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LOS PROTEGIDOS Y LOS PERSEGUIDOS DE INOCENCIO III EN 1209 FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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LOS PROTEGIDOS Y LOS PERSEGUIDOS DE INOCENCIO III EN 1209

FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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~ 1 ~

Francisco Suárez Salguero ha compuesto estos escritos esmerándose en ofrecer

la crónica cronológica que el lector podrá aprovechar y disfrutar. Lo ha hecho

valiéndose de cuantas fuentes que ha tenido a mano o por medio de la red in-

formática. Agradece las aportaciones a cuantas personas le documentaron a tra-

vés de cualquier medio, teniendo en cuenta que actúa como editor en el caso de

algún texto conseguido por las vías mencionadas. Y para no causar ningún per-

juicio, ni propio ni ajeno, queda prohibida la reproducción total o parcial de este

libro, así como su tratamiento o transmisión informática, no debiendo utilizarse

ni manipularse su contenido por ningún registro o medio que no sea legal, ni se

reproduzcan indebidamente dichos contenidos, ni por fotografía ni por fotocopia,

etc.

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A MODO DE PRÓLOGO

EL PUENTE DE LONDRES Y WALTER MAP

En este año 1209 en que nos adentramos podremos leer sobre muy variados asuntos,

aunque es evidente que son sobre todo asuntos medievales.

Se finalizó en este año (tratándolo aquí a modo de prólogo) la reconstrucción del

puente de Londres, rehecho de piedra sobre el río Támesis. Esta reconstrucción se pro-

longó durante 33 años. El rey Juan I de Inglaterra lo reabre o inaugura ahora, con gran

pompa y festejada satisfacción, como suele ocurrir en este tipo de cosas o en estos ca-

sos.1

1 Se viene construyendo el puente allí desde hace ya más de dos milenios, desde que andaban por el lugar

los romanos (grandes ingenieros e ingeniosos en el arte de construir puentes por todas partes), pero en

este caso lo construyeron de un modo efímero, de madera, no de piedra. La localización fue probable-

mente elegida por ser una zona óptima para construir un puente y a la vez tener aguas profundas con

acceso al mar. Tras la marcha o repliegue de los romanos, el puente fue dejado deteriorándose y sin nue-

vas reparaciones, pero en algún momento o bien fue reparado, o se reconstruyó de nuevo, probablemente

más de una vez. El asentamiento londinense y el puente fueron destruidos en una rebelión encabezada por

la reina Boudicca en el año 60 de nuestro siglo I. Su victoria fue efímera, y poco después los romanos

derrotaron a los rebeldes y se dedicaron a la construcción de una nueva ciudad amurallada. Parte de la

muralla aún se conserva. La nueva ciudad y el puente se construyeron alrededor de la posición del puente

actual, y le dio acceso a los puertos de la costa sur a través de Stane Street y la calle Watling.

El puente cayó en desuso después de que los romanos se fueran del todo. Como Londinium también fue

abandonado, había poca necesidad de un puente en este punto, y en el período de Sajonia el río era la

frontera entre los reinos hostiles de Mercia y Wessex. Mucho más tarde, una tradición escandinava afirma

que el puente fue derribado por el noruego príncipe Olaf en 1014, para ayudar al rey anglosajón Ethelred

queriendo dividir a las fuerzas de los daneses que tenían la ciudad amurallada de Londres y Southwark, a

ambos lados del río, recuperando así Londres. Se piensa que este episodio ha inspirado la famosa canción

de cuna (inglesa) “El puente de Londres se está cayendo”.

En el año 1013, el rey Ethelred quemó el puente para intentar dividir las fuerzas invasoras del danés

Svein Haraldson. El reconstruido Puente de Londres fue destruido por una tormenta en 1091, y de nuevo

(esta vez debido al fuego) en 1136.

Tras esa última destrucción, su mantenedor, Peter de Colechurch, propuso rehacerlo ya de piedra, inten-

cionadamente más duradero. Se exigieron los correspondientes impuestos para financiar el puente de

piedra y la construcción se puso en marcha, siendo el reinado de Enrique II, en 1176.

Al actual rey de Inglaterra, Juan I o Sin Tierra, se le ocurrió de todo, hasta que sobre el puente se po-

drían construir casitas y tiendas, e incluso una capilla en su parte central. Grabados que se conservan a lo

largo de la historia muestran de todo. El puente llegó a estar tan ocupado que ya no servía para lo que

tiene que servir un puente, para transitar. Y más que el puente se utilizaban unos barcos a modo de taxis

acuáticos. Pero había mucha animación y dinamismo, tanto por encima del puente como por debajo.

Con el tiempo no faltaron derrumbes. Y las cosas que había sobre el puente ardieron cuando la revo-

lución de los campesinos en 1381. Hasta hubo una vez una batalla campal sobre el puente, cuando la

rebelión de Jack Cade en 1450.

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¡Cómo hubiera contado la inauguración del puente Walter Map si hubiera podido! No

pudo porque murió antes, en este año 1209.

Walter Map fue un historiador medieval inglés. Escribió mucho entre los años 1160 y

1196. Se presentó siempre como de origen galés. Detalles de sus escritos sugieren que

pudiera provenir de Herefordshire. Era titular de una prebenda en la inglesa ciudad de

Lincoln, canónigo de San Pablo en Londres y archidiácono o arcediano en Oxford desde

1196.

Estudió en París, tal vez hacia 1160. Fue buen conocedor en persona de Santo Tomás

Becket2 antes de 1162. Como cortesano de Enrique II de Inglaterra ejerció sus buenas

misiones diplomáticas ante el rey Luis VII de Francia y el Papa Alejandro III, proba-

blemente en relación con el III Concilio de Letrán en 1179. También es probable que

saliera al encuentro de una delegación de valdenses en Francia, siendo entonces cuando

permaneció junto a Enrique I de Champaña antes de que éste partiera enrolado en la

segunda cruzada (1144-1148).

De él como escritor la única obra que se conserva actualmente es la que se titula De

Nugis Curialium (Nimiedades de los cortesanos), una colección de anécdotas y trivia-

lidades, chismorreos de la corte y un poco de verdadera historia, escrita con vena satí-

rica.

También se le han atribuido otras obras, como el ciclo Lanzarote-Grial, pero esto

viene contradicho por evidencias internas. Algunos eruditos han sugerido que escribió

un romance perdido que fue la fuente del ciclo. También se le atribuye poesía goliárdica

(típica como picaresca medieval europea), incluyendo la obra satírica Discipulus Goliae

episcopi de grisis monachis (Confesiones del sacerdote Goliat), en la que ataca las co-

rrupciones eclesiásticas, con un brutal clérigo protagonista.

Junto a William de Newburgh (1136-1198), canónigo agustino e historiador, recogió

(en inglés) algo de las primeras historias que se conocen sobre vampiros. Igualmente,

narró por primera vez para Occidente la leyenda de la cabeza engendrada en una tumba.

Hay en el sur de Chipre, un territorio completamente desolado que hace mu-

chos años era fértil y próspero. En este paraje se alzaba una espléndida ciudad

llamada Sietelías, y si algún día un viajero vuelve a pasar por allí tal vez pueda

encontrar aún los restos semienterrados de sus magníficos edificios. Aunque se-

2 Asesinado el 29 de diciembre de 1170. Celebrado en el santoral el 29 de diciembre.

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rá mejor que no se entretenga demasiado observándolos, pues el lugar está mal-

dito y resulta, por tanto, poco recomendable permanecer en él.

La culpa de su ruina la tuvo un joven enamorado de una dama hermosa y

agradable, la cual murió de forma repentina poco antes de que él regresara de

un viaje.

Al enterarse de la muerte de su amada, casi enloqueció de dolor. Buscó el

blanco sepulcro de mármol en el que la habían enterrado, lo abrió y se echó

dentro con ella. Hasta la mañana siguiente no abandonó su compañía.

Nueve meses después, el joven escuchó una voz atronadora que, sin embargo,

no venía de ninguna parte, la cual le dijo: “Vete a la tumba de tu doncella,

ábrela y mira lo que has engendrado”.

El muchacho se apresuró a hacer lo que le ordenaba la voz, y, al abrir la

tumba, vio cómo una cabeza monstruosa salía volando de su interior. Era ho-

rrible y deforme y su sola visión resultaba dañina.

La cabeza vagó por las calles de la ciudad y por sus alrededores, llevando la

desolación a todos los lugares por los que pasaba, hasta que no quedó nada más

que un abismo de tierra estéril.

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AÑO 1209

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REINO DE LEÓN

En la zona de Ribacoa3 concedió fueros el rey Alfonso IX de León a Castelo Melhor,

4

ordenando la reconstrucción de sus defensas. Al mismo tiempo, creándolo como conce-

jo, otorgó fueros a Castelo Rodrigo,5 encargando su repoblación y defensa a Rodrigo

Gonçalves Girao, de quien el lugar toma el nombre.

3 Que en 1227 pasará a Portugal. Ribacoa (o Riba de Coa) es una región histórica del norte de Portugal

que podemos situar entre la margen derecha del río Coa y la margen izquierda del río Águeda, ambos de

la cuenca del Duero. Durante los siglos XII y XIII esta zona fue lugar de enfrentamientos continuos entre

los reinos de León y de Portugal. Es una zona poblada de castillos.

4 Perteneciente entonces al reino de León y actualmente a Portugal.

5 Reconquistado a los musulmanes en el siglo XI y dependiente del reino de León, Castelo Rodrigo fue

elevado a la categoría de concejo por el rey Alfonso IX. Hay constancia también de una pertenencia a

Castilla. Lo iremos viendo.

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VALLADOLID (REINO DE CASTILLA)

El 27 de junio de este año 1209 firmaron tratado en Valladolid los reyes Alfonso VIII

de Castilla y Alfonso IX de León, con el propósito de poner fin a las disputas que aún

perduran entre ambos reinos por la posesión de diversas fortalezas que, hallándose en

poder de Alfonso VIII, han de pasar a Alfonso IX. Son fortalezas o castillos que en su

momento constituyeron la dote de doña Berenguela, hija de Alfonso VIII, que había

contraído matrimonio con Alfonso IX y de quien se había tenido que separar, por dic-

tamen pontificio, en 1204.

Recordemos que el 26 de marzo de 1206 ya había sido firmado el tratado de Cabreros6

entre los mismos monarcas sobre lo mismo.

Ahora, el tratado de Valladolid ha sido corroborado también con las firmas de veinte-

cuatro caballeros, procediendo doce de cada uno de los dos reinos, más las firmas de va-

rios prelados, como el arzobispo de Santiago de Compostela (Pedro Muñiz) y los obis-

pos de León (Rodrigo Álvarez), de Astorga (Pedro Andrés), Salamanca (Gonzalo Fer-

nández), Burgos (García), Segovia (Gonzalo Miguel) y Palencia (Tello Téllez de Me-

neses).

Se dispuso y firmó que el rey Alfonso IX de León entregue de por vida a doña Beren-

guela de Castilla las villas de Villalpando,7 Ardón

8 y Rueda.

9

Se acordó también que entre los reinos de León y de Castilla quede establecida una

tregua de paz que se perpetúe sin que se rompa durante cincuenta años, comprometién-

dose ambos monarcas a mantenerse en paz entre sí mientras vivan.

Los veinticuatro caballeros firmantes, doce leoneses y doce castellanos, se comprome-

tieron a romper sus vínculos de vasallaje con el monarca que quebrantase el acuerdo de

paz y a servir al que no la hubiese quebrantado. Por su parte, los prelados presentes se

comprometieron a excomulgar al soberano que quebrantase la paz firmada.

Los obispos de León y Salamanca por parte del reino de León y los de Burgos y Pa-

lencia por parte del reino de Castilla fueron designados árbitros y mediadores de lo

acordado en este tratado de Valladolid. Ambos soberanos se comprometieron a reunir

en un lugar determinado y digno a los prelados, abades y caballeros maestres de las ór-

denes militares a fin de que rubricasen lo dispuesto en el tratado. Lo acordado en el tra-

6 En Cabreros del Monte (Valladolid).

7 Provincia de Zamora.

8 Provincia de León.

9 Rueda del Almirante (León).

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tado fue notificado sin tardanza al Papa Inocencio III, al tiempo que se le solicitaba que

nombrase a los arzobispos de Santiago de Compostela (Pedro Muñiz) y de Toledo (Ro-

drigo Jiménez de Rada) ejecutores de las penas establecidas para los que violasen el

acuerdo de paz sellado entre ambos reinos.10

No hemos de olvidar que ambos reinos españoles, como la Santa Sede les recordará,

con razón, comparten el enemigo común del Imperio Almohade en sus fronteras por el

sur y hacia el este peninsular.11

10

Al ser confirmado por el Papa Inocencio III, el navarro Rodrigo Jiménez de Rada se convierte desde

febrero en arzobispo de Toledo, la única sede metropolitana, sin dejar de ser primada de España, del reino

de Castilla (de la archidiócesis de Toledo dependen las sufragáneas de Cuenca, Osma, Palencia, Segovia,

Sigüenza y Albarracín, mientras que Burgos depende de la Santa Sede y Ávila de Santiago).

Alfonso VIII cedió la villa de Montalbán (hoy San Martín de Montalbán, provincia de Toledo) a Al-

fonso Téllez de Meneses, hermano mayor del obispo de Palencia Tello Téllez de Meneses, para que la

repueble.

Alfonso VIII emprendió también por estas fechas la repoblación de Moya (Cuenca) con gentes de La

Rioja.

11

Inocencio III dirigió en 1209 una bula a todas las diócesis castellanas ordenándoles inducir a su rey a la

guerra contra los sarracenos, como se venía proponiendo el rey Pedro II de Aragón hacia Valencia. De

hecho, castellanos y aragoneses, rompiendo la tregua con los almohades tras la derrota de Alarcos en

1195, giran algunos ataques a zonas y castillos musulmanes, si bien tímidamente o no de un modo dema-

siado descarado.

Puede leerse a García Fitz, F. (2002): Relaciones políticas y guerra. La experiencia castellano-leonesa

frente al Islam. Siglos XI-XIII, Sevilla, Universidad de Sevilla, Servicio de Publicaciones.

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TIERRAS DEL CANTÁBRICO (REINO DE CASTILLA)

Hacia el otoño, concretamente en septiembre, el rey castellano Alfonso VIII visitó en

las tierras del Cantábrico la villa de Castro.12

De otra parte, el rey castellano, a 13 de octubre, vino a confirmarle a Santillana13

el

fuero de Santander, que ya le había dado a su concejo el 12 de diciembre de 2007. San-

tillana tiene su importancia como sede del dominio monástico de Santa Juliana y queda

convertida ahora como villa de abadengo y capital de la merindad de las Asturias de

Santillana.14

Se construye aquí para el merino representante del rey una apartada torre

gótica en torno a la cual se construyen casas.15

12

Actual Castro Urdiales (Cantabria). La actividad principal de esta villa medieval era de gran impor-

tancia y de mucha estima para el rey Alfonso VIII. Destacó en sus astilleros de Sámano (localidad cer-

cana) y en la correspondiente aportación naval en vistas a la actividad de la armada castellana. Era

también zona importante en pesca, captura de ballenas y comercio marítimo.

Desde Burgos, en 1163, le había concedido Alfonso VIII el título de villa aplicándole el fuero de Lo-

groño. Es de notar que el lugar tenía ya su importancia y una actividad o servicios que agradeció el rey,

teniendo en cuenta que otras localidades del Cantábrico recibieron el título de villa posteriormente: San-

tander en 1187, Laredo en 1201, Bermeo en 1236, Bilbao en 1300.

13

Santillana del Mar (Cantabria).

14

Probablemente ya lo era con anterioridad. La villa, dando por descontados sus tiempos más remotos, se

fue originando en la Alta Edad Media, surgiendo alrededor de la abadía-colegiata de Santa Juliana, sin

que conozcamos le fecha fundacional. Legendariamente se atribuye dicha fundación a unos monjes del si-

glo VIII o IX portadores de las reliquias de la mártir Santa Juliana de Bitinia o Nicomedia (muerta en

304) a este lugar, que empezó a llamarse como Santa Illiana, porque antes se llamaba Planes. Actual-

mente se asocia la fundación del monasterio con la corriente repobladora impulsada por el rey Alfonso I

de Asturias (739-757) y más que nada por sus sucesores. A partir del año 980 ya estaba consolidado el

monasterio, gracias a las continuas donaciones de fieles y por ser lugar de paso respecto a un ramal

del Camino de Santiago. Fue estableciendo un dominio territorial y jurisdiccional, especialmente en la zo-

na conocida como Merindad de las Asturias de Santillana, de la que era seguramente capital. Dicha me-

rindad era una de las 13 que conformaban entonces el reino de Castilla.

15

La Torre del Merino, a veces llamado la torrona, es una construcción gótica almenada situada entre la

plaza civil (antigua plaza del mercado y actual de hoy Ramón Pelayo), probablemente se terminó de

construir a finales del siglo XIII, siendo remodelada en algunos de sus aspectos durante los siglos XIV o

XV. Hacía de contrapunto a la torre de la abadía. Además de residencia del merino, la torre cumplía su

función militar. Hoy la torre está cuidadosamente restaurada, existiendo una primitiva estructura interior

de madera, y se conserva como museo.

La construcción está hecha a base de mampostería con esquinas de sillería. Posee saeteras, ventanas aji-

mezadas y ventanas abiertas de períodos más recientes. Aunque básicamente construida en piedra, la es-

tructura interior fue originalmente de madera, así como de madera era también un cadalso del cual se

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El rey castellano también otorgó carta puebla a Motrico,16

quedando fundada esta lo-

calidad como villa, con derecho a amurallarse, reforzándose así la frontera del dominio

real castellano con la del señorío de Vizcaya.

A otra localidad, Guetaria, habiéndola amurallado y convertido en villa, le concedió el

rey Alfonso VIII, el 1 de septiembre, los fueros de San Sebastián.17

conservan aún restos. Antiguamente poseyó barbacana, pero actualmente se conservan tan sólo unos hue-

cos de salida de la misma.

16

O Mutriku (Guipúzcoa).

17

La villa guipuzcoana de Guetaria fue fundada entre los años 1180 y 1194 por el rey Sancho VI de Na-

varra (1150-1194), por lo que es junto con San Sebastián, una de las villas más antiguas de la provincia.

Durante la segunda mitad del siglo XII, el interés por aumentar y dominar los puertos cantábricos (que

luego perdieron) era para los reyes navarros cuestión prioritaria.

Tras ser conquistado el territorio guipuzcoano por Castilla hacia el año 1200, el 1 de septiembre de este

año 1209, estando el rey Alfonso VIII en San Sebastián, confirmó su fuero “eo modo quo rex Navarre

illud dedit vobis habendum”.

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CASTILLO DE VILCHES

Castellano y aragoneses juntos o por separado no dejan de perpetrar ataques o amagos

de ataques en territorios almohades a pesar de la tregua de paz o no agresión con ellos.

De hecho, Ruy Díaz de Yanguas, el VI maestre de la Orden de Calatrava18

arremetió

contra el castillo almohade de Vilches19

y lo conquistó.20

Ruy Díaz de Yanguas, hijo del señor de Yanguas,21

había recibido una esmerada for-

mación caballeresca, como pensando en acabar con la reconquista en España que ya ini-

ciara mucho tiempo atrás el rey Don Pelayo desde la cueva asturiana de Covadonga, en

el año 722.

No hace tanto22

que se fundara en Castilla la Orden de Calatrava, militar y religiosa,

por el santo Raimundo de Fitero (muerto en 1163), para protección fronteriza23

frente al

avance musulmán. Ruy Díaz de Yanguas no tardó en sentir vocación de calatravo entre-

gándose de lleno a la Orden, llegando al grado y cargo de maestre.24

18

De 1207 a 1212.

19

Provincia de Jaén.

20

Aunque lo perdió poco después, por la reacción almohade. Luego lo volvió a reconquistar, ya definiti-

vamente, el siguiente maestre de Calatrava, Rodrigo Garcés (1212-1216).

21

Al norte de la provincia de Soria.

22

Año 1158.

23

Del Guadiana manchego.

24

Como tal supo dirigir siempre a su hueste con mano férrea en lo organizativo y con disciplina esparta-

na, convirtiendo a los calatravos en una tropa temida y envidiablemente bien estructurada, la misma que

durante los años previos a la decisiva batalla de las Navas de Tolosa (en 1212), fue dejando su sello e im-

pronta de reconquista por donde transitó. Ruy penetró con su ejército por las tierras andaluzas aún almo-

hades ya a principios del año 1209, apoderándose de ciertos dominios, incluso del castillo jiennense de

Vilches. Más tarde, en 1210 y como premio por sus servicios, el rey Alfonso VIII le hizo entrega del pa-

lacio toledano de Galiana, donde él fundó el Priorato de la Orden de Calatrava y junto al cual construyó

también la iglesia de la Santa Fe. Y fue tal la admiración del rey de Castilla por Ruy Díaz de Yanguas que

se propuso acompañarse de los calatravos para arrebatarle a los almohades sus dominios por la provincia

de Jaén.

También tuvieron éxitos de reconquista los calatravos por el reino de Aragón.

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MALLÉN (REINO DE ARAGÓN)

En la villa de Mallén,25

a 4 de junio de 1209, se encontraron los reyes Pedro II de Ara-

gón y Sancho VII de Navarra a fin de resolver sus varios conflictos y desavenen-

cias. Firmaron un tratado de paz. Como prenda de un préstamo de veinte mil maravedís,

Sancho le entregó a Pedro los castillos de Escó (cerca de Ruesta), Petilla de Aragón y

Gallur,26

asignados en tenencia a la noble familia navarra de los Jiménez de Rada.

Ha de tenerse en cuenta que Sancho VIII de Navarra pasa por ser realmente un ban-

quero, pues posee mucha riqueza, habiéndola obtenido por sus servicios al califa almo-

hade.27

Por eso se puede permitir préstamos de mucho dinero.

25

Provincia de Zaragoza.

26

Todo esto en la provincia de Zaragoza.

27

Abu Yusuf Yaqub al-Mansur y Muhámmad an-Násir, Miramamolín. Sancho, sin salida al mar por el

norte y sin fronteras con los musulmanes por el sur, dirigió su política más allá de los Pirineos, por lo que,

de otra parte, no tuvo reparos en ponerse al servicio de los musulmanes y negociar con ellos, pasando a

vivir algún tiempo en el norte de África (hacia los años 1198-1200) y estableciendo allí –según cierta

leyenda– relaciones con una princesa almohade. El Papa Inocencio III desautorizó esta connivencia con

los infieles, haciendo que Sancho restableciera sus relaciones con Castilla y participara en la cruzada

contra los almohades que culminó en la batalla de las Navas de Tolosa (1212).

La tradición atribuye a ese momento el origen del escudo de Navarra, por haber roto Sancho las cadenas

que protegían la tienda del jefe musulmán. Muerto Sancho sin descendientes directos, le sucederá su

sobrino Teobaldo I, con el que se instaló la Casa de Champaña en el reino Navarra, moviéndose este reino

en la órbita francesa.

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CONDADO DE URGEL

En este año 1209, sin tener herederos varones, murió el conde Ermengol VIII de

Urgel,28

cuando tenía 51 años de edad, habiendo ostentado el título desde 1184, durante

25 años. Era hijo y sucesor del conde Ermengol VII y de su esposa Dulce de Foix.

Se casó29

con Elvira Núñez de Lara,30

de quien tuvo, en 1196, a Aurembiaix, su única

hija y heredera. Ya iremos viendo el desenvolverse de su vida y gobierno.

Puede decirse que el condado de Urgel está en declive desde que los enfrentamientos

con los vizcondes de Áger,31

desde hace mucho tiempo, son cada vez más frecuentes.

En 1206 se abrió un período de desórdenes debido a las ambiciones del vizconde

Guerau de Cabrera32

y de Áger, aspirante a heredar el condado de Urgel frente a los de-

rechos sucesorios de Aurembiaix.33

Ermengol VIII, antes de su muerte, consiguió del rey Pedro II de Aragón el doble

compromiso de ayudar a su viuda y defender los derechos de su heredera. El rey ara-

gonés lo está cumpliendo.

28

Se halla en la provincia de Lérida, a la sazón reino o corona de Aragón.

29

Aproximadamente en 1176.

30

Hija del conde Nuño Pérez de Lara (muerto en 1177) y de la condesa Teresa Fernández de Traba

(muerta en 1180). Se sospecha acerca de que no fuera muy armonioso sino todo lo contrario el matri-

monio entre Ermengol y Elvira.

31

Provincia de Lérida.

32

Con su castillo en Santa María de Corcó o L’Esquirol (Barcelona).

33

Fueron bastantes los nobles del condado que se inclinaron por apoyar a Guerau y oponerse a Aurem-

biaix.

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OCCITANIA O LANGUEDOC

Hablar de la Occitania o el Languedoc, la Gotia que empezó siendo la Septimania o

Cataluña Vieja (en torno a los Pirineos Orientales), tras la caída del Imperio Romano y

lo que vino después, en los tiempos que corren, es hablar de los cátaros o albigenses (o

de unos y otros).

España pudo haber dejado de llamarse España (de Hispania, Tierra de conejos) y ha-

berse llamado por siempre Gotia.34

El nombre de Gotia se corresponde con la denomi-

nación que el rey godo Ataulfo (410-315) pensaba dar al territorio conquistado al Im-

perio Romano de Occidente. Del inicial reino visigodo con capital en Tolosa (Tou-

louse) en el año 418, se pasó al reino visigodo de Hispania a partir del año 526, con ca-

pital en Barcelona, instalado luego definitivamente en Toledo en el año 567. Este reino

hispano-visigodo extendía sus límites sobre la Península Ibérica y por territorios allen-

de los Pirineos como Occitania y la antigua Septimania Romana.35

34

Gotia llamaron los francos a los territorios hispanos que ocuparon los godos o visigodos, siendo tam-

bién tierras en las que se refugiaron no pocos visigodos tras la llegada de los musulmanes a la Península

Ibérica. Eran las tierras de Occitania, sobre todo las de la Septimania Romana y la denominada Cataluña

Vieja. No todos se fueron a Covadonga.

Gotia se correspondió también con la Marca Hispánica de los tiempos carolingios, estando regida o

gobernada por el duque (dux) aglutinando condados y, de ser fronterizos, marquesados. El último gober-

nante que ostentó el título de duque de Gotia fue el conde Borrell II de Barcelona (947-992).

35

Sobre el previsto nombre de Gotia predominó el de Hispania, que era la denominación de la más occi-

dental de las provincias del Imperio Romano. Los españoles somos descendientes de la base poblacional

hispanorromana y de las migraciones visigodas de genealogía y demografía germánica y hasta nórdica.

No son los españoles sólo o principalmente mediterráneos sino en gran parte europeos y bastante ger-

manos. Gotia es en buena parte la raíz de España. No procedemos demasiado los españoles –ni nuestros

antepasados– de otros territorios.

Hoy España es un nombre entrañable que nos identifica y al que no podemos renunciar, pero para de-

fender la realidad y la esencia de España es obligado recurrir al viejo nombre de Gotia. En él se encuentra

nuestra verdadera raíz; los que lo llevaban en su corazón llegarían a conformar lo que más tarde sería

España.

Nuestras actuales tendencias disgregadoras parten de un error de hecho: confundir el momento de la

consecución de la unidad de España por los visigodos, con la posterior reunificación en tiempos de los

Reyes Católicos, hecho indudablemente admirable y largamente buscado, pero que sólo restauraba lo que

ya existió. En 1492 España no se constituye, sino que recobra su entidad.

Los separatistas y nacionalistas de nuestros tiempos confunden y hasta manipulan bastante las cosas,

por ejemplo cuando no distinguen que en los tiempos de la reconquista hubo varios reinos pero una sola

era la nación, aquellos reinos no eran naciones o nacionalidades dentro de un Estado. Siempre hubo

conciencia de la España que se perdió (traidoramente) en el año 711. La España visigótica, con su capital

en Toledo fue enteramente una en todos los aspectos. Pensemos en San Isidoro y sus Laudes Hispaniae,

considerada como la primera reflexión sobre una conciencia nacional y de españolidad. Recordemos

también la gran obra aglutinante de los Concilios de Toledo. Fue después, con las divisiones políticas de

los reinos medievales surgidos desde los diferentes núcleos reconquistadores, cuando surgieron más ma-

tizadas o acentuadas las diferencias. Nuestros reyes medievales actuaron con una visión de unir esfuerzos,

no de disgregarlos.

