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S ILVESTRE Precio $ 5 - ISSN 0326-3681 Revista de la Fundación Vida Silvestre Argentina www.vidasilvestre.org.ar Enero - Marzo 2006 95 Papeleras Biodiversidad Tiburones Franciscana Tarumá Juan B. Ambrosetti Urraca Azul Diamante Coleccionable Cráneos de mamíferos de la estepa patagónica

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Revista de la Fundación Vida Silvestre Argentina

www.vidasilvestre.org.ar

EEnneerroo -- MMaarrzzoo 22000066

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Papeleras Biodiversidad Tiburones Franciscana TarumáJuan B. Ambrosetti Urraca Azul Diamante

Coleccionable

Cráneos de mamíferos de la estepa patagónica

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Biodiversidad

d e l a c o r d u r aPor Claudio Bertonatti

Uno de los neologismos más fuertes del ambientalis-mo es “biodiversidad”. Si bien se la menciona copiosa-mente en los ámbitos especializados, sus característi-cas, valor e importancia siguen siendo poco conocidosa nivel popular. Mientras tanto, la riqueza natural seva perdiendo. ¿Nos tomamos unos minutos para pensarjuntos sobre esto?

Fotos James Frankham

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Arranquemos con un garrotazo: la reciente en-cuesta ambiental publicada en “La situación am-biental argentina 2006” muestra que la extinciónde especies silvestres preocupa a menos del 5%de la población argentina. ¿Qué tal? ¿Cómo re-montamos esto?

Cualquier diagnóstico ambiental pondría de ma-nifiesto que los ecosistemas silvestres se estánreduciendo en superficie y empobreciendo en ca-lidad. En otras palabras, cada día quedan menosambientes naturales y cuando los recorremos es-tán más vacíos. Los vamos simplificando, “des-florando” y “desfaunando”, como diría el ecólo-go Jorge Morello. Dejamos en la naturaleza unequivalente a un sitio arqueológico. Y ese es elresultado de la suma de impactos negativos dediversas actividades humanas. Actividades quenecesitamos desarrollar, pero que –si dejan eseresultado- desarrollamos mal. Entonces, pese aque ese conjunto de ecorregiones, ecosistemas,especies y subespecies (con su variedad de for-mas genéticas) -que llamamos biodiversidad- en-carna el componente más maravilloso y distinti-vo de nuestro planeta en el contexto del univer-so, lo vamos desangrando y de un modo casiinadvertido. Por eso, la riqueza natural es el granpasivo del siglo XXI y la diversidad biológica, unode los paradigmas más impactantes de lo que te-nemos y de lo que vamos perdiendo.

¿Desarrollo a costo cero?

Hay reglas de juego básicas en lo que hace a larelación entre el desarrollo y la biodiversidad.Pero no suelen reconocerse. Seguramente, el pri-mer principio que rige esa relación podría enun-ciarse como “nada es gratis”. Es difícil imaginarun modelo de desarrollo que no afecte al medionatural y, en particular, a uno de sus componen-tes más frágiles: la diversidad de organismos vi-vos. Tampoco cabe imaginar medidas de protec-ción de esos seres sin costo económico. La reali-dad es que para progresar hay que desarrollarse.Para sacar a los pobres de las garras de la margi-nalidad no hay soluciones fuera del desarrollosocio-económico. Lógicamente, no cualquier de-sarrollo, sino aquel que exprese mejor una fór-mula que resulte en el mayor bienestar con elmenor impacto ambiental posible. Pero, así y to-do, por más sustentable que sea siempre tendráun costo. No existe desarrollo a costo cero (aun-que volvamos a las cavernas). Por consiguiente,una posición razonable nos llevaría a apoyar elcrecimiento económico -dentro de un modelo desustentabilidad- aceptando que, por algún lado,

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la naturaleza se verá perjudicada. Pero el hechoque se vea damnificada no implica que no poda-mos hacer algo para remediar o aliviar ese per-juicio. Para eso existen, por ejemplo, las evalua-ciones de impacto ambiental: para predecir lasconsecuencias -buenas y malas- de todo em-prendimiento. Es ahí donde debería, entonces,entrar en acción un plan para evitar impactos in-necesarios, minimizando y compensando los im-pactos negativos ineludibles.

