mario rivero: el poeta de los hombres...

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NÓMADAS 236 * Poeta, periodista y docente de literatura. Autor de los libros de poesía Las voces del fuego (1995), La casa del viento (2000) y Hospedaje de paso (2003) y de las antologías de nueva poesía colombiana Oscuro es el canto de la lluvia (1997) e Inventario a contraluz (2001). Es profesor de literatura del Colegio Santa María y subdirector de la revista de poesía Golpe de Dados . E-mail: [email protected] MARIO RIVERO: EL POETA DE LOS HOMBRES ANÓNIMOS Federico Díaz-Granados *

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* Poeta, periodista y docente de literatura. Autor de los libros de poesía Las voces del fuego(1995), La casa del viento (2000) y Hospedaje de paso (2003) y de las antologías de nuevapoesía colombiana Oscuro es el canto de la lluvia (1997) e Inventario a contraluz (2001). Esprofesor de literatura del Colegio Santa María y subdirector de la revista de poesía Golpede Dados. E-mail: [email protected]

MARIO RIVERO:EL POETA DE LOS

HOMBRES ANÓNIMOS

Federico Díaz-Granados*

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Me han pedido unas cuan-tas cuartillas sobre la poesía de MarioRivero y no he podido saber si se tra-ta de un espacio amplio para decirtodo lo que me suscita asomarme asu obra, o si por el contrario, se tratade un vestido apretado que me limi-ta. Porque hablar de Rivero, de suimportancia, de su poesía y de todasaquellas cosas que nos reúnenpuntualmente alrededor delcafé, del afecto, de sus perma-nentes lecciones de vida y poe-sía, es de alguna forma hablarde mi propia vida y mi forma-ción. Porque siempre lo hecreído: mis amigos asisten a laacademia, a los museos, alcine. Yo visito a Mario Rivero,ritual que vengo haciendo des-de hace varios años, para pre-senciar el ejercicio de lalucidez en el bello oficio de laspalabras, para rastrear en lascosas cotidianas el hecho poé-tico y las preocupaciones delhombre.

Lo he visto bajar innu-merables veces por el barrioLa Candelaria hacia la Ave-nida Jiménez, perdido entresu inmenso cuerpo, con losojos y ademanes de un niñogrande. Sus diarias rutinasno van más allá de las decualquier hombre anónimoque es inquilino de una ciu-dad como Bogotá. Es el pri-mer visitante de la LibreríaLerner y allí siempre surge en tor-no a él alguna tertulia sobre los dis-tintos asuntos que preocupan alciudadano común: política, arte, fa-rándula, fútbol, la baja o subida deldólar o el último atentado terroris-ta. Y de ahí, de ese diario vivir y deesas pequeñas preocupaciones de lagente, nace su poesía.

Él ha sido siempre un hombresolitario. Un hombre de pocos ami-gos que desde muy joven abandonósus estudios de primaria para dedi-carse a trabajar con su padre en lasfábricas textiles de algún suburbiode Medellín, y quien a lo largo desu vida permitió la cercanía de muypocos afectos. En los años que llevo

frecuentando al maestro, se ha re-ferido reiterativamente a muy pocosnombres como sus verdaderos ami-gos: Alejandro Obregón, AurelioArturo, Héctor Rojas Herazo y Ma-ría Mercedes Carranza, entre otros.

La poesía de Mario Rivero nopasa impune ante los ojos de un lec-

tor desprevenido. La suya tiene eldon de remover los secretos pasadi-zos del hombre con sus temblores. ARivero hay que leerlo varias vecesen la vida: en la juventud, en lavejez, y sobre todo en la soledad. Suprimera lectura nos sugiere el des-enfado. Las siguientes, reflexión. Yes que Rivero es el derrotado y el

marginal por excelencia,como lo somos casi todos losseres humanos que camina-mos por el mundo con el sacode la soledad y lo vemos conla tristeza empañando losojos. La torpeza, la inutilidadde tantas cosas, el fracaso delas jornadas cotidianas, siem-pre serán los temas a los queinevitablemente retornare-mos. Si la poesía sirve paradevelar el significado delmundo entonces la poesíariveriana nos ayudará a mi-rar ese mundo que él miró;nos devuelve las palabras va-ciadas, vacías. Cada palabrasuya carga una secreta ense-ñanza. De ahí que los jóve-nes poetas acudan en subúsqueda para recoger lasbreves lecciones de vida ypoesía. Esa es la prueba con-creta de su desapego por elmundo y de su compromisocon una desaforada vocaciónvital.