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~ 17 ~

Pero centrémonos en lo que ahora nos ocupa del relato a seguir: en el catarismo,

llegado de Oriente e implantado en esta región de Occidente que es la Occitania o el

Languedoc.36

Ya de antes, los cátaros, realmente de procedencia búlgara, eran conoci-

dos como bogomilos, unos herejes de Tracia que propiciaron un sincretismo religioso

muy peculiar.37

Arraigaron y se implantaron mucho en el Languedoc, peligrosamente

durante el siglo XII.

Cabe decir que en ahí se encontró el catarismo con un humus y una gente muy pro-

picia y receptiva al respecto. Occitania es lugar de paso, de tránsito, de gente que se be-

neficia de un nivel de vida bastante alto o satisfactorio, un lugar comercial, de conside-

rables recursos económicos, todo lo cual trajo como consecuencia una mentalidad con-

traria a lo estrictamente institucional, un individualismo radical en sus dirigentes.

El catarismo presenta a Dios como principio de luz y de bien, y a nuestro mundo ma-

terial como principio de mal e injusticia regido por el espíritu maligno denominado Sa-

tanás. El hombre está, pues, a caballo entre estos dos universos opuestos. Su cuerpo

pertenece al mal, su espíritu contiene una parcela de luz divina que es necesario liberar.

36

De referencia lingüística occitana (la lengua de oc). El nombre del idioma viene de la palabra oc que

en occitano medieval significa “sí”, en contraste con el francés del norte o lengua de oïl (pronunciado uí,

ancestro del francés moderno oui). La palabra oc provenía del latín hoc, en tanto que oïl se derivó del la-

tín hoc ille. La palabra occitano se desprende del nombre de la región histórica de Occitania, que a su vez

viene de Aquitania, antigua región administrativa romana.

37

Parece ser que su impulsor fue el maniqueo Teófilo, más conocido como Bogomil, pero también pudo

haber sido un médico llamado Basilio que hizo escuela, nombrando al igual que hiciera Jesucristo como

apóstoles a doce de sus seguidores. Quien quiera que fuera (bogomilo vino a significar “amado de Dios”)

reconoció de las Sagradas Escrituras sólo los libros de los Profetas y el Nuevo Testamento. Con algunos

de los primeros seguidores acabó todo con una gran represión y condena a la hoguera. Pero lo cierto fue

que la población más oprimida y empobrecida, engañada o no, se hizo eco de sus testimonios.

Con el tiempo, los bogomilos encabezaron muchas revueltas contra las autoridades más representativas

y contra el orden establecido, considerándolo opresor y obra demoníaca. Tales revueltas estuvieron ca-

racterizadas por el uso de una extrema violencia, motivo por el cual fueron muy temidos por sus con-

temporáneos. Sin embargo, no pasó mucho tiempo sin que los bogomilos adoptaran un perfil más reli-

gioso. En ese marco, acogieron favorablemente las ideas marcadas con una fuerte influencia del dualismo

maniqueo, aunque luego mitigaron la misma imprimiéndole características propias. De este modo, creían

que el mal, que no era eterno, no provenía de un principio único o absoluto, sino que había sido un es-

píritu creado que se desprendió del bien a través de un acto voluntario.

Ese espíritu lo encarnaban en Satanael, primer hijo de Dios, quien pervertido por el orgullo, creó el

mundo y la humanidad. Admitían la existencia de un Dios único por lo que rechazaron la doctrina de la

Santísima Trinidad. Afirmaban que tras el pecado de Adán, Dios envió a su segundo hijo, Jesucristo, con

la misión de restaurar todas las cosas. Luego de su muerte y ascensión, Dios confió al Espíritu Santo la

suerte de los hombres. La escatología bogomila residía en la esperanza en la restauración del Paraíso

terrenal, la que ocurriría luego de que Dios venciera al demonio. No dudaron en rechazar del todo la

institucionalidad de la Iglesia, la validez del clero, el bautismo con agua y de los niños, la comunicación

del Espíritu Santo mediante la imposición de manos, el sacramento del matrimonio, la presencia real de

Cristo en la Eucaristía, el símbolo de la cruz, la veneración de las imágenes y toda edificación dedicada al

culto. El actuar de los bogomilos traspasó luego las fronteras de Bulgaria, extendiéndose por los Balcanes

hasta llegar a la misma Constantinopla. A pesar de ello, los bogomilos fueron lentamente desapareciendo

o desplazándose, tanto por la presión ortodoxa bizantina como por la que ejercieron los musulmanes en

los Balcanes.

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~ 18 ~

Los cátaros quieren reencontrar la supuesta pureza de los primeros cristianos, una sen-

cillez o simplicidad opuesta al fasto y al enorme poder acumulado de la Iglesia Católica

tal como ellos la ven, toda pomposa.

El Catarismo es y pretende ser una religión sin santuario y sin dinero. Los hombres

encargados de difundir la doctrina cátara se denominan hombres buenos o perfectos,

con una preparación iniciática echada de menos en la Iglesia Católica, sin sacramentos

pero con la novedad del consolamentum, un rito como sacramental que lo sintetiza o

resume o engloba todo. Por éste, las almas se purifican para alcanzar la vida eterna (más

bien la inmortalidad) sin reencarnaciones, pues los cátaros creen en la metempsícosis.

Pacifistas y vegetarianos, los cátaros avanzan a la perfección sometiéndose a regulares

y prolongados ayunos, estando su vida ordenada por dos principios de actuación muy

estrictos: prohibición de poseer algo en propiedad y prohibición de prestar juramento

(cosa que evita todo vínculo de lealtad o vasallaje, incluido el de los señores feudales a

los eclesiásticos). De este modo los dirigentes simpatizantes de los cátaros empiezan a

pensar y actuar por libre en relación a la Iglesia.

En grado de creyentes, los cátaros de un nivel medio o en proceso, no se sienten obli-

gados a ninguna regla de vida en particular, lo que no deja de constituir un punto débil

del catarismo al no dar por hecha la salvación como sí la tienen los cátaros de la élite o

perfectos.

Repasemos los hechos, remontándonos al año 1187. Nicetas, un bogomilo de Cons-

tantinopla presidió el concilio de San Félix de Caraman, cerca de Toulouse. En ese mo-

mento, hasta los del siglo XIII al comienzo, convivían pacíficamente cátaros y católicos.

Pero entre los católicos arremetieron dos hombres proponiendo una conversión y re-

formas de costumbres, desde lo doctrinalmente correcto. Esos dos hombres son Bernar-

do de Claraval (tiempo atrás) y Domingo de Guzmán (en estos tiempos). Todo ha veni-

do a propugnar, también desde el Papa Inocencio III, una cruzada contra los cátaros o

contra los albigenses, teniendo en cuenta que donde más cátaros se concentran es en la

ciudad de Albi. Si las primeras tentativas (más por las buenas) de los tiempos de Ber-

nardo supusieron fracaso católico y éxito cátaro, ahora las cosas han de ser diferentes,

han de cambiarse las tornas, siendo los cátaros los que tienen que desaparecer y no los

católicos. Pues se ha llegado a la conclusión en la Iglesia de que es eso lo que está en

juego. Para la Iglesia son mucho más un peligro los cátaros que los musulmanes u otros

creyentes de diversas religiones.

Ante el rebelde y peligroso cariz que iban tomando las cosas, el Papa Inocencio III,

con su muy acentuado sentido de la autoridad, reaccionó vehementemente excomul-

gando al conde Ramón VI de Toulouse, como vimos en 1208 tras el asesinato del le-

gado pontificio en la zona, Pierre de Castelnau. Como siempre, hay un incidente que

sirve para prender la mecha: la cruzada contra los cátaros ya no está sólo propuesta sino

del todo lanzada.38

Hay una primera campaña relámpago. Y la resumimos como sigue a

continuación.

38

Y se prolongará hasta 1229.

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~ 19 ~

Tras la carta enviada por el Papa Inocencio III a todos los nobles de Francia (con fe-

cha 9 de marzo de 1208), decretando y convocando acudir a la cruzada, la respuesta no

se hace esperar: se enrolan 20.000 nobles o caballeros, 200.000 hombres entre ciudada-

nos o del campo y clero en abundancia. A la cabeza de la cruzada, partiendo en junio de

1209, va debidamente asignado y vocacionado Simón de Montfort, un noble no muy re-

levante de la Isla de Francia.39

Se ponen en marcha desde Lyon. No tardan en con-

quistar Béziers (donde el 22 de julio de este año 1209 matan a casi la totalidad de sus

habitantes –diez mil– y queman su hermosa catedral40

). El 15 de agosto conquistan

Carcasona (donde el rey Pedro II de Aragón, muy eminente señor del lugar, interviene y

evita la masacre). A continuación, se le concede a Simón de Montfort el señorío y do-

minio de las dos ciudades conquistadas, sustituyendo al derrotado vizconde del lugar

(de Béziers y Carcasona), Ramón (o Raimundo) Roger Trencavell, que muere en la

mazmorra (el 10 de noviembre).41

Como es fácil deducirlo, para quien no lo sepa, Raimundo Roger Trencavel (1185-

1209) era de la Casa Trencavel, que conformó una importante dinastía de vizcondes. De

hecho heredó Raimundo, con 9 años de edad, a la muerte de su padre Roger II de

Trencavel, los vizcondados de Carcasona, Béziers, Albi y Rasez. Tan sólo 6 años des-

pués de morir su padre murió también su madre, Adelaida de Toulouse, hermana de Ra-

món o Raimundo VI. Según las últimas voluntades de su padre, del pequeño vizcondese

hizo cargo su tutor Bertrand de Saissac, cátaro o muy cercano a los cátaros, siendo la

herejía de éstos no sólo conocida y permitida sino también aprobada y protegida en los

vizcondados de Trencavel. Por eso fue Trencavel objetivo primerísimo de los cruzados

albigenses.

Raimundo Roger Trencavel había nacido en Albi. Fue armado caballero y reconocido

como noble occitano en 1200. Posteriormente, en 1206, contrajo matrimonio con Inés (o

Agnès) de Montpellier, hermanastra de María de Montpellier, la esposa del rey Pedro II

de Aragón.

39

Señor de Montfort-l’Amaury como Simón IV, hombre fiero donde los haya. Llegará a ser, por sus

violentas campañas militares, como iremos viendo, Simón IV de Montfort, conde de Toulouse, vizconde

de Béziers y de Carcasona y duque de Narbona.

40

Dedicada a los Santos Nazario y Celso. Ardió por completo y quedó destruida en esta ocasión la cate-

dral románica, erigiéndose posteriormente, desde mediados del siglo XIII, la hermosa catedral gótica que

hoy se puede contemplar.

Los Santos Nazario y Celso fueron mártires del Imperio Romano cuyos restos fueron encontrados por

San Ambrosio de Milán a finales del siglo IV, en el año 395. Se conmemoran el 28 de julio.

41

Siendo alguien real e histórico, hay quienes identificaron al occitano Trencavel con el mítico personaje

Parzival, del poema épico medieval del mismo nombre, creado en el siglo XIII por el minnesänger ale-

mánWolfram von Eschenbach, que inspiró a Richard Wagner la ópera titulada Parsifal, estrenada en 1882

en Bayreuth (Alemania). La correlación entre ellos parece que fue expuesta, de forma esotérica, por von

Eschenbach en su Parzival. En nuestra época, la misma identificación entre Parsifal y Raimundo Roger

Trencavel ha sido confirmada, entre otros, por Otto Rahn en su Cruzada contra el Grial, Peter Berling en

varias de sus obras de la serie Los hijos del Grial, Jean Blum en Misterio y mensaje de los cátaros y

Joaquín Javaloys en su novela histórica Yo, Parsifal: el mítico caballero del Grial.

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~ 20 ~

Fue gran defensor de Occitania ante los ataques de la cruzada albigense, héroe en la

resistencia cátara que mostró la asediada Carcasona, aunque Béziers no hubiera podido

defenderla tanto o no le valiera hacerlo, como queda contado.

El 22 de julio fue asaltada Béziers, siendo derribadas sus murallas y luego masacrada

a cuchillo la entera población (en la que sólo había unos pocos perfectos cátaros). Por

tanta crueldad, Raimundo Roger de Trencavel, con la ayuda del rey Pedro II de Aragón,

comprendió que tenía que emplearse a fondo en la defensa de Carcasona.

El día 3 de agosto iniciaron el asalto los cruzados. Fueron muy duros los enfrenta-

mientos, pero la ciudad resistía. No obstante, por el sofocante calor y por la escasez de

agua, el asaltado tuvo que ponerse a negociar con los asaltantes. A la negociación con

los cruzados fue enviado el rey Pedro II de Aragón, el cual consiguió de los cruzados

solamente que se le perdonaría la vida a Trencavel y a los 12 caballeros de su elección.

Trencavel rechazó este resultado de propuesta y se dispuso a seguir resistiendo. Pero se

veía inútil resistir tanto, por lo que Raimundo Roger no tuvo otra salida que la de acep-

tar las garantías de seguridad que le ofrecieron para presentarse él en persona a negociar

en el campamento cruzado. Se la garantizaba que se le perdonaría la vida y se librarían

las 25.000 personas que había dentro de la ciudad. Los jefes cruzados aceptaron dejar

con vida a los habitantes de Carcasona y el vizconde les entregó la ciudad, tras lo cual,

contra lo prometido, fue hecho preso. Fue lo que pasó. El legado pontificio Arnaldo

Amalrico y el caballero Simón de Montfort, faltando a su palabra, lo retuvieron a la

fuerza en el campamento de los cruzados y, posteriormente, lo encerraron en las maz-

morras de su propio castillo, despojándolo de todos sus títulos y bienes en nombre de

la Iglesia Católica. Dos meses después murió, supuestamente de disentería, tal vez en-

venenado por orden del nuevo vizconde de Carcasona, Simón de Montfort. Raimundo

(o Ramón) Roger de Trencavel, fue el gran derrotado y muerto en la campaña relám-

pago de la cruzada contra los cátaros en este año 1209.

La campaña relámpago de la cruzada albigense fue acompañada y seguida o acaudi-

llada por el legado pontificio Arnaldo Amalrico, abad cisterciense.42

Empezó excomul-

42

Arnaldo Amalrico, de 49 años de edad en 1209, abad del real monasterio de Santa María de Poblet, en

la provincia de Tarragona, fue nombrado legado pontificio por el Papa Inocencio III e inquisidor en Oc-

citania. Posteriormente, de 1212 a 1225, año de su muerte, fue arzobispo de Narbona.

En 1212, Arnaldo Amalrico formará parte del contingente ultramontano combatiendo en la batalla de

Las Navas de Tolosa, junto al rey de Castilla Alfonso VIII y tras haber convencido al rey Sancho VII de

Navarra para unirse a la campaña contra los almohades, siendo también esta campaña parte de la cruzada

promulgada por el Papa Inocencio III.

Cuando llegó a ser arzobispo de Narbona se enfrentó al conde del lugar, Simón IV de Montfort, dispu-

tándose el territorio y las prerrogativas feudales sobre el mismo. Simón será excomulgado en 1216 por

insistir en ellas. Arnaldo respaldará entonces al Ramón (o Raimundo) VII de Toulouse en sus lucha por

recobrar el condado de Toulouse.

Arnaldo Amalrico será abad general de la Orden del Císter en 1221 y su muerte le sobrevendrá en la

abadía cisterciense de Fontfroide (14 kilómetros al suroeste de Narbona), el 25 de septiembre de 1225. Su

cuerpo será llevado a la abadía de Císter para recibir sepultura.

A Arnaldo Amalrico se le atribuye una rotunda frase que supuestamente pronunció en julio de 1209 du-

rante el ataque a la ciudad de Béziers: “Caedite eos. Novit enim Dominus qui sunt eius!” (“¡Matadlos a

todos. Dios reconocerá a los suyos!”).

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~ 21 ~

gando a todo el gobierno de Toulouse por dar cobijo y protección a los cátaros y por sus

verdaderas carencias como católicos. Proclamó interdicto sobre Toulouse, quedando allí

prohibida toda celebración litúrgica católica mientras no se restituyeran las faltas.

Al Papa Inocencio III le habría gustado que la cruzada contra los cátaros la hubiera

encabezado el propio rey Felipe II Augusto de Francia, pero éste andaba entonces más

ocupado y preocupado por guerrear según sus intereses políticos en relación a Inglaterra

(con su rey Juan Sin Tierra o Juan I) y en relación al Sacro Imperio Romano Germánico

(con su emperador Otón IV). Felipe de Francia estimó secundario lo que el Papa tenía

por primordial. No encabezó la expedición, pero sí permitió que sus nobles o caballeros

se alistaran, y éstos lo hicieron en gran número (500 caballeros), más sus correspon-

dientes escuderos y sirvientes.43

Los preparativos de la campaña fueron ya inmediatos en primavera de este año 1209.

Como hemos señalado, el ejército cruzado se concentró en Lyon. Allí estaban varios y

grandes magnates de Francia como el duque Eudes III de Borgoña o el conde de Nevers

Hervé IV de Donzy. Integraban el grupo francés los arzobispos de Sens, Rouen y

Reims, acompañados por los obispos de Autun y Nevers. La hueste en total se comple-

taba con los caballeros que servían en el séquito de los más nobles, además de escude-

ros, peones y gentes de toda condición que buscaban en la cruzada fortuna e indulgen-

cias para sus pecados.44

No sólo conformaban el ejército cruzado caballeros franceses del norte, también del

sur, como Adémar de Poitiers, el vizconde de Anduze, los condes de Auvernia, el arzo-

bispo de Burdeos, el obispo de Agen y otros varios caballeros de Poitou, Provenza y

Gascuña.

Como el lector puede comprobar, la cruzada contra los cátaros es realmente una gue-

rra civil, pues unos militan y litigan en el bando cruzado y otros en el bando cátaro, re-

sultando ser hasta hermanos y familiares.45

Dado que la organización militar correspondió al Papa, ya que Felipe de Francia re-

chazó encabezarla, Inocencio III dio el mando directo de las operaciones al abad cister-

ciense Arnaldo Amalrico, nombrado legado pontificio al respecto.46

El primero en atribuirle la frase fue el monje cisterciense Cesáreo de Heisterbach en su Dialogus mira-

culorum, donde se alude a que “fertur dixesse” (“se cuenta que dijo”), basándose en 2 Tim 2, 19 (“el Se-

ñor conoce a los que son suyos”) y en Núm 16, 5…

Puede leerse a Malcom, L. (2001): La otra historia de los cátaros, Barcelona, Martínez Roca.

43

Según las características de las tropas de esta época, los caballeros serían acompañados por el doble o

el triple de escuderos (muchas veces a caballo, aunque más ligeramente armados) y peones, hasta llegar a

unos mil o dos mil efectivos en total.

44

El número de caballeros en total podría haber llegado a los cinco mil jinetes, contando tanto los de ca-

ballería pesada (que eran propiamente los caballeros típicamente medievales, que si se caían del caballo

era difícil levantarlos, dado el peso de las armaduras) como los de caballería ligera (escuderos y otras tro-

pasque iban a caballo), y unos diez mil hombres acompañantes a pie.

45

Y habrá también cambios de bando.

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~ 22 ~

Ya en el verano de este año 1209 llegaron las operaciones militares de esta campaña

relámpago encuadrada en la cruzada católica contra los cátaros. Ante el temor de la in-

minente llegada de los cruzados, los magnates occitanos se apresuraron a mostrar su or-

todoxia católica mediante procesiones y penitencias públicas, tomando la cruz y ponién-

dose a disposición de los legados pontificios. No sólo hizo exhibición de su catolicismo

el conde Ramón VI de Toulouse (quien más amenazado se sentía al ser cabeza principal

de los demás condes occitanos) sino que también la hicieron los diversos señores des-

perdigados por varios territorios: Avignon, Nîmes, Saint Gilles, Orange, Montélimar,

Valence, Montpellier, Arlés, Provenza, Marsella…

Los primeros ataques cruzados fueron o arreciaron contra Raimundo Roger de Trenca-

vel. Eso pasó porque ya de bastante tiempo atrás se le consideraba protector de cátaros

(en parte por las maniobras de desviación de la atención de los condes de Toulouse, que

astutamente evitaban así ponerse en el punto de mira), sino porque no tenía los apoyos

exteriores ni el poder militar de esos condes. En sus dominios está la ciudad de Albi

(foco hereje según los cruzados y ciudad por la que los cátaros fueron llamados indistin-

tamente albigenses).47

Además, los vizcondes de Trencavel vinieron caracterizándose

por la frágil estructura política o débilmente estatal de sus tierras, también por su afán

individualista y por su voluntad de independencia, por lo que no tuvieron sino merma de

aliados siempre; tenían además fama de muy ricos, lo que los convertía, en suma, en

presas muy apetecibles de botín. Así, en su campaña de junio de 1209, el ejército cru-

zado se dirigió a los dominios del vizcondado de Trencavel y puso sitio a Béziers. El 22

de julio una salida demasiado confiada de la guarnición dejó las puertas desprotegidas;

por ellas entraron los cruzados y masacraron a gran parte de sus habitantes, a casi todos,

quedando la ciudad más que diezmada.

La brutal y terrorífica conquista de Béziers cundió por toda Occitania y se extendió el

temor hacia los cruzados por doquier. Cuando éstos sitiaron Carcasona, capital militar

del vizcondado, el impacto de Béziers era tan reciente que Raimundo Roger, a poco de

ser asediado, a mediados de agosto, se rindió y entregó la ciudad con la intención de

librarse y evitar otra masacre exterminadora.

Aunque el rey Pedro II de Aragón se hubiera propuesto defender a Raimundo Roger,

teniendo en cuenta que hizo cuanto pudo, se habría opuesto con desobediencia a lo man-

dado por el Papa Inocencio III, de quien el aragonés se había declarado vasallo, como

podemos recordar, en 1204. Pedro no podía alinearse con los herejes. Intentó mediar,

pero sólo pudo contemplar airado y furioso cómo fueron cayendo uno tras otro los cas-

tillos de su vasallo occitano.

En fin, aquello sí que fue un verano caliente, tras el cual vino un otoño y un invierno

con sus consecuencias, de vencedores y vencidos.

46

Arnaldo Amalrico fue realmente la mano dura de la cruzada, del todo eficaz en la extirpación de la he-

rejía por la tremenda, sin ambages. Él fue quien estuvo en todos los preparativos de la cruzada y entre el

pasado año 1208 hasta 1213. Ya emprendida la cruzada delegó Arnaldo en Simón de Montfort la co-

mandancia militar.

47

Y él mismo era de Albi por nacimiento.

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Trencavel fue declarado hereje y se le desposeyó de todo, siéndoles confiscados su

bienes y arrebatadas sus tierras. Arnaldo Amalrico se las ofreció al duque Eudes III de

Borgoña y a otros altos nobles franceses. Pero esa aristocracia francesa tiene sus terri-

torios demasiado lejos al norte de los occitanos y le resulta más bien un engorro man-

tener nuevos feudos por el sur. Además, aquellos nobles fueron conscientes de cómo la

desposesión feudal por parte de la Iglesia rompe los códigos feudo-vasalláticos del pro-

pio poder feudal. Dadas estas circunstancias y consideraciones, Simón de Montfort, que

ya había participado en la cuarta cruzada y había ejercido la comandancia militar en los

inicios de la cruzada albigense, se ofreció con pocos escrúpulos a asumir los dominios

de los Trencavel.

Esto le valió a Simón de Montfort, con el decisivo beneplácito de Arnaldo Amalrico,

asumir también la dirección militar de cuanto hubiera de emprenderse en adelante como

cruzada contra los cátaros, mientras Amalrico se reservaba las funciones de diplomacia

y logística, así como de todo lo relacionado con lo religioso y doctrinal o teológico.48

El señor de Trencavel fue encerrado en la mazmorra de una de las torres de su antigua

fortaleza de Carcasona y allí murió, el 10 de diciembre de 1209, como queda reiterada-

mente dicho.

El Papa Inocencio III excomulgando a los albigenses y los cruzados atacándoles

48

El caso fue que ambos formaron un dúo dirigente muy coordinado que, como veremos, obtendrá gran-

des éxitos y resonadas victorias.

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PROVENZA Y SICILIA

El condado de Provenza49

–dicho resumidamente– es una entidad feudal que surgió en

el año 843, por el Tratado de Verdún,50

cuando se dividía el Sacro Imperio de Ludovico

Pío (840-840) entre sus tres hijos, perteneciendo la Provenza a su hijo mayor Lotario I.

Luego Carlos de Provenza, hijo de Lotario I, fue el verdadero iniciador del reino de

Provenza, que fue tal hasta el año 877 con sucesores dinásticos de Lotario I.

En el año 879, Boso (o Bosón) de Provenza fue nombrado rey de Provenza de la se-

gunda dinastía del reinado, el cual estaba en lucha con los carolingios del momento. El

hijo de Boso V, Luis III el Ciego, fue nombrado rey de Provenza y posteriormente logró

llegar a ser emperador. Éste confió el gobierno de Provenza a Hugo de Arlés, que en

934 cedió el dominio a Rodolfo II de Borgoña (muerto a finales del 937). El deno-

minado reino de Provenza se integró en el reino de Arlés y empezó a llamarse condado

de Provenza dentro del nuevo reino de Arlés o de las dos Borgoñas.

El año 948, con el ascenso de Bosón II de Provenza, figuró éste como primer conde de

Provenza, de la dinastía bosónida, que gobiernan en Provenza hasta 1112, iniciándose

en ese año una nueva dinastía, la Millau-Gévaudan. La condesa Gerberge de Provenza

cedió sus derechos a su hija Dulce de Provenza. Esta dinastía duró poco, porque el ca-

samiento de la duquesa Dulce con el conde Ramón Berenguer III de Barcelona en 1112

confirió los derechos del condado de Provenza al condado de Barcelona.

La dinastía condal de Barcelona perduró en el condado de Provenza hasta el año 1166,

cuando tras la muerte del conde Ramón Berenguer III de Provenza51

hereda el condado

el rey Alfonso II de Aragón (que se intituló también como marqués de Provenza),

uniéndose así Provenza al reino o corona de Aragón hasta 1196, año de la muerte de

Alfonso II de Aragón, que había legado el marquesado de Provenza a su hermano se-

gundón Alfonso II de Provenza. Desde ese momento, la dinastía de los condes de Pro-

venza, que descienden del rey de Aragón Alfonso II, mantuvo el condado independiente

de la Corona.52

49

Al sur de Francia.

50

Al norte de Francia.

51

Nieto de Ramón Berenguer III de Barcelona y de Dulce de Provenza.

52

Y lo será hasta la muerte del conde Ramón Berenguer V de Provenza en 1245.

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~ 25 ~

Mapa de los territorios escenario de cuanto ahora contamos,

excepto lo relacionado con Sicilia

Los orígenes del reino de Sicilia, después del dominio musulmán, se remontan al año

1130 y fue creado por el antipapa Anacleto II (Pietro Pierleoni, muerto en 1138) para el

normando Roger II (muerto en 1154), de la dinastía Hauteville. El reino comprendía la

isla de Sicilia, Calabria, Pulla o Apulia y la Campania, donde se halla la ciudad de Ná-

poles.53

El antipapa Anacleto II invistió a Roger II como rey de Sicilia convirtiéndolo en su

vasallo feudal, cosa que ahora, en 1209, con un Hohenstaufen reinando en Sicilia, plan-

tea un problema político de primer orden en estos tiempos.

Los descendientes de Roger II, que fueron Guillermo I y Guillermo II, reinaron en Si-

cilia desde la muerte de Roger, en 1154, hasta 1189, cuando aparece en escena el Ho-

henstaufen Federico, hijo del emperador germano Enrique VI y de Constanza I de Sici-

lia.

53

Sicilia fue conquistada allá por el año 1071 por el gran conde Roger I, el cual se estableció allí a título

condal. Formaba parte de unos mercenarios normandos que habían sido pagados por los bizantinos que

querían expulsar de Italia y del Mediterráneo a los musulmanes.

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~ 26 ~

Guillermo II no tuvo descendencia, por lo que nombró heredera legítima a su tía

Constanza, hermana de Roger II, para que reinara como Constanza I de Sicilia. Al ca-

sarse ésta con el emperador Enrique VI del Sacro Imperio Romano Germánico recala en

Sicilia la dinastía Hohenstaufen.

