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La voz de los silencios 1 Capitulo 1 Madrid 2013 Una y otra vez su mirada repasaba el contorno de aquella taza de café. No quedaban más que unas pocas gotas, estas no hacían un sorbo, eran tan insignificantes…Sin embargo, con aquellas simples gotas, si se creía en ello, se podía llegar a leer el futuro de la persona que había ingerido aquella dulce bebida. Quizás Sofía se hubiese pensado las cosas un poco más si hubiese sabido lo que deparaba su sino. Mientas jugaba con su mirada, ahora posada en un viejo tocadiscos, sacó de su bolso el sobre que aquella misma mañana le había traído el mensajero. Era urgente. Tomó los dos únicos folios que había en su interior. La primera era una foto de un chico, no más de 30 años. La segunda hoja traía un teléfono y una dirección. Sofía había estudiado derecho en Madrid, y después de terminar había marchado un año a Londres porque no sabía qué hacer con su vida. Eran muchos los campos que se abrían, pero ninguno era tan atractivo como para dar su vida entera. Era lo que ella sentía, que si dedicabas toda tu vida a un trabajo, al final la estabas dando por completo. Por eso, ni corta ni perezosa, agarró sus pocos ahorros y se fue en busca de su yo, de su verdadera profesión. Recordaba con melancolía aquella fría sala, donde entre un montón de libros descubrió que ella quería ser la persona que diese voz a los silencios de quienes quisiesen oírlos, o al menos tratar de hacerlo. No fue sencillo pues nadie entendía aquella dedicación a la que Sofía le quería dar el nombre de profesión. No existía ni una sola empresa en la

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La voz de los silencios

1

Capitulo 1

Madrid 2013

Una y otra vez su mirada repasaba el contorno de aquella taza de

café. No quedaban más que unas pocas gotas, estas no hacían un sorbo,

eran tan insignificantes…Sin embargo, con aquellas simples gotas, si se

creía en ello, se podía llegar a leer el futuro de la persona que había

ingerido aquella dulce bebida. Quizás Sofía se hubiese pensado las

cosas un poco más si hubiese sabido lo que deparaba su sino.

Mientas jugaba con su mirada, ahora posada en un viejo tocadiscos,

sacó de su bolso el sobre que aquella misma mañana le había traído el

mensajero. Era urgente. Tomó los dos únicos folios que había en su

interior. La primera era una foto de un chico, no más de 30 años. La

segunda hoja traía un teléfono y una dirección.

Sofía había estudiado derecho en Madrid, y después de terminar

había marchado un año a Londres porque no sabía qué hacer con su

vida. Eran muchos los campos que se abrían, pero ninguno era tan

atractivo como para dar su vida entera. Era lo que ella sentía, que si

dedicabas toda tu vida a un trabajo, al final la estabas dando por

completo. Por eso, ni corta ni perezosa, agarró sus pocos ahorros y se

fue en busca de su yo, de su verdadera profesión.

Recordaba con melancolía aquella fría sala, donde entre un montón de

libros descubrió que ella quería ser la persona que diese voz a los

silencios de quienes quisiesen oírlos, o al menos tratar de hacerlo. No

fue sencillo pues nadie entendía aquella dedicación a la que Sofía le

quería dar el nombre de profesión. No existía ni una sola empresa en la

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que hubiese un departamento con su puesto, ni unas oposiciones del

estado para ser funcionaria, ni siquiera una ayuda para hacerse

autónoma y cuando fuese viejecita recibir una pensión digna para

poder alimentar al gran número de gatos que llenarían su hogar. Al

menos, sabía que no quería pasar el resto de su vida sola.

Sin pensárselo dos veces buscó la manera de empezar. Abrió una

página web y soltó allí todas las palabras que la describían a la

perfección para aquel trabajo. Sabía que iba a ser muy complicado y

que nadie la ayudaría a anunciar semejante cosa, pero confiaba en ella.

Creía que si tenía un primer caso exitoso, el resto llegarían solos. Tenía

algo de lo que mucha gente carecía, tenía esperanza.

