haotorgado como humilde caballero de laorden del Temple en Jerusalén, teordeno que me acompañes a nuestracomandancia en Gisors, donde recibirásinstrucción en el Cuerpo de ServidoresTemplarios.

«Cuando hayas terminado lainstrucción, si te consideras merecedorde ser enrolado como servidor pleno ennuestra Orden, se te llevará a Tierra

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Santa: allí recibirás el mandato denuestro actual Gran Maestro, Arnold deToroga.

Simon estaba anonadado ante lafuerza de aquellas revelaciones.

—¿Entonces, deseáis que meconvierta en caballero templario, comovos mismo, señor?

—Eso es el destino el que tiene quedecidirlo, Simon. —Mientras hablaba,De Roubaix sonreía—. Salvo en raroscasos, uno debe ser armado caballeroantes de ingresar en nuestra Orden.Tanto Raoul como yo éramos caballerosfrancos. Yo me hice templario y tu tutorse convirtió en Donat, haciendo

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donación de sus tierras y de todas susposesiones a nuestra Orden, sin derechoconvertirse en caballero templario. Esofue así porque consideró que, a causadel carácter de su herida, no podríatomar el voto de celibato en su plenosignificado de una total abstinencia demantener relaciones carnales con unamujer, como acto de voluntad.

El caballero normando asintió con lacabeza mientras el templario continuabadiciendo:

—Simon, tú serás servidor cadete enel cuerpo, como tu padre hubiesedeseado. Tu tutor y yo estamos segurosde que, finalmente, obtendrás las

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espuelas de oro de la orden decaballería y por consiguiente estarás encondiciones de ingresar en nuestraOrden. En cuanto yo esté repuesto,partiremos hacia nuestra comandancia.

«Sin embargo, debo recordarte denuevo que si llegas a hablar de esteasunto, te será cortada la lengua, auncuando tu tutor o yo mismo debamos serlos instrumentos que lleven a cabotamaña operación.

El rostro del templario parecía degranito. Era evidente que hablaba muyen serio.

—¿Y mi padre, señor? ¿Quién era?Puesto que he hecho voto de silencio,

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seguramente tengo derecho a saberlo.Bernard de Roubaix, que se estaba

secando ante el fuego, sonrióampliamente.

—Por supuesto que lo tienes, Simon.El viejo caballero permaneció

callado durante un largo rato.—Tu padre fue uno de los más

valientes caballeros de la cristiandad.Fue nuestro más íntimo amigo. ¡Sellamaba Odó de Saint Armand, ex GranMaestro de la Orden del Temple!

Durante el resto de la noche, Simondurmió con desasosiego; vívidos sueñosmatizaban su descanso. Desde la

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infancia, el joven normandoexperimentaba aquellas visiones,algunas estáticas, otras como pesadillascon vislumbres del horror de las quedespertaba gritando, para recibir laconfortación de las palabrastranquilizadoras de Raoul de Creçy.

Aquella noche soñó que volabacomo un pájaro, dejando el cuerpoterrenal dormido en la casa, mientras su«cuerpo sutil», el doble exacto delfísico, se elevaba por encima de unpaisaje distante. Se trataba de unaexperiencia que había conocido muchasveces con anterioridad.

Viendo pasar por debajo de él las

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ondulantes colinas y los escarpadosrocosos, los desiertos y frondosos oasis,Simon tenía la certeza de que aquéllaera una visión de Tierra Santa.

En esencia, el sueño era siempre elmismo. Simon se encontraba perdido ybuscaba desesperadamente a su padre.De pronto, el sueño se convertía en unapesadilla. Los cielos por donde volabaeran traspasados por relámpagoszigzagueantes, que obligaban a Simon avolar más bajo sobre el extraño paisaje.

Debajo de él una espesa niebla searremolinaba y bullía como dotada devida propia. Dentro del repelente mantogris, Simon vislumbraba criaturas

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demoníacas, cuyos rostros eran de seresmuertos desde tiempos inmemoriales.Uno de ellos tenía un enorme parecidocon el gigante decapitado que Raoul deCreçy había enviado al infierno.

El cadáver sin cabeza, devorado porlos gusanos e hinchado hasta duplicar sugigantesco tamaño, mantenía alzada sutesta chillona, mientras sus mandíbulastrataban de triturar la figura volante deSimon.

El muchacho lanzó un estentóreogrito de terror y se despertóinmediatamente, bañado en sudor. Seabrió la puerta de su habitación yapareció en el umbral su tutor, que se

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quedó sin saber qué hacer.Simon gritó:—¡Tío Raoul!Aterrado, le tendió instintivamente

los brazos a su padre sustituto.Sólo se precisaba aquel gesto tan

simple para que se abrazaran. Elcaballero normando de blanca melenaestrechó a Simon entre sus brazos, altiempo que trataba de ahuyentar loshorrores de la noche, tal como hacíacuando Simon era niño.

—¡Menudo servidor templario voy aser! —dijo el muchacho, avergonzado—. ¡Aquí me tienes, a los diecisieteaños y llorando como un niño!

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Su tutor sonrió tiernamente, mientrasestrechaba con más fuerza a suprotegido.

—No debes avergonzarte de laslágrimas, Simon. No haces más quedespedirte de tu infancia. De ahora enadelante eres un hombre; un hombre conun gran destino. Ve con mi bendición,pues ya sé que te espera un futuromaravilloso en Tierra Santa. Debesseguir tu estrella, Simon. Ella te guiaráhasta la fama y la fortuna.

Por última vez, el joven caballero ysu anciano tutor durmieron uno junto alotro, estrechamente abrazados comopadre e hijo.

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La vida entera de Simon cambiódramáticamente. Durante diecisiete añossólo había conocido la compañía dehombres hechos y derechos, cada uno deellos, un maestro y un amigo. Entre éstosse contaba su tutor, a quien amaba comoa un padre; su maestro, el sabio hermanoAmbrose, de la cercana abadíacisterciense; Owen el Galés, el arqueroque había servido junto a Raoul DeCreçy en Tierra Santa, y toda lacomitiva de montañeses y labradoreshacendados, así como los criados, queconstituían el personal del viejocaballero normando.

Curiosamente, aquella era una casa

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sin mujeres, salvo las sirvientas demediana edad que siempre abandonabanla finca antes del anochecer. Sinembargo, había sido un hogar feliz paraSimon, cuya joven existencia parecíahaber sido el eje en torno al cual girabala propiedad de De Creçy.

Ahora todos aquellos devotosesfuerzos parecían tender a terminar conla partida inminente de Simon. Tal era elextraño camino de los templarios.

El caso de Simon era, por supuesto,excepcional en un aspecto. Sunacimiento, como hijo natural de unGran Maestro de una orden entregada alcelibato, había hecho de su formación un

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asunto del más estricto secreto.Como Bernard de Roubaix le contó:—Nuestra Orden se fundó hace unos

sesenta años. Estaba formada por unpequeño núcleo de caballeros, guiadospor Hugues de Payen y Godefroi deSaint Omer, como Gran Maestro yOrdenador, respectivamente.

Otros caballeros implicados fueronHugues de Champagne, Payen deMontdidier y Archambaud de SaintAmand, mientras que los restantes,André de Montbard, Gondemar, Rosal,Godefroy y Geoffrey Bisol, pronto seunieron a ellos para formar el primercapítulo de los «Pobres Caballeros de

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Cristo del Templo de Jerusalén».«Esos hombres extraordinarios

andaban juntos para proteger a losindefensos peregrinos que habíansufrido graves pérdidas en el camino deJaffa a Jerusalén, una antigua carreteraromana de unas sesenta millas de largo.Muchas de las víctimas, jóvenes yviejas, perecían a manos de asaltantes yladrones, y esa situación se había vueltointolerable. Por esa razón se formó laOrden, con el principal propósito deponer fin a esa matanza de los inocentes.

«Los templarios, tal como se nosconoció, hicimos votos de pobreza ycastidad, eligiendo el difícil camino del

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celibato en una tierra donde impera engran medida el amor libre.

«Adoptamos como distintivo lainsignia de dos caballeros cabalgandoun solo caballo como demostración denuestro voto de pobreza y,originalmente, los caballeros templariosvestían solamente ropas de desecho yequipos donados por terceros.

«Hoy en día, el equipo y loscaballos nos los proporciona la Orden.Nuestra enseña, el Gonfardon, lallamamos el Beauseant. Es una banderanegra y blanca en que la sección negraguarda proporción con la parte blanca,de acuerdo con los principios de la

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mística Sección Dorada, un axioma de laantigua Geometría Sagrada.

«Saint Bernard de Clairvaux, el grancisterciense, estableció las reglas porlas que se rige la Orden de losTemplarios. Estas reglas disciplinariasson inflexibles y no toleran ningúndesliz; de ahí que se te criaraclandestinamente como hijo natural deuno de los más famosos grandesmaestros de la Orden.

«Este secreto hubiera podido causarun daño irreparable a la Orden, pero seguarda en manos de unos pocos hombresde confianza, de los cuales, Simon,ahora tú formas parte. Ésa es la razón

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por la que te pedí que hicieras eljuramento sagrado.

Simon tenía todos los deseosnormales de cualquier joven saludable,pero el mantenerle en un entorno sinmujeres había constituido un intentodeliberado de Raoul de Creçy parapreservar la castidad de su pupilo. Sinembargo, no había nada de perverso enaquella conducta poco común por partede su tutor.

Simon era de noble linaje. Odó deSaint Amand no había sido un hombrecorriente, sino un caballero cuyas gestaseran legendarias. La bastardía no era unestigma en aquellos tiempos y muchos

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caballeros lucen la marca de la bar-sinístre en sus escudos, para indicar queson hijos naturales, nacidos fuera delmatrimonio, de aquellas familiasfeudales.

A menudo, esos hijos ilegítimospertenecían a la nobleza europea, y enTierra Santa, entre las familiassarracenas, se había adoptado la mismaactitud sensata con respecto a labastardía.

Sólo el hecho de que Odó de SaintAmand fuese el Gran Maestro de lostemplarios, acogidos al celibato, lehabía privado del gozosoreconocimiento de Simon como hijo

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natural.

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2EL CUERPO DESERVIDORES

Bernard de Roubaix estabaimpaciente por llevar a su nuevo cadetea Gisors, la fortaleza de los templariosque dominaba aquella parte deNormandía, así como para que iniciarala intensiva instrucción que allí leesperaba. Tan pronto como su heridaestuviese curada, el caballero estaríalisto para partir.

El día elegido fue la vigilia de

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Navidad de 1180, pues De Roubaix noquería soportar prolongadas despedidasen la gran festividad de la cristiandad.Bien sabía cuán poco dispuesto estabasu viejo amigo, Raoul de Creçy, aperder a su sobrino adoptivo, yconsideraba que cuanto antes pasaraaquel doloroso momento, mejor sería.

La partida de Simon del hogar de suinfancia fue acompañada de lágrimas yde escenas que partían el corazón. Sututor y cada uno de sus maestros yamigos vertieron muchas lágrimas.Aquellos eran tiempos violentos ypavorosos, en que la vida humana valíapoco y nada, pero las demostraciones de

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emoción no se considerabanvergonzosas, de modo que los hombresmás fuertes podían llorar abiertamente.

Simon y De Roubaix partieroncargados de presentes, entre los que secontaba la propia espada de cruzado deRaoul de Creçy, una soberbia muestradel arte de los forjadores de armas deDamasco.

—Sé que la llevarás con honor —dijo el viejo caballero, con losbrillantes ojos llenos de lágrimas—.Esta hoja jamás ha segado una vidahumana sin una buena razón.

Se abrazaron por última vez ylloraron, ambos con el corazón a punto

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de quebrarse.El anciano cisterciense, que había

enseñado a Simon a leer y escribir entres lenguas, le llevó a su alumno unbreviario con tapas de marfil, el fruto demuchos meses de tallarlas penosamente,a causa de la debilidad de sus ojos.

—Lleva esto contigo, hijo mío —ledijo, con voz ahogada por la emoción—.Te confortará en tus momentos de fatiga.Ruega por nosotros, Simon, comonosotros rogamos por ti.

Owen, el arquero galés, cuyahabilidad con el largo arco de tejo habíaproporcionado a su discípulo unaenorme ventaja para sobrevivir, le

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abrazó con auténtico fervor gaélico.—Ve con Dios, Simon —graznó

roncamente—. ¡Owen nunca te olvidará!Su regalo de despedida fue una

flamante aljaba de cuero, con tresdocenas de las más magnificas flechasde una yarda, con plumas de ganso, queel más hábil artesano pudiera hacer.

Entre abrazos y lágrimas amorosas,el joven caballero normando emprendióel largo viaje que le llevaría a muchastierras y le proporcionaría infinidad deaventuras. Simon estaba a punto decumplir un extraño destino.

La ruta meridional a Gisorsatravesaba el mismo bosque donde sólo

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unas semanas atrás Bernard de Roubaixcasi había perdido la vida. El inviernohabía llegado, y los dos jinetes,conduciendo por la brida los caballosde carga, avanzaban lentamente por lacrujiente capa de nieve recién caída.

Mucho antes del mediodía, habíansalido de los bosques que señalaban ellímite meridional del feudo de DeCreçy, y muy pronto les resultó muyfatigoso seguir la senda cubierta denieve que llevaba a la comandancia delos templarios.

Si bien se podía llegar a Gisors enun día, cabalgando a paso tranquilo, encondiciones normales, el tiempo

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obstaculizó su avance al desencadenarseuna fuerte ventisca. Sólo cuando huboaclarado apareció borrosamente a lavista la imponente fortaleza de lostemplarios, resplandeciendo con uncolor de salmón rosado bajo el solponiente.

Gisors era sólo una plaza fuerte enel gran sistema de comandancias de lostemplarios que se extendían a través deFrancia, España y Portugal, con puestosen puntos tan lejanos como Inglaterra yTierra Santa.

En su tierra, en Francia, lostemplarios habían establecido uncomplejo sistema interconectado de

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abadías, feudos y granjas fortificadas,construidas para la defensa yavituallamiento con el fin de desplegarlas vastas actividades de la Orden.Desde forrajes para los caballos hastacomida, ropa, armas y equipos para loscaballeros, servidores y el resto de losnumerosos cuerpos de hermanosseglares, herreros, armeros, escribientesy albañiles, carpinteros y constructoresde buques: la Orden de los Templariosera autosuficiente.

Además, su flota, que superaba enexceso los sesenta bajeles, con galerasde guerra y de transporte, surcaba losmares, trayendo mercaderías y riquezas:

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oro, plata, sedas y raras especias, detierras lejanas.

Semejante organización, tanpoderosa, de los templarios eraampliamente respetada y si Bernard deRoubaix no hubiese ido vestido deperegrino en su viaje a De Creçy Manor,la malhadada banda de ladrones jamásse habrían atrevido a atacarle. La penapor haberlo hecho fue la muerte. Aquelfrío día de invierno, el viejo caballero ysu acompañante se sentían seguros conel convencimiento de que, llevando eltemplario la característica cruz de laOrden en su túnica blanca, podían andarseguros por donde se les antojara.

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Por el camino hacia Gisors, elcruzado había ilustrado a Simon en unaserie de actividades de los templarios.Una de ellas era el invento de la Ordende lo que más adelante se denominaría«la banca comercial».

El joven normando estabaasombrado ante el alcance y el poderdel sistema. Él no tenía idea de cuánvasta era la red financiera de lostemplarios en todo el mundo occidental.

En las palabras De Roubaix:—Los capitales de los templarios

respaldan muchas empresas en todaEuropa y el Mediterráneo. Se rumoreaincluso que nuestra flota comercia con

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extrañas y hasta el presentedesconocidas tierras allende el vastoocéano occidental.

El viejo cruzado rió, con una sonoracarcajada.

—Pocas personas conocen lamanera en que operamosfinancieramente cubriendo tan largasdistancias. En vez de transportarpesadas cargas de oro y plata en barras,lo que no deja de ser peligroso cuantomenos, nosotros simplemente llevamosun solo documento, que llamamos «cartade crédito». Con la sola presentacióndel documento al llegar a destino, o sea,a otra comandancia de los templarios en

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cualesquiera que sea el país donde meencuentre, puedo cambiar el importe quedeclare la carta por el metal preciosoequivalente.

El templario se reía de laestupefacción que manifestaba su jovenacompañante.

—Más que eso, Simon. Si yo le doyuna carta, aprobada por el GranCapítulo de nuestra Orden, a unmercader aventurero, éste podríautilizarla para equiparse con una nave yla correspondiente tripulación, vituallas,armas y fondos suficientes como para laexpedición.

«El mercader sólo tendría que traer

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de vuelta una carga valiosa, y nosotros,los templarios, sólo le cobraríamos unmodesto porcentaje del valor a cambiode la financiación de la empresa.

—Pero el voto de pobreza, señor,seguramente no permite que una riquezasemejante vaya a parar a los cofres de laOrden, ¿no es cierto? —inquirió Simon.

—El voto de pobreza sólo se aplicaa los caballeros monjes de la Orden, noimporta cuál sea nuestro rango, pero noa la Orden misma. Los hermanostemplarios no poseemos nada salvo loscaballos, la armadura, las capas y lasarmas. Al morir, se nos sepulta connuestro uniforme y nuestra armadura, y

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espada en mano. No poseemos nadamás.

«Como puedes ver, Simon, yo nollevo dinero, sino sólo cartas de créditopor una modesta suma, por si tuvieranecesidad de pagar por una noche dehospedaje o precisara un caballo nuevo.Al presentar uno de estos documentos enla comandancia de la Orden, la personaa quien he quedado debiendo dineropercibirá la suma que yo haya escrito enla carta. Él meramente cambia eldocumento por oro o plata, segúnprefiera.

Simon movió la cabeza, perplejo. Élno tenía idea de las ramificaciones de la

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Orden. Bernard De Roubaix siguiódiciendo:

—El Temple incluso adelanta lasenormes sumas que se requieren para laconstrucción de muchas de las grandescatedrales góticas que se levantanlentamente en toda la cristiandad.

—¿Qué hay de esos rumores acercade que la flota de los templarioscomercia con tierras desconocidas? —preguntó Simon con avidez, suromántico espíritu conmovido por lasvisiones que aquello conjuraba.

De nuevo, De Roubaix lanzó unacarcajada.

—Los árabes y los judíos no son los

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únicos que practican el arte secreto dela navegación. Nuestra Santa Madre ySus sirvientas, las estrellas, guíannuestros barcos hasta muchas tierrasignotas, más allá del horizonteoccidental, hasta lugares aún nodescubiertos por otros.

Con los fascinantes comentarios deDe Roubaix para pasar el tiempodurante el viaje a Gisors, el díatranscurrió volando.

De repente, el templario se detuvo,señalando hacia la alta torre de piedra,que brillaba bajo los últimos rayos delsol poniente.

—He aquí nuestro cuartel general en

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Normandía. Como puedes ver, Simon, latorre de vigía domina la ciudad, losvalles y bosques que la rodean. Nuestraestrategia se basa en el establecimientode tales comandancias a lo largo de lasrutas de peregrinaje a Tierra Santa.

«En una época, los romanos seestablecieron en el mismo lugar. Teníanbuen ojo para descubrir los terrenosaltos, tanto para el ataque como para ladefensa. Si los romanos no hubiesensido paganos, habrían podido ser buenostemplarios.

El fornido caballero rió y clavó lasespuelas a su nuevo corcel. Salió altrote y luego al galope, para poner a

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prueba al magnífico caballo de guerragris que Raoul De Creçy le habíaregalado para reemplazar el que habíaperdido a manos de los ladrones. Simon,aun montado en Pegaso, tuvodificultades para mantenerse a la alturadel viejo templario.

El áspero camino cubierto de nievesubía serpenteando por la empinadacolina hasta las puertas del castillo, quese abrían en las macizas murallas depiedra que rodeaban el montículoartificial central donde se levantaba latorre.

Dejando espacio para posiblesreconstrucciones e incluso para

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refuerzos mayores, los ya macizos murosexteriores cerraban el vasto patiointerior así como extensos terrenos, ydaban lugar a los cuarteles del cuerpode servidores y establos para loscaballos.

Estos edificios estaban construidosen forma de barracas de techo bajo,abrazando el perímetro interior de lasmurallas.

De Roubaix rompió un largosilencio, que se había abatido sobreellos.

—Aquí es donde vas a pasar lospróximos meses, Simon.

El joven normando contemplaba la

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fortaleza de los templarios, fascinadopor el aspecto inexpugnable que ofrecía.Al ver la expresión maravillada en elrostro de su protegido, el viejocaballero sonrió.

—Gisors no es tan fuerte comoparece. Tenemos planes en estudio parareconstruirlo. Espera a ver todos losgrandes castillos de Tierra Santa. Porejemplo, Krak des Chevaliers tiene unosmuros dos veces más gruesos que éstos.Puedes creerme si te digo, Simon, quetodo Gisors cabría en un rincón de Kraky ni se notaría.

—¿Cuándo construyeron lostemplarios ese Krak des Chevaliers,

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señor?—¡No lo construimos nosotros! En

su mayor parte fue obra de nuestroscolegas en Tierra Santa, la Orden delHospital de Saint John de Jerusalén.

«Sólo unos pocos de los múltiplescastillos de Palestina los construyeronlos templarios. Algunos los adaptamosde las fortificaciones originales queconstruyeran los turcos y los sarracenos.Los hospitalarios, que consideramosrivales nuestros, son formidablesconstructores, y nosotros inclusoocupamos en guarnición algunos de susmás grandes castillos, por cuanto ellosno cuentan con hermanos suficientes

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para guarnecer todas sus fortalezas yllevar a cabo la obra piadosa en sushospitales.

—¿Cuántos castillos hay enPalestina?

Cada vez que el viejo templarioimpartía alguno de sus conocimientosarduamente aprendidos, Simon semostraba como un encantado discípulo.

De Roubaix manifestó con ungruñido su evidente disgusto anteaquella idea.

—¡Demasiados y me quedo corto!Desde la primera Cruzada, que se librócon el único propósito de recuperarTierra Santa, y especialmente Jerusalén,

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para que los cristianos la visitaran enperegrinación, han aparecido muchosaventureros que se han unido a lasegunda Cruzada con el único propósitode enriquecerse ellos.

«Estos así llamados «nobles», yaque muchos de ellos tienen un dudosopasado, adoptaron el nombre de laciudad o puerto que conquistaron comotítulo nobiliario, y actualmente dominanla región adyacente a las plazas fuertesque ellos guarnecen.

«Hay tantos castillos en Palestina,que pueden verse los unos desde losotros. Ahí reside el punto débil denuestra campaña. ¿Sabes Simon? La

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Cruzada es una guerra móvil ypermanecer a salvo en enormes castillosno es el medio adecuado para hacerfrente a nuestro más poderoso enemigo...¡Saladino!

El nombre salió de los labiosagrietados De Roubaix con un halo dealiento congelado.

—Cuando ese poderoso guerrerosarraceno concluya su actual campañaen Egipto y mueva sus fuerzas ayyubidshacia el norte de Tierra Santa, nosotrosvamos a enfrentar nuestro más grandedesafío, porque el sultán Saladino es elcomandante de caballería más probodesde Carlomagno, emperador de

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occidente.«En estos momentos está en vigencia

un tratado de paz, pero es probable quecualquier imbécil entre los codiciososcaballeros normandos lo rompaasaltando alguna de las ricas caravanasde Saladino en ruta hacia La Meca.

De Roubaix gruñó y escupió conasco en la nieve.

—Entonces veremos qué plan debatalla resulta mejor. Cerrándonosdentro de esos enormes bastiones depiedra, sitiados por los sarracenos, osaliendo a combatir contra los ayyubidsde Saladino, lanza a lanza. ¡Ésta esnuestra única oportunidad, Simon!

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«Tú tomarás parte en esa batalla, yahí es donde comienzas tu nueva vida ytu gran gesta, como tu padre hubieradeseado.

De Roubaix se persignó y siguiótrotando, seguido de cerca por Simon.

A la entrada del castillo, les dio elalto el centinela, pero era una simpleformalidad. Aunque montaba un caballoextraño, el templario fue reconocido deinmediato, y el servidor de la guardiadio la orden de levantar el rastrillo paradejarles pasar al patio interior.

Cuando por fin se abrieron laspesadas puertas, un fornido hombre dearmas de barba gris, vistiendo la negra

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túnica del cuerpo de servidores, seadelantó precipitadamente a saludar aDe Roubaix.

—Me alegro de veros de regreso,señor —dijo, con una voz parecida a untrueno lejano—. Veo que habéis traído anuestro nuevo recluta.

El veterano señaló a Simon.—Así es, Belami —respondió De

Roubaix—. Este joven caballero es todotuyo para que le instruyas y le enseñes,le insultes y le alabes, como te plazca.Sobre todo —agregó el viejo caballerohaciendo una significativa pausa—, ¡leprotegerás con tu vida!

—Entonces, señor, será mi deber y

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tendré el placer de cumplir vuestrasórdenes.

Simon reaccionó cálidamente a laamplia sonrisa que apareció en el toscorostro bondadoso del veterano servidorque, como él ya había advertido, sólotenía el brazo derecho; el izquierdoterminaba con un gancho sujeto a unafunda de cuero a la altura de la muñeca.

Bernard De Roubaix observó lasorpresa que expresaba el rostro deSimon y sonrió hoscamente.

—Belami es capaz de blandir lalanza, el hacha de batalla, la espada, lamaza o la daga con un solo brazo muchomejor que el más hábil de los caballeros

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con ambos.El veterano guiñó el ojo a Simon,

los claros ojos azules brillando en surostro arrugado y del color de unacastaña. Le dedicó otra amplia sonrisa,mostrando generosamente una hilera dedientes perfectos.

—Haré cuanto pueda, cadete —gruñó—. Veo que llevas un arco galés,así como una aljaba llena de flechas deuna yarda. ¿Sabes tirar también con ladestreza de un galés?

Antes de que Simon pudieseresponder, De Roubaix lo hizo por él.

—Tres posibles asesinos yacenmuertos en el bosque cercano a De

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Creçy Manor a causa de los certerostiros de Simon. Unos villanosdescarriados trataron de matarme,Belami, y casi lo consiguieron. Estuvemás cerca de mi Hacedor que nunca enlos últimos años; en realidad, desde eldía en el que cercenaste la cabeza deaquel sarraceno que me había ensartadoen su lanza.

Belami se mostró preocupado.—Confío que no os hirieran

gravemente, señor.El templario sonrió gravemente.—¡Un simple rasguño! Recibí una

flecha en el hombro izquierdo. Peroperdí a Eclair, un excelente caballo.

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Todavía siento su pérdida. ¿Y qué teparece mi nueva montura, Belami? Es unpresente de Raoul De Creçy.

El fornido servidor dio una vuelta entorno al gris semental, asintiendo con sugrisácea cabeza a medida que ponderabamentalmente cada detalle, en favor y encontra.

—No es tan ligero como Eclair,diría yo, pero es un magnífico animal apesar de todo. Raoul De Creçy es unbuen juez en lo que a caballos se refiere.¿Qué nombre lleva, señor?

—Boanerges. Así fue bautizado enhonor a uno de los «Hijos del Trueno».—De Roubaix se rió—. El buen Dios

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sabe bien que pede atronadoramente.Los dos viejos soldados rieron a

gusto, saboreando la grosera broma.Simon parecía sorprendido ante aquelchiste tan crudo, viniendo en forma taninesperada de De Roubaix. Aladvertirlo, el templario se sonrío.

—Simon, los caballeros del Templese espera que sean ponderados en lo quese refiere a los asuntos sagrados, y porsupuesto lo somos. Saint Bernard deClairvaux nos indicaba muyacertadamente que evitáramos lospensamientos mundanos, las chanzasligeras y otras locuras de la carne, y nosalentaba a mantener sesudos y sobrios

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discursos con nuestros hermanostemplarios. Pero sería un día muy tristesi dos viejos camaradas que hancompartido duras batallas, como Belamiy yo, no pudiéramos celebrar una bromacomo las que suelen hacerse en losfuegos de campamento.

El rostro del joven normando sedistendió y su risa juvenil se unió a lasuya. El caballero templario palmeó loscuartos traseros del caballo del joven.

—Adelante, Simon. Te dejo en lasexpertas manos del más capaz servidorde nuestro cuerpo. Escucha con atencióncada palabra que él diga. En serio o enbroma, todo cuanto Belami te cuente

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merece ser recordado. Veinte años deguerrear en Tierra Santa le han enseñadomuchas cosas. Le debo mi vida a Belamimuchas veces. De modo que escucha yaprende. Un día, Simon, estarásagradecido por sus sabias palabras.

Así diciendo, Bernard de Roubaixhizo dar media vuelta a su caballo gris yse marchó al trote hacia el cuartel de losCaballeros Templarios en la torre devigía, en tanto Belami conducía a Simonhacia las humildes barracas donde sealojaban los cadetes del Cuerpo deServidores.

El veterano ya sabía muchas cosassobre su nuevo discípulo, porque De

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Roubaix había estado enviandodespachos a Gisors. Además, sus astutosojos habían examinado a Simon, y alviejo soldado le gustó lo que descubrió.

—¿Conocisteis a mi padre? —prorrumpió indiscretamente, adivinandocasi la respuesta.

Belami se volvió hacia él,manteniendo inexpresivo su rostroarrugado. El tono de su voz era adusto.

—Yo también hice un juramentosolemne, muchos años atrás —dijo.

—Pero ahora ya sé quién era mipadre —arguyó Simon en voz baja.Bernard De Roubaix me lo dijo.

Belami dirigió una larga mirada a la

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cara ansiosa del joven normando, y suexpresión se suavizó.

—Entonces no tengo que decirte queera un hombre magnífico. —El veteranobajó la voz—. Pero cuanto menoshablemos de él aquí, tanto mejor. Hayoídos muy aguzados en Gisors. Guardatu secreto, mon ami, y yo guardaré elmío. He aquí mi franca mano para sellarel trato.

El viejo servidor extendió supoderoso brazo derecho y su palma duracomo el acero se cerró sobre la manoderecha de Simon. En aquel momento, sudiscípulo comprendió que habíaencontrado un amigo para toda la vida.

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La barraca de los servidores eralimpia y ordenada, puesto que todos losdías los diligentes cadetes se dedicabana fregar su suelo. En aquel momentosólo había siete de esos jóvenes, quehabían quedado de la camada anterior,cuyos integrantes habían partidorecientemente hacia el sur, haciaMarsella, donde embarcarían endirección a Tierra Santa.

Los cadetes restantes, debido aenfermedades o heridas recibidasdurante su instrucción, se considerabaque no estaban momentáneamente encondiciones y, por lo tanto, tendrían queesperar con impaciencia durante varios

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meses el próximo barco disponible quepartiera para ultramar.

Ellos constituían una muestrarepresentativa de los jóvenes cadetesdel cuerpo. Sus hogares se encontrabanen sitios tan lejanos como Flandes oBretaña. Con la excepción del bretón,los demás provenían de Normandía, susfeudos, y de Flandes, Picardía y elLoire. Todos ellos se parecían en unacosa: cada uno se sentía amargamentecontrariado al no haber podidoembarcar hacia Palestina.

También se mostraban ansiosos porimpresionar al recién llegado con susconocimientos y experiencias adquiridos

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últimamente. Belami lo encontrabadivertido puesto que él había sido quienles brindara la instrucción preliminar yaún consideraba que eran unos reclutasnovatos.

—Os presento a Simon De Creçy,nuestro último cadete —anunció algrupo de jóvenes semi formados,algunos de los cuales andaban conmuletas, mientras que otros llevaban elbrazo inmovilizado por pesadosvendajes o se encontrabanrecuperándose de las fiebres. Uno deellos incluso tenía una suave banda decuero atada alrededor de la cabeza,puesto que se había fracturado la

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mandíbula. Temporalmente, estabaimposibilitado de hablar.

Se agruparon en torno al reciénllegado, y comenzaron a atacar a Simona preguntas.

—¿De dónde eres, muchacho?—¿Qué parte de Francia ha tenido la

dicha de liberarse de ti?—¿Acaso tu familia te dio una

patada en el trasero o fuiste losuficientemente loco como paraenrolarte como voluntario?

Las habituales bromas de lossoldados adolescentes acuarteladossaludaron al recién llegado.

Simon sonrió bonachonamente,

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aceptando de buen grado las pullas másásperas. Su altura y sus anchos hombros,así como la decidida expresión de surostro ya le habían asegurado el respetode sus hermanos cadetes por su físico.Ahora ponían a prueba su ingenio, paraver cuán vivo era y averiguar si Simonsería una buena adición a sus filas.

—Soy de Forges-les-Eaux, dondeforjamos hombres de hierro —respondió, jocoso—. Mi tío Raoul fuequien me enroló «voluntariamente».

Simon continuaba llamando a sututor por el antiguo título.

—Cuando estéis todos repuestos ybien de nuevo, con sumo placer os

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demostraré lo que puede hacer a unhombre tomar las aguas ricas en hierrode nuestro pueblo de Forges-les-Eaux.

—¡Debes de estar herrumbroso! —exclamó un sonriente cadete de Lille.

El resto prorrumpió en unacarcajada, y la ligera tensión nerviosaque los recién llegados solíanexperimentar en tales circunstanciascesó en seguida.

Sin embargo, Simon no iba a salirtan bien librado. Los demás cadetes locogieron entre todos, y, temiendolastimarles si se resistía, Simon no sedefendió.

—Vamos, Herrumbroso —gritaban,

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aplicándole inmediatamente un apodo—.¡Veamos realmente de qué estás hecho!

Los alborotados cadetes cogieronuna manta de caballo y se dispusieron amantear a su nuevo compañero. Setrataba de la estúpida ceremonia deiniciación que la mayoría de lossoldados jóvenes suponen haberlainventado ellos. No les fue fácil alpuñado de cadetes temporariamenteimpedidos lanzar por el aire a Simonmedia docena de veces, pero de algunamanera lo lograron.

El joven normando sólo cayó fuerade la manta un par de veces y, aparte deunas pocas contusiones, sobrevivió a la

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prueba con su acostumbrado buen talanteinalterado.

—Muy bien, Herrumbroso, salisteairoso —dijo riendo el fornidomuchachote de Bretaña—. Me llamoYves.

Inmediatamente, los jóvenes cadetesvolcaron un chorro de informacionespersonales.

—Y yo, Gaston.—Yo soy Phillipe.—A mí me llaman Gervais.—Ése es Pierre, con la mandíbula

rota.—Yo respondo al nombre de

Etienne.

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Gritando y riendo los siete cadetesse apiñaban alrededor de su nuevocamarada de armas, complacidos de queun compañero tan sereno se hubieseunido al cuerpo.

Belami, que hasta ese momentohabía sido un alegre testigo de lainiciación, ahora les interrumpió.

—A lors, mes braves —gritó—.Todos vosotros habéis sidodesgraciados, descuidados osimplemente estúpidos, pero ellosignifica que tendréis que esperar elpróximo transporte disponibleproveniente de Marsella. Por lo menostardará tres meses en llegar. Bernard De

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Roubaix acaba de decírmelo.Aquella noticia fue saludada con

gruñidos y silbidos. Belami levantó lamano para imponer silencio.

—Por lo tanto, para beneficio deSimon De Creçy, vamos a someternostodos una vez más a la instrucciónbásica

Más gritos de protesta acogieronaquel anuncio. El maestro servidorcontinuó, imperturbable:

—Podéis pensar que ya lo sabéistodo. Yo os aseguro, mes camarades,que no es así. En caso contrario, noestaríais aquí hoy.

Belami cogió a Simon por el

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hombro.—Bernard de Roubaix me dice que

este joven caballero cabalga bien, tirabien y sabe manejar la espada y la lanza.Que yo sepa, nunca se ha caracterizadopor exagerar la nota, por lo tanto aceptola palabra de mi superior como elEvangelio.

El veterano sonrió irónicamente.—Al parecer, Simon de Creçy

también sabe leer, escribir y hablarvarios idiomas, entre los que encontraráel árabe como el más útil. ¡Hasta sabehablar inglés!

Una sonora carcajada de los cadetesacogió aquel anuncio.

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—Estoy de acuerdo con vosotros,mes amis, que es una lengua bárbara.Incluso la nobleza inglesa prefierehablar francés. Lo que pretendo señalares que tenemos aquí un cadeterelativamente inteligente que anhelatrasladarse a Tierra Santa tanto comovosotros. De manera que, cuanto más leayudemos a completar su instrucciónbásica, más rápidamente vamos aemprender la larga ruta hacia Marsella.¿Comprenez?

Aquellas palabras surtieron efecto, ylos jóvenes cadetes pusieron toda suvoluntad para acelerar la preparación deSimon. Dejaron de lado las rivalidades

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y las bromas pesadas, y todosdisfrutaron de la experiencia.

La mayoría se repuso muy pronto desus heridas o dolencias, y todos ellosestuvieron tan ocupados, que no teníantiempo de aburrirse por la repetición delprograma de instrucción, que era lo queBelami pretendía.

Todos los días, el amanecer sobre elmontañoso paisaje boscoso precedía alos ejercicios de equitación, de esgrimay del manejo de la lanza. Practicaban,interminablemente, la formación tácticamontados a caballo, la carga y el girobrusco para volver a cargar,corveteando, trotando y haciendo

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cabriolas, así como todos los ejerciciosy maniobras que contempla el manual decaballería. Al final del entrenamiento,cabalgaban juntos como un solo jinete.

Trabajaron arduamente; comían bieny dormían como troncos.

Por fin llegó la noticia del suranunciando que la próxima nave detransporte de templarios había zarpadode Tierra Santa para recogerlos en elpuerto de Marsella al cabo de pocassemanas. Aquella noticia fue acogidacon ensordecedores gritos de alegría, yhasta Belami tuvo que reconocer que susocho cadetes poseían toda la capacidady preparación que él era capaz de

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brindarles.De hecho, estaban tan bien

entrenados que llegaron a salvarle lavida al veterano. Ello ocurrió de lasiguiente manera.

Como parte de su instrucción en elarte de la guerra, Belami había llevado asu pequeño ejército Sena abajo paraefectuar un ejercicio de cruce del río. Enla ribera que el veterano había elegidopara la demostración, el Sena correvelozmente entre altos acantiladosrocosos.

La cima del acantilado estabadensamente poblada de árboles deconsiderable tamaño, de modo que había

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troncos suficientes para construir unabalsa. Todo lo que los cadetes teníanque hacer era abatir los árboles yhacerlos rodar por el acantilado hasta laangosta playa de la falda.

Las recientes lluvias de marzohabían aflojado las piedras de losacantilados y una inesperada heladatardía había erosionado posteriormentela cara rocosa. En el lapso de una hora,los cadetes habían construido una reciabalsa, que estaba a punto para serprobada. Como de costumbre, elveterano servidor subió a bordo de laestructura de troncos para inspeccionarlas ataduras y ponerla a prueba.

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La balsa flotaba cerca de la playa,amarrada por una soga a las raíces de unárbol caído cerca de la orilla. Poralguna razón, los nudos no satisficierona Belami, que se dedicó a la tarea derehacerlos más apretados.

En aquel momento, se produjo undesprendimiento de rocas del acantiladoerosionado por la helada, que seprecipitaron al Sena. El consiguientedesplazamiento masivo de las aguasprovocó un oleaje que se abatió sobre labalsa. Antes que el sorprendidoveterano pudiese saltar a la playa, larugiente masa de agua había golpeado elextremo de la balsa, de la que se

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desprendió uno de los troncos, quegolpeó al servidor en la cabeza,dejándole aturdido y precipitándole alfurioso Sena.

Belami llevaba armadura y, sinconocimiento, desapareció sin haceresfuerzo alguno en las profundas aguas.

Algunos de los horrorizados cadetessabían nadar, pero ninguno tan biencomo Simon. Por fortuna, se habíaquitado la cota de malla para cortar losárboles y todavía no había vuelto aponérsela. Sacándose las botas, el jovense zambulló en el espumoso río y nadódirectamente hacia las profundidades, enel lugar donde había visto desaparecer a

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Belami.Simon apenas pudo distinguir el

cuerpo del servidor inconsciente,atrapado entre las espesas algas. Teníalos ojos cerrados y la boca abierta, de laque surgían burbujas que subían a lasuperficie.

Comprendiendo que no había tiempoque perder, Simon cogió la daga deBelami de la vaina que llevaba en lacintura y cortó las enredadas algas.

Con unos poderosos golpes dadoscon los pies, el cadete se dio impulsopara subir los dos a la superficie.Cuando se liberaron de las garras delrío, una exclamación de alivio saludó su

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reaparición. Le echaron una soga, queSimon cogió y en pocos segundos,salvador y salvado fueron sacados atierra.

La alegría de los cadetes fue decorta duración. Su veterano instructorparecía horriblemente muerto. Una vezmás, Simon tuvo motivos para bendecira Owen, el viejo arquero galés, asícomo las lecciones que le había dado.El rudo arquero se había criado en lacomunidad de pescadores asentada a laribera del río Severn, en el sur de Gales.

Él le había enseñado a nadar comoun galés nativo y, afortunadamente,también le había demostrado cómo tratar

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a una persona ahogada.—¡Deprisa! Ayudadme a poner a

Belami boca abajo sobre aquel tronco—gritó Simon.

Los cadetes, alegrándose de poderhacer algo útil, llevaron al veteranoinconsciente hasta el árbol caído y lecolocaron encima, de través, tal comoSimon les había indicado. Simoncomprendió que no tenía tiempo dequitar la armadura al servidor, por loque se dedicó en seguida a tratar desalvarle la vida. El joven normando searrodilló a horcajadas sobre la espaldade Belami y comenzó a ejercer presiónsobre la amplia caja torácica del viejo

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soldado.Presionando y aflojando la presión,

Simon logró que expeliera la mayorparte del agua lodosa que había tragado.

—¡Dadle la vuelta! —ordenó, y losdemás cadetes le obedecieron enseguida.

Aspirando profundamente, ahoraunió firmemente los labios a la boca delhombre inconsciente, al tiempo queoprimía las aletas de la nariz delveterano, mientras exhalada con fuerzael aire para que penetrara en lospulmones de Belami.

Simon repitió la operación variasveces, mientras pedía a otro cadete que

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oprimiera el pecho del veterano, talcomo había hecho él anteriormente.

A los compañeros expectantes, todoaquello les parecía cosa de brujería.Varios de ellos se apresuraron apersignarse.

De pronto, Belami empezó a toser,vomitando más agua. Abrió los ojos,parpadeando ligeramente.

—¡Incorporadlo! —gritó Simon,presa de la excitación.

Mientras los demás lo hacían, sustemores de que se trataba de una obra debrujería se vieron fortalecidos cuando elveterano vomitó el resto del agua. Apesar de sus temores supersticiosos,

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lanzaron gritos de júbilo.—¡Un milagro! —exclamó Pierre de

Montjoie, que ya tenía la mandíbulasoldada.

—¡Brujería! —siseó Phillipe deMauray, estremeciéndose de terror.

—¡Ni una cosa ni la otra! —dijoSimon, sonriendo con alivio al vercoronados sus esfuerzos—. Se trata deun antiguo artificio, que me enseñóOwen, el Galés. Me contó que losromanos utilizaban este método muchoantes de que llegaran a Bretaña. Benditasea nuestra Señora, por haber surtidoefecto. Al parecer, no siempre es así;resulta efectivo sólo si se aplica a la

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víctima lo más pronto posible despuésde haberse ahogado o sufrido asfixia.

«Owen también me dijo que losbrujos y charlatanes locales se valíandel mismo artificio, para «resucitar a losmuertos», y en el caso de alguien comoBelami, tomado a tiempo, sus esfuerzosa menudo daban resultado. ¡Podéisimaginaros qué reputación podíareportarle a un brujo un aparentemilagro como éste!

Artificio de brujo o no, el caso eraque había salvado la vida a Belami.

Increíblemente, sólo veinte minutosdespués de haber sido rescatado delSena, el veterano estaba en condiciones

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de ponerse de pie tambaleándose.La primera cosa que hizo fue

arrodillarse y dar gracias a la VirgenBendita. Luego, abrazó a Simon, enmedio de las risas de alivio de loscadetes. Por fin, les reprendió a todospor no haber construido la balsacorrectamente.

—¡Quien sea que haya atado esosnudos tan flojamente merecería serazotado! —dijo, y hablaba en serio.

El veterano, sobre todo y en primerlugar, era un maestro servidor. Para él,corregir un procedimiento lo era todo.

Belami, del Cuerpo de ServidoresTemplarios, había reasumido su tarea.

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3LA LARGA RUTA

AL SUR

En el mes de abril de 1181, seterminó el periodo de instrucción deSimon en Gisors. Junto con los sietecadetes restantes, estaba listo paraemprender el largo viaje al sur.

Belami se había superado a símismo. Simon ahora era experto en eluso de todas las armas, incluyendo lamenos caballerosa de las artes de laguerra, como dar puntapiés, meter los

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dedos en los ojos y golpear con elgarrote. El hábil veterano de guerra lehabía enseñado al joven normando todocuanto sabía sobre las formas de matar ode dejar fuera de combate al oponente.

Simon había merecido elogios deBelami y ganado el respeto de suscompañeros, que celebraron aquellaformidable incorporación a sus filas.Durante los meses de intensa actividad,el joven caballero sólo había visto aBernard de Roubaix en contadasocasiones, puesto que el templariopartía en misiones especiales pararegresar al cabo de unos días. El viejocaballero era un hombre muy ocupado y

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trataba deliberadamente de no interferiren la instrucción de Simon, con el fin deno causar la impresión de que le hacíaobjeto de alguna suerte de favoritismo,cosa que podría provocar la enemistadde los otros cadetes.

Sin embargo, había estado atento alos progresos de Simon, y Belami lehabía informado regularmente sobre elcomportamiento del joven. El templarioestaba encantado con la evaluación quehacía el veterano de su protegido.

—El muchacho posee unacordialidad natural que le hacemerecedor del afecto de sus amigos. Apesar de ello, nunca he visto que

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utilizara esa virtud para evitarseinconvenientes. Si surge un problema, loenfrenta. Será un magnífico camarada enla batalla. Su habilidad con las armas esexcepcional, sobre todo cuando se valedel arco. Con esa arma, Simon es unmago.

El templario rió.—¿Tienes algo más que decirme,

servidor?Belami titubeó.—Hay algo que me preocupa, señor.

Simon se ha criado en un hogar sinmujeres. Se le ha enseñado a tratar a lamujer como a una dama, concaballerosidad y cortesía, que es como

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debe ser. Pero, al mismo tiempo, se leha llevado a pensar en la mujer engeneral, y en las doncellas en particular,como en una especie de trampa para lainocencia y en un cepo para el incauto.

«Sé que Raoul De Creçy sólopretendía que Simon se mantuvieracasto, durante el mayor tiempo posible,atento a las esperanzas que amboscobijáis para el futuro del muchachocomo caballero templario. Este, despuésde todo, era el sueño de su padre, Odóde Saint Amand.

Belami hizo una pausa, mostrándoseun poco incómodo.

—Pero esta actitud ha hecho a

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Simon, que es un muchacho sano ynormal, extremadamente vergonzoso conlas mujeres.

De nuevo el veterano vaciló.—Eso podría acarrear problemas en

el futuro, en el mundo masculino de lostemplarios.

Bernard De Roubaix comprendióque Belami tocaba un punto válido. Ladesviación del amor normal no eradesconocida en las filas de lostemplarios y los hospitalarios, si biensolamente se hablaba de ello en voz bajay en secreto.

—Consideraré el asuntocuidadosamente —dijo—. Como Simon

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aún no ha sido armado caballerotemplario, no veo razón por la quedebiera prohibírsele la compañía de lasdamas.

El viejo caballero titubeaba,embarazado por la situación.

—Eso no significa que apruebe laconducta licenciosa. ¡Maldita sea,Belami! Usa tu propio juicio. No eres unsanto en estos asuntos, sin embargonunca he oído a ninguna mujer que sequejase porque la hubieras lastimado.Pero, viejo rufián, no permitas que elzagal tenga excesiva licencia. Recuerda:tú estás a su lado para protegerle detodos los peligros, y eso incluye la

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astucia de las mujeres inescrupulosas.Después del postrer informe de

Belami, el caballero templario mandó allamar a Simon. Quedó encantado por loque vio. El joven cadete era la puraimagen de la salud; su rostro parecíamás enjuto a causa del duroentrenamiento, y su alto y recio cuerpo,en perfecto estado. Bernard De Roubaixdio su plena aprobación.

—Belami me ha contado excelenciassobre ti, Simon. Mis felicitaciones portus rápidas reacciones. Sin duda lesalvaste la vida a Belami, del mismomodo que en otra ocasión salvaste lamía. Esa extraña habilidad para la

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resucitación valdría la pena que latransmitieras a tus camaradas. —Losojos del viejo caballero chispearon—.Aunque pocos hombres se ahogan en losdesiertos de Tierra Santa.

Simon se sonrió.—Mañana partiremos hacia París,

señor. Me complace tener estaoportunidad para agradeceros todasvuestras gentilezas. Belami me hahablado de vuestro interés por misprogresos. Os estoy muy agradecido.Lamento no haber tenido tiempo devisitar a mi tío..., quiero decir a sirRaoul. Pero espero que cuando volváisa verle le daréis mis respetos y mi más

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sincero homenaje.—Y tu amor, Simon. No es señal de

debilidad utilizar esa palabra. Sé elafecto que os tenéis. Claro que le dirécuánto le amas y le añoras, así comocuán orgullosos nos sentimos Belami yyo de tus excelentes progresos.

Simon se ruborizó y le dijo graciastartamudeando.

El anciano mariscal templario sentíael mismo afecto por el hijo natural de suGran Maestro fallecido que su másíntimo amigo, Raoul De Creçy.

—Debo separarme pronto de ti,Simon. Nuestro Gran Maestro me haordenado dejarte en París y luego volver

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a mi semirretiro con Raoul, en De CreçyManor. Lo disfrutaré, porque es mi másviejo amigo.

«También dedicaré mi tiempo arealizar una gira de inspección de laspropiedades de los templarios en estaparte del norte de Francia. Asimismosupervisaré las granjas, los libroscontables y los suministros de rutina devituallas y forrajes para todas lascomandancias de los templarios en lazona.

«Estaré ocupado y llevaré una vidaútil todavía, pero mi corazón..., no, elcorazón de Raoul y el mío... teacompañarán a Tierra Santa.

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Las palabras de De Roubaix lerecordaron al joven que el últimovínculo con su antigua vida enNormandía pronto se cortaría. Ahogó unsollozo.

—Vamos, vamos, mi queridomuchacho. —También el templarioestaba al borde de las lágrimas—. Tututor y yo iremos a pescar y a cazar, yrecordaremos anécdotas de TierraSanta. A los viejos es mejor dejarlesjuntos con sus remembranzas delpasado. ¡Tú, joven Simon, eres nuestrofuturo!

Bernard de Roubaix suspiró. Por lomenos disfrutaría los últimos días que

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pasaría con Simon.—Quiero que me acompañes en una

visita a Chartres. Los demás cadetesirán con Belami hasta nuestra sedecentral en París, pero deseo mostrarte laiglesia favorita de tu padre: la catedralde Notre Dame de Chartres. Procuraestar listo en una hora.

Simon le saludó y corrió a contarle aBelami y a sus camaradas que seencontraría con ellos después, en lacapital. Luego se reunió con el ancianomariscal y juntos partieron haciaChartres.

Esa ciudad está situada al sudoestede Gisors, aproximadamente a tres días

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de distancia a caballo. Por el camino sedetuvieron en una granja en Mantes, quela tenía a su cargo un servidor templarioretirado. Había servido a las órdenes deDe Roubaix y de Belami, antes de dejarsu pierna izquierda en Tierra Santa yretirarse a Normandía con una pensiónde la Orden.

El marchito anciano saludó a DeRoubaix calurosamente y sacó una sidraexcelente para Simon. Al templario leofreció zumo de manzana sin fermentar.

Su siguiente parada fue en una granjade un caballero franco, Robertd’Andelis, que había luchado junto a DeRoubaix en Tierra Santa. Los dos viejos

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cruzados charlaron largo y tendido todala noche, mientras Simon escuchabaabsorto sus emocionantes recuerdos.

Por fin, después de la puesta del soldel tercer día, los viajeros entraron en elpatio de la comandancia de lostemplarios en Chartres.

Para Simon había sido un viajefascinante, pues durante la largacabalgata, el viejo templario le abrióuna vez más su corazón a su escudero.El joven normando estaba encantado conlas historias de ultramar que le contabaDe Roubaix, pues muchas de las batallasen que había tomado parte el viejocruzado las había compartido junto al

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padre de Simon, cuando era GranMaestro. Además, era evidente que DeRoubaix tenía un alto concepto de Odóde Saint Amand y hablaba de él con granafecto.

El placer mutuo que experimentarondurante el viaje era equiparable al quecomparten un padre y un hijo. Eso nosignifica que Bernard de Roubaixhubiese suplantado a Raoul de Creçy enel amor de Simon, pues eso nadie podríalograrlo, sino que ahora se había creadoun fuerte lazo afectivo entre ellos; y eltemplario sentía la misma tristezasobrecogedora que Raoul habíaexperimentado, al pensar en la partida

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de Simon en pos de su destino en TierraSanta.

Avanzaban por la ondulantecampiña, densamente poblada debosques y adornada por el atractivoesplendor de las primeras floressilvestres de la primavera. Prímulas ycampánulas alfombraban el suelo de lafloresta, en tanto que los castaños, losmanzanos y los cerezos florecían en loshuertos.

En Chartres, su primera tarea allevantarse al amanecer fue visitar lacatedral. Aquel imponente monumentodedicado al amor del hombre por Dioshabía sido construido y ornado durante

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los últimos cincuenta años. Ocupaba elmismo lugar de la antigua iglesia,construida por Fulbert, el granbenedictino. La iglesia se habíaquemado medio siglo antes.

La iglesia de Fulbert, a su vez, lahabían levantado los benedictinos,después de la destrucción, también porel fuego, de la primera iglesia cristianaque se alzó en el lugar.

En total, tres eran las iglesias que sehabían construido en el mismo sitio, quelos druidas dedicaron previamente a laadoración del dios pagano Lug.

El hecho de que utilizaran unsagrado lugar pagano para construir una

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iglesia cristiana confundió a Simon y asíse lo manifestó al mariscal templario.De Roubaix le explicó la aparenteanomalía.

—Ello se debe a que el lugar en síes sagrado, sea para adoradorespaganos, sea para los cristianos que lessucedieron. El suelo se encuentrasaturado del Wouivre, el «poder deldragón», que lleva las corrientestelúricas de la fuerza vital a través de latierra. Estas sutiles energías, que fluyencomo la sangre de nuestras venas, siguenel curso de las «aguas de debajo de latierra». Este lugar sagrado, dondeactualmente se erige la catedral, está

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localizado sobre un punto de confluenciade esas corrientes subterráneas. Lasaguas suben arremolinadas a lasuperficie, en la forma de una fuentenatural, o puits como los llamamos. ¡Ahíes donde encuentras el Wouivre..., si lobuscas!

Simon quedó encantado con lacatedral. Para el joven caballero parecíaque el magnífico edificio siempre habíaengalanado aquel lugar sagrado y queasí permanecería por los siglos de lossiglos. Causaba una sensación depermanencia aquella catedral que ni élni el templario consideraban que elDestino pudiera alterar jamás.

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Admiraron la imponente fachada dela catedral, con su impresionante pórticoesculpido y los espléndidos ventanalesque se abrían sobre la ojiva de mediopunto del portal en arco. Aquélla era unade las primeras catedrales que seconstruyeron en el nuevo yrevolucionario estilo gótico, que secaracterizaba por las elevadas bóvedasde la nave y, en toda la edificación, lanoble línea de los arcos en aguda punta.

—¡Todo esto se construyó sinplanos! —comentó el templario, parasorpresa de Simon.

Siguió explicando cómo se habíarealizado aquella extraordinaria proeza.

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—Los maestros de obras usaban unvasto piso de yeso donde lo dibujabantodo, desde las elegantes curvas de losarcos góticos hasta las formasredondeadas y cantonadas de lascolumnas de sostén.

«Aquellos ingeniosos artesanosposeían la habilidad de los grandesconstructores de templos de TierraSanta. Eran matemáticos quecomprendían los principios y axiomasde la sagrada geometría de Euclides yPitágoras, y aquí, en Chartres, podemosver los resultados prácticos de aquellasbellas verdades.

Simon estaba fascinado.

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—¿Queréis decir, señor, que todasesas maravillas se construyeronmediante la utilización de la geometríasolamente?

El viejo templario se sonrió.—No totalmente, Simon, porque el

ojo del artesano ve una belleza ocultaque el geómetra, sin ayuda, no puedeliberar de la piedra. Eso ocurrió con losmaestros de obras que construyeron estaobra maestra con sus piedras de tallaperfectamente cortadas.

«Obtuvieron estos resultadosrecurriendo a los medios que tiene lanaturaleza para formar esas curvasperfectas. Para explicarlo con

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simplicidad, los maestros de obrasempleaban juncos, largas cañas flexibleso delgadas varillas de madera curvable,que, cuando se mantenían contra unaserie de pesas pequeñas dispuestassobre el piso de yeso, ayudaban a guiarlos compases a lo largo de las líneasondeantes.

«Las formas de la naturaleza nopueden ser mejoradas por los hombrescomunes, por muy hábiles que sean en elarte del dibujo. Tales formas nos sondadas por el Gran Arquitecto delUniverso. Nosotros no podemos mejorarla obra del Todopoderoso, que esperfecta.

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Mientras caminaban en derredor dela gran catedral, el sabio caballero ibaseñalando la simple decoración, quereverentemente enriquecía el edificio sincaer en una ostentación vulgar.

—La estatua de San Jorge, elvencedor del Dragón, que, por supuesto,es el símbolo del tosco poder paganodel sitio sagrado, y la figura de SanTeodoro, el ángel guardián de este lugarsagrado, se yerguen sobre la puertameridional, o la «Entrada delCaballero», como se la llama.

«Fíjate que esas figuras son detamaño natural. Visten la cota de malladel monje guerrero, y tienen los pies

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tallados en equerre, correctamente«cuadrados», como corresponde a losGeómetras Sagrados que representan.

«Cuando estuve prisionero enDamasco me enseñaron el maravillosoarte de la geometría como parte de laGran Obra. Los sarracenos me trataronbien, a pesar de ser templario, y a queun par de nuestros grandes maestroshabían maltratado salvajemente a lospaganos.

«Sea como fuere, me dieronmuestras de gran civilidad, a pesar desaber mis captores que no obtendríanrescate alguno por mí. Incluso conocí algran filósofo arábigo Osama. Este sabio

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y viejo maestro completó mi instrucciónen geometría sagrada, cuyos rudimentosya había aprendido de otroextraordinario erudito, llamadoAbraham, un sabio judío que conocí enTiberias.

Maestro por naturaleza como era, DeRoubaix le explicó a Simon, con simplestérminos, muchos de los aspectos mássobresalientes de la catedral.

—En primer lugar, consideremos elsitio sagrado en sí, que fue elegido porlos antiguos druidas por su poder. Siglosatrás, se colocó aquí un dolmen enormede piedra, mediante métodos que aún nohemos logrado comprender totalmente.

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«De alguna manera fue transportadodesde muchas millas de distancia, dondeoriginariamente había formado parte deuno de los antiguos círculos de piedradescubiertos en esta parte del país.

«Cuando se construyó la catedral, seprecisó una pesada plataforma conruedas de construcción maciza, tiradapor un tronco de poderosos caballos,con el fin de llevar el dolmen las pocasyardas que lo separaban del lugar dondese encuentra ahora, en lo que es la criptade la catedral. ¿Cómo hicieron losdruidas para trasladar semejante piedradesde el círculo mágico donde seencontraba hasta el nuevo

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emplazamiento de su templo pagano?El templario lanzó una sonora

carcajada ante el evidente asombro deSimon.

—No atormentes tu joven cabezacon semejante enigma, Simon. Muchosgrandes eruditos están tan perplejoscomo tú. Quizá la respuesta se encuentreen el conocimiento que poseían losdruidas de la magia antigua.

«Cualesquiera que fuesen susmétodos mágicos, sus motivos eran losmismos que los nuestros: la adoraciónde la Luz y la veneración de nuestrasanta Madre Tierra, que se hallarepresentada y personificada en el

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enorme dolmen de piedra bajo nuestrospies.

Simon parecía sorprendido.—Pero, seguramente, los paganos y

nosotros adoramos a dioses enteramentedistintos, o mejor, en su caso, un panteónde dioses, diosas y espíritus de lanaturaleza.

El templario sonriócomprensivamente.

—En realidad, Simon, nuestrabendita Señora de Chartres es adorada yreconocida por muchos nombres. Losantiguos egipcios la llamaban Isis; losgriegos, Gaya. Nosotros la llamamosSanta Virgen María. Ella es la madre de

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nuestro Señor y la madre celestial detodos nosotros. Eso es lo que creemoslos templarios. ¡Éste es Su lugarsagrado! ¡Éste es el «Misterio delSitio»!

Para entonces ya habían pasado pordebajo del pórtico y entraban en lacatedral. Inconscientemente, bajaron lavoz al franquear el portal, pasando de labrillante luz primaveral del exterior a lafresca penumbra de la nave abovedada.

Simon en seguida advirtió unresplandeciente dibujo luminoso quecubría las amplias losas del suelo de lacatedral. Estaba fascinado por ladanzante luz solar sobre las piedras, y

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De Roubaix se dio cuenta del interés desu acompañante en el colorido diseño.

—¡Ése es el segundo Misterio, el dela Luz! Observa, Simon, cómo los tresaltos ventanales de la fachada frontalproyectan esos bellos dibujos. Ello sedebe al hecho de que los artesanos haninstalado recientemente una intrincadared de pequeños marcos de plomo,llamados «cames», que mantienenunidos múltiples fragmentos de vidriosde colores de formas diferentes en elinterior de las ventanas de piedra. Esosfragmentos de vidrios de colores,primero se pintan y luego se someten ala acción del fuego en un horno, antes de

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fijarlos en las «cames» de plomo,formando una escena de la vida denuestra bendita Señora de Chartres.

«Puedes ver a algunos de losartesanos trabajando en los ventanales,en aquel andamio, sobre nuestrascabezas.

—¿De dónde proceden esosmaestros capaces de construir una obrade arte tan maravillosa? —preguntóSimon, pasmado ante los arcosresonantes de la amplia nave.

—Muchos de ellos son oriundos dela zona del lago Como, en Italia. Lesllamamos «comocinenses». Son, enefecto, maestros de obra. Todos ellos

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son hombres libres, puesto que la tareade construir y decorar estos enormesedificios sagrados no es para losvasallos, siervos y esclavos.

«Cada francmasón es hermano deuna de las famosas cofradías ocompañías de artesanos. Se les conocecomo «Los hijos del maestro Jacques»,«Los hijos del padre Soubise» y —enese momento el viejo templario hizo condisimulo un curioso signo con la manoderecha— «Los hijos del rey Salomón».

«Los templarios comprendemos losextraños hábitos de esas cofradías,porque, de la forma y diseño del templodel rey Salomón, el mago maestro de

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Jerusalén, proviene la DivinaProporción de la Sagrada Geometría,que se ha utilizado exclusivamente entoda la construcción de esta hermosacatedral.

Simon se hallaba perdido en lacontemplación de la obra de arte pétreaque les rodeaba, envolviéndoles con unasensación de paz y serenidad.

Bernard de Roubaix siguió diciendoen voz baja:

—San Bernard de Clairvaux, elrenombrado erudito cisterciense, nos diolas régles, las reglas mediante las cualesdisciplinamos nuestra vida comocaballeros templarios. Ellas dan forma a

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nuestros deberes y regulan nuestroshábitos de vida, de manera muy parecidaal modo en que la Sagrada Geometríadetermina la forma y diseño de laspiedras de talla acabadas, con que seconstruyeron el templo de Salomón yesta catedral.

«Como ves, Simon, sólo mediante laestricta observancia de las reglas delCosmos, que nos dio el Gran Arquitectodel Universo, podemos construirsemejante obra de arte... que es, porsupuesto, lo que debería ser nuestrapropia vida. Somos criaturas de Dios,hechas a Su propia imagen, y nuestravida debe conformarse a la perfección

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de sus reglas.Una luz enceguecedora parecía

iluminar la mente de Simon. Su vozsonaba apagada.

—Ahora lo comprendo. Estacatedral es un sermón de piedra, que nosenseña a todos cómo tenemos que vivir.Todo se encuentra expresado aquí en lasperfectas proporciones de las piedrassillares.

—¡Exactamente! —exclamó eltemplario—. ¡Has captado la granlección que nos enseña este lugar! Tupadre solía llamar a esta catedral: «Uninstrumento para comunicarse conDios».

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En aquel preciso momento el solsalió de detrás de una nube, para inundarla nave de rayos de luz donde flotabanlas motas de polvo. Simon se quedó sinaliento ante su belleza, y ambos,instintivamente, cayeron de rodillas ydijeron un Padrenuestro y el Ave María.Aquél fue un momento mágico.

—Ése fue un ejemplo perfecto del«Misterio de la Luz» —comentó el viejocaballero, poniéndose de pie—. Ahora,respecto del delicioso «Misterio delSonido».

Bernard de Roubaix extrajo su daga,puesto que tenía derecho, comocaballero templario, a entrar armado en

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la catedral.Dando vuelta a la hoja, golpeó

ligeramente con la empuñadura elcostado de la columna más cercana.Sonó una nota clara, que se elevó porlos arcos de la nave. De Roubaix sesonrió y golpeó de nuevo una segundacolumna cuadrada. La nota fue distinta.El templario se desplazó rápidamente alo largo de la columnata, dando unligero golpe a cada una de las altascolumnas, hasta que toda la nave de lacatedral se llenó con el sonido de lamágica música de las columnas depiedra, como un coro de ángeles.

Simon estuvo a punto de aplaudir de

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placer, pero se contuvo prudentemente.Mientras el bello sonido menguaba

lentamente, apareció una figuraencapuchada y envuelta con la túnicablanca de la Orden, que avanzó,sonriendo, para saludar a De Roubaix.

—Bernard, sabía que eras tú, amigomío. Cómo te gusta hacer cantar anuestra catedral.

El encapuchado templario sedescubrió la cabeza para dejar aldescubierto un rostro enjuto, de barbablanca, que denotaba una mansa energía.

Se trataba de Robert de Guise, unfamoso cruzado, que había renunciado asu ducado para unirse a la Orden.

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—Encantado de verte, Robert —dijoDe Roubaix, al tiempo que abrazaba a suviejo camarada de armas—. Te presentoa Simon de Creçy, mi pupilo.

—Debes de estar emparentado conRaoul de Creçy —dijo De Guise—. Esun viejo camarada de luchas y unquerido amigo mío, a quien hace añosque no veo. Espero que esté bien.

—Goza de excelente salud, señor.Para evitar que Simon tuviese que

mentir, explicando su parentesco conRaoul de Creçy, Bernard de Roubaixintervino:

—Simon se dispone a unirse a laCruzada, Robert. Le traje a la catedral

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como recompensa por habersedesempeñado excelentemente en suentrenamiento en Gisors.

De Guise sonrió.—¿Te hizo pasar muchos malos

ratos Belami, hijo mío?—No, señor —respondió Simon,

con una sonrisa—. El servidor Belamime brindó tres meses maravillosos de suprecioso tiempo. Gracias a él, y a lascosas que me enseñó, podré, con laayuda de nuestra bendita Señora, servira la Orden sin deshonrarme en TierraSanta.

—Bien dicho, muchacho.De Guise contemplaba con

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admiración la recia complexión delapuesto cadete.

—¡Virgen Santa, crecen altos yfuertes en Normandía!

—Discúlpanos, Robert —dijo DeRoubaix—. Aún hay unas cuantas cosasque quiero mostrarle a mi pupilo, y nosqueda poco tiempo.

El ex duque asintiócomprensivamente.

—Por supuesto, Bernard. Puedesrondar por donde te plazca con totallibertad. La catedral está llena demaravillas. Disfrútalas, hijo mío,mientras puedas.

El eminente templario dio a Simon

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su bendición y les dejó para quesiguieran explorando el resto de laconstrucción.

—¿Conocía a mi padre, señor? —preguntó Simon con ansiedad, en cuantoRobert de Guise estuvo fuera delalcance de sus voces.

—No como a padre tuyo —respondió el templario, con voz queda—. Pero, como Gran Maestro, porsupuesto. Ten cuidado, Simon. Nodebemos hablar de estas cosas, sobretodo en la catedral, donde cada palabrallega a todos los confines, por muyquedo que hablemos.

—Perdonadme, señor.

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El joven se ruborizó de vergüenzaante aquella falta de discreción.

—Es muy natural que desees sabermás sobre tu padre —dijo De Roubaixen un murmullo—. Sólo procura ser máscauteloso, muchacho.

«Volvamos al último misterio de lacatedral: el "Misterio de la forma y eldiseño del edificio". Estas proporcionessagradas constituyen la base de laSagrada Geometría. La denominamos laRegla áurea.

«Dicho simplemente, la esencia dela Divina Proporción, o la Secciónáurea, como la imaginaban los antiguosegipcios, es la Unidad en el cociente a

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la raíz de cinco, más uno, dividido pordos.

Con el fin de ilustrar lo que queríadecir, el templario trazó los números enel suelo, valiéndose de un junco quehabía extraído de un haz que losalbañiles habían dejado apoyado contrael muro.

—Así.«Esto nos da la proporción de la

Unidad a 1,618, en números redondos.Id est: la Sección áurea es 1,618. Parasimplificar, se utiliza la notaciónnumérica moderna.

De nuevo, trazó las cifras en elpolvo que se había asentado sobre las

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losas de la obra precedente a la que seelevaba sobre sus cabezas.

—Cada piedra sillar fue marcadapor los maestros de obra utilizando esaproporción, en el modelo primero, yluego, después que la piedra fuesecortada burdamente y traída aquí, eracuidadosamente terminada y colocada ensu posición exacta, como lo requierenlos principios de la Sagrada Geometría.Ello significa que el tallado final y elajuste se realizaron en el piso de lanave, el crucero y todo el resto de lacatedral.

Simon estaba extasiado.—¿Y el Laberinto, señor? —

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preguntó, señalando el vasto dibujolaberíntico taraceado en las losas de lanave.

El viejo templario hizo una pausa,sonriendo pensativamente, mientras seatusaba la barba.

—Un día, Simon, sin dudatransitarás solemnemente por el GranLaberinto de Chartres, de acuerdo con laSagrada Danza de la Vida y la Muerte...,pero, hasta entonces, no te puedoexplicar el «Misterio del Laberinto».

En aquel momento, un grito terribleresonó en la catedral, rompiendo la pazy la tranquilidad.

Sobresaltados, levantaron la vista,

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para vislumbrar la figura que caía delalto andamio con los brazosdesplegados como un águila y agitandolas piernas.

Chillando aún, el aterrado artesanocayó en el vacío hasta chocar contra laslosas. El pobre desgraciado fallecióinstantáneamente.

Simon, horrorizado, se precipitó enseguida hacia adelante, pero la orden deDe Roubaix resonó estentórea:

—¡No toques a la víctima de laWouivre! Ambos estamos armados, porlo tanto ninguno de los dos se encuentraen estado de gracia. Aquí llega alguienmejor preparado para administrar la

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extremaunción. Roguemos por su alma.Ambos cayeron de rodillas y

entonaron un Padrenuestro. Cuandohubieron terminado, para sorpresa deSimon, el templario siguió orando enuna lengua desconocida, a la vez quehacía ciertos signos curiosos que poníacuidado de ocultar a los ojos quepudieran estar observando, salvo los desu pupilo. Al fin, se puso de pie.

—Ven, Simon —dijo, quedamente—. Es hora de irnos. El Wouivre estápresente.

Sin otra palabra más, abandonaronla catedral, que de repente se volvió fríacomo el hielo y ahora parecía poblarse

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de sombras. Simon temblaba dedesazón.

Afuera, a la luz del mediodía, sesintió mejor. El templario se volvió a suacompañante.

—Simon, lo que has presenciado nofue un accidente. Eso fue un sacrificioque exigió el Wouivre.

—¿Queréis decir que fue obra debrujería? —preguntó Simon con vozronca, todavía horrorizado por laterrible muerte del artesano.

—Quizá —repuso el templario—.Pero más probablemente se debió a laexpiación de algún pecado mortal, queel albañil cometiera y que no había sido

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absuelto en la confesión. Bajo ningunacircunstancia, un artesano debe asumiruna tarea en una obra sagrada, dentro delos confines de un lugar santo, sinhaberse confesado. El Wouivre vino acobrarse la pena por semejanteblasfemia. ¡Es la muerte!

Al día siguiente, continuaron el viajea París. Después de la súbita muerte delfrancmasón, el silencio se habíaimpuesto entre ellos, pero, a la mañanasiguiente, el cálido sol primaveraldisipó su depresión. Bernard deRoubaix prosiguió su disertación sobretemas templarios, sin volver a referirse

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a la tragedia. Simon se encontraba tanabsorto ante la corriente de informaciónde su mentor, que no tardó en relegar elaccidente del día anterior a lo másprofundo de su mente; sin embargo, lahorrorosa imagen de aquella figura quechillaba, mientras se precipitaba a sumuerte, siguió reapareciendo enperturbadores destellos de la memoria.El caballero normando aún era muyjoven y, si bien había dado muerte tantoa animales como a personas, la súbitamuerte le afectó más de lo que erahabitual en aquellos tiempos violentos.Les llevó tres días salvar la distanciaque les separaba de París y cada noche

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pernoctaron en diferentes granjas de lostemplarios. Los edificios fortificados dedichas granjas eran construidosalrededor de un patio central, donde sepodía encerrar a los animales en caso deataque. De ahí que también se lasllamara «fermes», de fermé, quesignifica «cerrado», en francés.

Caballero y escudero se acercaban aParís por el suroeste, siguiendo la bajaorilla izquierda del río Sena. Desde quepartieron de Chartres habían cubiertouna distancia de más de un centenar demillas.

La capital de Francia en el siglo XIIhabía crecido a un ritmo febril en los

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últimos veinte años. A la sazón, más de100.000 personas vivían dentro delperímetro de sus fortificaciones, o bienapiñadas en los environs de París, fuerade sus murallas. Ello la convertía en unade las ciudades más grandes del mundooccidental.

Los romanos la habían trazado comoun nostálgico recordatorio de su propiacapital, puesto que París, como Roma,también descansaba sobre bajas colinas.El enclave de la guarnición que servíade cuartel general de las legionesromanas asentadas en la Galia, pronto seconvirtió en un importante centrocomercial.

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Eso sucedió a causa del río Sena,que era plenamente navegable en todaslas estaciones del año, por dondellegaban abundantes provisiones desdela costa septentrional francesa y de lasricas granjas y viñedos de poniente. Eserío estratégicamente tan importante, quecruzaba serpenteando la ciudad queservía de guarnición a los romanos,también había traído a las sucesivaslegiones allí apostadas el recuerdo de suTíber natal, que serpenteaba a través deRoma.

Simon estaba fascinado por laajetreada escena que contemplaba a suderredor mientras él y De Roubaix

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avanzaban al paso de sus caballos porlas angostas calles. Éstas eran poco másque sendas barrosas, pues los environsde la ribera meridional del río nogozaban de las mismas comodidades quelas de la parte septentrional de lacapital. La ciudad sobre la orilladerecha del Sena se encontrabaentrecortada por anchas rúesadoquinadas, herencia de las vías que enun tiempo fueran las arterias de laciudad guarnición romana. Los environsde la orilla izquierda, en comparación,eran arrabales.

Las sucias y sinuosas sendas seextendían a ambos lados de casas,

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hosterías, tabernas, burdeles, establos ypocilgas burdamente construidos.Sumidos perpetuamente en la sombra delos destartalados edificios más grandesde dos pisos, aquellos angostos caminosde carro hedían a orina y excrementos,tanto animales como humanos.

El ruido era ensordecedor: unamezcla atronadora de crujientes carros,utensilios tintineantes, aves de corral yotros animales que protestabanruidosamente camino al mercado. Seagregaban a aquella cacofonía losfuertes gritos y los insultos roncos, lasmaldiciones y las risotadas, queacompañaban la frenética actividad que

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tenía lugar en las transitadas callejuelas.A Simon le había intrigado Gisors,

le había fascinado Chartres y quedóemocionado ante la perspectiva de verParís por primera vez, pero ahora que sehallaba en la capital, la encontrabatremendamente desagradable.

Bernard de Roubaix la detestaba,como siempre, y no veía llegado elmomento de regresar a la paz y latranquilidad de su amada Normandíanatal.

Mientras obligaban a sus caballosfogosos a abrirse paso a través de lasmultitudes de hedionda humanidad quese apretujaban en las calles, Simon no

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tenía tiempo de advertir las miradas deadmiración que le dirigían las mujeres,jóvenes y viejas por igual. El alto,apuesto y joven cadete de negra túnicacabalgaba junto al templario de másedad, cuya cota de malla centelleababajo los pocos rayos de sol que sefiltraban hasta las oscuras callejuelas.

Por fin, salieron del laberinto deinmundas callejas laterales y seencontraron en el soleado quais a laorilla del río, para encontrarse con suprimera visión de la catedral, NotreDame de París.

Construida en l’Ile de la Cité,comenzada solo diecisiete años antes,

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aquella enorme construcción tenía lamisma edad de Simon. Pero habíacrecido a un ritmo tan sorprendente, quela impresionante altura del gran edificioahora dominaba la ciudad.

Sin duda, se trataba del proyectomás ambicioso de la era de laarquitectura gótica, y Simon apenaspodía contener la ansiedad de ver suinterior.

Acercándose a Notre Dame, seguíancabalgando lentamente a lo largo delquais que bordeaba la orilla izquierda,gozando de la fresca brisa del río quealejaba el hedor de los arrabales. Losmuelles estaban abarrotados de bajeles

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de carga de toda clase, que constituíanla clave de la riqueza creciente de lacapital que se expandía rápidamente.

París, en aquella época, gozaba deun comercio extensivo en mercaderíasexóticas, al tiempo que era un mercadocentral para los productos de granja yotros, que llegaban diariamente a losquais de ambas orillas del río.

Normandía, Picardía, Bretaña y lasTierras Bajas, así como la mayor partede Francia bajo dominio del rey francésy el duque de Borgoña, enviaban a Paríssus mejores terneros, ovejas, cerdos,pescados, quesos, hortalizas, frutas yvinos, para alegrar las mesas de

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aquellos que podían pagarlos.Desde más allá, Inglaterra mandaba

lana, y varios países del Mediterráneoembarcaban alfombras, sedas y telas dehilo, cristalería y platería, cerámica yarmas finas, armaduras y artículos decuero..., en una palabra, toda la ricaprofusión de lujosos productos que losartesanos extranjeros eran capaces dediseñar y manufacturar.

La flamante universidad de Parísatraía una clase de riqueza distinta, ladel conocimiento, que se volcaba allíprocedente de muchas tierras del mundo.Pero al mismo tiempo aquel gran centrodel saber ingresaba enormes sumas de

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dinero que los estudiantes extranjerosrecibían de sus padres ricos, con el finde brindar a sus hijos parte de la mejorinstrucción de Europa.

Los nobles y los comunes, los ricosy los pobres, los avaros y los generosos,todos se dirigían a la activa capital, porrazones tan diferentes como visitanteshabía en París.

A causa de la necesidad de serviciostan variada que aquel flujo tan intensode visitantes exigentes generaba, Parísse había convertido en un refugio paralos pobres, siempre y cuando fuesencapaces de esclavizarse para realizarcualquier tarea servil que se les

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presentara. Nunca había escasez desemejante trabajo, buena parte del cualse relacionaba con la descarga de losbarcos, almacenamiento y distribuciónde la mercadería.

Todo ello lo efectuaba la Jacquerie,la masa de campesinos que vivían en lasbarracas y las chozas de los barriosbajos de la orilla izquierda.

Los quais del Sena formaban unruidoso y abigarrado escenario, peroafortunadamente la fresca brisa del río yel aroma de los perfumes y las especiasorientales que traían los barcos de cargaextranjeros de exóticos países influíanen gran manera para mitigar el hedor de

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los environs, en cuanto a la orilla del ríose refería. Cuando De Roubaix y suescudero cruzaron el puente meridionalhasta l’Ile de la Cité, la paz y latranquilidad que rodeaba a la enormecatedral, aún en construcción, fueronrecibidas como un alivio esperado.

Curiosamente, ahora que Simon seencontraba cerca de Notre Dame deParís, no experimentaba la mismasensación de temor que había sentido laprimera vez que vio la catedral máspequeña de Chartres.

Si bien faltaba mucho para suterminación, ya se advertía una ostentosaopulencia en esa gran catedral que le

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faltaba a la más simple, más reverencial,arquitectura de la primera construcción.

Así como Simon había tenido laimpresión de que Chartres era un sermónen piedra, ahora veía la catedral deNotre Dame de París como unaampulosa manifestación de la vastariqueza de la Iglesia romana. Aquellofue suficiente como para afectar lareligiosa sensibilidad del devoto jovennormando.

Además, la misma sensación dealienación le asaltó cuando, después dedejar los caballos en manos de un mozode establo, el templario y su escuderoentraron en la catedral.

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Si bien, al igual que en la ocasiónanterior, inconscientemente bajaron lavoz al trasponer el portal del sagradoedificio, Simon no experimentó enabsoluto aquella sensación deespiritualidad y paz interior quepreviamente había gozado de manera tanextática en Chartres. Para él, NotreDame fue una desilusión.

Bernard de Roubaix en seguidaadvirtió el súbito cambio de humor desu escudero. También él sentía lo mismocon respecto a Notre Dame de París.

—Se debe a la ausencia delWouivre, Simon —dijo—. Aquí, en estacatedral, está dormido. En Chartres, el

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Dragón está despierto. Pero,lamentablemente, en este vasto edificio,aun cuando la construcción exterior estácasi terminada y, por consiguiente,deberíamos sentir la presencia delguardián de nuestra bendita Señora, encambio notamos su ausencia.

«Ello es así porque el orgullo y laarrogancia de los constructores hacrecido inconmensurablemente junto conla enorme riqueza que se ha volcado ensu construcción.

«El Wouivre prefiere unadedicación más simple y devota alverdadero propósito del edificio, comoinstrumento perfecto para la

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comunicación con Dios. Notre Dame deParís no se está construyendo con esesolo fin en la mente de sus arrogantesconstructores.

«Por tanto, el dragón Wouivreduerme. Pero despertará para lacelebración de los antiguos ritos de lasestaciones. Ven cuando esté terminada,cuando se celebren los ritos de losequinoccios o de los solsticios con lareverencia debida, y encontrarás elWouivre despierto.

«Sin embargo, ya que nosencontramos aquí, Simon, ruega conmigopor el éxito de tu misión en Tierra Santa.

Lado a lado, caballero y escudero se

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postraron de rodillas y vertieron su almaa nuestra bendita Señora de París.

Durante un breve lapso, sintieronque el dragón dormido se agitaba en suprolongado sueño y ambos tuvieron laimpresión de que la Virgen Madre habíaescuchado su devota plegaria.

De Roubaix tenía poco que decirsobre Notre Dame de París y pronto semarcharon, para cruzar a la orilladerecha y emprender camino hacia elcuartel general de los templarios.

Si algo simbolizaba el poder de laOrden, era ese centro para el GranCapítulo de París. Sin embargo, sutemplo de maciza construcción, al igual

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que la comandancia de Gisors, ya estabaseñalado para ser reconstruido en unafortaleza aún más fuerte.

Simon estaba notablementeimpresionado por los altos muros, consus numerosos matacanes. Se trataba decontrafuertes salidizos, semejantes apequeñas cajas, distribuidos a lo largode las murallas con almenas. En caso deataque, en cada uno se encontrada unarquero, que se encargaría de dispararcontra los sitiadores que intentaranescalar las murallas.

Las torres en las esquinas de losmuros estaban coronadas por agujascónicas, y el vasto patio interior se

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encontraba respaldado por la granconstrucción que contenía la CasaCapitular, que constituía el corazón dela fortaleza. Aquél era el primer focodel poder temporal de la Orden enoccidente, y su formidable presenciadominaba la capital de Francia.

Simon sentía que el tamaño y el pesode los muros exteriores le oprimían. Sesintió aliviado al pasar bajo el sombríorastrillo y salir al patio interioriluminado por la luz del sol. Bernard deRoubaix había visitado el templomuchas veces en el curso de susmisiones, pero siempre experimentabala sensación de encierro opresivo que

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perturbaba a su escudero. Al igual queSimon, el viejo templario eraesencialmente un hombre de acción queamaba el aire libre de Dios; era unhombre de campo nacido y criado enNormandía. Si bien una parte de su vidahabía transcurrido dentro de los murosde muchas fortalezas, nunca se sintiócómodo en ninguna de ellas, enparticular en el interior del cuartelgeneral de los templarios en París.

Bernard de Roubaix era bienconocido por los guardias, y losvisitantes en seguida cumplieron con lasformalidades requeridas. Sus monturasfueron conducidas al herrador de turno

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para que les cambiara las herraduras, yellos no tardaron en recibir labienvenida de parte de Belami y supequeña compañía de ansiosos yjóvenes cadetes. Rodeado de tantoafecto y amistad, Simon pronto dejo desentir la impresión opresiva, que sedisipó rápidamente en medio de lasrisas y las bromas alegres. Ni lasmiradas de desaprobación de loscaballeros templarios, que se disponíana iniciar sus periodos de abstinencia,pudieron desalentar el alegre espírituque animaba a los cadetes. Además, lapresencia de los famosos y viejoscaballeros sancionaba tácitamente su

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conducta.—Ahora, Simon, que has

contemplado las maravillas de Chartres,¿qué dices? —preguntó Belami, dándoleun fuerte abrazo.

—Es un milagro. No creo habersentido tanto la presencia de la paz y labelleza en ningún otro lugar.

—¿Y qué impresión te ha causadoNotre Dame de París?

—De ningún modo la misma. —Hizouna pausa—. ¿Es bella? Sí¿Impresionante? Por supuesto, aún lefalta mucho para estar terminada, pero,de todas maneras, no es como Chartres.

—Lo sé. —Belami asintió con la

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cabeza—. Yo siento exactamente lomismo. El Wouivre parece estardormido en Notre Dame de París. EnChartres, en cambio, el Dragón estásiempre presente, guardando a nuestrasanta Señora.

En contraste con estos profundospensamientos, Simon no tardó ensumirse en las acostumbradas chanzasestúpidas de sus compañeros cadetes,que todos los jóvenes parecen celebraren un ámbito militar. Se trata de unaexperiencia intemporal y constituye laesencia de la camaradería que seextiende en cualquier corps d’élitecompuesto por gente joven.

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En París, no hubo tiempo de visitarlugares de interés, lo que causó una grandesilusión en Simon, que deseaba ver lanueva universidad. Pero, desde sullegada, los cadetes habían estado muyatareados, preparándose para el largocamino que les llevaría a Marsella.

Se habían producido unos días dedemora a causa de la reunión de un grannúmero de peregrinos, comerciantes ymercenarios, que los cadetes escoltaríanhasta la Provenza, desde donde lamayoría seguiría viaje hasta TierraSanta.

Los servicios de una escolta detemplarios se obtenían mediante el pago

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a la Orden de una suma razonable, perolos viajeros primero tenían quepresentar pruebas válidas quejustificaran el viaje. El servicio deescolta era habitual entre los peregrinosque podían permitírselo, y losmercaderes u otras personas noacostumbradas a usar armas paradefenderse se sentían seguros durante elviaje.

Sin embargo, algunos de los viajeroseran mercenarios, jóvenes aventurerosque se dirigían a ultramar para unirse acualquier ejército franco dispuesto aponer precio a sus espadas. Tambiénéstos estaban contentos de tener la

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oportunidad de compartir el viaje con laescolta de ocho jóvenes cadetes, almando del canoso veterano.

Consideraban que la presencia deuna compañía de templarios, porpequeña que fuese, les daba derecho abuscar abrigo en las comandancias queencontrarían a lo largo del camino. Paraellos, también, era dinero bien gastado.Por cierto que la escolta daba laimpresión de estar perfectamenteinstruida.

Las bandas de forajidos y de otrosrenegados sin patria, a vecescomandadas por feudales proscritos, aúneran una amenaza en los solitarios

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caminos hacia la costa provenzal. Perolas lanzas de los jóvenes templariosevitarían que nadie atacara el convoy decarros, salvo los bandoleros másosados.

La mayoría de los peregrinos erande mediana edad, algunos con esposas ehijas, pero había otros, aparte de losmercenarios, cuyo viaje a Tierra Santano era motivado por un devoto deseo deobtener la Gracia o la plenitudespiritual. Estos eran mercaderes, y elriesgo inherente al viaje formaba partede su actividad comercial.

Pero para los más vulnerables de losperegrinos, los jóvenes cadetes les

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parecían ángeles guardianes, y lasmujeres más jóvenes favorecían a losocho apuestos cadetes con múltiplesmiradas de admiración solapada.

Una adorable joven italiana, hija deun platero milanés, estaba fascinada porel alto normando de cabellos castaños yojos azules como plumas de pavo real.

María de Nofrenoy tenía sólodieciséis años cuando se enamorolocamente de Simon, literalmente a lospocos minutos de haber puesto los ojosen él. Toda la pasión de su joven cuerpose desbordó hasta el punto de casiahogarla a causa de su intensidad.

Su cara en forma de corazón,

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agraciada con un cutis finísimo y unacálida y generosa boca, que dejaba verunos dientes perfectos, posteriormentese vio embellecida por la chispa depasión que apareció en sus ojos de colorcastaño oscuro. Cada mirada que dirigíahacia el nada suspicaz Simon era unapromesa de gozo.

—Debe de haber algo raro en esemuchacho —se decía Belami entredientes, con desesperación—. Debe deestar ciego para no ver a esa floresplendorosa.

El veterano en seguida tuvo queabandonar aquellas reflexiones paraconcentrarse en reunir a los peregrinos y

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sus heterogéneas posesiones, que seapilaban inseguramente en un surtidoinadecuado de carros desvencijados.

—Sabe Dios que soy un hombrepaciente —le dijo gruñendo a Simon—.Pero, ¿por qué tengo que ocuparme delacarreo de la mitad de las posesionesmundanas del norte de Francia hasta laProvenza? Puedes estar seguro, Simon,que la mayor parte de toda esa basura nollegará más allá de Dijon, ¡y ni hablarde Marsella!

Blasfemando copiosamente en árabe,que es una lengua maravillosa para esecometido, Belami espoleó a su caballopara acercarse a Bernard de Roubaix y

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protestar contra aquella típica estupidezde los civiles.

El viejo templario, que ya lo habíaescuchado todo antes, en especial lasmaldiciones árabes, asintióprudentemente.

—Inshallah, Belami. Cuando lasruedas se caigan, deja la basura atrás.

—¡Santa Madre de Dios! —juró elveterano, elevando los ojos al cielo—.¡Una vieja imbécil ha traído sumecedora! ¡Eso tiene que descargarloahora mismo!

—No, Belami —rió De Roubaix—.Su carro se desarmará mucho antes dellegar a Dijon. Es mejor que maldiga al

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diablo por ello antes que lance susjuramentos contra el entrometidoservidor templario que arrojó sumecedora favorita en París. En Marsellaencontrará otra.

Habían sido dos días exasperantespara Belami y sus cadetes, antes de quela caravana, por fin, emprendiera sucamino franqueando el portal meridionalde las murallas que delimitaban elperímetro de la ciudad.

Simon, Bernard de Roubaix y elveterano servidor se abrazaron con elcorazón henchido y los ojos velados porlas lágrimas. Sabían que sería porúltima vez. El caballero templario se

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quedó observando a sus amigos hastaque se perdieron de vista; luego,sonándose la nariz ruidosamente, seenjugó las lágrimas y volvió a penetrarpor el portal, para emprender susolitario camino de vuelta a Gisors.Allí, siguiendo las órdenes y losdictados de su corazón, pasaría el restode sus días en De Creçy Manor con suviejo amigo Raoul. Al menos los dosveteranos cruzados podrían compartir sutristeza ante la ausencia de su pupilo,esperando con ansiedad las cartas quesabían que les escribiría desde TierraSanta.

Éstas les ayudarían a mitigar el

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dolor causado por la separación de lapersona más importante de su vida.Ambos sabían que Simon gozaría de ungran destino y que, a su manera, buscaríael Santo Grial del Conocimiento, elGnosticismo de los Magos.

Aquélla era la Era de la Caballería,y las hazañas de la gran Orden Militarde los Templarios habían influidograndemente, si no inspirado, la leyendadel rey Arturo y los Caballeros de laMesa Redonda. Existía incluso otroÁvalon en Borgoña, cerca de Beaune, ydespués de todo, Lancelot du Lacprovenía de Francia.

Muchos creían implícitamente en la

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autenticidad de ese gran círculo degallardos caballeros. Tanto De Roubaixcomo De Creçy veían a Simon comootro sir Percival, el incomparablecaballero de la corte de Arturo sobrequien los trovadores, mágicos poetaserrantes, cantaban sus baladas, llevandolas leyendas de la vida arquetípica a losespíritus de aquellos que escuchaban susmágicas canciones.

Los dos caballeros también creíanen la realidad del rey Arturo y su círculomágico de auténticos chevaliers.Aceptaban su autenticidad de la mismamanera que creían en la Cruz dondehabía muerto Jesús, que, estampada en

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plata, les había conducido durante suCruzada en Tierra Santa.

Desde París, la ruta de losperegrinos escoltados por los templariosse extendía en dirección sureste hastaDijon, alrededor de 230 millas,siguiendo el curso del Sena a medidaque avanzaban hacia sus tributarios. Sibien De Roubaix y Simon habíancubierto treinta millas por día en suviaje a Chartres y París, los peregrinos ysus destartalados carruajesobstaculizaban de tal manera lacaravana de los templarios, aun en lasrectas vías romanas, que apenasavanzaban veinte millas entre el

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amanecer y el crepúsculo vespertino. Entotal, les llevó once días llegar a Dijon,dejando una triste estela de carrosaveriados y otras posesiones a lo largodel camino.

La pequeña ciudad era un centroimportante para la venta de losproductos de granja de la región y sehabía convertido en un foco de atracciónpara el comercio de vinos, iniciadosiglos antes por los romanos ydesarrollado posteriormente por losseguidores de Carlomagno, el primeremperador de la cristiandad. Larodeaban los feudos de los nobleshacendados, así como los hogares

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rurales de las familias feudales ymercaderes aposentados, mansiones,granjas y fermes de los templarios allíestablecidos. Dichas construccionescontrastaban violentamente con lasbarracas de los pobres.

Dijon, el Dibio del tiempo de losromanos, era ahora el hogar del duquede Borgoña. Se hallaba enclavadocontra el río Borgoña, que a su vezdesembocaba en el Saóne, y allí, duranteun día exasperante, Belami y los cadetesbregaron con la reparación de loscarruajes que se desintegrabanrápidamente. Ello era suficiente parallevar a un hombre a la bebida.

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Como aquélla era una de lasregiones productoras de vino de mejorcalidad de Europa, Belami decidió quesus cadetes eran merecedores de unpoco de esparcimiento, de modo que,cuando hubieron terminado lasreparaciones de emergencia, y mientrasel herrador cambiaba algunas herradurasde los caballos, el veterano introdujo asu pequeña tropa a las delicias de losvinos de Borgoña.

Aunque los caballeros templarioshacían votos de abstinencia, el requisitono pesaba sobre las filas de losservidores de la Orden, y, si bienBelami no consentiría la indisciplina de

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la borrachera, no veía razón alguna paraque los cadetes debieran permanecermuertos de sed en medio de laabundancia de bebida.

Él mismo les acompañó, tomandomodestamente una o dos botellas, comopara dar ejemplo de moderación en elbeber. Belami se reía de sí mismo alrecordar, de pronto, a sus viejoscamaradas de armas, veinte años antesen Tierra Santa. «Difícilmente mereconocerían ahora», pensó. No, porcierto, a raíz de sus actuales hábitosabstemios, que contrastaban con suantigua imagen de bebedorempedernido.

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—Este vino es excelente. —Elveterano chasqueó los labiosapreciativamente—. A mi edad, mesbraves, me tomo mi tiempo parasaborear un vino de semejante cosecha.En los viejos tiempos, cuando teníavuestra edad, lo engullía a barriles. Bienpodrían haberme servido orines decerdo.

Los cadetes rieron estrepitosamente,ya que el vino de Borgoña les habíaaflojado la lengua.

—¿Cómo luchabais, mon chersergent, si estabais borracho? —inquirióPierre, el apuesto joven de ojos oscurosy seguro de sí mismo, que evidentemente

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provenía de una noble casa francesa,pero que, hasta el momento, no se lehabía hecho conocer su origen.

Sin embargo, su agudeza y valentíaya le habían hecho merecedor de laíntima amistad de Simon.

Belami se echó a reír.—¡Como siempre, mon garçon, con

una sola mano y la fuerza de un oso!—¿Y el vino no os afectaba en

absoluto? —preguntó Phillipe, elmuchacho alto y callado, que también sehabía sentido atraído por la cálidacamaradería de Simon.

—¡Sí! —reconoció Belami—.¡Después de una docena de botellas, me

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parecía que luchaba contra el doble depaganos!

Los cadetes celebraronestruendosamente la ocurrencia.

—Es un mal hábito —rugió elveterano—. ¡No lo cultivéis! Casi meexpulsaron del cuerpo por misborracheras. Sólo la intercesión de micomandante, el difunto Gran Maestro yel hombre más extraordinario a cuyasórdenes haya servido jamás, me salvóde recibir una patada en el traste. De nohaber sido por Odó de Saint Amand, hoyno estaría con vosotros, saboreando estedelicioso vino. Bebed, mes braves, quemañana debemos partir al amanecer.

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Durante el largo viaje hacia el sur,María de Nofrenoy apenas podía apartarlos ojos de Simon. Su corazón latía confuerza cada vez que le tenía cerca, loque sucedía tan a menudo como ellapodía encontrar una excusa para llamarsu atención, ostensiblemente con el finde recabar ayuda para el carruaje de supadre que siempre le creaba algúnproblema.

La joven anhelaba el contacto de lasfuertes manos del apuesto normandosobre su voluptuoso cuerpo, quevirtualmente ansiaba ser tomado por sudeseado amante.

Las bellas facciones y los ojos

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sorprendentemente azules de Simonpoblaban sus sueños, despierta odormida, pero en especial cuando, porla noche, se removía inquieta en la parteposterior del carro de su padre,devorada por el deseo.

María aún era virgen, pero suardiente temperamento milanés leproporcionaba una madurez física quesuperaba la que le correspondía por laedad. Hasta aquel viaje a Marsella, suexperiencia amatoria se había limitado aunos pocos besos robados y a algunastorpes caricias con el aprendiz de supadre en París. Al zagal le habíanatrapado en el acto antes de que

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hubiesen llegado las cosas a mayores.Había recibido una buena tunda y lehabían despedido, a pesar de lasprotestas de María, que se atribuyó laculpa. Ahora se había enamoradoperdidamente de Simon y deseaba quefuese él quien le robara la virginidad.Todos los demás cadetes habrían estadoencantados de ser su amante, pero Maríasólo tenía ojos, y suspiros, para Simon.Para alivio de Belami, su cadetefavorito comenzaba por fin a darsecuenta de la adoración de suadmiradora. El veterano ahora estabaseguro de que Simon no era anormal nitenía ningún defecto físico.

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Fueron todos aquellos años deacondicionarlo para la castidad en lacasa sin mujeres de Raoul de Creçy loque había retrasado el normal desarrollodel joven normando. Simon eratremendamente tímido con las mujeres,en particular con las jóvenes. Pero nisiquiera su agudo retraimiento para conel sexo opuesto podía difícilmente evitarque respondiese a los generososencantos de María, así como a laevidente ansiedad con que ellasilenciosamente se los ofrecía para suaprobación.

En dos ocasiones, al ayudarla aenmendar los inconvenientes que sufría

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el carro de los De Nofrenoy, Simon seencontró muy cerca de María, con loscuerpos en contacto. Cada vez, laemoción causada por el roce les habíahecho estremecer, mientras el perfumenatural de la muchacha le embriagabacomo el olor de las flores silvestres. Latierra despertaba al vigor del mes demayo; hacía una llamada a sus jóvenescriaturas para que respondiesen a lamúsica del gran dios Pan. Simon yMaría reaccionaban a los tonos mágicosde la siringa, y la sangre latía con fuerzaen sus venas.