El panorama mosquea y hace temer lo peor al Papa Clemente III (1187-1191). El

pontífice teme por los bienes de la Iglesia en Sicilia al subir al poder la dinastía Hohens-

taufen, lo que provoca su rechazo al matrimonio entre Constanza I de Sicilia y el empe-

rador Enrique VI. Clemente III invita al emperador a rendirle juramento de vasallaje,

pero el emperador se lo rechaza (viene a decirle que tararí). El Papa entonces optó por

dar su apoyo para que reinase a Tancredo de Sicilia, hijo bastarde de Roger II, pero

Tancredo muere en 1194, cuando ya es Papa Celestino III (1191-1198). Y a Celestino le

sucede Inocencio III.

Así pues, desde 1194 tenemos reinando en Sicilia a los Hohenstaufen. Enrique VI se

proclamó rey de Sicilia en Palermo el navideño día del 25 de diciembre de 1194, por

supuesto en compañía de su esposa la reina Constanza I de Sicilia. Pero fue un reinado

corto, pues Enrique murió, como podemos recordar, en 1197, fecha desde la que el Papa

Inocencio III intenta por todos los medios tener el reino de Sicilia lo más controlado

posible en sus manos.

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~ 27 ~

Relacionando cuanto contamos ahora entre Provenza y Sicilia, tenemos que notificar

(y desarrollar, aunque brevemente) las siguientes tres cosas acaecidas en este 1209, por

donde continuamos.

Murió el último de los condes de Forcalquier, Guillem (Guillermo) IV, de la dinastía

de Urgel, y le sucede su sobrina nieta Garsenda (o Gersenda) de Sabran, esposa y en

este año viuda del conde Alfonso II de Provenza.

Murió en Palermo (Sicilia), con 29 años de edad, el conde Alfonso II de Provenza,

hermano del rey Pedro II de Aragón,54

sucediéndole su pequeño hijo Ramón Berenguer

V, que queda bajo tutela de su madre Garsenda de Sabran o de Forcalquier. Y Pedro II

de Aragón nombró a su tío Sancho I de Roselló gobernador de Provenza y señor del

Languedoc.

El joven rey Federico de Sicilia55

contrajo matrimonio con Constanza de Aragón y

Castilla, hermana del rey Pedro II de Aragón y viuda del rey Emerico I de Hungría,

muerto en 1174 (madre de su sucesor, Ladislao III de Hungría, muerto en 1199). Fede-

rico tiene 15 años de edad y Constanza el doble, 30 años.

Alfonso II de Provenza y señor de varios dominios lo heredó todo de su padre el rey

Alfonso II de Aragón (muerto en 1196). En 1193, muy jovencito, contrajo matrimonio

con Gersenda de Sabran. Tuvieron dos hijos: Ramón Berenguer (ahora Ramón Beren-

guer V de Provenza) y Gersenda.

A consecuencia de disputas por el reparto y herencia del condado de Forcalquier entre

1202 y 1203, Alfonso II de Provenza luchó contra el conde Guillermo IV, que fue apo-

yado por muchos señores de la zona, incluido el tío y tenente de Cerdaña Sancho I de

Roselló. Pedro II tuvo que mediar y logró que se hicieran las paces en Aigues Mortes

(año 1203).56

Al año siguiente (1204) marchó a Roma el rey aragonés para declararse vasallo de la

Santa Sede, y mientras duró el desplazamiento volvieron a surgir los conflictos entre

Guillermo IV de Forcalquier y Alfonso II de Provenza, a tal punto que éste fue hecho

prisionero por el de Forcalquier; de nuevo tuvo que acudir en su ayuda el rey Pedro II,

el cual atacó al conde Guillermo en 1205 logrando rescatar a su hermano Alfonso.

Alfonso II de Provenza murió en Palermo en este año 1209 mientras acompañaba a su

hermana mayor Constanza para casarse con Federico de Sicilia, de quien en adelante

tendremos bastante que tratar.57

54

A los 60 años de edad probablemente.

55

Futuro emperador Federico II del Sacro Imperio Romano Germánico.

56

Aigues Mortes fue muy importante puerto francés en la costa mediterránea a partir del reinado de Luis

IX, San Luis, en la mitad del siglo XIII y hasta bien completo el siglo XV.

57

Es una de las figuras más destacadas e interesantes de la historia universal por sus cualidades extraor-

dinarias y su carácter excéntrico, distinto a los hombres de su época y adelantado a ellos en más de un

sentido. Su personalidad, poco convencional, lo llevaba a romper de continuo con los usos y costumbres

de su tiempo, razón por la cual se le apodó ya en vida, por ejemplo, y entre otras cosas, con el calificativo

de “stupor mundi”.

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Relatemos que Federico de Sicilia es un Hohenstaufen y un Hauteville, nieto del que

fuera emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Federico I Barbarroja (muerto

en 1190) y también nieto del que fue rey de Sicilia Roger II (muerto en 1154).

Podemos recordar lo llamativo de su mismo nacimiento, el 26 de diciembre de 1194

en Iesi.58

Era hijo del emperador germánico Enrique VI y de Constanza I de Sicilia, hija

de Roger II de Sicilia. Constanza llamó Constantino al niño.

Enrique VI, en un primer momento, parece que aceptó que el niño se llamara Cons-

tantino. Y con ese nombre, en el verano de 1196 fue electo el chiquillo Rey de los Ro-

manos por los príncipes alemanes reunidos en la Dieta Imperial de Fráncfort. Algunos

meses más tarde, llegado el tiempo de celebrar el bautismo del niño, que tuvo lugar pre-

cisamente en Asís, el nombre del que estaba presumiblemente destinado a mucha sobe-

ranía, respetando el parecer del padre y de la vieja prioridad sálica,59

se completó así,

“in auspicium cumulande probitatis”: Friedric Roger Constantine, simplificado como

Federico, indicándolo para Alemania como nieto de Federico I Barbarroja, y como Ro-

ger, indicándolo para Sicilia como nieto de Roger II, subrayando la legitimidad suceso-

ria y hereditaria en ambos casos, sobre todo en relación a Sicilia; y el nombre de Cons-

tantino resultaba muy bien y concorde para acomunarse con la Santa Sede Romana,

asumida como fuente suma de toda autoridad. Aquella fue la segunda y la última vez u

ocasión que tuvo Enrique VI de ver a su hijo, un pretendiente de muchas coronas.

La corona imperial alemana no se hereda, pero Federico tenía sus oportunidades al ser

candidato por tener el título de Rey de los Romanos (el título electivo de los sucesores

elegidos del Sacro Imperio Romano Germánico) que comprende también las coronas

de Italia y de Borgoña. Estos títulos aseguraban ya en Federico derechos y prestigios,

aunque no significaran de pronto poderes efectivos. Las coronas darían poder tan sólo si

se demostraba ser fuerte, valiente, arrojado, generoso…, si no sería imposible hacer va-

ler los derechos frente a tantos feudatarios y a tantas comunas. Con todo, por vía ma-

terna, Federico tenía asegurada la corona de Sicilia, donde sí se constata un buen y bien

estructurado aparato administrativo, para garantizar que la voluntad del soberano se

aplique según la tradición de un gobierno centralizado.

Al morir el emperador Enrique VI (1197), Federico iba por Italia con la intención de

ser trasladado a Alemania. Al llegar la noticia del óbito, el guardián de Federico, Con-

rado de Spoleto, abortó la expedición y llevó al niño a Palermo junto a su madre, per-

maneciendo allí hasta tener bien avanzada su educación. Su madre Constanza era por

derecho propio heredera del reino de Sicilia, y para asegurar los derechos de su hijo lo

nombró públicamente heredero al trono de Sicilia nada más llegar. La educación de Fe-

58

Provincia de Ancona (Italia).Según algunas fuentes, su nacimiento fue público, dentro de una tienda y

en plena plaza principal, siendo la madre arropada por algunos notables de Enrique VI; según parece, la

avanzada edad de Constanza, que durante los ocho años previos se había mostrado estéril, sentaban dudas

sobre la legitimidad de Federico, por lo que el nacimiento se habría celebrado de ese modo, a fin de esta-

blecer garantías sobre el origen del niño.

59

Desde los tiempos de Clodoveo (481-511).

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~ 29 ~

derico en Sicilia fue un elemento fundamental para formar su personalidad, debido a la

civilización normanda-árabe-bizantina presente en la gran isla.

Ahora bien, la unión de los reinos de Alemania y de Sicilia no era vista con buenos

ojos ni por los normandos ni por el Papa, quien con los territorios que por diverso título

componen los Estados Pontificios ve peligrar muchas cosas sintiéndose rodeado, para

bien o para mal, a favor o en contra.

Al morir Constanza I de Sicilia, la reina madre (en febrero de 1198), Federico fue co-

ronado rey de Sicilia, el 17 de mayo de 1198. Como quiera que los derechos imperiales

del niño pudieran comprometer su futuro y hasta su propia vida, su madre nombraba en

su testamento como tutor del niño al Papado. Así, el Papa Inocencio III se encargó des-

de entonces de la especial tutela de Federico hasta que fue mayor de edad. A fin de pro-

teger al inexperto rey contra sus enemigos, el Papa le indujo a que se casara con Cons-

tanza de Aragón y de Castilla, viuda del rey Emerico de Hungría (muerto en 1204) dán-

dose para ello la fecha de este año 1209.

Justo en este año 1209 reconoció el Papa Inocencio III la coronación imperial de Otón

de Brunswick como emperador Otón IV del Sacro Imperio Romano Germánico, des-

pués de unos años de guerra civil y del asesinato de su oponente al trono, el gibelino y

Hohenstaufen Federico de Suabia, como vimos en 1208, exigiéndole el Papa a Otón el

compromiso de reconocer la soberanía feudal de la Santa Sede sobre el reino de Sicilia

(reconocimiento por reconocimiento). El Papa quería y quiere acabar con la hegemonía

gibelina de los Hohenstaufen. La enemistad del Papa con el padre de Federico (Enrique

VI) y con su abuelo (Federico I) había sido notoria (y recíproca). Chocaron siempre los

intereses y pretensiones imperiales de los Hohenstaufen con los de los pontífices. La

Santa Sede sigue empeñada en crear y crearse en Europa un gran espacio teocrático con

el Papa como centro y cabeza visible. ¿Acaso Otón IV va por aquí o comparte esto?

De momento, Federico de Sicilia se casó con Constanza de Aragón y de Castilla, her-

mana del rey Pedro II de Aragón. Se celebraron los esponsales en Mesina, el 15 de

agosto de este año 1209. Constanza queda convertida en reina consorte de Sicilia.

Alfonso II de Aragón amó mucho a su hija Constanza, su hija mayor. Al morir él en

1196, el destino de ella corrió a cargo del nuevo rey, su hermano Pedro. Él organizó el

matrimonio de ella con el rey Emerico I de Hungría. Constanza tenía 19 años de edad

cuando abandonaba Aragón y ponía rumbo a Hungría, donde se casaba con Emerico en

1198. Al año siguiente (1199) dio a luz a su hijo Ladislao.

El 26 de agosto de 1204, Emerico, sintiendo cercana la muerte, coronó a su hijo como

rey (Ladislao III de Hungría). Obró queriendo asegurarle la sucesión, haciendo también

que su hermano Andrés, tío de Ladislao, prometiera que ayudaría a Ladislao en todo,

particularmente en el empeño por gobernar bien, ayudándole a crecer y a madurar. Pero

Andrés no cumplió lo que prometió sino que hizo todo lo contrario, tras la muerte de

Emerico a tres meses de aquella coronación, el 30 de noviembre de 1204.

Andrés no tardó en crear dificultades a Ladislao y a su madre Constanza. Nada de re-

gencia ni tutoría edificante o positiva. Andrés asumió toda la autoridad real como An-

drés II (usurpador) de Hungría, mientras que Ladislao y Constanza quedaron práctica-

mente relegados y como prisioneros. La viuda Constanza fue literalmente encerrada por

Andrés II, y sus enormes tesoros equivalentes a 30.000 marcos fueron llevados, supues-

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tamente como beneficencia, a la sede principal de los caballeros hospitalarios estefa-

nitas en Szentkirály.60

Poco después, Constanza consiguió huir a Viena llevándose a su

hijo Ladislao.

Los dos encontraron refugio en la corte ducal de Leopoldo VI de Austria, pero el pe-

queño Ladislao III, el verdadero rey de Hungría (autoexiliado maternalmente), murió de

manera inesperada en 1205, el 7 de mayo, con tan sólo 6 años de edad. El anterior re-

gente y ahora (legitimado) nuevo rey, Andrés II, reclamó el cuerpo difunto de su so-

brino para rendirle honores y celebrarle solemne funeral. Constanza se desprendió de su

hijo, cuyo cuerpo fue llevado a enterrar en la cripta real de Székesfehérvár, en Hungría.

El duque Leopoldo envió de nuevo a Constanza, debidamente protegida, hasta Aragón.

Constanza estableció su residencia en el monasterio de Santa María de Sigena,61

don-

de su madre, Sancha, reina viuda como ella, ejercía como abadesa.

Su posición como hija mayor del rey aragonés y reina-viuda de Hungría, así como su

ilustre linaje, la hicieron nuevamente una pieza clave o apetecible en el intrincado

ambiente político del momento. De nuevo su hermano el rey Pedro II, interesado en una

alianza con la dinastía Hohenstaufen y de cara al Sacro Imperio Romano Germánico,

acabó comprometiéndola con el rey Federico de Sicilia (y Rey de los Romanos), aunque

él fuera muchos años menor que ella. Y Federico fue aconsejado-presionado a este ma-

trimonio por su tutor el Papa Inocencio III, alegando el pontífice que Constanza es

catolicissima.

Constanza de Aragón y Castilla abandonó de nuevo su patria aragonesa y española.62

La acompañó con buen séquito su hermano el conde Alfonso II de Provenza navegando

hasta Mesina para su encuentro con quien habría de ser su esposo, el joven rey Federico

de Sicilia, previéndose la boda para 1210. Y ya se irá viendo todo lo demás. Lo que sí

pasó de momento y desgraciadamente fue que murió en Palermo, la capital siciliana, el

conde Alfonso II de Provenza (29 años de edad), hermano de Constanza. Le sucede en

el condado su hijo, y de Garsenda de Sabran, Ramón Berenguer V de Provenza.63

60

La Real Orden de San Esteban de Hungría, resultante de la participación húngara en las cruzadas, fue

una orden de caballería hospitalaria fundada en el siglo XII y erigida en honor al rey San Esteban de Hun-

gría, que había reinado entre los años 1001-1038. Su sede en Hungría fue la aldea de Szentkirály (que

significa, literalmente, Rey Santo) junto a la ciudad de Estrigonia o Esztergom.

61

En Villanueva de Sigena (Huesca).

62

Ya para no regresar.

63

De aún 9 años de edad. Pasará gran parte de su niñez en Monzón (Huesca), junto a su primo Jaime, de

la misma edad, el futuro rey Jaime I el Conquistador. Ambos se educan bajo la tutela del templario

(maestre de Aragón) Guillem de Montredón, intrépido guerrero y hombre de mucho temple. Su madre,

Garsenda de Sabran, regenta los condados de Provenza y Forcalquier. En 1219 se hará cargo de ellos

Ramón Berenguer. Ya iremos viendo su desenvolverse en la vida. Se casará en ese año 1219.

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Alfonso II de Provenza

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RIVOTORTO Y LA PORCIÚNCULA (ASÍS, ITALIA)

En años anteriores a este 1209, por el recorrido histórico que hacemos, ya nos ve-

nimos refiriendo a Francisco de Asís, como también a su grupo o compañía, quienes

literalmente se fueron a vivir con él adoptando su estilo o modo de vida. Viven evangé-

licamente en Rivotorto, un tugurio de Asís (Italia). Muestran una gran humildad y man-

sedumbre, pobres y mendicantes.64

El ambiente y clima de estos tiempos se muestra enardecidamente inquieto, siendo

aquí donde encuadramos a Francisco de Asís. Es alguien que quiere una vuelta de con-

versión evangélica sometiéndose él a pobreza y penitencia, sin criticar al clero, antes al

contrario, sometiéndose al mismo.

Volvamos a presentarlo una vez más. Éste es Francisco, de 27 años de edad en este

1209. Hijo de ricos burgueses de Asís, pero separado del padre, no teniendo ya nada que

ver con el modo de vida burgués, dotado de una extraordinaria sensibilidad humana, de

una generosidad inagotable, de un sentido de la libertad cristiana que le permite atre-

verse a todo, fascinante, retando, controlando y superando sus miedos… No tardó en

atraer a su alrededor a un grupo de laicos penitentes y predicadores como él. Juntos, de

dos en dos o en grupo, recorren ciudades y aldeas exhortando a los fieles a amar al Se-

ñor.

Lo que vamos a ver en este año 1209 es que la cosa llega a la misma Santa Sede del

Papa Inocencio III, el cual les aprueba de manera verbal la regla de vida por la que pre-

tenden vivir, una regla que le presenta Francisco al Papa habiendo entresacado cosas de

los Evangelios más o menos conectadas entre sí con muy buen tino o acierto. Algo,

como es evidente, a lo que no se puede negar al Papa.

Francisco de Asís pretende, ante todo, motivar y convertir a los hombres por medio de

su testimonio de pobreza. Sabe que el ejemplo es más elocuente que las palabras, y por

64

Sabemos que el siglo XII se distinguió por ser un siglo de reforma en la Iglesia, habiendo pasado dicha

reforma de la cabeza y el clero monástico a los fieles, cada vez más sensibilizados en muchos aspectos

que no pueden dejar de considerarse históricamente hablando. La reforma se fue haciendo laica y hasta

heterodoxa en ciertos aspectos, sobre todo en el norte de Italia y en el sur de Francia, como veíamos en

relación a Occitania o Languedoc. El carácter heterodoxo y antisocial, incluso de revueltas, se acentuó y

se extremó, desde los patarinos de Lombardía a los cátaros en Provenza, donde se fue desarrollando la

cruzada albigense ya en el presente siglo XIII y a partir de la campaña relámpago que hemos considerado

en este año 1209. Pero también fuera de la Provenza reina la inquietud de muchos cristianos, y a cada

paso aparecen predicadores populares que critican las riquezas del clero, la ampulosidad de la jerarquía

eclesiástica, el lujo y el distanciamiento de los pastores… y exhortan a los fieles a la penitencia, o incluso

a rebeliones y revueltas. Los fieles se ven cada vez con más ganas de reunirse o agruparse frecuentemente

en asociaciones de penitentes, más o menos al margen de la Iglesia y hasta más o menos en contra de la

jerarquía eclesiástica.

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tanto se hace pobre, abandona todo, hasta la propiedad colectiva, para enseñar a los

hombres el desprendimiento de las cosas terrenas y la conversión a Dios. Pero para su

grupo o asociación –¿habrá de ser una nueva Orden dentro de la Iglesia?– ese testimo-

nio habrá de ser siempre fresco y espontáneo, más allá o como precediendo a lo institu-

cional, no tanto resultando de una normativa canónicamente reglamentada. “La regla es

el Evangelio”, dirá Francisco. El amor en la pobreza real y evangélica ha de brotar de

un inmenso celo por la Iglesia y de un infinito amor a Cristo crucificado. Es lo que lleva

a los primeros franciscanos a buscar frecuentemente el yermo para contemplar las cosas

de Dios. Pero todo se ha de subordinar a la pobreza.

Ni Francisco ni sus compañeros piensan en un posicionamiento respecto al clero y a

los monjes. Respetan y veneran a los sacerdotes, se someten humildemente a ellos, muy

particularmente a los obispos, y se lanzan con una simplicidad total a exhortar a los fie-

les, sin pensar si están o no haciendo un servicio que les corresponda a ellos o sea

exclusivo del clero. En realidad piensan que lo que hacen no es exclusivo de clérigos. Y

lo hacen en nombre del Señor. Para estos primeros franciscanos todo y sólo se trata del

celo que les devora, sin que por eso se revuelvan lo más mínimo contra los ministros y

pastores legítimamente establecidos e instituidos. No sólo no están en contra sino que

los favorecen con absoluto respeto, con veneración. Y es esta actitud la que desarma la

desconfianza de la jerarquía, que podía tomarlos como uno de tantos grupos de peni-

tentes en ruptura con la Iglesia.65

Ya iremos viendo el desenvolverse histórico de cuanto

Francisco de Asís y sus compañeros han hecho prender.

De momento, los Frailes Menores (Hermanos Menores), como por humildad llama

Francisco a sus compañeros (del mismo modo que a sí mismo), no están sometidos a un

sistema organizativo común o sólidamente establecido. Se rigen por carisma (tocados

por el Espíritu o Dedo de Dios)66

y no tanto por institución, sin más regla que la inspi-

ración carismática y un grande amor a Dios y entre sí como hermanos, perdonándose,

etc., lo que no quita que no desechen la idea de organizarse de manera reglada en caso

de aumentar como grupo o asociación. Con el extraordinario éxito y el aumento numé-

rico de los frailes, fue preciso establecer normas de vida y someterse todos a un marco

con un mínimo de estructura jurídica.67

Entre otras, de índole piadosa, la característica más importante que se desprende ahora

del grupo de Francisco es, sin duda, la pobreza. No se trata sólo de la pobreza simple-

citer, sino que se trata de un tipo especial de la pobreza como virtud. Porque ya los

antiguos y originarios monjes orientales practicaban también la pobreza de un modo

totalmente generoso como testimonio de desprendimiento de todo ante Dios. Fue por

65

Con los dominicos no ocurrió igual, pues desde un primer texto legislativo y canónico mostraron tener

conciencia de su obrar paralelo al del clero, queriendo definir su posición al respecto.

66

Como es normal o habitual en todos los inicios de todas las fundaciones en la Iglesia.

67

Ya lo iremos viendo. Porque después del mínimo jurídico vendrá lo jurídico del todo o normal. Los

Frailes Menores, por un efecto de maduración y no por infidelidad, superarán los tiempos fundacional-

mente carismáticos para normalizarse en la Iglesia, lo cual no será signo sino de entrada sólidamente es-

tablecida en la vida de los hombres, por misterio de encarnación…

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eso por lo que los monjes suprimieron con gran cuidado todas las manifestaciones, aun

las más insignificantes, de propiedad privada. Pero ni los monjes del desierto ni los

posteriores68

consideraban indispensable el privarse de los bienes necesarios para la

subsistencia: la comunidad se encargaba de proveerlos.69

Si los cistercienses, por ejem-

plo, insistieron particularmente en este punto de la pobreza como valor ascético y de-

bido a su hondo sentido de la pureza y de la autenticidad, no por eso pensaron en aban-

donar la propiedad y en ir a practicar la mendicidad en medio de los hombres.

Fue eso precisamente lo que revolucionó Francisco de Asís en el tugurio de Rivotorto,

suprimiendo la propiedad comunitaria:70

casas, tierras, rentas… para vivir como frailes

menores, de limosna como los mendigos… Es curioso, contrariamente a lo pensado y

establecido en el monacato o en los cistercienses, que la pobreza franciscana no fue

puesta necesariamente en relación con el trabajo manual.71

En el caso de los franciscanos, la pobreza no era practicada tanto por su valor ascético

sino sobre todo por su poder de convicción o apologético. Ser pobre como Cristo, que

no tenía dónde reclinar su cabeza, erigir a la Dama Pobreza en ideal casi abstracto y

sobrepasando lo caballeresco, despojarse completamente de todo, hasta casi encontrar la

simplicidad paradisíaca, tal viene siendo el ideal del Poverello de Asís, no tanto por

mortificación, cuanto para encontrar un bien en sí, siendo más un fin que un medio.

Porque, en realidad, ¿qué necesitamos? La pobreza franciscana es bien en sí, bien tanto

más precioso cuanto que su búsqueda y posesión arrastra a los hombres, mejor que las

predicaciones o argumentaciones más elocuentes, a la práctica de los preceptos evan-

gélicos y al amor a Cristo paciente. El ejemplo de Francisco viene siendo tanto más ne-

cesario cuanto que es cierto que los herejes pretenden también predicar la pobreza. No

una pobreza simple y gratuita, como la de Francisco, sino la pobreza de una nivelación

social, de un comunismo que redistribuiría las riquezas a todos por igual. Estas predica-

ciones herejes y perturbadoras causaban revuelo y descontento o sospechas por doquier.

Por el contrario, a la vista del desprendimiento auténtico, verdadero y humilde de los

frailes menores franciscanos, también los descontentos se convencían de que esas doc-

trinas antisociales eran perversas y perniciosas, y hasta los mismos herejes se convertían

a la fe cristiana y católica.72

68

De la Alta y de la Baja Edad Media.

69

Encarnando una pobreza, por así decir, bastante empresarial.

70

O capitalista.

71

Si los primeros franciscanos a veces trabajaban manualmente, para recibir un salario, como cualquier

obrero, este modo de proceder fue excepcional y con el tiempo se abandonó por completo. Los frailes

menores vivirían sólo para predicar y serían clérigos; no serían, por tanto, trabajadores como los seglares

o como los monjes del ora et labora.

72

Los franciscanos no consiguieron nunca mantener este ideal sublime al mismo nivel o altura que al-

canzó en la práctica el Poverello. Pero siempre supieron guardar el recuerdo y la nostalgia de aquellos

maravillosos tiempos fundacionales iniciados en el Tugurio de Rivotorto. El ideal para los franciscanos

siempre fue vivo, para encarnarlo en lo posible en todas partes, como ideal al que deben tender en cual-

quiera de las nuevas condiciones en que les toque vivir. Y darían siempre los franciscanos, de cualquier

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~ 35 ~

La pobreza es abrazada por los franciscanos y practicada, en gran parte, con fines

apologéticos, como ya hemos recalcado. Es la predicación del ejemplo que no necesita

ni templo.73

Francisco de Asís y sus compañeros dan un puesto de primera importancia

al ministerio apostólico, hasta el punto de subordinarle al mismo la oración litúrgica,

aun siendo muy necesaria, quedando aún más subordinadas las tradiciones monásticas

(poco contempladas por los franciscanos): clausura, separación del mundo, observancias

claustrales... También la contemplación, a la que los primeros frailes menores se en-

tregaron muchas veces con ardor, realizada en los montes, dentro de las cavernas o en

medio de las selvas, es concebida no sólo como un valor en sí misma, sino también

como un medio de restaurar las fuerzas gastadas en el ministerio de las almas, y de to-

mar brío y aumentar el caudal de ideas para seguir predicando.74

modo que pudieran, un testimonio de simplicidad real que los acercaría al pueblo humilde de los burgos y

de los campos.

73

Bien predica don ejemplo sin alborotar el templo.

74

Los franciscanos pretenden exhortar a todos los hombres, ricos o pobres, clérigos o laicos, cristianos o

infieles, hombres o mujeres, y hasta a todas las criaturas. Sin sistema, sin estudiar métodos ni técnicas

oratorias, al menos al principio, durante la vida del Fundador. Más tarde, el contacto con la escolástica de

las universidades vendría a darles una base técnica. Pero al principio todo es espontáneo, simple y directo.

Por eso los oyentes que más aprecian los franciscanos y aquellos a los que se acercan con más gusto los

frailes son la gente pobre y ruda, pequeños burgueses, oficiales y obreros de las ciudades, labradores,

siervos y rústicos de los campos y aldeas.

A este pueblo sencillo los predicadores franciscanos le enseñan sobre todo –no es de extrañar– la moral,

sin que deje de ser una buena predicación como tal, es decir, kerygmática. La predicación moral es la que

más necesita y prefiere o entiende el pueblo sencillo. Pero la predicación moral (tergiversada) era también

la de cátaros o albigenses. Los franciscanos le hablan al pueblo y al corazón de las personas acerca de los

vicios que hay que evitar: el orgullo, la concupiscencia, la avaricia…; y luego les indican cuáles son las

virtudes que hay que poner en práctica: la contrición del corazón, la pureza del alma, la obediencia... Sin

embargo, los franciscanos no siempre se limitaban ni se limitan a la moral. San Antonio de Padua [o de

Lisboa], por ejemplo, habla al pueblo también de la vida espiritual y expone la naturaleza, los grados y las

condiciones de la vida contemplativa. Todo a base de una actitud afectiva y de una piedad fundamentada

en los temas objetivos de Cristo y de los misterios de la fe. Este modo espontáneo y popular con que los

frailes menores se adaptan a las masas de población les quedaron a éstas para siempre y en todas partes

muy asumidas…

Los franciscanos también se darían al estudio. No es que se preocupasen demasiado de la ciencia en

tiempos de San Francisco, pero luego se vieron en la necesidad de prepararse doctrinalmente para saber

enfrentarse a los herejes y a los enemigos de la Iglesia, para poder ejercer con fruto el ministerio sacer-

dotal que todos comenzarán a recibir. Organizaron un Studium Generale en Bolonia, cuyo primer lector

será San Antonio, y pronto comienzan a enviar religiosos a estudiar en las principales Universidades de la

época (Bolonia, París, Oxford, Münster…). No tardarán mucho en ocupar, como los dominicos, las

principales cátedras de la enseñanza superior, lo cual les acarreará en parte la rivalidad del clero dioce-

sano, que los combate bajo el punto de vista doctrinal. Sin embargo, adoptando también los métodos y la

ciencia un tanto fría de los escolásticos –en lo cual tomarán una actitud opuesta a la de los monjes–, no

dejarán muchas veces de comunicar un cierto fervor a su enseñanza, o al menos de cultivar la mística al

mismo tiempo que la filosofía o la teología. San Buenaventura (muerto en 1274), David de Augsburgo

(muerto en 1272), Juan de la Rochelle (muerto antes de 1245), Duns Escoto (muerto en 1308), son ejem-

plos típicos de maestros que se entregan simultáneamente a los dos ramos de las denominadas ciencias

sagradas, filosofía y teología.