De nuevo, en aquella cafetería repasaba mentalmente todos sus

casos. Atrás habían quedado sus comienzos en el que sorteaba lo poco

que ganaba para pagar el alquiler y muy poca comida, la justa para no

perder el norte. Sin embargo, ahora podía elegir el caso que le

interesaba y él que no lo hacía tanto. Nunca lo hacía por dinero, sólo

intentaba resolver aquellos casos que le diesen la energía suficiente

como para seguir en aquello año tras año. No olvidaba que aquello era

su vida entera.

Capítulo II

Madrid 1982

Sofía se había criado en un pequeño pueblo al interior. Su casa

estaba rodeada de árboles y pequeñas plantas que ella adoraba recoger

y analizar. Nunca fue una persona con muchas cualidades sociales, de

ahí que muchos de sus profesores lanzasen la opción de un posible

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problema. Cuando todos los niños sabían ya hablar a la perfección, ella

aún no decía ni mama. Sin embargo, sus dos grandes ojos marrones se

comunicaban con soltura con aquellos que quisiesen escucharlos. Era

todo pasión. Buscaba los gestos y las posturas, las analizaba y de ellas

sacaba una conclusión que las palabras nunca daban. Aunque estas

últimas escaseasen, era capaz de entender a las personas sólo con

mirarla. Era su casa el principal lugar donde los silencios abundaban.

Su madre era una reconocida escritora de novelas rosas, a las que Sofía

no daba mucha importancia hasta el momento de querer saber más de

su padre. Él era el gran silencio de su madre. Sabía lo justo de él, y con

el tiempo aprendió a no preguntar más. A veces olvidaba su nombre, y

pocas veces había visto su cara. Su madre guardaba una fotografía de

él, con un poblado bigote, unas cejas muy juntas y una gran sonrisa.

Sofía, cuando su madre no se enteraba, iba a aquel cajón y miraba su

foto con detenimiento. Se sabía cada una de sus arruguitas, su sonrisa

le decía más que cualquier otra palabra jamás escuchada. Era él, sin

duda, su padre.

Londres 2007

En su pequeño despacho en una calle perdida a las afueras de

Londres, Sofía había montado su negocio. El hijo de su jefe en la

cafetería en la que tantos buenos momentos había pasado era el amo

de un edificio lleno de pequeñas oficinas. Sofía le comentó su idea, le

mostró su página y este, al momento decidió cederle ese diminuto

rincón que para ella era un mundo. No perdía la esperanza, y aunque

había pasado ya un mes entero en ese lugar sin un solo caso, no perdía

la esperanza.

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Por fin, un 14 de febrero retumbó la puerta. El corazón de Sofía

se sobresaltó. De nuevo alguien aporreó la puerta, al compás de los

latidos de su corazón.

- ¿Quién es?- preguntó al fin tímidamente.

- Mr. Williams, señorita. ¿Puedo pasar?- dijo una voz con mucha

fuerza.

- Por supuesto- acertó a responder mientras se dirigía a la puerta

para abrir.

Antes de poder ayudar a ese desconocido a hablar la puerta, este

ya estaba en el interior de la sala ocupando el poco espacio que allí

quedaba. Se presento con un apretón de manos y Sofía rápidamente lo

invito a sentarse y hablar.

Williams tendría sobre 60 años. Era un hombre muy atractivo,

todo un Lord. Vestía un traje que enmarcaba su cuerpo a la perfección.

Su camisa bien planchada y sus zapatos a juego con el maravillosa traje

de finas telas. Su porte era tan grande que Sofía jamás hubiese

imaginado que pasaba de los 60 de no haber sido por la información

que leyó a posteriori.

Ella escuchaba sus palabras mientras miraba sus bonitos ojos

oscuros, su pelo rizado y oscuro la fascinaba notablemente, pero lo que

más le gustaba era el color de su piel. Oscura y con unas notables

arrugas propias de la edad que le daban un atractivo añadido. Mr.

Williams tenía una voz ronca que dormía sus sentidos, escuchaba y

sentía como sus músculos se relajaban. Podía pasar horas y horas

escuchándolo

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- Mire señorita, yo sólo quiero que nadie se entere. Usted

encárguese de que todo sea fortuito. Le he dejado toda la

información que he podido reunir. Sólo hace un par de semanas

que conozco toda la historia, y ni tan siquiera sé si puede ser real.