Conozco lainsobornable tristezadel tiempo

Hablar de Mario Rivero es hablarde uno de lo capítulos más interesan-tes y fecundos de la poesía colombia-na. Con su voz pertenece al selectogrupo de poetas insulares que han ins-crito su nombre en el mapa de la tra-

Dibujo de Mario Rivero para la portada de su libroPorque soy un poeta

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dición lírica de nuestro país. ¿Para quéle puede servir la poesía a un ser comoRivero? Para justificarse, para castigar-se, para transgredir. Sin duda perte-nece a esa gran tradición occidental,de la tierra donde el sol declina, don-de nos preguntamos por la inmortali-dad del alma y el devenir en el tiempo,donde la relación con Dios y el golpede calendario tanto preocupan al hom-bre moderno. Es su palabraun homenaje a la memoriapara desterrar a los que ol-vidan y a partir de la medi-da exacta del alma medirlas circunstancias del exis-tir y hacer de sus temas uninventario de desencantos.

Para Rivero, la vida siem-pre se antepone al arte y ala literatura. El escritorGuido Tamayo afirma enel prólogo del libro Porquesoy un poeta (Conversacio-nes con Mario Rivero):“Recuerda a Cioran en suconstante empeño por“creer”, sin conseguirlo.No obstante su descrei-miento de la condiciónhumana y, para sorpresadel lector –y mía–, MarioRivero posee una concien-cia de la trascendencia,una forma particular deentender y vivir lo religio-so que nos hará aún máscompleja su personalidad”(Rivero, 2000, p. 13).

Nacido en Envigado,Antioquia, en 1935, Rivero ha sidosiempre un “husmeacosas, uncuentacosas” (como dice en uno desus más bellos poemas), que hadeambulado por el mundo tras el ras-tro esencial de la vida, traduciendoel alma del hombre anónimo, triste,del antihéroe en la palabra y el he-cho poético.

De su vida nómada y sus di-versos oficios se ha nutrido su poe-sía. En ella ha plasmado los azaresque debe sortear un cantante detangos, declamador, granjero,vendedor de libros y de obras dearte, trapecista, editor y volunta-rio de guerra, y manejador de to-reros, entre otros, para sobreviviren un tiempo tan complejo, caó-

tico y adverso para toda propues-ta estética.

Poemas urbanos

En 1963 apareció Poemas urba-nos en su primera edición, libroque recogía poemas publicados

entre 1958 y 1963 en el suple-mento dominical de El Tiempodirigido entonces por EduardoMendoza Varela, y que lo ubicócomo un poeta del devenir, de latruhanería y la antiacademia. Lascosas humildes, el asfalto, las lu-ces de neón y el olor de la gasoli-na tenían su portavoz lírico. Él tansólo quería contar historias, de ahí

que su posterior poesíaestuviera llena de pala-bras como balada, tango,saga, etc. Desde enton-ces la poesía colombia-na no volvió a ser lamisma. Al finalizar el si-glo pasado, dicho librofue catalogado dentro delos veinte más importan-tes de la poesía colom-biana en el siglo XX enlas diferentes encuestasrealizadas a críticos, poe-tas y periodistas.

Años después de suaparición, el escritor y crí-tico Andrés Holguín ha-bría de sentenciar:

“Cuando Mario Riveropublicó sus Poemas urbanos,en 1963, este libro lo situóen un primer plano. Fueelogiado, con razón, porNadaístas y no Nadaístas.Poesía peculiar, fuera deserie, nueva, de un andarsonámbulo en medio delas cosas habituales. Poe-sía, sí, de la vida diaria, pero

en profundidad, con honda intui-ción de lo real más allá del motivofútil. Poesía densa, opaca,insonora, desarticulada, que a ve-ces hechiza, subyuga. En variosvolúmenes posteriores esta poesíade Rivero se ha afirmado, y habuscado un cauce distinto a tra-vés de sus Baladas”(Holguín,1974, p. 279).