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~ 36 ~

Pues a mediados del mes de abril de este año 1209 en que nos encontramos, Francisco

de Asís hizo escribir la “forma de vida” o Regla que el Señor le había inspirado, com-

poniéndose sobre todo, como ya hemos resaltado, de breves fragmentos evangélicos.

Entonces Francisco y sus ya once compañeros se encaminaron a Roma con la intención

de entrevistarse con el Papa Inocencio III al que pedirían, siquiera verbalmente, aproba-

ción de la forma de vida o regla presentada.75

Estos frailes, aun contando con la ayuda

que le prestaran prelados o cardenales cercanos al Papa, entre ellos el obispo Guido de

Asís, eran conscientes de cómo su propuesta al Papa era un supuesto acto fundacional,

temiéndose que el Papa no les hiciera demasiado caso, entre otras cosas porque Ino-

cencio III no estaba por la labor de aprobar nuevas órdenes religiosas. Pero el caso fue

que el Papa dio su aprobación verbal, su consentimiento, a la Regla que Francisco,

acompañado por sus compañeros, le presentó.76

Lo que interesa a los franciscanos, ante todo, es la vida práctica. Las especulaciones y las teorías, si

exceptuamos a los grandes doctores de las Universidades, no les preocupan generalmente gran cosa. Les

preocupa el amor, la piedad, las devociones que mejor encajen con el pueblo y la gente sencilla.

75

Se animó Francisco al viaje por un sueño reciente, el sueño de un árbol corpulento y alto, cuya copa se

inclinaba ante él. Francisco y los suyos se pusieron en camino, a las órdenes del influyente caballero

Bernardo de Quintavalle, que ya era uno de los frailes. A mitad de camino, en Rieti, se les unió el ca-

ballero Ángel Tancredi, alcanzando así (es sólo una suposición) el número apostólico de doce (que se

hicieron franciscanos). En Roma los encontró el obispo Guido de Asís, que se hacía como que ignoraba

las intenciones de Francisco. Pero con su recomendación, el cardenal Juan de San Pablo, examinadas las

intenciones, lograron aquellos hermanos estar delante de Inocencio III. Hubo dos entrevistas, siendo la

primera desastrosa y desoladora. Pero aquella misma noche fue el Papa el que tuvo un sueño: que un

fraile muy pobre sostenía la basílica de Letrán con sus hombres, pues la iglesia amenazaba derrumbarse.

Otra versión señala que el Papa soñó eso mismo estando en un receso suyo por la terraza de su palacio

lateranense. El caso fue que el Papa mandó llamar a Francisco (segunda entrevista o audiencia, la fruc-

tífera) y le escuchó. Aunque le puso sus buenas objeciones, le escuchó. Después de oírle contar una pa-

rábola acerca del cuidado providencial de Dios sobre los hermanos, se convenció de que Francisco era un

hombre de Dios y le aprobó la Regla provisionalmente, de palabra y con permiso para predicar. Parece ser

(podemos reiterarlo) que esto ocurrió el 23 de abril de 1209.

76

La decisiva entrevista de San Francisco y sus primeros franciscanos con el Papa Inocencio III fue

posible por la intervención y el logro al respecto del obispo Guido de Asís, que tenía en gran estima a

Francisco y le ayudó siempre. Guido supo emplearse bien en la preparación y concesión papal de aquella

audiencia, ya que el Papa y ciertos cardenales muy influyentes objetaban al programa franciscano estar

fuera de la realidad, suponer el peligro de crear otra organización más, nueva y de signo parecido al de los

movimientos anticlericales y antijerárquicos, cuando no heréticos, de la época; también mostraban su

preocupación ante la falta de una mínima base material de la orden que supuestamente se pretendía

fundar, con pocos miembros aún; pero bajo la no poco inestimable influencia del cardenal Juan de San

Pablo y su decidido apoyo, Francisco pudo tener luego una nueva audiencia, más acogedora y cálida que

en un principio, para que se considerara la aprobación de su hermandad de pobres. Efectivamente, el

Papa Inocencio III, verbalmente, aprobó finalmente la forma de vida o regla franciscana, al ver claro y

convencerse de que la ayuda de un hombre como Francisco reforzaría la (deteriorada) imagen de la

Iglesia con su prédica y su práctica del Evangelio. No se conoce el contenido de esta primera Regla. Pero

sí se sabe que fue redactada y aprobada por esta época (a seis años de haberse convertido San Francisco,

según su biógrafo o hagiógrafo Tomás de Celano), siendo cuando fundó la orden franciscana, junto a la

segunda orden de Santa Clara de Asís.

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~ 37 ~

De regreso a Asís, Francisco y sus compañeros siguieron en Rivotorto, donde conso-

lidaron sus principios de vivir en la pobreza, conviviendo entre los campesinos locales y

atendiendo a leprosos; y empezaron (oficialmente) a llamarse a sí mismos Hermanos

Menores o Frailes Menores (considerando el nombre de su fundación como Ordinis

Fratrorum Minorum, abreviado O. F. M.).

Después de haber permanecido un tiempo en Rivotorto, Francisco se puso a buscar

una como sede para su recién fundada orden. De nuevo recurrió a la ayuda de su obispo,

Guido de Asís, pero en este caso no obtuvo una respuesta favorable del prelado. Fue

entonces en busca de la ayuda del abad benedictino del Monte Subasio, Teobaldo, quien

le ofreció la capilla denominada de la Porciúncula y su terreno adyacente (propia-

mente la partecita o porcioncita). Francisco aceptó, pero no como un regalo, sino que

pagaría a los benedictinos como renta canastas con peces.77

Notificamos, pues, que el Papa Inocencio III aprueba en este año 1209 la Orden (Fran-

ciscana) de Hermanos o Frailes Menores, los cuales, con Francisco de Asís a la cabeza,

se muestran muy felices, alegres y contentos. Porque la virtuosa y santa pobreza fran-

ciscana no impide ni espanta la alegría. Siempre dicen –o lo procuran con todo empeño–

eso de “¡buenos días, buena gente!”. 78

Antes de la aprobación de la Regla, el grupo de hermanos de Rivotorto no tenía una

denominación concreta y se presentaban simplemente como “Penitentes de Asís”, por-

que aún no eran una Orden. Sólo después de la aprobación de la Regla o forma de vida

por parte de Inocencio III empezaron a llamarse Hermanos Menores.79

77

San Francisco, en su Testamento al final de su vida, relata así el acontecimiento: “Y después que el

Señor me dio hermanos, nadie me ensañaba qué debería hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que

debería vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo hice que se escribiera en pocas palabras y

sencillamente, y el señor Papa me lo confirmó”. Recordando ese hecho trascendental, la familia de San

Francisco renueva el 16 de abril su profesión en la vida franciscana.

Se puede leer más en los Epílogos I y II.

En cuanto a la Porciúncula, es actualmente una pequeña iglesia incluida dentro de la Basílica de Santa

María de los Ángeles, perteneciente al mismo municipio de Asís. El lugar tiene orígenes bastante legen-

darios y se considera, con Rivotorto, el lugar realmente fundacional de la Orden Franciscana. Santa María

de los Ángeles se celebra el 2 de agosto.

78

La nueva Orden fundada por Francisco en Rivotorto hay que entenderla a la luz de otros movimientos

espirituales de su época. De hecho, en los primeros años tuvieron serias dificultades y fueron rechazados

en muchas regiones porque, por muy fieles a la Iglesia católica que fueran, en el aspecto externo no se

diferenciaban mucho de algunas sectas heréticas que pululaban en la Europa de los siglos XII y XIII.

79

Hemos de agradecer al respecto el testimonio del cronista Buscardo de Ursperg (se hallaba en Roma en

1209), por quien sabemos que al principio los franciscanos se llamaron Pobres Menores, en sintonía con

otros movimientos de su tiempo, heréticos o no, que se llamaban Pobres de Lyon, Pobres Lombardos,

Pobres Católicos, etc. Hicieron bien San Francisco y los primeros franciscanos en terminar llamándose

Hermanos.

Precisamente para salvaguardar la humildad del grupo fue por lo que el Santo Francisco substituyó a

tiempo el nombre de Pobres por el de Hermanos, como refiere el mismo Buscardo al describir su estilo de

vida: “Éstos –los menores– rechazaban todo lo censurable de aquellos (los pobres lombardos): iban

realmente descalzos (no simulándolo), en verano como en invierno, y no recibían dinero ni otra cosa,

salvo el alimento o, todo lo más, la ropa necesaria, si alguien se la daba espontáneamente, pues nada

pedían a nadie. Ellos mismos, andando el tiempo, al darse cuenta de que a veces la fama de mucha

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Se demuestra en esta historia como en toda la vida y la propuesta de Francisco de Asís

su insobornable catolicidad, su sentido de comunión con la Iglesia Católica y en la Igle-

sia Católica. Es lo que le distingue y diferencia de los demás movimientos espirituales o

de propuestas que realmente son heréticas.

Sometidos en todo a la Sede Apostólica, he aquí la clave: Francisco pudo haber tro-

pezado en la misma piedra que otros contemporáneos suyos, cayendo en la arrogancia y

la vanagloria. No fue así por gracia de Dios y porque el obispo Guido de Asís tuvo su-

ficiente discernimiento y sabiduría desde el principio como para evitar el desastre y la

frustración. El mismo Francisco sabe reconocerlo y agradecerlo, diciendo a sus her-

manos: “El Señor nos ha llamado en ayuda de su fe y de los prelados y clérigos de

nuestra Madre la Santa Iglesia. Por eso debemos, en la medida de lo posible, amarlos

siempre y honrarlos y respetarlos. Los hermanos se llaman Menores porque, igual que

en el nombre, también sean humildes por la conducta y el ejemplo con todos los hom-

bres de este mundo. Porque al principio de mi conversión, cuando me separé de mi

padre carnal y del mundo, el Señor puso sus palabras en boca del obispo de Asís para

darme consejo y ánimo en el servicio de Cristo. Por esa razón y por otras muchas cua-

lidades eminentes que aprecio en los prelados, quiero amarlos, venerarlos y tenerlos

como señores míos; y no sólo a los obispos, sino también a los pobrecillos sacerdo-

tes”.80

humildad puede llevar a la vanagloria y de que existe el peligro de envanecerse ante Dios por motivo de

pobreza, como le ocurre a muchos, que mal la soportan, prefirieron llamarse Hermanos Menores, en

lugar de Pobres Menores, sometidos en todo a la sede apostólica”.

80

Mucho se ha escrito acerca de la elección que hiciera San Francisco para llamar a sus frailes hermanos

menores, pero hay que descartar en absoluto que hubiera de por medio una opción de clase en sentido

sociológico. Es cierto que en Asís, como en el resto de Italia por esos tiempos, existían dos clases so-

ciales, los minores (menores) o clase urbana comercial, a la que perteneció San Francisco, y los mayores

o nobles, poseedores de feudos y propiedades, a la que Francisco podía aspirar. Hasta el grado de

príncipe. Pero nada, ni en sus escritos ni en las demás fuentes, da a entender que fuese así lo referente a la

elección del nombre de Hermanos o Frailes Menores. Queda claro en cuanto pueda considerarse que San

Francisco eligió en clave evangélica, escogiendo el camino de la minoridad evangélica, como si hubiese

querido dar una lección no sólo a los más grandes y poderosos, sino también a quienes, llamándose

menores, aspiraban, por la riqueza y el poder, a ponerse a la altura de las clases feudales señoriales y

dominantes.

Dice fray Tomás de Celano que Francisco eligió el nombre de Menores al repasar la Regla que él

mismo había redactado, donde se decía: “Los hermanos sean menores”. Fue entonces cuando exclamó:

“Quiero que esta fraternidad se llame Orden de los Hermanos Menores”. En efecto, en varios capítulos

de la Regla de 1221, que parecen remontarse al texto primitivo, aparece el término menores, siempre con

una indiscutible raíz evangélica.

En efecto, se lee: “Ningún hermano tenga poder o dominio, y menos entre ellos; pues, como dice el

Señor en el evangelio: Los príncipes de los pueblos los dominan y los que son mayores ejercen poder

sobre ellos. No será así entre los hermanos. Todo aquel que quiera ser el mayor entre ellos sea su

ministro y servidor; y el que quiera ser el mayor entre ellos, que se haga el menor. Y ningún hermano

haga daño o hable mal de otro, sino, más bien, por la caridad del espíritu, se sirvan y obedezcan unos a

otros de buena gana. Y esta es la verdadera y santa obediencia de nuestro Señor Jesucristo”.

Y así hay más textos por el estilo.

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Y decía también Francisco: “La Orden de los Hermanos Menores es un pequeño re-

baño que el Hijo de Dios pidió al Padre en estos últimos tiempos, diciéndole: „Padre,

quisiera que me dieses un pueblo nuevo y humilde que se distinga, por su humildad y

pobreza, de todos los que le han precedido, y se conformen con tenerme solamente a

mí‟. Y el Padre se lo concedió. Por eso quiso el Señor que se llamen Menores, pues

ellos son ese pueblo que el Hijo pidió al Padre y del cual dice el evangelio: „No temáis,

mi pequeño rebaño, pues el Padre se ha complacido en daros el reino‟. Y también: „Lo

que hicisteis a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis‟. Cuando el

Señor habló así, se refería, sin duda, a todos los pobres de espíritu, pero, principal-

mente, predijo el nacimiento en su Iglesia de la Orden de los Hermanos Menores”.81

Llegó noviembre y pasó el emperador Otón IV del Sacro Imperio Romano Germánico

por Italia, cerca muy cerca de la fraternidad de los frailes menores, con toda pompa y

gentío, motivado todo por la coronación imperial. Pero Francisco no permitió que los

hermanos salieran a verlo, porque son frágiles y efímeras todas las grandezas de este

mundo… Le dijo a uno de los frailes que, si quería, fuera a anunciárselo. Y lo hizo.82

Y luego llegó la Navidad, 24-25 de diciembre, muy festiva y celebrada para Francisco

y sus frailes o hermanos. El 25 de diciembre de este año 1209, cayó en domingo. Fray

Morico preguntó a Francisco si había que ayunar.83

Francisco le respondió que en fies-

81

Como dato curioso y a resaltar, Angelo Clareno (franciscano de los fraticelli o espirituales, muerto en

1337) asegura que Francisco no quiso que su familia religiosa se llamase Orden de los Menores, sino

“Vida” de los Menores. Quién sabe de dónde sacó la noticia o si ésta tiene fundamento, pero lo cierto es

que en las dos versiones conocidas de la Regla, y en todos sus escritos, nunca aparece en San Francisco la

palabra Orden, sino Religión, Fraternidad o Vida, como cuando dice: “Esta es la vida del Evangelio”,

“Esta es la regla y vida de los hermanos”, “Si alguno quiere abrazar esta vida…”.

82

Efectivamente, el poder de Otón IV, además de no firmemente sustentado, fue del todo frágil y efí-

mero, del todo pasajero, acabando pronto depuesto. Lo vamos viendo en nuestros relatos.

83

Pasaba que San Francisco, además de contar con la cuaresma normal o propiamente dicha, había insti-

tuido la denominada cuaresma franciscana, del 1 de noviembre al 25 de diciembre, un tiempo fuerte de

ayuno y de oración para todos los franciscanos, es decir, un tiempo penitencial que San Francisco insti-

tuyó en la Regla como preparación a la gran fiesta del Nacimiento de Cristo: “Todos los hermanos ayu-

nen desde la fiesta de Todos los Santos hasta la Natividad del Señor” (San Francisco, Regla bulada 3, 5,

siendo Regla del año 1223).

“Penitentes de Asís” fue la denominación adoptada por el grupo de Rivotorto para responder a la pre-

gunta ¿Quiénes sois? No tardaron luego en escoger un nombre más incisivamente de inspiración evan-

gélica, que los distinguiera de los demás grupos de penitentes. Pero el compromiso penitencial quedaría

como programa básico de la vida evangélica y franciscana.

El sentido de la expresión hacer penitencia, usada frecuentemente por San Francisco se corresponde

fielmente al sentido bíblico de la metanoia, el cambio de vida por la penitencia-conversión. Según la

visión cristiana de San Francisco, los hombres viene a ser de dos tipos: los que hacen penitencia y se

convierten al Señor y los que no. Don de Dios y de la gracia de Dios (por eso orar), es también perseverar

en la penitencia, no olvidarse de ella, no dejar de hacerla. Hemos de vivir en un permanente estado de

conversión.

La predicación franciscana nació así como mensaje exclusivamente penitencial. Cuando alcanzaron el

número de ocho componentes, “Francisco los reunió a todos y, después de hablarles detenidamente del

reino de Dios, del desprecio del mundo, de la renuncia a la propia voluntad, del dominio de sí mismos,

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tas así, lejos de hacer penitencias, hasta las paredes han de comer en abundancia y hasta

hartarse de carne.84

los dividió en cuatro parejas y les dijo: Id, carísimos, de dos en dos por las diversas partes del mundo

y anunciad a los hombres la paz y la penitencia” (1 Cel 29).

84

De los primeros (doce) compañeros de San Francisco, los primeros frailes franciscanos, tenemos lo

que sigue, del documento Flor o Florecillas de San Francisco, que en su primer capítulo destaca o dice

así:

Primeramente se ha de considerar que el glorioso messer San Francisco, en todos los hechos de su vida,

fue conforme a Cristo bendito; porque lo mismo que Cristo en el comienzo de su predicación escogió do-

ce apóstoles, llamándolos a despreciar todo lo que es del mundo y a seguirle en la pobreza y en las demás

virtudes, así San Francisco, en el comienzo de la fundación de su Orden, escogió doce compañeros que

abrazaron la altísima pobreza.

Y lo mismo que uno de los doce apóstoles de Cristo, reprobado por Dios acabó por ahorcarse, así uno

de los doce compañeros de San Francisco, llamado hermano Juan de Cappella, apostató y, por fin, se

ahorcó. Lo cual sirve de grande ejemplo y es motivo de humildad y de temor para los elegidos, ya que

pone de manifiesto que nadie puede estar seguro de perseverar hasta el fin en la gracia de Dios.

Y de la misma manera que aquellos santos apóstoles admiraron al mundo por su santidad y estuvieron

llenos del Espíritu Santo, así también los santísimos compañeros de San Francisco fueron hombres de tan

gran santidad, que desde el tiempo de los apóstoles no ha conocido el mundo otros tan admirables y tan

santos. En efecto, alguno de ellos fue arrebatado hasta el tercer cielo, como San Pablo, y éste fue el her-

mano Gil; a otro, el hermano Felipe Longo, le fueron tocados los labios con una brasa, como al profeta

Isaías; otro, el hermano Silvestre, hablaba con Dios como lo hace un amigo con su amigo, como lo hacía

Moisés; otro volaba con la sutileza de su entendimiento hasta la luz de la sabiduría divina como el águila,

o sea, Juan Evangelista, y éste fue el humildísimo hermano Bernardo, que explicaba con gran profundidad

la Sagrada Escritura; otro fue santificado por Dios y canonizado en el cielo cuando aún vivía en la tierra,

y éste fue el caballero de Asís hermano Rufino.

Y así, todos se distinguieron por singulares señales de santidad, como se irá viendo seguidamente.

Realmente, como se indica en la primera anotación de Flor, “son once los compañeros de San Fran-

cisco que se le fueron juntando entre 1208 y 1209, antes de la aprobación pontificia de la „forma de

vida‟: Bernardo de Quintavalle, Pedro Cattani, Gil de Asís, Sabbatino, Morico, Juan de Cappella, Felipe

Longo, Juan de San Costanzo, Bárbaro, Bernardo de Vigilanzio y Ángel Tancredi. El número de doce lo

completaba Francisco, que nunca hubiera osado ocupar el lugar de Cristo entre sus „caballeros de la ta-

bla redonda‟”.

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SAN JUAN DE ACRE (PATRIARCADO DE JERUSALÉN)

Desde San Juan de Acre, residencia habitual de Alberto Avogadro, patriarca católico

de Jerusalén, que compuso la Regla para los Carmelitas, Orden religiosa que surgió y se

mantiene en el Monte Carmelo, encaminándose a este lugar,85

hizo dicho patriarca so-

lemne entrega de dicha Regla en este año 1209 a los frailes carmelitas.86

Les exhortó a

vivir plenamente el ideal de la Regla recibida: trabajar teniendo mucha vida de oración,

vida contemplativa desde la meditación de la Sagrada Escritura hecha vida.

85

Supuestamente (licencia por mi parte).

86

El lector puede ir a cuanto escribimos en el año 1204 (a modo de prólogo), donde encontrará más cum-

plido relato al respecto.

La Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo (más abreviada-

mente Orden de los Carmelitas) se originó sobre todo durante el siglo XII y se consolidó a comienzos del

XIII, partiendo de un grupo de ermitaños retirados en el Monte Carmelo, teniendo como referente al pro-

feta Elías y como identidad destacada la devoción a la Virgen María. En medio de las celdas eremíticas,

aquellos hombres piadosos construyeron una iglesia que dedicaron a la Virgen, venerándola como Nues-

tra Señora del Monte Carmelo (la Virgen del Carmen). Puede ir también el lector al Epílogo III.

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REINOS DE SUECIA Y NORUEGA

Murió en este año 1209 Margarita Eriksdotter, reina consorte y viuda del rey Sverre I

de Noruega (de la facción birkebeiner), muerto, como podemos recordar, en 1202. Era

hija del rey Eric IX de Suecia87

y de su esposa Cristina Bjørnsdatter.88

Cuando murió el rey Sverre I de Noruega, Margarita regresó a Suecia. Allí vivió en

sus posesiones reales, entre Värmland y Västergötlan. Contra su voluntad, hubo de dejar

a su hija Cristina Sverresdatter en Noruega, siendo retenida por el rey noruego Haakon

III.89

En dos ocasiones visitó Margarita Noruega tras haberse ido a Suecia. Estuvo en 1204,

acusada de haber dado muerte a Haakon III por envenenamiento (en la Navidad de

1203). Tratando de probar su inocencia, Margarita sometió al Juicio de Dios (ordalía) a

uno de sus sirvientes, consistiendo la prueba en cargar un hierro ardiente. El pobrecito

sirviente se quemó bastante, por lo que Margarita fue declarada culpable. Pero se escapó

y se refugió de nuevo en Suecia.

El motivo de volver de nuevo a Noruega, en este mismo año 1209, fue el de asistir a la

boda de su hija Cristina Sverresdatter con el nuevo rey de Noruega Felipe Simosson

(desde 1207), de la facción bagler.90

Margarita murió poco después de la boda, habiendo regresado a Suecia.

87

Eric el Santo, muerto en 1160 (se conmemora el 18 de mayo).

88

También fallecida, como su esposo, en 1160.

89

Quien no se sabe si era hijo o hijastro de Margarita.

90

Ya sabemos lo lioso que es el más que prolongado proceso de guerras civiles noruegas durante la Edad

Media. Las estamos relatando, resumidamente y lo mejor que podemos, con el complejo sucederse de

unos reyes sobre otros. De hecho Felipe Simonsson puede ser considerado pretendiente al trono (en su

totalidad) pero no pasa de reinar en Viken, en oposición a los reyes birkebeiner Inge II (1204-1217) y

Haakon IV (1217-1263).

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PRINCIPADO DE ACAYA

El principado de Acaya o de Morea91

resulta ser uno de los feudos o estados feudales

del Imperio Latino de Constantinopla surgido de la conocida cuarta cruzada (1198-

1204) reemplazando al Imperio Bizantino que se perpetuó durante siglos. El principado

de Acaya se convirtió (de momento) en vasallo del reino latino de Tesalónica, lo mismo

que el ducado de Atenas. Ya iremos contando el desenvolverse de los acontecimientos y

los giros que a todo hace dar la historia.

El Peloponesa en la Edad Media (Morea. Principado de Acaya)

91

Nombre medieval del Peloponeso, por parecerse su forma geográfica a una hoja de moral. Siempre fue

una península, hasta que pude calificarse de isla desde que se construyó el canal de Corinto (inaugurado

el 9 de noviembre de 1893).

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~ 45 ~

Acaya se fundó como principado latino en 1205 por Guillermo de Champlitte y Geo-

ffrey o Godofredo de Villehardouin, que emprendieron la conquista del viejo Pelopo-

neso en nombre de Bonifacio de Montferrato, rey de Tesalónica. Con una fuerza de no

más de 100 caballeros y 500 infantes, tomaron Acaya y Élide, y después de derrotar a

los griegos locales en la que queda como batalla del Olivar de Cunduros, se hicieron

dueños de Morea. La victoria fue decisiva, y después de la batalla toda resistencia de los

locales se limitó a unos pocos fuertes, que continuaron manteniendo. La histórica forta-

leza de Araklovon en Elis, fue defendida por Doxopatres Boutsaras.92

El principado de Acaya se dividió en doce baronías, que a su vez la forman varios

feudos, unidades territoriales y financieras. También se cuentan siete baronías eclesiás-

ticas, encabezadas por el obispo de Patras. Igualmente cuentan con extensas propie-

dades las órdenes militares (templarios, hospitalarios y teutónicos). Todo está también

muy militarizado.

Hemos de contar que en este año 1209 murió, a sus escasos 50 años de edad, el prín-

cipe de Acaya Guillermo I de Champlitte (y también su sobrino Hugo de Champlitte),

personajes ambos de la cuarta cruzada. Lo contamos.

Guillermo, que era el hijo segundo del vizconde de Dijon, Odón de Champlitte, y de

su esposa, Sibila de La Ferté, se había casado, en primeras nupcias, con Alais, la señora

de Meursault. Con el consentimiento de su esposa, donó propiedades a los cistercienses

de la abadía de Auberive en sufragio por el alma de su hermano menor, Hugo, que había

muerto en 1196. Después, habiendo enviudado, se casó con Isabel de Monte Saint-Jean,

un fracaso de matrimonio (acabaron cada uno por su lado en 1199).

Guillermo y su hermano Odón de Champlitte se enrolaron juntos en la cuarta cruzada,

tomando la cruz en Císter, en septiembre del año 1200. Guillermo fue uno de los redac-

tores y firmantes de la carta de abril de 1203 dirigida al Papa Inocencio III, que había

excomulgado a toda la expedición de la cruzada por haber ocupado Zara, siendo los

otros firmantes los condes Balduino IV de Flandes (luego emperador Balduino I de

Constantinopla, muerto ejecutado en 1205), Luis I de Blois (muerto también ejecutado

en 1205) y Hugo IV de Saint Pol (también muerto en 1205, de gota). Todos ellos pidie-

ron al Papa que no castigara al marqués Bonifacio de Montferrato, jefe reconocido de la

cruzada, con el fin de preservar la integridad y la autoridad de la expedición, rete-

niéndose la publicación de la bula pontificia de anatema.

Como sabemos, los cruzados tomaron Constantinopla en abril de 1204, recibiendo

Balduino el trono imperial (coronado con todo ceremonial el 16 de mayo de 1204).

Guillermo de Champlitte se unió a Bonifacio de Montferrato, que se convirtió en rey de

Tesalónica, vasallo del emperador latino. Según la Partitio terrarum imperii Romaniae

(Participación o reparto del Imperio Bizantino), que fue un tratado concluido y firmado

por todos los dirigentes de la cuarta cruzada, la República de Venecia recibía el derecho

de ocupar, entre otros territorios, la mayoría de los de Morea o el Peloponeso.

A principios del año 1205, Godofredo de Villehardouin, uno de los viejos amigos de

Guillermo de Champlitte, se llegó al campamento de Bonifacio de Tesalónica, en Nau-

92

Soportando ataques hasta 1213.