Una noche de luna acamparon allado del camino, y Simon montaba

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guardia cuando el leve ruido de unospasos le obligó a girar sobre sus talones,al tiempo que extraía la espada. Antesde que tuviese tiempo de desafiar almerodeador, los suaves dedos de Maríale rozaron los labios, para silenciarlos.Su cuerpo tembloroso se apretó contraél. A la luz plateada de la luna, Simonpudo ver el largo y bien cepillado peloque enmarcaba el rostro ansioso deMaría. Con el sordo siseo del acero alrozar con el cuero, el joven caballeroenvainó de nuevo la espada. El vigorosodoncel levantó a la temblorosa joven delsuelo, estrechándola fuertemente entrelos brazos enfundados en la cota de

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malla.Sus bocas se encontraron y se

fundieron en un beso. La activa lenguade María se deslizó entre los labioshúmedos de Simon. Embelesado, élrespondió, los sentidos vibrando dedeseo, y todas las terribles advertenciasdel hermano Ambrose volaron de sumente como un enjambre de pájarossilvestres liberados de pronto.

Simon sintió que su masculinidad sealzaba bajo la tierna caricia de María,mientras debajo de los ásperos calzonesde cota de malla, los muslos de lamuchacha se abrían anhelantes a supalpitante erección.

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Lo restante habría sido la conclusiónnatural de semejante pasión. Pero, enaquel instante, el resplandor vacilantede una antorcha brilló sobre sus jóvenesrostros sorprendidos.

Ambos lanzaron una exclamación desorpresa al ser descubiertos, Simonencogiéndose de vergüenza, y Maríatapándose instintivamente la cara con sucapa con capucha.

Para alivio de Simon, una sordarisita le anunció que era Belami quiensostenía la antorcha, que se apagó deinmediato cuando el veterano introdujoel cabo encendido entre las matasempapadas de rocío. Con el dedo sobre

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los labios, les reprendió dulcemente:—¡Ahora no, mes enfants, y no aquí!

Volved junto a vuestro papá, signorina.No temas, Simon, guardaré tu secreto.Pero quiero hablar contigo, mon ami..., asolas.

El dulce beso que le dio María, conuna risita, le dijo al joven normando queno estaba todo perdido y, mientras labella joven se perdía en la oscuridad,Belami puso su poderoso brazo sobrelos temblorosos hombros de su jovenamigo.

—Simon —le dijo—, lo que hapasado, pasado está. No se ha cometidoningún pecado mortal. Has besado a una

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hermosa muchacha que lo deseaba. Esoes todo. Y si la naturaleza hubieratomado su curso natural, tampoco esohabría sido pecado.

«Nunca estuve de acuerdo con laforma extremadamente estricta en que teeducaron. Si bien tengo un gran respetopor tus tutores, creo que interpretaronmal la voluntad de tu padre.

«Recuerda, Simon, que no estaríasaquí si tu propio padre no hubieserespondido a la llamada de amor denuestra santa Madre.

«Todavía no eres un caballerotemplario, a quien le está prohibido elamor terrenal por los votos del celibato.

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Por lo tanto, por amor a nuestra santaSeñora (y créeme, Simon, que no digoninguna blasfemia), deberías conocer ladulzura del verdadero amor, antes deque renunciaras a él para siempre.

Como el padre que abraza a su hijofavorito, así Belami estrechó a Simonentre sus brazos.

—Jesús sabe que no soy un santo,pues he amado a muchas mujeres, perola doncella del caso, o la matrona,siempre consintió voluntariamente, yninguna de ellas, que yo sepa, sufriódaño alguno a causa de nuestra relación.Tú no haces más que lo que suele hacercualquier joven animal en celo en esta

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época del año. No hay pecado en ello,porque no tendríamos futuro sin el amornatural. ¡Créeme, Simon, el gran diosPan no está muerto!

En seguida el trastornado joven leabrió su alma al prudente y mundanoamigo, y le contó a Belami sus pasadasdudas y temores. El sonriente veteranole escuchó pacientemente mientrasSimon le hablaba de la lucha solitariaque sostuvo, cuando la feliz infancia seconvirtió en la incierta adolescenciavigorosa.

—He tenido sueños que me llevarona un delicioso éxtasis, pero con el alballegaba la culpa infernal, llenándome el

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alma de terror.—¿No es eso verdaderamente obra

del diablo?—¡No, Simon, no lo es! —Belami

rió—. Es, antes bien, obra de nuestrasanta Madre Tierra. Créeme, mon amitendrás mucho tiempo para evitar el caeren pecado mortal después que hayastomado los votos de caballerotemplario... —El veterano hizo unapausa—. ¡Si es eso lo que deseas hacer!

Esbozó una amplia sonrisa.—Basta de esta solemne

conversación. Tomaremos un vaso devino caliente con especias, porque elviento de Borgoña se vuelve muy frío a

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esta hora..., pues es por eso que estástemblando, ¿no es cierto, mon brave?

Belami sabía muy bien por quétemblaba Simon, pero así le brindaba aljoven una excusa válida para suembarazo.

—Belami, ¿qué haría yo sin vos?—En primer lugar, estarías pasando

un delicioso rato con María —respondióel veterano, riendo, mientras se dirigíanhacia el círculo que formaban los carroscon el fin de saborear el vino calientecon especias y disfrutar de un par dehoras de sueño, con la silla poralmohada y envueltos en mantas junto alagonizante fuego de campamento.

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4REBATOS Y

EXCURSIONES

La caravana de peregrinos siguióserpenteando su camino a lo largo de lasaguas bordeadas de cañizares del Saóne,hasta que se unía con el río Ródano enLyon.

Ése era otro importante puesto clavede los romanos para proteger el valledel largo río que se extendía hacia el surhasta el delta de la pantanosa Camarga.Era un puerto destinado al comercio de

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vinos de gran actividad, así como unaimportante plaza fuerte de lostemplarios. Allí Belami dejó a dos delos jóvenes cadetes, Gervais de Lartre eYves de St. Brieuc, el alto muchacho deLille y el fornido bretón. Ambos sesintieron amargamente desilusionados alno poder continuar, pero la recurrenciade la fiebre que sufrían obligó a Belamia tomar la decisión de dejarles, parareforzar la guarnición de los templariosen Lyon.

—Mejor hacer un buen trabajo aquíque convertirse en un estorbo para unaguarnición en las tierras asoladas porlas fiebres de ultramar.

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Los muchachos eran inteligentes ycomprendieron el punto de vista deBelami. Éste les dio ánimos.

—Cuando estéis completamentecurados, podréis uniros a nosotros enTierra Santa. Hasta entonces, mesbraves, buena cacería... ¡y no bebáisdemasiado para ahogar vuestradecepción!

Lyon era el centro comercial para elvino de Borgoña, y las barcazaspesadamente cargadas zarpaban de susquais para deslizarse rápidamente ríoabajo por el Ródano y llevar su carga devinos y finas pieles a Provenza, dondeles esperaban infinidad de barcos.

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Los lanchones de río, de quillaplana, construidos especialmente, erangobernados por fuertes remeros yestaban equipados con anchas velas. Supilotaje constituía una hábil operación,para guiarles entre los móviles bancosde arena que las poderosas corrientesconstantemente formaban y dispersaban.Cuando estaban vacías, aquellasbarcazas habían de ser laboriosamenteremolcadas río arriba. Entonces se lasarrastraba cerca de la orilla, donde lacorriente era más débil, por medio deyuntas de caballos o bien por partidasde desdichados prisioneros. Todo ennombre del gran dios Baco.

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A causa del alto costo quesignificaba contratar un piloto fluvialexperimentado y la falta de espacio quequedaba a bordo, después de cargar lospesados toneles de vino, pocos eran losperegrinos que podían darse el lujo derecurrir a aquel medio de transporte porla rápida y rugiente corriente. Sinembargo, varios mercaderes y losperegrinos más ricos eligieron afrontarel costo de aquel viaje rápido por elRódano. El resto de la caravana, conexcepción de los dos cadetes enfermos,emprendió la ruta del largo valle.Mientras así lo hacían, la relación entreMaría y Simon floreció hasta

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convertirse en un intenso amorío.Todo era bastante inocente; furtivos

encuentros de gozo cuando el padre dela joven estaba completamente dormidoen la parte posterior del carro. Aquellascitas eran frecuentes, debido a lo afectoque era el orfebre al vino de Borgoña,pero lamentablemente los interludiosdebían ser breves, porque Simon y losotros cinco sirvientes ahora tenían quecubrir las guardias de los cadetesfaltantes. El tiempo que los jóvenespasaban juntos, si bien resultabaplacentero, aún era demasiado cortocomo para poder llegar a una conclusiónsatisfactoria. Generalmente, sus breves

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encuentros llegaban al clímax del másabsoluto deseo mucho antes de poderalcanzar algo más definitivo.

En todo momento, Belami, sin servisto ni oído, montaba guardia paraasegurarse de que los jóvenes gozarande unos momentos de paz sin sermolestados. El veterano no era unvoyeur, pero su aguzado oídodifícilmente podía dejar de percibir lapasión que les embargaba. Se sonreía enla oscuridad y en voz baja tarareabaantiguas canciones de amor provenzales.

Aquel idilio fue interrumpidodramática y repentinamente.

Su marcha hacia el sur había

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transcurrido sin sobresaltos, aparte de lamuerte de un anciano peregrino y de suentierro junto a un santuario al lado delcamino, de manera que la vigilancia sehabía convertido en cosa rutinaria. Sólofue precisa una momentánea distracciónen el instante más inoportuno para quecasi se produjese un desastre. Ocurrió apocas millas al norte de la ciudad deOrange, frente al cañón de l’Ardéche.Poco antes del amanecer, Belami sedespertó de repente con todos sussentidos alerta. Para él, un débil grito yel roce de una espada al serdesenfundada había provocado laalarma. La niebla matutina colgaba baja

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sobre su campamento en la ribera delrío, y la húmeda hierba había ahogado elgolpear de los cascos de los caballosque se acercaban. El veterano noprecisó que ningún centinela pidiera elsanto y seña para identificar a losintrusos como personas hostiles. EnLyon, le habían advertido sobre unabanda de forajidos conducidos por uncaballero renegado, Etienne de Malfoy.Los hombres honestos no se acercan a uncampamento sigilosamente a aquellahora de la madrugada. Con un potentegrito de: «¡Alarma! ¡Alarma! ¡Auxarmes mes braves!», Belami seincorporó, con al hacha de guerra de

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doble filo en su poderosa mano derecha.Ya llevaba su cota de malla puesta. Elveterano cuando viajaba siempre dormíacon ella, y, mudándose regularmente dejubón o de ropa interior, le absorbía elsudor y evitaba así las fiebres.

La guardia del campamento selevantó en armas, pero los bandidos yase encontraban entre ellos. Los intrusosatacaron indiscriminadamente, matandohombres y mujeres en su frenéticabúsqueda del botín. Dos de los cadetesde Belami yacían muertos, con las cotasde malla reposando inútilmente junto asus destrozados cadáveres: una lecciónterrible sobre la necesidad de estar

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siempre dispuesto para entrar en batalla.Los tres cadetes sobrevivientes,

Simon, Pierre de Montjoie y Phillipe deMauray, estaban de pie, espalda contraespalda, formando un triángulo mortíferoy luchando por sus vidas. No había nirastros de Etienne Colmar, el jovencadete de Flandes.

Belami se sumió en una desesperadalucha como el Ángel de la Muerte,blandiendo su mortal hacha de guerracomo una guadaña de destrucción. Unladrón gritaba de dolor, mientras seaferraba el muñón de su brazo quesangraba a chorro, hasta que sedesplomó hacia adelante, sin

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conocimiento. Otro cuerpo se estrellócontra el suelo, decapitado de un solotajo. Un tercer asesino encontró su fincuando Belami hundió hasta el mango elhacha en el pecho protegido por la mallade acero del hombre que chillaba.

Simon parecía estar en todas partes,en tanto su espada penetraba por debajode la guardia de su oponente paraperforarle el vientre o la garganta. Nohabía tenido tiempo de tensar su arcoantes de que los bandidos surgiesen dela bruma.

El ataque por sorpresa había tenidoéxito contra la gente desarmada y losindefensos. Pero al hacerles frente los

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jóvenes guerreros y el veteranoservidor, cuya hacha de guerracercenaba mallas y cascos de acero, losforajidos huyeron a la desbandada. Sujefe, un hombre fornido, de barba negra,con armadura y capa roja, jurabaestentóreamente al tiempo que sudesmoralizada banda de bandidospasaba por su lado lanzandomaldiciones. Su negra montura secontagió del pánico, antes de que élpudiese dominarle, y el animal girósobre sí mismo y salió al galope paraperderse en la niebla, mientras su dueñose encontraba impotente para frenarletirando de las riendas.

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Los forajidos dejaron a siete de suscompañeros muertos o agonizantes a susespaldas. Simon y sus camaradas seapoyaron en sus ensangrentadas espadas,jadeando penosamente: la respiración secondensaba en nubes de vapor al entraren contacto con el frío aire de lamadrugada. Belami fue examinando alos muertos hasta que encontró uncuerpo con un hálito de vida. El hombreestaba mal herido: la afilada espada deSimon le había abierto el costado.

—¡Aidez-moi camarade! —gritabaentre los dientes apretados por el dolor.

—¡El diablo te lleve! —murmuróBelami—. Pero, primero, dime quién es

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tu jefe. ¿Quién es el hijo de puta?La punta de su puñal rozaba la

garganta del renegado.—¡Etienne de Malfoy!—¡Mercí camarade!El ladrón tenía los ojos

desmesuradamente abiertos de terror.Belami cogió el cayado en cruz de

un peregrino asesinado, que yacía con elcuerpo retorcido junto a ellos. Acercó lacruz a los labios del hombre agonizante.

—¡Te absolvo! —musitó elveterano.

Y hundió la daga hasta laempuñadura en el pecho del forajido.Una bocanada de sangre salió de los

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labios del herido, y su espíritu abandonóel cuerpo. Belami levantó la vista haciael rostro pálido de los cadetes. Estos sehabían quedado conmocionados ante suacción. Las facciones del veterano eranduras como el granito.

—Un hombre herido, con la mitad delas entrañas fuera del cuerpo, puedeseguir sufriendo el tormento durante unahora o más. Mi daga fue piadosa. Undía, mes camarades, quizá tendréis quehacer lo mismo por mí. —Hizo unaelocuente pausa—. O quizá tenga quehacerlo yo por vosotros.

Simon había ultimado ciertosheridos por el mismo motivo. El coup de

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gráce no podría llevar un nombre mejor.De pronto le asaltó una idea. Se llevó lamano a la sudada frente.

—¡María! ¡Mon dieu! Me habíaolvidado de ella.

Belami lanzó una carcajada,rompiendo la tensión.

—Ella está bien, Simon. He vistocómo la bella moza clavaba un estileteen la carroña de un cabrón mal parido,cuando trataba de robar a su padre.Estaba estrangulando al viejo parasacarle la verdad de dónde teníaescondida la plata. No hagas enojar aesa exquisita criatura, Simon. ¡Puede serfiera como una gata salvaje!

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Belami registró los cadáveres de losrenegados en busca del botín de guerra,pero encontró pocas cosas de valor enellos. Luego los cadetes hicieron rodarlos cuerpos hasta la rápida corriente delRódano.

Simon buscó a María, que se hallabaatendiendo a su trémulo padre. Seabrazaron apasionadamente, con eldeseo más ardiente aún a causa de lafiebre de la contienda que todavíaperduraba en ellos. Cuando Simonregresó junto a Belami, éste le dijo:

—No podemos considerarnos libresde ese renegado De Malfoy. En Lyon mehablaron de sus hazañas sangrientas.

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Parece ser que se oculta en el cañón del’Ardéche. Es una especie de leyendalocal, nacido en esta región. Conoce elvalle como la palma de su mano, lo quedificulta a las fuerzas punitivas hacerlesalir de ahí. No hay nada que puedasustituir el conocimiento de las gentesde la localidad.

Belami hizo una pausa, pensativo.—Cuando lleguemos a la

comandancia de Orange, le pediré almariscal que me dé unos cuantoshombres de la guarnición. Tengo lacorazonada de que sería preferiblereunir a unos cuantos soldados de lazona y salir en busca de ese barbudo

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hijo de puta, que dejar que su banda deasesinos recobre la moral y sorprenda ala próxima caravana de peregrinos conotra de sus emboscadas matutinas.

Mientras Belami le explicaba aSimon sus planes para liquidar a DeMalfoy, los cadetes contaron las bajassufridas.

—Malo —gruñó el veterano por fin—. Dos de nuestros camaradas hanmuerto, Gaston y Gerard. Ambos hechospedazos sin haber descargado un solosablazo por su parte. Ved cómo estabansin la cota de acero puesta, mes braves.¡Aprended la lección! —El viejosoldado escupió en el suelo—.

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¡Asesinos de criaturas! —exclamó conasco—. Eran sólo unos niños.

Diez peregrinos, la mayoría viejos eindefensos, habían muerto; cuatromujeres, dos jóvenes y dos mayores,habían sido violadas y luegosalvajemente destripadas. Phillipevomitó al ver sus vientres abiertos. Losdemás desviaron la vista mientrascubrían los cadáveres descuartizados.

—¿Cómo pueden los hombrescomportarse de esta manera? Ningunabestia es tan salvaje. Esto es la maldaddescarnada —dijo Pierre.

—En eso tienes razón, mon brave —replicó Belami, con tristeza—. Estos

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renegados están embrujados. Estánaliados con el diablo. —Se persignó altiempo que los demás se estremecían,pues sentían la proximidad del Señor delas Tinieblas, que se sentía atraído porel hedor de la muerte—. Esos cabronesestán poseídos. Sus horribles actoshablan por sí mismos —concluyóBelami.

—¿Cómo pudo suceder todo eso entan corto tiempo? —preguntó Simon conun hilo de voz.

—La lucha duró más de lo quesupones —repuso Belami, limpiando elhacha de guerra—. Combatimos conellos unos buenos cinco minutos. Ése es

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tiempo suficiente para violar y robar.Probablemente las mujeres se habíanlevantado para ir a buscar agua yalimentar los fuegos de campamento.Los bandidos las atacaron a ellasprimero, para evitar que dieran laalarma. Esos diablos deben de haberlasposeído junto a la fuente.

—Pero, ¿y la guardia? ¿Cómopudieron acercarse a los centinelas sinser oídos? —inquirió Simon.

—Eso fue culpa mía —respondióPhillipe, sintiéndose culpable—. Oh, yoestaba alerta, pero me pareció ver a unade las mujeres que se acercaba a mipuesto para traerme agua. Pero era uno

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de los ladrones que llevaba una capa demujer con capucha. Debió de cogerla deuna de sus desgraciadas victimas. Mevolví para darle las gracias y, cuandorecobré el conocimiento, estaba estiradoen el suelo, con la cabeza zumbándome acausa del golpe que me había propinadoel bandido. En aquel momento, Pierre leatravesaba con su espada. Yo extraje lamía y me uní a los demás cuando losotros asesinos nos atacaban.

—Fue un grito y el ruido de tuespada al ser desenvainada lo quefinalmente me despertó —explicóBelami—. El golpe contra tu cabeza ylos mandobles de Pierre deben de

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haberme alertado un instante antes, perolo que recuerdo claramente es el roce dela espada al salir de la vaina. Bienhecho, muchachos, os habéiscomportado como auténticos servidorestemplarios.

Se arrodillaron para elevar unabreve plegaria por el alma de suscamaradas asesinados. Todos estabanextrañados por la desaparición del otrocadete, Etienne Colmar, el joven deFlandes.

El misterio se desveló cuando lehallaron muerto, empalado en un árbolcon una lanza. También él estabadesprovisto de la cota de malla.

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Evidentemente, el acto lo habíacometido el jinete renegado. Los demásasesinos sólo estaban armados conespadas y dagas.

Los tres cadetes muertos fueronenterrados uno al lado del otro, concruces de ramas burdamente atadascolocadas sobre sus cuerpos asesinados.

Simon les rindió honores con suespada alzada y el rostro tenso por eldolor.

—Tenéis razón, Belami, deberíamosir y vengar a nuestros amigos. Debemosmeter humo en el nido de ratas yexterminar a esas alimañas.

Los demás asintieron con la cabeza

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para expresar su conformidad.—Ahora —dijo el veterano—,

debemos llegar cuanto antes a lacomandancia de Orange. Quiero que DeMontdidier, el mariscal de laguarnición, me preste la mitad de sushombres de inmediato. Debemos atacara De Malfoy mientras sus secuaces aúnestén baldados.

Al cabo de pocas horas, Belamirabiaba de impaciencia, enfrentando alsegundo oficial al mando de aquelpuesto de los templarios. Eugéne deMontdidier, el mariscal de medianaedad al mando, se encontraba postrado acausa de un violento ataque de amaldia,

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una de las fiebres más azarosas deTierra Santa. El veterano cruzadohubiera accedido sin vacilar a lapetición de Belami, pero, por unaendiablada mala suerte, el hombreestaba delirando cuando llegó lacaravana al lugar.

Su ayudante, Louis de Carlo, otroviejo cruzado, se mostró inflexible.

Se negó rotundamente a reducir lasfuerzas de la guarnición mientras elcomandante se hallara hors de combat.Nada de lo que Belami pudiese decir ohacer parecía poder hacerle cambiar deactitud o modificar su posición. Ofrecióa los peregrinos seguro refugio en el

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patio de la comandancia, así comoayuda y remedios para los enfermos yheridos, pero se negó lamentándolomucho a conceder a Belami el refuerzode uno solo de sus soldados.

La guarnición de los templariosprotegía el extremo oriental de un altopuente, originariamente construido porlos romanos, sobre el Ródano, paracomunicar el camino occidental de losperegrinos con la ciudad de Orange, enla orilla opuesta del río.

Se trataba de un eslabón vital en lacadena estratégica de fortalezas de lostemplarios, y el viejo cruzado esgrimíaun argumento válido al querer

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mantenerlo en su plena dotación. Sinembargo, la capacidad de persuasión deBelami era la de un cruzado veteranoque había adquirido más experienciaque el segundo oficial al mando de laguarnición. De mala gana, el mariscaltemporario accedió por fin a prestarle lamiserable dotación de nueve soldados,dejando la guarnición para ser defendidapor los treinta y un templarios auxiliaresrestantes.

Lamentablemente, Robert de Burgh yHomfroi de Saint Simeon, los caballerostemplarios más experimentados de laguarnición, se hallaban ausentes enOrange.

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—Han ido a la ciudad para manteneruna reunión del Capítulo en la abadía. Siestuviesen aquí, Belami, podríaconfiarles a ellos la misión. Poseen ungran conocimiento de la región y suayuda sería invalorable. ¿No puedesesperar que regresen? Claro, ya tecomprendo: De Malfoy es vulnerable enestos momentos a causa de las pérdidasy del fracaso de su ataque. Pero sólopuedo prescindir de nueve hombres. QueDios te proteja, Belami.

—Así seremos trece —replicó elveterano servidor—. El buen Señortenía ese número en la última cena.Atacaremos a los renegados a la misma

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hora que nos atacaron a nosotros,exactamente antes del amanecer.

—Ten cuidado, Belami —le advirtióel viejo cruzado—. El cañón del’Ardéche es un lugar peligroso. Losaltos acantilados y el sinuoso río loconvierten en el sitio perfecto para unaemboscada.

Irritado por lo porfiado que semostraba el segundo oficial, el veterano,por primera vez, dejó que laimpaciencia por saldar cuentas con DeMalfoy se impusiera sobre su prudencia.El servidor Louis de Carlo, el gordo yviejo comandante temporario, hacíatiempo que no participaba en combate

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alguno, pero había sido un soldado recioen su época y sabía la llama que ardíaen el corazón de Belami. A medianochele vio marchar con sus tres cadetes ynueve soldados montados, y en el fondosintió nostalgia por no poderacompañarles.

Belami contaba con dos montañerosentre su pequeña fuerza. Elconocimiento que ellos tenían delterreno le daba cierta tranquilidad. Eranlas dos de la madrugada pasadas cuandollegaron a la entrada del cañón. La lunahabía salido tarde y les daba luzsuficiente para adentrarse en las

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tenebrosas profundidades del escarpadovalle, siguiendo el sinuoso curso del ríoArdéche.

Hasta el momento, habían recorridouna milla por el cañón sin serdescubiertos. Los cascos de sus caballosestaban recubiertos por pedazos dearpillera y avanzaban en silencio. Contodo, Belami estaba inquieto.

—No hay guardias apostados —ledijo a Simon en voz baja.

—Eso es extraño para un caballeroexperimentado como De Malfoy —murmuró Simon a su vez—. En el carrode Nofrenoy faltaba un barril de vino.Quizá los bandidos están durmiendo la

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mona.Belami asintió con la cabeza.—Puede ser que tengas razón,

Simon. Los vencidos suelen ahogar elrecuerdo de la derrota en vino.Confiemos que tengan un sueño pesado.

Guiados por los dos montañeses,siguieron avanzando serpenteando por elcañón. De pronto, el montañés que hacíade guía se detuvo al aparecer la luna dedetrás de una nube. Se llevó los dedos alos labios. Belami se adelantócalladamente para unírsele, al tiempoque indicaba a los demás que lesiguieran de cerca. No pronunciaron niuna sola palabra.

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Ante ellos, un grupo de hombresenvueltos en mantas yacía alrededor deun fuego de campamento. Los arquerostemplarios se parapetaron detrás de losárboles y apuntaron sus arcos. Simondescolgó de su hombro el arco de tejoen silencio. Belami asintió con lacabeza, y los arqueros dispararonsimultáneamente. Las cinco flechas seclavaron con un ruido sordo en losbultos tapados por las mantas del suelo,y la primera flecha de Simon traspasó elcuerpo agazapado del centinela. Belamien seguida se dio cuenta de que habíansido víctimas de un engaño. Sus blancoseran objetos envueltos con mantas. De

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repente, una lluvia de flechas,disparadas desde las rocas de lo alto, seclavaron a su alrededor. Dos de ellashicieron blanco en los hombres deBelami, reduciendo su tropa a diez.

El resto de los soldados se habíaarrojado al suelo detrás de cualquiercosa que les sirviese de protección. Losrenegados acogieron su reacción congritos de triunfo. Confiados en extremo,cometieron un error fatal. Creyendo quesus adversarios habían sufrido másbajas de las que en realidad se habíanproducido, los jubilosos bandidosabandonaron su refugio y se lanzaroncorriendo pendiente abajo para concluir

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su tarea.Los templarios simularon estar

muertos hasta que sólo unas pocasyardas les separaban de sus atacantes.Entonces se levantaron y dispararon;Simon lanzó flecha tras flecha en rápidasucesión. Cada proyectil lanzado por unarco encontraba su blanco, y las flechasdel normando iban abatiendo a losforajidos, uno tras otro. El ataque sedetuvo y, chillando de terror, losbandoleros se desbandaron en retirada.Montando de nuevo en sus caballos, lostemplarios salieron al galope tras ellos,abatiendo a sus desmoralizadosoponentes a medida que les alcanzaban.

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Belami hizo caer de su montura a unalto ladrón con un golpe aturdidor; antesde que el bandolero recobrase elconocimiento, él ya había saltado de lasilla y le colocaba la punta del puñal enla garganta.

—¿Dónde está De Malfoy? —rugióel veterano, con la hoja de la dagatemblando por la furia que le dominaba.

No había ni un asomo de piedad ensus ojos. El aterrado bandolerorespondió aún aturdido:

—Fue a atacar a la comandancia. Lotenía planeado desde hace muchotiempo. De Malfoy abandonó el vallepor un acceso secreto, a través de las

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cuevas que hay cerca de la entrada.¡Nuestra emboscada tenía por objetodeteneros mientras él atacaba lafortaleza de los templarios!

—Debe de estar loco. La guarniciónpuede rechazar el ataque fácilmente. —Belami estaba asombrado por elaparente desatino del forajido—. Sitienes algo más que decir, dilo ahora, ote cortaré las orejas.

No había nada melodramático en eltono de Belami. Sus palabrasexpresaban exactamente lo que queríadecir. El bandolero continuóprecipitadamente:

—Se disfrazaron de peregrinos. El

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camino occidental de peregrinaje cruzael puente. Los guardias no sospecharánnada.

—¡Por el fuego del infierno! —exclamó Belami—. Regresemos, mesbraves, o será demasiado tarde.

—¡Piedad! —chillaba el bandido.—La clemencia de Dios no se gana

tan fácilmente; has traicionado a tuscamaradas. ¡Muere!

La daga del veterano, hundiéndoseen el corazón del hombre, acalló susbalbuceantes ruegos. Los templariossaltaron de nuevo sobre sus monturas y,en tanto la luz del alba se filtraba en lasoscuras profundidades del valle,

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partieron al galope como llevados por eldiablo.

Les había llevado dos horas elsilencioso acercamiento. Ahora salieronatronando del cañón en cuestión deminutos y cubrieron la distancia que lesseparaba del puente en media hora deduro cabalgar. Al tomar la última curvaantes de llegar al puente, vieron que seelevaba una aceitosa columna de humonegro de la comandancia. Dando riendasuelta a sus sudorosos caballos, lostemplarios maldecían o rezaban segúnles dictaban sus temores. Acercándoseal puente por el otro extremo, eltriunfante De Malfoy conducía a sus

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forajidos, cada uno de ellospesadamente cargado con su botín. Ellohabía de ser su ruina. Reacios adeshacerse de su rico botín, titubearondurante unos momentos que habrían deresultar fatales. Los once vengadores,pálidos de furia, se precipitaron haciaellos como una avalancha.

Los hombres de Belami ibanarmados con lanzas. Las mortales puntasde acero se clavaban en los bandoleroscomo si fuesen de carne picada. Acontinuación, aparecieron las espadas ytodo fue una confusión de hojas deacero, que brillaban bajo la luz delamanecer.

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Aunque les aventajaban en númeropor cuatro a uno, las aguerridas fuerzasde Belami se abrieron paso entre lamasa de los hombres de De Malfoy.

El hecho de que los bandolerosfueran atrapados en medio del puente fueotro factor que contribuyó en suresonante derrota. Totalmentedesmoralizados, los forajidos huyeron.«¡Sauve qui peut!», fue el grito quelanzaron al pasar junto a De Malfoy.Éste lanzó un juramento y atacó a suspropios hombres cuando searremolinaban a su alrededor.

Las flechas de Simon dieron cuentade tres hombres más, mientras él

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disparaba desde la silla. El hacha deguerra de Belami cercenó los miembrosde otros cuatro bandoleros que lanzabangritos de dolor. La fuerza de lostemplarios acuchilló a una veintena derenegados, y los arqueros dieron cuentade los restantes. Fue una carnicería.

De Malfoy quedó solo en sucorcoveante caballo negro, con laespada roja de sangre de sus propioshombres. Otro bandolero permanecía asu lado: un joven enjuto, de rubioscabellos, que ahora intentaba escaparatacando, lanza en ristre, a Simon queestaba más cerca de él.

De Malfoy levantó su espada y la

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arrojó al río.—¡Je me rends! —gritó roncamente

—. Fui armado caballero y puedo pagarun buen rescate.

Haciendo caso omiso del jinete quele atacaba, Simon tensó la cuerda de suarco.

—¡He aquí tu rescate! —gritó, y lagruesa cuerda del arco vibrósonoramente.

La flecha atravesó silbando elpuente y se hundió en el pecho cubiertopor la sobrevesta roja de De Malfoy.

Con un fuerte gruñido, cayó de sualta silla y se estrelló contra el parapetode piedra. En su agonía, se retorció

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resbalando por el costado del altísimopuente. De Malfoy ya estaba muertocuando se hundió en las espumosasaguas del Ródano y desapareció en elremolino blanco.

—¡Cuidado!La advertencia de Belami llegó

demasiado tarde, en tanto la lanza delrenegado atacante alcanzaba el costadoderecho de Simon. El joven normandosólo tuvo tiempo de girar sobre la silla,al tiempo que soltaba el arco y echabamano de la espada. Entonces la lanza lehirió, de través, pero desgarrando afondo la cota de malla y llegando a lacarne. Simon se tambaleó sobre la silla,

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mientras el renegado pasaba por su lado.Belami espoleó a su montura para

interceptarle el paso. Phillipe y Pierrese acercaron a Simon por ambos ladospara evitar que cayera de Pegaso.

El bandolero de rubios cabellosarrojó la lanza y desenvainó la espadapara parar el golpe de Belami. El hachade guerra partió limpiamente la hoja deacero de la espada y se hundió en elaterrado rostro afeminado del jovenforajido, que se partió en dos, sangrandocopiosamente. Murió al instante.

Inclinado sobre la grupa de sucaballo, que seguía galopando, elbandido muerto fue llevado hacia el

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valle.Belami se acercó al trote a Simon y

examinó su herida.—Es profunda —dijo—, pero

vivirá.La batalla había durado apenas tres

minutos desde el principio hasta el final.—¡María! —exclamó Simon, en un

murmullo doliente—. Busca a María,Belami.

—No temas, muchacho. Phillipe,Pierre..., que le atiendaninmediatamente. Iré en busca de lajoven.

Belami cruzó el puente al galope yfranqueó el portal abierto de la fortaleza

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de los templarios. El hecho de queaquellas pesadas puertas estuviesenabiertas de par en par indicaba que laestratagema de De Malfoy les habíacogido por sorpresa.

El patio estaba patéticamentecubierto de ensangrentados bultosenvueltos en telas, que momentos anteseran peregrinos. Sus carros destrozadosaún ardían, provocando la espesahumareda que los templarios observaroncuando regresaban.

Mientras a Simon le ayudaban suscamaradas, Belami desmontó, paraabrirse paso entre los cadáveres de laguarnición pasada por las armas, en

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dirección a la torre central.La mayoría de los templarios

asesinados aún tenía el arma envainada.Habían muerto sin devolver ni un solomandoble. Pero un par de soldadoshabían vendido su vida al precio de unasesino muerto.

El segundo oficial al mando, el viejoservidor De Carlo, era uno de los pocosque se habían defendido. Dosbandoleros, uno con el cuello cortado yel otro con el cráneo partido, yacíanformando un montón informe delante delcuerpo del veterano servidor. Éste seencontraba clavado a la puerta de latorre por una lanza.

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—Al menos Louis murió como unsoldado —musitó Belami, tirando de lalanza y sosteniendo diestramente elpesado cuerpo de De Carlo antes de quese desplomase sobre el suelo.

El templario entró en la torresabiendo perfectamente lo queencontraría allí. De Malfoy habíaelegido la capilla para llevar a cabo elpeor de sus tremendos crímenes. Elenfermo mariscal De Montdidier habíasido descuartizado mientras deliraba. Sucelda monjil parecía un matadero.

En la capilla de los templarios, losrenegados habían orinado y defecado enel altar, y destruyeron todo símbolo

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religioso que pudieron encontrar. Sudiabólica obra se hacía del todoevidente en el número de mujeresvioladas y destripadas que yacíantendidas sobre los peldaños del altar.

Belami se santiguó al ver elsangriento espectáculo; incluso suendurecido estómago se revolvió ante elhedor asqueante que saturaba el airepestilente. La sensación de depravaciónera abrumadora.

Un gemido condujo al nauseadoveterano hacia la pequeña sacristía. Conla espada en la mano, abrió la puerta deun puntapié.

María yacía atada con la cuerda de

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una campana a una mesa, sobre la quehabían extendido un mantel de altarmanchado de sangre.

Sólo ella de todas las mujeresvejadas, jóvenes y viejas, no había sidodestripada. Su cuerpo estaba cubierto demoretones y de salpicaduras de heces.Su cara, tan bella antes, estabaterriblemente hinchada a causa detremendos golpes, y la boca le colgabaabierta por el horror. Un espantosogemido salía de sus labios. CuandoBelami la liberó de las ataduras, seapartó de él aterrada.

El servidor templario la cogiótiernamente con su poderoso brazo

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derecho y apoyó el cuerpo exánimecontra su cintura.

La mantuvo junto a su pecho, comoun padre llevando a una criaturaasustada. Con sumo cuidado la sacó deaquel horrible lugar para salir a la luzdel sol.

Cuando abandonaban aquelmortuorio, Simon, ayudado por Phillipey Pierre, vio quién era la persona queBelami sostenía con sus brazos. Eljoven, pálido como la muerte por lapérdida de sangre, gritó con voz ronca:

—¡María!—Vive —dijo Belami, simplemente.Simon lanzó un grito y cayó sin

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conocimiento en los brazos de suscamaradas.

Belami alzó la vista en el instante enque una partida de templarios hacía suentrada a caballo en el patio lleno dehumo. Llegaba al mando de los doscaballeros ausentes, que regresaban dela reunión en el Capítulo de la abadía deOrange.

Aun aquellos experimentadoscruzados se horrorizaron ante la escenade aquella matanza general que seofrecía a su vista. Los soldados habíandescubierto otro espectáculo horroroso.Al viejo orfebre italiano, De Nofrenoy,lo habían empalado en una afilada

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estaca. Evidentemente, el hombre sehabía resistido a declarar dónde llevabaescondida la plata. Su carro lo habíandesarmado literalmente antes de que DeMalfoy descubriera el escondite secreto,hábilmente disimulado en el fondo falsode un barril de agua.

Belami dejó a la vejada doncella alcuidado de los templarios y en pocaspalabras les informó del error que habíacometido al intentar borrar del mapa aDe Malfoy.

El veterano servidor no ocultó nadade lo sucedido.

—La culpa fue mía, señor —dijo aDe Burgh.

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—Al contrario, servidor Belami. —El veterano cruzado hacía tiempo queera conocedor de su reputación—. DeMalfoy debió de planear este ataque altener conocimiento de nuestra partidapara participar en la reunión delCapítulo en la abadía. Vuestrocontraataque hizo fracasar sus planes. Sevio obligado a dejar unos hombres en laretaguardia para contener a vuestrasfuerzas. Ese engendro del diablo teníaespías en todas partes. Mis hombres meinforman de que vuestros cadetes seportaron bien. ¡Os felicito, Belami, noos censuro!

A pesar del prudente evalúo que

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hizo De Burgh de la situación el viejosoldado seguía atribuyéndose la culpa.

—No dejéis nunca que la iragobierne vuestras decisiones —les dijoa los restantes cadetes, al tiempo queveía a Simon confortablemente instaladoen un carro de los templarios para serllevado al hospital de Orange—. Iré avisitarte en cuanto haya terminado miinforme completo —le dijo al muchachoherido.

Habían enviado un mensajero a laciudad y no tardaron en llegar unasmonjas, hermanas mercedarias de SaintLazarus, para hacerse cargo de María.

—¡Pobre niña! —dijo Belami—. Ha

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perdido la razón. Apostaría mi manoderecha a que ese cerdo mal nacido deDe Malfoy la obligó a presenciar elempalamiento de su padre.

—¿Cómo pueden los hombrescometer tantas atrocidades?

Phillipe estaba horrorizado.—Están poseídos por los habitantes

de las tinieblas —dijo De Burgh—.Dejan que los deseos carnales dominensu mente y su cuerpo, hasta que sehunden más hondo que el nivel de labestia. Entonces, bajo el principioespiritual de que «los iguales se atraen»,sus almas son presa de los demonios,que penetran en sus cuerpos

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degenerados y los utilizan como títeres.Belami y el resto de los soldados

limpiaron la profanada capilla, y elabad, que había regresado con lostemplarios, reconsagró el altar.

—Esto es obra de la más negra delas brujerías. De Malfoy debe de habersido un poderoso brujo para tomarsesemejante venganza contra la casa denuestra Señora. La capilla aún conservael olor del mal. Sólo el tiempo, lamisericordia, las oraciones y el amorpodrán retornarle su aire de santidad. Elrito santo por sí solo no es suficientepara eliminar la terrible presencia delpecado de esta iglesia arrasada.

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El abad había sido cruzado. A pesarde haber visto escenas horrorosas, habíaalgo tan diabólico en la maldadsistemática de De Malfoy, que sentíadesfallecer su espíritu.

Después de haber escuchado laconfesión de Belami, estuvo de acuerdocon De Burgh.

—No puedes culparte, hijo mío. Acausa de lo que hiciste, ese engendro deSatanás está muerto. Sólo Dios sabe quéotros daños terribles habría causado.Aquel joven demonio de pelo rubio, aquien me dicen que diste muerte, era elacólito del diablo, el monaguillopervertido de De Malfoy. Has liberado

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esta región del gran mal. Te absolvo,Belami, hijo mío. ¡Ve con Dios!

La infortunada María permanecíacon la vista perdida en el espaciomientras las buenas hermanas sanaban sucuerpo. Cuando Belami fue a ver a lamadre superiora, ésta le dijo:

—La niña nunca dejará que vuelva atocarla otro hombre. Con el tiempo,podremos penetrar en su mente.Nosotras la cuidaremos. Al igual quevarios de nuestros benditos santos, lapobre criatura ha sido cruelmentemartirizada. Nuestra santa Madre esamante y compasiva, sobre todo paracon aquellos que fueron tremendamente

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castigados por la bestialidad de loshombres.

La buena madre superiora seestremeció, y luego le tranquilizó:

—María es huérfana. Nosotras larecibiremos en nuestra Orden. Es lavoluntad de Dios y de nuestra Virgensanta.

Belami comprendió que aquello eralo mejor para la muchacha, pero dudabaque su mente perturbada pudieserecuperar sus facultades jamás. Cuandofue a visitar a Simon, le dijo variasmentiras piadosas para tranquilizar a supupilo favorito.

—María se está recuperando bien y

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te manda su afecto —dijo, sinparpadear, mirándole con sus brillantesojos astutos—. Se quedará con lasbuenas hermanas hasta que puedanrecogerla sus parientes italianos —continuó diciendo con total convicción.

Simon, a pesar de las soporíferashierbas del hospitalario, sufríaconsiderables dolores y su narcotizadamente no detectó falsedad alguna en laspalabras de Belami. Experimentó tansólo una gran sensación de alivio alsaber que María estaba tan bienatendida. Con un profundo suspiro, eljoven normando dejó que se rompiera eldébil hilo que le mantenía consciente y

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se sumió en un profundo sueñoreparador.

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5CORSARIOS

Phillipe y Pierre sólo habíanrecibido heridas de poca importanciadurante la lucha en el puente en cambioSimon, con el corte más serio en elcostado derecho, no pudo poner los piesen el suelo hasta pasadas dos semanas.

Durante toda la crisis delsufrimiento de Simon, Belami y sus doscamaradas mantuvieron una constantevigilia, aplicando a la cruenta heridacompresas embebidas en hamamelis yvendándola con tejidos de hilo limpios

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humedecidos con vinagre de vinohervido. El hospitalario, un ancianobrabanzón, daba su consentimiento aesas medidas y siempre estaba atentocon una esponja de mar griega, parabañar el cuerpo consumido por la fiebrede Simon con agua fresca de manantialliberalmente perfumada con hisopo.

Entre todos ellos mantenían alejadasa las moscas de la herida abierta deljoven, hasta que los fluidos de suorganismo hubieron cerrado la herida,que mantenían temporariamente unidamediante espinas limpias. Loshospitalarios habían aprendidomuchísimo sobre el arte de sanar de sus

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adversarios sarracenos en Tierra Santa.Durante cuatro días la crisis se

encarnizó con el cuerpo postrado deSimon. Al quinto amanecer, la fiebrehabía cedido, como un fuerte viento deverano, y su piel era fresca al tacto.

Al abrir los ojos, vio el rostrosonriente de Belami. Confundido, fijó lamirada en la sonrisa radiante delveterano.

—¡Belami! —exclamó con vozronca y los labios dolorosamenteagrietados por la fiebre.

Los ojos del viejo soldado sehumedecieron al acercar una esponjamojada a los labios de Simon. Su aceite

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y la esencia de hamamelis suavizaron lapiel agrietada y el joven pudo beber unpoco de agua de la fuente por medio deuna caña. Todo el tiempo, Phillipe yPierre, que dormían fuera del pequeñodormitorio de Simon, mantuvieron a sucamarada cómodamente incorporadoentre los dos.

El peligro les había acercado a loscuatro. Ésa es la única virtud delcombate: que, quiénes comparten susfatigas y peligros, luchando codo acodo, establecen lazos de camaraderíamás fuertes que los del amor fraternal.El recuerdo del horror, el dolor y elmiedo se subliman así mediante la

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experiencia compartida de la batalla y,gracias al cielo, ese intenso sentimientode unidad persiste a través del tiempo.Sólo la muerte misma pone fin a ese lazoen cada compañero de armas. Ésa es laúnica experiencia valedera de la guerra.

Durante su delirio, su cuerpo sutilhabía abandonado su torturada formafísica, mientras se retorcía y revolvía enla cama de tablas de madera.

El Simon que volara por encima deun paisaje neblinoso no experimentabadolor alguno, desde el momento deabandonar su cuerpo material hasta queregresó a él, en tanto pasaba el puntoálgido de la fiebre.

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Planeó sobre llanos, ríos, colinas yescarpados acantilados del mismopaisaje que siempre había sido elescenario de sus extraños sueños en quevolaba. Ahora supo a quién estababuscando: a su padre, Odó de SaintAmand.

Por debajo de él, la bruma a vecesse arremolinaba hasta convertirse en unmar alborotado de grises nubes, que seextendía como un manto sobre el suelo.

Una vez más, las formas de lapesadilla subían como los muertosahogados a la superficie turbulenta,alzando las manos esqueléticas paraaferrar su forma voladora, con las

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maliciosas bocas abiertas por un odioterrible. Una de ellas era la formacorrupta, atravesada por una flecha, deEtienne de Malfoy con las cuencasvacías de sus ojos resplandeciendo conun virulento fuego verde al tiempo quesalía el asqueroso hedor de la muerte desu boca sin labios. Luego llegaba elamanecer y entonces la sutil parte deSimon era arrastrada rápidamente devuelta a su cuerpo atormentado por eldolor. Fue la quinta mañana cuando sussufrimientos se volvieron tolerables y eljoven normando se despertó para serrecibido con afectuosa camaradería porsus tres íntimos amigos.

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—¡Inshallah! —dijo Belami, yabrazó el cuerpo consumido de Simon.

La fiebre había quemado hasta laínfima porción de grasa excesiva que eljoven tuviera en su cuerpo vigoroso.Parecía un Jesús joven.

—Lo que te hace falta ahora sonunos buenos bistecs provenzales y unexcelente vino tinto, mon brave. En uncorto tiempo volverás a estar encondiciones de combatir.

El experimentado hospitalario,André Devois, comenzó a alimentar aSimon con pan mojado en leche de cabray en seguida le administró una dieta mássustanciosa. Al cabo de tres días, el

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joven normando había mejoradonotablemente. Pero al recobrar la salud,el sentimiento de culpa de Simonafloraba y le atormentaba sin cesar,perturbando su muy necesario reposo.

Belami tomó una firme actitud anteél.

—No tienes motivos para culpartede nada, mon ami —insistía—. Sé que lainstrucción monástica que te hanimpartido te ha impuesto la pesadanoción del pecado. Tu amor por Maríano es algo pecaminoso. La joven serepone bien y es afortunada al no haberterminado tan mal como los demás. Elbuen Dios y nuestra santa Madre la

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protegieron.Belami se persignó, tanto por las

piadosas mentiras como por habermencionado a la Virgen. Si bien era unhombre religioso en el sentido de suinconmovible fidelidad al cristianismo,la conmiseración del viejo soldadoposeía una cualidad especial queprovenía de su prolongada experienciaen Tierra Santa. Ella eraverdaderamente ecuménica. Esasensibilidad podía parecer incompatiblecon lo que semejaba una efectivamáquina de matar, pero Belami eramucho más que eso.

Simon poseía ese mismo sentido

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innato de conmiseración, aunque teníacasi dieciocho años y ya había dadomuerte a siete u ocho hombres; perotodos ellos habían sido criminalesdispuestos a matarle a él o a suscamaradas. No se sentía culpable porello; en cambio sus regodeos con Maríahabían creado ciertas dudas en su jovenespíritu. Ésas eran las que atormentabansu conciencia.

Belami se dispuso a disiparlas tanprestamente como pudo.

—No has roto voto alguno y yo juroque no tuviste tiempo de quitarle lavirginidad a la muchacha. Ambos soistan inocentes como criaturas recién

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nacidas, de modo que olvídalo. Aceptami consejo, Simon. Es mejor así.

El proceso de recuperación y lasenergías que tornaban rápidamente notardaron en sacar a Simon de lastinieblas de la culpa a la luz de unanueva resolución. Estaba más decididoque nunca a justificar la fe de sufallecido padre en su destino, así comoarribar a Tierra Santa lo más prontoposible. Sin embargo, ello presentaba unproblema. A causa del retrasoprovocado por la herida de Simon, loscuatro camaradas descubrieron, al llegara Marsella, que habían perdido el barcoque esperaban que fuese su medio de

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transpone.El hecho desalentó a los tres

cadetes, pero Belami se mostró másresuelto y se dirigió a la nave máscercana que cargaba vituallas yrefuerzos para Tierra Santa. El barco, uncarguero veneciano de amplio velamen,brindaba escueta comodidad en susnoventa pies de eslora para treintacaballos y un centenar de hombres. Elacostumbrado aparejo veneciano develas latinas había sido reemplazado,tanto en el palo de trinquete como en elde mesana, por aparejos de velascuadradas. Ello estaba más de acuerdocon las costumbres del norte de Europa

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que con la práctica en el Mediterráneo.Existía una ligera desventaja por cuantoeran más difíciles de manipular, peroeso quedaba compensado por unaestructura más recia. Además, ellopermitía colocar cofas de combate en loalto de los mástiles. Éstas servían comopuestos de vigía o bien podían acoger aunos cuantos arqueros, así como piedrasy ánforas con aceite para ser arrojadossobre la tripulación de otras naves queintentaran abordar el barco. Lasposiciones en las cofas se alcanzabantrepando por escaleras de soga sujetas alos mástiles.

El bajel de gran calado era posesión

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de la Orden de los Hospitalarios. EstaOrden contemporánea de caballerosmonjes era una organización militarrival y a menudo chocaba en los altosniveles con la de los templarios. Pero larivalidad no se extendía más allá de lasriñas bien intencionadas entre los rangoscompetitivos de los servidores.

Belami abordó amigablemente a unservidor hospitalario, Jean Condamine,un guerrero tan canoso como el veteranomismo. Condamine tenía el cargoadicional de practicante de la medicinapara los Caballeros Hospitalarios, en sulabor consagrada a sanar enfermos.

Los miembros de ese cuerpo

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alternativo de servidores no debíannecesariamente observar una totalabstinencia y, por lo tanto, unas botellasde vino provenzal demostraron ser ellubricante adecuado para poner lasruedas en movimiento. Belami no tardóen persuadir a su oponente en el Cuerpode Servidores Hospitalarios para queles facilitara el pasaje a los cuatrotemplarios y sus monturas. Ésta habríasido la petición más difícil de serconcedida, pero dio la casualidad deque, en aquel viaje, el Saint Lazarussólo transportaba veinte caballos de loshospitalarios.

El grueso de los pasajeros lo

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constituían los arqueros y servidores,así como mercenarios que se habíansumado a la tripulación como parabrindar una protección adicional. Éstaera una necesidad muy real, ya quepiratas de la costa Barbaria y corsariosdel norte de África habían estadorecientemente muy activos y habíanlogrado hacerse con varios botinesvaliosos.

Por esta razón, la nave de loshospitalarios iba también armada de doscatapultas, una en la proa y la otrasituada en la cubierta de popa; ambasarmas podían lanzar pesadas rocas a unadistancia de un centenar de yardas.

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Ése era otro motivo por el queBelami había elegido la nave entre lacincuentena de gabarras, barcosmercantes aparejados con velas latinas yotras embarcaciones de gran caladodedicadas a la pesca y al comercio quese alineaban en los quais de Marsella.

Debían esperar varios días paraembarcar, de modo que Belami sededicó a demostrar a sus camaradascómo pasar el tiempo en el másimportante puerto de la costa occidentaldel Mediterráneo. Con un instinto nacidode la larga experiencia, Belami habíaolfateado una pequeña taberna queofrecía alojamiento en las dependencias

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anexas. El hospedaje iba acompañadode buena comida y un excelente vino dela zona. También había un genialposadero, que había sido mercenario enotros tiempos, y una esposa jovial contres hijas, para completar la trabajadoray hospitalaria familia provenzal.

—Esto es mucho mejor que molestara la guarnición de los templarios de lalocalidad para que den acogida a cuatrohuéspedes temporarios —dijo Belami,con una astuta sonrisa—. Me hepresentado al mariscal local y le heinformado de que resido aquí con unosantiguos amigos. Es un caballerobastante tranquilo, para ser templario, y

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estaba enterado de nuestro contratiempoen la comandancia. No puso ningunaobjeción a la presente situación. Dehecho, nos felicita por haber eliminado aDe Malfoy.

—¿No quiso saber más detallessobre la matanza de los peregrinos? —inquirió Phillipe sin rodeos.

—Ni uno solo —repuso Belami,secamente—. Semejantes pérdidasocurren de tanto en tanto, y De Malfoyya había borrado a varios grupos de lafaz de la tierra de la misma manera. Alhaber borrado esa mancha oprobiosa dela orden de caballería nos ha convertidoen persona grata ante los templarios y

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los hospitalarios de la comarca. En casocontrario, ellos y nuestros camaradas deOrange se habrían visto obligados aatacar ellos mismos ese nido de víboras.Así —siguió diciendo con una luminosasonrisa—, id y divertíos. Hay mucho porver y hacer en Marsella. Seguid miconsejo y procurad saber algo más sobrela Orden de los Hospitalarios y su obra.Nuestros grandes maestros no siempreestán de acuerdo, pero nosotros, losservidores no armados caballeros,debemos actuar en íntima relaciónmutua, si es que queremos sobrevivir enTierra Santa.

Los demás le tomaron la palabra a

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Belami y, por conducto del contacto queel veterano había hecho a bordo delbarco, no tardaron en ser bien recibidosentre el grupo de servidores y soldadoshospitalarios con quienes viajarían paraunirse a la Cruzada.

Fuese que la conmoción causada porla herida hubiese afectado el recuerdode Simon de los hechos recientes o fueraque las evasiones bienintencionadas deBelami hubieran obrado efecto, enmedio de la emoción ante el prontoembarque y el bullicio que reinaba enMarsella, el caso es que desapareció elsentimiento de culpa que tenía y sólomuy de vez en cuando pensaba en María.

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Como de costumbre, Belami habíatenido razón.

Los tres servidores templariosaprendieron muchas cosas de suscontemporáneos entre los hospitalarios.Al tiempo que el bello rostro de lamuchacha italiana se esfumaba de lamemoria de Simon, su mente se iballenando de nuevas y excitantesinformaciones sobre Tierra Santa. Alparecer, muchas de las plazas fuertesque habían surgido para preservar losterritorios ganados con esfuerzo por loscruzados, las habían construido oampliado los hospitalarios, que eran

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formidables constructores de hospitalesy castillos, y a menudo reforzabanfortalezas originariamente construidaspor los sarracenos y otras nacionesmusulmanas en Palestina, Siria y elLíbano.

El formidable Krak des Chevaliers,un enorme bastión de piedra conintrincadas fortificaciones, quedominaba los campos de los alrededorescon sus múltiples torres y macizaedificación, había sido principalmenteconstruido por los hospitalarios, si biende tanto en tanto también se constituía enguarnición de los templarios.

Los tres emocionados zagales

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rondaban por el agitado puerto,acompañados por el mismo número deservidores hospitalarios. Los otrosjóvenes llevaban dos meses enMarsella, preparando las vituallas parael viaje, por lo que eran versadosconocedores de la ciudad. Ellos lesseñalaban las influencias griegas,romanas y venecianas en el crecimientodel bullicioso puerto, y llevaron aSimon, Phillipe y Pierre en una visitaguiada a los mercaderes y mercados quecompetían para aprovisionar losmúltiples bajeles anclados a lo largo delquais.

Había también barcazas que

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transportaban vino de Dijon y Lyon, asícomo chalanas cargadas de hortalizas yfrutas de los campos cercanos a Orangey otras ciudades del bajo Ródano.Carros rebosantes de carne y productoslácteos llegaban diariamente de otrospuntos de la región, y la agitacióngeneral que producía la llegada y lapartida de los numerosos tipos deembarcaciones constituía un panoramade constante interés, tanto para losvisitantes como para los nativos.

Al igual que en los quais de París,las fragancias de las especias y frutasmantenían a raya los olores másnauseabundos del puerto; incluso los

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aromas provenientes del mercado delpescado eran barridos por la brisaconstante del mar. Todo provocabafascinación en los cadetes, y tanto lostemplarios como los hospitalariosgozaban del espíritu de camaradería quereinaba entre ellos, modestamenteestimulado por el delicioso vino tintoprovenzal.

Fue durante ese idilio de agitadatranquilidad que los tres cadetestuvieron la oportunidad de volver a serjóvenes. El exceso de violencia ypesada responsabilidad habíanempañado temporariamente el goce dela vida para ellos, pero ahora volvían a

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reafirmar su espíritu juvenil.Pierre fue un gran valor en la

reconstitución de la moral de suscompañeros, que en el caso de Simontanto se había visto afectada por laherida, así como por el injustificadosentimiento de culpa respecto deldestino de María.

—Me gusta este lugar. Marsellatiene una atmósfera que supera la deParís —comentó Phillipe,pensativamente, mientras tomaba unsorbo de vino de un vaso de madera deolivo—. Es como la calma después dela tormenta.

—Es el mercado del pescado, mon

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garçon —se sonrió Pierre—. El hedorque viene de los fruits de mer podridostiene un efecto soporífico, como el opio.¡A mí dadme la pestilencia del vinoagrio en el Quai de Berçy, y el ricoaroma de cloaca que viene del Sena, entodo momento! Eso es lo que yo llamoatmósfera. No hay nada como la mierdaparisina para ponerte en marcha, aprimera hora de la mañana.

Los jóvenes templarios yhospitalarios rieron estrepitosamente,ante la ruda ocurrencia de Pierre, tantopor efecto del sol del mediodía comopor el excelente vino tinto.

Pero, Phillipe, su callado

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compañero, ahora parecía habersesumido en un ensueño, con la miradaperdida en el mar, como si hubiesevislumbrado una visión más allá delhorizonte.

Simon fue el primero en advertirlo.—¿Qué te aflige, mon garçon? En

este preciso instante, estabas a muchasmillas de distancia.

Phillipe se sobresaltó, como sidespertase de una ensoñación.

—Es sólo un presentimiento que hetenido. Anoche soñé que estaba enTierra Santa, frente a las puertas deAcre, y nadie me dejaba entrar.

—¡No me digas! —exclamó Pierre,

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con su alegre voz—. ¡Después de tressemanas en alta mar, sin tomar un bañocaliente, sería un milagro que nosdejaran pasar!

Esa mañana, sin embargo, nisiquiera la efervescencia de Pierre nobastaba para disipar el malpresentimiento de Phillipe.

—No es saludable —dijo Belami,cuando Simon se lo contó—. Toda estapérdida de tiempo, varados en Marsella,le da al muchacho demasiado quepensar. Phillipe es un chico serio,ansioso por llegar a Tierra Santa. ¡Esoes todo! Llevadle al campo y que sedistraiga.

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El veterano servidor hizo una pausa,con una mueca en el rostro moreno.

—Y que no tome vino tinto almediodía. Tiene un efecto depresivo, amenos que duermas la siesta o dejes quese desahogue en los brazos de una buenamujer.

Más que nada, fue la gente de laciudad la que ayudó a recuperar lamoral al joven Phillipe.

Los marselleses eran una coloridamezcla de galos, romanos, venecianos,ibéricos, genoveses y otras gentesnavegantes, que se habían asentado enlos alrededores del puerto y en torno aldelta del Ródano, en la Camarga. Simon

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y los demás salieron a caballo para veraquella extraña tierra pantanosa que, através de los siglos, había surgido delbarro y las arenas de los múltiplescanales del ancho estuario del río.

Los romanos habían impulsadocentros importantes en Arlés y Aix-en-Provence, construyendo hipódromos yanfiteatros para sus carreras decuadrigas y competencias degladiadores, de acuerdo con el caprichode las clases dirigentes. Como en todoel Imperio romano, esto lo realizaron losesclavos y, al caer Roma, muchos deesos siervos liberados se establecieronen la región. Los anfiteatros actualmente

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se utilizaban como almacenes omercados, y los hipódromos seconvertían en magníficos establos parael tráfico extensivo de caballos salvajesque merodeaban libremente por laCamarga.

Durante esas excursiones, Simon ysus amigos también conocieron laestructura de la orden militar rival.

—Los rangos son muy parecidos —les explicó Marc Lamotte, un eficienteservidor hospitalario, pelirrojo, tresaños mayor que Simon—. Tambiéntenemos un gran maestro, que pasa lamayor parte del tiempo luchando contralos sarracenos y otros paganos, cuando

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debería estar construyendo máshospitales. Necesitamosdesesperadamente más instalacionespara los enfermos y los desamparados.Siento que es mi deber concentrarme ensanar a los enfermos y alimentar a losnecesitados, antes que dedicarme amatar paganos saludables.

Simon se sonrío.—Tú no tienes la culpa, Marc. Deja

la lucha en manos de nuestra ordenmilitar. Nosotros mantendremos loscaminos de peregrinaje abiertos paravosotros, y así podréis seguirconstruyendo hospitales y refugios.

—Ojalá fuese tan fácil. —El

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hospitalario meneó la cabeza contristeza—. Hay muchos hombres sabiose inteligentes entre los paganos. Ellossaben más que nosotros sobre el arte desanar. Mi tío era un hospitalario que enuna ocasión cayó prisionero enIsphahan, y él me contó de los árabes ydel uso que hacen del massa, el arte decurar mediante la imposición de manos.

—Es la segunda vez que oigo hablarde eso —dijo Simon—. El tío Raoul yBernard de Roubaix me hablaron de esemétodo de curar, en Normandía.

El pensamiento de Simon voló porun instante hasta De Creçy Manor, queahora se le antojaba a miles de leguas de

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distancia. Suspiró con nostalgia, pero enseguida la disertación del hospitalariosobre su Orden atrajo de nuevo suatención.

—También tenemos senescales ymariscales para administrar nuestroscastillos y hospitales, y un gonfalonero,a quien se le confían nuestrosestandartes sagrados, conserva losrollos heráldicos y mantiene los puntosde orden en la disciplina. Luego vienenlos caballeros hospitalarios mismos,buenos guerreros con la habilidadadicional que se requiere para confortara los enfermos y moribundos, y por fin,como sabéis, nosotros, los servidores,

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que somos la «argamasa» que mantieneunida la estructura total.

Las risas de los jóvenes resonaroncon el buen humor de la adolescencia yla experiencia compartida. La sensaciónera placentera.

La herida de Simon habíacicatrizado perfectamente y la cálidaagua del mar hacía que resultarapráctico bañarse, lo que aceleró elproceso. Belami le dio unas leccionesde esgrima, y el cadete normandorespondió bien a los trucos y mañas delastuto veterano.

—Me dejasteis ganar este asalto —rió, mientras se dejaba caer con una

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rodilla sobre el pecho de su tutor.—Celebro que lo creas así —gruñó

el viejo soldado, a quien Simon habíavencido limpiamente—. Eres muchomejor de lo que tú piensas, Simon.

En su quinta noche en Marsella,abordaron el Saint Lazarus y, al romperel alba, la nave soltó amarras e izó lasvelas para aprovechar la temprana brisamatutina.

La corriente del Ródano no era tanfuerte como lo había sido en su largacarrera hacia el mar. Suavemente lesllevó hacia la desembocadura y las dosvelas cuadradas se hincharon

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rápidamente con el viento de maradentro. No precisaron ningún pilotopráctico para conducirles a mar abierto,y no tardaron en pasar ante las boyasexteriores y pusieron proa a los brazosdel golfo de Lyon.

Simon, Belami, Phillipe y Pierreobservaban apoyados en la baranda depopa el lento retroceso de la costa.Todos, en silencio, se preguntaban quéles aguardaba más adelante.

El Saint Lazarus era un magníficobarco, bien diseñado y construido paranavegar como carguerotransmediterráneo. Lenta y firmemente,cubría con comodidad el promedio de

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sesenta millas marinas por día.Sólo Phillipe sufría de mal de mer,

el precio abusivo que el mar les cobra alos hombres de tierra firme. Pierre habíapasado su adolescencia en pequeñasembarcaciones, y Belami había hechomuchos viajes por mar en naves de lostemplarios. También Simon habíadisfrutado de muchas horas remando enel lago de la finca de su tío, o nadando ynavegando en barca por el largo pasajedel río Andelle, junto a los dominios delos De Creçy. Sus estómagos resistíanbien, y Phillipe pronto se recobró, demodo que toda la tripulación y susochenta pasajeros «se sacudieron bien»

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a las pocas horas de haber iniciado elbalanceo en el suave oleaje del vastomar. La luz del sol y el cielo azul muypronto produjeron una sensación delánguido placer que sus livianas tareasno lograban mitigar.

Al amanecer, en su quinto día en elmar, a unas 300 millas de Marsella, serompió el idilio. Hasta entonces losvientos se habían mantenido estables yel carguero de quilla ancha se habíadesplazado a una velocidad permanentede tres nudos. Luego el viento viró yperdió fuerza. Aquélla fue unaoportunidad que los corsarios que leshabían estado siguiendo a una prudente

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distancia aprovecharon rápidamente.Eran dos galeras piratas: naves

rápidas, fáciles de gobernar, queutilizaban los corsarios de la costaBarbaria. Su táctica había sido de grandestreza; siguieron las luces de loscargueros guiados por el vigía,precariamente instalado en la cofa delmástil. Ello significaba que los barcospiratas sin faroles eran casi invisibles,el casco casi hundido en el horizonte. Encontraste, la nave de los hospitalarioshabía prendido, imprudentemente, unalinterna, cosa bastante segura para lanavegación en condiciones ordinarias,pero peligrosa en aguas infestadas de

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piratas.Al aminorar el viento, los corsarios

atacaron, aumentando el ritmo de lasgaleras, hasta que rápidamente llegaronal alcance de las catapultas que ambasnaves llevaban. Fueron localizadas encuanto aparecieron en el horizonte, y losredoblantes tocaron la alarma.

El caballero hospitalario, Gervaisde Redon, tenía más experiencia en laatención de los enfermos que encomandar un barco de guerra, pero elveterano servidor Condamine era muyversado en aquellas lides. De inmediatoalistó a Belami y le dio el mando de losmercenarios. Con los servidores

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templarios, Belami se encontró contreinta hombres a sus órdenes. Les hizoformar inmediatamente y les pidió quese mantuviesen fuera de la vista hastaque los corsarios trataran de abordarles.Ellos tenían que ser su reservaestratégica.

Jean Condamine mandó a veintearqueros para que se unieran a ellos, yretuvo a los otros treinta, dispuestos aenfrentar al enemigo desde largadistancia.

Cuando les separaban unas 200yardas, los corsarios abrieron fuego consus catapultas más poderosas. Alprincipio, las grandes piedras lisas que

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lanzaron cayeron al agua, pero, alacortarse la distancia, silbaban porencima de los mástiles o les perforabanlas velas.

En cuanto las galeras piratasllegaron al alcance del carguero, JeanCondamine ordenó a De Redon abrirfuego y, por una afortunada casualidad,el tercer tiro de la catapulta de popacolocó una roca de buen tamaño en lasegunda galera, en el costado de babor,que barrió a dos corsarios de la cubiertade proa, y sus destrozados cadáverescayeron en la estela de la galera.

Los piratas lanzaron dos tiros más:una de las piedras mató a un arquero en

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el acto de un tremendo golpe en el pechoy mancó a un caballo en el establoprotegido de la bodega. En cuantocomenzaron a registrar tiros certeros enel carguero, los capitanes corsariosdejaron de catapultar piedras paralanzar balas de fuego griegas. Dichasarmas consistían en potes de arcillacompletamente cerrados, llenos de unamezcla inflamable de brea, aceite ynafta. Al romperse los potes, la mezclaardía espontáneamente, y el aguaresultaba ineficaz para apagarla. Elúnico líquido recomendable paracombatir las balas de fuego griegas erael vinagre. Por este motivo, los costados

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del carguero estaban recubiertos conpieles embebidas en una solución devinagre, y otras pieles humedecidas conla misma preparación las manteníanlistas dentro de cubos junto a los dosmástiles.

En cuanto las balas de fuego griegasestallaban a bordo, los soldados y latripulación atacaban las llamas con esosextinguidores. La falta de viento, que leshabía hecho caer en manos de loscorsarios, ahora tampoco avivaba elfuego provocado por la preparaciónquímica y no tardaba en ser extinguido.

Mientras tanto, los arqueros habíanmantenido el tiro constante contra ambas

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galeras, que se acercaban rápidamentepor los dos costados. Varias flechas delos arqueros hospitalarios habíanencontrado su blanco liquidando unadocena de piratas. A pesar de todo, loscorsarios no se daban por vencidos y sepreparaban para la matanza.

Cuerdas con arpones de cuatroganchos en los extremos eran lanzadas através del espacio que separaba a lasnaves, que se iba estrechandorápidamente. Varios de aquellos arponesse engancharon en distintas partes de lasdefensas del carguero; uno de ellosensartó a un marinero a la baranda debabor.

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Las galeras piratas no sospechabanla estratagema de Belami de esconder alos soldados. Los gritos de triunfo,cuando la tripulación mora se alineabaante la borda, denotaban una excesivaconfianza.

Al acercarse las naves piratas parael abordaje, se quebraron varios remosde los galeotes, lo que causó variasvíctimas entre los esclavosencadenados. Un enjambre de corsariosse mantenía junto a la borda, dispuestosa saltar a los costados altos delcarguero.

Los arqueros hospitalarios nodejaban de arrojar una lluvia de flechas

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mortales. Muchos piratas lanzaban suúltimo grito de guerra cuando las cortasflechas se clavaban en los morenoscuerpos, ligeramente protegidos. Aunasí, hordas de corsarios trepaban por lassogas o se lanzaban hacia la nave de loshospitalarios colgados de las cuerdas desu galeote.

Siguiendo la táctica habitual enaquellas costas, el ataque se producíasincronizado por ambos lados; cadagaleote mandaba simultáneamente unahorda de piratas a través del estrechoespacio que les separaba de susvíctimas.

Simon se hallaba apostado en el

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castillo de popa del alto alcázar. Allí,disparaba mortales flechas con su arcogalés sobre los corsarios que lesabordaban. Algunas se clavaban en loscostados de madera de la nave, pero lamayoría encontraba su blanco en elcuerpo de algún moro que lanzaba ungrito de agonía. Luego Belami se lanzósobre ellos, con su hacha danesa dedoble filo partiendo cascos de acero,cotas de malla y escudos reforzadoscomo si fuesen de pergamino.

Junto a él, Phillipe y Pierre blandíanlas pesadas espadas de cruzado con todala destreza que Belami les habíaimpartido durante los entrenamientos.

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Desde sus escondites, el resto de lastropas de los templarios surgieron derepente para encarar a los sorprendidoscorsarios. Los servidores hospitalariosprimero se valieron de sus lanzas; luego,a medida que las afiladas puntasatravesaban a una de sus víctimas,extraían las espadas y se abrían caminohasta la borda de la nave.

—¡Manteneos juntos! —gritabaBelami—. ¡Obligadles a retrocederhasta la borda!

El viejo Condamine, el astutoveterano hospitalario, bajó corriendocon Simon del castillo de popa y, juntos,se abrieron paso hasta donde se hallaba

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Belami. En un instante, se dieron vueltalas tornas. Donde los moros triunfantesabordaron la nave a docenas, ahora seapilaban los cadáveres de los corsarioshasta llenar la cubierta del carguero. Apesar de la brisa marina, la nave enterahedía a cuerpos destripados y a muerte.De lo alto de los mástiles caían piedrasy pequeños barriles de aceite hirviendoeran arrojados sobre las cubiertas deambas galeras. Durante todo el tiempo,caía una lluvia de flechas de loshospitalarios sobre las tripulacionespiratas.

Con gritos de desesperación,algunos de los corsarios sorprendidos

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intentaban volver a sus galeras y muchosde ellos caían gritando en medio de loscostados chirriantes de las tres naves.

—¡Se retiran! —gritó Belami—. ¡Unúltimo ataque y habremos vencido!

La pequeña fuerza de servidoresrespondió con renovada furia; hasta losarqueros dejaron sus armas y blandieronlas ensangrentadas espadas.

De pronto, aquello se convirtió enuna carnicería; una matanza de moros,desmoralizados más allá de los límites.Las hojas de los hospitalarios cortaronrápidamente las amarras con garfios ylas galeras se alejaron lentamente porambos lados. Una estaba en llamas, y el

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fuego se volvía incontrolable, alinflamarse los explosivos almacenadosen su bodega. La otra galera, en muy malestado y falta de remos, bregaba poralejarse lentamente de su pretendidavíctima, que tan rápidamente se habíaconvertido en mortal vengador.

Simon y los arqueros sobrevivientesseguían disparando flechas, abatiendo alos corsarios que pretendían apagar lasllamas en ambas galeras.

—¡El viento! —gritó Condamine—.¡Mirad! Las velas se hinchan.

Con un ronco grito, los hospitalariosy sus aliados ayudaron a afirmar lasvelas, y el pesado carguero se desplazó

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lentamente hacia adelante, y no tardó endejar muy atrás a las devastadas galeras.Una de ellas se estaba hundiendo. Laotra estaba en un estado catastrófico.

Sin aliento, a causa del esfuerzo, conlas pecheras de malla salpicadas desangre, mientras aspiraban anhelantes elaire fresco del mar, los cruzadosvictoriosos se entretuvieron a abrazar asus camaradas y hacer una evaluacióndel costo de la derrota de los corsarios.

Veinte hospitalarios, entre arquerosy soldados, yacían muertos. Una docenamás estaban heridos, algunosseriamente. Con horror, Simondescubrió que Phillipe era uno de ellos,

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con una flecha mora clavada entre lascostillas. Le sostenía un lloroso Pierrede Montjoie, en tanto que Condamine yBelami atendían a los heridos. MientrasSimon se inclinaba sobre su agonizanteamigo, los ojos de Phillipe se abrieron,parpadeando, con un interrogante en lasveladas profundidades.

—¡Vencimos! —dijo Belami—. ¡Lesmandamos de vuelta al infierno,camarada!

—¡Dios sea loado! —musitóPhillipe, y se sonrío.

Su leve sonrisa adquirió el rictus dela muerte al ser abrazado por el ÁngelOscuro. Vertiendo lágrimas libremente,

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Pierre y Simon abrazaron a su queridoamigo.

El servidor hospitalario se llevó aBelami aparte.

—Les sepultaremos en el mar. Esnuestra costumbre.

—¡A Phillipe de Mauray no! Leprometí llevarle a Tierra Santa y allíserá enterrado el muchacho.

—Lo que tú digas, Belami —dijo elhospitalario—. Tenemos un barril deagua vacío. Pondremos al valientemuchacho en salmuera.

Y así lo hicieron: vertieron sal enabundancia en el agua con vinagre y consumo cuidado introdujeron el cuerpo de

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Phillipe en la mezcla conservadora.Clavaron los cercos de hierro parasujetar la tapa y el barril de agua seconvirtió en el féretro de un valientejoven templario.

El costo había sido alto, pero labatalla naval había terminado con unaresonante derrota para los muy temidoscorsarios de la costa Barbaria.

—Cuando me llegue el turno —ledijo Pierre de Montjoie a Simon—,entiérrame en Tierra Santa. De serposible, en el sitio donde enterremos aPhillipe.

Mientras el joven vertía ardienteslágrimas, Simon le estrechó en sus

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brazos.El anciano comandante hospitalario,

De Redon, se desempeñómagníficamente en el combate general,liquidando a un corsario con su espada yaplastando el cráneo de otro con sumaza. Ahora, hábilmente atendía a losheridos, restañando hemorragias yvendando heridas, con sus tejidos delino limpios, sus ungüentos y susextractos de hierbas.

Gervais de Redon no tenía cabezapara el mando en una batalla, pero eraun soberbio médico y sanador.

El Saint Lazarus tocó tierra en

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Sicilia, donde se abasteció de agua, decarne fresca y fruta, que loshospitalarios consideraban que era unprofiláctico contra las fiebres y unlaxante imprescindible en la vida de abordo, donde el ejercicio normal eramuy limitado.

De Siracusa el carguero partió paraemprender la más larga singladura delviaje a Tierra Santa: mil millas hastaAcre. La nave evitaría detenerse enChipre, que se hallaba gobernada por undictador hostil, y tampoco harían escalaen Malta.

Chipre aún se estaba reponiendo dela rapiña y la matanza que había causado

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en la bella isla el cruzado francoReinaldo de Chátillon, que la habíatomado después de una tremendacampaña. Ahora se hallaba bajo unaautocracia estable encabezada porDucas Isaac Comnenus, que se habíaerigido él mismo en emperador, y losisleños cobraban precios muy elevadosa los barcos hospitalarios y templariosque les visitaban para reaprovisionarse.En aquel clima de odio, resultaba máseconómico y seguro dirigirsedirectamente a Acre, el principal puertode los cruzados en Tierra Santa.

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6ACRE, LA PUERTA

A ULTRAMAR

El carguero de los hospitalarios fuesaludado por la alborozada multitud quese alineaba a lo largo de los murosalmenados de Acre. Coloridas banderas,pendones y gallardetes pertenecientes alos caballeros francos se hallabanondeando en los sombríos confalones delas guarniciones de los hospitalarios ytemplarios, azotados por la fuerte brisamarina.

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La plateada cruz de Malta de ochopuntas, que se destacaba fuertementesobre el campo negro, se agitaba en loalto del palo mayor del Saint Lazarusmientras la nave circundaba la punta detierra y navegaba majestuosamente antela fortificada isla conocida como laTorre de las Moscas. Al cabo de veinteminutos, ya había echado anclas bajo laimponente muralla de Acre.

A causa de su gran calado, el barcoamarró a lo largo de la saliente mole.Fue una tarea ímproba trasladar a losvaliosos caballos de guerra desde losimprovisados establos en la bodega dela nave por la planchada bamboleante.

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Todos los animales estaban aterrados yles flaqueaban las patas por falta deejercicio. El único modo de poderconvencer a los pesados corceles apisar las gruesas tablas de la rampa queles llevaría a tierra fue tapándoles losojos y llevarles con su jinete y un mozoconocido a cada lado, tranquilizándolesy dándoles ánimos.

Sin embargo, en cuanto ponían pieen tierra firme, los grandes caballos sereponían en seguida, y no tardaban entrotar para eliminar la lasitud que sehabía apoderado de ellos a bordo de lanave.

Pegaso acarició con el morro la

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mano de Simon, mientras le llevaban delbarco a tierra, y cuando el joven jinetevolvió a montarlo en el extremo de lamuralla, el gran caballo de guerranormando cabrioló y corveteóalegremente.

Calaban, el caballo de Belami, fueel segundo en bajar y también recobrórápidamente su acostumbrado élan,contento de sentir de nuevo las fuertespiernas del veterano sobre su ancholomo.

El portal de Acre se encontrabaabierto para recibir la tan esperada ynecesitada carga de provisiones vitales.Los refuerzos de la caballería pesada y

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de los soldados bien instruidos eranespecialmente apreciados, y la llegadade los diestros hospitalarios traía unanueva esperanza a los heridos yenfermos, en aquel momento al cuidadodel escaso personal del hospital de laciudad, parte del cual se encontrabatambién postrado por la fiebre.

La sensación de alivio era evidente.Toda la ciudad estaba enjéte.

Aquellos de los recién llegados queno conocían Tierra Santa se mostrabananhelantes de emoción, y todos ellosestaban encantados por la calidez de labienvenida que les brindaban. Elcomandante de la nave de los

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hospitalarios agradeció a sus huéspedestemplarios su aguerrida ayuda, expresósus condolencias por la muerte dePhillipe y les ofreció la hospitalidad desu Orden en Acre. Pero como había unapequeña guarnición de los templarios enla ciudad, Belami se creyó en el deberde pasarles su informe primero. JeanCondamine les abrazó calurosamente.

—Compañeros en la batalla, amigospara siempre —dijo, simplemente.

El cadáver de Phillipe fue llevado atierra con el debido respeto y, siguiendocon lo acordado por los tres templarios,fue enterrado, aún embalsamado en elbarril de agua, directamente fuera de las

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murallas de la ciudad. Aquél era el sitiodonde, si hubiera vivido, habría puestolos pies por primera vez en TierraSanta. Belami tenía un sentido naturalpara saber lo que era justo.

—Aquí es donde me gustaría que meenterrasen —le recordó Pierre deMontjoie a Simon su promesa.

—Esperemos que no sea necesario—repuso el joven normando.

—Conozco muchos lugares peorespara una tumba —observó Belami—.Con las murallas de piedra de Acredetrás de la cabeza y las cálidas aguasdel mar cerrado a tus pies, éste es unsitio de reposo adecuado para un

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cruzado.Elevaron en silencio una plegaria

por el reposo del alma de Phillipe, conlas manos sobre las empuñaduras de susespadas desenvainadas, apoyadas en elsuelo, a la manera de los cruzados.Luego se dirigieron a las puertas de laciudad, abriéndose camino a través delas angostas y populosas callejuelas delprincipal fuerte de los cruzados.

Dentro de los muros, las vistas y losolores eran nuevos y raros; no menospenetrantes éstos que los de las ciudadeseuropeas, pero sí más exóticos ycuriosos. Todas las casas de estiloárabe parecían tener un establo fuera de

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sus paredes de ladrillos de adobe. Lasmás opulentas estaban revocadas conyeso. Las más pobres, con barro. Lostechos, en forma de cúpula o con tejas,como en el caso de los hogares de losmercaderes ricos, formando un marcadocontraste con los de hojas de palmerasecas colocadas encima de los cañizaresde bambú en las viviendas másmiserables.

El clamor de las calles era tanensordecedor como en París, Lyon yMarsella, pero el coro de fondo de lasconversaciones era sorprendentementedistinto. El aire vibraba con el fluidoglótico del árabe, la sibilante cadencia

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del armenio y el sonido musical dellatín. A esas lenguas se agregaban elfrancés, español, italiano y griego, entanto que un pequeño contingenteteutónico marcaba un contrapunto guturala la cacofonía general.

Las especias orientales —cardamomo, comino, coriandro,pimienta, cinamomo, nuez moscada yjengibre— competían con los perfumesde Arabia, aceite esencial de rosas,incienso y azares dulcementeperfumados para mitigar el hedor delestiércol de caballo y de vaca, quecubría abundantemente las estrechascallejuelas.

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Para Belami, la escena familiarevocaba infinitos recuerdos de sus añosde servir en las cruzadas en TierraSanta. Para Simon y Pierre constituíauna revelación. Podían mirar hacia elinterior de muchas tiendas abiertas deartesanos, mientras avanzaban a pasolento obligando a las monturas a abrirsepaso entre aquel tumulto babélico. Loque veían les dejaba estupefactos.Bernard de Roubaix tenía razón cuandole decía a Simon que el mediano Orienteno era un incivilizado remanso deignorancia. Aquellos artesanosesforzados eran moros, árabes, turcos,armenios, sirios y persas conversos.

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Otros provenían de tierras más lejanas.Además, los intrincados instrumentos,las finas armas y ornados artefactos queelaboraban superaban con mucho todo loparecido que Europa podía producir. Unmetalista árabe, de barba blanca y flacocomo un halcón del desierto, ponía lostoques finales a un astrolabio, undelicado ejemplo de la habilidad delfabricante de instrumentos.

Otro árabe de anchas espaldas, conlas manos tendinosas de un herrero,forjaba la resplandeciente hojadamasquina hecha con una amalgama dehierro al rojo vivo y barras de acero.

—¡Una espada para un príncipe! —

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murmuró Pierre.En todas partes, artistas y artesanos,

tejedores de alfombras, sastres,fabricantes de armaduras, de arcos yflechas, repujadores de cuero,trabajaban los unos al lado de los otrosen un vasto panorama de habilidad y deconocimiento. Ello asombraba a losjóvenes servidores mientras avanzabancon sus monturas al paso, y los ojos muyabiertos.

—Nosotros, los cristianos, somoslos ignorantes —dijo Simon, con notablehonestidad.

Pierre de Montjoie asintió con ungruñido. Apenas podía dar crédito o

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apreciar el amplio abismo que se abríaentre las culturas de la cristiandad y elislam, encerrados en su amarga luchapara obtener la supremacía.Experimentó una cierta frustración alcomprobar que la gente que él habíavenido a convertir a la fe de Cristoobviamente sabía más sobre las artes, laartesanía y las ciencias que los de supropia fe. La desagradable sorpresa lemantuvo preocupado durante variosdías.

En una ocasión, Belami habíaexperimentado una reacción similar antelas aptitudes de Oriente, pero a partir dela primera campaña en Tierra Santa

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había absorbido buena parte de lasabiduría del mediano Oriente.

Para Simon de Creçy era todomágico. Como erudito, cuya rápidamente era capaz de absorberconocimientos como una esponja, seregocijaba ante cada nueva muestra decivilización.

«Eso lo heredó de su madre»,pensaba Belami. Su padre fue siempreun hombre de acción. Buena parte de susconocimientos filosóficos los aprendióde la dama que le dio un hijo, que élnunca se atrevió a reconocer.

Simon aún no sabía quién era sumadre, pero por sus venas corría la

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sangre de una mujer excepcional.El cuartel general de los templarios

en Acre tenía más el carácter de unapresencia oficial que de una fuerteguarnición. El fornido mariscalcomandante, Robert de Barres, lessaludó con poco ardor.

—Estaba esperando un refuerzo desiete cadetes además de vos mismo,servidor Belami. Bernard de Roubaixme escribió en esos términos —dijo,secamente, su rostro sudado enrojecidopor el fastidio.

Belami dio un paso adelante, saludóy le dio un conciso informe de losacontecimientos ocurridos en Francia y

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alta mar. No rehuyó responsabilidadalguna, pero comentó que sus accionesen el caso de De Malfoy habíanmerecido la aprobación del comandantetemplario en actividad en Orange. Elveterano subrayó la valentía y ladevoción al cumplimiento del deber detodos sus cadetes, tanto los vivos comolos muertos. Fue un modelo de informemilitar por su concisión. Cuando huboterminado, saludó y retrocedió un pasopara ponerse en fila junto a Simon yPierre.

De Barres, a pesar suyo, estabaimpresionado. Sin embargo, advirtió consatisfacción las bellas facciones y la

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magnífica planta de Simon. Al elegantemariscal templario le encantaba labelleza masculina.

Como comandante de las fuerzas delos templarios en Acre, Robert deBarres tenía la impresión de que la másnutrida guarnición de los hospitalariosrebajaba su posición y autoridad. Élintentaba compensarlo mediante laimposición de una excesiva disciplina asus hombres. Ello no había aumentadosu popularidad con los templarios de laguarnición bajo sus órdenes.

Belami presintió el subyacenteantagonismo y se dispuso a establecer suposición y la de sus jóvenes servidores.

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Sólo uno de los templarios de laguarnición había servido previamentecon el veterano. Era Gilbert d’Arlan, unsagaz y viejo soldado de las Ardennes.El calvo cruzado saludó a Belami con unfuerte abrazo, evidentemente contento decompartir sus responsabilidades con uncamarada de armas tan generoso decorazón y tan astuto.

—Todo ha cambiado desde la épocaque estuvimos juntos, Belami —rió,torciendo los labios—. Ahora todo espolítica. Poco combate auténtico ymuchas maniobras para acceder alpoder. Incluso se rumorea que elcontingente alemán se encuentra aquí

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para formar su propia orden teutónica;pero, conociendo a los hunos cabezadura, eso les llevará mucho tiempo. Sonbuenos soldados, pero lentos, Belami. Apesar de todo, hay unos cuantos por aquíy varios más en camino, según dicen.

—Fuertes de brazo y duros demollera —comentó Belami, con unarisotada—. Son hombres que vale mástenerles de tu parte. No me gustaría nadaluchar contra los hunos. ¿Cuál es laposición de la guarnición, viejo amigo?

Como había hecho Belami, elservidor D’Arlan le dio un concisoinforme de la situación militar en Acre.

—Las murallas de la ciudad son

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fuertes como siempre y se han añadidounas cuantas torres más. El mando seencuentra bajo el señorío delcondestable, Almaric de Lusignan. Elconvoca a diez de sus caballerosfrancos, que le ayudan a llevar lascosas. Luego está Balian de Jaffa, unbuen chevalier, al igual que Pagan deHaifa y Raymond de Scandelion, amboshombres valientes, con otros veintiúncaballeros bajo su mando conjunto.Además, el conde Joscelyn, Jordan deTerremonde y Gilles de Calavadri,todos ellos cruzados experimentados,que pueden poner cada uno de ellos unadocena o más de caballeros en el

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campo. De modo que, con unos pocosdignatarios inferiores y sus seguidores,podemos reunir a unos ochentacaballeros francos.

Belami lanzó un silbido de sorpresa.—Eso no es un ejército con que

hacer frente a los sarracenos, cuandolleguen.

El servidor D’Arlan se sonrió.—Todavía tenemos que tomar en

cuenta a las guarniciones de loshospitalarios y templarios. En total,podemos reunir a unos 150 hermanos,principalmente hospitalarios, y esoincluye a sus servidores también. Comode costumbre, eso significa que el

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cuerpo de servidores llevará el peso dela acción; además de los auxiliares, porsupuesto.

—¿Qué pasa con ellos? —preguntóBelami.

—Son turcos, como siempre —respondió D’Arlan—. Trescientosbuenos lanceros, si bien ligeramentearmados.

Belami asintió con la cabeza, y sevolvió hacia Simon y Pierre para darlesuna explicación.

—Los turcos son auxiliares. Sonbuenos combatientes. Magníficos jinetesy arqueros, y confiables en la batalla.Les he tenido al mando muchas veces.

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Le recomendaré a De Barres que os déel mando de una tropa de veinte turcos, yyo comandaré una tropa doble. Esosignifica... —Hizo una pausa y sonrió—que os convertiréis en servidores depies a cabeza.

Simon y Pierre lanzaron un grito dealegría. Belami interrumpió sumanifestación excesiva de entusiasmo.

—Todavía no estáis confirmados enel rango. Eso queda en manos mariscal,pero no creo que debáis preocuparos.¿Eh, Gilbert?

El otro veterano asintió con lacabeza.

—Y no os creáis que lo sabéis todo

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—les advirtió—. Belami tiene muchasmás cosas que enseñaros. Pero vuestromejor maestro, y aun exigente por cierto,es la propia Tierra Santa. El desierto ospuede matar rápidamente, por poco quele deis oportunidad. Los uadis y lospasos estrechos a través de las montañasson lugares ideales para una emboscada.Y recordad, mes amis, que los paganosconocen cada palmo de sus tierras. Asíque aprended tan aprisa como podáis.Un buen comandante debe tener buen ojopara reconocer el terreno. Sólo entoncespuede escoger el sitio correcto comocampo de batalla.

El servidor D’Arlan no andaba con

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rodeos. Por eso era tan buen soldado.Cuando De Barres confirmó

formalmente a los nuevos servidores ensu rango de comandantes de tropa, lesdio a cada uno un abrazo. Belamiadvirtió que el mariscal prolongaba elcontacto con el cuerpo esbelto y fuertede Simon un poco más de lo que laocasión requería. Al veterano servidortemplario aquello no le gustó nada. Loúltimo que le faltaba a Simon era unproblema con su nuevo comandante enjefe.

Los jóvenes estaban entusiasmadoscon el hecho de haber sido promovidosoficialmente y se fueron a celebrarlo con

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Belami, D’Arlan y otros jóvenesservidores de la guarnición de lostemplarios.

—Muy bien —dijo su tutor—,beberemos un buen vino tinto a vuestrocargo, mes braves, pero a partir demañana habrá doble ejercicio, hasta queseáis capaces de manejar a vuestrastropas como sabéis manejar la espada.

Las calles de Acre bullían deactividad después de la larga siesta dela tarde. La súbita oscuridad aún nohabía caído y, como estaba a la mitaddel verano, el desfile de ciudadanos dela rica ciudad era constante, paseando

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arriba y abajo mientras tomaban elfresco de la naciente noche.

Belami les indicaba los diferentesescudos que llevaban las monturas delos distintos caballeros francos,españoles, italianos y alemanes.Aquellos escudos colgados fuera de lasviviendas de sus propietariosanunciaban la presencia del caballero encuestión dentro de la casa.

—De Beaumont, Colin y David deBlois, Honfroi de Beau-lieu, Cartier deManville, Robert d’Avesnes... Conozcoa muchos de ellos. ¡Ah! He aquí uno queno me resulta familiar. Un grifo negro,en reposo sobre campo azur; sobre todo,

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una cruz teutónica. Ése es un caballoalemán; uno de los nuevos caballerosteutónicos, seguro. ¡Hola! —Belamicambió súbitamente de tema—. ¡Ahítenéis un par de bellezas para vosotros!

El veterano señaló una lujosa litera,que llevaban sobre los amplios hombroscuatro robustos nubios, probablementeeunucos. Las cortinas de la literaestaban abiertas, por cuanto aún hacíacalor, a pesar de la brisa marina quesoplaba por las estrechas callejuelas.Dentro de la litera iban dos mujeresjóvenes, una deliciosa morena y unaceñuda pelirroja de generosasproporciones. Ambas iban ricamente

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vestidas y proferían risitas comoadolescentes. Al pasar ante el grupo delos jóvenes servidores, las dos mujereslanzaron admirativas miradas a la altafigura y las clásicas facciones de Simon.Aún seguían mirándole apreciativamentecuando la corriente de gente apresuradalas llevó doblando la esquina.

—Una cosa no ha cambiado —dijoBelami, sonriendo—. Las putas siguensiendo hermosas en Acre.

Aquélla era una formasorprendentemente diferente de verTierra Santa de las que les habíanenseñado a Simon y Pierre. El viejohermano Ambrose nunca había hecho

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referencia a ello.Más tarde, cuando abandonaban la

taberna donde celebraran modestamenteel nombramiento, los jóvenes vieronotro aspecto de la vida en ultramar. Estavez se trató de un asunto de vida omuerte.

Su comandante en jefe, Robert deBarres, fue la figura central implicada.Paseaba por la calle de los Armourers,acompañado por dos de sus lancerosturcos de mayor confianza. Belami,Simon y Pierre acababan de despedirsede sus nuevos amigos, cuando todosucedió con la velocidad de un rayo deverano. En un primer momento, De

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Barres se asomaba a una herrería paraadmirar una espléndida espada deDamasco a la que se le aplicaba elpulido final. Al cabo de un segundo, unárabe alto, que llevaba una gallabieh arayas y un caftán con capucha, extrajouna daga y se la clavó a de Barres en laespalda.

—¡Asesino! —gritó Belami, unafracción demasiado tarde.

En una acción repentina, el veteranosacó su propia daga, la sopesó por unafracción de segundo y la arrojó.

El asesino no había logradoatravesar la cota de malla del mariscalde los templarios. Alzó la daga para

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intentarlo de nuevo mientras el caballerose volvía para parar el nuevo golpe.

La daga de Belami cruzó la angostacalle como un rayo y se hundió hasta laempuñadura en la garganta del asesino.Con un grito gutural, cayó a los pies desu posible víctima. Antes de que lanzarael último suspiro, De Barres habíaextraído la espada y atravesado elcorazón del moribundo.

Simon se había adelantado con laintención de ayudar al mariscal, peroBelami le contuvo.

—No intervengas en esto, mon brave—le dijo, secamente.

El viejo soldado cruzó la calle y

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saludó a De Barres.—Confío en que no estaréis herido,

señor. Estos asesinos usan dagasenvenenadas. ¿No sería prudente llamara un hospitalario para que os atendiese,señor?

De Barres sonrió con una mueca dedolor. El golpe le había dolidoterriblemente.

—Gracias por interesaros por mivida, servidor Belami —repuso de malagana—. Eso sí que es pensar conrapidez. Los mariscales templarios hacetiempo que son un blanco principal deesos asesinos, desde que nuestrofallecido Gran Maestro, Odó de Saint

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Amand, trató de eliminarles. Vos hacéishonor a vuestra reputación, servidor. —Su actitud cambió bruscamente—. ¡Bienhecho! Gracias a nuestra santa Señora ya vos, no estoy herido.

En cuanto se hubo recobrado de laconmoción del frustrado asesinato, elduro ordenancista se mostrabaauténticamente agradecido. Más tarde,de vuelta en el cuartel de los templarios,Simon le preguntó a Belami:

—¿Por qué no dejasteis queinterviniera? ¿Y qué tuvo que ver mipadre con esos asesinos?

Belami adoptó una grave expresión.—En primer lugar, ni tú ni Pierre

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sabíais que esos asesinos actúangeneralmente en pareja. Eso os colocabaa ambos en posición de riesgo. Ensegundo lugar, tu padre era unadversario activo del Culto de losAsesinos. Si no hubiese muerto enDamasco, en 1179, siendo prisionero delos sarracenos, los asesinos le habríandado muerte con absoluta seguridad.Esos diablos nunca cejan en supropósito una vez que han decididomatar a una mujer o a un hombre.

El veterano se explicó másampliamente:

—El Culto de los Asesinos es unarama de los musulmanes Shi’ite. Forman

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una secta extremadamente fanática, queno se condice con la compasiónmusulmana. Les llamamos Isma’lites. Lafundó un persa loco en el siglo pasado.Se llamaba Hassan-as-Sabah. Tenía elcuartel general en Alamut, que significa:«nido de águila». Eso fue en lasmontañas Daylam, muy lejos hacia elnorte. Los musulmanes les llamanHashashijyun a los asesinos de esasecta, porque creen que utilizan lahierba mágica, el hachís, tanto antescomo después de celebrar un sacrificio.Exteriormente, constituyen un grupopolítico dedicado al asesinato. Pero laactividad real, detrás de la fachada

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religiosa, es la magia negra. En otraspalabras, mon ami, estos asesinos sonunos brujos poderosos.

—¿Quieres decir que tienen poderesmágicos? —preguntó Simon.

—Eso dicen, y ciertamente parecenejercer una influencia tremenda en todoslos pueblos del mediano Oriente.Incluso Saladino, el gran jefe Ayyubid,les teme, y eso que es valiente como unleón. Al parecer, los asesinos ya hanllevado a cabo dos intentos contra suvida, y el último casi tuvo éxito.

—Yo creía que sólo atacaban a loscristianos —intervino Pierre, queacababa de unirse a ellos.

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—¡Nada de eso! El culto tomarácomo blanco a cualquiera que se lescruce en su camino elegido. Saladino,como Odó de Saint Amand, intentódestruir a las alimañas. En el caso denuestro Gran Maestro, el propio granmaestro de los Asesinos, Sinan-al-Raschid, o, como todos le conocemos,El Viejo de las Montañas, huyó en uncaballo aparentemente sin jinete.

—¿Cómo realizó ese milagro? —rióSimon.

—Puedes reírte, muchacho, pero asísucedió —replicó Belami—. Un caballosin jinete fue visto huyendo de laemboscada de los templarios y, al cabo

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de pocos minutos, el jefe de los asesinosestaba montado en él, perfilándose en elhorizonte.

A Pierre los ojos se le salían de lasórbitas, escuchando con incredulidad.

—¿Cómo es posible que lo sepáis,Belami?

—Porque estaba allí, mi incréduloamigo. Nuestro Gran Maestro templarioestaba tan perplejo como yo.Personalmente —agregó Belami, muyserio—, creo que el djinn de negrocorazón estaba aferrado al costado de lasilla del caballo supuestamente sinjinete, corriendo en dirección al sol yoculto por la manta de la silla. Es un

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truco que he visto realizar a los arquerosmontados escitas para hacer creer alenemigo que fueron derribados delcaballo.

Todo el mundo creía en la brujería yla hechicería, y la magia existía con lamisma realidad que los rayos, lasenfermedades y la muerte. Ése era elsecreto que avalaba el éxito del uso delterror como táctica por parte de losAsesinos.

Luego, cuando Belami estuvo denuevo a solas con Simon, le dijo:

—Sinan-al-Raschid nunca debesaber que eres el hijo de Odó de SaintAmand, ¡pues sería tu sentencia de

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muerte!Simon se sonrió, pero su sonrisa se

esfumó ante la expresión de Belami.—¿Quieres decir que ese Viejo de

las Montañas puede hacerme matar,como si fuese una hormiga?

