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LOS PATIOS INTERIORES DE LA REFORMA UNIVERSITARIA
EL CASO DE LA UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA
ADRIAN ACOSTA SILVA
PONENCIA PRESENTADA EN LA PRIMERA REUNIÓN DE AUTOESTUDIO DE LAS UNIVERSIDADES
PÚBLICAS MEXICANAS CENTRO DE INVESTIGACIONES INTERDISCIPLINARIAS EN
CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES UNAM
15-19 DE OCTUBRE DE 2001
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ADRIAN ACOSTA SILVA Sociólogo por la Universidad de Guadalajara. Maestro en Ciencias Sociales y Doctor en Ciencia Política por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede académica de México. Profesor-investigador titular "c" de tiempo completo en el Departamento de Ciencias Sociales y Jurídicas del Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas de la Universidad de Guadalajara. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. En 1994 ganó el certamen de ensayo político Carlos Pereyra otorgado por la Fundación Nexos. Es autor del libro Estado, políticas y universidades en un período de transición (FCE/U. de G, 2000), y coordinador del libro Historias paralelas: un cuarto de siglo de las universidades públicas en México (UACJ, 1999). Es miembro del Consejo Editorial de la revista Nexos. Es colaborador del periódico Público-Milenio de Guadalajara. Actualmente es Coordinador Académico de la Maestría en Planeación de la Educación Superior de la Universidad de Guadalajara. Recientemente ganó el Premio ANUIES 2001 en el rubro de “Mejor Artículo de Investigación” en el campo de la educación superior, con el texto “Bajo el cielo ¿protector? de la globalización. Poder y políticas de educación superior en América Latina” (revista Perfiles Latinoamericanos, núm. 17, diciembre, 2000, Flacso-México) Domicilio postal: CUCEA-U. de G. Departamento de Ciencias Sociales y Jurídicas. Periférico Norte 799, edificio L-201, Los Belenes, Zapopan, Jalisco, 45000. Tel/fax (3)6562965 e-mail: [email protected]
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Los patios interiores de la reforma universitaria
El caso de la Universidad de Guadalajara
Adrian Acosta Silva
Síntesis En 1989, la Universidad de Guadalajara inició un proceso de reforma académica y administrativa que se desarrolló con altibajos y conflictos a lo largo de la década de los noventa. Luego de varios años de conflicto político, preparación y ajustes tanto en las relaciones políticas tradicionales como en el diseño original de la reforma, a finales de 1993, con las reformas a la Ley Orgánica de la Universidad vigente desde 1952, se inició la implementación de varios cambios importantes en la administración, la organización académica y el gobierno de la institución. Con un entorno nacional y local favorable a los vientos del cambio, dos administraciones consecutivas de la U. de G. (1989-1995, y 1995-2001), instrumentaron diversas modificaciones a la estructura universitaria, que implicó procesos específicos de departamentalización, descentralización y regionalización, profesionalización académica, impulso a la investigación y el posgrado, búsqueda de fuentes no tradicionales de financiamiento, implementación de políticas de evaluación institucional orientadas a mejorar la calidad académica, y reorganización del sistema de enseñanza media superior. Este trabajo intenta realizar un balance provisional de los cambios y las transformaciones instrumentadas en la Universidad de Guadalajara a lo largo de la década de los noventa. Es una exploración que parte no solamente de la descripción y el análisis del tamaño de los cambios, sino de las limitaciones, efectos perversos o indeseados, y de las "promesas no cumplidas" de la reforma en la U. de G. De manera específica se trata de formular una respuesta posible (una hipótesis de trabajo) a la cuestión de si la universidad es hoy igual, mejor o peor que hace diez años, a partir del supuesto de que el fin mismo, la intención de las acciones de la reforma universitaria, es el fortalecimiento del núcleo académico de la universidad. El argumento central es que la "política de las políticas" de la reforma universitaria es el eje explicativo básico del proceso y el que permite interpretar el perfil de los resultados, los vacíos y los acuerdos institucionales (y los conflictos) que se han observado en la institución a lo largo de estos años.
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Introducción: Diez años después
Un viejo grupo de rock inglés (aunque ya se sabe que eso de “viejo”, sobre
todo a nuestra edad, es siempre relativo), decidió ponerse como nombre, en algún
momento de los alucinantes años sesenta, el exótico título de Ten Years After.