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~ 46 ~

plia. Godofredo había ocupado anteriormente algunas partes de Mesenia (suroeste de

Morea) y persuadió al rey de una cosa: que aunque la parte noreste del Peloponeso

estaba ofreciendo resistencia en el resto de la península, ésta podría ser fácilmente con-

quistada. Godofredo también ofreció compartir el territorio con Guillermo. Bonifacio

nominó entonces a Guillermo para que mantuviera el Peloponeso como feudo. Godo-

fredo de Villehardouin rindió luego homenaje a Guillermo y los dos, con un centenar de

caballeros que les había dado el rey, además del séquito personal de cada jefe, se lan-

zaron a conquistar el resto de la península, no resultándole apenas costoso.

Desde Nauplia, Guillermo y Godofredo de Villehardouin hicieron su camino hacia el

norte, hasta Corinto, y de allí a lo largo de la costa del golfo hasta Patras, donde toma-

ron ciudad y castillo. Luego continuaron por la costa hasta Andravida, donde los arcon-

tes locales y la población salieron a su encuentro, con clérigos llevando sus cruces y sus

iconos. Los griegos hicieron una reverencia a Guillermo como su nuevo gobernante. La

caída de Andravida también significó la fácil ocupación de Elis. Dondequiera que Gui-

llermo no encontraba resistencia, reconocía los derechos de los griegos con sus tierras,

costumbres y privilegios.

Los conquistadores encontraron su primer obstáculo serio en Arcadia, en la fortaleza

de Ciparisia, ya que no estaban preparados para tomarla. Los cruzados continuaron

hasta Modona,93

pero los nativos de Nikli, Veligosti y Esparta, junto con algunos de los

eslavos melingos del monte Taigeto y los montañeses de Maina, formaron un ejército

para oponerse a su avance. La resistencia pronto se unió a un tal Miguel.94

Guillermo

rápidamente fortificó Modona y se preparó para enfrentarse con los griegos. La batalla

que decidió el futuro de Acaya se libró en la que ya hemos mencionado como del Olivar

de Cunduros (verano de 1205). Allí los cruzados, mejor armados y disciplinados, consi-

guieron una victoria aplastante sobre las más numerosas fuerzas griegas. Miguel huyó

del campo de batalla y Guillermo en poco tiempo ocupó Coron,95

Kalamatay o Kala-

mata y Ciparisia.

Aunque no todos los territorios resultaran invadidos por completo (por ejemplo León

Esguro aún mantenía su Acrocorinto, Argos y Nauplia),96

en el otoño de 1205 ya era

Guillermo príncipe de Acaya, derivada la denominación por la región noroeste de la

península, una de las primeras regiones que los cruzados habían sometido. Pero el título

significaba el dominio de toda Morea o Peloponeso. El 19 de noviembre de 1205, el Pa-

pa Inocencio III, en una carta a Tomás Morosini, el nuevo patriarca latino de Constanti-

nopla, se refirió a Guillermo como princeps totius Achaiae provinciae (príncipe de toda

la provincia de Acaya).

93

Actual Methoni.

94

Miguel I Comneno Ducas, según la mayoría de los historiadores, fue el fundador y primer gobernante

del principado o despotado de Epiro, desde 1205 hasta su muerte en 1215.

95

Actual Koroni.

96

Contábamos el final de Esguro en 1208.

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~ 47 ~

Sin embargo, los venecianos, con el fin de asegurarse el control de los puertos claves

entre Italia y Constantinopla, exigieron que sus derechos otorgados en el tratado de par-

tición de 1204 fueran reconocidos. A principios de 1206 ocuparon Modona y Coron, y

expulsaron a las guarniciones francas. En 1208 Guillermo se enteró de la muerte de su

hermano Luis en Borgoña y decidió regresar a Francia para reclamar las tierras de su

familia. Dejó a Godofredo de Villehardouin como bailío97

o funcionario administrativo

de Acaya hasta que su sobrino Hugo de Champlitte llegara a relevarle. Guillermo, sin

embargo, murió en Apulia mientras se encaminaba a casa, a Francia. Y Hugo de Cham-

plite, el sobrino, que también se había metido a cruzado, y ayudó a su tío en la conquista

de Corinto y su entorno, también murió en este año 1209. Godofredo de Villehardouin

sigue al frente del principado de Acaya por el momento y como príncipe a todos los

efectos.98

97

Especie de valido o virrey.

98

En mayo de 1209, Godofredo fue al parlamento que el emperador latino Enrique I había convocado

en Ravennika (Grecia) para asegurar al emperador su lealtad. El emperador lo nombró príncipe de Acaya,

e inmediatamente lo hizo vasallo imperial. Además, Enrique también nombró a Godofredo senescal (fun-

cionario decano) del Imperio Latino.

La Crónica de Morea (del siglo XIV) narra que Godofredo sólo se convirtió en príncipe de Acaya algún

tiempo después, debido a que el sobrino de Guillermo, Roberto, tenía de plazo un año y un día para viajar

al Peloponeso y reclamar su herencia. Según la historia, toda clase de artimañas se utilizaron para causar

demoras en el viaje de Roberto hacia el este, y cuando finalmente llegó al Peloponeso, Godofredo siguió

moviéndose de un lugar a otro con los caballeros principales, hasta que el tiempo hubo pasado. Godo-

fredo realizó una asamblea que declaró que el heredero había perdido sus derechos y eligió a Godofredo

príncipe hereditario de Acaya.

Sin embargo, Godofredo hizo un pacto con los venecianos en junio de 1209 en la isla de Sapientza. Se

reconoció a sí mismo como vasallo de la República de Venecia, de todas las tierras que se extendían des-

de Corinto hasta la bahía de Navarino. Godofredo I también ofreció a Venecia el derecho al libre comer-

cio a lo largo de su principado. Según el tratado, él y sus sucesores también recibirían la ciudadanía ve-

neciana, siendo propietarios de una vivienda en Venecia, y el presente de la República con tres paños de

seda al año, uno por el dux y dos por la Basílica de San Marcos.

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SEDE DE LA ORDEN DEL TEMPLE (LIMASOL, CHIPRE)

El Papa Inocencio III tiene muy clara también su jurisdicción o autoridad sobre los

templarios, ahora con su sede central en Limasol, reino de Chipre.99

Viene a encabe-

zarse así, justificadamente como se verá enseguida, la noticia que se da ahora: que ha

muerto, el 12 de noviembre de este año 1209,100

Philippe du Plaissis, Gran Maestre de

la Orden del Temple, que hace el número décimo tercero en este encumbrado y po-

deroso cargo.101

Ingresó en la Orden del Temple en 1189, cuando la tercera cruzada

(1187-1191), siendo elegido Gran Maestre en 1201.102

Desde el comienzo de su mandato se vio enfrentado al rey de la Pequeña Armenia o

Reino Armenio de Cilicia,103

León I (1187-1219), pues éste se había apoderado de una

fortaleza templaria situada en el principado de Antioquía. Tras gestionar la causa el Pa-

pa Inocencio III, los templarios salieron perdiendo, siendo expulsados de la Pequeña

Armenia con sus bienes confiscados y pérdida de tierras.

99

Jerusalén había sido la sede fundacional y central de la Orden de Caballeros del Temple desde un

primer momento (1118 ó 1119) y así se mantuvo hasta que los cristianos fueron expulsados de la ciudad

tras haberse apoderado de ella Saladino en 1187. Jerusalén era la sede central de la Orden del Temple

hasta que hubo de trasladarse, como el reino de Jerusalén, al reino de Chipre, estableciendo casa en Li-

masol. Las otras casas europeas (como Francia, España, Portugal, Italia, Inglaterra) siempre estuvieron

ligadas o vinculadas a la casa de Jerusalén, siendo el cometido de las mismas aportar caballeros e ingresos

a la Orden a fin de que ésta los empleara en recuperar y mantener los Santos Lugares. En los momentos

en que estamos del siglo XIII ya se va notando, poco a poco incrementado, el poderío destacado de la

Casa del Temple en París, Francia.

La Orden depende directamente del Papa, tal como se recoge en la bula Omne datum optimum (29 de

marzo de 1139), del Papa Inocencio II (1130-1143) dirigida al gran maestre Robert de Craon (1136-

1147): “Ninguna casa, excepto aquella en la que vuestro Orden se estableció en un principio, debe ser

dueña y soberana”.

100

No sabemos dónde, ni cómo, etc.

101

Era procedente de Anjou (Plessis-Macé, Francia).

102

Su elección como Gran Maestre al frente de la Orden de los Caballeros Templarios fue entre los me-

ses de enero y marzo de 1201, sucediendo a Gilbert Hérail (1193-1200), ya que uno de sus primeros actos

como Gran Maestre fue la firma de un acuerdo con la Orden del Hospital tratándose del riego de tierras y

el uso de los molinos que las dos Órdenes poseían en el condado de Trípoli (llevando la fecha del 17 de

abril de 1201).

103

Independiente más o menos entre los años 1078-1375 en torno a Cilicia (Turquía), formado por arme-

nios refugiados tras la invasión selyúcida de Armenia. Fue un buen aliado de los cruzados europeos.

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~ 49 ~

En 1201, año de la elección de Philippe du Plaissis como Gran Maestre, hubo gran

epidemia de peste primero en Egipto y seguidamente en Siria. Y en 1202 se produjeron

fuertes terremotos sobre todo en Siria. Dadas las circunstancias, para la mejor recupe-

ración al respecto (por sentido humanitario) la cosa más necesaria era la paz. Philippe

du Plaissis negoció una tregua con los musulmanes, en la cual rechazó asociar a los ca-

balleros teutónicos (alemanes). De otra parte, los templarios rechazaron también a los

hospitalarios cuando éstos negociaron también una tregua con los musulmanes. Ante

tanto conflicto y lío interno o de unas órdenes militares contra otras, intervino arbitran-

do lo mejor que pudo el Papa.

Muy a su estilo, Inocencio III sacó a relucir la bula Omne datum optimun de Inocencio

II. El Papa Inocencio III, a 1 de febrero de 1205 enarbola una confirmación de la bula,

de tal manera que se producen grandes y constantes quejas de obispos y príncipes contra

los templarios. No obstante, o además, en 1208 Inocencio III se dirige a Philippe du

Plaissis recordándole que la obediencia es uno de los tres votos que pronuncia un tem-

plario al ingresar en la Orden y que no cumplir el voto le convierte en apóstata. Pero

parece ser que la amonestación pontificia no le afectó demasiado a Philippe du Plaissis,

sintiéndose muy seguro y respaldado por una Orden que recluta a muy numerosos caba-

lleros y que sigue enriqueciéndose con cuantiosas donaciones y mediante unas muy sa-

neadas finanzas.

En el registro obituario de Reims quedó registrada la muerte de Philippe du Plaissis en

el 11 de los idus de noviembre, correspondiente al 12 de noviembre de este año 1209.104

104

A Philippe du Plaissis le sucederá, ya en 1210, Guillaume de Chartres.

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VILJANDI (LIVONIA) CUARTELES DE LOS HERMANOS

LIVONIOS DE LA ESPADA

De la Orden de los Hermanos Livonios de la Espada, Fratres militiae Christi, Frater-

nidad del Ejército de Cristo (y otras nomenclaturas por el estilo, como cruzados bál-

ticos), a la que nos referimos “cuando toca”,105

y que está basada prácticamente en los

estatutos o reglamentación de los templarios (o una variante de los teutónicos), hemos

de contar (o notificar) en este año 1209 la muerte de su Gran Maestre (Herrmeister), el

primero de la Orden: Wenno von Rohrbach.106

Se hizo cargo de la Orden como Gran

Maestre en 1204, siendo así este año el quinto de su gobierno, gestión o dirección.

Era de procedencia alemana, nacido en Kassel.107

Y ha muerto malamente, de un ha-

chazo cuando mantenía una trifulca y pelea con un caballero llamado Wickbert, sin que

se sepa qué motivó tan combativa riña. Lo que sí se sabe es que el caballero fue con-

denado a muerte y acabó ejecutado. A Wenno lo enterraron, sucediéndole como se-

gundo Gran Maestre en la Orden Militar de los Livonios de la Espada Volquin Schenk.

Ya veremos su desenvolverse o lo que tengamos que contar.

105

Contando con que la fundó un obispo de Livonia, que es un territorio que actualmente se corresponde

con territorios de Estonia y de Letonia, al norte de Europa. Bueno, la Orden fue fundada en 1202 por el

obispo de Riga (príncipe-obispo de Livonia) Alberto de Buxhoeveden, siendo sus componentes monjes,

guerreros y (teóricamente) vasallos del obispo-príncipe. O sea, con perdón, un lío o algo raro de co…

106

Conocido también como Winno, Vinno y Winne.

107

En la región de Hesse.

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EPÍLOGO I

LA PORCIÚNCULA

(Por Fernando Uribe, O. F. M.)108

Los datos que hoy poseemos sobre los orígenes de la capilla de la Porciúncula tienen

un cierto carácter legendario y constituyen lo que podríamos denominar “la prehisto-

ria” de la Porciúncula. Según la leyenda, a mediados del siglo IV llegaron a Italia cua-

tro peregrinos procedentes de Jerusalén con una reliquia de la tumba de la Virgen. De-

seosos de llevar una vida eremítica, se dirigieron a la llanura de la Umbría por recomen-

dación del Papa Liberio (352-366), en donde edificaron una pequeña capilla dedicada a

Santa María de Josafat. Agrega la leyenda que a comienzos del siglo VI el mismo San

Benito vino a fundar un monasterio en este lugar.

A mediados del siglo XI ya se encuentra un documento109

que habla del lugar donde

se halla la capilla, pero es necesario esperar hasta la mitad del siglo XII para encontrar

el primer documento que se refiera a la capilla como tal. Se trata de una bula del Papa

Eugenio III (1145-1153), en donde aparece la capilla enumerada entre las posesiones

del monasterio de San Benito del monte Subasio. En el mismo sentido fue mencionada

en otras bulas de los Papas Alejandro III (1159-1181), Gregorio VIII (1187) e Inocencio

IV (15 de marzo de 1244).

El examen que se ha hecho de la estructura arquitectónica de la iglesia y del material

empleado para su construcción, permite deducir que ésta no pudo haber sido hecha antes

del siglo X. Junto a ella existió una pequeña edificación conventual cuyo origen tam-

bién se desconoce y cuya destinación fue probablemente la de albergar a algún monje

eremita o custodio de la iglesita.

No se sabe cuándo fueron abandonadas las dos edificaciones. Lo cierto es que a co-

mienzos del siglo XIII ambas estaban semiderruidas. Cuando las primitivas fuentes

franciscanas se refieren a la capilla, precisan que había sido “construida antiguamente”

(antiquitus constructa). Los documentos la identifican como “Santa María de la Por-

ciúncula” por sus exiguas dimensiones (“porcioncita”), y al lugar circundante lo lla-

man el “cerretto della Porziuncola” para referirse al bosque que estaba cerca de ella.

En el año 1207 (ó 1208) Francisco reconstruye la iglesita y adapta una pequeña habi-

tación, probablemente sirviéndose de las ruinas de la antigua casa de los monjes. Es lo

que los primitivos biógrafos llamarán “la casita” (o casucha, “domuncola”). Allí lle-

gan sus primeros compañeros, quienes habitan ordinariamente en cabañas construidas

108

Fernando Uribe, O.F.M. (1990): Santa María de los Ángeles: La Porciúncula, en Idem, Por los cami-

nos de Francisco de Asís. Notas para el itinerario por los lugares franciscanos, Oñate (Guipúzcoa), Ed.

Franciscana Aránzazu, pp. 77-91.

109

actualmente en los Archivos de la Catedral de San Rufino, en Asís.

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~ 52 ~

de caña y barro. Como se verá oportunamente, los principales acontecimientos de su

vida y los de la Fraternidad, están ligados a este lugar.

Hacia el año 1210 Francisco obtiene oficialmente de Teobaldo, abad benedictino del

monte Subasio, el permiso para ocupar indefinidamente la Porciúncula.

Alrededor del año 1220, el Común de Asís construyó la primera habitación sólida para

los hermanos detrás de la capilla; sus cimientos fueron descubiertos recientemen-

te. Después de la muerte de Francisco y con el correr del tiempo, se añadieron varias

construcciones alrededor de la iglesita, entre las cuales hoy quedan todavía trazos de un

coro para la oración de los hermanos, adosado al ábside, y una capilla a la derecha. Se

afirma que hubo otras capillas, incluyendo una sobre el techo, comunicada por un agu-

jero todavía visible; pero, si creemos que Tiberio de Asís pintó fielmente lo que existía

en el año 1518 (capilla de las rosas), sobre la Porciúncula sólo había un segundo techo

para protegerla.110

En la primera mitad del siglo XV fue ampliado el convento lo mismo que otros ora-

torios alrededor del núcleo inicial.

Sólo a mediados del siglo XVI se emprenden las obras de gran envergadura que hoy

observamos y que responden a un plan orgánico y específico: por una parte la construc-

ción de un templo capaz de proteger la preciosa reliquia de la Porciúncula y de albergar

a la multitud de peregrinos y devotos; por otra parte, construir un convento (terminolo-

gía de la época), que pudiera albergar a los numerosos hermanos, especialmente durante

los Capítulos Generales.

La primera piedra de la nueva basílica fue colocada por el obispo de Asís, Felipe Geri,

el 25 de marzo de 1569. Los trabajos se emprendieron con el apoyo del Papa dominico

San Pío V (1566-1572), pero tuvieron una lenta ejecución de más de un siglo. En efecto,

la obra principal del templo sólo fue concluida en 1679, en tanto que la torre se cons-

truyó entre 1678 y 1684. Durante este tiempo varios arquitectos intervinieron en la di-

rección de las obras, pero se puede afirmar que todos respetaron el proyecto inicial del

arquitecto perusino Galeazzo Alessi.

El terremoto del año 1832 arruinó gran parte de la basílica, dejando intacta la cúpula

que protege la capilla. Cuatro años más tarde, un breve del Papa Gregorio XV (26 de

febrero de 1836) ordena comenzar la reconstrucción encomendada a Luis Poletti, quien

la concluyó en 1840. Este arquitecto cambió la fachada primitiva por una de estilo neo-

clásico.

Con motivo del séptimo centenario de la muerte de San Francisco, el frontis de la ba-

sílica sufrió un cambio sustancial con la construcción del pórtico neobarroco que hoy

observamos, diseñado por el arquitecto César Bazzani.

Finalmente, entre los años 1966 y 1970 se hicieron los trabajos de construcción de la

cripta debajo del presbiterio, los cuales pusieron a la luz los cimientos de las primitivas

construcciones; estos trabajos se hicieron gracias al patrocinio del Ministro General Fr.

Constantino Koser.

110

La afirmación que hacen algunos sobre la existencia de una iglesia de estilo gótico y con planta en

cruz griega construida sobre la Porciúncula en tiempos del Papa Nicolás IV (1288-1292), no tiene ningún

fundamento histórico.

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La basílica se levanta frente a una extensa plaza diseñada por G. Nicolosi. En su as-

pecto exterior merecen destacarse cuatro elementos:

1) El frontis, concebido como un inmenso portal de estilo barroco con varias entra-

das, de las cuales la central se eleva considerablemente en forma de arco. El cuer-

po central termina en un tímpano sobre el cual se yergue una estatua de la Virgen

en bronce dorado, obra de Guillermo Colassanti (1930). Las puertas de nogal fue-

ron elaboradas por B. Barbetti de Siena en 1892. En los extremos laterales, a la

izquierda, una reproducción de la imagen de San Francisco que se encuentra en la

Capilla del Tránsito, donada por las provincias de España (1926), y a la derecha, la

imagen de Santa Clara donada por la señora Marina Fellowes (1926).

2) La gran cúpula de proporciones armoniosas, apoyada sobre una base poligonal.

3) El campanario de estilo barroco.

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4) La fuente de los 26 chorros construida en 1610, regalo de la familia Medici, cuyo

escudo se repite a lo largo de toda ella como adorno.

En el lado derecho del pórtico de la basílica fue colocado (el 2 de agosto de 1989) un

altorrelieve que representa al Papa Juan Pablo II, quien acoge, dentro de la Porciúncula,

a los jefes de las religiones de todo el mundo el 27 de octubre de 1986, durante la cele-

bración de la Jornada Mundial de la Paz. Es obra de Franco Biasia con la colaboración

de Romeo Sandrini.

El interior de la basílica está compuesto por tres naves separadas por pilastras, el pres-

biterio cerrado por un ábside semicircular, y el transepto, en el centro del cual se en-

cuentra la capillita de la Porciúncula. El espacio arquitectónico es amplio y luminoso.

Su decoración se inscribe en el orden dórico (metopas, triglifos, capiteles). Los pena-

chos de la cúpula fueron pintados por Francisco Apiani de Ancona en 1757 y represen-

tan cuatro escenas diferentes: San Francisco fundador de la Orden, los Benedictinos le

ceden la Porciúncula, Santa Clara recibe el hábito, San Buenaventura escribe la vida de

San Francisco.

En el brazo derecho del transepto se encuentra el altar de San Pedro liberado de las

cadenas, obra de Juan Reinhold (1675). Alrededor de las naves laterales hay diez capi-

llas decoradas en estilo barroco, con cuadros de varios pintores del siglo XVIII (Sermei,

Pomarancio, Marinelli, Maggeri, Ciburi, Croce, Giorgetti). De todas ellas llamamos la

atención sobre dos motivos iconográficos de interés: en la capilla de la Navidad (5ª de la

derecha), fijarse en el cuadro de la procesión del velo de la Virgen, pintado por Poma-

rancio, en el cual se puede observar cómo era el frontis de la basílica antes del terremoto

de 1832. En la capilla dedicada a la Virgen del Rosario (al frente de la anterior) hay un

cuadro pintado por Muratori que representa a San Pío V, que aprueba el plano de la

basílica presentado por Galeazzo Alessi.

El presbiterio adquirió un gran realce después de la construcción de la cripta. La si-

llería fue tallada en madera por varios frailes en el siglo XVII. El altar mayor y los dos

ambones, hechos en mármol travertino, están adornados con estatuas y bajorrelieves en

bronce de buena factura, obra del escultor Enrico Manfini (1968).

Recientemente (1986) se ha habilitado la Capilla de la Reserva Eucarística con una

estupenda talla del siglo XVIII en madera dorada, que se encontraba como expositor an-

tiguamente en la basílica de Santa Clara.

Cobijada por la gran cúpula, la capilla de la Porciúncula constituye el principal centro

de interés de la basílica. Sus dimensiones son exiguas. Ocupa un pequeño rectángulo de

4 por 7 metros, pero ese reducido espacio es el núcleo que ha dado origen al gran con-

junto arquitectónico que lo circunda y al complejo urbanístico que crece a su alrededor.

Su aspecto exterior original de piedras rústicas ha sido modificado varias veces a lo

largo de los siglos como fruto del amor y la devoción de sus custodios: ángeles, cande-

labros, torrecitas, mosaicos, frescos... El frontis ha recibido cuatro frescos en épocas di-

ferentes: uno del año 1492, el segundo pintado por El Alumno en el siglo XV (tal vez el

reproducido por Tiberio de Asís), el tercero pintado por Martinelli (1638), y el actual,

pintado por Federico Overbeck en 1830, bastante criticado. Representa a San Francisco

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que obtiene de Cristo por intercesión de María el perdón de la Porciúncula.111

Hay dos

inscripciones. La de arriba dice: “Acepto tu petición, Francisco” (Petitionem tuam,

111

Recoge y cuenta Doña Emilia de Pardo Bazán (1851-1921) en su Vida de San Francisco que una

noche, en el monte cercano a la Porciúncula, ardía Francisco de Asís en ansias de la salvación de las

almas. Un ángel le ordeno bajar del monte a su Santa María de los Ángeles. Allí vio a Jesucristo, a su Ma-

dre y a multitud de espíritus. Oyó la voz de Jesús: – Pues tantos son tus afanes por la salvación de las

almas, pide, Francisco, pide. Francisco pidió una indulgencia plenaria, que se ganase con sólo entrar con-

fesado y contrito en aquella capilla de los Ángeles. – Mucho pides, Francisco, pero accedo contento.

Acude a mi Vicario, que confirme mi gracia. Al alba, tomo el camino de Perusa, acompañado de Maseo

de Marignano. Estaba en Perusa el Papa Honorio III. – Padre Santo –dijo Francisco, en honor de María he

reparado una iglesia; hoy vengo a solicitar para ella indulgencia. Dime cuantos años e indulgencias pides.

– Padre Santo –replico Francisco–, lo que pido no son años, sino almas. No puede conceder esto la Iglesia

–objeto el Papa–. – Señor –replico Francisco–, no soy yo, sino Jesucristo, quien os lo ruega. En esta frase

hubo tal calor, que ablandó el ánimo de Honorio, moviéndole a decir: – Me place, me place, me place

otorgar lo que deseas. Y llamó a Francisco: – Otorgo, pues, que cuantos entren confesados en Santa María

de los Ángeles sean absueltos de culpa y pena; esto todos los años perpetuamente, mas sólo en el espacio

de un día natural. Bajó Francisco la cabeza en señal de aprobación, y sin despegar los labios salió de la

cámara. – ¿Adónde vas, hombre sencillo? –gritó el Papa–. Me basta –respondió Francisco– lo que oí; si la

obra es divina, Dios se manifestara en ella. Sirva de escritura la Virgen, Cristo el notario y testigos los

ángeles. Y se volvió de Perusa a Asís. Llegando a Collestrada, se desvió de sus compañeros para

desahogar su corazón en ríos de lágrimas; al volver de aquel estado de plenitud y de gozo, llamó a Maseo

a voces: ¡Maseo, hermano! De parte de Dios te digo que la indulgencia que obtuve del Pontífice está con-

firmada en los cielos.

El tiempo corría luego sin que Honorio autorizara la indulgencia; el retraso atribulaba a Francisco. En

una fría noche de enero se encontraba abismado. Impensadamente pensó que obraba mal, que faltaba a su

deber trasnochando y extenuándose a fuerza de vigilias, siendo un hombre cuya vida era tan esencial para

el sostenimiento de su Orden. Pensó que tanta penitencia pararía en enflaquecer y perder su razón, y le

entró congoja.

Para desechar esta tentación, nacida del cansancio de su cuerpo, se levantó, y se arrojo sobre una zarza,

revolcándose en ella. Manaba sangre de su piel, y se cubría el zarzal de rosas, como las de mayo. Fran-

cisco se encontró rodeado de ángeles que cantaban a coro: – Ven a la iglesia; te aguardan Cristo y su

Madre. Francisco se levantó transportado y caminó luminoso. Sobre su cuerpo veía Francisco un vestido

transparente como el cristal. Tomó de la zarza florida doce rosas blancas y doce rojas, y entro en la

capilla. Allí estaban Cristo y su Madre, con innumerables ángeles.

Francisco cayó de rodillas. María se inclino hacia su hijo, y este hablo así:

– Por mi madre te otorgo lo que solicitas; y sea el día aquel en que mi apóstol Pedro, encarcelado por

Herodes, vio milagrosamente caer sus cadenas (1 de agosto). Ve a Roma; notifica mi mandamiento a mi

Vicario; llévale rosas de las que han brotado en la zarza; yo moveré su corazón.

Francisco se levantó, fue a Roma con Bernardo de Quintavalle, Ángel de Rieti, Pedro Catáneo y fray

León, la ovejuela de Dios.

Se presentó al Papa llevando en sus manos tres rosas encarnadas y tres blancas de las del prodigio.

Intimó a Honorio de parte de Cristo que la indulgencia había de ser en la fiesta de San Pedro ad Vincula.

Le ofreció las rosas, frescas y fragantes. Se reunió el Consistorio, y ante las flores que representaban en

enero la primavera, fue confirmada la indulgencia.

Escribió el Papa a los obispos circunvecinos de la Porciúncula, citándoles para que se reunieran en Asís

el primer día de agosto, a fin de promulgar la indulgencia solemnemente. En el día convenido apareció

Francisco en un palco con los siete obispos a su lado, y pronuncio una plática ferviente sobre la indul-

gencia. Los obispos se indignaron, y cuando el obispo de Asís se levanto resuelto a proclamar la indul-

gencia por diez años solos, en vez de esto repitió las palabras de Francisco; unos después de otros, repro-

dujeron los obispos el primer anuncio.

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Francisce, admitto), y la de abajo: “Esta es la puerta de la vida eterna” (Haec est porta

vitae aeternae). El frontis actualmente está coronado por un pequeño templete de estilo

gótico que albergó hasta hace poco una imagen de la Virgen con el Niño, que se re-

monta a los primeros años del siglo XV.

