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Editado en Valencia, España en el 2003 por el padre Agripino González.

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Page 1: Luis Amigó religioso, fundador y obispo

ALGUNAS DE SUS OBRAS

P. Luis Amigó. Biografía n

Mons. Luis Amigó. Obras Completas n

(en colaboración) n

Yo, Fray Luis de Masamagrell n

Venerable Luis Amigó. Rasgos Espirituales n

Diálogos sobre el martirio n

Martirologio Amigoniano n

Meditación del Cuadro n

Agripino González

Alcalde, Postulador

General de los Ter-

ciarios Capuchinos,

nace en Salazar de

Amaya, Burgos, en

1942.

En 1961 ingresa

en religión y en 1971

es ordenado sacerdote.

Licenciado en teología por El

Angelicum de Roma, posee también el

máster en la Congregación para las

Causas de los Santos.

En 1977 es nombrado Vicepostulador

de la Causa de Beatificación de Luis

Amigó. Y en 1989 Postulador General de

su Congregación.

Ha conseguido la beatificación de 23

Mártires de la Familia Amigoniana, así

como también llevar la causa de Luis

Amigó hasta su tramo final.

De su pluma han salido 18 libros y

opúsculos, algunos en colaboración, y ha

dirigido la Hoja Informativa del Venerable

Luis Amigó en los últimos cien números.

Ha impartido asimismo numerosas

semanas de renovación, a religiosos y

religiosas, y es fiscal en varias causas de

canonización de la Diócesis de Valencia.

LUISAMIGÓ,religioso,fundador y obispo

AGRIPINO GONZÁLEZ,T.C.

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po

También me han asegurado que el Señor Obispo era muy

querido en Segorbe. Y que lo era, pues… por eso, porque, al

decir de Baltasara y Melquiades, era un santo. Y, según

doña Mercedes, porque tenía unción. En sentir de Rosita,

porque era la humildad de rodillas. Para Edesio, el leñador,

porque era bueno. Y para Juan, el mulero, y para Salus, el

de la María, porque habían comido a su mesa en algunas

ocasiones importantes. Y para todos porque era prudente y

humano, modesto y sencillo, pobre y hospitalario.

Por eso las gentes humildes, las que hablan con el

corazón en la mano, se deshacen en elogios hacia el

amable “obispo de la barba blanca”. Elogios que he podido

recoger personalmente de sus propios labios. Elogios que

me han llegado así, vivos, palpitantes, hasta el día de hoy.

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LUIS AMIGÓ, religioso, fundador y obispo

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LUIS AMIGÓ, religioso, fundador y obispo

AGRIPINO GONZÁLEZ, T.C.

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A mis hermanos y hermanas,los religiosos terciarios capuchinos,en el 150 aniversario del nacimiento

de nuestro buen Padre y Fundador.

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Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente,sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados

© Agripino González Alcalde, T.C.

Depósito Legal: V-3802-2003

Maquetación e impresión: Martín Impresores, S.L. - Valencia

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Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .11

01. Marco histórico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .15

02. La saga de los Amigó. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .29

03. Formación humana y religiosa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .43

04. Ponerse a fraile. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .57

05. El convento de La Magdalena. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .73

06. Comisario de la Orden Tercera. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .89

07. El progreso siempre creciente... . . . . . . . . . . . . . . . . .103

08. De Masamagrell a Torrente. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .117

09. Pruebas y amarguras. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .133

10. La Cuestión Amigoniana. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .149

11. El Padre Luis Ministro Provincial. . . . . . . . . . . . . . .165

12. A Madrid, Villa y Corte. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .179

13. Id al mundo entero... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .193

14. Camino del Principado Catalán. . . . . . . . . . . . . . . . . .207

15. Su vida en Solsona. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .221

16. A la Ciudad del Agua Limpia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .235

17. Su ministerio pastoral en Segorbe. . . . . . . . . . . . .251

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ÍNDICE

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18. Silueta espiritual de Luis Amigó. . . . . . . . . . . . . . . .265

19. Últimos días de Mons. Luis Amigó. . . . . . . . . . . . .277

20. Ocaso del Patriarca. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .291

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L a presente obra del padre AgripinoGonzález, Biografía de Luis Amigó, esen realidad una reelaboración de la

que –con el título Fray Luis Amigó y Ferrer.Biografía– escribió y publicó el propio autor en1983.

Tiene, sin embargo, la biografía que aquí sepresenta, notables novedades con relación a laanterior, que afectan no sólo a la estructuramisma de la obra, sino también a la concepcióny desarrollo de algunos de los capítulos.

La estructura del actual escrito se podríadividir perfectamente en tres partes, a la vezdiferenciadas y conjuntadas.

La primera de ellas –compuesta de los trescapítulos iniciales– comprende el marco histó-rico en que nace Luis Amigó, los años de suinfancia, y los de su juventud hasta que decide–como el propio autor expresa en el título delcuarto capítulo de la obra– ponerse a fraile.

PRESENTACIÓN

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Dicho de otro modo, en esta primera parte elautor desarrolla en tres capítulos lo que en labiografía de 1983, desarrollaba en un solocapítulo, entonces titulado Retablo de infancia.

La que se podría considerar parte segunda–la más amplia y substancial– recoge, desde elcapítulo cuarto al decimotercero, ambos inclu-sive, la experiencia religiosa y fundacional delprotagonista. Dignos de especial mención sonel capítulo séptimo –El progreso siempre crecien-te...– en el que se narra la fundación de lasHermanas Terciarias Capuchinas de la SagradaFamilia; el octavo –De Masamagrell a Torrente–en el que se hace lo propio con la fundación delos Religiosos Terciarios Capuchinos de NuestraSeñora de los Dolores; el noveno –Pruebas yamarguras– donde quedan reunidos, formandounidad temática, los dolores y sufrimientos quelas dos Congregaciones amigonianas ocasiona-ron a su Padre y Fundador, y finalmente, elduodécimo y decimotercero –A Madrid, Villa yCorte e Id al mundo entero..., respectivamente–en los que se da cuenta de la apertura misione-ra de las dos fundaciones religiosas llevadas acabo por el Padre Luis. No deja tampoco de serespecialmente interesante en esta, por asídecir, segunda parte de la obra, el capítulodécimo –La Cuestión Amigoniana– en el que seprofundiza en el doloroso problema surgido

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entre los Terciarios Capuchinos cuando su ori-ginal proyecto de vida –en el que religiosos lai-cos y religiosos clérigos estaban llamados avivir en armonía y sin distinciones– entró enconflicto con las Normas emanadas de la SantaSede en 1901 y con la legislación inmediata-mente posterior de la Iglesia.

Para terminar, la tercera parte –compuestapor los capítulos que van desde el decimocuar-to al vigésimo– recrea los años de la vida deLuis Amigó, desde que accede al episcopadohasta que pasa apaciblemente a la Casa delPadre. De esta tercera y última parte, merecedestacarse, sin duda, de forma particular elcapítulo decimoctavo, en el que el autor trazauna silueta espiritual del Padre Luis Amigó.

En cuanto al estilo de la presente obra hayque resaltar que ha conservado en buena medi-da el procedimiento narrativo mediante sketchs,que se veía en la homónima obra de añosantes, y ha mantenido –y perfeccionado– elropaje, a menudo exuberante, rápido y cálido, yel corte clásico, sereno y equilibrado de quehablaba el propio autor en la presentación queél mismo escribió para su obra en 1983.

Restaría decir que la obra contribuye aincrementar la cultura amigoniana y es un ins-trumento válido para todo aquél que quiera

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seguir profundizando en el conocimiento y cari-ño a la persona del Padre Luis Amigó y Ferrer,cuando está para cumplirse –el próximo 17 deoctubre de 2004– el 150 aniversario de su naci-miento.

Juan Antonio Vives Aguilella

EPLA, 15 de septiembre de 2003

Solemnidad de Nuestra Madre de los Dolores

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A seguran los clásicos que la geografía yla cronología son los ojos de la historia.Integran las coordenadas de la historia.

Y constituyen el cañamazo en el que se engar-zan las gestas, más o menos humildes o bri-llantes, de los hombres. Por lo que a la vida del Venerable Luis Amigó se refiere, es decir, asus etapas de niño, religioso, fundador y obis-po -etapas en las que distribuimos toda suvida- ésta se desenvuelve en un marco geográ-fico que se extiende desde Segorbe y Saguntohasta las riberas del Segura, en la ComunidadValenciana. Salvo, naturalmente, los años deformación capuchina y un breve período de seisaños que transcurre su vida en el PrincipadoCatalán, como Administrador Apostólico de ladiócesis de Solsona. Cronológicamente hablan-do, por otra parte, cubre casi toda la segundamitad del siglo XIX y primer tercio del XX. Éstees su marco existencial. Y en este marco encua-dramos toda su vida.

1. MARCO HISTÓRICO

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Veamos su marco geográfico lenta, despacio-samente. Hagamos imaginativa, sentimental-mente, la ruta que hacían los aragoneses obaturros para bajar al Reino. Recorramos sumismo itinerario bien mediado ya el mes denoviembre, cuando bajaban a Valencia del Cid,años ha, para aprovisionarse de frutos secospara la Navidad. Sí, contemplemos el paisaje delas riberas del Mediterráneo en el otoño, laestación de los frutos, la estación más bella delaño en la huerta levantina.

Apenas abandonamos la meseta, dejamosatrás los crudos fríos otoñales y nos adentra-mos por el Valle del Palancia, el tiempo seencalma, el clima se mitiga y el otoño se mues-tra amablemente tibio y soleado. Los huertosdescubren pudorosos sus frutos maduros, yaen sazón.

Cruzamos primeramente Segorbe, la ciudaddel Agua Limpia, abundante, y de una huertaferacísima. Y nos acordamos de que un día nolejano será la ciudad residencial del ObispoLuis Amigó. Y un poquito a la derecha dejamosAltura, casa noviciado de sus hijas espiritua-les, las hermanas terciarias capuchinas. Yseguimos descendiendo lenta, pausadamente,hasta divisar el Mediterráneo. A la izquierdavemos Sagunto. Y seguimos con la imaginación

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y con la vista hasta lograr alcanzar la vía delmar. Allí, a la derecha, entre naranjales reca-mados de infinidad de globos dorados por unsol otoñal -al abrigaño del Monte Picayo- perci-bimos Puzol. Su nombre nos recuerda elPuzzuoli del golfo de Nápoles. Posee una gransignificación, siempre cordial para nosotros. Esla casa solariega de los Amigó.

Y proseguimos en dirección a Valencia por laantigua carretera de la huerta. Pudiéramostambién hacerlo por la vía férrea o, más fácil-mente hoy, por la autovía. Pero preferimosseguir la antigua ruta comarcal. Enseguidadivisamos El Puig de Santa María, sobre unleve altozano, centro y altar mayor de laComunidad Valenciana. Alcázar, santuario yciudadela. Y recordamos las peregrinaciones deLuis Amigó y sus terciarios al Monasterio deNuestra Señora del Puig. Y, a la entrada delpueblo, pero un poquito más al interior, severa-mente alineada al borde de la antigua calzadaromana, se yergue esbelta, linda, la cartuja delAra Christi. Es un delicioso monasterio cartu-jano del siglo XVI. Hoy ha sido bellamente res-taurada y devuelta ya a su antiguo esplendor.Es la primera mansión de los hijos espiritualesdel Venerable Luis Amigó, los terciarios capu-chinos.

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Y seguimos avanzando por la antigua carre-tera de Sagunto hacia Valencia. Luego de cru-zar el poblado de La Creu, y sin solución de continuidad por lo que a edificaciones serefiere, nos adentramos ya en Masamagrell.Seguimos la carretera, hoy convertida en callemayor del pueblo y, a la altura del número 80,hallamos la casa natalicia de Luis Amigó.Torcemos luego a la izquierda y, ya en la Plazade la Constitución, admiramos la iglesia parro-quial, en cuya pila bautismal fue bautizado.Giramos a la derecha y vemos el convento delas hermanas terciarias capuchinas. Pasamosy visitamos la iglesita conventual, en cuyo tra-sagrario reposan sus restos mortales en esperadel día de la resurrección.

Sin abandonar todavía el pueblo, cruzamosla vía férrea Valencia-Rafelbuñol y nos acerca-mos al convento capuchino de La Magdalena.Se halla situado a escasos quinientos metrosde la población. Es todo un santuario rodeadode cipreses y naranjales. En él Luis Amigópasa la etapa más fecunda de su vida religio-sa. Es el guardián del convento. Desde él diri-ge las órdenes terceras. En él escribe lasConstituciones de sus hijas e hijos espiritualesy, finalmente, en él lleva a cabo la fundaciónde sus religiosos terciarios capuchinos.

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Proseguimos todavía por la antigua carreteracomarcal en dirección a Valencia. Cruzamosprimero Meliana. Luego, Albalat dels Sorells.Dejamos a la izquierda Alboraya. Y, por la calle de Sagunto -un día todos ellos núcleos florecientes de las órdenes terceras-, alcanza-mos las torres ochavadas de los Serranos.Cruzamos el umbral de su desvencijada puertay nos adentramos ya por las primeras callejue-las de Valencia del Cid o de Valencia la Mayor.Recordamos que Luis Amigó, en la Ciudad delTuria, pasa los primeros veinte años de su exis-tencia. En ella trascurre su niñez. En ellaacude a la escuelita de don Sebastián Piedra,en los alrededores del Portal de Valldigna, paraaprender las primeras letras. Durante ochoaños se forma en el seminario conciliar. Y cadadía, como todo buen valenciano que se precie,al caer la tarde y luego de despedirse de laVirgen de los Desamparados, se recoge en sucasa familiar de la calle Sant Bertomeu, 5.

Luego del merecido descanso en la Ciudaddel Turia nosotros, de nuevo imaginativa, sen-timentalmente, proseguimos nuestra peregri-nación. Abandonamos la urbe levantina por laPuerta Sucronense. Nos dirigimos hacia el sur,hacia el Xúquer o Júcar. Seguimos por la callede San Vicente Mártir, o de la Roqueta, endirección a Torrente. Vamos, concretamente,

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en busca del convento alcantarino de NuestraSeñora de Monte Sión. Se yergue el deliciosoconvento sobre un leve alcor o altozano delpueblo, morada de los religiosos terciarioscapuchinos. ¡Con qué amor les visitaba elVenerable Luis Amigó! ¡Cómo gozaba, con laliturgia conventual de sus hijos, las tardes dedomingo!

Por necesidad hemos de avivar el paso.Tenemos que alcanzar todavía L´Ollería. Y seencuentra a 75 kilómetros de la Ciudad delTuria, en el Valle de Albaida. Es un pueblo desecano, al abrigaño del puertecillo de su mismonombre. Allí, en el convento capuchino de lossantos Abdón y Senén, Luis Amigó deja seis delos mejores años de su vida dedicado totalmen-te a las órdenes terceras dependientes del con-vento, y a los jóvenes seminaristas seráficosresidentes en el mismo.

Finalmente hemos de dar un gran saltohasta Orihuela, en la Huerta del Segura. De sucapuchino convento Luis Amigó es guardián. Yde él sale elegido por la Divina Providencia paraobispo de Tagaste y Administrador Apostólicode Solsona, en las Montañas del PrincipadoCatalán. Desde el punto de vista de la geografíahemos pasado paulatinamente de las tierras delnaranjo, a las del algarrobo y del olivo, para

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recalar finalmente en la Huerta del Segura.Cronológicamente, son los casi ochenta años dela existencia terrenal de Luis Amigó.

Al panorama geográfico de fondo delineadocabe dotarle seguidamente de un marco políti-co, religioso y social adecuado. La empresa -laverdad- no resulta nada fácil. Nada fácil, nisugestiva, ni atrayente, la verdad. Pero vamosal ello.

El siglo XIX español, especialmente en susegunda mitad, y primer tercio del XX, secaracteriza por una gran inestabilidad en todoslos órdenes. Es efecto, sin duda, de las cons-tantes luchas internas. Intestinas, dicen losentendidos. Ellos sabrán el porqué.

Los diversos gobiernos difícilmente se pue-den mantener largo tiempo en el poder. Estainestabilidad da lugar a una larga etapa, malllamada de la alternancia, del tortilleo o de loscesantes, que tanto juego proporciona a lanovela realista. El siglo llega a conclusión conel desastre -decadencia con ribetes de postra-ción nacional- de 1898. Por aquellas calendasEspaña no es sino el fiel reflejo de las caracte-rísticas generales europeas de la época. Esdecir, invasiones extranjeras, sublevaciones,luchas fratricidas, exclaustración, cambios deregímenes, incluso de dinastías, luchas parla-

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mentarias,... Es una época cargada de tensio-nes, y también de esperanzas.

Por otra parte el liberalismo, que hunde susraíces en la Constitución de Cádiz de 1812 -¡Viva la Pepa!-, se apodera de las clases políti-cas dirigentes. Dicho liberalismo, a más delmovimiento romántico, propicia y alienta eldespertar de las independencias de las nacio-nes hispanas.

Todo ello produce la quiebra de casas comer-ciales, déficit presupuestario, inflación galo-pante y precios disparados y disparatados. Atodo esto es preciso añadir la terrible peste delcólera que visita pueblos y ciudades con mayorfrecuencia de la que fuera de desear. Y tambiénel hambre se generaliza. Y se enseñorea de lanación española. La pérdida de Cuba, PuertoRico y Filipinas causa un trauma en la con-ciencia nacional. Produce un descrédito en lasestructuras políticas y sociales. Y conduce a unradicalismo, cada vez más pronunciado, a favorde las proclamas de la Internacional socialistay de las ideas anarquistas.

Las huelgas en las zonas industriales, y aunlos atentados terroristas, están a la orden deldía en los dos primeros decenios del siglosiguiente, el siglo XX. El fruto lógico y naturales la Semana Trágica de Barcelona, con el con-

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siguiente incendio de iglesias y conventos, ase-sinatos y luchas callejeras. Hechos que se vuel-ven a repetir con la proclamación de laSegunda República en 1931, la rebelión socia-lista de Asturias en 1934 o la persecución reli-giosa de 1936. Todo ello, como es natural,origina las suficientes lacras sociales comopara que florezca el drama romántico y la nove-la realista. ¡Ah!, y también la fundación y el florecimiento del suficiente número de congre-gaciones religiosas destinadas a mitigarlas.Entre éstas hay que enumerar a las hijas ehijos espirituales del Venerable Luis Amigó.

A las clases oprimidas se les ofrece la posibi-lidad de un rescate social, mientras la Iglesiatodavía sigue predicando la vieja teoría de laresignación. Bien es verdad que la encíclicaRerum Novarum, de León XIII, de finales desiglo, representa un momento muy significativopara la difusión y confirmación de la doctrinasocial de la Iglesia.

Políticamente hablando, los avatares de laEspaña del siglo XIX fácilmente se sintetizanen tres guerras carlistas. Cambio de dinastía,con don Amadeo de Saboya. Cambio de régi-men, con la Primera República. Restauraciónborbónica, con Alfonso XII. Y pérdida definitivade las colonias, en 1898. En el siglo XX nos

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encontramos con la etapa de las alternancias,la dictadura de Miguel Primo de Ribera y laSegunda República. Y en este marco de insegu-ridad, como consecuencia lógica y natural, lamuerte violenta de varios presidentes de lanación española.

Pero lo que ciertamente maravilla todavíamás es el hecho de que, en medio de estemarasmo nacional, sea el pueblo llano, dotadode las más altas virtudes cívicas y religiosas, elsalvador de la empresa nacional. El pueblosencillo, agrupado en infinidad de asociacionesde carácter caritativo, religioso y social, man-tiene vivo el rescoldo de las esencias nacionalesde Dios, Patria y Rey. En el caso del VenerableLuis Amigó, es don Gregorio Gea, la Escuela deCristo, la Orden Tercera, y el apoyo de algunasalmas buenas, quienes le conducen al claustro,aunque para ello tenga que cruzar los Pirineosy pasar a Francia para poder tomar el hábitocapuchino.

Como marco social y religioso no podemosolvidar que la evolución de la sociedad españo-la, bajo los gobiernos liberales, no producegrandes progresos sociales. Sigue siendo en sumayor parte rural y campesina. Y, generalmen-te, al servicio de latifundistas, de modo muyespecial en las regiones meridionales. Por lo

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que se refiere al desarrollo minero e industrialno se progresa tan rápidamente como en otrasnaciones europeas. Sí, existe un proletariadoobrero que se desarrolla especialmente en lasprovincias vascongadas, Asturias, Cataluña y Valencia. Pero la verdad es que hasta fina-les del siglo XIX, bajo el influjo de Marx yBakunín, la población obrera no adquiere con-ciencia de su fuerza. Y la agrupación en sindi-catos de ámbito nacional y de signo socialista yanarco-sindicalista no se da hasta bien entradoya el siglo XX. Prácticamente hasta 1931. Porlo demás el nivel de vida del pueblo es general-mente bajo.

Ciertamente que la cultura popular adquiereun nivel bastante aceptable gracias a la difu-sión de la escuela oficial gratuita. En añosanteriores dos de cada tres españoles no sabenleer. No obstante siguen existiendo bolsas deanalfabetismo en las barriadas de las urbes yen los cortijos de los latifundios. El levanteespañol -que es el que interesa a nuestro fin y del que especialmente tratamos- en esteaspecto no es de los territorios mayormenteevolucionados. Y, por lo que se refiere a las ins-tituciones asistenciales, están casi exclusiva-mente a merced de la iniciativa privada,especialmente de índole piadosa y devota. Lafundación de más de setenta congregaciones

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religiosas femeninas y seis masculinas en elsiglo XIX en España, y en su mayor parte decarácter educativo, caritativo y asistencial, sonbuena prueba de ello.

En cuanto a la situación religiosa de laépoca es preciso afirmar que el laicismo liberal,en buena parte heredado de la revolución fran-cesa, alimentado por la masonería, a la queestán afiliados gran parte de los corifeos de lapolítica, crea serias dificultades a la Iglesiadurante todo el siglo XIX. Es verdad que laConstitución de Cádiz, no obstante su espírituinnovador e igualitario, se manifiesta respetuo-sa con la religión católica. Pero, la mayoría delepiscopado y del clero la recibe con recelo.

Bajo el régimen liberal se suceden seriosatropellos contra las libertades de la Iglesia ycontra sus bienes. Una serie de leyes, dictadasentre los años 1835 a 1837, concluye con lasupresión de las órdenes religiosas y con la enajenación de todos sus bienes. Es la lla-mada Desamortización llevada a cabo porMendizábal. Esta supresión casi total de reli-giosos se prolonga más de cuarenta años.Concretamente hasta 1877 en que retornan aEspaña, precisamente a Antequera, Málaga, losprimeros capuchinos. Entre ellos el VenerableLuis Amigó.

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Por otra parte las relaciones con la SantaSede día a día se van haciendo más difíciles,quebrándose en diversas ocasiones. El clerosecular, pero especialmente los religiosos, alverse sometidos simultáneamente a dos dife-rentes autoridades, tienen dificultad para con-tentar a entrambas. Cuando, finalmente, se dala unión con Roma en 1885 el Venerable LuisAmigó escribe dos cartas, desbordantes de gozoy de la más exquisita gratitud a Dios, a losSantos de la Orden, al Sumo Pontífice y a losSuperiores Mayores Capuchinos, porque ennuestra Religión sagrada obedecer es reinar,escribe.

De todos modos en el primer tercio del sigloXX las relaciones con la Santa Sede se vanenconando aun más, especialmente en los perí-odos en que los liberales detentan el poder. Losproyectos de ley sobre asociaciones religiosas,sobre matrimonio civil o sobre la libertad deenseñanza, son otros tantos campos de batalla.Y esta política antirreligiosa, y abiertamentepersecutoria, es denunciada abiertamente por Pío XI a todo el mundo en la encíclicaDilectíssima nobis. Esto explica, en buenaparte, el furor anticlerical que se desencadenaen la zona roja en 1936. Para estas fechas LuisAmigó ya camina hacia las regiones eternas.Fallece el 1º de octubre de 1934. Pero su suce-

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sor en el obispado de Segorbe, Mons. MiguelSerra y Sucarrats, ha de pagar el tributo desangre de su propia persona y del 55,4 % delos sacerdotes de su diócesis.

En este breve marco geográfico, histórico,religioso y social pretendemos engarzar la vidadel Venerable Luis Amigó. Los casi ochentaaños de su vida. En él se enmarca su figuracomo religioso, fundador y obispo. Y muy espe-cialmente su dimensión de fundador y apóstolde la juventud desviada del camino de la ver-dad y del bien. En él se inserta su vida, con susluces y sus sombras. En este marco históricose encuadra su existencia y tiene sentido yrelieve toda su actuación.

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En nuestra anterior peregrinación senti-mental, imaginativamente, a la Ciudaddel Turia, apenas rebasamos Sagunto y

nos encaminamos a tomar la vía del mar, a laderecha -¿lo recordáis?- dejamos Puzol. En elcentro mismo de la población descuella por susobria elegancia la casa solariega de los Amigó.

Puzol dista 18 kms. de Valencia. Es un deli-cioso pueblo de la huerta levantina, limpio,nuevo, hacendoso. Todo rodeado de verdesnaranjales. Se encuentra situado al abrigaño delúltimo espolón de la Sierra Calderona. Hasta nohace muchos años, en las partes bajas de lahuerta, se cultivaba el arroz. Y, en el secano,almendros, olivos, algarrobos y viñedos. Goza deun clima agradable. Disfruta de inviernos dul-ces y suaves, y de veranos calurosos.

Una rama del tronco de los Amigó planta susreales en la población desde los lejanos tiem-pos de la reconquista, en la Baja Edad Media.

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2. LA SAGA DE LOS AMIGÓ

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Lo cierto es que ya en 1811 don FranciscoEsteve cuenta sus muchos haberes de mayo-razgo en libras y sueldos. De todos modos elverdadero patriarca de la casa solariega de losAmigó es su nieto José Amigó Esteve. Casa éstecon doña Josefa Chulvi, asimismo natural dePuzol. Del matrimonio nacen ocho vástagos:Josefa, Teresa, José Tomás, Juan Gaspar,Mariano, Romualdo, María Rosa y Mariana.Don José, según el dicho italiano, ha nacidocon la camisa. Es decir, es un hombre consuerte. Es verdad que hereda de sus progenito-res una fortuna considerable. Pero él, con tra-bajo, maña y el correr del tiempo, sabe hacerlaprosperar hasta conseguir triplicarla.

Es don José un varón robusto, con su blusanegra y alpargatas blancas, de esparto. Es unlabrador muy templado, trabajador infatigabley de un gran sentido nada común. Ocupa unacasa amplia del pueblo, en la Calle Caballeros,12. Cuenta con numerosas habitaciones,corrales, lagares, y sus prensas de vino y acei-te. Posee, además, casas y haciendas en lospueblos comarcanos de Masamagrell, Rafel-buñol, Museros, y hasta en Torres-Torres. Ycon el tiempo adquiere una casa de habitacióny morada en Valencia, en la calle La Soledad,número 11. Así los hijos pueden seguir susestudios en la universidad, sin tener que retor-

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nar diariamente al pueblo. Las hijas, como eslo normal en la época, concluyen sus días sinsaber firmar.

En sus años ya maduros a don José, en elbuen tiempo, al menos dos o tres veces porsemana le invade el compromiso ineludible deir a la ciudad a mercar. Llama a su criadoAntonio Cataluña y le dice:

- “Engancha la mula tordilla, La Peregrina, ala tartanita del toldo redondo, que nos vamos aValencia”.

En casa queda su esposa, doña JosefaChulvi quien, con su criada Carmela Almenara,prepara la necesaria pitanza para la numerosaprole. Y para sus pastores, gañanes y cultiva-dores del viñedo. Y, en el buen tiempo, tambiénpara las jóvenes ocupadas en la deshojadura de la morera. “¡Cantad, cantad, doncellas, yaque la deshojadura de la morera es cantarina!”,como escribe F. Mistral. Pero don José, al atar-decer del día, vuelve contento de la ciudad porque siempre consigue algo bueno. Sabe,además, que sus hijos van bien en los estudios.Y concluye la jornada laboral dirigiendo el rezodel santo rosario, ante un cuadro al óleo de laVirgen al Pie de la Cruz, con los súbditos de sucasa solariega.

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Al final de sus días todavía puede dejar acada uno de sus ocho vástagos casa, o unterrenito en que poder levantarla, 830.705 rea-les de vellón para repartirse entre todos ellos, yalgunos maravedís, maravedíes o maravedises,que de las tres formas se permitía decir, almenos antes. ¡Ah!, el bueno de don José dictatestamento el año de 1845, pero no lo dicta yaen libras y sueldos, como el abuelo, sino enreales de vellón y maravedís, como digo.

A su hijo don Juan Gaspar Amigó y Chulvi -padre de nuestro biografiado, Venerable LuisAmigó- en la repartición de los bienes paternosle toca en suerte media casa de la que la fami-lia habita en la ciudad de Valencia. Está situa-da en el barrio tercero y cuartel del mar. Seencuentra a dos pasos de la universidad litera-ria. Residiendo en ella, primero José TomásAmigó y luego sus otros dos hermanos, JuanGaspar y Mariano, cursan los estudios de abo-gacía. Cuando fallece su buen padre, don JuanGaspar está concluyendo los estudios universi-tarios. A sus 24 años, es decir, en 1846 es yaabogado. Y, antes de concluir el año, toma poresposa a doña Genoveva Ferrer y Doset, natu-ral de la Ciudad del Turia. Se casan en laparroquia de San Bartolomé el 21 de noviem-bre de 1846.

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Posiblemente los nuevos consortes truecanla casa recibida en suerte por otra en HornoQuemado 2. Pues, lo cierto es que en la nuevaresidencia, al año escaso de estar casados,nace la primogénita, Emilia Rosario. Los demáshijos van naciendo, como ya consigné en algu-na otra ocasión, acá y acullá, por la ampliageografía levantina, y sin mayor orden y con-cierto que el que la Divina Providencia, en subondad, tiene a bien depararles. O tal vez efec-to del excesivo amor que don Juan Gaspar pro-fesa a las cartas, como seguidamente se verá.¡Que todo hay que decirlo!

¿De dónde le nace a don Juan Gaspar ese suamor al juego? Pues, a ciencia cierta, no losabemos. Pero seguramente que su estancia enValencia, por razones de estudios, le deja tiem-po más que suficiente para adelantar tambiénen el jugo. Por este motivo la familia Amigótiene sumo interés en que ejerza su profesiónde abogado pero, a ser posible, lejos deValencia y en núcleos de población relativa-mente reducidos. Y por esto mismo la familiaAmigó-Ferrer cambia de casa y fortuna más delo que fuera de desear. Y todo ello por culpa delexcesivo amor que don Juan Gaspar profesa alos malditos naipes, como digo. Seguramenteesto explique que la segundogénita, Genoveva,vea ya la luz en Puzol.

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Precisamente por esta época debe de sercuando don Juan Gaspar, al término de unapartida de cartas, es perseguido por otros juga-dores con la clara intención de calentarle ellomo a su gusto y placer. Le persiguen por elcamino de Puzol a Masamagrell hasta una teje-ría del llamado Barranc. Pero esta vez por piesconsigue librar el cuerpo entero incólume, sanoy salvo. Este mismo amor malsano a los naipesle obliga en diversas ocasiones a empeñar, yaún vender, fincas de la herencia paterna.Menos mal que su buena madre, que le conocebien, se las compra y él, versado en leyes,nunca olvida cerrar la venta sin incluir en ellauna última cláusula en la que se reserva elderecho a redimir o carta de gracia de adquirirnuevamente la propiedad en el término indica-do. ¡Ah!, y en el mismo precio, lo que general-mente cumple.

Continuando, pues, con la enumeración de los hijos de don Juan Gaspar diremos que Julio nace en Alfara de Algimia, José María, enMasamagrell, y las tres pequeñas, esas sí, esasnacen ya en la ciudad de Valencia. Y más con-cretamente, en la calle Muro de Santa Ana, 4.

Nuestro biografiado -que responde al nom-bre civil de José María Amigó, al de Fray Luisde Masamagrell, como capuchino; y como obis-

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po se le conoce por Luis Amigó- viene a la luzen Masamagrell cuando don Juan Gaspar ejer-ce en el pueblo el cargo de Secretario delAyuntamiento. Nace el 17 de octubre de 1854en la calle Mayor 80, a las ocho de la noche.Precisamente en una casita que, en la reparti-ción de bienes, cupo en suerte a su abuelapaterna doña Josefa Chulvi.

Don Juan Gaspar y doña Genoveva, que enesto de la religión siempre fueron muy cuida-dos, el mismo día de nacer lo presentan alseñor cura, rector de la parroquia, don RafaelJover, para que derrame sobre el tierno infantelas aguas bautismales. Y al día siguiente,obviamente, tienen lugar los festejos familiares.

La familia Amigó-Ferrer permanece escasotiempo en Masamagrell pues, José María recibedesde los primeros años esmerada educaciónreligiosa y literaria en Valencia, donde se tras-lada la familia al poco de nacer él. A cienciacierta no sabemos qué casa habita por estasfechas. Pues es claro que don Juan Gaspar y familia cambian de fortuna y de lugar másque un circo pobre, razón por la que doñaGenoveva no debió de tener nunca problema encasa con telaraña alguna. Lo cierto es que JoséMaría recibe la confirmación en la iglesia deSan Lorenzo en 1857, de manos de don

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Francisco García Abella. Y algún tiempo des-pués comienza a frecuentar la escuelita de donSebastián Piedra. Es ésta una especie de kín-der, pero en edición de 1860, situado en losalrededores del Portal de Valldigna de la ciudadde Valencia.

Los estudios, frecuentemente conocidoscomo primarios, los realiza seguramente en elcolegio de los Padres Escolapios de la calleCarniceros, según se viene transmitiendo portradición oral entre los padres de la institución.A partir del verano de 1866 prosigue sus estu-dios como alumno externo en el seminarioconciliar de Valencia. Por estas fechas segura-mente que la familia Amigó-Ferrer habita ya enla Calle Baja 54, junto a la plazoleta del Árbol,en el Barrio del Carmen, y muy cerquita delcolegio calasancio.

Es ésta una casa maja, grande. De esascasas amplias, espaciosas y con dos balcones ala calle. De las de 2160 reales de vellón derenta anual. Cuenta también con servidumbre,pues el hecho de que María Benita Pérez, sir-vienta navarra, granadita ya, sí, pues llevaveinte años en Valencia y ronda el medio siglode existencia, les sirva como asistenta, o cria-da, así lo da claramente a entender.

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En 1866 José María Amigó, juntamente consu hermano Julio, toma la primera comuniónen la iglesia parroquial de San Nicolás, en elBarrio de La Seu de Valencia, de la que fue rector en su día el futuro Papa Calixto III.Indudablemente que es ésta una fecha de gozoy plenitud en la casa de los Amigó-Ferrer.Seguramente uno de los últimos días que lafamilia disfruta de un gozo pleno, sin nubes,sin sombra alguna.

Pero -lo que siempre sucede-, nunca es com-pleta la dicha en la casa del pobre o en todocaso nunca es duradera. Pues aquí pone finJosé María Amigó a su vía sacra para iniciar,ya en tan temprana edad, su vía dolorosa quenormalmente concluirá en la cima del Calvario.Pues Calvario, y no pequeño, van a suponerpara él los acontecimientos políticos y familia-res de los años siguientes.

El otoño de 1868 se inicia con la caída deIsabel II, la reina de los tristes destinos, quetiene que partir para el exilio en París. EnValencia hay algaradas. Los insurrectos pasanpor delante de la casa de los Amigó-Ferrer yparecen furias infernales. Y el año siguiente,1869, nuevamente se repiten las algaradas. Losamotinados se hacen fuertes en los alrededoresde la Plaza Redonda. El General Rafael Primo

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de Rivera coloca la flota frente al puerto deValencia y bombardea sin cesar a los amotina-dos. Son siete largas horas de angustia. Lafamilia Amigó-Ferrer huye de la ciudad y hallapiadosa acogida en Godella, en la Calle Mayor68, seguramente en una casa de su parienteMaría Vicenta Amigó y Val, propietaria de lamisma.

Tampoco el 1870 es un año todo lo buenoque fuera de desear. Pues las tropas de Cavoury Garibaldi, con la toma de Porta Pía al amane-cer del 20 de septiembre de 1870, ponen puntofinal a los Estados Pontificios. Por otro ladodon Gaspar Amigó se viene resintiendo ya dehidropesía, enfermedad que le conduce alsepulcro el día de San Álvaro de Córdoba. Es elatardecer del 7 de noviembre de 1870. Durantelos últimos meses de vida don Juan Gaspartodavía tiene fuerzas para ir recogiendo lospréstamos otorgados con que dar mayor segu-ridad a la familia que se dispone a dejar.Aparte, claro, de la Divina Providencia. Detodos modos, y en cuanto a préstamos se refie-re, sí deja bien claro a mujer e hijos que norecibirán ni un céntimo más del prestado, con-tentándose, en todo caso, con recibir del deu-dor insolvente el equivalente en arroz concáscara. ¡Ah!, y fijando el precio quien les

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devuelve el préstamo recibido. ¡Así de cuidadosy detallistas son los Amigó-Ferrer!

Lo cierto es que con la muerte de don JuanGaspar también doña Genoveva recibe un durogolpe moral. Y, naturalmente, se resiente. Se vesola y con cinco de familia relativamente peque-ños a los que atender y alimentar. Además elmayor, Julio, se encuentra fuera de casa pues,en una de las redadas de los carlistas, intenta-ron requisarle el caballo, a lo que él respondió:Donde va mi caballo voy yo. Y con los carlistasse va, razón por la que no está presente a lamuerte de ninguno de sus padres.

Las condiciones vitales se van complicando yquien ahora debe de hacer frente a la situaciónfamiliar en la saga de los Amigó es el segundo,José María, nuestro biografiado. Se hace nece-sario encontrar un tutor y reducir gastos super-fluos. El tutor, como ya lo tenía hablado subuen padre antes de morir, será don FranciscoPérez Montejano, cura párroco de San Juan delHospital y muy amigo de don Juan Gaspar. Y laresidencia será en Calle Serranos, 27, una resi-dencia más pobre y reducida, y a la que por lomismo ya no se traslada la asistenta MaríaBenita Pérez, a quien el joven José María tantoapreciaba.

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La muerte de la madre ocurre al año siguien-te el día de San Lorenzo mártir, el de la parrilla,el día más caluroso del verano, 10 de agosto de1871. Doña Genoveva es víctima de un tifusfulminante, contagiada de su hija Pepita, yagravada, sin duda, por sus sufrimientosmorales al verse con pocos recursos y sin elhumano apoyo de la familia. La pobre vuela alcielo con una buena carga de méritos y sufri-mientos, cosa que, por lo demás, nunca ahorrael Señor a quienes verdaderamente ama. Detodos modos José María Amigó, como respon-sable de sus hermanas, puede muy bien confe-sar que “en tan tristes circunstancias nos faltó,a mis hermanas y a mí, el apoyo necesario dela familia”, la que, por lo demás, no es ni indi-gente ni pequeña, si bien vive desperdigada porlos pueblos de la Huerta Valenciana.

Por estas fechas, precisamente el 21 de octu-bre de 1871, recibe la familia un lagado de su pariente Leonor Amigó Antoni. Que en es-to se echa también de ver cómo la DivinaProvidencia nunca abandona a los suyos. Pero,dicha sea la verdad, no saca de apuros a losAmigó-Ferrer. Pues, entre lo escaso del legado,los muchos dispuestos a recibirlo y lo que elabogado se queda entre las uñas, seguramenteque, como en la cena del Dómine Cabra, de

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don Francisco de Quevedo, se consume casitodo el legado.

Con la muerte de los padres, y haciendo detutor su tío José Tomás Amigó, aunque sinapenas ejercer, la familia Amigó, y su preceptordon Francisco Pérez Montejano, nuevamenteemigra. Esta vez pasa a habitar a la Calle SantBertomeu, 5. La casa es propiedad de la her-mana mayor, Emilia Rosario. Al menos asíconsta en el Padrón Municipal de Valencia. Lafamilia Amigó aporta la nueva residencia, elcorto producto de unas pocas fincas que lesquedan en Masamagrell y Puzol, y quien atien-da a la casa. Y por su parte el párroco de SanJuan del Hospital, sus haberes de sacerdote yla tan necesaria tutela y seguridad para lafamilia.

De todos modos con la muerte de sus bue-nos padres el ánimo de José María queda tanabatido y en una tan espantosa soledad que leparece hallarse solo en el mundo, al que demuy buen grado hubiese dejado en seguimien-to de sus padres. No obstante las circunstan-cias adversas que le rodean, el llamamientointerior a la religión no cesa, por más que juz-gue imposible su realización. Y con el apoyo dealgunas buenas almas sigue sus estudios, aun-que con el pensamiento siempre puesto en el

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claustro, según él escribe. ¡Bendito sea elSeñor en sus misericordias!

José María Amigó pronto, muy pronto, se vaa Meliana (Valencia) y dicta testamento a favorde sus tres hermanas. Es un testamento, mode-lo de sencilla piedad y compasión, que dictaante el abogado señor Francisco Guanter. Y, el28 de marzo de 1874, Sábado de Pasión, partepara el convento capuchino de Bayona en lastierras francesas de los Bajos Pirineos.

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La familia de José María Amigó es unafamilia cultivada y muy religiosa. De cris-tianos viejos, se decía en aquel entonces.

Su padre, don Juan Gaspar, se educa en elReal Seminario de Nobles de la Ciudad delTuria, cuya dirección y formación espiritualcorre a cargo de los jesuitas. Luego cursa filo-sofía y jurisprudencia durante siete años en laantigua Universidad Literaria de Valencia. Y selicencia en Leyes.

Es don Juan Gaspar asimismo muy versadoen lenguas clásicas y en italiano, así comotambién muy amante de la música. Ejercitaésta en corales parroquiales, acompañado aveces de sus hijos, los domingos y fiestas deguardar, como decía el Catecismo de Astete.¡Ah!, y cultiva también la poesía, disciplina enla que recibe diversos premios literarios.

Por su parte la madre es la tradicional amade casa valenciana. Tiene primorosamente

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3. FORMACIÓN HUMANAY RELIGIOSA

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adornada la residencia familiar con mediadocena de cuadros de su santa patronaGenoveva, a más de otros de la Virgen del Pilar,de Nuestra Señora de la Merced, y una valiosatalla del Cristo de la Agonía.

Cuando, al caer ya del día, don Juan Gasparse recoge en casa, preside el rezo del santorosario en familia. Y lo dirige personalmente,ante un crucifijo y dos candelabros pequeñitosde bronce, y con un rosario grande engarzado,de plata sobredorada, de los de a cuatro pese-tas de antes. Por otra parte, y aquí se echa dever también la profunda religiosidad de losAmigó, la abuela materna fue ya enterrada conel hábito de Nuestra Señora la Virgen delCarmen; su padre, con el de la Orden de SanFrancisco; y su buena madre, con el de laTercera Orden de Carmelitas Descalzas deSanta Teresa. No es de extrañar, pues, que, detan buenos padres, José María reciba ya desdelos primeros años una esmerada educaciónreligiosa y literaria, como él mismo asegura.