El ambientalismo evoluciona

Como no hay fondos ilimitados (y menos para eltema ambiental), debemos pensar como un ge-neral en tiempos de guerra, sobre tres áreas deacción: política, táctica y estrategia. Esto, parasaber dónde aplicar con mayor eficiencia los po-cos recursos, dónde, cómo, cuándo, por qué, pa-ra qué y con quién. Es aquí donde –desde el am-bientalismo- se está tratando de correr el eje dela preocupación pública. Es que la mayoría de laspersonas cultivan más la sensibilidad que la con-ciencia por estos problemas Durante las últimasdécadas, por ejemplo, quedó claro que la opi-nión pública vuelca más su preocupación hacialas especies amenazadas (como el yaguareté, lasballenas, el huemul, el venado de las pampas)que hacia los ambientes naturales que ellas ne-cesitan para vivir. Hoy, la gravedad de los tiem-pos que corren exige operar sobre otra escala oenfoque. Y con esto no hay que interpretar queno sea necesario preocuparse por la suerte delas especies, sino que resulta más inteligenteocuparnos de conservarlas desde el nivel de eco-sistemas y ecorregiones. Es que si un ecosistemaestá amenazado, también lo estará todo lo queél contenga, que es mucho más que una especiey un puñado de individuos o poblaciones de ella.

Esta visión motivó cambios en el diseño de los pro-yectos de conservación. Ya no se busca tanto ayu-dar a unos pocos ejemplares del amenazado osohormiguero en el terreno, sino identificar y conser-var las áreas más valiosas del Gran Chaco America-no que concentran los mayores números de espe-cies y que cumplen funciones ecológicas notables.

Por eso, ahora los recursos están más orientadosa identificar las áreas más valiosas -que habríaque proteger- de pastizales, bosques, costas y sel-vas que a seguir trabajando (como tanto se hizoen el pasado) con foco en las poblaciones de es-pecies amenazadas. El cambio de escala fue gra-dual y, de hecho, se sigue trabajando también so-bre especies con problemas, porque los esfuerzos

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se complementan. Muchos recordarán que -haciafines de los años 70 y principios de los 80- la aten-ción estaba puesta, por ejemplo, sobre el venadode las pampas, el huemul, el aguará guazú o elmacá tobiano. Pero, hacia los 90 la preocupaciónse extendía hacia sus ambientes naturales y a par-tir del 2000, hacia sus ecorregiones. Es que ya nohablamos de especies amenazadas, sino de eco-sistemas y ecorregiones amenazadas. Esta visiónimplicó aunar esfuerzos con los países que com-parten los mismos escenarios naturales. Proyec-tando a 10, 50 ó 100 años los promedios anualesde desaparición de ecosistemas silvestres se evi-denció que era necesario identificar los lugaresmás valiosos que habría para proteger y tambiénque interconectar, evitando que vayan quedandocomo islas en un mar de desolación. Así, surgió laidea de los corredores biológicos, como “el corre-dor verde”, que no es otra cosa que una gran fran-ja de selva bajo uso cuidadoso que conecta lasáreas protegidas de la selva misionera.

Sin embargo, este viraje ambientalista tiene unadebilidad: la sensibilidad pública tiene mayorcompasión hacia los individuos que las especiesy, a su vez, por las especies que por los ecosiste-mas. En definitiva, resulta más fácil convocarapoyo (moral y económico) para salvar a unejemplar de mono que sufre las penurias de uncautiverio ilegal que para proteger una porciónde selva (que obviamente concentra muchos másprimates, entre miles de otras formas de vida).Ya lo dijo Pascal: la razón tiene razones que elcorazón no razona.