—En cualquier momento y encualquier lugar —contestó Belami, conmirada sombría—. Su poder se extiende,como un largo brazo, hasta más allá delas playas de ultramar..., incluso hastaEuropa y la hiperbórea isla deInglaterra. Es por eso que no quise quete vieras envuelto en la pelea.

—Había un hombre allí cerca —explicó Simon—, un pelirrojo alto, de

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barba enmarañada, también envuelto enun caftán. No me habría fijado en él,Belami, pero me llamó la atenciónporque tenía un solo ojo. El otro lollevaba tapado con un parche negro.

Simon le recordaba vívidamente.—Debía de ser el otro Asesino del

equipo —comentó el veterano—. Nocreo que te viera, Simon, peroindudablemente me vio a mí y merecordará en acción. No te preocupes,tengo ojos en la nuca. Siempre tengo unojo bien abierto para que no mesorprendan los Asesinos.

Los deberes de los templarios en

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Acre eran muy similares a los del restode la guarnición, pero, como ocurría conlos hospitalarios, tenían su propiadisciplina y podían abandonar la ciudaden patrullas cuando querían. Más quecualquier otra cosa, eran las finanzas delos templarios lo que mantenía lasCruzadas vivas. Sus empresascomerciales extensivas les reportabaninmensas riquezas, y su habilidad paratransferir grandes fondos, sin haber detransportar físicamente el pesado tesoro,tenía una extraordinaria importancia. Apesar de las gabelas del Papa y de losimpuestos que se recaudaban en todaEuropa e Inglaterra para las Cruzadas,

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los tesoros de los templarios ocupabanel primer lugar, financieramentehablando. De ahí su absoluta libertad deacción.

Simon y Pierre no tardaron enejercitarse en las prácticas de laartillería de sitio, y De Barres dedicótoda una jornada a explicar la estrategiay las tácticas de las principales defensasde Acre.

—Como podéis ver, nuestrasdefensas exteriores son más quesuficientes para demorar un estado desitio durante muchos meses —dijo—.También podemos recibir provisionespor mar. Cuando vosotros llegasteis,

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estuvisteis bajo la protección denuestras catapultas, que pueden lanzarpiedras y balas de fuego griegas a unadistancia de 300 yardas. No ossorprenda... Este gran alcance se lo dael hecho de estar emplazadas en las altastorres de Acre. Si un día nos atacaraSaladino, tendría que acercar muchísimosu artillería de sitio para podercontrarrestar nuestro poder de defensa.Nosotros les superamos en un rangosuperior al centenar de yardas.

Los dos servidores asintieron con lacabeza para expresar que habíancomprendido, y De Barres, que desde eldramático intento de asesinato había

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aflojado un tanto su férrea disciplina,puso una mano amigable sobre elhombro de Simon.

—Me dicen que eres un buenarquero, De Creçy —dijo, con lo quepretendía ser una cálida sonrisa. Dehecho era una horrible desdentada, pueslos dientes frontales del mariscal se loshabía roto una maza sarracena—. Podrásusar tu talento efectivamente desde estasmurallas. Los múltiples matacanes queadornan las almenas sólo son suficientespara evitar la colocación de escaleras yotros artilugios con que salvar lasmurallas de la ciudad; pero sólo hayespacio para un arquero en cada uno de

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esos compartimientos de piedra. Tú tesentirás mejor, servidor De Creçy,detrás de un refugio de madera colocadoen una de las torres.

Mientras hablaba, De Barres leapretaba el bíceps a Simon de una formaafectuosa y morosa, que desagradó aljoven en gran manera, si bien refrenó eldeseo de quitarle la mano de encima.Belami también advirtió aquel gesto departe del mariscal y se quedópreocupado.

—Como muy pronto aprenderéiscuando salgáis en patrulla por eldesierto, una de nuestras necesidadestácticas más importantes es el agua —

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continuó el mariscal—. Usadla consobriedad, porque los que conocentodos los manantiales y oasis en muchasmillas a la redonda pueden envenenarlostodos. La provisión de agua que llevéisen vuestra bota de cuero de cabra, esliteralmente vuestra vida. El sol secarápidamente la piel y muy pronto elcuerpo pierde sus fluidos. El servidorBelami, por experiencia, conoce la vitalimportancia de un cuidadosoracionamiento del agua en el desierto.

Cuando De Barres terminó sudisertación, preguntó a los servidores sitenían alguna pregunta que hacer.

Simon preguntó:

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—Señor, ¿por qué hay tantoscastillos y fortalezas en este mapa?¿Seguro que los templarios son losúnicos que patrullan las rutas de losperegrinos de Acre, pasando por Jaffa, aJerusalén?

De Barres sopesó la pregunta.—Ésa era la idea original, que yo

apoyaba plenamente. Sin embargo... —Titubeó y luego se lanzó a pronunciar uninesperado discurso—. El motivo deesta fortificación de Tierra Santa sedebe al ansia de poder. Los templarioscontribuimos a dotarlos de gente, porsupuesto, pero sólo hemos construido unpequeño número de castillos, y están

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situados en lugares importantes dentrode los caminos de peregrinaje. ¡No lohan hecho así los demás!

Evidentemente, De Barres se habíaembarcado en su tema favorito.

—La avaricia y la lujuria, ésos sonnuestros verdaderos enemigos. A losAsesinos se les puede comprar con oro,y muchos de los crímenes que cometenlos maquinan los cristianos contra otroscristianos. Hoy en día todo es políticaen Tierra Santa. Las cosas han cambiadodesde nuestros tiempos, servidorBelami. Príncipes, reyes, señores ycondes disputan actualmente unos conotros por el dominio del reino de

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Jerusalén. Trágicamente, el joven reyBalduino está agonizando, aun cuandosigue reinando; eso significa que Guy deLusignan, Raimundo III de Trípoli yReinaldo de Chátillon, y otros que sonigualmente inescrupulosos, mantienen eldominio real en Jerusalén. El reyBalduino IV ha sido atacado por lalepra, lo que es una razón por la cual loshospitalarios que le atienden mantenganuna posición tan poderosa enJerusalén..., más poderosa, pienso yo aveces, que la de nuestra propia Ordenbajo Arnold de Toroga, el GranMaestro.

Nada podía detener la ira sincera de

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De Barres.—Lo que yo me pregunto es si esto

es una Cruzada o una carrera para lograrel poder temporal. ¡La respuesta esobvia! Creedme, hermanos, en laactualidad hay más prostitutas queperegrinos en Tierra Santa. Tenedcuidado de no caer en pecado mortalcon este engendro del Mal.

Calló bruscamente, dominado por laira, y, girando sobre sus talones, se alejóde ellos.

Cuando se hubo marchado, Belamihizo una seña a los jóvenes servidorespara que le siguieran hasta donde nopudiesen ser oídos. Entonces les dijo:

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—Mucho ojo con ése, mescamarades. El sol de muchas largaspatrullas por el desierto ardiente le hacausado algún daño a nuestro valientemariscal. Conozco su reputación.Físicamente, aún está en forma, y eltemplario es un valiente caballero en labatalla. —Bajó la voz—. Pero el sol deldesierto puede causar efectos extrañosen un hombre. Tened en cuenta miadvertencia, sobre todo tú, Simon: no osquedéis a solas con él.

—Pero muchas de las cosas que dijoparecen correctas —comentó Pierre—.Por todas partes se ven grandes riquezasy muchas jóvenes mujeres libres.

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Dondequiera que exista esta situación,suele haber problemas.

—Además no terminó de aclarar aqué se debe el gran número de castillosque hay en Tierra Santa —dijo Simon,intrigado.

—Ésa es una pregunta difícil decontestar —repuso el veterano—. Lamayoría de los castillos y fortalezas seencuentran en línea de mira unos deotros. Esto es así, naturalmente, paraprotección mutua. Pero guarnecerlos atodos requiere demasiados caballeros,sirvientes y lanceros auxiliares. LaCruzada es en realidad una guerramóvil, que exige rápidos

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desplazamientos de caballería haciacualquier lugar donde haya un conflicto.Encerrar a todas esas fuerzas dentro defuertes murallas no hace más que cederla iniciativa a los sarracenos. CuandoSaladino haga un movimiento, que conseguridad debe hacer un día no muylejano, necesitaremos a todos loslanceros y soldados de caballería quetengamos para hacer frente a su raudoataque. Mantener a todas las fuerzas encastillos y detrás de las murallas de lasciudades es puramente una estrategiadefensiva para guardar la riqueza de losnobles. Esto es una Cruzada, no unamaldita acción de retaguardia para

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proteger los tesoros mal habidos de losavariciosos potentados.

—¿Qué quería decir De Barres conaquello de que hay más prostitutas queperegrinos? —inquirió Simon.

Belami se sonrió.—Yo diría que se igualan en

número.Los dos jóvenes parecieron

sorprendidos.—¡Oh, vamos, mes braves! No todas

las prostitutas son malas. De Barres creeque todas las mujeres son unaconsecuencia del «engendro del Mal»,pero el caso es que él es distinto anosotros. He conocido putas de buen

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corazón en mis tiempos, y hasta una odos con un corazón de oro también.

«Asimismo he conocido a una madresuperiora que era más mala que Lilith, lahembra del demonio, y a algunas malasputas entre la nobleza disfrazadas decondesas y damas de la Corte. ¡Yo tratoa las prostitutas como reinas, mientrasque De Barres trata a las reinas como sifuesen prostitutas!

Lanzó una de sus habitualescarcajadas estentóreas.

—Para tu información, Simon, hayunos cincuenta castillos y fortalezas enTierra Santa, y dentro de ellos muchasprostitutas de ambas clases.

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Armados con aquella útilinformación táctica, se retiraron parapasar la noche. Era temprano, pero alamanecer debían partir para realizar laprimera patrulla por el desierto con lastropas turcas, a lo largo de la ruta deAcre a Tiberias, sobre las playas dellago de Galilea.

En el terreno político, el reino deJerusalén era un embrollo. El caoshabría sido total de no haber mediado lapresencia de los templarios y loshospitalarios. La segunda Cruzada habíaperdido su ímpetu original, y sólo laamenaza de los sarracenos de Saladinoen el sur evitaba que las tropas francas

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se degollaran mutuamente. Lattakieh,Antioquía, Jaffa, Tiberias, Tiro,Ascalón, Jerusalén y otras ciudadesfortificadas, si bien supuestamenteformaban parte del reinado cristiano,hervían con las conspiraciones,complots y contratretas que se incubabanentre facciones rivales.

Formalmente, existía un tratadoprecario entre Saladino y Balduino IV,pero si hombres inescrupulosos comoReinaldo de Chátillon planeaban asaltarlas ricas caravanas en ruta hacia LaMeca, entonces el tratado sería algo muyfrágil, sin duda.

Saladino, si bien era justo y piadoso,

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no era persona a quien se pudiesetraicionar. Brillante estratega, ya sabíamuy bien cómo dirigir una campañacontra tales líneas defensivas estáticas.Así era como había derrotado a Egipto.

Si le provocaban, se desplazaría endirección al norte hacia Tierra Santa,para proteger a las caravanassarracenas. Sólo era cuestión de tiempo,y la arena caía rápidamente en losrelojes.

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7TIBERIAS, EL

GUARDIÁN DEGALILEA

Belami estaba contento de tenercierto mando sobre la pequeña patrulla,en las treinta millas aproximadamenteque separaban Acre de Tiberias. Loscincuenta turcos lanceros se encontrabanbajo el submando de Simon y Pierre,pues el veterano había dividido a loslanceros en tres tropas; dos secciones dequince jinetes de caballería ligera para

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cada joven servidor, con los restantesveinte bajo su propio mando.

Los turcos iban armados con fuerteslanzas de caña, y la mayoría llevaban unarco escita y una aljaba que conteníatres docenas de flechas. Aquellos jinetesde la caballería ligera estaban altamenteinstruidos en tareas de exploración y depatrulla. También eran expertosrastreadores.

Su armadura corporal consistía envestas rellenas de algodón, llamadasalquótons. Les llegaban hasta lasrodillas, con tajos en la parte posterior yen la entrepierna para facilitar laoperación de montar a caballo. Bajo la

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vesta protectora, algunos de ellosllevaban mallas de acero, que lesquitaban a los sarracenos muertos. Sólounos pocos eran capaces de disparar conbuena puntería desde la silla, como losescaramuzadores escitas de Saladino,pero, desde el suelo, los turcosdisparaban certeramente sobre largasdistancias. Sin embargo, sus ligerasflechas no poseían el mismo poder depenetración que las de una yarda deSimon.

Los turcos cabalgabanestupendamente y podían permanecerpatrullando desde el alba hasta elanochecer. Eran tan expertos con sus

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lanzas, que podían usarlas para cazarconejos en el desierto. Valientes ydecididos, al mando de los servidoresadecuados, constituían una fuerzaformidable y de desplazamiento rápido.

Belami estaba orgulloso de ellos. Enverdad ofrecían un aspectoimpresionante cuando trasponían al troteel portal de Acre y emprendían elcamino de Galilea. En aquel precisoinstante amanecía.

Durante la patrulla de rutina seencontraban con pequeños grupos deperegrinos y mercaderes, en ruta aTiberias o bien cruzaban la línea de supatrulla en un viaje más largo a

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Jerusalén. Algunos de los gruposincluían mujeres, las familias de losperegrinos o esposas e hijas de losmercaderes itinerantes. Pocas de ellas,fuesen jóvenes o viejas, dejaban defijarse en el apuesto servidor templariomontado en Pegaso. Desde el trágicointerludio con María, Simon habíavuelto a recluirse en su caparazón detotal timidez ante las mujeres. Condeliberación, o inconscientemente, eljoven normando hacía caso omiso aaquellas miradas provocativas. Su menteaún era un torbellino a raíz de lasexóticas escenas que había presenciadoen Acre. Eran tan poco parecidas a sus

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propios sueños extraños sobre TierraSanta, que hubiera preferido sobrevolarel ondulado paisaje y evitar el abrazo decriaturas de pesadilla, antes que hacer elamor con una encantadora mujer. Todaslas gestas que le contaran Raoul deCreçy y el hermano Ambrose estabanrelacionadas con los hechoscaballerosos de los templarios en elcampo de batalla, antes bien que sobresus relaciones con doncellas en apuros,o algo parecido.

Si aquellas historias en algunaocasión estaban teñidas con alguna notaromántica, siempre era de parte de loscaballeros francos; la caballerosidad

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siempre había sido su impecablecaracterística, y las damas implicadaseran invariablemente castas y virginales.Sólo en Gisors, Simon había conocidootros aspectos de la leyenda del reyArturo y la Tabla Redonda. La historiade Guinevere y sir Lancelot du Lac lehabía conmovido considerablemente.

Ahora que Simon había visto algunasdamiselas y damas de los caballerosfrancos, sus sentidos habían sufrido unaconmoción más intensa. La mayoría delas mujeres pertenecientes a las familiasde los cruzados estaban protegidas conmedidas de seguridad semejantes a lasde los harenes. No obstante, a muchas de

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las mujeres más atrevidas de Acre podíavérselas sin velo en público, algo queninguna mujer musulmana sería capaz dehacer.

Esas damas cristianas, doncellas ymatronas, habían observado a Simon enmuchas ocasiones. Una bonita morenahabía hecho detener su litera parapreguntar al joven normando ladirección de un cierto orfebre. Su tretahabría resultado transparente paracualquier ser experimentado, que lahubiese tomado como una francainvitación. No fue ése el caso de Simon,que, ante la desesperación de Belami,tomó la pregunta de la bella

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interlocutora al pie de la letra.—Lo siento, mi señora —había

contestado, desviando cortésmente lamirada de los generosos pechossemiexpuestos—, pero no conozco a eseorfebre en particular, pero esta calleestá llena de ellos, y cualquiera os lopodrá decir, estoy seguro.

Mientras Simon saludaba y sealejaba al trote, Belami gruñó.

—Tendré que hacer algo con estemuchacho —le dijo al sonriente Pierre.

Sin embargo, aquel encuentro nodejó de afectar a Simon. Mientras seinclinaba desde la silla hacia la litera dela joven, su intenso perfume trastornó

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los sentidos. Junto con el aroma de aguade rosas que exhalaba su cuerpo reciénbañado, su fragancia despertó suvirilidad, que se agitó penosamente bajolos calzones de cota de malla. Con lacara enrojecida por la turbación, sehabía alejado con el fin de recobrar eldominio sobre sus alterados sentidos.

Más tarde, Belami encontró una notadentro de la capucha de cota de malla desu joven servidor, que evidentemente lahabía introducido entre los pliegues ladamisela cuando él se inclinó pararesponder a su pregunta.

—Ésta es una invitación a cenar conla dama, con su nombre y dirección

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completos. Debe de hacer un tiempo queva detrás de ti, Simon. —Belami echó lacabeza hacia atrás y lanzó unaestruendosa carcajada—. Despierta,muchacho, o te perderás la másmaravillosa experiencia de nuestra vidaterrenal. ¡Que nuestra santa Madre no loquiera!

El pobre Simon estaba confundido yemocionado ante el comentario deBelami, pero se hallaba igualmenteperturbado por el recuerdo del seductorperfume de la adorable doncella.

—Ya falta poco —le dijo Belami aPierre—. Simon está empezando adespertar. Lo que le ocurrió con María

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de Nofrenoy le alteró grandemente.Los tres servidores cabalgaban a la

cabeza de sus tropas, hasta que Belamihizo seña a sus jóvenes camaradas paraque se unieran a él en el extremo de lacolumna.

—¿Veis aquella larga nube depolvo? —preguntó, señalando hacia elnorte—. Ésa es una de las caravanassarracenas, que se dirige a Meca. Es laclase de botín que Reinaldo de Chátillondifícilmente puede dejar de codiciar. Sisigue con sus viejas mañas, nuestrotratado con Saladino pronto terminarábruscamente. Estad atentos porquepuede haber problemas, mes braves.

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¡Para eso estamos aquí en patrulla!Por la longitud de la nube de polvo,

Simon y Pierre comprendieron queBelami tenía razón. Debía de ser unaempresa de gran riqueza, así como unHadj, el sagrado peregrinaje que losmusulmanes hacen a La Meca.

—¿Quién es exactamente eseReinaldo de Chátillon? —preguntóSimon, con curiosidad—. Hemos oídocontar muchas cosas sobre sus hazañas,pero pocas sobre el hombre mismo.

Belami lanzó un bufido.—Lo uno te dice lo otro. Se trata de

un aventurero franco, de alguna maneraarmado caballero, probablemente por

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servicios prestados a algún príncipeinescrupuloso. Una cosa es cierta. Llegóa Tierra Santa hace unos años y se casócon la princesa de Antioquía, que habíaenviudado recientemente. Eso fue allá en1153. Reinaldo, asimismo conocidocomo Reginaldo, es el hijo menor deGodofredo, conde de Giem, así que notenía ni un céntimo.

«La princesa Constanza contaba conuna rica dote y eso le puso en unaexcelente posición. Guillermo de Tiro,el famoso cronista que acaba de regresara Europa, le tenía antipatía a DeChátillon y escribió sin pelos en lalengua sobre su matrimonio. Algunos

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dicen que el viejo cronista, arzobispo él,fue expulsado de ultramar por Reinaldo,que nunca olvida un insulto o unainjuria.

«Como señor de Antioquía, asolóChipre antes de que Isaac Comnemus laocupara. Sus excesos en Tierra Santason bien conocidos, y la persecución aque sometió al Patriarca es legendaria.Al fin y al cabo, el Patriarca seconsidera que es la máxima autoridad enla Ciudad Santa. Él es el rivalrepresentativo del Papa, y De Chátillonle trata como a un ser inferior. Os digoque Reinaldo es un rufián, un bellaco, unembustero y un ladrón. En una ocasión le

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capturó Saladino. En recompensa porlas traicioneras promesas de lealamistad por parte de Reinaldo, el jefesarraceno, que no miente jamás, le dejóen libertad. ¡Fue una tontería!

«Reinaldo de Chátillon recompensóa Saladino por su generosidadtraicionando su confianza y, según serumorea, aún sigue planeando construiruna flota junto a las playas del mar Rojopara convertirse en el primer cruzadocorsario. ¡Merde! De Chátillon no es uncruzado. No tiene ni una pizca desinceridad en todo su cuerpo. Sepropone saquear los puertos del marRojo, y las caravanas cargadas de

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riquezas de Saladino para La Meca,ofrecen enormes y suculentos botines.

«Os digo, muchachos, que tenemosque estar alerta a la espera de seriosacontecimientos como consecuencia detanta avaricia. Cualquier día, seexcederá, y entonces Saladino caerásobre él y sobre nosotros como el Ángelde la Muerte Vengador.

Ninguno de ellos pensó cuánproféticas habían de resultar muy prontolas palabras de Belami.

En aquel momento, atravesaban unadesolada zona arenosa y poblada dehierba de pasto, en el camino a Galilea.Aquel yermo carente de agua resultaba

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deprimente; era un llano que se elevabahacia dos colinas rocosas, llamadas LosCuernos de Hattin, o Hittin como loshabían bautizado los árabes. El lugar eratan desolador que Simon comentó:

—¡Qué sitio tan horrible! No megustaría nada verme atrapado allí porpaganos hostiles.

—Tienes buen ojo para los camposde batalla, Simon. Los Cuernos deHattin es un mal lugar para caer en unaemboscada. En la primera Cruzada, tuvolugar ahí una matanza de cristianos y,según dicen algunos, todavía rondan porallí los espíritus perdidos. El veteranose santiguó, y sus jóvenes camaradas se

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estremecieron a pesar de que el calor dela tarde seguía siendo opresivo.

—Supongo que se podría levantaruna fortaleza en una de aquellas colinas,pero sería muy desolada. —El viejoservidor meneó la cabeza—. Ahora,vamos. Faltan sólo unas pocas millashasta Tiberias. Quiero llegar allí antesde que anochezca.

Las tropas habían desmontado yhacían caminar a sus monturas. A unaseñal de Belami, volvieron aencaramarse a las sillas y partieron abuen paso hacia el término de lapatrulla. A ninguno de ellos le hubiesegustado pasar una fría noche en el

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desierto. De ningún modo en aquelhorrible lugar.

Una vez se hubiese puesto el sol y laoscuridad se extendiera rápidamentesobre la tierra, la arena y las piedrasmuy pronto perderían el calor del día, ysoplaría de Galilea el áspero viento deldesierto. Por la noche el frío seríaintenso.

En tanto Belami galopaba hacia atrásde la columna para que se apresurasenlos de la retaguardia, Simon sintió queun escalofrío le recorría la espalda. Sinembargo, aún no se había puesto el sol.De pronto supo cuál era la causa: envarios de sus sueños había sobrevolado

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aquel mismo paisaje desolado, mientrasunas formas monstruosas intentabanatraparle. Se sacudió la sensación deintensa depresión que de repente sehabía apoderado de él y ordenó a sustropas que le siguieran al tiempo quesalía galopando hacia adelante.

Al cabo de una hora, la patrullallegaba a las puertas de Tiberias.

Las fortificaciones de la ciudad seencontraban bien situadas en un farallóndesde donde se dominaba el mar deGalilea, la mitad meridional del cual sepretendía proteger. Sobre las aguas deaquel vasto mar interior, Jesús habíacaminado en medio de una tormenta.

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Mientras se acercaban a la ciudad, lospensamientos de Simon se centraron enaquel incidente. Las palabras delSalvador: «¡Paz! ¡Callad!» resonaban ensu mente, en tanto el joven cruzadoconjuraba la imagen de Cristoencarnado, saltando de la barca depesca que le llevaba y caminando sobrelas aguas, que de pronto le sosteníancomo si fuesen cubiertas de espesohielo.

—¡Un milagro sin duda! —murmuró,en cuanto puso los ojos en el lago azulde Galilea.

Aquella escena también le parecíade alguna manera familiar. Entonces se

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dio cuenta de que durante sus vuelosnocturnos, había planeado muy bajo porencima de su brillante superficie. Simoncomprendió que habría sido capaz dedibujar un mapa de todo aquel marinterior, a pesar de que las orillasseptentrionales se encontraban en aquelmomento ocultas por la niebla delatardecer.

Ahogó una exclamación, lo queprovocó la pregunta de Belami:

—¿Ocurre algo, muchacho?—Todo me resulta extrañamente

familiar. Tengo la impresión de haberestado aquí antes —balbuceó Simon.

Entonces le tocó el turno a Belami

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de mostrarse sorprendido.—Pero es que ya estuviste aquí —

dijo—. Si bien no comprendo cómopuedes recordarlo. Tu padre te trajoaquí, sólo unos días después de tunacimiento. Él mismo te bautizó, en lasaguas de Galilea.

—¿Y tú cómo lo sabes, Belami? —preguntó Simon, estupefacto.

—Porque estaba aquí, muchacho. Yote sostuve en mis brazos. Entonces teníados manos. Simon..., ¡yo soy tu padrino!

Los dos hombres, sin desmontar, seacercaron de costado y se abrazaroncalurosamente, con las lágrimas rodandolibremente por sus mejillas. Minutos

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más tarde, entraban en Tiberias al frentede una impecable columna de hombresmontados.

Tanto la ciudad como el castillo, consus sólidas torres y la edificacióncentral, se hallaban encerrados dentrode las murallas extensivamentefortificadas, con almenas y macizaconstrucción. Su señorío se hallaba bajoel dominio de Raimundo III de Trípoli.Su esposa, Eschiva, una formidablemujer, muy bien parecida, demostraríaser una aguerrida senescal bajo elestado de sitio. En el momento en queBelami y sus tropas llegaron allí, ladama estaba muy aburrida. Pocas cosas

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de interés ocurrían en Tiberias, y suesposo estaba ausente, de visita enAntioquía.

Ella y su sobrina, lady Elvira, ambasde la noble casa de Bures, recibieronalborozadas el rompimiento de lamonotonía de su vida en aquella parte deultramar. Belami y su pequeña tropa decaballería ligera se quedaronsorprendidos al recibir una entusiastabienvenida cuando entraban en laciudad.

El título que Raimundo habíaadoptado de «Señor de Tiberias»indicaba la importancia estratégica deaquella ciudad tan fuertemente

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fortificada mejor que su tamaño, que noera muy impresionante. Pero las sólidasfortificaciones, respaldadas por unaguarnición bien dotada y la inevitableartillería compuesta de catapultas dediferentes tipos y ballestas lanzapiedras,compensaban la falta de grandeza de laciudad.

Su guarnición era adecuada pararesistir un estado de sitio, pero no losuficiente como para realizar patrullasen gran escala. En cada ocasión en quela visitaba algún dignatario, como porejemplo Guy de Lusignan, el condeJoscelyn o Reinaldo de Chátillon, sepreparaba para impresionar a sus

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huéspedes. Por todas partes, a lo largode sus cortas y angostas callejuelas, secolgaban banderas y banderines, y lastabernas y pequeños figones sacaban lomejor que tenían para agasajar a losvisitantes.

Sin embargo, Tiberias era unremanso para la vida social e incluso lavisita de una patrulla de templarios erauna ocasión memorable. Belami sesorprendió al ser invitado, junto con susjóvenes servidores, a cenar con laprincesa Eschiva y su sobrina, ladyElvira, en compañía de los oficiales dela guarnición.

Cuando se presentaron, después de

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una rápida ducha bajo la aguatocha delcuartel, se pusieron los uniformes detemplarios, pero los tres llevabanjubones limpios, la ropa interior queconservaban para cambiarse las prendasmanchadas de sudor. Habían frotado lasmallas de acero con arena hasta sacarlesbrillo, pues la herrumbre no eraproblema en un clima tan seco. Sólocerca de las playas del salado marMuerto se aherrumbraban las armaduraso las armas de los cruzados.

Los tres servidores templariosofrecían un aspecto impresionante consus cascos en el hueco del brazoizquierdo, las capuchas de cota de malla

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echadas hacia atrás y las largassobrevestas negras de la Orden luciendola Cruz de los Templarios.

—Princesa, os traigo saludos deRobert de Barres, mariscal de lostemplarios en Acre —dijo Belami consu sonora voz—. Os ruego que aceptéiseste humilde presente de dulces, departe del servidor D’Arlan de loshospitalarios.

El veterano indicó a Simon que seadelantara con el regalo. Cuando elnormando ofreció el cofre de mimbreque contenía el Rahat Lacoum, losdulces de los turcos aromatizados concítricos y agua de rosas, conocidos

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como «Delicias», lady Elvira le dirigióuna mirada de admiración. La princesaEschiva, cuyo aburrimiento se acentuabapor la ausencia del marido, también lesfavoreció con una seductora sonrisa enlos labios generosos. Estaba bienconservada y aún era atractiva, con unafigura rotunda que competía con surostro sensual, que en un tiempo habíasido muy bello. Aún a los cuarenta ycinco años, aquella notable mujerlograba que el pulso de un hombre seacelerara en su presencia.

Lady Elvira era más alta que su tía, ysus clásicas facciones quedabanenmarcadas por una abundante

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cabellera, que había adquirido un brillobronceado bajo el continuo cepillado.Sus ojos eran sorprendentes, con motasdoradas centelleando en el fondo del iriscastaño oscuro. A Simon le recordaronuna rara piedra preciosa que el viejopadre Ambrose le había mostrado unavez. Un crisoberilo, le había dicho queera. El mismo tono tornasolado parecíabrillar en los ojos de lady Elvira. Simonse sintió turbado por ellos. En cuanto aPierre, se había enamorado de ella alcabo de una hora de haberla visto porprimera vez.

Una ojeada a la cara de Pierre ledijo a Belami lo que le estaba

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sucediendo a su joven camarada. Elveterano tomó mentalmente nota dedecirle que era una locura enamorarsede alguien de rango más elevado que elpropio. Pierre era un servidor; Elvira, lahija de un conde. No obstante, les estabareservada una sorpresa.

Una sirvienta jovial de prontasonrisa llamó la atención de Belami. Elviejo guerrero comprendió que nodormiría solo en Tiberias.

La princesa Eschiva tenía infinidadde preguntas sobre Europa, que ibandesde lo que vestían las damas en lacorte del rey Luis hasta qué nuevosplatos se servían en la casa real. La

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dama senescal tenía entendido que losservidores habían llegado recientementede París, por lo que presumía que ellosdebían de conocer algunas de lasrespuestas.

Ni Belami ni Simon pudieronofrecerle información sobre aquellostemas aparentemente vitales, pero, parasorpresa de sus compañeros, Pierre deMontjoie si que pudo hacerlo. De hecho,resultó ser una fuente impresionante deconocimientos sobre la etiqueta, elcomportamiento, la cocina y las intrigasde la corte. Después de dos vasos debuen vino francés, Pierre se superó a símismo.

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Ni Simon ni Belami se habíanmostrado dispuestos a hablar de susrespectivas familias, de modo que hastaentonces Pierre también se mantuvoreticente a hablar de la suya. Ahora, depronto, todo salía a borbotones de susalegres labios.

—Los De Montjoie son la ramafranca de nuestra familia, que procedeoriginalmente de Santiago, en España —explicó—. El castillo cercano aJerusalén, llamado Cháteau Montjoie,fue construido recientemente por un tíomío.

Belami y Simon contemplaban a sucamarada con estupefacción mientras él

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seguía diciendo:—Yo me crié en la corte francesa,

donde mi padre, el conde Denis deMontjoie, es consejero sobre asuntosespañoles. El motivo por el que mealisté como cadete en el Cuerpo deServidores en Gisors es muy simple. Mepeleé con mi padre, y él me desheredó.

Los invitados al banquete estabanfascinados por las palabras de Pierre.

—Todo empezó porque mi hermanamenor, Berenice, debía desposarse conun caballero riquísimo, Albert deValois. Él tiene casi sesenta años y esviudo por partida doble. Mi hermanasólo tenía entonces doce años.

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«La pobre Berenice estaba aterrada,huyó y vino a verme, para rogarme quela ocultara. A mí, Valois, que es unlibertino, me desagradabaprofundamente, así que llevé a Berenicea casa de una amiga mía de la infancia,la princesa Berengaria, que para eseentonces sólo tenía catorce años, peroera muy inteligente para su edad.Berengaria de Navarra es una jovenmaravillosa. En seguida supo qué hacery le pidió ayuda a la reina Leonor deAquitania, la esposa del rey Enrique deInglaterra. Berengaria sabía que elprimer esposo de la reina había sidoLuis de Francia, y que la pareja real

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había estado en la Cruzada en ultramar.Allí, la reina Leonor se hizo íntimaamiga del tío de Berengaria.

«Sucede que la reina detesta lapráctica de las uniones matrimonialesinfantiles y tomó a Berenice bajo suprotección. Mi hermana tiene ahoratrece años y es una de las damas decompañía de la reina. La reina Leonorama a Berenice y a Berengaria. Con ellaestán a salvo de las represalias quepueda tomar Albert de Valois.

«Mi padre, por supuesto, se pusofurioso y me desheredó. Para recuperarlo mío, decidí buscar fortuna comoservidor templario.

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La velada fue un resonante éxito.Además, lady Elvira en seguida seinteresó en aquel atractivo jovenservidor que era en realidad de sangreazul. Como no era una simplona, sabíaque las disputas familiares raras vecesduran eternamente. La princesa Eschivavio con buenos ojos la atenciónextasiada de Elvira ante la fascinantehistoria de Pierre. La dama senescal erauna mujer inteligente y rápidamente sedio cuenta de las posibilidades deaquella situación. Pierre de Montjoie sehabía convertido en candidato elegiblecon un breve parlamento.

Belami estaba fascinado.

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—Por Dios, muchacho, ¿acasoesperas que te llame «sir Pierre»?

—De ninguna manera, mi respetadoservidor —rió Pierre.

—¿Así que realmente estás en la filapara heredar el título de caballero? —dijo Simon, encantado.

Belami aclaró la situación.—Todo saldrá bien. Serás armado

caballero, Pierre, seguro. Sólo recuerdaque hasta que llegue la feliz hora eres mijoven servidor, y así será hasta que tepongan las espuelas de oro. ¿Savez?

—¡Qui, je sai it! —sonrió Pierre,que gozaba plenamente la sensación quehabía causado.

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—¡Brindo por eso! —exclamóSimon, levantando su copa.

—¡Por el destino! —dijo elveterano, y yació la suya de un solotrago.

Acto seguido, Belami llevó a Simonaparte.

—Vamos a dar un paseo; hay algoque quiero mostrarte —le dijo en vozbaja.

Se excusaron ante la princesaEschiva, diciendo que les llamaba eldeber de la inspección nocturna, y luegose retiraron, dejando a Pierre rodeadode sus admiradoras, todas ansiosas porescuchar los últimos escándalos

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ocurridos en la corte de Francia.Los templarios cabalgaron hasta

salir por las puertas de Tiberias y,cogiendo un sendero que llevaba por laempinada pendiente hasta las orillas dellago, llegaron a una ancha franja dearena.

La luna brillaba con todo suesplendor en el aire frío de la nochecuando empezaron a galopar a lo largode la orilla brillantemente iluminada.Cuando llegaron al sitio donde sealmeaban las barcas de pesca, junto aunas oscuras casuchas, aminoraron elpaso de sus monturas y, después dedesmontar, condujeron a Pegaso y

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Calaban hasta una fuente para queabrevaran en ella, pues se merecían untrago de agua fresca.

—Siempre se aprende algo —observó Belami—. ¡Pierre un noblecaballero! ¡Eh, bien! ¡Tant mieux! —Esbozó una amplia sonrisa a la plateadaluz de la luna.

«A tu padre le encantaba venir aquí,Simon. En esta fuente solían encontrarseél y tu madre.

La voz de Belami tenía un dejo denostalgia.

—¿Quién era ella? —preguntóSimon, ansioso.

Los ojos de Belami adquirieron una

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dulce expresión.—Lamentablemente, aún no puedo

decírtelo, Simon. Bernard de Roubaixno te dio su nombre y mi voto desilencio no me permite que yo lo haga.—Al ver la expresión de desencanto enel rostro de Simon, agregó—: Bastedecir que tu madre era muy hermosa,sobre todo de alma. Tu padre aprendióde ella todo cuanto sabía de filosofía.Cuando tu madre murió, el espíritu de tupadre murió con ella. Sólo su sentidodel deber le mantuvo en pie. Tenía unamisión que cumplir y la cumplió, pero elcorazón de Odó de Saint Amand se fuecon tu madre. El hecho de no poder

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reconocerte como hijo suyo debió de serpara él un infierno en esta tierra.

«Persiguió a los Asesinos como sicumpliese una penitencia. Sinan-al-Raschid se convirtió en el símbolo de suamarga frustración. Parte del resto, ya loconoces.

Viendo la dolorida expresión deSimon, Belami trató de consolarlecambiando de tema.

—Tu padre tenía extrañas ideassobre Galilea. El creía que Jesús eracalafate. Por eso Nuestro Señor sellevaba tan bien con los pescadores.Nuestro fallecido Gran Maestro creíaque Jesús construyó la barca de Pedro el

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Pescador, junto con muchas otras, en lasplayas de Galilea.

Simon escuchaba fascinado, dandovueltas a la idea en su mente.

—¿Por qué mi padre creía eso,Belami?

—Tu madre le puso la idea en lacabeza. Ella le dijo que se trataba deuna leyenda local. Si bien lo piensas,parece lógico. —Belami seentusiasmaba hablando del tema—. Alfin y al cabo, Jesús tenía unos catorceaños cuando la Santa Biblia le pierde elrastro. Entonces no volvemos a saber deél hasta que regresa, cuando tienetreinta, de algún lugar del desierto, para

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ser bautizado por san Juan el Bautista.—Es una cuestión interesante,

Belami. ¿Qué le pasó a Nuestro Señordurante esos años en que nada se sabede él?

—Tus padres creían que después deque Jesús estuvo constantementediscutiendo con los rabinos en eltemplo, quedó señalado como unagitador. Después de todo, sólo teníatrece años. Su padre, José, estabapreocupado por el extrañocomportamiento de su inteligente hijo yle pidió a un amigo suyo, a José deArimatea, que se llevara al muchacho ensu barco. Recuerda que ese José, que

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aparece posteriormente en la SantaBiblia, era un mercader y visitabamuchos países extranjeros en sus viajes.¿Qué más natural que este mercader, quesiempre podía tener necesidad de uncalafate, se llevara a Jesús con él? Alfin y al cabo, el Señor, aun siendo niño,era aprendiz de su padre, el maestrocarpintero de Nazaret.

«Sin duda, Jesús conocía deembarcaciones, y más adelante se hizoíntimo amigo de los pescadores, comoen el caso de Pedro. Los pescadores noparecen, por lo general, dispuestos abrindar su amistad a aquellos que nocomprenden los peligros de su oficio.

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Sin embargo, escuchaban susinstrucciones cuando les decía dóndeechar las redes. Nuestro Señor debió deser un experto en barcas y en pesca.

—¿Quieres decir que Nuestro Señorpasó todos esos años..., veamos, unosquince años..., con José de Arimatea, oen Galilea?

Simon parecía intrigado, y su menterecorría raudamente todas lasposibilidades.

—¿Por qué no? —dijo Belami—.Los cruzados ingleses me contaron queun mercader llamado José de Arimateavisitó un lugar santo en el oeste de supaís, donde se explotan las minas de

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estaño. Si no me equivoco, el lugar sellama Glastonbury.

«También me dijeron que creían queJesús le acompañaba. Los monjes hanconstruido una abadía allí y tiene unfamoso árbol de espinas que, segúncuentan, florece una vez al año, porNavidad. Se supone que ese misteriosoárbol creció del báculo de José. —Belami suspiró, pensativo—. ¿Quiénsabe? Después de todo, sólo es unaespeculación.

De pronto, el joven normando sintióque le invadía una oleada de paz. Sonriócomo si a la distancia viese a un hombrealto inclinándose sobre las barcas de

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pesca varadas en la playa. La figura delpescador era nítida, perfilándose a la luzde la luna, y Simon pudo ver que llevababarba.

—Las cosas no han cambiado muchoaquí —dijo, casualmente, a Belami.

—¿Qué te hace decir eso, monbrave?

Simon señaló a la distante figurajunto a la barca.

—Aquel pescador. Podría serSimón, llamado Pedro, o incluso Jesúsmismo, examinando una barca de pesca,todos esos años pasados.

—¿A la luz de la luna? ¿Muchodespués de medianoche? —Belami rió

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—. ¿Dónde está esa persona tandedicada a su labor? ¡Yo no la veo!

Un escalofrío recorrió la espalda deSimon. Señaló hacia la barca distante,varada en la arena.

—¡Allí! —gritó, pero la figura habíadesaparecido—. ¡Rediós! musitó, sinánimo de blasfemar—. Estaba allí. Le hevisto tan claramente como te veo a ti,Belami.

—Un efecto óptico de la luz lunar,muchacho. Quizá un exceso de vinotambién. No hay nadie allí, Simon.¡Atribúyelo a la magia de Galilea!

Pero Belami había sentido el mismoescalofrío a lo largo de la espalda.

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—Está refrescando —dijo,estremeciéndose como un perro viejo—.Vamos, Simon. Te desafío a una carrera.

En un instante, estaban montados ygalopando por la playa iluminada por laluna; los cascos de los caballoschapoteaban el agua de la orilla.

—Pescador o calafate, juro que le via la luz de la luna —se dijo Simon envoz baja.

A la mañana siguiente, despertarontemprano e inspeccionaron las defensasde la ciudad amurallada. Luego, Belami,que había presentado su informe oficialal comandante de la guarnición, se

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reunió con sus camaradas. Le hizoalgunas chanzas a Pierre por suresonante éxito con las mujeres.

—Te has anotado un triunfo, monami. Juro que lady Elvira se encuentrabajo el embrujo de la magia de los DeMontjoie. Al igual que la princesaEschiva. Ha puesto sus ojos de águila enti, muchacho. No me equivoco si digoque ya está confeccionando la lista delos invitados a la boda.

Pierre se echó a reír.—No corras tanto, Belami. Vas

saltando unos cuantos obstáculos delantede mí.

El veterano sonrió abiertamente.

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—No estés tan seguro, simpáticogallito. La princesa es una mujer muydecidida. Por la expresión que vi anocheen la cara de lady Elvira, diría que ellatambién lo es. Es una belleza, ¿eh?

—¡Vaya si lo es! —suspiró Pierre,extasiado por el recuerdo de la altadoncella de los místicos ojos dorados.

Sus camaradas cambiaron sonrisasde complicidad.

—Puedes creerme, Pierre —dijoBelami, con una risita—, ya estánpreparando el pato de la boda.

Se volvió hacia Simon.—He encontrado a un viejo amigo,

que conocía mucho a tu padre. —Había

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bajado la voz, a pesar de que Pierre nopodía oírles—. Pero no sabe que tú eressu hijo. Me gustaría que le conocieras.Se llama Abraham-ben-Isaac. Es unhábil fabricante de instrumentos que leenseñó muchas cosas a tu padre.

—Pero, ¿seguro que es judío? —Simon estaba perplejo—. ¿Es unconverso, tal vez?

—¡No, no! ¡Abraham es judío ysiempre lo será! Es un hombre notable.Artista, artesano y filósofo.Verdaderamente, un sabio. Iremos averle esta tarde.

Simon se moría de impaciencia.Cuando conoció a Abraham, no sufrió

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decepción alguna. El alto y ancianoerudito de hombros encorvados era todolo que Belami había anunciado.

El sabio de barba gris elogió aljoven servidor templario, sus astutosojos brillando de placer en cuanto oyóel apellido de Simon.

—Raoul de Creçy debe de serpariente cercano tuyo, ¿no? dijo—. Leconocía bien. Un hombre magnífico.¿Está vivo y bien de salud, espero?

—En efecto, señor —respondióSimon—. Vive en Normandía. —Hizouna pausa—. Mi... tío Raoul me crió ensu feudo, cerca de Forges-les-Eaux.

—¡Vaya! —exclamó Abraham como

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para sí mismo—. Ciertamente merecuerdas a alguien, pero no a Raoul deCreçy.

Belami se apresuró a interrumpirles.—El joven Simon es todo un erudito,

Abraham. Está ansioso por hacertemuchas preguntas.

El magro rostro del estudiosoanciano irradiaba sabiduría.

—Si puedo responderlas, con gustolo haré —dijo, sonriendo—. ¿Qué temasdespiertan tu interés, joven?

—El hermano Ambrose me enseñólos rudimentos de la astronomía y lasmatemáticas. Mis conocimientos sonescasos, pero sé hablar y escribir en

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latín, francés y árabe. En mi mentebullen las preguntas que deseo haceros,señor. Perdonadme que os molestecuando debierais estar haciendo lasiesta en esta tarde tan calurosa.

Abraham se sonrió, en tanto suspesados párpados se abrían paraexpresar su divertido asombro.

—Los gentiles y los sarracenosduermen después del calor delmediodía. En cambio, a los judíos nosgusta trabajar en la sombra, cuando lascosas están tranquilas. Mira, mi jovenamigo. He estado haciendo un nuevoastrolabio para el «Señor de Tiberias»Es un agudo estudioso de las estrellas.

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—Bernard de Roubaix te mandasaludos —interrumpió Belami.

Abraham profirió una risita, cálida ysimpática.

—He ahí a otro viejo amigo. Unapersona ávida de conocimientos.Solíamos reunirnos aquí, cada vez quevuestro Gran Maestro... —Lospenetrantes ojos del anciano se clavaronde pronto con astuta expresión en Simon— ... Odó de Saint Amand, visitabaTiberias. Aquéllos eran tiempos degozo.

Belami volvió a interrumpirdeliberadamente la cadena depensamientos de Abraham.

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—El padre de Simon murió en laCruzada. Yo llevé de nuevo al muchachoa Normandía, con De Creçy, y él yBernard de Roubaix me pidieron muyseriamente que te buscara por esa mismarazón: para que enseñes al muchacho.

—Me sentiré muy honrado, Belami.¿Me lo confiarás a mí o bien te quedarástú también?

La voz de Belami se suavizo.—No, Abraham. Dejaré que

introduzcas parte de tu sabiduría en sudura cabezota normanda

Simon ya había quedado atrapadopor la fascinación que ejercía el ancianoerudito. En el curso de las siguientes

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semanas, llegó a querer a Abraham porsu sabiduría, su compasión y suhonestidad. El sentimiento fue mutuo.Desde el momento en que Abraham violas facciones clásicas de Simon y losatractivos ojos azules del normando,Abraham reconoció el linaje del joventemplario. Sin embargo, el secreto deSimon se hallaba tan seguro con el brujode Isaac, el mago, como con Belami, DeCreçy y De Roubaix. Abraham jamás letraicionaría.

Las semanas pasaban volandomientras Abraham llenaba todas lashoras libres del tiempo de Simon con unalud de conocimientos.

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En genio judío en acumular datos ycifras había servido para conservar lamayoría de los tesoros de las destruidasbibliotecas de Alejandría y Bizancio enel depósito de la memoria racial. Losjudíos eran los guardianes delgnosticismo y sólo lo impartían a ciertosmiembros de su propia posteridad, o, enraras ocasiones, a aquellos en quienesponían su confianza, como en el caso deSimon de Creçy.

Abraham le enseñó la GeometríaSagrada, la Proporción Divina,importancia universal del patrón, elpeso, la forma y el número; losprincipios de lo mágico y el dominio del

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poder de voluntad.Simon lo absorbía todo, como una

esponja de mar griega. Comenzaba acomprender por qué Bernard de Roubaixle había llevado a Chartres para realizaraquel misterioso recorrido por lacatedral.

—Las piedras de la catedral sonmeramente un discurso —dijo Abraham—. Del mismo modo en que trazaríascaracteres en una tableta de cera con unacaña, dibujarías o grabarías jeroglíficosen el muro de un templo o escribiríasletras en un pergamino. La ideasubyacente lo es todo. Por lo demás,todo es simple vanidad.

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Escrutó el rostro fascinado deSimon.

—Salomón era un gran mago. ¡UnIpsissimus! Un maestro de maestros dela Gran Obra, la alquimia del almahumana. Ésa es la transformación de laescoria en oro y es un símbolo delverdadero objeto del gnosticismo. LaGran Obra es la transmutación de laescoria del materialismo del hombre enla dorada Esencia del Espíritu de Dios.¿Me comprendes, Simon?

—¿Queréis decir: convertirse unomismo en la imagen de Dios?

—¡No, Simon! ¡Eso es unablasfemia! Ningún hombre se vuelve

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Dios. Los judíos no adoramos imagenalguna de nuestro Dios. Hasta se nosprohíbe pronunciar Su nombre. En vezde ello, utilizamos la palabra Adonais,que significa Señor. Nuestro Dios tienemuchos nombres. Vuestro Jesús, en laCruz, gritó: «¡Eloi! ¡Eloi! Lamabactani». Eso es arameo, Simon.

—Significa: «Señor, Señor, ¿porqué me has abandonado?» ¿No es cierto,Abraham? —preguntó Simon.

—No exactamente, muchacho. Erauna invocación de Jesús, crucificado yagonizante, al Eloihim: el gran espírituangélico. ¿Recuerdas cómo se rasgó elvelo del templo, cuando Jesús exhaló el

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Espíritu de Cristo?—«A Tus Manos encomiendo mi

Espíritu» —murmuró Simon, reverente.—Las manos del Eloihim, Simon. Si

las manos de Dios hubiesen tocado elCalvario, Su poder habría sido másgrande que el de una estrella fugaz alchocar contra la tierra. El lugar hubieraquedado devastado en cientos de millasa la redonda. El poder de los servidoresde Dios, el Eloihim, fue inclusosuficiente para rasgar el velo deltemplo.

Simon nunca olvidó la fascinaciónde aquellas mágicas sesiones con elfilósofo judío. Sus lecciones eran

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también prácticas. Abraham le enseñó eluso del torno de pedal para tornear lasdelicadas roscas y las pequeñas tuercasy tornillos para la construcción deinstrumentos. Aprendió que con unaaleación de cobre y estaño se obtenía elbronce; el moldeo de los metales y,sobre todo, la aplicación de lamatemática a la medición precisa de lamateria, el espacio y el tiempo.

Pero fueron los ejerciciosespirituales que Abraham le enseñó aSimon lo que hizo volar su mente connuevas ideas. En verdad, fue Abraham-ben-Isaac quien abrió la mente de Simona las maravillas del Universo.

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Sus maestros en Normandía, enespecial el hermano Ambrose, habíaniniciado a Simon en el largo viaje por elcamino interminable del conocimiento;pero fue Abraham-ben-Isaac, elconstructor de instrumentos judío deTiberias, quien le ensanchó aquelsendero hacia el vasto camino delgnosticismo.

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8RELÁMPAGOS DE

VERANO

El idilio intelectual de Simon enTiberias llegó a un brusco fin con lallegada de Robert de Barres. Existíandos razones que justificaban la visita. Enprimer lugar, debía realizar lainspección de rutina de la ciudad; ensegundo lugar, no podía ahuyentar de sumente los pensamientos turbadores quele provocaba el recuerdo del joven yapuesto templario. La llegada de una

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nave de los templarios, transportando ungran número de refuerzos, habíabrindado a De Barres la oportunidad deabandonar Acre y ver cómo progresabala patrulla que efectuaba Belami en lazona desértica alrededor de Tiberias. Suvisita terminó como un relámpago deuna tormenta de verano.

Belami no esperaba la llegada delmensajero que le traía la noticia de lavisita de De Barres y, astutamente,adivinó el verdadero motivo que seocultaba detrás de ella. Maldijo en vozalta y se preparó para encarar elproblema. Éste se produjo a los pocosdías después de la llegada de De Barres.

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Manipulando la orden del día, elveterano mantuvo a su protegido fueradel camino de De Barres, perofinalmente ocurrió lo inevitable. Simonse encontró a solas con el robustocaballero templario.

Robert de Barres había pasado unanoche agitada, pues sus pensamientos sepoblaban permanentemente con lapresencia del apuesto Simon. Existentantos grados de amor y de lujuria entrelos que se sienten atraídos hacia los desu propio sexo como entre los amantesconvencionales. Los sentimientos deRobert de Barres por Simon Creçy secaracterizaban por un deseo

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concupiscente, tan bestiales como los deun oso solitario en celo. Quería poseerel cuerpo de Simon en una pasión brutal.

En cuanto se encontraron a solas, elfornido y sudoroso templario hizo unprimer movimiento. Tuvo más elcarácter de un ataque físico que el deuna proposición amorosa. Belami teníarazón. Los abrasadores soles de mil díasde patrullar los desiertos inclementeshabían inflamado el cerebro del valientesoldado. De Barres ansiaba la frescuradel cuerpo de Simon para apagar suardiente pasión.

El joven normando luchó contra losataques arrolladores del robusto

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templario, tratando de refrenar elincontrolado maltrato de su mariscal,mientras hacían eclosión todos losfrustrados deseos contenidos en la mentedel obseso.

Mientras jadeaban y resollaban,debatiéndose sin palabras en un cerrado,silencioso y antinatural abrazo, el cálidoaliento de De Barres olía fuertemente avino. Otra violación de los votos quehabía hecho el templario. Además dehaber enloquecido de deseo, elcaballero templario estaba borracho.

Luchaban con todas sus fuerzas;Simon para proteger su virilidad de laspoderosas manos ávidas de De Barres, y

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el fornido caballero para vencer suresistencia. La locura había obnubiladolos sentidos embotados de De Barres.Preso de la furia, cogió una maza quecolgaba de la pared de la habitación eintentó golpear a Simon. Felizmente, eljoven servidor llevaba la armadura, conexcepción del casco, que se habíaquitado cuando el mariscal le mandóllamar. A pesar de ello, el golpe casi ledejó sin sentido.

Simon quedó medio desvanecido,pero aun así resistió los frenéticosesfuerzos de De Barres por violarle.Una mesa enorme se partió por la mitadbajo el segundo golpe de la maza, que

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Simon esquivó por pocas pulgadas. Enaquel momento la puerta se abrió de paren par.

Era Belami. Con una mirada se hizocargo de la situación. Comprendió queDe Barres se había vuelto loco. Cerródando un portazo y sacó la espada.

—Mariscal De Barres —dijo, contono pausado—, sois un hombreenfermo. ¡Arrojad la maza! Enviaré a DeCreçy a buscar al residente hospitalario.

El enloquecido templario lanzó unsonoro bufido de rabia y volvió alevantar la maza, esta vez para atacar aBelami. El veterano cogió una silla parausarla como escudo, pero en aquel

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instante el rostro encendido de DeBarres se tornó intensamente morado.Los ojos se le salían de las órbitas yprofirió un horrible grito ahogado, altiempo que soltaba la maza sobre el pisode piedra. Abrió la boca, mostrando losdientes rotos. Una bocanada de sangrebrotó de su garganta.

Dando medía vuelta, con las manostratando de aferrar el aire, el robustotemplario se estrelló de espaldas contrala pared y se deslizó hasta el suelo,donde quedó inmóvil.

—¡Rediós! —juró Belami—.¡Nuestra Santa Madre le ha fulminado!

Los dos servidores se persignaron.

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Se arrodillaron precipitadamente juntoal cuerpo inconsciente del mariscal,mientras los talones de sus botasrepiqueteaban contra las baldosas.

Belami desabrochó la cota de rafiade De Barres y trató de reanimarle,mientras Simon corría en busca delhospitalario. El hermano Manuel era uncaballero español de la Orden de SanJuan de Jerusalén, un hábil sanador ymédico.

No había nada que él pudiera hacer.Para cuando llegó, Robert de Barresestaba muerto, con los ojos fijos en elvacío en su lívido rostro.

—Trágico. Fue un ataque fatal. Su

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corazón ha estallado. Rogad por él,hermanos —dijo el hospitalario.

Mientras se arrodillaban para orar,el médico cerró los ojos vidriosos delmariscal muerto. Simon aún estabatemblando por la pelea que habíasostenido con De Barres. Belami le hizoseña de que no hablara.

Terminada la breve plegaria por elmuerto, el veterano dijo:

—El mariscal había llamado a mijoven colega para que le diera uninforme sobre las defensas de laguarnición. Robert de Barres, que Diosacoja su alma... —añadió, al tiempo quese santiguaban—, sufrió el ataque de

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repente y, en la agonía de la muerte,cayó sobre la mesa. Era tan robusto, quese partió bajo su peso. El servidor DeCreçy intentó sujetarle cuando sufría lasfuertes convulsiones, de ahí que hayaquedado en ese estado. Recibió fuertescontusiones durante el proceso. Sin dudaes un día trágico para la Orden, hermanoManuel.

El hospitalario meneó la cabeza,asintiendo tristemente. Era evidente queaceptaba como válida la historia deBelami.

—Es la voluntad de Dios y denuestro bendito san Juan —dijo con ladebida veneración—. Haré los

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preparativos para el entierro inmediato.—El hospitalario hizo un esfuerzo paraagregar, en voz baja—: Este calorpondrá el cadáver en estado deputrefacción en pocas horas. Será mejorenterrar al mariscal hoy mismo.

Belami había hecho lo correcto alproteger la reputación del templario.Antes de la puesta del sol, el cadáver deRobert de Barres había sido colocadoen un ataúd rápidamente construido conmadera de cedro de la zona y, con ladebida pompa y el ritual adecuado, enausencia de un hermano del templario,fue enterrado por el hospitalariooficiante, hermano Manuel de Ortega.

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La princesa Eschiva asistió alfuneral, profundamente emocionada porla súbita muerte de un viejo amigo yhonorable invitado, y adecuadamentevestida de un maravilloso vestido negro;la acompañaba lady Elvira, envueltadramáticamente en una negra capa deamazona. Con ellas formó casi toda laguarnición, incluyendo a los lancerosturcos. Como sea que tanto loshospitalarios como los servidorestemplarios vestían de uniforme negro, lasombría ceremonia resultabaimpresionante. Por otras razones, Simony Belami no la olvidarían jamás.

En cuanto terminó el servicio

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funerario, el cadáver de De Barres fuebajado a la fosa profunda que habíancavado tres servidores templarios comoun postrer gesto de respeto hacia sumariscal muerto. Se acababa de arrojarla última palada de arena sobre elflamante ataúd, cuando un exhaustolancero turco llegó montado en uncaballo cubierto de sudor. Se dirigiódirectamente a Belami y le informó, enárabe:

—Reinaldo de Chátillon ha enviadouna patrulla a atacar una rica caravanasarracena. Si partís de inmediato,servidor Belami, podréis llegar antesque ellos. Este mensaje lo manda el

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servidor D’Arlan de los hospitalarios.Las últimas instrucciones que

Belami recibió de parte de De Barresfue la orden de mantener la presencia delos templarios en la ruta de lossarracenos a La Meca, con el fin deprevenir esta suerte de ataquesdepredadores por parte de De Chátillon.

—Ensillad, mes amis —ordenóBelami—. Yo le explicaré a la princesala situación. Partimos hacia el norteinmediatamente. Con un poco de suerte,los atacantes avanzarán despacio, paraconservar las energías para el ataque. Sillegamos demasiado tarde, esto sólopuede conducir a la guerra.

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Las patrullas de los templarios vanligeramente pertrechadas, pues otrasposesiones que no sean las raciones decampaña y las armas no sonconsideradas de importancia por laorden. Pierre apenas tuvo tiempo dedespedirse de Eschiva, y Simon ni unsegundo para decirle adiós a Abraham-ben-Isaac. A Belami le llevó sólo unminuto informar a la princesa yexpresarle su gratitud por su amablehospitalidad.

A los diez minutos de la dramáticallegada del mensajero, la patrulla de lostemplarios franqueaba las puertas deTiberias en dirección al norte. La

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tormenta de verano estaba a punto deestallar.

Mientras Simon cabalgaba al frentede su tropa, le palpitaba el cerebro acausa de la conmoción que le habíanproducido los terribles sucesos de lamañana. De repente, recordó unaspalabras de Abraham-ben-Isaac: «Losacontecimientos futuros se presienten».La mente creadora capta esospresentimientos, como los reflejos delheliógrafo del pulido escudo de unexplorador al enviar un mensaje dealerta a una patrulla en el desierto. Porlo que me has contado sobre tus vuelos

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durante el sueño, hijo mío, deduzco quetú posees ese don de profetizar: don ocastigo, como quieras verlo.

«Yo puedo enseñarte a controlaresos sueños, en que tu espíritu sedesprende de tu cuerpo dormido, comoel halcón Horus del dormido Osiris.Hasta el momento, estas visiones hansido involuntarias aventuras nocturnas.Ahora, podrás ponerte en trancemeditativo y controlar tu cuerpo sutil avoluntad, para que vague por Netsach, ellugar del pensamiento creativo.

En el curso de la semana siguiente,el mago judío le había enseñado aSimon la técnica de la relajación, para

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inducir un estado de sueño semejante altrance.

—Al principio, nunca debes hacerlosolo. A tu padre también se lo enseñé Ladulce sonrisa de Abraham irradiabaafecto—. Oh, sí, mon de Creçy, reconocíel rostro de tu padre en ti la primera vezque te vi. No temas. Tu secreto estáseguro conmigo. También yo heprofesado el juramento del rey Salomón.

Y entonces se habían abrazado.Ahora Simon se disponía a cumplir sudestino.

La patrulla cabalgó sin descanso enla oscuridad, guiada por un exploradorarmenio de la guarnición de Tiberias

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que conocía el terreno, o el arte dereconocerlo, incluso mejor que Belami.Pararon para un breve descanso cuandola luna se ocultó tras las colinas delhorizonte.

Tres horas más tarde, el falsoamanecer les encontró despiertos y denuevo en ruta hacia el norte. Debían deestar aproximadamente una hora másatrasados que los soldados de DeChátillon, que seguramente debían haberacampado para pasar la noche, sabiendoque su presa estaba segura.

Mientras Simon se entregaba albreve, pero reparador sueño delsoldado, su cuerpo sutil abandonó,

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voluntariamente esta vez, su formaenvuelta en la manta, con la cabezasobre la silla de montar. Siguiendo lasmeticulosas instrucciones de Abraham,por fin era capaz de efectuar él soloaquella proyección mágica. Ahora podíavagar a voluntad por los lugaresmísticos del Sepiroth, concentrando lafuerza de voluntad en mantener elespíritu dentro del reino de Netsach, eldominio del pensamiento creativo.

Lo que vio le llenó de inquietud.Debajo de él, la caravana sarracena seencontraba acampada, con sólo unospocos soldados escitas y ayyubidmontando guardia. No sospechaban lo

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que les esperaba. Simon, desde suelevada posición sobre el campamento,vio la partida franca acercándose ensilencio a ellos.

De inmediato, tocó al dormidoBelami en el hombro. Antes de quepudiese retirar la mano, el veterano lehabía cogido del brazo y arrojado porencima de su cuerpo sobre la blandaarena del otro lado. Al reconocer lasfacciones paralizadas por la sorpresa deSimon, le dijo severamente:

—No vuelvas a hacer eso nuncamás, mon brave. Podría haber tenido unadaga en la mano.

La voz de Simon tenía un tono

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imperioso.—¡Alarma! —gritó—. ¡Debemos

partir en seguida! He soñado que loshombres de Chátillon se disponen aatacar. Estoy seguro de que no seencuentran muy lejos de aquí.

—Eso es suficiente para mí. Sé porAbraham que tus sueños no mienten —gruñó Belami.

Se puso de pie de un salto, gritandopara despertar al resto de las tropas a sumando. Al cabo de unos minutos, habíanensillado los caballos y galopaban endirección al norte.

La luz anaranjada del sol delamanecer teñía la parte inferior de capa

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de nubes de una tonalidad cromada. Alno compadecerse de las monturas,Belami demostraba su fe en el donprofético de Simon, pero después deveinte minutos de cabalgar raudamente,redujeron del galope al trote. En aquelmomento, los lanceros turcos, quecabalgaban un «paso» delante de ellos,volvieron galopando y se detuvieronlevantando una nube de polvo.

—¡Los sarracenos! Están al otrolado de la próxima loma —dijeron losexploradores.

—¡Llegó la hora no tengáis piedadcon los caballos! —gritó Belami—. ¡Ala carga!

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Al principio, en ominoso silencio, yluego, cuando el choque de las armasllegó a sus oídos, aullando como locos,los cascos de la caballería turcaatronaban en la arena del desierto.Llegaron a la cima de la loma envueltosen una nube de polvo finísimo y selanzaron por la pendiente del ladoopuesto. La caravana de los sarracenosya estaba luchando por su vida. Lasituación no era buena para ellos.

Los hombres de De Chátillon habíandado muerte a varios guardias escitas yayyubid silenciosamente, con la daga. Elresto de la escolta de la caravana sehabía concentrado formando un círculo

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para proteger una sola tienda negra consus vidas. Era evidente que un sarracenode importancia se hallaba en su interior.

Los lanceros turcos de Belami,chillando como los espíritus quepresagian la muerte en Escocia,atacaban por la retaguardiadesprevenida de la caballería franca.Simon había descolgado el arco de suhombro y disparado dos flechas antes deque los turcos alcanzaran su objetivo.Las flechas de una yarda hicieron blancoen dos caballeros francos, cuyasmonturas quedaron sin jinete.

De pronto, en la entrada sombría dela negra tienda, apareció una mujer,

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daga en mano, evidentemente decidida avender cara su vida.

Un caballero franco de cerradocasco, que parecía haber surgido de lanada, se precipitó hacia ella, con elbrazo levantado, empuñando su propiadaga, con la intención de hundirla en elcorazón de la mujer. Nunca llevó a cabosu propósito, pues la flecha de Simon leperforó el brazo derecho. Lanzando unamaldición, hizo dar la vuelta a lamontura y cabalgó en dirección alarquero normando, manteniéndoseagachado detrás de la cabeza de sumontura para protegerse de una segundaflecha, al tiempo que intentaba

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desenvainar la espada con la manoizquierda.

Simon, cuyo código ético comoservidor templario le prohibía matar aun caballero cristiano a menos que fueseatacado primero, titubeó. Pero no lo hizoBelami, cuya hacha de guerra giró yluego salió disparada de su manoderecha, en dirección al jinete atacante.

Al tiempo que el vociferantecaballero chocaba contra Pegaso y casiarrojaba a Simon al suelo, el hacha deBelami se clavó en el pecho delcaballero franco, después de atravesarsu cota de malla. Con un agudo chillido,el jinete del casco de acero fue

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arrancado de la silla para caerestrepitosamente con su armadura a lospies de Simon. Belami desmontó altiempo que los hombres de De Chátillonhuían presa del pánico.

Los lanceros turcos les persiguieron,y dejaron a varios soldados de laderrotada partida heridos o muertossobre el terreno cubierto de sangre.Belami le quitó el casco en forma debalde al caballero muerto.

—Lo que suponía —exclamó—.Éste no es un caballero de Francia. Esun Asesino. Debe de haberse unido a losatacantes, sin ser visto, durante la noche.

—Tenéis razón, servidor —dijo con

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voz débil un caballero herido—. Yo soyRoland de Buches, comandante de lasfuerzas de Reinaldo de Chátillon. Misórdenes eran atacar la caravana, noasesinar mujeres.

—Entonces la dama debe de ser unapersona muy cercana a Saladino. ¿Porqué, si no, un miembro de los Asesinoshabría venido hasta aquí para matarla?

—¿Cómo lo supiste? —le preguntóSimon, asombrado ante el hecho de queBelami hubiese dado muerte a un«caballero cristiano».

El sudoroso veterano rió tristemente.—Ningún caballero franco ataca con

una daga. Un caballero enloquecido por

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la batalla podría atacar a una mujersarracena indefensa, pero lo haría conuna espada o una lanza. Éste ibacompletamente armado; sin embargo,arrojó la lanza y sacó la daga. Tenía queser uno de los hombres de Sinan-al-Raschid. Se han juramentado para matara Saladino o a su familia.

Simon se acercó a la temblorosamujer, que aún llevaba el velo puesto.

—Confío, señora —le dijo,gentilmente—, que no habréis sufridodaño alguno.

Él le habló en árabe. Para susorpresa, la esbelta mujer del rostrovelado, le respondió en francés.

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—Por la misericordia de Alá, nosufrí ni un rasguño. —Su voz era grave ymelodiosa—. Gracias, señor, porsalvarme la vida.

—Estos son los asesinos deReinaldo de Chátillon —explicó Belami—. Como templarios, se nos ordenóintervenir si esos bandidos intentabanatacar alguna caravana en la santa Hadja La Meca. Mil perdones, alteza.

La velada mujer rió, con un dulcetrino nervioso.

—¿Cómo me reconocisteis,servidor?

—El color negro de la tiendadelataba vuestra identidad, alteza. No

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hay ninguna de las habituales alfombras,costosas y decorativas, de Isphahan.Todos los cruzados instruidos saben queSitt-es-Sham es la noble y modesta«Señora de Siria», y que su hermano esel ilustre comandante de los sarracenos,el sultán Saladino.

De nuevo se oyó la ligera risa, comouna brisa de verano.

—Muy lisonjero, servidor, pero noes todo verdad, creo.

Belami lanzó una risita. La Señorade Siria era demasiado aguda para él.

—Resultó evidente quién erais,alteza, cuando me di cuenta de que quienos atacaba era un Asesino. Sólo uno de

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los asesinos de Sinan-al-Raschidrecorrería una distancia tan grande paramatar a una persona como vuestra alteza.Mis más humildes disculpas por nohaber llegado antes.

La dama habló de nuevo, esta vez enárabe.

—El joven servidor..., ¿cómo sellama? Su tiro fue milagroso.

—Simon de Creçy respondió elveterano—. Mi nombre es Belami, yéste es el servidor Pierre de Montjoie.—Señaló a su otro colega, que acababade desmontar para unirse a ellos—.Nuestras espadas están a vuestroservicio, alteza.

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Los tres servidores templarios lasaludaron arrodillándose.

—Os ruego que os levantéis,caballeros —dijo Sitt-es-Sham, ensibilante francés—. ¿Podéis darmeescolta para proseguir mi viaje a LaMeca? Como mujer, aun siendo princesasarracena, no me está permitido entrar allugar sagrado donde reposa nuestrobendito Khaaba. Pero llevo muchospresentes para los necesitados de LaMeca, y las bocas hambrientas nopueden esperar mucho tiempo la llegadade alimentos.

Cada uno de los templarios se pusode pie y se inclinó para rendir su

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homenaje. Entonces sucedió algoextraño. Mientras Simon presentaba susrespetos, al parecer accidentalmente laSeñora de Siria dejó caer su velo. Porun instante, Simon pudo contemplar unrostro de gran belleza y encanto,agraciado con unos ojos magníficos delmás profundo color violeta.

«Los ojos de un ángel», pensóSimon, en tanto su corazón latíaemocionado.

Luego el velo fue colocadoinmediatamente en su lugar, y sólo losgloriosos ojos restaron visibles. Una vezmás, su seductora risa sonó débilmentedetrás de su yashmak.

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Con la ayuda de sus contadosguardias ayyubid que no habían sufridoheridas, los tres servidores la vieronmontada y segura en su pura sangreblanco, y, con una escolta de docelanceros turcos elegidos por Belami, labella hermana de Saladino partió denuevo hacia La Meca.

Sin mirar atrás, Sitt-es-Sham seperdió de vista bajo el resplandor delsol naciente.

—No te quedes ahí como una carpamoribunda, Simon, que tenemos muchascosas que hacer. Y por cierto, servidorDe Creçy, has sido objeto de la másexcelsa fineza que una dama musulmana

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puede brindar. Y una princesa también.Tú, amigo mío, has podido vislumbrarpor un instante su belleza desvelada.Pocos hombres han visto jamás a Sitt-es-Sham tal como realmente es.Khay’am, el poeta astrónomo persa,habría atesorado este momento. Fue unauténtico poema.

—Fue un accidente —replicóSimon, ruborizándose—. ¡La princesadejó caer el velo por casualidad!

Belami lanzó un hondo suspiro.—Simon, querido ahijado, a veces

me pregunto para qué usas el cerebro.Con una sonora carcajada, el

cruzado templario volvió a montar y dio

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una vuelta por el campamento, contandolos muertos y heridos para su parte deguerra. Una cosa era cierta: el resultadono le haría bien a Reinaldo de Chátillon.Y cuando Saladino se enterase todo loocurrido de labios de su hermana, losdías de De Chátillon estarían contados.

Ninguno de ellos sabía que aquelbárbaro ataque a una pacífica caravanasarracena resultaría ser el fin de latregua tan arduamente nada. Aquellosrelámpagos de verano habían sido elanuncio de una tormenta tremenda, queestaba a punto de estallar.

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9EL CAMINO DE

JERUSALÉN

Cuando la patrulla de Belamiretornó a Acre, el nuevo mariscaltemplario, Roger de Montfort, acababade ser nombrado. La princesa Eschivahabía enviado la noticia de la muerte deRobert de Barres al Gran Maestro delTemple, Arnold de Toroga, enJerusalén. De allí, un mensajero velozhabía llegado a Acre en menos de tresdías, y el maduro caballero templario,

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que había regresado recientemente enúltimo barco a Tierra Santa, fuenombrado mariscal de la guarnición delos templarios. Belami le conocía de losviejos tiempos y respetaba a DeMontfort por su valentía y honestidad.También era un hombre instruido y, porlo tanto, indulgente. Escuchó el informede Belami en silencio, y le felicitócalurosamente.

—Bien razonado, Belami. Tu tácticafue impecable. Lamento la tempranamuerte de Robert de Barres, pero no mesorprende. Hacía tiempo que no estababien. Demasiado tiempo en Tierra Santa,¿eh, Belami?

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—¡Lamentablemente, sí, señor! —repuso el viejo soldado, sin mayorescomentarios.

—Servidor Belami —dijo DeMontfort—, voy a enviarte a ti y a tushombres a Jerusalén. La reputación deque gozas entre los cruzados templarioses envidiable. He escrito a Arnold deToroga, sugiriéndole al Gran Maestroque refuerce tus tropas con algunoshombres sobrantes de la guarnición paraque eso te permita disponer de unapatrulla montada de libre acción con quemantener a los caballeros innobles comoDe Chátillon fuera del juego y tratar depreservar la Pax Saracénica. Belami

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contuvo el aliento. De Montfort sonrió.—Sé que no va a ser fácil, pero es

evidente que cuentas con dos excelentesservidores jóvenes, y tendrás a tu mandono menos de un centenar de lanceros.Por supuesto, eso no es más que unapicada de pulga contra las hordassarracenas, pero será suficiente paramantener a De Chátillon y otros de sucalaña a raya.

Belami fue derecho al grano.—Señor, os agradezco la confianza

que depositáis en mí, pero no puedodetener a todas las fuerzas de DeChátillon. Corren sólidos rumores deque está construyendo una pequeña flota

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para mandar una expedición pirata a lospuertos del mar Rojo. Yo puedodetenerle en tierra, con la ayuda deDios, pero sin naves nada puedo hacercontra De Chátillon en el mar.

De Montfort tenía una graveexpresión.

—Por supuesto que no, Belami. Sólopuedo esperar que hagas cuanto puedas.Tus tropas servirán para proteger a losperegrinos que se dirijan al sur, aJerusalén, y las caravanas sarracenasque vayan a La Meca. Cumple con tudeber, servidor Belami, tan bien comopuedas. —Cogió la mano derecha delveterano—. Cuídate, viejo camarada.

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Belami saludó y se fue a anunciar alos demás la difícil misión que se lehabía encomendado.

Dos días en Acre fueron suficientespara reponer las contadas bajas en susfilas. Belami sólo había perdido cincolanceros turcos en el ataque matutino, yDe Montfort le dio carta blanca paraseleccionar a los sustitutos. A la terceramañana, en cuanto amaneció, partieronde nuevo, en dirección, esta vez, aJerusalén.

Su ruta les llevó al sureste, hacia laCiudad Santa, por un terreno fértil yondulado. En cuanto a distancia, seencontraba sólo a unas noventa millas de

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Acre, pero respecto del ambiente,Jerusalén se hallaba en otro continente.La vida en Acre era simple y agitada,como lo exigía el tráfago de la ciudad.El puerto de desembarque de loscruzados y la puerta al mar, por sumisma naturaleza, tenía que concentrarseen esos aspectos de su existencia. ComoSimon y Pierre habían comprobado, yBelami sabía por experiencia, se podíagozar de diversos placeres en Acre,pero en conjunto el bullicioso puerto delas Cruzadas era una guarnición military, como tal, la vida era relativamenteaustera. En cambio, no ocurría lo mismoen Jerusalén.

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Aquél era el centro de las Cruzadas,el eje central alrededor del cual girabala compleja estructura del reinocristiano de ultramar. Su línea demarcha había conducido a las tropas deBelami más allá de Nazaret y el monteTabor, y a lo largo del sinuoso curso delrío Jordán, que siguieron entre hilerasde bajas colinas hasta que la CiudadSanta apareció ante su vista,resplandeciente bajo el calor propio delmediodía, en su cuarta jornada de durocabalgar.

Deliberadamente, Belami les habíallevado hacia el costado nordeste de laciudad para ofrecer a Simon y a Pierre

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la primera vista del foco de lasCruzadas tal como se ve desde el montede los Olivos. Para ello, había vadeadoel riachuelo Kedron y conducido a sushombres por las laderas del famosomonte precisamente cuando la luzanaranjada del amanecer bañaba laCiudad Santa de una tonalidad cromada.

El ligero rodeo había compensadolas penalidades que tuvieron que pasarcuando aún reinaba la oscuridad.

En el otro lado de su posición en laladera, las almenas orientales de laslargas murallas que rodeaban Jerusalénbrillaban en todo su esplendor. Sedestacaban las inconfundibles formas

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del Domo de la Roca, el palacio real yla mezquita de Al-Aqsa, todo construidodentro de la zona donde en un tiempo sehabía alzado el templo del rey Salomón.Frente a ellos, había dos entradas, elPortal de Josafat y el Portal Dorado, elprimero dando acceso a la ciudad, y elsegundo, que conducía a la zona deltemplo.

La ciudad sagrada relucía en lasluces crecientes de la mañana temprana.Sus altas torres, mezquitas y cúpulas,minaretes y agujas truncadas de lasiglesias cristianas formaban unintrincado dibujo de formas quecapturaba la imaginación y la elevaba

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hasta las alturas.Asentada firmemente sobre su base

de roca, Jerusalén dominaba toda laregión circundante. Conaproximadamente mil cien yardas delongitud por novecientas de anchura, laciudad entera tenía la forma de unrectángulo, lleno de actividad religiosa,comercial, política y militar; lo sagradoy lo profano.

Desde la Torre de Tancredo en elángulo del noroeste, la muralla y susterraplenes occidentales corrían endirección sur, sólo interrumpida por elPortal de Jaffa. Luego pasaba ante lamaciza Torre de David hasta el portal

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de Sión, en el flanco meridional, dondela muralla se desviaba hacia el noreste,en una serie de almenas angulares, hastael Portal de Silbán.

Finalmente, siguiendo el bordeescarpado, se extendía hacia el norte alo largo del llano oriental, dando la caraa Belami y sus tropas en el monte de losOlivos, hasta que doblaba hacia el oestepara formar la línea dentada de lasdefensas del perímetro septentrional.

Aquellos muros presentaban laabertura del Portal de las Flores, elPortal de la Columna de san Esteban y,por fin, el portillo en zigzag de sanLázaro.

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—¡La Ciudad Santa, sin duda! —exclamó Simon, fascinado ante elespectáculo iluminado por la luz del solque tenía enfrente.

Belami se rió al ver la expresiónmaravillada en el rostro extático deljoven servidor.

—Como te dije, Simon, laproporción de prostitutas y deperegrinos es casi igual. Éste es elcentro religioso de la cristiandad, ysantos y pecadores vivieron aquí siglosantes de que Nuestro Señor siguiera elsendero de la agonía, llevando la CruzVerdadera sobre su flagelada espalda.

«El Gran Templo de Salomón, el

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Maestro Mago, ha sido destruido, peroen su asentamiento iglesias cristianas ymezquitas musulmanas han ocupado sulugar. Contempla hasta el hartazgo losblancos sepulcros de Jerusalén, bañadospor la brillante luz del sol de Dios, yrecuérdala así... en toda su gloriaterrenal. —El tono de su voz se alteró,agudamente—. No existe tanta maravilladentro de las murallas. La Ciudad Santaindudablemente lo es, pero Jerusalén, elcentro de nuestro reino, también estálleno de intrigas al igual que un cadáverputrefacto está minado de gusanos.

Sin decir una palabra más, el reciosoldado volvió a montar y condujo a sus

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tropas por la larga pendiente, a travésdel arroyo Kedron, y al paso se dirigióhacia el Portal de Josafat.

A la voz de alto de la guardia,Belami replicó:

—La acción de los templarios norequiere explicación. El servidorBelami y sus tropas piden entrar en laCiudad Santa.

Su tosco acento y el evidente aireautoritario constituían un mejorpasaporte que una docena dedocumentos. Con el crujir de pesadosmaderos, las anchas vigas de cedro quetrancaban las puertas fueronlaboriosamente retiradas y las altas

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hojas se abrieron lentamente. Lacolumna de la caballería ligera de lostemplarios entró en Jerusalén.

En cuanto el último de los lancerosturcos hubo traspuesto el portal, laspesadas puertas se cerraron conestrépito y las gruesas vigas de maderavolvieron a su lugar. El regente deJerusalén no corría riesgos ante ladelicada situación actual.

Las tropas de los templarios seadentraron en la ciudad y se dirigieron asu cuartel general dando un pequeñorodeo. Belami quería que sus jóvenescamaradas vieran parte de la CiudadSanta que, a aquella hora temprana,

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presentaba la actividad de una colmena.La vida comenzaba temprano en

Jerusalén, antes de que el sol ardienteagotara las energías de sus industriososciudadanos. Los trabajadores erannumerosos, si bien muchos habitantesmenos esforzados se ganabanprecariamente la vida mendigando orealizando tareas serviles, tales como demozo de servicios o de vigilantenocturno o diurno para detener laescalada de hurtos. Aunque las penaspor robo eran severas, como la pérdidade los dedos o el cercenamiento de lamano, aún quedaban muchos ladrones enJerusalén.

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Simon y Pierre estaban fascinadospor lo que veían, mientras se abríanpaso entre la bulliciosa multitud. Todocuanto ya habían visto en París, Lyon,Marsella, Acre y Tiberias quedabaeclipsado por la riqueza de los variadosoficios y las exóticas mercaderías quese exhibían, se elaboraban o serestauraban en las angostas calles deJerusalén.

El bullicio era aún más insistenteque en Acre, y la amplia variedad delenguas desafiaba a quien osaraidentificarlas. Al latín, griego, árabe,francés, español, italiano, alemán,genovés, pisano y, ocasionalmente, hasta

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inglés, se agregaban el armenio, turco,kurdo, maltés y indostanés, permo yurdú, de las tierras de Persia, Afganistáne India. Los hablantes de esas últimaslenguas eran comerciantes que traíanespecias raras y finas telas por la Rutade la Seda, que se extendía de ultramar aCatay.

Al ruido ensordecedor de las vocesse unía el sonido de las numerosascampanas de las iglesias, que tocaban amaitines, así como el toque militar delas cornetas, el redoble de los címbalosy el tronar de los tambores. En cuanto alcolor, había una plétora de mercaderías:sedas de todos los matices; alfombras y

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telas de algodón, lana y satén, todasteñidas con extractos vegetalesconocidos por los alquimistas. Al igualque Acre, Jerusalén olía a intensoincienso y a especias acerbas, a losperfumes almizclados de Oriente y a losaceites esenciales de azahar, rosas,violetas, azucenas, orquídeas silvestresy mimosa, pero en grado tal, que esosaromas sensuales cubrían el hedor delos productos de desecho animales yhumanos en considerable proporción.Con el tiempo, el visitante apenasnotaba esos otros olores desagradablesy aspiraba los efluvios de sus exóticosrivales con enervante placer.

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Aquella cabalgata tempranaalrededor de la Ciudad Santa causó unaperdurable impresión en Simon, aunqueno así en Pierre cuya vida anterior en lacorte francesa había de alguna maneraembotado sus sentidos con una granvariedad de lujos. En Jerusalén, losmendigos de la ciudad dejabantranquilos a los templarios, pues sabíanque la Orden había tomado los votos depobreza. Los ciudadanos respetaban alos templarios por otros motivos, puestoque allí estaban las espadas y las lanzasque mantenían a Jerusalén libre desarracenos.

La población trabajadora nativa

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comprendía que si Saladinoreconquistaba Jerusalén, los«conversos» de la localidad seríanexpulsados con cajas destempladas. Ladecapitación mediante un golpe certerode una afilada cimitarra sarracena seríala rápida forma de salir. Las torturasmás espantosas serían el destino másprobable que aguardaría a los «fieles»que habían caído en brazos de lacristiandad.

En el año 1181, había un millar decaballeros y de lanceros, en total,incluyendo a los servidores, entre lasdos grandes órdenes militares de loshospitalarios y los templarios. El cuerpo

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de lanceros estaba formadoprincipalmente por turcos y otrosmercenarios, y actuaban como fuerzasligeras de exploración, o bien hastaparticipaban en los ataques de loscaballeros provistos de pesadasarmaduras. Las tropas estabandistribuidas por todas las guarnicionesde ultramar. Otro millar de caballerosfrancos, españoles, italianos, alemanes yde otras naciones europeas podíacontarse que combatirían por lacristiandad, pero eso era todo. Laenorme discrepancia entre las fuerzasopositoras era obvia, pues paraenfrentarlas el sultán Saladino podía

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reunir por lo menos quince o veinte miljinetes, incluyendo los mejores deArabia.

La segunda Cruzada había terminadoy, si se tenía que organizar una tercera,después de aquel precario periodo detregua, se requerirían muchos másrefuerzos para llevarla a cabo.

Las fuerzas francas confiabangrandemente en su infantería, integradapor arqueros y lanceros, que actuaríacomo respaldo de los caballeros, asícomo para defender las murallas detodas las fortalezas cristianas, y resistira las fuerzas sarracenas cuando Saladinodecidiera atacar. La impresión era que

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cabía preguntarse «cuándo» y no «sí».Aquella feliz alternativa la daban pordescontado la mayoría de los peregrinospensantes y, sin duda, los cruzadosmismos.

Por fin, Belami interrumpió elrecorrido de «familiarización», como leexplicó luego al mariscal templario,Hugh de Belfort, que había estadoesperando con cierta impaciencia suinforme.

—Durante las patrullas, ¿no habéisvisto ninguna señal de actividad de lossarracenos? —preguntó el incrédulomariscal, que no estaba familiarizadocon los informes de Belami ni con sus

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métodos tan poco convencionales.—Sólo el reflejo de sus heliógrafos

en el horizonte, cuando se transmitíanmensajes sobre nuestro desplazamientode una colina a la otra. Nos estuvieronvigilando atentamente todo el camino.La noticia de nuestro enfrentamiento conlos hombres de De Chátillon debe dehaber corrido rápidamente por toda laregión.

—¡Por las llagas de Cristo! —exclamó De Belfort—. La situacióngeneral es tan explosiva como esemaldito polvo nuevo del que tanto sehabla. ¡Al diablo el alma de DeChátillon! Ya resulta bastante ardua esta

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tarea, servidor Belami, de mantener lapaz entre los asesinos de Jerusalén, sinnecesidad de que ese loco de DeChátillon cause más problemas. Alpobre rey Balduino le resulta casiimposible gobernar ahora, y DeLusignan gana más poder de día en día.Cuando nuestro desafortunado monarcafallezca a causa de su terribleenfermedad, roguemos para que nuestroGran Maestro pueda influir en losbarones para que elijan a Raimundo deTrípoli como regente, para aconsejar alnuevo delfín, que sin duda sucederá anuestro actual monarca inválido.Raimundo no es ningún santo, pero es

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mejor que los demás, sobre todo que DeChátillon.

Aquella diatriba se debía más a lacostumbre de De Belfort de hablarconsigo mismo, que a la pretensión deofrecer un certero panorama de lasituación política para conocimiento delexperimentado veterano, pero enrealidad no hizo más que confirmar lassospechas que Belami tenía.

Tal era la reputación del veteranoservidor, que antes de veinticuatrohoras, Arnold de Toroga, el GranMaestro de los templarios ya le habíaordenado que asistiera al Capítulo, algoque, en tiempos normales, hubiese sido

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insólito.La casa capitular de los templarios

tenía forma octogonal, comoconsecuencia de la Sagrada Geometría,y tenía doce bancos de piedra, adosadosa las paredes, con un caballerotemplario sentado en cada uno de lostronos de mármol. El Gran Maestro seencontraba delante de supríe-dieu,situado en el centro, de cara a unpequeño altar donde se había colocadouna cruz, hecha con dos espadas de lostemplarios. El Gran Capítulo era un altotribunal templario, dentro de un sistemaque, teóricamente, controlaba el rey deJerusalén. Como contribuía en gran

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medida a los fondos del reino yproporcionaba la mayor parte de supoderío militar durante las cruzadas, laexistencia del tribunal de los templariosno sólo era tolerada sino reconocidatácitamente por el poder político delGran Capítulo.

Belami entró solo y saludó al GranMaestro. El veterano reconoció amuchos de los miembros del Capítulo,con quienes había servido previamente.La sombra de una sonrisa se dibujó ensus labios, al descubrir al menos a tresex comandantes. Estos, a su vez, lesaludaron con un movimiento de cabeza.

El Gran Maestro habló así:

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—Servidor Belami, os doy labienvenida a Jerusalén. La Ordennecesita de vuestros invalorablesexperiencia y conocimientos. Tengoentendido, por lo que me decía elmariscal De Montfort, que traéis acincuenta lanceros, y que también osacompañan dos jóvenes servidores, aquien habéis instruido personalmente yaltamente recomendado. Vuestra acciónen el rescate de Sitt-es-Sham ha sidodebidamente anotada y aprobada.

«Yo os daré un centenar deauxiliares más experimentados, la mitadlanceros turcos y el resto arqueros.

—¿De infantería, Honorable Gran

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Maestro? —dijo Belami, con tono dedesaprobación—. Eso reforzará misfuerzas, por cierto. Es preciso que nosmovamos con rapidez, señor, si tenemosque evitar que las fuerzas de DeChátillon asolen la región del marMuerto.

—No podemos ofreceros másfuerzas de caballería —dijo el GranMaestro, secamente—. Preciso a cadauno de los lanceros que podamos reunirpara defender el reino de Jerusaléncontra el ataque de los sarracenos.Tendréis que valeros también de lainfantería.

—He realizado anteriormente

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maniobras conjuntas, Honorable GranMaestro. En distancias cortas, resultaefectivo sólo durante un ataque. Enpatrullas, agota tanto a los hombrescomo a los caballos puesto que lacaballería y la infantería no puedenavanzar al mismo paso.

—Entonces dividid las tropas enfuerzas de choque y de reserva, servidorBelami. Eso es lo mejor que os puedosugerir. En realidad, servidor Belami, esuna orden. Gracias por haber venido.¡Podéis retiraros!

Belami saludó marcialmente, girósobre sus talones y salió de la casacapitular. Estaba furioso.

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—¡Hidalgos! —murmuró—. ¡Nuncaescuchan!

De fuentes confiables, tales comoviejos camaradas y ex comandantes,Belami no tardó en formarse unpanorama veraz de las fuerzas caóticasque obraban en Jerusalén.

El joven y moribundo rey BalduinoIV casi no tenía poder. El regente, queoficialmente era Guy de Lusignan,compartía de mala gana su poder, si nosu autoridad, con Raimundo III deTrípoli y Reinaldo de Chátillon. Elanciano patriarca, Almaric, elrepresentante rival del Papa enJerusalén, había sido expulsado de la

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ciudad, al igual que el arzobispoGuillermo de Tiro, el famoso cronista,también había sido obligado a alejarsede ultramar por De Chátillon. Conanterioridad, la Iglesia ortodoxa griegahabía establecido el cisma con Roma,abriendo un abismo entre las formas dela cristiandad. Un patriarca títere,Heraclio, ahora actuaba como elportavoz de los barones todopoderososen asuntos de la Iglesia. Eso dejaba alos templarios y los hospitalarios comolas únicas fuerzas verdaderamenteindependientes en Jerusalén.

Belami, que ya había soñado con unaposible solución al problema de la

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movilidad de sus tropas, se ocupaba decoordinar las nuevas fuerzas decaballería e infantería combinadas,cuando De Chátillon hizo el siguientemovimiento. La pequeña flota deReinaldo —construida, como le gustabaimaginar, en secreto— ahora fue varadaen mar Rojo.

Mientras tanto, en Damasco,Saladino, el comandante supremo delsultanato ayyubid y sus numerososaliados, estaba escuchando el relato desu hermana del ataque imprevisto a sucaravana. Sitt-es-Sham y su comitivahabían regresado a Damasco con unafuerte escolta, que le proporcionaron los

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guardianes de La Meca. Flanqueadospor una fuerza tan poderosa deguerreros, ninguna partida de bandidoscristianos se había atrevido amolestarles.

La narración de su inesperadorescate llevado a cabo por losservidores templarios dejó a Saladinocon sentimientos mezclados. En primerlugar, la justa ira al ver que la confianzapuesta en el infiel De Chátillon habíamerecido una traición tan bárbara; susegunda reacción fue de confusión.

En una ocasión Saladino habíajurado decapitar a todo templario quecayera en sus manos, después de una

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matanza de compatriotas suyos efectuadapor fuerzas de los templariosexcesivamente apasionadas. Ahora,tendría que reconsiderar su juramento,un acto que, para un devoto musulmáncomo Saladino, constituía un saltomortal moral.

Sin embargo, Sitt-es-Sham se mostróinflexible. Los tres servidorestemplarios, cuyos nombres habíaconseguido, le habían salvado la vida yprobablemente el honor también de lasgarras de un Asesino disfrazado decaballero franco. Por consiguiente,debían ser convenientementerecompensados.

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Saladino dio las gracias a Alá por elfeliz retorno de su hermana y tomómentalmente nota de honrar yrecompensar a los tres valientestemplarios, si un día caían en sus manos.Luego, juró matar a De Chátillon, einmediatamente dio orden de reunir asus generales. Por lo que a Saladino serefería, la tregua había terminado. ¡Enadelante, ya no regía la Pax Saracénica,sino la Jehad o «Guerra Santa»!

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10JEHAD

El líder del islam era un hombrecomplejo, de gran humildad eincomparable coraje. A diferencia delarquetípico jefe musulmán, el supremosultán ayyubid era un intelectual, pocoafecto a la cetrería, la caza o losconvites, actividades que tanto habíandistraído a muchos de sus realesantecesores. Su deporte era el polo,pues era un magnífico jinete yconsideraba aquel juego de rápidosmovimientos como una especie de

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ajedrez jugado con caballos. Losmaestros de la Universidad de Damascole habían enseñado a dominar el granjuego del tablero escaqueado, así comole habían impartido el amor por elgnosticismo, especialmente por las artesy las ciencias, la astronomía, lamatemática, la arquitectura, la música,la erudición natural y la belleza en todassus formas, como obra de Alá, el ÚnicoDios.

Damasco, que él había vuelto arecuperar de manos de los infielescristianos, representaba para Saladinotodo lo que había de bello en laarquitectura árabe y en la planificación

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de una ciudad. Sus múltiples arboledassombreadas y los numerosos jardines,grandes y pequeños, públicos yprivados, eran oasis de color, perfume ybelleza natural, y uno de los más grandesplaceres del sultán residía en gozar deaquellos refugios de paz, completamentesolo. En otras palabras, entre todos losjefes musulmanes, el sultán Saladino eraúnico. Esto era así porque sus actos yreacciones resultaban difíciles depredecir.

Alto, apuesto y aún activo y enbuena forma en la edad madura, aquelpríncipe de ayyubids poseía unapersonalidad extraordinaria, con el don

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de un encanto inmenso. Aunque tímido yretraído cuando muchacho, mediante laaplicación y el estudio diligente habíacrecido hasta convertirse en un diestrolíder capaz de no dar consejos hasta elmomento preciso. Sólo daba su opinióncuando se la pedían. Saladino no era nijactancioso ni embustero. Cuandohablaba, era para decir la verdad.

Si agregamos a esto su devota fe enlo justo de la causa del islam, tendremosa un líder capaz de hacer retroceder alas hordas de las cruzadas que habíansaqueado y asolado el medio Oriente.

Allá en Tiberias, Abraham-ben-Isaac le describió a Simon el jefe

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sarraceno en estos términos:—Salah-ed-Din nació en 1138, en

una familia compuesta de siete hermanosy una hermana. Su padre era Ayyub-ibn-Shadhy, un oficial del séquito de Zengi,el atabeg de Mosil. Su madre era Nejm-ed-Din. Su padre había sido alcaide deTekrit, una fortaleza donde Zengi sehabía refugiado después de unadesastrosa derrota. Cuando a Zengi lecambió la suerte, recordó que en unaocasión le debió la vida a Ayyub-ibn-Shadhy y le incorporó a su séquito.

«Aunque el padre de Saladino eramahometano, él era kurdo, del clanRawadiya. Gente aguerrida y cortés,

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poseían un gran sentido del honor y lahospitalidad. Saladino heredó todas lasvirtudes tribales de su padre.

«El nombre completo de Saladino esYusuf Salah-ed-Din, que significa «elhonor de la fe». Es un nombre que biense merece.

«En todo el medio Oriente, Simon,no encontrarás hombre más devoto,caballeroso y honorable. Además deestas cualidades, posee el coraje de unleón del desierto y la obstinación de unamula. Es sin duda un adversarioformidable en quien la cristiandad puedaclavar sus garras.

«Osama, príncipe de Sheyzar,

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eminente erudito y filósofo, tomó alinteligente hijo de Ayyub-ibn-Shadhybajo su protección. Osama era un magosupremo, con gran penetración parajuzgar el carácter de la gente. En eljoven Yusuf, entonces sólo un muchacho,el sabio mago debió de reconocer todaslas cualidades de grandeza. Saladinotenía sólo trece años cuando seconocieron; sin embargo, Osamapresintió el destino del chico. Tú,Simon, serías afortunado si conocieras aun hombre como él.

—Ya le he conocido —repusoSimon, con sinceridad—. ¡Vos, mimaestro, Abraham-ben-Isaac sois mi

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Osama!El viejo filósofo se sintió

complacido, pero meneó la cabeza.—Yo no me encuentro en el mismo

plano de evolución que Osama, príncipede Sheyzar. Él tiene la suerte de ser loque los cristianos tratáis de santos.

Durante sus muchas conversacionescon Abraham, Simon aprendiómuchísimas cosas más sobre Saladino.Supo de la educación que recibió ellíder, en Baalbeck y Damasco, en sustempranos años en la corte de Nur-ed-Din. Este atabeg era uno de los hijos deZengi que, en 1146, fue asesinado, yNur-ed-Din se hizo cargo de todo el

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séquito de su asesinado padre para quele sirviesen.

Nur-ed-Din, como su padre Zengi,había reconocido las cualidades deljoven Saladino, aun en aquella tempranaedad.

Durante la primera Cruzada, con losavatares de la guerra rápidamentecambiantes, Saladino era demasiadojoven para tomar parte activa en ella;pero, como las fortunas de su padreprosperaron bajo el régimen de Nur-ed-Din, también mejoró su suerte.

Su capacidad para absorberconocimientos muy pronto le hizoabandonar la universidad y, cuando fue

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bastante mayor para servir al hijo delviejo benefactor de su padre, Nur-ed-Din tuvo conocimiento de que era unbrillante comandante de tropas. A partirde aquel momento, el ascenso a capitány luego a comandante de caballeríatambién llamó la atención del colega deNur-ed-Din, Shirkuh, un generalsarraceno de gran osadía y capacidad,lejanamente emparentado con Saladino.La estrella de Yusuf Salah-ed-Dincomenzó a brillar para que todo elmundo la viese.

—Esta bendición tuvo un doble filo—rió Abraham, al llegar a esa parte dela vida de Saladino—. La fama ganada

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en el campo de batalla y la evidenteinteligencia del joven comandante decaballería no sólo le convirtieron en unvalioso elemento para los hijos deZengi, sino que también le marcaroncomo a un posible futuro rival. Saladinoera lo suficientemente listo como paradarse cuenta de la situación y depusocualquier pretensión que pudiese tenerde alcanzar el poder. Sirvió a loshermanos lealmente y bien, y conabsoluta dedicación. Los hijos de Zengi,que siempre estaban alerta para detectarcualquier indicio de traición,reconocieron la honestidad de Saladinoy su caballeroso comportamiento No

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pudieron descubrir falta alguna en él, demanera que pudo vivir con honor yfortuna. Aquélla era una época difícilpara los hombres inteligentes, sobretodo con la demostrada capacidad paraganarse el respeto y el afecto de sustropas.