Desde luego que, apenas trasladada la fami-lia a Valencia, don Juan Gaspar inscribe a suhijo José María en la escuelita que donSebastián Piedra regenta en los alrededores delPortal de Valldigna. Es la primera escuela pri-vada, de ideología totalmente católica, que se

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abre en la ciudad. Es, como ya dije en otra oca-sión, un kínder, pero en edición de 1860. Tienesu pasante que cada día recoge los niños por laciudad y, al concluir las clases, les acompañacon seguridad hasta sus casas. Hace así méri-tos para suceder algún día al maestro en ladirección y enseñanza en la escuelita.

En estos años todavía se pueden ver por laciudad, a primeras horas de la mañana, algu-nos lecheros que arrean sus vacas. El vaquerolas ordeña en plena calle. Seguidamente subeel cantarillo de leche a quien desde algún bal-cón se lo pide. Y, luego, continúa la procesiónhasta el próximo cliente. En una de estas para-das forzosas -el hecho bien pudo suceder en laplaza de la Concordia o en la de los Ciegos-mientras el vaquero sube la leche y el pasantese va a recoger un niño, algunos de éstosjovenzuelos intentan torear con sus abrigos lasvacas del lechero. Total, que una de ellas, alparecer un tanto bravía, la emprende ciega-mente con el más pequeño, José María Amigó.Menos mal que a los lloros de los niños ense-guida acuden vaquero y pasante y todo queda,por fortuna, en un susto morrocotudo y mediadocena de revolcones y peladuras por hacer demaletilla a tan corta edad. ¡Benditos sean missantos patronos!, exclamará posteriormente ensu ancianidad.

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Concluidos los años de formación en laescuelita de don Sebastián Piedra, los dos cursos siguientes, 1864-1866, los estudia pro-bablemente en los escolapios de la calleCarniceros. Ésta, al menos, es la tradición quese mantiene viva en el colegio hasta el día dehoy. Seguramente que asiste al centro con suhermano Julio, algo mayor que él. Por otraparte no nos resulta fácil saber hoy cómo fun-ciona el colegio por estas fechas por cuanto losescolapios en 1855 sufrieron también el ostra-cismo. De todos modos los ediles de la ciudad,de quienes entonces dependía la enseñanza,solían tener cierta consideración con jesuitas yescolapios, órdenes que a la sazón ejercían consolvencia la enseñanza.

Los años siguientes, es decir, de 1866 a1874 -en que José María ingresa en los capu-chinos de Bayona, Francia- cursa sus estudiosen el seminario conciliar de Valencia. En élestudia latín y humanidades, filosofía y primercurso de teología. Es la etapa áurea del semi-nario conciliar. Reúne el máximo de alumnadode su historia -1466 inscritos- razón por la quelos estudios realizados en el seminario sonserios y el centro goza de merecida fama.

Durante los años de formación José MaríaAmigó, excepción hecha de un corto período de

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tiempo en 1869 en que, por los avatares de laguerra, habita en el pueblo de Godella, residesucesivamente en la calle Muro de Santa Ana,4; calle Baja, 54; calle de los Serranos, 27 ycalle Sant Bertomeu, 5. Siempre, naturalmen-te, dentro del reducido núcleo ciudadano deli-mitado por el recinto amurallado.

En José María Amigó la formación humana ycientífica corre pareja con la formación religio-sa. De todos modos su formación espiritual,recibida especialmente durante los ocho añosde asistencia al seminario conciliar, no es pura-mente teórica, sino práctica y sobre todo muy,muy pastoral. En aquel entonces goza la ciu-dad, tal vez por una necesidad creada a conse-cuencia de la exclaustración, de un crecidonúmero de cristianos seglares comprometidos,y de asociaciones piadosas, que mantienen vivala fe y la religiosidad en el pueblo llano.

A José María Amigó, ya desde niño, le da elSeñor inclinación al sacerdocio, por lo que susjuegos son de ordinario hacer altares, decirmisas y celebrar fiestas. Por otra parte siempretuvo pocos amigos, pero elegidos de entre losmayores que él e inclinados a la piedad, lo quele permite continuar con ellos dicha costumbrede organizar fiestas, cantar misas y predicar,costumbre que conserva hasta bien mayorcito.

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Una de sus primeras amistades es la del

ebanista don Gregorio Gea, hombre sencillo,

religioso, trabajador, piadoso y altruista. Varón

de una fe ardentísima y comunicativa, centra

todo su afán en la recristianización del obrero

en una época de mucha pobreza y de increen-

cia suma, abonada por los ideales románticos y

libertarios.

Con los primeros ahorros don Gregorio

adquiere en 1864, en la calle de la Beneficencia,

una casa que intitula Colegio de San Francisco.

La destina a albergar seminaristas pobres.

Llega a acoger en su residencia hasta 70 jóve-

nes. Posteriormente funda el Patronato de

la Juventud Obrera de Valencia. Con semina-

ristas externos de la ciudad, de su Residencia

de San Francisco, y con el apoyo de algunas

gentes de bien, logra formar un numeroso

grupo de catequistas. A su taller de ebanistería

acuden los sábados infinidad de jóvenes, entre

ellos nuestro biografiado José María Amigó.

Del sencillo artesano aprenden los rudimentos

de su arte de ebanistería y se preparan para la

catequesis que el domingo siguiente imparten

en la iglesia de San Sebastián, por la mañana;

y por la tarde, en las barracas de la huerta

valenciana.

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En su modesto taller de ebanistería aprendeJosé María Amigó el arte de tratar la madera y los rudimentos de artes y oficios, juntamentecon un gran celo y espíritu apostólico, que tanútil le ha de ser posteriormente en sus Escue-las de Reforma.

“Luego, deseosos de mayor perfección -escribe-, solicitamos el ingreso en la Escuelade Cristo, instalada en las Escuelas Pías; peropara mi admisión se tropezaba con la dificultadde no tener la edad reglamentaria, inconve-niente que allanó el santo varón Gregorio Gea,fundador del Patronato de Valencia, el cualpertenecía a aquella Junta y me tomó grandeafecto."

Son las Escuelas de Cristo congregacionesde sacerdotes y laicos dotadas de una espiri-tualidad seráfica y penitencial. Ostentan unafinalidad compasiva y misericordiosa. Su finali-dad es el aprovechamiento espiritual y aspiranen todo al cumplimiento de la voluntad de Dios,de sus preceptos y consejos. Los congregantescaminan a la perfección según su propio esta-do y obligaciones. Pretenden la enmienda de supropia vida, penitencia y contrición de lospecados, mortificación de los sentidos, purezade conciencia, oración, frecuencia de sacra-mentos y obras de caridad. Manifiestan un

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aprecio grande de lo eterno y desprecio de lotemporal. Asimismo profesan una tiernísimadevoción a la Santísima Virgen María.

Las Escuelas de Cristo, naturalmente, cuen-tan también con ejercicios de piedad externos.Entre éstos se enumeran en sus Constitucioneslos de visitar cada semana a los pobres delHospital General, a lo menos un día. Los segla-res asisten a la hora de la comida para servir a los enfermos con toda humildad. Y los sacer-dotes acuden por las tardes para confesar a loshospitalizados y atender a su consuelo espiri-tual.

Cada año van tres veces los hermanos de laEscuela de Cristo, sacerdotes y seglares, a visi-tar a los pobres de las cárceles. Es en el tiempode la Cuaresma, en la Porciúncula y porPascua de Navidad. Los sacerdotes para confe-sarlos y los seglares para ejercitar la caridadque tuvieren devoción.

Las Constituciones de la Escuela disponentambién que ésta es más bien interior y retira-da, y su principal instituto los ejercicios demortificación y penitencia. Advierten asimismoque la Escuela aspira a la imitación de CristoSeñor Nuestro, por lo que el ejercitante entodo debe tener delante de los ojos su santapobreza.

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De todos modos -hay que reconocerlo yadmitirlo- en los tiempos de que nos ocupamosno es que la Escuela de Cristo de Valencia bri-llara en su máximo esplendor. Pues, a veces,difícilmente los congregantes llegan paracubrir los puestos de dirección. No obstante laEscuela de Cristo, desde el punto de vista de laformación religiosa y humana, marca profun-damente al joven José María Amigó. Con ante-rioridad a que, deseoso de mayor perfeccióningrese en la Orden Franciscana Seglar, en laEscuela profundiza ya en su espíritu francisca-no y en su opción misericordiosa. Recibe esaespiritualidad profundamente evangélica, pia-dosa y penitencial; hecha de fraternidad, pobre-za y buen ejemplo; dotada de humildad yobediencia absolutas; y con esa opción por elhermano enfermo y necesitado en los hospita-les, cárceles y demás lugares de dolor. ¡Ah!, yprofesa una tiernísima devoción a la SantísimaVirgen María.

Pudiera parecer ésta una apreciación excesi-va. No obstante, y aun a riesgo de parecer exa-gerado, confieso mi convencimiento de la graninfluencia que ejerce la Escuela de Cristo en laformación del joven José María Amigó. A mimodo de ver constituye el primer paso firme yseguro para el posterior ingreso en la OrdenFranciscana Seglar, luego en los capuchinos y,

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finalmente, para la fundación de sus dos con-gregaciones religiosas a las que dota de unaespiritualidad netamente franciscana y de unamisión asimismo profundamente seráfica ymisericordiosa.

A partir ya de 1868 una serie de aconteci-mientos adversos hacen que el joven JoséMaría vaya madurando en su formación religio-sa y humana a golpes de dolor y sufrimiento.El destronamiento de Isabel II en el 68, lasalgaradas de la revolución cantonal del 69, lamuerte de sus padres en el 70 y 71, y la faltadel necesario apoyo de la familia en tales cir-cunstancias, van modelando en él un espíritutierno, compasivo y misericordioso. Despiertanen él asimismo un gran deseo de vida más per-fecta ingresando en religión. Tan tristes aconte-cimientos contribuyen a desprender más suafecto de las cosas de la tierra y avivan sudeseo de abandonar la sociedad para habitaren la soledad del claustro.

Efectivamente, no obstante las circunstan-cias adversas que le rodean, no cesa el llama-miento interior a la religión, por más quejuzgue imposible poder llevarlo a efecto. Y conel apoyo de algunas almas buenas sigue susestudios en el seminario, aunque siempre conel pensamiento fijo en el claustro. Para estas

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fechas tiene ya su director espiritual en la per-sona del jesuita padre Llopart, con quien con-sulta su vocación religiosa, a la vez que ponepor intercesor al seráfico Padre San Francisco.

Mientras tanto inicia el primer curso de teología. Y, deseoso de mayor perfección, enmarzo de 1873 ingresa en la Orden Tercera dePenitencia y comienza también su año de noviciado. Lo realiza en el convento de lasMonjas Clarisas de la Puridad y San Jaime, de Valencia, a escasos pasos de la casa familiar y de la basílica de la Virgen de losDesamparados. Las órdenes terceras, ya sesabe, confiesan a Francisco de Asís por padre,profesan su regla, visten su estameña francis-cana y desarrollan un ministerio bien concreto.Pues “para esto han sido llamados los herma-nos y las hermanas: para curar a los heridos,vendar a los quebrantados y volver al rectocamino a los extraviados”.

Por otra parte la mística de las órdenes ter-ceras es sumamente sencilla. Los hermanosterciarios viven como peregrinos y forasteros eneste mundo. Si ofenden, confiesan humilde-mente sus pecados. Ningún hermano provoca ala ira o al escándalo. Y todos, por su mismamansedumbre, son estimulados a la paz, laconcordia y la benignidad. Viven en el mundo,

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sin ser del mundo. Son seglares mansos,modestos y pacíficos; apacibles y humildes. Nolitigan, ni se enzarzan en discusiones, ni juz-gan a los otros hermanos. Viven gozosos en el Señor, alegres y convenientemente agrada-bles. Y se esfuerzan por mantenerse siempresencillos y menores, amables y fraternales.Seguramente que, ante este programa que se lepresenta, José María Amigó puede ya entoncesexclamar con Francisco de Asís: “Esto es lo queyo quiero, esto es lo que yo busco, esto es loque, en lo más íntimo de mi corazón, yo anheloponer en práctica con toda mi alma”.

Ingresa, pues, José María Amigó en la OrdenTercera, pero siempre con el pensamiento fijoen el claustro. El año de noviciado en la OrdenTercera, así como las amistades de sus cuatroamigos José Guzmán, Isidro Domínguez,Manuel Tomás y Vicente Vivó, que tambiénaspiraban al ingreso en religión, fueron mode-lando su espíritu, ya desde esta edad orientadohacia lo divino, enganchado por las parábolasde la misericordia e inclinado a enseñar al queno sabe, a corregir al que yerra o a dar buenconsejo a quien lo ha menester.

El estudio de la teología en el seminario con-ciliar levantino, el noviciado en la OrdenTercera, su director espiritual y sus amistades

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van modelando teórica y prácticamente su for-mación humana y religiosa y lo van conducien-do insensiblemente hacia la Familia Fran-ciscana, cuya librea viste en el convento capu-chino de Bayona, Francia.

Con esta formación humana y religiosa, coneste bagaje de ilusiones, con esta formaciónfranciscana, acompañado de tan buenos ami-gos, y para no tener que servir a un gobiernorevolucionario, y menos teniendo que combatirla causa carlista, estimada por todos los hom-bres de orden como la católica, la que estádefendiendo también su hermano Julio, es lógi-co y natural que se embarque con dirección alconvento capuchino de Bayona, en Francia.

La Divina Providencia, a José María Amigó ya Manuel Tomás una vez, pues, recibidos losdocumentos necesarios para poder salir deEspaña, tan difíciles de conseguir entonces acausa de la guerra carlista, les proporciona unguía experimentado que les acompaña hasta elconvento capuchino de Bayona. Otorgado,pues, testamento en Meliana, Valencia, a favorde sus hermanas, de las que no tiene valorpara despedirse, ambos amigos parten para elconvento el 28 de marzo de 1874, Sábado dePasión.

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La ruta a seguir es la común y corriente deentonces. Zarpan del puerto de Valencia y,luego de una breve escala en el de Barcelona,pasan frente a Perpiñán y Narbona y poco después atracan en el puertecillo francés deCette. No lejos del lugar de desembarco dejan asu derecha la isla de La Camarga, con suSantuario de las Tres Marías, donde pastanmanadas de toros y caballos salvajes, cruzanlas llanuras de las Landas y, a última hora deldía 31 de marzo, llegan al convento capuchinode Bayona, su destino definitivo. Es al atarde-cer del Martes Santo de 1874.

A sus tres hermanas les ha dejado bajo laamable y fiel tutela de don Francisco PérezMontejano, cura de San Juan del Hospital.Habitan la casita de su hermana mayor EmiliaRosario, en la calle Sant Bertomeu, 5, y queseguramente ha conseguido a cambio de la quele tocó en suerte de la herencia materna en lapartida de Morvedre, plaza de san PedroNolasco 48, extramuros de la ciudad deValencia.

¡Gracias sean dadas por todo al Señor!

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Ponerse a fraile en los capuchinos deBayona, por supuesto, no supone dar delado a su formación humana y religiosa.

Tampoco la presupone. Más bien la exige. Y losfrailes del convento, si de algo pecan, no esprecisamente de falta de exigencias a la horade preparar a sus candidatos para la vida con-sagrada.

El convento de Bayona es un monasteriofranciscano edificado según todos los cánonesde la estricta observancia. No le falta de nada.Ni el recortado patiecillo con la imagen de laInmaculada en el centro sobre el brocal de lacisterna. Ni la cruz desnuda que a la puerta delconvento recibe la plegaria del peregrino. Ni lacampana colgada de la espadaña de la iglesiamonástica. Ni siquiera la segunda campanitaque, mediante complicados artilugios de cuer-das y alambres, más de una vez sobresalta alsoñoliento y anciano portero. Ni las ventanitasde las celdas de 90 x 60 centímetros, y partidas

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4. PONERSE A FRAILE

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en cuartillos -de mayores dimensiones no las permite la estricta observancia-. Eso sí,muchas de ellas sin cristales, por lo que sushumildes inquilinos han de aplicar guarnicio-nes de grasa a ciertos papeles de estraza quecolocan a guisa de vidrios. De esta maneradejan colar un poco más de luz a las celdas yresguardan un poquito mejor del intenso fríoen el invierno. Pero muy poco en todo caso.

Por otra parte el convento ha sido edificadode limosna a mediados del pasado siglo XIX.Su fundador es el bendito fray Fidel de Vera,quien años ha se larga a pie a Roma, con frayFermín de Ecay, a recabar personalmente deSu Santidad Pío IX el permiso de fundación. Ydota al convento de un reglamento tan estrictoque los frailes de la misma necesidad tienenque hacer virtud.

Tres años pasa José María Amigó enBayona, en aquel convento tan frecuentemen-te batido por los fríos aires de Las Landas. Va completando su formación franciscana.Formación que se le transmite fundamental-mente por contagio. A través de la convivenciafraterna. Formación que tanto empeño pone enla renuncia, en el desapropio y en el robusteci-miento de la voluntad. Los formadores ponentanto tesón en la transmisión de estos ideales

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que ni siquiera le permiten el estudio del fran-cés, por el que manifiesta una gran afición.Están empeñados, sin duda, en regresar cuan-to antes a la Península Ibérica.

Por aquellos años llegan al convento frailesde los exclaustrados de España, de los expul-sados de Venezuela, Guatemala, Cuba y ElSalvador, y de los escapados de la guerra deFilipinas. Son todos ellos varones penitentes.Están dotados de un gran espíritu ascético.Pero se les han ido pegando a las sandaliasbarros de todas las latitudes. ¡Ah!, y no pocosvicios de las más diversas procedencias. Poreso el venerable fundador del convento, comodigo, tiene que imponer un rígido reglamento asus frailes. Como siempre, el reglamento es deestricta observancia, especialmente para jóve-nes y novicios. Y de tal modo es así que susformadores no quieren permitir profesar aljoven José María Amigó. Tienen la fundadaimpresión de que no resistirá las austeridadesde la vida capuchina.

De todos modos José María Amigó profesaen el convento de Bayona el 18 de abril de1875. De ahora en adelante se va a llamar FrayLuis de Masamagrell. Y el acta de profesión,que él personalmente redacta de su puño yletra, está escrita en términos que ponen

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miedo. La firman como testigos el padre guar-dián, el padre vicario y el padre lector. Todavíapermanece en el convento casi dos años, tiem-po más que suficiente para concluir otros tan-tos cursos de sagrada teología.

En aquellos días también llega al convento el padre Ambrosio de Benaguacil. Ha perdido la tercera guerra carlista de 1872-1876. Haredactado testamento en la villa de Chelva. AlSeñor Arzobispo de su diócesis, como pruebasuma de veneración y respeto, y por vía demejora, le deja el mejor de sus breviarios. Yluego se encamina al convento, como quien seapresura a amarrar su nave a seguro puerto. Y,además, con la clara intención de concluir enél sus días. Pero llega el pobre en la mala cir-cunstancia en que, por haberse vuelto al sigloalgunos de los padres exclaustrados, elProvincial de Tolosa prohíbe terminantementerecibir ningún otro exclaustrado. Pero todotiene remedio, menos la muerte. José MaríaAmigó convence al guardián para que el padreAmbrosio dé los ejercicios espirituales a la fra-ternidad. Así los frailes podrán comprobar si elexclaustrado que llama a la puerta conventual,y nuevamente desea acogerse a sagrado, prestapara algo más que para hacer número. Superala prueba con nota y, de nuevo, es admitido ala fraternidad.

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Están ya designados los frailes para la fun-dación de Antequera. Entre los elegidos secuenta el joven corista Fray Luis de Masa-magrell. Uno de los días el padre Ambrosio -seguramente sintiendo ya la muerte a los talo-nes, pues muere 2 de noviembre de 1880- ledice a Fray Luis de Masamagrell: Chiquet, tú teencarregarás de les meues monchetes (Joven, tú te encargarás de mis monjitas). El jovencorista ignora que el padre Ambrosio tengafundación alguna. De todos modos, y andandoel tiempo, hará la fundación de sus hijasTerciarias Capuchinas de la Sagrada Familia.Algunas de aquellas mujeres pasarán a formarparte del grupo fundacional, por lo que laexpresión, con el andar del tiempo, resultaráhasta profética.

El 10 de junio de 1876, Témporas de Pen-tecostés, Fray Luis de Masamagrell recibe latonsura y las órdenes menores de manos deMons. Francois Lacroix, obispo de Bayona. Yya en marzo del año siguiente parte para lafundación del convento de Antequera, Málaga.Hace el viaje en la segunda expedición en com-pañía de su padre lector, fray Bernabé deAstorga. Y los fundadores se reúnen enAntequera alrededor de San José del año delSeñor de 1877. A propósito, cuando la segundaexpedición, luego de cruzar España en uno de

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aquellos trenes asmáticos, que atraviesan lameseta resoplando humo como de fumadornervioso, llega a Córdoba la mora, unos mozal-betes que les ven con aquella pinta comienzana reír a mandíbula batiente.

- Que son moros, ¿o no lo ves?, afirma unjovenzuelo fijando su atención en los más jóve-nes, con sus barbas ralas.

- Te digo que son judíos, ¿o no ves cómo vis-ten?, perjura otro, que más bien se fija en loshábitos que llevan todos.

- ¡Chico, qué bichos tan raros! ¿Queréis quevayamos y les damos una puñalada?, insinúaun tercero a quien apenas apunta el bigote.

Y a continuación sigue todo un coro derechiflas, burlas y chirigotas. ¡Y lo mal que esodebe sentar!

De todos modos al caer el día consiguen lle-gar a su destino, al convento capuchino deAntequera. Es uno de los días inmediatos ya ala festividad de San José de 1877. Al umbral dela puerta grande del convento les espera elpadre Esteban de Adoáin, y algún que otro her-mano más, llegados precedentemente.

Es el padre Esteban un navarro de cuerpoalto, manos sarmentosas, y de larga barba

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blanca, lo que le proporciona una estampasumamente venerable. Es una figura ascética,pero muy amable. Es un hombre al que, ade-más, hay que reconocerle que el Señor le hadotado de un gran don de gentes.

El día cinco de abril inicia una novena aNuestra Señora de la Gracia. Y el último día dela misma tiene que predicarla fuera de la igle-sia, pues dicen antiguas crónicas que se le jun-taron alrededor de quince mil oyentes. Luegode la novena, claro, ¡santa audacia!, enarbolael estandarte de la Divina Pastora y, en ordena-da procesión, lleva a la devota comitiva hasta elconvento capuchino. Es una forma de manifes-tar que aquellos bichos raros no son tan malos,ni tan raros, como parecen. Y que el conventocapuchino necesita una reparación a fondopara ser habitable, pues, el pobre, está que secae por los cuatro costados y muchos más quetuviera.

A propósito, como les han recibido en el pue-blo con tanto recelo, y hasta con temor, a juz-gar por las habladurías que las gentes se pasande boca en boca, contratan para la reparacióndel convento al albañil de peores intenciones.Es éste un tal Curro Montoya, individuo astutoe insociable, hombre de rapiña y un tanto vio-

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lento. A veces, en sus modos rudos, resultahasta insolente.

- “Que cada cual conserve lo que tenga y querobe lo que pueda”.

Es ésta la más social de todas sus teorías.Las más insociables, naturalmente, se lascalla. De todos modos su mirada torva, y suaspecto huraño y retraído, no dan a los frailesbuena espina. Menos mal que el hombre poco apoco se va convirtiendo y, algún tiempo des-pués, se erige en el mejor defensor de los reli-giosos.

Para la Cruz de Mayo, bien entrada la prima-vera, el clima antequerano es ya muy benigno.El día dura más. Y suele lucir un sol espléndi-do. Al borde de caminos y cañadas florecenarbustos, flores silvestres, cardos morados,adelfas y buganvillas. Los frailes recorren loscortijos para la mendicación. Y se van ganandopalmo a palmo la confianza de los pueblos. Ylas gentes se familiarizan con los frailes. Losaldeanos ya no les miran tan de soslayo y contanto recelo y suspicacia como al principio.

De todos modos hay que decir que por estasfechas España ha salido de un período eminen-temente revolucionario y las masas no ofrecenseguridad alguna. El gobierno de Alfonso XII no

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se cree seguro ante la conjura de los partidosque aspiran a detentar el poder. Menudean lasinjurias contra los fieles. El canto de himnosreligiosos fuera de la iglesia se castiga con mul-tas. Algún gobernador quiere encerrar a los fie-les en masa en lugar sagrado. Y hasta alcaldehubo, como es el caso del de Dos Hermanas,que abolió el Concilio de Trento, según dicen.¡Váyate por Dios!

Por lo demás los días se pasan en la soleadaAntequera con la rapidez de lo visto y no visto.Como se pasan los años de la juventud. Lospadres mayores se dan a la predicación. Loscoristas, al estudio de la teología. Y los herma-nos legos se encasquetan el sobrero de paja yse emplean en el cuidado de la huerta, en larecogida de frutas y verduras, limpieza decaminos y demás atenciones propias de todoconvento. Fray Luis de Masamagrell estudia elcuarto de teología y se dispone ya a recibir elorden sagrado del subdiaconado. Lo recibe consu compañero, fray Francisco de Valencia, el15 de junio de 1878. Y se lo otorga el obispo deMálaga, Mons. Esteban José Pérez, ad titulumpraeceprtatis (¡caramba con los clásicos!). Esdecir, para entendernos, a título de pobreza.

Los capuchinos, apenas plantados en Ante-quera, inician su rápido desarrollo. Pero pron-

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to se dan recelos en la fraternidad. Tambiénentre ellos hay desavenencias y contiendas. Yal padre Bernabé de Astorga lo ponen como nodigan dueñas. Tanto que los jóvenes coristasescriben a Roma. Menos mal que luego se redi-men en la primera oportunidad. Copiando elmodelo de la política de España de entonces,también entre ellos hay dos bandos. Quienesdesean para Comisario General de los españo-les al padre Bernabé de Astorga, y quienes pro-ponen al padre Joaquín de Llevaneras. Y lopeor de todo es que ambos contendientes pre-tenden servir a la Orden pero, a ser posible,desde la cúpula de la misma, naturalmente.Esta vez Fray Luis de Masamagrell escribe alMinistro General de Roma proponiendo para elcargo a su buen padre Lector. Lo propone paraComisario General de España. Ignoramos sobrela oportunidad de la carta. Tampoco sabemossi de la misma se le derivaron serias conse-cuencias en lo sucesivo.

De todos modos, y para darnos cuenta delespíritu que en aquel entonces anima al jovenFray Luis de Masamagrell, hay que decir que eldía de difuntos del año 1878 emite su Voto de Ánimas. Es decir, voto de entregar todassus obras buenas para liberar del purgatorio -incluso dando con sus huesos en él a su muer-te- a cuantas almas desee salvar la Santísima

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Virgen. ¡El de Masamagrell no se anda con chi-quitas, no!

Aseguran algunos que Fray Luis de Masa-magrell estuvo de familia en la fraternidad deSanlúcar de Barrameda. No resulta fácil saber-lo hoy y, menos todavía, poderlo demostrar. Detodos modos, si fuese verdad, hubo de ser pormuy poco tiempo, pues en enero de 1879 loencontramos ya en la fraternidad del conventocapuchino de Montehano, en Cantabria.

El convento alcantarino de Montehano es un trocito de encanto adelantado hacia el Can-tábrico, desposado con el mar océano. Se abrea la mar y a la vida en la ría que penetra entreSantoña y Laredo. Y el convento se definecomo mansión de paz, donde todo ruido mere-ce el nombre de irreverencia, a no ser el delmar. Tiene el encanto agreste de un retiromonacal.

Fray Luis de Masamagrell viene a Montehanoun día lluvioso del mes de enero de 1879. Con-cretamente, llega al atardecer del día 19, enque la iglesia celebra de Los Santos Mártires de Esmirna. Va a formar parte de la nueva fra-ternidad. Y la vida conventual se inaugura aldía siguiente, festividad de San Sebastián,quien será en lo sucesivo el patrón del conven-

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to, como lo fue con anterioridad a la exclaus-tración.

El convento, sobre un cerrillo, es un viejocaserón rodeado de castaños, encinas y hayascentenarias. Luce, frente al mar y al oriente,una portada antañona de piedra, que muestrasus muchos años y su larga historia. El con-vento semeja un viejo galerón anclado en labahía. Lo construye don Beltrán León deGuevara en 1421 para los padres observantes,quienes lo habitan hasta la exclaustración de1835. Pasa luego a los padres capuchinos a finales de 1878. Tiene una capilla monacalun poquito oscura, pero recogida y silenciosa,donde reposan los restos mortales, tanto de sufundadora, la Marquesa de Viluma, como losde doña Bárbara Blomberg, la madre de aquelgran genio de la guerra que fue don Juan deAustria, el Jeromín del padre Coloma.

En el cercano pueblo de Santoña recibe FrayLuis de Masamagrell, el 8 de marzo de 1879, elorden sagrado del diaconado. Y el día 29 delmismo mes y año, y en su mismo convento, elpresbiterado. Es la cuarta dominica de cuares-ma de aquel año y se lo administra el señorobispo de Santander Mons. Vicente Calvo yValero. Él fue quien hizo donación del conventoa los capuchinos. A partir de entonces da

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comienzo a una intensa vida pública de servicioy apostolado entre las gentes de la Montaña.

A propósito, uno de aquellos días, en queestá dando ejercicios en la parroquia deEscalante, concretamente el día de san Isidro,bien entrada ya la primavera montañesa, frayMelquíades baja a su encuentro a la parroquia.Le acompaña don Pantaleón Mier, cura párroco;el teniente de alcalde del municipio, don RamónHaya; y una señora de lactancia, llamada JosefaCastillo. Bien envuelto, y en una canastilla demimbre, le traen un nuevo Moisés, pero desecano. Lo ha encontrado fray Melquíades alabrir por la mañana el postigo de la puerta delconvento. No está bautizado. Se le pondrá pornombre Jesús, María y José, se lee en un pape-lucho colocado en el fondo de la canastilla. Ylos cuatro acompañantes empeñados en que lobautice Fray Luis de Masamagrell. Ante lainsistencia no puede negarse y así lo hace,dando al acto la mayor solemnidad posible. Esel primer bautismo que hace y, a un MarcelinoPan y Vino cualquiera. Fue anuncio y presagiode la fundación que más tarde hará de laCongregación de Terciarias Capuchinas de laSagrada Familia, cuyo ministerio de bautizartambién sus hijas espirituales llevarán luego acabo en los lugares más alejados e inhóspitosdel globo terráqueo.

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Por lo demás su ministerio en la Montaña esel ministerio sacerdotal. “El Señor me ha ungi-do y me ha enviado para predicar la buenanueva a los abatidos, sanar los corazones que-brantados, notificar la libertad a los cautivos,anunciar la liberación a los encarcelados, yproclamar el año de gracia del Señor”. Y enatención a dicho ministerio recorre los pueblosde Escalante, Isla, Soano, Cicero...

“¡Qué bellos son sobre los montes los piesdel mensajero que anuncia la paz!”

Su preocupación es la de ser testigo de laPalabra. Es decir, vive obsesionado por esparcirla semilla evangélica. Palabra orada, palabrameditada, palabra predicada, palabra significa-tiva... Y no cabe duda de que aquel año, con laayuda de Dios y del trabajo humano, hace unabuena sementera. Pues muy pronto brotanpujantes las Hijas de María y los Luises y,andando el tiempo, también numerosas vocacio-nes de vida consagrada para sus hijas terciariascapuchinas.

Precisamente por estas fechas es. Concreta-mente, el Lunes de Pascua. Tiene que predicaren el pueblecillo de Soano la fiesta de laSantísima Virgen, patrona principal del pueblo.Lo cierto es que se hace un lío y hasta pierde elhilo del sermón que, por lo demás, tiene muy

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bien aprendido de memoria. Pero al salir de laiglesia una anciana prorrumpe en alabanzas:¡Bendito el vientre que te concibió!, y que élagradece con toda el alma por ser un elogio desu buena madre. Seguramente que al sermónasistió también la joven Petra María Quintanaquien, años después, ingresa en la congrega-ción de sus hijas terciarias capuchinas y hoyse la honra ya con el título de Beata Rosario deSoano, mártir.

Por lo demás todo su ministerio en laMontaña se centra en predicar ejercicios espi-rituales, dar misiones populares, visitar la cár-cel de Santoña y servir la dirección espiritual,por las mañanas; y por las tardes, vida con-ventual de oración, silencio y recogimiento, yvida de fraternidad. Así se va preparando en lasoledad de Montehano, frente al mar, para su siguiente ministerio pastoral en el conventode Santa María Magdalena de Masamagrell,Valencia, su pueblo natal.

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Fray Luis de Masamagrell despliega unagran actividad apostólica en la Montaña.Tanta que llega a enfermar. Por otra

parte el Comisario Apostólico de entonces,como todos los comisarios del mundo, mantie-ne abiertos más frentes de batalla que soldadosdispone para la guerra. Pero no hace problemaalguno por tan poca cosa. Cambia el personal asu placer, y ya está. Le basta decir: “Hermano,la Santísima Virgen quiere que Su Caridad setraslade mañana a tal convento”. Y a la maña-na siguiente se puede ver a dicho hermanitocon su hábito, y el hatillo al hombro, caminode su nuevo destino.

- ¿Lo quiere la Santísima Virgen o lo quiereel Padre Comisario?

- Es igual. Lo quiere, y basta.

Sea como fuere, lo cierto es que el padreJoaquín de Llevaneras durante el verano de1881 envía al novel sacerdote Fray Luis de

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5. EL CONVENTO DE LA MAGDALENA

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Masamagrell a la casa que unos bienhechoresdel convento tienen en Escalada, Burgos, ycuya dueña es oriunda del pueblo de Esca-lante. Le envía a reponer su salud y a esperarobediencia. Precisamente lo manda a casa delos Diez-Gallo.

Esta familia habita una casita en el altillo dela carretera de Montehano a Cicero. Y cuandoalgún viajero quiere llegar al convento deMontehano, si la marea está alta y el conventorodeado por las aguas de la ría, la familia Diez-Gallo toca una campanita. Y el barquero de losfrailes toma su barca -que para estos casos losReyes Católicos regalaron una al convento- ysale a recoger al caminante. Por esta razón lafamilia es muy amiga de los frailes. Posee ade-más, como digo, una buena casa, sólida, depiedra y con escudo de armas nobiliario en elfrontis, en Escalada.

En dicha quinta o masería -piensa el pa-dre Joaquín de Llevaneras- puede muy bien Fray Luis de Masamagrell reponer su salud.Entretanto él elabora las tablas de las diversasfamilias capuchinas. A Fray Luis de Masa-magrell lo destina al convento de Fuenterrabía,Guipúzcoa. Pero, pensándoselo mejor, lo cam-bia por el P. Buenaventura de Lumbier. Y, fi-nalmente, termina por enviarle de familia al

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convento de La Magdalena, en Masamagrell, supueblo natal.

El Reverendísimo, nos dice Fray Luis deMasamagrell, ha consultado al doctor y éste leha dicho que juzga conveniente su traslado alpaís de origen, para ver si aquellos aires yaguas le prueban mejor. Lo cierto es que, dadoque no debe de existir gran diferencia entre losaires y aguas de la Montaña y los de Levante -vamos, eso al menos pensamos nosotros- eltraslado seguramente se debe a la voluntad deDios y a la conveniencia del padre Joaquín deLlevaneras, que necesita padres jóvenes para eltrabajo.

El primer día de agosto, pues, Fray Luis deMasamagrell toma en el norte uno de esos tre-nes que, jadeantes y asmáticos y dando negrosresoplidos, como de fumador nervioso, cruza laancha piel de toro llamada España. El amane-cer del día dos hace su entrada en Valencia.Primero Segorbe, luego Sagunto, y Masa-magrell, y el Barranc del Carraixet, y Alboraya...Su buen amigo José Guzmán no tiene pacienciapara esperar y sale aquí a recibirlo. ¡Qué sanaalegría! ¡Qué abrazos efusivos, largos, intermi-nables!... Puede figurárselos quien conozca elcarácter abierto, franco y efusivo de los hijos dela Huerta Levantina. Todavía disponen ambos

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amigos del tiempo suficiente para poder lucrarla indulgencia de la Porciúncula, es decir, delllamado Perdón de Asís.

Desde Alboraya lo acompaña a la estaciónChurra de Valencia, donde le esperan donFrancisco Pérez Montejano y Julio Amigó, suhermano. Y los cuatro se dirigen a casa, dondeya les están aguardando asimismo sus treshermanas y otras señoras. Aquí nuevamente serepiten los abrazos y demás muestras de cariñoque han agrandado los casi ocho años de obli-gada ausencia desde que zarpó para Bayonaaquella noche triste del Sábado de Pasión, 28de marzo de 1874.

Al día siguiente, misa de acción de graciasen el camarín de la Virgen de los Desampa-rados, y cuarenta y ocho horas más para dis-frutar con la familia. La estricta observanciacapuchina, en aquel entonces al menos, no dapara más.

A los dos días, y al caer de la tarde del cincode agosto, Fray Luis se presenta en el conventocapuchino de La Magdalena, donde la obedien-cia le retiene por varios años. Los suficientespara que, durante éstos, oriente a sus herma-nas en la elección de estado y pueda bendecirpersonalmente en matrimonio a las tres. A lapuerta de los cipreses grandes del convento

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salen a recibirle el padre Estanislao de Reus,guardián, y el padre Tomás de la Piña, maestrode novicios. Fray Luis de Masamagrell, apenasllega al convento, es nombrado ya vicemaestrode novicios y organizador de las venerablesórdenes terceras en tierras levantinas.

Es la Magdalena el típico convento francisca-no de la estricta observancia. Edificado bajo lapiedad, sobriedad y pureza franciscanas definales del XVI, presenta la austeridad arqui-tectónica capuchina propia de la época. En sufachada resalta la imagen de la Magdalena, ylos siete Dolores, en cerámica de Manises. Enel centro, una gran cruz de hierro de forja,media docena de cipreses, algunos banquillosrústicos de mampostería y... la imagen delcapuchino que desgrana viejas cuentas delrosario. La exedra de los cipreses grandes invi-ta al peregrino a un sorbo de agua y de silencioantes de acceder al interior de la oscura iglesiamonacal.

Ya dentro, las celdillas se alinean en torno aun patiecillo central. Tampoco falta la cisternaclaustral, como en el convento de Bayona,sobre la que se eleva una bella imagen de laInmaculada, con su enredaderilla en medio, sugarrucha y su herrada, y con su corredorcillocircular bajo y silencioso cuyos lunetos acogen

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ingenuas escenas de la vida del Seráfico PadreSan Francisco.

Dicho convento fue fundado por San Juande Ribera en el año del Señor de 1597, y en elmismo se pudo gozar de la paz del claustro yde los tibios amaneceres de la huerta hasta el1835, en que sus moradores son expulsados.Un piezazo enorme y despiadado destruye lavida religiosa en él. Ni más ni menos que comoen tantos otros monasterios. Pero el 4 de octu-bre de 1879 nuevamente lo reabre la tenacidadde los padres capuchinos. A dicho convento esenviado Fray Luis de Masamagrell el verano de1881, como digo. Desde entonces el viejo con-vento, pleno de vitalidad, da la impresión de ungaleón que, arriadas sus velas, reposa plácida-mente en las márgenes juncosas del MarMediterráneo. Los tonos verdes de sus naranja-les, en contraste con los dulces y suaves delazul marino, dotan al monasterio capuchino deun marco de ensueño.

Algunos hechos, de aspecto como milagroso,se dan los primeros años de estancia de FrayLuis en el convento de la Magdalena. Uno delos que ocurrió es la célebre multiplicación delpan de un mediodía cualquiera. Algo simple,pero hermoso. ¡Que éstos son los temas deconversación en la casa del pobre!

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Los capuchinos de entonces viven de limos-na. Limosna que, por lo demás, pueden pedirúnicamente en especie. Esto les obliga a vivir aldía, pobres e itinerantes. Y a aferrarse a laProvidencia como a una divina madre. Pues,saben por experiencia que al día siguiente hande salir de nuevo a la mendicación. Aquel díalos hermanos limosneros se han marchadolejos. Y, claro, lo que siempre sucede. Bastaque falte pan para que a uno le entre hambrede siete días. En todo caso al ver el padre guar-dián que los limosneros no vuelven para lahora de comer, llama a Fray Luis y le dice:

- “Véngase conmigo y repartiremos el panque haya en cada uno de los puestos de losreligiosos”. Y así lo hacen.

Pero como, según costumbre de la Orden, loúnico que los religiosos pueden pedir, si lesfalta, es pan y agua, y en la fraternidad lamayor parte son religiosos jóvenes, es de espe-rar que, al poco de comenzar a comer, empie-cen también a levantarse a pedir pan. Por estole dice a Fray Luis el guardián, padre Reus:

- “Hoy va a ser la risa lo que suceda en elcomedor.”

Pero, ¡cuál no sería la admiración de ambosviendo que todos comen y que nadie pide pan!

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Piensan que los frailes se han hecho cargo dela falta de pan y que por esto no lo han pedido.Pero, concluida la comida, dan una vuelta porel refectorio y aún hallan en muchos de lospuestos algún mendrugo de pan. Por lo quehubieron de exclamar:

- “¡Bendita sea la providencia y misericordiadel Señor!”

Otro de los numerosos hechos que ocurrepor aquel entonces en el convento es el caso delos pellejos de aceite. Es un día lluvioso deoctubre. Amanece. Una llovizna tonta azota loscañaverales. A ratos, sobre la huerta, luce unsol bobo, abotagado y bermejo, como polvo deladrillo. Tonet, el del molino, lee el periódico ala puerta de su aceña. Un pensamiento loco lemartillea las sienes. Y piensa para sí:

- “Los frailes de la Magdalena deben de estarpasando hambre. Sin duda con este tiempo -sedice- no han podido salir hoy a la mendica-ción.”

A toda prisa toma un saco de harina. Loamasa. Y cuece el pan. Por el caminillo hondode los llidoners o almeces parte raudo hacia elconvento. Y toca a su puerta en el preciso ins-tante en que una fila interminable de frailesestá haciendo su ingreso en el refectorio.

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¡Bendito sea Dios en su Providencia!, excla-ma Fray Luis, mientras se dirige a la porteríapara agradecer donativo tan oportuno. Es inú-til. Tonet se pierde ya lejos, por la vaguada delos cipreses grandes. Vuelve a su tahona de laPunta de Ruzafa. Mientras tanto sigue llovien-do. Es una lluvia menuda. Un chirimiri quecala hasta los huesos. Llueve a intervalos.