Formado en 1967, el nombre surgió porque su líder y vocalista principal (el mago
de la guitarra Alvin Lee), suponía que el grupo tendría como horizonte de vida
exactamente diez años (mucho tiempo cuando uno tiene veinte años), y al
comenzar a tocar en conciertos y grabar álbums, suponían, con todo el optimismo
de los locos años sesenta, que una década después el grupo seguiría vivo. En
realidad, el grupo como tal se extinguió en 1975, año de su último disco. Diez años
después, en 1977, contra lo que pensaba Lee, cada uno de los cuatro integrantes
había seguido su propio camino, se habían peleado y gritado, y el grupo había
pasado a ser enterrado con honores en el panteón de los grupos de blues-rock
que habían dejado alguna huella en la transición de los psicodélicos años sesenta
a los desencantados setenta, justo cuando el buen Lennon afirmaba sin rubor y sin
piedad aquello de que el sueño había terminado. La moraleja de esta historia
quizá sea que los buenos grupos están condenados a no vivir más allá de los diez
años. 1
Esta anécdota rockera acaso puede ser ilustrativa de los problemas que
suscita toda acción colectiva que involucra intereses, ideas y circunstancias en
varios campos de la vida social, incluida por supuesto, la vida de las
universidades. Los cambios suelen ser concebidos por algunos grupos para
transformar para siempre su contexto institucional y para que, por lo menos diez
años después, como aquel grupo de rock, se mantengan dichos cambios y hayan
producido los efectos deseados por los impulsores de la reforma. Sin embargo,
abundan los casos institucionales y las biografías individuales donde los cambios,
en realidad, no alcanzan ni a cuajar ni a transformar a las instituciones educativas
de nivel superior, sino que en ocasiones los cambios son apenas superficiales,
asimétricos o, incluso, contradictorios. Más aún, en el caso de las universidades
1 La historia de ese grupo esta tomada de The Rolling Stone Encyclopedia of Rock & Roll, Edited by Jon
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mexicanas no es inusual que lo verdaderamente sustantivo de las intenciones
transformadoras se haya desvanecido en medio de conflictos, gritos y empujones
entre reformadores, contrareformadores, escépticos y críticos que participan de
alguna manera en el proceso de creación y desarrollo de una reforma, justo como
les sucedió a los miembros del finalmente malogrado Ten Years After.
Algo así sucedió en la Universidad de Guadalajara. Como ocurrió en otras
universidades públicas del país, hacia finales de la década de los ochenta se inició
un proceso de reforma en esta universidad que intentaba, de manera deliberada y
central, mejorar el desempeño académico de la institución. Luego de varios y
complicados reajustes, conflictos y procesos, que involucraron cambios
importantes en la esfera de las relaciones políticas tradicionales, hacia 1991 los
entonces dirigentes de la universidad lograron, en un contexto nacional y local
favorable a los vientos del cambio, diseñar e instrumentar una reforma que alteró
de manera significativa la organización académica, la administración y algunas
reglas del juego político institucional. Diez años después, y luego de dos
administraciones universitarias (la de 1989-1995, y la de 1995-2001), la
Universidad de Guadalajara se ha constituido para no pocos rectores de otras
universidades públicas y funcionarios federales y estatales, como una suerte de
“modelo” de lo que debe ser la reforma de las universidades públicas en México.
Sin embargo, los resultados de las reformas aún no han sido evaluados de
manera precisa luego de una década. Los funcionarios y dirigentes de la
universidad una y otra vez señalan que la U. de G. es hoy una institución de
excelencia académica, moderna, plenamente vinculada a las necesidades del
entorno, con productos académicos de calidad, con formas de gobierno
democráticas y con un proyecto de futuro orientado a consolidar los cambios
iniciados en los primeros años noventa. Sin embargo, entre varios sectores
estudiantiles y académicos domina una sensación de indiferencia, rechazo y
malestar por el estado de cosas que guarda hoy la universidad, con críticas
severas a las formas de organización, de la administración, la academia y la
política en la universidad, donde se cuestionan severamente los logros que
Pareles and Patricia Romanowski, Rolling Stone Press/Sumit Books, New York, 1983.
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pregonan los funcionarios universitarios. Entre estas “dos universidades”, existen,
por supuesto “mundos intermedios” donde se desarrollan sentimientos
encontrados respecto de los avances y retrocesos de la universidad.
En esas circunstancias, existen muchas más preguntas, creencias e
impresiones que certezas y valoraciones contundentes sobre el alcance y el perfil
de los cambios experimentados por la segunda universidad pública más grande y
antigua del país. Hoy, una sensación de inseguridad domina el análisis de lo que
ha pasado en la Universidad de Guadalajara luego de una década de cambios.
¿Cómo se puede evaluar la eficacia y el alcance de las transformaciones
normativas, organizativas, académicas y políticas que sufrió esta universidad a lo
largo de los años noventa? ¿Es mejor hoy la universidad de como era hace diez
años? ¿Las transformaciones experimentadas en este período han contribuido a
fortalecer el núcleo académico de la universidad? Resulta por supuesto difícil dar
respuesta concreta a estas cuestiones, o en el mejor de los casos se puede
ofrecer varias respuestas posibles a estas cuestiones, dependiendo del lugar de
observación, de lo que se observe y del propio observador. Sin embargo, en este
texto se intentarán ofrecer algunas hipótesis de trabajo que permitan explorar con
más detenimiento algunas de las posibles respuestas a las preguntas
mencionadas.
La perspectiva analítica que servirá de base a las páginas siguientes, es la
de considerar la centralidad y el perfil de la política en el proceso de cambio
institucional en la U. de G. , y sus límites o “imposibilidades” para alcanzar el
núcleo central de la reforma: la vida académica. Con ayuda de los conceptos de
cambio institucional, política de las políticas, y redes de políticas, se examinará el
proceso de cambios y algunos de sus efectos no sólo en el perfil general de la
universidad, sino también, y de manera fundamental, en la dimensión subjetiva de
los cambios, es decir, en la opaca pero espesa red de creencias y valores que
gravitan hoy en la U. de G. luego de varios años de ajustes y cambios
organizativos, académicos y de gobierno, y que parecen estar en la base de las
resistencias y complejidades de los procesos académicos.