Mario Rivero, 1959

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Sus textos sobre una ciudad conhumos de metrópoli recrearon el dia-rio vivir de unos habitantes conguiños de ironía y trasfondo de lá-grimas. Y es que esa reinvención dela realidad urbana la convirtió en unpuñado de versos multicolores. Des-de su lenguaje irreverente, el poetase burla del entorno alienado quepreside la ciudad, hasta un univer-so donde ingresan con la nostalgiala reflexión del ciudadano marginaly sus acciones cotidianas. Uno de losmás interesantes apor-tes de Rivero fue nom-brar asuntos antes pocovisitados por la poesíacolombiana; tan her-mosa resulta la imagensorpresiva de aquellaVirgen de la Amnesiacomo la de las callesde La Candelaria, de“las muchachas amon-tonadas en la habita-ción que emanabanuna gran niebla dul-ce”, la vendedora decrispetas con el vien-tre puntiagudo, el pa-seante solitario delParque Nacional, elcrudo retrato del padreoloroso a aceite entresu overol azul, y el dolor de encon-trar los sitios del recuerdo destrui-dos, sin aromas ni misterios, apenasrescatados por su memoria.

“A través de su obra abundan losretratos, la anécdota y el comen-tario periodístico del cronista quenos hace ver todo el panoramanocturno y diurno de la gran me-trópoli con sus luces de neón, sumugre, sus crímenes y sucesosbanales, sus efímeras glorias, susescenas desagradables de miseriay las tragedias de hombres y mu-jeres desconocidos cuyas existen-

cias parecen ser marginales antelos grandes acontecimientos. Poreso se destacan las figuras de pros-titutas y borrachos, obreros forni-dos y otras personas humildes...”(Alstrum, 2000, p. 75).

En la obra de Mario Rivero ellector se regocija y se entristece; con-templa instantáneas de su inútil tra-jín como si fueran un collage de fotosviejas. Y esos obreros, modistillas,rameras, vendedores callejeros, con-

formaron desde entonces el inmen-so universo de la poética riveriana.La de la muchedumbre anónima ymarginal. De igual forma, el poetaDarío Jaramillo señaló

“Una hipótesis ya imposible seríaque Rivero no hubiera publicadomás que ese libro: Poemas urba-nos. En ese caso, que el tiempo yadescartó por la publicación deotros volúmenes, Mario Rivero se-ría importante por haber protago-nizado una ruptura, por haberabierto caminos, por haber inten-tado la claridad, por haber logra-

do la exactitud. Y “la poesía esexactitud”, ha dicho Cocteau”(Jaramillo, 1991, p. 498).

Mil instantes de vidasdistintas

Rivero tomó los grandes temasde la poesía como el amor, la muer-te, la soledad, la añoranza; temasrepresentativos de la modernidad,y los habitó del desencanto, el des-asosiego, la duda, en una original

forma de poetizar, con-tando en verso las his-torias callejeras, lospequeños dramas delos seres anónimos.

Su vasta obra poé-tica se encuentra re-unida en más de quincevolúmenes publicados alo largo de los últimoscuarenta años, comoPoemas urbanos (1963),Noticiario 67 (1967), Yvivo todavía (1972, Pre-mio Casa de las Améri-cas), Baladas sobreciertas cosas que no sedeben nombrar (1973) ,Mis asuntos (Antología,1980), Los poemas del in-

vierno (1984), Vuelvo a las calles(1989), Del amor y su huella, (1992),Poema con cámara, Camirí 1967,(1997), Flor de pena (1998), Qué co-razón (1999), V Salmos penitenciales,(1999), La balada de los pájaros(2001), Elegía de las voces (2002),Remember Spoon river (2003) y Bala-da de la gran señora (2003), libros quecrean un puente de ida y regreso den-tro de su misma poética, pasando deldesenfado a la melancolía, de la re-flexión a la imprecación, del amor aldesamor, reinventando su propia vozy sus propios sueños en cada volumen.