A finales de 1885 el Padre Luis es elevado arango de guardián del convento. Un conventoque, al menos a mesa -que suele ser lo máspreocupante para guardianes y, sobre todo,para administradores- son ochenta que vivende limosna. Es seguramente éste el año mástrabajoso, por los hechos dolorosos que lesuceden. Tanto que llega a enfermar porsegunda vez. Mueren cuatro de los religiosos dela fraternidad y otras cuatro de sus hijas ter-ciarias. De todos modos hay que confesar que,no obstante, cuenta con la Divina Providenciaque le es propicia durante el cólera de 1885.

Una tarde de abril, bermeja y áspera comocilicio de fraile, el cabo de la Guardia Civil gol-pea con la aldaba a la puerta del convento de laMagdalena.

- “Padre, lo siento, pero no tengo más reme-dio que acordonar los pueblos de Masamagrell,Museros y la Puebla de Farnals. Los frailes no

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podrán salir”. La epidemia del cólera se extien-de ya como mancha de aceite, con un silenciodefinitivo.

- “Pero, ¿no saben ustedes que somos másde ochenta -le replica Fray Luis-, y que vivimosde limosna?”

- “¡Qué quiere que le diga, padre! Nosotroscumplimos órdenes.”

El Venerable Luis Amigó tan sólo puedemurmurar:

- “¡Pues Dios proveerá!”

Y así sucede, pues el Señor proveyó. ¡Y dequé manera tan abundante, caray! Un constan-te hormigueo de gentes de a pie, por entre losnaranjales y las empalizadas de las huertas,llevan provisiones a la Magdalena. Acarreanvíveres a los frailes en tal abundancia que tie-nen alimentos para muchos días. Incluso parala olla de pobres y estudiantes que a las doceacuden a la puerta del convento con escudillasa procurarse la sopa boba.

¡Sea bendito el Señor en su Providencia!,exclama el bueno de Fray Luis de Masamagrell.

De todos modos no se crea que las tierraslevantinas se arrullan en las olas del MarMediterráneo en su primigenia inocencia terre-

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nal, como en el regazo amoroso de un diosinmenso. Que los cañaverales crían sierpes y,en mentes turbias y corazones torcidos, suelefermentar la tiña destructora de la mejor con-vivencia. Y las tierras de Alboraya, tierras del sol naciente, son una buena prueba de ello.La Barraca, de don Vicente Blasco Ibáñez,ambientada en el lugar, viene a confirmar lodicho.

Por esta época el pueblo goza de las suavesauras marinas. El campo y los caminos propor-cionan esa pequeña emoción latina de yuntas ycaballejos de labranza. Pero la aparente pazvirgiliana se ve alterada con la llegada de unsegundo cacique al pueblo. Don Manuel JuanSoler es el nuevo párroco. Ha sido capelláncastrense y a su hábito talar se le han ido aña-diendo ribetes de mando militar y los monosíla-bos rudos y tajantes del cuerpo. Naturalmente,su actitud contrasta fuertemente con las for-mas de decir y hacer de don Antonio Martí, unalcalde a la vieja usanza. Y no sabemos si espor herencia familiar, o por terquedad caciquilde su padre, pues en el pueblo nadie sabecuando recibió la vara de mando. Lo cierto esque el señor párroco no pisa demasiado la igle-sia. El continuo visiteo al casino de Bétera nole permite tiempo para tanto. Y al señor alcaldetampoco. Y no es por oposición sistemática a la

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religión, no, sino simplemente que no hay pe-ligro de que le vaya a invadir veleidad místicaalguna. Y es que a las funciones religiosas lestiene alergia simplemente porque sí.

En un segundo punto están asimismo am-bas autoridades de acuerdo. Es en profesarseuna mutua y cordial enemistad. Por esto causala natural sorpresa el advertir que cierto díapárroco y alcalde acuden a sus respectivos ydistantes puestos en la función de iglesia queFray Luis de Masamagrell se dispone a celebrarcon sus terceros. Ambos, la verdad, acudensimplemente para cumplimentar la amableinvitación que el fraile capuchino les ha cursa-do. Además es una forma de demostrar quetodavía, gracias a Dios, existen clases. Pero ellevantarse de sus respectivos asientos, comomovidos por un resorte invisible, y abrazarseambas autoridades en medio de la iglesia, estodo uno. Sin duda es obra de la gracia deDios, y de Fray Luis que ha tejido un sentidofervorín sobre el perdón de los enemigos. Otrotanto, siguiendo el ejemplo de sus autoridades,realizan los feligreses enemistados. Doña MaríaPastor, por una parte, y don José Llistar, médi-co del pueblo, por otra, ambos asistentes alacto, vienen a confirmar el relato autobiográfi-co del Padre Luis. Y hasta el día de hoy se refie-

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re el hecho por tierras de Alboraya, y sus yaescasas barracas.

El caso de la Punta de Ruzafa, sucede tam-bién por las mismas fechas, sí. Y asimismo esdigno de relatar. Nosotros lo relatamos así: Enla Partida de la Punta, frente al mar, ha funda-do Fray Luis de Masamagrell la orden terceraseglar. Las fiestas patronales del pueblo secelebran el día de la Inmaculada. Y ha sidoinvitado a predicar el sermón de la misa mayor.Estando en conversación en casa del hermanoministro, luego de cenar, éste le dice que lasgentes están divirtiéndose en la plaza. Repre-sentan Els Coloquis, que escenifica el llamadoBaile de Torrente.

Lo cierto es que, como tiene noticias de lasindecencias que se representan y cantan endichas diversiones, lleno de indignación deci-de ir -crucifijo en mano, cual otro FranciscoJavier- y echar en cara el hecho a los come-diantes. Pero, dado que le disuaden de ello,decide volverse al amanecer al convento y dejaral pueblo sin sermón. También de esta decisiónconsiguen disuadirle, pero en el sermón de lamisa de tal manera arremete y recrimina elabuso de mezclar los obsequios a la Virgen conlas diversiones que ofenden al Señor, que ni los

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mismos clavarios se atreven a ponerse en supresencia.

- ¡Ah! ¿Que qué es el Baile de Torrente?

- Sencillamente, es una pantomima coreo-gráfica popular valenciana. Se compone de bai-les y episodios cómicos. Y concluye con ladenuncia al Corregidor de que los gitanos hanengañado a un vecino del pueblo en las ventasrealizadas. Éste trata de apresarlos con lo quese arma una zapatiesta y contienda fenome-nal entre los gitanos y la ronda, con lo que se da fin al baile, que acaba como el Baile deTorrente.

- ¿Y por esto tanto revuelo?

- Pues sí. Porque a Fray Luis el celo de lacasa de Dios le devora. Reconocerá luego quetal vez no fue lo suficientemente prudente enesta situación. Lo cierto es que hasta los mis-mos comediantes quieren citarle a los tribuna-les. No obstante acaban por ir a pedirle perdón,al tiempo mismo que manifiestan su resoluciónde no hacer más semejantes espectáculos.

- “¡Bendito sea el Señor que de tal modomueve los corazones de los hombres valiéndosede los más viles instrumentos!”, exclama FrayLuis de Masamagrell.

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De todos modos las continuas salidas delpadre guardián a las predicaciones cuaresma-les, a las reuniones de los cuartos domingos demes en La Montañeta del convento, las fre-cuentes peregrinaciones y, finalmente, las rei-teradas visitas con motivo de sus fundaciones,ofrecen del Padre Luis, al finalizar su guardia-nía -especialmente a varios de sus hermanosde fraternidad-, la figura de un guardián ale-gre, disipado, poco recogido, sin espíritu capu-chino y... no sé cuantas cosas más.

De todos modos -y siempre bajo la aparien-cia de no violentar la propia conciencia- algunode sus hermanos en religión, y hasta de tomade hábito, escribe a Roma acusándole de fre-cuentes salidas del convento y de trato conseglares y con su familia, que lo ha puesto enun estado tan disipado que parece un niño queno tiene quien le mande. Asimismo le acusa deque nunca está en casa, de mucho trato conseglares, de salidas a bautizar a sus sobrinos.¡Ah!, y también de gastos superfluos, como esel caso de haber puesto teléfono en el conventoy hecho una conducción de aguas hasta la cruzde La Montañeta.

Evidentemente no debe de resultar cosa fácilarmonizar la restauración de la venerableorden tercera de penitencia en la Comunidad

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Valenciana, fundar dos congregaciones religio-sas y, al mismo tiempo, ser fraile de celda. Perobueno, ¡Sea todo por el amor de Dios!

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Fray Luis de Masamagrell es la fiel imagendel capuchino, del de antes, del tradicio-nal. Religioso sencillo y campechano,

sonrosado y robusto, con su estameña parda,su amplia barbita y sus sandalias. Con sucapucha, su rosario y su cordón de lana blan-ca, limpia.

Espiritualmente Fray Luis de Masamagrelles el religioso piadoso y paciente. Misionero ypopular. Caritativo y ecuánime. Cargado deexperiencia y devociones... ¡Ah!, y altamenteprovidencialista. Que los capuchinos de laRestauración, todos, parecen directamenteconectados con la Divinidad.

En la fraternidad de Santa María Magdalenase han venido reuniendo frailes mayores conun grupito de jóvenes. En verano los días sonlargos y las noches frescas. Los frailes, luego detomar la frugal colación, tienen el recreo de lanoche. Lo disfrutan en el patio de los cipreses

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6. COMISARIO DE LA ORDEN TERCERA

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grandes. A la puerta de la iglesia conventual.Es un lugar fresco y agradable. Los mayorestoman asiento en unos banquitos de pobremampostería adosados a la pared. Y los jóve-nes, a su alrededor, escuchan las batallitas aca-ecidas a los más ancianos en las misiones máslejanas.

Sin duda que comentan también sobre elComisariato Apostólico. Y, por supuesto, sobresu venerable padre comisario, el padre José deLlerena. Lo cierto es que una de las primerasempresas en que el recién llegado Fray Luis deMasamagrell ocupa su tiempo es en trabajarpor la supresión del Comisariato. ¡Ah!, ¿quequé es el Comisariato Apostólico?

Sencillamente, es una regalía de la que dis-frutan los capuchinos españoles cuando elsuperior general de la Orden no es español.Disponen de un comisario apostólico con quienorganizan su vida religiosa sin contar conRoma. Y es que, en la época de que tratamos,los religiosos españoles están bajo una dobleautoridad. Pero resulta -y así lo dice la Biblia-que nadie puede servir a dos señores. Y asítambién lo practican demasiados eclesiásticosdel siglo XIX. Se someten de peor gana a laautoridad de su respectivo soberano que a ladel Papa Rey. Y, frecuentemente, desobedecen

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a entrambas autoridades. Que en esto -¡porqué no decirlo!- algunos eclesiásticos se mani-fiestan un poco demasiado cerriles. Y por estacausa lo que frecuentemente consiguen, y nosin razón, es ser expulsados sucesivamente delas diferentes naciones de Europa.

Y, ¿qué supone la supresión del ComisariatoApostólico?

Sencillamente, supone la unión de los capu-chinos españoles con la cúpula de toda laOrden. Han vivido días de destierro. Y ahorasaldan la unión con un pacto de obediencia yde unidad en la fraternidad. Los ochenta capu-chinos de la Magdalena, que se dice pronto,pueden cantar a coro: ¡Oh, día verdaderamentefeliz! ¡Cuán bello y cuán dulce es vivir los her-manos unidos! Y así se lo escribe el joven PadreLuis, guardián ya del convento, al MinistroGeneral. Francamente, la unión con toda laOrden es un hecho glorioso, honra de los capu-chinos españoles.

Otra de las empresas a que el joven FrayLuis de Masamagrell se entrega denodadamen-te en el convento de la Magdalena es la deimpulsar las órdenes terceras. Apenas llegadoal convento, el padre guardián, que a la sazónlo es Estanislao de Reus, con muy buen aciertole nombra Comisario de la Venerable Orden

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Tercera. Y con fecha 20 de octubre de 1881 leotorga todas las facultades inherentes al cargo.Ministerio apostólico tan conforme a sus aficio-nes lo recibe con satisfacción, pues sabe porexperiencia el gran bien que la Orden Terceraaporta a las almas y a los pueblos.

Desde luego echar adelante las órdenes ter-ceras es una empresa titánica. En Masamagrelly sus alrededores no se conoce la OrdenTercera. En Alcira y otras ciudades lleva unavida lánguida. Efecto de la exclaustración, yluego de más de cuarenta años expulsados losreligiosos, cometen no pocos abusos contrariosa la vida misma de la Orden Tercera. Ministro ymaestro de novicios hay que ignora exista unaregla para los terceros. Éstos visten y profesana la vez. Aquellos delegan sin tener potestad.Finalmente la generalidad de las congregacio-nes ni conoce los visitadores, ni sabe lo que esuna visita.

Pero esto no arredra al joven y dinámico FrayLuis de Masamagrell. Se da cuenta enseguidadel gran interés del Pontífice reinante, SuSantidad León XIII, para infundir en el mundoel espíritu seráfico de las órdenes tercerasseglares. Es el único que puede transformar lasociedad actual, según dice. Pero el bondadosoPadre Luis está bien formado en el espíritu

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seráfico de la Tercera Orden Seglar. Vive eseespíritu franciscano de profundo amor, venera-ción y respeto al señor Papa, a los clérigos yprelados de la santa romana Iglesia. Enseguidase da al trabajo de visitar y restaurar las anti-guas congregaciones de Valencia, Castellón,Alcira, Benaguacil, Godella, Alboraya y la de LaOllería.

Y asimismo se entrega en cuerpo y alma a lafundación de la Orden Franciscana Seglar enlos diversos pueblos de la Comunidad Valen-ciana. La primera congregación que instaura esla de Masamagrell, en el otoño de 1881. Igno-ramos cuántos toman el hábito en la primerainvestición del mismo en la Magdalena y de quépueblos proceden los terciarios. Pero deben deser numerosos, pues poco a poco llegan a serterciarios la mayor parte de los hombres delpueblo.

Luego funda la de Ador, en la huerta deGandía, a principios de 1883. Sigue la deRafelbuñol, en junio del mismo año. Poco des-pués, a finales de noviembre de 1883, la deGodella. Seguidamente la de Manises, en febre-ro de 1884. Luego la de Vinalesa, en mayo de1884. Y la de Albalat dels Sorells, a mediadosdel mismo año. A ésta siguen las de Meliana yFoyos. Finalmente la de Alfara del Patriarca, en

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1888. Y la de La Punta de Ruzafa, frente almar. Y visita las de Godella, Casinos, Alcudiade Crespins, y varias otras poblaciones más,todas ellas pertenecientes al distrito del con-vento de la Magdalena, por no haber otro con-vento de la Orden en todo el reino. Así es queenseguida se da a la instauración, visita y res-tauración de las órdenes terceras por toda lacomunidad levantina.

Pronto el Padre Luis adquiere para el con-vento de la Magdalena la Montañeta. Es éstaun erial, con algunas matujas de brezos yaulagas, unos pocos arbustos y algunas plan-tas sueltas de algarrobo y olivo, junto al con-vento. Es lo que en aquel entonces se permitetener en posesión a los capuchinos para poder-se proveer de un poco de leña para el invierno.La adquiere para el convento el ex capuchinoVicente de Elche en 1886 y la entrega a lospadres capuchinos. Fray Luis de Masamagrellenseguida hace el trazado de caminales, laplantación de pinos y cipreses y la restaura-ción de la deliciosa capilla de Santa MaríaMagdalena. Luego construye el calvario y cavaun pozo en la parte más alta, con una alberca,para el riego de las plantas. En medio de lahuerta levantina, y circundado de naranjales,es un parque delicioso y un buen lugar para elesparcimiento.

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Y es digna de ver la Montañeta. ¡Tan concu-rrida los cuartos domingos de mes...! ¡Y québullicio y algarabía las tardes de los días pas-cuales! ¡Qué variopinto mosaico de pañuelos yvestidos festivos para tomar la célebre mona dePascua! Precisamente un cronicón de la época,rescatado de un montón de papeles pringosos,nos ha conservado el siguiente diálogo, chispe-ante, habido junto a uno de los casalicios delcalvario:

- ¡Mira que el padre Francisco de Orihuelapredica con unción! ¡Es un santo!, aseguraPepica, la de Luis el leñador.

- Claro que ya es algo mayor. Y en sus pláti-cas siempre incluye un pensamiento final a laInmaculada. Es su devoción preferida.

- ¡Lástima que se marche a las Misiones!,afirmaba otro.

- Creo que han dicho que se va a las Améri-cas. A la Guajira, o algo así, aclaraba el herma-no Pelegrín de Moncada, algo más enterado delasunto.

- Ya podían enviar a otro, replica a su vezPepica. ¡Es una lástima! ¡Una lástima! (y labuena señora manifiesta un sentimiento comoquien está a punto de perder a alguien a quienconsidera muy suyo).

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- El Padre Luis de Masamagrell, en cambio,es más impetuoso, apostillaba un tercero.

- Claro, claro, decía muy convencido Nelet, elpescador de Alboraya. Es que es media docenade años más joven. Y eso, a su edad, se notamucho. Pero mira, ¡mira qué porte tan modestotiene el Padre Luis!

Y así sigue dialogando la nutrida concurren-cia, alguno de cuyos miembros todavía conti-núa recostado sobre un casalicio del calvariohecho de ladrillo cara vista. Y allí siguenpegando la hebra diversos terciarios más.

¡Ah!, con la restauración e instauración delas terceras órdenes nace asimismo la revistaEl Mensajero Seráfico. Es el portavoz oficial dela Orden Tercera. Dicha revista tiene una graninfluencia, pues es de periodicidad mensual y muy bien impresa. Pone de relieve el floreci-miento, el entusiasmo y el fervor extraordinariode los nuevos terciarios. Ellos mismos la escri-ben. Y ellos mismos se encargan también depromocionarla y de difundirla. Y es tal enton-ces el entusiasmo de los terciarios que, al cele-brar la visita o fundar una nueva congregación,todas las hermandades comarcanas acuden enromería con sus respectivos estandartes. Sepudiera decir que los terciarios están en conti-

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nuo movimiento y siempre con deseos de hacermás y de mostrar nuevas manifestaciones.

- ¡Y las peregrinaciones!

Memorable es la primera, organizada al RealMonasterio de Nuestra Señora de los Ángelesdel Puig de Santa María. Es la primavera delaño 1884. Los peregrinos asistentes se calcu-lan en cerca de cinco mil. Solamente repartir lacomunión dura sobre una hora, no obstantedistribuirla cinco sacerdotes a la vez. Se aca-ban las formas y algunos romeros tienen quevolver a la Magdalena a que el padre Franciscode Orihuela les dé la comunión. En esta oca-sión fray Crispín de Moncada cuenta el milagroobrado. De la primera misa, también llamadade Comunión, había quedado tan sólo unaforma en el copón. ¡Pero lo ha mandado elPadre Luis...! Y el padre Francisco de Orihuelada de comulgar a todos, sobrando todavía unasola forma en el copón, como perjura habervisto él mismo con los propios ojos de su cara.

La segunda peregrinación se lleva a cabo el13 de octubre de 1886. Y ni en solemnidad ni,por supuesto, en número de peregrinos esmenor que la primera. A cantar la misa mayor,la de las diez, acude al santuario el piadosodon Salvador Giner y cerca de sesenta escogi-dos profesores de su capilla. Y por la tarde can-

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tan un solemne rosario por la población. Elpadre comisario despide la piadosa comitiva altiempo que los romeros con un sí clamorosoprometen al Padre Luis volver al Santuario.

Pero la más numerosa, sin duda, es la terce-ra, la del día de San Miguel de 1889. Superalos siete mil romeros. ¡Y se compone únicamen-te de terciarios! Es verdad que, cual otros nue-vos macabeos, acuden a Nuestra Señora de losÁngeles del Puig a reclamar de la Señora lalibertad de Su Santidad Pío IX. El papa estáprisionero en el Vaticano desde la toma dePorta Pía por las tropas italianas al amanecerdel 20 de septiembre de 1870. Pero no esmenos verdad que los terciarios responden conentusiasmo a la llamada del Padre Luis, ávidoscomo están siempre de nuevas manifestacionesde fervor.

Puede extrañar la enorme eclosión de los ter-ciarios en esta época. Pues en 1892 pertenecenal convento capuchino de la Magdalena nadamenos que 6.450 terciarios distribuidos enquince congregaciones. Pero no podemos igno-rar que el espíritu seráfico tira fuerte. El espíri-tu de las órdenes terceras cala hondo en lascapas sociales. Es un espíritu muy adecuadoen toda época. Tanto es así que a la OrdenTercera Seglar han pertenecido alrededor de

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cincuenta Sumos Pontífices, entre los quepodemos reseñar últimamente al beato Pío IX,a León XIII, a san Pío X, a Benedicto XV, a PíoXI, o al beato Juan XXIII, por ser los más cer-canos a nosotros. En los sumos pontífices per-tenecientes a la Orden Tercera ha florecido demodo especial la santidad.

Por lo demás todo cuanto sucede tiene unaexplicación lógica y natural. Cuarenta años deexclaustración produce en las gentes sencillassed de religión y de piedad. Por otra parte elconvento de la Magdalena se ha convertido unpoco en centro y foco de espiritualidad de lahuerta levantina. Por otro lado los labriegos dela huerta hermanan y conectan muy bien conla sencillez y pobreza capuchinas.

Además los frailes tienen la intuición dereorganizar inmediatamente las órdenes terce-ras. Las gentes acuden confiadas al conventocapuchino donde hallan paz espiritual y direc-ción para sus almas. Acuden a veces al conven-to hasta de dieciséis horas de camino paraconfesarse. Y tan intenso y continuado es elfluir de las gentes de la Huerta Levantina a laMagdalena que, para evitar aglomeraciones, sehace necesario establecer turnos de confesiónpara las diversas poblaciones.

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De Rafelbuñol es un constante fluir de gen-tes a confesarse, a la dirección espiritual, a lle-var limosnas o a recoger agua fresca del aljibede los frailes de la Magdalena. Y lo mismo deMasamagrell, Museros o Albalat dels Sorells.Desde luego los frutos de piedad y devocióncosechados son muchos. Y el mismo noviciadose cubre de aspirantes a vestir la estameñacapuchina, llegando entonces a ser en númeromás de treinta, y van saliendo de él profesosmuy bien formados en el espíritu seráfico, quesirven de base posteriormente para otrasmuchas fundaciones.

Durante estos años, concretamente a finalesde octubre de 1886, abre sus batientes el con-vento de Ollería. Se lo piden insistentementelos terciarios del Valle de Albaida y de la llana-da de Canals. El Padre Luis media para abrir elconvento de los santos Abdón y Senén, de laOllería. El padre provincial, fray Joaquín deLlevaneras, le responde que de acuerdo, queencantado, pero que ha de ir él a ponerlo enmarcha. Luego el bendito Fray Luis de Masa-magrell confesará en confianza, pero con dolor:La Ollería ha sido un calvario para mí.

Los terciarios, siguiendo el espíritu seráfico,y las prácticas de la Escuela de Cristo, dedicanparte de su tiempo a obras de misericordia cor-

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porales y espirituales, como son enseñar al queno sabe, dar buen consejo al que lo ha menes-ter, enterrar a los muertos... Recogen en lasiglesias prensa para los encarcelados, y visitana los enfermos,... Pero todo ello a tiempo par-cial. Por esto el Padre Luis de Masamagrell pro-yecta y hace planes para la fundación de doscongregaciones religiosas. Dedicará a sus hijosespirituales a dichas obras de misericordia atiempo pleno: una femenina, a las obras demisericordia preferentemente corporales; y otramasculina, dedicada a las obras de misericor-dia espirituales.

Por eso, viendo el progreso siempre crecientede la Tercera Orden Seglar y el deseo de mayorperfección de algunas almas que quieren con-sagrarse a Dios, esto le impulsa a intentar lafundación de una Congregación de ReligiosasTerciarias Capuchinas de la Sagrada Familia y,creyendo ser voluntad de Dios, empieza a escri-bir para este fin unas Constituciones, implo-rando para ello el auxilio divino.

La fundación tiene lugar el 11 de mayo de1885, en el santuario valenciano de NuestraSeñora de Montiel, en Benaguacil. Cuatro añosmás tarde completa la obra, en cumplimientode la promesa hecha al Señor el año del cólera,con la fundación de los Religiosos Terciarios

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Capuchinos de Nuestra Señora de los Dolorespara la moralización de los penados. La funda-ción tiene lugar el 12 de abril de 1889, Viernesde Dolores, en el convento de la Magdalena, ensu pueblo natal.

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Fray Luis de Masamagrell, en sus fre-cuentes visitas a los pueblos levantinospara avivar las órdenes terceras, se ha

podido dar cuenta de lo generosas y espléndi-das que son las familias de la huerta, a pocoque tengan. En la última peregrinación aNuestra Señora del Puig ha podido tambiénapreciar el desbordante entusiasmo de jóvenesy mayores por seguir unos ideales religiosos.Ha podido comprobar personalmente las ansiasde piedad que tienen las gentes sencillas de lospueblos.

Por otra parte, en sus correrías apostólicas a lo largo y ancho de la Huerta Levantina, elPadre Luis de Masamagrell ha podido palpartambién las incontables lacras sociales quelaceran la vida de los sencillos labradores yhuertanos de la comarca. Y su piadoso espíritule insta a ponerles remedio. ¿Cómo? Con lafundación de una congregación religiosa desti-nada a solucionarlas. Y así se lo expone a los

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7. EL PROGRESO SIEMPRE CRECIENTE…

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hermanos y hermanas de las órdenes terceras.Ellos serán los primeros en acudir al reclamodel Padre Luis. Ellos también serán los prime-ros en aportar vocaciones religiosas a la nuevaCongregación. Este, el itinerario o secuencia delos hechos.

Otoño de 1884. Las gentes de la huertalevantina son naturalmente desprendidas,como digo, y sumamente generosas. Lo percibebien el pobre, el pordioseo y el menesteroso. Ylo saben también por experiencia las monjitasde Montiel. Ellas van recogiendo sus limosnaspara el Santuario, no sólo por el Campo delTuria, sino que se extienden también por laentera Comarca de la Huerta. Se llegan hastalos arrozales ribereños. Hasta el mismo marMediterráneo. El caminillo de Quart de Poblet,Aldaya y Torrente les resulta harto conocido. Ytambién el de Godella, Vinalesa, Alboraya,Almácera y Masamagrell... Y hasta el RealMonasterio de Nuestra Señora de los Ángeles,en el altozano del Puig de Santa María, lesresulta harto familiar.

Cuando el sol abre en la ribera, y riela sobreel azul del mar, la huerta poco a poco, lenta-mente, se siembra de algarabía de pájaros ycaballejos de labranza. Y las monjas descien-den la costanilla del Santuario, como bien las

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pinta Juan Bautista Porcar. A media mañanahan cruzado Meliana y divisan ya Emperador.

- ¡Qué nombre tan lindo y tan simpático!,¿verdad? ¿Y por qué le habrán puesto estenombre?, pregunta sor Francisca de las Llagasde Alcalá de la Jobada, a su acompañante.

- Sin duda alguna, responde sor Ángela dePego, compañera de mendicación y algo mayorque sor Francisca, sin duda porque lo funda elemperador Carlos V. Antes era una alquería enel camino. Aquí pernoctaba el Emperador. Almenos esto es lo que se dice en las barracas detoda la huerta. Y luego al día siguiente, a lasprimeras luces del alba, se encaminaba aValencia la Mayor.

- Oiría antes misa, ¿no?

- Sí, claro que sí. Precisamente en esa capi-llita que hemos dejado atrás, a la salida deMeliana, a la derecha. Que de entonces data suconstrucción. Y aún aseguran las gentes delpueblo que la costeó el mismísimo Emperador.

Charlando así, fraternalmente, las dos reli-giosas cruzan el poblado de Emperador, pidenlimosna en Albalat dels Sorells y en las prime-ras casas de Masamagarell, y todavía les quedatiempo para acercarse al convento capuchinode la Magdalena. Serían ya como las cuatro de

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la tarde. Los frailes han terminado el rezo deVísperas y tan sólo algún rezagado sigue reco-gido todavía en el templo monacal. La vidrieradel coro deja colar algunos rayos de luz, quepermiten distinguir, sobre el altar mayor, ellienzo de Jerónimo J. De Espinosa en que SanMaximino imparte la última comunión a laMagdalena.

Parece ser que las monjas encuentran estavez en la iglesia conventual al Padre Luis deMasamagrell, y hablan con él. Seguramente ledicen que son de las fundadas por el andariegopadre Ambrosio de Benaguacil, en el Santuariode Montiel. Y que no tienen vida legal, ni regla,ni constituciones que las rijan. Hablan largorato. Pero lo cierto es que bien avanzada latarde, cuando el sol hunde su disco doradotras los arrozales de la Albufera, las dos monji-tas a toda prisa tornan a Montiel. Suben ale-gres y presurosas la costanilla del Santuario. Ynarran lo sucedido en el providencial encuen-tro. La Madre Carmen de Alboraya redobla suspenitencias. Parece que esta vez, como siempre-así lo esperan-, la luz ya empieza a abrir por eloriente. Y dan gracias al Señor de la luz por tanprovidencial encuentro.

A los pocos días, tres o cuatro religiosas,madrugadoras ellas, descienden el serpentean-

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te senderillo del Santuario. Dirigen sus pasos aValencia. Cruzan el Camp del Turia, Ribarrojay, por la parte baja de Manises, se adentran enlas callejuelas de la ciudad. Pasan bajo el arcode las torres almenadas de Quart, cruzan losAngostillos dels Aladrers y Tejedores y se lle-gan a la casa de los Amigó y Ferrer. En estaocasión les acompaña don Ignacio Guillén, be-neficiado de la parroquia de los Santos Juanes.Casualmente ese día el Padre Luis se encuen-tra en casa de sus hermanas.

- ¡Bon día mos done Deu! (¡Buen día nos déDios!), dice la mayor de las religiosas.

- ¡Bon día! Benvinguts. Entreu, entreu (¡Buendía! Bienvenidas. Pasad, pasad), se apresura a decir desde dentro Emilia Rosario, en unamplio gesto de hospitalidad, mientras abre elpostigo, primero, y la cancela de la casa des-pués.

Apenas aparece la figura del Padre Luis de Masamagrell, amable, complaciente comosiempre, las religiosas caen de hinojos y lesuplican:

“Sabemos que Vuestra Reverencia está escri-biendo unas Constituciones para la fundaciónde Religiosas Terciarias Capuchinas, y comonosotras somos de las fundadas por el padre

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Ambrosio de Benaguacil, en el convento deMontiel, y no tenemos vida legal, ni Regla, niConstituciones que nos rijan, venimos a supli-car a Vuestra Reverencia a que nos tome bajosu protección y seamos nosotras la base yfundamento de la congregación que intentafundar”.

Al momento se le ilumina la mente y se agol-pan en su memoria las proféticas palabras queen el convento de Bayona le dirigió el padreAmbrosio:

- Chiquet, tú te encarregarás de les meues

monchetes (joven, tú te encargarás de mis mon-

jitas).

Y les promete servirse de ellas para la funda-ción de la congregación.

Cabe decir, antes de seguir adelante, quedichas monjas del padre Ambrosio Roda cons-tituyen un beaterio o eremitorio. Están al cui-dado del Santuario de la Virgen de Montiel, enBenaguacil. Son almas penitentes que, a másde velar por el decoro del Santuario, viven de lalimosna. Y ejercitan, además, la caridad en elpequeño hospital del pueblo. Simplemente, esuna institución creada a propósito para el cui-dado del Santuario y al servicio del pueblo.

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En 1851 toman posesión del Santuario deMontiel, y tan sólo cuatro años después sonexpulsadas de él, junto con el padre Ambrosio.Éste tiene que partir para el obligado destierro.Y halla piadosa acogida en la diócesis deCuenca. Aquéllas, para sus respectivos hogares.

Nuestras dos compañeras de mendicación,junto a María Roda, sobrina del padre Ambro-sio, con el tiempo vuelven al Santuario. Lleva acabo la restauración el capuchino Lorenzo deMollina. Es en el destemplado enero de 1881.Para estas fechas el andariego padre Ambrosiode Benaguacil ha concluido ya su última pere-grinación al encuentro del Padre.

El Padre Luis de Masamagrell sigue entu-siasmado con la restauración de las órde-nes terceras a lo largo y ancho de la HuertaLevantina. Los hermanos y hermanas crecencomo la espuma. Pero no dan abasto en suactividad misericordiosa. Las órdenes terceras,en tan aflictiva situación, corren a mitigar eldolor. Pero, las pobres, no dan abasto a todo.Sí, reparten ropas, alimento y educación a loshuérfanos. Dan apoyo, ayuda y hogar a losancianos. Y en las frecuentes epidemias queazotan a los pueblos cumplen la obra de mise-ricordia de enterrar a los muertos. Pero,... lesfalta tiempo y brazos para acudir a tanta cala-

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midad como hay. A remediar desgracia tantaacuden a veces familias enteras. Naturalmentealgunas jóvenes se preguntan: ¿Por qué no nosunimos y formamos una congregación y asípodemos dedicarnos a tiempo pleno a las obrasde misericordia?

Por su parte el Padre Luis de Masamagrell,para estas fechas, lleva ya entre manos la fun-dación de una congregación de corte francisca-no, piadoso y penitencial. ¡Ah!, y dedicada encuerpo y alma, y a tiempo pleno, a mitigar lassecuelas que ocasionan las continuas guerras yepidemias. Por otra parte conoce muy bien eltexto de las primeras constituciones capuchi-nas en las que se dice que los religiosos sedeberán prestar dócilmente, en tiempos dehambre o carestía, a pedir limosna para losnecesitados y, en tiempos de epidemia, a aten-der fraternalmente a los apestados.

Enseguida el bendito Padre Luis consigue losoportunos permisos y bendiciones. Todos losrequeridos y aún más, para que no se le puedatachar luego de desequilibrado. Pues en esto depedir los oportunos permisos fue él siempremuy cuidado, aunque luego se le haya tildadode todo lo contrario.

¿Y cómo se llamará la nueva fundación?

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- Hermanas Terciarias Capuchinas de laSagrada Familia, que este es su nombre o car-net de identidad. De ahí su espíritu franciscanode minoridad y fraternidad, humilde y peniten-cial, misericordioso y redentor. Y más de unavez les recordará el espíritu que han recibido yla fidelidad a la Madre Congregación, comocuando escribe a la madre superiora de lacasa-noviciado de Yarumal, en Colombia:

- “Cada Orden y cada Congregación tiene suespíritu propio, conforme a la misión altísimaque el Señor le confía; y el de nuestro Instituto,rama del tronco franciscano, y por añadiduracapuchino, debe estar basado en una profundahumildad, una obediencia ciega y una totalpobreza”.

Y en otra ocasión escribe a sus hijas espiri-tuales:

- “La Congregación es... vuestra Madre, quecon la vida religiosa os ha comunicado su espí-ritu, su carácter y su predilección por las virtu-des de humildad, sencillez, caridad y celoapostólico, que caracterizan a nuestra OrdenSeráfica”.

Además pone a sus hijas bajo el patrociniode la Sagrada Familia porque… Bueno, esonadie lo recuerda ya, ni se sabe el porqué, Dios

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lo sabe. Pero..., si todo consagrado necesita elapoyo de una Madre amorosa, todo huérfano oanciano tiene necesidad de una familia y de unhogar, ¿no? Vamos, esto al menos es lo quecreo yo.

Es verdad que el Padre Luis hace la peticiónde aprobación del instituto religioso al SeñorArzobispo de Valencia en nombre de la superio-ra de Montiel. No puede ser de otro modo. Lasuperiora le doblaba en edad y, además, es lapropietaria del Santuario de Montiel. Y de laMontañeta a cuya falda se levanta el Santuariode la Virgen, la Casita de la Madre.

La primavera levantina es agradabilísima.Los días de marzo, claros y soleados. Las pri-meras florecillas del campo cubren de perfumela colina de Montiel. Uno de dichos días seapresura el Padre Luis de Masamagrell a subiral Santuario. Son los principios de marzo de1885.

- ¿A qué subirá tan de mañana al Santuario?,se preguntan las buenas gentes del pueblo.

“El progreso siempre creciente de la TerceraOrden secular y el deseo de mayor perfecciónde algunas almas que querían consagrarse aDios me impulsaban, ya mucho tiempo ha, aintentar la fundación de una Congregación de

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Religiosas Terciarias Capuchinas, y, creyendoser voluntad de Dios, empecé a escribir a estefin unas Constituciones, implorando para elloel auxilio divino”. Esto escribe el Padre Luis. Y, naturalmente, sube con su hermano JulioAmigó a leérselas a las religiosas.

En estas Constituciones el Padre Luis con-signa que las Hermanas seguirán las huellas deNuestro Señor Jesucristo y de su fiel imitadorNuestro Padre San Francisco. Que servirán al Señor en vida mixta. Que se entregarán unasveces a las dulzuras de la contemplación y sededicarán otras, con solicitud y desvelo, alsocorro de las necesidades corporales y espiri-tuales de sus prójimos. Y que ejercerán suministerio propio en Hospitales y Asilos oCasas de Enseñanza, y particularmente enOrfelinatos. Es la finalidad a la que les destinasu buen padre fundador.

El primero de mayo el Padre Luis ha dado ya la profesión perpetua a las tres madres antiguas: a María de Montiel, a Carmen deAlboraya y a Ángela de Pego. Pero el día gran-de es el 11 de mayo de 1885. El Santuario deMontiel se convierte en una nueva Porciúncula.La Virgen, en la Madre amorosa de las Reli-giosas Terciarias Capuchinas de la SagradaFamilia. Es el día grande de la fundación.

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Desde primeras horas de la mañana Bena-guacil entero respira auras de fiesta. Por lacostanilla arriba inician su ascensión un grupi-to de peregrinos con aire festivo. Rosarios dehormiguitas que se van acercando a la cumbre.Blusas negras de los hombres de la huerta y del campo. Variopintos colores de sayas cam-pesinas. Chiquillos danzarines entre matojosoliváceos y el amarillor de las primeras aliagasen flor. Todos van subiendo a la recoleta plazuela del Santuario. La fresca caricia delalba besa sus frentes. Acre perfume de vegeta-ción silvestre envuelve el ambiente. Y el espaciose empapa de luz y color. Es un día grandepara el pueblo. Es fiesta en la ermita deNuestra Señora de Montiel. El Padre Luis deMasamagrell, como tantas otras veces, comosiempre, recibe a los devotos romeros en laexplanada del Santuario.

El 11 de mayo en Montiel hay primera misa.De las llamadas de comunión general. Y luego,misa mayor. Hay mucho incienso y sermón decampanillas. Hay vesticiones de hábito y profe-sión de las primeras novicias. Hay parabienes yabrazos, risas y mucho alborozo. Y hay gozo enel lugar. Los actos litúrgicos concluyen con elcanto del tedeum al Señor Dios Omnipotente.La tarde se apaga con la luz del día y las triste-zas de las obligadas despedidas. La fundación

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se ha realizado, está hecha. El Padre Luis hadado a las religiosas nueva Regla, nuevasConstituciones, nuevo hábito, nuevo nombre ynueva finalidad... Con ello queda erigida canó-nicamente la Congregación de las HermanasTerciarias Capuchinas de la Sagrada Familia.

De todas las maneras la fundación no resul-ta lo rumbosa que cabía esperar, pues se hacecon pobreza de medios. El día es radiante, sí,pero no ha subido personalidad alguna, ni ecle-siástica ni civil, a la Colina de la Señora. Nitiene reflejo escrito ni gráfico en los principalesperiódicos de la época. Por faltar, falta hasta elministro provincial de la orden capuchina, unode cuyos discretos o consejeros es precisamen-te el Fundador de la nueva Congregación.

A los pocos días el terrible cólera del 85 seextiende por comarcas y poblaciones circunve-cinas. El cólera se va extendiendo como negranube amenazadora. Se origina en Orán, pasaluego a Alicante y rápidamente se extiende aElche, Novelda y Monóvar. Luego, por Alcira,cruza la huerta de Valencia hasta cubrirla casitoda. El pueblo de Masamagrell pide la ayudade las religiosas. El pueblo las necesita. ElAyuntamiento las reclama. Y allá van. Es suapertura a la misión y a la universalidad.¿Precio a pagar? La muerte heroica de tres

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Hermanas Terciarias Capuchinas. Es su bau-tismo de sangre. Es su martirio de caridad.

Luego siguen las fundaciones de La Ollería,Valencia, Paterna..., la Guajira colombiana, elOrinoco venezolano, el Kansú Oriental, en elOriente de la China, la Argentina y el Brasil... yel mundo entero. Al día de hoy treinta nacionesconocen a las hijas espirituales del Padre Luisde Masamagrell y saben de sus desvelos apos-tólicos.

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La obra de la fundación de una Congrega-ción de Religiosos Terciarios Capuchinosque se dedicasen a la moralización de los

penados no la ha olvidado el Padre Luis deMasamagrell. La lleva profundamente grabadaen su mente y en su corazón. Responde a unapromesa hecha al Señor en la epidemia coléricade 1885. Si el cólera corroe los cuerpos, un maltodavía peor corroe los espíritus. Es el vicio,asegura el Padre Luis. Pero, obra de tantaimportancia, y que requiere mucha oración, premeditación y consultas para el acierto, ne-cesariamente tiene que tener su pequeñaprehistoria. Y también su normal itinerario dedesarrollo. Vamos a ello.

Valencia, junio del año del Señor 2003. Laplazoleta de la Virgen en los ocasos levantinos,como entonces, sigue constituyéndose en elcorazón palpitante de la ciudad. La última luzdel día vierte tonos rojizos y escarlatas sobresus bellezas de piedra. Un rebullir de pasean-

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8. DE MASAMAGRELL A TORRENTE

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tes, de las arterias vecinas, desangra en elmármol veteado de colores grises.

Allí, en el centro de la plaza, reposa el diosTuria recostado, perezoso, jovial, ufano. En sumano derecha mantiene el cuerno de la abun-dante fecundidad colmado de los más variadosfrutos de la huerta. Allí las ocho acequias,púberes, abundosas, vertiendo de sus cantari-llos borbotones de luz líquida. Allí la basílica dela Virgen de los Desamparados bebiendo boca-nadas de frescor y de fieles. Los frescos dePalomino, ya restaurados, lucen como nunca.Y allí la catedral, con su puerta de los Após-toles, sede, todos los jueves del año, del Tribu-nal de las Aguas. Y allí también el Migueleteasomándose tras los tejados color ocre de laciudad. Y allí el palacio de la Generalidad, consu patiecillo posterior, ajardinado, duro y aus-tero.