Usted busque toda la verdad, corrobore la información, si es

cierto haga lo que he leído en su página y yo le pagaré está suma

de dinero, creo que suficiente para su despegue- dijo acercándole

un papel con muchos números-. Pero recuerde yo no quiero que

me informe, yo no quiero saber el proceso. Tan sólo deseo que

me dé una respuesta afirmativa como sabe o una negativa por

carta. No tengo fuerzas para saber más de lo que ya sé. No quiero

ni debo, me ha costado mucho llegar a donde hoy estoy. ¿Ha

quedado claro?- y está vez su voz sonó más amenazante que

encandiladora-

- Lo ha dejado usted clarísimo. No tengo ni una duda. Márchese

tranquilo y espero que todo quede resuelto lo más pronto

posible.

- Muchas gracias señorita, entiendo que es su primer caso, pero el

brillo de sus ojos me dice que puede conseguir más de lo que

nadie nunca ha conseguido. Mucha suerte y ojalá todo termine

como yo deseo.

- Yo también lo deseo señor- sentenció Sofía estrechando su mano

con fuerza como queriendo decir que iba a hacer todo lo posible-.

Muchas gracias por confiar en mí.

El señor Williams guiñó un ojo y marcho de aquella sala tan rápido

como había entrado. Sofía se apoyo contra la puerta y admiró aquel

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pequeño sobre que contenía lo que podía ser un sueño cumplido.

Rápidamente se sentó en su silla y comenzó a trazar un plan.

Capítulo III

Yorkshire 1949

Amy era una chica muy apuesta. Todos los chicos soñaban con

pasar el resto de su vida con una mujer con tanta personalidad.

Contaba con 20 primaveras y ya rompía los corazones allí a donde

fuese, aunque ya lo hacía desde que tenía 13 años.

A pesar de las penalidades que había pasado, su sonrisa lucía en

su cara con tanta fuerza como el escaso sol que se posaba en sus

tierras. Hacía 4 años que la II guerra mundial había terminado, su

padre había sufrido grandes heridas a los tres años de haber ido a

combatir. Amy recordaba aquel día en el que volvió a casa. Le habían

amputado las piernas, se había quedado ciego y lo peor de todo, estaba

demente. No dejaba de repetir una y otra vez los nombres de sus

compañeros, asesinados en plena batalla. Sin duda aquella experiencia

era una de las más terribles que el ser humano podía vivir. Sentir como

en campo abierto nada vale, excepto matar, se convertía en la crueldad

del ser vivo por un fin que no tenía sentido. Nada justificaba la guerra,

absolutamente nada.

Su padre había sido un claro ejemplo del inglés poderoso y

luchador que no se deja arrebatar ni uno de sus territorios por creer

que estaban ahí para él. Llevaba la sangre de los colonizadores,

antepasados que se habían hecho amos del mundo, dando un idioma,

una cultura y unas costumbres sin preguntar si era lo que ellos

querían. Su padre al igual que sus tíos se había hecho rico con prácticas

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no muy ortodoxas, pero Amy no podía morder la mano que le daba de

comer. Era un hecho que estaba ahí, que no comprendía pero que

asimilaba y se aprovechaba de ello. Quizás era una hipócrita, pero

sabía que si no lo hacía ella quizás lo hacía otra persona. Prefería

mandar que ser mandada, eso lo tenía claro.

Cuando su padre marchó a la guerra su madre y ella quedaron

solas. Al principio todo parecía que acabaría pronto, pero a la ausencia

de su padre se le unió la de capital. El comercio se vio afectado y sus

ganancias no eran como en los años anteriores. Con la llegada de su

padre de la guerra en tales circunstancias su casa no volvió a ser lo que

había sido en ataño. Ya no había alegres mañanas en las que su padre

iba silbando de un lado a otro, ni el olor a pastel de zanahoria recién

hecho, ni su madre cuidado de sus plantas. El jardín estaba totalmente

abandonado, su madre se había consumido como las flores que hacía

años habían adornado con dulzura y armonía toda la casa. Sin duda, la

guerra había marcado un antes y un después en sus vidas.