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Se argumentará que el proceso de cambio institucional fue asimétrico,
conflictivo y que aún está, fundamentalmente, inconcluso. La primera generación
de reformas administrativas y organizativas que empezó en el período 1995-2001,
cuyo punto de origen y objetivo central fue el mejoramiento del desempeño
académico de la institución, se tradujo en un conjunto de acciones y medidas que
tuvieron tenues efectos en la vida académica, aunque sin duda transformaron las
estructuras y arenas de la vida institucional. El perfil del poder político en la
institución se modificó, pero en todo los casos ha significado la consolidación de
una corriente hegemónica (o de una coalición reformadora) que se ha colocado en
el centro de la mayor parte de las decisiones políticas, administrativas y
académicas, que se toma cotidianamente en la universidad y que se configuran
cada tres y cada seis años, es decir, en los proceso de elección de dirigentes
universitarios (estudiantiles y sindicales) y de selección de funcionarios y rectores.
El argumento parte del supuesto de que la redistribución geográfica de la
matrícula universitaria, la instrumentación de nuevos mecanismos de ingreso,
permanencia y egreso de los estudiantes, y de ingreso, permanencia y promoción
de los académicos universitarios, la departamentalización y la descentralización de
los servicios de la universidad, han mejorado tal vez las condiciones estructurales
del desempeño institucional pero no ha generado aún la reforma académica de la
universidad. Mi hipótesis es que la centralidad de la lógica política en la
universidad sigue incentivando comportamientos clientelares y patrimonialistas
que aseguren el control de las decisiones en el nuevo esquema universitario, y
que ello explica el hecho de que la simulación, la mediocridad y la apatía sigan
siendo las monedas de uso común en la cultura política universitaria. El dominio
de la lógica política está asociado a la lógica del poder y del control, mientras que
la lógica académica está asociado a la lógica de la libertad y la responsabilidad. La
primera implica formación de lealtades y disciplina de corte tradicional (afectivo,
clientelar o patrimonialista), mientras que la segunda está asentada sobre la base
de la responsabilidad, el debate constante sobre las formas de auto-organización
del conocimiento y el viejo arte de discutir y debatir con rigor problemas, hipótesis
y proyectos. Ambas son formas distintas de racionalidad, una ligada a la
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combinación del acuerdo voluntario con la coerción política, la otra vinculada a la
estructuración de incentivos y constreñimientos al desempeño académico. Ello no
obstante, esa separación es sólo una operación analítica, pues empíricamente
suelen ser indistinguibles las fronteras plásticas y porosas que unen a la política
con la academia en nuestras universidades públicas.
De esas dificultades se desprende que ambas lógicas se encuentran en una
tensión constante que ha significado la aparición de un malestar creciente entre el
“mundo” de los académicos y el “mundo” de los políticos y administradores de la
universidad, lo que implica emprender una nueva generación de reformas en la
universidad que permitan reequilibrar los procesos y el peso de lo académico en la
vida institucional, para resolver, o atender, lo que me parece es la gran “promesa
no cumplida” de la reforma de los años noventa en la U. de G: la reforma
académica.
Para desarrollar estas ideas e hipótesis el trabajo está estructurado en
cuatro grandes secciones. La primera desarrolla la perspectiva teórica de las
universidades desde un punto de vista esencialmente neoinstitucionalista. En la
segunda hace una rápida interpretación la historia de la Universidad de
Guadalajara y de los antecedentes inmediatos de las reformas de los años
noventa. La tercera sección consiste en una descripción y análisis del diseñoy la
instrumentación de la reforma a partir de considerar los cinco “patios interiores” en
que puede observarse el proceso (los “patios” político, organizativo, de la
comunidad, el del gobierno y el académico). Finalmente, se señalan algunas
conclusiones preliminares de este balance general de la reforma uiversitaria.
1. Las universidades como instituciones: pequeño excursus teórico
Todo proceso de cambio en las organizaciones e instituciones puede ser
visto como una estrategia de acción colectiva (Olson, 1992). Dadas ciertas reglas,
normas y procedimientos que estructuran la lógica del orden institucional, se
produce un conjunto de recompensas y sanciones socialmente construidos que
delimitan los comportamientos individuales, grupales y colectivos de una
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organización (Jepperson, 1999). Sin embargo, las instituciones también cambian,
sea por factores internos, por factores externos, o por una combinación peculiar de
ambos. En cualquiera de los casos, la consolidación de un orden institucional , o la
reforma de ese orden, implica siempre una cuestión de poder, es decir, la
capacidad para impedir los cambios en la institución o la capacidad para impulsar,
en base a determinados valores, ideas o intereses, una nueva institucionalización,
o la re-institucionalización de una organización.
Desde un punto de vista sociológico, el énfasis en el papel de las
instituciones como “reglas” (North, 1993) y “marcos de significado” (Scott, 1995),
que estimulan y constriñen la acción colectiva, implica considerar a los procesos
de cambio como el producto combinado de una presión (“interna” o “externa”) por
ampliar o modificar los límites institucionales para mejorar la eficiencia de la
organización o para ampliar los “grados de libertad” de sus integrantes. Desde
este punto de vista, el cambio institucional es una lenta evolución de las
tradiciones y valores institucionales que nadie puede predecir ni controlar
completamente (Powell y DiMaggio, 1991). Ello significa que el ritmo y la
direccionalidad del cambio en una institución o en un conjunto de instituciones
dependen del perfil de las relaciones y “pactos” vigentes (formales e informales)
que regulan las interacciones legitimadas por los arreglos institucionales
construidos.