Allí la viejecita, sobre la rebaba del pilón depórfido, contemplando al nietecito ofrecermigajas a las últimas palomas que se van reco-giendo ya en gárgolas, aleros y repisas. Y allítambién el cafetín de siempre, tapizado de his-toria y de leyenda. ¡Ah!, se me olvidaba. Allítambién el viejecito del calderillo limosnero,sombrerillo de paja y bandolina en bandolera, y

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algunos cansinos mozalbetes que parecenarrancados de algún lienzo surrealista.

Hace años, seguramente ya algo más de unsiglo, la estampa de la sandalia capuchina, y asu portador desgranando las cuentas del rosa-rio, completaría la decoración de la plaza.Ayudan a los capellanes de la Virgen. Vivenenfrente, en la calle Caballeros. ¡Cuántasmaquinaciones no se han incubado en estadeliciosa plaza! ¡Cuántas!...

Valencia, año del Señor de 1889. Don PedroFuster, caritativo liberal decimonónico, aguar-da allí en el cafetín de la esquina. Espera alseñor Marqués de la Romana en su cotidianavisita a la Mare de Deu dels Desamparats. Ésteabandona la basílica acompañado del maestrode música don Salvador Giner. Y los tres, luegodel saludo inicial, se retiran lentamente en ani-mada conversación por Caballeros. Se adentranen un portalón. Al fondo, en el patio, se divisaun elegante arco de piedra. Es la residenciaprovisional de los capuchinos. Van en buscadel Padre Luis de Masamagrell, que ha llegadopoco ha del convento de la Magdalena. ¿Qué lesllevará a visitar al Padre Luis a estas horas dela tarde? Escuchamos a don Salvador Ginerque le dice:

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- Eche la cosa adelante, padre, que nosotrosle ayudamos. Nosotros le apoyaremos.

- Aún no hemos concretado lo de la casa. Ylos permisos no han llegado todavía todos, res-ponde el Padre Luis.

- El señor Marqués de la Romana hará queles presten la Cartuja de Ara Christi, del Puigde Santa María, interrumpe impaciente donPedro Fuster.

- Todo se andará, todo se andará, replicacomplacido el paciente Padre Luis.

- La sociedad reclama la fundación, insiste elseñor Marqués, tan interesado siempre en laobra.

La fundación a que se refiere el señorMarqués de la Romana es la de los TerciariosCapuchinos de Nuestra Señora de los Dolores.El Padre Luis de Masamagrell no puede olvidarque el año del cólera de 1885 ha prometido alSeñor hacer la fundación.

Ha escrito ya las Constituciones. E inicial-mente destina a sus terciarios capuchinos a laatención de los penales y al cuidado y morali-zación de los presos.

En las Constituciones el Padre Luis ha verti-do su espíritu franciscano, penitencial y maria-

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no. En ellas ha recogido asimismo ese espíritu

piadoso y compasivo, mortificado y corredentor

de las órdenes terceras. Y les ha añadido esa

espiritualidad evangélica extraída de las pará-

bolas de la misericordia, que personalmente

inculca y practica con sus terciarios seculares.

Por eso ofrece al Señor, para aplacar su justicia

y que cese la epidemia del cólera que devasta

los pueblos, redoblar sus esfuerzos y trabajos

para dilatar más y más la Venerable Orden

Tercera de Penitencia.

Esto le lleva a idear la fundación de una

congregación de corte preferentemente laical.

Se refleja en la formación de hermanos cuali-

ficados en las ciencias del espíritu, en la sico-

logía y pedagogía y en las artes y oficios.

Evidentemente ha concebido unas Constitu-

ciones sin clases, en las que priva el espíritu

de familia. Las pivota sobre los ejes de la fra-

ternidad y de la minoridad franciscanas.

Obviamente, no pueden ser de corte monástico

o eremítico, sino de vida activa. Su ministerio

se desempeña en medio de la sociedad. Pero,

¡ay!, no puede renunciar totalmente a ese espí-

ritu de corte monástico y coral de las constitu-

ciones que él conoce y profesa, y que se va a

reflejar en el estilo mismo del hábito.

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En esta época ciertamente el bendito Pa-dre Luis está muy ocupado. Son muchas sus atenciones, acrecentadas con la apertura delconvento de La Ollería. Por otra parte la impor-tancia de tan gran obra requiere mucha ora-ción, premeditación y consultas para el acierto,como hemos dicho. Todos estos motivos hacenque su realización se vaya dilatando. Perodurante los años de 1887 y 1888, ya algo máslibre de obligaciones, puede dedicarse conmayor asiduidad a escribir las Constituciones.Y también a hacer las consultas necesarias,según él mismo confiesa.

Lo cierto es que el día 2 de febrero de 1889,festividad de la Purificación de Nuestra Señora,tiene ya listas las Constituciones. Celebra lasanta misa en la iglesia conventual y, en lasmanos de la Santísima Virgen de los Dolores alpie de la cruz, pone las Constituciones, que lastiene durante la misa. En ella pide a la Señoraque bendiga y reciba bajo su protección yamparo la fundación que va a hacerse en suhonor.

Al día siguiente de buena mañana, como sehacen siempre las cosas serias, presenta lasConstituciones al Sr. Arzobispo de Valencia,Cardenal Monescillo, para su aprobación. Elprelado le otorga su beneplácito diocesano en

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fecha 10 de abril del mismo año 1889. Y bienpronto comienzan a presentársele jóvenes soli-citando ser admitidos a formar parte de lanueva Congregación. Les atrae sobremanera lafinalidad de ocuparse de la instrucción y mora-lización de los penados, idea, por cierto, que atodos les cae muy simpática.

Uno de los más fervientes admiradores delfraile capuchino es José Valenciano. Es éste un joven de corte aristocrático, fino y elegante.No ha seguido la carrera diplomática, pero está bien formado. Y también él apoya la obra.Tanto que ya comienzan a llamarla de JoséValenciano. No es que el muchacho sufra velei-dades místicas, pero sí tiene alardes filantrópi-cos, como la mayoría de los jóvenes aristócratasdel siglo XIX. ¡Quién sabe si algún día, másadelante, ingresará en la Congregación!

El Padre Luis de Masamagrell acelera los trá-mites para la fundación. Siempre tan meticulo-so, tan observante, tan práctico. Ha conseguidoya los competentes permisos. Ha finalizadotambién de escribir las Constituciones. Tieneapalabrada asimismo la Cartuja de Ara Christi,

del Puig de Santa María, para morada de susterciarios. Hay que aligerar la fundación. Sehará antes de la Pascua Florida de 1889.

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El 2 de abril de aquel año los aspirantes, ennúmero de catorce, se retiran al conventocapuchino de la Magdalena, en Masamagrell.Allí inician los santos ejercicios espirituales.Los dirige don José Moliner, vicario de la parro-quia de Masamagrell. Él será luego el primerterciario capuchino con el nombre de FranciscoMaría de Sueras.

Los aspirantes se muestran un tanto inquie-tos. Falta a los ejercicios José Valenciano. ¿Quéle habrá pasado?, se preguntan impacientes.Uno, dos, tres días, ¡y que no aparece! Al caerde la tarde del día tercero se llega al convento yasiste al último acto del día. El ambiente seencalma. La serenidad llega a todos. Pero, aladentrarse la noche, José Valenciano acude alPadre Luis de Masamagrell. Le dice que él nopuede continuar. Que su madre moriría depena. Que tiene que irse. El Padre Luis le miracon ternura y le dice... Bueno, no se sabe loque le dice, pero el joven, como el del evangelio,baja la cabeza, se entristece y se va apenado.Cruza la cancela, sale por la puerta de loscipreses grandes y se pierde por la huertalevantina. La noche lo cubre son su silencio. Nopasará a la historia.

Otro de los candidatos a ingreso es donFaustino Roda, vicario de la parroquia de

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Benaguacil. También él desea ingresar en el

Instituto recién fundado. Es sobrino del anda-

riego padre Ambrosio Roda y, posiblemente,

uno de los que le acompañaron en sus misio-

nes por la Serranía de Cuenca. La verdad, el

chico es un tanto inestable, pero en el fondo es

una bella persona. Seguro, es una firme pro-

mesa.

Uno de los días se le presenta también al

Padre Luis de Masamagrell y comienza por

inquirirle sobre los haberes con que cuenta

para realizar la fundación. El Padre Luis le dice

que tan sólo cuenta con la Divina Providencia,

única en la que confió también el Seráfico

Padre San Francisco al fundar la Orden. Don

Faustino le hace las mil y una recomendacio-

nes. La razón preludia el ridículo. El buen sen-

tido, el desastre. El Padre Luis también le mira

con ternura y le dice... Bueno, tampoco sabe-

mos lo que le manifiesta, pero el aspirante tam-

bién se entristece y se aleja apenado. La noche

lo cubre con su silencio. Tampoco pasará a la

historia. Pero de este nuevo fracaso saca el

Fundador la enseñanza de que la fundación no

es obra de los hombres sino de Dios, y que por

ello permite le falte aquel apoyo en que todos

confían. ¡Bendito sea el Señor por todo!

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Masamagrell, 12 de abril de 1889. Es unafecha grande, redonda. Suena con la rotundi-dad de lo firme. Los jóvenes aspirantes hanfinalizado ya los santos ejercicios. Es Viernesde Dolores y se asemeja más a Sábado deGloria. Distinguidas personalidades en lujososcarruajes se van acercando. Se van congregan-do en derredor del convento capuchino de laMagdalena. Algunas personas, devotas del con-vento, se diseminan por los caminillos de polvoque a él conducen. Los niños juguetean en losribazos de los marjales. Es el día grande de lafundación.

A las diez los frailes tocan la campana amisa mayor. La iglesia conventual rezuma esecaracterístico olor monacal a serenidad y asayal capuchino. Hay profusión de cera y deincienso. Y también derroche de oratoria sa-grada. Y por la tarde, a las cuatro, tiene lugarla vestición de hábito. Oficia el Padre Luis deMasamagrell. Apadrinan a los neófitos religio-sos: don Luis Badal, en representación el señorarzobispo de Valencia, y don Marcelo deAzcárraga, capitán general de Valencia, y donLuis Polanco, gobernador civil, y don PedroFuster... El fervorín del doctor Badal es unamaravilla. La iglesia de la Magdalena aquellatarde resulta pequeña. Y concluye el día con unbello colofón de despedidas y enhorabuenas.

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La fraternidad de la recién fundada Congre-gación permanece todavía en el convento de laMagdalena hasta el día 14, Domingo de Ramos.Es el día designado para acompañar a los nue-vos religiosos a su morada definitiva de la car-tuja de Ara Christi, del Puig de Santa María.

Masamagrell, 14 de abril de 1889. El solemerge de los arrozales más orondo y colmadoque nunca. El ambiente se empapa de vida y deluz. Los pueblecitos todos de la huerta rompena la vida en un idilio de calma. Los campesinosse visten con la mejor seda de Valencia. Es elDomingo de las Palmas. Las campanadas des-cienden de torres y espadañas y se extiendenredondas, sonorosas, por toda la amplitud de lavega. Los retrasados huertanos se apresuran amisa de diez. Cami-nillos y senderos se vanquedando ya desiertos. Tan sólo se oye el bor-boteo de las acequias sobre alguna compuertarota, o mal puesta. Y a lo lejos, en el azul medi-terráneo, se recorta la aceña de Pepet.

Los huertanos, que por la mañana acudenpresurosos con sus palmas en las manos a lasdiversas capillas de la huerta, con las mismaspalmas acuden a la tarde a la Magdalena.Tienen que acompañar a los terciarios capuchi-nos a su residencia de la cartuja de Ara Christidel Puig de Santa María. Separan la Cartuja

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del convento de la Magdalena tres escasos kiló-metros de camino de carro y carretera comar-cal. Ocupa el trayecto un numeroso públicomientras la procesión, cual perezosa sierpe enel boscaje, se desliza lentamente hacia la cartu-ja de Ara Christi. Precede la procesión el estan-darte con la imagen de la Virgen de los Dolores,que acompaña la fraternidad de los nuevosreligiosos con palmas en sus manos.

La piadosa comitiva abandona procesional-mente la iglesia conventual por la puertamayor, cruza la plazoleta de los cipreses gran-des y, por entre naranjos, alcanza la carreterade Masamagrell. Gira poco después a la izquier-da y, por camino de tierra, llega al pueblo deRafelbuñol. Al terminar de rebasar la callemayor, los romeros divisan ya enfrente la car-tuja de Ara Christi. Dos largas filas de olivosconducen a la puerta principal. Cruzan elumbral y se llegan a la iglesia monacal. Cantanel tedeum y, luego de bienvenidas y parabienes,las gentes se retiran a sus pueblos por loscaminillos de la huerta en busca de sus hoga-res. El silencio de la tarde y los fríos murosconventuales cobijan ya a los religiosos de lanueva congregación.

La cartuja de Ara Christi del Puig de SantaMaría es un cenobio cartujano del siglo XVI

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debido a los monjes de la cercana cartuja dePorta Coeli. En la desamortización de 1835 laadquiere un particular, quien la despoja de suselementos más valiosos. Y que, en el tiempoque nos ocupa, ya muy deteriorada, la habíaadquirido la Condesa de Ripalda. Cuenta congrandes posesiones, como grande asimismo esla cartuja y sus diversas dependencias. Gozade un gran patio interior porticado, y otros dosmenores, pero todo ello muy deteriorado. Estárodeada de una gran huerta, hasta cuyastapias llegan los arrozales. Tiene la mismaestructura y grandeza que el Monasterio deSan Miguel y los Reyes, relativamente cercanoa la misma.

Seis escasos meses permanecen los religio-sos terciarios capuchinos en la vieja cartuja.Pero las enfermedades maláricas, dada la pro-ximidad de los arrozales, se hacen endémicas.Y, si bien son muchos los que ingresan, varios,sin embargo, retroceden también del caminoemprendido por hacérseles pesada la austeri-dad de la vida religiosa y muy duros los efectosde la santa pobreza, según dice el Fundador.

Es verdad que durante el año de la funda-ción, 1889, se tienen cinco investiciones otomas de hábito, pero lo cierto es que de loscatorce religiosos que hacen la primera profe-

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sión tan sólo dos morirán vistiendo la estameñafranciscana. Los religiosos desean abandonarla cartuja en busca de una mansión más salu-dable.

31 de octubre de 1889. El otoño levantino seremansa un momento. La tarde se viste deserenidad y placidez. Torrente, de sus mejoresgalas. Las gentes acuden ataviadas con sustrajes domingueros, con su blusa de lanillaoscura, su pantalón negro y sus alpargatas dehiladillos blancos, los más. Algunos, con sutraje negro, el de comer fideos, y sombrero deala ancha. Las señoras, largas y voluminosasfaldas, algunas de seda, y su corpiño. Sobresus hombros lucen artísticos pañuelos -sedas yoros- o la típica manteleta de purísimo hilo delana.

Lentamente, por la calle de la acequia gran-de -al frente el clero parroquial, autoridades yvecindario- salen a recibir a los hijos del PadreLuis de Masamagrell. ¡Ah!, y también a su vica-rio de siempre, el bondadoso padre JoséMéndez.

A la llegada, la tarde se cubrió de aplausos yparabienes. Jubiloso tañer de campanas ymúsica de bandas. La comitiva cruza el puen-tecillo del Barranc y, por la calle de la Acequia,se encamina a la parroquia del pueblo. Cantan

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la salve a la Señora y luego, por la calle de la Iglesia, plaza Mayor y calle del Convento,alcanzan el cenobio de Nuestra Señora deMonte Sión. La campanilla del convento, en loalto de la loma, se desgañita cantarina. Con suvoz metálica tañe a luz y gloria. Se canta unsolemne tedeum. Y al anochecer de aquel díaglorioso, como en todos los atardeceres delmundo, en el convento se hace el silenciomonástico.

Los nuevos religiosos, en su reposo, gozanya de la paz del claustro. ¡Sea todo por el amorde Dios!

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Año de 1889, y día 14 de abril. Por latarde los nuevos religiosos se trasladanprocesionalmente a su nueva residencia

de la cartuja del Puig de Santa María. Concluyeel día con abrazos y despedidas. El hermanoportero despide al último de los asistentes.Cierra el portón claustral y echa el cerrojo a lapuerta principal. Comienza entonces la vidaordinaria. Y con la vida ordinaria, las dificulta-des propias de toda fundación. Los directoresespirituales, los padres Serafín de Benisa, pri-mero, y Luis de León, después, se las ven y selas desean para mantener el entusiasmo de losinexpertos neófitos. Se esfuerzan por crear fra-ternidad, por alentar a los jóvenes religiosos, ypor hacer amable la vida conventual. Pero losproblemas, algunos de ellos incubados ya conanterioridad a la misma fundación, comienzana salir a flote.

De todos modos para estas fechas el benditoPadre Luis de Masamagrell se sabe bien de

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9. PRUEBAS Y AMARGURAS

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memoria lo que dicen los Libros Santos: Que elSeñor reprende a los que ama y castiga a sushijos preferidos. Por lo demás así lo han enten-dido siempre también los santos que, si nosufren persecución, se consideran dejados dela mano de Dios. Y el Padre Luis dirá que la tri-bulación es el sello que distingue las obras deDios.

Pues bien, muy pronto Fray Luis de Masa-magrell y sus hijas e hijos espirituales empie-zan a sufrir incomprensión. Primero, por partede sus mismos hermanos en religión. Luego,por parte de algún que otro religioso de fuerade la orden. ¡Ah, eso sí! Casi siempre intervie-nen con la mejor buena intención de procurarla mayor gloria de Dios, la honra de la Orden yla salvación de las almas.

Para empezar, el provincial de los capuchi-nos no asiste ya a la tan rumbosa toma dehábito de los primeros terciarios capuchinos.Ni siquiera acompaña a éstos a su residenciadefinitiva de la cartuja. Ni asiste tampoco, añosatrás, a la toma de hábito de las primeras reli-giosas terciarias. Esa actitud da a todos quépensar y, por supuesto, nada bueno.

No fue, pues, la menor de las incomprensio-nes la protagonizada entre el padre Joaquín deLlevaneras y Luis de Masamagrell. Aquél era el

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superior mayor de la provincia de España.Éste, su definidor o consejero. Pero..., paracomenzar, conviene remontarnos a los comien-zos de la restauración de la orden capuchinaen España. Hay que reconocer que los prime-ros Restauradores, en general, eran religiososdotados de un gran interés por la Orden y deuna buenísima intención. Pero, dados losmuchos años de exclaustración, sufrían nume-rosas limitaciones en el ámbito de la vida reli-giosa, y especialmente en los terrenos de laautoridad y de la obediencia.

Durante los primeros meses de 1885 laOrden Capuchina, y muy especialmente loscapuchinos españoles, trabajan por eliminar elComisariato Apostólico. Es una regalía con laque hay que acabar. Anhelan la paz y la uniónfraternas. Varios capuchinos aspiran a servirfielmente a la Orden pero, a ser posible, desdela cúpula de la misma, como ya dijimos.Pugnan por conseguir el provincialato un grupode mayores, capitaneados por el padre José deLlerena, que ya había sido Comisario. Por laotra parte está el clan de los más jóvenes. Sonlos seguidores de Joaquín de Llevaneras. EnRoma, seguramente apoyados por buenas razo-nes, y por José Calasanz de Llevaneras, quetodo hay que decirlo, se inclinan por los últi-mos. Y otorgan el provincialato al hermano de

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éste, al padre Joaquín. Los componentes deambos grupos se cruzan palabras de gruesocalibre. Pero la conclusión final es la de siem-pre. En la práctica -parecen decir en Roma-aténganse a la siguiente indicación: primero,quien manda siempre tiene razón; y segundo,en caso de que no la tuviera, véase el puntoprimero.

Así pues, el padre Joaquín de Llevaneras sevio provincial de España muy joven. Además eselegido entre enredos, intrigas y malcontentos.En cierta manera tiene que sufrir la soledad delcorredor de fondo. De hecho, durante los dosprimeros años de su mandato, no reúne ni unasola vez a su Consejo o Definitorio. Su gobier-no, dicen, parece más bien de corte cesarista. Yhasta se permite gobernar los primeros años alas terciarias capuchinas, hasta que de Romale notifican que “ningún Prelado Capuchinotiene jurisdicción sobre congregación alguna devotos simples”. Y que “no quisiéramos llegasejamás una queja a la Santa Sede, pues no sepodría defender a los prelados que hiciesen loque no deben ni pueden en el gobierno de reli-giosas de votos simples”.

El Padre Luis de Masamagrell por espacio decuatro años se retira prudentemente de ladirección de sus hijas, actitud que puede com-

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probar es muy acertada, pues el PadreProvincial continúa rigiendo la Congregaciónmuy a satisfacción suya, al parecer, según élmismo escribe. De todos modos seguramenteque ésta fue una prueba y amargura de noescasa importancia.

Pero una segunda angustia sigue a esta pri-mera. Se produce con motivo de la división dela provincia capuchina de España en tres nue-vas provincias religiosas. En esta ocasión alPadre Luis de Masamagrell se le traslada alconvento de Orihuela, en las riberas delSegura. Entre la huerta alicantina y la murcia-na. A 275 kilómetros de sus fundaciones. Máslejos no se le podía enviar. Sí, es verdad que vacomo hombre de confianza de su padre provin-cial y connovicio Fermín de Velilla. Además esnombrado definidor provincial, vicario del con-vento y lector de moral. Pero todo esto a él nole agrada absolutamente nada.

A los pocos días el Padre Luis escribe algeneral de la Orden para que le conceda ir aconvivir con sus terciarios. Pero el paso tanradical que pretende dar es demasiado gravepara obrar así de pronto. Y esto él nunca loconsentirá.

- Que dicho Padre Luis se interese más de laOrden que de fundaciones de fuera, escribe el

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superior mayor. Y trate de contentar al PadreLuis, al menos hasta la próxima Definición.

De todos modos el Padre Luis no insistirámás, pero sus terciarios capuchinos, todavíanovicios, quedan sin su dirección inmediata. Ysus religiosas terciarias capuchinas, inconsola-bles por la dificultad de consultarle en susdudas y dificultades. Y esto le causa no peque-ño dolor y aflicción.

Por otra parte no mucho después algunos delos superiores mayores capuchinos tratan deponerse de acuerdo para acudir a Roma.Pretenden que a los terciarios capuchinos seles despoje del título de capuchinos, y de quelleven barba, capucho como el suyo, y varíen,si puede ser, el color de su hábito. Ya que, diceun superior provincial, “los Terciarios no dejande perjudicarnos a los de la Orden Capuchina,ya quitándonos vocaciones, ya también limos-nas bajo el título de Capuchinos, pues algunosles confunden con nosotros..., y caso ha habidoen que encontrándose nuestros limosneros conlos de ellos, se han repartido la limosna”.

Sólo Dios sabe lo que este sacrificio le cues-ta al bendito Padre Luis. Pero, obedece fielmen-te y hasta con gusto. Una sola cosa puedeintranquilizarle algo y es, según él mismo con-fiesa, el pensar si el apartarle de sus congrega-

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ciones religiosas pudiera obedecer a quejas quehubiesen dado algunos religiosos, por juzgarque pudiese él perjudicar a su orden privándo-la de vocaciones y limosnas para favorecer asus congregaciones, falta que, por la misericor-dia de Dios, estuvo siempre muy lejos de co-meter. ¡Sea el Señor bendito en todos susdesignios!

Año de 1890. Fray Luis de Masamagrellsigue en la fraternidad de Orihuela, Alicante.Tampoco este año es un camino de rosas parael Padre Luis. Con su traslado a Orihuela, conmotivo de la división de la provincia capuchinade España, sus religiosas terciarias quedanhuérfanas. Es una terrible prueba a la que lessomete la Divina Providencia. Y más de unabrujulea con evidente nerviosismo sin hallar sunorte.

Por san Matías los días invernales comien-zan ya a alargar. Y la flor de nata del almendrocubre marjales y riberas del Segura. Cuando eltibio sol de febrero emerge al oriente, y sende-ros y veredas comienzan a poblarse de labrie-gos camino de sus pegujales, dos religiosasterciarias capuchinas apresuran el paso a laciudad de Orihuela. Se internan por las calle-juelas del Arrabal Roig y se dirigen directamen-te al convento de los padres capuchinos.

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- ¿Qué buscarán las monjitas tan de maña-na?, se preguntan los lugareños más tempra-neros.

- Irán ya a pedir limosna, responden algunosde ellos. Otros se santiguan al verlas pasar pre-surosas. Pero ellas van directamente en buscadel Padre Luis de Masamagrell. Casualmente,como en cada amanecer, se encuentra cele-brando misa en la capillita de la huerta LoCabello.

- Tendrán que esperar, hermanas. El PadreLuis se encuentra fuera, les dice el religiosoportero.

- Esperarem. No patisca, padre. Esperarem(Esperaremos. No sufra, padre. Esperaremos),dice con una cierta desenvoltura y en un buenvalenciano la de más edad.

Y esperan, porque tienen que comunicaralgo muy gordo a su Padre Fundador. Y es quesu madre superiora, días ha elegida superiorageneral por el padre Joaquín de Llevaneras, sinavisar a nadie, sin nadie saber adónde ni aqué, se ha ido del convento.

Efectivamente, sor Mercedes de Sobremazas,desde La Ollería, ha hecho una escapada aLecároz, en los valles altos de la Navarra tra-

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montana. El padre Joaquín de Llevaneras no seresigna a quedar sin religiosas y la ha llamado.Pretende trasladar también el noviciado de lashermanas allá arriba, al norte.

El Padre Luis inmediatamente se percata del peligroso aspecto que van tomando losacontecimientos. Es necesario dar un golpe detimón a la nave. Rápido, seguro. Y no duda niun instante. A escape se traslada a Valenciadonde recaba del señor Arzobispo las autoriza-ciones pertinentes. Sube luego al Santuario deNuestra Señora de Montiel, en Benaguacil.Convoca a Capítulo. Y se elige nueva superiorageneral. Y luego, a sus seis consejeras. Serenuevan los cargos directivos. Y se traslada elnoviciado a Masamagrell. Quedan así destrui-dos los planes que hubieran sido causa de divi-sión y ruina del Instituto.

Cuando la hermana fugitiva torna a LaOllería todo ha cambiado. No puede soportarcambio tan brusco y enseguida abandona lacongregación. Y nuevamente se dirige, esta vezseguramente con paso más cansino, hacia elnorte. El dolor por la segura desunión ha con-cluido. ¡Sea el Señor bendito por todo!, exclamael Padre Luis.

Pero el Padre Luis de Masamagrell acusa elgolpe y sufre en silencio. Bebe lágrimas amar-

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gas, y en el estómago se le hacen unos comobuches de agua agria, que tiene que tragar asolas. En la soledad de la celda y en la soledadcon Dios.

Un tercer motivo de amargura le llegará alpiadoso Padre Luis por parte de algunos jesui-tas. Y es que algunos de ellos, un tanto indis-cretos y sin mandato alguno, intervienen en lasprimeras fraternidades amigonianas. El año1891 transcurre apacible y placentero. E igual-mente los años sucesivos. A pesar de todo laCongregación de Terciarios Capuchinos apenassi crece. No se favorecen suficientemente lasvocaciones. Los religiosos se hacinan sólo entres o cuatro casas. Y las relaciones entresacerdotes y hermanos cada vez se van hacien-do más tensas y distantes.

Es precisamente en 1890, y en la fraternidadde Torrente, donde se da la primera ingerenciajesuítica. Cierto padre, movido de celo, pero decelo indiscreto, visita frecuentemente a los reli-giosos amigonianos a quienes hace pláticas, lesdirige, y llega a decirles que cambien el hábitopor una sotana y esclavina. Él les dará otrasconstituciones y así tendrán vida, que de otromodo no la tendrán jamás.

Menos mal que al poco tiempo les visita elPadre Luis, su Fundador. Les hace una fervoro-

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sa plática. El piadosísimo padre José María deSedaví, que preside la fraternidad, levantándo-se de su sitial, cae de hinojos a sus pies. Yhace pública y solemne protesta de adhesión yfidelidad a la Orden. El Padre Luis les dejaunas sabias ordenaciones para robustecer elespíritu franciscano: “Procuren que sus lectu-ras sean seráficas, seráficas sus devociones,seráficos los santos de su devoción a quienesse proponga imitar, y seráfico también el amora María Inmaculada nuestra Madre, Rosa fra-gantísima del Jardín Seráfico”. Y así se pone fina este doloroso distanciamiento.

De todos modos “hubo una porción de años -es el Padre Luis quien habla- en los cualesapenas tuve intervención ninguna en la direc-ción del Instituto, ya porque no tenía la nece-saria libertad en mi Orden, ya porque losSuperiores que regían mi Congregación laesquivaban, hasta el punto de pasar ocho añossin visitar la casa principal de la misma”. Eneste tiempo seguramente tuvo lugar la segundainjerencia jesuítica en la Congregación.

De todas las maneras las congregaciones deterciarias y terciarios capuchinos se desenvuel-ven en medio de los naturales apuros de todoperíodo de fundación y afianzamiento. En 1902Roma otorga la aprobación pontificia a ambos

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Institutos. Es aquel un año memorable. Entodas las casas hay días de júbilo y regocijo.Muchos parabienes y días llenos. Y los pechosde los religiosos se cargan de una nueva brisade ilusión y de esperanza.

No obstante todo, la sombra de la discordiase va haciendo cada vez más densa. Y el surcode la desunión se va ahondando más. Se vahaciendo cada vez más profundo. La Navidadde 1902 es sombría en la Escuela de Reformade Santa Rita, de Madrid. El superior seencuentra en Valencia. Los religiosos, haciendolos santos ejercicios. Los chicos, no lo suficien-temente bien atendidos. El 6 de noviembre haymarejadilla en el centro. Diez chicos se fugan.Y en los días sucesivos, algunos más. El desa-liento y la desunión se palpan. El ambiente sehace tenso, y la vida un tanto desordenada. Yel director de los ejercicios, jesuita, con granelevación de miras y la mejor buena voluntadsalvadora, ofrece a los religiosos cambiar dejurisdicción, con la consiguiente reforma delhábito y Constituciones...

Los religiosos, obviamente, no ceden a lainsinuación. Pero la Navidad de 1902 resultadura para los religiosos de la Escuela deReforma de Santa Rita. Y no sólo por la crude-za del clima invernal madrileño. Y es dura,

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asaz dura, para el espíritu de su PadreFundador. No obstante, el piadoso Padre Luissigue misionando en tierras levantinas. Laecuanimidad y buen sentido nunca los pierde.Y la sonrisa beatífica sigue floreciendo en suslabios. Pero confiesa posteriormente que “elenemigo... trató de derribar (la Congregación)hasta sus cimientos, e insistió a este propósito,aún por tercera vez, como el más propio paraconseguir su intento”, lo que no consigue gra-cias a Dios... y a la fidelidad de los religiosos.

A estas grandes pruebas y amarguras siguenluego otras no menores. En 1904 se desplazanlos problemas a la Casa de Reforma de Sevilla.Y los hermanos coadjutores se hacen acreedo-res a una de las cartas más amorosas y máspaternales del piadosísimo Padre Luis.

En 1908 se acusa al Padre Luis de Masa-magrell ante la Santa Sede. La acusa provienede parte de algunos miembros del mismo con-sejo general de sus hijos terciarios. Lo cual estodavía más doloroso. Tendrá que dar detalladarespuesta acerca de un centenar de puntosconcretos. Se le pide que los aclare. Y los acla-ra con toda sencillez.

En 1923 sus hijas de Colombia parecencorrer peligro por la intromisión de extraños ensu régimen y dirección. El Padre Luis de

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Masamagrell, su Fundador, les escribe unacarta en la que derrocha amor paternal. Pide asus religiosas fidelidad a la propia vocación,fidelidad al espíritu franciscano y fidelidad alespíritu propio. También les pide a las herma-nas unión y caridad fraterna entre ellas. Y obe-diencia y docilidad a sus Superioras.

En 1928, entre sus hijas de Colombia y deEspaña, hay peligro de ruptura. Aquéllas hanpedido a la Santa Sede formar una provincia

religiosa independiente. Su buen Padre Funda-dor una vez más tiene que correr presuroso consus cartas a conjurar el posible peligro. Y lesescribe que si “la cuerda de tres mallas difícil-mente se rompe, según el Eclesiastés, ¿cuánsólida no deberá ser la que os liga y une entresí a todas vosotras, que profesáis la misma fe,pertenecéis a la misma Congregación y soishijas de la misma madre España?”

Por otros muchos momentos de amargurahubo de pasar el alma serena del Padre Luis,pero él permanece ecuánime y sereno, siemprefiel a la enseñanza de su santa madre, momen-tos antes de morir:

- Ninguna culpa tienen los de fuera de nues-

tras tribulaciones.

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Y la ecuanimidad, la afabilidad, el equilibrio,la amabilidad y el buen sentido nunca desapa-recen de su piadoso semblante. VerdaderamenteFray Luis de Masamagrell es un espíritu bientemplado, fuerte. Un espíritu apto y capaz paratodo tiempo, para todas las estaciones.

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Fray Luis de Masamagrell desea que entodo momento y lugar sus hijos sigan lapobreza y humildad de Nuestro Señor

Jesucristo. Que entre ellos no haya clases, sinofraternidad. Que ninguno de ellos desee sermayor, sino todos menores, sencillos, apaci-bles, modestos, humildes y fraternos. Y, sobretodo, que procuren mostrarse siempre suma-mente simpáticos.

Quiere, además, también que entre ellos elque mande sea el menor, ministro y servidor dela fraternidad. De tal manera que los hermanospuedan hablar y tratar a sus ministros comotratan los señores a sus servidores. Pues queasí debe de ser, que el ministro sea el servidorde los hermanos y que el que mande sea comoel que sirve. Que hasta el Evangelio se expresaen estos mismos términos, o similares. ¡Ah!, yFrancisco de Asís, su buen padre y fundador,también.

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10. LA CUESTIÓN AMIGONIANA

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Naturalmente, Fray Luis de Masamagrellescribe asimismo a sus hijos espirituales algoimportante para su régimen particular. Lesescribe que se pongan como niños en manos dela santa obediencia, no teniendo juicio contraella, ni concediendo demora o tardanza en sucumplimiento. Pues deberán arrojarse con ale-gría en brazos de la santa obediencia y en ellaabandonar todos sus cuidados.

Pues, gracias a Dios, conoce muy bien por lahistoria de las órdenes y congregaciones reli-giosas que la obediencia es la base de la vidaprofesa, sin la cual no hay más que confusión ydesorden, lo que lleva a los institutos a unamuerte segura. Y por eso quiere y desea que lafundación de sus religiosos terciarios capuchi-nos, conocidos hoy como amigonianos, se edi-fique sobre los pilares de la humildad, laobediencia y la servicialidad franciscanas.

El piadosísimo Padre Luis no dice ni añadenada nuevo. Simplemente recoge y desarrollalos gérmenes del Nuevo Testamento y de la his-toria de los Penitentes de Asís. De todos modos,y a pesar de aspiraciones tan nobles, la reali-dad posterior es que el descontento viene aempañar la vida de la primitiva fraternidad,como no puede ser de otro modo. Y, total, todopor un quítame allá esas pajas. Que casi siem-

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pre las divisiones y contiendas se originan poreso, por cuestiones mínimas, sin importancia,y de justicia, que no de caridad.

Y lo peor en estos casos es que lo que el fun-dador legisla como máxima novedad delInstituto, con el tiempo viene a convertirse enpiedra de escándalo para los más débiles. Porlo que el fundador personalmente viene a tenerparte, aunque indirectamente, o al menos con-ciencia de culpabilidad, en las desuniones ydiscordias de sus mismos hijos.

Lo cierto es que el Padre Luis de Masa-magrell, a sus treinta y tres años de entonces,no andaba sobrado de experiencia. Y es a esaedad a la que escribe las Constituciones para lafundación de sus hijos Terciarios Capuchinos deNuestra Señora de los Dolores. Es verdad que alos apenas treinta años había escrito ya lasConstituciones y había hecho la fundación desus hijas Terciarias Capuchinas de la SagradaFamilia. Pero, la verdad es que a dicha edad anadie resulta fácil gozar ya de la madurez y pon-deración necesarias para llevar a cabo una talempresa.

Desde luego él siempre tuvo muy claro que elSeñor no distingue a las criaturas por la gran-deza de sus ministerios, sino por la grandezade sus obras. Y así lo escribe. Seguramente que

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para sus hijos esto no es tan evidente. Lo ciertoes que se le ocurre escribir en las Constitucio-nes que la Congregación se compone de religio-sos sacerdotes y de hermanos coadjutores, sibien, en atención a las obras a que se dedica elInstituto, éstos últimos deben ser los más. Y,en cambio, reserva para los sacerdotes los car-gos de superiores mayores.

Esta es la gran novedad que Luis de Masa-magrell introduce en las Constituciones primi-tivas. Pero tal novedad no lo es tanto paraquienes conocen la trayectoria de las órdenesfranciscanas, fundadas por el Serafín de Asíssobre la amplia base de la minoridad y de lafraternidad.

De todas las maneras es relativamente fre-cuente, en la historia de las órdenes y congre-gaciones religiosas, encontrar una cuestiónespinosa, a la que frecuentemente se le identi-fica con el adjetivo patronímico del fundador.Suele suscitarse con la noble intención de unamayor fidelidad al pensamiento del fundador, otambién por el sano deseo de intentar interpre-tar, dentro de lo posible, su evolución en eltiempo. La Cuestión Amigoniana, y los consi-guientes problemas sobrevenidos con el tiempoa la fraternidad, encuentran aquí su punto dearranque.

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Andando el tiempo (esto de andar el tiempo

nunca lo comprendí pero, vamos, dicen que

anda y así lo digo yo también; otros dicen que

corre, puede ser); andando el tiempo, digo,

viene a convertirse esta novedad en piedra de

escándalo y Cuestión Amigoniana. Porque sus

hijos, lo que por lo regular sucede siempre si

no se tiene un gran espíritu de mortificación,

desean servir al Instituto, pero a ser posible

siempre desde la cúpula del mismo. Y, sea por

el afán de fidelidad al pensamiento de su Padre

Fundador, sea por el sano deseo de intentar

interpretar su posible evolución en el tiempo,

más de una vez hacen chirriar hasta las estruc-

turas espirituales del mismo que, según dicen,

suele ser lo que menos chirría, al menos exter-

namente. A este problema es al que yo denomi-

no con el nombre de Cuestión Amigoniana.

Por si esto no fuera suficiente vienen a remo-

ver la poco feliz formulación de las Constitucio-

nes las posteriores Normas promulgadas por la

Santa Sede el 28 de junio de 1901. Pues, por

imperativo de estas Normas y sólo de ellas, es

preciso cambiar el fin propio del Instituto y

modificar la primigenia idea del piadoso Padre

Luis de fundar un instituto de corte laical, más

bien que clerical.

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Las Normas de 28 de junio de 1901 nacencon el laudable propósito de dar luz y ponerorden en el amplio espectro que presentan lascongregaciones femeninas. A unas congrega-ciones de otras difícilmente se las distinguía yapor su nombre, por su fin específico y por susejercicios de piedad. Y como estas Normas evi-dentemente prestan un buen servicio a los ins-titutos femeninos, se determina aplicarlasasimismo luego a las congregaciones de varo-nes.

Por otra parte en estas fechas, no sólo enEspaña, sino también en otras varias nacionesde Europa, los gobiernos están legislando conla intención de equiparar las congregacionesreligiosas en todo a cualesquiera otras clasesde asociaciones. Y corren el riesgo evidente-mente de ser disueltas. Por eso la Santa Sedese apresura a otorgar la aprobación pontificia atodas ellas indicando, no obstante, la posteriorobligación de acomodar las Constituciones a loque ordenan las Normas.

Las citadas Normas, entre otras exigencias,imponen la obligación de precisar bien el nom-bre y finalidad del Instituto, sus clases demiembros, su diversidad de noviciados, laprohibición de vivir sólo de limosna, etc. Y, porlo que a los institutos religiosos se refiere, con-

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templan una doble posibilidad: o bien se confi-guran como laicales, en cuyo caso todos susmiembros pueden acceder a todos los cargosdirectivos del Instituto, o bien como clericales,en cuyo caso a dichos cargos únicamente acce-den los sacerdotes. Caminar por vía intermedia,aunque sea siguiendo el espíritu de NuestroSeñor Jesucristo y de su fiel imitador SanFrancisco, y el que parece ser el caso de nues-tro Instituto según Constituciones, sencilla-mente, no es posible para Roma.

Obviamente las benditas Normas de 1901,en su deseo de poner orden y concierto entrelos religiosos, también levantan una gran pol-vareda en el Instituto. Y los hermanos, es-pecialmente los más débiles, los hermanoscoadjutores, sufren en sus carnes los durosefectos de tal acomodación. Pues se opta porinstituto de corte clerical y, lo que frecuente-mente sucede, la soga quiebra siempre por el punto más débil y el carro entorna por laparte más flaca. Y los hermanos coadjutorespierden algunos de sus privilegios, lo que esmotivo de sinsabores en el Instituto de Tercia-rios Capuchinos.

¿Qué sucede? Por una parte el entoncessuperior general, el bondadosísimo padre Joséde Sedaví, desea acomodar prontamente las

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Constituciones a las Normas, para su aproba-ción definitiva por Roma. Por otra parte el yabeato padre Domingo María de Alboraya, másproclive a reinstaurar el primitivo espíritu fun-dacional, propende por una congregación decorte laical. Y el Padre Luis de Masamagrell seesfuerza por armonizar ambas posiciones.Desea vivamente la aprobación de las Constitu-ciones, pues él siempre ha manifestado a Romauna rendida obediencia franciscana y siempreha sido muy cuidadoso, pero manteniendo alInstituto en su primer carácter laical. Desea laacomodación del Instituto a las Normas, perodesea realizarla con el menor trauma posiblepara sus hijos, los hermanos coadjutores.

Y hay que ceder a lo que entonces parece lomás lógico y natural. Por otra parte, siemprehay que atar el asno al árbol al que quiere sudueño. Y en aquel entonces Roma lo quiere así.Y, a decir verdad, de entonces acá muy poco hacambiado el modo de pensar en la Ciudad delos Papas.

En esta ocasión el Padre Luis, ante las fre-cuentes y lastimosas deserciones, dirige unacarta larga y paternal a sus hijos. Les pide quese mantengan firmes en la propia vocación. Alos superiores les pide celo, respeto mutuo yprincipio de autoridad. A los súbditos, toda

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clase de consideraciones para con sus preladosmayores y locales. Y a todos, unión, como enapretado haz, con el estrecho lazo de la cari-dad.

En los años sucesivos la disensión y el dis-tanciamiento entre los religiosos se va acen-tuando. Los puntos de vista personales se vanhaciendo distantes. Entra, incluso, de pormedio algún seglar bienintencionado. Por otraparte el piadoso Padre Luis de Masamagrell eselegido Obispo de Tagaste y AdministradorApostólico de Solsona. Indudablemente la dis-tancia misma en el espacio es ya un óbice queno puede facilitar el entendimiento, ni amino-rar el distanciamiento de posiciones.