Amy quería seguir el negocio de la mejor manera posible. No

tenía más hermanos, algo atípico en la época. Su madre no había

podido tener más, y su padre jamás le reprochó ese hecho. Podía haber

tenido amantes y algún que otro hijo más con alguna, pero él amaba a

su mujer por encima de todo. No tenía descendencia masculina pero él

confiaba en que Amy lo iba a hacer de la mejor manera posible. Era una

chica inteligente, sabía llevar toda la casa, el negocio y aún le sobraba

tiempo para entablar amistad con el servicio. Su padre, a pesar de

enriquecerse con la explotación, y no había otra manera para definirlo,

era todo lo bueno que se podía ser en esas circunstancias con su

servicio. Gran parte de los hombres y mujeres que trabajaban para él

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eran Jamaicanos venidos en barco desde su tierra. Todos sus tíos

resaltaban que una amistad con estas personas no era sana. Según

decía su familia, la gente de color era naturalmente inferior que la

sangre pura inglesa que ella tenía. Al principio llego a creerlo, pero con

el paso de los años Amy ignoró tales afirmaciones y creía en la igualdad

aunque ella misma se aprovechaba esa desigualdad creada. Ella

admiraba a la gente de color y pensaba que su fortaleza era superior a

la de cualquier raza. A veces dejó constancia de su admiración por esa

raza venida de las Indias, motivo por el que todo el pueblo la criticaba.

Ella pensaba que el color no era un obstáculo y que la mezcla era lo

más bonito del mundo. Un día se atrevió a tener una conversación

dejando caer a su madre que incluso a ella le gustaban más los chicos

de color que los pálidos inglesitos, cuando su madre escuchó esto no

dudó en darle una sonora bófeta. Sonó un jamás de sus labios que

estremeció su cuerpo y la devolvió a la cruda realidad. Desde ese

momento, aquel tema había permanecido como un silencio entre ellas.

La guerra y los malos momentos las había unido más que nunca pero

ellas dos no estaban hechas de la misma pasta, y Amy se alejaba según

cumplía años y maduraba.

Amy odiaba a sus amigas inglesas, odiaba ir a tomar el té o tener

esas ridículas conversaciones que tanto la sacaban de quicio. Y por

supuesto, odiaba al hombre que sus padres tenían para ella. Cuando

hizo los 18 años, en plena guerra y con su padre en una silla de ruedas,

apareció por la puerta un apuesto joven de unos 20 años con sus

padres. Su nombre era Mark. Su madre la había engañado y la había

hecho poner un ridículo vestido, un peinado excesivo y unos zapatos

que jamás podrían pisar el campo que ella tanto amaba. Mark era

refinado, había estudiado a pesar del mal momento que atravesaba el

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país. Presumía de haber leído a grandes maestros de la literatura y de

saber tanto de números como para llevar cinco negocios. Amy apenas

había tenido estudios superiores pero estaba segura que había leído

incluso más que él. Desde el primer momento sintió asco por este

joven al que dentro de unos años posiblemente tendría que llamar

marido. Su padre, aunque no podía ver, estaba encantado y sonreía

como hacía tiempo no lo hacía. Su madre, más nerviosa de lo normal,

utilizó su artillería pesada y puso sobre la mesa todo lo que tenía para

que ese casamiento llegase a buen puerto. Amy sentía que se ahogaba

en aquella sala. Si una sola mirada de Mark la hacía sentir así ¿Cómo

sería cuando la tocase o la diese un beso? No podía ni imaginarlo.

Tomó su taza de té y la bebió de un sorbo. Todo el calor que la bebida

contenía le subió de golpe junto con la rabia que estaba almacenando.

Se puso roja y apretó los puños contra la silla para no soltar las

palabras que se agolpaban en su cabeza. Cuando Mark y sus padres

dejaron la casa, todos estaban contentos por el feliz acuerdo, en dos

años se casarían, mientras tanto los jóvenes tendrían que ir

conociéndose y se dejarían ver en sociedad. La gran fortuna de Mark se

uniría a la suya, Amy tendría que tener descendencia pronto y todos

serían felices. Todos, menos Amy que no podría luchar en contra de su

destino.