Pero, a no desalentarse: se inventó algo para con-trarrestar esta debilidad: las “especies bandera”,que se enarbolan para defender porciones de suhábitat y una multitud de otras especies menos(o nada) emblemáticas. Esta suerte de “tiro porelevación”, usa como arma a las especies más ca-rismáticas como “paraguas” que extienden susombra protectora sobre muchas otras formas devida cuya suerte no suele conmover a nadie. Ycuando esto funciona se traduce en nuevos par-ques nacionales o provinciales, con nuevos corre-dores biológicos. Así que –como sucede con mu-chos campos de la vida- la conservación requierede un importante dinamismo conceptual.

Tenemos una gran biodiversidad

Cuando leíamos “La isla del tesoro” nos emocio-naba saber que había muchas joyas por descu-brir, enterradas, ocultas y a salvo de los piratas.Pero nuestras joyas naturales no han sido todas

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de rendimiento energético (quebrachos, tolas)

de ayuda forrajera para el ganado (gramíneasde los géneros Poa, Stipa, Festuca)

Además, deberíamos recordar que tanto la cultu-ra como la naturaleza forman parte de nuestraidentidad. Sucede que también nos distingui-mos, reconocemos e identificamos por nuestrafauna, flora y paisajes. Para ratificarlo, repase-mos los escudos provinciales, los nombres demarcas o equipos deportivos, nuestros dichos yrefranes, nuestras leyendas, las letras de nues-tras canciones folklóricas, muchos topónimos…

Entonces, para vivir mejor necesitamos cuidarestos recursos que satisfacen necesidades mate-riales y espirituales. Cuando tenemos que elegirun lugar de vacaciones no pensamos en un bos-que incendiado o en una playa empetrolada. To-do lo contrario: buscamos lugares “lindos”, esdecir, bien conservaos, como los parques nacio-nales. Tampoco podemos ignorar que muchosbienes y servicios ambientales son de escala re-gional y que se sostienen gracias a que quedanen pie desiertos, pastizales, selvas, bosques yambientes acuáticos. Y, si en la Argentina de hoy,no hay más hambre y pobreza es porque todavía

descubiertas y no están ocultas ni a salvo. Y sonnuestros tesoros nacionales. Pensemos que en-tre nuestro stock de animales y plantas silvestrestenemos especies:

de valor alimenticio (merluza, calamar, boga,palmito, yerba mate)

de interés para la pesca deportiva (surubíes,dorado, pejerreyes)

de beneficio medicinal (sauce criollo, armadi-llo de nueve bandas, peperina, pasionaria)

de utilidad industrial (tanino de quebrachocolorado)

de importancia textil (chaguar, vicuña), pele-tera (zorros, nutria) y marroquinera (carpin-cho, yacarés, boa curiyú, iguanas overa y colo-rada)

de goce estético (pequeños peces de agua dul-ce, orquídeas, cactus y helechos ornamentales)

de atractivo turístico (ballenas francas, arra-yán, alerce, palmera yatay)

de provecho maderero (algarrobos, cedros yaraucarias)

Números y datos

360 las áreas naturales prote-gidas en el país, que sumancerca de 20.000.000 de hec-táreas (poco menos del 7%de la superficie argentina).

60-80.000 las toneladas desábalos pescados en los ríosde la Cuenca del Plata (sinplanes de manejo).

5.000.000 los turistas que vi-sitaron los parques naciona-les patagónicos sólo durantelos últimos ocho años.

40.000 las hectáreas prísti-nas que quedan de la selvamisionera.

250.000 las hectáreas debosques y selvas que se des-montan por año en el país.

10.000.000 las hectáreas in-cendiadas anualmente en laecorregión del Monte.

2 a 4.000.000 las hectáreasque se queman por año en elChaco Húmedo.