La que se ha dado en llamar CuestiónAmigoniana -que haberla hayla, claro que sí-nace, como dije anteriormente, de una incon-gruente formulación de las Constituciones primeras, a las que viene a añadirse una diver-sa idea en cuanto a la adecuación de las Cons-tituciones a las Normas.

Por otro lado las Normas no son lo suficien-temente conocidas. Más aún. Parece que hastahay un cierto excesivo interés en que no losean. Y tanto es así que cuando el entoncessuperior general, el sabio y bondadosísimopadre José María de Sedaví, se muestra reacio

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a permitir el acceso de los hermanos coadjuto-res al sacerdocio o no otorga fácilmente elsanto hábito a los aspirantes, se le tilda defalta de interés por la Congregación, cuandorealmente no hace sino poner por obra lasNormas de la Santa Sede para clarificar ycimentar sólidamente el instituto.

Y llega el año 1907. Hay interés, comorecompensa a los méritos de los religiosos porsus trabajos en la Escuela de Reforma de San-ta Rita, en elevar al episcopado al PadreGeneral o, en todo caso, al Director de la Es-cuela de Reforma. Amablemente, por parte deambos, declinan el honor en la persona de suFundador Padre Luis de Masamagrell. Y esa esla ocasión o el motivo de su posterior elevaciónal episcopado. En esto se echa de ver la Pro-videncia del Señor, así como también la gran-deza de ánimo de los hijos espirituales delVenerable Padre Luis.

Posiblemente también este hecho debió decontribuir, en algún modo, al distanciamientoentre algunos de sus hijos espirituales. Quetodo puede ser. Lo cierto es que las relacionesfraternas se van enconando todavía por variosaños. Tanto que incluso el Fundador escribedos cartas a Roma en las que, sea tal vez por losesgado de la información que posee, sea quizá

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porque no se manifiesta lo bastante prudente,pero lo cierto es que seguramente acentúa endemasía los tonos oscuros. ¡Qué se le va ahacer! ¡Sea todo por el amor de Dios! Que biensabe el Señor que el piadoso Padre Luis enesto, como en todo, se guía por el amor a sushijos espirituales y a la Congregación que elSeñor tiene a bien fundar por su persona.

Lo cierto es que siguen todavía algunos añosde descontento. Se resquebraja la fraternidad.Pasan algunos años sin fundación alguna. Ysolamente la benevolencia del Señor lleva ade-lante la Congregación.

El Padre Luis de Masamagrell, como padre yfundador, sufre lo indecible, y apela a su ben-dita Madre de los Dolores para que consolide lapaz y unión fraterna, tan necesaria para el pro-greso de la Obra que, le parece a él, quiereminar el enemigo por sus cimientos. E insiste,con ocasión y sin ella: “Unámonos en espírituen el santuario del corazón dolorido de nuestraMadre y pidámosle con fervor nos continúe susbendiciones, dando a los prelados luz y aciertoen sus disposiciones; a los súbditos, unión,celo y sumisión; y, por sus méritos, el perdónde sus pecados a este su padre y siervo enCristo”.

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Para anular estos efectos el Padre Luis, porsegunda vez, tiene que echar mano de sumucha paciencia, comprensión y derroche deamor paternal. Y, luego de hacer amplio relatode la historia de los hechos a los hermanoscoadjutores, les recomienda sumisión y obe-diencia a la Santa Sede, haciéndoselo constarasí en carta que cada uno de ellos le dirija per-sonalmente a él como Fundador.

De lo que sí hay que estar ciertos es de unacosa. Que en estos casos no es aconsejable alos religiosos mostrar un temple de acero. Que,si una vez se quiebran, no hay forma de soldar-les. Y, si se consigue lograr, la unión suele sersumamente débil y endeble y, por supuesto,muy tardía. Hay también que añadir que lahistoria, siempre tan bella y hermosa, nos indi-ca que Dios está sobre nuestras mismas accio-nes. Y que hay problemas, como este de laCuestión Amigoniana, cuya solución todavía seencuentra en el alero. Esperemos que no seapor mucho tiempo.

Y como llegó y pasó el año 1907, llega y pasaasimismo el 1908. Aquel año los terciarioscapuchinos tienen capítulo general. Se esperala de San Quintín, o la Gorda, que para el casoes lo mismo. Luis de Masamagrell escribe aRoma. Y escribe hasta por dos veces. Desea

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evitar a toda costa la ruina de una obra que, ajuicio de todos, está haciendo un gran bien a lasociedad y está dando mucha gloria a Dios.

Lo cierto es que la Divina Providencia, que sihasta se cuida de los lirios del campo y de lasavecillas del cielo, ¡con cuánto más amor nocuidará de sus hijos!, arregla las cosas a sumodo. Que es la mejor manera de arreglarlas,si se lo permiten los hombres, claro. Y hay queconfesar que en aquella ocasión sus hijos se lopermitieron plenamente.

¡Gracias sean dadas por todo al Señor!

Seguramente los religiosos recordaron elconocido adagio que dice antes de entrar, dejensalir. Y el relevo en la cúpula de la Orden, per-dón, del Instituto se efectúa aquel otoño con lamayor normalidad. Y seis años más tardeencontramos nuevamente al padre José Maríade Sedaví dirigiendo los destinos de laCongregación, muy a satisfacción de todos, alparecer.

Una vez más la grandeza de ánimo de losreligiosos priva en sus actuaciones. Y el amor ala Congregación se impone al amor propio y amezquinos intereses. Si bien sus relacionespersonales -preciso es reconocerlo- no siempreson lo cordiales que cabe esperar de ellos, pues

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el padre Domingo de Alboraya pide un año deexclaustración para atender a su madre y setardan seis en permitirle reintegrarse a laCongregación, por más que el derecho esté desu parte.

De todos modos quienes un día fueron almay vida de la naciente Congregación cruzaron ya los umbrales de la historia. Gastaron susvidas para la mayor gloria de Dios, salvación delas almas, y honra de la Congregación, comoles recordaba con harta frecuencia el Fundador.Pero siempre queda el interrogante ¿No vendríamotivada la Cuestión Amigoniana por una defi-ciente formulación de las primeras Constitu-ciones?

De todas las maneras, a ejemplo del SeráficoPadre San Francisco, Luis de Masamagrelltambién escribe su testamento espiritual, suúltima voluntad. No desea que le cambien supensamiento, que no puede ser históricamentelineal, pues las Normas de Roma no se lo per-miten. Pero en la conocida como carta testa-mento recoge el espíritu y la esencia de laCongregación, lo que constituye el fin primario,por más que en el decurso de la historia hayasido preciso rectificar, y aun modificar, lamisión específica o fin secundario de la misma.

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Y en el fin primario se la delinea en el segui-miento de Cristo, con el estilo de Francisco, enfraternidad y minoridad, con un gran amor a laVirgen de los Dolores, y al servicio de la juven-tud desviada del camino de la verdad y delbien.

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¡Qué delicia La Ollería...!

E n los primeros días de marzo brotan lasviñas en zarcillos, y hay ya renuevosolorosos en los olivares, y ya no hace

frío en el valle de Albaida, Valencia. Y el con-vento capuchino se pone alegre y nuevo. Lasbrisas del puerto de La Ollería traen el primerolor a tomillo y cantueso, a espliego y romero...Los días son más largos. Y los seminaristasseráficos juegan ya en el huertecillo del olivar.Alrededor del mirto grande que plantaron losfrailes antes, mucho antes ya, de la exclaustra-ción de 1836. Son días claros. Hace ya bueno.Es el preludio de la primavera. Y los primeroscereales pregonan ya la esperada cosecha enzurrón, casi a punto de cerner.

Seis años lleva Fray Luis de Masamagrell eneste convento capuchino. Lo fundó San Juande Ribera en el lejano año del Señor de 1601. Ylo dedicó a los santos Abdón y Senén, los

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11. EL PADRE LUISMINISTRO PROVINCIAL

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Santos de la Piedra. Y en el convento se hagozado de la liturgia sagrada, de la vida con-ventual y de la paz del claustro hasta bienentrado el siglo XIX.

Le toca al Padre Luis de Masamagrell lasuerte de reabrirlo. ¡Que algún nombre hayque dar a la Providencia Divina, claro! Y encuanto a lo de suerte, he de decir que más bienfue por obra y gracia del padre Joaquín deLlevaneras, a la sazón Ministro Provincial. Detodos modos allá se va el Padre Luis la vísperadel Día de Todos los Santos de 1886. Y lasautoridades del pueblo le libran escritura decesión del convento en fecha 7 del mismo mesy del mismo año.

La Ollería supuso para él, según confiesadespués, un calvario. Y tal vez por esto ama aeste convento más que a los demás. En él tienela suerte -que no agradecerá lo bastante alSeñor- de residir seis años de su vida. Tal vezuna de las etapas más felices de su existenciaterrenal. Concretamente de 1893 a 1899. En élcultiva el seminario seráfico, y la OrdenTercera y... una numerosa fraternidad.

¡Qué delicia el convento de La Ollería...!

Cuando llegan los días buenos, como digo, elPadre Guardián del convento baja frecuente-

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mente al pueblo. Y visita a sus terciarios secu-lares en los pueblecitos del valle de Albaida ydel valle de La Alcudia. Y sus terciarios, loscuartos domingos de mes, acuden al convento,como rosario de peregrinantes, entre olivares yla triple fila de cipreses que conduce a la expla-nada del Santuario.

En el convento de La Ollería se da el casocurioso de que los frailes promueven tanto la Orden Tercera que hay más movimiento en laoficina del convento que en la Casa Consistorialdel pueblo. Esa es, al menos, la voz común. Allígozan los inquilinos de inviernos benignos,veranos frescos, primaveras y otoños soleados,deliciosos.

El convento tiene todo el encanto de la man-sión capuchina, mitad santuario, mitad monas-terio, lugar de oración, de retiro y de paz, de loque siempre se muestra ávido y sediento el espíritu de Luis de Masamagrell, su restau-rador.

Recuerdan que el año de 1898 tocaba ya casia su fin. Al convento llegan noticias del desas-tre de Cavite, en Filipinas. Y de la Paz de París.Por pueblos y ciudades va aumentando elnúmero de harapientos y pordioseros. Son lossupervivientes del desastre del 98. Son los últi-mos de Filipinas. Y por entonces, como digo,

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algunos de ellos se llegan hasta el convento. Ycon ellos llega también la noticia de la divisiónde su amada provincia capuchina de Toledo.

La verdad sea dicha. El Padre Luis de Masa-magrell trabaja lo indecible por la restauración.De las provincias de Andalucía y Valencia,claro. Pues la restauración siempre fue unaaspiración legítima, tanto de los capuchinosandaluces como de los valencianos. Además esconvenientísima. Para satisfacción de los reli-giosos, pues siempre les resulta molesto a losmás el tener que residir en conventos que noson de su territorio, como escribe el Padre Luis.Además a los valencianos -y quede esto entrenosotros- la sombra del Micalet les suele resul-tar muy amable a todos ellos. Y sumamenteapetecible. Que el hombre profesa siempre unamor innato por el país y las tierras que le hanvisto nacer.

Por otra parte las costumbres y caracteresdistintos de cada región son motivo de disgus-tos, por lo regular, si no se tiene mucho espíri-tu de mortificación.

Fray Luis de Masamagrell trabaja, comodigo, con entusiasmo por conseguir la tal divi-sión. Y procura facilitarla por todos los mediosa su alcance. Eso sí, bien sabe Dios que nuncase deja arrastrar por intenciones menos rectas.

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Si no por el mejor deseo de facilitar la fraterni-dad y servir a la Orden. Por lo demás tiene bienclaro que cada uno debe alimentar y amar a suhermano como la madre alimenta y ama al hijode sus entrañas, según escribe Francisco deAsís.

Y así lo practica.

Sí, ya sabemos que luego se ha dado endecir entre los frailes que, aprovechándose desu elección a fabriquero de la provincia, edificaconventos en tierras valencianas. Y que luegoescribe a los religiosos de su tierra para quepasen a ocupar los mismos. Y que, cuando dis-pone ya de frailes y conventos suficientes,finalmente pide al Reverendísimo la restaura-ción de la antigua provincia religiosa. Y lobueno no es que lo digan, sino que así es, ¡porqué negarlo! Que sencillez, prudencia y fortale-za conviven siempre en su persona. Así, almenos, se lo han reconocido. Y lo han testifica-do quienes bien le conocieron.

Así es que en el otoño del año del Señor de 1898 se piden pareceres a los religiosos. Y,en la consulta, resulta favorecido con la mayo-ría de los mismos. Y es nombrado MinistroProvincial, el primero luego de la Restauración.Con lo que tiene que salir de La Ollería, muy apesar suyo y donde, tranquilo, continuaba en

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el desempeño de su cargo de guardián del convento de san Abdón y Senén, los llamadosSantos de la Piedra.

¡Sea todo por el amor de Dios!

Deja pasar las fiestas navideñas, que aquelaño son en extremo solemnes. O al menos asíse lo parecen a él. Tanto que acude a su mentecuanto dice el Seráfico Padre respecto a lasfiestas navideñas: «Que en la Navidad del Señorde cada año, los hombres derramen trigo yotros granos por los caminos fuera de las ciudades y castillos, para que, en día de tantasolemnidad, todas las aves, y particularmentelas hermanas alondras, tengan qué comer».

¡Ah!, aquel invierno en el convento los frailestienen que echar miel a las colmenas y poner-les calor, para que la hermana abeja no perez-ca por el frío, y por la falta de alimento, ya queel invierno es muy frío y la primavera tarda enentrar.

Y el primer día del año nuevo, y último añodel siglo XIX, reúne en el convento capuchinode la Magdalena, en Masamagrell, al discretorioprovincial. Que en aquel entonces, para enten-dernos, los consejeros se llamaban tambiéndiscretos.

¡Y a fe mía que sí que lo eran!

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¿Que por qué es elegido ministro provincial,me preguntáis? La verdad es que no lo sé, ninunca tampoco lo he podido saber. O tal vez,que no tiene explicación posible, pues no escuestión de pedir porqués a lo que es sencilla-mente eso, providencia divina. Pero segura-mente que enseguida se le fija en la mente, nosabemos si por inspiración divina, Dios lo sabe,lo que dice el Seráfico Padre San Francisco:Que así debe de ser, que los ministros seanservidores de sus hermanos. Y lo llevará a lapráctica con tesón.

Y en servicio a la fraternidad consume todossus desvelos.

También tiene muy presente que el ministroes elegido para facilitar el encuentro de la vo-luntad de Dios sobre sus hermanos, aunqueresulte doloroso, y que el hombre madura através de los avatares de la vida y la inmensapiedad de Dios. Nunca a puntapiés y a empujo-nes. Por lo demás nadie, cuando pretendecoger miel, va dando puntapiés a la colmena.

Que la vida es, eso, un paso de egoísmo alaltruismo. Yo, sencillamente, lo llamo pronom-brear. Que no es sino un ir saltando depronombre en pronombre, como los niños sal-tan de piedra en piedra para cruzar el riachue-lo. O como van saltando de losa en losa, en los

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soportales de la plaza mayor del pueblo, hasta

llegar al final. Es fácil: yo, tú, nos-otros,

vos-otros, El... Bueno, es muy fácil decirlo,

claro. Pero no cabe duda de que es un buen

termómetro de la madurez humana. ¿No os

parece?

Pero dejemos este camino que conduce,

cuesta abajo, hacia el valle de la distracción,

para decir que la anunciada reunión del discre-

torio provincial tiene lugar en La Magdalena,

en el convento de Masamagrell, en fecha 1 de

enero de 1899.

Se reúne, pues, con los padres Fermín de

Velilla, Melchor de Benisa, Francisco de

Orihuela y Fidel de Alcira. Buenísimos religio-

sos todos ellos, que se le dan por consejeros. Y

emprenden la grandiosa obra de la restaura-

ción de su amada provincia capuchina de la

Preciosísima Sangre de Cristo, de Valencia,

fundada por San Juan de Ribera.

Una cosa tiene, para empezar, muy clara: la

primacía de las personas sobre las casas, y de

las casas sobre las cosas. Con este principio de

fondo trata de elaborar su programa de inten-

ciones, o programa de gobierno, que plasma en

once precisos acuerdos.

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Dedica los dos primeros a lo que hoy llama-mos la identidad religiosa. Tres más, a la for-mación franciscana. Otros tres, a la unidad y atención de la fraternidad. Uno dedica a ladistribución de las limosnas. Y concluye, conun último acuerdo, sobre el fomento de lasMisiones, que han sido siempre la gracia espe-cial de la Orden Capuchina, y en lo que entodos los tiempos ésta mayormente se ha dis-tinguido.

¡Ah!, y seguidamente crea la revista Floreci-llas de San Francisco con el objeto de promovery aumentar el espíritu franciscano. Sabe porexperiencia el gran bien que va haciendo a laOrden Tercera El Mensajero Seráfico fundadaen 1883, al poco tiempo de la restauración dela Orden en España.

Al programa de intenciones acompaña unacarta que envía a sus religiosos excitándoles ala gratitud para con Dios, con diversos festejos,e invitándoles a seguir la santidad y el ejemplode los religiosos antepasados. «Así añadiremos-les decía- a la brillante historia de la Provinciauna página más que en nada desdecirá de lasanteriores y servirá de ejemplo y edificación atodos los religiosos del porvenir».

Como fácilmente se echa de ver, se trata deuna programación al servicio de Dios y de los

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hermanos. Que la experiencia enseña, y laOrden es testigo de ello, que es más francis-cano el servicio a la fraternidad, el desapropioy sentido providencialista de la vida, que no lapreocupación por el cómo viviréis o cómo vesti-réis.

Que el Padre del cielo ya sabe de qué tenéisnecesidad.

Y enseguida, con los miembros del Consejo,se pone manos a la obra. Elabora las tablas delas familias religiosas, estructura los estudios,crea la escuela seráfica de Orito, en una épocaen que tanto escasean las vocaciones religio-sas... ¡Ah!, y hace los trámites necesarios parala fundación de un Seminario de Misiones en laprovincia. Con ello pretende poner las bases deuna nueva Congregación de Misioneros.

¡Lástima que no llegue a cuajar la idea! Tal vez la cortedad de miras de algunos de sushermanos... Tal vez la experiencia dolorosa que le supusieron ya sus dos fundacionesanteriores... Lo cierto es que el Seminario deMisioneros no cuaja.

¡Loado sea el Señor en sus bondades!

Reanudando el relato diremos que Fray Luisde Masamagrell, a la sazón Ministro Provincial,aprovecha la ocasión para visitar a sus hijos.

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Así es que, pasados los días del crudo invierno,y ya más libre de ocupaciones y preocupacio-nes, y con mayor autonomía en la Orden -quetodo hay que decirlo-, visita a sus hijos en laEscuela de Reforma de Santa Rita, en Madrid,donde puede apreciar los adelantos de la Obra.¡Hace ocho años que, por causas ajenas a suvoluntad, no le ha sido posible visitar la casaprincipal de la Congregación!

Quién sabe por qué, lo cierto es que hubouna porción de años en los cuales apenas tieneintervención alguna en la dirección del Ins-tituto. Ya porque no tiene la necesaria libertaden su Orden, ya también porque los Superioresque rigen su Congregación la esquivan. Lo cier-to es que la anunciada visita se convierte en unacto de desagravios hacia su augusta persona.

Llega a Madrid -así lo recuerdan sus religio-sos mayores- en el tren de la mañana. Al ama-necer de un día cualquiera de mayo de 1899. Ysus religiosos le retienen en la residencia de laCastellana, 42. No quieren que vaya a laEscuela de Reforma de Santa Rita hasta por latarde. Le sorprendió sobre manera el ver, yapróximos a Carabanchel, donde está situada laEscuela, una hermosa cabalgata formada porlos corrigendos, montados en briosos y bien

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enjaezados caballos, y vestidos con lujosos tra-jes a la antigua usanza española.

Al entrar en los andenes del huerto de SantaRita, y apearse del coche, es recibido por losreligiosos y alumnos corrigendos con el mayorentusiasmo, entre vítores y aplausos, y derra-mando los niños flores a su paso al dirigirse ala capilla. Tales manifestaciones de veneracióny afecto le sirven de grandísima confusión,teniendo presentes sus muchas infidelidadespara con Dios, dice él.

Tanto que hubo de acordarse en aquella oca-sión de su Padre San Francisco quien, por másque rehuía siempre todo aplauso del mundo,en cierta ocasión admitió con muestras decomplacencia los vítores y palmas con que lerecibieron en una ciudad.

En los días sucesivos hubo sabrosos festejosen la Escuela. No faltaron las luchas en elpalenque, ni los torneos de corte medieval, losfuegos a la valenciana, y paellas...

En alabanza de Cristo. Amén.

Los años de su provincialato -¿lo sabéis?-transcurren con la rapidez de los años felices.Conforme al programa dedica su tiempo afomentar la observancia regular (para lo queedita el librito de la Regla), a cimentar los estu-

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dios, a incrementar las Misiones, a delimitar elterritorio de la Provincia y Misión. Y elaborauna estadística de la provincia capuchina.

Sí, también ha de solucionar pequeños pro-blemas que inevitablemente acá y acullá sur-gen a un Ministro Provincial en las numerosasfraternidades. Como el caso de los Hermanoslegos a quienes el padre guardián manda lim-piar el pozo ciego del convento y éstos se le nie-gan aduciendo que el Derecho prohíbe empleara los religiosos en servicios indecorosos. Pero elcaso lo soluciona fácilmente Fray Luis deMasamagrell imponiendo a los Hermanos “diezdías de Santos Ejercicios y por lo que queda deaño, en saludable penitencia, se encargaránellos solos de la limpieza de los platos”.

Sí, también procura la reparación de losconventos que, los pobres, no andan sobradosde atenciones. Pero, gracias a Dios, las grietasde los edificios materiales no son de tan difícilreparación como las de sus inquilinos los reli-giosos.

Así que el 10 de enero de 1901 tienen yanuevo capítulo provincial. Y, elegidos que fue-ron el Ministro Provincial y sus Definidores,Fray Luis de Masamagrell es elegido CustodioGeneral, quedando libre de todo otro cargo por

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el tiempo que prescriben las constitucionescapuchinas.

Por ello da gracias al Señor, pues ya ansiabano tener que atender a otra cosa que a su almay a obedecer.

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El Padre Luis de Masamagrell sabe quelos pilletes no son malos. Sabe que noroban por placer, sino por necesidad. El

Padre Luis de Masamagrell, además, sabe quehay que hacer algo por los pilletes de la Plazadel Mercado de Valencia. Y por los pilletes delBarrio de Ruzafa. Y por los hijos de los pesca-dores del Cabañal, frente al mar. Y..., por lospícaros del mundo entero, porque todos sonbuenos. Que sí. Que los jóvenes de todo elmundo son buenos. Pero, ¿cómo moralizar a lajuventud extraviada? ¿Cómo y por dóndecomenzar?

He escrito que, por imperativo de las Normasde 1901, el Instituto Amigoniano hubo demodificar su fin propio y específico. Y es la ver-dad. Pero no es toda la verdad. Pues, desde loscomienzos de la fundación, los religiosos sededican ya a “la gran obra de la moralizaciónde la juventud que el Señor ha encomendado ala Congregación”, según les escribe su buen

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12. A MADRID, VILLA Y CORTE

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Padre Fundador. Y la divina providencia, porlos caminos de no se sabe bien cómo, les con-duce, les va dirigiendo amablemente a la Es-cuela de Reforma de Santa Rita, a la Villa yCorte de Madrid.

El Madrid de finales del XIX, es verdad, pre-senta una estampa pobretona y miserable. Y elPadre Luis de Masamagrell se da cuenta. EnMadrid la gente no vive bien. En Madrid la vidano es buena. Se da un vivir trepidante, sí, peroel pueblo llano pasa demasiada hambre. Vivedel imprevisto y de la providencia. Cada cualroba lo que pilla y se echa a la faltriquera loque puede. Y Madrid, Villa y Corte, ofrece alespectador decimonónico un no sé qué de oscu-ro, trágico y precario.

Es verdad que en Madrid apunta ya la eraindustrial. Y Luis de Masamagrell así lo apre-cia. Pero es todavía el Madrid de callejuelasempedradas de canto rodado. Es el Madrid delos tranvías mortecinos. De casuchas bajas,renegridas o levemente enjalbegadas. Pero tapi-zadas siempre de un sinfín de agujeros y venta-nucos asimétricamente combinados. Ofrece alviajero un aspecto chaparrete y un tanto hoscoy deleznable.

El Madrid de finales del XIX, como digo,brinda al visitante un aspecto sórdido y mise-

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rable. Eso sí. En Madrid hay infinidad deniños. En Madrid abundan los niños abando-nados, niños que pululan por el Madrid deEmbajadores, Acacias, Atocha o Lavapiés. Oque recogen trozos de maderas o carbón entrelas vías del tren. Mozalbetes es lo que másabunda en Madrid, plaza de la indigencia y dela pobreza. Y al anochecer, los pícaros se vanrecogiendo en los aledaños de la Plaza Mayor.Es el refugio natural de un mundillo innomina-do de golfillos y maleantes desarrapados. Es elcomunismo del hambre y de la miseria.

Es el Madrid que, en mayo de 1889, conoceel Padre Luis de Masamagrell en su traslado a la Villa y Corte, con el padre Francisco Maríade Sueras y el joven estudiante fray Luis Maríade Valencia, para conocer personalmente laFundación de Santa Rita, en los Carabanche-les. Aprovechan también la ocasión para tenerun primer contacto con el obispo de Madrid,Mons. Ciriaco Sancha, y con la Junta dePatronos. Y se les ofrece asimismo la oportuni-dad de visitar el Patio de los Micos, en elSaladero, guarida entonces de los jóvenes desa-rrapados. Es un primer acercamiento al mundode la misión específica.

Por aquellas calendas están asfaltando laPuerta del Sol. Diez o doce hornillos vomitan

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por sus chimeneas un humo espeso y acre. Y alcaer del día sombrajos dantescos terminan deremover el asfalto en las bituminosas barricas.Recuestan sus enormes palas de madera sobreaquellas. Y, presurosos, retornan a sus cobijos.Entonces el mundo del hampa se refugia allí,dispuestos los mozalbetes a pasar la nochecomo sea.

Unos duermen con la cabeza apoyada en loshornillos, como si les fueran a dar un testara-zo. Otros, envueltos en deshilachados capotesde la última guerra carlista. Pero nunca se gozaallí del silencio total de la noche madrileña. Devez en cuando llega algún que otro molestoinquilino. Y normalmente suele ser a últimahora. Alguien, aterido o beodo, que trata dehacerse sitio entre los otros.

- ¡Chist!, carnicerín, que no dejas dormir. Temato, dice un chiquillo astroso.

- Cállate. Que, como te oiga el sereno, termi-namos la noche todos en el cuartelillo. O en ElPatio de los Micos, que es peor. Y allí sí quehace frío, ¡eh!

- Que nos correrán Montera arriba. ¿O no teacuerdas ya de ayer?, replica un pillete canijo,de labios belfos y ojos ribeteados, de mote ElJaro.

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- Yo me voy al Corralón de las Acacias. Allíestaré tranquilo, musita un quídam que, comola burra de Balaam el bíblico, interviene sinpreguntarle.

- ¡Eh, tú!, hazte el dormido que viene el sere-no con el mimbrajo.

Diálogos como éstos puede escuchar doñaConcepción Arenal casi a diario. Y con desarra-pados, de ojos turbios y caras de hambre, des-nutridos y harapientos, se topa frecuentementela flor y nata del parlamentarismo español. Poreso doña Concepción Arenal, entregada encuerpo y alma a estos desarrapados, escribe ElVisitador del Preso. Y los periodistas aúnanesfuerzos para crear un correccional de jóve-nes. Y don Francisco Lastres intenta dar cum-plida solución al problema de la juventud. Ytambién el duque de Maura, y don ManuelSilvela, y el marqués de Casa-Jiménez. ¡Y quésé yo cuántos más!... Que los grandes de laEspaña del XIX son por naturaleza compasivosy misericordiosos.

Bueno, fruto del esfuerzo de particulares esla fundación del primer establecimiento correc-cional de jóvenes. Y, ¿cómo se le denominará?Escuela de Reforma de Santa Rita. Que paraeso la esposa del donante de la finca se honracon este bonito nombre. ¡Menos mal! Por fin los

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pícaros del Madrid de finales del XIX van a

poder abandonar la inmunda piltra del Patio de

los Micos, en el Saladero.

Pero..., ¡coincidencias de la suerte! O tal vez,

¡indescifrables designios de la Providencia

Divina! También por Valencia anda un fraile

capuchino. Es Fray Luis de Masamagrell.

Cuenta tan sólo 34 años. Y se empeña en la

fundación de una congregación religiosa de

varones, que complete la obra de su congrega-

ción femenina. Les destina a la educación

correccional de la juventud. Que el siglo XIX ha

generado las suficientes lacras sociales como

para que no falte tema a la novela realista.

¡Ah!, ni fundadores de congregaciones religio-

sas destinadas a remediarlas.

Entre tanto don Francisco Lastres anda

buscando en Italia personal para su obra. En

un primer momento se traslada a Turín, en el

corazón del Piamonte. Y va en busca de don

Juan Bosco.

- Necesito personal para mi Escuela, le dice,

y he pensado...

- Encantado. Un simpático pensamiento el

suyo, le responde don Bosco.

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- Pero la Escuela de Santa Rita es un correc-cional, padre. En él se hace imprescindible lacoacción...

- ¡Ah!, no, no, no. Entonces no. En estascondiciones yo no puedo aceptar. Las murallasde mis establecimientos son las calles.

Y don Juan Bosco declina el ofrecimiento.

Pero don Francisco Lastres no es hombreque se arrugue a la primera. Ni tampoco unespíritu que fácilmente se arredre. Años des-pués, por la Riviera Azul, se dirige camino deRoma. Su Santidad León XIII le indicará el per-sonal que precisa. Lo tiene bien cerca. Lo tieneen España. Lo tiene en Valencia. Es la nuevafundación realizada por el capuchino Fray Luisde Masamagrell. Y allá que se va.

Concertada la fundación y aceptado el ofreci-miento, el 24 de octubre de 1890, que la iglesiacelebra de san Rafael Arcángel, Fray Luis deMasamagrell, y algunos otros religiosos más,parten camino de la Villa y Corte de Madrid. Ya finales de mes se hacen ya cargo de laEscuela de Reforma de Santa Rita.

Los primeros días en la Escuela son duros.Es preciso... Bueno, como en toda fundación,es preciso casi todo. Hay que roturar los terre-nos. Hay que trazar los caminales. Hay que

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arreglar los paseos de la finca y hay que plan-tar abundante arbolado. Y hay que crear unasescuelitas nocturnas para la instrucción ele-mental y catequética de los niños pobres, y unfrontón para recreo...

A estas dificultades iniciales se viene a aña-dir otra no menor. Y es la falta de recursos eco-nómicos de la Escuela de Reforma de SantaRita. Es verdad que en el Parlamento el Sr.Lastres, alma y vida de la Escuela de Reforma,se desgañita, con sus señorías el Sr. Aguilera,el Sr. Botija y el Conde de Peñalver, para tratarde conseguir una dotación económica suficien-te para la Escuela. Pero lo cierto es que lo con-seguido no es suficiente, y a los religiosos seles hace pesada la austeridad de la vida religio-sa y muy duros los efectos de la santa pobreza.

De tal manera que tienen que abrir unapequeña residencia procura en La Castellana42, para tratar de recabar subsidios y fondosde las buenas gentes de Madrid para la Es-cuela. Pero sitio hay en el que, en el ejercicio deeste ministerio, les toman por timadores, al veraquellos rostros barbudos y tostados por el soly aquellas manos encallecidas por el trabajo. Yen alguno otro les han acusado de protestan-tes, tomando base para ello del nombre de susanta casa, la Escuela de Reforma.

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De todos modos el piadoso Padre Luis nopierde ocasión de aconsejar a sus hijos:“Conviene se continúe la obra de propagandacon los niños de la población, tanto por el bienque reporta a esas pobres criaturas faltas deinstrucción religiosa, como porque ella hacesimpática para con el pueblo la obra de losReligiosos y les capta las voluntades hasta delos más desocupados”.

Y, ¿cuál es el sistema pedagógico que seimplanta al principio en la Escuela de Reformade Santa Rita? ¿Cuál? Nadie lo conoce, por lasimple razón de que no lo tienen. Nada de teo-rías ni de tratados pedagógicos, nada de ideaspreconcebidas ni de sistemas, sino la experien-cia progresiva dentro de una pedagogía delamor y de la misericordia.

Don Bosco suele decir familiarmente:

- Echad un perro al agua. Veréis cómo nada.Este es mi secreto.

Y éste es también el secreto de los hijos delPadre Luis de Masamagrell los primeros díasdentro de la Escuela. Su pedagogía, el amor; su mejor arma, el sacrificio; la paciencia y launión mutua, su método más seguro y eficaz. Ytodo ello amasado con esencias de alegría y depobreza franciscanas.

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La Escuela de Reforma se organiza y estruc-tura sobre el modelo de la igualdad y fraterni-dad. El director es el padre y maestro de laEscuela. Y también el director espiritual de lafraternidad. Y los hermanos coadjutores desem-peñan su cometido como pedagogos, psicólogosy jefes de sección. Con ellos van haciendo prác-ticas los religiosos jóvenes como ayudantes dedichos primeros encargados.

Pero poco a poco -que la pedagogía del amores paciente, es servicial, no busca su interés,no se irrita; todo lo excusa, todo lo cree, todo loespera, todo lo soporta- los religiosos confeccio-nan un pequeño reglamento. Andando el tiem-po, y en cumplimiento de la ley de fundaciónque así lo reclama, diversifican niños propia-mente dichos de reforma y niños de correcciónpaternal.

¡Ah!, poco a poco también se van abriendoen la Escuela de Reforma talleres de zapatería,carpintería y sastrería. “En cuanto sea posibleprocúrese la creación de unos talleres... Y, a finde que aquellos que durante el día estánempleados en los talleres o en la labranza nocarezcan de la instrucción, se establecerá unaclase aparte que se denominará de obreros”,recomienda el Padre Luis de Masamagrell a susreligiosos de Madrid.

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Como todo organismo vivo, la Escuela deReforma día a día se va organizando y estruc-turando a golpes de sentido común, de cariño yde sacrificio. Su pedagogía se basa en un siste-ma progresivo y de emulación. Y La Emulaciónllevará por título la deliciosa publicación delCentro.

“Queremos se valgan mucho los religiosos deeste medio de excitar entre los niños la emula-ción, porque la experiencia les enseñará quecon él conseguirán más de los niños que conningún otro género de castigos”, escribe elPadre Luis, y añade: “Y a fin de que sirva deestímulo a los jóvenes, se pondrán al públicotodos los meses las notas que durante elloshubieran merecido con relación a la piedad,estudio y trabajo”.

Piedad, estudio y trabajo. ¡He ahí tres pilarespara la reeducación del joven caído, margina-do, extraviado! Tres pilares que se logranlevantar en la Escuela de Reforma medianteuna formación religiosa, un método preventivoy un tratamiento a la medida. Obviamente,para ello el joven paulatina y progresivamenteha de pasar por las etapas de reflexión, espe-ranza, perseverancia y confianza. Etapa estaúltima que abre al muchacho las puertas parasu inserción definitiva en la sociedad.

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La Escuela siempre ha cosechado entre losmuchachos frutos ubérrimos de reforma y con-versión. Pues, en Santa Rita, no sólo el queparece indomable queda domado, sino que elocioso adquiere hábitos de trabajo, el incapazaprende un oficio, el débil se robustece en lasfaenas agrícolas y, con la observancia de unavida higiénica, el vagabundo, a quien la ratería,o acaso el crimen, hubieran abierto las puertasde la cárcel, recibe el don inapreciable de unainstrucción basada en la moral cristiana.

Cuando el Padre Luis visita la Escuela deSanta Rita hay recibimiento en caballos enjae-zados, y justas y torneos en el palenque, yabundancia de paellas, y fiestas a la valencianacon profusión de pólvora. Especial esplendorpresenta su recibimiento a finales de mayo de1899 en que, por causas ajenas a su voluntad,no había sido posible visitar a sus hijos antes,como se dijo. Se aprovecha dicha ocasión parahacerle un acto de desagravio por la porción de años en que no tuvo intervención alguna enel Instituto, ya porque no tenía la necesarialibertad en su Orden, ya también porque losSuperiores que regían su Congregación laesquivaban, hasta el punto de pasar ocho añossin visitar Santa Rita, la Casa principal de laCongregación.

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Pero no se crea que la vida en la Escuela deReforma Santa Rita es siempre amable y deli-ciosa. ¡No! También pasa por sus momentosdifíciles. Como aquel infausto día en que sesuicida en ella un joven de la alta sociedadmadrileña. O como aquel negro 8 de diciembrede 1920 en que unos noventa corrigendos seescapan por Madrid, la mayoría de los cualesvuelve a la Escuela al atardecer. ¡Dura leccióny amargo cáliz para los educadores!

Pero también es verdad que las mayores difi-cultades no llegan a Santa Rita de fuera, sinode dentro del recinto de la Escuela de Reforma.Provienen de la falta de entendimiento entre losmismos religiosos. Hasta tal punto que el PadreLuis de Masamagrell, siempre tan ponderado yecuánime, en más de una ocasión tiene quereconvenirles paternalmente: “Si entre vuestrascaridades, o con el superior, no hubiese launión o inteligencia debidas, no se extrañenque los jóvenes corrigendos, que de todo seaperciben, tomen de ahí motivo para faltar alrespeto debido a unos y a otros”.

Pero en la mente y en el corazón de cada reli-gioso, consciente o inconscientemente, siemprehay grabado el lema que acuña don Luis deMarichalar, patrono de la Escuela de Reformade Jóvenes Santa Rita: Cada joven que se rege-

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nera socialmente es una generación que sesalva”.

Por todo ello la Escuela de Reforma de SantaRita, la primera Escuela, fue siempre muy ama-ble y querida para las autoridades de la Villa yCorte de Madrid, y la más importante funda-ción de la Congregación. Y todo ello se debe alprofundo espíritu humano y cristiano que elPadre Luis de Masamagrell consigue imprimiren las primeras generaciones de sus hijos espi-rituales. Son los comienzos mismos de la apli-cación al fin específico de la Congregación en laEscuela de Reforma de Santa Rita en Madrid,Villa y Corte.

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Las Hermanas Terciarias Capuchinas dela Sagrada Familia se extienden actual-mente por treinta naciones de cuatro

continentes. Pero, ¿cómo fue el arraigo de lasemilla plantada por el Padre Luis Amigó, suPadre Fundador, en la Colina de Montiel?¿Cómo, su posterior expansión hasta el día dehoy?

Desde luego el arraigo de las HermanasTerciarias Capuchinas en sus comienzos no escosa fácil. Y tampoco lo es su posterior desa-rrollo y misión. Han nacido allí, en la Colina deNuestra Señora de Montiel, en la Casita de laMadre, y no se hacen a la idea de tener quedespegar un día del Santuario. Han nacido allí, humildemente, como nacen las humildesvioletas de las colinas, un 11 de mayo de 1885.Tienen el Santuario de la Virgen por su Por-ciúncula particular. Y más de una de las primeras religiosas sueña con acabar en elSantuario sus días terrenales.

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13. “ID AL MUNDO ENTERO…”

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Por otra parte Benaguacil, en cuyo términose asienta el Monasterio, considera a lasHermanas patrimonio del pueblo y al serviciodel pueblo. Son las Camareras de su Virgen deMontiel. Y los sacerdotes seculares las conside-ran asimismo, y como por tradición, lasAsistentes del Santuario. Y así se expresanfamiliarmente.

En este ambiente no les es fácil despegar elvuelo. Volar en busca de otros ambientes en losque poder desarrollar su misión específica.Menos mal que por aquellos días el cóleramorbo va subiendo por la Comarca de laHuerta hasta alcanzar Masamagrell. Ante talcalamidad el señor alcalde acude al piadosoPadre Luis Amigó para que sus religiosas des-ciendan de la Montañeta, su Tabor particular,para atender a los apestados del pueblo.

El Padre Luis se hace eco de lo que dicen susprimeras constituciones capuchinas. “Y por-que, para quienes no tienen amor terreno, leses dulce, justo y cosa normal el morir porquien murió por nosotros en la cruz, se ordenaque en tiempo de peste los hermanos sirvan alos apestados...” Y les expone su pensamiento.Animadas como estaban todas las Hermanasde tan buen espíritu, no hay ni una sola que nose ofrezca al sacrificio. Se designan, pues, cua-

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tro religiosas que se dirigen a Masamagrell conel fin indicado. Atacadas del cólera mueren lastres más jóvenes. Y la cuarta, pasada la epide-mia, se dedica a recoger los niños huérfanospara la Casa Asilo. Da así comienzo a la misiónespecífica, sólidamente cimentada sobre lasangre de las tres primeras mártires de la cari-dad: Serafina, Clara y Francisca.

En esta nueva casa, llamada hasta entoncesdel Castillo, lo primero que hacen las religiosases crear el Asilo de la Inmaculada Concepción y de San Francisco de Asís, para los niñoshuérfanos que deja el cólera a su paso. Es elorfelinato con su aneja escuelita de párvulosnormal. Ellas, como su buen Padre Fundador,confían siempre en la Divina Providencia que mantiene hasta las aves del cielo. LasHermanas dan cumplimiento así a uno de losfines a que el Padre Luis Amigó las destina:Asilos, Orfelinatos y Casas de Enseñanza.

En la nueva casa se van recibiendo jóvenespostulantes. El noviciado va aumentando. Y lacasa sigue adelante con las normales dificulta-des anejas a toda fundación. Pero no puedenfaltarle contrariedades, por ser éstas las quecaracterizan las obras de Dios. Las Hermanasdel Santuario de Montiel ya reciben de malgrado la fundación del Asilo de Masamagrell.

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Tampoco ven con buenos ojos a las nuevasvocaciones que llegan a la casa. Por otra parterige la nueva Congregación el padre Joaquín deLlevaneras, provincial de los capuchinos, muya gusto suyo al parecer. Y el Fundador, el pací-fico Padre Luis, cree más prudente retraerse en lo sucesivo de su dirección. Y a todo esto se une la gran penuria que en sus principiospadecen las religiosas, fundadas en tantapobreza. Y el Instituto corre peligro de escisión.No obstante la Casa Asilo de Masamagrell se vaasentando. Es preciso seguir el proceso deexpansión.