Mario Rivero con Federico Díaz-Granados

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Al preguntarle al poeta Fernan-do Charry Lara por la poesía deRivero, éste contestó: “Los motivosde la poesía de Mario Rivero sontomados no solamente de lo coti-diano sino también de lo urbano.Son una reveladora mirada sobre lascosas que a diario nos rodean, pe-netrando su misterio sin descartarsu banalidad. Por eso los poemas deRivero simulan pobreza enrecursos expresivos, por-que están comprometidoscon un lenguaje que antetodo quiere ser directo:una visión honda y senci-lla de la realidad. La dia-fanidad de la palabra serelaciona con el fácil en-tendimiento de unas imá-genes que quieren ser decomprensión inmediata:nada de metáforas yvocablos suntuosos o her-méticos o simplementecomplicados, sino que seentreguen totalmente a lasensibilidad del lector”.

La cercanía de Riverocon la esencia de la vida entodas sus manifestaciones yen sus distintas visiones es-téticas lo han formado comoun autor educado en la aca-demia del mundo, quedesmitifica la grandilocuen-cia de la literatura y crea labelleza con la palabra. Esafuente suprema del misteriocreador donde el malevaje,los orilleros el bajofondismo,los arrabales y los cafetines dejan sutestimonio a través de la voz del poe-ta. A lo que María Mercedes Carranzaagregó: “Pues bien, ese niño grandeque regala manzanas y versos ha es-crito lo que es a mi parecer, una de lasobras más sólidas e interesantes de la

poesía colombiana de todos los tiem-pos. Con maestría, Rivero ha sabidohablar de las tristes gentes anónimasde nuestras ciudades, de sus sueños yde sus fracasos y a ello le ha dadocomo fondo los frenazos de los buses,el vocinglero de los vendedores am-bulantes, la suciedad de las calles, laluz turbia de los hoteles de paso”(Carranza, 1989, p. 7).

Poemas como Palabras a un amigoque se llama Dios; Tangos para Irma ladulce; Una flor para Vincent; Momen-to para Saulo Salinas; Balada de loshombres hambrientos; Balada deJuanito Goez alias “El hombre” (a peti-ción del honorable y con sonido); Bala-

da de las cosas perdidas; y, los V salmospenitenciales entre otros tantos textos,hacen parte de la insobornable anto-logía que realiza el tiempo. Son poe-mas habitados por las distintas lecturasque marcaron al poeta desde su in-fancia: la sencillez de los poetas nor-teamericanos, la sabiduría de la poesíachina, Francoise Villón, CharlesBaudelaire, la Biblia, Enrique Santos

Discépolo, Agustín Lara yCarlos Gardel, conscientesiempre de que la poesía esla matriz de la música y deque el epicentro de la mú-sica popular latinoamerica-na reside en el tango y elbolero, ritmos que sirven deescenario a muchos de suspoemas.

“Esos términos de Balada,Saga, Tango, etc., y los te-mas mismos de sus poemasseñalan una circunstanciatan elemental que su men-ción es casi embarazosa:Rivero quiere contar. El pro-pósito no es deslumbrante-mente nuevo, y sólo dentrodel país cabe la mención dealgunos nombres; los relatosde De Greiff, algunos inten-tos en ese sentido de Alva-ro Mutis (Maqroll) o deCote Lamus. Si MarioRivero ocupa un sitio tandestacado en la actual poe-sía colombiana, esto se debepues, no a lo rebuscado, a lo“original” de un concepto,la forma de poetizar, sino ala tenacidad y a la firmezacon que se ha aferrado a él,

y a la reciedumbre con que se haabrazado a su visión, a sabiendas delprecio que hay que pagar por esasfidelidades o esas fantasmagorías”(Valencia Goelkel, 1973, p. 8).