Pero todo proceso de reforma implica cierto grado de desinstitucionalización
del orden en una organización. Es decir, la búsqueda de una nueva configuración
de los arreglos institucionales implica siempre un proceso de “rebeldía”, ruptura y
conflicto entre quienes intentan incentivar el cambio y entre quienes intentan
bloquear las transformaciones. En palabras de Levi, si las instituciones pueden ser
concebidas como "reglas socialmente construidas que reflejan una particular
distribución de recursos de poder”, se puede desprender que las instituciones
llegan a ser susceptibles de cambiar conforme la distribución de esos recursos
cambia. “El cambio es más probable cuando existe un incremento en la efectividad
de los individuos que buscan el cambio y una disminución en el poder de
´bloqueo´de los individuos cuyos intereses son protegidos por los arreglos
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institucionales vigentes” (Levi, 1992; 407). En esta perspectiva, la obediencia o el
consentimiento es un recurso estratégico de poder en las instituciones, un recurso
que otorga legitimidad o no al ejercicio del poder institucional que está en manos
de los individuos que “juegan” bajo arreglos institucionales dados. Es por ello que
la obediencia es considerada como una importante “arma del débil” (weapon of the
weak), y una fuente relevante del cambio institucional.
Desde esta perspectiva teórica los proceso de reforma institucional en las
universidades puede ser visto esencialmente como un proceso de redistribución
de los recursos de poder en la institución. Dado cierto perfil de arreglos
institucionales vigentes, que benefician a ciertos actores y coaliciones de actores
específicos en las organizaciones, es posible identificar momentos de tensión y de
ruptura en los que ciertos actores pueden modificar sus intereses y presionar por
una transformación del perfil de los arreglos institucionales que permitan tramitar
en mejores condiciones sus proyectos específicos. Si bajo el marco de los viejos
arreglos institucionales existían ciertos ganadores y ciertos perdedores, en la
búsqueda de una nueva arreglo se intentará modificar el patrón de
ganadores/perdedores que rige en una organización universitaria durante una
coyuntura específica. En el proceso de redistribución del poder existen cálculos,
estrategias y transacciones de los actores involucrados, lo que lleva a la
configuraciones de ciertas alianzas y redes de intereses que luchan por imponer
un nuevo acuerdo o contrato institucional que maximice las ganancias de los
grupos involucrados. La reforma universitaria se convierte así en un campo
complejo de acción colectiva que suele resolverse no solamente con acuerdos
voluntarios entre los actores en conflicto sino también con la construcción de una
autoridad capaz de emplear la fuerza para llegar a un acuerdo de cierto tipo.
Como señala Olson, “la lógica del poder no puede explicarse adecuadamente a
través de las transacciones voluntarias; el poder (….) es la capacidad de lograr un
acatamiento forzoso y, por tanto, implica una autoridad incontestable y capacidad
de coerción” (Olson, 2000, p.3).
Según este punto de vista, todo proceso de reforma institucional es
consecuencia de un acto de poder. Es decir, un cambio organizacional,
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administrativo o académico no es consecuencia de colección más o menos
amplia de (buenas) intenciones sino sobre todo de la capacidad política que
construyen las coaliciones reformadoras para impulsar e instrumentar los cambios,
capacidad que se deriva de una relación con ortos grupos y actores que poseen
determinados intereses en la producción de una reforma institucional. En
consecuencia, el cambio en una organización como la Universidad de Guadalajara
significó un cambio en los incentivos de la acción política de las elites dirigentes en
los primeros años noventa que permitió la configuración de una coalición política
modernizadora de las prácticas y formas de dominación política vigentes en la
institución hasta esos años. En el transcurso de la década de los años noventa
esa coalición política que hizo posible la reforma de la universidad comenzó a
experimentar problemas no sólo por sus crecientes dificultades para asociar su
desempeño con el fortalecimiento académico de la vida institucional, sino también
por representar fielmente la lógica del control político que ha comenzado a generar
conflictos con la lógica del desempeño académico.
2. Los antecedentes de la reforma de la U. de G.
2.1 Una (muy breve) interpretación de la historia universitaria
La Real y Literaria Universidad de Guadalajara se fundó en 1792 en plena
etapa de dominio colonial en la entonces capital de la Nueva Galicia. Al igual que
casi todas las universidades de la época, la nueva institución nació bajo el
modelo de la Universidad de Salamanca en lo que respecta a su dirección,
gobierno, métodos de enseñanza y planes de estudio. Orientada
fundamentalmente hacia la enseñanza de la teología, la medicina, la filosofía y la
jurisprudencia, la Real y Literaria Universidad de Guadalajara operó como una
clásica institución medieval cuya misión era la de crear hombres cultos dedicados
a la difusión de las doctrinas eclesiásticas y a la administración civil requerida por
la Corona española en la región. Durante más de treinta años (1792-1826) dicha
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estructura y orientaciones funcionaron prácticamente sin alteraciones sustantivas.