Saladino era, sobre todas las cosas,un musulmán devoto y un aplicadoestudiante de la divinidad y de lateología. Le encantaba escuchar a loseruditos, citar pasajes del Corán, y suinflexible ortodoxia le protegía como unescudo.

—Era un jeque ambicioso, quebuscaba poder, fama y riquezas —siguió

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diciendo Abraham—. Saladino era unapasionado creyente en el islam y, porencima de todo, sólo deseaba ser uninstrumento de la Voluntad de Alá.Como discípulo de Ibn-aby-Usrun, elgran sabio teólogo de su época, y comoestudiante preferido de Osama, Saladinoya había emprendido el ancho caminodel gnosticismo. Por eso, Simon,Saladino es el verdadero líder de lossarracenos: porque es honesto, valiente,justo y misericordioso.

«Por ello, respétale, hijo mío, puesél es tu más grande adversario. Lacristiandad tiene un valioso oponente enSaladino, el «Honor de la Fe». —

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Abraham hizo una pausa—. Mis vocesme dicen que un día vosotros dos osconoceréis. Sé que el acontecimientodeterminará tu destino.

Simon de Creçy nunca olvidó laspalabras de Abraham-ben-Isaac. Levolvieron a la memoria mientrasayudaba a Belami a instruir a sus nuevastropas. En esencia, las tácticas delveterano eran simples, y porconsiguiente impecables.

Su «columna volante» estabacompuesta de excelentes soldados decaballería y de infantería bienentrenados; la única dificultad radicabaen el hecho de que éstos retrasaban a los

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primeros. Pero Belami no tardó enresolver el problema.

Basándose en un pasaje del librosobre las tácticas que empleaban laslegiones romanas cuando utilizabantropas mixtas, el astuto y viejo soldadoentrenó a sus hombres para que actuasenal unísono. Cuando los soldados decaballería iban montados, un infantecorría junto a cada caballo, aferrándoseal estribo del jinete. Ello significaba quela columna volante en patrulla sólopodía avanzar a la misma velocidad conque podía correr un soldado deinfantería o un arquero; sin embargo,cuando los de caballería desmontaban,

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para llevar al paso a sus monturas, losde infantería, después de un brevedescanso, podían alcanzarles fácilmente.

Durante un ataque real, los mejoresarqueros montaban a la grupa de loscaballos de los lanceros turcos, paradescabalgar a último momento y brindarapoyo en el ataque final con lluvias deflechas. Ello requería una intensainstrucción, mucho renegar y violentaspeleas, pero afortunadamente la tácticaresultó efectiva.

La columna volante de Belamiavanzaba casi tan rápidamente como lohabía hecho originalmente sin lainfantería. El astuto veterano había

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encontrado una solución viable alproblema que el Gran Maestro le habíaplanteado, que era precisamente lo queel inteligente y viejo caballero templariosabía que pondría en práctica. Arnold deToroga no era ningún imbécil.

Cuando Reinaldo de Chátillonfinalmente botó su pequeña flota y partiósiguiendo la costa del mar Rojo, seenfureció al comprobar que una columnavolante de los templarios a menudoseguía paralelamente su curso por tierra.Cada objetivo que elegía se le tornabaimposible de saquearlo sin serdescubierto. Sólo cuando dividió a laflota en dos partes, logró el airado De

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Chátillon desembarcar y saquear lospuertos del mar Rojo, principalmentesobre el costado de África.

Belami no podía detener a los dosbandos de asaltantes, pero lograbahacerles las cosas difíciles a ambos. Elresultado fue que sólo un número muyreducido de objetivos elegidos por loscorsarios fueron saqueados o sitiados,como Aydhab en la costa africana. Estatáctica dilatoria dio tiempo al almiranteLulu, comandante de una flota egipcia,para desplegar sus naves y obligar alevantar el sitio de Eyla. Los corsariosaún tuvieron ocasión de atacar y hundirun barco de peregrinos árabes que

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navegaba hacia Jedah, sin que hubierasobrevivientes, y prendieron fuego anaves ancladas en Al-Hawra y Yambo.El mundo musulmán estaba horrorizado,pero, de no haber sido por la presenciade Belami en muchos de esos objetivos,la matanza hubiera sido mucho peor.Una y otra vez, la columna volante delos templarios frustró el ataque y lamatanza que pretendían llevar a cabo losfrancos. Naturalmente, De Chátillonestaba furioso y, al fin, tuvo quesuspender los ataques espontáneos en lazona del mar Rojo.

El momento culminante llegó cuandoel almirante Lulu desembarcó con sus

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tropas, las hizo montar en caballosbeduinos que consiguió en el lugar ydesmembró a los corsarios de DeChátillon en el cañón de Rabugh.Reinaldo de Chátillon salvó la vida porun pelo y la mayoría de sus hombresfueron muertos. El Señor de Kerakentonces se retiró apresuradamente a sufortaleza en Kerak de Moab, que era taninexpugnable como puede serlo uncastillo.

Puede parecer extraño que la misiónde Belami consistiera en interceptar alas fuerzas francas, pero tales eran losintrincados juegos políticos de la época.Belami no había perdido ni un solo

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hombre, ya fuese de caballería o deinfantería, pero había evitado matanzasen gran escala de personas inocentes amanos del Señor de Kerak. Eso sólohabía mitigado el fuego de la venganzade Saladino y, vitalmente, brindó aArnold de Toroga más tiempo parareforzar su guarnición en Jerusalén.

La Pax Saracénica quedó hechaañicos; la Jehad estaba a punto deestallar, y el 29 de septiembre de 1183,el comandante sarraceno cruzó el ríoJordán, asoló la fértil llanura de Ghaur ysaqueó la ciudad de Beysan, que habíasido abandonada por sus defensorescristianos.

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Luego avanzó por el valle de Jezreely acampó junto al Pozo de Goliat.Saladino había arrojado el guante.

Belami regresó volando a Jerusaléne informó al Gran Maestro de lostemplarios.

—Pero, Belami —protestó Simon—,¿de qué lado estamos nosotros?

—Ciertamente no en el de DeChátillon, mon brave. Ese bastardoasesino ha roto la tregua y traicionado lacausa cristiana. Habría sido capaz deasesinar a cada hombre, mujer y niño deaquellas ciudades indefensas del marRojo. La suerte de esta guerra políticaha cambiado y ahora tenemos que

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enfrentar la ira de Saladino. Pero por lomenos nosotros no somos asesinos decriaturas.

El veterano tenía razón, y Simon yPierre así lo comprendieron.

—Esos cruzados políticos mesuperan —dijo Pierre de Montjoie, convoz lastimera—. Pero es mejor formarparte de una Cruzada para llevar elcristianismo a los paganos, que sermarcados como asesinos de niños por lahistoria.

—Lo que demuestra —dijo Belami,con una sonrisa—, que no eres tan idiotacomo a veces me lo pareces.

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Todos esos acontecimientosocurrieron en el transcurso de muchosmeses y si bien pareció una pérdida detiempo para los dos jóvenes servidores,lo cierto es que convirtió a la columnavolante de Belami en una de las másefectivas unidades tácticas de ultramar.No tardaría en ser puesta a prueba en elcampo de batalla.

Saladino resultaría ser un duroadversario. El hecho de que Zeng, elatabeg, hubiese sido asesinado por supropia gente, mantenía a Saladino enalerta constante. Los Asesinos del cultode Sinan-al-Raschid habían efectuado

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dos intentos y estuvieron a punto decumplir su misión con éxito. En elúltimo atentado, fue la capucha de mallade Saladino, que le cubría la cabeza y elcuello, lo que detuvo el golpe. Estuvotan cerca de la muerte, que desdeentonces mantuvo una constantevigilancia incluso sobre sus compañerosde más confianza, puesto que uno de losatacantes fue un miembro de su guardiapersonal.

Ahora que había declaradoabiertamente la Jehad, el líder sarracenose mantenía doblemente vigilante.

Su última victoria contra loscruzados, antes de la tregua, había

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tenido lugar en «La locura del reyBalduino», el Castillo de los Pesares enel Vado de Jacobo. Saladino sitió lafortaleza durante cinco días. Al fin, losgruesos muros cayeron, al ser socavadospor los zapadores sarracenos, que luegoprendieron fuego a los soportes demadera del interior de los túneles.

Al quinto día, había entrado en elcastillo; liberó a los prisionerosmusulmanes y luego derribó toda lafortificación. Desde entonces, reinó unatregua con altibajos hasta que se declaróla Guerra Santa.

Durante otra batalla previa —unataque combinado de fuerzas de los

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templarios, hospitalarios y francos alcampamento de Saladino en la Praderade las Fuentes, cerca de Mesafa—,Saladino derrotó a los cruzados ycapturó a sus jefes. Entre éstos seencontraban Raimundo III de Trípoli,Balián de Ibelin, Balduino de Ramia yHugh de Tiberias. Además de estosimportantes caballeros francos, tomóPrisioneros a los maestros de ambasórdenes militares. Odó de Saint Amandhabía sido uno de ellos.

Todos los caballeros salvo Odófueron liberados, a cambio de un rescatey de la solemne promesa de no continuarla lucha contra Saladino. Sólo de Saint

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Amand se negó a formular este sagradojuramento y tampoco quiso ofrecerrescate.

—El dinero de los templarios no mepertenece para que pueda utilizarlo enmi propia liberación —había dicho contono desafiante

Saladino había quedado admiradodel coraje feroz del Gran Maestro en labatalla y, una vez más, le ofreció lalibertad sin rescate si hacía eljuramento. Odó de Saint Amand rehusóde nuevo, y falleció en prisión a causade las fiebres, en Damasco, unos mesesmás tarde.

Saladino lamentó su muerte y le

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enterró con todos los honores, comocorrespondía a un valiente y caballerosoadversario. Posteriormente, los demáshidalgos renegaron de sus promesas y secomplotaron contra Saladino durante latregua. Su arzobispo les absolvió atodos.

Cuando Belami contó a Simon lascircunstancias de la muerte de su padre,había puesto el acento en la generosidadde Saladino.

—¿Durante cuánto tiempo fue GranMaestro mi padre? —preguntó Simon.

—Desde 1171 hasta 1179; ochoaños consagrados al servicio de laOrden. Cuando tú naciste, en 1163, tu

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padre era caballero templario. En lossiguientes ocho años, a raíz de sudestreza, brío y valor, llegó a ser GranMaestro de la Orden del Templo. Tuvola muerte de un soldado, Simon.Saladino le respetó y le honró no sólocomo soldado, sino también comoerudito. El líder sarraceno le dio a tupadre todas las posibilidades para quepagara un rescate o diese su palabra dehonor a cambio de su libertad. Saladinoes tan caballeroso como el mejor denuestros caballeros cristianos, si nomás.

Con el regreso de Belami aJerusalén, y su extenso informe sobre los

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ataques de De Chátillon y la destrucciónde sus fuerzas en el Cañón de Rabugh,Arnold de Toroga había recibidotambién nuevos refuerzos de tropastemplarias de Acre. Sus fuerzas seencontraban en su plenitud y le ofreciólos servicios de la Orden a Guy deLusignan, ahora el incontestable regentede Jerusalén.

El atormentado cuerpo del joven reyBalduino IV estaba al borde de lamuerte, con los miembros paralizados yprácticamente putrefactos. Su mente aúnseguía activa, pero su habilidad para elmando casi la había perdido. DeLusignan vio llegada su oportunidad y

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convocó a todas las fuerzas del reino ensu ayuda. Raimundo III de Trípoli, losgrandes maestros de los templarios y delos hospitalarios, los hermanos Ibelin,Reinaldo de Sidón y dos poderososvisitantes, Godofredo, duque deBrabante, y Ralph de Mauleon, todos lerespaldaron con su peso político.Incluso el despreciable Reinaldo deChátillon llegó corriendo de Kerak deMoab, para unir sus lanceros a los delos cruzados. Los políticos tienen unaconciencia de corta vida.

—¡Judas Iscariote! Sabemos hastaqué punto podemos confiar en DeChátillon. Pero no tenemos alternativa.

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De pronto el cerdo embustero es nuestroaliado. ¡Quiera Dios que no tenga quesalvarle el pellejo!

Belami protestaba, pero, comosiempre, él obedecía las órdenes. Loscruzados partieron de Jerusalén, congran despliegue de banderas, exóticosguiones y escudos francos de brillantescolores, en contraste con las negrassobrevestas de los cuerpos deservidores de los templarios y loshospitalarios, y por supuesto lavestimenta totalmente blanca de loscaballeros templarios. Con ellos sealineaban los lanceros turcos a caballo,y los auxiliares de infantería. En total,

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después de dejar una reducidaguarnición en Jerusalén, los cruzadosreunieron un millar de caballeros ylanceros, además de 10.000 infantes. Notenían idea de que las tropas deSaladino ascendieran a más de 20.000hombres, de caballería, arquerosmontados, escaramuzadores y soldadosde infantería, divididos en tres fuerzasprincipales. Éstas eran comandadas porSaladino en persona, con Taki-ed-Din,su sobrino favorito, y su hermano mayor,Feruk-Shah, al mando de otras dosdivisiones. Los sarracenos eran todosguerreros avezados, ágiles y mortales enel campo de batalla. Superaban a los

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francos en más de dos a uno.Si hubiesen aplicado el método de

Belami de combinar las columnas de lacaballería con las de infantería, loscruzados habrían llevado ventaja.

Lamentablemente, la caballería seveía obligada a disminuir la marcha alpaso más lento de la infantería, lo quedaba a los sarracenos la ventaja de unamayor movilidad y rapidez.

El joven Homfroi de Toron, que seapresuraba a unirse a las fuerzas francascon las tropas de su padrastro deOutrejourdain, se encontró con que lessalieron al paso los ayyubids yeliminaron a sus tropas. Él mismo,

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aunque sólo tenía diecisiete años, luchóvalientemente, pero tuvo que retirarse aKerak, donde buscó refugio. Comofuerza de combate, sus diezmadas tropasestaban acabadas.

La primera batalla entre los dosejércitos en la Jehad de Saladino tuvoque librarse en el Llano de Jezreel. Lacolumna volante de Belami entró alataque, con Simon y Pierre al frente deun centenar de hombres de caballería einfantería, con el veterano al mando delos cincuenta lanceros turcos restantes.La tarea de Belami consistió en vencer alos escaramuzadores sarracenos, unmillar de arqueros escitas, capaces de

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disparar desde la silla de su montura.Cada vez que estos guerreros

avanzaban para soltar una nube deflechas, las fuerzas mixtas de Belamitenían que interceptarles y anular suataque. Además, los escitas perdíanmuchos hombres abatidos por losarqueros de Simon y Pierre, queparticipaban en la batalla, montados a lagrupa de los caballos de los lancerosturcos. Cuando saltaban al suelo ydisparaban sus dardos mortales, docenasde escaramuzadores escitas caían de sussillas.

Las filas de los sarracenos sedeclararon en retirada. Inmediatamente,

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Belami y sus servidores entraron a lacarga, enfilando a los aterrados arquerosescitas con sus lanzas. Antes de que losescaramuzadores pudiesen reagruparse,la columna volante de los templarioshabía barrido el terreno para cubrir alos arqueros que habían desmontado.Luego, repetían la táctica de recoger alos arqueros, que montaban a la grupa delos lanceros, y se reunían con lacolumna franca. Era una perfectamaniobra de manual.

Si Guy de Lusignan hubiera sido uncomandante más eficiente, todas susfuerzas habrían utilizado la mismatáctica. Lamentablemente, el regente de

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Jerusalén era un excelente político peroun mal general. Hizo alto con las fuerzasfrancas en los Pozos de Goliat, en vezde avanzar directamente contra la fuerzaprincipal de Saladino, antes de quehubiesen podido formar su línea deataque en forma de media luna.

Los francos, templarios yhospitalarios confiaban grandemente entácticas anacrónicas. Siempre habíanpuesto en práctica su táctica principal:concentrar el peso de los caballerosatacantes en una masa compacta, pararomper las filas de los paganos. DeLusignan confiaba que podría valerse dela misma maniobra antigua de nuevo.

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Belami maldecía en árabe, su lenguapreferida para renegar con eficacia.

—¿Por qué el maldito imbécil no seda cuenta de que Saladino está a laespera de la carga de los francos? ¡Porlos huesos del Profeta, cuando elcondenado «Calzones de acero»finalmente ataque con sus caballeros,ese astuto sarraceno abrirá las filascentrales y dejará que la fuerza de lacarga se pierda en el aire! Entonces,Saladino hará girar la caballeríaformando la media luna y atacará a DeLusignan por la retaguardia, mientrasnuestros guerreros correrán a ladesbandada en el medio. Hasta un niño

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podría darse cuenta de por qué Saladinoha dispuesto a la caballería en esaformación de media luna. ¡Que Dios medé fuerzas! ¿Por qué tenemos que estar alas órdenes de un estúpido?

Así las cosas, aparte de algunosencontronazos de pequeñas unidades decaballería por ambas partes, DeLusignan permaneció acampado cercade los Pozos de Goliat, mientras suscamaradas discutían con ardor.

La verdadera razón de su vacilaciónresidía en el inesperado tamaño delejército de Saladino. Su formación enmedia luna parecía extenderse, desde unextremo al otro, sobre una distancia de

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una milla. Atacarlo, ahora que habíamaniobrado hasta formar su más efectivalínea de batalla, parecía suicida. DeLusignan no se había decidido a atacar alos sarracenos mientras estabanformando filas, y ahora era demasiadotarde.

Saladino intentó provocar a losfrancos para que iniciaran una cargafrontal, pero fracasó en hacer entrar alos líderes divididos en la batalla. Todose desintegró en pequeñas acciones enpatrulla y ataques con lluvias de flechasde los arqueros escitas. El cielo senublaba de flechas lanzadas con susarcos, pero pocas de ellas hacían blanco

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en las tropas francas protegidas concotas de malla, sino que se clavaban enel suelo, donde parecían espigas detrigo. En cambio, las flechas máspesadas de los cruzados dejaban vacíamás de una silla de montar de losescitas.

Después de cinco días deescaramuzas, y de unas pocas bajasentre las tropas francas, De Lusignanbuscó seguro refugio detrás de lasorillas del Jordán.

Belami estaba furioso.—Bien, Simon —dijo—, ¿qué te

parecen nuestras brillantes batallas?¡Qué condenada pérdida de tiempo y de

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energías!—Estoy confundido —repuso el

joven normando—. Yo podría seguirfácilmente nuestras propias acciones. Tutáctica funcionó perfectamente, Belami.¿Por qué nuestro Gran Maestro noaprovechó la ventaja que le dimos?

—¿Por qué no vuelan los cerdos? —gruñó Belami—. ¿Cuál es tu opiniónsobre esta batalla inexistente, Pierre?Vamos, muchacho, como futurocaballero se supone que debes decirmequé hacer algún día. ¿Qué dices?

—¡Es una farsa! —contestó Pierre,fastidiado—. Una maldita riña de gallos.Lo hicimos mejor cuando luchamos

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contra De Malfoy.Belami y Simon rieron tristemente,

pero el veterano estaba preocupado.—Si así es como De Lusignan

piensa continuar, será mejor que nosretiremos detrás de fuertes murallas yesperemos que nos releven antes de quenos muramos de hambre.

El primer choque armado en laJehad Santa había sido un gesto fútil,malo para la moral y una señal de que loque vendría sería peor.

Saladino estaba perplejo ante lainsólita renuencia de los francos acombatir. Habían perdido suoportunidad cuando los sarracenos se

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desplazaban para ocupar sus posiciones,y ahora parecían conformarse conretirarse al otro lado del río Jordán. Elastuto líder sarraceno también habíaobservado las acciones biencoordinadas de una pequeña columnavolante comandada por los servidorestemplarios. Las maniobras de las tropasde caballería y de infantería combinadasconstituirían una táctica difícil desuperar si la adoptaba universalmente elresto de las fuerzas francas. Uno de suscuerpos de exploradores, que habíanenfrentado a las fuerzas corsarias de DeChátillon en el mar Rojo, habíainformado de que una columna de

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templarios estuvo aplicándola allí. Loque resultaba sorprendente era queparecía que más bien trataban deobstaculizar a los bandidos francos envez de luchar contra ellos. El informeparecía carecer de importancia en aquelmomento, pero, después de ver loefectivas que eran aquellas maniobrasen acción contra los escitas, de repenteSaladino comprendió que tenía sentido.

¿Pero por qué los templarios habíanpuesto a prueba su nueva táctica contrasus propios aliados? El agudo cerebrodel sarraceno siguió dando vueltas alproblema, hasta que recordó el relato desu hermana Sitt-es-Sham del ataque de

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De Chátillon contra su caravana caminode La Meca. ¿Acaso aquellos tresservidores templarios eran también losresponsables de aquellas curiosasmaniobras nuevas? Sin duda, elloshabían salvado a Sitt-es-Sham de lamuerte o de algo peor. Presumiblemente,habían actuado bajo las órdenes de suGran Maestro, para tratar de preservarla Pax Saracénica. ¿Por qué? ¿Tal vezpara ganar tiempo con el fin de lograrmás refuerzos?

El comandante sarraceno resolvióenviar más espías a Jerusalén. Asícontaba con más de un centenar dehombres confiables allí. El misterio le

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irritaba. A Saladino le gustaba conocerla solución de los enigmas. El caos leperturbaba. El sultán era esencialmente«un hombre cósmico». Quería que todoestuviese en orden. Para él, todo nuevodesarrollo en el campo de los infielesrequería una explicación.

Se durmió, pensando todavía enaquella extraña táctica. Su últimopensamiento, antes de que el sueño levenciera, fue que le hubiera gustadoconocer a los hombres a quiénes se leshabía ocurrido aquella maniobra tanbien ejecutada. Le habría gustado quefuesen sarracenos en vez de templarios.

El paso siguiente de Saladino sería

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contra Kerak, la fortaleza de suarchienemigo Reinaldo de Chátillon, alsureste del mar Muerto.

Durante la batalla indefinida en elLlano de Jezreel, ni Simon ni Pierrehabían entrado en combate cuerpo acuerpo, salvo con la lanza, si bienSimon había abatido a cuatro escitasdurante el intercambio de flechas.

Para sorpresa suya, tanto él comoPierre habían sido alcanzados por variasflechas sarracenas, pero las ligerassaetas de caña no habían logradopenetrar ni sus armaduras ni losacolchados petos de sus monturas.Tampoco Belami tuvo ocasión de

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utilizar su hacha de guerra y también élrecibió varias flechas escitas, sin queatravesaran su cota de malla.

—He visto cruzados que parecíanpuerco espines —comentó— con flechassarracenas clavadas en sus sobrevestas.Sin embargo, un par de ellas hicieronverdadero daño, al alcanzar el cuello, lacara o una mano desprotegida. Lalección es simple. Mantener todas laspartes del cuerpo bien cubiertas y lacabeza baja durante las lluvias deflechas que disparan desde largasdistancias.

Todo aquello había sido unanticlímax. La ardiente discusión que

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tuvo lugar en Jerusalén giró sobre lapeligrosa indecisión de Guy deLusignan. Algunos, como De Chátillon yRaimundo III de Trípoli, le acusaronllanamente de cobardía. El moribundorey estaba conmocionado y rabioso.

En su horrible estado, el pobredesgraciado había pedido a De Lusignanque le instalara en la ciudad de Tiro,donde la brisa marina sería beneficiosapara la lepra que le devoraba. En unacto inhumano, De Lusignan rehusóhacerlo. Con las débiles fuerzas que lequedaban, el rey Balduino IV depuso alregente y proclamó a su sobrino, quetambién se llamaba Balduino, el hijo de

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seis años de su hermana Sibila, herederosuyo.

De Lusignan se puso furioso yregresó a Ascalón, otra de susposesiones. Entonces sorprendió a todosnegándose a obedecer al rey moribundo.Belami quedó tan pasmado como losdemás.

—Ello sólo demuestra cómo hancambiado las cosas mientras estuvelejos de Tierra Santa. Hubiese apostadohasta mi último céntimo que DeLusignan era un buen comandante y unhonorable caballero. Hasta esperaba queel Alto Consejo le nombraría a él antesque a De Chátillon o a Raimundo III de

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Trípoli. ¡Por Judas Iscariote, estabaequivocado!

El recio servidor meneó la cabeza,azorado.

—He visto a Guy de Lusignan en elcampo de batalla, luchando junto a Odóde Saint Amand. En aquella épocacombatía bien. Me pregunto qué mujer lehabrá doblegado la voluntad.

Simon se sonrió.—Lo que dices se parece más a lo

que diría el hermano Ambrose queBelami. «El engendro del maligno», eracomo describía a las mujeres. Sea comofuere, ¿por qué una mujer? Quizá eldaño lo ha causado una enfermedad.

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—Es posible —replicó Belami—.Pero parece bastante sano. Mi instintome dice que se trata de una mujer. ¿Talvez la hermana del rey, Sibila? Diossabe que es bastante ambiciosa y es laesposa de De Lusignan. ¡Sí! ¡Ésa debede ser la respuesta! ¿Por qué otromotivo De Lusignan negaría la alianza alrey si no por la resuelta ambición deSibila? De alguna manera, presiento queSibila está detrás de todas estas súbitasindecisiones y vacilaciones. Tal veztenga algún acuerdo secreto con suesposo. ¡Quién demonios lo sabe!

El veterano se encogió airadamentede hombros y escupió certeramente a un

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escarabajo, que corrió en busca derefugio.

Su estallido sorprendió a losjóvenes servidores, que nunca habíanvisto a Belami enfadado a causa de lapolítica. Hasta entonces, había seguidolos cambios en el campo de la políticaencogiéndose únicamente de hombros.

En realidad, Belami estabaprofundamente resentido por ladefección de De Lusignan. Se habíaproducido en el peor momento posible,con Saladino en acción, el rey en lasetapas finales de la lepra y los baronesdivididos.

—¡Qué endemoniado embrollo! —

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renegaba Belami—. Mes amis —agregó,dirigiéndose a sus camaradas másjóvenes—, estáis a punto de ser testigosde algo que no había ocurrido en muchosaños. —Hizo una dramática pausa—.¡Yo, Belami, servidor mayor de laOrden del temple, voy a emborracharmehasta caerme muerto!

Cosa que hizo, y terminó por hacerdestrozos en una taberna hasta que fuedominado con grandes esfuerzos pordiez soldados de la guardia. Nadierecibió heridas graves, salvo unoscuantos moretones y la pérdida dealgunos dientes. El tabernero recibió unacompensación por daños de parte del

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tesorero de la Orden. Belami fueseveramente reprendido por Arnold deToroga, al igual que Simon y Pierre porhaber acompañado y apoyado a susuperior. La resaca, sin embargo, fuepeor que el castigo. El vino tinto barato,en cantidad, puede causar efectoscatastróficos a la mañana siguiente.

La pena consistió en mandarles aKerak, a instruir a la guarnición allíapostada en la nueva táctica de acciónconjunta de la caballería y la infantería.Arnold de Toroga, el Gran Maestro, eraun hombre inteligente y eligió un sutilcastigo para purgar la falta. Kerak era elcastillo de De Chátillon. Belami rugía

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de rabia.—¡Confiad en el Honorable Gran

Maestro cuando queráis que se le ocurraalgo especial! —Luego lanzó una de susfuertes carcajadas—. ¡Maldito sea porser tan imbécil! Lo tengo bien merecido.Allons, mes amis.

Animó a sus compañeros, quetrataban de aliviar el dolor de cabezaque sentían.

—Vamos a Kerak. Tengo entendidoque se celebrará una boda en el castillo.Homfroi de Toron ha de desposar a laprincesa Isabella, otro casamiento deconveniencia por motivos políticos. Élsólo tiene diecisiete años, y ella, pobre

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paloma, apenas doce. Quizá Pierrepueda lograr que la reina Leonor deAquitania la secuestre antes de laceremonia ¡Kerak! ¡Merde de merde!¡Vaya lugar aburrido para vosotros!

Según se sucedieron losacontecimientos, aburrido sería laúltima cosa que Kerak resultaría ser.Aunque ellos no lo sabían, Saladino seencontraba reuniendo a sus fuerzas paramarchar sobre el castillo de Reinaldo deChátillon. El líder sarraceno tenía larazón de su parte, el poder en sus manosy el instinto asesino en el corazón.

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11TIEMPOS DE

DESESPERACIÓN

El mes de noviembre de 1183 llevóun alud de invitados a Kerak para laboda que uniría a dos nobles casas,Toron y Comnenus. Reinaldo deChátillon y la reina María Comnenatenían poco en común, pero ambosconsideraban aquel matrimonio comouna oportunidad para dos de lasfacciones opositoras del reino. Comoprima del moribundo y joven rey,

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Isabella bien podría ser un peónimportante en el juego de poderes de losbarones.

Para crear el ambiente de alegríaque semejante casamiento requería, setrajeron entretenimientos de distintasclases de todos los rincones del reino deJerusalén: músicos, bailarines, juglaresy cantantes. El hecho de que Saladinoestuviese en acción no disminuía elespíritu festivo que reinaba en el castilloextremadamente fortificado y la ciudadde Kerak de Moab.

El enorme cúmulo de piedras habíasido construido para que sirviera comobase de una guarnición, de la que

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pudiesen enviarse partidas de forajidosa interceptar cualquier caravana ocuerpo de ejército que se desplazaraentre Siria y Egipto. Constituía unaespina estratégica en el pie de Saladino,del mismo modo que Reinaldo deChátillon era un tumor que había de serextirpado del cuerpo del islam. Ambosperjudicaban la causa de Saladino y, porlo tanto, eran los principales objetivosen la Jehad. El jefe sarraceno estabaresuelto a matar al Señor de Kerak ydestruir su castillo.

En el momento en que Belami y sucolumna volante llegaban a la vista deKerak, grandes nubes de polvo en el

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horizonte anunciaban la llegada delejército sarraceno.

—Al menos la vida en Kerak no seráaburrida —gruñó el veterano. ¡Adelante,mes braves!

Pero esto era más fácil de decir quede hacer, pues ríos de refugiados,granjeros y pastores habían aparecidode los cuatro puntos cardinales, gritandoy clamando al cielo, en tanto arriabansus rebaños y conducían sus carroscargados de productos hacia la ciudadfortificada.

Belami se abría paso entre ellos agolpe de látigo, tratando de controlar eltráfico para que los labriegos y pastores

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presa del pánico entraranapresuradamente por la puerta principal.

Las grandes nubes de polvo en elnoroeste habían alertado a la guarnicióny ahora los hombres se apostaban en lasmurallas del castillo, mientras unaspocas almas aguerridas corrían por lascalles para ayudar a Belami y sus tropasa montar un operativo de resistencia enla retaguardia, fuera de los muros de laciudad. A la guarnición le tenía sincuidado la suerte de los campesinos,pero ante la posibilidad de quedarsitiados, cosa que parecía inevitable, lasvacas, terneras, ovejas, cabras ycabritos, y aun los camellos y los

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caballos, serían una fuente invalorablede alimentos.

Jurando como un camellero, Belamihabía insultado, golpeado y empujado ala mayoría de los aterrados campesinosa través de la puerta principal, y luegoles ordenó que se refugiaran tras losmuros del castillo de Kerak.

Cuando el trasero del último pastordesapareció de un puntapié por elportal, aparecieron los escaramuzadoresde Saladino, galopando sobre el cerro.

—Coloca a los arqueros enposición, Simon —gritó el veterano porencima del ensordecedor ruido quehacían los hombres y las bestias que

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circulaban por los patios interiores.—Pierre, preparaos para

contraatacar antes de que lleguen lasfuerzas mayores. Con una carga bastará.Luego, da media vuelta y regresa, tanrápidamente como puedas. Puedo verperfilándose en lo alto del cerro losartefactos de sitio. Eso significa que lafuerza mayor no podrá avanzar muy deprisa a causa de ellos. ¡Simon, á moi!

El joven normando se apresuró aacudir a su lado.

—Quiero verte en lo alto delcastillo, muchacho. Todas las catapultasdeben estar listas para disparar cuandola fuerza mayor de Saladino llegue a la

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distancia de tiro. Como la de Acre, laartillería de sitio de Kerak se encuentraemplazada en las torres más altas. Tiradtantas piedras como puedas contra lasorejas de los sarracenos, detendrán elavance. La parte baja de la ciudad no lamantendremos durante mucho tiempo ennuestras manos. Es mejor rociar lascasas con aceite de quemar y nafta, yluego dejar que entren los paganos enellas. Después, dispararemos flechasencendidas sobre la ciudad. Esomantendrá ocupada a la cannaille demierda.

De inmediato, Simon salió al galopepor la empinada calle que conducía al

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castillo. Belami no tuvo tiempo decomprobar si se cumplían sus órdenes nilas sugerencias más imperiosas, cuandoya un torbellino de arqueros escitasmontados apareció de pronto, como sihubieran surgido del sol poniente.

—¡Disparad! —gritó Pierre, y unalluvia de flechas salió silbando de lasposiciones de los templarios, ocultostras las rocas de la parte exterior delportal de la ciudad.

El sol poniente brillabaenceguecedoramente y con ardor en losojos de los defensores, pero disparabanbien, esperando a que los atacantesestuvieran lo suficientemente cerca para

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estar seguros que cada flecha alcanzasesu objetivo. Las sillas de las monturasquedaban rápidamente vacías, y loscaballos que relinchaban con lasentrañas colgando de sus vientresabiertos daban media vuelta y corríandesesperados entre las filas escitas.

Antes de que pudiesen reagruparse,Belami gritó:

—¡A la carga!Las tropas de Pierre en seguida

atronaron surgiendo de la parte baja dela ciudad y se opusieron a losescaramuzadores desbandados como unmuro mortal. Caballos y jinetes caíanapilados unos encima de otros bajo la

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fuerza del ataque de los lanceros turcos.—¡A reagruparse! —gritó Pierre y,

expertamente, hizo girar a sus hombreshasta situarse detrás de los arquerosocultos.

Éstos continuaban disparando sobreel grueso de los arqueros sarracenosmontados: uno tiraba mientras el otrorecargaba el arco. De esta forma, loscincuenta arqueros de Belami seconvertían en veinticinco hombres quedisparaban, cada uno de ellos, cincoflechas por minuto. Aquello era unacortina de flechas mortal.

Una segunda columna de sarracenosacudía al galope por el empinado llano,

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para reforzar a la desbandadavanguardia. Al tiempo que así lo hacían,pesadas piedras surcaban el airesilbando, y causaban el pánico entre lossorprendidos jinetes. Una nueva lluviade potes de arcilla humeantes seestrellaban en medio de las filasatacantes. La orden de Simon se cumplíaestrictamente. Las balas de fuego griegastambién eran lanzadas por las catapultasde los muros del castillo.

Belami gritó de nuevo y lanzó a suslanceros turcos al contraataque. Suslanzas atravesaban a los sarracenos adiestra y siniestra. El hacha de guerradel veterano segaba cabezas de arqueros

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sarracenos montados, que ahora eranincapaces de disparar por temor a herira sus propios hombres. Muy pronto elcampo de batalla quedó cubierto demuertos.

—¡Retirada! —gritó Belami—.Hacia el portal. Recoged a nuestrosarqueros por el camino.

Como un solo hombre, sus bienpreparadas tropas dieron media vuelta yretrocedieron hasta detrás de las rocas,deteniéndose un instante al lado de cadauno de los arqueros. Entonces, cuandolos soldados habían montado en la grupade los caballos, éstos entraron al galopepor el portal, que se cerró de golpe

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detrás de ellos. Pierre y Belami fueronlos últimos en trasponer la puerta, antesde que se cerraran las dobles hojas yfuesen atrancadas. Belami sólo habíaperdido cuatro hombres, mientras quedocenas de sarracenos yacían muertosfuera de las murallas de Kerak. ¡Primeravictoria de los templarios!

Simon llegó galopando por la calleempinada y se detuvo junto a ellos.Pierre hizo una mueca mientras Belamile extraía una ligera flecha sarracena delmuslo. Su cota de malla habíainterceptado las demás. Varias flechasescitas sobresalían de las gruesassobrevestas de los servidores. Aparte de

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eso, no habían sufrido ni un rasguño.—¡Eso es lo que yo llamo una

batalla! —exclamó Pierre, con la caraencendida por la emoción.

Belami gruñó:—Cierra esa bocaza, muchacho, y ve

a que los hospitalarios te curen lapierna. Simon, ¿qué hacemos?

El normando sonrió.—El senescal te conoce de años,

Belami. Sus hombres se ocupan derociar con aceite de quemar y nafta laparte baja de la ciudad.

Belami pareció aliviado.—Sube a las murallas y que se

entretengan con los arqueros. Nada de

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cortinas de flechas esta vez; sólo lojusto para mantenerles a raya. Seguroque atacarán. En cuanto lo hagan,retiraos al castillo. Vamos a necesitar atodos los hombres que podamos reuniren las fortificaciones principales. —Miró en torno—. ¿Dónde diablos estáDe Chátillon?

—Afuera, buscando la puerta. ElSeñor de Kerak estaba en el exteriorpara recibir a los invitados rezagados.Van a tener una recepción más calurosade lo que esperaban.

Con alegría, Belami vio que quienhablaba era D’Arlan, el viejo servidortemplario de Acre, que había llegado

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hacía una semana con un grupo deinvitados a la boda, escoltados portemplarios, desde la costa.

Los dos veteranos se abrazaronbrevemente, riendo como dos escolareshaciendo novillos.

—¡Abrid la puerta! ¡Sólo una! —gritó Belami—. ¡Que entre el gran Señorde Kerak!

Su socarrona risa se vio ahogada porel crujido de las gruesas barras demadera al ser retiradas para poder abrirla puerta.

En cuanto una de las hojas se abrió,entró al galope una partida de jinetessudorosos.

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—Bienvenido, mi señor —gritóBelami—. Cerrad la puerta, mes amis, otendremos invitados sarracenos en laboda.

La pesada puerta se cerró a lasespaldas del grupo de aterradosinvitados. Sin una palabra deagradecimiento, De Chátillon se dirigióal galope hacia su castillo y desapareciópor la puerta. Los demás le siguieron.

—Si no tuviéramos necesidad de esecerdo, le habría dejado a merced deSaladino —dijo Belami a D’Arlan envoz baja.

Su viejo colega lanzó una risitamaliciosa.

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—¡Eres un maldito, viejo zorro!Mientras los arqueros templarios

mantenían a la caballería ligerasarracena a raya, las fuerzas principalesde Saladino se acercaban lentamente ala ciudad. A juzgar por el número deartefactos de sitio que llevaban consigo,la batalla sería prolongada. Belamibendijo cada oveja, carnero, cabra yvaca que había introducido en lasmurallas y llevado al castillo.

Un infante franco jadeante llegótambaleándose y saludó.

—La ciudad está rociada con aceitede quemar, mon sergent —anunció en eldialecto lemosín de ultramar—.

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¿Cuándo le prendemos fuego?—Cuando lleguen nuestros invitados

sarracenos, mon brave —respondióBelami—. Debemos ser hospitalarios.El aire nocturno suele ser muy frío porestas latitudes. Les brindaremos unabuena hoguera rugiente para quecalienten sus huesos paganos.

En aquel momento, la fuerzaprincipal sarracena envió una oleada dela caballería pesada, cubriéndola con unmanto de flechas, que se estrellabancontra las murallas de la ciudad.

—¡Al castillo! —gritó el veteranoservidor templario—. Que los paganosataquen la puerta con el ariete.

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Los sarracenos llevaban escudoscolocados en la clásica testudo romana,o formación «tortuga». Así protegidos,empujaban un pesado ariete delante deellos y procedieron a embestir la doblepuerta.

Torrentes de flechas escitas barríanlas murallas de la ciudad, que ahora seencontraban desiertas. Nadie salióherido.

—¡Retirada! —gritaba Belami.Su reducida fuerza retrocedió por la

calle, en tanto los arqueros cubrían laspuertas que se astillaban. Belami sabíaque para que su trampa tuviera efecto,no había de despertar sospechas. Tenían

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que simular que defendían con uñas ydientes cada palmo de terreno.

Al ceder las puertas bajo losrepetidos golpes del ariete con punta dehierro, una horda de infantes sarracenosululantes se precipitó por ellas. Lamayoría eran arqueros.

Inmediatamente, de la segunda líneade arqueros ocultos partió una lluvia deflechas contra los atacantes, que caíancomo trigo recién segado.

—¡Atrás! —gritaba Belami, yconducía a sus fuerzas hasta la tercera yúltima posición, sobre la parte baja dela ciudad.

Las puertas estaban completamente

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abiertas, colgando a pedazos de susgoznes poderosos. Por la angosta brechaentraba la caballería de Saladino algalope, con el apoyo de una masa desoldados de infantería, que gritaban avoz en cuello.

No tardaron en esparcirse por lascallejuelas y patios de la ciudad baja.Casi inmediatamente, descubrieron elbotín que habían dejado a la vista en lascasas rociadas con aceite. El hedor quehabían dejado los animales al irdefecando de terror, cuando Belami leshabía obligado a entrar por el estrechoportal, disimulaba el del aceite y de lanafta. Aquello fue puramente accidental,

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pero inapreciable.Cuando juzgó que un gran número de

sarracenos había entrado sin descubrirnada que despertara sus sospechas,Belami dio la señal. Fue una simpleflecha encendida, disparada por Simon.

La llameante punta de la flecha deuna yarda se clavó en la poterna de lagarita de guardia. Al instante, lapequeña construcción ardía en llamas.De inmediato, una lluvia de flechasencendidas cayó desde las almenas delcastillo y alcanzaron su objetivo a travésde las ventanas abiertas, en la pila dematerial inflamable del interior. Concrepitar de llamas, aventadas por una

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fuerte brisa que silbaba a través de laspuertas abiertas, la ciudad se convirtióen un horno rugiente.

Saqueadores sarracenos seprecipitaban de vuelta a las callesgritando, con la ropa ardiendoferozmente. El fuego griego, lanzado poruna catapulta emplazada en una torre delos muros del castillo, contribuía a crearun infierno.

Sin volver la vista atrás, lostemplarios y los lanceros turcos corríana refugiarse en el castillo. Belami sequedó hasta el final; luego, mientras sedestruía el puente levadizo sobre el fosodel castillo, el veterano cogió una soga

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que le lanzó D’Arlan desde una de lasalmenas, osciló sobre el profundo foso ytrepó por ella entre los vítores de losmiembros de la guarnición.

A sus pies, la vista era infernal. Lossarracenos ardían como yesca, dandoalaridos.

—¡Rediós! Detesto hacer esto ahombres tan valientes —musitó Belamiy cayendo de rodillas, elevó una breveplegaria por los paganos muertos.

La ciudad baja muy pronto seconvirtió en un osario abarrotado decadáveres.

—Será un largo sitio —comentóSaladino, cuando recibió la noticia.

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¡Esos hombres saben lo que se hacen!

La reina María Comnena y ladyStephanie, las madres respectivas de lanovia y el novio, resolvieron llevaradelante la boda como se habíaPlaneado. Isabella y Homfroi llevabantres años prometidos.

—¿Qué opinas de este matrimonio?—le preguntó Simon a Pierre—. Tuhermana Berenice también tenía sólodoce años.

—Existe una gran diferencia, Simon.El prometido de mi hermana era cincoveces mayor que ella. La unión de laprimavera con el otoño a veces puede

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resultar en un matrimonio feliz, peroenero casado con diciembre..., ¡nunca!Homfroi es sólo cinco años mayor quesu prometida, y además, Isabellaevidentemente le adora. Seguramentejugaban juntos cuando niños, y sumatrimonio no será mucho más que unjuego hasta que Isabella tenga edad deprocrear.

El principal impedimento de la bodaprovino de Saladino, queinmediatamente comenzó a emplazar susartefactos de sitio en la parte asolada dela ciudad baja. Justo el día anterior, lascatapultas sarracenas comenzaron alanzar pesadas piedras contra el castillo

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de Kerak. Cuando encontraron elperfecto ángulo de tiro, incrementaron elritmo de lanzamiento, y no tardaron encaer y estrellarse enormes piedrascontra las altas torres que se elevabande los macizos muros del castillo.

Dentro de la fortaleza, un clima deforzada alegría dio paso a un genuinoespíritu festivo cuando el vino empezó afluir libremente. La guarniciónrespondió a las catapultas de Saladinocon proyectiles propios certeramentedirigidos y hasta logró destruir doscatapultas enemigas.

En el momento culminante de losfestejos, con su colorida exhibición de

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costosos vestidos de seda y satenespreciosos, los regios bailes y losexcelentes entretenimientos a cargo demuchos músicos profesionales, juglaresy acróbatas, la reina María seentusiasmó tanto por el éxito de la bodacelebrada en estado de sitio, que mandóalgunos de los platos del banquete debodas, bajo bandera blanca, a Saladinocon sus corteses cumplidos.

Fue una muestra de bravuracortesana que el líder sarraceno supoapreciar.

En seguida envió a un mensajero devuelta, bajo la misma bandera blanca,para averiguar en qué torre del castillo

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se encontraba la cámara nupcial con elfin de que la artillería de sitio pudieseevitar atacarla, para que la noche debodas pudiesen disfrutarla en paz.

Todo ello tenía un caráctercivilizado y humano, que ponía derelieve el temperamento compasivo deljefe sarraceno. Sin embargo no interfiriópara nada en su decisión de apoderarsede Kerak, destruir las fortificaciones ymatar a Reinaldo de Chátillon,personalmente.

El pérfido Señor de Kerak habíalogrado camuflar a dos mensajeros, acubierto de aquellas corteses idas yvenidas, y durante la noche lograron

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atravesar las líneas sarracenas. Robaronun par de caballos árabes, después deasesinar a los guardias, y partieron enbusca de ayuda.

Al mismo tiempo, se soltaban trespalomas mensajeras, con idénticaspeticiones de ayuda, en dirección aJerusalén. Aunque Balduino, el reyleproso, estaba desesperadamenteenfermo, movilizó a la armada real, bajoel mando de Raimundo III de Trípoli, ylas poderosas naves partieron hacia elsur para romper el sitio.

Los fuertes muros de Kerakresistieron el ataque de las catapultassarracenas sin romperse, y Homfroi de

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Toron y su infantil esposa, Isabella,pasaron una plácida noche de bodas eluno en los brazos del otro.

Por la mañana, Saladino reanudó elpleno bombardeo de Kerak. Disparosdispersos de uno y otro bando producíanpocas bajas, pero éstas eranfundamentalmente sarracenas, algunasdebidas a la certera puntería de Simoncon su poderoso arco.

Pronto llegaron a oídos de Saladinolas noticias de la llegada de Raimundo yla armada real. Él llegó a la conclusiónde que aún no era el momento dedeclarar una guerra abierta a losnumerosos cruzados. Con la fuerte

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guarnición de Kerak en un lado y laarmada real en el otro, los sarracenos sehallaban ahora en definitiva desventaja.

Esa noche, protegida por laoscuridad, la artillería de sitio fuellevada silenciosamente lejos de la líneade tiro y, mientras el sol se elevabasobre los baluartes del sector oriental,se hizo evidente que el ejércitosarraceno se había retirado a la callada.El breve sitio había terminado. El 4 dediciembre, Saladino se retiró endirección a Damasco.

El triunfante rey Balduino, sufriendoatrozmente en su estoico viaje en lalitera real, fue llevado a Kerak en medio

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del clamor general y, después de unaebria celebración, los invitados a laboda partieron hacia sus respectivoshogares. Sin embargo, aún persistía ladiscordia entre las facciones rivales, apesar de la boda, y la sensible Isabellaestaba muy afectada por ello. Suflamante esposo, que verdaderamente laadoraba a pesar del casamiento deconveniencia, hacía cuanto podía paraconsolarla.

La fuerza de relevo también trajonoticias emocionantes para Pierre deMontjoie. Al parecer, su padre habíafallecido en París, sin ser llorado por lamayoría de los miembros de la familia,

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y en su lecho de muerte decidió volver anombrar a Pierre heredero oficial. Ellosignificó que el servidor De Montjoiefue elevado inmediatamente al rango deconde, y en forma automática recibió lasespuelas de oro. Pierre era un caballero.

Belami rió como un bronco escolarcuando se lo dijo y, después de abrazara Pierre, que aún cojeaba a causa de laherida de flecha, juró burlonamenteobediencia al flamante conde ycaballero.

Pierre le dio al veterano un fuerteabrazo y rompió a llorar.

—¡Maldición, muchacho! O mejordicho: sir Pierre, o conde de Montjoie,

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¿por qué demonios estáis llorando? —lepreguntó Belami.

—Tendré que dejaros a ambos yregresar a París. Detesto hacerlo. Hansido dos años y medio maravillosos losque pasé en vuestra compañía y jamásvolveré a encontrar unos camaradascomo vosotros.

—¿No existe ninguna posibilidad deque seas un caballero templario,supongo? —dijo Belami, sonriendo.

—No, mi querido amigo —repusoPierre, enjugándose los ojos con lamanga—. Servidor soy y servidorsiempre seré, en el fondo de mi corazón.¿Quién en el santo nombre de Dios

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querría ser uno de nuestros malditoscaballeros templarios? Sólo me voyporque Berenice precisa de mi guía y demi amor, y mis recién heredadaspropiedades tendrán que seradministradas.

Cuando partió hacia Acre, con lapartida de templarios invitados queregresaban con D’Arlan, los trescamaradas lloraron abiertamente.

Belami y Simon echarían de menos asu alegre compañero por su cordialidad,amistad, sentido del humor y lealtad,tanto como él les echaría de menos aellos.

—Volveremos a encontrarnos —dijo

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Belami, con voz más ronca que decostumbre—. Pero será dentro de unoscuantos años.

—Procura no meterte en líos —ledijo Pierre a Simon, con los ojoshúmedos de lágrimas—. Quiero queseas mi cuñado.

Le saludaron hasta que se perdió devista, y ellos se dispusieron regresar aJerusalén. El rey Balduino se habíaenterado de las nuevas tácticas deBelami y de su notable habilidad paradirigir la acción inicial en Kerak,durante la ausencia temporal de DeChátillon.

—Necesito hombres como esos

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servidores templarios para proteger a mijoven heredero —dijo.

Eso fue interpretado como una ordendirecta, y Arnold de Toroga no teníapoder para contradecirle. Así, de vueltaa Jerusalén partieron los templarios y sucolumna volante.

Cuando Belami y Simon llegaron ala Ciudad Santa, había un visitantesorpresa esperándoles. Abraham-ben-Isaac había sido relevadotemporariamente del servicio enTiberias por Raimundo, y había viajadohasta Jerusalén para servir en la CorteSuprema como constructor de

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instrumentos y astrónomo real del reino.De hecho, le habían nombrado astrólogoprincipal, pero esto era en formaoficiosa pues la adivinación por losastros no se consideraba una profesiónrespetable en un estado cristiano, sinoque más bien se veía como brujería.Todos consultaban a los astrólogos,pero nadie quería reconocerlo sobretodo Raimundo III, el nuevo regente.

Abraham-ben-Isaac traía emplastosy hierbas para aliviar los sufrimientosmás intensos del valiente y joven rey Lalepra en sí no es dolorosa, puesadormece los nervios del cuerpo. Peroeso deja los miembros especialmente

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expuestos a sufrir daños, puesto que alno experimentar dolor, los mismosenfermos pueden lastimarse gravementepor accidente. Los conocimientos deAbraham sobre hierbas y pocionesayudaron al moribundo en sus últimosmeses de vida, por lo que Balduino leestaba profundamente agradecido.

También Simon, por otras razones;ahora podía continuar sus estudios bajola guía del sabio filósofo judío. Eltiempo que estaban juntos parecía pasarvolando. Borrosamente, pero concreciente claridad, Simon comenzó acomprender lo que significaba elgnosticismo, y por qué los templarios

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habían utilizado su Orden para penetrarsus más íntimos secretos.

—«Como arriba, así abajo» —decíaAbraham—. Éstas son palabras deMani, el guía espiritual del gran profetaZoroastro. Significan que desde loinfinitamente pequeño hasta loinfinitamente vasto, toda la naturaleza esuna. Tú y yo, Simon, y todos loshombres, mujeres, animales, peces,aves, reptiles e incluso insectos; todaslas cosas vivientes forman parte deltodo.

«Todos estamos hechos de lamateria que nos sostiene; somos parte delo que comemos y bebemos; somos parte

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del aire que respiramos; somos todosparte de Dios. Nunca lo olvides, Simonde Saint Amand, porque ése, muchacho,es tu verdadero nombre. Ningún hombrelo mereció tanto. Dios y tu finado padrete mandaron a mí, del mismo modo queél vino a mí en una ocasión para queiniciaras el ancho sendero delgnosticismo.

«Hay uno que pronto llegará a tuvida; mis voces me dicen que será paraguiarte en tu futuro destino, esta vez porel camino del amor. Luego, otro vendrá,para cogerte de la mano y guiarte por losreinos de Netsach, Tiphereth, Hod yYesod, a Kether, la Corona misma. Pero

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eso en el futuro. Antes de eso tendrásmucho que aprender.

Entonces empezó realmente laeducación de Simon. Siguieron largashoras de estudio y noches de cuidadosaobservación bajo las estrellas. Habíaque efectuar experimentos alquimistas.Se tenía que dar forma soplando aalambiques de cristal al rojo vivo. Erapreciso ir a recoger hierbas; destilarextractos y, sobre todo, explorar lospoderes de la mente, mediante liberar elcuerpo sutil de Simon de su forma física.Eso se realizaba mirando fijamente uncristal sin imperfecciones, o lasprofundidades infinitas de un cuenco

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negro, lleno de agua clara de manantial.Abraham también tenía el poder de

mantener la mente en suspenso para quesu discípulo quedara inconsciente ypoder sumirle en un sueño profundo.Todo eso se lo enseñó a su jovendiscípulo durante los largos meses quepermaneció en Jerusalén. Belami arreglóel orden del día para que Simonestuviese exento de cumplir ciertosservicios y dedicar todo el tiempoposible al estudio con el sabio judío.Sabía que Odó de Saint Amand así lohabría querido.

Ahora los sueños en que Simonvolaba los controlaba con su cada vez

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mayor poder de voluntad.—Tu plegaria al Señor es más

antigua que el cristianismo —dijo elsabio—. Utilízala con prudencia, jamáspara el mal. Di las palabras antes decada vuelo de tu cuerpo sutil. Dilascuando regreses, para despertar elcuerpo físico.

«Recuerda que la palabra «oculto»sólo significa «escondido». Tales cosassolamente deben ser reveladaslentamente, una a una, como se pela unacebolla. Ningún hombre prudentemuerde una fruta hasta saber que no esvenenosa ni tiene gusanos. ¡Laprecaución debe ser tu lema! La

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impaciencia puede causarte la muerte opeor aún... la locura.

«Poli-poli es lo que dicen losmédicos hechiceros africanos. Significa:lentamente, lentamente. El infinito nopuede abarcarse de golpe.

Bajo la tutela espiritual de Abraham,Simon nunca volvió a experimentartemor, si bien en el reino de Netsach yen otros senderos del Árbol delConocimiento, a veces tuvo visionesaterradoras.

—Tu vara y tu báculo me confortan—dijo Abraham—. La vara es el amorde Dios, el báculo es el conocimientoque Dios te da, Simon. Úsalos sólo para

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el bien. Entonces, jamás te fallarán.

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12LA CIUDAD SANTA

Abraham también conocía el ladomalo de Jerusalén, que era unaconsecuencia de la evolución natural delafán de los hombres inescrupulosos porel poder temporal.

La explotación comercial, loscomplots y las conspiraciones, y laproliferación del «amor libre», tanto enhombres como en mujeres, habíaconvertido la intensa espiritualidad dela primera Cruzada en brillante farsa. Elsabio conocía la Ciudad Santa y su

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historia, a través de muchos años deinvestigaciones.

—He aquí una ciudad que deberíaser sagrada para todos los hombres —ledijo a Simon—. En cambio, los hombresque la dominan pasan más tiempofortificándola que en santificándola.

Ahora que Pierre de Montjoie habíaregresado a Francia a reclamar suherencia, Simon tenía más tiempo paraestar con su adorado maestro. Su sed deconocimiento era inagotable, y por esoAbraham lo amaba. Aquélla era la grancualidad del hijo de Saint Amand.

El anciano, cuyos altos y encorvadoshombros habían soportado el peso de

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muchas responsabilidades y penas, y quehabía conocido muchos goces a parte desu propio amor por el saber y lahumanidad, colocaba todo su corazón enel joven normando.

—La mayor felicidad es la queproviene de la paz interior, fruto delverdadero amor a Dios —decía—. Yono te lo digo, Simon, pontificando a lamanera de algunos grandes príncipes dela Iglesia cristiana, sino con el espíritude un gran judío..., Jesús de Nazaret. Lasonrisa de Abraham era muy dulce.

—Los cristianos usáis la palabra«gentilhombre»; Jesús era un hombregentil, un alma tan cercana a Dios como

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pueda llegar la de ser humano. Él decía:«Estas cosas y otras más grandes,harás». He aquí una declaración deesperanza, Simon. Estoy orgulloso deque el Nazareno y yo seamos de lamisma ciudad.

Simon estaba sorprendido.—Nunca lo mencionasteis antes.—Pura coincidencia, créeme. —

Abraham no pretendía atribuirse méritoalguno con ello—. Sin embargo —siguiódiciendo—, volví a Nazaret y examinésus líneas de fuerza telúricas. Para eseexamen sólo utilicé mis manos. Ladetección de esos cursos de aguasubterráneos, manantiales y fuentes bajo

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tierra, que corren a través de nuestromundo como las arterias y las venas denuestro organismo, se pueden sentir conlas manos solas, sin el uso de ramas nide péndulos.

«Nuestros nervios transmiten elmensaje de la vista, el tacto, el oído ylas emociones al centro de nuestro ser,el cerebro. Del mismo modo, en todaslas religiones, los sacerdotes yadoradores se encaran a los cuatropuntos cardinales antes de sus actos dehomenaje o de elevar sus plegarias. Seorientan, conectando su mente al flujo dela energía de la tierra.

«Cristianos, judíos, mahometanos,

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esenios, paganos, infieles, hasta losanimales sienten las diferentescorrientes de esas poderosas energíasterrestres que fluyen bajo nuestros pies.Por eso los musulmanes entrandescalzos en sus mezquitas, para poneren contacto el suelo con los piesdesnudos. Se orientan hacia La Meca,donde sus fuentes de energía y de feyacen en el sitio secreto celosamenteguardado.

«La Khaaba es una piedra. Osamame dijo una vez que había caído delcielo. Es una piedra metálica, más duraque los minerales de donde extraemos elhierro, más fuerte que el acero; se forjó

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sólidamente en su largo camino a travésdel firmamento, de donde vino. Elverdadero musulmán siente la poderosafuerza de atracción de esa piedrasagrada, como vosotros los cristianossentís el poder de vuestra Vera Cruz.

El anciano rabino bajó la voz.—Si la Vera Cruz es un fragmento

del crucifijo donde murió aquel hombremaravilloso o no, no importa: es la fe ensu autenticidad lo que la hace verdadera.Ése es el poder del gnosticismo.

Para mostrar a Simon losalineamientos de esas corrientes de«sutiles» fuerzas telúricas, que irradiande ciertas partes de Jerusalén, Abraham

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anduvo con él por toda la Ciudad Santa.Formaban una extraña pareja, el

enjuto anciano, de barba blanca yencorvado por los largos años deestudio, caminando con la ayuda de unbastón curiosamente tallado, a quienacompañaba el alto y apuesto servidordel cuerpo de templarios, absorto en lasdisertaciones de su maestro.

De tanto en tanto, delante de unafuente, un pozo, un manantial de aguaclara o de un altísimo cedro, se deteníany extendían las manos, como si quisierantocar algo.

La mayoría de la gente pasabapresurosa por su lado, en busca de

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dinero o de placer, y no se fijaba enellos mientras recorrían Jerusalénensimismados en sus cosas. No era éseel caso de Belami, que, en aquellas«recorridas» de descubrimiento, lesseguía a una discreta distancia, comouna sombra invisible.

Si alguien demostraba excesivointerés en lo que sus amigos hacían,interrumpía el hilo de sus pensamientospreguntándole una dirección otropezando con el curioso«accidentalmente» y luegodisculpándose pródigamente. Ello erasuficiente para distraer a cualquiera quequisiera meter las narices en la

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intimidad de sus amigos, y su accionarnunca era descubierto por el par de«inquiridores».

Simon siempre recordaría losparlamentos de Abraham sobre lasrelaciones de forma, peso y número.Mientras tanto, su capacidad crecientepara detectar esas líneas de fuerzastelúricas le proporcionaba un nuevoconocimiento, que perduraría en éldurante el resto de su vida.

—El gran irradiador de energía enJerusalén parece ser la Piedra deAbraham, mi tocayo —explicó elfilósofo—. Siente cómo esas múltipleslíneas de energía que fluyen bajo

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nuestros pies se reflejan en la superficiede la tierra, donde estamos plantados.

Las manos de Simon seestremecieron involuntariamentemientras abría su mente a las líneas defuerza. Su maestro siguió diciendo:

—Del mismo modo que laslimaduras de hierro se reúnen alrededorde una piedra imán en formas definidas,como si estuviesen regidas por unacorriente de energía, así esas líneas deenergía fluyen hacia la periferia de unpunto central de radiación. —Se atusó lafina barba blanca—. ¿Quién sabe? Quizála Piedra de Abraham también cayó delcielo.

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«De noche, un observador delfirmamento puede ver estrellas fugacescruzando el horizonte o cayendo desdeciertos puntos del cielo. He vistoinfinidad de esos magníficosespectáculos en todas las estaciones,pero he advertido, con el correr de losaños, que esas lluvias de estrellasfugaces aparecen con gran regularidaden ciertas fechas de nuestro calendariojudío, que es diferente del cristiano. Sinembargo, si convertimos el uno en elotro, observarás que esas fechas sonidénticas.

A Simon le parecía que el fococentral de las líneas principales de esas

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energías telúricas en Jerusalénprovenían de la zona donde Salomón, elMaestro Hechicero, había situado yconstruido su grandioso templo. Cuandose lo mencionó a Abraham, el ancianoasintió con su cabeza de blancacabellera tan vigorosamente que casiperdió su yamulkah, el tradicionalcasquete judío que siempre llevabapuesto.

—¡Exactamente, Simon! Salomónfue un extraordinario exponente del granarte mágico, como lo fue Moisés. Todosnuestros grandes profetas fueroneruditos del gnosticismo, y todos ellosobtuvieron sus poderes de esas fuentes

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de energía de nuestra sagrada tierra. Lamayoría utilizaron esas energíasprudentemente y sólo en algunasocasiones cayeron en la trampa de lavanidad e hicieron mal uso de esepoder.

«Usando las fuerzas telúricascontenidas en los pedernales del lechodel río, David, el joven pastor, mató algigante filisteo Goliat con su honda.

Abraham conocía infinidad deanécdotas similares de las que se valíapara ilustrar sus discursos sobre lasdistintas manifestaciones delgnosticismo.

Cuando le mostró a Simon cómo el

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Monte de los Olivos y el asentamientodel Jardín de Getsemaní generaron, oradiaron, sus fuertes líneas de energíatelúrica, dijo:

—Es por eso que Jesús eligió unmonte semejante a ese sagrado lugarcomo el sitio para hacer el Sermón de laMontaña, cerca de las playas de Galilea.Fueron palabras de un profeta, sin duda,y piensa en esto: las escuchó unamultitud inmensa. ¿De dónde provino laenergía para transmitir la voz del calmocarpintero de Nazaret a los oídos detantos miles de personas, reunidas en lafalda del monte junto al lago?

«Ve, Simon, a la cima del Monte de

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los Olivos y grita con todas tus fuerzas.Pocas personas al pie de la colina teoirán. No obstante, todas y cada una delas palabras que tu Señor pronunció enel monte de Galilea fueron escuchadaspor toda la multitud.

En otra ocasión, Abraham dijo conuna risita:

—Siempre creí que Moisés, nuestrogran profeta, era mellizo. Si, comocuenta nuestra historia, al niño Moisésle encontró la hija del Faraón entre losjuncos, ¿de dónde vino Aarón, suhermano?

Simon se quedó boquiabierto. Élnunca se había atrevido a cuestionar la

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Sagrada Biblia.—Recuerda que Moisés dijo: «Mi

hermano Aarón hablará por mí, pues soylento de palabra». Moisés sufría unimpedimento. Titubeaba a menudo, y leresultaba muy difícil hablar. Esinteresante, Simon, que nunca se refierea Aarón como: «mi hermano menor» o«mi hermano mayor», sino sólo como«mi hermano».

«En un libro tan lleno de detallesalambicados como es la Biblia, dondese establece meticulosamente la exactarelación de cada hijo e hija, padre,madre, tío y tía, primos, sobrino ysobrina, nunca se da, sin embargo, la

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relación exacta de Aarón y Moisés. Enun documento semejante, que da lasmedidas exactas del Arca, ¿no es esorealmente extraño?

Simon asintió con la cabeza.—¿Entonces creéis que Aarón y

Moisés eran mellizos, que ambos fueronabandonados en la cuna flotante?

Los ojos del sabio parecían brillarcon la energía del gnosticismo. Sumirada escrutaba el pasado lejano de lahistoria.

—En Egipto los mellizos eranconsiderados como un mal agüero.Constituían una señal de que los diosesestaban indecisos sobre el cuerpo en que

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debían depositar la Ka, o alma. Yo creoque la hija del Faraón escondió a uno delos mellizos y manifestó que habíaencontrado al otro entre los juncos.

—Como hija del tirano Faraón, ¿porqué no hizo matar a los mellizos, o almenos ordenar la muerte de Aarón,cuando resolvió quedarse sólo conMoisés? —preguntó el discípulo.

—Simon —respondió Abraham—,¡ninguna madre mataría a sus propioshijos, sean mellizos o no!

El joven normando estaba fascinadopor las ideas de su maestro.

—¿Sus hijos? —exclamó, excitado.—La hija del Faraón se había

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enamorado de un artesano israelita. —Elfilósofo judío se irguió en toda suestatura, sus facciones aguileñasresplandeciendo de orgullo—. Losjudíos somos un pueblo muy antiguo.Israel no era una raza de esclavoscomunes. El Libro Santo nos cuenta queIsrael se hallaba cautivo de Egipto, perono esclavo. Los israelitas eran artesanoscautivos: algunos eran hábiles pastores ycriadores de grandes rebaños; otros eranmaestros artesanos en madera, piedra ymetales. Moisés fue criado como unpríncipe de la Casa del Faraón. ¿Porqué?

«Creo que fue porque era uno de los

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hijos mellizos de una princesa de laNoble Casa de Egipto.

«Si los israelitas hubieran sidomeramente esclavos, el Faraón no habríaexperimentado una sensación de pérdidacuando abandonaron Egipto bajo elliderazgo de Moisés. Sin embargo, lespersiguió, como si fuesen de muchovalor para su reino. Simon, los judíoseran sus maestros de obras, los hábilesalbañiles e ingenieros que ayudaron aconstruir los grandes templos y las otrasmaravillas de Egipto.

«Aún no has visto las grandiosaspirámides ni los suntuosos palacios ytemplos de Karnak y Fillae. Esas

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maravillas de piedra sólo podíanconstruirlas los maestros de obras conun profundo conocimiento de la SagradaGeometría, la Media Dorada de laproporción.

Los ojos de Abraham brillaron conuna luz interior.

—Tal era Moisés, un maestro de lapiedra, un francmasón con un granconocimiento de los secretos arcanosdel gnosticismo. También lo era Aarón,el sacerdote. Presumiblemente, fueeducado por los sacerdotes de Isis,como otra criatura adoptada de la casadel Faraón.

«¿No parece lógico que la hija

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favorita del Faraón, una hija a quiendetestaría castigar, se enamorase de unartesano israelita, un constructor detemplos, de quien concibiera mellizos?Cuando descubre su estado, se loconfiesa a su doncella de confianza y seencierra en un retiro espiritual entre lassacerdotisas de Isis, hasta el nacimientode su hijo.

«¡Ante la consternación de todos, sinembargo, tiene mellizos, dos niños!

Simon tenía los ojos clavados en elrostro de Abraham.

—La madre no puede matarles, asíque maquina esta fantasía que ha sidoaceptada por nuestros pueblos y ha

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pasado a formar parte de nuestrasreligiones hermanas.

«El Faraón sospechó la verdad, perono quería que se castigase a su hija,quizá con la muerte, por haberdeshonrado la Casa real de Egipto. Peroexistía una solución conveniente alproblema... Moisés fue «descubierto»entre los juncos, presumiblemente,enviado a la hija del Faraón como unpresente de Isis, la sagrada MadreTierra. Mientras tanto, Aarón creceseparadamente criado por lossacerdotes. ¡Se ha observado elprotocolo! Todo el mundo contento conel resultado. El Gran Secreto fue

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mantenido bajo un sagrado voto desilencio.

—¿Pero cómo pudo guardarse unsecreto semejante? —preguntó Simon.

Abraham miró escrutadoramente alos ojos de su discípulo.

—¿Quién podría saber eso mejorque tú, Simon de Saint Amand? —dijo.

Todo el año 1184 fue una continuarevelación para el joven servidortemplario. Comenzaba a comprender loque Bernard de Roubaix quería decir almanifestar: «Sólo en Tierra Santaencontrarás muchas de las respuestas alos misterios de los templarios».

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Mediante sus propias experiencias ylas enseñanzas de Abraham, yacomenzaba a vislumbrar el perfil delgnosticismo.

Simon se daba cuenta de que, comouna totalidad, era inaprensible.Comprendía por qué la Iglesia Cristianase oponía a que los legos investigaran loque se había convertido en los másprofundos misterios del cristianismo.

—Si tratas de asaltar los muros delgnosticismo, destruirás tu mente —leadvirtió Abraham—. Lentamente, poco apoco, debes aprender a abrir las puertasapropiadas de tu mente, en el momentooportuno. Si abres las puertas

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equivocadas, sin estar preparado, elhorror absoluto de lo que descubrirásdetrás de ellas podría destruir tucordura.

Un ejemplo aterrador de lo queAbraham decía sirvió para demostrar loque ocurriría si un inquiridor se volvíademasiado impaciente y trataba dedescubrir más cosas de las que eracapaz de dominar.

Una tarde, un muchacho árabe llegócorriendo al cuartel general de lostemplarios. Tenía un mensaje deAbraham para Simon.

«Ven en seguida. Necesito tuayuda.»

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Simon se despidió de Belami y,montado a la grupa del caballo delmensajero, se dirigió a la casa deAbraham, en la calle de los Orfebres.

El mago ya se había marchado, perosu criado le dio a Simon la dirección dellugar donde se encontraba. Pocodespués que Abraham, Simon llegó a lacasa situada en la parte septentrional dela Ciudad Santa, cerca del Portal de lasFlores.

La casa, que denotaba una ciertariqueza, estaba situada al fondo de unjardín cerrado. Pertenecía a un ricomercader que la había compradorecientemente a la amante de un

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alquimista. El comprador gastó muchodinero en redecorarla y reconstruirla, loque le llevó casi un año terminarla, acausa de varias demoras en la obra.

Uno de los constructores se cayó deuna escalera, a otro le cayó una teja y lefracturó el cráneo. Un tercer obrero sedio a la bebida y un cuarto se quebró laespalda al caerle una viga del techo, porlo que quedó totalmente paralítico.

El constructor se negó de plano aefectuar más obras en el edificio.

—Esta casa está endiablada. Lascosas se mueven solas dentro de ella.Los ladrillos y las tejas se caen derepente o vuelan a través de las

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habitaciones. No quiero saber nada máscon la obra. ¡Pagadme por lo que hice ybuscaos otro imbécil para terminarla!

Eso era más fácil de decir que dehacer. Ningún constructor que serespetase quería hacerse cargo de laobra. La nueva corrió rápidamente porJerusalén. El mercader propietario eraun musulmán converso al cristianismo, yhabía pagado a sacerdotes de ambasreligiones para que realizaran sus ritosde exorcismo.

El sacerdote cristiano, que eraarmenio, había entrado en el patio contotal confianza, armado con lacampanilla, el libro y el cirio. Pero a

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pesar de que llevaba un pesado crucifijocolgado del cuello, fue recibido por unalluvia de piedras, bañado en agua de unbarril que se volcó y, finalmente,arrojado sin ninguna consideración alpequeño jardín del frente. Además deestas indignidades, quedó impregnadode un horrendo olor a podrido y cubiertopor un enjambre enorme de moscas.

Al fin, el aterrado sacerdote saliócorriendo del jardín tapiado, chillandocomo un loco. Una vez estuvo a fuera,corrió a su iglesia y se encerró conllave, y se negó a salir de su refugiohasta que mandaron a buscar al obispo.

El imán, que se había convertido a la

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fe cristiana, también trató de someter ala entidad maligna que se manifestaba enla casa. Éste salió aún más mal parado.Sus plegarias fueron recibidas con risasburlonas y el yeso del cielo raso sedesprendió completamente sobre sucabeza. Su asistente tuvo que sacarlo arastras y permaneció sin conocimientodurante una semana.

Finalmente, desesperado, elmercader había recurrido a la ayuda deAbraham-ben-Isaac.

El anciano sabio escuchóatentamente el relato y luego le dio suopinión. Sin embargo, primero le hizouna pregunta.

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—¿Cómo se llamaba el alquimistafallecido cuya amante os vendió la casa?

—Malik —contestó el agitadomercader—. Malik-al-Raschid.

Abraham abrió desmesuradamentelos ojos, al tiempo que ahogaba unaexclamación.

—¿El hermano de Sinan-al-Raschid,el Gran Maestro de la Hashashijyun?¿Estáis seguro?

El comerciante juró que ése era elnombre del anterior propietario.

—¿Le conocíais? —preguntó,nerviosamente.

—Sí —respondió Abraham—. Erala encarnación del mal, un alquimista

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que también actuó como espía de Sinan-al-Raschid, uno de los muchos que teníaen Jerusalén. Creo que él mismoformaba parte de la secta de losAsesinos y creo además que sacrificabacriaturas vírgenes a Moloc y a Belcebú.

El mercader quedó aterrado. Elconsejo de Abraham fue que quemara lacasa y echara las paredes abajo; quecavara el sótano y, finalmente, que elPatriarca realizara un exorcismo en granescala sobre el lugar.

El nuevo propietario, un almacandorosa que había ayudado a muchaspersonas en apuros, estaba desolado.Había invertido una gruesa suma de

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dinero en la casa y ahora parecíacondenado a perderla. Abraham secompadeció de él.

—Jamás podréis vivir en ella, peroal menos puedo lograr que sea un lugarmás seguro..., para usarlo como establo,quizá. De esa manera no lo perderéistodo.

El mercader vio la sensatez de laspalabras de Abraham y gustosamente leofreció dinero.

—Si aceptara algún pago por lo quedebo hacer, fracasaría —le dijo el mago—. Lo que yo haré, lo hago por el bienque habéis hecho.

—¡Pero si apenas me conocéis! —

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exclamó el asombrado mercader.—Conozco una sola cosa sobre vos.

Sois un buen hombre, con muchacompasión, y por eso os respeto. Fue lamisericordia subyacente en la historiade Jesús lo que os llevó a la fe deCristo, y no la conveniencia mercantil.

—Eso es cierto —repuso elcomerciante—. Pero de alguna maneradebo compensaros.

—¡Dad generosamente a los pobres!—fueron las palabras finales deAbraham sobre el asunto.

El anciano sabio sabía que estabafrente a una manifestación de Belcebú,el Señor de las Moscas, uno de los

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príncipes del Infierno que el alquimistaAsesino había conjurado. Abrahamnecesitaba la ayuda de las energías deSimon.

—Recuerda —advirtió a sudiscípulo—: ¡haz exactamente lo que tediga, no importa lo que veas u oigas!

—Comprendo —dijo Simon, con elcorazón latiendo aceleradamente deemoción.

Abraham le dio instruccionesprecisas.

—Debes estar desarmado. La cotade malla no te servirá para nada. Ponteuna túnica limpia de hilo, que yo te daré,y previamente lávate todo el cuerpo. La

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casa de mi amigo Lamech se encuentraal otro lado de la plaza. Él te dejará usarsu mikphah; es una pequeña piscina parabaños rituales. Lamech también es judío:un hábil orfebre, cuya obra es muyapreciada por Raimundo III de Trípoli.Por lo tanto, como yo, tiene permisopara vivir en Jerusalén..., nuestraCiudad Santa.

Quince minutos más tarde, Simon,ahora vestido con la túnica blanca dehilo de Abraham, volvió a la casaendiablada. Abraham le estabaesperando, con un espejo de metal en lamano, que le dio a Simon.

—Si aparece algún demonio, mira

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solamente al espejo —le dijo, como siestuviese dando a su discípulo lasinstrucciones para tomar una pócima—.¿Vas desarmado? —inquirió después.

—¡Completamente! —respondióSimon—. Me siento medio desnudo.

Abraham se sonrío.—Lo estás, Simon, salvo por tu fe.

¡En avant, mon brave!Sin que ninguno de los dos

advirtiera su presencia, Belamipresenció sus actos desde las sombrasde una casa vecina. Le preocupó ver aSimon desarmado y sin la protección dela cota de malla.

Cuando los dos abrieron la verja del

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jardín, que se encontraba en la alta tapiaque rodeaba la casa encantada, él seacercó algo más. Belami tenía plenaconfianza en el mago, pero aquellaextraña aventura le tenía inquieto. Susfinos oídos habían percibido algunasfrases de la conversación que habíanmantenido fuera de aquella casamisteriosa. Lo que oyó no le habíagustado. Cuando la puerta se cerró trasellos, Belami esperó un minuto y luegotrepó por una gruesa parra que cubría elmuro exterior. Al llegar a lo alto, diouna ojeada al patio interior. La casaestaba en silencio. Ambos amigos,maestro y discípulo, se acercaron a ella.

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Para entonces ya era tarde y el solestaba a punto de ocultarse detrás de lasmurallas de la ciudad. Las sombras sealargaban rápidamente.

Belami vio que Simon se santiguaba,y Abraham hacia ciertos signoscabalísticos en el aire mientras seencontraba de pie ante la puerta de lacasa.

Inmediatamente, con una corriente deaire, la pesada puerta se abrió de par enpar y un horrible hedor pareció llenar elpatio, hasta llegar incluso a la nariz deBelami, que se encontraba encogido enlo alto de la tapia. Sin poder resistirlo,empezó a vomitar.

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Abraham no vaciló ni un segundo yentró, sosteniendo una extraña varitacoronada con una estrella ante él, comouna espada a punto de descargar ungolpe. Simon le seguía de cerca.Abraham entonaba unas plegarias amedia voz en una lengua antigua.

Inmediatamente, el infierno sedesbocó dentro de la casa. Tremendosgolpes resonaron en las paredesinteriores; un horrendo gemido llenó elpatio en tanto que un remolino de airehediondo recorría el jardín cerrado.Belami tuvo que aferrarse a la parracomo si estuviese en la escala de unanave azotada por el temporal. El hedor a

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putrefacción se tornó tan insoportablecomo el de una tumba recién abierta. Elveterano rezaba con fervor,persignándose sin cesar.

De pronto, el extraño y fétidovendaval cesó, como si una puertahubiese interrumpido su paso. Unabrillante luz verde resplandeció a travésde las ventanas del endemoniado lugar yluego se apagó bruscamente. Siguió ungrito estentóreo y se oyó el estrépito delyeso al resquebrajarse al tiempo que sedesplomaba parte del cielo raso.

Luego, asquerosamente, de cadaventana, puerta y agujero de las paredesde la casa, salió un enjambre tras otro

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de hinchadas moscas negras, hastaformar una nube nauseabunda que girabay giraba convertida en una columnacomo un embudo. En el umbral de lapuerta apareció Abraham, su blancaaureola de pelo flotando comoarrastrada por un ventarrón; su largabarba blanca hacia un costado y agitadapor el viento mágico. Detrás de él, conla vista clavada en el espejo de bronce,venía Simon, inclinado hacia delantecomo si luchase contra un huracán.

Abraham lanzó el exorcismo en unalengua desconocida, pero quementalmente Belami y Simon pudieronoír la traducción en el languedoc de

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ultramar: «¡A vannt tu, Satanus!»El tremendo remolino de moscas

hediondas se elevó en el aire y planeosobre las murallas de la ciudad.

Abraham inmediatamente hizo unsigno cabalístico de expulsión sobre sucabeza, y una bandada de pájaros,volando desde todas partes de la ciudad,atacó el enjambre de moscardas. Paralas aves, la cohorte de Belcebú erasimplemente comida.

De repente, una sensación de pazdescendió sobre la casa vacía. Variospájaros bajaron al jardín, para posarseen los árboles y arbustos descuidados.

Belami, que no había podido

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moverse durante el curso de losacontecimientos precedentes, fuedescubierto por sus amigos.

—Corriste peligro ahí arriba, hijomío —le dijo Abraham, condesaprobación—. La espada no tehabría servido para nada, Belami.

—¿Qué estuvisteis haciendo, ennombre de todos los diablos? —preguntó Belami, con voz ronca,sabiendo ya parte de la respuesta.

—¡Limpiando la casa! —repusoAbraham, riendo, con una hondacarcajada de alivio—. ¿Y tú qué dices,Simon?

Volvió la majestuosa cabeza hacia

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su discípulo, que devolvió la sonrisa asu maestro.

—Aún estoy temblando —dijo—.Sostenía el espejo con tanta fuerza, queme parece que lo doblé.

—Volvamos a la casa de Abraham—sugirió Belami—, y contádmelo todo.Lo que vi fuera de la casa ya erabastante horrible. No puedo imaginarmelo que pasó dentro de ese maldito lugar.

—¡Fue un infierno! —dijo Abraham,brevemente. Simon asintió con lacabeza, mientras Abraham agregaba—:Era un portillo al mundo inferior. Laentrada del diablo al infierno. —Calló ehizo un signo cabalístico en el aire—.

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Ahora está cerrada. ¡Bendito seaAdonai!

Los otros se santiguaron,reverentemente.

La calle y la plaza se hallabandesiertas. Por alguna razón inexplicable,los extraños ruidos que surgieron de lacasa y el jardín endiablados parecíanhaber pasado inadvertidos por todo elmundo con excepción de ellos tres.

—Escuchad a los pájaros —dijoAbraham—. Vuelven a cantar dentro deljardín.

Era la primera vez que ello sucedíaen muchos años.

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De vuelta en la modesta vivienda deAbraham, el sabio explicó lo queconsideraba que había sido la secuenciade acontecimientos que habían llevado aque el lugar hubiese sido dominado porel mal, así como la culminacióndefinitiva de aquella tarde terrorífica.

—Malik-al-Raschid, como suhermano mayor Sinan, estaba sedientodel poder del gnosticismo. Como heexplicado, Simon, la Cábala, la antiguacarta judaica de los íntimos planes de lamente humana, con sus intrincadossenderos hacia los distintos aspectos delpensamiento, es uno de los caminos por

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los que un investigador puede obtener eldominio sobre ciertas fuerzas poderosasque afectan a su destino. Esas fuerzaspueden ser angélicas o demoníacas, deacuerdo a cómo el practicante del artelas invoque para manifestarse.

«Malik era, como os expliqué, unAsesino. Un miembro del maligno cultoal asesinato. Como «lo semejante atrae alo semejante», Malik naturalmente llenósu casa de fuerzas demoníacas. Susterribles manifestaciones se dieron en elpersonaje del séquito de Belcebú, aquien Malik adoraba. El Señor de lasMoscas trajo a su endiablada porqueríacon él y, al morir Malik, el lugar quedó

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endemoniado.«Ese edificio descansa sobre un

foco de energía telúrica, un manantialprofundo que bulle, hasta llegar a unacúpula «ciega» de roca, justo debajo dela casa. Eso es un generador de poderneutral, energía telúrica pura, que sepuede usar para el bien o para el mal.Malik utilizaba la fuerza para lotenebroso y quitaba vidas humanasdentro de sus paredes. Por lo tanto, lacasa quedó imbuida con el mal, yaquellos que no estaban preparados paracombatir sus efectos sufrían daño.

«Yo ya no puedo combatir sólo unasfuerzas negativas tan poderosas. Por lo

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tanto, te necesitaba a ti, Simon, enprimer lugar, por tu fuerza y corajemoral, y en segundo lugar, porque aúneres virgen. Sólo tienes veintiún años,tres veces siete, un número que tienegran significado en la numerología y lamagia.

«El cuerpo del hombre sufre grandescambios cada siete años. Tú estásllegando al fin del tercer ciclo de tuvida. Un lapso normal de vida dura tresveintenas de años más diez; setentaaños, o diez veces siete ciclos añales.Eso es lo que creen los magos.

«Armado con tu bondad y valentía, yprotegido por tu integridad moral, las

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fuerzas de las Tinieblas no podíanvencerte. Yo utilicé tu fuerza y energíajuvenil para centrar el poder de lasfuerzas telúricas de debajo de nuestrospies, y mediante mi modestoconocimiento de la alquimia, pudetransmutar esa energía en la esencia dela Luz. Si no hubieses estado con lamirada fija en el espejo oscuro debronce en el momento en que liberé esasfuerzas, tus ojos, mi querido Simon,habrían quedado ciegos para toda lavida.

Para aquellos que no poseen ningúnconocimiento sobre la magia y su«capacidad para producir cambios en

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futuras circunstancias mediante elejercicio de la Voluntad» (íd est: elprincipio de «Ce que vous voudrez»),las sabias palabras de Abraham habríansonado como los desvaríos de undemente.

Para Belami, con su largaexperiencia en Tierra Santa, y paraSimon, que acababa de pasar lasordalías de un exorcismo efectivo, laexplicación del sabio era simple ycomprensible.

—¿Viste algo más aparte de lasúbita aparición de aquel enjambre demoscas? —el veterano le preguntó aSimon.

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—Sólo las facciones demudadas deun rostro horrible, reflejado en el espejometálico. Al principio, las faccionesaparecían retorcidas en una expresión deodio atroz. Luego, cuando Abrahamentonó la Oración de la Expulsión, lacara se llenó de terror y finalmente sedisolvió, como si fuese de cerafundiéndose en el fuego. De algún modosupe que aquel demonio era el Asesino,Malik.

Simon miró a Abraham para queconfirmara sus palabras. El magoasintió, atusándose la blanca barba.

—La casa ahora está en paz, en casocontrario los pájaros no cantarían en el

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jardín. Pero nunca más estará encondiciones de cobijar seres humanos.Un mal pensamiento, o incluso una solaactitud negativa adoptada por alguienque viviese dentro de sus paredes,volvería a invocar a las fuerzasmonstruosas, demoníacas, que aún estánencerradas en los confines de la casa.Los animales raras veces producenfuerzas negativas, y los mozos deestablo y los caballerizos suelen serindividuos tranquilos por naturaleza, enarmonía con los caballos. De ahí que,nuestro amigo el mercader, hombrecompasivo si lo hay, podrá usar eledificio como establo con toda

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seguridad.«Pero nunca deberá permitir que

alguien viva ahí. Después de la puestadel sol, y antes del amanecer, loscaballos deberán quedar solos en losestablos que pueda hacer construir en ellugar. El edificio, sin embargo, debe serderruido totalmente.

Simon por fin comprendió por qué elartesano había perdido la vida en lacatedral de Chartres, y recordó elcomentario de Bernard de Roubaix enrelación con su muerte.

El Wouivre sólo había actuadoporque, por alguna razón, el albañilllevaba el crimen en el corazón, y no lo

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había confesado. En otras palabras, supropia maldad, quizá engendrada por loscelos o alguna otra básica pasiónhumana, se había intensificado mediantela presencia del «poder del dragón»,generado por el puits, el manantialsubyacente en el sitio donde selevantaba la catedral.

Ello había anulado la capacidad detomar todas las precauciones habitualesen quienes trabajan en lugares altos,sobre estrechos andamios. Incapaz deconcentrarse en su tarea, a raíz de lasfuerzas oscuras que se agitaban en suinterior, el artesano perdió pie y seprecipitó al vacío para encontrar la

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muerte. El Wouivre había reclamado unsacrificio. De esas lecciones y otrasextrañas experiencias con su sabiomaestro, Simon comenzó a comprenderel poder del gnosticismo.

El año de gracia de 1184 resultó serel Año de Iniciación para Simon deSaint Amand. Él había visto ambosaspectos de la Ciudad Santa: el sagradoy el profano.

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13LA MUERTE DE UN

REY

A mediados de 1184, un grupo delos líderes más importantes partió haciaEuropa. El propósito del viaje enépocas tan inciertas consistía en obtenercapitales y despertar entusiasmo parauna tercera Cruzada.

La misión iba encabezada por elpatriarca Heraclio, acompañado por losgrandes maestros de las órdenesmilitares de los templarios y

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hospitalarios.El emperador Federico y el rey Luis

les recibieron con pompa y ceremonia, yel rey Enrique con muestras dehospitalidad más restringida; sinembargo, Alemania, Francia e Inglaterratenían ciertas reservas con respecto aunirse en un tercer intento de barrer alos paganos de Tierra Santa.

En vano, los tres persuasivos jefesde Outremer y Outrejourdain intentaronobtener la firma de un compromiso delos tres monarcas. Sólo Ricardo, elpríncipe de Inglaterra y heredero deltrono, sintió la llamada de las armas ensu interior. Ello se debía más al hecho

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de que el enérgico y voluntariosopríncipe era un hombre de acción, que asu celo religioso como caballerocristiano. Pero él aún no era rey deInglaterra y, por lo tanto, se mostrabairritado por la restricción que se leimponía. Ricardo era una complejamezcla de soldado y poeta, un románticoque gozaba de las exigencias físicas dela guerra. Sin duda valiente y un leóncuando entraba en acción, de ahí elsobrenombre de «Corazón de León»,Ricardo era también un enamorado de lapoesía y del misterio romántico delSanto Grial.

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Como jefe del culto de los poetasmísticos, los trovadores, el príncipeinglés estaba familiarizado con laleyenda arturiana de los Pendragon, dequien se consideraba descendientedirecto. Sólo los hombres podían sermiembros del culto cuasi mágico de lostrovadores, y creían que al entonar unoscantos poéticos, los hechos descritos enel poema se tornaban más bien realesque no una leyenda.

También creían que aquellascanciones poéticas, entonadasrepetidamente a la manera de unainvocación mágica, además de ser un

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relato romántico de gestas pasadas,podían causar de hecho un cambio en elfuturo. La poesía es un arte y también loes la magia, por lo tanto esas creenciasno eran infundadas. Un grito de batallapuede animar a las tropasdesmoralizadas; una antigua maldiciónpuede afectar a las futuras generaciones;un lema puede conquistar la confianzadel pueblo; por lo tanto, según creían, unpoema de los trovadores era capaz deafectar el futuro de una nación.

El príncipe Ricardo se veía a símismo como un Gawain más que comoun Percival, en la jerarquía mística de laTabla Redonda del Rey Dragón, y

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anhelaba ser el acicate de la cristiandad.Heraclio, que lo sabía, trataba de

actuar sobre las evidentessusceptibilidades del príncipe Ricardo;pero, hasta que fuese rey de Inglaterra,no cabía esperar que se comprometiesecon la tercera Cruzada.

Todos esos esfuerzos agotaron a lostres emisarios de Jerusalén, y losinnumerables banquetes rociados conbuenos vinos a que se vieron obligadosa asistir terminaron por dejarlesexhaustos. Ninguno de los grandesmaestros cedió a la tentación del vino,pero todos eran comilones, al igual queel patriarca. Además ya no eran jóvenes.

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El resultado fue que, durante el viaje devuelta, Arnold de Toroga, el GranMaestro templario, falleció de un cólicodespués de una corta indisposición. Lamisión fue un fracaso.

En Jerusalén, la situación era tensa.Ello no era insólito en el reino de lacristiandad, pero la tensión se agravó acausa de la ausencia de los trespoderosos embajadores, en busca deapoyo para la nueva Cruzada, y de lacercana muerte del rey Balduino IV

—Que haya vivido tanto es unmilagro. Su fuerza de voluntad esextraordinaria —dijo Abraham—. Yo lehe visto en varias ocasiones, cuando le

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visitaba para aliviar sus sufrimientos.Pero aunque los médicos lo han probadotodo, hasta la alquimia de un judío, paraevitarle al valiente desgraciado tantosufrimiento, sólo la esencia de amapolay el destilado de la soporíferamandrágora surten cierto efecto.

El proceso de la lepra eliminaprimero la sensibilidad de lasextremidades, antes de paralizarfinalmente los órganos vitales. Por lotanto el dolor en sí no es problema. Perola frustración causada por laimposibilidad de gobernar, sabiendoque sólo él sostiene las riendas del reinopara evitar que se apoderen de ella los

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codiciosos barones, constituye elverdadero dolor que hace estragos en elespíritu del torturado y joven monarca.

«Tiene sólo veinticuatro años,apenas tres más que tú, Simon. ¿Puedesimaginarte lo que tiene que soportar supobre alma? Quisiera Adonai que yopudiese hacer algo más por él.

El filósofo poseía profundosconocimientos acerca de lasadormideras, acumulados tras largosaños de estudio de las copias de losHerbarios de los sacerdotes egipcios deIsis, un raro papiro que se había salvadodel incendio de la biblioteca deAlejandría. Abraham era capaz de

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descifrar los jeroglíficos de las copias:los originales hacía tiempo que sehabían convertido en polvo.

Se los había comprado a un ladrónde tumbas a quien trató de unaenfermedad devastadora queseguramente contrajo al saquear algunatumba. La clave de los jeroglíficos se lahabía proporcionado una segunda copiaen griego, hecha por Apolonio de Tiana,el gran mago del siglo primero, cuyareligión de Luz fuera una rival muycercana al cristianismo.

Al igual que Mitra, otra divinidadrival de Cristo, Apolonio fuemartirizado. Mitra, que también nació de

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madre virgen, fue asimismo crucificado.La religión que rendía culto a Mitra

la practicaban muchos legionariosromanos en tiempos de Herodes,mientras que los seguidores de Apoloniofueron confiados a los sabios de Orientey sus discípulos. Todos fuerongnósticos.

—¿Son muchos los eruditos capacesde leer la escritura pictórica de losantiguos egipcios? —le preguntó Simona su maestro.

—Cada año son menos; pero yo paséalgún tiempo en esa tierra maravillosa, yun sacerdote de Isis, que aún practicabala antigua religión, me enseñó lo poco

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que sé. Estos rudimentos se limitan a lashierbas y raíces que usaban los médicosreales del Faraón. También sé losuficiente sobre los antiguos dioses deEgipto como para darme cuenta de queel origen de su panteón es zodiacal.Tolomeo, el gran matemático, que, comofaraón, pasó la mayor parte de su vidaestudiando los astros, nos dio muchosmotivos para estarle agradecidos. Missencillos conocimientos sobre los cielosnacen principalmente de la utilizaciónde los métodos de ese astrónomo.

La humildad de Abraham era tanauténtica como todos los demás aspectosde su carácter. Era un verdadero erudito.

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La corte de notables de Jerusaléntoleraba al sabio y astrólogo judío,porque todos deseaban saber cuándomoriría su soberano. Todos aquellosbuscadores de poder, en ausencia deGuy de Lusignan en Ascalón,maniobraban para obtener la supremacíaen la futura lucha por el poder. Sialguien hacía un movimiento en elmomento equivocado, arriesgaría lo queel destino le tuviese preparado. Siactuaban demasiado pronto, mientras elatormentado rey aún estuviese con vida,corrían el riesgo de perderlo todo;inversamente, si actuaban demasiadotarde, se presentarían como uno de los

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últimos contendientes para apoderarsedel tambaleante reino.

—¡Es un asunto asqueroso! —dijoBelami—. Como observar a los buitresdando vueltas sobre un león moribundo.

Simon le dio la razón con sumodisgusto. En estos momentos ya no sehacía ilusiones sobre la integridad de lanobleza franca.

—Siempre ha sido así —observóAbraham—: cuando el jefe de la manadaagoniza, sus seguidores esperananhelantes para recoger sus huesos.

Mientras el joven yacía en la cama,el olor de su carne putrefacta superabael de los costosos perfumes.

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Afortunadamente para él, sus órganosolfativos habían sido destruidos por laterrible enfermedad, de manera que almenos no tenía que soportar el hedor desu propia putrefacción. Eso y laspociones soporíferas de Abrahamevitaban que su cordura se precipitaraen el abismo.

Había confirmado a Raimundo deTrípoli como regente, pero tambiénhabía nombrado al conde de Joscelyn, sutío, como tutor personal de su heredero,que aún era sólo un niño.

Por fin, la fracasada misión regresóde Europa, llevando el cuerpomomificado del fallecido Gran Maestro,

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Arnold de Toroga. Ello significaba queel Gran Capítulo en Jerusalén tenía queelegir a su sucesor.

—Será Gerard de Ridefort —sentenció Belami—. Él es el únicotemplario mayor capaz de empuñar laMaza del fallecido Gran Maestro. —Tenía razón, pero estaba inquieto conrespecto al futuro—. Puede ser que DeRidefort no sea suficientementeexperimentado en cuestiones bélicas —dijo Belami.

En marzo de 1185, el joven reyBalduino fue finalmente liberado de suprolongado martirio.

Aunque el triste acontecimiento

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hacía tiempo que se esperaba, una nubede tristeza se abatió sobre Jerusalén. Elheredero real fue llevado a la iglesia delSanto Sepulcro y, en brazos de Baliande Ibelin, fue coronado por el patriarcarecién llegado, Heraclio.

El acto fue una farsa, pues pocos desus «leales» cortesanos creían que elniño viviría lo suficiente como paramantener el poder dentro del reino. Obien la lepra de su tío le reclamaríacomo su víctima o bien le envenenaríaalguno de los pretendientes al poder.Por esa razón, Joscelyn se mostró reacioa aceptar la responsabilidad de la tuteladel niño, y se sintió aliviado cuando el

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moribundo Balduino le encargó laarriesgada tarea a Balian de Ibelin. Estecaballero era un hombre valiente yhonrado, pero de ninguna manera poseíala astucia política de los demás.

«Joscelyn teme que si algo le ocurreal heredero, le culparán a él. Ahorapuede depositar esa responsabilidad enBalian, si llegara a suceder lo peor».

Las palabras de Abraham fueronproféticas.

Esos sucesos mantenían a Jerusalénsobre ascuas y aumentaba la sensaciónde inminente desastre que pendía sobrela Ciudad Santa. Complots ycontracomplots, alianzas y

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conspiraciones secretas bullían entre losnobles. Saladino habría sido un imbécilsi no hubiese aprovechado aquel caóticoperiodo en Tierra Santa.

Las fuerzas de la naturaleza tambiénparecían confabuladas. El hambre asolóla tierra a causa de la sequía. Lasituación era grave y aterradora.

Afortunadamente, Saladino vio queel momento era propicio para renovar latregua y ceñirse a los términos generalesde un pacto de no agresión, cuando losemisarios de los angustiados baronesllegaron hasta él.

El líder sarraceno aún tenía suspropios problemas. Tenía que convertir

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el Islam en un arma más poderosa queaquella con que había fracasado alquerer destruir Kerak. Precisaba tiempo,y lo compró con la tregua.

Se firmó el tratado. Saladino brindógrandes cantidades de grano de Oriente,y la cristiandad se salvó de ser asoladapor el hambre.

Sin embargo, Belami no erademasiado optimista.

—Ese astuto sarraceno no lo hacepor caridad, por compasivo que sea.Esta tregua le proporcionará el tiemposuficiente para formar el ejército másvasto que el islam haya conocido nunca.

Una vez más el veterano acertó a ver

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claramente el quid de la cuestión.La arrogancia de los tolerantes

barones no les permitía presentir latormenta que se avecinaba. Después deromper con éxito el sitio de Kerak deReinaldo de Chátillon, creyeronfirmemente que habían logrado inspirarmiedo al poderío cristiano en el corazónde Saladino. ¿Por qué otro motivohubiera aceptado la tregua sin cláusulaspenales?, argüían. Preocupados con suspropias ambiciones y mezquinasconspiraciones, no acertaban a ver elpeligro. Creían que habían engañado aSaladino. Pero estaban equivocados.

—¿Cómo pueden ser tan ciegos? —

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Abraham meneaba la cabeza conasombro—. «Aquellos a quienes losdioses quieren destruir, primero losvuelven locos» —citó.

Mientras tanto, en abril de 1185,Saladino marchaba hacia el norte parareunirse con Kukburi de Harram, unantiguo aliado, que en una ocasión lehabía ayudado a consolidar su posicióncomo el sarraceno supremo. Laintención de Saladino consistía enlevantarse contra los jefes seldjuk si noaccedían a unirse a él en la Jehad contrala cristiandad.