En 1972 fundó, en compañía desus amigos Aurelio Arturo, Fernan-

Dibujo de Mario Rivero, para la portada del libro Mis asuntos

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do Charry Lara, Giovanni Quessepy Jaime García Maffla, la revista Gol-pe de Dados, la más importante pu-blicación de poesía de Colombia enlos últimos treinta años, que ademásda nombre a toda una generaciónque se formó a través de sus pági-nas. Ha sido Golpe de Dados otra delas aventuras riverianas que ha so-brevivido. Desde ese primer núme-ro, fechado enero-febrero de 1973,y que traía poemas de VicenteAleixandre, Aurelio Arturo, JoséEmilio Pacheco y Mario Rivero, has-ta el número 187, fechado enero-fe-brero de 2004 y recién salido de lostalleres de ABC (donde siempre seha editado la revista), Golpe de Da-dos ha conservado su sobriedad, sumismo diseño, tamaño, tipo de pa-pel, y exacto número de páginas. Enellas se han divulgado poetas de dis-tintas generaciones, colombianos yextranjeros, y entre los números me-morables que vale la pena destacar,menciono los monográficos dedica-dos a poetas como HéctorRojas Herazo, María Mer-cedes Carranza, AlvaroMutis, Aurelio Arturo, asícomo las traducciones depoetas norteamericanoscontemporáneos realiza-das por Jaime ManriqueArdila, y los poetas rusosdel Siglo de Plata vertidospor Jorge Bustamante, en-tre otros.

Balada de lascosas perdidas

A Mario Rivero siem-pre se le ha visto conta-giado de la poesía, desdesu infancia hasta hoycuando su bibliografía seubica en el meridiano de

la más fuerte tradición lírica colom-biana. También ejerció la crítica dearte durante más de treinta años.Desde niño le gustó la pintura y di-bujaba “monitos” para distraer susoledad. Además muchos días de suadolescencia los pasó en la Biblio-teca Piloto de Medellín devorandocuanto libro se le atravesara. Tam-bién acudió por curiosidad a la Es-cuela de Bellas Artes de Medellínen tiempos en que la dirigía RafaelSáenz y estudiaban Augusto Ren-dón, Aníbal Gil y Fernando Botero.Años después, luego de que WalterEngel, crítico de arte de El Especta-dor renunciara al diario para radi-carse en Canadá, Mario entró aenriquecer el debate sobre el artenacional desde esas páginas, en tiem-pos en que Marta Traba y CasimiroEiger dominaban el panorama de lacrítica nacional. Don GuillermoCano indagó entre artistas sobrequién podía reemplazar a WalterEngel y seis de los más prestigiosos

en ese entonces dieron el nombre deRivero. Además lo respaldaba sucultura sobre arte clásico y contem-poráneo pues había tenido la opor-tunidad de ver mucha pintura enlibros y exposiciones, pues entre susmúltiples oficios, acompañó comoguía a dos excursiones de arte aEuropa.

De aquellos momentos quedanmuchos testimonios. Páginas de la re-vista Diners, de El Espectador, del Ca-lendario Propal y libros que dedicó avarios pintores. En 1972 publicó el pri-mer libro que se escribió sobre Fer-nando Botero y posteriormentededicó extensos volúmenes a Obre-gón, Rayo, Manzur y Negret. Sobreaquellos días, sobre el oficio de lacrítica de arte en Colombia, sobreMarta Traba, Rivero es contundente:

“Marta miró mucho al porvenir,con su mirada visionaria, pero yodiría que desconoció, es decir,negó nuestro pasado, y más aún

lo destruyó (...) Por qué seretira de la crítica: “Me re-tiro de la crítica por can-sancio. Veinte años hicecrítica en Diners ininte-rrumpidamente, tambiénen Propal, pero ante todoporque sé cual es mi oficio.Yo soy un poeta (...) A míme merecen un gran res-peto los críticos e historia-dores que organizaron yorganizan el devenir delarte, lo clarifican y lo pre-sentan a los ojos de lahistoria; no la crítica cir-cunstancial, mundana, esdecir, de acuerdo con lasmodas, y que también po-dría ser definida como “losalmuerzos del crítico”, asícomo antaño se decía res-pecto a las obritas menoresde pintores como VásquezCeballos, “los almorzaderosdel pintor (...) La crítica deLibro de Mario Rivero sobre la pintura de Fernando Botero

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arte difiere totalmente de la teo-ría filosófica del arte, en cuantoque en la llamada crítica de artese discute ya es sobre los méritosindividuales de la obra, y precisa-mente aquí es donde entra hoy aoperar esa progresiva mistificaciónque rodea al arte y al artista, laque tanto ha venido a transfor-mar lo que en otra época fue dig-no y hermoso trabajo de artesanos,en una actividad regida ya entodo por la publicidad (...) unaactividad de mercaderes, y tam-bién muchas veces de (...) far-santes” (Rivero, 2000, pp. 111,119-121).