De 1881 a 1889 el padre Joaquín de Lleva-neras es el superior mayor de los capuchinosespañoles. Primero, como Comisario Apostó-lico; luego, como Ministro Provincial. Pero tieneun carácter acaparador, absorbente y cesaris-ta, aparte de sufrir constantemente de comple-jo de fundador. En la etapa de Comisario tienede consejero al padre Bernabé de Astorga; y enla de Ministro Provincial, al Padre Luis Amigó,ambos fundadores. Claro que hubo épocas enlas que, a pesar de no carecer de problemas, noconvoca a su Consejo en dos años largos.

No obstante, amparándose en su cargo desuperior mayor, constantemente se entrometeen la dirección, tanto de las Terciarias Capu-

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chinas de la Sagrada Familia, del Padre LuisAmigó, como en las Terciarias Franciscanas delos Sagrados Corazones, fundación del padreBernabé de Astorga y la madre Carmen delNiño Jesús, en cuya congregación han profesa-do dos primas hermanas suyas.

Desea trasladar el noviciado de las Tercia-rias Capuchinas al norte, por lo que en pocasfechas nombra superiora general a la madreMercedes de Sobremazas, a la vez que ofreceuna fundación en Ollería a las TerciariasFranciscanas de los Sagrados Corazones. Porotra parte previendo ya la división de la provin-cia capuchina de España en tres nuevas pro-vincias, y quedar las fundaciones fuera de sujurisdicción, otorga la fundación de Ollería alas Terciarias Capuchinas, a la vez que prome-te asimismo la fundación de Lecároz a la Con-gregación en que han profesado sus dosprimas.

Por otra parte el Padre Luis Amigó, quedesde noviembre del 1886 va frecuentemente aOllería para tratar de conseguir el conventocapuchino, llama a sus hijas a la nueva funda-ción de Ollería. El 15 de julio de 1889 lasTerciarias Capuchinas son recibidas con entu-siasmo por la población ya que se van a encar-gar del asilo de huérfanos. Y poco después

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abren una escuelita de párvulos, como pide sumisión.

Mientras tanto el P. Joaquín, en Lecároz,Navarra, da largas a unas y a otras. Las Ter-ciarias Franciscanas de los Sagrados Corazonesquedan compuestas y sin novio. Y lasTerciarias Capuchinas de la Sagrada Familiaquedan con el novio, pero sin su madre supe-riora, que no saben donde está. Y el padreJoaquín de Llevaneras, cosa más que naturalen él, consigue dejar descontentas y doloridas aunas y a otras. Mientras tanto el piadoso PadreLuis Amigó, conseguidos todos los permisos,convoca a sus hijas a capitulo general en el quese elige superiora general y consejeras y setraslada el noviciado de Ollería a Masamagrell,con lo que queda renovado el gobierno de laCongregación y desbaratados todos los planes,que hubieran sido causa de división y de ruinade la misma, según dice.

De todos modos las Hermanas TerciariasCapuchinas de la Sagrada Familia consiguen lafundación de Ollería, como hospital y parvula-rio, con lo que dan un paso más, y no pequeño,con vistas a la apertura de la Congregación y al cumplimiento de otro de los ministerios queles son propios: los Hospitales y Casas deEnseñanza.

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A estas tres primeras fundaciones siguenotras más en la Comunidad Valenciana o, entodo caso, dentro de la Península. A continua-ción hacen la fundación de Paterna, en Valencia,de Segorbe y de Altura, en Castellón, fundacio-nes todas ellas con ese carácter específico deatención a niñas con dificultades económicas,personales o familiares, es decir, bajo el comúndenominador de niñas pobres.

Con la aprobación de las llamadas Normas,las Hermanas tienen que precisar todavía más su misión específica. Y tal vez por influjo de las instituciones que regentaban, tal vez por influencia del fin particular de sus Herma-nos, su primigenio ministerio de atención a susprójimos en Hospitales, Asilos o Casas de Ense-ñanza, particularmente Orfelinatos, precisan:singularmente de huérfanas y de corrección

paternal. Con ello obtienen la aprobación pon-tificia el siguiente año de 1902.

Entre los fines del Instituto todavía les faltallevar a la práctica el apostolado de las Misio-nes. Será a partir de 1905, y como complemen-to a las Misiones de los Padres Capuchinos. Es la apertura a Colombia. Es el Id al mundo

entero... y predicad el evangelio a todas las

gentes.

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Es verdad que las primeras religiosas delSantuario de Montiel parten ya para la misiónde Fernando Poo. Y no resisten siquiera el año.Y es verdad asimismo que las primerasTerciarias Capuchinas de la Sagrada Familiano desean abandonar el Santuario de la Virgende la Colina, como hemos dicho. Y por eso reci-ben ya de mal grado la nueva fundación deMasamagrell. Pero también es verdad que yaen 1905 marchan las cinco primeras hermanaspara la misión de la Guajira. Van camino de latierra caliente. Y dan comienzo a las páginasmás gloriosas y bellas de su posterior desarro-llo, y de su historia, en tierras colombianas.Las páginas que las consagran, posiblemente,como unas de las primeras misioneras en tie-rras del Nuevo Mundo.

Dan comienzo a su apostolado entre guaji-ros, aruhacos y motilones, en tierra tropical.Primero fue la Misión de Riohacha, en el depar-tamento del Magdalena. Luego San Antonio dela Guajira. Más tarde, tierra adentro, Yarumal,la casa noviciado de tantas y tan copiosas promociones de religiosas. PosteriormenteNazareth, y San Sebastián de Rábago... y la deCodazzi, la Casa de la Sierrita, en SierraNevada de Santa Marta..., instituciones todasellas, excepción hecha de Yarumal, al lado de

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allá de La Ciénaga en la que García Márquezambienta su novela Cien años de Soledad.

Mientras tanto el Padre Luis, desde España,apoya a sus hijas con la plegaria, y les alienta aproseguir la obra misional. Y lo hace con pala-bras transidas de ternura paternal: “Sigo coninterés, y me entero al detalle, de todos vues-tros trabajos y progresos y del espíritu que osanima. Sed muy santas para gloria de Dios,honor de nuestra Congregación y salvación demuchas almas”.

De acto de mayor intrepidez se puede catalo-gar la Misión de la China. El 11 de noviembrede 1929 seis Hermanas Terciarias Capuchinasparten para Pingliang, en el corazón de laChina continental. Desde el siglo XIX trabajanen la Misión los padres capuchinos. Y sus peri-pecias que pasan, los pobres. Porque trasladar-se de Shangai a la Misión de Pingliang no esfácil. ¡Ahí es nada! ¡Se emplean meses! ¡Y esocontando con algún guía experto! Hambre,tifus y pillaje se han instalado en la región delKansú Oriental como en su propia casa. ¿Y lalengua?

Cierto día se llega al dispensario de lasHermanas un chinito. Se retuerce sobre símismo con síntomas de fuerte dolor. Comogamba en aceite hirviendo, vamos. ¿Una con-

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gestión? La hermana por el momento le admi-nistra unas píldoras. Y el muchacho torna a suchoza algo más calmado, al parecer. Pero almomento vuelve corriendo tras su padre queblande un afilado alfanje con intencionessiniestras. Gracias a Dios que el misionerocapuchino, temiéndose lo peor, se asoma a lapuerta de la iglesita de cañas. Y el enojadopadre tiene que descargar su ira sobre la matade brezo que pisan sus pies. Como Abrahamsobre el carnero enredado. ¿Qué ha pasado?Pues que al muchacho, por el excesivo desuso,se le habían oxidado ya hasta los palillos de comer arroz. Mejor dicho, que el muchachoya ni recordaba de qué color era el arroz blan-co. Y la hermana, traduciendo su dolor, que no sus monosílabos, le había administrado unlaxante.

Los capuchinos y las hermanas permanecenen el Kansú Oriental hasta 1948 en que larevolución china expulsa a los extranjeros ycierra sus fronteras. De los últimos en salir esel capuchino vasco Ignacio Labaka, quien mori-ría mártir de los indios Tagaeri, en el Ecuador,juntamente con la hermana terciaria capuchi-na Inés Arango, el 21 de julio de 1987.

Colombia durante muchos años es para lashermanas tierra de misión, y de promisión. Por

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eso van ampliando sus ministerios a hospita-les, dispensarios, colegios, orfelinatos, escuelasde protección... Luego ampliarán también susfronteras.

En 1928 parten para la misión del Caroní, ypoco después para Aragüaimujo, en el delta delcaudaloso Orinoco, en Venezuela. Con los pa-dres capuchinos van creando rancherías, po-blados y hasta ciudades enteras con los indiosGuaraos. Van misionando por todos los cañosdel bajo Orinoco, hasta su desembocadura, enla frontera con la Guayana Inglesa.

Y en 1948 saltan a las inmensidades delBrasil, la patria de lo grandioso, y se sitúanprimeramente en Ipamerí, para llegarse luegohasta Ceú Azul, en el Paraná. En 1950 cruzanel Canal de Panamá y penetran en Costa Rica.Y en el mismo año parten para la Argentina. Seinician en la Plata y luego ocupan las inmensassoledades del Cono Sur. En 1977 un puñadode intrépidas hermanas parte para el Ecuador.En 1978 suben a los Andes bolivianos, y en1980 se llegan a Puerto Rico. Para en 1981 darel salto a Filipinas, en los mares del Sur, y en1982 fijar sus reales en Iquitos (Requena) en elcorazón mismo de la selva peruana. ¡Qué bellaeclosión de vitalidad y de universalidad...!

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En cumplimiento del mandato del Fundadorde prestarse con toda docilidad si en algúntiempo la Sagrada Congregación de PropagandaFide las pidiere para las Misiones entre infieles,en 1971 hacen la fundación de Kansenia, en elZaire, en el corazón del África tropical. Y en1987 sigue la de Markunda, en Centro África.Poco después crean ya la CircunscripciónMisionera, también conocida como ProyectoMisionero.

Animadas la Hermanas por este ideal, a con-tinuación abren las casas de las Filipinas, enlos Mares del Sur, y en las islas de Luzón,Negros y Mindanao. Luego en Cotonou, Benín.Y la de Evinayong, en la Guinea Ecuatorial,todas ellas en el África Subsahariana. Final-mente en 1996 fundan en Seúl, en Corea delSur. Es el paso obligado para luego poner nue-vamente el pie en la China Continental. Pre-cisamente en Inchón, en Corea, hacen escalalas primeras misioneras camino del KansúOriental en la China, en 1929. ¡Ay mi China!,que exclama Pío XII cuando recibe a las herma-nas expulsadas de la Misión del Kansú Orientalcon la revolución comunista.

A la muerte del piadoso Fundador, Padre LuisAmigó, apenas dos centenares de hermanas sedistribuyen en 43 casitas y en cuatro naciones.

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Actualmente se extienden en cientos de institu-ciones de treinta países de cuatro continentes.La planta delicada que brotó un día en laColina de Nuestra Señora de Montiel, la casitade la Madre, se ha multiplicado prodigiosamen-te. La mantiene exuberante la plegaria delPadre Luis ante la Señora. Cómo no se lo va apedir quien en vida escribe a sus hijas: “¡Que laSantísima Virgen, nuestra Madre de losDolores, acompañe y dirija los pasos de la MuyReverenda Madre General y de las Religiosasque marchan a la Misión del Caroní, para queatraigan a multitud de almas a Jesucristo, vidanuestra!”.

Id al mundo entero..., se va haciendo realidaden una bella eclosión de servicio a los máspobres y necesitados. Es la realización de suexpansión siguiendo el ideal y la misión que elPadre Luis Amigó les legara. Imitando la acti-tud del Buen Pastor, realizan su misión con laniñez y juventud en los campos de la educa-ción, protección y reeducación, en la asistenciaa los enfermos, y en la acción pastoral de laIglesia, preferentemente en ambientes y luga-res de evangelización inicial o Misiones.

Id al mundo entero..., y plantad allí la semillaque un día no lejano planta Luis Amigó en laCasa de la Madre, en la Colina de Montiel. Que

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sí, que la planta posee y está dotada de unagran vitalidad y una fuerza tal que la lleva a sudesarrollo en totalidad.

Id al mundo entero..., mandato que asimismoreciben y hacen suyo sus hijos TerciariosCapuchinos de Nuestra Señora de los Dolores,y que se encuentran ya en naciones de cuatrocontinentes desempeñando la noble misión decorregir a los jóvenes desviados del camino dela verdad y del bien.

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No sé por qué pero parece que la DivinaProvidencia la tiene tomada con losfundadores. Al menos a finales del

pasado siglo XIX. Esa es mi impresión. Sí, leshace saborear las mieles de la paternidad, peroa continuación les envía lo más lejos posible desus hijos espirituales. A veces como aliada conlos gobiernos liberales de la época que, ¡paraqué decir!, de gobiernos les queda más bienpoca cosa. Pero, ¿de liberales? De liberales noles llega ya ni para el nombre. Mejor dicho, deliberales no les queda nada.

Lo cierto es que por obra y gracia de laDivina Providencia -y de los gobiernos libera-les, como digo- demasiados fundadores han detomar las de Villadiego. O ir a las misiones aFernando Poo, Cuba o Filipinas que, para elcaso, viene a ser lo mismo. Más lejos de la Villay Corte, que es de lo que se trata, imposible. Yvienen a mi memoria, entre otros, los nombresde don Miguel Martínez o el del inolvidable y

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14. CAMINO DEL PRINCIPADO CATALÁN

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andariego capuchino padre Ambrosio deBenaguacil...

A Fray Luis de Masamagrell no le toca yatamaña desgracia. Tal vez porque no se mani-fiesta abierta y suficientemente carlista. Pero locierto es que cuando él mismo, y sus hijos,mayormente lo necesitan es enviado, bien aOrihuela o bien a Solsona. Mejor se puedendecir las cosas. Más alto, también. Ahora bien,aparcar a uno gentilmente a más millas de dis-tancia de sus hijos, posiblemente no. ¡Qué levamos a hacer! ¡Sea todo por el amor de Dios!,como suele decir con relativa frecuencia el ben-dito Padre Luis. Pero quede esto entre noso-tros.

Así es que, según entonces le escribe elSeñor Nuncio en Madrid, he propuesto a usted

a Su Santidad y al Rey, y ha sido aceptado

para la Administración Apostólica de Solsona. Yahí le tienes a él en 1907, cuando entre sushijos se ceba ya la incomprensión y la discor-dia, camino del Principado Catalán. Y a lo másescabroso e inhóspito del mismo. A nadie se lodice pero seguramente que, como en su tras-lado a la ciudad de Orihuela, tanto para susReligiosos como para sus Religiosas Terciariossupone, como es natural, una prueba terrible a

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la que les somete la Divina Providencia y queles va a costar abundantes lágrimas.

¡Ah!, ¿que por qué es elegido para la Admi-nistración Apostólica de Solsona, me pregun-táis? Toma, pues muy sencillo. Es elegido, y asílo escribe ya él entonces, como recompensa alos méritos y trabajos de sus hijos en laEscuela de Reforma de Santa Rita, en Madrid.Que a un padre nunca le duelen prendas,claro. Y mucho menos tratándose de elogios asus hijos espirituales.

Y, en cuanto a lo de ser elegido para Admi-nistrador Apostólico de Solsona, he de decirque es otro de los arcanos misterios de laDivina Providencia.

Lo cierto es que, en un principio, el propues-to para obispo es el padre Domingo María deAlboraya. Es el superior de la Escuela deReforma de Santa Rita, en Madrid. Que paraestas fechas la Escuela goza ya de una recono-cida reputación. O, en todo caso, el padre JoséMaría de Sedaví, como religioso de prestigio ySuperior General del Instituto que es. Lo ciertoes que la Divina Providencia, con el apoyo delpadre Domingo en sus frecuentes visitas a casadel Nuncio, señor Arístides Rinaldini, y de allíal palacio del Presidente del Gobierno, donAntonio Maura (que todo hay que decirlo) la

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mitra termina por aterrizar sobre su persona.Que todo esto lo llega él a saber después, con eltiempo.

¿Que por qué Administrador Apostólico deSolsona? Esto resulta ya de más fácil explica-ción. He de decir que a finales del siglo XIX yprincipios del pasado siglo XX, España enterabulle de exacerbados nacionalismos. Es elparto lógico y natural provocado por las ansiasdel romanticismo decimonónico de mediadosdel siglo XIX. Y, cómo no, Cataluña va a lacabeza. Siempre ha ido Cataluña a la cabeza decasi todo, claro. Razón por la que, tanto elgobierno de turno como los señores nuncios enMadrid, tienen buen cuidado de colocar en lasdiócesis del Principado Catalán a prelados desu entera confianza. A prelados que, conocien-do la lengua catalana, no fueran nativos delPrincipado Catalán o, en el mejor de los casos,no fueran excesivamente nacionalistas. Queésta es la vereda ascensional de más de unvalenciano de la época, como ya he dicho enrepetidas ocasiones.

Pudiera objetarse que el idioma del Princi-pado no es el mismo idioma que el de laComunidad Valenciana. Y puede ser la puraverdad. Que diferencias, haberlas, haylas.Naturalmente que sí. Pero siempre sin exage-

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rar. Pues, por lo que a diccionarios se refiere-que es donde mejor se aprecian las diferen-cias-, aparte del año de impresión y la encua-dernación más o menos cuidada que cada unode ellos luzca, difícilmente se pueden apreciardiferencias de mayor entidad.

Y por lo que a la Diócesis de Solsona se re-fiere, he de decir que era, y lo sigue siendotodavía al día de hoy, una diócesis escasamen-te significativa. Pues fue creada a instancias deFelipe II para contener la infiltración calvinis-ta proveniente del otro lado de los Pirineos. Con motivo del Concordato de 1853, es abolida.Pero los Solsonenses, que en cuanto a orgu-llo patrio pocos les ganan, no se conforman con esto. Y piden a Roma un AdministradorApostólico, que ellos mismos se van a pagar. Desu propio bolsillo, claro.

Así es que el 7 de junio de 1891 hace suentrada triunfal en la ciudad el doctor JoséMorgades, obispo de Vich, como administradorapostólico de la diócesis. Pero a su ingreso dicebien claramente a los solsonenses: No sóc el

vostre Messies, sinó el seu precursor (no soy

vuestro Mesías, sino su precursor). Y, efectiva-mente, el año del Señor de 1895 es nombradoya el primer Administrador Apostólico. Tiene

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sede en Solsona. Y el nombramiento recae en lapersona de don Ramón Riu y Cabanes.

Por entonces Solsona, como ciudad, es másbien poca cosa, como digo. Por otra parte tienela desgracia de ser una ciudad carlista dondelas haya. Pues en ella, como en su casa, hafijado sus reales la familia Tristany, oriunda deArdévol. Y los carlistas tienen la mala fortuna,como bien sabemos (permítaseme hablar así),de perder las tres guerras carlistas. Aparte,naturalmente, la guerra de la Independenciaque significa un primer ensayo. En toda regla,naturalmente. Total, que en 1837 la ciudadqueda reducida a unas sesenta casas, de lasque tan sólo ocho o diez se hallaban en perfec-to estado de conservación, como sabemos.

¿Que por qué tanta ruina y desolación? Pues también muy sencillo. Porque muchos de entonces pensaban con los puños. Lo que,la verdad, no es mucho pensar ciertamente.Porque, cuando la poseían los hermanosTristany y los suyos, la atacaban los liberales.Y cuando eran éstos los que poseían la plazafuerte entonces los carlistas, apostados en losribazos de los ríos Negre y Cardoner, se dabanen atacarla. Y cuando unos y otros se retira-ban, unos y otros también sembraban tras sí lamiseria para que cuando el invasor la recupe-

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rase no hallara en ella cosa en que poner losojos que no fuese recuerdo de la muerte, comodice el clásico.

Es verdad que, cuando Fray Luis de Masa-magrell llega a Solsona, la ciudad se encuentraya muy rehecha. Luce aires de antigüedad y un cierto empaque ciudadano de cabecera decomarca. De todos modos el padrón municipalde la época le otorga una población que difícil-mente supera los 2.500 habitantes. Y gracias.

El verano de 1907 -y no es porque yo lo diga-pero es un verano caluroso en extremo. O, entodo caso, así al menos le parece a nuestrobuen obispo Mons. Luis Amigó. Por ello, y aun-que su nombramiento de obispo AdministradorApostólico tiene lugar en abril, sin embargo,retrasa su entrada en la diócesis todo cuantopuede. Hasta el 4 de agosto, día en que la igle-sia entonces celebra del Padre Santo Domingode Guzmán. No obstante el final de agosto, enlas extremidades pirenaicas, suele ser deliciosoen extremo.

Así es que, bien entrado ya el verano, elnuevo Señor Obispo se traslada al Principado,a las estribaciones del Pirineo Catalán. En unaprimera etapa se llega hasta Montserrat, mon-taña sagrada de Cataluña y Tabor de España.Donde los monjes cotidianamente hieren roca y

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cielo con sus constantes plegarias. Y dondesuelen reunirse en ciertas ocasiones los obis-pos del Principado Catalán para tratar proble-mas comunes a todos ellos. Que esta epidemiade las reuniones, más común que el resfriado,no comienza allí sin duda, pero sí que se cebacon inusitada insistencia. En Montserrat pasael día tres de agosto de 1907 y, al caer la tarde,se retira al convento de sus hermanos capuchi-nos de Manresa.

¡Ah!, perdón por no haberlo dicho antes. Perole acompañan el padre José María de Sedaví,superior general de sus hijos terciarios capu-chinos, el padre Domingo María de Alboraya,superior de la Escuela de Reforma de SantaRita, don José Ramón Ferri, su provisor y cape-llán, y el padre guardián de sus hermanos deManresa.

A la mañana siguiente, 4 de agosto de 1907,y siguiendo el curso del Llobregat primero, ydel Cardoner después, se dirigen todos ellos aSolsona. Salen de Manresa, ciudad industriosay fabril; un poco más adelante se topan ya conSuria, pobre y minera, con sus potasas. Másarriba avistan Cardona, señora y duquesa de lasal, donde sale a recibirles el ayuntamiento enpleno, clero y pueblo fiel.

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Al pasar por Clariana y Santasusagna susrespectivos párrocos, con todos sus feligreses,se apresuran a darles la bienvenida. Así lorecuerdan algunas crónicas de la época. Y tam-bién el de Riner. Hacia las cinco de la tarde lessorprende gratamente presenciar a su paso eldisparo de fusilería en el bosque de Sant Just yel repique general de campanas que anunciasu avistamiento de la ciudad. Y, finalmente,aparece ante su vista la ciudad de Solsona,sobre una pequeña ménsula o llanada que lepermiten las quebradas de los montes pirenai-cos.

El recibimiento que se le tributa al nuevoSeñor Obispo en el puente romano, sobre el ríoNegre, es cariñoso y amable por demás. Tantoque Mons. Luis Amigó se hubo de acordar delrecibimiento que hicieron, en cierto pueblo dela Umbría, a su padre Francisco de Asís. Y asi-mismo el que le tributan sus hijos en SantaRita, Madrid, a finales de mayo de 1899. Lesvisita luego de ocho años largos de inesperadaausencia en que, por causas ajenas a su volun-tad, no le ha sido posible visitar la casa másimportante del Instituto. Y así se lo manifiestaa sus queridos solsonenses.

A las nueve de la noche salen en comitivapara ver las iluminaciones y adornos con que

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han sido engalanadas las casas de la ciudad, lo

que les deja gratamente embelesados. Y por la

noche el Orfeón y Coro de la Juventud Católica

les obsequia con una brillante serenata.

Durante la misma el Coro ejecuta con maestría

las mejores piezas de su amplio repertorio.

Mons. Luis Amigó reparte dulces, copas y ciga-

rrillos con profusión a todos los músicos. Y tan

bella y magistral es la ejecución que el Orfeón

realiza de los himnos La doncella de la Costa y

L’Emigrant, con los que le obsequian, que el

padre José María de Sedaví y el padre Domingo

María de Alboraya, visiblemente emocionados,

solicitan música y letra de los mismos. Y el

nuevo Señor Obispo goza como niño con traje

nuevo. ¡Sea todo por el amor de Dios!

Al volver a palacio aquella primera noche

seguramente que no puede pegar ojo. Pues,

luego de tantas y tan gratas demostraciones de

veneración y afecto que el pueblo le tributa, y

que le sirven de grandísima confusión, segura-

mente que en el silencio del amanecer se senti-

ría solo ante el peligro. Su espíritu sentiría la

incómoda soledad del corredor de fondo. Y no

puede dormir, al menos así lo confesará luego

él. Que también los obispos son personas

humanas y mortales.

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Por otro lado sus diocesanos de Solsona,puestos a pedir, ¡mira que son únicos! Pidenmás que fraile de San Francisco. De los deantes, claro. ¡Si sabrá él de esto! Tanto que el pobre se siente como su seráfico Padre cuan-do creció mucho la Orden: como una gallinapequeñita y negra, semejante a una palomadoméstica e incapaz de cobijar bajo sus alas atodos aquellos diocesanos. Y él no puededefraudarles en modo alguno.

El día de su entrada en la diócesis se repar-ten cientos de raciones a los pobres de Car-dona y Solsona. Que no existe nada tan baratocomo lo que se compra con dinero. Entregarseél mismo, y entregar su propia persona sindefraudar, esto ya es otra cosa. No le va aresultar tan fácil. Y no por falta de desprendi-miento y deseos de servir por su parte, no. Sinopor acertar en el modo más adecuado de poderllevarlo a efecto.

¡Ah!, sí. ¿Que qué le piden los solsonenses?Esto es lo que entonces escribieron, y lo escri-to, escrito está. Que su nuevo obispo sea “unespejo de santidad, un modelo de la piedad, undefensor de la verdad, un sostenedor de la fe,un doctor del pueblo, un caudillo de los católi-cos, un amigo del esposo, un padrino de laesposa, un ordenador del clero, un maestro de

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los ignorantes, un refugio de los oprimidos, unabogado de los pobres, un tutor de los pupilos,un juez de las viudas, un báculo de los ancia-nos, un vengador de los crímenes, una vara de los poderosos, un martillo de los tiranos,director y guía de las leyes, dispensador de loscánones, sal de la tierra (esto lo escribieron sin intención aviesa alguna), luz del mundo,irreprensible, prudente, modesto y sobrio”:¡Ah!, y por si falta algo, o algo todavía se lesqueda en el tintero, añaden a renglón seguido:Y con todas las buenas cualidades que exige enlos obispos el Apóstol en su primera carta aTimoteo.

Vamos, algo así como todavía sucede al díade hoy a ciertos ilustres catecúmenos a quie-nes en el bautismo, luego de endosarles docenay media de nombres, les alargan: y de todos lossantos. Como para curarse en salud de cual-quier lamentable olvido, y dejar así contentos atodos los participantes al acto social.

Los primeros días en la diócesis se le pasana Mons. Amigó lentamente. El palacio no tieneamuebladas sino dos o tres habitaciones. Asíque los primeros tiempos los dedica a adecen-tar algunas dependencias más. Eso sí, con lasencillez y pobreza de las celdas capuchinas.Que él siempre tiene muy presente el ejemplo

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de su Padre San Francisco quien, cuanto máspobres y religiosas eran las celdas y las casasde los hermanos, con tanto mayor agrado lasmiraba y se hospedaba en ellas.

Así es que allí, en la ciudad de Solsona, sedispone a pasar los siguientes seis años de suvida. Sí, la gente dice que la única pega que leven, por su parte, es que no sea catalán. Cosaque también el nuevo Señor Obispo comprendeperfectamente. Manifiestan asimismo que hanpedido un obispo y les han dado un frailecapuchino, pues inicialmente el nuevo Obispohace vida de comunidad, viste sandalias, ylleva hábito y barba capuchinos. De este últimodetalle se corrige en parte, gracias a Dios, enatención al cardenal Vives y Tutó quien, conocasión de su estancia el año 1909 en Roma, leindica que la amplia barba capuchina no estábien, siendo ya obispo. Razón por la que en losucesivo la cuida mucho más. En lo de no sercatalán, no le va a ser fácil complacerles, comoes obvio y natural. Que por gusto de hacerlo nohubiera quedado por su parte.

Pero, eso sí, el nuevo Señor Obispo siempretiene presente que ha de ser reflejo de la figurade Cristo “Buen Pastor, que entrega su vida porsus ovejas”, como les dice en su discurso de

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ingreso en Solsona, y cuya frase toma comolema o mote de su escudo episcopal.

Aposentado ya, se decide a pasar los siguien-tes años de su vida en la nueva diócesis. Ladiócesis es pequeña, pero simpática. Es decorte rural, no ciudadano. Ha sido cortadacomo a la medida del nuevo pastor, tambiénsencillo, misionero, pobre y popular. La dióce-sis, sufragánea de la de Tarragona, ocupa laparte noroccidental de la provincia de Barcelo-na y la centroriental de la de Lérida. Se metehasta casi Lérida capital. Cuenta con unos cienmil habitantes concentrados en 89 municipiosy 184 lugares rurales, diseminados por los4.000 km. cuadrados de superficie por los quese desperdigan muchas veces en las conocidasmasadas catalanas.

La diócesis incluye, además, dos monaste-rios de hombres y uno de mujeres, a los quehay que añadir nueve instituciones de religio-sos y cuarenta de religiosas. En la época en laque el Obispo Mons. Luis Amigó ejerce suministerio pastoral es una diócesis de tránsito,pobre y rural.

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Sí, la Divina Providencia, que dirige lahistoria humana con la misma seguri-dad con que un lacayo conduce el caba-

llo de su señor, le lleva hasta allí. Así es queallá en Solsona, como digo, Mons. Luis Amigópasa los siguientes seis años de su vida. Seisaños de los más amables, pacíficos y fructuo-sos de toda su existencia de obispo.

En su tiempo de Obispo AdministradorApostólico de la Diócesis, Solsona es una ciu-dad sencilla y recoleta. Y bien amable, por cier-to. Goza de un clima dulce y benigno. Coninviernos relativamente cálidos. Y veranos fres-cos y secos. Y la primavera y el otoño, ¡paraqué decir!, al menos a él, según nos consta porel testimonio de Teresa Canals, su fiel asisten-ta, le resultan agradables en extremo.

Por otra parte, y por lo que a la ciudad serefiere, en aquel tiempo Solsona tiene su noblecasco viejo. ¿Y por qué habrán dado en llamar

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15. SU VIDA EN SOLSONA

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casco viejo al primitivo núcleo de cualquier ciu-dad? ¡Quién lo sabe! Por lo demás Solsona lucelimpia y aseada. Con sus callecillas empinadasy sus adoquines severamente alineados alborde de las aceras. Y con sus caminillos, quehacen suponer que en un tiempo no muy leja-no fueron de herradura.

Y de vez en cuando también tiene sus rella-nos y solanillas, en las que los campesinosgustan cambiar impresiones en las tardes delbuen tiempo. Y las señoras, mientras, cosen alas puertas de sus casas, arrellanadas sobresillas bajitas de enea. Eso sí, razonando en sucatalán peculiar; un catalán que parece quenació allí siglos ha, como nacen las margaritasen los prados de montaña al despuntar el pri-mer sol de primavera.

Además la parte más antigua y más noble deSolsona (no quisiera dar yo la impresión de serpersona apasionada) empalma con la partenueva, y ésta con la campiña del llamadoSolsonés, sin solución de continuidad. Así esque en los días claros el bueno del SeñorObispo puede pasar imperceptiblemente de laciudad a la campiña, y de la campiña a la ciu-dad, con la mayor naturalidad del mundo. Casisin darse cuenta, vamos.

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¡Ay!, perdonen este arranque descriptivo,

que me nace insensiblemente por haber estado

deambulando tantas y tantas veces por las

callecillas de la ciudad que paseó el Señor

Obispo, mi señor. Y perdónese a mí que, no lo

puedo remediar, heredé ese espíritu ordenado y

práctico, propio de hombres de leyes. Menos

mal que arrebatos líricos de semejante calibre,

os lo advierto, a mi edad no me suelen dar con

excesiva frecuencia. Pero lo tenía que decir, al

menos para que se vea que cada uno, también

un pobre religioso de aldea, tiene su propio

corazoncito, buena parte del cual se me ha

quedado enredado con las amables gentes de la

ciudad de Solsona.

Ahora, en confianza, sí os puedo decir que lo

que escribieron sus diocesanos a la entrada del

Señor Obispo en la ciudad trajo su espíritu

inquieto. Y también desasosegado. Al menos

por varios días. Que lo que pedían los diocesa-

nos a su nuevo Obispo no era poco, ni fácil-

mente asumible. Porque, luego de pasarle una

sarta interminable de peticiones, las remata-

ban con el de pecho: y que tenga todas las bue-

nas cualidades que exige en los obispos el

Apóstol en su primera carta a Timoteo. ¡Ahí es

nada...!

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¿Su proyecto de vida, me preguntáis? No lepodía faltar a un hombre de leyes, naturalmen-te. Aunque a decir verdad, a los señores obis-pos frecuentemente se lo determinan lascircunstancias y se lo suele confeccionar susecretario particular, al efecto don RomualdoAmigó. Y para elaborarlo, como fácilmente sepuede intuir, sus solsonenses le suministran lamateria rica y abundante. Y, por supuesto, sinpedírsela. Y en cuanto a darle forma, ya secomprende que él fue formado en el orden,silencio y disciplina. Que por algo escribe encierta ocasión: A los Institutos Religiosos se lesda el nombre de Órdenes Regulares, a razón deque en ellos todo va en orden y se mide con laregla.

Así pues, también él tenía entonces su pro-pio proyecto de vida. A su modo, claro. Peroproyecto de vida al fin y al cabo. Proyecto quetiene que retocar a su llegada a Solsona. Lesirve de modelo el de Su Santidad Pío X, a lasazón el Papa reinante. Que su devoción y ren-dida obediencia franciscana al Señor Papa nole permiten desmentir. Y menos aún siendo yaobispo, administrador apostólico.

¡Ah!, no sé si os lo he dicho pero, de puertasadentro, él lleva una vida sencilla, pobre y fra-terna. Una vida sencillísima, como religioso

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capuchino, según se ha escrito. De modo que elpalacio episcopal, todo de piedra sillar, robustoy pesado, más parece un cenobio o conventomedieval, que la residencia del Señor Obispo.En él todo va a toque de campana. Tiene tresreligiosos terciarios capuchinos, con quieneslleva vida de comunidad, y con quienes tiene ladiaria meditación y los rezos. Que también estose ha dicho y escrito. Y es la verdad.

Y, de puertas afuera, ya os lo podéis figurar.El Señor Obispo se comporta, ni más ni menos,que como el párroco de la catedral. Que poralgo cada sábado baja a confesar a la capilla dela Virgen Nuestra Señora del Claustro. Y luegoconversa con las gentes del lugar. Visita losenfermos. Y también, en diversas y muy seña-ladas ocasiones, predica la palabra del Señor asus diocesanos. Pero nunca se excede en elnúmero de sus predicaciones, pues él mismoconfiesa que predica personalmente la palabrade Dios aliquoties, es decir, algunas veces. ¡Esosí!, nunca permite que se le agarre a las cuer-das bucales esa oratoria grave y ampulosadecimonónica. Ni siquiera la sagrada, por mássagrada que ésta sea. Pues, gracias a Dios,conoce muy bien que la lluvia de tormentanunca es lluvia benéfica. Y siempre prefiere lapredicación sencilla, popular y pacífica, comoorvallo que cala y fecundiza. ¿Acaso no apren-

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dió en sus años jóvenes del su buen Padre SanFrancisco que los hermanos deben de predicarcon palabras ponderadas y limpias, para prove-cho y edificación del pueblo, anunciando losvicios y las virtudes, la pena y la gloria, conbrevedad de lenguaje, que la palabra breve ysencilla la hizo el Señor?

Por lo demás Mons. Luis Amigó lleva la vidapropia de los obispos de la época. Muy retira-dos, rezadores y un tanto lejanos. Aparte todoesto, su ascendencia capuchina le impulsa a lacelebración devota de la Eucaristía, al ejerciciodel Víacrucis, a la recitación de la Piísima, laCorona de los siete dolores, trisagios...,jaculatorias... Tanto que las gentes ya entoncessuelen decir de él que es un obispo muy reza-dor. Y creo, honradamente, que no se equivo-can.

Sí, en cuanto al ministerio apostólico él tienemuy presente el Instaurare omnia in Christo, esdecir, restaurar todas las cosas en Cristo. Estees el lema del Papa de la Eucaristía San Pío X,que toma prestado del apóstol Pablo. Y, fiel adicho proyecto de vida, se dedica a la evangeli-zación por medio de misiones populares, cate-quesis, confesión y comunión frecuentes...Programa tan conforme a sus aficiones lo reci-be con satisfacción, y lo incorpora a su proyec-

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to de vida en Solsona. ¡Bendito sea el Señor ensus misericordias!

Esta actividad es como el desborde lógico y natural del amor que siempre ha profesado al sacerdocio ministerial, a cuya cima tiene abien auparle la Divina Providencia en abril de1907. Así es que su actividad pastoral, en lamenor de las diócesis del Principado Catalán,se limita a crear iglesia, a reformar el clero, aconsagrar templos y altares, y a impulsar lapredicación misional y la catequesis.

¡Ah!, sí. Lo primero que hace a su llegada ala diócesis es la santa pastoral visita. Tenéisrazón. Desea conocer personalmente, y en supropio ambiente, a todos y a cada uno de suspárrocos. Que cada uno tiene que florecer,como le solía repetir su buen Padre Maestro deNovicios, el padre Antonio de Tolosa, allí dondela Divina Providencia le planta. Y esto es lo queel Señor Obispo transmite a sus párrocos.

Por otra parte, se interesa ya desde los co-mienzos de su ministerio pastoral por sussacerdotes, por sus problemas personales yfamiliares, por la dureza de la vida que llevanen un clima y ambiente montañés ya de por sífrío y duro. Esto le sirve para admirar el buenespíritu de que están dotados. ¡Ah!, y para noimponerles más cargas de las que cada cual

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buenamente puede soportar. ¡Sea todo por elamor de Dios!

Además su visita pastoral a cada pueblecillode la diócesis es precedida de un triduo misio-nal que él encarga, bien a los Padres delCorazón de María, bien a sus hermanosCapuchinos de Solsona y Manresa. El padreAtanasio de Palafrugel, con su arte de predi-cador popular, le ayuda mucho a mantener lapiedad por los pueblos sencillos de la comarca.Y los padres Camps y Davins, claretianos,quienes de misiones populares ciertamenteentienden un buen rato. Un montón, comodicen ahora, por ser especialistas en darMisiones.

Da, pues, comienzo a la visita canónica porla parroquia de la catedral. Es el lunes 23 demarzo de 1908. Y luego sigue por las delarciprestazgo de Solsona, las de La Pobla deLillet y Torá, Berga... en total quince arcipres-tazgos, que son los que tiene entonces la dióce-sis.

Otra de las obras que emprende conentusiasmo es la formación de los sacerdotes,ministros del Señor. Pues, gracias a Dios, tienemuy claro en su proyecto de vida que entre losprincipales deberes de su ministerio apostólicotiene ciertamente el primer lugar la formación

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de los jóvenes llamados por Dios al sacerdocio.Y así se lo dice, y se lo escribe a ellos, claro.

Que, sin duda, por esto escribe santa Tere-sa: “Los sacerdotes estén fortalecidos con letrasy buena vida. Pues que tienen que esforzar a lagente flaca y poner ánimo a los pequeños. De locontrario, ni merecen nombre de capitanes nipermita el Señor salgan de sus celdas”. Que ala Santa de Ávila muy pocos le ganan en cora-je, sabiduría y santidad.

¿La cuestión social y obrera? También, tam-bién la cuestión social y obrera tiene cabida ensu proyecto de vida. Pero, como comprenderéis,a principios de siglo, y más en una diócesiseminentemente agrícola como lo es entonces lade Solsona, resulta casi desconocida. Sí, lleganrumores de la Barcelona industrial y textil. Y lallamada semana trágica, por San Juan de1909, tiene un eco especial. Pero difícilmenterepercute en una ciudad como Solsona que,aparte de no ser una ciudad fabril, en aquelentonces escasamente llega a los 2.400 habi-tantes.

Por otra parte él tiene muy presente aún laactuación de don Gregorio Gea. Éste intentacristianizar al obrero. Que Mons. Luis Amigó leacompaña en sus años de seminarista. Pero leresulta muy difícil catequizar con razones a

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quienes tan sólo las reciben por vía de estóma-go. Que, como es bien sabido, suelen ser lasúnicas razones convincentes para el pobre.Confieso que no es fácil convencer a quienesreclamaban justicia social y tan sólo se lespuede ofrecer un puñado de razones y un pocode caridad. Y esto último cuando se puede.

Por ello se esfuerza en armonizar justicia ycaridad. Y en los días difíciles del crudo in-vierno envía a su portero Pedro a que lleve pany alimentos a los pobres. ¡Ah!, también escribesobre justicia social. ¡Cómo no, claro! “Todoslos problemas sociales pueden ser resueltossiguiendo la doctrina y los ejemplos de Jesu-cristo, dice a sus diocesanos. Y ¡qué felicesserían entonces los pueblos!”.

Y se lo razona de esta guisa: “Porque elpobre vería socorridas sus necesidades por lamunificencia del rico, que se consideraría comoun administrador de los bienes que le ha dadola Divina Providencia, a la que debe dar cuentade su inversión. De aquí se seguiría una mutuay perfecta unión y armonía entre ellos, amandoel rico a su hermano el pobre, tanto más cuan-to más necesitado le viese, y respetando éste yhonrando al rico como a su padre y bienhe-chor.”

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Y concluye: “Así se acortarían las distanciasque hoy les separan, y se extinguiría el desdény el menosprecio de los unos y el odio y el ren-cor de los otros. Los pueblos gozarían de paz, ycon ella progresarían moral y materialmente, ylos hombres lograrían la felicidad que ansían,si el espíritu de Jesucristo fuese el que anima-se e informase sus actos”.

Hemos de reconocer la ingenuidad encerradaen tan bellas palabras. Más aún, no podemoscreer, desde la perspectiva hodierna, que seaéste el camino más apropiado para tratar deresolver cuestión social alguna. Si bien tal vezfuera la única vía posible en aquel tiempo. Almenos en un obispado, eminentemente rural ycampesino, como lo es el de Solsona

Sí, es verdad que interviene en los CírculosCatólicos, en los que ha renovado algunasJuntas y redactado nuevos reglamentos en suintento por revitalizarlos. En Solsona se ha cre-ado una triple sección que atiende: a la partereligiosa; a la propaganda y movimiento obrerosocial; y a escuelas nocturnas y patronato de lajuventud. Con ello crea el Sindicato Agrícolaque -creemos- ha llegado hasta el día de hoy.Pero lo cierto es que la cuestión social entoncesestaba en ciernes.