Antes de que pudiera tener éxito consu estrategia, el líder sarraceno cayó

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enfermo. Casi moribundo a causa de unafiebre violenta, Saladino logró buscarrefugio en casa de Kukburi, en Harram.

Su médico personal, Maimónides,conocido por los sarracenos como Abu-Imran-Musa-ibn-Maymun, le salvó lavida. Abraham tuvo noticia de ello porboca de uno de los agentes de Saladinoen Jerusalén.

—Recuerdo que Bernard de Roubaixy Raoul de Creçy me hablaron de esegran sanador judío —dijo Simon.

Abraham sonrió.—Tienes buena memoria. Tus

tutores estaban acertados al reconocer lacapacidad de Maimónides. Si alguien

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puede salvar a Saladino, ese alguien esmi viejo amigo. Le conocí durante misviajes por Egipto, cuando acababa dellegar de España. Es un gran sabio.

«Si Saladino muere, que loscristianos de ultramar no esperen muchapiedad ni compasión de parte de sussucesores.

Simon ahora pasaba todo su tiempolibre con Abraham, absorbiendo loselementos básicos del gnosticismo. Asíaprendió por qué Jerusalén se llamabala Ciudad Santa; cómo había crecido enel transcurso de 3.000 años, y sinembargo continuaba encerrada en uncírculo tan pequeño.

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—Los romanos reconstruyeronJerusalén, volviendo a basar susfundamentos sobre el verdadero eje delcentro cruciforme de su energía. No eranpara nada tontos —le dijo el anciano.

—Al dejar la base del templo comoel gran generador de energía, teniendocomo fuente la Piedra de Abraham,aseguraron el continuado efecto de laCiudad Santa sobre todos los seresvivientes en el interior de sus murallas,así como sobre aquellos que lacontemplan desde las colinascircundantes. Los romanos advirtieron laenergía de esos montes; en casocontrario, ¿por qué construyeron su

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propia capital en sus siete colinas?A Abraham se le escapaban pocas

cosas. A pesar de estar al filo de losochenta años, la mente del anciano eraclara como un cristal de roca. La fuerzajuvenil de Simon constituía unaconstante fuente de energía para elsabio, y a cambio le brindaba a sudiscípulo cada migaja de conocimientoque poseía. Abraham supo desde elprimer momento que se conocieron queel hijo natural de Odó de Saint Amandhabía sido puesto bajo sus enseñanzaspor un gran propósito. Nunca sepreguntó por qué, sino que le dio suamor y su sabiduría sin retaceos.

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Quedó profundamente perturbadopor la noticia de la enfermedad deSaladino, y, durante el sueño,abandonaba su cuerpo físico para ir alencuentro de Maimónides en Harram.Sin ser visto por los guardias del lídersarraceno, pero siendo advertida supresencia por el médico judío deSaladino, el cuerpo sutil de Abrahamtransmitía sus energías curadoras alenfermo.

También Simon, ante la sugerenciade su maestro, consintió que Abraham lepusiera en trance profundo y proyectarasu alter ego al lugar donde yacíaSaladino. Cuando el cuerpo sutil de

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Simon llegó junto a la cama delsarraceno, Maimónides sintió lapresencia de otro aliado sanador.

Durante el extraño sueño, una luzazul pareció bañar el cuerpo febril delagotado enfermo. El resplandor azuladode las energías sanadoras en torno aSaladino vibró violentamente.

Simon comprendió que la esbeltafigura del médico presente debía de serla de Maimónides. El mago judíollevaba una gallabieh blanca y turbante,y en tanto Simon le observaba, elmédico advirtió la presencia de suespíritu. Maimónides se sonrío.

En el otro lado de la cama del

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enfermo, la sombra espiritual deAbraham se materializó en el cuerposutil del tutor de Simon. De nuevo, fueevidente que Maimónides reconoció a laotra presencia por lo que era.

El médico de Saladino sonrió yasintió con la cabeza, en señal dereconocimiento de la manifestación delos dos ayudantes.

Los ojos del líder sarraceno seabrieron parpadeando al recobrar laconciencia. Con anterioridad, Simonnotó que la figura de Saladino parecióduplicarse: como si las imágenes de dossarracenos se sobrepusieran, unaflotando ligeramente sobre la otra.

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Al tiempo que Saladino recobraba laconciencia, la segunda imagen volvió ameterse en su cuerpo. Por un instante,Simon sintió que el jefe sarraceno leshabía visto a ambos, a Abraham y a élmismo, junto a la cama. Entonces lavisión se desvaneció, y Simon sintió quesu cuerpo sutil viajaba raudo por elespacio, para despertar en el dormitoriode Abraham. Junto a él, su maestroestaba sentado en una amplia silla decaña árabe, que utilizaba para lameditación. También él estabadespierto.

El filósofo sonrió.—Y bien, Simon, ¿qué soñaste?

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Su discípulo se lo dijo. Abrahamasintió con la cabeza.

—Yo tuve también la misma visión.Maimónides notó nuestra presencia.

Si aquella experiencia deproyección en estado de trance se lahubiesen relatado a Simon un par deaños antes, no le habría dado crédito.Ahora aceptaba la experiencia comoparte de su forma normal de vida.También sabía que un día conocería aMaimónides personalmente, y quedescubriría un signo de reconocimientoen la cara del médico.

Al comentar más tarde aquellaextraña experiencia con Belami, Simon

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dijo:—No había nada ilógico en el

sueño. Podría describir con todo detalleel interior de la habitación de Saladino.Lo extraordinario fue la impresión deque Maimónides tenía plena noción denuestra presencia y aceptaba de buengrado nuestra ayuda. Aún no sé cómoayudé al sarraceno enfermo, peroseguramente Abraham pudo enjaezar misenergías y mi salud.

«También estoy seguro de quellegamos al palacio de Kukburi enHarram en el momento de la crisis. Lasensación de fuerzas poderosas enactividad fue sobrecogedora. Aún me

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siento desorientado por toda laexperiencia. Abraham me dice que esopronto pasará. Quiso que aprovechara laproyección conjunta de nuestros cuerpossutiles, con el fin específico de sanar. Elhecho me ha dado ciertamente una nuevaperspectiva en mi actitud hacia la muertefísica. Ahora comprendo lo queAbraham ha estado tratando de decirme.

«La diferencia entre una experienciafuera del cuerpo físico y la muerte esmeramente una cuestión de grado. En elmomento de la muerte física, la personasutil ya no tiene necesidad del cuerpofísico, que ha ocupado durante la vidaterrenal. Esta revelación extraordinaria

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la experimentamos cada vez quesoñamos, pero no la reconocemos comolo que verdaderamente es: unaanticipación de la muerte.

«Normalmente no nos asusta laexperiencia del sueño: ¿por quéentonces le tememos a la muerte? Leagradezco a Abraham este conocimiento,que por supuesto mi maestro posee ydisfruta desde hace mucho tiempo.

En principio, Belami estuvo deacuerdo con Simon, pero comentó con suespíritu siempre práctico:

—Un miedo saludable a la muerteforma parte del mecanismo desobrevivencia del hombre. Si fuese tan

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fácil, tal vez no lucharíamos tanto parapermanecer vivos. Eso podría ser el finde la raza humana. Mi madre en unaocasión me contó que cuando nací, sintióque abandonaba el cuerpo ycontemplaba todo el proceso de minacimiento. Yo era el cuarto hijo y elprimer varón. Nunca antes habíaexperimentado nada semejante.

Mientras Saladino se recuperaba enHarram, y posteriormente en su amadaDamasco, los barones francos bregabanpor el poder y el reino de Jerusalén setambaleaba al borde del desastre.

Un rey había muerto, otro seencontraba cerca del fin de su corta

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vida, y el sultán sarraceno se hallaba enla encrucijada de su destino.

Durante la convalecencia deSaladino, fracasó un complot contra susultanato, cuando un viejo enemigo,Nasr-ed-Din, falleció después decelebrar la «Fiesta de las Víctimas». Sesospechó que le habían envenenado,pero no se pudo probar.

Débil aún a raíz de su estrechocontacto con la muerte, Saladinoperdonó al joven hijo del traidor cuandoel muchacho citó un apropiado versículodel Corán sobre la expoliación de loshuérfanos. El líder sarraceno tambiéndevolvió todas las posesiones que los

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emires le habían confiscado al padre delmuchacho. Podía darse el lujo de sercompasivo, pues ahora Saladino era eljefe supremo indiscutido de todo elislam.

La fortuna no fue tan bondadosa paracon el reino cristiano. El rey infantemurió en Acre, en agosto de 1186, y unavez más el reino de Jerusalén se hundióen el duelo y el caos político.

La primera jugada corrió por cuentadel conde Joscelyn. Él sugirió que debíallevar el cadáver del rey infante devuelta a Jerusalén para el entierro,mientras que Raimundo III de Trípolireunía a los barones contra el patriarca,

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Heraclio, sus seguidores y sussimpatizantes.

Raimundo aceptó la sugerencia enbuena fe y partió inmediatamente. Nobien se hubo marchado, Joscelyn selevantó contra Tiro y Beirut,proclamando reina a Sibila. Envió elcadáver del pequeño rey de vuelta aJerusalén con los templarios.

Belami y Simon formaban parte dela escolta que salió al encuentro de lacomitiva funeraria a mitad de camino,para asegurar su seguro viaje hasta laCiudad Santa.

Mientras tanto, Joscelyn había hechouna alianza con Guy de Lusignan y

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urgido a Reinaldo de Chátillon aunírsele. Todos convergieron sobreJerusalén. Joscelyn, De Lusignan y DeChátillon iban acompañados porpoderosas fuerzas de hombres elegidos.Raimundo comprendió que había sidoengañado, pero era demasiado tardepara volverse atrás.

El nuevo Gran Maestro de lostemplarios, Gerard de Ridefort, apoyó aSibila contra Heraclio, que en un tiempohabía sido amante de ella. En una acciónsin precedentes, De Ridefort reunió asus templarios y cerró las puertas deJerusalén, con los servidores vestidosde negro apostados en cada uno de los

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portales de la Ciudad Santa.El patriarca se vio obligado a

efectuar la coronación de la reina Sibiladel reino de Jerusalén. Ella en seguidallamó a su esposo Guy de Lusignan a sulado y ella misma colocó una segundacorona en la cabeza de su consorte.

Todo fue realizado limpiamente ycon presteza, mucho antes de que lasfacciones disidentes conducidas porRaimundo de Trípoli pudiesenintervenir. La asamblea de ciudadanosde Jerusalén reconoció sin vacilar lavalidez de la coronación y la aceptócomo un ¡alt accompie!

—Ya te dije que había una mujer

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detrás de todo esto —le dijo Belami alasombrado Simon, que estabaconfundido por la celeridad de losacontecimientos—. Así que ahoratenemos a un comandante indeciso alfrente de las fuerzas francas, y nosotros,los servidores templarios yhospitalarios, tendremos que tratar derecoger los pedazos. Saladino debe deestar muriéndose de risa. Un certerogolpe de sus bien disciplinadas fuerzas,y todo este castillo de naipes de tarot sederrumbará.

La nueva tregua, con apenas un añode duración, volvió a ser rota por elespíritu traicionero de Reinaldo de

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Chátillon. El reino, que bajo el tratadohabía gozado de renovada prosperidad,tuvo buenas razones para maldecir laimpetuosidad de De Chátillon.

En una repetición exacta de suataque a la caravana de Sitt-es-Shamhacia La Meca, que a Saladino casi lecostó la vida de su hermana, DeChátillon atacó una caravana sarracenaque se dirigía tranquilamente a El Cairo.

La partida de bandidos cristianosabatió a la escolta egipcia y saqueó lasmercaderías, matando y violandoindiscriminadamente. Por fin, llevaron alos mercaderes y a sus aterradasfamilias, con todas sus pertenencias, a

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Kerak de Moab. Esta vez no huboninguna columna volante de servidorestemplarios para intervenir.

Cuando se enteró de la noticia,Saladino juró vengarse. Sin embargo, asus emisarios no se les permitió laentrada en Jerusalén y sus justasdemandas de resarcimiento fuerondesoídas. Era como si De Chátilloncobijara un deseo de muerte.

El mundo musulmán quedóhorrorizado por el terrible episodio ySaladino aprovechó la oportunidad ydeclaró una segunda Jehad.

—No vamos a ganar esta GuerraSanta —observó Belami con tristeza—.

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¡Al menos muramos con honor!Simon nunca había visto al veterano

tan deprimido.

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14LOS CUERNOS DE

HITTIN

Los motivos del pesimismo del viejoservidor habrían resultado obvios paracualquiera que hubiese visto el grandespliegue de las fuerzas islámicasunidas de Saladino. Seldjuks, fatimitas,sudaneses, escitas, turcos, kurdos,egipcios y mamelucos, comandados porla jerarquía de los ayyubid, se habíanaliado con Saladino y su caballeríapesada para formar un ejército nunca

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antes reunido bajo una sola bandera. Lade la media luna flameaba a todo lolargo de las columnas de las tropasmusulmanas mientras avanzaban endirección a poniente hacia Damasco.

Para hacer frente a aquella poderosafuerza de musulmanes rabiosos,consumiéndose en el fuego de lavenganza y el ansia de exterminio de lapartida de bandidos de De Chátillon, lasfuerzas francas podían reunir un millarde caballeros, seiscientos lancerostemplarios y hospitalarios, extraídos detodas las guarniciones que podíanprescindir de ellos, y unos cinco millanceros turcos. Incluyendo a la

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infantería y a los arqueros, el total de lasfuerzas ascenderían apenas a los veintemil hombres.

Al no estar instruidas con la tácticaromana de Belami de combinar lacaballería con la infantería, esas tropasfrancas sólo podían avanzar al paso delos hombres que iban a pie. Esosignificaba que su poderosa táctica, lacarga de los lanceros, caballeros,servidores y lanceros turcos, tendría queprescindir de la vital infantería, losarqueros y los lanceros a pie. La balanzadel poder se inclinaba hacia el ejércitosarraceno, y el coraje sólo, porilimitado que fuese, no era suficiente

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para hacer frente a los bien entrenadoslanceros musulmanes, apoyados por lashordas de arqueros montados yescaramuzadores escitas.

Aunque las flechas de los turcos yescitas eran ligeras, cuando lasdisparaban en masa, podían abatir amuchos de los caballos francos que,aparte de las gruesas mantillas de silla,no iban en esa época con las adecuadasprotecciones del tiempo de las Cruzadasanteriores. Un caballero sin monturaqueda tan estático como un lancero oespadachín de infantería. No puederesistir ni siquiera el impulso de unataque de la caballería ligera.

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La nueva táctica de Saladinoconsistía en disparar a los caballos delos caballeros francos y luego acabarcon ellos en tierra.

Arnold de Toroga, el fallecido GranMaestro de los templarios, habíacomprendido plenamente lavulnerabilidad de la caballería sinapoyo y siempre esperaba el respaldode la infantería, sobre todo de susarqueros. Gerard de Ridefort, susucesor, no poseía la misma largaexperiencia en escaramuzas y batallas enmasa que De Toroga había obtenidocuando combatía junto a Odó de SaintAmand.

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El padre de Simon fue víctima de unerror de cálculo al atacar a una fuerza desarracenos muy superior a la suya, cayóprisionero y falleció en Damasco. SóloBelami, malherido y apenas consciente,pudo salir de la trampa y se puso a salvocon unos cuantos lanceros turcosmalheridos. Hubiese preferido morirjunto a su Gran Maestro, pero sucaballo, enloquecido por muchasheridas de flecha, había caído con él yestaba demasiado débil por la pérdidade sangre como para poder levantarse.Los pocos sobrevivientes de la matanzasiguieron a Belami en la huida.

—Me temo que De Ridefort no tiene

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suficiente experiencia en el campo debatalla como para comandar a latotalidad de las fuerzas de lostemplarios. Tú y yo, Simon, debemostratar de mantener a los entrenadoslanceros juntos. Ojalá el joven DeMontjoie estuviese aún con nosotros.Pero haremos cuanto podamos. ¡SabeDios que no podemos hacer más!

El viejo soldado eligió a unreducido número de jinetes de su antiguacolumna volante y se agruparon bajo subanderola. Los lanceros turcos sabíanque la mejor oportunidad que tenían desalir con vida residía en alinearse tras elveterano servidor y su joven comandante

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de tropa.En total, Belami consiguió reunir

setenta lanceros turcos que habíancombatido antes junto a él y cuarentaarqueros que no sólo sabían montar en lagrupa, sino que también eran capacesque disparar una descarga de susmortales flechas, antes de descabalgarpara volver a preparar el arco. No era lasolución más satisfactoria, pero eramejor que dejar a la infantería atrás.

De Ridefort sabía de la valentía delveterano en el campo de batalla y leenvió en una misión de reconocimiento.Belami llevó a Simon, al viejo D’Arlan,el veterano de Acre, que se había unido

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a él, y a veinte lanceros con los arqueroscorrespondientes. El objeto de su misiónconsistía en realizar un relevo de lasfuerzas de Saladino.

Cabalgando a la luz de las estrellas,durante unas pocas noches sin luna, ydescansando durante el calor del día,ocultos en algún torrente alejado de lasrutas, Belami pudo escapar a lavigilancia de los exploradoressarracenos. Gracias a su osadía y a losaños de experiencia, los dos servidoresveteranos lograron apostarse en unterraplén rocoso cerca de la línea demarcha de Saladino.

Lo que vieron les dejó estupefactos.

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Por debajo del lugar donde seencontraban iban pasando, uno tras otro,los escuadrones de caballería ligera ypesada. Centenares de arquerosmontados, acompañados por lascolumnas de arqueros turcos,pertrechados con las armas más nuevasy poderosas, livianos arcos de acero asícomo los arcos comunes de largoalcance, desfilaban frente al puesto deobservación rocoso. La procesiónparecía interminable.

—¡Que Jesús nos proteja, Belami!—murmuró D’Arlan—. Son miles. Todoel islam está en marcha.

Contrariamente a su costumbre de

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avanzar al ritmo de tambores ycímbalos, el ejército sarraceno desfilabaen un fantasmal silencio, sólo alteradopor los ocasionales bufidos y relinchosde las monturas y el tintinear de losarneses, en tanto que el suelo temblababajo el taconeo de los hombresmarchando.

Al igual que un enorme monstruodestructor de hombres, los resueltossarracenos de sombría expresiónavanzaban a marchas forzadas a travésdel árido desierto hacia el extremomeridional del mar de Galilea.

—Se dirige a Tiberias —dijoBelami, en voz baja—. Luego dividirá

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su enorme ejército y sitiará la ciudad yel castillo con una fuerza poderosamientras seguirá hacia Hittin con el restode las tropas. Lo siento en los huesos.Debemos regresar y advertir a DeRidefort antes de que sea demasiadotarde. Saladino conoce esta región comolas calles de Damasco. Si coge a DeLusignan desprevenido, le partirá por lamitad, con medio ejército francodividido.

Los dos viejos soldados tuvieronque esperar hasta que la última columnade Saladino se hubo perdido en ladistancia, antes de que pudiesen montary regresar de vuelta al pequeño valle

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donde Simon les esperaba conimpaciencia. Casi había desobedecidolas estrictas órdenes de Belami depermanecer ocultos a cualquier costo,para salir al galope con su reducidafuerza al ver que sus amigos no volvíanen el momento esperado. Simon sedisponía a partir, cuando Belami yD’Arlan llegaron galopando al extremodel torrente. Sin decir ni una palabra, eljoven normando obedeció susapremiantes señales, y la columnavolante inició un galope tendido hacia elcampamento de De Ridefort.

Lo que ambos veteranos ignorabanera que, si bien habían observado al

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ejército principal de Saladino, se leshabía escapado una fuerza avanzada deexploración bajo el mando del temibleKukburi; también él aprovechó lasnoches sin luna para situar a sus fuerzasalrededor de las Fuentes de Cresson, ocomo los sarracenos llaman al oasis,Saffuriya.

La suerte quiso que una breveescaramuza entre una de las partidas dereconocimiento de De Ridefort y unoscuantos hombres de Kukburi terminaraen una fugaz victoria franca. Loscristianos volvieron galopando alcampamento de De Ridefort y dieron laalarma. El flamante Gran Maestro

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templario era también impetuoso ypensó que contaba con suficienteslanceros para exterminar lo que creíaque era una pequeña fuerza dereconocimiento sarracena.

Dejando a la infantería en laretaguardia, De Ridefort condujo a sumariscal y a los ochenta hermanostemplarios hacia adelante y reunió otrosciento cuarenta caballeros de Qaqun yFaba por el camino. Con él iba Rogerdes Moulins, el Maestro de loshospitalarios. El nuevo Gran Maestro sedirigía directamente a la trampa.

Kukburi estaba abrevando a suscaballos antes de volver a unirse al

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grueso del ejército sarraceno, cuandouna nube de polvo le anunció la llegadade De Ridefort. Sin esperar a comprobarel tamaño de la fuerza combinada deseldjuks, De Ridefort atacó a lossarracenos desmontados.

La propia imprudencia del GranMaestro fue lo que activó el cepo. En uninstante, decenas de sarracenos yseldjuks montaban de nuevo a caballo.

De repente, la tropa franca seencontró frente a cinco mil musulmanesululantes. Una lluvia de flechas de losarqueros montados se batió sobre lavanguardia de los cruzados. Caballeros,templarios, hospitalarios y francos se

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fueron estrellando sobre el suelo, unostras otros. Medio aturdidos, con loscaballos muertos por las flechas, o conlos pobres animales tambaleándose yrelinchando mientras las lanzassarracenas les arrancaban las entrañas,los cruzados sin montura trataban decontener a la caballería musulmana.

No les faltaba coraje, pero de nadales servía. La horda de sarracenos yseldjuks pasó sobre ellos como unariada.

De Ridefort fue presa del pánico yjunto con un par de caballerostemplarios más, huyó al galope,seguidos de cerca por los jubilosos

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vencedores. La batalla terminó en unacarnicería. Entre los muertos seencontraba Roger de Moulins y noventay siete templarios y hospitalarios. Porfin, Kukburi detuvo la matanza y partiópara volver a unirse con Saladino,llevando a cuarenta caballeros francoscon él.

Belami y D’Arlan llegaron a lo altodel cerro desde donde se dominaba lasFuentes de Cresson a tiempo de ver losresultados del desastre. El desiertoalrededor del oasis estaba cubierto decadáveres y centenares de flechas quesurgían del suelo como espigas de trigo.No había nada que ellos pudiesen hacer.

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Simon se unió a ellos mientrasdescendían al paso para contar las bajasy ayudar a los moribundos.

—¡Maldito De Ridefort! —juróBelami—. Ha perdido los mejoreshombres y Dios sabe que los precisamostodos y cada uno de ellos. Al menosnuestro aguerrido Gran Maestro hubierapodido morir con ellos. Como DesMoulins.

Belami saludó al comandantehospitalario muerto.

—Enterradles antes de que losbuitres profanen los huesos de esosvalientes —dijo.

Raimundo III de Trípoli quedó

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aturdido al enterarse de la matanza y seapresuró a hacer las paces con Guy deLusignan, el nuevo rey de Jerusalén.Reunieron a todas las fuerzas quepudieron encontrar en Acre y sobre lamarcha se les unió Reinaldo deChátillon desde el Puerto de mar contodas las tropas de Kerak.

Entretanto, las tropas de Saladinositiaron Tiberias. El escenario estabadispuesto para un espectacularenfrentamiento del ejército cruzado conel líder sarraceno y sus vastas hordasmusulmanas combinadas.

Ningún bando conocía la magnitudexacta de las fuerzas adversarias, pero

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De Lusignan creía que teníaposibilidades de derrotar a Saladino conel ejército recién formado. El rey teníabajo su mando a cerca de un millar decaballeros, mil doscientos lancerosmercenarios, cuatro mil lanceros turcosy un cuerpo de infantería de unos quincemil mercenarios, armenios y algunosperegrinos beligerantes armados conlanzas. En arqueros solamente, DeLusignan y sus nuevos aliados contabancon unos dos mil hombres. La confianzade De Lusignan creció al comprobar quetenía unos veintidós mil guerreros,lanceros e infantes bajo su mando. Suvanidad alcanzó su punto más alto.

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—¡Barreremos al maldito Saladinode Tierra Santa! —gritó.

Belami dio un respingo como si lehubieran golpeado.

—¡Oh, Abraham! —gruñó—. Misabio y viejo amigo, cuánta razónteníais. Los dioses han enloquecido alnuevo rey.

El ejército de Saladino, un total depor lo menos cuarenta mil hombres, seencontraba acampado en Kafar Sebt, asiete millas al sur de la fortaleza delconde Raimundo en Tiberias. El jefesarraceno dominaba el camino principala Tiberias y Sennabra. El castillo estabafuertemente guarnecido, y su senescal

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era la esposa del conde Raimundo, latemible princesa Eschiva.

Mediante veloces mensajeros, quemilagrosamente salvaron el pellejo alatravesar como un rayo los puestosavanzados de Saladino, mandó urgentespeticiones de ayuda al rey Guy deLusignan. El momento de decisión habíallegado.

Bernard de Roubaix le habíaexplicado a Simon en una ocasión cuánvital era el agua para los templarios.Para todos los cruzados, la falta de eseelemento estratégico podría ser el factormás siniestro en el horror que seavecinaba.

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Las fuerzas francas se habíanconcentrado en las Fuentes de Cresson,el lugar que los sarracenos llamabanSaffuriya, y el sitio donde tuvo lugar lareciente y humillante derrota de Gerardde Ridefort.

—Al menos tenemos agua —comentó Belami.

El humor de Simon pasaba deljúbilo ante la perspectiva del futurochoque a la natural aprensión causadapor la espera del inicio de la batalla. Enel lenguaje de los soldados, «sudaba»las horas precedentes al ataque. Comotodos los jóvenes guerreros, Simon teníala sensación de que era inmortal. No le

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temía a la muerte, sobre todo desde lasdemostraciones que Abraham-ben-Isaacle había hecho sobre la proyecciónvoluntaria del espíritu. Pero el jovenservidor templario tenía ahora, en 1187,sólo veinticuatro años y tenía más miedoa caer gravemente herido que a morir.La mayoría de los jóvenes sentían horrorante la clase de herida que le habíaquitado la virilidad a Raoul de Creçy.Simon ya había sido herido en la batalladel puente cerca de Orange. Sabía quéera el dolor. Pero la idea de morir no lepreocupaba. Sólo le perseguía la dudade no estar a la altura de lasexpectativas de Belami y su tutor con

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respecto a él.Belami, en cambio, no tenía esas

dudas. Sabía que Simon se comportaríacomo un hombre. El veterano habíaestado numerosas veces muy cerca de lamuerte como para temerla, y su fuerte ymoreno cuerpo conservaba las cicatricesde muchas honorables heridas; pero,como viejo soldado, sufría el «sudor»de la tensión que se siente conanterioridad a cualquier batalla, y enespecial antes de la que vendría.

Cuando Simon confesó sus temores,Belami le dijo:

—Sólo los imbéciles no sientenmiedo antes de entrar en acción. Si uno

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tiene miedo después de empezar labatalla..., entonces es un cobarde.

«No temas, Simon. No eres unmarica como De Ridefort, nuestromaldito Gran Maestro, demostró serloaquí, en este mismo lugar. Si así nofuese, no consentiría que meacompañaras. Te portarás comocorresponde, mi joven amigo. Aún teveré armado caballero.

Los sarracenos habían desfilado conlas cabezas de varios caballeros francosde las fuerzas derrotadas de DeRidefort, ante las puertas de Tiberias.No fue una idea de Saladino. Másprobablemente la orden provenía de

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Kukbuni o de alguno de los emires deZcljuk.

El líder sarraceno no participaba enel sitio de Tiberias. Toda la ciudadestaba en llamas, pues las antorchassarracenas la habían incendiado.

A pesar de todo, la princesa Eschivase mantenía fuerte en su castillo, quedominaba la ciudad. Su esposo, elestoico Raimundo, comprendía queavanzar contra Tiberias para liberarladel sitio sólo redundaría a favor deSaladino. Dominando el deseo naturalde rescatar a su esposa y todas susposesiones del castillo, aconsejónoblemente a Guy de Lusignan que

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desechara cualquier intento de romper elsitio.

—¡He aquí un hombre! —exclamóBelami, cuando se enteró del sacrificiode Raimundo—. Ésta era una decisióndifícil de tomar. Yo le saludo.

Al norte de la pequeña ciudad deSaffuriya, que se levantaba sobre lasbajas colinas del noroeste de Nazaret, elejército franco ahora ocupaba lasFuentes de Cresson, con toda su valiosaagua potable.

De las aldeas de los alrededores sepodía conseguir comida, y la posicióndefensiva era suficientemente fuertecomo para que Saladino lo pensara dos

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veces antes de atacarla. El campamentosarraceno estaba situado a diez millas aleste de la posición del rey Guy, cercadel pueblo de Hattin, o Hittin como lollamaban los árabes.

En los valles al pie del pueblo habíaagua en abundancia, así como muchosolivares y árboles frutales, entre loscuales el ejército podía ramonear agusto. Entre ambos campamentos,cristiano y sarraceno, se extendía elvasto llano carente de agua, muerto yardiente bajo el sol del mediodía. Paraliberar Tiberias, el rey Guy tenía quellevar a su ejército a través del áridodesierto bajo un calor devastador.

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Parecía estar en jaque.Cierto era que Saladino estaba de

espaldas al mar de Galilea, y elloformaba un cuadro tentador en laimaginación del rey, pues visualizaba asu caballería pesada haciendoretroceder al ejército de Saladino porlas empinadas cuestas hasta el enormelago, donde Jesús de Nazaret habíacaminado sobre sus aguas. Quizá fueseese espejismo en la mente del rey Guy loque le movió a escuchar los apasionadosargumentos de Gerard de Ridefort:atacar a Saladino antes de que avanzaracontra Saffuriya.

En vano Raimundo de Trípoli

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advirtió al rey del peligro y la locura desemejante ataque, aun cuando con ellopudiese precipitar a la muerte a supropia familia en las asoladas ruinas deTiberias.

Podía ser que el rey Guy ansiara unagran victoria para justificar su posicióncomo flamante monarca de Jerusalén; untítulo que sólo le había sido conferidopor las intrigas de su esposa, la reinaSibila. Sea cual fuere el motivo, el casoes que Guy de Lusignan escuchó el falsoconsejo de Gerard de Ridefort, quedebía de verse como un inspiradoprofeta de la causa de los templarios.

A diferencia de otros grandes

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maestros del pasado, en especial entrelos Capítulos fundadores, que contaroncon muchos hombres notables de granvisión y premonición, De Ridefort eraun figurón presuntuoso más que unexperimentado y digno sucesor delextinto Arnold de Toroga.

Su único don parecía ser supersuasiva lengua. Haciendo caso omisode las advertencias de Raimundo sobrelos peligros que entrañaba eldesplazamiento a través del indefendibleLlano de Hittin, el rey de Jerusalénordenó avanzar a sus fuerzas.

Belami se enfureció cuando le llególa noticia.

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—Coged cuanto odre con aguapodáis encontrar, muchachos —ordenó asu pequeña fuerza—. Simon, vamos atener que cabalgar en un día de calorabominable. Llena cada vasija queencuentres de agua hasta el borde. Noshará falta hasta la última gota.

Después de santiguarse, el veteranose dejó caer de rodillas, junto con elviejo D’Arlan y Simon, e hizo elevaruna oración castrense a su columnavolante:

—Santa Madre, bendito Hijo deDios, dadnos el coraje para resistir eldolor y el miedo, y la fuerza paracumplir con nuestro deber hasta el final.

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No nos abandonéis, pase lo que pasare.Non nobis, Domine, sed in tui nominedebe gloriam. No para nosotros, oh,Señor, sino en tu nombre, danos lagloria. Amén.

Se persignaron una vez más yvolvieron a montar.

Cada lancero turco llevaba un odrede agua y algunos cítricos en unapequeña bolsa de forraje. Belamisuponía que podría mantener a sureducida fuerza con vida y tambiénbrindar ayuda a otros, que no tardaríanen encontrarse en apuros. Ya el solimpiedoso se abatía sobre ellos. Unavez en marcha, sería mucho peor.

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El campamento de Saffuriya bullíade actividad, mientras los cruzadosaprestaban a sus tropas, montaban acaballo y partían hacia Tiberias.Llevaban toda la provisión de agua quehabían podido envasar, pero no erasuficiente a menos que el ejército noviese interrumpido su avance a través dela árida llanura. La única vegetación erala hierba de pasto seca que se extendíapor todo el desierto llano.

Ante ellos se encontraba un ejércitoque doblaba el número de cruzados yauxiliares. Con el refuerzo de las tropasexploradoras de Kukburi, Saladinocontaba ahora con cincuenta mil airados

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y decididos musulmanes bajo su mandocompartido. Estaban bien alimentados,bien aprovisionados y con abundantecantidad de agua. Sería este elementovital el que decidiría el resultado finalde la jornada.

Las fuerzas francas ofrecían unaspecto aguerrido, mientras una columnatras otra salía de las Fuentes de Cresson.Las banderas de guerra pendían casiinmóviles aquella mañana temprano sinviento fuerte, pero una ligera brisa hacíaflamear los guiones, pendones ybanderines de los caballeros cruzados.Hasta el momento, el gonfalonero de lastropas templarias no había desplegado

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el beauseant. Eso sólo ocurriría cuandocomenzase la batalla.

Rezando, maldiciendo, rezongando oen silencio, el ejército del rey Guy deLusignan salía lentamente del oasisverde y avanzaba a través de lapolvorienta llanura, levantando una nubede arena fina en el aire quieto de lamañana.

En una altiplanicie desde donde sedominaba la llanura, los batidoressarracenos apenas podían creer lo queveían sus ojos. Lanzando gritos dealegría, galoparon en sus rápidasmonturas para contarle a Saladino laincreíble noticia.

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—¡Alá ha puesto a los infieles ennuestras manos! —exclamó elcomandante sarraceno, cuando losbatidores cubiertos de polvo llegaroncon el inesperado mensaje.

Era un viernes, el 3 de julio de1187, fecha santa musulmana.

—¡Dad la alarma! —ordenóSaladino y salió de la tienda a grandestrancos para montar en el pura sangreblanco que había elegido para lacontienda. Junto a él cabalgaba su jovenhijo, de dieciséis años, El-Afdal. Seríasu primera batalla.

—¡Allahu Akbar! —gritó su padre, yun estruendoso alarido de fanático

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reconocimiento de la «Grandeza deDios» se elevó del numeroso ejército.

Saladino inspeccionó rápidamentesu poderosa fuerza de escaramuzadores,y comprobó personalmente que losarqueros montados llevaran aljabasadicionales, llenas de flechas. Setentacamellos cargados con flechasacompañaban a las columnas volantessarracenas. Además de estereaprovisionamiento para los arqueros,cuatrocientos carros con flechas sehallaban dispuestos a rellenar susaljabas sobre la marcha.

Con los odres de agua repletos delprecioso líquido, el ejército sarraceno

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avanzaba, dejando atrás sólo una fuertefuerza simbólica para mantener el sitiode Tiberias. La hora del ajuste decuentas se acercaba.

Inexorablemente, los dos ejércitos seiban acercando el uno al otro. Sobreellos, el sol de Palestina se abatía contodo su ardor. El destino del islamestaba en manos de Dios, y los buitresvolando en círculos parecían presentirla matanza que se avecinaba.

A dos millas al suroeste de Hittin labatalla había empezado. Una oleada trasotra de escaramuzadores barría losflancos de los cruzados. La lluvia deflechas era incesante, pareciendo ocultar

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el sol, mientras nubes de saetas silbabansobre los soldados cristianos. Uncaballo tras otro, relinchando de agonía,caían cuando los dardos emplumadosencontraban un sitio donde penetrar ensus cuerpos ligeramente protegidos.Guerrero tras guerrero, a veces con unadocena de flechas sarracenas, o más,clavadas en su armadura, se encontrabansin montura y, heridos o no, no teníanmás remedio que unirse a las largascolumnas de infantería.

También éstas sufríantremendamente; muchos infantes, al estarmenos protegidos, recibían heridasgraves bajo aquella lluvia mortal de

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flechas. La creciente necesidad de aguase agregaba a sus penalidades.

Los arqueros cristianos retornabanlas descargas sarracenas y dejabanvacías muchas sillas de losescaramuzadores, pero lapreponderancia de las bajas se volcabahacia el lado de los cruzados.

—¡Que De Lusignan y De Ridefortse asen en el infierno! —murmurabaBelami con voz ronca—. Dios sabe quesu ejército ya se está asando aquí.

Los dos servidores veteranos, alfrente de sus lanceros turcos, sesepararon de la columna y, junto conSimon, contraatacaron a los

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escaramuzadores, entre cuyas filascausaron más bajas que su propionúmero. Pero las nubes de flechassarracenas no se desvanecían y losenjambres de escaramuzadores parecíanno tener fin.

—¡Son como una maldita plaga delangostas! —exclamaba Belami—.¡Vamos, mes braves, a la carga denuevo!

Con todo, la columna de cruzadosseguía avanzando, con las gargantassecas y cada vez más doloridas a causade la densa polvareda que levantabanlos sarracenos atacantes.

Saladino estaba en todas partes,

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alentando a sus hombres, instigándoles aperseguir a los cristianos que avanzabanlentamente y ahora casi se habíandetenido en la árida llanura. Viendo suoportunidad, el líder sarraceno ordenóuna carga de la caballería pesada,mientras sus arqueros montados volvíanprestamente a los camellos para volvera llenar las aljabas de flechas.

Cuando la caballería pesada de losmamelucos chocó con los caballerosfrancos, la lucha fue mano a mano. En ladensa nube de polvo resultaba difícil dedistinguir al amigo del enemigo. Loscristianos combatían como posesos,pero no se mostraban menos decididos

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en las filas sarracenas. Era una batalladesesperada..., sangrienta y cruel. Elciego furor se había apoderado decristianos y musulmanes por igual.

Simon disparó su arco de tejo desdela silla de su montura hasta que se leterminaron las flechas de una yarda.Después de aquella fiebre asesina, quese cobró la vida de un sarraceno concada flecha, el joven servidor no teníaposibilidad de volver a llenar la vacíaaljaba. Desenvainando la espada, Simonde Saint Amand comenzó a descargarmandobles, sin preocuparse de suspropias heridas, segando vida tras vidadesde la silla. Belami y D’Arlan,

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armados respectivamente de hacha deguerra y maza, se abrían paso a golpesjunto a él; eran como los Cuatro Jinetesdel Apocalipsis. También la locura dela batalla se había apoderado de ellos.

Al fin, D’Arlan cayó, con una flechasarracena clavada en el pecho. Con elúltimo aliento, aún logró decapitar almameluco que le había matado.

El polvoriento suelo absorbió conidéntica sed tanto la sangre delsarraceno como la del cristiano. Durantegeneraciones por venir, el Llano deHittin despediría hedor a muerte.Cualquier viajero sensible percibiría elhorror y se apresuraría a alejarse de

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aquel terrible lugar, al igual comoBelami, Simon y Pierre habían hecho ensu primera patrulla por el desierto unosaños antes.

Un ataque seguía al otro y, a pesarde todo, el diezmado ejército cruzado semantenía vacilante en pie.Afortunadamente, la súbita oscuridadque siguió a la puesta del sol rojo comola sangre, trajo un temporario respiro.

El rey Guy estaba aturdido por loque había hecho y se desvió hacia elnorte, en dirección a los pozos del vallede Harram. Saladino permitió que suejército realizara la maniobra y luego leatacó para cortarle el camino hacia el

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agua tan desesperadamente necesitada.Había llegado la noche; un muro de

benditas tinieblas, sin claro de luna,mitigó el calor del día. Los exhaustoscruzados acamparon o más bien sedesplomaron sobre el suelo en el sitiodonde se encontraban. Sólo la mitad delejército cristiano volvería a levantarse ala mañana siguiente.

Belami y Simon anduvieron entre losheridos, dándoles unos sorbos de aguade los odres adicionales. Poca cosa máspodían hacer. Ambos estaban casiexhaustos y débiles a causa de suspropias heridas. A pesar de todo,montaron guardia hasta que el sueño

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venció incluso a aquellos hombres dehierro.

—Mañana será un largo día —fuetodo lo que Belami logró decir mientrasse sumía en un sueño reparador.

Cuando el alba asomaba por elhorizonte, los restos de un ejércitootrora orgulloso se encontraron sin otraopción que establecer una últimaresistencia en uno de los Cuernos deHittin.

Con el ánimo abatido, esperaron elataque final del ejército sarraceno, quese había recuperado durante las largashoras nocturnas. No tuvieron queesperar mucho tiempo.

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En la baja colina de Hittin se habíalevantado una tienda roja para cobijar alos pocos caballeros heridos que fuerondejados al margen de las aguerridashuestes. La sed era un rabioso tormento.Todas las reservas de agua se habíanagotado. Incluso a la reducida fuerza deBelami, ahora limitada a una veintena delanceros turcos heridos, le quedaba tansólo un sorbo de agua por cabeza.

—¡Por nuestra Santa Señora —dijoBelami con voz ronca—, hemoscombatido bien!

Simon asintió con la cabeza,aturdido por la fatiga. Al igual queBelami, había sufrido varias heridas de

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flecha, ninguna de ellas grave, perotodas severamente debilitadoras por lapérdida de sangre que ocasionaron. Noobstante, Simon tenía el brazo izquierdoinutilizado, pues una espada sarracena lehizo un corte profundo en el antebrazo.Belami, haciendo caso omiso de sugrave herida en la pierna, le vendó laherida con un pedazo de tela rasgado desu jubón de reserva.

—Hoy no voy a necesitar mudarmede ropa interior —murmuró roncamentecuando Simon protestó.

Saladino, siempre preocupado porno sufrir bajas innecesarias en su propioejército, esperó hasta que el calor del

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sol naciente hubiera debilitado aún mása los cruzados.

—¡Prended fuego al pasto! —ordenó.

Un grupo de escaramuzadores algalope incendió la hierba seca. Selevantó viento y su ardiente soploextendió el fuego como una tormenta deverano. La agonía causada por la sed seincrementó a raíz de la tortura del humosofocante.

—¡Acabad de una vez! —gritóBelami, con voz ronca—. ¡Venid,paganos hijos de puta! ¡Mi hacha aúnestá sedienta de sangre!

Como en respuesta a ese último grito

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desafiante que salía de los labiosescoriados del veterano, los sarracenosentraron a la carga desde todos lados.Los cruzados todavía combatieron, peroa menudo las espadas se desprendían desus manos demasiado débiles parasostenerlas.

—¡Padre —gritó el joven hijo deSaladino—, luchan con valentía, pero nohay duda de que hemos vencido!

Protegiéndose los ojos con la manodel resplandor del sol del desierto,Saladino contemplaba tristemente lasdiezmadas fuerzas del ejército de DeLusignan.

—Sólo cuando la tienda roja caiga,

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Alá nos habrá dado la victoria, hijo mío—replicó.

Mientras esto decía, la tienda rojade De Lusignan se derrumbó bajo elembate de la caballería sarracena.

—¡Allahu Akbar! —gritó Saladino—. ¡La batalla terminó! ¡Ah la matanza!¡Quiero a De Chátillon vivo! Quieromatarle personalmente.

La última carga de la caballeríapesada barrió a los pocos Cruzados queseguían en pie como una ola al lameruna roca. Cuando hubo pasado, sólo losheridos se movían aún débilmente sobreel cuerno de Hittin empapado de sangre.

—¡Todo terminó! —fueron las

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últimas palabras de Belami antes dedesplomarse sobre el cuerpoinconsciente de Simon.

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15INTERVIENE EL

DESTINO

El ardor de la batalla fueabandonando lentamente a las tropassarracenas que dominaban la colinacubierta de sangre. Saladino se adelantóal trote, sin dejar de pensar en lapromesa que le hiciera a su hermana,Sitt-es-Sham. Si lograba encontrar a lostres servidores que le habían salvado lavida, les honraría como huéspedes dehonor.

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—Belami, De Creçy y De Montjoie—les dijo a dos de sus batidores quehabían sobrevivido en el traicioneroataque de De Chátillon a la caravana desu hermana que se dirigía a La Meca yque, por consiguiente, reconocerían alos servidores templarios.

—Quiero que se les brinde todaclase de auxilios y de atenciones, si lavoluntad de Alá ha querido quesiguieran con vida. Mi médico personal,Abu-Imram-Musa-ibn-Maymun lesatenderá.

Alá se mostró compasivo, pues sólotardaron unos minutos en encontrar a losdos servidores malheridos, el cuerpo

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del mayor aún protegiendo al más jovenmientras yacían sin conocimiento losdos juntos. Por supuesto, no encontraronni rastro de Pierre de Montjoie.

Cuando los batidores condujeron alcomandante sarraceno hasta donde ellosestaban, Saladino desmontó y leshumedeció los labios con agua de supropio odre.

—Con la ayuda de Alá y losconocimientos de mi médico, vivirán —dijo.

Maimónides había acompañado a lasfuerzas de Saladino al campo de batallay ahora se apresuró a preparar eltransporte de los servidores heridos en

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litera hasta Tiberias, pero primero debíacurar sus heridas.

—Se les debe dar todos loscuidados necesarios y la atenciónadecuada —le indicó su señor.

Maimónides asintió con la cabeza,atusándose la corta barba gris, unacostumbre que se había contagiado deSaladino.

—Sus heridas son graves, señor,pero si la fiebre no les mata, vivirán.¡Allahu Akbar! —dijo el médico judío.

—¡Inshallah! —exclamó Saladino, y,volviéndose de cara a La Meca, inclinóla cabeza al suelo y elevó con las tropasvictoriosas una oración de gracias.

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El trato que dio a los demásprisioneros fue severo, pero piadoso.Sólo deseaba la muerte de un hombre,De Chátillon, y tenía que recibirla de supropia mano.

Sin embargo, algunos musulmanesextremistas sufíes ya casi habían dadomuerte a todos los templarios yhospitalarios heridos. Saladino detuvola matanza e hizo trasladar a lossobrevivientes a su tienda. Ésta habíasido levantada en el campo de batalla,lejos de la carnicería que se había hechocon el grueso de las tropas cristianas.Allí, Saladino recibió formalmente a susnobles prisioneros. Raimundo había

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huido después de un ataque abortadocontra Taki-ed-Din, sobrino deSaladino, y Balian de Ibelin y Reinaldode Sidón también pusieron pies enpolvorosa. Ellos eran los únicos que sehabían salvado de la matanza. Sushombres yacían en Hittin.

El obispo de Acre fue muerto y laVera Cruz cayó en manos de lossarracenos. Sólo un patético puñado deexhaustos sobrevivientes fue conducidoa la tienda del sultán supremo.

Saladino recibió al rey Guy deLusignan y su hermano Almaric,Reinaldo de Chátillon y su hijastro,Homfroi de Toron, Gerard de Ridefort,

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el Gran Maestro templario, y el ancianomarqués de Montferrat. Aparte del señorde Jebail y el lord de Botrun, sólo unospocos barones e hidalgos de bajo linajehabían sobrevivido.

Ofrecían un triste espectáculomientras estaban de pie ante suvencedor. Éste era la cortesía enpersona y ofreció al rey Guy y a losotros una copa de agua de rosas,enfriada con nieve del monte Hebrón. Elrey bebió un sorbo del refrescantelíquido y luego pasó la copa a Reinaldode Chátillon.

Saladino inmediatamente gritó:—¡Rey Guy, vos le disteis la copa a

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De Chátillon, no yo!Su intención residía en evitar que el

traicionero Reinaldo pidiera inmunidad,lo que habría podido hacer si hubieserecibido la copa de las propias manosde Saladino. De acuerdo con elprotocolo de la hospitalidad musulmana,por el hecho de ofrecer comida o bebidaa un prisionero o a un huésped, elreceptor gozaba de inmediato deinmunidad mientras permaneciese en losdominios de su anfitrión. Al negarle aDe Chátillon el derecho a reclamar porsu vida y seguridad, Saladino habíademostrado a todos sus intenciones conrespecto al innoble caballero. Saladino

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le maldijo por sus crímenes. Suspalabras fueron muy amargas.

—Habéis deshonrado el nombre devuestro linaje, asesinado a mujeres yniños inocentes, roto la Sagrada Treguaentre nosotros y abjurado de vuestrapalabra de honor ante mí.

En el tenso silencio que saludó laspalabras de Saladino, De Chátillon tratóde sacar la daga que llevaba oculta bajosu sobrevesta. Con un destello de acero,Saladino empuñó su cimitarra afiladacomo una navaja y, de un solo golpe,cercenó la cabeza de De Chátillon.

Mientras el tronco decapitado sedesplomaba sobre la preciosa alfombra

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de la tienda de Saladino, la barbudacabeza rodó hasta los cojines de seda enque los demás prisioneros ilustresestaban sentados.

Mientras este drama tenía lugar en latienda de Saladino, Maimónides y dosmédicos árabes bregaban por salvar losmiembros heridos de Belami y Simon deser amputados. En ambos casos, lagravedad de las heridas no se hizoaparente de inmediato. En un examenmás minucioso, el profundo corte en elmuslo derecho de Belami, y el casicercenamiento del antebrazo izquierdode Simon habían dado a los médicosmotivos de seria preocupación.

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Compresas de agua de rosas heladay vinagre fueron aplicadas a las heridas,al tiempo que habían vertido elevadasdosis de opio en la garganta de lospacientes. Ambos seguían inconscientesdebido a la profusa pérdida de sangre,pero su férrea constitución hacía preverque superarían el trance. Finalmente, lescauterizaron las heridas con hierros alrojo vivo.

Aquella silenciosa batalla teníalugar en la tienda de Maimónides, queestaba preparada como sala deoperaciones, con una mesa de maderabien fregada y un cofre grande coninstrumentos, medicinas, drogas,

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pociones, ungüentos, brebajes y grandescantidades de telas limpias.

También había siempre aguahirviendo sobre un fogón de carbónafuera, y Maimónides limpiabaescrupulosamente los escalpelos y todossus otros instrumentos quirúrgicos en ellíquido hirviendo antes de usarlos.

El sabio filósofo, médico y cirujanosabía que la infección y supuración delas heridas eran causadas, o agravadas,por la suciedad y las moscas. El primerpeligro lo disminuía mediante el uso deinstrumentos y otros materiales limpios,y el segundo lo evitaba empleandoasistentes que ahuyentaran las moscas de

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las heridas de los enfermos mientras éloperaba.

Cuando se dedicaba a este quehacerllevaba un turbante limpio bien ajustadoa la cabeza y evitaba respirardirectamente en la cara o las heridas delos pacientes. Maimónides habíaaprendido muchas de estas técnicassecretas en los papiros de los antiguosegipcios.

Los médicos árabes que formabanparte de su equipo en el campo debatalla contribuían aplicando unasucesión de cataplasmas calientes y fríaspara extraer los venenos de las heridas.Todo ese tiempo, Belami y Simon

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estaban considerablemente sedados,pero se les refrescaba dejando caergotas de agua de rosas helada en la bocaa través de un tubito de porcelana.

Al cabo de una hora, ambospacientes tenían las heridas cosidas, conhilos de seda y agujas de bronce, y losmiembros vendados con telas de hilolimpias y empapadas con destiladosastringentes.

De nuevo, como sucedía con losprocedimientos médicos del hermanoAmbrose, el Aquae Hamamelis de losromanos figuraba en lugar prominenteentre aquellos líquidos sanativos.Maimónides también prescribió reposo

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y sueño, y abandonó la tienda para ir ainformar a Saladino.

—Tienen una excelente posibilidadde sobrevivir. Sólo Alá sabe si sesalvarán sus miembros.

Tocándose la frente, los labios y elpecho, sobre el corazón, en señal deobediencia y respeto, Maimónides seretiró de la presencia de Saladino parapasar el resto de la noche sentado allado de sus pacientes en silenciosameditación.

A medianoche, se sumió en un sueñoprofundo, y no tardó en advertir lapresencia de dos seres junto a loscamastros donde yacían sus pacientes.

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Inmediatamente reconoció a una de lasfiguras como la de su viejo amigoAbraham-ben-Isaac. La otra, presintióque se trataba de un pariente cercano deljoven servidor que se encontrabareposando en profundo sueño provocadopor las drogas.

El nombre de «Saint Amand» se lecruzó como un rayo por la mente. La vozde Abraham pareció que decía: «¡Elpadre del muchacho!»

Maimónides se sonrió en el sueño.Ahora sabía dónde había visto antes elrostro del joven templario; fue en unsueño anterior, cuando pasó una nochede angustia durante la crisis de la grave

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enfermedad de Saladino en Harram.Por la mañana, todo el ejército de

Saladino se marchó del campo debatalla cubierto de cadáveres. Lasmoscas habían aparecido por todaspartes y el peligro de contagio por loscuerpos en estado de putrefacción sevolvía inminente. Los sarracenosabandonaron a los muertos, aun a lospropios, a los buitres, que ya celebrabansu festín.

Los dos servidores templariosheridos fueron suavemente levantados ensus literas y llevados, aún en estadosemicomatoso bajo el efecto de lasdrogas de Maimónides, a Tiberias,

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donde sus asistentes habían llegado porla mañana temprano para preparar unalojamiento temporario para loshonorables huéspedes de Saladino. Deallí, serían trasladados a Damasco parauna prolongada convalecencia.

Maimónides consideró que un viajedemasiado largo, en aquel primermomento, hubiera puesto en riesgo losmiembros heridos. Prefirió que tuviesenuna semana de reposo y de curación enTiberias, antes de ser transportados enliteras sobre caballos a Damasco.

Saladino, después de descargar subilis al matar a De Chátillon, se sentíageneroso y permitió que la princesa

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Eschiva partiera con todas suspertenencias. El sultán sentía unaprofunda admiración por la firmeza quehabía demostrado al defender el castillo,y la envió con una fuerte escolta devuelta al lado de su esposo, RaimundoIII de Trípoli.

El sarraceno le pidió rescate por elresto de los prisioneros y éstosformularon un solemne juramento de novolver a combatir contra él. Sinembargo, una vez estuvieron de vueltaen sus respectivas provincias, todosabjuraron de la palabra de honor dada.Su libertad, en algunos casos, sería decierta duración.

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En Tiberias, ahora bajo dominiomusulmán, Belami y Simon recuperarontransitoriamente el conocimiento. Sibien ambos sufrían terribles dolores, laspociones y soporíferos de Maimónideslos mantenían en un nivel tolerable.Durante los largos periodos que Simonpasaba sumido en el sueño provocadopor drogas, su cuerpo sutil abandonabala forma física en Tiberias y vagaba porpaisajes de ensueño.

Por el hecho de que su voluntad seencontraba sometida al efecto de losfuertes opiáceos, no podía controlarplenamente los viajes oníricos tal comoAbraham le había enseñado.

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Necesidades inconscientes le llevaban atierras lejanas y Simon se encontróplaneando sobre De Creçy Manor.

Le pareció que se fundía a través delos muros y penetraba en el espaciosovestíbulo. Un rugiente fuego de leñaardía en el hogar de piedra. Sentados aambos lados de la chimenea seencontraban Raoul de Creçy y Bernardde Roubaix, ambos dormitando. A suspies descansaban dos grandes podencosque en seguida percibieron la«presencia» de Simon en el vestíbulo.Los animales se incorporaron ygruñeron, con las orejas echadas haciaatrás.

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Raoul de Creçy se despertó y miróen torno para ver qué había provocadola alarma en los perros. Al no descubrirnada anormal, alargó la mano paraacariciar al gran perro de caza. Conrenuencia, el animal se calmó. El otrocomenzó a ladrar, lo que despertó a DeRoubaix. También él miró a sualrededor, al tiempo que echaba mano ala espada que colgaba en su vaina delrespaldo de la silla de madera de robletallada. Los dos viejos caballerosestaban confundidos por el extrañocomportamiento de los podencos; perocuando los animales se tranquilizaron,no tardaron en volver a caer en el sueño

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ligero que las personas de edadavanzada encuentran tan placentero. Esuno de los pocos placeres de la vejez.

El alter ego de Simon volvióprestamente al cuerpo transido de dolorque comenzaba a despertar en ultramar.En otra ocasión, se encontrósobrevolando la catedral de Chartres.Dejándose caer, traspuso la arcada deentrada a la nave para posarseprecisamente sobre el misteriosolaberinto inserto entre las losas delsuelo de la catedral.

La iglesia estaba inundada de una luzdorada, pero parecía estar vacía degente. De pronto, una figura borrosa hizo

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aparición en el otro extremo de laextensa nave. Iba cubierta con lacapucha de la blanca túnica de uncaballero templario. En el precisoinstante en que la presencia fantasmalllegaba al laberinto, su mano derechaechó hacia atrás la capucha para dejar aldescubierto un rostro enérgico, conbarba de color gris acerado, faccionesclásicas y penetrantes ojos azules. Lagenerosa boca se partió en una sonrisa.

Una voz grave dijo:—¡Éste es mi hijo, y ello me

complace!La luz en torno a la figura del

espectral caballero templario se volvió

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insoportablemente brillante; luego lavisión se alejó velozmente al tiempo queSimon regresaba a su malherido cuerpoen Tiberias.

Una visión recurrente en sus sueños,sea durmiendo o estando despierto, erala de una mujer con velo. Simonpresentía su bondad, y sabía que lavisita estaba allí para curarle.

A veces la mujer extendía la manopara acariciarle el brazo herido o parapasar sus dulces dedos sobre las otrasmúltiples heridas que le cubrían elcuerpo. Enseguida sentía el calor queirradiaban sus dedos penetrando en susheridas para aliviar la carne cortada y

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los huesos quebrados. La sensación depaz que aquella mujer le causaba eraalgo que escapaba a su comprensión,pues era sagrado.

A veces, parecía haber dos mujeres,una a cada lado de la cama. Simonpercibía que una era mayor y másdiminuta que la otra. Ambas llevaban elrostro velado. Estaba seguro, sinembargo, que las conocía a las dos.

Pasaron varias semanas antes de quesu cuerpo dolorido despertara un díalibre de dolor. Las pócimas deMaimónides habían mantenido lospeores tormentos a raya, pero aun eldolor tolerable, cuando persiste, resulta

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agotador, y cuando por fin Simon se violibre de él, se sintió tan débil como unniño prematuro. Su vista resultó afectaday tenía dificultades para enfocar losojos. Aquella mañana, su visión borrosaterminó por brindarle una clara imagende su estancia de enfermo.

Era una habitación de alto techo,pintada de color blanco cremoso, con unrevestimiento de azulejos conintrincados dibujos hasta la altura de lacintura. Un ventanal en forma de arcodaba paso a una fresca brisa. A travésdel arco morisco, Simon podíacontemplar las ondulantes palmeras ylas matas florecidas que se extendían en

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vastos jardines.El sonido de las fuentes y el trinar

de los pájaros llenaban la habitación,mientras un viento céfiro llevaba lamúsica tintineante de campanillas hastasus oídos.

—¡El paraíso! —musitó Simon,extasiado—. Esto debe de ser elparaíso.

Había alguien en la estancia cuyorostro le parecía conocido, si bien nolograba recordar el nombre. Era unacara hermosa, llena de compasión.

«Un ángel —pensó—. ¡Un ángel deverdad!»

El adorable rostro sonreía, en tanto

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que un alegre brillo iluminaba sus ojosvioleta.

De pronto, Simon supo quién era.—Sitt-es-Sham —murmuró.¿Pero entonces quién era la mujer

mayor?, se preguntó.Inmediatamente, la hermana de

Saladino se cubrió de nuevo la cara conel velo. Se volvió y se dirigió a otrapersona hablándole su vibrante voz degrave acento.

—Despertó, Maymun. ¡Alabado seaAlá!

Otra figura se unió a ella. Era unhombre, de barba gris, y sonriente.

—Dios es grande, alteza —dijo—.

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El joven está recuperado.El hombre se inclinó sobre el

camastro de Simon.—¿Puedes entenderme, hijo mío?La voz del enfermo, ronca por el

largo silencio, sonó como un débilgraznido:

—¡Sí!El hombre, en el final de la mediana

edad, llevaba una gallah blanca y unprieto turbante sin ornamentos. Simon lereconoció.

—¡Maimónides! —murmuró, convoz apenas audible.

El médico judío asintió con lacabeza.

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—Nuestros sueños nos han sidoútiles, servidor De Creçy —dijo en unceceoso árabe—. Te reconocí en elcampo de batalla. Eres un discípulo demi viejo amigo Abraham-ben-Isaac, eldiscípulo favorito, según me escribió,cuando me mandó una carta después dela batalla de Hittin.

Simon pareció alterarse, y su rostromacilento se llenó de espanto.

—¿Belami? —preguntó, con vozáspera—. ¿Está vivo?

—¡Y coleando! —le tranquilizóMaimónides—. Está en el cuartocontiguo. También él ha recobrado eluso de su miembro herido. Ambos sois

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muy afortunados.—Amén —musitó Simon—. Pero

perdimos la batalla.—Una batalla no lo es todo. Poco

daño han sufrido los escasossobrevivientes. A todos se les hapermitido regresar a sus hogares.Saladino barre Outremer yOutrejourdain como el viento deldesierto. Sólo mata a aquellos quemerecen morir. El resto, así como susmujeres e hijos, está a salvo. Saladinoes un hombre compasivo.

—Sin duda. Nosotros lo sabemos yle damos las gracias. —De repente, elrostro del joven normando se puso tenso

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de ansiedad. Exclamó—: Perdimos laVera Cruz. Yo la vi caer en manossarracenas. El arzobispo estaba muerto,y el símbolo sagrado fue robado. Yo nopude hacer nada para evitarlo.

—No te preocupes, hijo mío.Saladino es un musulmán devoto. LaVera Cruz, como llamas al objetosagrado, recibe un reverente cuidado.Nuestro jefe no escupe sobre lossímbolos sagrados.

Maimónides puso una consoladoramano sobre la frente de Simon.

—¡Duerme, hijo mío! —murmuró enun tono grave e insistente—. Lospárpados te pesan..., están cansados.

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Deja que reposen; te sientes mareado;relájate y deslízate fuera de tu cuerpo.¡Duerme, hijo mío, duerme!

El último pensamiento de Simonantes de dormirse fue que Maimónidesutilizaba las mismas técnicas queAbraham para liberar el cuerpo sutil dela forma física. Tenía plena confianza enel sabio.

Ningún hombre con tanta compasiónen sus ojos podía hacer mal a nadie.

—¡Allahu Akbar! —dijo el médicoen voz baja.

Cuando Simon se despertó de nuevo,ya era la mañana del día siguiente. Unrostro conocido le sonreía.

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—¡Belami! —exclamó, con voz aúnronca, pero más fuerte.

El vapuleado veterano, con lacabeza vendada, cogió la mano de supupilo con su férrea garra.

Estaba sentado en una silla de cañade alto respaldo, con las piernasapoyadas en un cojín. Uno de losmiembros también lo llevaba vendado,mientras que el otro pie reposabacómodamente dentro de una puntiagudazapatilla roja.

—Te portaste bien —dijo el viejosoldado, la voz velada por la emoción—. Pero eres culpable deinsubordinación.

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Simon pareció sorprendido. Belamile sonrió con su amplia mueca habitual.

—¡Me diste un susto infernal! Penséque estabas muerto. Eso merece uncastigo según mi manual de instrucción.¡Se supone que yo, Belami, comosuperior vuestro, soy quien debe darosun susto infernal a vos, joven servidorDe Creçy!

Simon rió débilmente.—Gracias a la Virgen María, hemos

sobrevivido ambos. Me alegro de nohaberte decepcionado, Belami, ni a mipadre, ni a mis tutores y camaradas.

Ambos estaban demasiado cansadoscomo para conversar largamente y no

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tardaron en quedarse dormidos. Aldespertar, era muy entrada la tarde y lessirvieron la primera comida sólida: frutay leche, un sustancioso caldo de carne ypan árabe sin levadura, rociado concopiosos tragos de agua de rosas helada.

Belami tenía mejor apetito queSimon, pero se dieron cuenta de que lescostaba más ingerir la comida que antes.La falta de ejercicio les había debilitadoconsiderablemente y ambos servidoresestaban por debajo del peso normal ensu estado físico óptimo. Regenerar susmúsculos estragados les llevaría muchomás tiempo de lo que suponían. Dehecho, transcurrió un mes más antes de

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que la fatiga de la batalla abandonarasus cuerpos magullados.

Maimónides llegaba todas lasmañanas y tardes para ayudarles aejercitar sus miembros heridos, quecuando menos ahora ya no les causabandolor.

Largos periodos en los baños devapor en los que a los sarracenos lesencantaba distenderse, acompañados dehábiles masajes en manos de losayudantes de Maimónides, devolvieronfinalmente a los dos heridos el pleno usode sus cuerpos.

Fue un día emocionante cuandoSimon y Belami hicieron el primer

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recorrido a pie por los extensos jardinesdel palacio. Se sentían exultantes.

Considerando el grado de lasheridas, su completo restablecimientoera un pequeño milagro, que se debía enbuena medida a los conocimientosmédicos de Maimónides y al amorosocuidado de la Señora de Siria. Era ellaquien establecía la dieta y, a menudo,sin ser vista, velaba su sueño.

Estas atenciones de parte de lahermana de Saladino iban especialmentedirigidas a Simon. Ninguno de ambospacientes sabía que aquella notablemujer dedicaba tanto tiempo a subienestar. Incluso cuando hacían

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ejercicio en los campos del palacio,Sitt-es-Sham les observabadiscretamente desde detrás de lapersiana de una ventana, y sus ojosseguían atentos todos y cada uno de losmovimientos que Simon hacía.

Una semana más tarde, Simon volvióa ver a la Señora de Siria. Su esbeltafigura velada entró a su dormitorio a lapuesta del sol. La princesa sarracena ibaacompañada de su dama de compañía aquien despachó en silencio. Laacompañante se retiró con todadiscreción, con una risita conspiratoria.Los sentidos de Simon, después delcontacto íntimo con la muerte, se habían

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agudizado y podía oír, ver, sentir ypresentir cosas más rápidamente y amayores distancias.

En este caso, el joven normandocaptó la presencia de Sitt-es-Sham aunantes de que ella hubiese doblado laesquina del corredor que conducía a supuerta. Era algo absolutamentemisterioso.

Cuando estuvieron solos, Simon sevolvió tremendamente tímido.

Sitt-es-Sham se dio cuenta de suextrema cortedad y habló en primerlugar.

—Servidor De Creçy —dijo con sutono grave y dulce que hizo correr un

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escalofrío por la espina dorsal de Simon—, es mucho lo que tengo queagradeceros, tanto a vos como a vuestroaguerrido compañero.

El joven normando tartamudeó:—¿Por qué, alteza?Estaba auténticamente azorado. La

Señora de Siria se sonrió. Aún llevabael velo, pero sus adorables facciones sepodían distinguir bajo la fina seda delyashmak.

—Por mi vida. A vos y al servidorBelami y a vuestro otro compañero.

—El servidor De Montjoie. Pierrede Montjoie estaba con nosotros enaquel momento, alteza.

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—¡Por supuesto!La hermana de Saladino soltó una

risita.«Como una brisa de verano», pensó

Simon.—Los tres me salvasteis de la

muerte en manos del Hashashijyun.—Era nuestro deber, alteza. Belami

se dio cuenta inmediatamente de que elcaballero franco que os atacaba era enverdad un Asesino.

—Lo recuerdo bien —repuso laseñora—. Nunca podré pagaros la deudaque tengo con vos... —Hizo una brevepausa—. Con todos vosotros. Hepensado en lo que hicisteis por mí,

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muchas veces. —Su esbelta figura seacercó aún más a Simon—. Os estoyprofundamente agradecida.

—No, alteza. Soy yo..., es decir,Belami y yo... quiénes estamos en deudacon vos. Os agradecemos con todahumildad y profunda gratitud vuestragran bondad y conmiseración.

Simon calló, pues sus aguzadossentidos captaron su suave perfume, conreminiscencia de flores silvestres yfragancia de orquídeas.

A pesar suyo, Simon exhaló unsuspiro. Inmediatamente, la hermana deSaladino dejó caer el velo, y de nuevolos sentidos del normando se turbaron

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mientras contemplaba los maravillosoojos violeta de la joven. Los húmedoslabios de la princesa se abrieron en unacálida sonrisa invitadora.

Simon recurrió a su vacilante fuerzade voluntad. Sitt-es-Sham estaba muycerca de él.

—Alteza —balbuceó—, ¿quién erala otra dama que estaba de pie junto a micama cuando veníais a visitarme?

La pregunta salió de sus labiosinvoluntariamente. Sitt-es-Sham sesobresaltó.

—Yo venía sola —respondió—;sólo Maimónides estaba aquí conmigo.

—Pero, alteza, yo vi claramente a

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esa mujer, a pesar del dolor que meatenazaba. Era más menuda y mayor quevos. Recuerdo claramente que a vecesno llevaba velo y sonreía. De un modoextraño, la señora se parecía a vos,como si fuese un familiar cercano.

Simon sentía auténtica curiosidadpor conocer la identidad de su otravisitante. Sitt-es-Sham estabadesconcertada.

—Según vuestra descripción,podríais referiros a una tía mía, del ladomaterno de mi familia. La «Señora deTiberias», le decían. La recuerdo decuando yo era una niña. Difícilmentepodría olvidarla, pues tenía unos ojos

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extraordinarios. Eran de un color azulbrillante..., como el pecho de un pavoreal. —Su voz se convirtió en un susurro—. Como los vuestros, servidor DeCreçy.

Siguió un breve silencio; luegoSimon dijo:

—¿Puedo preguntaros qué fue deella, alteza?

—Creo que falleció, en Tiberias,pero de eso debe de hacer más de veinteaños.

—¿Cómo murió, mi señora?La voz de Simon era apremiante,

insistente.—Al dar a luz —respondió en voz

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baja la hermana de Saladino—. Hay unmisterio en torno a su muerte. Su hijo,mi primo, nunca fue encontrado. Alparecer, al niño le secuestraron. Se creeque fueron los hombres de Sinan-al-Raschid. ¿Por qué lo preguntáis?

—No lo sé exactamente —contestóSimon, ahora completamente azorado—.Creí que la dama que vi a vuestro lado,esas noches, era real. Ciertamente, loparecía. Debió de ser todo un sueño.

Para ocultar su confusión, Simon sehabía vuelto de cara a la pared. Tenía elrostro colorado de turbación, y sintióque se desvanecía.

—¿Tenéis fiebre? —preguntó Sitt-

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es-Sham, preocupada.—No, alteza. Es sólo que la señora

que me pareció ver responde también aotra descripción. Acabo de recordar queBelami me contó que mi madre fallecióen Tiberias. —Bajó la voz—. Esotambién ocurrió hace veinte años.

Antes de que alguno de los dospudiese continuar, golpearonsuavemente a la puerta. Sitt-es-Sham sepuso inmediatamente el velo de nuevo.

—¡Adelante! —dijo en voz baja.Era su dama de compañía. Durante

unos segundos conferenciaronquedamente en árabe, y luego la hermanade Saladino se dirigió a Simon.

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—Volveremos a hablar de estaextraña coincidencia. Ahora debo irme.

Simon sintió que sus dulces dedos leacariciaban el brazo, y acto seguido ellasalió.

Damasco era la ciudad preferida deSaladino. También era una de las joyasarquitectónicas del islam. Allí seencontraba la universidad donde el lídersarraceno había pasado la juventud a lospies de sus maestros.

La bella ciudad estaba construida deacuerdo con las proporciones de laSagrada Geometría. Sus edificios deestuco amarillo y los altos minaretes

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blancos parecían ensoñados en el calorde las tardes perezosas. Era el hogar delas artes y, como Isphahan, su ciudaduniversitaria rival, Damasco conteníatodo cuanto era sagrado y de valor enlas formas de vida musulmanas.

Cuando Simon y Belami tuvieronfuerzas suficientes como para pasearentre las omnipresentes rosas y palmerasde las plazas y jardines de rumorosasfuentes, el joven normando se enamoróde ella. Una vez más tuvo la extrañacerteza de conocer la ciudad aconsecuencia de los sueños en que lahabía sobrevolado, admirando susmezquitas, minaretes, palacios y

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espaciosos edificios, tan perfectamenteemplazados debajo de él.

Toda la placentera sensación deespacio y resolución le volvió a lamemoria en cuanto Simon puso un piefuera del palacio del sultán. Aquellanueva agudeza de los sentidos tambiénle proporcionaba una profundapenetración para apreciar lasproporciones de las cosas.

Flanqueado por Belami en uncostado y por Maimónides en el otro,aquellas primeras breves excursionespor la ciudad inundada de rosas segrabaron en la mente de Simon para elresto de su vida. Posteriormente, cuando

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los templarios pudieron volver a montar,esos paseos por Damasco los esperabanambos con ansia. Belami, con su espíritupráctico, hacía tiempo que sentía interésen las formas de vida musulmanas, yhabía aprendido a apreciar la bellezaencumbrada de la arquitectura árabe, sibien no poseía la facilidad para lamatemática y la geometría que teníaSimon.

La reacción de Maimónides ante eldiscípulo favorito de su amigo, fue tanentusiasta como lo había sido la deAbraham-ben-Isaac. Cualquier eruditoauténtico que sea por naturalezavanidoso, sabe apreciar los dones de un

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discípulo aplicado, y los dos sabiosjudíos advirtieron aquella cualidad en lahumildad genuina y la mente inquiridoradel joven normando. Sus maestros lebrindaban lo mejor de sí mismos.

Maimónides le dijo a Simon:—Todo cuanto he aprendido hasta el

momento procede de las civilizacionesdel Mediterráneo, incluyendo el OrienteMedio, y la mayoría de ello en algúnmomento estuvo depositado yconservado en las bibliotecas perdidasde Alejandría y Bizancio.

«Mis escasos conocimientos sobremedicina se deben a la obra de Galeno yAbu-ibn-Sinah, el médico que supo

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ahondar en las causas de lasenfermedades y males que atacan alcuerpo humano.

«Muchos de los conocimientos sobreel uso de las hierbas y plantasmedicinales provienen de los mundosmusulmán, griego y latino. En Cataytambién se encuentran aquellos que hanrealizado estudios concienzudos de unsistema de nuestro organismo que, segúncreen, rige los efectos de nuestrossentidos y los procesa en formaordenada dentro de nuestro cerebro.

«He tenido muchos pacientes quehan sufrido cortes de espada y otrosgolpes traumáticos en la cabeza. A

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menudo su cerebro quedó afectado y aveces se les paralizaron los miembros,aun cuando los brazos y las piernas noparecían haber recibido herida alguna.Mediante masajes intensos, que son uninvento de los árabes, he observado quea menudo puede lograrse que recuperenen parte, si no totalmente, la movilidaddel pie, la mano, la pierna o el brazoafectado.

«De ello se desprende que debe deexistir un sistema de comunicación en elorganismo que denominamos nervios.Estos actúan como transmisores de lasseñales del cerebro a los distintosórganos y extremidades del cuerpo, de

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ida y de vuelta. Además, aplicandopresión en ciertas zonas especificas delcuerpo, como en una de las principalesarterias del cuello, llamada carótida, sepuede provocar un estado deinconsciencia casi instantáneamente.

«Inversamente, creo que el estímulodel masaje y del «flujo sanador», queciertas personas muy enérgicas puedentransmitir a una persona herida, mejora alos pacientes que han quedadoseriamente debilitados. Combinandoestas técnicas con una dieta regular dealimentos nutritivos, mis colegas y yo,con la ayuda de Alá, os hemos devueltola salud en un grado considerable.

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—Por lo cual, os estaremoseternamente agradecidos —dijo Simon,mientras Belami asentía vigorosamentecon la cabeza.

—No obstante, sin vuestro deseo devivir y de recobrar la salud, nuestrosesfuerzos de nada hubiesen servido. ¡Enúltima instancia, parece que es elpaciente quien decide si quiere seguirviviendo o no! Eso y, por supuesto, lavoluntad de Alá.

Maimónides era un devoto deísta.En el palacio había una excelente

biblioteca y en el terreno de sus jardinesse levantaba un observatorioastronómico, dotado de una altísima

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escalera de piedra, que se elevaba haciael cielo, que constituía un magníficopuesto de observación para determinarla posición relativa de los astros.También había un estanque circular depuro mármol blanco rodeado de variosbancos de piedra, en cuyas aguas clarascomo el cristal se reflejaba una imagenperfecta del cielo nocturno.

Una torre circular, en el interior dela cual ascendía una escalera de caracol,brindaba aún otro excelenteobservatorio para la astronomía deposición por medio de ventanas abiertasen sus muros con exacta precisiónmatemática.

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Los astrónomos árabes poseían unextenso conocimiento de las estrellas,muchas de las cuales, como Aldebarán,Mizar, Altair y Niobe, fueron bautizadasen honor de los descubridores.

Aparte del uso de la astronomía enel arte de la navegación, elconocimiento pleno de las divisiones enestaciones del año solar y los efectos delas fases lunares en las cosechas, en elapareamiento de los animales y losciclos de gestación era de fundamentalimportancia en aquella parte del mundo,donde el hambre y la sequía podíanhacer estragos terribles.

Simon estaba fascinado por los

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vastos conocimientos de los musulmanessobre astronomía y lo intrincado de susinstrumentos. Su alegría fue completacuando una mañana un sonrienteMaimónides le llevó un inesperadovisitante.

Era Abraham-ben-Isaac.Maestro y discípulo se abrazaron en

silencio, demasiado emocionados parahablar. Por fin, Simon encontró la voz.

—¿Qué estáis haciendo aquí enDamasco?

—El destino, como siempre, haguiado mis pasos hasta esta bellaciudad..., o, para ser más preciso, lasuerte quiso que montara un camello

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hasta Damasco. —El sabio se frotó lasposaderas—. No se hizo para mí esesistema de transporte, y mis épocas dejinete hace tiempo que pasaron. A faltade una adecuada silla y cuatro forzudosnubios para llevarme, sólo me quedabala opción de elegir un camello.

—¿Qué ha sucedido en lacristiandad? Hemos estado fuera delmundo. A no ser por la gran bondad,conocimientos y compasión de estasbuenas personas, tanto Belami como yoestaríamos muertos hace muchassemanas.

Simon estaba sediento de noticias dela Jehad. Sólo ahora se daba perfecta

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cuenta de cuán aislados habían estadodurante el periodo de curación y la largaconvalecencia. Advertía con sentimientode culpa que, a causa de todas lasmaravillas de Damasco, no se habíadetenido a preguntar qué sucedía fuerade las murallas de la ciudad y la órbitainmediata de su lugar de recuperación.

Abraham se sonrío.—Tantas cosas han ocurrido, que

resulta difícil saber por dónde empezar.Después del desastre de Hittin, nadapudo detener a Saladino. Sólo Tiro yAcre siguen firmes en manos cristianas,aunque algunos castillos aislados, comoKrak des Chevaliers, aún resisten. Hasta

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Jerusalén ha caído, después de un cortoestado de sitio.

Belami acotó:—Las murallas eran lo

suficientemente fuertes. ¿Cuál fue elsector que Saladino atacó?

—El oriental —repuso Abraham—.Sus zapadores abrieron una brecha yparte de la muralla se derrumbó. Alparecer no hubo mucho espíritu deresistencia.

Belami manifestó su disgusto con ungruñido.

—¿Muchos muertos? —preguntóSimon, con ansia.

—Relativamente pocos. El rey Guy

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y el duque Raimundo ya habíandesmembrado previamente laguarnición. Jerusalén cayó sin necesidadde provocar una gran matanza. Saladinose mostró extremadamente compasivo ydejó que la mayoría de los ciudadanosabandonaran la Ciudad Santa medianteel pago de un rescate simbólico, de sólounos pocos besants. A los más ancianoso pobres les dejó en libertad sinsiquiera el pago de esa pequeña suma.

«Saladino tiene más interés enrestaurar y volver a consagrar losmuchos lugares sagrados musulmanesque inexcusablemente los cristianosdestruyeron, que en quitarles a los

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ciudadanos de Jerusalén las pocasmonedas de oro que les quedaban. Esrealmente un gran hombre. Si sehubiesen dado vuelta las tornas y DeLusignan, Raimundo y Heraclio hubieransido los triunfadores, todos losprisioneros musulmanes habrían sidopasados por las armas. Saladino ha dadoa la cristiandad una gran lección depiedad y generosidad. Con tristeza debodecir que no puedo nombrar a ningúnnoble cristiano que pueda aprovecharesa gran lección.

«Heraclio, el patriarca, tenía másinterés en apoderarse de los tesoros deJerusalén acumulados a lo largo de los

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años, que en agradecer a Saladino que leperdonara la vida y le dejara todas suspertenencias.

«Daba asco ver a la Ciudad Santasaqueada no por los sarracenos, que latrataron con notable respeto, sino porlos avarientos notables cristianos, quehan robado de los altares y lugaressagrados todos los objetos de valor aque pudieron echar mano.

La risotada despectiva de Belamicontrastaba con el disgusto de Abraham.

—Ese condenado patriarca debe deser un adorador del diablo. Tiene lamisma suerte de Satanás cuando se tratade salvar el pellejo. ¿Qué se sabe de

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Raimundo de Trípoli y la princesaEschiva? La última vez que vi al duqueRaimundo, huía al galope de Hittin en unveloz caballo.

—Se rumorea que murió de pena yde mortificación en Acre, a pesar de queSaladino permitió que su esposa seuniera a él con todas sus pertenencias.De Chátillon también está muerto,decapitado por el propio Saladino.

—¡Eso me hace creer en la JusticiaDivina! —exclamó Belami—. ¿Y quéhay de De Lusignan?

—Liberado con rescate, después deformular un sagrado juramento..., delque Heraclio le ha dispensado, por

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supuesto. El rey Guy actualmente resisteen Tiro.

—¿Y nuestro aguerrido GranMaestro? —preguntó Belami, con tonopreñado de desprecio.

—Gerard de Ridefort estáconspirando para recuperar losterritorios perdidos. Tiro resisteprincipalmente a causa de la iniciativade Conrad de Montferrat. Se hizo a lamar desde Bizancio con una resueltafuerza de caballeros francos y asumió elmando en Tiro poco antes de que lastropas de Saladino quebraran susdefensas. Se trata de una posición vital,que protege el estrecho cuello rocoso

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que une el puerto de Tiro con la tierrafirme de ultramar. Después de meses desitio, aún sigue firme.

«De Montferrat es un líder nato.Saladino cometió un grave error alretirarse de allí. Le hizo perder elimpulso que llevaba después de lamatanza de Hittin. Hasta llegar a Tiro,los sarracenos asolaron ultramar casi sinencontrar resistencia.

—¿Cómo pudisteis escapar deJerusalén y cruzar las líneas sarracenas?—preguntó Simon.

Maimónides intervino:—Yo mandé a buscar a Abraham y

obtuve un Iaissez-passer de Saladino.

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Raimundo estaba muerto, por lo tanto notenía benefactor alguno. Un eruditocomo mi buen amigo es más útilconstruyendo instrumentos para nuestroobservatorio en Damasco, que buscandoa otro patrocinador cristiano.

Con todas las emociones de lallegada de Abraham y las lecciones deMaimónides sobre los principios de laanatomía, la medicina y los fundamentosde la física y el conocimiento de lashierbas, la mente de Simon tuvo pocotiempo para entretenerse pensando en laadorable Señora de Siria; pero por lanoche, sus sueños se llenaban con su

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imagen. Simon estaba profundamenteperturbado.

Una situación similar enfrentabaSitt-es-Sham. Ella amaba a Simon, peroestaba confundida con respecto a cómodebía presentarse a él. No se trataba deun infiel común y corriente que sehubiera alegrado de poder sacar ventajapor el hecho de haberle salvado la vida.Simon era un hombre honorable,evidentemente tímido e inexperto en laslides del amor.

Sus principios y escrúpulosconstituirían un obstáculo difícil desalvar si la Señora de Siria pretendíaofrecérsele. Además de todo esto,

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existía la posibilidad de que, de hecho,la madre de Simon de Creçy y la de ellahubiesen sido hermanas. La situaciónrequería una profunda meditación y elconsejo de algún amigo de confianza.Ese amigo, decidió ella, eraMaimónides.

El médico judío no sólo aconsejabaa Saladino sobre temas médicos, sino atoda su familia también. Sitt-es-Shamsolicitó su consejo, «en nombre de unfamiliar cercano», lo que, por supuesto,era pura invención. Maimónides teníauna maliciosa idea de la gravedad de lasituación en que la Señora de Siria seencontraba. Después de ponderar sus

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palabras, le dijo:—Saladino posee un gran sentido

del honor, y su gratitud es más quemanifiesta. Sé que respetaprofundamente a los dos servidorestemplarios, mientras que la Orden delTemple ha sido el objeto de su ira hastala fecha. Me contó que desea comentarcon los servidores las nuevas tácticascon la caballería y la infantería.Entiende que Simon de Creçy es unexcelente estudioso y, a cambio dehaberle salvado la vida a vuestra alteza,tiene la intención de preguntar a esosvalientes qué es lo que más complaceríasus deseos. Ya sabe que Belami es un

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hombre que goza de la belleza y el amorde las mujeres, por lo que sin dudaSaladino dará las instruccionesnecesarias para que las huríes de lacorte satisfagan las necesidades delservidor mayor en ese sentido.

«Sin embargo, no me parece quenuestro Gran Jefe acepte muycomplacido la idea de que un miembrode su familia se vincule con un joveninfiel a no ser por lazos matrimoniales,lo que significaría la conversión de él ala fe del islam. ¿Habéis dicho, alteza, noes cierto, que el familiar que seencuentra en esta difícil situación es unaprima vuestra?

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Sitt-es-Sham inclinó la cabeza enseñal de asentimiento.

—Sin embargo —continuóMaimónides—, no creo que vuestrohermano se oponga a una íntima amistad,siempre y cuando a priori, ello no traigacomplicaciones.

«Por lo tanto, yo aconsejaría avuestra prima, alteza, que seaabsolutamente discreta. Por mi parte,borraré de inmediato el asunto de mente.

Fue un buen consejo, y Sitt-es-Shamlo siguió al pie de la letra.

Como sea que Saladino no habíaregresado del sitio de Tiro, el tiempo nofue enteramente un factor decisorio. En

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cuanto al lugar y la oportunidad,resultaron ser el observatorio, dondeAbraham y Simon pasaban largas horasobservando los astros.

Naturalmente, ello requirió la plenacooperación del astrónomo. Ésa fue otracuestión que Maimónides tuvo queasegurar.

Una cálida noche perfumada por lasflores, en que reinaba el lado oscuro dela luna, Simon convino con Abrahampasar unas horas de su vigiliaobservando el planeta Júpiter, que sehallaba en ese momento en su punto alto.

Se encontraba en la cerrada torre delobservatorio, esperando a su maestro,

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cuando oyó el suave roce de la seda.Simon se ocultó en las sombras, pues elruido era extraño en los recintos delobservatorio.

Antes de que pudiese dar el alto alintruso reacción natural en un entrenadoservidor templario, los suaves dedos deSitt-es-Sham se posaron sobre suslabios.

Sin decir una sola palabra, ella lecondujo hasta un sofá adosado a lapared del observatorio y se sentó,atrayendo a Simon a su lado.

El velo cayó de su rostro, y ella seacercó al joven Simon. Su perfume erasutilmente provocativo y la fragancia

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natural de su cuerpo contribuyó adespertar los sentidos de Simon.

La estrechó entre sus brazos. Suslabios se fundieron en un prolongadobeso extasiado; ambos dándolo yninguno recibiéndolo. La lengua de Sitt-es-Sham se deslizó entre los labios deSimon y la pasión de ambos fue enaumento.

Los templarios habían adoptado lavestimenta árabe desde su llegada aDamasco. En el caso de María deNofrenoy, la cota de malla de Simonfrenó las ávidas manos de la joven. Encambio, las caricias de la hermana deSaladino no encontraron semejante

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obstáculo. Simon estaba sumido enéxtasis mientras los finos dedos de Sitt-es-Sham exploraban su ansioso cuerpo.Cuando encontraron su virilidad, amboslanzaron un suspiro anhelante desde elfondo de su corazón.

Sobre el mullido sofá, envueltos enla capa de la Señora de Siria, Simon deCreçy y la princesa Sitt-es-Sham seconvirtieron en amantes.

Simon sintió que el Wouivre seagitaba en su sueño en tanto su éxtasisalcanzaba el clímax.

La urgencia de los suspiros de suamante real le decían que también ellasentía que se elevaba en el preciso

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instante que sus sedientos muslosexhalaban su espíritu. Juntos alcanzaronel pináculo del amor.

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16A GNOSIS

Saladino regresó a Damascotriunfante. Ahora su imperio se extendíade Egipto a la parte septentrional dePalestina. Sólo unas pocas plazas fuertesaisladas resistían el acoso del líderayyubid, conquistador absoluto. LaCiudad Santa había sido reconquistadaen una breve campaña, casi sinderramamiento de sangre. La Cúpula dela Piedra, la mezquita Al-Aqsa y todoslos lugares sagrados de Jerusalén eransometidos a una intensa limpieza y

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vueltos a consagrar por los imanes.Con horror, Saladino se enteró de

que muchos santuarios musulmaneshabían sido profanados al ser usadoscomo letrinas y, por supuesto, también lamezquita Al-Aqsa sufrió la violacióncausada por los templarios. La habíanusado como cuartel general y comoestablo. Los hospitalarios no parecíanestar implicados en aquella especie deprofanación perversa, que eraconsecuencia del grado de fanatismo deun reducido número de grandes maestrostemplarios. Odó de Saint Amand,hombre colérico y resoluto, sin embargono había sido culpable de esa suerte de

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vandalismo. Pero otros, como Gerard deRidefort, habían fomentado esasactitudes viles hacia los «paganosidólatras».

Saladino llevaba tan sólo unos díasen Damasco cuando invitó a sushuéspedes cristianos a reunirse con él enuna diwan privada. Este término servíapara describir cualquier reunión depersonas notables, pero en este caso losúnicos que estaban presentes eranSaladino, Maimónides y Abraham, comoflamante astrólogo de la corte, laguardia personal de Saladino y susinvitados de honor, Simon y Belami.

En primer lugar les abrazó a todos,

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luego les agradeció formalmente elaguerrido rescate de la Señora de Siria.Cumplida la parte oficial de la diwan,Saladino abandonó el papel de sultánsupremo de los sarracenos y asumió elque más le complacía representar: unanfitrión sincero y considerado dehuéspedes de honor.

Les dijo a los templarios:—Os vi en el campo de batalla. Sois

valientes. Maimónides me dice queestáis completamente recuperados. Yoos rindo honores. Nosotros somosenemigos por la fuerza del destino; esdecir, en lo que se refiere al encuentroen el campo de batalla. Confío que aquí,

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en mi reino, estas diferencias de opiniónreligiosa no interferirán en nuestrarelación como anfitrión y huéspedes dehonor, y espero que seréis tambiénamigos míos. Olvidaros de que soistemplarios y decidme de qué manerapuedo serviros mejor. Vos, servidorBelami, sé que sois un famoso guerreroen vuestra Orden. Uno de nuestroscomandantes de caballería, Taki-ed-Din,sobrino mío, quedó muy impresionadopor la forma en que utilizasteis lacaballería y la infantería en unacombinación única. También observé avuestra columna en acción. Fue unamaravilla contemplarlo. ¿Fue idea

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vuestra esa maniobra tan original?Belami sonrió, su recia figura

manca, ataviada con una gallabiehblanca y burnous, contrastando con ellíder sarraceno más alto y flaco, de narizaguileña, que estaba de pie junto a él.

—No, señor, la maniobra se remontaa los romanos. Se dice que la ideó CésarAugusto.

—No obstante —repuso el sonrientesarraceno—, la utilizasteis bien. Osadmiro por vuestra honestidad. Y vos,joven señor —agregó, dirigiéndose aSimon—, vi que usabais un armadesconocida para mí: un enorme arcoque dispara largas flechas con una

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puntería mortal. ¿Cómo se llama?—Arco largo, señor. Está fabricado

con una madera muy flexible, llamada«tejo». Los galeses la han convertido ensu arma más temible.

—¿Tenéis el arco aquí? —preguntóSaladino.

—¡No, señor! Lo perdí en losCuernos de Hittin, junto con mi caballo,Pegaso.

—Es triste perder a un buen corcel.Os ruego que, con toda libertad, escojáisuna buena montura de mis establos.Nuestros caballos árabes no son dehuesos tan pesados como vuestrosgrandes caballos de guerra francos, pero

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nos sentimos orgullosos de ellos y sonveloces como el viento.

La conversación se había vuelto tandistendida, que un observador habríatomado la diwan como una reunión entreamigos más que un encuentro cara a caraentre enemigos declarados; pero es queaquellos hombres eran excepcionales.

La cena fue, como es habitual enArabia, un evento alegremente informal,en que muchos platos se servían enbandejas comunes de donde tanto elanfitrión como los invitados se servíanellos mismos. Sólo se usaban los dedosde la mano derecha para llevar lasazonada comida y su acompañamiento a

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base de arroz, de las grandes bandejasde cobre que humeaban sobre losbraseros de carbón, a la boca de loscomensales.

A menudo, el propio Saladino elegíaun bocado selecto y lo ofrecía a algunode sus invitados. A lo largo de lacomida, se iban bebiendo copiosostragos de agua de rosas y pequeñas tazasde té de menta, y Simon aprendió aeructar de satisfacción al término decada plato.

—Os felicito a ambos por vuestroárabe excelente —dijo su anfitrión. Susonrisa se volvió maliciosa—. Entiendo,servidor Belami, que vuestro

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vocabulario de blasfemias árabes esextenso. Abu-Maymun, con reverendotemor, escuchó que pronunciabais variasfrases escogidas mientras sufríais eldolor de vuestras heridas.

Una risotada de Belami acogió elcomentario de Saladino.

—Señor —dijo—, me sentiría muyhonrado si me enseñarais algunas más.Veo que el árabe es una lenguamagnífica para la poesía, para hacer elamor y para blasfemar.

Saladino rió. Su risa era unaexpresión tan franca de buen humorcomo la de Belami. En conjunto, fue unaespléndida velada.

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Durante la conversación, Abraham yMaimónides elogiaron la inteligencia deSimon, y el médico de Saladino pidiópermiso para llevar a su joven pacientea conocer a Osama. A Saladino lebrillaron los ojos.

—He ahí a un gran maestro. Tienecasi noventa años, pero sin embargo sumente aún se eleva como un águila. ¿Quétemas deseáis discutir con él?

Saladino miró a Simon concuriosidad.

—Más que discutir, lo que significaigualdad de conocimientos, deseoaprender de él. Me sentiría honrado sisólo pudiese escuchar.

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Saladino se sonrío.—Bien dicho, servidor Simon. Hay

muchos asnos que rebuznan con el ánimode impresionar a Osama con su saber. Éllo llama: «Brindarle el beneficio de suignorancia».

Ambos rieron.—¿Pero qué conocimientos buscáis

en particular? —inquirió el jefesarraceno.

Simon entró en el juego.—La gnosis, señor.Los ojos de Saladino adquirieron

una expresión distante.—Eso es lo que todos buscamos, mi

joven amigo. Servidor o sultán, rico o

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pobre, la gnosis es la diadema en lacorona del conocimiento.

Sus ojos recuperaron su penetrantemirada normal.

—La magia es la habilidad paraconvertir la fuerza de voluntad enacción, provocar un cambio en futurascircunstancias, mediante el ejercicio dela capacidad humana para concentrar latotalidad de sus pensamientos yconvertir eso en efecto.

Sus ojos parecían fundirse en los deSimon.

—Algunos hombres pretenden hacermal uso de ese conocimiento paraobtener poder. ¿Qué motivos tenéis vos,

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Simon de Creçy para buscar la gnosis?La respuesta de Simon fue clara y

concisa:—Ayudarme a obedecer la Voluntad

de Dios, señor.El rostro de Saladino se iluminó de

gozo. Siendo básicamente un musulmánsimple y devoto, el jefe sarraceno sesintió profundamente conmovido poraquella respuesta.

—Para eso debéis conocer a Osama.Saludo vuestra inteligencia, mi honradoe infiel amigo.

Lo que nadie sabía era que duranteaquella memorable velada, Sitt-es-Shamestuvo escuchando todas y cada una de

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las palabras que pronunciaron suhermano y sus huéspedes. Ella habíaconvencido a Simon de que lo que habíapasado entre ellos era la Voluntad deAlá, una secreta maravilla que nadiemás que ellos dos debía compartir. Loque Simon había experimentado era elsúmmum del amor humano, y ahoracomprendía que se trataba de algosagrado. Consideraba honestamente queno violaba el protocolo de su anfitrión,porque Simon cada vez estaba másconvencido de que era medio árabe yprimo de la princesa sarracena. Simonde Saint Amand creía que, mediante suamor por Sitt-es-Sham, había

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establecido contacto con su madre, laSeñora de Tiberias, fallecida hacíalargo tiempo.

Cuando le preguntó a Belami sinandarse con rodeos si aquél era elnombre de su madre, el veterano lerespondió:

—No violo ningún juramentosagrado si te lo confirmo, Simon. Enefecto, ése era el nombre de tu madre.Era una persona maravillosa y tu padrela adoraba. Me alegro de que por finsepas quién era. Si hubiese vivido,habrías conocido el milagro del tiernoamor de una madre. Sé que tu padreestaba dispuesto a abjurar del

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cristianismo para casarse comomusulmán cuando ella falleció. ¿Cómote enteraste?

—Por un milagro, Belami.Simon le explicó lo que había

sucedido.—¡Inshallah! —exclamó el

estupefacto veterano—. De Roubaixtenía razón, al decir que todo te seríarevelado en Tierra Santa.

El encuentro de Simon con Osamaquedó grabado para siempre en sumemoria. El venerable sabio vivía ensus propias dependencias en launiversidad. Allí, le cuidaban unos

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cuantos de sus devotos discípulos. Laúnica incomodidad que el ancianofilósofo sufría era la tendencia a tenerfrío. Aun durante el calor de la tarde,tenían que colocar braseros de carbónjunto a él.

Cuando el sueño le eludía, cosa queocurría a menudo, Osama analizabaoscuros puntos de la teología y lafilosofía con un pequeño grupo de«trasnochadores» que preferían estudiarcon él por la noche.

Sus razonamientos eran impecables,y sus conocimientos, profundos.Luminosos y hundidos, en parte debido ala edad y en parte a sus muchos años de

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estudio, el rasgo más sobresaliente desus facciones eran los ojos. Protegidospor los pesados párpados y las espesascejas blancas, en el fondo castañooscuro de ellos parecía brillar una luzinterior.

Simon sólo había visto algo similaren la extraña piedra del hermanoAmbrose y en los ojos con puntitosdorados de lady Elvira. En el caso deOsama, el efecto era doblementeimpresionante porque los ojos brillabanen un rostro que irradiaba sabiduría.Desde su amplia frente, coronada por elsimple turbante blanco, hasta la largabarba gris plateada de profeta, las

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ascéticas facciones de Osama imponíanrespeto e inspiraban devoción. Simonexperimentó una sensación de temor encuanto se encontró ante el sabio, y fue enaumento con cada sesión que pasaronjuntos. Cuando Osama hablaba, su dulcevoz era vibrante con una sorprendenteenergía.

—Saladino, nuestro gran jefe y mi exdiscípulo, me ha pedido que tú, Simonde Creçy, recibas un trato especial comoestudiante único y no formando parte deun grupo. Así será. ¿Puedo preguntartequé quieres que te enseñe, sí puedo?

Una ligera sonrisa flotaba en torno alos labios del sabio.

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—Honorable señor, soy un ineptoestudiante que sólo ha asimilado unospocos rudimentos básicos del saber,pero sé que podéis clarificar muchospuntos y llenar muchas lagunas en misconocimientos.

—Sin duda que lo intentaré. Megusta tu honesta humildad. Me hacerecordar a un gran maestro de tu Ordenque conocí en Damasco. Se llamabaOdó de Saint Amand, y Saladinotambién le honró por haber rehusado aser rescatado o a tomar juramento de noproseguir la lucha contra el islam.

«Evidentemente era un hombrenotable. Maimónides y yo le atendimos

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cuando contrajo una severa fiebre, pero,¡ay!, falleció. ¡Ah, sí! Son tus ojos losque me lo recuerdan. Extrañas son lasvueltas del Destino, pues tus ojos merecuerdan también a otra persona, laSeñora de Tiberias que murió de partohace muchos años. ¿Es posible que estésemparentado con Saint Amand?