La suya es una poética que sedesprende del paisaje, que nace enlas entrañas de la naturaleza paraarribar al hombre, poblándolo de susfantasmas, dolores y derrotas en estaaventura fugaz que es la vida, sinotorgar optimismos ni esperanzas.

Canción de losperdedores

Desde su primer libro, Riverotomó partido por el hombre, por lalibertad, siendo el tiempo una cons-tante estación a la que llegan todoslos temas de su poesía. En Baladas elpaisaje y lo irracional se visten conla piel de la palabra, habitando elsueño y la intuición con los ritmosdel asombro; en Vuelvo a las calles,el tiempo gravita en calles donde losfantasmas y demonios encuentran suhábitat, con la metáfora como unfuerte estallido de emociones, y lavida y la ciudad como divisa máxi-ma de la reflexión. En general en elgrueso de su poética el eje temáticoson la ciudad y el cuerpo; la prime-ra como espacio de convivencia, depaisaje o antipaisaje de sus habitan-tes, y el segundo como capital de susheridas, sus dolores y la magia de las

llegados al territorio de la fábula; enel que la poesía pasó a cumplir unasuerte de milagro o taumaturgia.

Los retratos de la noche, la casade la memoria, el viaje que noexorciza los fantasmas sino queayuda a convivir con ellos; el mis-mo, eterno e irreverente tiempopermanece en el hecho poéticodonde la vocación creadora se si-túa una vez más en el hemisferiode la reflexión y el hombre, desdeuna auténtica voz personal, quebusca la ruta desconocida de unparaíso, de un idioma lejano deBabel y de una belleza anclada enlos litorales del corazón, que sinduda es la verdadera sede de lamemoria, la sede del pensamiento.En 1964 Gonzalo Arango habíadescifrado la poética riveriana:

“Así es la poesía de Mario: mara-villosa y humana; rutilante y con-tingente; tierna y despiadada.Poeta del devenir, de la truhane-ría, de las cosas humildes, de losdespojos del festín de la acade-mia y la literatura oficial. En unapalabra: poeta de lo anti-poético.Yo, y todos los poetas de mi gene-ración Nadaísta que rivalizan conél por los honores de una prima-cía estética, creemos que Marioes uno de los más netos y purospoetas actuales; que es uno de losgrandes poetas colombianos, quese pueden contar con los dedosde la mano”(Arango, 1964, p. 8).

Si bien el tiempo es el eje alre-dedor del cual giran los temas dela libertad, entonces la muerte, elsilencio, la palabra y la noche seconvierten en temas domésticos consus esquinas desconocidas comotodas las esquinas del mundo y ha-bitadas por los hombres, con sus es-plendores y zozobras que habitan lapoética de Mario Rivero con apari-

sensaciones, siendo este la primeraderrota de los hombres. Del amor ysu huella es un volumen de fascina-ción por el lenguaje, donde la poe-sía hace vigilia a través de sus signosdesconocidos por un país cerrado así mismo, ungido por la muerte y eldesalojo de la alegría; sin duda otro

de los libros de Rivero que marcanuna ruptura. Y desde ahí su poesíase volcó hacia la infancia y la vejezy su universo mítico, con sus héroesy antihéroes, sus pequeños milagros

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ciones en algunos poemas y libros yque cobran vigencia nuevamenteen sus últimos libros,

“La nueva poesía colombianadeudora toda ella de Rivero, hadisfrutado pero no aprovechado acabalidad su lección. Quizá estelibro que reúne veinte años de sutrabajo, no distanciado del malgusto, no ignorante de susestrepitosas caídas, permi-ta reconocer su impor-tancia dentro de nuestraliteratura. Un lugar dondela imagen se hace palpabley el pensamiento sensacióninstantánea; donde laanécdota en lugar de anu-lar potencia el discurso.Donde existe el desdénpero también el júbilo, y laexultación convive con lapesadumbre. Un lugar enfin, que sólo puede ser elde nuestra derrota”(CoboBorda, 1980, p. 5).