A partir del movimiento de independencia iniciado en 1810, la universidad
resintió los avatares de la lucha política entre los grupos liberales y
conservadores que se sucedieron en el poder de la recién creada nación
independiente, clausurándose y abriéndose en numerosas ocasiones a lo largo
del siglo XIX. Heredera de la influencia ideológica y política, dogmática y
eclesiástica de la universidad española, la U. de G. será un espacio institucional
dominado y defendido ardorosamente por los grupos conservadores y repudiada
por los grupos liberales (Cárdenas, 1999).
En Jalisco, los liberales clausuraron definitivamente en 1860 la Real y
Literaria Universidad de Guadalajara argumentando que la enseñanza no estaba
adaptada a las circunstancias especiales de la época y que en dicha universidad,
"se fanatizaba a tal grado al estudiante que éste actuaba contra el gobierno" (U.
de G., 1986, p.7). Al mismo tiempo, luego de varios esfuerzos y experiencias
liberales, fructificó la creación de una institución educativa de nivel superior con
una orientación marcadamente liberal denominada "Instituto de Estado", que
pasaría a ocupar el lugar de la Real y Literaria hasta 1925.
Al triunfo de la Revolución Mexicana, la educación superior en Jalisco era
una mezcla de pequeñas escuelas e institutos que fusionaban en sus estructuras
y orientaciones elementos tanto liberales como conservadores. En un contexto
nacional dominado por la lucha que la Universidad Nacional de México
emprendía contra el gobierno revolucionario por conquistar su autonomía, la
Universidad de Guadalajara es reabierta como una “institución de Estado”, con
un claro espíritu nacional y popular. Sin embargo, su fundación fue posible sobre
la base de un simple reagrupamiento de instituciones liberales y elitistas
preexistentes en la región, lo que explica las tensiones y conflictos que al interior
de la nueva institución se desarrollan durante sus primeros diez años.
Al término de ésta accidentada etapa, ocurre una escisión producto de la
cual la clase política revolucionaria conquista definitivamente la hegemonía de la
universidad y un grupo disidente crea la que será la primera universidad privada
de México -la Universidad Autónoma de Guadalajara-, en 1935. Dicha escisión
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será fuertemente influida por los resultados del "Congreso de Universitarios
Mexicanos", en cuya orientación participaron activamente las corrientes liberales
que actuaban en la U. de G. (Mendoza Cornejo, 1988).
Es bajo el influjo del gobierno cardenista (1934-1940), cuando la U. de G.
encontró su mayor desarrollo como institución de Estado al participar activa y
decisivamente varios de sus dirigentes (como uno de sus rectores, Enrique Díaz
de León) en proyectos destinados a crear un sistema nacional de educación
pública de nivel superior controlada por el Estado revolucionario que hicieran
contrapeso a la fuerza de las instituciones universitarias autónomas. Tal es el
sentido de la intervención cardenista en la creación del Instituto Politécnico
Nacional o el Consejo Nacional de Educación Superior e Investigación Científica.
A partir de 1940 las formas de intervención estatal en la educación superior
comienzan a flexibilizarse y a entrar en un período de reconciliación con la
Universidad Nacional y con el conjunto de las universidades autónomas
similares. Esta reorientación en el rumbo de la conducción estatal era congruente
con una política de reconciliación con los grupos empresariales y con el impulso
de un desarrollo capitalista basado en un fuerte control estatal sobre la
economía.
Este viraje de la conducción estatal hizo que los diversos grupos de la U.
de G. visualizaran la necesidad de definir con mayor claridad la naturaleza de sus
relaciones con el Estado mexicano. En virtud de los nuevos rumbos que tomaban
los gobiernos postrevolucionarios luego del cardenismo (y en especial después
del alemanismo), los universitarios jaliscienses se orientaron a hacer que la U. de
G., sin perder su carácter de institución de Estado, pudiera ejercer una
autonomía de facto que le permitiera sustraerse a la posibilidad de convertirse en
un mero instrumento en manos de los diversos grupos que cada seis años se
sucedían en el poder del estado. De tal esfuerzo surgió, en 1952, un nuevo
estatuto jurídico -la Ley Orgánica-, mismo que salvo pequeñas reformas y
adiciones, regiría la vida universitaria durante más de cuarenta años.
Entre 1950 y 1980, la Universidad de Guadalajara, al igual que otras
instituciones de educación superior del país, sufrió modificaciones espectaculares
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en su estructura y funciones. Fue un acelerado proceso de transición donde pasa
a transformarse de una universidad liberal-nacionalista a una universidad de
masas. Esto se puso de manifiesto con el comienzo de un inusitado crecimiento
de la matrícula y del presupuesto, en la acelerada diversificación de la estructura
académica y las opciones profesionales y en el crecimiento de la base material e
institucional de la universidad. En el curso de tres décadas, la universidad no sólo
creció sino que también se hizo más compleja al crearse nuevas figuras y
relaciones de poder a su interior. Al ritmo de la expansión institucional y la
masificación de la universidad, corresponde la consolidación de una organización
estudiantil -la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG)- que será el
vértice no sólo de las relaciones de poder en la universidad, sino también el eje a
través del cual se estructurarán las relaciones de los universitarios con el
gobierno federal y con el gobierno del estado (Gradilla, 1995).