60.000.000 las hectáreasafectadas por erosión delsuelo nacional (a las que sesuman otras 650.000 cadaaño).

Basado en “Situación AmbientalArgentina 2005”

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quedan recursos en la naturaleza. En función deello, no es lo mismo vivir dentro de ella, que ensu periferia o lejos. La percepción sobre esa de-pendencia es bien distinta.

Una caminata selvática y una encuestaurbana

Guillermo Enrique Hudson decía que los intere-sados por la naturaleza tenemos el privilegio deno aburrirnos nunca, porque en ella todo nospuede despertar curiosidad o interés. El proble-ma lo tenemos cuando la vamos arrasando y susreducidos muestrarios quedan cada vez más le-jos. Sobre todo de la gente que vive en las gran-des ciudades. En relación con esto, le propongoimaginar dos situaciones. La primera: suponga-mos que participamos de un viaje ecoturísticojunto con los más grandes especialistas argenti-nos de la zoología y de la botánica. Llegamos a laselva misionera y, en medio de la caminata, lespedimos que identifiquen y nombren todas lasespecies que vamos viendo. Nos detendremoslargos ratos en cada metro cuadrado y desfilaránlargas listas de nombres, pero el resultado seríaclaro: es imposible conocer cada parte de un to-do tan complejo. De hecho, pese a que el paíscuenta con especialistas en las más diversas ra-mas de la zoología y de la botánica todavía nocontamos con un inventario completo de nues-tras especies.

Ahora, va la segunda situación, que es más urba-na y fácil de imaginar. Si hiciéramos una encues-ta en nuestro barrio sobre cuántas especies deanimales autóctonos podemos mencionar, ¿có-mo creemos que nos iría? ¿Y si preguntáramos lomismo sobre plantas autóctonas? Seguramente,pocos se lucirían con sus conocimientos sobre labiodiversidad nacional.

En los dos casos se manifestaría que los argenti-nos (científicos incluidos) no conocemos biennuestro patrimonio natural. Y si replicáramos es-tos dos ejercicios en un país desarrollado el re-sultado –probablemente- no sería muy diferente.Sin embargo, esa nación seguro contaría con al-go que nosotros no tenemos: libros, informes odocumentos en internet con los inventarios com-pletos y hasta actualizados del elenco de espe-cies que conforman su riqueza natural.

Además, hay algo más preocupante que el des-conocimiento popular: el que exhiben muchos(por no decir la mayoría) de los funcionarios queadministran los recursos naturales. Es fácil supo-ner, entonces, que si ellos los conocen poco co-

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do”. Y si logramos desglosar ese significado, sedesprenderá que en ella encuentran remedios,alimentos, animales de compañía, maderas, le-ña, adornos, amuletos, ámbitos donde moransus deidades o seres sobrenaturales y muchasotras cosas más.

Si repetimos la experiencia con criollos o colonosrurales, el resultado cambiará, porque no vencon los mismos ojos a la misma selva. La cono-cen con menos detalle, no reconocen toda su“oferta” y aunque toman recursos (madereros,comestibles y medicinales) no lo hacen siempreni de un modo sustentable. Incluso, tienen con-flictos de convivencia, traducidos en desmonte opersecución a la fauna que ataca sus cultivos osus animales domésticos.

Por último, si el ejercicio lo hacemos con habi-tantes de una ciudad (lejos del monte) los lazosque tienen con la naturaleza se verán diluidos,desdibujados, olvidados o ausentes. Si les pre-guntamos qué representa para ellos, no faltaráquien podría sintetizar un concepto parecido a“nada”. Para no pocas personas, la biodiversidadno sólo está lejos. Además, ignoran –y por lo tan-to no agradecen- los beneficios cotidianos quereciben de ella. O acaso, ¿todos tenemos presen-te que la aspirina que alivia el dolor de nuestracabeza se extrae del sauce criollo que crece ennuestro litoral? Nuestra generación no toma losproductos de la selva, sino del supermercado.