El husmeacosas,el cuentacosas

Sin duda Mario Riverocolocó a la poesía colom-biana a la altura de sutiempo pues en sus pala-bras se pueden reconocerlos gestos de un país ca-rente de misterio. Por esolos jóvenes poetas de supaís lo buscan como a unsecreto confesor para querevise sus primeros inten-tos y los aconseje. Es in-cuestionable: la poesía colombiananecesitaba las certidumbres y las he-ridas de un poeta como Rivero, quenos hablara al oído de nuestras tan-tas pesquisas, de nuestra mar-ginalidad para reconciliarnos con elhecho de estar vivos. Desde ese des-arraigo y marginalidad, Rivero nos

deja un puñado de versos que per-siguen una razón ética para vivir.Y son los desahuciados, los burla-dos y tardíos que miran perplejose inocentes los que protagonizansu poesía.

Desde Homero hasta San Juande la Cruz, de Virgilio a William

Blake, desde el lamento del pobreJob hasta Fernando Pessoa, la mayorambición del quehacer poético siem-pre ha sido la misma: Ecce Homo pa-rece decir cada poema. He aquí alhombre , he aquí su fugacidad so-bre la tierra. Porque el futuro delhombre es el hombre, dice el portu-

gués Eugenio de Andrade. Estamosde acuerdo, parece contestar la poe-sía de Rivero. Pero el futuro del hom-bre no nos interesa desfigurado y ahísobrevivirá la eterna y misteriosapoesía. Ausencia y presencia, vacíoy plenitud, duda y certeza, estaránpresentes por siempre en la palabra.

Del desarraigo, de laderrota, del desengaño yla soledad nace la poesíade Mario Rivero. Esa essu gran lección. Una poe-sía que coloca su voz alservicio del antihéroe, delos hombres anónimos queconstruyen su biografía apartir de la tristeza. Ri-vero, el mismo que marcóuna ruptura en la poesíacolombiana con Poemasurbanos, nos muestra aho-ra un tono más reflexivo,donde la palabra quedadecantada ante al asom-bro de la música. Riverodeja a las nuevas genera-ciones de poetas colom-bianos, el magisterio deuna poética atravesadapor la vida y el milagro deltiempo que habita en elhombre.

Del bando de losequivocados, los disper-sos, los roncos y débilesviene la poesía de Rivero.Y así, mientras mis ami-gos siguen asistiendo a la

academia, al cine, a los museos, yosigo asistiendo a la cita puntual:visito a Mario Rivero en su casa deLa Candelaria, sigo acudiendo a lalección de lucidez del amigo, delpoeta, del maestro. Hablamos lar-go, miramos con sorna y sospechael mundo, y le pido que me lea una

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vez más uno de sus poemas que másme conmueven:

La balada de los hombreshambrientos

Los hombres hambrientos tienenoro/ casas con retretes de mármol/ yvestidos suntuosos/ Pero no puedomatar el hambre y la sed/ del tigrede sus ojos/

Los hombres hambrientos son/ enalguna forma hermosos/ por unamagia mortal y execrable/ sus oídosse han vuelto sordos/ Pero los hom-bres hambrientos simulan oír/ y pa-gan bien a sus cantores/

Pregonan una extraña desespera-ción/ han perdido el recuerdo de los

humanos olores/ caminan para bus-car un aroma imbuscable/ el de lostallos de las flores muertas y de lospétalos podridos/ el olor que al mis-mo tiempo es/ el olor de la muerte yel olor del nacer/

Se cubre de moho el corazón/ deestos hombres hambrientos/ Seentrecruzan a la deriva No se venSon muchos en movimiento/ Susmujeres lavadas en aguas de carosperfumes sintéticos/ adustan ace-chan también/ aquel olor que al-canza los huesos/ Si levantan lascabezas hacia cosas más altas/ nodistinguen otra cosa que el viento/Remeros esclavos en un gran bajelde oro/ van los hombres y mujereshambrientos.../

Bibliografía

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JARAMILLO Agudelo, Darío, Historia de lapoesía colombiana, Casa de Poesía Silva,Bogotá, 1991.