Con el tiempo, la multitud que acudía a Asís a lucrar la indulgencia era enorme. El jubileo determinaba

una suspensión de discordias y luchas: la tregua de Dios. Sitiado Asís por las tropas de Perusa, el día 2 de

agosto se interrumpió el ataque, para que los peregrinos pudieran entrar en la villa y obtener la indul-

gencia. Gregorio XV (1621-1623), hizo extensivo el jubileo de la Porciúncula a todas las iglesias fran-

ciscanas del mundo. Según Fray Panfilo de Magliano, la indulgencia fue concedida el año 1216, y fue en

1217 la proclamación solemne del perdón de la Porciúncula por siete obispos. La víspera del solemne día

llamaba a los fieles la Campana de la Predicación; se cubría el campo de toldos y enramadas y acampaban

al raso los peregrinos. Al lucir el nuevo sol se verificaba la ceremonia de la absolución, descrita por

Dante, en el canto IX del Purgatorio.

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El costado derecho conserva los vestigios de una de las capillas adosadas a la Porciún-

cula y los fragmentos de un fresco del siglo XV con las figuras de San Bernardino y la

Virgen con el Niño y otro santo. La puerta lateral fue abierta en el siglo XIV. Sus am-

plias dimensiones, en desproporción con las de la capilla, se deben a la necesidad de dar

salida a las grandes multitudes que entraban por la nave central, también desproporcio-

nada, y salían por ésta. En este lado se conserva uno de los documentos epigráficos más

antiguos de la Orden: la lápida de la tumba de Pedro Catáneo, muerto el 10 de marzo de

1221: “Anno Domini 1221 septimo calendis martii corpus Fratris Petri Catanii qui hic

requiescit migravit ad Dominum. Animam cuius benedicat Dominus. Amen”.112

Dice una curiosa leyenda que muy pronto después de la muerte de fray Pedro, afluye-

ron los devotos en gran número a venerar la tumba del buen hermano, por causa de los

milagros que obtenían mediante su intercesión; hasta tal punto que llegaron a perturbar

la vida de oración y recogimiento de los hermanos. Por eso agrega la leyenda que San

Francisco le ordenó que no hiciera más milagros; que fuera tan obediente en la muerte

como lo había sido en la vida. Desde aquel momento el difunto hermano Pedro obede-

ció.

En la pared posterior se observa un fresco mutilado, atribuido a Andrés de Asís, que

representa la Crucifixión. El fresco cubría una de las paredes del coro que los frailes te-

nían aquí en el siglo XVI. Lo que resta de este fresco nos da una idea de las dimen-

siones originales del mismo y de la amplitud del coro.

El interior de la Porciúncula conserva todavía la frescura de su mística simplicidad

primitiva, con sus piedras bruñidas y patinadas por el tiempo. Su único adorno consiste

en el retablo que cubre la pared del fondo y que tiene como figura central una piadosa

Anunciación y, en la parte superior, el milagro de la Porciúncula. En el lado derecho:

Francisco entre dos ángeles y Francisco en el rosal; a la izquierda, Francisco que ob-

tiene la confirmación del perdón y Francisco que promulga la indulgencia. En la parte

baja hay una inscripción con caracteres góticos que, traducida literalmente, dice: “Hizo

pintar este retablo fray Francisco de Sangemini, con las limosnas recogidas en el año

del Señor 1393. La obra fue iniciada en el mes de agosto y terminada en noviembre,

mientras por estas partes amenazaban guerra y carestía. La pintó el sacerdote Hilario

de Viterbo”. Hasta ahora no se conocen otras pinturas de Hilario Zacchi de Viterbo.

Este lugar sereno y recogido, escenario de tantos momentos culminantes de la vida del

Pobre de Asís, bien merecen unos momentos de oración silenciosa, guiados por la me-

moria de María, la Madre de Jesús.

En el lugar en que se encuentra esta Capilla se encontraba la celdita en que murió

Francisco. En sus muros, parcialmente descubiertos, se pueden observar los restos de

una edificación anterior, probablemente la antigua habitación benedictina. El fresco que

cubre la pared externa, motivo de severas críticas, fue pintado en 1886 por Domenico

Bruschi; representa la muerte de Francisco.

112

En el año del Señor 1221, el 10 de marzo, el cuerpo del hermano Pedro Catáneo, que reposa aquí,

pasó al Señor. El Señor bendiga su alma. Amén.

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El interior fue transformado en capilla después de la muerte del Santo y sus paredes

cubiertas con frescos que representan a varios santos y beatos franciscanos, pintados por

Juan di Pietro, llamado España, hacia el año 1516. Una hermosísima estatua en cerá-

mica esmaltada de Andrea della Robbia (hacia el año 1490), famosa por su expresión de

dulce melancolía, preside el altar desde un nicho. Según la tradición, la puertecita de la

izquierda se conserva desde el tiempo de San Francisco. En el centro del altar hay un

relicario con un cordón que usó el Santo.

Las excavaciones hechas habilitaron un espacio suficientemente amplio, capaz de de-

jar al descubierto parte de los restos arqueológicos de la primitiva construcción y de al-

bergar una capilla.

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En los restos arqueológicos se pueden observar parte del piso del antiguo convento,

los canales de agua a través del piso y la estructura misma, que dan una idea de la po-

breza y de la simplicidad del lugar.

La capilla está presidida por un tríptico en cerámica de Andrea della Robbia (fines del

siglo XV) con la coronación de la Virgen al centro, la estigmatización de San Francisco

a la izquierda y la oración del penitente San Jerónimo a la derecha. La franja inferior

está dividida en tres recuadros que representan la Anunciación, el Nacimiento y la Ado-

ración de los Magos.

Los dos pequeños vitrales, de factura moderna, son obra del franciscano Alberto Fari-

na y representan la muerte de San Francisco y el convite de la luz. El altar, labrado en

piedra, es obra de F. Prosperi (1970) y representa el árbol de la ciencia, del bien y del

mal.

En la sacristía se puede observar el mobiliario tallado en madera durante el siglo XVII

por los mismos franciscanos que elaboraron el coro. El cuadro del Redentor, enmarcado

en una finísima talla, es atribuido a varios pintores (Perugino, España, Giannicola di

Paolo).

Un corredor construido en 1882 da acceso al jardincito del rosal, en donde se levanta

una escultura en bronce de Vicente Rossignoli (1916) que representa a San Francisco

con una oveja. En el pedestal hay una frase del Cántico: “Laudato sii mi‟ Signore cum

tucte le tue creature” y unos bajorrelieves que representan escenas relacionadas con las

criaturas: Francisco y la cigarra, el cuervo, el ruiseñor y las alondras.

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Pasemos a la capilla de las rosas, que era, según la tradición, la cabaña que

ocupaba ordinariamente Francisco cuando regresaba a la Porciúncula. San Buenaventu-

ra hizo construir durante su generalato (1257-1274) la gruta inferior y la capilla supe-

rior. Más tarde San Bernardino de Siena hizo ampliar la capilla (1438). En la capilla

propiamente dicha hay un ciclo de pinturas de Tiberio Diotallevi de Asís que tiene la in-

dicación de una fecha: 1506. En el lado izquierdo están representados en su orden: San

Buenaventura, San Bernardino, San Luis de Tolosa y San Antonio de Padua; en el lado

derecho: Santa Isabel de Hungría y Santa Clara; en el fondo: San Francisco y sus doce

primeros compañeros. La bóveda tiene una representación del Padre eterno.

La prolongación de la capilla tiene en sus paredes un ciclo de cinco episodios de la

vida de Francisco, basados en leyendas de los siglos XIV y XV, especialmente de Bar-

tolomé de Pisa. A la izquierda, Francisco que se arroja al rosal, Francisco conducido a la

Porciúncula por dos ángeles; a la derecha, Francisco que pide el perdón de la Porciún-

cula, Francisco que obtiene del Papa Honorio la confirmación de la Indulgencia, Fran-

cisco que promulga el perdón. Este último cuadro tiene interés iconográfico en cuanto

probablemente nos muestra cómo era la Porciúncula a comienzos del siglo XVI con el

fresco del Alumno y el techo de protección. Sobre la puerta de ingreso a esta capilla se

encuentra la fecha de elaboración del último ciclo: 1518.

Nos adentramos en el Convento de San Bernardino. Se conocen con este nombre los

restos del convento ampliado en la época de San Bernardino y que fue en parte demo-

lido para dar lugar a la gran basílica. La nueva construcción respetó el llamado “pozo de

San Francisco” (debajo de un arco en el muro exterior derecho), el cual estaba en el

claustro del antiguo convento. Cerca de este pozo, en la planta baja, se encuentra un

oratorio antiguo: la capilla de la Cruz. En la planta superior (entrando por el museo) se

puede observar la reconstrucción del dormitorio con sus pequeñas y austeras celdas, en

donde se conservan varias reliquias.

El Museo contiene varias piezas de valor: ornamentos y vasos sagrados, códices, re-

cuerdos traídos de los países de misión, etc. De todos estos objetos llamamos especial-

mente la atención sobre:

a) Un crucifijo pintado sobre madera por Giunta Pisano en 1236.

b) San Francisco entre dos ángeles, del siglo XIII, cuyo autor se desconoce (“Maestro

de San Francisco”). Entre las manos del Santo hay un letrero de sentido ambiguo que

dice: “Hic michi viventi lectus fuit et morienti”, “Este fue para mí el lecho viviente y

moribundo”, o “Aquí fue mi descanso en vida y en muerte”. ¿A qué se refiere el “hic-

aquí”? ¿A la cruz que muestra o a la tabla sobre la cual está pintado? Basados en esta

segunda interpretación, muchos piensan que esta tabla sirvió de lecho a Francisco y que

sobre ella murió. En la parte inferior del retablo hay una larga inscripción que se refiere

a la veracidad de los estigmas.

c) Imagen de San Francisco pintada sobre una tabla alargada, con rasgos muy seme-

jantes al San Francisco de Cimabue. Se dice que la tabla sirvió como tapa al ataúd de

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Francisco el día de sus funerales. Sobre su autor y fecha se han formulado diversas hi-

pótesis, pero aún no hay un acuerdo entre los estudiosos.

El gran convento de Santa María de los Ángeles fue construido progresivamente entre

los siglos XV y XVIII, pero posteriormente ha sufrido reformas y anexiones. Las lune-

tas del claustro central están adornadas con cuarenta y cinco frescos que cuentan la vida

de San Francisco y varios episodios relacionados con la indulgencia de la Porciúncula,

pintados por Providoni. En el centro del patio hay un gran pozo diseñado por Galeazzo

Alessi. En el refectorio, el gran fresco de Dono Doni, que representa la Crucifixión, fue

elaborado en 1561.

Ningún otro lugar franciscano estuvo tan ligado a la vida de San Francisco y a la

experiencia de la primitiva fraternidad como la Porciúncula. Las fuentes del siglo XIII

son ricas de recuerdos y alusiones. Casi todos los más importantes acontecimientos de

su vida tuvieron escenario en este lugar. Trataremos de seguir, en la medida de lo posi-

ble, un orden cronológico de los relatos que claramente se relacionan con este lugar.

Para captar mejor el mensaje de los textos es indispensable imaginar la capillita en su

estado primitivo, sin frescos ni retablos, rodeada de algunas cabañas y escondida detrás

del bosque. Es necesario cerrar los ojos a la majestuosa basílica y a las complejas edifi-

caciones adyacentes.

Después de la reedificación de San Damián y de la iglesita de San Pedro, Francisco

reedifica la de la Porciúncula. Le gustó tanto el sitio por la cercanía del bosque y de las

leproserías, que se construyó allí una celdita para vivir (1 Cel 21; LM 2,8; Lm 1,9; cf. 1

Cel 44).

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El primer encuentro de Francisco con el Evangelio aparece ubicado en la iglesia de la

Porciúncula durante el “tercer año de su conversión”. Allí encuentra el rumbo definiti-

vo de su vida: “Cierto día se leía en esta iglesia el evangelio que narra cómo el Señor

había enviado a sus discípulos a predicar. Francisco no comprendió las palabras evan-

gélicas y pidió al sacerdote que se las explicara. Al oír que los discípulos de Cristo no

debían poseer ni oro, ni plata, ni dinero, etc., sino predicar el reino de Dios y la pe-

nitencia, al instante, saltando de gozo, exclamó: „Esto es lo que yo quiero, esto es lo

que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica‟. Y,

rebosando de alegría, no admite dilación alguna en comenzar a cumplir con devoción

lo que ha oído” (1 Cel 22; LM 3,1; Lm 2,1; TC 25).

Después de la distribución de los bienes a los pobres, Bernardo y Pedro vienen a ha-

bitar con Francisco a la Porciúncula. Poco después se les agrega Gil, y de aquí parten

los cuatro para la primera incursión misionera. A este mismo lugar llegarán pronto otros

cuatro hermanos. La Porciúncula es la morada de la primitiva fraternidad (TC 32-35.44;

AP 14-18.24).

Desde los primeros tiempos, la Porciúncula fue el punto de partida y el santuario de la

misión evangelizadora de los hermanos (LM 3,7; Flor 13). Una vez aprobada la proto-Regla por el Papa Inocencio III y después de una breve

estadía en Rivotorto, los primeros hermanos (¿doce?) regresan a la Porciúncula. A fin

de no ser echados también de allí, obtienen del abad del monasterio de San Benito del

Subasio el permiso de morar permanentemente junto a la capilla. Los hermanos pagan

cada año (todavía hoy) el arriendo simbólico que consiste en una cesta de pescado (TC

56; LP 56; EP 55, cf 1 Cel 44).

La Porciúncula es la cuna de la Orden: “Es de saber que en el lugar que Francisco

escogió para sí y para los suyos y que desde antiguo se había llamado Porciúncula,

había una iglesia levantada en honor de la Virgen Madre. La Orden de los Menores

tuvo su origen en ella. El Santo amó este lugar sobre todos los demás, y mandó que los

hermanos tuviesen veneración especial por él, y quiso que se conservase siempre como

espejo de la Religión en humildad y pobreza altísima, reservada a otros su propiedad,

teniendo el Santo y los suyos el simple uso” (2 Cel 18; LM 2,8; 4,5; cf. 1 Cel 88; TC

34.41).

A este sitio de la Porciúncula llega la noble Clara de Favarone el 19 de marzo de 1211

(¿1212?) para consagrarse al Señor según el estilo de vida de Francisco. Es el nacimien-

to de la Segunda Orden: “El Domingo de Ramos, por la noche, Clara, cumpliendo las

instrucciones de Francisco, emprendió la ansiada fuga de su casa con discreta compa-

ñía, y corrió a Santa María de Porciúncula, donde los frailes la recibieron con antor-

chas. De inmediato, dio al mundo „libelo de repudio‟: cortada su cabellera por manos

de los frailes, abandonó sus variadas galas. No hubiera estado bien que aquella Orden

de florecientes vírgenes se fundara en otro lugar que en el santuario de quien, antes

que nadie y excelsa sobre todas, fue ella sola juntamente madre y virgen. Éste es el

mismo lugar en el que la milicia de los pobres, bajo la guía de Francisco, daba sus pri-

meros pasos. De este modo quedaba de manifiesto que era la Madre la que en su mo-

rada daba a luz ambas Órdenes” (LCl 7-8).

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Para esta iglesita consiguió Francisco del Papa Honorio III, en la segunda quincena de

julio de 1216, la indulgencia o perdón de la Porciúncula.113

Elogio de la Porciúncula. Significado que tenía para Francisco. Su papel como modelo

de observancia: “Por divino querer acaeció que el alma de San Francisco pasara al

reino de los cielos desde el lugar en que, todavía en vida, tuvo el primer conocimiento

de las cosas sobrenaturales y le fue infundida la unción de la salvación. Pues, aunque

sabía que en todo rincón de la tierra se encuentra el reino de los cielos y creía que en

todo lugar se otorga la gracia divina a los elegidos de Dios, él había experimentado

que el lugar de la iglesia de Santa María de la Porciúncula estaba henchido de gracia

más abundante y que lo visitaban con frecuencia los espíritus celestiales. Por eso solía

decir muchas veces a los hermanos: „Mirad, hijos míos, que nunca abandonéis este lu-

gar... Fue aquí donde, siendo todavía pocos, nos multiplicó el Altísimo...‟” (1 Cel 106;

2 Cel 19-20. 160; LM 2,8; TC 56; LP 56. 106. 107; EP 8. 11. 55. 82-84).

Francisco quiso destruir la casa que el Común de Asís, en ausencia suya y sin su co-

nocimiento, había edificado para los frailes que acudieran al capítulo que debía cele-

brarse en Santa María de la Porciúncula; y cesó en la demolición porque los caballeros

allí presentes le aseguraron que la casa no era de los hermanos, sino del municipio (2 C

57; LM 7,2; LP 56; EP 7).

Desde el comienzo, alrededor de la Porciúncula se celebraban los capítulos o “en-

cuentros de los hermanos”, entre ellos el famoso “Capítulo de las esteras” del año

1221 ó tal vez 1219 (TC 57-59; LM 4,10; LM 4,5; AP 18.37-39; LP 18. 103. 109; EP

68; Flor 18; Giano, Crónica, n. 16).

En un Capítulo celebrado en la Porciúncula (¿el de San Miguel de 1220?), Francisco

renuncia al oficio de Ministro General, y el hermano Pedro Catáneo es nombrado Vica-

rio general (2 Cel 143; LP 11; EP 39).

Conmoción del cardenal Hugolino cuando, al llegar con su séquito al capítulo que se

celebraba en Santa María de la Porciúncula, verificó la pobreza en que vivían allí Fran-

cisco y sus hermanos (2 Cel 63; LP 74).

Sucedió cierto día, en los alrededores de Santa María de la Porciúncula, que un buen

hombre encontró a Francisco llorando a lágrima viva. Le preguntó, compasivo, por qué

lloraba, y el Santo le contestó: “Lloro la pasión de mi Señor Jesucristo” (TC 14; LP 78;

EP 92; 2 Cel 11).

Durante años, experimentó Francisco una pesadísima tentación espiritual, hasta que

un día, mientras oraba en Santa María de la Porciúncula, oyó en espíritu una voz:

“Francisco, si tienes fe como un grano de mostaza, dirás a esta montaña que se tras-

lade, y se trasladará”. “Señor –respondió el Santo–, ¿cuál es la montaña que quisiera

yo trasladar?” Y oyó de nuevo: “La montaña es tu tentación”. Y él, llorando, dijo:

113

NOTA (del autor): Los documentos relacionados con este acontecimiento son tardíos (del siglo XIV

en adelante) y con un cierto carácter legendario y apologético. Probablemente la ausencia de documentos

durante el siglo XIII se debe al temor de algunos funcionarios de la curia romana de que la indulgencia de

la Porciúncula redujera el número de voluntarios para las Cruzadas, a los cuales se les recompensaba con

indulgencias.

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“Señor, hágase en mí como has dicho”. Puesta en fuga al instante la tentación, quedó

libre y aquietado del todo en su interior (2 Cel 115; LP 63; EP 99).

Estando en Santa María de la Porciúncula, Francisco proporcionaba enseñanzas y se-

veras correcciones a sus hermanos contra el dinero (2 Cel 65; AP 30; LP 27; EP 14).

Pedro Catáneo propuso a Francisco guardar algunas cosas de los novicios que entra-

ban para atender a los muchos frailes que llegaban a Santa María de la Porciúncula.

Francisco le respondió: “Si no puedes atender de otro modo a los que vienen, quita los

atavíos y las variadas galas de la Virgen. Créeme: la Virgen verá más a gusto obser-

vado el Evangelio de su Hijo y despojado su altar, que adornado su altar y despreciado

su Hijo. El Señor enviará quien restituya a la Madre lo que ella nos ha prestado” (2

Cel 67; LM 7,4).

En cierta ocasión, un hermano que volvía con la limosna de Asís a la Porciúncula,

cerca ya del lugar, rompió a cantar, alabando al Señor en voz alta. El Santo, que lo oye,

se levanta de golpe, le sale corriendo al encuentro y, besándole el hombro, carga el saco

en el suyo y exclama: “Bendito sea mi hermano que va presto, humilde pide, vuelve

contento” (2 Cel 76; LP 98; EP 25).

Estando en la Porciúncula, Francisco ordena a su vicario, Pedro Catáneo, que le regale

el ejemplar único que tenían del Nuevo Testamento a la madre pobre de dos hermanos,

a fin de que solvente sus necesidades (2 Cel 91; LP 93; EP 38).

Un día se presentó un pobre en la capilla de Santa María de la Porciúncula y pidió

limosna. Francisco le dijo a un hermano que regalara al pobre el manto que había usado

en el siglo (AP 28).

Estando el bienaventurado Francisco junto a la iglesia de Santa María de la Porciún-

cula, se hallaba cerca de su celdilla en el camino que pasa detrás de la casa, cuando de

pronto viene un hermano a hablarle otra vez del salterio. El Santo le dio una lección al

respecto (LP 105; EP 4).

Un día, al volver el bienaventurado Francisco a la iglesia de Santa María de la Por-

ciúncula, encontró allí, en compañía de un leproso cubierto de úlceras, al hermano Ja-

cobo el Simple; el Santo dijo al hermano en tono de reproche que no debería llevar

consigo a los hermanos cristianos (así llamaba Francisco a los leprosos), pues no estaba

bien ni para él ni para ellos. El Santo le hizo esta advertencia porque con frecuencia iba

con algún leproso a la iglesia de Santa María. Pero enseguida Francisco se acusó a sí

mismo y confesó su culpa, porque creyó que su reprensión al hermano Jacobo había

avergonzado al leproso, y, en penitencia, comió con el leproso compartiendo escudilla

(LP 64; EP 58).

Al regresar Francisco con el hermano León, en pleno invierno, de Perusa a la Por-

ciúncula, tuvo lugar el episodio de la verdadera alegría (cf. Flor 8).

Clara, acompañada de otra hermana, viene a la Porciúncula para visitar a Francisco.

Es invitada a comer, pero la comida se cambia en un luminoso convite espiritual (Flor

15).

Un jovencísimo novicio espía la oración de Francisco, deseoso de imitarlo, y contem-

pla una admirable visión que tuvo el Santo (Flor 17).

En la Porciúncula, cerca de la celdilla de Francisco, una cigarra que se aposentaba en

una higuera cantaba muchas veces con suave insistencia. La llamó el Santo, ella se puso

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en sus manos y comenzó a cantar. Luego volvió al lugar donde solía estar y allí se man-

tuvo por ocho días seguidos, dejándose acariciar por el Santo y cantando cuando él se lo

mandaba (2 Cel 171; LM 8,9; LP 110).

En otra ocasión, en Santa María de la Porciúncula ofrecieron a Francisco una oveja,

que aceptó muy complacido por su amor a la inocencia y sencillez, que naturalmente

representa la oveja. Exhortaba el piadoso varón a la ovejita a que atendiera a las ala-

banzas divinas y se abstuviera de ocasionar la menor molestia a los hermanos. Y la

oveja, como si se diese cuenta de la piedad del varón de Dios, guardaba puntualmente

sus advertencias y acompañaba a los hermanos en su oración (LM 8,7).

Un hermano desobediente cambia de actitud gracias a la oración del Santo (LM 11,11;

Lm 4,5; 2 Cel 34; Flor 23).

Después del Capítulo celebrado en Santa María de la Porciúncula y en el que por

primera vez fueron enviados hermanos a países de ultramar, Francisco, que había que-

dado allí con algunos compañeros, les dijo que también él debía ir a países lejanos para

compartir la suerte de sus frailes y servirles de ejemplo. Para que el Señor le inspirase a

dónde debía encaminarse, se puso a orar, y pidió a los demás que hicieran otro tanto.

Concluida la oración, Francisco escogió ir a Francia (LP 108; EP 65).

Se hallaba San Francisco en la Porciúncula con el hermano Maseo de Marignano. Un

día, al volver San Francisco del bosque, donde había ido a orar, el hermano Maseo qui-

so probar hasta dónde llegaba su humildad; le salió al encuentro y le dijo en tono de re-

proche: “¿Por qué a ti? ¿Por qué a ti? ¿Por qué todo el mundo va detrás de ti y no pa-

rece sino que todos pugnan por verte, oírte y obedecerte?” (Flor 10).

Estando Francisco en Santa María de los Ángeles durante la enfermedad de la que

murió, llamó un día a sus compañeros y les dijo que comunicaran a la señora Jacoba de

Settesoli su estado de salud, y que le pidieran paño religioso de color ceniza y también

la vianda que solía prepararle en Roma. Escribieron la carta, pero antes que la enviaran,

llamaron a la puerta. Era la misma señora Jacoba, que a toda prisa había venido, tra-

yendo al Santo lo que deseaba (EP 112; LP 8; 3 Cel 37-39).

Hospedado en el palacio del obispo de Asís, al notar Francisco que era ya inminente el

último día, rogó a los hermanos que cuanto antes lo trasladaran a Santa María de la Por-

ciúncula, pues deseaba entregar su alma a Dios donde conoció claramente por primera

vez el camino de la verdad. Pocos días después de haber sido trasladado en una litera,

ciego y agotado su cuerpo por los muchos ayunos y penitencias, el 3 de octubre de

1226, sábado, por la tarde, Francisco pasó a la vida definitiva (1 Cel 88. 110; 2 Cel 214-

217; LM 14,3-6; Lm 7,3-5; TC 68; LP 22. 99; EP 88. 121).

Conocida la muerte de Francisco, una gran muchedumbre acudió a Santa María de la

Porciúncula, donde pudieron todos contemplar las llagas de Cristo en el cuerpo de Fran-

cisco. El 4 de octubre de 1226, domingo, de buen mañana, salió de la Porciúncula el so-

lemne cortejo que trasladó los restos mortales de Francisco a la iglesia de San Jorge,

dentro de Asís, deteniéndose al pasar por San Damián para que lo contemplaran por

última vez Santa Clara y sus hermanas.

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El encuentro de Francisco con el Evangelio en la iglesita de la Porciúncula, marca un

momento culminante de su conversión inicial. Después que escuchó la explicación de

labios del sacerdote, ya no tuvo más dudas y se decidió a vivir según las exigencias que

le hacía el Señor. Una vez más Francisco nos da enseñanzas concretas sobre la forma de

acoger el Evangelio, sobre la humildad para saber escuchar a otros que seguramente po-

seen mejor que nosotros el Espíritu del Señor, sobre el ámbito dentro del cual debemos

hacer “la lectura del Evangelio”. Muchas veces nosotros estamos prontos para explicar

el Evangelio a los otros; pero, ¿tenemos la valentía de recorrer los caminos indicados a

los demás?

La Porciúncula como cuna de la Orden Franciscana aparece en las fuentes hagiográ-

ficas con una serie de características que tipifican a la Fraternidad primitiva: vida de

penitencia, oración, fraternidad, pobreza, trabajo, servicio a los demás... Hoy todavía

puede ser “cuna de la Orden” en la medida en que sepamos revivir estos valores pri-

mordiales en todos los ámbitos del mundo. Necesitamos ser creativos para que “re-

nazca” la simplicidad primera. El estudio de las fuentes y de los lugares primitivos, co-

mo éste, debe fecundar nuestra creatividad. ¿Qué aportes concretos podemos dar los

franciscanos de hoy a nuestra Provincia, a nuestra Fraternidad local?

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La Porciúncula es “el santuario de la misión”. Desde aquí enviaba Francisco a sus

hermanos a predicar y aquí regresaban para fortalecerse en el encuentro fraterno y la

oración. Esto nos debe llevar a hacer una reflexión y una revisión profundas sobre el

significado que le damos a nuestra vida como una vida claustral, centrada en sí misma,

preocupada de nimiedades internas y olvidada de su papel fundamental en la construc-

ción del Reino de Dios, de espaldas a la realidad y al pueblo de Dios. El estudio de las

fuentes nos debe llevar a redescubrir hoy la identidad de nuestra vida franciscana como

una Fraternidad en misión.

La Porciúncula como lugar de los Capítulos, para celebrar los cuales llegaban todos

los hermanos desde los lugares de misión, nos invita a ofrecer nuestro aporte a fin de

que nuestros Capítulos de hoy recobren su sentido original de momentos privilegiados

para el encuentro de los hermanos, para buscar juntos la voluntad de Dios a la luz de la

escucha de su Palabra, de la oración y del discernimiento de los signos de los tiempos.