—Era mi padre, señor.Simon consideró que no violaba su

sagrado juramento, pues presintió queOsama ya conocía su linaje, quizáporque le leía el pensamiento omediante una posible conversación conMaimónides y Abraham, ambos íntimosamigos del filósofo.

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Osama siguió hablando sin hacerningún otro comentario sobre lapaternidad de Simon.

—Es poco usual que un infiel seadiscípulo mío, pero Odó de SaintAmand también vino a mi altamenterecomendado por Saladino. Demostróser un inteligente discípulo. Aún lamentosu pérdida.

La mente de Simon era un torbellinocon todas aquellas extraordinariascoincidencias. Sobre todo, el hecho deque sus padres tuviesen el mismo colorde sus ojos le fascinaba, en especialporque antes hubiera esperado que sumadre, al ser sarracena, tuviese ojos

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castaños. Ello era un simple ejemplo delos extraños juegos del Destino.

—¿Puedo preguntaros, señor, sipodéis ayudarme a comprender algo dela gnosis? Abraham-ben-Isaac yMaimónides me han proporcionado unaidea básica de su estructura.

—Sé poco más que ellos al respecto—repuso el sabio, modestamente—,pero puedo intentar explicar lo que creoque es la verdad, ¡hasta donde Alá meha iluminado!

«Debes saber, Simon, que existendos fuerzas opuestas en acción dentro deti y de toda la humanidad, como unmicroscópico reflejo de todas las cosas.

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Cuando decimos: «Como arriba, asíabajo», e inversamente: «Como abajo,así arriba», tratamos de encerrar loincognoscible dentro de los límitesfinitos de nuestro limitado pensamiento.

«Los gnósticos denominamos a esasfuerzas, que son positiva y negativa,Ormudz y Ahriman, o, como las llamanen Catay, el Yin y el Yang. El Yang esde la Luz, y el Yin, de las Tinieblas.Uno se introduce en el otro como lomasculino y lo femenino. Paravisualizarlo, debes imaginarte un círculoque contiene idénticas zonas blancas ynegras; no biseccionadas, sino con lamisma zona de cada color.

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Osama dibujó un diagrama en lablanca arena que llenaba un enormecuenco llano de bronce frente a él.

El filósofo continuó:—Éste pues es el plan de tu alma, el

real tú. En parte luz, en parte oscuridad;en parte positivo, en parte negativo;mitad bueno, mitad malo. El camino delgnosticismo se denomina la Gran Obra,pues es el sendero del alquimista. Éstedebe aprender a destilar esta mezclaidéntica hasta lograr refinar toda laescoria para convertirla en oro puro.Estoy seguro de que ya aprendiste esteprincipio de labios de Abraham y deAbu-ibn-Maymun, como le conocemos

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nosotros.Simon asintió con la cabeza.Osama hizo una pausa y luego siguió

diciendo:—La gnosis es la suma total del

conocimiento. Por su misma naturalezaes incognoscible excepto para Dios,Alá, Adonai, Ainsoph o el nombre quetu religión da al principio de todas lascosas.

«Sin embargo, mediante el atentoestudio de los mecanismos del cambioque controla toda la materia y toda laenergía, un estudioso aplicado puedeobtener suficiente conocimiento, dentrodel rango de su compás mental, como

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para producir ciertos efectos en suentorno. ¿Me sigues?

Simon asintió en silencio.—Ya te deben de haber advertido

cómo debes aplicar ese conocimiento,así como cuáles deben ser lospropósitos que te guíen.

De nuevo, Simon asintió con lacabeza.

—¡Bien! Entonces, comenzaremos aaprender esas técnicas. Los judíosllaman a esos senderos el Sepiroth, elÁrbol del Conocimiento, y dan unnombre a cada Sepira, o etapa deexperiencia..., en otras palabras, cadareino del conocimiento y del saber.

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«Los persas y los judíos, queaprendieron ese concepto de losantiguos egipcios, han establecido unnúmero mínimo de siete planos delpensamiento, que es la cantidad deplanetas que sabemos que existen. Puedehaber más.

«Según me cuenta Abraham, erescapaz de alcanzar el reino creativo deNetsach a voluntad, en la forma de unaexperiencia onírica, en la cual, me dicetambién, puedes ejercer un controlefectivo sobre tus actos yobservaciones. Eso en sí mismo es unviaje a lo largo del ancho camino de lagnosis.

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—Cuando soñaba bajo la influenciade las drogas analgésicas deMaimónides —explicó Simon—,descubrí que no podía ejercer controlalguno.

Los ojos de Osama brillaron coninterés.

—Eso es un error muy común, peroen tu caso un error involuntario, en elque muchos investigadores de la verdadcaen estrepitosamente. Creen quenarcotizando la mente con la raíz de lamandrágora o comiendo el hongosagrado pueden liberar a la esencia desu ser para que vague a voluntad; encambio, claro está, como sabes por

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experiencia, lo que sucede es que lavoluntad queda aletargada por el poderde la droga, y se encuentran varados, sinvolición, en cualquier lugar dentro delos diferentes planos de la experiencia.En ese sitio yace la locura.

«Yo te enseñaré técnicas definidas;mediante la meditación, lacontemplación de símbolos sagrados yaprendiendo a reconocer lasindicaciones simbólicas en cadasendero. Eso te permitirá conocer si teengañas o si tienes absoluto control detu viaje mental. Eso es lo que loscaballeros templarios intentan lograr enlas casas capitulares de la Orden. Allí,

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practican rituales mágicos en grupo.Simon estaba perplejo. Nunca se le

había ocurrido que los templarios fuesenmagos.

Osama insistió en ese punto.—El error radica en los motivos que

tienen para hacerlo. En la épocatemprana de la Orden, cuando lapobreza y el celibato eran sus principiosguías, esas férreas disciplinas forjaron alos primeros templarios fundadoreshasta convertirles en hombres de unagran fuerza de voluntad. Sus propósitoseran impecables y con toda seriedadbuscaron y encontraron la gnosis, aquíen Oriente. Algunos dicen que Hugues

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de Payen y Godefroi de Saint Omer,junto con otros, encontraron la perdidaArca de la Alianza, oculta entre lasminas del Templo de Salomón enJerusalén. Eso puede ser así. Peroinnegablemente la Ciudad Santa es tansagrada para nosotros, el pueblomusulmán, como lo es para loscristianos y judíos. Por lo tanto,nosotros respetamos lo que lostemplarios trataban de hacer.

«La Piedra de Abraham es el sitiodonde tu religión comenzó como unaentidad social, y donde se fundó tambiénnuestra religión. Se cree que Jesús dijoa Pedro, el pescador de Galilea: «Tú

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eres la Piedra sobre la que construiré miIglesia».

«La religión judía original devuestro Señor también se fundó sobreuna piedra, la Piedra de Abraham. Lamisma piedra donde Mahoma, elfundador de nuestra fe, fue llevado porlos ángeles en un sueño con el fin defundar, o de hacerla realidad si loprefieres, la Fe del Islam.

«En cada caso, los motivos deAbraham, de Jesús o de Mahoma eraninmaculados, impecables y generosos.Lo que hacían, según creían, era cumplirla Voluntad de Dios. Pero, en el caso delos Capítulos de los templarios, el

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propósito original de dedicacióndesinteresada a la Voluntad de Diosactualmente ha conducido a la parte másoscura de su religión: la búsqueda delpoder temporal y la ventaja política. Supoderosa flota surca los mares en buscade ganancias y beneficios; su intrincadosistema de plazas fuertes protectoras alo largo de las rutas de peregrinaje sirvepara vigilar el traslado de grandesriquezas así como también evitar que losperegrinos vulnerables sufran daño.

«Los propósitos de los templarios yano son impecables, aun cuando sabenbien cómo utilizar los poderes mágicosbásicos que se les dieron para que

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estudiaran la gnosis.La voz de Osama se agudizó:—Te digo, hijo mío, que un día no

muy lejano, cuando las cruzadas ya no selibren más por la fe, sino sólo por lasganancias, los templarios serándestruidos por la avaricia de los demás,sus templos serán derrumbados, y susnombres y su reputación, denostados.

Simon estaba muy afectado.—Pero fue deseo de mi padre que

me convirtiese en caballero templario.Yo pretendo seguir el camino de labúsqueda del Santo Grial.

Su voz delataba su profundacongoja. Los ojos de Osama brillaban

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con compasión.—Y así lo harás, Simon.

Cada día que pasaba en compañía deOsama era un periodo deautoconocimiento. Simon aprendió mássobre sus defectos y sus fuerzas con laguía del sabio que nunca antes, nisiquiera con la ayuda de Abraham yMaimónides. Fue un tiempomaravilloso; un interludio mágico, comodebe ser entendida y practicada; sobretodo, fue un tiempo cósmico, el ordentotal del pensamiento, unido con el amora Dios.

Una vez más, junto con la esencia de

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la filosofía de los gnósticos, Simonpracticó la aplicación de todos losprincipios del Cosmos. La matemática,la astronomía, la arquitectura y losprincipios básicos de la medicina, todoadquirió un nuevo significado a la luz dela gnosis.

El joven normando ahora sabía quenunca seguiría el actual sendero de lostemplarios. Por supuesto que seguiríaprotegiendo los caminos de peregrinaje,pues por eso había tomado los votoscomo servidor de la orden. Simon jamásabjuraría de su fe cristiana, por lo quecontinuaría luchando contra los paganos,a pesar de lo mucho que ahora les

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respetaba. Bregaría por recuperar denuevo Jerusalén y la Vera Cruz, perosería mucho más compasivo para conlos paganos; del mismo modo queSaladino y sus sabios maestros lo habíansido para él.

Simon había maduradoverdaderamente hasta llegar a la plenaflor de su caballerosa masculinidad.Sobre todo, había conocido el amor deuna gran dama. Estaba cerca el momentode su reincorporación a la Cruzada.

Había transcurrido más de un añodesde los horrorosos sucesos de Hittin.A fines de 1188, Simon le dijo aBelami, que estuvo esperando

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pacientemente su decisión, que deseabavolver a unirse a las fuerzas templariasen Acre.

Juntos, solicitaron de inmediatoaudiencia para ver a Saladino. El sultánya sospechaba lo que sus huéspedesquerían decirle. Les saludócordialmente.

—¿Qué puedo hacer por vosotros,amigos míos?

Simon, de acuerdo con lo acordado,actuó de portavoz.

—Señor hemos gozado de vuestraespléndida hospitalidad por más de unaño. Ha sido una temporada de enormeplacer y hemos conocido muchas cosas

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maravillosas. Por todo ello os estamosmuy agradecidos.

Saladino les observaba conexpresión burlona, mientras una ligerasonrisa se insinuaba en las comisuras desus labios.

—Me encanta que mi humildehospitalidad os haya complacido —dijo,sin ironía. Miró a Belami—. Confío enque habréis gozado con las bellezas deDamasco, servidor Belami.

El veterano sonrió, sabiendo a loque se refería Saladino.

—Nunca había visto tantaspreciosidades antes, señor, ni me habíasentido mejor a causa de ello.

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La risa del sultán procedíadirectamente de su vientre.

—Eso me ha informado el capitán dela guardia. Sois extremadamente popularentre las damas, servidor Belami.

La sonrisa de Belami era más ampliaque nunca. Saladino se dirigió a Simon:

—Osama tiene un elevado conceptode vos, servidor Simon. Me dice quevuestra aptitud para el aprendizaje lerecuerda la mía, cuando era discípulosuyo, hace muchos años. —Se inclinóhacia adelante—. Me gustaría quepasarais unas cuantas tardes conmigo,comentando los puntos más delicados dela gnosis, y que me dijerais vuestro

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parecer con respecto a lo que os ha sidorevelado.

Simon le dio las graciastartamudeando. Saladino le hacía un altohonor. Belami estaba orgulloso yencantado.

—Ahora, decidme —pidió el sultán—, ¿por qué habéis pedido estaaudiencia?

Simon habló sin vacilación.—Ambos consideramos que ha

llegado el momento de volver paracumplir con nuestro deber.

Saladino asintió pensativamente conla cabeza.

—Comprendo vuestra inquietud,

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amigos míos. Pero también tenéis quecomprender la mía. Devolver a dosguerreros tan cabales, para que luchencontra mí, sería una tontería. No soismis prisioneros, sino mis huéspedes dehonor; sin embargo, habéis juradorestaurar vuestro reino cristiano enJerusalén y volver a recuperar vuestrosímbolo sagrado, la Vera Cruz.

«Por lo tanto, es inevitable quevolváis a ser, una vez más, misdeclarados adversarios. Eso quieredecir que muchos de mis soldadospueden morir bajo vuestra hacha deguerra, espada o lanza. Tambiénrecuerdo vuestra destreza en el uso del

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arco, servidor Simon. Por todo ello,debo haceros una proposición.

Los templarios esperaronexpectantes mientras Saladino sopesabacuidadosamente sus próximas palabras.

—Os ofrezco a ambos la fe delislam.

Aquél era un honor que sólo ofrecíaa unos pocos elegidos. Los dosservidores se quedaron sin habla. Elsultán miró fijamente a Simon,escrutando con sus ojos lo más hondo desu mente.

—Tengo razones para creer que vos,servidor Simon, os quedaríais gustosoentre nuestros sabios por el resto de

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vuestra vida. Sé que vos, servidorBelami, sois absolutamente fiel aljuramento de proteger a vuestro jovenservidor con la vida.

Ambos asintieron con la cabeza.—Hice votos de proteger a Simon,

sin importar lo que sucediera —dijoBelami.

Los labios de Saladino sedistendieron en una amplia sonrisa.

—Entonces, Simon de Creçy..., ¿odebería decir, Simon de Saint Amand?,hijo de un hombre por quien tambiénsentí gran respeto y honor..., si vosdecidís quedaros, sea que os convirtáisal islamismo o no, el servidor Belami

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hará lo mismo.De nuevo el veterano asintió.Saladino se acercó a Simon y le

puso las manos sobre los anchoshombros.

—Mi joven guerrero y amigo, sidesearais adoptar la fe del islam, nopondría obstáculo alguno para que oscasarais con una dama musulmana. —Hizo una pausa elocuente—. Aun con unmiembro de mi propia familia.

Simon se sonrojó. Saladino leabrazó.

—De vos depende, pues, que optéisentre vuestro amor al saber y el amor deuna mujer, y vuestro deber para

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convertiros de nuevo en mi declaradoenemigo.

La mente de Simon era un torbellino.El sultán advirtió su confusión.

—Naturalmente, no tenéis que tomarla decisión en este preciso momento.Venid a verme esta noche, solo o ambos,como queráis. Como muestra de lomucho que confío en vosotros y de lomucho que os respeto, podéis venirarmados y dormir en la habitacióncontigua a la mía.

Los templarios se miraron el uno alotro, saludaron e hicieron la formalobeisance a Saladino y abandonaron lasala.

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De vuelta en sus aposentos, Belamidijo:

—He aquí el hombre más notableque haya conocido nunca. Comparándolecon nuestro Gran Maestro, el malditoGerard de Ridefort, dudo de la validezde mi juramento como templario. Sinembargo, una vez tomado, ese juramentosólo se puede revocar mediante unaresolución formal del propio GranMaestro, sea quien fuere.

«Pero, Simon, también formulé eljuramento sagrado de protegerte,querido ahijado, y si decides quedarte,debo hacer honor a ese sagradojuramento sobre todo lo demás..., pues

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le di mi palabra de honor a mireverenciado Gran Maestro Odó deSaint Amand.

—¡Pobre Belami! —dijo Simon—.Parece que llevas las de perder porambas partes.

—Mejor di, Simon, que llevo las deganar por ambas partes. Mientras tengaclara la conciencia, estoy tranquilo. Túdecides, querido ahijado.

—Amo a Sitt-es-Sham y sé que ellatambién me ama. Ahora sé que si meconvirtiese al islamismo, Saladino meaceptaría como su cuñado.

«Asimismo, amo el saber, y aquí, enla Tierra Santa del islam, se encuentra el

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centro de la gnosis, la Fuente delConocimiento.

Belami se inclinó hacia adelante,con una expresión llena de compasión.Conocía la lucha que se estaba librandoen la mente de su ahijado.

—No obstante —siguió Simon—, mipadre quería que fuese un caballerotemplario y, como servidor templario,he formulado el voto de alianza a laOrden. Por lo tanto, no tengo más opciónque regresar al cuartel general de laOrden en Acre.

Belami se tranquilizó.—Sabía que dirías eso, Simon. Eres

sin duda hijo de tu padre. —El veterano

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le cogió por los hombros—. Ve ymantén una discusión erudita conSaladino. Será mejor que no teacompañe. —La sonrisa del viejosoldado se tornó más amplia—.Además, si debemos regresar a Acre,debo gozar de las bellezas de Damascotodo cuanto pueda.

Belami volvió a disfrutar de lasdelicias de sus huríes y, esa noche,Simon se presentó en los aposentosreales de Saladino.

El sultán estaba en su mejor forma.Comentaron sus respectivas actitudescon respecto al gnosticismo hasta bienentrada la noche. Como ambos eran

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sabios por naturaleza, a pesar de serguerreros sus opiniones las vertían y lasrecibían con honrada humildad yequivalente respeto. Había pocodesacuerdo entre ellos, pues ambosseguían el mismo camino amplio. Laúnica diferencia residía en su personalenfoque al gnosticismo. Saladino seservía del Corán como palabra de Dios;Simon, de la Santa Biblia.

Los dos profetas a quienes seguíanhabían interpretado la gnosis a sumanera; sin embargo, los principiosbásicos eran idénticos.

La verdad, la compasión, la piedad yel amor de Dios eran los requisitos

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fundamentales para la gran obra de laDivina Alquimia.

Un afecto auténtico había nacidoentre los dos hombres, el musulmán y elinfiel. Su respeto mutuo acortaba losaños de diferencia que existían entreambos. Saladino estaba al filo de lacincuentena. El estudio y los duroscombates habían constituido su cargacotidiana. A pesar de ser fuerte, elcuerpo del líder sarraceno había sufridoel castigo de las fiebres y las tensiones.Ya no era tan resistente como otrora.

Durante el tiempo que estuvieroncon él, cuando Saladino no se hallabaactivamente embarcado en la segunda

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Jehad, había enseñado a ambostemplarios a jugar al polo o, como lellamaban los sarracenos, al malí. Era sudeporte favorito, y él, un consagradojugador. El líder sarraceno considerabael juego como una especie de ajedrez derápidos movimientos.

El gran tablero de ajedrez, porcierto, a menudo ocupaba las horas queSaladino tenía libres. Durante lassemanas de conversaciones filosóficas,Simon gozó confrontando su ingenio conel de su anfitrión, que jugaba utilizandohábiles estrategias.

También el servidor veterano mancohabía dominado el juego de polo, pero

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él ya había practicado antes aquel juego.Era un placer ver cómo el poderosobrazo derecho de Belami metía la pelotaentre los postes del arco con lavelocidad de una piedra lanzada con unahonda. Sin embargo, el servidor mayorno disfrutaba jugando al ajedrez.

—Soy hombre de acción inmediata—decía con voz lastimera—. Haydemasiadas maquinaciones yestratagemas para mi gusto.

Simon disfrutó inmensamente eltiempo que pasó con Saladino. La últimanoche que estuvieron juntos, luego deuna estimulante discusión sobre losméritos y desmerecimientos de las

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diferentes razas de caballos, Simon seretiró con renuencia al cuarto contiguodonde tenía su cama.

Saladino tenía que madrugar parapartir de nuevo en una campaña contraKrak des Chevaliers. De ahí que seacostara temprano. Ambos tenían elsueño ligero y dormían con las armas alalcance de la mano.

En el exterior de sus respectivasrecámaras, los centinelas montabanguardia. Poco después de la una, en lasperdidas horas de oscuridad, cuando elcuerpo recobra las energías que hagastado durante el día y no es prudentetomar decisiones, Simon se despertó. Se

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puso instantáneamente alerta.Con la extrema sensibilidad recién

adquirida como consecuencia delpasado encuentro cercano con la muerte,su espíritu era capaz de explorar la zonaque le rodeaba aun cuando dormía.Simon presintió la presencia de su padremuerto, que le advertía de un peligro.

Algo, o alguien, se movíasigilosamente entre las sombras de lascortinas que separaban su dormitorio dela alcoba de Saladino.

Simon actuó rápida ysilenciosamente, a punto de sacar ladaga de la vaina. Estaba seguro de quese trataba de un Asesino, que había

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entrado con la intención de matar aSaladino.

Cruzó la estancia con tres zancadas yseparó la cortina divisoria. De pie juntoa la cama del sultán, una figura delgada,esquelética y oscura saboreaba elmomento del crimen. Una mano huesudacomo una garra se elevó con la dagaritual y quedó en suspenso para hundirseen el cuerpo del líder sarraceno, ajeno alo que sucedía.

El brazo derecho de Simondescribió un arco de atrás haciaadelante, en un movimiento fugaz.

El sonido de aquel movimientodistrajo la atención del Asesino de su

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objetivo durante una fracción desegundo. La daga de Simon se clavó delleno en su garganta. Belami le habíaenseñado bien.

La delgada figura del Asesino seelevó en el aire, con los piesseparándose del suelo por la fuerza delgolpe. Su cuerpo cayó de espaldas sobreel piso de mosaicos. Sólo un gritoahogado salió de sus labios.

Saladino había saltado de la camamientras su posible asesino caía. Elsultán se hizo cargo inmediatamente delo que ocurría y grito:

—¡Alarma!De inmediato, espada en mano,

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Saladino se dispuso a afrontar laposibilidad de un segundo ataque, pueslos Asesinos solían actuar en equipos dedos hombres.

Advirtió lo que Simon había hecho.El rostro de Saladino se iluminó con unaexpresión de agradecimiento al tiempoque saludaba al normando.

—Os debo la vida, Simon de SaintAmand —dijo, pasando el brazo sobrelos hombros de su joven protector—.Primero salvasteis a mi hermana y ahoraa mí. Los ayyubids estarán eternamenteen deuda con vos.

Para entonces, la guardia del sultánya se había precipitado dentro de la

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habitación. Al ver cuán cerca habíaestado Saladino de la muerte, sepusieron a llorar de mortificación.También ellos esperaban la muertecomo castigo por su descuido.

Saladino se mostró compasivo.—Estos Asesinos son brujos. Se

mueven sin ser vistos, se vuelveninvisibles, como fantasmas. ¿Dónde estáel otro criminal? Esos asesinos siempreactúan en pareja.

La voz de Simon le interrumpiógritando:

—¡Delante de vos, señor!Y en seguida se abalanzó sobre un

guardián alto, de barba roja con un

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parche negro sobre un ojo, cuya espadadesenvainada se iba alzandoimperceptiblemente. Simon en seguidale reconoció como al segundo Asesino,pues era uno de los que integraba elequipo en el atentado contra la vida deRobert de Barres en Acre.

El sorprendido guardia fue cogidopor sorpresa. Los dedos de Simonaferraron la mano armada con fuerzaférrea. Simultáneamente, la manoizquierda del templario cayó de costadocontra el puente de la nariz del guardiántuerto.

Sin decir ni una palabra, el Asesinose desplomó sobre el suelo en tanto la

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cimitarra de Saladino le atravesaba elvientre.

—Le reconocí, señor —dijo Simon—. En una ocasión intentó asesinar anuestro comandante.

Saladino dejó caer la cimitarra yabrazó a su infiel huésped, con los ojosllenos de lágrimas.

—¿Qué os despertó? —preguntó,simplemente.

Simon miró al sultán, y sus ojosescrutaron los de Saladino.

—Creo que fue mi padre, señor —respondió.

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17DE VUELTA AL

SERVICIO

Saladino se encontraba en un brete.Al salvarle la vida en dos ocasiones encuestión de minutos, Simon de nuevohabía dejado al sultán con una grandeuda para con él. El líder sarraceno yales debía la vida de Sitt-es-Sham a losdos servidores templarios y ahora no lequedaba otro recurso honorable salvo elde concederles la libertad si así lodeseaban.

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Hizo aún un postrer ofrecimientopara que sus amigos se convirtieran a lafe islámica.

—Sólo puedo rendiros todos loshonores que os debo si os quedáisconmigo. Con sumo gusto os nombraréemires a ambos. También os prometoque no os pediré nunca que combatáis alos cristianos. Tengo muchos otrosenemigos aparte de los cruzados.

Los templarios rehusaroncortésmente su ofrecimiento. Sabían que,si abrazaban la fe del islam, obtendríanriquezas y grandes honores, peroninguno de los dos era hombre quepudiera, o quisiera, romper su juramento

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de lealtad a su propia gente.—Muy bien —dijo Saladino, con

tristeza—. Comprendo plenamentevuestra decisión. —Dirigió unaelocuente mirada a Simon—. Sé que hayalguien cuyo corazón se llenará decongoja al saber de vuestra partida.Pero también sé que sois hombres dehonor. Por lo tanto, aplaudo vuestradecisión. Si hay algo que puedaofreceros como pequeña recompensapor todos los servicios que me habéisprestado, sólo tenéis que pedirlo.

Belami respondió:—Os estaríamos muy agradecidos si

nos prestarais un par de caballos para el

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viaje. En cuanto a lo demás, nosllevamos algo más que riquezas..., nosllevamos el recuerdo de vuestra grancompasión y bondad. Nos salvasteis lavida, señor.

Impulsivamente, Simon le cogió lamano a Saladino, y él y Belami seencontraron con que eran calurosamenteabrazados. La despedida fue muyemocionante. Después de su partida,Saladino lloró, pues los lazos decamaradería que se habían establecidoentre ellos eran muy fuertes. Para él,tenía sentido el antiguo adagio:«Camaradas en combate, amigos parasiempre».

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El sultán sentía que nunca había sidomás cierto. Simon y él habían luchadocodo a codo contra los Asesinos y, sólopor eso, el sarraceno jamás le olvidaría.En cuanto a Belami, el respeto deSaladino por su valentía y la admiraciónpor la destreza del veterano en el campode batalla eran incomparables.

Ninguno de los templarios habíaabusado nunca de la magnanimidad desu anfitrión, y entre los tres habíannacido lazos personales muy estrechosdurante los meses pasados en Damasco.

Simon presentó sus afectuososrespetos a Maimónides, a Osama y, enespecial, a Abraham, que ahora le

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consideraba como a un hijo. De nuevo,entre aquellos hombres notables, laslágrimas no fueron motivo de vergüenza.Todos lloraron la partida de Simon deDamasco. Osama, que ya tenía noventaaños, también se había dejado atraparpor el encanto generoso del normando.

—Me recuerdas mucho a tu finadopadre —le dijo, mientras temblaba anteel brasero de carbón, calentándose losviejos huesos—. Y a Salah-ed-Dintambién. Los tres habéis sido ardientesestudiosos, pero, sin embargo, tambiénerais hombres de acción. Lasexperiencias en el campo de batallaparecen haberos forjado hasta

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convertiros en un metal más noble, demodo que todos atraíais el conocimientocomo la piedra de imán. No he tenido elmismo placer al enseñar a otros. Nuncate olvidaré, Simon de Saint Amand.

Los ojos del bondadoso sabio sehabían humedecido cuando Simon lebesó la mano.

—¡Allahu Akbar! Dios es grande —murmuró a modo de despedida.

Abraham también lloró aldespedirse de Simon.

—Éstas son lágrimas estúpidas deun viejo que debería tener mejor temple.Al fin y al cabo, tu presencia física no esindispensable para que nos encontremos.

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Así lo haremos en sueños. Dios tebendiga, querido amigo. Tienes unainteligencia privilegiada y llegaráslejos, Simon, hijo mío. Seguiré tucarrera con gran interés. Toma estepresente de despedida..., una traducciónen pergamino del antiguo tratado egipciosobre las hierbas medicinales.

Maimónides también se mostróigualmente práctico: le dio a Simon dosde sus obras sobre medicina y una seriede instrumentos quirúrgicos del más finoacero de Damasco.

—Adonaí te protege, Simon —dijo—. Tienes un destino espléndido. Elúltimo encuentro de Simon con la

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Señora de Siria fue conmovedor. Ambostenían el presentimiento de que novolverían a verse nunca más.

El amor en ellos no fue egoísta. Sitt-es-Sham había deseadoapasionadamente cancelar la deuda porsu vida y su honor entregándose a suapuesto amante infiel. Al haberseenamorado locamente de Simon alhacerlo, le resultó doblemente dolorosoel momento de la despedida.

Sitt-es-Sham era una viuda joven.Había perdido a su primer marido,Omar Lahim, que falleció a causa de lafiebre dos años antes de conocer aSimon. Su matrimonio había sido

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preparado, y la hermana de Saladino fueuna esposa devota, pero el primerhombre que amó con toda el alma fue eljoven infiel. Ahora tenía casi treintaaños y estaba en plena floración de subelleza. Ella le había enseñado a Simonlo que podía ser el amor de una mujer.

—¡Mi adorado infiel! —musitó,cuando se unieron por última vez.

Hacían el amor con morosa yextática sensualidad; el gozo generosodel placer del otro había ocupado ellugar de su temprana pasión.

Su última noche juntos había sido tansatisfactoria, que les permitió separarsesin el resquemor terrible que

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experimentan los amantes cuando sedespiden insatisfechos.

Simon nunca olvidaría su belleza, sudulzura y su amorosa afabilidad.Siempre sería su amada Señora de Siria.

Toda su vida, Sitt-es-Sham amaría asu apuesto templario, pero, como erauna mujer excepcional, también sentíapor Simon el dolor de una madre por lapérdida de su hijo.

Ella lo había sido todo para él. Lehabía despertado al amor y enseñado lassutilezas de su belleza. Le había cuidadoy curado las heridas y, sobre todo, habíacolmado todas las expectativas deSimon.

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A pesar de haber pasado la infanciasin la presencia de mujeres y de suobligada castidad en la adolescencia,Sitt-es-Sham le había puesto en contactocon su bendita Madre-Tierra y, con ello,le había convertido en una personacabal. Ella fue amante, enfermera ymadre para su amado infiel y él siemprecontaría con su amor.

Mientras se sucedían esas tristesdespedidas, Belami también había dadolos besos de despedida a las tresdeliciosas huríes que le habían brindadoplacer durante sus largos meses enDamasco.

Cada una de ellas estaba convencida

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de que era la única mujer que él habíaamado. Aquél era otro notable don queBelami poseía.

Al día siguiente, los templariosabandonaban Damasco, mientras se lesrendían todos los honores que sólo sedestinaban a los invitados más selectosde Saladino. Trompetas, tambores ycímbalos anunciaron su partida, en tantoellos, montados en magníficos caballosárabes blancos, salían por las puertas dela ciudad y se dirigían hacia Acre.

Saladino estaba solo en la torre másalta de la ciudad y les saludaba con lamano, los ojos llenos de lágrimas.

Esa noche acamparon en Hunin, cuyo

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castillo, Neuf Cháteau, se encontraba enmanos de los sarracenos. Al amanecer,se pusieron las sobrevestas negras ycabalgaron con el sol a sus espaldas.Una vez más, volvían a ser templarios.

Con el fin de que pasaran sanos ysalvos entre las múltiples patrullassarracenas que recorrían aquellosterritorios, fueron escoltados hasta lavista de las murallas de Acre. Allí, losmamelucos frenaron sus monturas, lessaludaron y, dando media vuelta,espolearon a los caballos en dirección aDamasco.

Simon y Belami ya habían pasadosin obstáculos a través de las líneas

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sarracenas y ahora avanzaban al pasopor el desierto que separaba a los dosejércitos, hacia el campamento de DeLusignan.

El ejército cruzado estabaatrincherado alrededor del costadooriental de Acre, con «zapas» ytrincheras en zigzag cavadas a través delas playas de la bahía del sectormeridional. Ello significaba que a laguarnición sarracena de Acre sólo se lapodía abastecer eficazmente por mar.

El ejército de Saladino, bajo elmando de Taki-ed-Din, se hallabaconcentrado en torno a la alta planiciede Kahn-el-Ayadich, al este del ejército

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de los cruzados.Cuando Saladino tomó Acre en julio

de 1187, cuatro días después de labatalla de Hittin, dejó una fuerteguarnición a cargo de la ciudad.Entonces partió para conquistarJerusalén y Ascalón, y sólo fracasó alintentar apoderarse de Tiro, el otropuerto importante para el desembarco derefuerzos destinados a los Cruzados,cuando Conrad de Montferrat llegó pormar con su pequeño ejército y asumió ladefensa del puerto. Aquello fue un gravegolpe para los sarracenos, que, comosus predecesores al mando de Saladino,decidieron abandonar la campaña y

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regresar a casa para pasar el invierno. Apesar de las protestas y las advertenciasdel sultán, la mitad de su enormeejército virtualmente se desvaneció dela noche a la mañana. De repente seencontró sin poder.

Mientras tanto, el rey Guy deLusignan había formado un ejército, queposteriormente reforzó con la flotasiciliana, la cual se hizo presente paraaliviar la presión que los conquistadoressarracenos del sultán ejercían contra loscruzados.

Luego se le unieron los pisanos deTiro y un inesperado conjunto decincuenta naves, gobernadas por daneses

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y frisios, que transportaban diez milcruzados más, de los cuales una pequeñaproporción eran caballeros.

Eso proporcionó a De Lusignan unosveinte mil hombres en total, una variadaserie de lanceros, mercenarios,auxiliares y peregrinos armados, asícomo unos setecientos caballeros. Entreéstos se encontraban guerreros tanavezados como sir James de Avesnes, elfornido obispo de Beauvais y elmisterioso «Caballero Verde», un nobleespañol que guardó el anonimato durantetodo el tiempo que permaneció en TierraSanta, todo vestido de verde y luchandocomo diez hombres.

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Simon y Belami llegaron alcampamento, donde fueron saludadoscon incrédulos gritos de reconocimientopor parte de quienes les conocían. Al finy al cabo, habían transcurrido casi dosaños desde que se les dio pordesaparecidos después de la batalla deHittin.

Los servidores templarios sepresentaron enseguida ante su granMaestro que, para disgusto de Belami,seguía siendo Gerard de Ridefort. Sinembargo, la adversidad había cambiadode alguna manera a aquel arroganteindividuo, que, sorprendentemente, lesrecibió con entusiasmo.

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—¿Cómo lograsteis sobrevivir? —fue como es natural su primera pregunta.

—Con la ayuda de Dios —repusoBelami— y en virtud de la enormebondad y compasión del sultán Saladino.

—Su hermana Sitt-es-Sham y sumédico personal Maimónides nossalvaron la vida al hacernos recuperarla salud.

Simon explicó lo ocurrido tanbrevemente como pudo.

—¿Hicisteis juramento de lealtad ode no agresión a Saladino? —preguntóDe Ridefort—. De ser así, yo osabsuelvo: Saladino es un pagano.

Ambos servidores le miraron

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fríamente.—No hicimos tal juramento. El

sultán no nos lo impuso. Libremente nospermitió regresar, sabiendoperfectamente que continuaremosluchando contra él —dijo Belami,secamente.

—Como sea que le habíamossalvado la vida a su hermana al seratacada por los hombres de DeChátillon, el sultán consideró que debíadarnos la libertad. Es un hombrehonorable —agregó Simon.

De Ridefort pasó por alto elimplícito rechazo de su ofrecimiento deabsolverles.

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—Dos años es mucho tiempo —dijo,pensativamente—. ¿Fuisteis susprisioneros pues?

—¡No! —exclamó Belami—.Fuimos sus huéspedes de honor y comotales fuimos tratados. Sólo después queel servidor De Creçy salvó al sultán deun atentado de los Asesinos, Saladinoaccedió a que volviéramos a unirnos anuestra Orden, sin tomarnos juramentode lealtad ni de no agresión.

La cara del Gran Maestro enrojecióintensamente.

—Servidor De Creçy, ¿por quédemonios evitasteis que los asesinos deSaladino efectuaran lo que hemos estado

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tratando de hacer durante años?Simon miró a De Ridefort

directamente a los ojos.—Porque era uno de los Asesinos de

Sinan-al-Raschid quien se disponía amatar al sultán —respondió, confrialdad—. Y el Gran Maestro de losAsesinos es tan enemigo nuestro comoSaladino. Matar al líder sarraceno sólohubiera redundado en favor del culto delos Asesinos; en cambio, Saladinogustosamente se aliaría con lacristiandad para aplastar el monstruosorégimen de Sinan-al-Raschid.Instintivamente, me puse de parte deSaladino.

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Era obvio que Simon daba unaexplicación veraz del caso. De Ridefortaceptó con renuencia sus palabrasporque sabía que reflejaban la verdad.Aquellos dos templarios, el joven y elviejo, eran hombres honorables quehabían combatido valientemente enHittin, y él les había dado por muertosen el ensangrentado campo de batallacuando escapó. Su informe era conciso ysin adornos retóricos. Llevaba el sellode la autenticidad.

De Ridefort era lo suficientementeinteligente como para darse cuenta deque era un Gran Maestro afortunado alcontar con hombres tales como aquellos

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dos servidores templarios que ahora seunían a él. Necesitaba urgentementejinetes experimentados, y tanto Belamicomo Simon eran unos magníficoscomandantes de tropas. Al no tener otraalternativa, De Ridefort les saludó y lesabrazó formalmente. Luego les llevó aver al rey Guy de Lusignan, a quien lerepitieron su extraordinaria historia.

—Estamos tratando con un hombrenotable —comentó el rey,pensativamente—. Saladino es resueltoy diestro en el combate; en los Cuernosde Hittin nos enseñó esa terriblelección. Con todo, el sultán es unapersona compasiva. Vos, Gerard, y yo le

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debemos la vida. Le rindo honores porsu gran compasión.

Se volvió hacia los servidorestemplarios.

—¿Seguiréis combatiendo al paladínde los sarracenos? —inquirió.

—Estamos ligados a nuestra Ordenpor nuestros votos, majestad —dijoBelami—. Sé que hablo por el servidorDe Creçy si digo: ¡nosotros luchamospor la cristiandad!

Ambos templarios desenvainaron lasespadas y saludaron al rey. Como señalde reconocimiento, Guy de Lusignan lesdevolvió el gesto.

Luego, cuando estuvieron solos,

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Belami dijo:—Si no fuese por nuestro sagrado

juramento, quién sabe en qué bandopreferiría luchar.

Simon asintió gravemente.Su nuevo alojamiento fue una tienda

agujereada, plantada detrás de lasbarricadas de tierra que formaban partede una extensa red de trincheras abiertasen la parte de tierra de Acre.

Los cruzados habían avanzadopenosamente mediante la excavación deaquellas barricadas, hasta llegar a ladistancia de un tiro de flecha de lasmurallas de la ciudad. Ello les manteníafuera del alcance de cualquier proyectil

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salvo las livianas flechas de losarqueros de la guarnición, que por logeneral no lograban atravesar las cotasde malla ni los cascos de acero.Inversamente, sus flechas más pesadaspodían alcanzar a los sarracenosapostados en las almenas de lasmurallas de la ciudad.

El sitio se había convertido en unintercambio de tiros dispersos y deconatos de lucha, y el hambre era ahorael más poderoso enemigo de loscruzados.

Mientras tanto, los hombres deSaladino estuvieron esperando lallegada de refuerzos, contando con las

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tropas que regresarían después deldescanso invernal.

El jefe sarraceno, durante sucampaña contra Jerusalén, Tiro,Ascalón, Belvoir y otras plazas fuertesde los cruzados, había vuelto a Damascounas cuantas veces. Fue en esasocasiones cuando se reunía con Simon yBelami. Ahora, una vez más, seencontraban enfrentando a Saladino, almando de sus fuerzas de relevo, en laalta planicie al este de Acre.Experimentaban una extraña sensación.Simon rogaba por no tener queencontrarse cara a cara con Saladino enel campo de batalla, porque sabía que

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ahora no sería capaz de matarle. Belamisentía exactamente lo mismo.

—Le debemos la vida —comentó—.Antes morir que no pagar esa deuda.

Simon compartió sus dichos de todocorazón.

El hambre sólo pudo evitarse cuandolas naves de las Cruzadas rompieron elbloqueo sarraceno, después de unabatalla feroz contra el almirante Lulu.Les llevaron provisiones, monturas ypertrechos militares, para el ejércitositiado, que estaba al borde de sucapacidad de resistencia. Habíanllegado al extremo de tener que comerselos propios caballos de guerra.

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Los bien venidos refuerzos elevaronla moral de De Lusignan y, en cuantopudiese volver a recuperar las fuerzassu pequeño ejército, planeaba atacar elejército de tierra de Saladino.

Esta vez, al menos, escuchó vocesmás experimentadas que la de DeRidefort.

De Chátillon estaba muerto yRaimundo III de Trípoli había fallecidode pena después de la batalla de Hittin.De Lusignan había aprendido a ser máscauto, si bien no más diestro en elcampo de batalla.

De Ridefort también estaba másmanso, y prestó oídos a los consejos

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tácticos de sus experimentadosservidores. Había aprendido la duralección de que en el nivel táctico, asícomo en el nivel de mando estratégico,nada podía sustituir a la experiencia.Los servidores templarios, diestros entácticas y estrategias, tenían que serescuchados. Eligieron a Belami para quehablara en nombre de todos.

—Honorable Gran Maestro —dijo—, Saladino es un maestro en tácticasde caballería. Las pesadas cargas denuestros caballeros resultan anticuadas.Al dirigirse contra la formación enmedia luna de los sarracenos, comovimos en Hittin, la carga de la caballería

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de los cruzados gasta sus energías en elvacío. Luego, cuando nuestra punta delanza de ataque ha penetrado en susfilas, los escaramuzadores dan la vueltay nos atacan por todas partes.

«Si tenéis que atacar a la viejausanza, al menos hacedlo por oleadas,cada una formada por un grupocompacto de lanceros, digamos desesenta a cien jinetes a la vez. Cadaoleada debe quedar separada unasdoscientas yardas de la siguiente, demanera que, mientras los sarracenosabren su formación para dejar entrar a laprimera oleada, la segunda les ataca porun flanco y la tercera por el otro, y así

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sucesivamente, una oleada tras otra.«Eso da tiempo para volver a

formarse para cada carga, girar enredondo y atacar a los sarracenos desdela retaguardia.

«De los setecientos caballeros,respaldados por otros mil lancerosturcos, podéis mantener una fuertereserva de hombres listos para repetir lamaniobra tantas veces como seanecesario.

«Al mismo tiempo, si montáisalgunos arqueros en la grupa de loscaballos de cada oleada, podréis lanzaruna lluvia de flechas contra la caballeríapesada musulmana.

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«Apuntad a los caballos, comohacen ellos con nosotros. Si losderribáis, la caballería sarracena seconvertirá en infantería, tal como nossucedió a nosotros en los Cuernos deHittin.

Por una vez, los comandantescruzados escucharon y algunosestuvieron de acuerdo en probar lanueva táctica, pero ante la indignaciónde Belami, los demás fueron demasiadoimpetuosos y lanzaron el ataque antes dehaber dominado la técnica del uso de lascolumnas volantes. A pesar de todo,tuvieron más éxito que anteriormente.

Su principal adversario era Taki-ed-

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Din.Belami comandaba cien lanceros

turcos, y Simon, cincuenta más. Elnormando no había logrado reponer suarco mortífero porque no se conseguíamadera de tejo en ultramar, peroencontró una madera de limonero quepodía sustituirla relativamente. Noposeía la potencia de su antiguo arco,pero a pesar de todo era un armaformidable. Tenía seis docenas deflechas de una yarda fabricadas por unartesano danés que había llegado juntocon los refuerzos. Así que cuando DeLusignan avanzó finalmente contra lossarracenos, Simon llevaba dos aljabas

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llenas de flechas, una a la espalda y laotra atada a la silla de su nuevo caballoárabe. Era uno de los dos sementalesblancos que le había regalado Saladino.Simon bautizó a sus monturas Cástor yPólux, por las estrellas gemelas.

El temible Conrad de Montferrathabía llegado con sus tropas de Tiro,para unirse a De Lusignan y De Ridefort.Con ello el ejército franco excedía a losveinte mil hombres, incluyendo un millarde caballeros y unos dos mil lanceros,servidores, lanceros turcos y otrosauxiliares.

Frente a ellos tenían a Taki-ed-Din,que había salido con seis mil soldados

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de caballería en un ataque tentativo.Detrás de él se encontraba el grueso delas fuerzas de Saladino, más de treintamil hombres, dispuestos a intervenir siera necesario.

Ante la insistencia de Belami, DeRidefort persuadió al rey para quedejase una fuerza de resistencia en laretaguardia, de manera que, si Saladinotriunfaba, el campamento de loscruzados sería sólidamente defendido.

Por lo menos De Lusignan habíapuesto en práctica la sugerencia de lostemplarios del ataque por oleadas, y loscruzados avanzaron en cuatro divisionesseparadas. Si el rey hubiese subdividido

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cada división en puntas de lanza máspequeñas, de un centenar de caballeroscada uno, habría ganado la batalla. Enrealidad, el conflicto casi terminó másen derrota que en victoria, pero almenos no fue un desastre total.

No habían tenido tiempo suficientecomo para instruir a todas las fuerzassegún la maniobra propuesta porBelami, pero los dos servidores fueroncapaces de preparar a otros cienarqueros más para que actuaran con suspropios lanceros turcos.

Al llegar el instante de avanzarcontra las columnas de caballeríapesada de Taki-ed-Din, la fuerza franca

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salió detrás de su infantería y se acercólentamente al campo de batalla elegido.

El astuto Conrad de Montferrat, queahora había resuelto combatir junto alrey Guy, aunque no bajo su mando, atacócon una fuerza compacta quecomprendía a doscientos arquerosgenoveses, los mejores del mundo.

—Tenemos una oportunidad —dijoBelami—, pero aún queda en manos deDios si podremos penetrar en el gruesode las fuerzas de Saladino sin perdermuchos lanceros en el intento.

El veterano presintió el momentocuando De Montferrat aceleró la marchapara atacar. Con enojo, comprendió que

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era demasiado pronto.—¡Judas Iscariote! —exclamó

Belami—. ¡Les ataca demasiado pronto,con toda la caballería! ¿Por qué esosimbéciles hijos de puta no nosescuchan?

—Al fin y al cabo, Belami —arguyóSimon, con sorna—, nosotros sólosomos servidores. Dios quiera que estono sea otro Hittin! Ahora no tenemosmás remedio que apoyar a DeMontferrat. Así que adelante.

El normando empuñó la lanza yordenó a su columna volante queatacara. Belami lanzó un juramento y lesiguió.

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Los caballeros francos atravesaronlas líneas de su propia infantería, queprestamente habían abierto una brechapara dejarles pasar. Los cruzadosavanzaban atronando, tan juntos unos deotros, que sus miembros protegidos porlas cotas de malla a menudo rozaban losde sus camaradas, que cabalgaban ladoa lado.

Taki-ed-Din aguardó hasta que lavanguardia de los atacantes se hallaracerca y entonces abrió sus filascentrales. La masa de cruzados,envueltos en la polvaredaenceguecedora que levantaban, seprecipitó a través de la brecha, para que

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su tremendo impulso se esfumara en elllano que se abría más allá. Seexpandieron como un abanico,dividiéndose en grupos desorganizados.Los bien entrenados sarracenosinmediatamente dieron la vuelta y seabalanzaron sobre ellos. Una lluvia deflechas de los escaramuzadores pasósilbando en torno a los hombres de DeMontferrat. Muchas de las monturascayeron y lanzaron a los jinetes al suelo,donde permanecían medio aturdidos,convertidos en blanco fácil de losarqueros montados sarracenos.

Una segunda oleada de la caballeríafranca chocó contra las fuerzas

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sarracenas y abatió a muchos de loslanceros de Taki-ed-Din Pero, una vezmás, los sarracenos abrieron sus filas yel principal impacto de la segundaoleada de los cruzados también seperdió en el espacio vacío.

Esta vez, el grupo disperso decaballeros cristianos siguió valle arribacon De Ridefort a la cabeza.Rápidamente se convirtieron en unamultitud desorganizada.

Las divisiones tercera y cuarta de lacaballería pesada se abrieron paso agolpe de lanza a través de las fuerzassarracenas dispuestas en forma de medialuna, y encontraron resistencia suficiente

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como para dispersar a la caballeríapesada de los paganos.

Belami y Simon condujeron a suscolumnas volantes directamente a travésde los desmoralizados sarracenos,mientras los arqueros montados en lagrupa de los caballos disparabanfuertemente sobre los sorprendidosescaramuzadores musulmanes. Muchosde ellos caían chillando, para encontrarla muerte bajo las patas de los corcelesde guerra francos.

Los arqueros desmontaban paravolver a armar los arcos y a pie,disparaban una segunda andanada deflechas, que dejaron vacías más sillas

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sarracenas.La fuerza de los cruzados siguió

avanzando por la llanura hacia laposición de Saladino en la meseta alta,donde se hallaba apostado el grueso delejército sarraceno. El sultán apenas tuvotiempo de organizar un contraataque.Los jinetes sarracenos aparecieron entrelas tiendas y se precipitaron sobre lasfilas de los caballeros cristianos quellegaban arrasándolo todo. Lo que siguiófue una batalla campal.

El combate no tardó en desintegrarseen una serie de peleas entre pequeñosgrupos de jinetes contrarios que seatacaban con la espada, el hacha de

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combate, la cimitarra y la maza. Elgolpeteo de las hachas contra losescudos, el chocar de las hojas de aceroy el sordo crujido de huesos alquebrarse, cuando las mazasencontraban su objetivo, se contraponíancon los gritos de combate de cristianos ypaganos, y con los gritos de muerte delos aguerridos soldados. Miembros,manos y cabezas cercenados caían alsuelo como los desechos de un horriblematadero.

El frenético relinchar de loscaballos y sus agudos gemidos al serdestripados por lanzas enemigas o alrecibir una herida de alguna espada

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cristiana o sarracena, que buscabaderribar a su rival, se elevaban en unhorrendo coro de agónicas vocesanimales para unirse al escalofrianteholocausto humano. Aquello era unahecatombe, un infierno de sufrimiento yde terror, todo en nombre de Dios.

Belami y Simon conducían a suscolumnas en ayuda de los pequeñosgrupos de aquellos caballeros acosados,para llevarles alivio inmediato alabrirse paso entre la masa deescaramuzadores y arqueros sarracenosque les rodeaba.

Todo el tiempo, De Lusignan ibaperdiendo terreno palmo a palmo, en una

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retirada ordenada hacia el campamentode las afueras de Acre. El ataque sehabía convertido ahora en una accióndefensiva de retaguardia.

Sin embargo, a diferencia de labatalla de Hittin, esta vez los cruzadostenían buena provisión de agua y, por lotanto, sus tropas no fuerondesastrosamente diezmadas por la sed.A pesar de todo, unos cinco milcristianos cayeron ante el contraataquede Saladino o fueron capturados por losescaramuzadores. El sultán perdió lamitad de ese número de soldados,incluyendo a ciento cincuentamamelucos reales y dos emires mayores,

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rango equivalente a los altoscomandantes cristianos.

No obstante, no fue una victoriadecisiva para ninguno de ambos bandos.De Ridefort, el Gran Maestro templario,murió en medio de la batalla. Alguiendijo que a manos del propio Saladino,como represalia por la violación de lapalabra de honor que le había dado alsultán, y que le había valido la libertadde manos de sus captores sarracenos.

—¡Que Dios se apiade de su alma!—exclamó Belami—. Ha pagado por suparte de culpa en la matanza de Hittin.

Los servidores templarios habíancombatido hasta que se vieron obligados

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a seguir al ejército en retirada del reyGuy; aun entonces, siguieron efectuandocargas de caballería para evitar que losarqueros montados sarracenos atacarana la retaguardia de los cruzados.

Cuando por fin el vapuleado ejércitocristiano logró volver a sus trincherasestaba exhausto, pero la poderosa fuerzaque el rey Guy dejó atrás surgió derepente para abatir a los sarracenos, quehabían utilizado sus últimas flechascontra los cruzados en retirada.

—No fue un resonante éxito —murmuró Belami, con sarcasmo,mientras cubría su magullado y doloridocuerpo con las mantas—. Pero hicimos

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sangrar a los sarracenos por la nariz. Almenos eso fue mejor que quedarsesentado detrás de las murallas de Acre,estando mano sobre mano y muriéndonosde hambre. ¿Eh, Simon?

El joven servidor no respondió. Yaestaba profundamente dormido.

Una semana más tarde, un mariscaltemplario llamado Robert de Sablé fueinvestido como nuevo Gran Maestro.Belami aprobó con entusiasmo laelección.

—He aquí por fin a otro Arnold deToroga. Este caballero, Simon, era unode los hombres de tu padre. Esinteligente y de ahora en adelante tendrá

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una gran influencia en nuestra suerte.—¿Serviste bajo sus órdenes,

Belami? —inquirió Simon, concuriosidad.

—No directamente, pero el viejoD’Arlan juró junto a él. Había salido depatrulla con él muchas veces y tambiénestuvo bajo sus órdenes en Krak desChevaliers. Es un duro y resueltocomandante, pero, gracias a Dios, no estemerario. Tengo interés en saber quéhará con nosotros.

Belami no tuvo que esperar muchopara saberlo. Poco después, el nuevoGran Maestro mandó a llamar a él y aSimon. Robert de Sablé era un fornido

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caballero, de pecho ancho y cuerporecio. Su rostro enérgico y surcado dearrugas lo decía todo sobre él. Desdesus claros ojos castaños hasta el firmetrazo de su boca de lirios labios, era elvivo retrato del hombre luchador ytenaz. Sin embargo, se advertíanindicios de humo y compasión en susmarcadas facciones, y alrededor de losojos podían apreciarse las patas degallo de la persona que sonríe a menudo.Esencialmente, era la cara de un hombrebondadoso.

Era un Gran Maestro templario aquien uno seguiría hasta la boca delinfierno si fuera necesario. Cuando sus

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servidores le saludaron, De Sabléaceptó alegremente sus respetos. Aquelno era el Gran Maestro del Temple conel tradicional rostro adusto,arrogantemente seguro de su DerechoDivino a conducir a la Orden a laguerra. Aquel monje guerrero era unsoldado de soldados. A Simon no lesorprendió saber más adelante que DeSablé había sido en una época servidordentro de la Orden. Un título decaballero por méritos en el campo debatalla conferido por Odó de SaintAmand le había elevado de los rangosinferiores.

—Tomó los votos de pobreza y de

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celibato ante el Gran Capítulo enJerusalén, poco después de que Saladinocapturara a tu padre —le explicó Belamia Simon.

Sin embargo, el veterano estabaseguro de que De Sablé no sabía nadaacerca del linaje de Simon. El motivopor el cual su nuevo comandante leshabía mandando llamar no tardó entornarse evidente.

—Os felicito por vuestras tácticas,servidor Belami —dijo—. El servidorD’Arlan, que Dios acoja su alma, mecontó sus hazañas en vuestra compañíabajo las órdenes de Saint Amand. Tengoentendido que os reponíais de graves

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heridas cuando yo me uní a Odó de SaintAmand. De modo que los avatares de laguerra han dispuesto que hasta elmomento presente no sirviéramos juntos.Contadme cuanto sepáis sobre Saladino.Ambos sois unas fuentes invalorables deinformación respecto de ese personaje.

Los templarios dieron a su nuevoGran Maestro hasta el más pequeñodetalle de la información que poseían.Ninguno de los dos pensó que estabatraicionando la confianza de Saladino,porque no habían formulado ningúnjuramento de no agresión ni de lealtad alsupremo sultán. Por lo tanto, no seguardaron nada.

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Al cabo de dos horas deescucharles, Robert de Sablé, que hastaentonces había permanecido calladosalvo para formular una que otrapregunta pertinente, les saludó.

—No hay duda de que habéis vividoaventuras extraordinarias —dijo—. Misrespetos, hermanos.

El Gran Maestro utilizó un términoque los caballeros templarios rarasveces empleaban al dirigirse a losservidores de la Orden. También sonriófrancamente, lo que significaba uncambio favorable con respecto a laactitud del anterior Gran Maestro paracon ellos.

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—Tengo la intención de encargarosuna delicada misión —dijo—. Debéisguardar silencio sobre el particular,porque ya hay demasiadas intrigas eneste campo impío.

Los servidores asintieron con lacabeza. El comandante templarioprosiguió:

El rey Ricardo de Inglaterra y unaconsiderable fuerza se ha dejadopersuadir para unirse con Louis, elmargrave de Turingia, y Enrique, condede Champagne, con el fin de formar unatercera Cruzada contra Saladino.

Involuntariamente, los servidoresdieron un respingo. De Sablé sonrió.

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—Además, Federico Barbaroja, elconsagrado emperador romano, hareunido un ejército de más de doscientosmil hombres y pretende marchar sobreultramar desde el norte.

Belami le interrumpió, con el mayorrespeto.

—Pero, honorable Gran Maestro, elgran «Barba roja» ya es un anciano.Debe de tener cerca de ochenta años.

De Sablé se sonrió ante ladescripción que el veterano hizo delemperador romano.

—Eso es indudablemente cierto,pero, Dios mediante, realizará elperegrinaje. Aún es un temible

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emperador guerrero, merecedor deempuñar la Sagrada Lanza deCarlomagno.

Los tres hombres se santiguaron,pues se creía que, al igual que la VeraCruz, la Lanza de Carlomagno, el primeremperador romano, era una reliquiasagrada. Se decía que se trataba de lalanza auténtica que había perforado elcostado de Jesús en la Cruz.

De Sablé siguió diciendo:—Un ejército tan grande tendrá

muchos problemas. Se espera que el reyRicardo llegue a Sicilia en cualquiermomento. Primero tenía que resolveralgunos asuntos de menor importancia en

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Francia, pero el rey Luis es ahora sualiado y también tiene la intención de«coger la Cruz».

Hizo una pausa para dejar que suspalabras hicieran su efecto.

—Yo quiero embarcarme aquí e ir alencuentro del rey Ricardo en Chipre,donde, al parecer, piensa crear su baseen el Mediterráneo, con o sin el permisodel tirano Isaac Ducas Comnenus.

—Pero nosotros somos sóloservidores, señor —señaló Belami.

—Sois más que eso, hermanos.Habéis luchado junto a nuestros máshábiles hombres de armas en los camposde batalla de ultramar. Además, ambos

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conocéis a Saladino y tenéis una ideacabal de cómo funciona su mente enacción.

Belami asintió con la cabeza, y DeSablé prosiguió:

—El rey Ricardo aprecia a losbuenos guerreros. En especial, a lostácticos como vosotros, diestros en loscombates con la caballería y en la clasede batallas de acción rápida que a losingleses tanto les gusta dirigir. Por esoos envió primero, como muestra de mirespeto, para actuar como una guardiapersonal contra los ataques decualquiera, enemigo o supuesto amigo.¡Pero en especial, en vista de vuestras

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experiencias personales, para proteger aCorazón de León contra los Asesinos deSinan-al-Raschid!

Simon estaba confundido.—¿Pero por qué, honorable Gran

Maestro, los Asesinos querrían quitarlela vida al rey Ricardo?

Su nuevo comandante le observó conastuta expresión.

—Porque al Hashashijyun se lepuede comprar, y es posible que Conradde Montferrat tenga el corazón puesto enla corona de Jerusalén. Nuestra reinaSibila y sus dos hijos están gravementeenfermos. Su médico me dice que noconfía en que viva y sus hijos tampoco,

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pobrecillos. Tienen la fiebre deArnaldia. Eso puede significar que deMontferrat intentará casarse conIsabella, la última del linaje deBalduino, y luego ceñirse la corona deJerusalén.

—Pero si ya es la esposa deHomfroi de Toron —exclamó Simon.

—¡Cierto! —repuso De Sablé—.Pero, ¿por cuánto tiempo? ¡Recordad!Esto es ultramar, la Tierra Santa, dondepueden ocurrir todas las cosas profanas.

Vaciló un instante y, luego, cuandohubo meditado sus palabras, siguiódiciendo:

—Os encomiendo una misión

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excepcionalmente difícil. Tendréis queproteger al rey inglés a cualquier costo,vuestras vidas incluidas. ¿Entendéis?

Ambos asintieron gravemente.—Sin duda nos embarcaremos en

nuevas batallas contra Saladino. Almenos eso servirá para que los cruzadosno piensen en sus estómagos vacíos.Pero quiero que permanezcáis al margende esas contiendas hasta que os mandellamar para llevar a cabo esta misión.Comprendo que es una orden extraña,que un Gran Maestro diga a susservidores que no luchen, pero creoconoceros y he decidido que sois loshombres ideales para esta misión. De

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manera que no intervengáis. ¡Es unaorden!

El Gran Maestro dio un pasoadelante y les abrazó afectuosamente.Luego, se arrodillaron los tres y rogaronpor el feliz resultado de la tarea queenfrentaban.

Al salir, Simon dijo:—Belami, una vez me dijiste que

sólo uno que haya sido armadocaballero podía ser hermano templario.Sin embargo, ahora me dices que nuestronuevo Gran Maestro era un servidortemplario, como nosotros.

Belami soltó una risita.—De Sablé era el hijo menor de una

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familia feudal, tan sin blanca comopensábamos que lo era Pierre deMontjoie. Pero tu padre descubrió queDe Sablé era quien seguía a su hermanomayor por el título, si éste moría, y sesirvió de ese argumento ante el GranCapítulo del Templo en Jerusalén. Tupadre sentía un gran respeto por losdones del joven servidor y convenció alrey Almaric para que le armaracaballero en el campo de batalla. Ése esun raro honor, sin duda, pero para quenuestra Orden dé semejante espaldarazo,primero deben conocerse todos losantecedentes de la familia de quien tieneque recibir esos honores. En tu caso, eso

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es imposible, dentro de la Orden.«Sin embargo, muchos jóvenes

francos, cuyo pasado también estabaenvuelto en el misterio, han sidoarmados caballeros fuera de la Orden yposteriormente se han convertido encaballeros templarios o en un Donat.

Simon lanzó un suspiro, y Belami sesonrió.

—Quizá el rey Ricardo Corazón deLeón será quien te eleve al rango decaballero de la orden de Caballería.¿Quién sabe?

Pero aún tenían muchos meses defatigas y penalidades por delante hastala próxima cita de Simon con el destino.

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El largo invierno de 1190transcurrió sin ulteriores noticias del reyRicardo y la nueva gran Cruzada.Corrían rumores en torno al campamentofranco, pero poca cosa más ocurrió paramitigar el sordo dolor del hambre y lafalta de leña con que combatir la fríahumedad de la noche.

De nuevo los cruzados se vieronobligados a comerse los perros y loscaballos, y hasta a pelearse por loshuesos como podencos famélicos. Porfin, un pequeño convoy se abrió paso através del bloqueo turco y, por primeravez en meses, los cruzados pudieroncomer una cena decente que revolvió

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violentamente el estómago a la mayoría.El frío extremo y la falta de

alimentos les había afectado a todos.Arnaldia, la temible fiebre de ultramar,hizo estragos entre los desnutridossoldados. Muchos morían, entre ellos lareina Sibila y sus hijos, por lo que el reyGuy quedó viudo.

Eso era todo cuanto Conrad deMontferrat precisaba para hacer sujugada. Primero anuló el matrimonio deIsabella con Homfroi de Toron, luegoobligó a refrendar la anulación por elarzobispo y el patriarca Heraclio, y secasó con Isabella en cuanto pudo.

Aquello fue una clara traición, una

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conspiración de la peor especie. Lapobre Isabella, con apenas dieciochoaños mientras que De Montferrat ya eraun hombre de mediana edad, detestabaal salvaje y flamante marido, quevirtualmente la violó en su noche debodas.

Lejos estaban los felices díaspasados junto al bondadoso ycomplaciente Homfroi de Toron. DeMontferrat quería un heredero real y noescatimó esfuerzos para lograrengendrar uno. La infortunada Isabellalloraba sin ser escuchada por losdesalmados que la rodeaban, los cualesapoyaban a De Montferrat como el

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futuro rey de Jerusalén si Guy deLusignan moría.

Las sospechas de De Sablé estabanbien fundadas. Ya se estaban incubandoconspiraciones dentro de la facción deDe Montferrat para que su rival, el reyGuy, sufriera una muerte segura en lapróxima batalla.

Estaba bien entrado el año 1191cuando el Gran Maestro templariomandó llamar por fin a los dosservidores.

—Partiréis este fin de semana. Elrey Ricardo ha zarpado de Mesina, perouna tempestad ha obligado a sus naves abuscar refugio en el puerto de Limassol,

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en la isla de Chipre. Esta noticia la trajoel último convoy.

Detalló algunas de las dificultadescon que se enfrentarían.

—Ricardo tiene muchos supuestosaliados que se alegrarían de verlemuerto. Es un líder muy popular entrelos ingleses, que le seguirán al mismoinfierno, pero un soldado tan aguerrido ypoderoso se gana enemigos confacilidad. Deberéis tener los ojos bienabiertos, no sólo a causa de losAsesinos sino por las posiblestraiciones entre sus comandantesaliados.

«Este extraño y joven rey inglés es

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tan hábil con la pluma como lo es con laespada o el hacha de batalla danesa dedoble hoja, que al igual que vos,Belami, utiliza con placer. Entre lostrovadores y minnesingeres, goza de unelevado concepto. En realidad, se leconsidera un príncipe entre los poetas.

«Si le sois simpáticos, como nodudo que así será, será un leal amigo.Si, en cambio, os ganáis sus antipatías,probablemente moriréis.

«Siempre va al frente en el campode batalla, donde la acción es másviolenta. Creo honestamente que noconoce el significado de la palabramiedo. Es un adversario cabal para

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enfrentar a Saladino. El sultán esseguramente el más listo de los dos,pero en cuanto a coraje no hay forma deestablecer diferencia alguna. Ambostienen corazón de león. Que Dios osproteja. ¡Mes sergents!

Los dos servidores saludaron y seabrazaron los tres.

Seis días más tarde, Simon y Belamizarpaban rumbo a Chipre.

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18EL REY LEÓN

La galera de los templarios SaintBernard, que llevaba a Simon y Belamia Chipre, ofrecía un marcado contrastecon el carguero de los hospitalarios, tanancho de casco, que les trajoanteriormente a Tierra Santa.

De desplazamiento suave y veloz,los remos de la esbelta galera eranmanejados por veinte hombres robustosen cada costado. La velocidad quealcanzaba sólo con los remos era decuatro nudos, y con un viento que llenara

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las velas latinas podía alcanzar hastasiete nudos, mientras los remerospudiesen mantener el ritmo.

Su ascendencia vikinga era evidenteen las planchas de madera de cedro,resistente a la podredumbre,recubriendo las poderosas cuadernas,con traviesas de la misma madera yclavadas con duras cuñas de roble. Engeneral era una excelente nave. Lostemplarios llevaban consigo loscaballos árabes blancos, que estabanalojados en la bodega en establos bienalmohadillados, especialmenteconstruidos para el viaje. Normalmente,aquellas embarcaciones veloces sólo

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transportaban pasajeros y vituallas, porlo que hubo que agregar los establos.

El viento fresco de mar adentroimpulsaba el Saint Bernard consuficiente fuerza como para asegurar unviaje rápido hasta Chipre. Aunque laisla se encontraba tan sólo a un día y unanoche de viaje de Tiro, se vieronobligados a desviarse para evitar laflota turca que patrullaba las aguas yluego navegar hacia poniente, antes devirar hacia el norte para llegar a Chipre.Por fin tocaron tierra al cabo de tresdías de partir de Acre. A su llegada a labahía de Limassol, protegida de losvientos del oeste por el cabo Gata,

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fueron recibidos por un bote patrulla dela poderosa flota del rey Ricardo, que seencontraba anclada a sotavento de lapunta de tierra.

Fuertes temporales habían causadoimportantes daños en los transportes detropas ingleses, poniendo en peligro denaufragar a la nave real que llevaba a lafutura esposa del rey Ricardo, laprincesa Berengaria, y su hija menor, lareina Joanna, viuda del rey Guillermo IIde Sicilia.

Las naves inglesas se encontraban enplena tarea de reparación, antes departir hacia Tierra Santa. La galera delos templarios se reconocía fácilmente a

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causa de su enorme bandera beauseantondeando en el palo mayor. Ello lesaseguraba una cálida bienvenida y enseguida fueron eficientemente llevadoshasta quedar amarrados en un muelle depiedra, construido en la costa rocosa.

A los pocos minutos de atar lasamarras en grandes anillas de hierroclavadas en la roca, Simon y Belamiconducían a los blancos caballos árabespor la estrecha planchada hasta elmuelle cubierto de grava.

La bienvenida de sir Roger deSherborne, el oficial encargado deregular la actividad del puerto del rey,fue cordial y eficiente. Las formalidades

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se redujeron al mínimo.Como de costumbre, el discurso de

Belami fue un modelo de brevedad.Después de presentarse y de presentar aSimon, dijo:

—Traemos saludos para su majestadel rey Ricardo de nuestro Gran Maestro,Robert de Sablé. Tengo órdenes depresentarle al rey estas cartascredenciales y este documento, quegarantiza la ayuda a la Cruzada de sumajestad en la suma de 30.000 besantsde oro.

La sonrisa en el rostro de sir Rogerse ensanchó perceptiblemente. Y en labreve caminata a lo largo del muelle, el

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oficial del puerto contó a los reciénllegados ciertos detalles sobre lasituación actual en Chipre.

—Isaac Ducas Comnenus, el autocoronado emperador de Chipre, seencuentra acechando en las colinas. Elrey Ricardo está rabioso por la bárbararecepción brindada a la princesaBerengaria y su hija, la reina Joanna,cuando Isaac Comnenus se negó aproporcionarles agua y comida despuésde haber sido llevadas a Limassol por latormenta que casi hundió la flota entera.

El experimentado caballero ingléssonrió sarcásticamente.

—El tirano Comnenus cometió un

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gravísimo error al despertar la ira delrey Ricardo Corazón de León. Mimonarca le hará pagar cara su brutaldescortesía.

Sir Roger de Sherborne tenía un airede honestidad que en seguida le hizoganarse el respeto de los templarios.

—¿Habéis visitado Tierra Santa,señor? —le preguntó Belami.

—En efecto —respondió el oficialdel puerto con entusiasmo—, y tambiéntengo motivos para recordar la segundaCruzada.

Se palmeó la pierna izquierda, queera perceptiblemente más corta que laderecha, lo que le hacía cojear

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visiblemente.—Una lanza sarracena me hizo una

herida profunda en la batalla de Harim,cuando servía a las órdenes deBohemundo de Antioquía y Joscelyn deEdessa. Eso fue hace veintisiete años.Yo era un joven inexperto de veinticincoaños en aquel tiempo, y me ha quedadoeste balanceo náutico, tanto en tierracomo en el mar.

El viejo guerrero rió irónicamenteante su grave impedimento.

—¡Pero estoy esperando una nuevaoportunidad para saldar las cuentas!

Los templarios se animaron ante laalegre personalidad del veterano. Al

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llegar al extremo del muelle de piedra ypisar la senda arenosa, el viejo oficialdel puerto señaló hacia un extrañoedificio que allí se levantaba.

—Ése es el cuartel general del rey—dijo—. Se trata del castilloMategriffon. A nuestro ingeniosomonarca le gusta inventar nuevas armasde guerra. Es, como podéis ver, uncastillo fuerte y compacto, que incluyeuna torre móvil de sitio, construidototalmente en madera. Es fácil detransportar en barco en sus partescomponentes y muy simple de armar ydesarmar. El rey Ricardo lo prefiere auna enorme tienda, y es, por supuesto,

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resistente, pues está construidosólidamente.

Hasta tiene un gran vestíbulo y unasala de audiencias, así como varioscuartos adjuntos. Dentro de sus muros,se pueden montar pabellones parahuéspedes.

Mategriffon puede que no sea lasolución total para las campañas en elextranjero, pero constituye un adelantocon respecto a dormir bajo las lonas olas estrellas.

—Claro que, al ser de madera, debede ser vulnerable al fuego griego —comentó Belami.

Sir Roger se echó a reír.

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—Por ese motivo, los muros estánprotegidos con pieles sin curtirempapadas en vinagre. ¡Con el tiempo,uno hasta se acostumbra al olor! Aquí,junto a la costa, se nota menos que si elcastillo estuviera emplazado tierraadentro. Cuando perseguimos alenemigo, solemos dormir en tiendas decampaña. Al rey Ricardo le encantan lascampañas. Si yo fuese más joven,seguramente me pasaría lo mismo.

Sir Roger condujo a los templarios,pasando ante los arqueros ingleses deadusta expresión que guardaban laspuertas de Mategriffon, y les dejó en unaantecámara, mientras se alejaba

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cojeando para informar al rey de sullegada. Al cabo de cinco minutos,reapareció y les indicó que le siguieran.

La primera visión que tuvieron delrey Ricardo Corazón de León fue la deun gigante que se levantaba de su tronopara saludarles. Su ancha frente estabacoronada por espesos cabellos de unrojo dorado y ceñida por el borde de sucorona. Tenía el rostro de un rey,varonil, rudamente hermoso y sereno,sin la arrogancia petulante que lostemplarios acostumbraban a esperar delos nobles cruzados visitantes. Por unavez, los templarios comprobaron que losrumores no les habían defraudado.

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Aquel rey guerrero era de pies a cabezael «Corazón de León» de la leyenda.Ricardo I de Inglaterra eraverdaderamente un magnífico animal.

Los servidores templarios lesaludaron y luego se arrodillaron enseñal de obediencia. De inmediato,Coeur de Lion les hizo seña de que selevantaran.

—Los templarios no precisan hincarla rodilla ante un hermano cruzado. Alfin y al cabo, todos hemos «cogido laCruz». A juzgar por vuestras cicatricesde guerra, veo que habéis luchado duroy bien por Tierra Santa. Ricardo deInglaterra os da la bienvenida para que

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os unáis a él en ésta la tercera Cruzada.Aquellas no eran palabras vacías

para causar efecto. El rostro sonrientedel rey daba peso a sus palabras.Adelantándose para recibirles, el reyRicardo les estrechó la mano derechaférreamente y, ante su sorpresa, lesabrazó. La impulsiva informalidad deRicardo Plantagenet se condecía con sucarácter jovial.

—Sentimos una gran admiración porlas hazañas de nuestros hermanos enarmas —dijo, al aceptar la carta que leofrecía Belami.

Mientras leía rápidamente sucontenido, se echó a reír.

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—Vuestro Gran Maestro habla devosotros como si fueseis hijos favoritos.Esto no es usual, viniendo de untemplario. Pues tengo entendido queRobert de Sablé es un magníficosoldado y que admira a los buenosguerreros. Os ofrece a mí como guíasexperimentados para reconocer losmodos y maneras de nuestros valerososadversarios paganos. También sugiereque forméis parte de mi guardiapersonal. Así será. Me encanta tener aservidores templarios luchando junto amí, de manera que acepto gustoso elgeneroso ofrecimiento de vuestro GranMaestro. ¿Cómo decís vosotros, mes

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braves?El uso sorprendente de la expresión

favorita de Belami por parte delmonarca hizo reír al veterano, su sonorodiapasón vibrando en respuesta al delrey.

—Quiera Dios que podamos servir avuestra majestad como corresponde. Mihacha de batalla y la espada de micompañero están a vuestras órdenes,majestad.

Al rey Ricardo se le iluminaron losojos.

—Veo —dijo, con vehemencia—que usáis el arma que yo llevo en lascontiendas. Veamos cuán diestro sois en

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su uso, servidor Belami.Se volvió hacia su escudero, un

joven bien parecido, de alegres ojos,que llevaba su laúd colgado del hombro.Sin decir ni una palabra, el jovenentregó al rey la enorme hacha danesade doble hoja.

Ricardo la empuñó expertamente y,después de seleccionar como blanco ungran escudo de madera colgado en lapared más lejana de la sala deaudiencias, lanzó sin esfuerzo alguno lapesada hacha de batalla. El arma cruzócomo un rayo la amplia sala y se hundióen el centro del escudo, que se estrellócontra el suelo. El rey miró

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burlonamente a Belami.El veterano manifestó su admiración

por la destreza de Corazón de León ydijo:

—¿Con vuestro permiso, majestad?Ricardo asintió con la cabeza.Belami descolgó prestamente su

hacha de guerra del cinto e hizo unapausa para seleccionar su blanco. Elescudo había caído de plano al suelo,con el largo mango de madera del hachadel rey irguiéndose en el medio.

Belami apuntó con cuidado y con unhábil movimiento del brazo arrojó elhacha a través de la sala, que cruzócomo un borroso destello acerado.

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El arma cortante como una navaja deafeitar se clavó en el mango del hachadel rey y la partió por la mitad. Unaplauso espontáneo y gritos deadmiración saludaron la hazaña deltemplario.

Coeur de Lion sonrió ampliamente,los blancos dientes brillando a la luz delflambeaux. Cogió a Belami por elhombro.

—Si no supiese que sois untemplario, mon brave sergent —dijo,riendo—, os habría tomado por unhechicero. ¡Bien fait, servidor Belami!

Ricardo se volvió hacia Simon,mirando con franca admiración al

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apuesto joven normando.—Vuestro Gran Maestro me dice

que vos, servidor De Creçy, sois unmaestro con el arco. Vemos qué soiscapaz de hacer con el arco inglés.

Hizo una señal al paje, que cogió elarco y una aljaba de flechas de uno delos guardias arqueros.

Simon llevaba habitualmente unamuñequera de cuero en el brazoizquierdo, que los arqueros suelen llevarcomo protección, y también tenía puestoel guante en la mano derecha. Examinóprestamente el largo arco de tejo yasintió aprobativamente con la cabeza.Los ojos de la Corte estaban clavados

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en él.—Como guste a su majestad —dijo,

al tiempo que seleccionaba dos flechasde la aljaba del arquero.

Sujetando una flecha contra la panzadel arco con la mano izquierda, engarzóel cabo de la otra en la cuerda.

—Disparad al escudo blanco quecuelga al extremo de la sala —dijoRicardo, señalando un pequeño escudoredondo, colocado en una alta viga deltecho.

Simon asintió y disparó la primeraflecha. Silbó por el aire para clavarseen el escudo, que se desprendió de laviga. Mientras caía, Simon tensó el arco

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por segunda vez y soltó la flecha, todoen un rápido movimiento.

Antes de que el pequeño escudoblanco llegara al suelo, la segundaflecha de Simon lo traspasó en el aire.

De nuevo, exclamaciones deaprobación resonaron en la sala. Elrostro del rey se iluminó de satisfacción.Le encantaba presenciar lasdemostraciones de destreza en el uso delas armas.

—Le agradezco a Robert de Sablé laproposición y os doy la bienvenida entrelas filas de mi guardia personal. Ahoraid, descansad, que esta noche cenaréiscon nosotros.

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Los templarios se inclinaron,saludaron y se retiraron. Mientrasabandonaban la sala de audiencias delrey, Belami dijo en voz baja:

—He aquí un hombre a quienseguiremos con gusto. Esta va a ser unaCruzada real.

La cena resultó espléndida.Escoltados por sir Roger de Sherborne,los servidores templarios fueron losúnicos miembros de la Orden queasistían al banquete. Para su sorpresa,les asignaron el sitio de honor, a cadalado del rey inglés.

Corazón de León presidía elbanquete haciendo bromas

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bienintencionadas, que alternaba conmomentos de gran solemnidad cuandobrindó por el éxito de la terceraCruzada.

—Mañana o pasado, de acuerdo conlos caprichos del viento y la marea,esperamos dar la bienvenida a toda unadelegación de Tierra Santa. El rey Guyde Lusignan vendrá con su hermanoGeofrey, conde de Lusignan, y tambiénviene Bohemundo de Antioquía.Homfroi de Toron y el Gran Maestro delos templarios, Robert de Sablé, van aser asimismo nuestros invitados dehonor. Fue el Gran Maestro quien meenvió a dos valientes servidores

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templarios para brindarme losbeneficios de su larga experiencia enTierra Santa. Y así, mis queridosamigos, el brindis real es: «Por nuestroshuéspedes», junto con el nombre de losPobres Caballeros del Templo deJerusalén.

Todos los invitados, excepto lostemplarios, la princesa Berengaria, lafutura esposa de Ricardo, la reinaJoanna y sus respectivas damas decompañía, se pusieron de pie para elbrindis. Cuando la corte volvió asentarse, otra dama de honor se unió aBerengaria. Era una rubia esbelta,menuda, con facciones de elfo y unos

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grandes y alegres ojos. Simon no pudoapartar la vista de ella. Ella a su vezdirigía furtivas miradas en su dirección.Sus ojos se encontraron y la adorablejoven le sonrió; luego, para su sorpresa,le saludó con la mano.

—¿Quién es, Belami? —preguntó,emocionado.

—Mi hermana Berenice, grandísimoidiota —dijo, riendo, una conocida voza sus espaldas, y Simon se encontró conque casi le estrangulaba su viejo amigoPierre de Montjoie al abrazarle.

Simon no cabía en sí de gozo. El reycontemplaba aquella escena feliz.

—¿Habéis combatido junto al

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servidor De Creçy, conde de Montjoie?—inquirió, más con el tono de unaafirmación que de una pregunta.

El impetuoso Pierre de Montjoiehizo una reverencia como muestra dearrepentimiento.

—Perdonadme, majestad, peroSimon, Belami y yo luchamos juntos enTierra Santa durante años. Perdonad mifalta de cortesía al no presentarosprimero mis respetos, majestad.

Corazón de León estaba de un humorexpansivo.

—No hay nada que puedacompararse con el encuentro de viejosamigos, sobre todo cuando han sido

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camaradas de armas. Tenéis quecontarme vuestras confrontaciones conlos sarracenos, mes braves sergents. Yos conmino, conde de Montjoie, a hacerlo mismo.

Era característico de aquel hombreimpulsivo, que si bien era un incurableromántico y poeta, prefería la compañíade hombres guerreros que la de lasmujeres, por bellas e inteligentes quefuesen.

La princesa Berengaria era ambascosas, pero callada y reservada a raíz desu estricta crianza. También estabanerviosa ante la inminente unión con elrey de Inglaterra, y, en honor a la

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verdad, también lo estaba Ricardo, queen realidad se mostraba sumamentetímido con el sexo opuesto.

Dominado por su enérgica madre, lareina Eleanor, y adiestrado por su padre,Enrique II, en el uso de la espada y elhacha de combate para obtenerdevastadores efectos en el campo debatalla, Ricardo Plantagenet, que ahoratenía treinta y dos años, estaba malpreparado para su futuro papel demarido.

Ni la rubia belleza ni el serenointelecto de Berengaria lograban disiparlos secretos temores de no estar a laaltura de las exigencias, cuando tuviese

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que pasar la prueba en la camamatrimonial. El rey Ricardo Corazón deLeón era el rey de las bestias en elcombate, pero un amante inepto en lacama, y él lo sabía. Encontraba violentala conversación con su prometida y laevitaba charlando con su hermana,mientras Berengaria permanecíaprudentemente callada o respondía a losinvitados que se le acercaban apresentarle sus respetos.

—La joven mujer tiene buenascaderas para engendrar hijos si el reyRicardo se decide alguna vez a dejarlapreñada —murmuró Pierre de Montjoie,con total irreverencia.

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Simon aún era lo suficientementetemplario como para que encontrarachocante el comentario de su amigo.

—Seguramente su timidezdesaparecerá cuando estén casados —dijo.

Pierre se echó a reír.—Aún eres un alma candorosa,

Simon. Belami me cuenta querecientemente estuviste recibiendoinstrucción en el arte del amor en brazosde una espléndida mujer. Discreto comoes, rehusó darme su nombre, pues sabeque soy chismoso como una gallinaclueca. Pero aún te falta saber muchascosas acerca de las mujeres... —Hizo

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una pausa, mirando al rey que bromeabacon unos apuestos cortesanos—. ¡Y delos hombres! —añadió, crípticamente.

El monarca inglés llamó la atenciónde Belami y le hizo señas para que seacercara. Intercambiaron unas palabras,y el veterano regresó con su mensaje.

—Debemos quedarnos con sumajestad, después de que las damas sehayan retirado —anunció—. Corazón deLeón desea saber muchas más cosassobre Saladino.

El banquete fue transcurriendolentamente, a partir de lasespectaculares tartas y pasteles de carney de pescado, pasando por los

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exquisitos loups-du-mer y los lenguadosdel mar Mediterráneo, hasta llegar a lascabezas de jabalí, los gansos trufados yrellenos de jamón e hígado, y, en lasetapas finales de la cena, las frutas y losquesos de Sicilia.

De alguna manera, los cocinerosreales habían hurtado la mayoría deaquellos excelentes manjares enLimassol y alrededores, y los templariosestaban estupefactos ante aquellavariedad de platos suculentos. Sólofueron capaces de comer una ínfimacantidad de las delicias que lespresentaban, porque su estómago aún nose había recuperado de las privaciones

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sufridas durante el sitio de Acre.En realidad, el banquete habría sido

un tormento para ambos si no hubiesencontado con la rutilante presencia dePierre de Montjoie y, sobre todo paraSimon, de la deliciosa hermana menorde Pierre.

Cuando por fin fueron presentados,Simon, a pesar de la recientementeadquirida experiencia en las lidesamorosas, se encontró con la lengua tanatada como siempre le ocurría cuandoestaba entre mujeres. Se ruborizóintensamente.

Berenice de Montjoie quedóigualmente impresionada por el apuesto

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amigo de su hermano mayor; de quientantas gestas había oído contar. Ahora letenía frente a ella, imponente ante supequeñez, con las bellas faccionessorprendentemente coloradas, como lasde un escolar.

Berenice, a los veintidós años, teníapoca experiencia con los hombres; susescarceos amorosos infantiles se habíanreducido a unos cuantos besostorpemente robados por algunos de losescuderos y pajes de su padre.

La reina Eleanor, que detestabaintensamente la dominación masculina yaborrecía la lujuria, después derescatarla de su compromiso con el

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conde de Valois, había inculcado enBerenice de Montjoie un saludablerespeto por el valor de su virginidad.

Normalmente, un preciado trofeocomo el de aquella belleza medioespañola, ya haría mucho tiempo quehabría sido cobrado dentro delmatrimonio o mediante la seducción,pero Pierre se había empeñado decorazón en establecer un noviazgo entresu joven hermana y su amigo templario,Simon de Creçy. De ahí queaprovechara la oportunidad de ponerlesen contacto cuando la reina Eleanortrajo a Berengaria y a su joven dama decompañía a Sicilia, con el objeto de

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unirse a Ricardo en la tercera Cruzada.Pierre era un romántico impenitente

y su plan estaba dando resultado. Veíaclaramente la mutua atracción que sehabía establecido entre la excelentepareja. Belami también se dio cuenta ylo aprobó cordialmente. Existía sólo elproblema de la actual situación deSimon como servidor templario. Pierrey Belami se pusieron de acuerdo en quelo más urgente era promover la inclusiónde Simon en las filas de la orden decaballería.

—¡Maldito protocolo! —exclamóBelami—. Si Simon fuese hijo bastardode algún noble franco, no habría ningún

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problema. Pero da la casualidad de quees hijo natural de... —Calló de repente,en tanto Pierre le miraba con ojosinterrogadores— ... de alguien cuyonombre he jurado mantener en secreto—terminó, secamente.

Pierre estaba intrigado.—¡Lo sabía! —exclamó—. Nunca

quise preguntar, porque ambos osmostrabais muy reservados sobre ellinaje de Simon. ¡Así que eso era lo quese ocultaba detrás de todo! Simon es elhijo bastardo de un noble importante.

—Algo parecido a eso, Pierre...Ahora, mon ami, ¡no hablemos más delasunto!

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El tono de Belami era glacial.Pierre, a pesar de su alegre

charloteo, no era ningún tonto, pero si unfiel amigo.

—No temas, Belami, mi boca estásellada. Pero... —De nuevo titubeó—...tendremos que actuar con insistenciasobre Corazón de León. Es evidente quesiente simpatía por Simon, yseguramente él podría resolver nuestroproblema, armando caballero a nuestrojoven y aguerrido templario.

La amplia sonrisa de Belami iluminósu arrugado y moreno rostro.

—¡Pierre, conde de Montjoie,evidentemente no sois tan imbécil como

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parecéis!Más tarde, cuando la princesa

Berengaria, la reina Joanna y su séquitose hubieron retirado, el rey Ricardo selevantó de la mesa y, haciendo seña aBelami y los demás para que lesiguieran, salió de su castillo de maderapara dar un paseo nocturno a caballo porla playa. Era un acto típico de Corazónde León. Al monarca le encantabacabalgar, sintiendo la potencia de sumagnífica cabalgadura latiendo entre susmuslos, mientras galopaba por la franjade arena que recibía las olas suaves delmar. Juntos, la reducida partida dejinetes corría a lo largo de la playa, los

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cascos de sus caballos levantando laespuma cremosa del agua del mar porlos aires.

A Ricardo le gustaba ganar ydetestaba perder, pero en aquellaimprovisada carrera de medianoche, aduras penas podía mantenerse a la alturade los magníficos corceles árabes de lostemplarios.

Sin embargo, Corazón de León eratambién un ardiente admirador de loscaballos pura sangre y de quienes erandiestros en montarlos, y fascinado antelos blancos sementales de Saladino y ladestreza de los templarios, enseguidasuperó la momentánea irritación por no

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poder ser el ganador.Belami presintió el antagonismo del

rey y deliberadamente frenó a su blancamontura. Con un discreto movimiento decabeza, indicó a Simon que hiciera lomismo. Su despierto compañero captóenseguida el motivo por el cual elveterano aminoraba el paso, y el reyinglés se puso a la cabeza.

En cuanto se colocó como vencedor,el impulsivo monarca tiró de las riendasde su poderoso corcel. El resto de suscompañeros le miró de inmediato.

—Vuestros sementales corren comoel viento, mis amigos templarios. ¿Soncaballos árabes, no es cierto?

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—Tenéis buen ojo para los purasangres, majestad —comentó Belami,con tacto—. Nuestras monturas fueronun apreciado presente del sultánsarraceno. Prestamos a su familia unpequeño servicio al rescatar a suhermana, Sitt-es-Sham, de la daga de unAsesino. Saladino es un gran hombre,majestad, digno de vuestro acero, y noolvida un favor ni perdona fácilmenteuna injuria. Es un hombre excepcional,majestad, y demuestra gran compasiónpara con sus enemigos. Pero, si éstosrompen la palabra de honor que le hayandado, mata prestamente, sin piedad.

Los ojos del rey Ricardo

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centellearon.—Me gusta ese hombre. Quizá, por

los avatares de la guerra, lleguemos aconocernos.

—Me gustaría verlo, majestad —dijo Belami.

Volvieron al paso lento de susmonturas a Mategriffon, con Simon yBelami cabalgando al lado del reyinglés, que estaba ansioso de escuchar lahistoria completa de su encuentro con eljefe sarraceno.

La presteza con que habían elogiadoa Saladino y su evidente sinceridad alhacerlo, impresionaron a Corazón deLeón más que todos los comentarios que

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había oído antes acerca del gran ayyubidsarraceno.

—¿Entonces ambos creéis queSaladino está dispuesto a parlamentarpara firmar un tratado? —preguntó.

—Eso es lo que creo, y el servidorDe Creçy tiene aún más motivos paracorroborarlo.

—¿Cómo es eso?El rey parecía sorprendido. Simon le

explicó:—Debido a las circunstancias,

majestad, pude salvar al sultán de ladaga de los Asesinos.

—Según me cuenta vuestro GranMaestro en su carta, ambos habéis

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tenido numerosos encuentros con esosasesinos —comentó el monarca.

—Por pura casualidad, os loaseguro, majestad —dijo Belami—.Pero desde que Odó de Saint Amand,uno de nuestros más aguerridos grandesmaestros, intentó eliminar esa sectaasesina de hechiceros satánicos, lostemplarios a menudo han sido elegidoscomo blanco de los criminales de Sinan-al-Raschid.

—Y el sultán Saladino también —agregó Simon—. El estaría satisfecho dever el fin del Viejo de la Montaña y susasesinos. Tres veces, los miembros dela secta trataron de matar a Saladino, y,

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por casualidad, yo fui capaz de prever elúltimo atentado.

Corazón de León parecía pensativo.—Este podría ser un motivo para

una alianza —dijo—. Seguramente que,uniendo las fuerzas de los cristianos ylos musulmanes, podríamos borrar a esteloco y a sus asesinos de la capa de latierra. Parece ser una plaga que asola latierra de ultramar. Sin embargo, primerotenemos que recuperar Acre y luegodemostrar mediante la fuerza de lasarmas que somos dignos adversarios delsultán Saladino.

«Después, podremos conferenciarhonorablemente por la paz y, quizá, si

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Dios quiere, uniremos nuestras fuerzas ydestruiremos a las fuerzas satánicas deesos Asesinos.

Recorrieron al trote la última millahasta Mategriffon y, retirándose a susaposentos, el monarca, los nobles y losdos servidores templarios durmieronhasta el amanecer.

En el profundo sueño de laconciencia limpia, Simon de nuevo seencontró planeando sobre su cuerpofísico, y sus necesidades inconscientesle llevaron hacia el hogar de su tutor, enDe Creçy Manor, en Normandía.

El cuerpo sutil de Simon llegó a los

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terrenos familiares de su hogar de lainfancia, donde encontró a su familiarsustituto durmiendo en una recámara.

De inmediato se dio cuenta de queno estaba todo bien. Su tío Raoul yacíabajo un pesado cubrecama de piel, conla blanca cabellera empapada en sudor,que también cubría su rostroinsólitamente demacrado, devorado porla fiebre.

Simon comprendió en seguida que sututor estaba agonizando. De vuelta enMategriffon, su ser físico lloródesconsoladamente. No se trataba deuna pesadilla sino de un doloroso hechoreal.

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Junto al lecho del enfermo caballero,Bernard de Roubaix estaba callado,medio adormilado, velando solitariodurante la larga noche.

De pronto, los ojos del moribundose iluminaron con una luz interior. Raoulde Creçy advirtió la presencia de Simonen la estancia. La exclamación dealegría mientras se incorporaba en lacama alertó a su compañero, que seinclinó hacia adelante para sostener a suagonizante amigo y enjugar la frentecubierta de sudor.

Los ojos de Raoul de Creçyresplandecían de amor al ver a Simon depie junto al lecho.

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—¡Hijo mío! —exclamó—. ¡Miquerido hijo!

Su dulce sonrisa se transformó derepente en el rictus de la muerte, y elaguerrido anciano cayó hacia atrás enlos brazos de su fiel amigo, al tiempoque su valiente espíritu abandonaba elcuerpo.

El alma de Simon exhaló un fuertesollozo de amor y de dolor, e,involuntariamente, volvió a entrar en sucuerpo físico, que yacía a un mundo dedistancia, en Chipre.

Se despertó, gimiendo por el dolorde su pena y llorandoincontroladamente. Belami, alertado por

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los fuertes sollozos provenientes de lacama de Simon, estaba arrodillado juntoa su amigo y le sostenía en sus brazos.

Cuando Simon pudo hablar, dijo convoz entrecortada:

—Vi morir al tío Raoul, y no pudehacer nada para ayudarle, ni tampocopudo el tío Bernard. Sin embargo, sé queRaoul me vio antes de expirar. Su caraestaba radiante de gozo. Habló y luegofalleció en brazos de Bernard deRoubaix.

—¿Qué es lo que dijo, Simon? —preguntó Belami, afablemente.

—«Hijo mío. ¡Mi querido hijo!» Esoes todo.

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De nuevo Simon se puso a llorardesconsoladamente.

—Durante todos los años queestuviste con él, Simon, fue para ti unpadre, una madre, un maestro y unamigo. ¿Qué otro hombre, incluyendo atu propio padre, tenía más derecho apronunciar esas palabras?

También Belami estaba llorando.

Al amanecer, las velas de lapequeña flota del rey Guy de Lusignanflamearon bajo el resplandor anaranjadode la luz del alba, al tiempo queentraban en la bahía de Limassol yechaban anclas junto a la flota inglesa.

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¡Las águilas se estaban congregando!La llegada de los cruzados de Tiro yAcre coincidió con la boda del reyRicardo con la princesa Berengaria. Laceremonia tuvo lugar en una iglesiarománica de Limassol.

Se caracterizó por una austerapompa a causa de la presencia de losnumerosos Caballeros de la Cruz. Laceremonia religiosa estuvo a cargo delobispo de Evreux, a quien tanto Simoncomo Belami conocían a raíz de la visitaque habían efectuado a la iglesia de lostemplarios en Gisors.

El obispo era un místico que amenudo anduvo por los caminos con el

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tío Raoul de Simon. Hombreverdaderamente santo, que prestaba suapoyo a la nueva Cruzada con unaprofunda convicción, su presencia en laboda real resultaba alentadora. Belamino era partidario de los rituales exóticosy encontró la ceremonia excesivamentelarga. Fue el resultado normal de lasensación que causaba el sacerdoteoficiante, pues no era habitual que unobispo tuviese a su cargo el servicioreligioso en una boda real.Normalmente, era función de unarzobispo.

Simon no recordaba nada de laceremonia real, pues el templario sólo

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tenía ojos para la dama de honor de laprincesa Berengaria. En realidad,Berenice de Montjoie causó unaprofunda impresión en todos los jóvenesenamoradizos que se apretujaban en laabarrotada iglesia.

La reina Berengaria, en que seconvirtió automáticamente cuando el reyRicardo le colocó en el dedo la alianzade bodas, era una novia de una gracianotable. Pero la menuda Berenice, rubiacomo la miel, con su belleza inconstante,llenaba los ojos de Simon con laadmiración maravillada del amornaciente.

Con María de Nofrenoy, sus deseos

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juveniles se habían despertado parallegar a un éxtasis de frustración. ConSitt-es-Sham, Simon conoció la plenituddel amor físico, en respuesta al afectoaltruista de la bella sarracena.

Pero con lady Berenice de Montjoie,el ser entero del joven normandovibraba al son de la flauta del gran diosPan.

La iglesia de Limassol se levantabasobre un antiguo asentamiento pagano,un bosquecillo sagrado dedicado al dioscornudo, y el corazón de Simon dio unsalto en el pecho en tanto la MadreTierra sonreía ante las dos bellascriaturas, mientras el Wouivre local se

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desperezaba satisfecho en su prolongadosueño.

Belami advirtió la atenciónfascinada que Simon prestaba aBerenice de Montjoie a cada uno de susmovimientos y se sonrió concomplacencia.

«Las cosas funcionaránespléndidamente —pensaba, y luego sedijo cautamente—: con la bendición deDios, por supuesto, y si es deseo denuestra Santa Virgen.»

Y se santiguó.Después de la ceremonia vino el

fastuoso banquete de bodas, que denuevo planteó un considerable problema

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a los desnutridos cruzados, cuyacampaña invernal les había dejado casien estado de inanición y no eran capacesde dar cuenta de la interminable serie deplatos de suculenta comida.

Por cortesía hacia el monarca inglés,que era un insaciable comensal, el reyGuy de Lusignan, Geoffrey, su hermano,Bohemundo de Antioquía y su hijoRaimundo, Homfroi de Toron y Robertde Sablé bregaban virilmente paraprobar cada uno de los exóticos platos.Todos ellos terminaron en el exterior deMategriffon, tratando de vomitardiscretamente.

La reina Berengaria, fatigada por los

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interminables brindis de lealtad yansiando cumplir con sus deberes comoflamante esposa de Ricardo, se retirótemprano con el fin de prepararse parael lecho nupcial, pero su esposo siguióobrando de enérgico anfitrión delbanquete de bodas hasta que elprotocolo le obligó, por fin, a dirigirse ala alcoba nupcial.

A pesar de las habitualesinsinuaciones impúdicas y las miradaselocuentes intercambiadas ante lalujuriosa apostura del gigantesco reyinglés, la noche de bodas no fue unéxito, sino más bien un fracaso.

Los dos servidores templarios

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fueron designados por el propiomonarca para vigilar la cámara real yambos se apostaron a cada lado de ladoble puerta para evitar que nadie seacercara hasta que el rey y la reinapidieran su desayuno de bodas.

Por los sonoros ronquidosmasculinos que se oyeron poco despuésque la pareja real se retirara a susaposentos y el ahogado llanto de lajoven reina, Belami juzgó que la ocasiónno había redundado en un resonanteéxito.

Ello fue confirmado por la súbitaaparición del rey poco después de lasalida del sol, cuando toda la corte y sus

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distinguidos invitados aún estabandurmiendo bajo los efectos del fastuosobanquete de bodas.

El monarca ordenó a Belami que nodejara entrar a nadie en la cámaranupcial, salvo a lady Berenice deMontjoie, y luego pidió a Simon que leacompañara.