RIVERO, Mario, Porque soy un poeta, Casa dePoesía Silva, Bogotá, 2000.

VALENCIA Goelkel, Hernando, “Sobre unarte de trovar”, El Periódico, Bogotá, enero14, 1973.

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• Las portadillas que separan las seis secciones de la revista, reproducen obras -y detalles- de ÓSCAR

JARAMILLO, importante grabador y dibujante antioqueño. Estas obras provienen de su recientelibro publicado por el Museo de Antioquia (2004), que contiene un amplio estudio de AlbertoSierra Amaya, curador del libro (las fotografías de los grabados son de Carlos Tobón).

• El comienzo de cada uno de los artículos, con excepción de los correspondientes a la Sección VI,llevan tramado en el fondo un detalle de mural de José Clemente Orozco (ps. 10, 26, 36, 46 y 56)o de Diego Rivera (ps. 66, 76, 86, 102, 112, 128, 140, 152, 160, 170, 180, 194 y 210), tomadosdel libro Modern Mexican Art de Laurence E. Schmeckebier, publicado por The University ofMinnessota en 1939 (no se dan los nombres de los fotógrafos).

• Las obras de Fernell Franco, Óscar Muñoz, Éver Astudillo, Alicia Viteri, Eladio Vélez, LeonelGóngora, Alfredo Guerrero, José Antonio Suárez, Beatriz González, Maripaz Jaramillo, PedroAlcántara, Bernardo Salcedo, Felisa Burzstyn, Guillermo Wiedemann, Juan Antonio Roda,Cornelis Zitman... fueron tomadas de los catálogos de exposiciones individuales o colectivas rea-lizadas a lo largo de 25 años en la galería del Instituto Colombo-Americano, el Museo de ArteModerno de Bogotá, el Museo La Tertulia de Cali, el Museo de Arte de la Universidad Nacional,la Biblioteca Luis Ángel Arango y el Museo Nacional de Colombia.

• Las obras de SATURNINO RAMÍREZ provienen de su único y reciente libro, publicado por EdicionesJaime Vargas & Museo de Arte Moderno de Bucaramanga. Bogotá, 2004, 250 ps.

• Las obras de ENRIQUE GRAU , quien falleció en Bogotá el pasado 1 de abril, pertenecen a su últimolibro, publicado en Villegas Editores este año.

• Los dibujos indígenas que aparecen tramados al finalizar muchos de los artículos son detalles depinturas y dibujos sobre cerámica y en sellos de piedra de artistas precolombinos pertenecientes alas culturas Tumaco, Quimbaya y Sinú; las obras originales se encuentran en el museo arqueoló-gico «Casa del Marqués de San Jorge» de Bogotá.

• El final de cada artículo está adornado con grabados del siglo XIX, tomados del libro La tierra ysus habitantes (Tomo III), publicado en Madrid por la Editorial Erisa en 1981, que reune solo lasilustraciones de la edición original (1879) dedicada a los viajes por “las cinco partes del mundo”de “los más célebres viajeros”; son grabados en madera que reproducen un dibujo original, que,en algunos casos, reproduce una fotografía, todo esto gracias a la ausencia de una tecnología quepermitiera reproducir directamente las fotografías de los viajeros. Uno de los más fecundos y fa-mosos ilustradores de la época fue Riou, cuyos dibujos fueron pasados a la madera por diferentes yhábiles grabadores.

• Las fotografías de Fernando Oramas (ps. 220 a 235) fueron tomadas para Nómadas por OLGALUCÍA

JO RDÁN, y las de Mario Rivero (ps. 236 a 243) por PATRICIA LEÓN (marzo de 2004, Bogotá).

• Los cuadros La fe del indio carbonero de Ramón Torres Méndez y Por las velas, el pan y el chocolatede Epifanio Garay, pertenecen al Museo Nacional de Colombia, con quien se ha convenido sureproducción en este número de Nómadas.

• Le agradecemos a la Biblioteca Luis Ángel Arango el habernos permitido ilustrar la revista conlas imágenes de obras de Francois Desiré Roulin, grabados todos de 1825 y permitirnos también lareproducción de obras de Ignacio Gómez Jaramillo y Óscar Muñoz.