En ese período, se materializó un cambio importante en las formas de
relación de la Universidad con el gobierno de la entidad y con el gobierno federal.
En virtud del creciente poder regional de los grupos universitarios, las fuentes del
subsidio gubernamental variaron durante esta etapa en función de las relaciones
que en cada sexenio entablaba la universidad con ambos niveles de gobierno.
Así, mientras que el subsidio federal constituía sólo el 12% del presupuesto total
de la U. de G. en 1952 y casi el 80% provenía de la transferencia del gobierno del
estado, en 1960 cambia la proporción respectiva en 36.7 y 54.2 %, para alcanzar
en 1980 (después de experimentar hacia 1970 una brusca caída de la
participación federal al 19%), un relativo equilibrio en 50.8 y 42.4%
respectivamente (Bustos, 1988; Ayón, 1975).
En síntesis, los saldos de éstas tres décadas de expansión y masificación y
de los modos de articulación política intra y extra institucionales fueron múltiples y
variados. Una estructura académica basada en escuelas y facultades cuya
orientación era predominantemente profesionalizante en detrimento de la
investigación científica, una alta concentración de la matrícula en las carreras
liberales, improvisación de la planta docente en virtud del explosivo aumento de la
matrícula, escasa profesionalización del personal académico y administrativo,
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burocratización creciente asociada a mecanismos clientelares y patrimonialistas,
intercambio de legitimidad política por recursos financieros y puestos de elección
popular en el PRI y federales y estatales en la estructura burocrática de gobierno,
fueron algunas de las marcas sociohistóricas que hicieron de la Universidad de
Guadalajara una institución que reproducía en su seno y en su historia los rasgos
liberales y corporativos que, al igual que otras universidades públicas mexicanas y
latinoamericanas, había ido acumulando de manera conflictiva y contradictoria,
pero que se resolvían en un funcionamiento institucional estable, en virtud del
contexto socioeconómico, político y cultural en el cual se habían construido dichos
rasgos.
Como es sabido, la década de los ochenta fue particularmente complicada
para todas las universidades públicas del país. La crisis económica con que
terminó el sexenio de López Portillo, tuvo un efecto devastador en las finanzas
universitarias, en los salarios de los trabajadores universitarios y en las
condiciones de la infraestructura necesaria para el desarrollo regular de las
labores académicas y administrativas de las universidades. En la U. de G. esa
crisis -que hoy sabemos, veinte años después, que fue la crisis de todo un modelo
de desarrollo que culminó con una transición económica y política en varios
frentes- significó un fortalecimiento del coalición estabilizadora para hacer frente a
la exigencia de mayor presupuesto de los gobiernos federal y estatal, pero
también para hacer frente a un lento proceso de liberalización política que
comenzaba a vislumbrarse en el mapa político nacional y local luego de la
reformas electorales de 1977.
Para la universidad, los ochenta fueron el período de una crisis bifronte: de
un lado, un deterioro constante de las condiciones financieras de la institución;
pero de otro lado, un crecimiento sostenido de la matrícula y el personal de la
universidad. Así mientras que el deterioro real de los recursos totales de la
universidad entre 1980 y 1990 se calcula en un 30%, en términos de la matrícula
universitaria pasó de en 1980 de 156 621 a 215 913 alumnos inscritos en 1990, es
decir un incremento de más del 35% en la década. Por su parte el personal
académico y administrativo pasó de 8 414 plazas a 13 144 en el mismo período,
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es decir, un incremento de casi el 80% en diez años.2 Esta combinación agravó
las tensiones “estructurales” de la universidad a finales de la década, que se
expresarían en la formulación de una agenda de transformaciones institucionales
que ya no podía ser sustentada por la vieja coalición estabilizadora que había
controlado a la universidad por más de veinte años.
2.2 El lado oscuro de la fuerza. Gobierno, violencia y política en la Universidad de
Guadalajara
Uno de los temas más delicados y complejos del análisis de la universidad
es el referido a la manera en que se construye y se ejerce el poder y la autoridad
en la institución. En términos generales, el gobierno de las universidades puede
ser considerado como una función de un esquema general de gobernabilidad
institucional, y existen diversas "fórmulas" de conducción de la universidad
(política, burocrática o académica, según la vieja formulación weberiana de los
"tipos ideales") (Weber, 1990) que pueden caracterizar determinado estilo de
ejercicio del poder en cada universidad (Acosta, 2000a). Para el caso de la U. de
G., un claro estilo de conducción política basado en fuertes lazos patrimoniales y
clientelares propios de un régimen político autoritario y "premoderno", permitió
generaron un esquema general de gobernabilidad basado en la configuración de
una coalición estabilizadora cuyos intereses confluyeron durante casi dos
décadas en un patrón de relaciones políticas cuyo centro era un poder informal
de corte caciquil y una organización (la FEG) reconocida por los principales
actores políticos de la universidad como el espacio adecuado para la producción
de los liderazgos políticos en la institución.