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A más de lo dicho, y como persona culta ycultivada que es, el Obispo Amigó, gran amantedel culto divino, revitaliza la liturgia. Eso sí,cuando le es posible en ese catalán tan carac-terístico en las estribaciones pirenaicas delPrincipado. Asimismo recoge las piezas históri-cas y artísticas, dispersas por su diócesis, yorganiza el museo diocesano, que instala endependencias episcopales. Al frente del mismocoloca a un sacerdote competente, para que seencargase de él.

Asimismo, y como muestra de su aprecio porlas personas, especialmente las más necesita-das, para los niños establece escuelas monásti-cas y parroquiales, una de las cuales en eledificio del seminario conciliar, que otrorafuera convento de los Padres Dominicos. Y paralos sacerdotes ancianos crea una hospederíasacerdotal.

No sé si hemos contestado correctamente. Ni siquiera si os hemos ilustrado, caros lecto-res. Lo cierto es que su proyecto de vida enSolsona es muy simple: Vivir una vida piadosay devota en fraternidad. Desarrollar su sacer-docio ministerial en forma de visita pastoral ala diócesis, y en forma de catequesis y misionespopulares. Preceder a sus diocesanos con lapalabra y el ejemplo. En síntesis, ministerio

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sacerdotal de la palabra. Palabra orada, en for-ma de oración vocal y mental, santa misa yliturgia de las horas, como decimos hoy. Pala-bra predicada, en forma de misiones populares.Y palabra y signo: catequesis y sacramentos.Sí, también la dimensión obrera y social co-mienza ya a abrirse camino y, ciertamente, pre-ocupa asimismo al Señor Obispo.

No obstante, en un principio carece de esaatención que ha impreso a la vida actual unritmo atolondrado y frenético, donde todo seresuelve demasiado frecuentemente en movi-miento, ruido, polvo y nada. Esperemos que suinterpretación sea la correcta. Pero, lo cierto esque la verdad se suele perder en las discusio-nes prolongadas. Por lo demás tampoco todomovimiento es progreso, por más que se juzguelo contrario. Ni todo caminar es siempre haciaadelante. Que la serenidad es necesaria, puespermite apreciar la senda al caminante... yagradecer al Señor las bellezas del camino.

¡Uff!, se me olvidaba. Sí, es necesario tenerun proyecto propio de vida. Más necesario aún,tener sentido común para poder elaborarlo.Necesarísimo, una vez elaborado, el ponerlo porobra, que es a lo que intencionalmente va des-tinado. Y el Obispo Amigó lo puso por obra enSolsona.

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La elección del apacible Luis Amigó pa-ra Obispo de Tagaste y AdministradorApostólico de Solsona, la ciudad más

inhóspita del Principado Catalán, no puederesponder a deseos de alejarle de sus fundacio-nes. Por una parte porque es elevado al honordel episcopado principalmente en atención alos méritos y trabajos de sus hijos. Y por otra,porque para estas fechas sus hijos espiritualesllevan hecha ya una gran andadura de camino.Más bien parece responder a ese interés por ircubriendo las vacantes del Principado con personal adicto al Régimen, por una parte, ycon buenos conocedores de la lengua delPrincipado, por otra, como dijimos. Lo cierto esque Mons. Luis Amigó lleva ya cuatro largosaños viendo amanecer el día en las montañaspirenaicas.

Por otro lado se halla un tanto apartado desus fundaciones. Y el amor a los propios hijos ya la propia tierruca siempre tira, y mucho.

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16. A LA CIUDAD DELAGUA LIMPIA

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Además en el otoño de 1911 se encuentranvacantes, entre otras, las sedes episcopales deOrihuela y de Segorbe, que no suelen ser sedesmayormente apetecibles. Y, Luis Amigó se deci-de a escribir a su amigo Mons. AlejandroSolari, auxiliar de la Nunciatura de Madrid. Leruega haga todo lo posible por lograr su trasla-do a la diócesis de Segorbe. Y le dice textual-mente:

- Ya comprenderá Vd. que no es ningún finmaterial el que me anima al proponer esto, sinocolocarme en situación de, sin desatender misdeberes episcopales, dirigir más de cerca y vigi-lar a mis dos Congregaciones de Terciarios deambos sexos.

Lo cierto es que con el apoyo, sin duda, dedon Alejandro Solari, de don Juan NavarroReverter, diputado a Cortes por Segorbe, y talvez de sus hijos espirituales, el piadoso LuisAmigó termina por recalar en la diócesis segor-bina.

De Solsona a Segorbe, ¿es subir o es bajar?,nos preguntamos.

Bueno... Todo depende del punto de vistaque adoptemos. Lo cierto es que para Mons.Amigó es acercarse a la Comunidad Valenciana.Que de eso se trata mayormente, de cercanía a

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sus hijos. Que así se lo ha expuesto él repetida-mente a Mons. Solari. Y también al señorNuncio de Su Santidad, a la sazón Mons. Anto-nio Vico. Lo cierto es que lo han comprendido y,por su mediación, y el pressing de sus hijossobre el señor Navarro Reverter y de éste sobreel Presidente del Gobierno, como digo, se lleva aefecto su traslado a Segorbe. ¿Subir, subir, loque se dice subir? ¡Qué quieren que les diga!Ciertamente no es subir de categoría. Yo meinclino más bien a pensar que ni es subir ni esbajar, sino todo lo contrario. Pero lo cierto esque con fecha 18 de julio de 1913 es ya preco-nizado Obispo de Segorbe, la Ciudad del AguaLimpia.

Y su entrada solemne, nos interrogamos,¿cuándo la realiza el Obispo Amigó?

La entrada la efectúa el 30 de noviembre,fecha en que la Iglesia celebra entonces, y tam-bién ahora, del apóstol San Andrés.

Naturalmente que el Señor Obispo debe sen-tir muy mucho abandonar Solsona, una ciudadtan sencilla y recoleta, a orillas del Negre y delCardoner, y con su característico olor a montey a pino, a romero y a cantueso.

A una distancia de los hechos que describode casi ochenta años me parece todavía perci-

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bir en Mons. Luis Amigó, mi buen Padre Fun-dador, un cierto aire de morriña que pa qué.Dicen que los obispos, en razón de la grandezade su cargo, más bien experimentan nostalgiao añoranza. La morriña es lo mismo, pero a lovulgar. A lo pobre para entendernos, vamos.Así al menos me lo ha asegurado un señorcanónigo que en esto de obispos y demászarandajas entiende un buen rato, según creo.

Lo cierto es que todavía recuerdan enSolsona la salida de Mons. Amigó, el amableobispo de la barba blanca, como le evocan concariño. Así nos lo ha recogido un cronista de laépoca en el siguiente diálogo:

“Pedro se agita nervioso y triste. Se vuelve yrevuelve bajo las arcadas de piedra del viejopalacio de Solsona. Pero el señor obispo nopierde la calma. Irradia su proverbial ecuanimi-dad. Dice amablemente a su inquieto servidor.

- Pedro, llama a Teresa. Que también deseodespedirme de ella.

Y Pedro sale deprisa por la puerta del dintelfrisado. Cruza la calle del Castell. Y en un peri-quete sube al numero 6 de la calle San Lo-renzo. A los cinco minutos está ya de vueltacon su hija Teresa y con Antonia, su esposa.

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A las protocolarias palabras de despedidasiguen los obligados consejos:

- Pedro, encomiéndame al Señor para quesea bien recibido en la nueva diócesis.

- Vuestra Excelencia será apreciado en todaspartes adonde vaya, Señor Obispo, le replicaPedro.

- ¿Tú crees...?

- ¡Si no aman a Vuestra Excelencia no pue-den amar a nadie!

- Ya lo veremos. Ya lo veremos...”

Y dice esto con una expresión de humildadque pa qué, que se le refleja en el rostro. Ytodavía precisa el autor de dicha crónica:

-”¡Ah!, se me olvidaba. Pedro Canals Inglabagaes su fiel portero de palacio... Fiel por su natu-ral bueno y servicial. Y fiel hasta por su nom-bre, porque, ¿cómo podría ser infiel un porterode nombre Pedro?”

De todos modos sus dudas le quedan aMons. Luis Amigó. Y, ¡vaya si son fundadas! Laciudad de Segorbe lleva ya años de desunióninterna. A ello contribuye la relativamenteescasa población de la ciudad, donde todo coti-lleo tiene su asiento y, por lo general, finaliza

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en rencilla. Por una parte están los integristasy carlistas; por otra se encuentran los liberales;y, por otra, digamos que el independiente, elcacique del pueblo. Para colmo los terciarioscapuchinos han conseguido el traslado delSeñor Obispo a la sede segorbina haciendopressing sobre el diputado a cortes, señorNavarro Reverter.

- A propósito, nos preguntamos, ¿es verdadque reina tal división en la ciudad de Segorbe,como asegura el cronista?

- Sin duda alguna, sin duda. Así es. Quetambién sobre esto se ha escrito largo y tendi-do. Que la paz en los pueblos es fruto de labuena conciencia, como diría Mons. LuisAmigó, no del mayor o menor número de sushabitantes. Por otra parte, lo confesamos inge-nuamente, tal vez el Señor Obispo en su trasla-do comete la imprudencia de traerse de Solsonaa Segorbe a don Marcelino Blasco, como VicarioGeneral, y a su familiar don Romualdo Amigó,hijo de un primo hermano suyo, como secreta-rio de Cámara y Gobierno. Ciertamente queesta decisión no es uno de sus mayores acier-tos. ¡Sea todo por el amor de Dios!

- Y, en la nueva diócesis, ¿cuál es su minis-terio pastoral? ¿Cuál es su obra?

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- Desde luego lo primero que se propone esla reforma del seminario y la pacificación delpueblo. Durante veinte largos años de estanciaen Segorbe, como es bien sabido, dedica susesfuerzos a crear iglesia, familia y fraternidad.Y todavía puede llevar a cabo tres grandesobras materiales, según escribe, como son elestucado y dorado de la catedral, la adquisicióndel antiguo convento de Santo Domingo y laentrega del Santuario de Nuestra Señora de laCueva Santa a los Padres Carmelitas Calzados.

Además centra su atención en visitar losnumerosos pueblecillos de su diócesis, disponemisiones populares y organiza peregrinacionesal Santuario de Nuestra Señora de la CuevaSanta, en la Sierra de Segorbe.

A propósito, es memorable la del 12 de abrilde 1914. Creo que fue organizada para impe-trar de la Señora la gracia de la lluvia. Al menosasí lo dice el Señor Obispo en sus Apuntessobre mi Vida. Y así también, al menos, así se looí yo contar a la señora Baltasara, a quien tuvela ocasión de encontrar una tarde de otoño enla plazoleta del Santuario, frente a la hospede-ría, rodeada de toda una infinita chiquilleríainfantil.

Escuchemos el amable relato que hace laseñora Baltasara, tal cual yo se lo oí referir:

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“¡Toma que si me acuerdo! Como si fuerahoy, afirmaba la buena señora. Fue el 12 deabril del 14. Precisamente era domingo. Aquelaño el otoño había sido seco y el inviernobenigno. Y lo mismo el anterior. Los camposestaban agostados. De Altura a la Cueva Santa,únicamente una leve vegetación de palmito,aliagas y boj, y alguna que otra ramita de tomi-llo perdida en los campos pedregosos. ¿Y agua?Tan sólo en el vallejo de los almeces echaba unhilillo la fuente. ¡Aquella fuente tan hermosaotrora! ¡Y de la Cueva Santa a Alcublas...!

Así, con decisión, y un entusiasmo más que juvenil, narraba su historia la señoraBaltasara. Y la chiquillería infantil, que leseguía embobada, aún le decía:

- Diga, diga, señora Baltasara.

- De la Cueva Santa a Alcublas... el paisaje,ya de por sí desértico, era un erial tan sóloveteado por alguna que otra matuja de carras-ca o lentisco. Era primavera entrada y las viñasni tenían siquiera fuerza para estallar en losprimeros renuevos, olorosos, virginales. Muchomenos en zarcillos. Y las piedras de Montmayory la cabaña de Hato Grande hacía años que nose lavaban. Estaban más requemadas que pie-dra de ermita. No llovía. ¡Qué mal se pasóaquel año, hijos! ¡Qué mal se pasó...!

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Y una vez más los chiquillos, con sonsoneteinfantil:

- Siga, siga, señá Baltasara, siga.

- El domingo 12 de abril, salió un sol hermo-so, limpio (decía la buena señora). Bueno, nimás ni menos que los anteriores. Altura, ySegorbe todo, subió al Santuario de la CuevaSanta. Querían bajar al pueblo la Virgen, laimagen más milagrosa de toda la contornada.Subió también el Señor Obispo. ¡Qué placidezen su semblante! ¡Y, qué bondad en su mirada!Él, mientras nos reuníamos los peregrinos,rezaba el rosario ante los casalicios del mismo.Y de tanto en tanto elevaba su mirada al cielo.Yo que, ¡para qué negarlo!, me gusta hablar,me acerco y le pregunto:

- Señor Obispo, y ¿cómo se hace uno santo?

- Tragando mucha saliva, hija, tragando mu-cha saliva, me contesta.

Entre tanto la buena señora se enderezó unpoco, como para reponerse y tomar aliento.

- Siga, siga, señá Baltasara, siga, se apresu-ró a decir un canijo.

- A eso de las tres, prosiguió la amableanciana, se inició la procesión de bajada. Niuna nube. Ni la más ligera brisa. Un sol prima-

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veral... Bueno, como cuando Elías o Isaías o

quien fuera, vamos. El caso es que antes de lle-

gar a la masía de Ribas, ya la primera nubeci-

lla. A la entrada de Altura, las primeras gotas.

¡Qué de vítores! ¡Qué de alegría! ¡Qué de alga-

rabía de colores y caras gozosas! Mi hermanillo

chapoteaba en los charcos con un gozo como

nunca hizo desde que nació.

Aquel año, el año del gran milagro, se llena-

ron las trojes, y las bodegas, y las almazaras

chorrearon aceite hasta San Silvestre. Y,

¿sabéis a quién se debió todo esto? ¿Lo sabéis?

- A la Virgen de la Cueva Santa, gritó el en-

jambre de los pequeñuelos, que se apiñaba en

torno a la afable señora.

- Sin duda alguna, sin duda.

- Siga, siga, señá Baltasara, decían ya a

coro.

- Pero también al Señor Obispo, que era un

santo, apostilló la agradable señora. Lo decía

mi buena madre, que en gloria esté, y que me

llevaba de la mano: es un santo, un santo. Y lo

decía también hasta el señor Melquiades, que

es voz común que nunca pisó iglesia: ¡pero sino

hay más que mirarle al rostro...!

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Y así prosiguió su relato la señora Baltasaramientras el corro de chiquillos aumentabarodeándola, no permitiendo se perdiera ni unasola palabra de las que caían de sus labios. Ylos más pícaros aún la seguían animando conel mismo sonsonete:

- Siga, señá Baltasara; siga, siga”.

A propósito del Obispo Mons. Amigó tambiéndecían las gentes que era un espíritu providen-cialista. Y, sobre todo, que era un espíritu fino,cultivado, amante de la liturgia y del sacerdocioministerial. Y esto es verdad.

No está bien que yo lo diga que, a más dehijo, soy su biógrafo. Pero el sentido providen-cialista es algo connatural al espíritu capuchi-no. Como que es consecuencia lógica de suvivir el desapropio. Y asimismo el amor a laliturgia y al sacerdocio ministerial. El espíritureverente y piadoso del Padre San Francisco y,sobre todo, su amor a los señores sacerdotes,cualidades todas ellas que habían calado hon-damente en el espíritu franciscano de Mons.Amigó.

Pero oigamos lo que conversaba un grupitode viejecitas segorbinas, a la salida de la cate-dral, en el fresco patio gótico de los naranjos, alfinalizar la misa mayor del día de Pascua, de

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un año cualquiera poco más o menos. Quetambién yo fui testigo de su animado diálogo.Veamos, veamos cómo razonaban:

- ¿Ha visto, doña Mercedes? ¡Qué concurren-cia! Así da gusto, decía Rosita.

- A mí es que la Misa de Angelis del día de Pascua, celebrada por el Señor Obispo, esque me llena... un montón, afirmaba doñaMercedes.

- ¡Pues si le hubiera visto usted el día deJueves Santo, en el lavatorio de los pies!¡Parecía la humildad de rodillas!, replicaba a suvez Rosita.

- ¡Lo habrá hecho tantas veces, el pobre, enel convento!

- Sí, claro, que de raza le viene al galgo...

- ¡Pero es que es en todas las celebraciones!¡Qué sencillez! ¡Y qué unción y, al mismo tiem-po también, qué naturalidad!

- ¡Pues si le viera en el rosario de la aurora...!

También Anita se encontraba en el grupo,pero no osaba hablar, cosa harto rara en unamujer. Sin embargo, asentía a cuanto afirmabadoña Mercedes y Rosita, pues los años no les

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daban sabiduría alguna, pero sí un ciertoascendiente sobre las señoras más jóvenes.

Indudablemente que las gentes sencillas deSegorbe conocían bien a su obispo, Luis Amigó.Pues aseguraban también las gentes que eramuy hospitalario, sencillo y popular. A un veje-te, que casualmente encontré en la plaza delAgua Limpia, le oí decir en confianza y en tonosentencioso: El Señor Obispo es uno de losnuestros. Y subrayaba lo de uno de los nuestroscomo si verdaderamente el Señor Obispo fuesepropiedad de todos y de cada uno de los ciuda-danos de Segorbe.

A propósito, algunas gentes de la Ciudad delAgua Limpia todavía recuerdan al SeñorObispo de la barba blanca descender por laTebaida, cruzar la carretera de Teruel y tomarla carretera de Altura en sus frecuentes visitasal noviciado de sus hijas Terciarias Capuchi-nas de la Sagrada Familia. Dicen que solía irlos jueves, y nada más comer. Que iba andan-do. Y que le gustaba charlar con los labriegos y arriscadores de la campiña. Que al cruce del camino romano de Sagunto le solía esperarEdesio, el leñador. Y que, junto a la acequiagrande, hablaba con Visantet, el cestero queremoja mimbres en la acequia para hacer ces-tos.

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¡Ah!, también me han dicho que le gustabapegar la hebra con Juan, el mulero, y conSalus, el de la María. A propósito, les he oídoponderar personalmente lo lucido de la fiestacuando celebró sus bodas de oro sacerdotales elaño 1929. Escuchemos, escuchemos cómo seexpresaban:

- ¡Mira que el hombre era feliz! ¡Cómo unniño con zapatos nuevos! ¡No lo podía ocultar!,comentaba Salus.

- Se encontraba rodeado de todos, como unviejo patriarca, replicaba Juan, el mulero.

- ¡Y qué de colgaduras y qué de raciones deolla se repartieron ese día! Así lo confesabantodos ellos.

También me han asegurado que el SeñorObispo era muy querido en Segorbe. Y que loera, pues... por eso, porque, al decir de Baltasa-ra y Melquiades, era un santo. Y, según doñaMercedes, porque tenía unción. En sentir deRosita, porque era la humildad de rodillas. ParaEdesio, el leñador, porque era bueno. Y paraJuan, el mulero, y para Salus, el de la María,porque habían comido a su mesa en algunasocasiones importantes. Y para todos porque eraprudente y humano, modesto y sencillo, pobrey hospitalario.

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Por eso las gentes humildes, las que hablan

con el corazón en la mano, se deshacen en

elogios hacia el amable “obispo de la barba

blanca”. Elogios que he podido recoger perso-

nalmente de sus propios labios. Elogios que me

han llegado así, vivos, palpitantes, hasta el día

de hoy.

A propósito. Hemos sentido decir que en sus

últimos años, cuando ya le iban faltando las

fuerzas, e iba perdiendo la vista, y ya el ham-

bre se cebaba en tus sacerdotes al privárseles

de la subvención estatal, propuso renunciar al

episcopado. ¿Es esto verdad, nos pregunta-

mos?

- Desde luego esta es la verdad. Que aquellos

fueron años duros y el último recodo del cami-

no de la vida es preciso andarlo en solitario.

Además en aquellos años estaba muy metido

que el obispo se desposaba con su diócesis

como Cristo con su iglesia. Y el matrimonio sólo

se disolvía por muerte de uno de los contrayen-

tes. Lamentablemente siempre solía faltar el

obispo, como le sucedió a él.

A propósito, también se ha dicho y escrito

que Mons. Luis Amigó tenía don de lágrimas,

especialmente en los últimos años.

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- Seguramente que también fue así. Puesdicen que no es de hombres el llorar; pero sí esde padres. Y Mons. Amigó fue un padre, tantopara sus hijos espirituales como para sus dio-cesanos. De todos modos no creo que se puedallamar don a lo que no es sino desahogo de lanaturaleza humana. Que si el hombre ha sidocreado para ser feliz, difícilmente el llorarpuede ser considerado don de Dios. Vamos,digo yo. De todos modos dejémoslo así.

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Fray Luis de Masamagrell, siempre tancuidadoso, siempre tan detallista, hafijado su entrada solemne en la ciudad

ducal de Segorbe para el día 30 de noviembre,en que la iglesia celebra de San AndrésApóstol. ¿La hora? A las tres de la tarde. Setraslada a la Ciudad del Agua Limpia en uno deesos trenes asmáticos de la época, cuya loco-motora silva con penachos de humo al vientocuando advierte cualquier núcleo urbano.

Para estas fechas a Fray Luis de Masa-magrell los hijos de Segorbe le llaman ya Mons.Luis Amigó. Que la gente en esto es muy mi-rada. Y ese título lleva albergada la obligaciónde ser puntual. Que la puntualidad es virtudde hidalgos. Así que el último día del mes denoviembre de 1913, y a la hora en que los la-briegos de la serranía de Segorbe suelen proce-der a la cata de sus colmenas, Mons. Amigóllega en tren a la Ciudad del Agua Limpia.

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17. SU MINISTERIO PASTORAL EN SEGORBE

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En aquella hora solemne el sol está másbajo. Ya no pica tanto. La huerta envía los aro-mas de sus primeras mandarinas. Y el ambien-te es fresco y amable. Es ya época plenamenteotoñal.

A las tres y nueve minutos, con puntualidadinaudita en trenes españoles, el de Valencia-Zaragoza entra en agujas. En ese mismo mo-mento la numerosa concurrencia prorrumpe enuna clamorosa ovación a su nuevo Obispo.

¡Ah!, esperándole están y salen a recibirle(aparte don Juan Navarro Reverter, cuya pre-sencia para él es de obligado cumplimiento y rigor) su paisano Pepito, el de la María, ysacristán de Masamagrell a quien, estrechán-dole contra su pecho, le otorga el más calurosoabrazo que da a ninguno de los presentes.

A eso de las cuatro el automóvil echa aandar, y nunca mejor dicho, por la lentitud y solemnidad de su marcha ascensional. Con-forme deja atrás la feraz vega del Palancia paraalcanzar la ciudad de fuentes abundosas y deaguas transparentes, su espíritu se transforma,se transfigura.

A las 4’47 minutos, bajo palio, hace suentrada solemne en la hoy catedral basílica. Acontinuación la capilla de música insinúa el

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tedeum. Hay besamanos y jolgorio. Y música,mucha música. Aquella tarde se cierra conapretones de manos, felicitaciones y enhora-buenas Y a eso de las 7, a los acordes de laMarcha de Infantes, el nuevo Obispo se retira asus aposentos particulares.

¡Ah!, ¿que por qué descendemos a estosmínimos detalles, me decís? Pues, mirad, por-que la vida del nuevo Obispo en Segorbe va aestar toda ella entretejida de pequeños detalles.Que el detalle insignificante es signo de exqui-sita grandeza. Por lo demás él tiene muy claroque no distingue el Señor a las criaturas por lagrandeza de sus ministerios sino por la de susobras. Que así se lo escribe él a sus hijos.

Segorbe -lo sabemos muy bien- era enton-ces, y es todavía hoy, una pequeña ciudadmedieval, que desciende de los cerros de LaEstrella y de San Blas. Sus inviernos son cáli-dos y soleados y sus veranos frescos y apaci-bles.

Como diócesis es más bien poca cosa.Siempre fue poquita cosa. En alguna épocaestuvo unida a la de Albarracín. Vamos, queera algo así como una espingarda olvidada enlos Montes Universales que, por Peña Escavia,se descuelga sin conseguirlo hacia el mar. Enestos tiempos ya esta separada, que la unión

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entre pobres es más bien frágil y temporera. Detodos modos la diócesis únicamente es abun-dosa en extensión. Porque habitantes, lo que sedice habitantes, la diócesis no cuenta más de80.000, atendidos por ciento cuarenta sacerdo-tes diocesanos y algunos religiosos más.

En la época de que tratamos la diócesis deSegorbe - aún no unida a Castellón ciudad, loque sucederá con la reestructuración de dióce-sis de 1953- es de carácter mayoritariamenteagrícola y rural. Todavía lo sigue siendo. Parecemarcada con el signo de lo eterno. Su grandezaestriba en sus gentes. Yo creo que ninguno desus obispos han sufrido nunca veleidades porhacer, hacer y hacer... Que las esencias suelenencerrarse en tarritos pequeños y nunca fue-ron patrimonio del mucho obrar. Lo cierto esque en esta pequeña diócesis, rodeado de tanbuenas gentes y con un ramillete de sacerdotestan piadosos, Mons. Luis Amigó va a compartirlos restantes años de su existencia terrenal.

Desde luego sin pérdida de tiempo, cuarentay ocho horas después de su entrada solemne,dirige ya la primera carta pastoral a sus dioce-sanos. En ella les escribe las palabras de SanClemente: No por mis méritos me envía a voso-tros el Señor, sino para hacerme partícipe devuestras coronas. Que nada hace la vida tan

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amable como el rebajarse uno al nivel de losmás humildes. Sí, a continuación también lesdice que se propone trabajar incansablementepor su propia santificación, sin perdonar paraello fatigas ni sacrificios. Pero, vamos, esto eslo que siempre dice el nuevo Obispo en un pri-mer esbozo de su programa de intenciones.

En el año 1913, aparte su toma de posesiónde la nueva diócesis, el Señor aún concede aMons. Amigó otro gran motivo de consuelo ysatisfacción. Y es que, a finales de diciembre,tiene la suerte de poder presidir la peregrina-ción del magisterio católico a Roma. No sé si oslo he dicho ya, pero el día prefijado para laaudiencia hubo de hacer la presentación de laperegrinación al Santo Padre Pío X. ¡Uff, la desudores que pasó, el pobre...!

El año 1914 también fue para él de grandesy fuertes emociones, gratas unas y muy tristesotras. Y la primera es el 12 de abril con motivodel traslado de la Santísima Virgen de la CuevaSanta a Altura para impetrar de la Señora elbeneficio de la lluvia. Ya conocéis el relato colo-rista de la señora Baltasara. Pero como la pro-videncia ordinaria de Dios suele ser el mezclarlos favores y gracias que nos otorga con penasy tribulaciones, a fin de que ni aquellos nosengrían ni éstas nos abatan y enerven -como él

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dice- dispone el Señor que durante el verano de1914 estalle la gran guerra. Lo que constituyeel suceso triste. ¡Sea todo por el amor de Dios!

Los años de 1914 a 1918 son por lo generalamargos y turbulentos por cuanto el terribleazote de la guerra flagela sin piedad a nacio-nes con las cuales nos unen vínculos de raza y amistad. Él, como su Seráfico Padre SanFrancisco cuando creció mucho la Orden, sesiente como una gallina pequeña y oscura,semejante a una paloma doméstica, incapaz deatender tanta necesidad como se le viene enci-ma.

Pero el tiempo y la historia avanzaban ine-xorablemente. Y no es cuestión de ir entrete-niéndose en discursos paralizantes, comodecimos frecuentemente hoy. Por eso, en lomaterial, se da con alma, vida y corazón a tresgrandes obras, como ya dijimos anteriormente:el estucado y dorado de la catedral, la adqui-sición de la iglesia del convento de SantoDomingo, y encargar del Santuario de la CuevaSanta a una comunidad religiosa. Y, en lo espi-ritual, dedica su tiempo a la visita pastoral dela diócesis, que inicia el 14 de mayo de 1915por Sot de Ferrer, Soneja y Segorbe, como bienconocemos.

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En dichas correrías apostólicas frecuente-mente transita por caminos de herradura. Ymás de un salteador de caminos le visita entrepueblo y pueblo, aunque seguramente a otrosactos de la visita pastoral del Obispo no acudael incómodo visitante. Que el hambre aguza elingenio y difícilmente hace cuestión de digni-dades. De cuanto digo puede dar idea el saberque el pueblo de Altura es el feudo másapetecido por los sacerdotes de la diócesis, porcuanto es el más cercano a la ciudad ducal deSegorbe, y también el que ofrece más seguri-dad.

¡Ah!, se me olvidaba. De 1914 a 1922 desem-peña el cargo de senador del Reino por la pro-vincia eclesiástica de Valencia. Honor del todoinmerecido, según él dice, y que acepta por elgran bien que de ello podía derivar para su dió-cesis y congregaciones religiosas.

En cuanto a su diario quehacer en Segorbetiene la normal monotonía de todo lo cotidiano.Las mañanas las suele dedicar a despacharasuntos curiales de ordinaria administración. Ylas tardes, en cambio, especialmente las deli-ciosas tardes de la primavera y otoño segorbi-nos, el Señor Obispo las emplea en visitarenfermos, confesar en la catedral o visitar asus religiosas en su casa noviciado de Altura.

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Luego de la obligada visita en la catedral aNuestra Señora, la Virgen Blanca, suele salirpor la puerta mayor y, acto seguido, se adentraen ese delicado dédalo de callejuelas sinuosas yempinadas que insensiblemente tiran de unohacia arriba, hacia lo alto del cerrillo de laEstrella. Y aprovecha para visitar a algúnenfermo en el antiguo barrio de la Morería,arrabal recostado sobre dicha loma.

Otras veces dirige sus pasos hacia la calle-cilla de Don Martín de Aragón, sinuosa y zig-zagueante, partida por la de Platerías (¡quénombres tan sonorosos!), cruza la antiguacarretera de Sagunto-Burgos y desciende por laPlaza del Arroz (en otros tiempos llamada deAlfonso XII) a la popularmente conocida comoPlaza del Agua Limpia, con sus bellos mascaro-nes de bronce, para tomar el camino de Altura.

A veces cruza la puerta romana y va por laTebaida a alcanzar el Barranco de Capuchinos.Y por la huerta, por el senderillo viejo de la ace-quia con ribetes de camino, se llega a casa desus hijas. Esta vereda es muy a propósito parael silencio y la contemplación. Lo cierto es quenecesita de vez en cuando salir del palacioepiscopal. Darse un baño de silencio y de pue-blo. Resolear el espíritu. Que un señor obispono puede estar siempre protendido hacia lo

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divino. Eso sí, siempre se hace acompañar delbueno de fray Serafín María de Ayelo de Mal-ferit, su familiar.

Durante los años siguientes (y nos referimosen líneas generales a los de 1917 a 1926) elnuevo código de derecho canónico marca elritmo de su vida en Segorbe, la ciudad del AguaLimpia. Lo primero que hace es reformar porsegunda vez las Constituciones del Seminario.Hay que acomodarlas al nuevo código. Enpleno siglo XX no son admisibles ya más dis-tinciones que las estrictamente necesarias. Ytener en el mismo centro seminaristas ricos ypobres, josefinos y de los otros, ya ni es posibleni es razonable. Tampoco es admisible el llevarel Seminario todavía a lo casero. Total que hayque renovarlo en profundidad. Y creo que elbuen Obispo Amigó lo consigue. Él da al semi-nario conciliar nuevas Constituciones, nuevoenfoque científico, nuevo director espiritual,nuevos prefectos...

Por otra parte dicta oportunas disposiciones-al menos así se le reconoce entonces- sobrecatequesis, predicación sagrada y músicasacra. Establece las conferencias morales ylitúrgicas mensuales. Convoca para la provi-sión de parroquias. Crea el museo diocesano y

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organiza el archivo de la diócesis. Y promuevela confesión y comunión frecuentes.

Seguramente que por estas fechas, y segura-mente con ocasión de organizar dicho museo,el Señor Obispo se topa con la Madonna con elNiño, de Donatello, o con la Virgen de la leche,de Camarón, lo que le mueve a crear la obraasistencial conocida como La Gota de Leche. Esuna bella forma de promover la ayuda a muje-res que, bien por motivo de viudedad o bien por haber dado a luz, sufren dificultades eco-nómicas difícilmente superables. La hermanaMartina, hija de la caridad y superiora del hos-pital de la ciudad de Segorbe, es el brazo dere-cho de la asociación en el suministro y repartode alimentos.

En este tiempo el Señor Obispo tiene tam-bién el consuelo de ver cómo llegan a su finobras que ha comenzado bajo el signo de lapobreza, pero confiando siempre en la DivinaProvidencia, y que gozosamente contemplacómo esta misma Providencia Divina poco apoco las va dirigiendo hacia su fin. Nos referi-mos, entre otras, al Santuario de la CuevaSanta, cuya cesión le fue otorgada en fecha 13de enero de 1922; la conclusión del estucado ydorado de la catedral basílica, a finales de1923; la consagración de la iglesia de la casa

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noviciado de sus hijos, en Godella, el 18 demarzo de 1924; o la apertura al culto de la igle-sia segorbina de Santa María, en fecha 29 denoviembre de 1925.

También Mons. Luis Amigó pasa por mo-mentos dolorosos. Que en la vida de caminan-tes no puede ser de otra manera. Pues, aprimeros de 1921, fallece su hermano Julio y,apenas iniciado el año 1923 y en el término deocho días, fallece asimismo su hermana EmiliaRosario y su cuñado Salvador. Y también en elverano del mismo año se inicia la dictadura deD. Miguel Primo de Rivera que, apañadita ytodo como es, para el pueblo no deja de ser unaverdadera dictadura.

Pero el año que resulta crucial para supersona es el año 1926. Comienza ya entrandoun poco lento y receloso. Remolón, vamos.Como dicen que entran en la plaza los torosque no son buenos. Y la salida... está claroque, al menos para el Señor Obispo, no va aser por la puerta grande y a hombros, sino porla de la enfermería. Y a hombros, sí, pero de lasasistencias. Desde luego él ya se recelaba algo.Por eso, con fecha 3 de mayo, dicta a sus hijose hijas la que con razón será considerada comosu carta-testamento.

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“En la convicción de que éstos serán ya losúltimos Capítulos a que Nos asistamos...”

Sí, ciertamente todavía asiste a los capítulosgenerales de sus dos congregaciones. Pero,amigos, el 19 de septiembre ese delicado cuer-pecillo suyo da la impresión de que no da yamás de sí. Parece haber llegado a su términoterrenal. Todo un mes se debate entre la vida yla muerte. Es como cuando se te parte el ejedel carro por medio, decía, pero peor. Más bru-tal. En aquellos momentos siente como nuncael anonadamiento cristiano. Y el aniquilamien-to y desapropio franciscanos. Se siente desfa-llecer.

«Gracias a Dios, el Señor se dignó oír vues-tras súplicas en nuestro favor y nos restituyóla salud. Sin duda alguna para que, empleandomejor el tiempo en su servicio, aseguremosnuestra salvación eterna. ¡Gracias mil seandadas al Señor, y a vosotros, amados hijos, porcuya mediación nos ha otorgado este benefi-cio!» Es lo que entonces escribe con inmensagratitud y amor paternal.

Pero en todo caso está claro que en lo suce-sivo sus fuerzas no dan ya sino para mondarcacaos, y para muy poquitas cosas más. Sí,recuerda que a raíz de la recuperación las gen-tes le decían amablemente: ¡Qué bien se conser-

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va, Señor Obispo! ¡Qué bien se conserva!, lo queno es sino un cumplido y una manifestaciónevidente de que está mal. De todos modos hubode hacerse los ánimos y seguir adelante. Desdeentonces, aunque no se haya dicho ni escrito,las escasas fuerzas que el Señor tiene a bienreservarle las emplea, como las emplean losancianos en general, en fanfarrias y poco más.¡Ah!, sí, y en celebraciones de celebraciones, loque no deja de ser también un preludio delfinal.

Como consecuencia de la enfermedad deuremia, sufrida durante el otoño de 1926, susfuerzas quedan evidentemente muy mermadas.Aconsejado por su confesor don Rafael Muñoz,párroco de Navajas, e instado por su resobrino,don Romualdo Amigó, que insistentemente lerepite: escriba, Señor Obispo, escriba, dedica sutiempo a redactar Apuntes sobre mi Vida, queno es sino su sencilla autobiografía escrita concaracteres de humildad franciscana para quesus Religiosos y Religiosas con mayor motivo seacuerden en la presencia de Dios de este suPadre y Fundador.

A partir de entonces los años sucesivos se levan haciendo mucho más lentos y sombríos. Locierto es que en 1931, precisamente el 14 deabril, es proclamada la Segunda República. Él

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se encuentra con sus hijas en el Santuario deNuestra Señora de Montiel. Cuando llega a susoídos la noticia -seguramente se la dan sushijas- lo único que se le escucha musitar es:¡Que no se entiendan, Señor!

A partir de dicha fecha, de dicha fatídicafecha, en los años siguientes en España no sepuede gozar ya de paz alguna. No ha transcu-rrido todavía un mes y, el 11 de mayo..., yasabéis, Madrid, Barcelona, Valencia... Bueno,todos sabemos lo que sucede, pero mejor no

meneallo, como diría el clásico. Lo cierto es queel Señor Obispo no abriga duda alguna de quesus hijos, si llegara la ocasión, tendrán pastade mártires, como a su debido tiempo ponen demanifiesto bien a las claras.

Pero... dejemos aquí el relato, si os parecebien. Que la tristeza es ave de cortos vuelos yno alcanza a anidar en estas alturas. De todosmodos el ocaso de la vida, el ocaso de cualquiervida, viene siempre teñido de sangrientos tonoscrepusculares, ¿no creéis? Es como el últimoestertor de un meteoro. Es como un preludiocruel. Y, luego cae la noche.

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El temperamento y el carácter -dicen-constituyen la plataforma sobre la queluego se levanta la vida humana, reli-

giosa y moral del hombre. El temperamento sehereda. El carácter, en cambio, se adquiere.Aquél se transmite juntamente con el capitalgenético. Éste es fruto del temperamento y delas innumerables vicisitudes por las que pasatoda existencia humana.

Luis de Masamagrell seguramente nace yadotado de un temperamento bondadoso y cari-tativo. Pues el Señor, según él mismo confiesa,concede a su buen padre, el abogado don JuanGaspar, un corazón candoroso y compasivo. Ya su santa madre, por otra parte, la dota de unespíritu prudente y mortificado tal, que jamásse conocen por su semblante las penas o losdisgustos que la atormentan. Y a ambos proge-nitores les distingue el Señor con una fe firmí-sima. Que así lo asegura también Fray Luis deMasamagrell. Por lo demás, tiene la suerte de

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18. SILUETA ESPIRITUAL DE LUIS AMIGÓ

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ver la luz en el seno de una familia numerosa ymuy, muy cultivada.

Lo cierto es que los sentimientos más peren-nes prenden en el espíritu humano desde losprimeros años de vida. Es decir, desde los añosde la niñez. Y Fray Luis de Masamagrell, yadesde niño, a más del calor familiar, sabe rode-arse de amigos mayores que él e inclinadosnaturalmente a la piedad.

Por otra parte el ya Venerable Luis Amigópasa los años de su niñez y juventud en laCiudad del Turia. Su vida transcurre serena ypacífica en el recinto del Seminario Conciliar, enlos alrededores de la Basílica de Nuestra Señorade los Desamparados, y en un ambiente pro-fundamente caldeado de un franciscanismoseglar. Apoyado por sus compañeros de semi-nario, y por seglares comprometidos -que todohay que decirlo-, practica las obras de miseri-cordia en cárceles y hospitales. Aprende losrudimentos de artes y oficios, tan útiles luego asus hijos espirituales. Y enseña catequesis porlas barracas de la huerta valenciana de LaPunta de Ruzafa.

La familia, los amigos de Seminario, elmismo ambiente ciudadano... van configuran-do, pues, en Luis de Masamagrell una espiri-tualidad eminentemente evangélica, fran-

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ciscana y mariana. Y él la cimienta sobre unamplio fondo de piedad y compasión cristianas.Por lo demás el contexto ciudadano y la pecu-liar piedad de la época tiran con fuerza en estamisma dirección.

En la Ciudad del Turia Luis Amigó acudediariamente, como alumno externo, a las aulasdel Seminario Conciliar. Desde los once años,en que ingresa en el Seminario, hasta los casidiecinueve, en que lo abandona para ingresaren el noviciado de los padres capuchinos deBayona, Francia, forma su espíritu en latín yhumanidades, en filosofía y letras, y en losrudimentos de la teología escolástica.

Son estos años -no lo podemos ignorar- losaños de mayor alumnado del SeminarioConciliar de Valencia. Y son, posiblemente tam-bién, los años de mayores exigencias en la for-mación científica, religiosa y humana de losseminaristas. Las grandes personalidades de laépoca, formadas en sus aulas, así lo certifican.Por otra parte los padres jesuitas animan lavida de seminario y, seguramente, de ellosaprende Luis Amigó ese su amor a la Iglesia,esa su disciplina intelectual, esa primacía de laformación de la voluntad, y ese su amor por laobra acabada y bien hecha. Esto le proporcionaun estilo de hombre de leyes que se percibe

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enseguida en su forma de enfocar los proble-mas y en su actitud para solucionarlos. No sepuede olvidar tampoco la amable figura deljesuita padre Llopart, su director espiritual,que ciertamente -según nos aseguran- tienetambién dicha propensión.

Por otra parte la formación académica querecibe en las aulas del Seminario Conciliar lacompleta con una educación eminentementepráctica. No sólo es preciso pensar bien, sinoobrar el bien. No sólo es necesario pensarcorrectamente, sino también obrar coherente-mente siguiendo el hilo del propio pensamien-to. A Luis Amigó nunca se le podrá tachar deincoherente.

Como por una propensión natural en estosaños Luis Amigó va espigando en los evangeliosy cartas paulinas los textos mayormente tran-sidos de piedad, misericordia y redención. Leson particularmente queridas las llamadasParábolas de la Misericordia. Siente especialpredilección por la del hijo pródigo, por la de laoveja perdida, así como también por la resu-rrección del hijo de la viuda de Naím. En susaños de Administrador Apostólico de Solsonalas sintetiza en la amable figura del BuenPastor, que entrega su vida por sus ovejas, yque aporta como lema a su escudo episcopal.

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En una época en la que goza de tanto relievela salvación del alma, Luis Amigó la incorporaa su propia espiritualidad con el texto deSantiago: “No temáis perecer en los despeñade-ros y precipicios en que muchas veces oshabréis de poner para salvar la oveja perdida;ni os arredren los zarzales y emboscadas conque tratará de envolveros el enemigo, puespodéis estar seguros de que si lográis salvar un alma, con ello predestináis la vuestra”.Constituye el núcleo de la carta-testamento enla que recoge su última voluntad para sus hijase hijos espirituales.