Capítulo IV

Madrid 2013

Hacía más de dos meses que Sofía no visitaba a su madre. Sus

casos a veces la hacían evadirse de la realidad, de su realidad,

marchando una semana tras otra de un lado a otro sin ni siquiera

preocuparse por los que tenía cerca. No vivía muy lejos de ella pero

siempre le podía la pereza y las típicas preguntas que siempre la

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incomodaban. En muchas ocasiones pensaba en escaparse un fin de

semana e ir a verla, pero el nuevo novio que tenía su madre le dejaba

más tranquila y sabía que su madre no sólo no estaba sola, sino que

además era feliz. Algo que nunca había sentido cuando vivía con ella, a

nivel sentimental. Parecía que sus novelas románticas reunían todas

las carencias que ella tenía, era la forma con la que su madre sustituía a

un hombre que de verdad amase, con palabras. Entre ellas siempre

había faltado la comunicación verbal pero nunca se habían dejado de

mandar las pistas para comprenderse.

Aquella primera noche en su casa la conversación era bastante

fluida por parte de los tres. Su madre había sido nominada para un

premio a nivel Europeo. Tanto si ganaba como si no, sus novelas más

importantes iban a ser relanzadas, así que tenían motivo más que

suficiente para estar felices. Aquel relanzamiento suponía vender un

cuantioso número de aquellos libros que hacía ya más de treinta años

que habían sido la novedad del momento. Sofía se paraba pocas veces a

pensar lo triunfadora que era su madre, nunca la había admirado como

debía, quizás porque no entendía sus libros. No llegaba a avergonzarse,

pero casi. Sus diálogos facilones y el exceso de pasión abarrotaban las

páginas, normalmente novelas de más de 400 hojas que dejaban claro

en sus primeras páginas que las dos personas que estaba presentando

terminarían juntas. Eso sí, pasaban dos guerras, cincuenta naufragios y

si se apuraba hasta un ataque alienígena. Probamente esa pasión que

tenía su madre por atarse al amor como la salvación de la humanidad

era lo que menos le gustaba a Sofía. Ella no creía en el amor, lo

detestaba. Cualquier persona perdía su juicio cuando caía en las manos

de un enanito con flechas que dispara a su antojo sin preguntar si

necesitas enamorarte de uno y otro. Su madre, por el contrario, había

encadenado un novio con otro. Nunca podía estar sola, para Sofía era

anularse como persona. Cuando cumplió los dieciocho años todo esto

le dejo de importar, ya no se sentía con fuerzas de entablar una

relación que quizás no duraba más de una estación en su casa, y

muchos menos llegar a pensar en que podría ser el padre que nunca

tuvo. Por el contrario, su madre estaba encantada con esas relaciones

esporádicas que parecían ser el alimento de sus novelas. Sofía llego a

pensar que era ella la que las creaba a su antojo para probar cuál sería

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el final, incluso había imaginado que la única persona a la que su madre

amaba era su padre. Nunca hablaba de él. Era el enigma que toda la

familia anhelaba conocer. Cada pregunta que se lanzaba buscando una

respuesta era rechazada con un silencio.

Dada la desesperación de Sofía por saber algo de su padre,

decidió leerse cada uno de los libros que su madre había escrito. Tenía

la esperanza de encontrar a esa persona que sólo conocía en una vieja

foto, desgastada de tanto ser mirada. Buscó en sus páginas como si se

tratase de encontrar el Santo Grial. Compró un cuaderno y apunto

todos los nombres de hombre y las características que encontraba de

ellos. Busco hombres con bigote, con cejas juntas, con sonrisa bonita,

pero ninguno parecía llegar a la categoría que ella había puesto como

la de padre. Al final, dejó su ardua tarea y se dedicó a asimilar que

jamás lo conocería. Gran parte de su profesión ahora se la debía a su

madre, su obsesión por hacer hablar a las personas que quieren

llevarse consigo los secretos era la mejor afición de Sofía, y en los

últimos años lo había conseguido. En tan sólo seis años había resuelto

tantos casos que empezaba a ser noticia.

Después de cenar Sofía aprovecho para sentarse en la entrada de

su casa y tomarse un café bien cargado mientras ojeaba su último caso,

no sabía cómo empezar, pero siempre pasaba lo mismo. Al principio

tenía un montón de información y pequeños hilos, de esos que dan

ganas de cortar para no verlos más, ocultándolos. Sin embargo, lo que

ella hacía era juntar bien los dedos, agarrarlos y tirar hasta sacar toda

la verdad. Quizás por eso era la mejor en su trabajo. Sofía era conocida

como la voz de los silencios.