La Porciúncula es también el santuario del perdón. El interés de Francisco por obtener

la “indulgencia” para todos los que llegaran a la capillita, es un síntoma claro de su

amor por los pecadores y de su capacidad de perdonar. Muchas veces nuestros proyec-

tos personales nos llevan a desentendernos de los demás; muchas veces nuestros que-

haceres son cumplidos con una dureza y automatismo tales que, más que el fruto de una

acción responsable, parecen una acción compulsiva, carente de todo sentido de miseri-

cordia e “indulgencia” para los que no siguen el mismo ritmo de trabajo. El perdón de

la Porciúncula nos enseña el sentido de la misericordia en nuestra vida y actitud.

Los últimos momentos de Francisco en la Porciúncula están cargados de acentos pro-

fundamente humanos, que ponen de manifiesto la nobleza de sus sentimientos y, en es-

pecial, su gran sentido de fidelidad en la amistad. Baste pensar en la preocupación que

tuvo por escribir a sus dos grandes amigas Clara y Jacoba, en su interés por bendecir a

sus hermanos, en especial a Bernardo, su primer compañero. Quizá la consideración de

estos hechos nos pueda llevar a revisar nuestro sentido de la amistad, nuestra frialdad e

indiferencia en los detalles, tal vez nuestro sentido utilitarista de la amistad.

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EPÍLOGO II

CARISMA E INSTITUCIONALIDAD EN LA VIDA DE LA IGLESIA

Ejemplificados en san Francisco de Asís

y el movimiento de pobreza de su tiempo114

En una publicación que ha visto la luz recientemente, titulada “Secesionistas en la

Iglesia. ¿Qué pretenden los modernos movimientos de renovación?”, Peter Meinhold

llama la atención sobre las múltiples iniciativas carismáticas de nuestros días, especial-

mente en los círculos jóvenes. Señala, sin embargo, que esos grupos no consiguen esta-

blecer contacto con la Iglesia concreta, sino que a lo sumo se asientan al margen de las

comunidades establecidas y son considerados por éstas como secesionistas, constituyen-

do una provocación para las mismas. Es más: esos grupos con frecuencia se proponen

escandalizar deliberadamente, pretendiendo despertar a un mundo aletargado, inquietán-

dolo, turbándolo y provocándolo, para espolearlo de este modo a una nueva vida.115

A mi parecer, las Iglesias deberían tomar en serio a estos secesionistas y sus deman-

das, recoger sus justificadas peticiones e incorporarlas en la medida de lo posible. Si así

lo consiguen, no sólo cumplirán con una tarea pastoral respecto a esos hombres, sino

que además ellas mismas experimentarán un estímulo vivificante y enriquecedor. Al

mismo tiempo, prestarán también un servicio a la sociedad, pues las fuerzas e ideas

cristianas que han perdido el rumbo y se han vuelto “incontroladas”, a menudo han

actuado en la historia como elementos emponzoñadores y destructivos. Basta con recor-

dar aberraciones tan terribles como el reino de los anabaptistas de Münster en Westfalia,

esta sobremanera repugnante “mezcla de piedad, hedonismo y sed de sangre”, como

dice Ranke.116

También en nuestra época abundan las ideas cristianas que se han vuelto

demenciales. Así, por ejemplo, no cabe pasar por alto que las aberraciones de los actua-

les terroristas y de sus simpatizantes tienen su origen también en pensamientos teoló-

gicos que fueron como “cortacircuitados” y desnaturalizados hasta el punto de inspirar

actitudes revolucionarias.

Con la misma franqueza con que hemos de admitir que, en el curso de la historia de la

Iglesia, ha habido representantes del ministerio eclesial que han pecado por abuso de

poder y arrogancia autoritaria, hemos de admitir que no podemos pasar por alto las des-

114

Título original: “Carisma e institucionalidad en la vida de la Iglesia”, en Archivo Ibero-America-

no 39 (1979) 3-22.

Texto íntegro, con ampliación bibliográfica, de la conferencia pronunciada por el Dr. Erwin Iserloh,

Profesor de Münster, en la Goerres-Gesellschaft de Madrid, el día 10 de febrero de 1979. El autor dedica

este su trabajo al Prof. Peter Meinhold como homenaje en su setenta cumpleaños.

Sacado de Internet a 14 de mayo de 2016.

115

[1] P. Meinhold: Aussenseiter in den Kirchen... (Biblioteca Herder), Friburgo 1977.

116

[2] L. V. Ranke: Deutsche Geschichte im Zeitalter der Reformation, (edit.) V. P. Joachimsen, t. III

(Munich 1925) 429.

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gracias que se han abatido sobre la humanidad porque ha habido hombres y mujeres

que, poseídos de una falsa conciencia y pretensión carismáticas, han invocado la volun-

tad divina. No pienso, al decir esto, sólo en los genuinos charlatanes y en los profetas a

todas luces falsos. No es infrecuente que hasta los santos ocupen a este respecto una po-

sición ambigua y estén sujetos a la ambivalencia de todo lo humano. Así, por ejemplo,

no cabe dar de lado a la cuestión de si realmente fue un legítimo carisma profético lo

que impulsó al santo monje Bernardo de Claraval para que, contrariando las intenciones

del Papa, convenciera en Spira, el día de Navidad de 1146, al rey Conrado III, con su

homilía arrebatadora y con profética certidumbre, a participar en la segunda cruzada que

terminó en espantoso desastre. Y otro ejemplo: el Papa Gregorio XI (muerto en 1378),

¿obró sabiamente al prestar oídos al imperioso requerimiento de la gran Santa Catalina

de Siena para que regresara desde Aviñón a Roma? ¿No habría sido mejor, tal vez, ha-

ber aplazado el regreso? ¿Posiblemente, no se habría evitado con ello el gran cisma de

Occidente?

Afirma Juan Gerson117

(muerto en 1429) que, recordando a esta Santa, el Papa Gre-

gorio XI previno, en su lecho de muerte, contra mujeres y hombres que invocan visio-

nes. Sostiene que, sin reparar en el juicio de la razón, el Papa se dejó convencer por ta-

les visionarios, exponiendo con ello a la Iglesia al peligro del cisma. Considerando esta

ambigüedad de todos los fenómenos históricos, el cristiano, y sobre todo el ministerio

eclesial, deben cumplir, según la Sagrada Escritura, con una doble obligación: por una

parte, la de “examinar los espíritus para verificar si son de Dios” (1 Jn 4, 1), lo que

también significa desenmascarar y expulsar al “espíritu del error” (1 Jn 4, 6); y, por

otro lado, dejar espacio para que el espíritu obre libremente, según 1 Tes 5, 19: “¡No

apaguéis el Espíritu!”.

El carisma profético y la misión rectora del ministerio eclesial no se excluyen, por

tanto, sino que son interdependientes y se completan y corrigen mutuamente como fuer-

zas autónomas. Pero esto sólo es posible si en la Iglesia existen espacios de libertad en

un doble sentido: un espacio libre en el que los miembros de la Iglesia puedan asociarse

a discreción, formando grupos, congregaciones y órdenes religiosas, y elegir libremente

el contenido y la orientación de sus iniciativas; al proceder así, pueden confiar en la

asistencia y guía del Espíritu Santo, que a través de sus dones actúa directamente en

aquéllos. Pero también, espacio libre en la Iglesia en el sentido de que Dios dispone li-

bremente de los suyos otorgándoles su salvación sin tener que servirse para ello siempre

e incondicionalmente del ministerio eclesial y de los sacramentos. Es cierto que el mi-

nisterio eclesial y los sacramentos gozan de la promesa de ser instrumentos del obrar

salvífico de Dios. Dios se ha vinculado a estos instrumentos de salvación y permanece

fiel a sí mismo, incluso ante la infidelidad de los hombres. Los sacramentos son sím-

bolos de salvación “ex opere operato”, es decir, independientemente de los mereci-

mientos de quien los imparte y de quien los recibe, como también hace constar Lute-

ro.118

Pero esto no significa que el Señor haya limitado su obrar salvífico a esos sím-

117

[3] Tractatus de examinatione. Pars II, Consideratio III: Opera (Basilea 1483) II, fol. 202v.

118

[4] Cf. entre otros el Gran Catecismo: “Mi fe no hace el bautismo, sino que lo recibe” (WA 301, 218,

30). “Y aunque sea un impío el que lo recibe o administra el sacramento, recibirá el verdadero sacra-

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bolos o instituciones. El Espíritu obra donde quiere. Nos es transmitido en los sacra-

mentos y en el ministerio con base sacramental, pero igualmente nos es comunicado en

los dones gratuitos que la Sagrada Escritura califica de carismas. La Iglesia es, según

expresión de Karl Rahner, un sistema abierto; “lo carismático en la Iglesia designa el

lugar en el cual, dentro de la Iglesia, Dios, como Señor de la misma, dispone de ella

como de un sistema abierto”.119

En la Iglesia no sólo tiene validez aquello que el vértice

del sistema quiera, disponga o al menos haya aprobado de una manera positiva. Forma

parte de la naturaleza de lo carismático, como rasgo esencial de la Iglesia, el que, a dife-

rencia del ministerio y su transmisión, el carisma se manifieste en formas siempre nue-

vas e inesperadas, por lo que, una y otra vez, tiene que redescubrirse. Carisma y minis-

terio eclesial no se oponen entre sí y menos aún se excluyen mutuamente, sino que están

ordenados el uno hacia el otro.120

I.- Carisma y ministerio eclesial en el Nuevo Testamento

Así lo confirma y hace comprender más profundamente una ojeada a la Sagrada Escri-

tura, que nos haremos explicar por H. Schürmann.121

En la primera Carta a los Corin-

tios, San Pablo aplica cuatro términos a una realidad espiritual idéntica en el fondo. Ha-

bla de dones del Espíritu (“pneumática”), dones de la gracia (“charismata”), ministe-

rios (“diakonici”) y operaciones (“energemata”). En 1 Cor 12, 4-6, se lee: “Hay diver-

sidad de dones, pero uno mismo es el Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero uno

mismo es el Señor. Hay diversidad de operaciones, pero uno mismo es el Dios que obra

todas las cosas en todos”. Es característico de los esfuerzos del Apóstol el que separase

los carismas del ámbito de la mera exaltación y de los fenómenos de éxtasis especiales,

y que integrase a aquéllos convenientemente en la vida de la comunidad, interpretándo-

los, en último término, como rasgo característico del que está bautizado. El criterio de-

cisivo para los diferentes dones del Espíritu es, según San Pablo, el servicio a la co-

munidad: los carismas existen para la común utilidad (1 Cor 12, 7). Considerando esta

variedad de los dones de la gracia del Espíritu, San Pablo se esfuerza por encontrar un

principio ordenador, porque el Dios que otorga los carismas “no es un Dios de confu-

sión, sino de paz” (1 Cor 14, 33) y ha conferido los dones como un todo. De ello resulta

mento que es el cuerpo y la sangre de Cristo al igual que aquel que lo dispensa de la forma más inde-

bida” (WA 30 I 224, 16 y sigs.).

119

[5] K. Rahner: Das Charismatische in der Kirche, en Geist und Leben 42 (1969) 251-262: Schriften z.

Theologie, t. IX (Einsiedeln-Colonia 1970) 422.

120

[6] K. Rahner: Das Charismatische in der Kirche, en Geist und Leben 42 (1969) 257: Schriften z.

Theologie, t. IX (Einsiedeln-Colonia 1970) 423.

121

[7] H. Schürmann: Die geistlichen Gnadengaben in den Paulinischen Gemeinden, en G. Barau-

na (edit.): De Ecclesia I (Friburgo de Brisgovia 1966) 494-519, ampliado y revisado en Idem: Ursprung

und Gestalt... (Düsseldorf 1970) 236-267; K. Kertelge (edit.): Das kirchliche Amt im NT. Wege der

Forschung vol. 439 (Darmstadt 1977) 362-412.

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para la vida de la comunidad esta conclusión: “Hágase todo con decoro y orden” (1

Cor 14, 40). El “espíritu uno” no puede sino manifestarse como un conjunto coordina-

do e interdependiente de los dones espirituales, como cuerpo “ordenado”, o no se mani-

fiesta como el Espíritu de Dios (cf. Ef 4, 4: “un cuerpo y un espíritu”); de ahí arranca el

mandato de “conservar la unidad del espíritu” (Ef 4, 3). El primer principio ordenador

de los carismas es el amor fraterno. Gracias al amor fraterno, que es el más grande de

todos los carismas (1 Cor 12, 31), los miembros de la comunidad que han recibido do-

nes y ministerios espirituales llegan a una ordenada cooperación entre sí. El amor fra-

terno es la respuesta al amor divino “que se ha derramado en nuestros corazones por

virtud del Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5, 5). Quien lleva en sí el espí-

ritu, inspirado por la caridad, sabe moderarse, porque ve que el Espíritu de Dios obra

también en su hermano. La caridad “se complace en la verdad” (1 Cor 13, 5) que habla

por el hermano. De aquí nace el respeto: “Amándoos los unos a los otros con amor fra-

terno; honrándoos a porfía unos a otros. Sed diligentes sin flojedad, fervorosos de es-

píritu con quienes sirven al Señor” (Rom 12, 10s).

Esta autorregulación de los dones del Espíritu que mutuamente se moderan en la ca-

ridad y se prestan atención recíprocamente, se inscribe en la normativa de una tradición

ordenadora. San Pablo invita frecuentemente a la imitación de su persona, porque en su

vida y doctrina la tradición eclesial toma cuerpo válidamente. Esto es aplicable a los fi-

lipenses (3, 17): “Sed, hermanos, imitadores míos, y atended a los que andan según el

modelo que en nosotros tenéis”. La doctrina tradicional es el criterio por el que todo

debe medirse. “Manteneos, pues, hermanos, firmes y guardad las enseñanzas que reci-

bisteis, ya de palabra, ya por nuestra carta” (2 Tes 2, 15; cf. Gál 1, 8; Rom 6, 17).

El orden transmitido y la regla auxiliadora no están muertos, sino que piden ser impar-

tidos de manera viva. Así existe la intervención ordenadora del Apóstol: “Bien sabéis

los preceptos que os hemos dado en nombre del Señor Jesús” (1 Tes 4, 2). Y: “En nom-

bre de nuestro Señor Jesucristo, os mandamos apartaros de todo hermano que viva

desordenadamente y no siga las enseñanzas que de nosotros habéis recibido” (2 Tes 3,

6). Cuán resueltamente el Apóstol, revestido del ministerio, interviene en la vida de la

comunidad lo evidencia 1 Cor 5, 3: “Pues yo, ausente en cuerpo, pero presente en es-

píritu, he condenado ya, cual si estuviera presente, al que eso ha hecho”. San Pablo ter-

mina el capítulo 11 de la primera Carta a los Corintios, en la que les reprocha la forma

de celebrar la Cena del Señor, con esta frase: “Lo demás lo dispondré yo cuando vaya”.

Ahora bien, este poder rector apostólico se considera a sí mismo siempre como “mi-

nisterio”. Todas las funciones del ministerio tienen siempre como única misión la de

“capacitar para el ministerio”. “Y Él constituyó a los unos apóstoles, a los otros pro-

fetas, a éstos evangelistas, a aquéllos pastores y doctores para la perfección consuma-

da de los santos, para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo”

(Ef 4, 11). El ministerio del Apóstol es ciertamente único; pero precisamente a causa de

la fundamental diferencia entre el orden de la Iglesia apostólica con sus ministerios,

constitutivos de la Iglesia, de los Apóstoles y profetas que todavía recibieron de la Re-

velación en sus personas, y la Iglesia postapostólica que debe salvaguardar las tradi-

ciones apostólicas, es tan significativo que, según los escritos del Nuevo Testamento

pertenecientes a la segunda generación –es decir, los Hechos de los Apóstoles y las

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Cartas pastorales–, el ministerio se transmite por la imposición de las manos de los

Apóstoles. “Entonces, después de orar y ayunar, les impusieron las manos y los despi-

dieron” (Hech 13, 3). “Mirad por vosotros y por todo el rebaño, sobre el cual el Espí-

ritu Santo os ha constituido obispos” (Hech 20, 28). “No seas precipitado en imponer

las manos a nadie, no sea que vengas a participar de los pecados ajenos” (1 Tim 5,

22). “Te amonesto a que hagas revivir la gracia de Dios que hay en ti por la imposición

de mis manos” (1 Tim 1, 6). “Te dejé en Creta para que acabases de ordenar lo que

faltaba y constituyeses por las ciudades presbíteros...” (Tito 1, 5). De Pablo y de Ber-

nabé se afirma finalmente en los Hechos de los Apóstoles: “Ellos constituyeron pres-

bíteros en cada iglesia por la imposición de las manos, orando y ayunando, y los enco-

mendaron al Señor, en quien habían creído” (Hech 14, 23). Según los últimos escritos

del Nuevo Testamento, existen el carisma del ministerio, a que se refieren 1 Tim 4, 14,

y 2 Tim 1, 6, y los carismas libres a que, por ejemplo, hace referencia 1 Pe 4, 10, al de-

cir: “El don que cada uno haya recibido póngalo al servicio de los otros, como buenos

administradores de la multiforme gracia de Dios”.

II.- Movimientos carismáticos en la Historia de la Iglesia

En la Iglesia postridentina –en contraposición al Nuevo Testamento–, los carismas

eran presentados como dones extraordinarios o privilegios especiales de la primitiva

Iglesia apostólica. El Concilio Vaticano II, en cambio, vuelve a referirse a los carismas

considerándolos como simples dones de la gracia difundidos con carácter general y

adaptados a las respectivas necesidades de la Iglesia en una determinada época. Sin

embargo, el juicio sobre su autenticidad y uso ordenado corresponde, según el Concilio,

a aquéllos que desempeñan funciones rectoras en la Iglesia. Estos, por su parte, deben

cuidarse de no apagar el Espíritu, antes bien, deberán reconocer y cultivar los carismas y

dones de los fieles en el culto reverencial del Espíritu Santo que habita en la Iglesia. En

el número 12 de la Constitución sobre la Iglesia (LG) se lee: “El mismo Espíritu Santo,

además, no sólo santifica al pueblo de Dios por los sacramentos y ministerios, no sólo

lo guía y enriquece con virtudes, sino que „distribuye a cada uno según quiere‟ (1 Cor

12, 11) sus dones, repartiendo también gracias especiales entre los fieles de todas cla-

ses. De esta manera, los capacita y dispone para que asuman variadas obras y minis-

terios encaminados a la renovación y al próspero desarrollo de la Iglesia, según está

escrito: „A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad‟ (1

Cor 12, 7). Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y difundi-

dos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a

las necesidades de la Iglesia. Los dones extraordinarios no deben pedirse temeraria-

mente ni hay que esperar de ellos con presunción los frutos del trabajo apostólico. Y,

además, el juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable pertenece a quienes tie-

nen la autoridad en la Iglesia, a los cuales compete ante todo no sofocar el Espíritu,

sino examinarlo todo y retener lo que es bueno (cf. 1 Tes 5, 12 y 19-21)”. Esto, en

cuanto al Concilio Vaticano II.

Ahora bien, ¿cómo se presenta la relación entre carisma profético y misión rectora,

entre libertad y autoridad, en la historia de la Iglesia?

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Al intentar dar una respuesta a este interrogante, corremos el peligro de pensar exclu-

sivamente en los conflictos, que ciertamente saltan a la vista mucho más que la fecunda

cooperación entre carismas y ministerio. Tampoco deben retenerse como ejemplos posi-

tivos únicamente los sucesos tan espectaculares como la alianza entre Gregorio VII y la

Pataria milanesa que hace afirmar jocosamente a Herbert Grundmann que en el siglo XI

no hubo herejías porque el Papa era aliado de los herejes.122

No menos significativa es

la cotidiana coexistencia de carisma y ministerio eclesial, difícil de demostrar concreta-

mente.

Con carácter general cabe afirmar que los movimientos renovadores nunca partieron

del ministerio eclesial ni fueron promovidos por la Iglesia jerárquica. Han tenido su ori-

gen en pequeños grupos en el mundo, viviendo por el carisma de los miembros de la

Iglesia. Si en esto radica el misterio de su vida y fecundidad, también forma parte del

misterio de la Iglesia el que tales movimientos sólo lograran abrirse camino y hacerse

valer cuando y tan pronto como fueron recogidos por el ministerio eclesial. E inversa-

mente, ha habido movimientos reformistas que fracasaron y se volvieron heréticos por

carecer el ministerio jerárquico de la suficiente apertura de espíritu y de la necesaria

sensibilidad pastoral y religiosa para percatarse de los signos de la época y hacer suyas

las justificadas aspiraciones que latían en muchos de los movimientos de crítica a la

Iglesia. La consecuencia fue que movimientos en que se manifestaban imperiosas exi-

gencias de los tiempos y que de suyo habrían podido adquirir carta de naturaleza en el

seno de la Iglesia, tomaron un rumbo herético y antieclesiástico. Cuanto más el minis-

terio eclesial carecía de fuerzas asimiladoras, es decir, cuanto menor era su apertura

hacia las justificadas peticiones de reformas, tanto más prepotente se hacía el elemento

de crítica a la Iglesia y tanto más grave era el peligro que el movimiento reformista

corría de hacerse herético. Esto vale para la mayoría de las fundaciones de nuevas ór-

denes religiosas, para el movimiento de pobreza de hacia el 1200, para las reformas

protestante e interna de la Iglesia en el siglo XVI, lo mismo que para la reforma en

nuestros días que, en el lado católico, está informada por el Concilio Vaticano II.

En el origen de nuevos movimientos, órdenes y congregaciones religiosas, suelen con-

verger tres componentes:

1.- La sobresaliente personalidad carismática de los fundadores o creadores de órde-

nes religiosas que reflejan y viven en su persona lo nuevo y exigido. Una fundación

proyectada se malogra a veces por faltar la figura convincente que viva y represente

paradigmáticamente lo que los miembros de la nueva comunidad creen reconocer como

la forma de vida que les cuadra y que exigen. El fundador de la orden cisterciense es,

propiamente, San Roberto de Molesme (muerto en 1111). Sin embargo, su rigor ascé-

tico y su voluntad de reforma no fueron suficientes para que la fundación de Cîteaux

consiguiera abrirse camino. Sólo al ingresar en aquélla San Bernardo de Claraval (muer-

122

[8] Cf. H. Grundmann: Ketzergeschichte des Mittelalters: Die Kirche in ihrer Geschichte, t. II, fascí-

culo G (1ª parte, Gottinga, 2ª ed., 1967): “La autocrítica y purificación de la Iglesia restó en un principio

la motivación a la herejía” (G 11). “Gregorio VII, y también ya su predecesor Alejandro II aconsejado

por aquél, se sirvieron de este movimiento” (es decir, de los patarinos) (G 15).

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to en 1153), la orden del Císter se convirtió en el movimiento innovador que conquista-

ría al mundo.

2.- Aunque en un principio sea el fundador quien determina la forma de vida de la co-

munidad –más por la fuerza configuradora de su personalidad y de su vida ejemplar que

por una regla–, ésta, no obstante ser secundaria en cuanto al tiempo y rango, no deja de

ser constitutiva para la comunidad y su fuerza de impacto en la realidad histórica. En la

regla de una orden religiosa, lo espontáneo-carismático recibe su marco institucional.

Frecuentemente, aunque no en todos los casos, sólo fue elaborada al cabo de múltiples

ensayos tanteadores e incluso no por obra del fundador. Éste, a menudo, ni tan siquiera

era el superior de su fundación o se veía en el caso de confiar la dirección a otras ma-

nos, como, por ejemplo, San Francisco de Asís. San Bruno de Colonia (muerto en

1101), fundador de los cartujos, permaneció sólo cinco años en la Cartuja. Y sólo el

quinto prior, Guigo (muerto en 1137), dotó a la orden, en 1116, de su organización y

regla con las Consuetudines. Investigaciones recientes hacen posible que tampoco San

Norberto de Xanten (muerto en 1134), el fundador de los premonstratenses, fuese el

prior de los mismos ni el primer preboste de Prémontré. La Charta caritatis, la regla

fundamental de los cistercienses, que imprimió a esta orden su carácter propio, es obra

de San Esteban Harding (muerto en 1133), el tercer abad de aquélla.

3.- Pero la espiritualidad del fundador de una orden religiosa y la forma de vida en

cuya definición haya intervenido, es decir, la regla, no determinan por sí solas la pecu-

liaridad de las órdenes religiosas ni son la razón de la variopinta imagen que ofrecen las

numerosas comunidades dentro y fuera de la Iglesia. Como tercer componente debe

considerarse en cada caso la llamada de la época. En las personas de los fundadores de

órdenes se revelaban hombres despiertos y receptivos para el futuro, que trataban de dar

respuestas a los interrogantes y angustias de su tiempo, cuyos singulares aspectos demo-

níacos percibían, congregando en torno suyo a correligionarios con el fin de resolver los

problemas así planteados, o sea, creando una congregación u orden.123

III.- El movimiento de pobreza hacia 1200 y su conflicto con la Iglesia

Ejemplo elocuente de las tensiones entre carisma e institucionalidad, vocación perso-

nal divina y ministerio eclesial, así como del peligro de ruptura y de las posibilidades de

123

[9] Cf. W. Dirks: La respuesta de los frailes, San Sebastián, Ed. Dinor, 1957. Lo que se expresa tan

certera como sencillamente con los términos “llamada” y “respuesta” ha sido calificado recientemente

por Metz como “componente práctico-político „de situación‟”, que juntamente con el componente místi-

co, constituye la dable estructura de la sucesión: J. B. Metz: Las Órdenes religiosas. Su misión en un

futuro próximo como testimonio vivo del seguimiento de Cristo, Barcelona. Ed. Herder, 1975. 45s. Cf. E.

Iserloh: Reform-Reformation, en W. Heinen y J. Schreiner (edit.): Erwartung-Verheissung, Würzburgo

1969, 111-131, 113-116.

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síntesis creadora, lo constituye el movimiento de pobreza de finales del siglo XII.124

Su

origen no radicaba en un pauperismo generalizado, sino en la prosperidad económica de

las ciudades gracias a la economía de dinero que hacía viable un comercio e industria a

escala importante. No es ningún azar que las regiones cultural y económicamente más

desarrolladas del mediodía de Francia, así como la Lombardía, Flandes y Champaña,

fuesen el escenario de esos movimientos de pobreza y de predicación itinerante en la

que protestaban contra la “edad de la lana”, el espíritu mercantil y los peligros de la

incipiente economía dineraria. En la pobreza pretenden imitar a Jesús, el pobre. Se

trataba en primer lugar de vivir según el Evangelio, no de la doctrina. No se dirigen al

clero, sino al pueblo creyente, a la multitud de los seglares piadosos. Estos han desper-

tado a una más vigorosa conciencia de sí mismos, mostrándose más exigentes en lo que

se refiere a la vida espiritual, la predicación y su realización en la vida cotidiana.

El apóstol y predicador itinerante es el representante de las nuevas comunidades, su

vida de pobreza garantiza la verdad de la doctrina. Si lo que se pretendía era la reforma

de las costumbres por la vuelta a la pobreza evangélica, esta aspiración tenía que vol-

verse forzosamente contra un clero cuyo modo de vida era contrario a las exigencias de

su ministerio. Ahora bien, este elemento de crítica a la Iglesia debe considerarse como

algo secundario que conduce al rechazo de los clérigos ordenados y de los sacramentos

por ellos administrados. La gente se preguntaba si las consagraciones y bendiciones del

predicador itinerante, dotado del Espíritu, no serían más de fiar que los sacramentos dis-

pensados por sacerdotes que vivían de manera tan poco edificante. “Magis operatur me-

ritum quam ordo”, más eficaz es el mérito de una vida ejemplar que el orden recibido,

era un argumento típico que no dejaba de causar impacto.125

No es preciso señalar expresamente que hay que distinguir entre los cátaros, cuya doc-

trina dualista era fundamentalmente herética y profundamente opuesta al espíritu occi-

dental, y los movimientos de pobreza como los de los valdenses o Pobres de Lyon y

los Humillados. Lo que éstos pretendían, por el contrario, era auxiliar a la Iglesia en su

lucha contra la herejía de los cátanos mediante su predicación y el ejemplo de la po-

breza apostólica. Pretendían vivir como los herejes, pero enseñar como la Iglesia. Cuan-

do a Pedro de Valdo el ordinario de su diócesis, el arzobispo de Lyon, le prohibió que

predicara, aquél recurrió a Roma, persuadido de que obtendría de Alejandro III y del

Concilio Lateranense el reconocimiento de su vida de pobreza y la licencia para la

predicación apostólica itinerante. Tanto más trágico fue que la Curia no acertara a com-

prender la naturaleza ni voluntad del movimiento religioso que se le ofrecía, y que la

124

[10] H. Grundmann: Religiöse Bewegungen im Mittelalter, Darmstadt 1961. Ilarino da Milano: Le

concept de “Reformé” comme solution aux tensions religieuses du XIIIe siècle. Relación presentada en la

Universidad de Uppsala (manuscrito mecanografiado, agosto 1977).