En ese esquema, el gobierno de la universidad era fruto de una complicada
red de intereses y equilibrios que permitía cierta distribución de puestos y
recursos de poder que dependía de la trayectoria, antigüedad y cercanía de los
grupos con el "Príncipe" en turno y con el "líder moral" de los universitarios. Se
2 Los cálculos están basados en la información que aparece en los textos de Gradilla (1985 cuadros páginas
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trataba de una estructura de incentivos a la acción política basada en una férrea
disciplina y lealtades a toda prueba a los dirigentes "máximos" de la universidad.
Era un esquema de traducción de intereses en demandas, donde la fidelidad a los
grupos era el dispositivo maestro para que pudiera canalizarse con posibilidades
de éxito el ascenso de los micro y meso liderazgos políticos a los puesto de
dirección e influencia política de los grupos. Girando en torno a ciertos “consensos
normativos básicos”, la cerrada comunidad política universitaria ligada a el
liderazgo de Alvaro Ramírez Ladewig garantizó el orden y la estabilidad en la
universidad durante la segunda mitad de los años setenta y sobre todo, a lo largo
de práticamente todos los años ochenta.
Este esquema de control político del grupo “Universidad-FEG” (Uni-Feg),
no podría explicarse sin una historia previa de fuerza y violencia , que va del
enfrentamiento de la FEG con la FER (Federación de Estudiantes
Revolucionarios) entre 1969 y 1974, hasta la muerte de Carlos Ramírez en 1975.
Es un período que forma parte de la historia “subterránea” de la universidad, el
lado oscuro de una organización que luego se transformó en una fuerza política
hegemónica en la universidad y en Jalisco.
Esa dimensión generalmente poco explorada de la construcción histórica
de la U. de G. y de la creación y consolidación de la FEG como el centro político
organizador de la vida universitaria tiene que ver con esa relación entre violencia,
política y gobierno en la universidad. Más allá de la nobleza de la ideología o de
las intenciones que representaba la FEG (el proyecto popular-nacional, y luego
"antimperialista y democrático" que caracterizó a su discurso durante un largo
período), el recurso discreto o brutal de la violencia para mantener el control
político de la universidad se constituyó como el eje de su dominación entre los
grupos e individuos de la organización universitaria. Esa violencia, argumentada
y ejercida por sus dirigentes históricos como legítima para preservar su identidad
como organización político estudiantil, está en la base de la creación del mito
fundacional del que se alimentarán los sucesivos dirigentes de FEG desde la
muerte de Carlos Ramírez en 1975 hasta la reforma universitaria de 1989-1995.
212-220), y López Zárate (1996, págs. 221-224).
18
La imagen del líder estudiantil revolucionario, con derechos de impunidad
que iban desde la propiedad de autos chuecos hasta la posesión de armas, es
una imagen típica del fegista que creció amparado por las instituciones del poder
local en un contexto político no democrático y virtualmente monopartidista, donde
un pacto informal pero efectivo entre el “grupo UniFeg” y los sucesivos
gobernadores de Jalisco desde 1966 hasta 1995 (año en que gana por primera
vez las elecciones el PAN), garantizó en los hechos el ejercicio de un poder sin
contrapesos en la universidad más importante del estado, y un intercambio de
puestos y posiciones entre el gobierno local, el PRI y el grupo “UniFeg”.
En estas circunstancias, la oposición a la FEG en la universidad nunca
pasó más allá del papel testimonial, dado el hecho de que, luego del
enfrentamiento con la FER y en virtud del pacto político con los gobiernos priistas
locales y federal, el grupo universidad, disponía no sólo del monopolio del
ejercicio de la violencia sino también de los recursos para inhibir cualquier tipo de
oposición que alterara la estabilidad política interna de la organización. Con la
posterior creación y control de los sindicatos académico (Federación de
Profesores Universitarios) y administrativo (el SUTUdeG), el círculo de control y
dominación política se fortaleció, mientras que cualquier intento de crítica o
proyecto académico se desvaneció en un contexto de apatía, crisis financiera y
crecientes presiones externas por modificar el rumbo institucional.
La gobernabilidad institucional, es decir, la capacidad institucional para
atender las demandas internas y externas de la universidad, desde principios de
loa años setenta hasta finales de los ochenta, descansó así en dos pilares
básicos: una formidable estructura de férreo control político de un grupo
(UniFeg), y el ejercicio de un poder de distribución de recursos simbólicos y
políticos que garantizaba la estabilidad en el tiempo de ese grupo. Tal vez, eso
explicará posteriormente la ruptura de ese esquema y la desgracia política y
hasta personal de algunos de sus viejos promotores, empezando con el líder
moral del grupo, Alvaro Ramírez Ladewig. Luego de la crisis de ese modelo o
fórmula política de gobernabilidad institucional entre 1989 y 1992, la “nueva”
gobernabilidad ha sido el resultado de la articulación de los viejos patrones de
19
ejercicio del poder en la universidad basados en una extraña lógica de
gerenciamiento administrativo, liderazgo político y racionalidad burocrática. Sin
embargo, la lógica académica es todavía un “animal raro” en la vida institucional
de la universidad, con toda y las reformas organizativas, administrativas y
políticas que ocurrieron en los años noventa.