Sin armadura, y ataviado solamentecon una ligera túnica, RicardoPlantagenet recorrió a buen paso lospasillos de madera del castilloMategriffon. Simon tenía dificultadespara mantenerse a su altura, cuando,atravesando la playa entre un remolinode arena, el rey se zambulló en las frías

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aguas matinales del Mediterráneo.Mientras Simon montaba guardia, el

monarca inglés retozaba en el agua,sonriendo como un escolar haciendonovillos. Raro comienzo para una lunade miel real.

Mientras el sol se elevaba en elcielo, las velas del resto de la flotainglesa, demorada a causa de latormenta, asomaron finalmente en elhorizonte, rodeando la punta del caboGata.

A las cuarenta y ocho horas de sullegada, el rey Ricardo abandonaba a suflamante esposa. A bordo de su nave,dividió la flota en dos y despachó a los

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barcos en dirección opuesta en torno ala isla de Chipre, dispuesto a aplastar alautoerigido emperador, Isaac DucasComnenus, entre las fauces de sus dosflotas.

Para Corazón de León, la luna demiel podía esperar. Primero, tenía quedemostrar a los cruzados visitantes dequé estaba hecho un monarca inglés.

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19LA TERCERA

CRUZADA

Los cuatro días siguientes al 8 demayo, en que la flota del rey Ricardollegó al puerto de Limassol, cambiaronla situación en Chipre.

Por más de una década, IsaacComnenus había ejercido su poder sobrela isla. Pero desde la llegada tormentosade Berengaria, sus días estuvieroncontados.

El tirano confiaba grandemente en su

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sistema de defensas estáticas, y suscuatro poderosos castillos dominaban elnorte de Chipre. Éstos estaban situadosen Kantara, St. Hilarión, Kyrenia yBuffavento, donde ofrecían a Comnenusla ilusión de seguridad. En Kyrenia, laplaza fuerte de macizas murallas, habíasido construido para resistir a unejército, y él instaló a su esposa e hijosallí creyendo que era inexpugnable.

Si el autoerigido «emperador» lohubiese comandado en persona, podríahaber resistido un largo sitio, pero suejército se hallaba dividido en pequeñosgrupos para tratar de hacer frente a losnumerosos ataques lanzados desde el

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mar contra sus bastiones. Los ataquesprovenían de las flotas de Ricardo, queaparecían en lados opuestos de la isla,así como de las fuerzas terrestres delrey, que parecían atacar por todaspartes.

Corazón de León desplegaba unaserie de acciones con gran rapidez, delmismo modo que dirigía sus partidas decaza. Una vez que se tenía a la vista elobjetivo, no se producía ni un segundode vacilación. Adelante iba el monarca,alentando a gritos a sus hombres como sipersiguiese un venado real, que en ciertomodo era lo que Isaac Comnenusdemostró ser.

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Era realmente veloz cuando de huirse trataba, y difícilmente esperaba elprimer choque de armas para poner piesen polvorosa, y buscar refugio en una uotra de sus fortalezas, hasta que se veíaobligado de nuevo a salir.

Después de su intento inicial de batirel ejército de tierra del rey inglés en labatalla de Trimethus, breve peroviolenta, Isaac siguió en retirada,buscando refugio de una montaña a otra.Estaba completamente desmoralizado,sobre todo cuando el rey Guy deLusignan tomó el mando del ejército deCorazón de León y atacó el castillo deKyrenia, mientras el rey Ricardo

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quedaba temporariamente postrado porla fiebre.

El cruzado encontró poca resistenciade parte de la guarnición, que desertó enmasa, y capturó a la así llamadaemperatriz y su hijo. El rey Guy luegofue a sitiar St. Hilarión y Buffavento.

Simon y Belami combatieron junto almonarca inglés en Trimethus, y tuvierongrandes dificultades para mantenerse ala altura de Corazón de León, cuyofrenesí le llevaba a luchar dondequieraque el combate era más violento.

Descargando duros golpes con suhacha danesa de doble hoja, el reyRicardo abrió un sendero cubierto de

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sangre a través de la masa de reciosguerreros de Isaac Comnenus. Parecíaolvidarse de tomar las precaucionesnecesarias de protección personal,confiando sólo en la velocidad y lafuerza de su hacha mortífera mientras seabría paso entre las filas enemigas. Conla habilidad de un maestro jardinero,Corazón de León cercenaba losmiembros de los integrantes de laguardia personal del emperador, comosi podase cimelos. Junto a él, lostemplarios buscaban alcanzar la banderade batalla de los enemigos. Fue lapropia mano del rey Ricardo la que lacogió, cuando una de las flechas de una

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yarda de Simon abatía al portaestandartedel emperador.

En un instante, la batalla terminó,cuando el resto del ejército de IsaacComnenus vio flamear su estandarte enla mano izquierda del monarca inglés.Dieron media vuelta y emprendieron lahuida, cada jinete vociferanteatropellando a su propia infantería, en lafrenética ansia por escapar.

En cuanto al tirano, se dirigía alnorte tan velozmente como su sudorosocaballo de batalla podía galopar. Elresto de la batalla fue igualmenteafrentoso para el emperador. A ningunode los isleños le importaba si vivía o

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moría, y al cabo de sólo unos pocosdías, a fines de mayo, Isaac Comnenusse rendía incondicionalmente.

Por un capricho del monarca inglés,el tirano fue cargado de cadenas de platay obligado a formular un juramento delealtad a Corazón de León, mientras almismo tiempo, «cogía la Cruz».

Así, de un solo golpe, el rey Ricardocapturó Chipre y obtuvo valiososrefuerzos para su tercera Cruzada. Másque eso: también financió la costosaempresa sobre la base del impresionantebotín que Isaac Comnenus habíaamasado mientras ejercía su prolongadatiranía sobre la isla.

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Las guarniciones latinas y francasfueron puestas a cargo de cada castillo yplaza fuerte de Chipre. La isla seconvirtió en la base mediterránea parala tercera Cruzada. Dos caballerosingleses, Richard de Canville y Robertde Turnham, fueron puestos al mando,para actuar como magistradostemporarios mientras el rey Ricardoresolvía qué hacer con la isla y suasustadiza población griega.

Eso dejó a Corazón de León enlibertad de dedicar toda su atención a lainvasión de Tierra Santa. La Cruzada seiniciaba con un buen comienzo. EnFamagusta, la flota inglesa, reunida de

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nuevo, cobijaba a los soldados inglesesy francos que, como resultado de suvictoriosa campaña en Chipre, eranenviados con el propósito de recuperarlas tierras de ultramar. Además, el reyRicardo disponía ahora de los fondossuficientes para pagar la dispendiosaoperación

La toma de Chipre se habíarealizado en tan sólo dos semanas deintensa campaña. La lucha había sidomínima, con muy pocas bajas entre loscruzados, porque la dividida flotainglesa fue capaz de atacar los flancosexpuestos de los inexpertos rufianes deIsaac Comnenus.

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Los isleños griegos, que estuvieronencantados de ver el trasero de sutiránico emperador, ahora comenzaban asentir el peso de la mano del rey inglés.Muchos de los derechos básicos quehabían logrado preservar bajo elrégimen tiránico fueron usurpados porlos comandantes designados por el reyRicardo.

Ello significaba más y más elevadosimpuestos de los que se habían vistoforzados a pagar bajo la tiranía deComnenus. Sin duda, las cosas sepresentaban con mal cariz para losgriegos, a quienes les parecía quehabían cambiado un tirano por otro.

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Los que tenían edad para enrolarseen el ejército vieron que su mejoralternativa residía en «coger la Cruz» yunirse a la tercera Cruzada. Surazonamiento era que si el monarcainglés había sido capaz de aplastar aIsaac Comnenus en unos pocos días,bien podría recuperar Tierra Santa, contodas sus riquezas, en seis meses. Si seunían a él, parecía lógico suponer queobtendrían parte del botín.

Simon apenas tuvo tiempo u ocasiónde despedirse precipitadamente deBerenice de Montjoie, antes de partirhacia ultramar. Fue una lacrimógenadespedida, pues la hermana de Pierre

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había quedado tan prendada del apuestonormando como él estaba fascinado porla inocente belleza de la doncella. Habíasido literalmente un caso de amor aprimera vista por parte del joven, síbien para Berenice, Simon de Creçyhacía tiempo que era para ella la imagende un paladín sin par, debido a losnumerosos relatos que su hermano lehabía hecho de las hazañas de los trestemplarios en Tierra Santa.

Berenice amaba a Pierre, y él amabaa Simon, por lo que para su hermanahabía sido un proceso natural el irdescubriendo en el mejor amigo de suhermano todas las virtudes que Pierre

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admiraba en su incomparable camaradade armas. Afortunadamente, Simon erarealmente tan excelente persona comoparecía ser, y lo mismo sucedía conBerenice de Montjoie. Pierre secongratulaba complacido por habertenido éxito en su actividad comocasamentero, y Belami exhaló un suspirode alivio por el hecho de que su jovenservidor hubiese encontrado a su futuraesposa. El único obstáculo que restabapara su unión era el rango actual deservidor templario que Simon ostentaba.Una condesa no podía desposarse con unplebeyo.

—Estoy más seguro que nunca de

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que Corazón de León es nuestra mejorapuesta a favor de Simon —dijo Belami—. Gracias a Robert de Sablé, ahorasomos guardias personales del rey, y teaseguro, Pierre, que este rey inglés esquien le dará el espaldarazo a Simon. Sivivimos lo suficiente como para queesto suceda —agregó, con una maliciosamueca.

«Corazón de León es el guerreromás alegre que he visto en acción. Creosinceramente que sólo está totalmentevivo cuando se encuentra cara a caracon el Ángel de la Muerte. Te juro,Pierre, que en un momento, cuandonosotros tres fuimos cercados por unos

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cuarenta guardias de Comnenus,Corazón de León estaba cantando deverdad al tiempo que descargaba golpescon el hacha de batalla como si fuese laguadaña del Ángel de las Tinieblas. Leencanta combatir y le encantan loshombres guerreros. Si alguien va a darlea Simon las Espuelas de Oro, esealguien tiene que ser el rey Ricardo.Pero nuestro paladín normando tendráque sudar la gota gorda para obtenerlas.

Si bien Simon desconocía porcompleto los planes sutiles de susamigos, él permanecía cerca delmonarca inglés, en parte porque era sudeber, y en parte porque el extraño e

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impulsivo soldado-poeta ejercía unfuerte efecto en aquellos que lerodeaban. Si había poesía en el corazónde un hombre, entonces Ricardo era suamigo. Si había coraje en el corazón deun hombre, Ricardo se convertía en sucamarada de armas. Pero si descubríaestas dos raras cualidades en un hombre,entonces Corazón de León era suhermano. Eso es lo que sucedía conSimon.

Al fin, una vez hechas realidad lasmás altas esperanzas, los cruzados sevolvieron de cara a ultramar, con elpropósito de reconquistar Tierra Santa yrecuperar la Vera Cruz. El rey Ricardo

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cantaba a la Santa Reliquia:

Lignum crucisSignum ducisSequitur exercitusQuod non cessitSed praecissitIn vi Sancti Spiritus

Los versos pertenecían a Berter deOrleans, pero la música del canto era deRicardo Plantagenet, el trovador.Burdamente traducidos significan:

Cruz de maderaSigno de nuestro JefeEl ejército sigue

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A quien no se rindeSino que la llevaA la vida del Espíritu Santo.

El rey Felipe de Francia ya habíadesembarcado en ultramar para alegríade los sitiadores de Acre. FedericoBarbarossa marchaba a través deAlemania y los Balcanes con una fuerzade casi doscientos mil hombres.Finalmente, Ricardo Corazón de Leónzarpaba de Famagusta con susveinticinco naves originales ahora conel refuerzo de la otra mitad de la flota,con un total de sesenta naves. Junto conlos templarios y los hombres del rey

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Guy, los cruzados reunieron diez milguerreros duros y duchos en la batalla.

Por lo que a fuerza armada setrataba, la tercera Cruzada fuebienaventurada. El único obstáculo parano obtener una rápida victoria era decarácter político. No había forma de queConrad de Montferrat, con su nuevaesposa Isabella, renunciara al mando desu considerable ejército en Tiro paraluchar bajo la bandera del rey Guy o delrey Ricardo.

El impulsivo monarca inglés estabaardiendo de deseos de enfrentarse a DeMontferrat y establecer un acuerdo detareas con él antes de atacar al sultán

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Saladino de frente.La clave parecía estar en la toma de

Acre.Con ese fin, la flota de los cruzados

zarpó a toda vela y con las galerasimpulsadas por los sudorosos remeros,mientras las fuerzas de ataque sedirigían directamente a la ciudad sitiada.

A bordo de la galera del monarcainglés, a Simon y Belami se les habíaunido su Gran Maestro, Robert de Sablé.El respeto mutuo y la simpatía queexistía entre el recio y célibe monjeguerrero y el gran bebedor Corazón deLeón se hizo evidente en su primerencuentro. Su ética podía ser diferente,

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pero su oficio era la guerra, y amboscombatientes se reconocían por lo queeran.

El rey Guy de Lusignan permanecíaen su propia galera con Bohemundo deAntioquía y Joscelyn de Edessa, comocorrespondía a su rango y posición encalidad de señores francos de ultramar.Pretendían permanecer al margen hastadespués de que el rey Ricardo hubiesedesembarcado la punta de lanza de suejército. Corazón de León quería que supie fuese el primero en pisar TierraSanta en esa tercera Cruzada. Losastutos nobles francos dejaban querealizara esa ambición.

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Cuando las almenas del castillo deMargat asomaron a la vista, seguidaspor las de Tortosa, Trípoli, Nephyn,Botron y casi inmediatamente después latorre de Gibeleth, los cruzados ardieronde fervor religioso. Al fin Tierra Santaestaba a la vista.

Navegando velozmente entre la flotainglesa y la costa de Palestina, que seacercaba rápidamente, se hallaba unenorme bajel, de tres mástiles, con todaslas velas desplegadas para aprovecharel viento fresco del mar. Sus altasbordas de sólida construcción seencontraban cubiertas de pieles verdes yamarillas.

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Peter de Barres, el patrón de lagalera del rey Ricardo, en seguida laidentificó.

—Es una nave turca, majestad —dijo—. Parece un carguero veloz.Supongo que lleva provisiones para laguarnición de Acre.

—¡Entonces, a por él, capitán! —gritó el rey Ricardo, con los ojosencendidos por el ardor de lapersecución.

De alguna manera, los poderososmúsculos de los galeotes pusieronenergía adicional para acelerar elmovimiento de los largos remos, y lanave del rey se fue acercando al enorme

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bajel turco.La única experiencia previa de

Simon de una batalla en el mar habíaocurrido cuando la nave de loshospitalarios, el Saint Lazarus, que letransportaba a Tierra Santa, fue atacadapor los corsarios en la costa deBarbaria. Ahora, le parecía que aquellohabía sucedido un siglo atrás. Sinembargo, la forma de abordaje con elcarguero turco fue casi idéntica.

En primer lugar, se produjo elintercambio de grandes piedras,lanzadas por las catapultas de ambosbandos, seguido por el lanzamiento delos potes de fuego griego desde uno y

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otro barco. En este aspecto, el bajelturco aventajaba al de los cruzados envirtud del mayor tamaño de suscatapultas. Cuanto mayor era la nave,más grandes eran las armas que llevaba,y el navío enemigo era dos veces mayorque cualquiera de los galeones de laflota de Ricardo.

—¡Acortad distancia! —ordenó elrey inglés, y los galeotes de la galeraremaron con más fuerza que nunca,acercándose para que el barco enemigoquedara al alcance de los arquerosingleses.

La mayoría de ellos estaban armadoscon arcos largos, y algunos hasta usaban

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arcos de tejo galeses como el que Simonsabía utilizar con tanta destreza.

La respuesta vino de los arquerosturcos, armados con su nueva versión delas armas capturadas a los genoveses. Elsilbido y el golpe sordo de susmortíferas flechas anunciaban el fin deun buen número de los cruzadosatacantes.

La réplica del rey Ricardo consistióen ordenar la elevación de losmanteletes de madera en la proa delgaleón, desde detrás de los cuales élmismo comenzó a disparar rápidamentecon un arco de caza. Ante su invitación,Simon se unió a él, después de cambiar

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el arma que le habían construidoexpresamente durante el sitio de Acrepor el arco de tejo de un arquero galésmuerto. Ambos, el monarca y el servidortemplario, no tardaron en encontrar lalínea de tiro, con lo que obligaron a losturcos a elevar sus manteletes. Simon lespuso las cosas tan difíciles a los turcosde las catapultas, que sus disparosmenguaron en tanto él tiraba una flechatras otra contra ellos, o su maciza armade madera.

A medida que la galera de loscruzados se iba acercando, podían verque el carguero turco transportabavarias máquinas de sitio,

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presumiblemente para la guarnición enAcre.

Constituían un trofeo demasiadovalioso como para permitir que llegarana manos de los sarracenos.

Con la ciudad sitiada casi a un tirode piedra, cabía hacer algoinmediatamente para detener la nave deaprovisionamiento turca. No tardaría aestar segura bajo la protección de lascatapultas de Acre, montadas en lasaltas torres.

—¡Tenemos que detener su avancecomo sea! —exclamó el rey Ricardo.

—Si pudierais manteneros delantede ella, majestad, durante unos

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momentos, quizá yo podría acercarme anado a la popa y trabar el timón con unasoga —sugirió Simon.

—Pero si no lográis cogeros a lanave —respondió el rey—, podríais serarrastrado por las olas. No podremosparar para salvaros y hay una grandistancia hasta la costa.

—Eso no ocurrirá si voy atado a uncabo de cuerda, majestad —replicóSimon—. Si no logro alcanzar la naveturca, Belami y los demás podrán tirarde ella y volverme a bordo. A menosque detengamos su avance, Acrerecibirá esos pertrechos. El bajel debede estar abarrotado de alimentos y

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máquinas de sitio.De mal grado, Corazón de León

asintió, aceptando el plan, y estrechó lamano de Simon antes de que elnormando se quitara la armadura.

—Buena suerte, joven templario.Vale la pena intentarlo.

Con un esfuerzo supremo, losgaleotes remaron como locos. La navereal fue ganando distancia lentamentehasta avanzar al carguero turco en uncabo de longitud.

La lluvia de flechas se intensificódesde ambos lados. Los dardos y lasflechas de una yarda silbaban a travésdel aire en una mortífera granizada. Las

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bajas aumentaban rápidamente en ambosnavíos.

Simon calculó cuidadosamente elinstante para arrojarse al agua y sedeslizó sin ser visto por la popa de lagalera real.

El mar, fuera de la zona donde elagua era agitada por los golpes de remoo de la estela de la nave, estaba losuficientemente calma como para podernadar, y, observado por los ojosansiosos de Belami y Pierre, el jovennormando cruzó con poderosas brazadasla angosta brecha. La liviana cuerda queflotaba detrás de él, uniéndole a la nave,parecía un cordón umbilical de cáñamo,

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pensaba Belami.Afortunadamente, sin ser descubierto

por los arqueros turcos, que podríanhaberle dado muerte en el agua, Simonfue llevado hacia la estela que dejaba elcasco panzón de la nave turca.

Por un instante, desapareció de lavista, y Belami lanzó un gruñido deangustia.

—¡Allá está! —gritó Pierre, con vozcortada por un suspiro de angustia, entanto la cabeza de Simon subía a lasuperficie junto a la enorme pala deltimón del barco enemigo.

En un instante, su férrea manoderecha cogió el macho inferior del

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timón, un macizo gozne de bronce. Dosvueltas de soga en torno a él brindaron aSimon un firme sostén en el macho demetal y así pudo darle a la soga unasvueltas más alrededor del macho, que lodejaron efectivamente trabado en elencastre.

En aquel momento, el comandanteturco ordenó virar, en dirección a lacosta, sólo a pocos cabos de distancia.

De inmediato, el timón se trabó confuerza, y el carguero turco se desvió desu curso en un cerrado círculo de dondeno podría salir.

Con exclamaciones deconsternación, varios tripulantes turcos

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trataban de liberar la palanca del timón,pero la soga de Simon lo trababa cadavez con más fuerza.

Simon se soltó y nadó por debajodel agua para salvar la estela, hasta quesintió que la cuerda de seguridad setensaba.

Su cabeza volvió a asomar en lasuperficie, y Belami profirió un grito dealegría hondamente sentida, mientras ély Pierre le arrastraban hacia la galera.

—¡Aminorad la velocidad! —ordenó el rey Ricardo—. ¡Levantad losremos! Quiero a ese joven templario convida y no ahogado.

Los remeros se desplomaron sobre

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los remos, tratando de recobrar elaliento, mientras hinchaban los pechossudorosos. El esfuerzo máximo les habíadejado exhaustos.

La velocidad del galeón aminoróinmediatamente. Simon ya no corríapeligro de ahogarse.

El monarca inglés cogió la bocinadel patrón de la nave, un cono de latónde boca ancha, y gritó las órdenes a losotros tres galeones que le seguían decerca.

—¡Ya es nuestro! Gira en círculossin poder enderezar el rumbo. ¡Alataque! —ordenó el rey.

Los capitanes de las otras galeras

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agitaron los brazos para indicar quehabían comprendido y, acelerando elritmo de los remos, enfilaron endirección a la nave enemiga, que girabasin parar.

A toda velocidad, unos seis nudos,los espolones forrados de bronce de lastres galeras inglesas se hundieron en elgrueso casco del carguero turco.

Nada podía resistir el ataquecombinado con espolones, y el costadode estribor de la nave de carga se astillóbajo el golpe y se hundió hacia adentro.

El peso del carguero era tan enormeque el casco se llenó de agua en pocosminutos, a pesar de los esfuerzos de la

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tripulación turca por cerrar losfabulosos agujeros del costado.

Con furia incontrolable, losdefensores de la ciudad dirigieron lascatapultas hacia la flota inglesa, peroésta se hallaba fuera de su alcance, yaunque las más poderosas lanzaban lasgruesas piedras casi hasta la altura delos blancos ingleses, ninguna lograbaalcanzar a las naves.

Ricardo contemplaba con expresióngrave cómo el carguero tunco se hundíarápidamente en el agua. Su hundimientocompleto se produciría en cuestión deminutos. Por fin, Simon fue izado abordo. Apenas le restaban fuerzas para

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encaramarse a la borda, y el rey enpersona ayudó a Belami y Pierre alevantar al corpulento templario porencima de la alta baranda de popa.

Simon se desplomó sobre lacubierta, boqueando y vomitando agua.

—¡Apartaos, majestad! —exclamóBelami, al tiempo que se arrodillaba ahorcajadas sobre la espalda delnormando medio ahogado. El veteranooprimió las costillas de Simon conrítmico movimiento de los brazos,apretando hacia abajo y aflojando lapresión, alternativamente, para permitirque los pulmones de Simon desalojaranel agua que había tragado.

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—¿Qué brujería es ésa? —inquirióel atónito monarca inglés.

—Es un ardid muy útil que meenseñó Simon, majestad. Él me salvó lavida cuando estuve a punto de ahogarmeen el río Sena.

—Es un ardid que vale la penaconocerlo, servidor Belami. Tenéis queenseñárselo a mi tripulación —dijoCorazón de León.

—Con todo gusto, majestad —sonrióel veterano, mientras Simon vomitabalas últimas gotas del agua delMediterráneo.

Pálido por el esfuerzo y temblandode frío, a pesar de la tibieza del mar, en

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seguida envolvieron a Simon con lacapa del patrón de la nave.

El rey Ricardo se inclinó sobre él, altiempo que le cogía las manos.

—Ésa fue la hazaña másimpresionante que haya visto nunca, mijoven templario. ¡No la olvidaré jamás!—dijo.

El gigante inglés decía lo que sentía.Ricardo Corazón de León no era unjactancioso, y nunca olvidaba un favorni dejaba de recompensar una valerosagesta.

Pierre guiñó el ojo a Belami, que enseguida asintió con la cabeza conexpresión de haber comprendido.

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Pudieron haber perdido a Simon,pero ambos tenían la sensación de quesu esfuerzo supremo para trabar el timónde la nave turca había valido la pena.

Robert de Sablé había tenido bajosus órdenes a los galeotes ingleses abordo de la galera, y ahora pudoreunirse con el rey y los templarios en lacubierta de popa.

El monarca le contó la hazaña deSimon, y el Gran Maestro sumó susfelicitaciones a las de los admiradoscaballeros que se habían congregado entorno al joven héroe.

Para Simon de Creçy, aquél iba a serun día de suerte.

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Mientras la luz diurna se desvanecíarápidamente por poniente, la flotainglesa llegaba frente a Tierra Santa.Corazón de León no tenía intención detratar de entrar en la bahía de Acre antesde las primeras luces del amanecer.

A bordo de las naves inglesas, lasrespectivas tripulaciones, y otro cultoritual caballeresco, iba adquiriendorápidamente existencia en especial losremeros, dormían como si estuvieranmuertos, exhaustos a causa de laprolongada persecución y el combatecontra el carguero turco.

Su valiosa carga de pertrechos ymáquinas de sitio yacía en el fondo del

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Mediterráneo, casi a un tiro de arco delas murallas de Acre.

El efecto de contemplar cómo lanave salvadora, con los refuerzos quetanto necesitaban y las vitalesprovisiones, se hundía tan cerca de sudestino, fue desmoralizador para losaguerridos defensores de Acre.

Con las primeras luces, otro golpefunesto fue descargado sobre ellos. Laflota inglesa, con sesenta naves yllevando a diez mil cruzados ansiosos,entró en la bahía y echó anclas, apenasfuera del alcance de las catapultas de laguarnición.

—¡Por fin! —exclamó el rey

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Ricardo, y se hincó de rodillas para dargracias a Dios por su feliz llegada aTierra Santa.

—Bendice ésta nuestra terceraCruzada, oh, Señor, y recibe nuestrohumilde agradecimiento por habernoslibrado de las tormentas marinas y latraición de los hombres.

«Como prenda de nuestra fe ygratitud, acepta el hundimiento de estanave de paganos y de toda su carga dematerial de guerra contra esta tu SantaCruzada, como un pequeño sacrificio atu gloria. Non nobis Domine, sed in tuinomine debe gloriam.

Simon se sorprendió al oír cómo

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Corazón de León usaba la invocación delos templarios para concluir su plegariade acción de gracias.

Belami, en cambio, conocíaperfectamente la íntima alianza del reyRicardo con los Pobres Caballeros deCristo del Templo de Jerusalén.

El Culto de los Trovadores y losMagos Templarios de la Cruz teníanintereses comunes. Ambasorganizaciones se dedicaban a influirsobre el futuro mediante la fuerza devoluntad de sus grupos.

La Orden Militar llevaba a cabo supropio plan maestro, bajo la capa de sudedicación a las Cruzadas, con el fin de

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reconquistar Tierra Santa y la VeraCruz. El rey Ricardo y los trovadores sevalían de la capa de su reputación comopoetas cantores de la historia románticapara cubrir su carácter mágico auténtico.Y en Europa, los Minnensingers, conintenciones similares.

En el caso de Ricardo Corazón deLeón, la iniciación a la magia la habíarecibido por conducto de su madre, lareina Eleanor, cuyos métodos demanipulación de la energía se hallabanprofundamente enraizados en unareligión mucho más antigua que elcristianismo. Eleanor, que había jugadoun papel instrumental en los inicios de la

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fundación del ritual de la Orden de laJarretera, por Enrique Plantagenet,ejerció una enorme influencia en suépoca, y aun en su actual edad avanzadahabía elegido a la esposa de su hijo, laprincesa Berengaria, y la había llevadopersonalmente a Sicilia para asegurarsede que se produjera aquella importanteunión.

La reina Berengaria, cuya serenabelleza enmascaraba estoicamente lasdificultades del matrimonio con elimpulsivo Ricardo Plantagenet, no erasólo la herramienta de una alianzapolítica. Por méritos propios era unasabia practicante de la antigua Magia de

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la Tierra. Asimismo seguía la verdaderasenda de la bendita Virgen en su aspectode la Gran Isis, la Madre-Tierra, aligual como su mentora, Eleanor.

Años más tarde, la reina Berengariadedicaría su vida, después de la muertede su esposo, a la fundación de variasórdenes de las vírgenes Vestales, bajo laguisa de ser severas hermanas deconventos dedicados a lacontemplación. Sobre todo, entendía elpoder de la voluntad humana cuando seexpresa por medio de oraciones engrupo. Las vírgenes Vestales de Isis, oAstarté, y las Esposas de Cristo eran unay la misma cosa para la reina

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Berengaria, Suma Sacerdotisa de laantigua religión. Para ella, la Madre-Tierra, con cualquier otro nombre, eraaún la misma fuerza primaria en laMagia de la Tierra de nuestro mundo.

Belami, a raíz de su fiel servicio alas órdenes de Odó de Saint Amand,Gran Maestro de los templarios, y sularga experiencia en Tierra Santa, habíaadquirido más que un conocimientosuperficial de lo que ocurría en el másestricto secreto dentro de las casascapitulares de la Orden.

Algo de lo que Simon estabaasimilando a través de un sendero delgnosticismo, Belami lo había llegado a

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comprender a lo largo de sus años deexperiencia entre los gnósticos. Elveterano poseía el conocimiento de uniniciado.

Ahora, por fin, Ricardo de Inglaterraponía los pies en Tierra Santa, para sersaludado por hordas alborotadas quesalían a darle la bienvenida delcampamento de los sitiadores.

Todo eso debió de provocar terror ydesaliento en el corazón de los sitiados,mientras contemplaban con impotencialas escenas de triunfo que sedesarrollaban debajo de ellos, tan cerca,y sin embargo muy lejos del alcance desus armas más potentes.

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El rey Felipe de Francia y el duqueLuis de Turingia acompañaban al reyGuy de Lusignan, cada uno compitiendocon el otro para dar la bienvenida aCorazón de León a Tierra Santa.

Pero en medio del regocijo, seconfirmó una horrible noticia. Elemperador Federico I, Barbarossa,había muerto, ahogado en las rápidasaguas del helado río Calycadnus, cercadel puerto armenio de Seleucia. Habíaconducido su enorme ejército desdeAlemania, sólo para perder la vida porel camino hacia la carretera de la costadel Asia Menor.

Aparte del golpe que significó para

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la moral de los cristianos, la pérdida delliderazgo del gran Barba Roja habíadispersado el ejército. Tres cuartaspartes de sus cruzados interpretaron sumuerte, a la edad de 73 años, como unmal augurio y regresaron a sus hogares.Otros siguieron luchando a pesar detodo, pero sin la férrea resolución conque habían emprendido el combate. Sóloun remanente de los doscientos milcruzados iniciales de Barbarossa llegó aTierra Santa.

Traían con ellos el cadáver delemperador, en un barril de vinagre, perola mezcla embalsamadora no erasuficientemente fuerte como para resistir

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el calor de Tierra Santa, y los restosreales tuvieron que ser enterradosrápidamente en la catedral de Antioquía.

Ésa fue la noticia desalentadora conque fueron recibidos los cruzados enAcre. De hecho, el rey Ricardo habíaoído rumores sobre la muerte delemperador germano en Chipre, pero loshabía desechado como falsos. Se diocuenta de que la tercera Cruzada seencontraba ahora en desigualdad decondiciones con las fuerzas sarracenasde Saladino.

La presencia del gran Barbarossa ysu enorme ejército habría inclinado labalanza hacia un instantáneo tratado de

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paz.—Ahora tendremos que luchar más

arduamente que nunca —resumió Belamicon su habitual capacidad perceptiva.

Tan pronto como el rey Ricardohubo desembarcado y supervisado ladescarga de los vitales pertrechos yprovisiones, convocó a un consejo deguerra con los demás jefes. Todos ellosconvinieron en la necesidad de unificarel alto mando de la tercera Cruzada, conexcepción de Conrad de Montferrat, quebrillaba por su ausencia.

Corazón de León estuvo acertado alescuchar a Robert de Sablé que, comoGran Maestro de los templarios, parecía

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el más confiable miembro de la misióndel rey Guy de Lusignan a Chipre. DeSablé no había pintado una imagen decolor de rosa del escenario político enTierra Santa y había sabidoesquematizar astutamente lapersonalidad de De Montferrat.

—Arrogante, terco e intrigante, eseaventurero es un hombre inescrupuloso;su forma de llevar el divorcio de los DeToron fue escandalosa. Literalmente,obligó a la reina Isabella a abandonar asu esposo, a quien ella amabatiernamente, para que aceptara su propiamano en un casamiento forzoso. Si juegade tal manera con la ética cristiana, no

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se detendrá ante nada para conquistarTierra Santa para él mismo. Os aseguro,majestad, que Conrad de Montferrat seha embarcado en una cruzada personalpara reinar en ultramar, y no le importaa quién tenga que destruir con tal derealizar sus fines. Es un hombre muypeligroso, majestad. No es sólo unpeligro para vuestra majestad, comosupremo comandante indiscutible, contoda vuestra experiencia en las lidesguerreras, sino que constituye tambiénuna amenaza para la tercera Cruzadamisma. Quiera la Santa Virgen interveniren este asunto y detener a Conrad deMontferrat con su propia mano.

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Las palabras del Gran Maestroestaban destinadas a ser extrañamenteproféticas.

Mientras tanto, Ricardo Corazón deLeón se dirigió a los cruzados reunidos.Sus palabras fueron simples y directas.

—Majestades y nobles señores, hevenido aquí con una sola idea.Reconquistar Tierra Santa y recuperar laVera Cruz. Seré franco. —Se produjo unmovimiento nervioso entre el grupo denobles— Ha habido demasiadas guerrasintestinas entre diversas facciones en losaños recientes en Outremer yOutrejourdain, que han conducido casi ala pérdida de Tierra Santa. Sólo por la

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providencia de nuestra Virgen benditaaún conserváis las tierras que están bajovuestro dominio en ultramar.

El hombre a quien enfrentamos es unadversario digno de nuestro acero. Elsultán Saladino es un musulmán tandevoto como nosotros somos devotoscristianos. Sólo podrá ser derrotado porcruzados que estén tan unidos ydecididos como lo están los sarracenosmismos.

«Por lo tanto, a menos que cadamiembro de esta Cruzada, noble oplebeyo, esté resuelto a reconquistarTierra Santa y la Vera Cruz,fracasaremos. ¿Estáis de acuerdo?

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Entre varios gritos y exclamacionesde asentimiento, algunos entusiastas yotros renuentes, Ricardo había logradosu primer tanto: la unidad de propósitos.

—En cuanto al mando —continuó—,yo soy el de más experiencia entrevosotros respecto de las técnicasmodernas de la guerra...

Calló, para ver el efecto de suspalabras. Un murmullo saludó suafirmación, que en realidad era cierta,puesto que Corazón de León habíaganado la mayoría de las batallas quecomprendían también asedios en todaEuropa.

—Por consiguiente, me postulo

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como candidato para llevar a cabo latercera Cruzada —siguió, haciendo quecada palabra contara por su propio peso—. Eso significa que asumiré toda laresponsabilidad por su éxito... o sufracaso.

Casi pudo oírse un suspiro de alivioante la última frase. Simon y Belami,que como templarios asignados a suprotección personal se encontraban depie a cada lado de Corazón de León,observando todos los rostros para captarcualquier gesto hostil, lo advirtieronperceptiblemente. Si bien notaron que seaflojaba la tensión ante las palabras delrey, sus manos estaban listas para

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empuñar instantáneamente la espada y ladaga en su defensa.

El rey Ricardo hizo que el puntofinal tomase un carácter político.

—Por supuesto, todos vosotroscompartiréis por igual la gloria. Sinembargo, si perdemos, yo asumiré todala responsabilidad por el fracaso y porlo que pueda ocurrir después. ¿Estáis deacuerdo en eso?

Como el honor estaba salvado,porque Ricardo había manifestado quetodos y cada uno de los nobles yseguidores gozarían de pleno crédito porel éxito de la tercera Cruzada, y quecualquier censura, en caso de derrota,

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recaería sobre las espaldas del monarcainglés solamente, los nobles ycaballeros reunidos estuvieronentusiastamente de acuerdo en queCorazón de León asumiera el mandogeneral.

Desenvainaron sus espadas con elsonoro roce del acero y gritaron alunísono:

—¡Viva el rey Ricardo deInglaterra! ¡Vive le Coeur de Lion!

La tercera Cruzada habíacomenzado.

Se desembarcó y armó el castilloMategriffon con torre de sitio móvil.

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Corazón de León fue instalado en sucorrespondiente lugar como jefe de latercera Cruzada. Su primera prioridadera tomar Acre por asalto tanrápidamente como fuese posible. Luego,podría marchar directamente contra elsultán Saladino.

Todo parecía dispuesto para unapronta victoria, pero luego el destinointervino en los hechos. El rey Ricardocayó enfermo con amaldia, la fiebreendémica de ultramar. Estuvo a laspuertas de la muerte en su castillo demadera, fuera de las murallas de Acre.

Dos cosas le salvaron la vida. Unafue su magnífica constitución. La otra, el

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presente que recibiera Simon de manosde Maimónides: el tratado sobre hierbasy plantas medicinales del antiguoEgipto. Hasta el médico del rey, uncharlatán de hablar meloso, mediobarbero, medio astrólogo y medioalquimista, había oído hablar deMaimónides. Aceptó gustoso losdestilados de hierbas que el médicojudío le había dado a Simon.Preparaciones a base de opio y caolíndetuvieron la diarrea del monarca, y laesencia de raíz de mandrágora mitigó eldolor y el delirio. En cuanto a la fiebre,Simon la trató tal como Maimónides lehabía indicado, con una preparación

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especial de belladona y hojas dequebracho, mezclada con un destiladode corteza de sauce hervida.

El antiguo papiro también prescribíacopiosos tragos de agua pura demanantial hervida con sal marina,aromatizada con pétalos de rosa.

El efecto en Corazón de León fuemágico. A los dos días, había salido desu delirio y estaba en condiciones decomer nutritivas sopas. Al cabo de unpar de días más, se hizo llevar en unalitera a primera línea, donde, desdedetrás de manteletes de madera, él ySimon disparaban contra la guarniciónde arqueros turcos que tiraban sobre los

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zapadores ingleses que socavaban lasmurallas de Acre. Simon utilizaba suflamante arco de tejo, y Corazón deLeón se valía de un arco de caza consorprendente puntería. En total, dieroncuenta de una docena de temerariosarqueros turcos y mantuvieron con lacabeza gacha al resto de la guarniciónde Acre. Para entonces, la relación entreel rey y el templario normando se habíaconvertido en una cálida amistad, ycuando Ricardo descubrió que losestudios de Simon eran más amplios quelos suyos, su interés en el joven guardiánse volvió aún más pronunciado.

La extraña pareja que formaban

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Belami, el inflexible veterano, y eljoven y erudito templario normandotenían aún más intrigado al monarca,pero Robert de Sablé no sabíaresponder a los interrogatorios sobre ellinaje de Simon y ninguno de susguardianes templarios se dignabaaportar información alguna sobre susorígenes individuales.

—Hay algo hondamente místico enel joven De Creçy —le dijo el reyRicardo al obispo de Evreux—. Sinembargo, no es un caballero templario niun trovador definido. De Creçy no es unpoeta y no utiliza el poder del canto paraprovocar un cambio en el futuro, pero,

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no obstante, tengo la sensación de que esun iniciado.

«Posee profundos conocimientos yme dice que ha tenido a varios grandesmaestros de filosofía como mentores.Con todo, es modesto y su humildad esauténtica. Dios quisiera que tuviéramosa más jóvenes como él en la corte.Tengo la impresión de que es el hijobastardo de una noble casa. Nocomprendo por qué es servidortemplario..., y ese astuto y viejosoldado, Belami, cuya hacha de batallaes tan mortífera como la mía, le tratacomo a un hijo. Siempre estáprotegiéndole; en todo momento de

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peligro, él está presente. En todo estodebe de haber algo más de lo que DeSablé me ha contado. Ved qué podéisaveriguar.

Pero el obispo no pudo avanzarmucho más que el rey. Cada vez queempezaba a ahondar en el tema, tanto elGran Maestro como el servidor Belamieludían cortésmente sus preguntas. Tuvoque informar al rey de que, hasta elmomento, no había adelantado nada.

Las etapas finales del sitio de Acre,que había languidecido miserablementeantes de que la llegada del rey Felipe deFrancia y Ricardo de Inglaterra animaraa los sitiadores, por fin empezaron a

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concretarse. Ambos monarcas estabanahora libres de la fiebre paralizadora yse inició el asalto.

Además del castillo Mategriffon,Corazón de León había traído consigootras máquinas de sitio muy ingeniosas,todas proyectadas por él mismo yconstruidas por su equipo de artesanosfabricantes de armas.

El «mata griegos», como se llamaba,era una alta torre móvil, operada porpalancas desde el interior mismo.Belami, que prefería las accionesrápidas de la caballería a los sitiosestáticos, se burlaba de ella.

—¡Una pérdida de tiempo! Fíjate en

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esa torre imponente. Es demasiado lentay un blanco demasiado grande. Dame unbuen número de escaleras, transportadasbajo la protección de la oscuridad ycolocadas en tantos sitios como seaposible bajo una andanada de flechas.Ésa es la forma de tomar por asalto lasmurallas de Acre.

También Felipe de Francia habíatraído consigo algunas máquinas desitio, y ambos monarcas competíanmutuamente para demostrar lasuperioridad de cada uno de susingeniosos artefactos de sitio.

El arma francesa llevaba el nombrede «el mal vecino». A menudo

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intercambiaba piedras con sucontraparte turca en el interior de lasmurallas, denominada «el mal pariente».

Los operadores turcos tenían másexperiencia que sus colegas franceses, ylas rocas lanzadas con la enorme vigaoscilante, con su soporte para laspiedras en forma de cuchara, aplastarona «el mal vecino» y lo hicieron añicos.

Los ingenieros francesessobrevivientes maldijeron a voz encuello a los jubilosos turcos adversariosy de inmediato pusieron manos a la obrapara reconstruir su monstruoso lanzadorde piedras, manteniéndolo fuera delalcance de las catapultas turcas.

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—Son como niños caprichosos —refunfuñaba Belami—. ¿Por qué no nosescuchan a los mayores? ¡Las escalerasson mucho más baratas y más efectivas!

Simon reía ante la retahíla dejuramentos que lanzaba el veterano envoz baja.

—A mi me parece, mon brave ami,que ambos monarcas disfrutanpracticando este juego de asedio. Es unavariante de los que Saladino llamaba «larápida partida de ajedrez de lacaballería».

Así siguió, en tanto Saladinoesperaba que los cruzados avanzarancontra él en masa. Mientras tanto, por la

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noche, logró introducir refuerzos, acubierto de las patrullas entre lasposiciones sarracenas en la altiplaniciede El-Ayyadiya y las trincheras de loscruzados, que crecían en extensión dehora en hora.

—Somos como unos malditos topos,Simon —se lamentaba Belami—. ¡Miraa nuestros ingenieros!

Señalaba a otro equipo de zapadoresabriendo trincheras, bajo la protecciónde los arqueros genoveses, quedisparaban cada vez que algo se movíaen las almenas.

Una enorme roca se estrelló conestrépito contra la cara de una parte de

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la muralla particularmente fuerte,llamada la «Torre Maldita».

—¡Esa catapulta nuestra sí quegolpea fuerte! —Por una vez la voz deBelami sonaba orgullosa de laefectividad de aquella máquina de sitioen particular—. No hay duda de que fueconstruida por los templarios y loshospitalarios. Cuando de máquinas desitio se trata, los viejos cruzados lesdamos una lección a esos novatos.

Tal parecía que el jefe de cadacontingente de cruzados había traídoconsigo su máquina de sitio favorita. Elconde de Flandes estaba particularmenteorgulloso de su catapulta y hasta su

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muerte, a causa de un enfriamiento quecogió durante una escaramuza, se pasóhoras bombardeando alegremente lasmurallas de Acre. Después de su muerte,el rey Ricardo agregó el armatoste delconde a su amplia batería y mantuvo denoche y de día el ataque a las macizasmurallas, bombardeándolas duramentecon rocas marinas de pedernal que habíatraído especialmente consigo de Mesina,en Sicilia.

Aquellos agudos proyectiles sehundían profundamente en las gruesasmurallas, pulverizando la piedra másblanda de la localidad con que estabanconstruidas las defensas de Acre.

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Cuando las enormes piedras de pedernalpasaban por encima de la muralla ycaían en la ciudad, se cobraban susbuenas víctimas entre los infortunadoshabitantes. Cada vez más, la guarniciónturca se mantenía a cubierto. Sinembargo, de tanto en tanto tenían queabandonar su relativamente segurorefugio para guarnecer las murallas ohacer una salida, si se abría una brechaen las defensas. La vida en Acre seestaba volviendo peligrosa.

La versión turca del fuego griego eradisparada desde un caño de bronce,equipado con un depósito de nafta y breainflamables, e impulsado mediante

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poderosas manchas. Emplazada por lanoche en lo alto de una torre, aquellaarma incendió dos veces una de lastorres de sitio del rey Ricardo cuandotrataba de acercarse a las murallas.

Belami estaba más rabioso que decostumbre ante aquel juego.

—¡Que me den las malditasescaleras de asalto y estaremos dentrode la ciudad en una hora de medianoche! —exclamaba, rabiando deimpotencia.

El monarca inglés y el francésrespondían a aquellos ataquesincendiarios colgando pieles empapadasen la habitual solución de vinagre en

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torno a las torres de sitio. Asíconsiguieron llegar a unas yardas de lamuralla antes de que las catapultasturcas les lanzaran unas cuantas piedrasy las hicieran pedazos.

Se vinieron abajo en una lluvia delistones rotos y tablones astillados yhombres gritando. Ronco de tantoblasfemar, lo único que Belami podíahacer era menear la cabeza condesesperación.

Los servidores templarios se veíanobligados a presenciar aquellosdiversos fracasos, porque su tareaprincipal consistía en evitar queCorazón de León fuese asesinado.

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Ambos se sentían frustrados a raíz deque su misión no les permitiera tomarparte activa en las operaciones bélicas.Sólo cuando se abría una brecha en lamuralla y el rey avanzaba para secundarlos esfuerzos de sus ingenieros, elcombate se tornaba más personal en vezde la acostumbrada lucha sin rostro, agran distancia.

Entonces sí que se establecía unalucha cuerpo a cuerpo, con el chocar delas espadas contra el acero, el golpeteode las hachas de combate al partircascos y cráneos, y la penetración de lasafiladas dagas en las cotas de malla. Elaire se llenaba de gemidos de los

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moribundos, de chillidos de los heridos,cuando el acero se hundíaprofundamente. Los miembros volabanpor el aire, y cabezas boquiabiertas erancercenadas sobre los hombros devalientes soldados.

Los combates para defender unabrecha eran sangrientos, febriles,frenéticos, y terminaban por dejar unmontón de hediondos cadáveresllenando la brecha en ambos lados.

La batalla se libraba a una distanciademasiado corta como para que losarqueros pudiesen disparar sin herir asus propios hombres, por lo que eraesencialmente la lucha de un hombre

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contra otro. Se trataba de tirarmandobles y parar estocadas, mientraslos brazos tuviesen fuerza para sostenerlas espadas.

—¡Conservar a Corazón de Leóncon vida es una tarea agotadora! —comentó Belami después de uno de esoscombates, mientras se desplomaba sobresu lecho de campamento, consistente enunas mantas de caballo extendidas sobreunos sacos de forraje llenos de paja.

Simon estaba tan cansado a raíz desu propio cambio de mandobles con losturcos, en la defensa de la brecha, que selimitó a asentir con la cabeza antes desumirse en el sueño profundo del

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guerrero.En sus sueños, se separó de su

cuerpo dormido y su voluntad le llevóde inmediato a Chipre, donde dormía suamor.

La reina Berengaria y la reinaJoanna, así como sus damas de honor,Berenice de Montjoie y lady Rebecca deKent, se encontraban cómodamenteinstaladas en el castillo de Kyrenia,esperando que el rey Ricardo mandase abuscarlas.

Berenice se movía inquieta en sulecho, pues sus sueños tenían que vercon el riesgo que corrían su hermanoPierre y su adorado servidor templario.

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Mientras Simon planeaba sobre ella,su amor era tan intenso, que se comunicóal espíritu agitado de la jovendurmiente. De inmediato, su formadormida se relajó bajo el cubrecama depiel, mientras su cuerpo sutil seliberaba.

De repente, la contraparte astral desu durmiente amada comenzó a flotarpara unirse a Simon, que se encontrabasobre su cama. Su diminuto rostroovalado estaba radiante, con los ojosencendidos de amor.

Sin palabras, pues no era necesariohablar, se abrazaron, y sus espíritusparecieron fundirse el uno en el otro

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hasta convertirse en una sola almacompleta. Fue una experiencia extática.Para Simon, el éxtasis fue tan real comosi hubiesen sido amantes físicos; paraBerenice, que no tenía normalmentenoción de la existencia de aquel otromundo, la unión de sus espíritus fue sóloun hermoso sueño.

La experiencia constituyó enconjunto una deliciosa liberación de lassórdidas realidades de la guerra.

Durante todo ese tiempo, el sultánSaladino no se había quedado manosobre mano, si no que enviabaconstantemente patrullas con el fin deexplorar y hostigar las trincheras de los

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cruzados en torno a la ciudad sitiada.Cuanto más extensas se hacían lasfortificaciones, más agresivos setornaban los ataques de las patrullassarracenas.

Entretanto, el rey Ricardo habíadecidido que había llegado el momentode poner en práctica su plan de abrirbrechas en distintos lugares de lasmurallas, simultáneamente.

Convocó a un consejo de guerra deemergencia.

—Majestades, milords —dijo—, ospresento, esperando que merezca vuestraaprobación, mi plan que he denominado«Las murallas de Jericó». Recordad por

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un momento cómo Joshua, el hijo deNun, derribó las defensas de la ciudadcananita. Hizo desfilar su ejército deisraelitas siete veces alrededor de lasmurallas, todos ellos gritando yhaciendo sonar las trompetas. Despuésde la séptima vuelta, los sacerdotestocaron sus shofars, los cuernos demacho cabrio usados para convocar alos israelitas para orar. Entonces, sederrumbaron las murallas de Jericó.

Se produjo un excitado murmullo deasentimiento confundido entre losnobles, al tiempo que el rey Ricardoseguía diciendo:

—Nosotros haremos una cosa

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parecida para distraer a la guarniciónturca. Marcharemos hacia adelante yhacia atrás, siempre fuera del alcance desus catapultas, como si efectuáramos unacomplicada maniobra preparatoria,dejando por un tiempo inactiva laartillería de sitio. Eso confundirá alenemigo. Todo el tiempo haremos sonarlas trompetas, tambores y címbalos sincesar. Toda esta confusión ordenadadistraerá a los turcos y ahogará el ruidode nuestros cuerpos de ingenieros, quese afanarán en abrir sus minas, cavandoa cubierto de las fortificaciones, que enestos momentos llegan a pocas yardas devarias torres de las murallas de la

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ciudad.«Los turcos estarán demasiado

atareados tratando de alcanzar a nuestrastropas en sus maniobras con lascatapultas y arqueros como para poderoír los ruidos sordos del túnel bajo suspies.

«El séptimo día, al igual que Joshua,estaremos a punto para el movimientofinal. Nuestras minas habrán sidoabiertas debajo de las torres y murallas,llenadas con paja y apuntaladas condelgados troncos de árbol empapados ennafta y aceite de quemar.

El rey hizo una pausa como efectodramático.

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—Al sonido de los cuernos decarnero, que ya hemos obtenido de lospastores de la localidad, se encenderánlas mechas de soga de paja empapadasen aceite y se prenderá fuego a lasminas, hasta que se quemen los soportesde madera. Y entonces se hundirán «Lasmurallas de Jericó»..., es decir: ¡deAcre!

Coeur de Lion terminó con unaradiante sonrisa ante su consejo deguerra, que respondió con un atronador yespontáneo aplauso. El plan parecíabueno.

El trabajo de zapa tenía comoobjetivos principales la Torre de San

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Nicolás, la Torre del Puente, la Torredel Patriarca y, finalmente, la TorreMaldita.

El sultán Saladino observó toda lamaniobra de los cruzados desde suposición en El-Kharruba, la colina delAlgarrobo. Se trataba de una elevacióncercana a la carretera entre Acre ySaffuriya.

—Esto se vuelve peligrosamenteparecido a la historia griega del sitio deTroya —murmuró sabiamente,atusándose la barba—. Sólo falta elcaballo de madera. Tal vez, todo estedesfile, estos gritos y la música marcialsea la versión de Corazón de León de

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aquella famosa estratagema.La comunicación con la guarnición

sarracena se limitaba ahora al envío depalomas mensajeras por parte de lossitiados al cuartel general de Saladino.El tono de los mensajes se tornaba dedía en día más desesperado.

Saladino, acompañado de suhermano Seyf-ed-Din, o Safardino comoera más comúnmente conocido, habíatraído dos cachorros de león consigo,como símbolo de su respeto porCorazón de León, pero también paraindicar que había más de un león en elbando de Saladino.

Las murallas de la ciudad estaban

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totalmente guarnecidas de día y denoche. A pesar de todo, los cruzadosseguían con sus ruidosas maniobras,simulando un ataque tras otro, sólo paragirar sobre sus talones en el últimomomento e iniciar la retirada, justo antesde llegar al alcance de los arqueros.

En vano, los defensores disparabanpiedras y arrojaban una granizada defuego griego sobre los sitiadores, paracomprobar que siempre se encontrabanexasperantemente fuera de su alcance.Aquello era una guerra de nervios, y losturcos estaban cada vez másdesmoralizados por la absoluta falta desueño.

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Los cruzados se turnaban en laejecución de aquellos falsos ataques;cuando les protegía la oscuridad,especialmente, sólo una pequeña fuerzasimbólica se desplazaba hacia lasmurallas, aumentando el volumen delruido producido con el fin de compensarel tamaño. Mientras tanto, los soldadosque debían continuar con la farsa al díasiguiente dormían con algodón en losoídos para sofocar el estrépito.

La guarnición de Acre no podíadarse ese lujo. Ellos no tenían idea decuándo comenzaría el ataque de verdad.Por lo tanto, tenían que permanecerdespiertos con todos los sentidos alerta.

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Saladino sabía que atacar elcampamento de los cruzados, con todassus plazas fuertes y el laberinto detrincheras, terminaría en un desastre yposiblemente con la pérdida de TierraSanta también. No tenía más remedioque esperar, mientras Ricardo Corazónde León contaba las horas para el ataquefinal.

—¡Cómo detesto este juego delescondite! —gruñía Belami—. En estosmomentos, los turcos ya deben de haberoído cómo cavan nuestros zapadores.

Pero el hambre y la tensión nerviosacausaba el entorpecimiento de lossentidos entre los miembros de la

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guarnición privados de descanso, y elsordo golpear que los turcos oían, loatribuían al latir de la sangre en lassienes ante el incesante y ensordecedormaniobrar de los cruzados.

Por fin, los túneles quedaronterminados, los pasadizos apuntaladospor soportes y todo lleno de pajaempapada en nafta.

El jefe de ingenieros inglés, Gilbertde Nottingham, informó a Corazón deLeón.

—Todo listo, señor. Podéis atacarcuando gustéis, majestad.

El rey Ricardo, que estabadormitando antes del amanecer, salió de

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Mategriffon y montó en su caballo debatalla de un salto, al tiempo quegritaba:

—¡Que Dios nos acompañe! ¡Que laVera Cruz nos libre de los paganos!¡Suenen los cuernos de carnero!

Tocaron los shofars, y un centenarde antorchas previamente preparadasfueron arrojadas al interior de las minasllenas de paja. Todo ardió como lashogueras de yesca en un sábado debrujas.

Al mismo tiempo, Corazón de Leóndio la orden para que la artillería desitió comenzara a disparar. La señal ladio una flecha encendida describiendo

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un arco en lo alto, salida del arco detejo de Simon.

Cuando la flecha de una yardaardiendo cruzó el cielo del amanecer,todas las catapultas habidas y por haberlanzaron su carga de piedras, y lasballestas, sus dardos, contra las torresde Acre.

En aquel preciso momento, unalluvia de flechas fue arrojada por losquinientos arqueros ingleses ygenoveses, para barrer a toda criaturaviviente apostada en las almenas.

El consejo de Belami fue escuchadoy, protegida por el humo, las piedrasarrojadas y la lluvia de flechas, la

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infantería atacó llevando un centenar deescaleras, que fueron instaladas deinmediato contra las murallas.

Sólo unos pocos arqueros turcosaparecieron un instante entre las almenascon el fin de disparar sobre las fuerzasatacantes.

Una a una, las grandes torrestemblaban y se estremecían mientras seiban quemando los soportes debajo deellas. Sus resquebrajados murosresonaban bajo el constante impacto delas enormes piedras arrojadas contraellas.

De pronto, una torre se hundió. Sedesmoronó en una estruendosa

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avalancha de rocas y cascotes; lapolvareda y el humo que surgía del túnelsubterráneo ahogó los gritos de losdefensores que se precipitaban al vacío.Otra torre se desplomó hasta quedar unmontón de ruinas polvorientas. Losatacantes lanzaban gritos de alegría, entanto los defensores chillaban deespanto y desesperación.

Al fin las murallas de Acre fueronabatidas. En aquel punto, no había nadaque Saladino y Safardino pudieranhacer, salvo contemplar con horror a ladistancia cómo los cruzados salían comoun enjambre de las trincheras y atacabanAcre, una oleada de hombres tras otra.

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En medio del humo y el polvo, elclamor de la batalla alcanzó su puntomás alto, cuando los alaridos de triunfoy los quejidos de agonía se mezclaronhasta ahogar el estrépito de las armas.

Contra el encendido cielo delamanecer, la escena era un holocausto.En la hecatombe de sangre, las escalerasque se elevaban hasta las almenashervían de hombres que trepaban porellas: algunos llegaban a lo alto o caíanmuertos al pie de las torres de Acre.

En el momento culminante, Corazónde León desmontó y dirigió el principalataque contra las brechas de lasmurallas penetrando por los boquetes

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que habían quedado, como dientes dedragón arrancados, al caer las grandestorres.

En todo lugar, Simon y Belami,ahora acompañados de Pierre deMontjoie, protegían al monarca inglés,con las hachas y espadas rojas de sangrehasta la empuñadura. Tan cercano era elenfrentamiento, que las flechas sehundían hasta las plumas, aun en loscuerpos protegidos por armadura, y lasflechas de una yarda perforabanlimpiamente los escudos y las cotas demalla.

Sólo los gruñidos exhaustos delsupremo esfuerzo, los quejidos de los

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moribundos y los chillidos agudos delos gravemente heridos se oían ahora.Los tambores habían enmudecido; lastrompetas, callado, y los címbalosestaban silenciosos. Un coro de muerte yde agonía se elevaba por encima delchoque de las armas.

Las murallas festoneadas hervían decruzados, que obligaban a losdefensores a retroceder, a medida quemás y más soldados cristianos trepabanpor las restantes escaleras.

Saladino gemía.—¡Allahu Akbar! —rezaba—. Dios

sea alabado. Mis hermanos estánmuriendo en Acre. ¡Recibe sus

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aguerridas almas, oh, Alá, elMisericordioso, el Compasivo, en elParaíso!

Safardino, transido de dolor, montóen su corcel blanco y galopó condesesperación hacia Acre, agitando sucimitarra por encima de la cabeza comoun mangual.

—¡Dios es grande! —gritaba en sudesesperación.

Antes de que pudiese llegar aprimera línea de las fuerzas de loscruzados, Saladino ya había enviado unatropa de mamelucos montados enveloces cabalgaduras para evitar que suhermano cometiera lo que era un virtual

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suicidio.Saltando del sudoroso caballo,

Safardino se tendió sobre el suelorocoso y, volviéndose hacia La Meca,clamó a Alá piedad para los defensoresde Acre.

De repente, la bandera de la medialuna que flameaba en la Torre de SanNicolás fue arriada, y en seguida se izóel estandarte del León de Inglaterra,ondeando valientemente al impulso de labrisa matutina.

—¡Hemos vencido! —gritó Pierrede Montjoie, con el rostro encendidopor la alegría.

Luego su voz se transformó de golpe

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en un grito de agonía cuando una flechaturca penetró por la abertura que quedóen la cota de malla al levantar el brazo.Sólo las plumas sobresalían entre elchorro de sangre que brotaba de laartería cortada de la axila.

Pierre se tambaleó y cayó haciaatrás en los brazos de Simon, mientras eljoven templario lanzaba un grito dehorror. El sonido alertó a Belami, quecorrió en su ayuda, pero era demasiadotarde para que ninguno de los dospudiese hacer nada más que escuchar lasúltimas palabras de Pierre, al tiempoque su aguerrido espíritu abandonaba sucuerpo.

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Débilmente, pudieron oír que decíaantes de morir:

—¡Cásate con Berenice! Te quiero,Simon.

Acre había caído. Pero, para Simony Belami, el precio fue demasiado alto.

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20LA ESPADA Y LA

CRUZ

Simon cumplió la palabra empeñadacon Pierre. Buscó la tumba, actualmentesin rastro, de Phillipe de Mauray, que ély Belami habían cavado con la ayuda dePierre once años antes.

Utilizando los métodos deadivinación que le había enseñadoAbraham-ben-Isaac, Simon localizóenseguida el sitio fuera de las murallasde Acre, y él y el veterano no tardaron

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en desenterrar el barril de agua en quehabía sido sepultado el cadáver dePhillipe, que se encontraba intacto.Tierra Santa había preservado a suhonrado muerto.

Los templarios cavaron otra fosajunto a la de Phillipe envolviendo elcuerpo de Pierre en una negra túnica deservidor templario, colocaron a suamigo, con armas y armadura como lecorresponde a un cruzado, en el lugar enque reposaría para siempre, con lacabeza orientada hacia las murallas dela ciudad reconquistada y los piescruzados apuntando a su patria, aponiente.

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Ninguna pompa presidió el simpleentierro. Ningún sacerdote estuvopresente para entonar un cántico ritualpor el alma del conde Pierre deMontjoie. Simon oró en silenciomientras las lágrimas corrían por susbronceadas mejillas, y Belami, con vozronca por los sollozos ahogados, decíauna sencilla plegaria de soldado.

—Madre bendita, acoge a éste, Tuhijo fiel, conde de Montjoie, en Tuamante seno, para cuidarle, como él haprotegido Tu santo Nombre.

«Aguerrido soldado, leal camaraday caro amigo... —La voz del veterano sequebró—..., su amor por Ti fue siempre

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primero en su corazón.Al tiempo que ambos templarios

murmuraban: «Amén», una tercera vozse unió a la de ellos. Era la voz de bajoprofundo de Corazón de León. Sin servisto ni oído, se había arrodillado juntoa la tumba los enguantados dedosreposando sobre la empuñadura de suespada, con la punta clavada en la arena,a la manera de los cruzados.

Su hermoso rostro cubierto de polvoestaba surcado por las lágrimas. Belamiy Simon se aprestaron a ponerse de pie,pero el rey Ricardo les detuvo con ungesto.

—Oremos en recuerdo de un alma

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noble, a quien honraba llamándoleamigo. Pierre poseía un alegre corazónamoroso y una lengua de oro. Tambiénera un excelente trovador.

La emoción de Corazón de León lessorprendió.

El sol se diluía en su estallido finalde resplandor glorioso mientras sehundía detrás del horizonte occidentaldel mar encerrado por la tierra. Los treshombres sintieron el siseo cuando laEstrella Diurna sofocaba sus llamasalquímicas en las cálidas aguas delMediterráneo.

Al igual como habían hecho lostemplarios unos años antes, el rey inglés

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pronunció similares palabras:—Éste es un lugar sagrado para el

reposo de un soldado. Amaba mucho aese muchacho —La voz de Corazón deLeón se ahogó en un sollozo contenido—. Que esta honrosa tumba sea un lugarde paz. Con las murallas de Acre ante sucabeza y el mar a sus pies, ésta es unatumba ideal para que un caballerodescanse hasta el día del Juicio Final.Non nobis, Domine sed in tui nominedebe gloriam.

Los tres cruzados unieron sus vocesen la invocación final de los templarios.Se pusieron de píe, en tanto la fina arenase desprendía de la cota de malla, y

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saludaron a su caído camarada dearmas.

—¡Vivat! ¡Vivat! ¡Vivat!Su imperativo grito por la

resurrección del alma de Pierre resonósobre las aguas de la bahía de Acre.

Cada uno encerrado en sus tristespensamientos, caminaron acompañadospor el tintinear de las cotas de malla porla arenosa playa, montaron en suspacientes caballos y se dirigieron ensilencio hacia la ciudad reconquistada.

Dentro de las murallas, continuabala matanza. Bolsones aislados de tenazresistencia eran sofocados con salvajeviolencia, a veces a punta de espada, a

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veces mediante una lluvia de flechasfatales de una yarda y a veces con elterrible lanzador de llamas turco, ahoraen manos de los cristianos.

Aquel fue el primer resultadopositivo del asedio de una importanteciudad que Simon pudo presenciar. Se lerevolvía el estómago ante las escenas deinnecesaria carnicería que tenían lugarfrente a él, y rogaba que fuese aquella laúltima vez que presenciaba una matanzasemejante. La muerte en campos debatalla era una cosa, pero aquello eratotalmente diferente. Los cruzadosparecían gozar en su inmolación de laguarnición turca.

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En las tierras altas al este de laciudad, Saladino estaba rodeado de suscomandantes, todos ellos contemplandocon mudo horror el humo que se alzabaaún dentro de las murallas de Acre.Incluso a la distancia, los débiles gritosy los agudos chillidos de losmoribundos y los heridos se oíanclaramente a través del desierto,llevados tierra adentro por la brisamarina del atardecer.

—¡Juro que por cada sarracenomorirán diez infieles! —resonaron lasamargas palabras de Safardino.

—¡No, hermano mío! —dijoSaladino, poniendo una confortadora

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mano sobre su hombro—. Nosotrosmatamos en la batalla, como lo quiereAlá. No nos rebajamos a exterminarmujeres y niños indefensos ni hombresmalheridos. Ésa es obra del demonio.Yo no tomaré parte en ella ni lo haráningún miembro de mi familia, mientrasviva para evitarlo.

Safardino agachó la cabeza,avergonzado. Sabía que para unmusulmán devoto, la matanza de losindefensos era un pecado a los ojos deAlá.

—Así será, hermano —dijo—.Hablé dominado por la ira.

Pero no lograba soportar la

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frustración que sentía y de nuevo cedió ala ciega furia que se agitaba en suinterior. Saltando a la silla de sumontura, Safardino cabalgó como unloco hacia Acre, lanzando maldicionessobre las cabezas de los cruelescruzados. Sólo frenó al llegar a un tirode arco del campamento de lossitiadores y las flechas empezaron asilbar en torno a él.

Al fin, la matanza llegó a su fin. Losdefensores sobrevivientes fueronllevados a las celdas del antiguo cuartelde los hospitalarios y mantenidos bajovigilancia sin agua ni comida, hasta queel rey Ricardo se enteró de ello.

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—¡Nosotros no torturamos a losprisioneros de guerra! —exclamó—.¡Dadles alimentos inmediatamente!Sobre todo a las mujeres y los niños.

El impulsivo monarca había vuelto asufrir un súbito cambio de sentimientos.

—Por lo menos demuestra sercaballeroso —murmuró Belami,cínicamente—. ¿Por cuánto tiempo?

La matanza de los defensoresmusulmanes apenas cogió a lostemplarios por sorpresa. Habíanpresenciado demasiadas carniceríasespontáneas de heridos y personasindefensas, de manera notable despuésde la batalla de Hittin en manos de los

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hombres de Kukburi. Fue la magnitud delas muertes y la tardía detención delexterminio, por parte del rey Ricardo, loque les había conmocionado. Aquél eraun nuevo aspecto del carácterimprevisible del monarca inglés.

Robert de Sablé había sido heridodurante el último ataque contra lasbrechas de las murallas y estuvosemiinconsciente durante varias horas.Sin embargo, en cuanto recobró elconocimiento lo suficiente como paradarse cuenta de lo que estaba pasando,se había apresurado a persuadir aCorazón de León de que detuviera lamatanza.

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—A veces, es como si el reyestuviera poseído por un demonio. Noes él mismo. En el campo de batalla estan valiente como el rey de la selva, dequien le viene el nombre que lleva. Semuestra exultante y parece caer en eléxtasis de la lucha, como si se dejasellevar por la roja marea de la batalla.

El Gran Maestro estaba confundido.—En cambio, le vi mostrarse

misericordioso por lo menos con treshombres malheridos que habían luchadovalientemente con él. Pero estatolerancia ante el asesinato en masa,principalmente por parte de quienes notomaron parte activa en la lucha en las

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brechas de las murallas, es algo que noestá de acuerdo con la personalidad delrey.

Al igual que Simon, el Gran Maestrohabía sufrido una profunda conmociónante la conducta de Corazón de León.

Los victoriosos cruzados sereunieron en un nuevo consejo de guerra.El rey Guy de Lusignan, Bohemundo deAntioquía, Joscelyn de Edessa, Homfroide Toron y otros, pero aún sin lapresencia de Conrad de Montferrat, sereunieron con el monarca inglés y elduque de Borgoña, para formalizar unplan maestro, ahora que Acre volvía aestar en manos de los cristianos.

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Corazón de León ardía de deseos deperseguir al ejército de Saladino loantes posible. Se daba cuenta de laenorme victoria moral que habíaconseguido al tomar la ciudad ante suspropios ojos, sin tener la posibilidad deintervenir. Ahora, razonaba, era elmomento de atacar, mientras el recuerdode la derrota ardiera intensamente en sucorazón.

Los dos grandes maestros, eltemplario y el hospitalario, estuvieronabsolutamente de acuerdo con él, pero elcarácter indeciso del rey Guy les privóde tomar una decisión demasiadoprecipitada. Él aconsejó prudencia, y

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varios de los demás nobles de ultramarse pusieron de su lado. En vista delnúmero de fuerzas que el rey francocomandaba, Ricardo tuvo que ceder; esoera algo que su vivo temperamento aduras penas podía aceptar.

Robert de Sablé vio una posiblesolución a la evidente incertidumbre deCorazón de León.

—Si me lo permitís, majestad,sugiero que mandéis un enviado, no aSaladino sino a su hermano, Safardino,tomando distancia, por lo tanto, delsultán, mientras tanteáis el terreno paraun posible tratado, en vista de lamagnitud de vuestra victoria en Acre.

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El rey Guy enseguida aprovechó laoportunidad para ganar más tiempo,antes de formalizar un compromisodefinitivo de atacar a Saladino tan pocotiempo después de la toma de Acre.Sabía del afecto del monarca inglés porHomfroi de Toron, cuya encantadoradisposición contribuía de alguna maneraa llenar el vacío que había dejado elintimo amigo de Ricardo, Pierre deMontjoie, que había sido un jovialcompañero del monarca inglés. El reyGuy sugirió su nombre como dignoenviado real.

Aquélla fue una jugada inteligentepor parte del líder franco, pues entre los

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cortesanos francos ya circulaba el rumorde la intención del rey Ricardo de aliara su hermana, la reina Joanna, con elhermano de Saladino. Con todos losespías que había en Outremer, estainformación difícilmente podía causarsorpresa.

Ricardo aceptó de mala gana,comprendiendo que el tiempo que seganaría mediante esta maniobra podríaser utilizado provechosamente enreconocer la región costera, al sur deAcre, a lo largo de la cual ya habíaplaneado llevar a cabo eldesplazamiento principal hacia Jaffa.

Al ver que el momento era oportuno

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para plantear un nuevo punto importante,el Gran Maestro de los templariosvolvió a tomar la palabra.

—Hay otra cuestión, majestad, quese torna imperiosa. Con este climainsólitamente caluroso en esta estación,los muertos pueden volverserápidamente pestilentes. Las legiones demoscas de Belcebú ya cubren loshediondos cadáveres, y yo creo quecorremos un verdadero peligro de quese declare la peste si no procedemos asepultar a los muertos lo antes posible.

El monarca inglés enseguida advirtiólo sensato de la observación de DeSablé.

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—Tenemos que sepultarles en elmar. Que pongan los cadáveres en sacosy los lastren con piedras. No queremosque se produzcan resurreccionesinvoluntarias.

En verdad, era una solucióningeniosa. Cuadrillas de soldados deinfantería con máscaras cargaron loscadáveres que se descomponíanrápidamente en los cargueros de la flota,que zarparon de inmediato en busca deaguas profundas y se apresuraron adeshacerse de los muertos. Entretanto,se procedía a limpiar la ciudadreconquistada.

La reconsagración de los lugares

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cristianos sagrados, que a pesar de lasórdenes de Saladino habían sidodeliberadamente violados en venganzapor la profanación de las mezquitasmusulmanas de Jerusalén, tardó tressemanas en terminarse, mediante losservicios celebrados por el obispo deEvreux y otros dignatarios de la Iglesia,en cada lugar sagrado.

Sólo después de esos ritos, y una vezque se erradicaron todos los peligrosque amenazaban con provocar una pesteen Acre, el rey Ricardo estuvo deacuerdo en renovar la campaña y mandóa buscar a su esposa, la reinaBerengaria, a su hermana y su comitiva.

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En tanto el galeón real navegabahacia Acre, transportando la preciosacarga, Simon y Belami acompañaron aCorazón de León y los comandantes delas fuerzas en un reconocimiento delterreno al sur de Acre.

—La carretera de la costa a Jaffaparece ofrecernos la ruta más segura yrápida hasta nuestro punto clave, desdeel cual podremos dar el empujón finalhasta Jerusalén —dijo Corazón de León,pensativamente—. Servidor Belami, voshabéis recorrido estas regiones deultramar durante años; ¿qué os parece?

El veterano se atusó la corta barba,gesto habitual en él cuando pensaba

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profundamente, y respondió ariscamente,sin andarse con rodeos.

—A nadie le gusta marchar con unflanco demasiado cerca del mar,majestad, y además hay zonaspantanosas en el otro flanco, el oriental,en el primer tramo de la carreteracostera a Jaffa.

«Saladino no puede atacarnosmientras los pantanos se interponganentre él y nosotros. Pero el terreno setorna firme en una tercera parte delcamino. Entonces, desde las tierras altascubiertas de árboles, el sultán puedelanzar continuos ataques de susexcelentes escaramuzadores escitas y

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sus arqueros montados turcos, quepueden causar estragos en nuestrascolumnas.

Mientras hablaba, el veterano seagachó y trazó un burdo diagrama en laarena con un palo puntiagudo.

—Pero antes de que Saladino puedalanzar un ataque en gran escala contravuestro flanco oriental, majestad, tieneque cubrir el terreno abierto allende losárboles. Si apostáis a vuestros arquerosingleses en el costado de tierra adentro yutilizáis la técnica de las columnasvolantes romanas, como el servidor DeCreçy y yo hemos hecho muchas veces,montando a los arqueros selectos en la

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grupa de los jinetes, podéis causarnumerosas bajas entre sus lanceros,antes de que las flechas livianas de losarqueros montados puedan perforarnuestras cotas de malla. Tal vezparezcamos puerco espines, pero estoyseguro de que no recibiremos heridasgraves.

Corazón de León asintió brevementecon la cabeza. Animado por ello,Belami continuó:

—¿Puedo sugerir el uso de unelemento que mis servidores hanencontrado efectivo?

De nuevo el monarca inglés asintiócon la cabeza.

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—Un grueso acolchado o una tela demanta doblada, como las proteccionesde alquóton que los sarracenos llevandebajo de las vestas, y que muchoscruzados antiguamente preferían llevaren el calor del verano en vez de lascotas de malla, detendrá las livianasflechas turcas de largo alcance, sobretodo si también protegemos con ellos anuestros caballos. Sufriremos, porsupuesto, la tortura del calor delmediodía, pero si no cometemos el errorfatal de la batalla de Hittin, y llevamossuficiente agua y sal, para mitigar eltormento de la sed y los calambres,podremos soportar y salir con vida de

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las lluvias de flechas.Como de costumbre, el plan

expuesto por Belami era un modelo deconcisión y condensada experiencia.Corazón de León esbozó aquella sonrisasorprendentemente juvenil, donderesidía la clave de su encanto.

—Que así sea. Los comandantes seocuparán de esas cosas. Que todo elmundo, noble, caballero o soldado,lleve una bota de agua adicional, en elcostado opuesto al que recibirá lasflechas. El carro de provisiones,cargado con barriles de agua fresca, semantendrá en el lado del mar de nuestralínea de marcha. Además, ordeno que

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los comandantes de la flota sigan uncurso paralelo, cerca de la costa, parabrindarnos la protección de suscatapultas y ballestas. Quiero que cadanave lleve un mínimo de veintearqueros, para lanzar una andanada deflechas por encima de nuestras cabezas ycubrir nuestra retirada, si fuesenecesario volver a bordo de nuestrosbajeles. ¿Entendido?

Los capitanes de la flota asintieroncon la cabeza, y los comandantes de lascolumnas de los cruzados se dispersaronpara llevar a cabo las órdenes del rey.

Robert de Sablé se sonrióíntimamente. No había visto nunca al rey

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de Jerusalén, ni a ninguno de lospríncipes y señores de Outremer yOutrejourdain, escuchar con tanta buenapredisposición a un servidor veteranode los templarios.

—Ésa puede ser la razón por la quefracasamos antes, con tan cuantiosaspérdidas. La voz de la experiencia esaún la única regla con que juzgar lasituación —le comentó al Gran Maestrode los hospitalarios.

—¡Pero entonces Ricardo Corazónde León no es como los demásmonarcas! —repuso el jefe de la ordenrival de caballeros monjes.

Durante el reconocimiento de la ruta

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a Jaffa, Conrad de Montferrat siguió sindar señales de vida, haciendo casoomiso de los enviados del monarcainglés. Su plan parecía ser esperar queel rey Ricardo le ofreciese condicionesmás ventajosas para disponer de suejército, con toda la experienciaadquirida en los combates contraSaladino. Esas tropas ascendían a másde seis mil hombres, incluyendo a lainfantería, lo que brindaba a DeMontferrat una fuerza adaptable alataque o a la defensa. Podía reunircentenares de lanceros de la caballeríapesada y un gran número de arquerosgenoveses y mercenarios, armados con

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arcos largos.Sin embargo, Corazón de León antes

hubiese preferido comandar una fuerzareducida y entusiasta que acoplar unejército mercenario más numeroso, querespondía a las órdenes de otro y quesólo combatía por el botín que pensabaobtener después de una derrota masivade los sarracenos.

Eso era típico de los mezquinos tiray afloja políticos que abundaban en lasCruzadas desde el principio, pues DeMontferrat capitalizaba la pérdida delejército disperso de Barbarossa parasometer a Ricardo a su manera depensar. Pero Corazón de León estaba

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decidido a avanzar contra Saladino conlas tropas que ya tenía. A menos que deMontferrat acudiese voluntariamente ypusiera a su ejército bajo el mandosupremo de Corazón de León, el inglésprefería seguir adelante sin el nuevoesposo de Isabella.

El duque de Borgoña, un hombrecomo un toro con estómago para lucharcontra los paganos, presentaba otroproblema. Se resistía a comandar laretaguardia, pues prefería luchar al ladode Ricardo en primera línea. Corazón deLeón manejó la situación con todo eltacto y la convicción posibles. Por fin,el duque se dejó persuadir por las

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melosas palabras del rey.Lanzó una sonora carcajada.—Ese hijo de puta de De Montferrat

sólo lucha por el oro, Ricardo. Estoyseguro de que Conrad se pondría al ladodel diablo, o de Saladino, si lascondiciones fuesen buenas. —Elcorpulento duque blandió la poderosamaza de hierro—. Mi machacador desesos, aquí presente, está ansioso porpartirle el cráneo. Sólo tenéis que deciruna palabra, majestad, y marcharemosjuntos hacia Tiro.

En aquel momento llegó unmensajero del oficial de puertos parainformar a Corazón de León de que la

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nave de la reina estaba a la vista.Disolvió la reunión y, con toda calma,se dirigió a la mole de roca para dar labienvenida a su consorte. Simon, porotra parte, estaba impaciente por saludara su amada Berenice.

Al normando le atormentaba la ideade que la muerte de su amigo Pierre sedebió, de alguna manera, a su propianegligencia al no advertir al arqueroturco cuyo arco había disparado laflecha fatal. Con el entusiasmo de ver aBerenice ensombrecido por ese temorirracional, apenas podía refrenar elansia de adelantarse a Corazón de León,en vez de caminar unos pasos detrás del

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monarca inglés, vigilando que no fuesevíctima de un ataque de los Asesinos ode otro atentado similar.

Si bien Ricardo no había planeadouna recepción de bienvenida, puesestaba demasiado inmerso en los planesbélicos como para pensar en su flamanteesposa, su rey de armas, el duque deNorfolk, ya había alertado a la cortesobre la llegada de la reina. Unafanfarria de trompetas y los gritos de loscortesanos saludaron al galeón real. Ellosucedió antes de que Corazón de Leónabandonara Mategriffon, que aún nohabía sido desmantelado y almacenadoen la galera del rey, listo para la

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próxima batalla.El plan del rey de armas consistía en

alojar a las dos reinas y su séquito en elpalacio de Acre, ahora libre de losrestos pavorosos del prolongado asedio,y de nuevo ofrecía su atractivo aspectocon las banderas y gallardetes debienvenida, como correspondía a lallegada de la realeza inglesa.

El galeón de la reina finalmentecontorneó la Torre de las Moscas yatracó contra la punta rocosa. Lo únicoque Simon vio, con los ojos del amor,fue a su amada Berenice, vestidaatractivamente de negro, conocedora yade la trágica noticia de la muerte de su

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hermano.El corazón del templario latió con

más fuerza al pensar que volvería aestrechar a su amada entre sus brazos.Se volvió hacia Belami.

—¿Y si Berenice me culpa por lamuerte de Pierre?

Su voz delataba una profundaangustia.

Belami se encogió de hombros, altiempo que replicaba:

—Yo negaré rotundamente quefueses responsable en modo alguno. Enla brecha todos corríamos los mismospeligros, mientras protegíamos al rey.Esto es una locura, Simon. De ninguna

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manera se te puede culpar de esatragedia. Sigue mi consejo y trata deolvidarlo. Siempre conservaremos elrecuerdo de Pierre en nuestro corazón.Recuerda las últimas palabras denuestro amigo. Él queda que te casarascon su hermana. No le defraudes.

—Pero aún no he sido nombradocaballero— arguyó Simon.

—¡De poco os servirá a ti y aBerenice que te conviertas en caballerotemplario! Sé que Robert de Sablé sesiente fuertemente impulsado a presentaresa idea al Gran Capítulo en la próximaasamblea. Si se te brinda ese honor,como creo que será el caso, difícilmente

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podrás rehusar aceptarlo. Recuerda queese título le fue otorgado a nuestroactual Gran Maestro, y ese raro honorbien podría repetirse en tu caso.Entonces, con los votos de celibato,podrás despedirte de la más remota ideade casarte con la condesa Berenice deMontjoie, en que se ha convertido ahoratu dama.

La reina Berengaria saludó a su realesposo con un casto beso, y Corazón deLeón la escoltó a lo largo de la molerocosa, ante los resonantes vítores delos cruzados reunidos. El rey Guy deLusignan le ofreció el brazo a la reinaJoanna, y el cortejo real entró en la

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ciudad de Acre, acompañado del sonarde las trompetas.

Simon, como guardia personal de lapareja real, no pudo saludar a Berenicecon el ardor y la ternura que ansiababrindarle, pero más tarde, la bondadosaBerengaria, que conocía la angustia quesufría su dama de compañía y muyquerida amiga, procuró que los dosjóvenes amantes tuvieran la oportunidadde encontrarse en sus aposentosprivados.

Para ellos, fue un encuentro triste yal mismo tiempo tiernamente amoroso.Berenice estaba desolada por la pérdidade su hermano, y Simon estaba

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igualmente destrozado por la muerte deun amigo tan querido.

Si bien el estricto protocolo de laépoca prohibía a Berenice el goce delamor físico durante el periodo de duelo,al menos Simon pudo proporcionarletoda la ternura que ella necesitaba tandesesperadamente. Al joven normandotambién se le había enseñado a respetarel duelo por los muertos, de modo queen ningún momento se le ocurrióaprovecharse de la vulnerabilidad deBerenice.

La reina Berengaria, cuyo infelizmatrimonio no hacía más que acentuar sudeseo de ver a su amiga confortada por

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el hombre a quien obviamente adoraba,ahora intentaba allanar el camino paraaquellos desventurados amantes. No lesería difícil a la flamante reina sugerirque se le diera el espaldarazo al joventemplario, y con este propósitoBerengaria envió a buscar al servidorBelami, de quien esperaba saberlo todoacerca del elegido por Berenice.

—Majestad, desearía poder darosmás información aparte del hecho de queSimon de Creçy era el protegido delfallecido sir Raoul de Creçy, que poseíaDe Creçy Manor, cerca del pueblo deForges-les-Eaux, en Normandía. Eso,lamentablemente, es todo cuanto puedo

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deciros, puesto que hice el sagradojuramento de no revelar nada más.

La reina lo intentó con Corazón deLeón con la misma falta de éxito. El reyno pudo decirle más de lo que él mismosabía.

—Sólo conozco pequeños detallessobre Simon de Creçy. El obispo deEvreux trató de obtener más informaciónpara mí y también se estrelló contra unmuro de silencio. Estoy seguro de queno existe nada malo en esta aparenteconspiración tendiente a mantener en unmisterio el linaje del joven templario,pero confieso que este asunto me tieneintrigado. Sus antecedentes registran una

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entrega total a la causa de lostemplarios. Inspira absoluta lealtad ensus compañeros, y su Gran Maestro notiene más que elogios para con el joven.Luchó valientemente junto a mí sinpensar en su propia seguridad y, teaseguro, Berengaria, que prefiero tener ami lado a esos dos templados quecualquier otro de los hombres queconozco. Robert de Sablé es afortunadode tener a semejantes guerreros bajo sumando.

Tanto misterio no hizo más queavivar la curiosidad de la inteligentereina y resolvió indagar todas lasfuentes de información sobre el tema del

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linaje de Simon de Creçy.Mientras tanto, otra duda corroía al

normando. Como muchos hombres antesque él cuyo oficio era la guerra, habíallegado a un punto en que la idea devolver a matar le angustiaba hastadolerle el alma. Ello nada tenía que vercon la cobardía. Muchos cazadores hansufrido también la misma revulsióndespués de muchos años de matarvenados, sea para comer o por deporte.De repente, todo su ser se rebela contrala idea de segar una vida. Ése es el máspeligroso momento en la carrera de unsoldado, pues sin la reacción instantáneadel matador entrenado, el guerrero

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distraído se torna vulnerable ypeligroso, no sólo para consigo mismosino también para con los demás, cuyaseguridad reposa en sus manos.

Resulta difícil de determinar elmomento exacto en que el alma deSimon se desvió de la dedicación porentero a su propia formación a la carrerade las armas, en nombre de la justicia yde la Orden del Temple; pero lo másprobable es que se generara ante lainútil matanza de los aguerridosdefensores de Acre. La admiración deSimon por su tenaz resistencia ante elprolongado asedio había sido la delsoldado nato. Todos sus instintos habían

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clamado contra la despiadada matanza,llevada a cabo por los cruzados, de losdesarmados prisioneros, de sus esposasy hasta de sus hijos.

Sumido en el tormento por el quepasaba su alma, doblemente doloroso acausa de la pérdida de Pierre, Simonrecurrió a Belami en busca de suprudente consejo y del consuelo de sucálida amistad.

El veterano escuchó en silencio todocuanto Simon le decía, asintiendobrevemente con la cabeza a medida quesu amigo iba desgranando sus dudas ytemores. Al final de aquel catálogo depesares, Belami pasó el brazo derecho

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por los hombros de su pupilo favorito.—No cuentes a nadie más tus

miedos, Simon. Tus actuales dudaspodrían interpretarlas como otra cosa.No eres un cobarde, mon brave, pues enese caso Belami no consentiría quecombatieras junto a él. Esta súbitareacción en contra de la matanza por lamatanza en sí proviene de la ramamaterna de tu linaje, aunque yo vi a tupadre pasar por un tormento similarpoco antes de ser capturado.

«Creo que rehusó deliberadamenteque Saladino le liberara a cambio de unrescate porque tenía la sensación de que,de alguna manera, había traicionado a

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los templarios. Pensar que Odó de SaintAmand violó su juramento de defenderla causa de los templarios es demasiadoabsurdo, y también lo es en tu caso, monami. Simon, has luchado como un leónen esta tierra para mantener bien alto elbuen nombre de los Pobres Caballerosde Cristo del Templo de Jerusalén.

Belami se daba cuenta de cuánparecidos de carácter eran el padre y elhijo. Ambos eran hombres testarudos, aquienes difícilmente se les podía hacercambiar de idea, una vez que se leshabía metido en la cabeza.

—Además —siguió el veterano,pacientemente—, en la batalla de Hittin

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caíste malherido en el cumplimiento delas órdenes de los templarios.

«A instancia de nuestro GranMaestro, has defendido valientemente aCorazón de León, ¡y ambos sabemoscuán ardua puede ser esa misión! Asíque no te culpes. Esas mismas dudas hanasaltado a muchos otros hombres antesque a ti, y estoy seguro de que no serásel último que le dé la espalda a la guerraen aras de la paz.

«Sigue mi consejo, mon brave, yaguanta un poco más. Apuesto mi cabezaa que no aflojarás en el campo debatalla. Pero, por lo que más quieras,Simon, no le digas a nadie más lo que

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me has confesado a mí, ni siquiera aBerenice de Montjoie.

A pesar de sus alentadoras palabras,Belami quedó hondamente preocupadopor el súbito cambio de espíritu deSimon. Aun cuando el veteranocomprendía plenamente la situación,necesitaba tiempo para pensar cómopodía ayudar a su amigo a resolver susdificultades. Belami no dudaba de que elapasionado amor que sentía porBerenice y su irracional sentimiento deculpa por la muerte de su hermano eranla causa de aquella serie destructiva dedudas que atormentaban el espíritu delnormando.

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El viejo soldado estaba seguro deuna cosa. Presentía que la carrera deSimon de Creçy como guerrerotemplario había terminado.

Entonces se produjo un atentadocontra la vida del rey Ricardo,aparentemente llevado a cabo por losAsesinos. Fue tan pésimamente urdido, ylos dos criminales fueron tan torpes, queBelami y Simon dudaban de que loshombres de Sinan-al-Raschid estuvieranimplicados en el intento de asesinato.Para cuando los templarios llegaron allugar, los servidores guardianes derelevo, Arnold Compiégne y HenríMalmont, ya habían despachado al par

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de ineptos asesinos.El frustrado atentado determinó que

el rey Ricardo resolviera utilizar elcuerpo confiable de servidorestemplarios como una fuerza que actuaríacomo protección de flancos en suprincipal ataque con lanceros, yenseguida adoptó la sugerencia originalde Belami en cuanto a la técnica de lascolumnas volantes de arqueros montadosa la grupa de las monturas de loslanceros templarios y turcos. Eso teníaque causar un significativo efecto en sumarcha al sur.

A lo largo de ese corto periodo dereorganización y reagrupación de las

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fuerzas francas, Saladino tampoco habíaestado ocioso. El grueso de sus fuerzasavanzó para ocupar las cumbres deCarmel, para aguardar el esperadoavance de Ricardo hacia Jaffa.

Desde la caída de Acre, el respetode Saladino por la habilidad táctica deCorazón de León había aumentado tanto,que el sultán ahora consideraba que elrey Ricardo era la más grande amenazapara el mundo musulmán desde el iniciode las Cruzadas. Saladino desestimó lamatanza de Acre como consecuencia dela frustración de los cruzados francos alfin del asedio.

En el fondo de su corazón, estaba

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seguro de que un monarca tancaballeroso como Coeur de Lion nopodía ser el loco instigador de unacarnicería tan insensata. Sin embargo,ésa no era ni mucho menos la opinióngeneral entre sus contemporáneos en elmundo musulmán. Muchos de ellosresponsabilizaban directamente aCorazón de León por la matanza, y comoconsecuencia odiaban al rey inglés.

El sultán consideraba que eso era unerror fatal, pues el odio en cualquierforma tiende a obnubilar la mente, y elimprevisible monarca inglés, con sutemperamento impulsivo, voluble,requería más consideración que los

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esfuerzos afanosos fácilmenteprevisibles de un De Lusignan o unBohemundo, cuyas tácticas consistían enel mismo torpe uso de la caballería enmasa como se había utilizado siempre.

Saladino veía a Ricardo Corazón deLeón como a un compañero jugador deajedrez. Consideraba cuidadosamentecuál sería el gambito del rey. Podría sero bien un ataque directo desde Acrehacia la ciudad de Tiberias, como Guyde Lusignan había intentado hacer paraterminar en el desastre de Hittin, o bienRicardo avanzaría por la costa endirección al sur para apoderarse deJaffa.

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Después de largas deliberaciones,Saladino eligió la última como la másprobable ruta del comandante inglés. Alfin y al cabo, el rey tenía su poderosaflota ejerciendo el dominio indiscutidodel mar y ésta podía protegerle el flancooccidental. Si el sultán hubiese estadoen el lugar del rey, esa habría sido sujugada.

Si se equivocaba y Ricardo elegía laotra ruta a Jerusalén, Saladino seencontraría en desventaja, con sus tropasdemasiado lejos hacia el sur como parainterceptar a Corazón de León antes deque atacara Tiberias. Pero el sultánestaba seguro de que Ricardo jugaría

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sobre seguro y movería sus másreducidas fuerzas lo más lejos posible,con la protección de la flota inglesa enuno de los flancos.

Mientras los jefes adversarios ibanhaciendo sus movimientos preliminares,Simon pasaba todo el tiempo posiblecon Berenice, más en el papel de unhermano confortador que como elardiente amante que ambos deseabanque fuese, pero el protocolo era muyimportante en los círculos de la Corte yel amante no tenía más remedio queobedecer sus dictados.

Una vez más, bajo la tensión creadapor las circunstancias, el cuerpo sutil de

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Simon abandonó su forma durmiente ypareció desplazarse a gran velocidad através del espacio y el tiempo hasta elhogar de su infancia en Normandía. Estavez no le aguardaba ninguna tragedia enDe Creçy Manor.

Su cuerpo astral atravesó losgruesos muros y entró en la habitaciónde Bernard de Roubaix para arrodillarsejunto al durmiente caballero. Simonobservó cómo los años habíanavejentado a su querido tutor, y se quedócontemplando las arrugadas faccionesdel viejo cruzado, que roncabaplácidamente sumido en el sueñoprofundo de los ancianos. Al pie del

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lecho del caballero, yacía su perrocazador de jabalíes, también en lospostreros años de su vida. De nuevo,como había ocurrido durante la visitaprevia en sueños, el viejo perro se agitóal presentir la sutil presencia de Simon,pero los años habían aletargado sucapacidad de reacción y apenasrespondió a su papel de perro guardiánantes de hundirse de nuevo en el sueño.Simon sonrió y luego se puso alertacuando otra presencia se manifestó en eldormitorio.

Era la figura de un monje altoencapuchado que Simon habíaencontrado en un sueño anterior, cuando

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se transportó a la catedral de Chartres, yque sabía que era el espíritu de supadre.

Instantáneamente, la escena cambió ylo que era el dormitorio del viejocaballero en la mansión se transformó enla vasta nave de la catedral. El altomonje echó la capucha hacia atrás, y denuevo Simon contempló las reciasfacciones del ex Gran Maestro, fallecidoen Damasco. Esta vez la arrugada carasonreía y Simon experimentó que supadre le transmitía una oleada de amor,dotando de una nueva calidez a aquellaextraña relación. Respondió con unsollozo de gozo al sentir el fuerte lazo

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que les unía.Mentalmente, Simon «oyó» la voz de

su padre.—Has hecho todo cuanto yo

esperaba de mi hijo, y mucho más. —Elsentimiento amoroso era muy intenso—.No te preocupes Simon. Muy pronto, elcamino de tu destino te conducirá de laguerra a la paz. Has aprendido mucho delos hombres más sabios de Oriente.Nunca fue por azar que vuestros caminosse cruzaran. Todo lo que te ha sucedidoha tenido un propósito, y ha sido partede la Gran Obra. Tú tienes una feinconmovible en tu destino. No lapierdas ahora. Tomarás parte en la

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última batalla por Tierra Santa y luegotu tarea estará cumplida. La obra de tuvida está aquí, en Chartres. Tu damaestará a tu lado. No temas. Te amo, hijomío.

Con esas palabras la escena seesfumó, y Simon se sintió raudamentetransportado a través del tiempo y elespacio, para despertar de nuevo en sucama en ultramar. Sabía que habíallegado a la encrucijada más importantede su vida.

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21EL AVANCE SOBRE

JERUSALÉN

El jueves 22 de agosto del año delSeñor de 1191, el rey Ricardoencabezaba las columnas de losejércitos combinados de la terceraCruzada al salir de Acre. Las murallasde la ciudad estaban abarrotadas degente que les despedía agitandobanderas y gallardetes en unademostración de entusiasmo como no sehabía visto desde el comienzo de la

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anterior Cruzada. Era evidente queCorazón de León contaba con el totalrespaldo del pueblo de Outremer.

Los únicos cruzados que faltabaneran los que seguían a Conrad deMontferrat. Estos permanecían en Tiro,en tanto el rey inglés se dirigía haciaJaffa siguiendo el camino costero endirección al sur. A Ricardo le restabansiete mil hombres, incluyendo a suspropios caballeros ingleses, las dosórdenes militares, los nobles de DeLusignan, los lanceros aliados deBohemundo, Joscelyn y Homfroi deToron, así como las fuerzas bajo elmando del duque de Borgoña. Se

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enfrentaban a una fuerza sarracena demás de treinta mil hombres y un grannúmero de ellos iban montados.

La única ventaja táctica que poseíaCorazón de León era la flota inglesa,que, desde mar adentro, avanzaba enforma paralela al camino de la costa aJaffa. Cabalgando a la cabeza de lacolumna de la caballería pesada,mezclada con la infantería, el reyRicardo iba flanqueado por lostemplarios y su retaguardia estabasegura en manos de una selecta tropa dehospitalarios, colocados allí parareforzar a las tropas borgoñesas. Detrásdel rey, Simon y Belami cabalgaban a

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cada lado de su Gran Maestro,manteniendo su posición comoguardianes personales del monarca, sindejar de servir a los requerimientos delcomandante templario. Todo el tiempo,el veterano servidor mantenía la vistafija en las tierras altas que se extendíanhacia el oeste desde el camino de lacosta hasta la franja de árboles que, ensu opinión, inevitablemente ocultaban alas fuerzas de Saladino.

—El sultán está esperando quenuestras columnas dejen atrás las tierraspantanosas que nos separan de él.Entonces, estoy seguro de que enviará asus escaramuzadores y arqueros

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montados —le dijo a Robert de Sablé.El Gran Maestro asintió con la

cabeza.—Es sólo cuestión de tiempo.

Sospecho que Saladino aguarda a que elsol esté bien alto para atacar. Confía enque se produzca otro desastre como elde Hittin. Esta vez, la sed no será su másgran aliado. Tenemos agua más quesuficiente para cinco días.

Los pensamientos de Simonformaban una extraña mezcla. Su vividaexperiencia onírica le había convencidode que aquélla iba a ser su últimabatalla como templario. Esa ideallenaba su espíritu de ansiedad. Sabía

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que las visiones que había tenidomientras dormía siempre presagiabanacontecimientos que no tardaban enproducirse. Sólo si él interveníadeliberadamente en el curso de loseventos, las predicciones del sueñodejarían de realizarse. Eso era lo queAbraham-ben-Isaac y Osama le habíanenseñado.

No le había confiado el contenidototal de su viaje astral al veterano, sinosolamente sus dudas y temores ante laposibilidad de que no estuviese dotadopara ser un servidor templario. A pesarde que Simon consideraba que Belamiera su más íntimo amigo, tutor y tío

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sustituto, así como padrino, no lograbadecidirse a establecer la extrañacomunión que parecía existir entre sufallecido padre y él. Esto le producía unsentimiento de culpa, porque ningún serviviente había estado más cerca de élque Jean Belami. Una y otra vez Simonle debió la vida a aquel hombreconsagrado que fielmente siguió lasinstrucciones de su finado Gran Maestroen relación con su hijo natural.