125

[11] Alano de Lila (muerto en 1202): De fide contra haereticos, c. 8: “Dicen los predichos herejes que

más opera el mérito para consagrar o bendecir, atar y absolver, que el orden y oficio” (PL 210 Sp.

385). H. Grundmann: Religiöse Bewegungen im Mittelalter, Darmstadt 1961, 95, nota 46.

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petición de los seglares de que se les autorizara a predicar, quedase sin respuesta, entre

las arrogantes risas de la junta examinadora compuesta de teólogos y juristas.126

Parecida a la suerte de los valdenses, fue la de los humillados en 1179. Ninguno de los

dos grupos estaba dispuesto a renunciar a la predicación. Convencidos de haber recibido

un mandato superior e invocando los Hechos de los Apóstoles 5, 29: “Es preciso obe-

decer a Dios antes que a los hombres”, persistieron en sus actividades. Por esta razón,

el sínodo de Verona, bajo Lucio III, condenó en 1184 a todos los desviacionistas de en-

tonces sin distinción: cátaros, patarinos, humillados, valdenses y otros (cf. Denzinger-

Schönmetzer, nn. 760ss).

IV.- Esfuerzos de Inocencio III

en pro de la integración del movimiento de pobreza en el seno de la Iglesia

La grandeza de Inocencio III (1198-1216) fue que –pese a su decidido propósito de

combatir por todos los medios la peligrosa herejía de los cátaros, en trance de erigir una

antiiglesia– acertó a percatarse de la diferencia que existía entre aquéllos, por un lado, y

los humillados y valdenses, de otro. No sólo trató de recuperarlos para la Iglesia, sino

que, como grupo, les concedió una esfera de actuación en el seno de la misma. Abrió al

movimiento de la pobreza las puertas de la Iglesia y trató de salvar el abismo entre el

movimiento religioso y el ministerio jerárquico. No exageramos cuando, frente a una

interpretación histórica que presenta a Inocencio III unilateralmente como político y

rey-sacerdote que pretendía el dominio universal, vemos la importancia primordial de

este pontífice en la integración del movimiento de pobreza en el seno de la Iglesia. “Su

política fue decisiva para que, de la informe fermentación del movimiento religioso,

pudieran surgir las nuevas grandes órdenes religiosas y los órdenes nuevos”.127

No fueron sólo razones de política eclesiástica las que movieron a Inocencio III a ha-

cer concesiones a los movimientos religiosos de signo centrífugo; no sólo aspiraba a in-

corporarlos a la Iglesia institucional, sino que había una relación interior que lo vin-

culaba a la espiritualidad de aquéllos, y lo que pretendía era que ésta fuera fecunda en la

Iglesia. Sus escritos, homilías y cartas denotan una interior proximidad al ideal de po-

breza de la época y la conciencia de su importancia para la reforma de la Iglesia. Siendo

todavía cardenal, Inocencio trata detenidamente de los peligros de la opulencia, en su

escrito Sobre la miseria de la condición del hombre (PL 217, 722), describiendo la

dictadura de la opulencia sobre los corazones humanos. Como ningún rico puede entrar

en el reino de los cielos, declara bienaventurado al apóstol que podía decir de sí “no

tengo oro ni plata” (Hech 3, 6). Como programa de su pontificado y del Concilio con-

vocado por él, Inocencio cita, además de la recuperación de Tierra Santa, la reforma de

la Iglesia (PL 217, 674); para ésta considera como auxiliares muy calificados a las

126

[12] Cf. el informe arrogante e irónico del clérigo inglés afecto a la corte, Walter Map, que tomó parte

en el interrogatorio: De nugis curialium I, 31, ed. M. R. James: Anecdota Oxoniensia 14, 1914, p. 60; H.

Grundmann: Religiöse Bewegungen im Mittelalter, Darmstadt 1961, 60 y sigs.

127

[13] H. Grundmann: Religiöse Bewegungen im Mittelalter, Darmstadt 1961, 72.

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órdenes religiosas. Por eso, se propone promover la vida espiritual de las mismas. Si

ésta consiste en la imitación de Cristo, lo que importa es seguir desnudos y pobres a

Jesús, el pobre: “Pertenece, pues, a la perfección seguir a Cristo, para que el desnudo

siga al desnudo, el pobre al pobre” (PL 217, 573). Con ese “seguir desnudos a Cristo

desnudo”, Inocencio recoge una vieja divisa del ascetismo que, en el movimiento de po-

breza de su tiempo, había adquirido nueva actualidad: “A Cristo pobre lo imitáis cual

pobres”, escribe al capítulo general de los cistercienses (PL 214, 334).

Porque sabía que los herejes del mediodía de Francia extraían sus más contundentes

argumentos de la vida poco edificante de los prelados de la región, el pontífice instruyó

de este modo a sus legados de la orden del Císter: “En vuestras costumbres debe poder

leerse lo que exponéis con vuestras palabras” (PL 215, 359). “Que vuestra modestia

haga enmudecer a los herejes; guardaos de darles motivo de censura con vuestras pa-

labras u obras” (PL 215, 360).

Según un escrito de 1206, los legados pontificios deben hacer recapacitar a los desca-

minados mediante su ejemplo activo y la fuerza persuasiva de su discurso basada en la

imitación de la pobreza de Cristo, el pobre. Con esta actitud pastoral y con su proximi-

dad al ideal de pobreza, Inocencio reunía las condiciones para recuperar a los humilla-

dos y a una parte de los valdenses, y conceder de esta manera, aun antes de la aparición

en escena de San Francisco de Asís, al movimiento de pobreza un lugar en la Iglesia. Al

comienzo de su pontificado, Inocencio se opuso a que todos los representantes de la

pobreza evangélica fuesen tratados indiscriminadamente como herejes.128

En una carta

dirigida al obispo de Verona, en 1199, escribe que hay que guardarse de arrancar el

trigo con la cizaña (PL 214, 695 y 788s) y cuidar de no condenar a inocentes y de

absolver a culpables. Partiendo de esta actitud, Inocencio logró que volviesen al seno de

la Iglesia los humillados y parte de los valdenses, que serían llamados en adelante

“pobres católicos”. Fueron autorizados a conservar sus usos y costumbres y a dedicarse

a la predicación ambulante para edificación de los fieles y conversión de los herejes.

Condición básica para esta reconciliación fue el reconocimiento del ministerio jerár-

quico. Los militantes en el movimiento de pobreza hubieron de admitir básicamente que

el derecho de predicar está vinculado al mandato o licencia del Papa o de un obis-

po,129

que sólo el sacerdote ordenado por el obispo puede lícitamente administrar los sa-

cramentos y que éstos son válidos independientemente de que el sacerdote que los dis-

pensa sea digno o no. Los esfuerzos del pontífice en pro de la reconciliación con los

movimientos de pobreza fracasaron en muchos casos a causa de la incomprensión de los

ordinarios del lugar, que no sabían distinguir entre los valdenses heréticos y los “pobres

católicos”. El Papa hubo de prevenir a los obispos para que no excluyesen de la Iglesia

a hombres creyentes y justos; si los recuperados, sostenía, se mantenían fieles a la

“substantia veritatis”, podía permitírseles que conservaran muchos de sus hábitos ante-

riores e incluso había que contar con la posibilidad de que, precisamente por ello, actua-

128

[14] Cf. H. Grundmann: Religiöse Bewegungen im Mittelalter, Darmstadt 1961, 71ss.

129

[15] H. Grundmann: Religiöse Bewegungen im Mittelalter, Darmstadt 1961, 109.

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sen con tanta mayor eficacia entre los demás herejes para hacerlos volver al seno de la

Iglesia.130

En carta dirigida al arzobispo de Tarragona, fechada en 12 de mayo de 1210, el pon-

tífice llega incluso a reprochar a los obispos que, por su dureza, sustraen a la miseri-

cordia de Dios a muchos hombres espoleados por la gracia divina (PL 216, 275). Ya

anteriormente, en el Propositum en que confirmaba a los humillados sus normas y for-

ma de vida, el pontífice, invocando las palabras de San Pablo, “¡No apaguéis el es-

píritu!”, había prohibido a los obispos que impidieran a los hermanos la predicación

edificante. De modo similar, Honorio III tenía motivos para exhortar todavía en 1218 a

todas las jerarquías eclesiásticas a que acogiesen a los hermanos menores “como cató-

licos y fieles”, y para disponer una vez más que fuesen admitidos en sus respectivas dió-

cesis como “verdaderamente fieles y religiosos”.131

En su presentación exterior y en la formulación del mensaje, apenas había ninguna

diferencia entre san Francisco de Asís o los franciscanos y los movimientos de pobreza

de los valdenses y humillados que habían entrado en conflicto con la Iglesia. Así, los

franciscanos en Alemania eran apaleados y expulsados porque se los confundía con los

herejes.132

Estos hechos nos permiten calibrar la importancia del encuentro entre el Papa

Inocencio III y el Santo que acudía al pontífice para que éste le confirmara su regla de

vida. Apenas ningún otro Santo tan convencido de su carisma y de la inmediatez de su

vocación divina. La expresión “El Señor me dio” la emplea Francisco tres veces ya sólo

al principio de su Testamento. “Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me

mostraba qué debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según

la forma del santo Evangelio” (Test 14), dirá en la segunda parte del mismo. Poco más

adelante, repetirá: “El Señor me reveló”.

Pero San Francisco no quería vivir su vocación sin la aprobación y el mandato de la

Iglesia. En el prólogo de la llamada segunda regla, la Regla no bulada, dice: “Esta es la

vida del Evangelio de Jesucristo, cuya concesión y confirmación pidió el hermano

Francisco al señor Papa. Éste se la concedió y confirmó para él y para sus hermanos”

(1 R Pról. 2). La regla misma comienza así: “El hermano Francisco y todo aquel que

sea cabeza de esta Religión, prometa obediencia y reverencia al señor Papa Inocencio

y a sus sucesores” (1 R Pról. 3; cf. 2 R 1,2). “Era la primera vez en la historia de la

130

[16] PL 216, 73; H. Grundmann: Religiöse Bewegungen im Mittelalter, Darmstadt 1961, 114.

131

[17] Cum dilecti filii (11-VI-1218) I, 2b; Pro dilectis filiis (29-V-1220) I, 2b; K. Esser: Anfänge und

ursprüngliche Zielsetzungen des Ordens der Minderbrüder, Leiden 1966, p. 148-149.

132

[18] Cf. el informe de Jordán de Giano sobre la aparición de los primeros hermanos menores en te-

rritorio alemán: Crónica, cap. 5; H. Grundmann: Religiöse Bewegungen im Mittelalter, Darmstadt 1961,

154s; K. Esser: Anfänge und ursprüngliche Zielsetzungen des Ordens der Minderbrüder, Leiden 1966,

148-153.

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Iglesia que una orden religiosa en su totalidad se vinculaba tan estrechamente al

pontífice y se subordinaba a él tan absolutamente en todo”.133

De no menor significación que esta apertura del Santo y su movimiento hacia el mi-

nisterio eclesial fue el hecho de que el pontífice, pese a numerosas resistencias por parte

de la Curia, accediese a la súplica del hermano Francisco, autorizándole a llevar una vi-

da de pobreza evangélica tal como él la entendía. Con ello, las puertas de la Iglesia

quedaban definitivamente abiertas al movimiento de pobreza. El fecundo encuentro

entre carisma y ministerio eclesial había liberado fuerzas vitales para el movimiento

franciscano, así como para la propia Iglesia. Pero esto, claro está, presenta un aspecto

enteramente diferente si se enfoca con los criterios del siglo XIX o de cualquier ideario

que ignora totalmente el misterio de la Iglesia. Así, Paul Sabatier escribe, en su fa-

mosa Vida de San Francisco de Asís, que durante varios decenios fue la obra más

autorizada en la materia: “De esta manera, la creación de San Francisco, concebida en

un principio tan laicalmente, se convirtió sin ninguna intervención suya en una

institución eclesiástica. Forzosamente, no tardaría en degenerar en institución pura-

mente clerical. Sin saberlo, el movimiento franciscano se había apartado de sus esen-

cias primigenias. El profeta había cedido el puesto al sacerdote...”.134

Que esta interpretación no se corresponde con la de San Francisco, lo demuestra el

ulterior comportamiento de éste. En las primeras crisis de su inicial movimiento, el

Santo buscó una relación todavía más estrecha con la institución eclesial, una vincu-

lación aún más fuerte a la Iglesia romana. Las causas de la crisis radicaban sobre todo

en el extraordinario aumento del número de hermanos y en la rápida propagación de la

nueva Orden mucho más allá de Italia. El Santo temía, además, las corrientes heréticas.

Según su biógrafo Tomás de Celano, San Francisco se aplicaba la imagen de la “pe-

queña gallina negra” incapaz de seguir albergando bajo sus alas a todos los polluelos,

por lo que decía: “Iré, pues, y los encomendaré a la santa Iglesia romana, para que con

su poderoso cetro abata a los que les quieren mal y para que los hijos de Dios tengan

en todas partes libertad plena para adelantar en el camino de la salvación eterna” (2

Cel 24).

El Santo exigía esta integración en las estructuras eclesiales sobre todo para la predi-

cación. Condición necesaria para ésta era, si no la consagración sacramental, sí el en-

cargo misional recibido de la Iglesia o licencia del ordinario, además de la preparación

necesaria. Así, en la regla primera se establece que “ningún hermano predique contra la

forma e institución de la santa Iglesia y a no ser que se lo haya concedido su ministro”

(1 R 17,1). La regla definitiva dispone: “Los hermanos no prediquen en la diócesis de

un obispo cuando éste se lo haya prohibido” (2 R 9, 1). Hasta qué punto era serio su

propósito de incorporar su misión profética al seno de la Iglesia, hasta qué punto era aje-

133

[19] Werkbuch zur Regel des hl. Franziskus, publicado por los franciscanos alemanes (Werl 1955)

140; cf. K. Esser: Anfänge und ursprüngliche Zielsetzungen des Ordens der Minderbrüder, Leiden 1966,

197-207.

134

[20] Paul Sabatier: Vie de S. François d‟Assise (33.ª ed., París s/a) 116. [Trad.: Francisco de Asís,

Valencia, Ed. Asís, 1994, 4ª ed.].

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no a sus intenciones hacer valer su carisma contra el ministerio eclesial, lo atestigua su

Testamento, donde está escrito: “Y si tuviese tanta sabiduría como la que tuvo Salomón

y me encontrase con algunos pobrecillos sacerdotes de este siglo, en las parroquias en

que habitan no quiero predicar al margen de su voluntad” (Test 7). Por eso prohibió a

sus hermanos que, mediante los correspondientes privilegios de la Santa Sede, se ase-

gurasen la libertad de predicar (Test 25). Lo que el Santo se proponía evidenciar de este

modo es que la predicación sólo debe realizarse en el marco de la autoridad eclesial.

Grande era sin duda la preocupación de San Francisco de que sus hermanos pudieran

derivar hacia la herejía. El Santo, tan amable de ordinario, se vuelve tajante y “legalis-

ta” cuando se trata de oponerse al peligro de la herejía. En la más antigua regla de la

Orden Tercera se intenta prevenir la infiltración de corrientes heréticas al disponer que

“no se permitirá el ingreso a ningún hereje ni acusado de herejía...”.135

En la Regla no

bulada, el Santo exhorta: “Todos los hermanos sean católicos, vivan y hablen católica-

mente. Pero, si alguno se aparta de la fe y vida católica en dichos o en obras y no se

enmienda, sea expulsado absolutamente de nuestra fraternidad. Y a todos los clérigos y

a todos los religiosos tengámoslos por señores nuestros... y veneremos en el Señor su

orden y oficio y su ministerio” (1 R 19). En la Regla bulada se dispone: “Y los ministros

examínenlos (a los aspirantes) diligentemente sobre la fe católica y los sacramentos de

la Iglesia”, y sólo los admitirán “si creen todo esto, y quieren profesarlo fielmente, y

guardarlo firmemente hasta el fin...” (2 R 2,2-3). Como intención de su Testamento,

que los “espirituales” creyeron más tarde poder invocar, el Santo declara: “... para que

mejor guardemos católicamente la Regla que prometimos al Señor” (Test 34). Precisa-

mente en este documento, que ha sido presentado “como la última manifestación

solemne de los ideales de San Francisco” e incluso como “ardorosa protesta contra la

regla definitiva de la Orden”,136

el Santo no se contenta con la exhortación fraterna,

sino que emprende “la vía de la severa jurisdicción”,137

cuando escribe: “Y a los que se

descubra que no cumplen con el oficio (divino) según la Regla y quieren variarlo de

otro modo, o que no son católicos, todos los hermanos... estén obligados por obedien-

cia... a presentarlo al custodio más cercano... Y el custodio esté firmemente obligado,

por obediencia, a custodiarlo fuertemente, como a hombre en prisión día y noche, de

suerte que no pueda ser arrebatado de sus manos hasta que en propia persona lo con-

signe en manos de su ministro. Y el ministro esté obligado... a remitirlo por medio de

tales hermanos, que lo custodien día y noche, como a hombre en prisión, hasta que lo

lleven a la presencia del señor de Ostia (el cardenal protector), que es el señor, pro-

tector y corrector de toda la fraternidad” (Test 31-33).

135

[21] K. Esser - L. Hardick: Die Schriften des hl. Franziskus von Assisi, Werl 1972, 4ª ed., 81. El P.

Esser no incluye esta Regla en su edición de los Opuscula por no haber sido compuesta directamente por

el Santo; cf. Opuscula, 52.

136

[22] Cf. K. Esser - L. Hardick: Die Schriften des hl. Franziskus von Assisi, Werl 1972, 4.ª ed., 8.

137

[23] K. Esser: Anfänge und ursprüngliche Zielsetzungen des Ordens der Minderbrüder, Leiden 1966,

151.

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El Santo supo soportar heroicamente las tensiones entre su vocación y la obediencia al

ministerio eclesial, a veces con el corazón sangrante. Hubo de comprender que, para la

Orden, el ideal de pobreza no era realizable con el radicalismo primitivo. Al aumentar el

número de los hermanos y propagarse la Orden por el mundo, fueron precisas institu-

ciones, así como residencias fijas y libros para la formación de las jóvenes promociones.

Para no ser un obstáculo en este camino y seguir fiel en su persona a la pobreza ra-

dical, siendo de esta manera un símbolo para los hermanos, San Francisco confió a otras

manos la dirección de la Orden. Al seguir viviendo y actuando en la misma como sim-

ple hermano, no había en esta actitud resignación ni protesta, sino una síntesis, tan gran-

diosa como cargada de tensiones, de su fidelidad a la vocación y de heroica obediencia a

la Iglesia constituida. Mientras su espíritu permaneció vivo en la Orden, ésta siguió

siendo fecunda para toda la Iglesia. En cambio, en la posterior disputa sobre la pobreza

de los llamados espirituales, un rigorismo ergotista invocaba a San Francisco y sus

ideales de una manera que hacía escarnio de los mismos, causando grave daño a la

Orden y a la cristiandad.138

Concluyendo…

Hemos partido de los movimientos renovadores en nuestros días, de los grupos que

critican a la Iglesia institucionalizada y de su alienación e incluso alergia frente a la

misma. Por el ejemplo del movimiento de pobreza de finales del siglo XII y comienzos

del XIII, hemos evidenciado cómo llega a producirse el conflicto entre carisma y mi-

nisterio eclesial, y también cómo es posible una síntesis y un encuentro fecundo entre

ambos. Habríamos podido aportar otros ejemplos tomados de la historia, v. g., las re-

formas protestante y católica del siglo XVI. Lo expuesto también es válido en nuestros

días. Una Iglesia institucionalizada, exteriormente intacta, no basta, como tampoco son

operantes los arranques carismáticos. Si las expectativas de reforma se verán cumplidas

hoy día o conducirán a frustraciones y hasta a nuevos cismas, dependerá de si el carisma

y el ministerio eclesial llegan a encontrarse mutuamente, de si las jerarquías eclesiás-

ticas –los obispos y el Papa– confían en el Espíritu que obra en todos los miembros de

la Iglesia, y de si, al mismo tiempo, tienen el valor de ejercer su autoridad.

Y no menos depende de si aquéllos que se sienten como protagonistas de la reforma,

no sólo se consideran carismáticos, sino que lo son efectivamente y se abren al Espíritu

Santo que a todos nos está prometido, en lugar de dejarse guiar por la sabiduría de la

carne y de la sangre, la obstinación y el afán innovador, y si se acercan al ministerio

eclesial en la obediencia, es decir, dispuestos a escuchar y con el propósito de salva-

guardar la unidad del Espíritu.

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[24] Cf. J. Lortz: El santo incomparable, Madrid, Ed. Centro de Propaganda, 1964.

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EPÍLOGO III

DE CÓMO SE FUNDÓ LA ORDEN DEL CARMELO

El siguiente texto, sacado de la webcatolicodejavier.org (8/5/2016), tiene como autor

al carmelita Rafael María López Melús y como procedencia la Revista Ave María, nº

699 (julio de 2004).

1.- Origen histórico del Carmelo

Dificultades ha encontrado la historiografía carmelita de todos los tiempos pero espe-

cialmente en sus orígenes, ya que carece de escritos fiables para conocer su origen y

evolución. La Orden del Carmen no tiene un hombre o mujer a quien pueda acudir

como fundador o fundadora. Su origen es sencillo, modesto, sin relieve. Un grupo de

cruzados, penitentes y peregrinos dieron vida a la futura Orden del Carmen en la última

década del siglo XII en las laderas del Monte Carmelo, en Palestina.

El primer documento histórico que poseemos es la Regla. Alberto Avogadro o de

Vercelli, Patriarca de Jerusalén (muerto en 1214), de acuerdo con su propósito, les

entregó una breve Norma de vida. La Regla albertina recibida por el 1209 será siempre

punto de referencia y el libro fundamental de la historia y espiritualidad de la Orden del

Carmen. Bien podemos afirmar que con ella incipit Carmelus.

Las primeras Constituciones que conocemos –1281– ya traen la Rúbrica prima pero

parece que hubo de ser anterior, en la que se afirma que estos primeros habitantes del

Carmelo se propusieron vivir en comunidad y tratar de emular a San Elías y a él lo

tomaron como padre espiritual. Estas Normas de vida se convirtieron en Regla al ser

aprobadas canónicamente por el Papa Honorio III, el 30 de enero de 1226.

Valioso es también, para conocer los orígenes del Carmelo, el testimonio de Jaime de

Vitry (muerto en 1240), que fue obispo de Acre (1210-1228), y escribió en su Historia

Orientalis sobre este grupo naciente de carmelitas. Afirma que no pocos de aquellos

devotos peregrinos, en lugar de volver a su patria, preferían quedarse en Palestina para

consagrarse al Señor, abrazando allí la vida monástica en el Monte Carmelo, en las

cercanías de la fuente de Elías. Allí, siguiendo el ejemplo del santo y solitario profeta

Elías, “vivían en pequeñas celdas y, cual abejas del Señor, se dedicaban a elaborar en

sus colmenas una miel espiritual de exquisita dulzura”.

El famoso historiador de la Edad Media, el dominico Vicente de Beauvais, en su Spe-

culum maius, ofrece también datos precisos y preciosos sobre el origen de los carmelitas

en el Monte Carmelo.

Nos encontramos, pues, en Palestina ante un grupo de ermitaños, provenientes de va-

rios países europeos. No son nativos, sino occidentales; de rito latino y, por tanto, dis-

tintos de los monjes greco-ortodoxos del cercano monasterio de Santa Margarita o Ma-

rina.

Quienes forman este grupo anónimo de consagrados, en obsequio a Jesucristo, pronto

se dedicarán también a María en el espíritu de Elías.

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2.- Testimonios de peregrinos

Ninguno de los documentos que vamos a recordar se propuso estudiar el marianismo

del Carmelo. Sólo de pasada refieren datos de interés, lo que prueba que cuando ellos

escriben eran ya hechos conocidos por todos.

Tierra Santa fue siempre tierra de peregrinaciones, pues los cristianos de todos los

tiempos sentían ansias de visitar la tierra donde vivió y murió el Señor. A escritos de

estos peregrinos o palmeros debemos el primer testimonio claro y explícito acerca del

título mariano de nuestra primera capilla en el Monte Carmelo. He aquí los testimonios

más importantes:

a) “Citez de Jherusalem o Les Pelerinages pur aller en Jherusalem”. Fue escrito

hacia 1230. En el capítulo primero trae este precioso testimonio:

“En esta misma montaña (del Carmelo) se encuentra la abadía de Santa Mar-

garita, que pertenece a los monjes griegos, y que está en un hermoso paraje. En

esa abadía se conserva el lugar donde vivió San Elías y allí hay una capilla en la

roca. Detrás de la abadía de Santa Margarita, en la ladera de la misma montaña

hay un lugar muy bello y deleitoso donde viven los eremitas latinos llamados Her-

manos Carmelitas; allí se encuentra una pequeña iglesia de la Virgen; en toda es-

ta zona hay abundancia de buenas aguas, que salen de la misma roca de la mon-

taña; desde la abadía de los griegos hasta los eremitas latinos, la distancia es de

una legua y media”.

b) “Les sains pelerinages que l‟en droit requerre en la Terre Sainte”. Probable-

mente es contemporáneo del anterior. Añade este nuevo dato:

“Cerca de esta abadía de Santa Margarita, en la ladera de la misma montaña

(el Carmelo) se encuentra un lugar muy bello y deleitoso donde viven los ermi-

taños latinos llamados Hermanos Carmelitas. Hay allí una hermosa iglesia de la

Virgen; y existen allí por todas partes grandes plantaciones, regadas con el agua

que mana de la misma montaña”.

c) El dominico francés Humberto de Dijon en 1330 realizó una peregrinación a Tie-

rra Santa que describió en su obra Liber peregrinationis. En ella trae este intere-

sante testimonio:

“En el Monte Carmelo se encuentra una capilla bastante devota, erigida en

honor de la Santa Virgen. De este monte y de esa capilla como ellos mismos lo

afirman traen su origen y su nombre los Hermanos Carmelitas llamados Herma-

nos de Santa María del Carmelo…”.

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Todos los testimonios conocidos concuerdan con los descubrimientos arqueológicos

realizados en 1958 en el Wadies Siah. Aquí han aparecido las ruinas del monasterio y de

la iglesia que los ermitaños latinos levantaron en el primer cuarto del siglo XIII en

honor de la Virgen María, y que es la célula germinal de la Orden del Carmen.

3.- Documentos pontificios

La primera mención del título mariano aparecería en la constitución “Devotionis ves-

trae”, dirigida desde Lyon por Inocencio IV, el 12 de julio de 1247, al Prior y a los her-

manos de Santa María del Monte Carmelo.

La fórmula breve Orden de Santa María del Monte Carmelo es más constante en los

ambientes de la Curia romana y ampliamente usada por los glossatores de la Cancillería

Apostólica. De hecho, la usa a menudo, no sólo en los encabezamientos sino también en

el cuerpo del texto.

Otros Papas, en varias de sus bulas o decretos, a lo largo de este siglo XIII, darán a la

Orden este título mariano.

Un paso más, el del patrocinio de María sobre el Carmelo, es defendido y vivido por

la Orden ya en el siglo XIII. El Papa Urbano IV, el 19 de febrero de 1263 en su res-

cripto “Quoniam ut ait”, anima a los fieles de Tierra Santa concediéndoles cien días de

indulgencia por cada ayuda material que diesen al Provincial de los carmelitas, entre-

gado a la reconstrucción del monasterio cuna de la Orden. Precisamente en ese contexto

prosaico, el Papa recuerda, de pasada, que María es la Patrona del Carmelo, cosa que se

da por vez primera en un documento pontificio.

A partir de estos años de mediados del siglo XIII ya abundan tanto los documentos

pontificios que no vale la pena aducirlos. Casi todos los Papas hablan del marianismo de

la Orden del Carmen y la recomiendan a reyes, príncipes y obispos, a la vez que elogian

la labor de los carmelitas.

Habría que traer aquí, especialmente, los hermosos testimonios sobre este tema de Pío

XII, Pablo VI y Juan Pablo II, que en repetidas ocasiones han hablado sobre la Orden

del Carmen y su bendito Escapulario…

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