- Hija, deja de trabajar un poco. Te vas a volver loca- dijo su

madre mientras se sentaba a su lado-

- No puedo mamá, necesito resolver este caso, pero no sé por

dónde empezar. No puedo llegar a justificar una acción por

amor.

- Tu problema es que no puedes entender el amor-contestó

rotundamente su madre-.

- De eso estoy segura. No entiendo por qué las personas

necesitan a una persona a su lado cuando si son como ellas

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quieren no necesitan más que su propia persona para ser

felices.

- No te entiendo hija. ¿No te gustaría decir te quiero a alguien?

Sentir que te sale el corazón por la boca cuando ves a alguien.

Imaginar una vida entera con esa persona.

- No, jamás lo he necesitado. Si por un momento me pasase por

la cabeza, cogería papel y boli y escribiría un libro como tú

para dejarlo allí abandonado- contesto Sofía sonriendo-

- Bueno…- su madre quedó pensativa ante esta última frase-

- ¿Qué pasa mamá?- preguntó con impaciencia mirando sus

dulces ojos-.

- Pues que cuando amas nunca sabes hasta donde puedes llegar

para encontrar a una persona, para hacerla sentir que estás

ahí, que aún lo amas y que esté donde esté tú seguirás

pensando en estar a su lado, aunque sea en diferente piel-

sentenció su madre-.

- ¿Cómo? No sé si te estoy entendiendo bien. ¿Te refieres a tus

libros mamá?

- En parte.- afirmó con miedo a sufrir una avalancha de

preguntas-

- ¿Papá?-preguntó con desesperación en sus ojos-

- Sí. Cuando tu padre me dejó mi única forma de acercarme a él

fue escribiendo. Él me había rechazado, se había alejado, y yo

quería que cada día de su vida tuviese claro que lo seguía

queriendo. Por eso me puse a hacer lo que siempre se me

había dado bien, escribí como si cada una de sus palabras las

sintiese en mis oídos siendo recitadas por él. Tomé cada uno

de mis personajes y les hice decir todas esas palabras que

nunca le diría a él. Recibí su llamada en numerosas ocasiones,

pero siempre le negué que volviese a mi vida. Lo amaba tanto

que dolía hasta su presencia…

- Espera-interrumpió Sofía- pero si lo querías, ¿por qué no

querías que volviese a tu vida?

- Por orgullo, por dolor, por miedo a que ese dolor tan

anestesiante se volviese a repetir. Porque…

- ¿No sabe que existo?- gritó Sofía mientras se levantaba

enfurecida-

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- Siéntate Sofía. No puedes recriminarme nada, era muy joven y

no sabía lo que hacer. Mis padres no querían que volviese con

él, y me hicieron prometer que nunca intentaría ponerme en

contacto con él. A cambio me ayudaron a criarte. Cuando tu

hiciste cinco años y mi primer libro fue todo un éxito, pude

independizarme de ellos. Era el momento de llamarlo, de

buscarlo y decirle toda la verdad. Pero había pasado mucho

tiempo. Él ya había rehecho su vida, tenía un hijo y otro en

camino. Por eso, mi solución fue mandar un libro tras otro y

dejar que todo mi dolor corriese como lo hacía la sangre por

mis venas, y esa sangre se materializo en la tinta que lleva

cada uno de los libros que hay escritos.

- No puede ser mamá. ¿Y por qué me cuentas todo esto ahora?

No entiendo nada. ¿Qué buscas?

- Quiero que sepas la verdad. Que pongas voz al silencio que

tantos años te ha hecho daño. Creo que es hora que resuelvas

tu propio caso y que lo encuentres si es lo que más desees.-

mientras su madre decía estas últimas palabras Sofía ya

estaba montándose a su coche- Espera Sofía, no te vayas.

Pero ya era demasiado tarde, Sofía pisó el acelerador y se

encontraba por la autopista sin un rumbo fijo. Sus pensamientos se

amontonaban mientras la velocidad de su coche aumentaba. Sólo

pensaba en dejar atrás esa escena con la que tantos años había soñado.

Su madre le había confesado lo suficiente como para encontrar a su

padre, aunque ahora era Sofía la que dudaba si lo quería hacer.