rren el riesgo de administrarlos mal. El resultadoya puede imaginarlo y cualquier trágica similitudcon la realidad de la provincia que guste elegirno será pura casualidad. Más bien es causalidad.Pero, ¿por qué sucede esto? ¿Por qué conoce-mos tan poco nuestro patrimonio? Una respuestarápida podría traducirse en que esto no nos des-vela. Y la principal consecuencia del desconoci-miento es la ignorancia, que es pariente de latorpeza. Es que si conocemos poco queremospoco. Si queremos poco nos preocupamos poco.Si nos preocupamos poco perdemos mucho. Siperdemos mucho amenazamos todo. Si amena-zamos todo podemos terminar en la nada. Esteno es un poema taoísta, sino una posible reali-dad en tierras criollas.

Comparando experiencias

Apelo una vez más a su imaginación o a su me-moria. Si vio por televisión “La aventura delhombre” o “Historias de la Argentina secreta”,si escuchó por radio el programa “Orígenes”(conducido por el inolvidable Guillermo Magras-si) o si leyó los libros de Miguel Ángel Palermo,lo que le propongo no es muy distinto. Por unmomento, volvamos a la selva para encontrar-nos con una comunidad aborigen. Nos entrevis-tamos con sus miembros y les preguntamosqué es la naturaleza para ellos. Seguramente,no tardarán en expresar algo parecido a un “to-

... si conocemos poco quere-

mos poco. Si queremos poco

nos preocupamos poco. Si nos

preocupamos poco perdemos

mucho...

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Categorías(de la UICN)

“Extinguidas”

“Extinguidos enestado silvestre”

“En peligro crítico”

“En peligro”

“Vulnerables”

Algunos ejemplos (son más de 200 las especies argen-tinas que figuran en la última Lista Roja de la UICN)

Desaparecieron del mundo y de la Argentina: el distícido de D’Or-bigny (Rhantus orbignyi), uno de los caracoles de Apipé (Aylacosto-

ma sp.), el zorro-lobo de las Malvinas (Lycalopex australis), la lagar-tija de los exploradores (Liolaemus exploratorum), el guacamayoazul (Anodorhynchus glaucus) y, ta vez, la ranita de Atacama (Telma-

tobius atacamensis). A estas debemos sumarles especies extingui-das en territorio argentino, pero con poblaciones que sobreviven enpaíses vecinos, como la nutria gigante (Pteronura brasiliensis).

Los Caracoles de Apipé (Aylacostoma chloroticum, A. guaraniti-

cum y A. stigmaticum).

La ranita andina (Alsodes montanus), la rana el Somuncurá (So-

muncuria somuncurensis), el pino Paraná (Araucaria angustifo-

lia), la chinchilla de cola corta (Chinchilla brevicaudata), el patoserrucho (Mergus octosetaceus), el chorlo polar (Numenius bo-

realis), el gatuso (Mustelus fasciatus), el pez sierra (Pristis pecti-

nata) y el capuchino de collar (Sporophila zelichi).

El palo rosa (Aspidosperma polyneuron), la mojarra desnuda(Gymnocharacinus bergii), la raya pintada (Atlantoraja castel-

naui), la rana tractor (Argenteohyla siemersi), el cardenal amarillo(Gubernatrix cristata), la ballena azul (Balaenoptera musculus),el chancho quimilero (Catagonus wagneri), el huemul (Hippoca-

melus bisulcus) y el gato andino (Oreailurus jacobita).

El pehuén (Araucaria araucana), el lapacho amarillo (Tabebuia

lapacho), el quebracho del cerro (Schinopsis haenkeana), el tibu-rón espinoso (Squalus acanthias), la ranita del Challhuaco (Ate-

lognathus nitoi), el guacamayo verde (Ara militaris), el mirlo deagua (Cinclus schulzi), la loyca pampeana (Sturnella defilippii), elciervo de los pantanos (Blastocerus dichotomus), el monito demonte (Dromiciops gliroides) y el tapir (Tapirus terrestris).