Era la primera vez que el jovennormando le ocultaba algo a Belami.Mientras cabalgaba junto a él, Simonsentía remordimiento de concienciaporque de alguna manera estaba

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traicionando a su mejor amigo. Belamitambién estaba preocupado porquepresentía que Simon no se lo contabatodo y callaba algo importante. Alejóaquellos demonios de la duda y seconcentró en la observación de losbosques que se acercaban al este de sulínea de marcha. De vez en cuando,lanzaba una mirada al rey Ricardo, quese había encerrado en el silencio, encontraste con sus habituales comentariossobre los avances que estaban haciendo.

El monarca inglés estabainsólitamente angustiado por la actualrelación con su esposa. «Bella ysumisa», la había descrito

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maliciosamente Pierre de Montjoie,ignorando el hecho de que la reinaBerengaria poseía una mente inteligente,probablemente igual si no superior a lade Corazón de León.

El fracaso de Ricardo en la camacon ella provenía del latente miedo a lasmujeres que había infundido en él ladominante actitud de su madre, la reinaEleanor, a quien aún temía. Ésa no erasólo la actitud de un hijo obedientehacia un progenitor déspota, sino quetambién se debía a los indudablespoderes de la reina madre como sumasacerdotisa de la antigua religión, que élpracticaba al mismo tiempo que el

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cristianismo. En su capacidad demaestro-trovador, Ricardo Corazón deLeón era tan practicante de la antiguamagia de la Tierra, como Abraham-ben-Isaac.

Mientras llevaba al paso a Roland,su poderoso caballo de batallachipriota, al frente de su formidableejército, Corazón de León pensaba másen la tristeza por la pérdida de suapuesto e inteligente compañero Pierrede Montjoie, que en su rubia esposa,cuyo cuerpo hasta el momento no habíalogrado penetrar. Ricardo añoraba labatalla, cuerpo a cuerpo con las hordassarracenas, como el amante añora estar

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en los brazos de su amada. Sólo en eltorbellino, la acción y el peligro delcombate, aquel extraño reyexperimentaba el éxtasis quenormalmente debería haber sentidocomo un hombre viril en la cama.

Junto a él cabalgaba Guy deLusignan, sopesando una oferta de lagobernación de Chipre. Se la habíanhecho a él después de la propuesta porparte del monarca inglés del dominio dela isla recientemente capturada a loscaballeros templarios, a cambio de lasuma de 150.000 besants de oro.

Al mismo tiempo, Robert de Sabléestaba llegando a la conclusión de que

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Chipre constituiría una segura base idealpara todas las operaciones de lostemplarios en el Mediterráneo oriental,para aprovisionar a sus fuerzas enTierra Santa.

Cada cruzado, noble, caballero oplebeyo, cabalgaba con la mente llenade ideas sobre lo que aquella terceraGuerra Santa le reportaría en calidad dehonores, riquezas o satisfacciónreligiosa, según su temperamento. Sinembargo, todo el tiempo, losexperimentados veteranos de ultramar semantenían alerta para afrontar elesperado ataque de los escaramuzadoressarracenos en masa, ahora que habían

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sobrepasado la zona de los pantanos,que se precipitarían sobre ellos desde laextensa línea de árboles que sevislumbraban al este.

En formación de marcha, el ejércitocristiano avanzaba lentamente, como unaenorme serpiente del desierto, a lo largode la carretera costera a Jaffa. De tantoen tanto, eran hostigados por pequeñosgrupos de arqueros montados turcos,pero sólo sufrían heridas superficialescausadas por aquellos jinetesfastidiosos. Mientras tanto, ocultos en lafloresta de la altiplanicie, tal comoBelami había pronosticado, losexploradores de Saladino vigilaban y

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contaban las tropas de los cruzados, queseguían avanzando sin parar.

—El rey inglés ha organizado suejército en cinco batallones. Dile aSaladino que Corazón de León tienedoce divisiones de caballeros,flanqueados por tierra por sus arqueros,y por mar, por sus carros deprovisiones. A corta distancia de lacosta, se encuentran las naves de la flotainglesa. De Montferrat, según parece, noacompaña al rey No hay ninguna de susbanderas. Calculo que sobrepasamos alos infieles por tres a uno. ¡Alá esgrande! ¡Él les ha puesto en nuestrasmanos!

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Esas palabras, dichas por Safardinoa su mensajero, fueron repetidas a suhermano el sultán a los pocos minutos deser pronunciadas. Saladino se dirigió aTaki-ed-Din, su sobrino favorito.

—Si Ricardo no ha aprendido lalección de la pasada experiencia de losdesastres de De Lusignan, podríamostener otro Hittin. Pero me temo queSafardino se muestra demasiadooptimista. Corazón de León lucha comosiete djinns y sus mandobles sonmortales. Sus arqueros ingleses,armados con arcos largos, como el quemi joven amigo templario dispara tandiestramente, son fatales aun a larga

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distancia. Sus flechas atraviesan lasmallas de acero como si fueran de quesode cabra. En cambio, nuestrosescaramuzadores escitas y los arquerosmontados turcos tendrán que acortar ladistancia para poder perforar lasarmaduras de los cruzados. ¡Díselo!Lanza el ataque total ahora, mientras elsol les da en los ojos.

En el punto donde el bosque seextendía hasta tres millas de la costa,comenzó la batalla de Arsouf.

Primero iban los arqueros montadosturcos. En un remolino de fina arena,lanzando gritos de combate, una enormeola de aquellos fanáticos guerreros

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surgió atronando de entre los árboles.—Deben de ser diez mil —musitó

Simon, alarmado por el número.—¡Más o menos, mon brave! —

concedió Belami, volviéndose hacia loslanceros templarios con gran serenidad—. ¡Mantened bien altos los escudos,mes amis! ¡Aquí viene la granizada deflechas!

Su advertencia coincidió con lossilbidos de los miles de flechas livianasturcas que pasaban por encima de lasfilas de los cruzados, agachadosexpectantes detrás de sus escudos. Sólouna docena de flechas penetraron en lacarne incautamente expuesta, hiriendo

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gravemente a varios lanceros. Lasrestantes, o bien se clavaron en la arena,o no lograron atravesar los acolchadosprotectores de algodón, que ahorallevaban la mayoría de los cruzadosbajo las cotas de malla. El resultado,como Belami había pronosticado, fueque causaban la impresión de una bandade puerco espines montados, en tanto loscruzados avanzaban lentamente a travésde la lluvia de flechas turcas conmuchísimas de ellas clavadas en suscotas de malla.

Detrás de los arqueros montados,que se habían abierto en abanico haciala derecha y la izquierda, abriendo paso

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para la infantería, venía una oleada trasotra de soldados egipcios y bedawin dea pie, fieros guerreros criados en eldesierto que ardían de deseos departicipar en la batalla. De sus arcospartió una segunda andanada de flechashacia las columnas de los cruzados. Denuevo, los jinetes que avanzabanlentamente se agacharon en sus monturasdetrás de los largos escudos, o seprotegían debajo los más pequeños, lossoldados de infantería cristianos. Otravez, sólo una pequeña proporción de lasflechas que caían se clavaronpeligrosamente en las partes expuestasde los blancos.

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En aquel momento, el rey Ricardolevantó la espada en alto, dando la señalconvenida a los arqueros ingleses ygenoveses.

De inmediato, el muro de escudos delos cristianos se abrió para que losarqueros pudiesen hacer uso de susarmas y, de quinientos arcos largos y lamitad de ese número de ballestas, partióuna lluvia mortífera de flechas hacia lainfantería enemiga que avanzaba. Lasarmaduras sarracenas, de cota de mallaliviana y acolchados de algodón debajode ellas, si bien eran adecuadas comoprotección contra sus flechas livianas,no constituían un obstáculo para las

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flechas mortíferas de una yarda de losarqueros ingleses, ni para los dardosigualmente mortales de las ballestas delos genoveses.

En cuestión de segundos, el sueloquedó cubierto de heridos y de loscuerpos muertos por las flechas.Contemplando la batalla desde lo alto,en el límite del bosque, Saladino ordenóavanzar a una segunda oleada de lacaballería, y una gruesa fuerza de jinetesmamelucos arrancó al trote antes deemprender la estruendosa carga final. Almismo tiempo, una segunda fuerzamontada, compuesta de escaramuzadoresescitas, describía un medio círculo para

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atacar a las tropas de los hospitalariosque actuaban como retaguardia de loscruzados.

Corazón de León advirtió el peligrode ambos ataques y ordenó cerrar filas atodas las fuerzas, al tiempo que manteníaa su propia caballería en jaque. El hábilestratega inglés sabía que aquella jugadadel sultán era un intento deliberado deatraer a la caballería de los cruzados acampo abierto, donde serían rodeados ydesmembrados por los lancerossarracenos, que les superaban en unnúmero de tres a uno.

Tanto el rey Ricardo como el sultánSaladino se daban cuenta de que la

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tentación de abrir las cerradascolumnas, en cuya formación loscruzados se veían obligados a aguantarla continua lluvia de flechas sarracenas,era casi irresistible. Pero, si lo hacía,sólo podía haber un resultado: laaniquilación total del ejército cristiano.

—Esta espera es lo peor de todo,Belami —le dijo Simon al veterano derostro pétreo, que también se moría deganas de conducir a su columna volantecontra las atacantes hordas sarracenas.

—El rey está acertado —gruñó elviejo soldado—. En Hittin, perdimos lamitad de los hombres tratando decontener las cargas de la caballería de

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Saladino. No tenemos otra alternativaque mantenernos firmes y soportar elcastigo que nos impongan lossarracenos. Luego, cuando se les hayanterminado las energías y nuestrosarqueros hayan reducido a sus tropas enuna proporción considerable, podremossalir y aplastarles, hasta llegar a lapropia tienda de Saladino. Hastaentonces, tenemos que quedarnos quietosy tranquilos esperando.

Aunque Simon había sufrido lahabitual contracción de las entrañas queprecedía a cada acción en que habíaparticipado, por primera vez, sintió elviento glacial del miedo. Eso no

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significaba que se hubiese vueltocobarde, sino sólo que, al fin, la fatigadel combate comenzaba a convertirle ensu víctima. Era la espera lo que loprovocaba, mientras una oleada tras otrade sarracenos atacaba saliendo de laenorme polvareda o cabalgaban gritandopara desafiar a los cruzados para queavanzaran.

Simon empezó a rogar para que elrey diera la señal de atacar a sustorturadores; cualquier cosa quequebrara la tensión que producía elhecho de estar a la retaguardia delinterminable ataque. Belami advertía loque pasaba por la cabeza de su amigo al

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observar sus tensas facciones, y estabaprofundamente preocupado por lo queveía.

El maduro guerrero sabía que Simonestaba a punto de perder la paciencia.Estaba seguro de que sólo el acendradosentido del deber del joven normando leimpedía espolear a su caballo de batallahacia las fuerzas enemigas y cargar demanera suicida contra el grueso de lastropas, para encontrar la paz en la puntade una lanza sarracena. El veterano lohabía presenciado muchas veces, conhombres muy valientes comoprotagonistas. Temía que ello lesucediera a Simon. Belami rogaba que

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el rey Ricardo no tardara en dar la señaltan esperada de acercarse al enemigo yluchar cuerpo a cuerpo. Ninguno deellos podía esperar mucho más. Todosestaban al borde del ataque de nervios.

Mientras tanto, detrás de la columnade los cruzados, los escaramuzadores nodaban descanso a los hospitalarios. Lasbajas entre los cristianos ibanaumentando en la retaguardia, mientrasse defendían de los ataques de losescaramuzadores escitas que lesasaltaban constantemente. La dificultadadicional de avanzar hacia el sur,mientras tenían que repeler a losatacantes, tornaba la situación

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intolerable.Por un tiempo, parecía que la batalla

sería tan desastrosa como la de Hittin.Sólo la provisión abundante de agua lesevitaba el sufrimiento adicional de lased, el factor que en última instanciahabía decidido el resultado de la batallaanterior. En aquel punto del lentoavance, los cruzados encontraron que lacarretera estaba tan cerca de la costa,que el carro de provisiones apenas teníaespacio para pasar entre ellos y el mar.

Ricardo también advirtió que lasnaves se encontraban ahora encondiciones de navegar más cerca de lacosta. Inmediatamente envió a un

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mensajero para que diese la señal, a losbarcos más cercanos, de comenzar adisparar sobre los escaramuzadores queles atacaban por la retaguardia. Al cabode pocos minutos, grandes piedras ydardos, disparados desde las catapultasy ballestas de las naves, comenzaron acaer en torno a las temidas hordas deescitas, y dejaban a muchos caballos yjinetes tendidos en el suelo.

Para los hospitalarios fue un respirobienvenido y comenzaron a vitorear conentusiasmo la intervención de la flota.Al mismo tiempo, los arqueros de losbajeles lanzaron una granizada deflechas de una yarda, que continuaron

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dejando vacías nuevas sillas enemigas.Al fin, esa acción contribuía a aflojar latensión que minaba la moral de loscruzados. Saladino, que había bajadodel bosque junto con su estado mayor,ahora tenía un panorama más cercano dela batalla. Presentía que el rey notardaría en hacer su jugada. Por lo tanto,redobló los esfuerzos por romper lasólida línea de defensa, en tanto loscruzados seguían avanzando tenazmentepor la carretera costera. A pesar detodo, Ricardo rehusaba ser arrastrado aun choque directo, aun teniendo encuenta las diezmadas filas de lacaballería sarracena.

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El sultán comenzó a comprender quela posibilidad de que se repitiera eltriunfo de Hittin cada vez parecía másremoto. La retaguardia de Ricardoseguía resistiendo los repetidos golpesde las caballerías turcas y escitas, y lastropas sarracenas comenzaban a estarexhaustas. Saladino tuvo que movilizaral resto de su ejército. No vaciló enhacerlo.

Al mando de Taki-ed-Din, lacaballería pesada sarracena se precipitódesde las tierras altas contra el sólidomuro de cruzados. Al mismo tiempo, conun esfuerzo supremo, losescaramuzadores utilizaron sus últimas

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energías contra la golpeada retaguardia.Aquello fue la gota que colma el vasopara los cristianos. Rompieron laformación cerrada, dominados por la iracontenida y se lanzaron como locossobre sus atacantes. Por milagro, sulocura coincidió exactamente con elinstante que Corazón de León habíaelegido para efectuar su jugada. El reyhizo girar en redondo a su cabalgadura ylanzó un poderoso grito:

—¡Que Dios y el Santo Sepulcro nosacompañen!

Con esas palabras resonando en losoídos de los cruzados, el gigantesco reyinglés galopó directamente hacia los

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sarracenos atacantes. El movimiento fuetan súbito e inesperado, que lacaballería del sultán se dispersó. Comosi se hubiese roto una represa, el caudalde lanceros cruzados siguió a Corazónde León para caer sobre los dispersosmamelucos.

Ricardo tiró su lanza rota y empuñóel hacha de batalla danesa de doblehoja, empezando a descargar golpes adiestro y siniestro con invencible furia.El arma de Ricardo era entonces cuandoresultaba más mortal. A cada golpe,quedaba partido un cráneo sarraceno ohundido un pecho cubierto por la cota demalla. Nada podía parar la fuerza y la

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destreza que había detrás del hacha debatalla de Corazón de León. El arma dedoble hoja cortaba con la mismafacilidad un casco de acero que una cotade malla reforzada.

Los mamelucos yacían a montones,con sus emires entre ellos. Hasta Taki-ed-Din, el casi invencible y jovenguerrero del sultán, fue presa del pánicoy abandonó el campo de batalla con losesparcidos miembros de su caballeríapesada.

Como en Hittin, fue un desastre, peroesta vez para los sarracenos.Incansablemente, Ricardo seguíaabriéndose paso entre los

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desmoralizados mamelucos, hasta que sucaballo, aún en perfecto estado, enfiló algalope la empinada cuesta hacia elcuartel general del comandantesarraceno. Pisándole los talones,cabalgando a cada lado del GranMaestro templario, Simon y Belamiprotegían las espaldas del rey.

En el combate, todo habían sidoestocadas y mandobles, golpe por golpe,con tanta velocidad como el ojo podíaseguir la acción. La furia de la batalla yahabía abandonado a Simon, y aquellamisma oleada de miedo irracionalvolvía a inundarle lentamente elcorazón. Belami, siempre atento a su

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misión de proteger a Simon, presentíaque no todo estaba bien. Se acercó parabrindar más protección a su ahijado. Elrey Ricardo era más que capaz paracuidar de sí mismo. Simon era quientenía preocupado al veterano.

Como una ola lanzándose sobre laplaya, Corazón de León conducía a suslanceros contra la posición de Saladinoen la colina que dominaba el llano deArsouf. Los huertos y los árboles de lapequeña ciudad se perfilaban en elhorizonte, Más allá, se elevaban en ladistancia las almenas de Jaffa.

Corazón de León había calculado sujugada perfectamente, aun cuando sus

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lanceros se habían abierto antes de queél diera la orden de atacar a lossarracenos. Siguiendo al rey Ricardomuy de cerca, a sus caballeros y a loslanceros templarios, iban Homfroi deToron, el rey Guy de Lusignan, el duqueBohemundo y el conde Joscelyn, con elduque de Borgoña y los hospitalariossobrevivientes, que corrían a todogalope para mantenerse a la altura desus jefes. Por todas partes, la llanuraaparecía cubierta de montones demamelucos muertos, deescaramuzadores y arqueros montadosde Saladino con el cuerpo destrozado.

Las columnas volantes de Belami,

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con sus arqueros ingleses montados a lagrupa, seguían disparando sin pararflechas de una yarda sobre lossarracenos que huían, que abatían amuchos más. Para el ejército deSaladino, la batalla se estabaconvirtiendo en un río de sangre. Sólo laguardia personal del sultán se interponíaahora entre él y los cruzados atacantes.

Sin embargo, el ímpetu se ibaperdiendo a medida que los lanceroscristianos subían la cuesta. Aquél era elmomento en que debía producirse elcontraataque, si así tenía que ocurrir.Saladino, experto general como era, lopresintió y, montando en su semental

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blanco, a pesar de las protestas de suestado mayor, se puso al frente delataque final. Era un momento decisivo,del que depende el destino de unimperio. También para Simon habíallegado el momento crucial.

La horda sarracena se lanzó por laladera de la colina, encabezada por unaenorme cuña de lanceros, agrupadosmuy estrechamente. El impulso de lacarga era comparable a las que loscruzados habían lanzado contraSaladino. Ricardo enseguida se diocuenta del peligro y dio media vueltapara enfrentar la nueva amenaza.Gritando y chillando como demonios,

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los sirios, fatimitas y seldjuks, queformaban el núcleo de la caballeríapesada de Saladino, galopaban por elterreno duro como una piedra del llanohacia los caballeros francos, servidoresy lanceros turcos, que se habían dadovuelta rápidamente hacia ellos.

El choque de las fuerzas opositorasarrojó a muchos sarracenos al suelo,pues los pequeños caballos árabes nopodían resistir el impulso de loscorceles más poderosos de los cruzados.Los gemidos de los moribundos,pisoteados por los cascos conherraduras de los caballos de guerrafrancos, se elevaban a coro por encima

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del chocar del acero y los frenéticosgritos de batalla de los que seguían convida. Aquel combate final, en medio delas sofocantes nubes de polvo, fue unholocausto. La llanura estaba cubierta decabezas seccionadas, como una obscenaplantación de melones. Los cuerpos conlos miembros cortados vertían su sangrevital en la sedienta arena. Caballos querelinchaban, con las patas enredadas ensus propias tripas, bregaban por ponersede pie sobre sus patas fracturadas. Elhedor de la sangre y los excrementos,humanos y animales, sofocaba a loscombatientes, que vomitaban mientrasluchaban.

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¿Dónde reside la gloria?, pensabaSimon, su sobrevesta manchada desangre y vómito, mientras lanzabaestocadas y se abría paso junto alaguerrido monarca inglés, queevidentemente se deleitaba en el seno dela apocalíptica matanza. Asqueado anteaquella insensata carnicería, sólo suinnato sentido del deber mantenía aSimon en la lucha.

Detrás del rey, guardándole laespalda, Belami seguía sin quitar lavista de su ahijado, advirtiendo conpreocupación el constante deterioro desu capacidad combativa.

—Santa Madre de Dios, protege a

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Tu hijo —rogaba el veterano, en mudaangustia, al tiempo que descargabamandobles contra los seldjuks que lerodeaban.

El viejo soldado sabía que era sólocuestión de minutos antes de que supupilo, a quien había jurado protegercon la vida, finalmente se quebraría,bajaría la guardia e invitaría a la paz dela muerte.

Ese momento llegó cuando Corazónde León rompía el círculo de acerosarraceno y espoleaba a su corcel haciaun segundo grupo de ayyubids que seprecipitaban sobre él, conducidos porSaladino.

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Al rey le dio un vuelco el corazón yresonó de nuevo su grito de combate:

—¡Que Dios y el Santo Sepulcro nosprotejan!

Simon y Belami, seguidos de cercapor el Gran Maestro del Templo,galoparon junto al gigante inglés quecorría hacia su valiente adversario.¿Quién sabe cuál habría sido elresultado si aquellos dos grandesguerreros se hubiesen encontrado cara acara?

Pero no tenía que ser. En aquelinstante fatal, un escaramuzador escita,que yacía junto a su caballo muerto,lanzó un golpe de cimitarra al corcel del

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rey que saltaba sobre él y desjarretó almagnífico animal chipriota.

Con un agudo relincho, Roland cayóal suelo, y su real jinete quedósemiatrapado debajo de su pesadocuerpo. Belami, que cabalgaba cerca deél, no tuvo tiempo de esquivar el caballocaído y chocó contra el animal, por loque su propio semental árabe cayó derodillas, y el veterano servidor con él.

Simon pasó volando por su lado,hizo girar a su blanco corcel con el finde proteger a sus dos aturdidoscamaradas. Saladino ya habíareconocido al monarca inglés, cuandoCorazón de León caía envuelto en un

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remolino de polvo, y ahora corría haciaél lanzando un fuerte grito:

—¡Allahu Akbar!El sultán clavó las espuelas a su

semental blanco, puso la lanza en ristrey embistió a Corazón de León, que seponía de pie trastabillando. Sólo Simonse interponía entre ambos.

En aquel instante fatal, se decidió elfuturo del templario. Girando paraenfrentar a Saladino, el joven normandose agachó para coger una lanza caída yespoleó a su montura para que cargara,dominado por la angustia.

El deber le ordenaba: «¡Mata aSaladino, para proteger a Ricardo!»

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Pero su corazón, rebosante de amor yrespeto por el impetuoso sultán, no lepermitía atacarle. Lo único que pudohacer fue interponerse entre los dosjefes, hasta que los cruzados que leseguían de cerca protegieran al rey.

Saladino vio en Simon simplementea un servidor de negra túnica más de piedelante de él. De repente, cuando sóloles separaban unas yardas, el templarioinexplicablemente bajó la lanza.

En el mismo instante, Belami gritabacon desesperación:

—¡Saladino, es Simon! ¡No lemates! ¡Él ya es incapaz de matar!

En aquella fracción de segundo, el

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líder sarraceno reconoció a su jovenamigo. Pero ni las reacciones raudascomo una serpiente del sultán pudieronhacer más que desviar ligeramente lalanza que apuntaba al corazón deltemplario. Corazón de León soltó unaexclamación de sorpresa al ver queSaladino, en el último momento,desviaba hacia un costado la lanza debambú con punta de acero.

Los cuatro participantes de aquelextraño drama profirieron un gritocuando la lanza del sultán se hundía enel costado del templario: Saladino, conhorror; Simon, de dolor; Ricardo, conperplejidad, y Belami, con

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desesperación. Fue una pesadilla,dirigida por el Destino.

Belami, presa de la pena y el horror,había volteado instintivamente sumortífera hacha de batalla, dispuesto alanzarla contra Saladino. Pero tambiénél había visto el movimiento horrorizadodel sultán al reconocer a Simon, paraevitar que la lanza le matara. Dejandocaer el arma al costado, Belami,llorando como un niño, corrió a coger asu herido camarada mientras sedeslizaba de la silla.

Saladino, despavorido ante laposibilidad de haber matado a su amigo,frenó y saltó al suelo, para arrodillarse

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junto al malherido templario. Se lellenaron los ojos de lágrimas al tiempoque se balanceaba de un lado al otro ensu dolor.

Aquella escena extraordinaria habíaparalizado a ambos bandos atacantes, entanto sus monturas patinaban hastadetenerse en una nube de polvo. Losescuadrones de hombres jadeantes ycorceles sudorosos esperaron la señalde sus respectivos jefes para suspendero reanudar el combate. Amboscomandantes levantaron las manos paraevitar cualquier movimientoprecipitado. Fue un momento mágico.

—¡Ojalá que Alá hubiera detenido

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mi mano!La grave voz de Saladino se elevó

en un grito de desesperación. Belami leconsoló, mientras sostenía a Simon consu fuerte brazo derecho.

—No fue culpa vuestra, señor. Enmedio de las nubes de polvo de labatalla resulta difícil distinguir al amigodel enemigo, sobre todo cuando eseamigo viste la túnica del enemigo. Vicómo desviasteis la lanza hacia uncostado al reconocer a vuestroadversario. Simon jamás os hubieramatado, señor. Así me lo dijo, antes dela batalla.

—Yo también lo presentí, Belami —

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repuso el sultán, enjuagándose los ojos.Bruscamente, el líder sarraceno

volvió a ser dueño de sí mismo.—Con el permiso de vuestro jefe,

pondré a Simon de Creçy al cuidado deMaimónides. Creo que sólo losconocimientos de mi médico personalpueden salvar, de nuevo, la vida de mijoven amigo.

El sultán miraba expectante almonarca inglés, que había logradoliberarse de su moribundo corcel, al queeliminó de un certero y piadoso golpe dehacha. Ahora se encontraba de piedetrás de Belami, esperandopacientemente que le tradujesen las

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palabras en árabe de Saladino.Un silencio espectral descendió

sobre el campo de batalla, al tiempo queBelami explicaba rápidamente lainsólita situación. Todo el tiempo elveterano intentaba detener el flujo desangre que manaba del costadoperforado de Simon. Por fin, con laayuda de la faja del sultán, lo logró. Unavez que comprendió el contenido de lapetición de Saladino, Corazón de Leónsonrió y saludó a su valerosoadversario.

—Si ese gran médico es tan buenocomo decís, servidor Belami, Simon deCreçy debe ser puesto de inmediato a su

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cuidado. Accedo gustoso a la solicituddel sultán Saladino.

Por la expresión del rostro delmonarca inglés, el sultán comprendióque todo estaba bien. Dirigió a Corazónde León un real salaam y, volviéndosehacia su estado mayor, reunido a unascincuenta yardas a sus espaldas, dio unaorden que inmediatamente hizo que seadelantaran seis jinetes de su guardiapersonal, llevando de la brida uncaballo con una litera.

Después de una breve pausa,mientras se ataba la litera entre doscaballos, se les unió Abu-Imram-Musa-ibn-Maymun, mejor conocido como

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Maimónides. Con un gesto amigablesaludó a Belami e hizo una reverenciaformal al monarca inglés, y acto seguidoexaminó rápidamente a Simon, queestaba inconsciente. Al incorporarse, suexpresión era grave.

—Si Alá lo permite, vivirá. Perodebo atender su herida lo antes posible.Con vuestro permiso, majestad.

Las últimas palabras, pronunciadasen francés, iban dirigidas al reyRicardo. Corazón de León sonrióseveramente y asintió con la cabeza. Elcuerpo inerme de Simon fue colocadocon sumo cuidado por cuatromamelucos, y bajo las indicaciones de

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Maimónides, en la litera, y seguidamentele cubrieron con una manta.

Belami saludó a los dos grandesjefes y conversó brevemente conSaladino, que asintió. Luego,dirigiéndose al rey Ricardo, el veteranopidió bruscamente:

—¿Cuento con vuestro permiso,majestad, para acompañar al servidorDe Creçy y al médico Maimónides?

El espíritu romántico del monarcainglés estaba cautivado por elcaballeroso comportamiento de suadversario. Quizá, en aquel breveencuentro, cara a cara, la naturalezapoética de Ricardo reconoció la misma

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cualidad mágica en Saladino. Sea cualfuere la razón, lo cierto es que RicardoCorazón de León gustosamente hubieraconcedido cualquier peticiónrelacionada con aquella dramáticasituación. También comprendía que eltiempo era de suma importancia para elmalherido templario.

—Vuestra petición está concedida,servidor Belami. Permaneced junto a DeCreçy el tiempo necesario, ymantenedme informado de la evolucióndel herido. —El rey permaneciópensativo un momento—. El sultán debede tener una elevada opinión de nuestrojoven amigo. Eso le honra grandemente.

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Belami saludó a Corazón de Leóncon la espada y prestamente volvió amontar su blanco semental árabe, que nohabía sufrido daño alguno en la caída.Seguidos por él, los mamelucosregresaron lentamente a sus propiasfilas, llevando a Simon, seguro en sulitera, entre ellos.

Sin pronunciar una palabra más, elrey Ricardo y Saladino se saludaron,con la espada y la cimitarra,respectivamente. Envainando las armascomo señal de una tregua temporaria, sedisponían a separarse cuando Saladinose detuvo, sonrió y dirigió unas palabraspor encima del hombro a su estado

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mayor. Inmediatamente, un emir seadelantó, llevando de la brida unsoberbio caballo árabe blanco.

Corazón de León no precisóintérprete para que le tradujera elmagnífico gesto de Saladino. Con una desus características sonrisas juveniles,Ricardo montó de un salto en la silla conadornos de plata. También Saladinocomprendió igualmente el gesto deagradecimiento del rey.

Fue aquél un momento mágico, quetodos los que presenciaban sorprendidosla emocionante escena conservaríanamorosamente por largo tiempo en lamemoria. Fue en verdad un encuentro de

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trovadores.Sin decir nada más, Corazón de

León hizo dar media vuelta a su monturay volvió al galope hasta donde leesperaban los lanceros, observado conadmiración por Saladino, que habíavuelto a montar su propio sementalblanco como la nieve. Perfilándosecontra la masa de su fuerza decaballería, formada en media luna, elsultán, ataviado con el sagrado turbanteefod verde del Profeta, ofrecía unaimagen memorable.

Con un grito de: «¡Allahu Akbar!¡Alabado sea Alá, el Señor de laCreación!», Saladino hizo corvetear a su

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montura y volvió sin prisa a reunirse conel ejército sarraceno.

En aquel momento, el sol, que seestaba poniendo, se hundió en elhorizonte, toda su imagen roja como lasangre y deformada por la brumamarina. Como obedeciendo a una señalde la Estrella del Día, amboscomandantes se pusieron al frente de susrespectivos ejércitos abatidos paraalejarlos del sangriento campo debatalla; Saladino, retirándose a sucampamento del bosque, y Ricardo,llevando a sus cruzados hasta laprotección de las murallas de Jaffa, parahacer vivac allí.

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La batalla de Arsouf habíaterminado.

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22EL DESTINO

Al amanecer del día siguiente,Saladino volvió al ataque y encontró alrey Ricardo sólidamente acampadofuera de las murallas de Jaffa. Resultabaevidente que sería difícil desalojar a loscruzados de aquella posición, sobretodo teniendo en cuenta que la flotainglesa había llegado hasta cerca de lacosta y reaprovisionaba a corazón deLeón con armas, comida y forraje paralos caballos.

Prudentemente, Saladino retrocedió.

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En Arsouf, había perdido más de sietemil hombres, incluyendo un númeroconsiderable de emires. No podíapermitirse sufrir muchas más bajas tanpronto. El ejército más reducido del reyRicardo apenas había tenido setecientosmuertos y heridos. En conjunto, habíasido una victoria rotunda para loscruzados.

Sin embargo, ello no les habíallevado más cerca de la Ciudad Santa.El avance sobre Jerusalén significaríaque primero el rey Ricardo debíaestablecer una base firme en Jaffa, ysólo entonces desviarse hacia el estepara avanzar directamente por la antigua

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carretera romana que conduce a lacapital espiritual de la cristiandad. Latercera Cruzada aún tenía que hacer unlargo camino.

Corazón de León estaba ocupado enfortalecer las fortificaciones delpequeño puerto, levantando el castilloMategriffon y un campamento para suejército, protegidos por trincherassólidas. Pero aún encontró tiempo paraocuparse de la suerte de sus amigostemplarios.

Puede parecer raro que el monarcainglés se interesara tanto por los dosmiembros del Cuerpo de Servidores. Noobstante, éste era el caso, debido al

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firme vínculo que se había establecidoentre ellos en el campo de batalla,cuando los tres hombres lucharon codo acodo. Para Ricardo Corazón de Leónese vínculo era místico y ataba a loscamaradas de armas más estrechamenteque si fuesen hermanos.

Además, el rey encontraba alapuesto joven normando más atractivoque a Pierre de Montjoie, que había sidosu querido compañero desde que seuniera a Corazón de León en Mesina,Sicilia. La alegre irreverencia de Pierrehabía encantado a Ricardo, pero lainteligencia y los sorprendentesconocimientos sobre los Misterios de

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Simon de Creçy habían despertado suinterés. En realidad, desde el sitio deAcre, un sentimiento semejante al amorpor el joven normando se había filtradoen el corazón del monarca.

El rey inglés sentía la pérdida delíntimo compañerismo de Simon contanto dolor como había llorado la muertede Pierre de Montjoie. Esperaba conimpaciencia noticias de su evolución enmanos del médico de Saladino.

Corazón de León ya había enviado aAcre la noticia de las heridas de Simonasí como de su tratamiento por parte delmédico de Saladino, procurando queesta información no causara mucha

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angustia a Berenice de Montjoie.Aunque Ricardo se sentía tanfuertemente atraído por Simon de Creçy,no sufría el tormento de los celos.

Cuando el rey llegó a Acre, sedirigió directamente a los aposentos dela reina. El ansia de estar con su esposano era la del apasionado esposoretornando a los brazos de su amada,pues su extraña relación se habíaformalizado como un matrimonio deconveniencia, sin amor físico porninguna de las partes.

Ricardo estaba ansioso de verla porotros motivos.

A causa de la grave herida de

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Simon, el rey precisaba del indudabletalento de Berengaria como sanadora; elmilagroso don que aquella bella yespiritual mujer poseía para curar adistancia, mediante los rezos, formabaparte de su poder como dotadapracticante del arte de Wicca.

La reina, empero, presintió lapetición de su esposo antes de que se laformulara:

—He rogado, día y noche, por elrestablecimiento del joven templario. Sélo que Simon de Creçy significa para ti,Ricardo.

La melodiosa voz de la adorablesacerdotisa estaba preñada de

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compasión, sin ningún dejo de ironía enla última frase.

—Ése fue un buen gesto de tu parte,Berengaria. —La voz de Ricardodenotaba ansiedad—. Se recuperará...,¿no es cierto?

Su esposa sonrió dulcemente.—Estoy segura de ello. Presiento

que está en buenas manos.Corazón de León exhaló un audible

suspiro de alivio.—Espero que Berenice de Montjoie

no esté demasiado angustiada.La voz de Ricardo denotaba

auténtica preocupación, pues era capazde ser muy bondadoso para con sus

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amigos íntimos.—Ha estado constantemente a mi

lado y me ha acompañado todos los díasen nuestras oraciones por elrestablecimiento de Simon —letranquilizó su bella esposa—. Ella leama aún más que tú, esposo mío.

Tampoco en esta ocasión habíaironía en el tono de su voz.

Ricardo sabía que Berengariaconocía sus acendrados sentimientos porel apuesto servidor templario, y sesentía embarazado por el hecho de quesu preferencia por los hombres fuese tanevidente para su esposa.

—Como sabes, querida —continuó

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—, el joven De Creçy está en las hábilesmanos del médico privado del sultánSaladino, el llamado Maimónides.Evidentemente, el jefe sarraceno sienteel mismo respeto y afecto por Simon quenosotros.

Berengaria se preguntó si su esposousaba el plural real para incluir lossentimientos de ella y de su dama decompañía por el templario herido.

No sentía celos, pues lasproclividades sexuales de su maridoeran tan ajenas a su espiritualidad que,para ella, no existían.

La ira temporaria causada por elfracaso de su noche de bodas hacía

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tiempo que había dejado de perturbarla.Lo ingenioso de su siguienteobservación lo demostraba.

—Cuando Simon de Creçy estérestablecido, tendremos boda en puertas.Mi pequeña Berenice está absolutamentedecidida a casarse con el apuestoservidor templario. Existe, sin embargo,el problema de su rango. Si bien nosabemos nada sobre su linaje, laintegridad, el encanto y la valentía deDe Creçy son incuestionables.

—Tengo entendido, también, que elGran Maestro tiene un alto concepto deél —agregó Ricardo—. Si fuese armadocaballero templario, este casamiento,

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claro está, sería imposible a causa delconsiguiente voto de celibato de Simonde Creçy. No obstante, el joven debe serarmado caballero, por lo menos, antesde dar mi consentimiento para queBerenice se case con él.

Las bellas facciones de Berengariano delataban ningún signo de astucia nide intriga, cuando preguntó:

—Entonces, ¿no puedesennoblecerle, mi señor?

Corazón de León, con el rostrobronceado por el sol radiante de placerante aquella idea, consideró la cuestiónpor no más de un instante antes deresponder:

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—¡Ésa es una espléndida idea,querida mía! Después de todo, formanuna pareja perfecta. La sólida amistadde Simon con el hermano de Berenice,mi querido y añorado amigo, ya les haunido. ¡Berengaria, eres una mujer muyinteligente!

El rey rió gozosamente. Además, eltono de su voz denotaba claramente elverdadero respeto que sentía por lainteligencia de su esposa, pues Corazónde León era consciente de los poderesmágicos y la capacidad de predicción desu bella consorte.

—Por supuesto, nombraré caballeroa Simon en cuanto vuelva a nuestro lado,

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sano y salvo.En su alegría al pensar que, como

marido de la condesa Berenice deMontjoie, su muy querido amigo notardaría en estar permanentemente a sulado en la corte, Ricardo Plantagenet nodudaba ni un instante que Simon saldríavictorioso en su batalla por la vida.

Aquella lucha tenía lugar en el nuevocuartel general de Saladino, que elsultán había establecido en Ramía, unaspocas millas al este de Jaffa. Era unabatalla cerrada, con Maimónides denuevo poniendo a prueba su capacidadcontra el ataque furioso del Ángel de laMuerte.

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La lanza de Saladino había abiertouna grave herida en el costado deSimon, quebrando varias costillas,rasgando los músculos del pecho ypenetrando en la base del pulmónderecho. Sólo la reacción del sultán deuna fracción de segundo antes habíalogrado desviar la punta de la lanza, queapuntaba directamente al corazón.

Simon había perdido mucha sangreantes de que Belami hubiese logradofinalmente restañarla con la sagrada fajaverde del sultán, que llevaba como jefede la Jehad. El hecho de que el sultánhubiese ofrecido, sin vacilar, su sagradafaja a Belami para evitar que el joven

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templario muriese desangrado, daba lasorprendente medida del amor y elrespeto que Saladino sentía por Simon.

A pesar de ser un devoto musulmán,el afecto y la preocupación por el amigoque por desgracia había heridotrascendían sus sentimientos religiosos,por muy profundamente arraigados queestuviesen. Ante todo, Saladino era elalma de la compasión para con aquellosa quienes amaba. Así como era unimplacable enemigo de la injusticia, elsultán era un príncipe para con losamigos.

Belami pasó dos días y dos nochesinfernales mientras permanecía en

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tensión junto a su ahijado gravementeherido, observando las manos sanadorasde Maimónides mientras el gran médicojudío recurría a todos los recursos queconocía, después de muchos largos añosde estudio y de práctica de su arte, paramantener a la muerte a raya.

Mientras tanto, el cuerpo sutil deSimon había abandonado su forma físicatransida de dolor y permanecíamomentáneamente en suspenso sobre laescena donde se desarrollaba una granactividad, en la propia tienda del sultán,en Ramía.

Maimónides la había elegido por sermás adecuada para la cruenta cirugía de

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pecho requerida para reparar el dañocausado por la lanza de Saladino, queuna habitación infecta de la pequeñaciudad de Ramía.

El atento médico se dio cuenta deque su paciente había abandonadotemporariamente el cuerpo, y suspirócon alivio porque, como consecuenciade ello, no tendría que administrarlefuertes dosis de soporíferos yanalgésicos para disminuir el nivel dedolor en el pecho destrozado de Simon.

Por su larga experiencia,Maimónides sabía que aquellas drogas,si bien eran beneficiosas para aliviar eldolor, presentaban un problema pues

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tendían a debilitar la voluntad de vivirdel paciente. De hecho, había visto amuchos pacientes, seriamente heridos,morir a causa de su abrumadoranecesidad de drogas calmantes.

Por lo tanto, Maimónides celebróque Simon tuviese la capacidad paraabandonar su cuerpo, de modo que élpudiese operar sobre el tejidotraumatizado sin tener que correr contrael tiempo, cuando el efecto delsoporífero disminuyera, y Simonrecobrara la conciencia.

Maimónides sabía que de estamanera tenía, por lo menos, laposibilidad de reparar la mayor parte

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del daño sin debilitar además laresistencia de Simon. Comenzó porlimpiar los huesos fracturados y losmúsculos rasgados que formaban unamasa informe de tejido dañadoalrededor de la ancha herida en elcostado de su paciente.

Mientras tanto, el cuerpo astral quecontenía el alma de Simon de Creçyviajó por el tiempo y el espacio hastaDamasco, donde se dirigió rápidamenteal palacio del sultán. En una fracción deltiempo terrenal, la forma espiritual deSimon encontró y entró en el jardín delobservatorio donde Abraham-ben-Isaacestudiaba los cielos. Sobre la cabeza del

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anciano mago, la constelación de Orión,el Cazador, había girado en posición,dominando el cenit.

Abraham enseguida se dio cuenta dela presencia de Simon y, por unmomento, con un estremecimiento tuvoel temor de que aquella manifestaciónpudiese indicar la muerte física de sumuy amado discípulo. La expresión deSimon disipó rápidamente esa ansiedad,pero el anciano instantáneamentepresintió que el cuerpo de su jovenamigo debía de estar en algún lugar nodemasiado lejano, gravemente herido.

Presintió que Simon, una vez más,estaba al cuidado de Maimónides. De

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inmediato, Abraham se tranquilizó y sesentó en el banco junto al muro delobservatorio. Sabía que tenía quecontribuir a los esfuerzos del gransanador judío comunicándosementalmente con él.

Al hacerlo, Abraham sintió que unaoleada de gratitud y de amor se volcabade Simon hacia él. Luego, la presenciade su ex discípulo se desvaneció,dejando a su maestro orando en silencioy llorando de gozo pon haberestablecido aquel contacto.

El siguiente viaje onírico de Simonfue muy breve, a los aposentos deOsama, su otro anciano mentor.

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Allí encontró al gnóstico de noventaaños dormitando al calor de dosbraseros de carbón. También él se diocuenta enseguida de la presencia delespíritu de Simon. Osama se removió yse sonrió en sueños, y luego, de pronto,sintió el peligro que corría su amadodiscípulo. Tal como había hechoAbraham, el mago dejó que sus poderescurativos se canalizaran a través delabismo de espacio y tiempo, para ayudara Maimónides en su lucha pon la vida deSimon.

Desde Damasco, el cuerpo sutil deSimon transportó ahora a su alma sobreel ancho mar y el continente que

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separaban Tierra Santa de De CreçyManor, en Normandía.

Allí, el espíritu del joven normandobuscó el dormitorio de Bernard deRoubaix, donde su viejo tutor yacíasumido en un sueño ligero en laspostreras horas en la tierra. Junto a lacama del caballero templario, elhermano Ambrose velaba al moribundo.

Por un momento, el viejo monjesintió la presencia sobrenatural deSimon y se estremeció, aunque la nocheera opresivamente cálida debajo de lasofocante capa de una tormenta deverano. Sin embargo, había algotranquilizador en la atmósfera de la

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habitación, como si hubiese entrado unaoleada de amor. Que es exactamente loque había ocurrido.

Al oír un inesperado grito de alegríade los labios del caballero moribundo,el hermano Ambrose se apresuró a pasarsus consoladores brazos por loshombros del anciano, que se esforzabapor incorporarse en la cama.

El rostro de Bernard de Roubaixestaba radiante pues veía la brillanteforma de su pupilo al pie de su lecho demuerte. Su voz vibró con la fuerza de suamor, cuando, por última vez en latierra, pronunció su nombre:

—Simon. ¡Por fin! ¡Es el destino!

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¡Inshallah!Después de pronunciar esta última

palabra, el Ángel Oscuro le envolviósuavemente con sus grandes alas, yBernard de Roubaix, caballerotemplario, traspuso el umbral de lamuerte hacia la luz que brillaba másallá.

Simon se había mantenido fiel a susqueridos tutores y les visitó en su horafinal. Era el lazo del amor puro queexistía entre ellos lo que lo había hechoposible.

Bruscamente, su espíritu se sintióatraído como para regresar en el rápidoviaje a su devastado cuerpo físico, que

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yacía en la mesa de operaciones deMaimónides, en la tienda de Saladino deRamía. El médico advirtió que supaciente había regresado y que estaballorando. En seguida, llamó la atenciónde Belami hacia el hecho de que Simonrecobraba la conciencia.

El veterano, que había pasado losdos últimos días ayudando al médicojudío en la larga batalla por la vida deSimon, cogió suavemente la mano de suamigo al tiempo que éste abría lostemblorosos párpados y le miraba consus ojos azules como el pecho del pavoreal.

Entre la neblina de un dolor

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dominado por las drogas, Simon pudover borrosamente a sus dos amigosinclinados sobre él. Una débil sonrisaaleteó en sus labios. Aún no podíaarticular palabras audibles, pero suslabios formaron un nombre que Belamireconoció en seguida.

El viejo soldado lloraba agradecidopor el retorno de Simon del largocorredor de la muerte, pero presintió ladesazón de su ahijado. Al unir el nombrede «Bernard», que aquel pronunció envoz baja, con las lágrimas de Simon,Belami comprendió que el viejotemplario había fallecido. Además,sintió que Simon había estado junto a su

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tutor, cuando éste había entrado por eloscuro portal a la luz del otro lado.

—¡Dios sabe que el viejo guerreromerecía la gloria! —musitó dulcementeal oído de Simon, y vio que el rostrocontraído por el dolor de su amigo sedistendía en una débil sonrisa al tiempoque el templario herido se hundía en unprofundo sueño reparador.

Maimónides exhaló un largo suspirode alivio.

—Con la ayuda de Dios, si Alá lopermite, Simon se repondrá, pero dudoque nunca vuelva a estar en condicionespara volver a luchar.

Belami sacudió la cabeza y se

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encogió de hombros resignadamente.—Que así sea, Maimónides. El

muchacho había llegado al final delcamino por lo que a empuñar la espadaen la causa de la cristiandad se refiere.Antes de que la lanza del sultán lehiriera, ya había librado su últimabatalla. Su destino, si se salva, seencuentra en otra dirección.

El médico, exhausto por laprolongada lucha con el Ángel Oscuro,asintió con su cabeza leonina.

—Ahora tenemos que dormir,Belami. Alguien viene a velar su sueño.

El veterano advirtió la presencia deSitt-es-Sham antes de que ella entrara en

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la tienda.—Mi señora —dijo, saludando a la

hermana de Saladino.La princesa sarracena sonrió detrás

del velo al tiempo que devolvía elsaludo del templario.

—Saladino me hizo avisar de queSimon había sido herido. Estáprofundamente dolido de que haya sidopor su mano. ¿Cómo sucedió?

Belami le explicó brevemente lo quehabía ocurrido y la razón que seocultaba detrás de ello.

—Celebro que no vuelva a combatircontra el mundo musulmán. Su mente esdemasiado excelsa para desperdiciarla

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en la guerra. Simon es un creador desueños. Es la voluntad de Alá que asísea. Lo siento así en mi corazón.

El viejo soldado se sintió angustiadopor lo que sabía que tenía que decir.

—Mi señora, Simon se haenamorado.

Sus palabras fueron bruscas, perodichas dulcemente. Sitt-es-Sham asintiócon la cabeza, comprensivamente.

—Eso también lo sé. En primerlugar, lo presiento, y además, mihermano tiene muchos espías, quevigilan atentamente todo cuanto ocurreen ultramar. Tengo entendido que setrata de la condesa Berenice de

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Montjoie, hermana de vuestro extintoamigo Pierre.

«Aún estoy en deuda con él porhaber participado en mí rescate demanos de los bandidos de Reinaldo deChátillon, hace muchos años. Ahoraquizá pueda, en pequeña medida, saldarmi deuda de honor con aquel valientejoven.

«Nunca tuve esperanzas de volver aver a mi amado Simon, pero el Destinoasí lo ha dispuesto. ¡Inshallah!

Belami ofreció sus respetos a laprincesa tomándole la mano yllevándosela reverentemente a loslabios.

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—¡Ni él ni yo podremos pagarosjamás la gran deuda que tenemos convos, alteza! —dijo, simplemente.

—Id a descansar. Yo velaré aSimon. Si se produce algún cambio ensu estado, os lo haré saberinmediatamente a ambos.

Maimónides y el viejo templario seretiraron a otro aposento, dentro de latienda de Saladino, y, acostándose sobreunos almohadones, no tardaron enquedarse dormidos. Toda la noche, hastael alba, la Señora de Siria permaneciójunto al cuerpo inconsciente de Simon,cogiéndole suavemente la mano ydejándose usar como canal para las

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energías sanadoras que fluían hacia lacarne herida. Fue un acto de amor típicode aquella notable mujer.

En Acre, una doliente Berenice deMontjoie esperaba noticias de su amadotemplario. Había presentido la gravedadde la situación aun antes de que lanoticia del rey hubiese llegado en manosde los veloces mensajeros. A pesar delas palabras alentadoras del monarca,Berenice sabía que la vida de Simoncolgaba de un hilo. Oró sin cesar. En sularga vigilia, la reina Berengaria se uníaa ella para rogar a la santa VirgenMadre que devolviera la salud a Simon.

El rey Ricardo permanecía en Jaffa,

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reforzando aún más las yasuficientemente sólidas fortificaciones,convirtiendo el pequeño puerto en unaplaza fuerte desde la cual poder lanzarsu ataque final sobre Jerusalén.

Una cosa más le preocupaba. Ahoraque se podía transitar seguro por elcamino de la costa entre Acre y Jaffa,numerosos vivanderos seguían alejército como una plaga de langosta.

La mayoría eran mujeres, prostitutasde Acre, que creían poder pescarfácilmente entre los caballeros,servidores y soldados que descansabanvictoriosos de las fatigas de la batalla.Se estaba convirtiendo rápidamente en

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un problema serio, pues muchos de loscruzados estaban deseosos de regresarcon esas mujeres para gozar de los lujosde Acre. Comenzaba a parecer unadeserción en masa, precisamente en elinstante en que la tercena Cruzada habíacomenzado tan bien y se precisaba detodos y cada uno de los hombres que sepudiera conseguir para el futuro avancesobre la Ciudad Santa.

Robert de Sablé lo resumió en pocaspalabras.

—Majestad, a menos que regreséis aAcre y pongáis punto final a esta olavenal de destrucción, muy pronto osencontraréis sin Cruzada. Estas mujeres

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las ha enviado el Maligno paradestruirnos. Os ruego, Majestad, quevayáis hasta allí lo antes posible.

El rey tenía un profundo respeto porlos juicios del Gran Maestro templario,sobre todo desde su franca actitud alacceder a que Belami acompañara a sucamarada herido en territorio sarraceno.De Sablé no estaba presente cuando elveterano templario había hecho lapetición a Corazón de León. Sutemporaria ausencia del lado del rey enla batalla sólo se debió al hecho de quehabían matado al caballo del GranMaestro en la batalla final. Por esoBelami se había dirigido directamente al

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rey.Cuando De Sablé se enteró del

incidente, empero, dio su totalaprobación. Este acto hizo que Corazónde León le tomara aún más afecto. Elmonarca inglés se dijo que podríadirigirse a Acre, sabiendo que Jaffaestaría segura en manos del GranMaestro templario. Partió, pues, con elfin de reunir a sus desertores.

Era típico del temperamentoromántico de Corazón de León que, sibien no condonaba los actos de tantos desus cruzados, comprendía plenamentelos motivos que tenían, después de tanresonante victoria, de buscar una

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recompensa en los brazos de las mujeresde Acre. Ricardo el guerrero eraesencialmente hombre de hombres ycomprendía las necesidades delsoldado.

—Una templada espada, un buengeneral, un caballo veloz, el vientrelleno y el botín del vencedor.

Ésta era la máxima, en opinión delrey Ricardo, que mejor se adaptaba aaquellas circunstancias militares. Así,pues, Corazón de León cabalgó ligerohasta Acre, no en carácter de vengador,dispuesto a condenar a muerte a losdesertores, sino antes bien como la vozde la conciencia, solicitando su pronto

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regreso para recuperar la Vera Cruz yliberar la Ciudad Santa.

Era esta mezcla de rígida disciplinaen la batalla y su distendida actitud antela venalidad de su ejército, una vezasegurada la victoria, lo que convertía aCorazón de León en un comandante tanpopular.

Sin embargo, ello no contribuía a lasnecesidades de la tercera Cruzada. Dehecho, demoraba la importante marchahacia Jerusalén, que debía proseguirselo más pronto posible, antes de queSaladino pudiese reagrupar susdiezmadas fuerzas.

A causa de este defecto del carácter

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de Corazón de León, el sultán pudovolver a formar un formidable ejércitopara enfrentar al rey Ricardo en sumarcha sobre Jerusalén. También marcóel punto decisivo de la suerte sarracenaen la tercera Cruzada.

Mientras el monarca inglés reunía asus hombres borrachos y putañeros enAcre, otro elemento entró a jugar en laecuación bélica. Conrad de Montferratfue eliminado repentinamente de loscálculos de Corazón de León medianteel asesinato.

Esta complicación tuvo variasrepercusiones.

En primer lugar, si bien la

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eliminación de Montferrat fue vistainmediatamente como obra de Sinan-al-Raschid, existían círculos en ultramarque abrigaban fuertes sospechas de queel rey Ricardo, de alguna manera, habíainstigado el asesinato, mediante un pactosecreto con el Viejo de la Montaña.

En segundo lugar, se produjo laconsiguiente conmoción en la escenapolítica, cuando muchos noblesinescrupulosos se complotaron paraacceder a la posición del aventureromuerto, como gobernante de Tiro, yconvertirse en el marido de la reaciaIsabella. Esto complicaba la situaciónen momento más inoportuno.

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Mientras las diversas facciones deultramar se embarcaban en la nuevalucha por el poder en Tierra Santa, laCruzada tenía que esperar el resultadoque de nuevo demoraba el ataque sobreJerusalén.

Los principales protagonistas en lanueva contienda por el poder eran Guyde Lusignan, que deseaba casarse conIsabella, la viuda de De Montferrat, yHomfroi de Toron, que aún aspiraba arecuperar la perdida esposa que Conradle había arrebatado.

Aparte de esos dos pretendientes ala mano de Isabella, había numerososnobles más, que veían llegada su

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oportunidad ante la súbita muerte de DeMontferrat.

En realidad, el rey Ricardo eratotalmente inocente respecto de laconjura para el asesinato de DeMontferrat. La muerte del tirano la habíaprovocado un ataque que había llevadoa cabo contra una de las naves de Sinan-Al-Raschid, y el jefe de los Asesinoshabía jurado vengarse. El Gran Maestrodel culto del asesinato no teníaulteriores motivos para matar a Conrad,porque sus propios intereses poco severían afectados fuera quien fuese elvencedor en la guerra religiosa enTierra Santa.

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Que la victoria fuese de un cristianoo de un musulmán, poco le importaba alViejo de la Montaña. De cualquiermanera, la secta de los Asesinoscontinuaría existiendo hasta que sedecidiese el resultado final.

Anteriormente al asesinato deConrad, el rey Ricardo había abrigadola esperanza de que, finalmente, laconciencia del tirano le instigaría aunirse voluntariamente a Corazón deLeón en el asalto final sobre Jerusalén.Ahora, el ejército de Tiro se encontrabaen prenda, hasta que Isabella hubieseelegido a su nuevo esposo. Al reyinglés, ni a ningún otro, se le ocurrió

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preguntarle a la joven viuda, aúnhermosa, con quién prefería casarse.

Mientras tanto, la reina Berengariase hallaba reunida con su marido, yestaba ansiosa por tener noticias de laevolución de Simon de Creçy en manossarracenas. Ello se debía, por supuesto,a los lazos de amistad que la unían consu dama de compañía. Berengariatambién era la más bondadosa de lasmujeres y comprendía plenamente laangustia que sufría Berenice.

Desgraciadamente, Ricardo no teníaninguna noticia que darle. Sobre estetema, la información se había cortado.Corazón de León suponía,

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correctamente, que la lucha por la vidade Simon aún continuaba.

En Ramía, en medio de todos lospreparativos de Saladino para reagrupara su ejército con el fin de hacer frente alesperado ataque del rey Ricardo, elsultán aún tenía tiempo de visitar aSimon en su lecho, que había sidotrasladado a unos aposentosespecialmente preparados en la pequeñaciudad fortificada.

En primer lugar, cabe decir que fueel mismo Saladino quien mandó a buscara Sitt-es-Sham, sabiendo que su amorosay sanadora presencia bien podría influirfavorablemente en Simon. Maimónides

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era ahora más optimista con respecto ala evolución de su paciente, pero le hizocomprender al sultán que no existíaposibilidad alguna de que el joventemplario volviera a estar encondiciones de tomar parte en la guerrapor Tierra Santa.

Saladino abandonó la habitación deSimon más reconfortado, sabiendo quese estaba haciendo todo lo posible porsu amigo, que ahora parecía tener unaexcelente oportunidad de superar lacrisis. La gratitud de Belami por todosaquellos esfuerzos era evidente paratodos, especialmente en sus palabras aSaladino.

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—Nuestra deuda para con vos,señor, es impagable —dijo con vozronca por la emoción—. Si no hubiesejurado seguir la bandera de lostemplarios, gustosamente me pondría avuestras órdenes para luchar contratodos vuestros enemigos, salvo a misantiguos camaradas de armas. Con estasalvedad, mi espada está siempre avuestro servicio.

Esas palabras, viniendo de tan fielservidor del Cuerpo de los PobresCaballeros de Cristo, conmovieronprofundamente a Saladino.

—Estad seguro, Belami, de queambos volveréis junto a vuestros amigos

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cristianos en cuanto Simon esté encondiciones de viajar.

Ahora que la presencia de Sitt-es-Sham ya no era un factor vital en larecuperación de Simon, de nuevo sedespidió con lágrimas de su ex amantedurmiente.

—Cuidadle mucho, Belami —dijo,con los ojos llorosos—. Bien sabéiscuánto significa para mí. Al contribuirun poco a salvarle la vida, siento que hepagado mi deuda para con Pierre deMontjoie. La felicidad de Simon lo estodo para mí y sé que Berenice deMontjoie será una excelente esposa paraél. La envidio con todo mi corazón.

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Su melodiosa voz se ahogó en unsuspiro y, al no poder pronunciar otrapalabra más, la Señora de Siria semarchó llorando.

—Ahí va una santa. Musulmana ocristiana, esa notable mujer no tiene par—dijo Belami a Maimónides, que sehabía unido discretamente a él.

—Así es. La princesa es una de lasmás preciosas gemas del Islam —comentó Maimónides, con un tristesuspiro ante la evidente pena de Sitt-es-Sham.

Diez semanas después del trasladode Simon de Creçy del campo de batalla

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de Arsouf, el joven servidor templario,demacrado por los pasadossufrimientos, pero completamenterestablecido, volvió a Acre,acompañado de un Belami sonriente yescoltado por mamelucos de la guardiapersonal de Saladino.

Los templarios traían consigo losricos presentes de Saladino para el reyRicardo y la reina Berengaria, así comoun magnífico regalo de bodas de Sitt-es-Sham para Berenice.

Aun cuando el precioso collar deoro y zafiros encantó a la futura esposade Simon, apreció aún más el regalo dela salud restablecida de su amado.

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Por supuesto que Berenice no teníaidea del verdadero motivo que seocultaba detrás del generoso gesto deSitt-es-Sham, aparte de la explicaciónde Belami en el sentido de que setrataba del pago de su deuda para conPierre de Montjoie, al haber ayudado asalvar su vida y su honor.

Simon, aunque aún transido dedolor, encontró su convalecencia comouna experiencia gozosa, debidoenteramente al dulce y amoroso cuidadode Berenice.

En cuanto a la deliciosa y menudacondesa de Montjoie, no tardó en perderla timidez y se dedicó a atender al

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maltrecho guerrero con todo el ardor dela reina Guinevere para con el heridoLancelot.

El amor de Simon por ella, alprincipio, fue avivado por elsorprendente parecido a su hermano, aquien Simon quería entrañablemente. Demanera similar, su amor por Simonhabía crecido de las raíces de ladevoción de su hermano adorado haciael apuesto servidor templario, muchoantes de que Berenice le conocierapersonalmente.

Tal parecía que ambos estabandestinados a conocerse y enamorarse. Suamor mutuo había florecido hasta

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convertirse en una absoluta devoción.Empero, hasta el momento, sólo habíanintercambiado besos y dulces caricias, yambos anhelaban poder hacer realidadsus sueños de felicidad.

—No puedo creer que esté vivo y enbrazos de mi amor —murmuraba Simon,acostado cómodamente en la cama, ununa parte aislada de la muralla almenadaque daba al mar.

Berenice suspiró dulcemente y leestrechó aún más entre sus brazos.

—Cuando era niña —dijo en vozbaja—, soñaba que, en una tierra lejana,conocería a un aguerrido y gentilcaballero, que un día sería mi esposo.

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Simon no.—Difícilmente podría ser el

caballero de tus sueños, amor mío. Soysólo un humilde servidor de nuestraOrden.

Su sonrisa se esfumó prestamente.—Tienes que comprender que si me

nombran caballero dentro de la Ordende los Templarios, nunca podremoscasarnos, pues yo debo tomar los votosde celibato.

Berenice se estremeció en susbrazos, pues aquel pensamientoensombreció momentáneamente sufelicidad. Pero, con la capacidad derecuperación que tiene la juventud, las

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nubes de la duda pasaron rápidamente, ylas siguientes palabras surgieron aborbotones de sus anhelantes labios.

—La reina ya ha hablado con el reyRicardo sobre este tema, y el nobleCorazón de León ha dado su palabra deque te nombrará caballero de su Ordende Caballería.

Simon lanzó una exclamación desorpresa, pues si bien había comentadocon Belami la vaga posibilidad de serarmado caballero fuera de la Orden delos Templarios, aquella súbita ymaravillosa revelación le dejó pasmado.Extendió los brazos radiante de alegría.

La tremenda punzada de dolor de las

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costillas fracturadas enseguida lerecordó que sus días como hombre delucha habían terminado; y, además, quesus posibilidades de conseguir unaelevada posición en la Corte del reyRicardo se esfumaron con ellos.Corazón de León amaba a los guerrerosintrépidos y les llenaba de honores yriquezas. Simon sabía que no volvería acombatir nunca más. ¿De qué le serviríaal monarca inglés?

Lanzó un gruñido, tanto de rabiacomo del dolor de la herida cicatrizada.

Berenice sintió preocupación yremordimiento por haberle ocultadoinfantilmente la noticia del espaldarazo,

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para darle una sorpresa.—Sé lo que estás pensando, querido.

Te preocupas porque no tienes riquezasque ofrecerme para hacerme tu esposa.Pero yo tengo mi dote, como condesa deMontjoie, y soy la única heredera detodos nuestros bienes, que pasaron a mismanos después de la muerte de Pierre.—Berenice ahogó un sollozo, perocontinuó—: Me he convertido en unamujer muy rica, pero carezco decapacidad y de los conocimientosnecesarios para administrar esasextensas tierras. Tú tienes másexperiencia en esas cosas por haberayudado a explotar las propiedades de

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De Creçy en Normandía, según nos hacontado el Gran Maestro. El tiene unelevado concepto de ti, querido Simon,como todos nosotros.

«¡Créeme, amor mío, no existeningún problema, salvo el de que terecuperes cuanto antes, para que el reyRicardo pueda nombrarte caballero ypodamos casarnos!

A pesar de su aparente ingenuidad,la adorable condesa no era tonta y,además, sabía perfectamente lo quequería. Fue su sugerencia a su íntimaamiga, la reina Berengaria, lo que habíaasegurado a Simon el inminenteespaldarazo.

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Mientras Simon seguíaconvaleciente en Acre, rodeado deamorosos cuidados y confortado por losbrazos de su futura esposa, el reyRicardo, después de saludar al joventemplario con auténtico afecto, se vioobligado por las apremiantescircunstancias a avanzar hasta Ascalón.

No obstante, antes de hacerlo,nombró caballero a Simon, con todoslos honores del espaldarazo real.

La única formalidad consistió en eltoque del hombro de Simon con laespada de Ricardo, acompañado de lassiguientes palabras:

—Yo os nombro, Simon de Creçy,

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Caballero de la Orden de Caballería.Levantaos, sir Simon, y que Diosdefienda el bien.

Con ello quedaba eliminadocualquier estorbo que pudiese surgirpara el casamiento del templario con lacondesa Berenice de Montjoie.

Aparte de la necesidad dereconstruir y fortificar aquella posiciónclave en el oeste de Tierra Santa,ninguna otra cosa privaba a Corazón deLeón de proseguir la tercera Cruzadahacia Jerusalén.

Curiosamente, con todos lospreparativos y la excitación que segeneraba ante el inminente asalto sobre

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la Ciudad Santa, un inexplicable letargoparecía haberse apoderado de Corazónde León.

—Es la fiebre amaldia —le dijoBelami a Simon—. He visto a muchasvíctimas de la enfermedad de Outremerafectadas por esta falta de impulso.Siempre he creído que esta fiebre hacontribuido más a moldear losacontecimientos en Tierra Santa quecualquier otra cosa.

Simon estaba desanimado al pensarque no podría volver a luchar junto almonarca inglés, pues la herida le habíadejado con cierta dificultad pararespirar, como consecuencia de haber

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afectado el pulmón. Entre la polvaredade la batalla, el templario estaría eninferioridad de condiciones: sería másun estorbo que una ayuda. Sus días comoguerrero cruzado habían terminado.

Sin embargo, su destino comocaballero de la Corte del rey Ricardo, yfuturo esposo de una rica condesafrancesa, estaba a punto de cumplirse. Elobispo de Evreux había prometidodesposar a la joven pareja, y la reinaBerengaria sugirió que un lugarapropiado para celebrar la boda podríaser la iglesia de Limassol, en Chipre,donde se habían casado ella y el reyRicardo.

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Las damas de la Corte estaban lamar de excitadas con los preparativospara la boda.

—¡Se está poniendo más entusiasmoen tu futuro casamiento, que en toda latercera Cruzada! —gruñía Belami anteun divertido Simon, que encogía susanchos hombros, maravillado de verseincluido en aquel desconocido nuevomundo de risueñas mujeres.

Entretanto, se estaba arreglando otrocasamiento. La suerte de la joven reinaIsabella aún estaba en la balanza, puesla voz del rey Ricardo pesaba ahora enel asunto, favoreciendo a Guy deLusignan como su próximo marido. Pero

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el Destino había decidido meter baza.Aquella delicada cuestión fue

resuelta por la inesperada acción deHenry de Champagne, conde de Troyes,que se había enamorado locamente de laadorable y menuda viuda. Se trasladópresurosamente de Acre a Tiro, dondeIsabella se había encerrado detrás de lassólidas defensas del castillo.

El impulsivo y romántico gesto delconde de ofrecer su mano en matrimoniogustó a la asustada reina, e Isabellaabrió las puertas del castillo y losbrazos al galante Henry. Por una vez ensu vida, la elección de un esposo habíacaído en suerte a la novia real.

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Establecida aquella importantealianza, el rey Ricardo decidió que yahabía perdido suficiente tiempo y,sobreponiéndose a la lasitud que leprovocaba la fiebre amaldia, comenzó areunir a su ejército.

Los espías de Saladino, que estabanen todas partes, pronto se enteraron delas últimas novedades e inmediatamenteenviaron la noticia a Saladino por unapaloma mensajera.

Saladino, al igual que Ricardo,estaba harto de escuchar los múltiplesplanes de sus consejeros para resolverla presente lucha en Tierra Santa sinderramamiento de sangre, mediante

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varias alianzas insólitas. Habíaescuchado muchas ideas desatinadas,como la de que Safardino, su hermano,se casara con la reina Joanna, un planque ambas partes rechazaron deantemano.

Ahora resolvió hacer su jugada ymarchar sobre Jaffa. El súbito ataquecogió a la pequeña guarnición porsorpresa, pero logró resistir.

Cuando los correos no lograronpenetrar en las líneas sarracenas, losdefensores de Jaffa enviaron una rápidanave a Acre, con una urgente llamada deauxilio.

El rey Ricardo se sacudió el letargo

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provocado por la fiebre y, reuniendo atodos los lanceros y arqueros dispuestosy sobrios que pudo encontrar, partióhacia el sur en ayuda de los sitiados.

Belami consoló a Simon, que estabaamargamente disgustado al no poderacompañarles, pero como aún caminabacon la ayuda de un bastón eso eraimposible.

—Corazón de León estará máscontento de volver a la acción que enmucho tiempo —dijo el veterano—.Toda esta espera le ha minado la energíatanto como la fiebre misma. Vigilaré decerca a tu real amigo, Simon. No tengointención de perder al rey que te dio el

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espaldarazo.—No te olvides de cuidarte tú

mismo, mon brave. Te necesito más quenunca, ahora que no puedo luchar por mímismo —gritó Simon, mientras Belamise alejaba al trote para unirse a lacolumna de los cruzados.

Belami volvió al cabo de diez días,pues el monarca inglés le enviaba comoel más confiable de sus correos. En suhabitual estilo directo y eficaz, elveterano templario informó sucintamentesobre el curso de la batalla final deCorazón de León en ultramar.

—Obtuvimos una espléndidavictoria en Cesarea. Fue sólo a unas

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pocas millas de Jaffa que Saladino nosatacó por sorpresa al amanecer. El díaanterior, habíamos marchado hasta elanochecer, a un paso matador que noshizo dormir profundamente, y hasta loscentinelas dormitaban en sus puestos.

«De no haber sido por un ballesterogenovés que se despertó para el relevo,hubiésemos sido carne para los gusanosantes de que se diese la alarma.

«Tal como fueron las cosas, labatalla fue un sangriento choque deacero contra acero y corps a corps. Seusó la daga tanto como la espada. Sólocuando la lucha se abrió, ante la llegadade la caballería pesada de Saladino con

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el fin de entrar a matar, Corazón de Leóny sus lanceros montaron y cargaron paraenfrentar a la caballería sarracena.

«El rey Ricardo combatió como diezhombres ese día, un verdadero guerrerovikingo en pleno frenesí de la batalla. Acada mandoble, caían sarracenos,decapitados o sin miembros.

«Finalmente, el propio caballo delrey cayó bajo una lluvia de flechasturcas disparadas a corta distancia. Peroeso no sirvió para detener a Corazón deLeón, sino que siguió luchando aún conmás fiereza a pie, mientras nosotrosmanteníamos a raya a los más ferocesjinetes sarracenos.

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«En ese momento, Corazón de Leónordenó a nuestros arqueros quedispararan, y toda la línea sarracena sedesintegró bajo la granizada de flechasde una yarda y las saetas de las ballestasgenovesas.

«Saladino, de aquella manera tantípicamente caballerosa, volvió a enviara Corazón de León otro pura sangreblanco para que el rey pudiese combatircomo correspondía a un caballero, y apartir de aquel momento, no hubo dudade quién saldría vencedor. Os digo,caballeros, que los sarracenos tuvieronque retroceder hasta la carreteraromana.

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Simon se irritaba ante su ociosidadlujuriosa, pero sabía que nunca volveríaa combatir. No se trataba solamente desu aversión a matar. Ahora también teníaque bregar con su herida.

Berenice estaba radiante defelicidad. Tenía a su adorado novio a sulado, y le cuidaba amorosamente yatendía a sus más mínimas necesidades.La bella joven esperaba ansiosa el díade la boda, y sus amorosas atencionesno tardaron en demostrarle a Simon quesu herida en nada había afectado suvirilidad.

La inteligente condesa sabía que encuanto llevara a Simon de vuelta a

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Normandía, ella podría canalizar suinterés hacia la explotación de susextensas haciendas. Eso le distraería dela guerra.

Sin embargo, Simon aún se sentíafrustrado, pues hasta aquel momentotoda su vida había estado dedicada acumplir con las ambiciones que supadre, Odó de Saint Amand, le habíaimpuesto. Éstas estaban relacionadasinevitablemente con la participación enlas actividades de los templarios, y todohacía suponer que esa clase de vida leestaría prohibida para siempre.

Además, como sin Simon de Creçy,recién nombrado caballero por el

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monarca inglés, que le había conferidolas tierras y los feudos de la ciudad deTemplecombe, en Somerset, una plazafuerte de los templarios en Inglaterra,Simon no estaba en condiciones deconvertirse en Donat. Difícilmentepodría renunciar a la herencia de sufutura esposa, y de ninguna manerapodría unirse a la fuerza militar enTierra Santa, aun cuando Berenice se lopermitiera.

Al darse cuenta de que el dilemahacía infeliz a Simon, Robert de Sabléconsoló a su ex servidor preferido.

—No os impacientéis, sir Simon —le dijo el Gran Maestro, sonriendo al

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poner el acento en el flamante título—.Os prometo que, sabiendo de vuestrointerés en los Misterios, y con vuestrainstrucción única bajo la guía de un granmago como Osama y el erudito eseniojudío Abraham-ben-Isaac, aún tenéismucho por hacer para la causa de lostemplarios, a parte de combatir enTierra Santa.

«Tenía la intención de que el GranCapítulo de nuestra orden os concedieseun título de caballero por acción en elcampo de batalla, pero el rey Ricardo seme adelantó. Con todo, en un sentido, mealegro, pues eso ha hecho posible que oscaséis con la condesa de Montjoie y, si

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nuestra Santa Virgen lo permite, quetengáis hijos para servir a la causa delos templarios en el futuro.

El viejo soldado esbozó susorprendentemente alegre sonrisa, tanpoco en consonancia con la imagenhabitualmente sombría de un GranMaestro templario.

—Además —siguió diciendo—,envío a Belami de vuelta con vos.Primero, para que actúe como guardiapersonal, hasta que estéiscompletamente en condiciones dedefenderos personalmente, y en segundolugar, porque el viejo lobo ya no estápara estos trotes, y no quiero enterrar

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sus huesos junto a vuestros compañerosPhillipe y Pierre, que, según tengoentendido, reposan en una tumba frenteal mar, fuera de las murallas de Acre.

Belami, que hasta ese momentohabía escuchado con aprobación lasconsoladores palabras de Robert deSablé, empezó a protestar, pero el GranMaestro le hizo callar.

—Antes me habíais dicho quevuestra primera misión en la vida eracuidar y proteger a Simon, de acuerdocon el sagrado juramento que disteis a...—De Sablé hizo una pausa elocuente—... a cierta persona que no nombraré.

Simon y Belami parecieron

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sorprenderse por el hecho de que otrapersona, nada menos que el GranMaestro, hubiese adivinado el secretoque se ocultaba tras el nacimiento deSimon.

—Pon lo tanto —continuó De Sablé,en su tono más severo—, os relevo detodos los deberes en Tierra Santa y osordeno, servidor Belami, mi másaguerrido y respetado miembro delCuerpo de Servidores, que sigáisactuando con vuestra probada capacidadcomo guardián y protector de la personade vuestro ex servidor Simon de Creçy,ahora conocido como sir Simon deCreçy de Templecombe, en el condado

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de Somerset.En aquel punto, de la manera más

irrespetuosa posible, el veteranocaballero templario estalló en unasonora carcajada, mientras la estancia sellenaba con el ardor de su camaradería.

Bruscamente, en contraste con sualegre humor, los ojos del Gran Maestroparecieron generar un resplandorvelado, como si aquel hombreextraordinario sintiera que el don de laprofecía descendía sobre él.

—Simon —dijo, en voz baja—, veoalgo maravilloso. Es un esquema de tudestino. Lo que los magos llaman el«registro Akashic».

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«Siento que, a tu propia manera,continuarás al servicio de la causa delos templarios, de acuerdo con el deseode nuestra Santa Virgen.

«Vas a construir un gran Templo enSu nombre. Te han sido concedidos losdones de la Sagrada Geometría con esefin.

A los dos oyentes les cogiócompletamente por sorpresa aquelinesperado anuncio. Simon, enparticular, quedó fascinado de ver elsúbito cambio que se había producidoen el Gran Maestro. Después pasó, ydejó a Robert de Sablé casi tansorprendido como sus camaradas de

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armas. Fue una experiencia que ningunode ellos olvidaría jamás.

De Sablé resumió lo que habíadicho, y añadió:

—Esta conversación debemantenerse en secreto. Lo que he visto yos he contado no es un tema de discusiónprofana. Baste lo que ha de ser. Esto esel Destino. ¡Inshallah!

Comenzaba a evidenciarse que losímpetus de la tercera Cruzada se habíanesfumado. Jerusalén seguía lejos delalcance de Corazón de León. Además,Ricardo parecía presentir que nuncaentraría en la Ciudad Santa como sulibertador y conquistador.

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Impulsivo como siempre,interrumpió de pronto su avance por lacarretera romana, hizo dar media vueltaa su ejército y llevó a sus cruzados deregreso a Jaffa. Dejó una guarniciónsimbólica para defender las murallas seapresuró a volver a Acre.

La única explicación posible deaquella brusca voi-te-face, en elmomento en que había obtenido otravictoria sobre Saladino, es que Ricardohabía recibido perturbadoras noticias deInglaterra. Juan, su hermano, que eraregente, había estado causando estragosen el reino de Ricardo.

Había impuesto nuevas y pesadas

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contribuciones, ostensiblemente paraapoyar la Santa Cruzada de Corazón deLeón, pero en realidad esos fondos ibana parar directamente al tesoro de Juan,lo cual causaba una enorme inquietud. Siésa era la razón para el súbito regresode Ricardo, no le quedaba otraalternativa.

De vuelta en Acre, enfrentó a lasorprendida corte con una serie depropuestas con el fin de firmar uninmediato tratado de paz con Saladino.Era como si, de repente, el rey Ricardohubiese renunciado a la idea de latercera Cruzada. Los estupefactos noblesde ultramar y la totalidad del ejército de

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la cruzada no tuvieron más remedio queacceder.

La tercera Cruzada estaba llegando asu fin.

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EPÍLOGO

Los términos del tratado se encargóde presentarlos a Safardino Homfroi deToron, que contaba con la confianza deSaladino y del rey Ricardo. Lascondiciones no eran onerosas paraninguna de las partes, pues el sultánestaba tan cansado de la interminableguerra como los cruzados. Aquélla erauna ocasión para tomarse un respiro,antes de que algún fanático comenzarade nuevo todo aquel terrible conflicto.

El cambio de planes del rey Ricardoexigió ciertos ajustes. Ello significaba

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que la reina Berengaria y la reina Joannatendrían que abandonar Tierra Santa almismo tiempo que Corazón de Leónpartiese hacia Inglaterra.

Su plan era complejo, puescomprendía a un guardia personaltemplario, que Robert de Sablé leproporcionó, y el mismo monarca sedisfrazó con el uniforme de lostemplarios.

La idea era que Ricardo atravesaraEuropa de incógnito. Sin embargo, sugran altura, en una época en que lamayoría de la gente en el mundooccidental era de corta estatura, letornaba muy relevante. De hecho,

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Corazón de León tenía tantasprobabilidades de hacer el viaje portierra pasando inadvertido como si sehubiese disfrazado de mujer. Suconsorte trató de disuadirle, pero envano. Una vez había tomado unadecisión, la reina Berengaria sabía quenada podía apartarle de su camino. Fuecon un mal presentimiento que preparósu equipaje personal para el regreso alhogar.

El cambio de plan también impidióque Simon y Berenice se casaran en laiglesia de Limassol. En vez de ello, elobispo efectuó la impresionanteceremonia en Acre.

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La boda fue suntuosa, pues lacondesa de Montjoie era una figura muyadmirada entre los dignatarios de laCorte y su elección del noble servidortemplario fue muy bien recibida, en vistade la valentía demostrada por el jovenen la causa de los templarios.Estuvieron presentes en la boda los dosgrandes maestros, así como una guardiade honor a cargo de servidorestemplarios y hospitalarios, que formaronun arco con sus espadas por debajo delcual la radiante pareja abandonó laiglesia, aclamada por la multitud.

La presencia del rey Ricardo hacíasuponer que la iglesia estaba abarrotada

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de todos los nobles de Outremer yOutrejourdain, pero la popularidad de lajoven pareja hizo de ésa una ocasiónparticularmente atractiva, más quecualquier otra ceremonia fastidiosa de laCorte.

Lamentablemente, no quedó tiemposuficiente para pasar la luna de miel enTierna Santa. En vez de ello, los reciéncasados acompañaron a las dos reinascuando abordaron la nave real, ungaleón fuertemente armado y bienprotegido, y zarparon hacia Sicilia en laprimera etapa de su largo viaje al hogar.

Como Pierre de Montjoie era elúnico hijo de la rama francesa de la

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antigua familia feudal, el título y losbienes habían pasado a su hermanaBerenice. Como cortesía, el rey francéshabía conferido el título de conde aSimon, con el fin de que Berenice no secasara con alguien que no estuviera a sualtura. Los bienes de De Creçy, quepasaron a manos de Simon al fallecerRaoul de Creçy, ahora quedaronliberados de su Donation a loscaballeros templados. Eso dejó al jovennormando con una considerable fortunaque, al sumarse a la dote de Berenice,les convirtió en una pareja riquísima.

Si el éxito material en la vidahubiese sido lo que Odó de Saint Amand

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deseaba para su hijo natural, entonces sepodría decir que el joven normandohabía hecho más que realidad los sueñosde su padre. No obstante, tanto Simoncomo Belami sabían que eso había sidosólo una parte de la visión que el finadoGran Maestro había soñado de maneratan profética.

El Gran Capítulo de la Orden, que alparecer siempre había conocido losorígenes de Simon, veía con buenos ojosque se enterrara el pasado en el brillantefuturo del flamante conde. Esosignificaba que Simon era ahora uno delos nobles más ricos de Francia y, loque era más importante, poseía el

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conocimiento y la experiencia comopara utilizar la recién adquirida riquezade la mejor manera posible,especialmente en favor de la causa delos templarios.

La luna de miel de la joven pareja abordo del lujoso galeón real se consumóen una pequeña recámara situada entrelas dos más espaciosas que ocupabanBerengaria y Joanna.

—¡Una dichosa unión, estoy seguro—comentó Belami, irreverente—, peromuy apretada, también!

El veterano estuvo muy ocupadotratando de tomar las medidasadecuadas para una eficaz defensa del

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galeón, puesto que navegaban por aguasinfestadas de piratas, como paraaburrirse, cosa que temía que leocurriría después de la prolongadacampaña en Tierra Santa. Así suconciencia estaba tranquila, puesto quehabía sido reacio a abandonar a su GranMaestro, precisamente cuando éste sedisponía a ocupar la nueva sede centralde los templarios en Chipre, sin el«guardaespaldas Belami» paraprotegerle.

Aquella confrontación de lealtadeshabía afectado seriamente la concienciadel viejo soldado. Sin embargo, ser elguardia personal de la feliz pareja de

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amantes daba satisfacción al almaromántica de Belami, que él manteníacuidadosamente oculta, y, en estesentido, también contaba con elbeneplácito del Gran Maestro.Virtualmente significaba que el veteranopasaría el resto de su vida al servicio delos condes de Montjoie et Creçy; unaperspectiva que le complacía cada vezmás a medida que transcurrían los días.

Dos semanas después del arribo delgaleón a Sicilia, tuvieron noticia de ladesaparición del galeón templario delrey Ricardo.

Aquél fue un duro golpe; sinembargo, toda la realeza tenía la

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impresión de que Corazón de León noestaba muerto. Esta visión optimista deldesastre se confirmó cuando un segundomensajero templario llegó con la noticiade que el rey Ricardo se habíatrasladado junto con su guardaespaldastemplario en otra nave, después de quesu galera casi hubiera naufragado en unatormenta inesperada, frente a Chipre.

Lo que sorprendía de la noticia eraque el bajel que había abordado era ungaleón pirata, y que el rey habíapersuadido a los corsarios de que ledesembarcaran en la costa dálmata. Asíse vieron obligados a hacerlo a causa deotra tormenta, que hizo naufragar al

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barco pirata cuando lo tiró contra lacosta rocosa.

Afortunadamente, esto ocurrió sindaños para el monarca, que ahora sedesplazaba a través de Carinthia yAustria, con la intención de reunirse conEnrique, primo de Ricardo, en elcastillo real de Sajonia. El alivio queexperimentó la reina fue seguido de unasensación de angustia cuando losmensajeros templarios trajeron noticiasmás funestas.

Los espías austriacos habíanreconocido a Corazón de León, y elmonarca y su guardia personal habíansido capturados después de una

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sangrienta resistencia en una posada. Elemperador Enrique VI de Austriamantenía al rey como rehén, después deque lo pusiera en sus manos el duqueLeopoldo. El único recurso posible,para la reina Berengaria, era viajarrápidamente a Inglaterra para lograr queel hermano de Ricardo pagara elrescate.

Eso se realizó con toda rapidez, yllevó a los flamantes condes con ellos.Sin embargo, la reina Joannapermaneció un tiempo más en Siciliapara reunir todo el dinero que pudierapara poder hacer frente a las demandasdel emperador austriaco. Luego, abordó

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una nave y se reunió con su cuñada paraesperar el resultado de lasnegociaciones.

Para la reina Berengaria, el año1192 transcurrió en una atmósfera detensiones y dudas. Para Simon yBerenice fue un año de amor y desatisfacciones. El rey Juan, cuyaavaricia y perfidia habían causado ladiscordia en Inglaterra, había recibido asu nueva cuñada y al séquito real contanta afabilidad como si se tratara de susparientes favoritos. A Simon y su esposase les brindó toda clase de agasajos y,de sus bienes conjuntos, pudieroncontribuir generosamente a los fondos

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que se reunían para pagan el rescate porel monarca.

Belami, como de costumbre, no seanduvo por las ramas.

—No confío en el príncipe Juan —gruñó—. Me recuerda demasiado aConrad de Montferrat, sin el coraje deaquel sinvergüenza. Hay tan poco deRicardo Corazón de León en él, quedudo de que sean hermanos del mismopadre.

«Fíjate en lo que te digo, Simon: lareina tendrá que obligarle a dar cuentade cada penique del rescate. Cientocincuenta mil marcos de oro serían unatentación para cualquiera, pero para el

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príncipe Juan son una invitación deldiablo a la traición.

El trovador Blondin, que era íntimoamigo del rey Ricardo, dentro deldistinguido culto de los magosmusicales, ya había partido haciaEuropa para averiguar dónde elemperador tenía secuestrado a sumaestro real. Gracias principalmente asu talento como espía y a su reputacióncomo mago colega entre losMinnesingeres de Alemania y Austria,finalmente pudo establecen contacto conel desesperado monarca, y le dio labuena noticia de que se estaba reuniendoel dinero del rescate.

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El rey Ricardo era tan popular, queaun después de la salvaje depredacióndel príncipe Juan, los fondos del erarioinglés iban en aumento: la mayor partedel dinero provenía de pequeñas sumas,donadas por los más pobres del país.Afortunadamente, Simon tenía contactosen la comunidad judía de York, que selos había proporcionado Abraham-ben-Isaac unos años antes, como parte de lainformación que el mago le habíaimpartido, al describirle la amplia redfinanciera de los judíos del siglo XII.

Quizá el sabio anciano habíapresentido que aquel conocimiento algúndía redundara en beneficio mutuo de su

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discípulo y la comunidad judía. De serasí, aquel notable visionario habíaacertado en su suposición. PorqueSimon, llevando una carta de la reinaBerengaria certificando que el reyefectuaba ventajosas concesiones a latan perseguida comunidad judía, pudoconocer a un primo de Abraham, Isaacde York, que inmediatamente reunió unagruesa suma entre su gente.Considerando la violencia quepreviamente había ejercido sobre losjudíos la administración del reyRicardo, aquel acto denotaba el gradode confianza que Isaac de York otorgó alas palabras de su primo sobre la

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personalidad de Simon de Creçy.Para Simon, fue una demostración

más de los poderes adivinatorios de susabio mentor, y un notable ejemplo delos juegos del Destino.

Además, en su nueva situación comoconde de Montjoie y de Creçy, Simonpudo ponerse en contacto con el GranCapítulo en París y obtener de losfondos de los templarios más oro para elrescate del rey, lo que aseguró la prontatotalización de la enorme suma quedebían reunir. Para Belami ya eraevidente que su ahijado estabacumpliendo de sobra los ambiciosossueños de su padre.

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El año 1193 encontró a Berenicefelizmente embarazada y, en el otoño,dio a luz con toda ventura a un niño aquien, de común acuerdo, le pusieron elnombre de Jean, en honor de Belami. Elviejo soldado estaba encantado ydedicaba buena parte de su tiempo ahacer de niñera del pequeño, a quienbrindaba tanto amor como habíademostrado a su ahijado.

Esos años fueron radiantes defelicidad en la vida familiar, primero enInglaterra, en la Corte real y en lamansión de los templarios deTemplecombe, en Somerset, así como enlas propiedades familiares cercanas a

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Forges-les-Eaux y Evreux. Pero paraSimon y Belami había algo que echabande menos en su vida. Ambosconsideraban que el verdadero caminodel destino de Simon aún no se lo habíanrevelado.

—Es como si estuviésemosesperando algún indicio de cuál será esecamino —comentó Belami, dando unextraño tono a sus palabras.

El esquema del futuro comenzó atornarse evidente al ocurrir ciertosacontecimientos, dos de ellos casisimultáneamente.

En primer lugar, recibieron la tristenoticia del fallecimiento de Saladino, en

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marzo de 1193, a causa de una súbitafiebre que le atacó mientras estabacazando. Para Simon y Belami, lanoticia tuvo el efecto de un golpe físico,pues ambos habían engendrado un granamor por aquel hombre notable.

Cuando Corazón de León regresó aInglaterra, en marzo de 1194, se unió asu dolor por la pérdida de su exadversario.

Una carta de Maimónides, queentregó un mercader judío, daba detallesa Simon de la muerte del sultán.

«Hemos perdido a un gran jefe y aun afectuoso amigo —escribía—. Jamásconoceré a otro como él en esta tierra.

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El islam llora el tránsito al Paraíso desu más noble hijo. Él te quería, Simon,como a un hermano, y también sentía porBelami un cariño fraternal.

«Yo terminaré mis días aquí, enDamasco, y siempre os recordaré aambos con el mismo afecto. Todosvuestros amigos os mandan sus saludosy estima.»

El filósofo firmaba la carta:«Maimónides, otrora médico del

gran sultán Saladino».Pero fue el tercer acontecimiento,

poco después del regreso del reyRicardo, el que demostró lo que elfuturo le tenía reservado a Simon.

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Éste fue el catastrófico incendio quedestruyó la catedral de Chartres. Simonenseguida supo cuál era el camino quedebía seguir. Aquél sería su destino.

Volvió a París y pidió una inmediataaudiencia para el Gran Capítulo. Dio lacasualidad de que Robert de Sablé seencontraba de visita en Tierra Santa yfue él quien presidió la reunión.Después de un cálido intercambio desaludos, Simon fue derecho al grano.

—El desastre de Chartres me inducea ofrecer mis servicios como supervisoren la inmediata reconstrucción de lacatedral. No soy inmodesto si digo quehe tenido la suerte de adquirir las

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calificaciones necesarias en la prácticade la Sagrada Geometría de mismentores en Tierra Santa. Sé que nuestroGran Maestro hablará por mí alrespecto.

«Lo que propongo es que brindaré,gratis, mis servicios personales y los demi mesnada para la reconstrucción de lacatedral, con la firme esperanza de quela Orden esté dispuesta a financiarla y apagar los salarios de los francmasonesnecesarios de los distintos gremios deartesanos que tengan que intervenir.

«De mi ex tutor, Bernard deRoubaix, aprendí a conocer el poder delWouivre, y tengo la intención de

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respetar la primitiva religión pagana queen un tiempo se practicaba en ese sitiosagrado. Creo que mi experiencia enTierra Santa me ha proporcionado eldiscernimiento necesario paracomprender los requerimientosimpuestos por los precisos principios dela Sagrada Geometría, y que, con laayuda de nuestra Santa Virgen, nuestrasagrada Madre Tierra, se me puedabrindar la oportunidad de restaurar SuTemplo con todo su esplendor anterior.

Fue una emotiva declaración de la fede Simon en su destino y, como un solohombre, los hermanos Caballeros de laOrden se pusieron de pie y pronunciaron

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con voz atronadora su unánimeaprobación de la proposición.

Más tarde, Simon le dijo a Belami:—Supongo que debería haberme

puesto nervioso, pero en cuanto entré enla casa Capitular, supe que eso era loque mi padre quería que hiciese. Apartir de ese momento, sólo tengo unavaga idea de lo que aconteció, salvo deque muchos templarios, algunos cualesconozco, estuvieron fervorosamente deacuerdo en que debemos reconstruir laCasa de nuestra Santa Señora lo antesposible.

Belami era una personaindispensable en la tarea de buscar y

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organizar la mano de obra requeridapara el fabuloso proyecto. Para Simon,ello constituía un ejemplo perfecto de lamagnitud de la Gran Obra.

La reconstrucción de un edificio tanenorme, estrictamente de acuerdo con laProporción Divina de la SagradaGeometría, requería un gran número deartesanos hábiles y laboriosos, ningunode los cuales era fácil de encontrar. Estatarea sólo podía ser llevada a caboenrolando a toda la red de mano de obraespecializada de los templarios enFrancia, España e Inglaterra, así comoconsiguiendo artesanos templarios enTierra Santa mismo.

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En un milagrosamente breve espaciode tiempo, los maestros artesanosllegaron en grupos a Chartres, dondeBelami rápidamente les fue encontrandoalojamiento en las casas y granjas de losalrededores. En sí misma ésta era unaímproba tarea, pero el veterano servidorhabía realizado otras similares en otrasocasiones.

Una vez los artesanos estuvieronagrupados y se hubieron dividido en susdistintos gremios, comenzó la obra.Como anteriormente, no se utilizaronplanos convencionales para formalizarel trabajo, pero una vez que se hubieronmancado las dimensiones exteriores en

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el sitio sagrado, se vertió yeso enenormes moldes. Una vez seco, sedibujaron en su superficie las formas delos arcos góticos, con sus ojivas enpunta, mediante largas cañas flexiblesusadas como guías para obtener lascurvas naturalmente onduladas en queresidía el secreto de las bellasproporciones de la construcción.

Las dimensiones de la catedral lasdeterminaron cuidadosamente Simon yel maestro masón, que eran:

Longitud: 130 metros.Anchura: 32-46 metros, para

permitir la forma cruciforme.Altura: 36,5 metros.

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Estas medidas exactas formaban unaversión a gran escala de la catedraloriginal, de la que sólo quedaban en pielas fachadas anterior y posterior.

La medida que se utilizó fue la«pértica real» francesa (ocho metros).

Se usaron los mismos métodos deconstrucción que Bernard de Roubaix lehabía descrito en una ocasión, sólo queesta vez la reconstrucción contó conenormes cantidades de dinero de lostemplarios. Esto aseguraba que losmaestros artesanos dispusieran de todoslos elementos que necesitaban. En todomomento se usó piedra de la mejorcalidad para la sillería, y sólo los

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artesanos más expertos y hábilesrealizaban el corte y la unión.

No tardó en tomar forma la amplianave, mientras se levantaban con notablerapidez los muros y las columnas. Seiban colocando y fijando en su lugar lasgrandes losas. Simon tenía buen cuidadode que la forma laberíntica original dela antigua religión pagana fuesecolocada en su posición anterior, deacuerdo con las nuevas dimensiones queestablecía la Sagrada Geometría.

Al mismo tiempo se colocaron losenormes ventanales y se prepararon las«cames» de plomo para las matrices delos intrincados vitrales, de manera que

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cuando se ajustaran a los marcos depiedra, la luz cayera en el suelo de lanave exactamente del mismo modo quedisponía el «Misterio de la Luz».

Las dos altas torres, macizas y sinembargo delicadamente proporcionadas,servían de marco al nuevo pórticofrontal y detrás de ellas se levantaba labóveda altísima de la vasta nave,mientras la forma cruciforme de lanueva catedral surgía del terrenosagrado donde el dormido DragónWouivre tenía su guarida.

Ni una sola vez Simon se apartó delos principios de la Sagrada Geometría,ni dejó en ningún momento de tener en

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cuenta los requisitos de la vieja religión,con el fin de mantener el equilibrio detodas las energías terrestres quecontrolaban el poder del sagrado sitio.

Esa meticulosa observancia de losrequerimientos mágicos del Wouivre, yla estricta interpretación de los deseosde la Bendita Madre Tierra, NuestraSeñora de Chartres, protegía a todosaquellos entre los constructores quetrabajaban con el honesto orgullo delartesano.

Sólo los pocos obreros que, poralguna razón, cobijaban el mal en sucorazón eran arrojados de los altosandamios o aplastados por un pesado

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sillar, del mismo modo que muchos añosantes aquel infortunado artesano sehabía estrellado delante de Simon yBernard de Roubaix.

En el curso de los veintiséis añosque duró la reconstrucción de laestructura de la catedral, muchosobreros fallecieron por causas naturales,debido a la edad avanzada o a algunaenfermedad. Entre éstos, figuraba JeanBelami, ex servidor mayor de la Ordende los Pobres Caballeros de Cristo, delTemplo de Jerusalén.

Sus últimas palabras dirigidas a unSimon dolorido fueron típicas de él:

—Odó de Saint Amand está

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orgulloso de ti. ¡Pero no más que yo loestoy de mi ahijado... mon brave Simon!

Luego, con un prolongado suspiro,su sonrisa se tornó rígida en el rictus dela muerte, en tanto su aguerrida almaabandonaba su cuerpo para reunirse consus muchos camaradas de armas que lehabían precedido hacia la gloria.

Cuando Simon le anunció a Corazónde León la muerte de Belami, el rey sepuso a llorar.

—Era el servidor mejor de todos.Resulta difícil encontrar las palabraspara describir a este gran soldado. Perose me acaba de ocurrir el nombre de unnuevo rango: el de «servidor mayor».

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De alguna manera le cuadra a Belamiperfectamente.

En 1199, Ricardo Corazón de Leónmurió a causa de una saeta herrumbradade ballesta, disparada desde la murallade un castillo. El rey, impulsivo hasta elfin, perdonó caballerosamente alarquero francés que le había disparado.Una vez más, Simon lloró la pérdida deun camarada.

A lo largo de esos veintiséis años,dedicados a supervisar lareconstrucción de la catedral deChartres, Simon perdió a muchos de susamigos. Pero su tristeza se veíaatemperada por la seguridad de que la

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separación sólo era temporaria. Todo eltiempo, el amor y la compañía deBerenice y familia, compuesta de doshijos y una hija, llenaron su vida deamor, alegría y risas.

Al fallecer su amada esposa, Simonencontró solaz en la terminación de lacatedral de Notre Dame de Chartres. Laconsideraba como un monumento a lamemoria de todos aquellos a quieneshabía amado.

La última tarea que emprendióSimon fue la de poner a prueba lascolumnas de la nave por el «Misteriodel Sonido».

Con la empuñadura de su daga, tal

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como Bernard de Roubaix había hechoen el pasado, Simon fue golpeandoligeramente, una tras otra, todas lasgrandes columnas. Inmediatamente, susdiferentes tonos de campana se elevaronhacia la alta bóveda, como un coro deángeles.

El caballero normando, ahora demediana edad, escuchó con el corazóngozoso el canto de la catedral.

Al fin llegó el día en que sus hijos,Jean, Pierre y Marie-Thérese,acompañaron a su padre a su últimamorada, junto a su madre, en la cripta dela nueva catedral. Allí, Simon yBerenice reposan hasta la fecha, junto al

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cuerpo de su amigo, Belami. Mientrassus gozosas almas vagan por el espacioy el tiempo, en la tierna, bajo aquellahermosa catedral, el Wouivre seremueve en su sueño de dragón, altiempo que vigila sus restos mortalespara siempre. ¡Inshallah!