Asimismo encarna ya desde joven las actitu-des de Pablo de Tarso: “Líbreme Dios de glo-riarme si no es en la cruz de Cristo, y Cristocrucificado” que, a través de Francisco de Asís,pasa al acerbo espiritual del Venerable PadreLuis Amigó y que, juntamente con el pasajeanterior, constituye uno de los textos bíblicosmás citados en sus escritos.

La figura de un Cristo evangélico, pero pro-fundamente misericordioso y redentor, consti-tuye el núcleo de su espiritualidad evangélica.Esta figura aporta a su espiritualidad unasconnotaciones dolorosas y corredentoras bienprecisas. Luis Amigó las recoge en torno a laamable figura de la Virgen de los Dolores, que

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incorpora a su obra salvadora y a su vida pia-dosa y apostólica.

Paralelamente a la instrucción académicaLuis Amigó recibe en Valencia una formaciónde corte franciscano seglar. Es una formaciónque está en el ambiente y que adquiere comopor ósmosis o contagio. Su trayectoria espiri-tual va de la Escuela de Cristo, a la OrdenTercera Seglar para, finalmente, recalar en loscapuchinos de Bayona, franciscanos de la estri-cta observancia. En este camino de franciscanoseglar poco a poco va adquiriendo las virtu-des propias del hermano menor. Entre ellas nopodemos olvidar un espíritu mortificado y penitencial, sencillo y humilde, hecho de paz yserenidad, y especialmente ese sentido de fra-ternidad y minoridad tan presente siempre enlos miembros de la Familia Franciscana.

Sin duda que Luis Amigó, durante su estan-cia en la casa noviciado de Bayona, igualmen-te se empapa de ese espíritu de profundasencillez y humildad de los primeros compañe-ros de Francisco de Asís. Pues, de tal manera -afirma Tomás de Celano- están repletos desanta simplicidad, tal es la inocencia de suvida y tal la pureza de su corazón, que ignoranqué es doblez. Pues entre ellos, como una es la

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fe, así uno es el espíritu, una la voluntad, yuna la caridad.

Asimismo durante los días de noviciado Luisde Masamagrell entra en contacto con el espíri-tu del Seráfico Patriarca, quien quería seguirla humildad y pobreza de Nuestro SeñorJesucristo. Y que deseó siempre que sus hijosno fueran mayores, sino menores y sujetos atoda autoridad. Y que fuesen sencillos y puros.En una palabra, inocentes, humildes y sindoblez alguna.

Se adiestra igualmente en el ejercicio de lacaridad y del celo apostólico de que ve dotadoa su Seráfico Padre quien, también segúnTomás de Celano, cual carbón ardiente, parecetodo él devorado por la llama del divino amor.Este espíritu franciscano es el que el mismoPadre Luis Amigó desea traspasar a sus hijos,pues en su carta testamento recoge este tripleaspecto:

“La Congregación es vuestra Madre que, conla vida religiosa, os ha comunicado su espíritu,su carácter y su predilección por las virtudesde humildad, sencillez, caridad y celo apostóli-co que caracterizan a nuestra Orden Seráfica”.

Por lo demás, y si nos referimos a su espiri-tualidad mariana, no conocemos por lo pronto

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fundador alguno que no haya profesado untierno afecto a la Madre del Señor. De Franciscode Asís se asegura que rodea de amor indeciblea la Madre de Jesús, por haber hecho hermanonuestro al Señor de la Majestad. Y le tributapeculiares alabanzas, le multiplica oraciones, leofrece afectos, tantos y tales como no puedeexpresar lengua humana... ¡Ah, eso sí! Los fun-dadores centran su afecto en una devoción bienprecisa, la desarrollan en torno a un santuariomariano muy concreto y, amorosamente, tratande inculcarla en sus hijos espirituales. Viene aintegrar ese como aire de familia propio delInstituto y que se halla en su mismo nombre, loque constituye como su carnet de identidad:Terciarios Capuchinos de Nuestra Señora delos Dolores.

En Luis Amigó nace esta su devoción, -apar-te naturalmente los hechos de la niñez-, o almenos se concreta, mediante su meditacióndiaria de la Pasión de Cristo. Los capuchinosde la restauración cada día meditan la Pasióndel Señor, lo que les lleva frecuentemente ameditar asimismo los dolores de la Madre delSeñor contemplándola, bien en la calle de laAmargura o al pie de la cruz, bien en el descen-dimiento o bien en su soledad. En una palabra,contempla a la Virgen de los Dolores. De ahíque su devoción sea a la Madre de los Dolores

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en ese momento de su retorno sereno y doloro-so de la Virgen de la Soledad que, en la mañanadel Sábado Santo, a las primeras luces del alba,desciende del cerro del Calvario, trayendo amo-rosamente en su regazo los signos de la Pasión.Es la imagen de la Virgen de los Dolores o de laSoledad, la Madre del Crucificado y del Mártirdel Calvario.

Luis de Masamagrell aprovecha las ocasio-nes que le brinda la ordinaria ProvidenciaDivina, como es la felicitación el día de laVirgen de los Dolores, levantar altares en suhonor, presidir sus fiestas patronales... En rea-lidad acciones todas ellas sencillas, que sueleser la forma corriente de inflamar en el amorfilial.

Y cuando en sus institutos surgen las di-ficultades les alienta en estos términos: “Miscarísimos hijos, si bien nunca, como padre,puedo olvidaros, aumenta no obstante mirecuerdo y, si se quiere, mi afecto, todos losaños al llegar la festividad de Nuestra Santí-sima Madre de los Dolores y la fecha de la fun-dación de nuestro Instituto. Unámonos aqueldía en el santuario del corazón dolorido deNuestra Madre y pidámosle con fervor nos con-tinúe sus bendiciones, dando a los prelados luzy acierto en sus disposiciones; a los súbditos,

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unión, celo y sumisión y, por vuestros méritos,el perdón de sus pecados a este vuestro padrey siervo en Cristo”.

En la tradición cristiana hemos acentuado,tal vez excesivamente, la figura de Cristo comoel varón de dolores. Y tal vez hasta hemos acen-tuado excesivamente la ascética como caminode perfección. En sus correrías apostólicas elVenerable Luis Amigó, como los clérigos deotros tiempos se llevaban su altarcito en formade tríptico para la celebración de la santa misa,él lleva siempre consigo un díptico que recogesus dos grandes amores, es decir, una tabla dela Pasión del Señor y otra de la Virgen de losDolores. El hecho es lo suficientemente elo-cuente para indicar esa su espiritualidad evan-gélica, doliente y misericordiosa que tanto lecaracteriza.

Espiritualidad eminentemente evangélica,franciscana y mariana. Espiritualidad que leviene dada por la contemplación frecuente dela figura de Cristo Buen Pastor. Espiritualidadque, por franciscana, acentúa los misterios deanonadamiento y transfiguración del Señor ensu Natividad y en el Calvario. Una espirituali-dad que le llega a través de Pablo, el apóstol delas gentes, cuyo eje lo constituye el Cristo resu-citado y salvador.

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Luego le llega tamizada por la figura delSeráfico Padre San Francisco, espíritu humildey contemplativo; pobre y mendicante; hermanode los hombres y de la creación; espíritu lim-pio, iluminado, transparente...

Más adelante, de la orden capuchina recibesu honda espiritualidad, hecha de humildad yascetismo; de espíritu mitad peregrinante,mitad misionero, amplia en devociones y depastoral sencilla y popular. ¡Ah!, y de un granamor a la Madre del Buen Pastor, la DivinaPastora. ¡Cuán rica de elementos contemplati-vos, enriquecedores de una vida minorítica,pobre y fraternal!

A través de este hilo conductor la espiritua-lidad de Luis Amigó, el padre amoroso de lospobres y gran apóstol de la juventud extravi-ada, se concreta en dichas tres constantes:evangélica, franciscana y mariana.

En torno a dichas tres constantes el Vene-rable Luis Amigó ha ido orientando y concre-tando toda una amplia gama de otras muchasvirtudes, las que en su conjunto constituyen elcañamazo que entrama su amable silueta espi-ritual. Silueta que va adornando con tintes demansedumbre y ecuanimidad. Con matices deserenidad y de prudencia. Y con tonos de sen-cillez y suavidad, de humildad y de piedad.

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Y junto a todas estas virtudes -de escasorelieve externo, es verdad, pero sí de una granexigencia interior- cultiva un espíritu fuerte ypaciente, abnegado, obediente y pobre. Se ve,además, adornado de un gran amor a las pará-bolas de la misericordia, al sacerdocio ministe-rial, dentro de un estilo providencialista, fino ymisionero, hospitalario y dotado de una nocomún afabilidad y finura exquisitas. Y con ungracejo no exento de ese matiz alegre, y aún aveces orondo, del franciscano más popular.

Esta es la silueta espiritual del VenerableLuis Amigó. Sencilla, natural, como hecha aplumilla. Esta su fisonomía que coenvuelve,como en un amplio aire de familia, todo supensar y su obrar, toda su oración y toda sumisión. Esta, la fisonomía de religioso, funda-dor y obispo. Esta, la fisonomía espiritual dequien pasará a la historia como religioso ecuá-nime, obispo piadoso y apóstol amoroso de lajuventud extraviada.

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El último tramo de la vida, sin duda al-guna, es el tramo del ocaso en que seavistan ya las amables riberas de la

eternidad. Es el tramo final que, como corre-dores de fondo, hemos de recorrer en solitario.El ritmo de la vida se vuelve lento y pausado.El mismo espíritu se manifiesta apacible yreposado. Es generalmente el tiempo de lasúltimas voluntades.

También Mons. Luis Amigó, por imperativolegal del guión, la última etapa de esta supobre vida la ha de recorrer solo. En solitario.Con la ineludible soledad del buen corredor defondo. Cierto que no es la etapa de su existen-cia de la que mejores recuerdos conserva, perosí la más sentimental. Que el último recodo delcamino de la vida, en cierto modo, constituyeun retorno a esa primera etapa de la existen-cia, a la etapa inicial. ¿Acaso la salvación no estambién un poco la recuperación del primerparaíso perdido?

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19. ÚLTIMOS DÍAS DEMONS. AMIGÓ

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Para 1925 han fallecido ya todos sus herma-nos. El 17 de enero de 1921 fallece Julio. Y el 5de enero de 1923 se va, así sin más ni más, suhermana Emilia. Y dos días después acompañatambién hasta su última morada a su cuñadoSalvador. Tan sólo le queda su hermana Rosita.¡Tan ocupada, la pobre, por sacar adelante susocho hijos! Lo cierto es que Luis Amigó se apre-sura a manifestar su última voluntad, por loque pudiera suceder.

El 23 de abril de 1925 se encuentra enValencia. En casa de su hermana Rosa. El díaamanece claro y azul. Se viste del azul más azuldel mundo. Verdaderamente primaveral. Dicemisa en la Basílica de la Virgen, a cuya parte deatrás tiene la casa su hermana. Reza de sanJorge, como se hace entonces. Y a eso de mediamañana, en compañía de su cuñado BasilioBoada, de Carlos y Salvador Llana, y de donLorenzo Tomás y Lucas, bajan los cuatro a lacalle de la Leña. Cruzan la recoleta plazuela dela Almoina. Y se dirigen todos ellos derechos ala casa número uno de la calle de Palau. Tieneallí su bufete el abogado don Salvador Redón.Ya les está esperando. Y ante él otorga testa-mento, o lo que es lo mismo, estampa su últimavoluntad.

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Al padre Javier María de Valencia, a la sazón

superior general de sus hijos, deja el reloj de

oro que lleva grabados sus retratos, y que le

regaló la familia Jorba de Manresa. A su sobri-

no José María, el reloj de su despacho con

cuerda para un año. Al hijo mayor de su sobri-

no, el cuadro de metal blanco con su retrato. A

su cuñado Basilio el pectoral de oro. Y a su

otro sobrino, don Salvador Escorihuela, un ser-

vicio completo de café... A cada cual deja un

pequeño recuerdo sentimental. Que Mons. Luis

Amigó ha observado siempre la estricta pobre-

za capuchina.

Al año siguiente el Venerable Luis Amigó ya

barrunta la muerte. Y por mayo, cuando hace

la calor, dirige a sus hijas e hijos espirituales

una carta circular. Se la ha llamado, no sin

razón, su carta-testamento. Y, ciertamente, lo

es. En ella les escribe, entre otros avisos y con-

sejos de padre amoroso:

“Tened gran estima, queridos hijos e hijas,

de vuestra Madre la Congregación”.

“Debéis ser apoyo y sostén unos de otros”...

“Debéis procurar también haya entre voso-

tros una íntima unión”...

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“Que os améis los unos a los otros, como taninsistentemente lo encargaba san Juan a susdiscípulos”.

“Sed fieles observantes de vuestras Reglas yConstituciones”....

“Que os mostréis siempre muy agradecidos ala singular merced que el Señor os hizo trayén-doos al puerto de la Religión”.

Dicen que en la carta-testamento se olvidade inculcar a sus hijos una tierna devoción a laMadre de los Dolores. Y es la pura verdad. Queno siempre la memoria es fiel, y los sentimien-tos frecuentemente se olvidan en el tintero.Que por falta de amor a su tierna y buenaMadre ciertamente que no es. Por cierto que,apenas concluidos ambos testamentos, le visitala enfermedad. Es ya un requiebro a la sole-dad.

A propósito, ¿no habéis leído Requiem por uncampesino español? ¿No? Pues mirad, cuandoPaco el del Molino, al volver con el sacerdote deadministrar la extremaunción a un enfermo, lepregunta:

“¿Por qué no va nadie a verlo, MosénMillán?”

Este le responde:

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“¿Qué importa eso, Paco? El que se muere,rico o pobre, siempre está solo aunque vayanlos demás a verlo. La vida es así y Dios que laha hecho sabe por qué”.

La tarde del 6 de septiembre de 1926 LuisAmigó se siente morir. Un fuerte ataque de ure-mia le conduce al borde de la muerte. Se hacetrasladar a Masamagrell. Quiere despedir a sushijas Terciarias Capuchinas que vuelven aColombia. Y allí le da. Don Romualdo Amigó,su familiar, dispone rápidamente que el SeñorObispo vuelva a palacio, a Segorbe. No puedepermitir él que su obispo muera fuera de ladiócesis. Se le administran, pues, los últimossacramentos -que por la bondad de Dios noson tan últimos-, y la extremaunción, la quetampoco es tan extrema como en principio sepresagia, al administrársela, gracias a Dios.

¡Ah!, don Alfredo Lorente, médico de la fa-milia episcopal, constantemente está a la verade su lecho en momentos tan difíciles. Y sushijos, y sus hijas, y el Señor Vicario Episcopaltambién... Todos. Lo cierto es que, a pesar detan numerosa y amable compañía, él se sienteque está encarando ya el último recodo de lavida. Y que lo hace con la soledad del corredorde fondo. Dicen que pasó entonces once horassin conocimiento y que durante un mes conti-

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nuado se debatió entre la vida y la muerte. Nolo sabemos. Pero... ¡entonces comprenden loscircunstantes que el que muere, rico o pobre,siempre está sólo aunque vayan los demás averlo!, como decía Mosén Millán a Paco, el delMolino.

Lo cierto es que también en esta ocasióntiene el Señor compasión de su persona.¡Gracias sean dadas por todo al Señor! Y que laprórroga de su vida, como él dice, sea paraemplearla mejor en su servicio.

A mediados de octubre el tiempo comienza amejorar. Y también su delicada salud. Todavíapuede gozar de un otoño, seco y soleado, comolo suelen ser los otoños en la ciudad ducal deSegorbe. Pero don Rafael Muñoz, su confesor,se hace presente en palacio con mayor frecuen-cia de la que suele ser habitual en él. Esto le daa entender que no está bien. ¡Cómo va a estarbien si ha bordeado ya los 70! ¡No puede estarbien! Uno de esos días, luego de un largo pre-ámbulo, como es normal cuando se deseaintroducir un discurso serio, le insinúa queescriba sus memorias. Esta invitación le confir-ma aún más en su presentimiento y en susconvicciones. Así es que de 1926 a 1929 se vaaligerando de algunas cotidianas ocupaciones.Y se dedica a escribir Apuntes sobre mi vida,

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como se ha dicho. Es el postrer servicio que él

puede prestar a sus hijas e hijos espirituales.

Es su autobiografía. La gente importante escri-

be sus Memorias. Un humilde capuchino,

Apuntes sobre mi vida. Que también en esto

hay clases, según parece.

El invierno de aquel año, y de los sucesivos,

lo pasa asegurando que se encuentra bien. Pero

constantemente lo viene a desmentir su persis-

tente catarro crónico. Este manifiesta que no se

encuentra tan bien. Pero todavía llega a la pri-

mavera del año siguiente, y del siguiente, y del

otro..., y de otros más. Y en los días soleados de

la primavera, cuando las lomas se pueblan de

yuntas de labranza, don Alfredo el médico, con

su mujer y sus niños, acuden a palacio. E

intentan hacerle más llevaderos sus dolores y

sus días.

¡Ah!, doña Pilar Lorente, hija del médico don

Alfredo, recuerda que en, una de esas visitas

vespertinas, a su hermanito Alfredo, niño de

cuatro o cinco años, no se le ocurre otra cosa

que abalanzarse al estanque de palacio con el

intento de coger los peces de colores que en el

mismo cuida el bueno de fray Serafín María de

Ayelo, su familiar.

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Que sí; que no. Intervienen todos. Lo ciertoes que con dificultad se le puede arrancar alniño del gozo con que chapotea en el estanqueen busca de pececillos de colores. Y dicen quecuando el niño está embelesado en lo más reciode la contienda, y fray Serafín de Ayelo azoradoen un intento supremo por sacar al niño delagua, aparece Mons. Luis Amigó en lo alto de laescalera de piedra que conduce a sus habita-ciones, acompañado del padre del niño, el doc-tor don Alfredo Lorente.

También dicen que Luis Amigó profetizótaxativamente:

“Alfredo, tú eres un futuro alumno de SantaRita”.

Sea de esto lo que fuere, lo cierto es que elniño se hace muchacho. Y el muchacho, joven.Y el joven comienza a entrar en conflicto conlos libros, y con sus padres, cosa harto fre-cuente en la juventud. Y él mismo con el tiem-po pide su ingreso en la Escuela de Reforma deSanta Rita, en Madrid. Se le interna. Y allícomienza a sentar cabeza, según dicen luegosus propios padres y educadores.

En la Escuela de Reforma de Santa Rita estáhasta poco antes de la guerra civil. Y el jovenmuere en la contienda, según parece, porque...

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la vida es así y Dios que la ha hecho sabe porqué, según decía Mosén Millán. ¿Casualidad?¿Providencia Divina? No lo sabemos. Dios losabe. Lo cierto es que de hechos como éstos sele viene a atribuir a Luis Amigó don de profecíael que él -la verdad- seguramente nunca tuvoconciencia de poseer. ¡Sea todo por el amor deDios!

¡Ah!, en estos últimos años de la vida tam-bién le suele visitar don Baltasar Rull y señora,con los niños. Y quiere recordar don Baltasarque a sus hijos, Ramón y María Vicenta, lesconfirma el Venerable Luis Amigó en la capillade palacio.

Desempeña entonces don Baltasar el cargode Juez de Instrucción y Primera Instancia. Ycon el tiempo, el de Magistrado del Supremo.Es un hombre fino y elegante, pero sencillo.Nunca se le pegó la adusta severidad de la togade la justicia. Ni siquiera luego cuando es nom-brado Alcalde de Valencia y dedica al VenerableLuis Amigó una bella plaza en el cogollo de laciudad. Lo cierto es que con relativa frecuenciadeparte con él sobre leyes y tribunales demenores. Y, especialmente, sobre la forma dehacer más llevadera la estancia de los jóvenesen los correccionales de menores.

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Él aprecia los problemas desde el punto devista de la ley. Mons. Luis Amigó, en cambio,los considera desde la perspectiva de la piedady la misericordia. Lo cierto es que ambos seentienden bastante bien. ¿Acaso la justicia noes la antesala de la misericordia?, ¿Y la piedadno es justicia administrada con entrañas pater-nales? Vamos, digo yo.

Sabido es que la vejez mitiga la vehemenciajuvenil, y que el esfuerzo constante y sostenidono suele ser patrimonio de los ancianos. Ymenos aún luego de una larga y penosa enfer-medad, como le sucede al entonces Obispo deSegorbe. Por eso sus hijos e hijas, y sus fami-liares, se esfuerzan por distraerle.

- Padre, ¿por qué no se va al Santuario de laCueva Santa? ¿O al Santuario de Montiel?Unos días de descanso le harán bien. Mire, donRosendo Roig le invita a pasar unos días en sucasa de campo en Ador. ¿Por qué no va a pasarcon su familia algunos días de vacaciones?, lesentarán bien, le dicen.

- La familia Valero-Valenciano también tieneinterés en tenerle con ellos en la Puebla de Val-verde, camino de la Ciudad de los Amantes. Elclima fresco y seco de Teruel ayudará su que-brantada salud. Y así sucesivamente. Lo cierto

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es que él siempre profesó, como sabemos, unaespecial predilección por el silencio cartujano ypor ambientes marianos y franciscanos. Y lossuyos lo saben muy bien. Por esto acude en losúltimos años frecuentemente al Santuario de laCueva Santa, en Altura (Castellón) y al Santua-rio de Nuestra Señora de Montiel, en Benagua-cil (Valencia), a Ador, y Puebla de Valverde, yOnteniente, a tomar las aguas...

Lo cierto que a estas alturas todos rivalizanen atenciones hacia su persona, lo que le hacepreludiar un pronto final. Por esta razón seapresta por entonces a prepararse el ataúd,que tiene guardado en una habitación conti-gua. Cada día, luego de completas, le da unvistazo antes de retirarse a sus habitaciones.

Uno de esos días le visita el capuchino padreMateo de Valencia. Siempre fue para él muygrata la visita de sus hermanos capuchinos. Ycuando le visitan él siente un gozo especial.Subiendo las recomidas escaleras de palacio, ledice al padre Mateo:

- Ven y verás qué maleta más bonita que meestoy haciendo.

- ¿A tu edad y todavía preparas viajes?, lepregunta asombrado el padre.

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- Sí, sí. Ven y verás. Ven y verás, le responde.

Y le enseña una pequeña habitación dondele muestra el ataúd en madera de palo de hie-rro, traído de Fernando Poo, y obsequio de suamigo de Benaguacil, empresario en maderasfinas, don Cayetano Roca. Y todavía tienehumor para decirle:

- “Mire, padre Mateo, mire qué bien me lo es-toy acolchando para no pasar frío”.

Y le enseña la capita de corcho que le acaba-ba de traer el carpintero, señor Germán Roig.Entre los capuchinos, que cada día meditan lapasión y muerte del Señor, prepararse la mora-da definitiva con una cierta antelación resulta-ba, al menos entonces, bastante naturalobviamente.

Los días se van sucediendo con la lentitudcon que lo suelen hacer en la edad provecta.Tal vez el no poder apreciar los días jalonadosde hechos concretos, como ocurre en la juven-tud, les suele dar un perfil de interminables. Locierto es que llega el año 1929. El día de sanJuan de dicho año fallece su hermana Rosita.Y llega el 1930. Y asimismo el año 1931. Y conél llega también la II República. Dicen entoncesque los tiempos no son buenos. Y es la puraverdad. El ambiente se va cubriendo por

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momentos de un color bobo y plomizo. Como loes siempre el polvo de ladrillo. No hay ya ganasde nada. Es un ambiente generalizado dedesilusión.

El verano y el otoño de aquel año son extre-mamente secos. Como seco se presenta elambiente de la convivencia nacional. Que Dios-dicen- no llueve sobre cosa que no es suya. ElVenerable Luis Amigó se apresura a escribir asus hijas: Cuanto más perseguidos, más se en-fervorizan los católicos, y no dudo que haypasta de mártires, si a tanto llegase la persecu-ción.

¿También es ésta una profecía? Yo más bienme inclino a pensar que es una premonición,fácilmente deducible del ambiente nacional deentonces.

En 1932 don Marcelino Olaechea, visitadorapostólico, hace la visita ordenada por Roma alSeminario de Segorbe. Con profesores y semi-naristas convive la tercera semana de enero.Hasta el ambiente exterior es frío. Mucho máslo es el clima político. Pero llega la primavera,en que despierta toda vida, y también Mons.Luis Amigó quiere visitar a sus hijos por últimavez. Luego serán ellos quienes le visiten a él.Les visita en Teruel, Amurrio y Pamplona... y

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se acerca hasta el pueblecillo navarro deArizala, en las cercanías de la Serranía deUrbasa. Quiere agradecer personalmente a supárroco, don Anacleto Osés, las muchas voca-ciones que, por su mediación, han venido aengrosar el número de sus hijas e hijos espiri-tuales.

Pero al año siguiente, el 1934, como escribi-mos ya con anterioridad, cuando llegan losdías del otoño, en la época de las lluvias tardí-as, parte senderillo arriba. Hacia las hermosasregiones de la Patria Nueva. Hacia la granpatria de los bienaventurados.

Es el momento más gozoso de su vida. Es elretorno a la casa de su Señor, porque... la vidaes así y Dios que la ha hecho sabe por qué. Yalo decía el bueno de Mosén Millán.

¡Sea todo por el amor de Dios!

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¡Cómo pasa el tiempo!

Me pasa y me repasa, como escribe elclásico. Parece que fue ayer cuando yo daba comienzo a la presente bio-

grafía del Venerable Luis Amigó, mi Padre yFundador, y estoy llegando ya a la última curvadel camino. Avisto ya los umbrales de la últimapuerta. Me vienen ganas de invitarle amable-mente a pasar. Me provoca invitarle a cruzar lacancela, senderillo arriba camino de la NuevaJerusalén. Me inclino levemente en una actitudhumilde de cederle el paso. Pero, no puede ser.Me doy cuenta de que no puede ser. Claro queno puede pasar. Ni yo tampoco, evidentemente.Si bien mi espíritu no se resigna a abandonar-lo. Me parece escucharle en esa actitud suya,tan paulina, que dice: “No sé qué elegir, puespor un lado deseo morir para estar con Cristo,que para mí es con mucho lo mejor; pero porotro quisiera permanecer en la carne, que esmás necesario para vosotros”.

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20. OCASO DEL PATRIARCA

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De todas las maneras me da la impresión deque tampoco en vida se hubiera aprestado apasar. Que no hubiera querido pasar. Que tam-poco los santos, por más que se diga, deseanpasar. ¡Qué se le va a hacer! Por lo demás meapresuro a escribir:

¡Ah!, no, no, no. Eso sí que no, me repitointeriormente. Que también él puede pasar.Claro que puede pasar. ¡Faltaría más! SiUnamuno mata a sus héroes novelescos cuan-do le parece y apetece, ¿por qué no voy a pro-longar yo su vida en el tiempo cuanto desee yquiera, tanto más cuanto que él ha sido, es, unente real? ¿Acaso su espíritu no se refleja ensus hijas e hijos espirituales? Más aún.Después de tan largo camino como me hahecho hacer a lo largo de esta su biografía, ¿nome va a acompañar hasta el punto final o, almenos, hasta la contraportada de su biografía?

Por otra parte, en el orden de la fe, la muertefísica no es sino un accidente en el camino dela vida. Que yo ya veo a Luis Amigó sufriendocon las angustias y dolores de sus hijas e hijosespirituales, y gozando también de sus triunfosy logros en los espacios infinitos. Y me repitoinsistentemente a mí mismo:

¡Ah!, no, no, no. Quedarse en el camino deninguna manera. Nunca lo voy a permitir. “Que

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hemos de hablar aún de muchas cosas, compa-ñero del alma, compañero”, como dice el clási-co Miguel Hernández. De todos modos meparece escucharle, queda, pausadamente:

No insistas más, que hasta aquí llega mivida y acompañamiento, y no más allá, ¿vale?Aparte de que me queda una duda, una granduda: “En tus incursiones y escarceos por mivida terrenal no estoy muy seguro de si hasdicho tú lo que yo quería o si, más bien, tal vezme has cortado un trajecito demasiado elegan-te para este fraile menor. De todos modos, lodicho, dicho está. ¡Qué le vamos a hacer!

¡Sea todo por el amor de Dios!”

Y, por más que insisto a mi buen Padre Luis,él parece negarse en redondo a continuar elcamino. Se niega a narrar conmigo sus últimosinstantes terrenales. Y hasta susurra a miespíritu un argumento irrefutable, apodíctico.“Mira -creo escucharle-, lo que no puede ser,no puede ser. Y, además, es imposible”. Que yalo dijo aquel gran genio en el Arte de Cúchares,que fue El Gallo. O quien fuera, vamos.

Ante tan rotunda argumentación renuncio,pues, a insistir más. Honradamente no juzgooportuno insistir más. Además porque, ¿quéhijo bien nacido no hace lo indecible por dar

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cumplimiento a la última voluntad de su buenpadre fundador? Y, a fe mía, que ésta sí es enverdad su última voluntad.

Con harto sentimiento, pues, de mi espírituy de mi alma yo no tengo más remedio queacceder. Y bien que lo siento. Pues me hubieragustado que mi buen Padre Luis nos hubieranarrado él personalmente, cual otro Moisés, losúltimos instantes de su ingreso en la tierraprometida. ¡Qué a gusto hubiera escuchado yosu relato! Que, seguramente, no hay miradatan penetrante y tan limpia como la de unsanto para calibrar los hechos a la luz de latrascendencia. Y posiblemente de mirada tanhumana tampoco. Ya lo decía también Unamu-no: “La santidad, que es lo más divino en elhombre, es también lo más humano en él; lasantidad es el supremo triunfo de la Huma-nidad en el espíritu humano”.

Así es que a mí tan sólo me resta ya el ingra-to cometido de relatar sus últimos momentosterrenales. Y, cual otro desmañado sustituto deMaese Pérez el organista, de la conocida leyen-da de Bécquer, yo estoy dispuesto a poner mismanos sobre el teclado. Pero no, no me acobar-da la obra, que pasó a relatar como El Ocasodel Patriarca, y en versión poética. Yo, por miparte, y ahora ya solo, ¡ay pecador de mí!, tra-

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taré de llenar mi cometido lo menos desmaña-damente que yo sepa y pueda.

Comenzaré por decir que yo me resisto acreer que “Dios, cuando no sabe qué hacer denosotros, nos mata”, como replica Unamuno enNiebla a su personaje Augusto Pérez. Yo nopuedo creerlo. No. Sería demasiado absurdo. Yhasta demasiado cruel. Más bien me inclino apensar que el hombre madura poco a poco,lentamente. Que sazona a golpes de sacrificio.Que se va esponjando su vida bajo la miradaatenta y bondadosa de la Providencia Divina, elcalor de la gracia y la inmensa piedad de Dios.Y que finaliza su itinerario cuando, totalmentemaduro, Dios Padre en el momento oportuno loinvita a pasar a su gloria.

En el otoño de 1934 Mons. Luis Amigó sehalla ya en sazón. Nada más puede ya dar desí. Es lámpara que se extingue lenta, impercep-tible, plácidamente.

A mediados de agosto se traslada a Masama-grell. Todavía abriga la secreta esperanza de re-cuperarse en la casa de sus religiosas terciariascapuchinas. Y el 6 de septiembre aún se llega aValencia la Mayor. Va a casar, en la Virgen, a susobrino Luis Boada. Pero, a su retorno, débil yay enfermo como está, se queda en Godella. Enla casa noviciado de sus hijos terciarios. Nunca

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más llegará a Segorbe. Nunca ya. Lo había vati-cinado al partir.

A estas alturas ha perdido ya casi totalmentela vista. Tanto que únicamente dice la misa deSancta María in Sábato, que se sabe de memo-ria. Poco a poco se le van debilitando tambiénsus nexos con el mundo exterior. Como en unintento supremo por desasirse del mundo cor-póreo. Como en un intento supremo por su-marse ya a los alleluyas gozosos del SábadoEterno.

En días sucesivos se recupera algo. Pero suspies se niegan ya a andar más. ¡Pies desnudos,peregrinantes, misioneros! Pies que tanto ca-mino hicieron; en la Huerta y en la Montaña;en Bayona, en Santander, en Valencia y en Sol-sona; en Antequera, en Torrente, en Segorbe,en Orihuela,... pies azulosos y redondos, pies...¡que ya no caminarán más!

El 14 de septiembre, día en que ya entoncesla iglesia celebra la Exaltación de la SantaCruz, le visita Mons. Javier Lauzurica. Conver-sa con él como con un hermano. Sin prisas,lentamente. La santidad y la sabiduría seabrazan. Y conversa con la serenidad de quienestá presto a partir. Ligero de equipaje, casi des-nudo, como los hijos de la mar.

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- “Pronto, -le dice Mons. Luis Amigó alObispo Auxiliar de Valencia- muy pronto aca-bará todo y podré ir al cielo”.

- “Oh, no, no -le responde con viveza Mons.Javier Lauzurica-. Que aún les es necesario asus hijos”.

- “Si aún soy necesario, responde Mons. LuisAmigó, no rehúso el trabajo”. Y dice esto des-paciosamente, como recreándose, mientraseleva su mirada hacia un cielo azul que intuyemucho más que ve.

El 24 de septiembre el Venerable Luis Amigóse va acabando. Lentamente, pero se va aca-bando. De nuevo le visita Mons. Javier Lauzu-rica. Aquella mañana el claustro de la casanoviciado se ilumina de una luz nueva, indefec-tible, pascual. Y lo mismo el corredor grande delevante. Es el Señor quien viene a visitar a susiervo. Y es la despedida. El momento en queLuis Amigó, de rodillas, pide perdón a los cir-cunstantes es tierno y emocionante. Tan tiernoy emocionante como la mirada pura de un ado-lescente travieso.

Mons. Lauzurica le prodiga palabras de con-suelo y fortaleza, luego de administrarle elSanto Viático. Sus espíritus parecen negarse aldesgarro de la partida. Son momentos cálidos

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de lucidez infinita y de sinceridad suprema. Elvenerable enfermo le coge las manos y se lasdeja. Y se las vuelve a tomar de nuevo una ymuchas veces. Y se las torna a besar diciendo:

- “Señor obispo, yo no soy más que un pobrepecador”.

- “Usted es -le responde Mons. Lauzurica- loque Dios sabe y nosotros también”.

Y vivamente emocionado se retira diciendo:

- “Es un santo. Es un santo”.

El 29 de septiembre, a mediodía, aún tieneun momento de especial lucidez. El padreLaureano María de Burriana se le acerca paradecirle:

- “Sus hijos de Colombia, y también de Italia,le acompañan con sus oraciones. ¡Ah!, tambiénle escriben sus religiosas de China”.

El Padre, al sentir Italia, Colombia y China,saca las manos para aplaudir. Es feliz, muyfeliz, por el progreso de la Obra. Pero, al decli-nar el día, empeora aún más. Se le acerca ya elmomento supremo del todo está cumplido. Delpaso de la espera y esperanza al gozo de lavisión beatífica. La tarde levantina se vuelve derepente cenicienta y fea. El tiempo, desapacibley frío.

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Al atardecer del 30 de septiembre unas go-londrinas tempraneras, negritas y vivarachasellas, se posan en los hilos del teléfono. Entreel palón del naranjal grande y la esquinilla desu habitación. Emigran hacia las tierras cáli-das del sur. Es el anuncio y la llegada de losprimeros fríos. Es el vaticinio y presagio de laobligada partida.

Antes de la media noche Mons. Luis Amigóentra en agonía. Lo velan sus religiosos y reli-giosas. La hora de las doce a la una es la máslarga e interminable de todas. Luego su ritmovital se hace lento y pausado. Y, al límite de launa y cuarto, el tiempo termina por parar surueda. Sus hijas e hijos, circunstantes, se vis-ten de noviembre. La noche clara, de silencio.El Venerable Luis de Masamagrell ha muerto.Pero ha muerto con el inmenso gozo de saberque su obra, la obra de su Señor, va progresan-do, se va extendiendo.

En aquella hora gloriosa de medianochesobre el jardín perfumado de rosas se posa elúltimo ruiseñor del otoño. Y en el centro seabre una linda rosa, una rosa roja, del rojo másintenso. Es ya el anuncio del nuevo día y es elamanecer del 1º de octubre de 1934.

Desde entonces, y hasta el día de hoy, siem-pre ha habido rosas rojas en el jardín de la

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casa-noviciado. Y el ruiseñor aquel ya nuncaha dejado de gorjear entre la fronda de la enra-mada. En esa primera hora del día su espírituseráfico vuela a un cielo de azules puros y deángeles benditos. Desde entonces, y ya siem-pre, en los claustros de la casa madre aletea elespíritu, blanco y bueno, de su Fundador, elVenerable Luis Amigó.

Aquel día, y los sucesivos, son de dolor paralos nobles hijos de la Huerta. Y el día 4, día delSeráfico Padre San Francisco, se tiene enMasamagrell la misa de funeral. Es una liturgiareligiosa y sencilla como lo ha sido la vida todadel finado. Se inicia a las diez en punto de lamañana. Y antes del mediodía se procede a lasepultura. Los hijos del pueblo se disputan lasúltimas flores. Sus restos mortales son coloca-dos en el trasagario de la iglesia de sus hijasterciarias capuchinas. Junto al altarcito de laMadre. Y a su lado izquierdo. Allí sus cenizasreposan, solas, silenciosas, esperando el día dela resurrección.

Pero al caer de la tarde de aquel mismo día,se ve entrar en el templo a tres viejecitas, enju-tas, vestidas de luto. Una de ellas es Ana María,la señora de su sobrino José María Amigó; laotra, Amparo Guzmán, segundogénita de suamigo José; y la tercera, una religiosa terciaria

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capuchina Y las tres colocan junto a la tumba,no una rosa negra, otra roja y otra blanca, comodíz que colocan sobre la tumba fría de MartínZalacaín una mañana de invierno tres damas,sino un búcaro lleno de rosas blancas y unaspocas siemprevivas. Y desde entonces, junto ala tumba, siempre se encuentra de hinojosalgún devoto, algún hijo del pueblo. Desdeentonces su sepulcro es lugar de peregrinación.Y desde entonces, y ya siempre, sobre la tumbadel Venerable Luis Amigó, hay un búcaro rebo-sante de rosas blancas, frescas, fragantes.

Por su parte sus hijas, las religiosas tercia-rias capuchinas, tienen buen cuidado de quejunto a la sepultura del Padre nunca falte lalámpara encendida. Y siempre también, en elprecioso matroneo de la iglesia de la SagradaFamilia, se encuentra alguna que otra viejecita,avellanada y rezadora, que desgrana las cuen-tas del rosario o bisbisea el septenario, por la pronta beatificación de su buen Padre yFundador.

Sí, allí espera Mons. Luis Amigó, bajo elcalor de la plegaria de sus devotos, la resurrec-ción. Allí espera este hijo de la huerta, sencillo,pobrísimo, amantísimo, que entregó su vida porsus ovejas. Allí espera la resurrección «el ama-ble obispo de la barba blanca”, “el padre amo-

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roso de los pobres” y “el gran apóstol de lajuventud extraviada”.

Perdóneseme el que haya descrito los últi-mos días de mi buen Padre Fundador contonos amables y tintes poéticos. Pero es quedurante 20 capitulitos he tenido siempre sufigura ante mi vista con el noble intento decomprenderlo, primero, y de comunicarlo, des-pués. Mi buen Padre tal vez, desde un cielo deazules inmortales de que goza, ha querido ilu-minarme, hacerme su figura asequible. Mi per-sona ha trabajado por hacer más comprensibleel dato concreto, sus hechos, su espíritu y supensamiento. Un pensamiento evangélico,sumamente franciscano y mariano, y siempreprofundamente religioso y humano.

Es verdad que he delineado su biografía conexpresiones tal vez demasiado modernas. Heintentado hacer amable la figura del VenerableLuis Amigó, como amable aparece en sus sen-cillos Apuntes sobre mi vida. Por lo demásperdóneseme este atrevimiento en aras de pre-sentar un Luis Amigó más cercano y más nues-tro. Que el atrevimiento por amor -¡vamos, almenos eso creo yo!- es más fácilmente perdo-nable que no censurable.

Y hasta aquí he llegado. Que si ya falleció miseñor -¡qué buen caballero era!- no es justo

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que le sobreviva su lacayo. Así es que renuncioa probar más la paciencia de mis lectores.Tanto más cuanto que se ha de escribir paragozo, deleite y solaz del espíritu, y no para tor-mento de las mentes. Con su permiso, pues,pongo punto y final al relato y a la presentebiografía, y hago mutis por el foro.

Y...¡Sea todo por el amor de Dios!, como diríami buen Padre Fundador Luis Amigó.

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ALGUNAS DE SUS OBRAS

P. Luis Amigó. Biografía n

Mons. Luis Amigó. Obras Completas n

(en colaboración) n

Yo, Fray Luis de Masamagrell n

Venerable Luis Amigó. Rasgos Espirituales n

Diálogos sobre el martirio n

Martirologio Amigoniano n

Meditación del Cuadro n

Agripino González

Alcalde, Postulador

General de los Ter-

ciarios Capuchinos,

nace en Salazar de

Amaya, Burgos, en

1942.

En 1961 ingresa

en religión y en 1971

es ordenado sacerdote.

Licenciado en teología por El

Angelicum de Roma, posee también el

máster en la Congregación para las

Causas de los Santos.

En 1977 es nombrado Vicepostulador

de la Causa de Beatificación de Luis

Amigó. Y en 1989 Postulador General de

su Congregación.

Ha conseguido la beatificación de 23

Mártires de la Familia Amigoniana, así

como también llevar la causa de Luis

Amigó hasta su tramo final.

De su pluma han salido 18 libros y

opúsculos, algunos en colaboración, y ha

dirigido la Hoja Informativa del Venerable

Luis Amigó en los últimos cien números.

Ha impartido asimismo numerosas

semanas de renovación, a religiosos y

religiosas, y es fiscal en varias causas de

canonización de la Diócesis de Valencia.

LUISAMIGÓ,religioso,fundador y obispo

AGRIPINO GONZÁLEZ,T.C.

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También me han asegurado que el Señor Obispo era muy

querido en Segorbe. Y que lo era, pues… por eso, porque, al

decir de Baltasara y Melquiades, era un santo. Y, según

doña Mercedes, porque tenía unción. En sentir de Rosita,

porque era la humildad de rodillas. Para Edesio, el leñador,

porque era bueno. Y para Juan, el mulero, y para Salus, el

de la María, porque habían comido a su mesa en algunas

ocasiones importantes. Y para todos porque era prudente y

humano, modesto y sencillo, pobre y hospitalario.

Por eso las gentes humildes, las que hablan con el

corazón en la mano, se deshacen en elogios hacia el

amable “obispo de la barba blanca”. Elogios que he podido

recoger personalmente de sus propios labios. Elogios que

me han llegado así, vivos, palpitantes, hasta el día de hoy.