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que es la vida, no será la única avenida empedra-da y con baches que habrá que pavimentar, peroes una que lleva rápido a destinos concretos. Ylos problemas ambientales son concretos. No noshace falta tener presentes las amenazas del Apo-calipsis de San Juan para albergar cierta preocu-pación por mañana. Cuando hablamos del desa-rrollo nacional (en definitiva, de nuestro destino)es inevitable no toparse con angustias, ansiedady alguna perplejidad. Pero tenemos la obligaciónde cultivar esperanzas, de ser buenos ciudadanosy de recordar lo que dijo un naturalista: a veces,todo patriota debe estar preparado para defendera su país contra su gobierno.

No tengo dudas: si Florián Paucke, el Perito Mo-reno, Florentino Ameghino, Eduardo Holmberg yÁngel Gallardo vivieran estarían de nuestro lado.La crisis ambiental es tal que ya no defendemosla naturaleza sino el sentido común.

Nuestros recursos no vienen con hojarasca, sinoen envases artificiales. ¿Cómo imaginar entoncesque vienen de pastizales, desiertos, mares, bos-ques o selvas?

Hasta el pescado de mar viene disfrazado de mi-lanesitas con forma de… ¡dinosaurios! Como paraque los chicos entiendan algo. Por eso, no seríamala idea incorporar a las etiquetas de los pro-ductos un renglón que revele su origen. Porejemplo: “preparado con merluzas del AtlánticoSur”. O bien: “este producto se obtiene de hojasde la yerba mate, autóctona de la selva misione-ra”. Y, si procedieran de un uso sustentable, acla-rarlo también. ¿Es mucho pedir?

¿Y, ahora, qué hacemos?

No pretendo darle un dolor de cabeza con estosplanteos, sino alentarlo a redescubrir nuestrospaisajes y sus contenidos. A no quedarnos con lapostal. A caminarlos y ver todo lo que hay aden-tro. A conversar con los pobladores más antiguos,esos que conservan la memoria del paisaje y quepueden contarnos cómo era todo antes, para quepodamos evaluar las tendencias ambientales. Asaber cómo se llaman y para qué “sirven” nues-tras plantas y animales silvestres. A comprendercómo “funciona” un bosque y cómo “hace” pararegular el clima y evitar inundaciones. A tenermás presente sus dramas. A acompañar las bue-nas decisiones públicas y a cuestionar las malas.

Una buena sociedad necesita de buenas perso-nas. Es difícil pensar en una sociedad correctaconformada por otro tipo de gente. Y es difícilcreer que podamos alcanzar un modelo de desa-rrollo sustentable con hábitos de consumo queno lo son. Muchas de nuestras actitudes cotidia-nas, parecen lo que el antropólogo Harris Memel-Fote catalogó de cosmofágicas o devoradoras delentorno. Por eso, debemos fortalecer ideales ysueños comunes, informarnos mejor, ser cohe-rentes y obrar en consecuencia, con vocación,perseverancia, pasión, seriedad y fortaleza moral.De lo contrario, sólo seremos vacías voces de pro-testa, intelectuales melancólicos o soñadores pa-sivos. En este contexto, ¡cómo no pensar en laeducación! Ya lo escribió Manuel Belgrano hacecasi dos siglos: “sin educación nunca seremosmás que lo que desgraciadamente somos.” A loque podríamos agregar que sin educación nos se-guirá yendo como nos va. En uno de sus prólo-gos, Borges dijo que no sabía si la educación po-día salvarnos, pero que no conocía nada mejor.Seguramente en esta compleja red de ciudades

Nuestros recursos no vienen

con hojarasca, sino en enva-

ses artificiales. ¿Cómo imagi-

nar entonces que vienen de

pastizales, desiertos, mares,

bosques o selvas?