2.3 El proceso de reforma: la “política de las políticas” y el diseño de la agenda
(1989-1995)
El proceso de cambio en la administración sexenal de la Universidad de
Guadalajara que culminó el 1 de abril de 1989 con la designación, por parte del
gobernador del estado, del Lic. Raúl Padilla López como nuevo Rector de la
Universidad de Guadalajara había sido, como todos, un proceso complicado, pero
que se había resuelto en los términos en que por lo menos desde 1975 se elegían
los rectores en la universidad pública de Jalisco: mediante el acuerdo entre
dirigentes y exdirigentes de la todavía poderosa Federación de Estudiantes de
Guadalajara (FEG), aglutinado bajo la figura a la vez paternal y de liderazgo moral
representada por el Ing. Alvaro Ramírez Ladewig, hermano de uno de las figuras
fundacionales de la FEG, Carlos Ramírez Ladewig, asesinado en 1975 en
circunstancias extrañas.
Legitimado por el informal pero poderoso mecanismo de elección de rector
que luego se traducía en unanimidad en el Consejo General Universitario, Raúl
Padilla López anunció, desde su discurso de toma de posesión en el Paraninfo
Enrique Díaz de León, frente a los universitarios y sus dirigentes formales y
morales, el gobernador del estado y numerosos invitados, su deseo de emprender
una profunda reforma de la Universidad de Guadalajara, a fin de “modernizarla” y
colocarla como una institución de “excelencia académica”. Para ello, anunció la
instrumentación de una amplia reforma académica de la universidad, cuya agenda
estaría habitada por ocho grandes temas: Planeación, descentralización y
regionalización; modernización y flexibilización académico administrativa;
actualización curricular y nuevas ofertas educativas; fortalecimiento de la
20
investigación y el posgrado; profesionalización del personal académico;
vinculación con el entorno social y productivo; fortalecimiento de la extensión,
difusión de la cultura y el deporte; diversificación de las fuentes del financiamiento.
Pero sólo dos meses después de haber iniciado la nueva administración
estalló un conflicto político de gran envergadura y trascendencia para la
universidad. Así, un proceso de conflicto y reacomodo político entre los diversos
grupos universitarios ocurrió entre 1989 y 1992, que involucró a actores externos
de la universidad (partidos políticos, gobierno local y federal), y que dio por
resultado una nueva configuración del mapa político de las fuerzas organizadas en
la universidad. En momentos distintos, el sindicato de trabajadores administrativos
(el Sindicato Unico de Trabajadores de la Universidad de Guadalajara, el
SUTUdeG), la organización de los profesores (la entonces Federación de
Profesores Universitarios, la FPU), y la organización estudiantil (FEG), se
convirtieron en espacios de disputa política entre los nuevos adversarios que
antes habían sido sólidos aliados políticos. El nuevo rector pronto construyó una
sólida plataforma de acción política que implicó el control de la dirección de los
sindicatos de administrativos y académicos, así como la promoción de un
referéndum entre los estudiantes para crear una nueva organización estudiantil (la
FEU), que sustituyera a la FEG. Por su lado, los grupos opositores al rector,
encabezados por Alvaro Ramírez Ladewig, el entonces presidente de la FEG
(Oliverio Ramos), y dirigentes importantes del PRI local que también eran
profesores universitarios (como el caso de el exdirigente fegista Félix Flores
Gómez, o el priista Bernardo González Mora), así como Horacio García Pérez,
expresidente de la FEG, y Enrique Alfaro Anguiano (el rector anterior a Raúl
Padilla López), emprendieron una campaña política encaminada a descalificar al
Rector y a su proyecto de reforma como “salinista”, “neoliberal” y, sobre todo,
“traicionera” en relación al antiguo pacto político e institucional forjado apenas una
década antes.3
Estos largos meses de conflicto y reacomodos pueden caracterizarse como
el período de la “política de las políticas” (Hall, 1993), es decir, el complejo
3 Una útil descripción periodística y anecdótica del enfrentamiento se puede encontrar en el texto de Olguín
21
proceso de acuerdos y negociaciones políticas para la formación de una coalición
de apoyo capaz de soportar y hacer viables la “idea” pero sobre todo las políticas
institucionales de la reforma universitaria. Mediante actos de medición de las
fuerzas entre los antiguos aliados, que incluyeron una batalla mediática pero
también escenas de violencia que involucraron también la toma de la rectoría y
otros edificios universitarios, y el encarcelamiento de estudiantes opositores al
proyecto de reforma, la acción política generó un nuevo escenario y arenas
políticas en la universidad. Pero hacia agosto de 1991, quedaba claro que la
disputa política había sido ganada por la alianza del rector Padilla. Con una
estrategia de dos frentes, una dirigida a desplazar a sus adversarios políticos de la
dirección de las organizaciones universitarias, y la otra mediante la organización
de varios foros, reuniones y seminarios donde se presentaron las ideas centrales
para la reforma de la universidad orientadas por la intención de crear una Red
Universitaria, permitieron a la coalición reformadora padillista alcanzar la
legitimidad política y académica que sus adversarios nunca lograron obtener. Fue
una estrategia ligada a los modos clásicos de hacer política en la universidad y en
cualquier otro espacio social: de un lado el uso de la coerción y la fuerza, ligada al
ejercicio de la autoridad; del otro lado, el empleo de la argumentación y el
convencimiento hacia el grueso de la comunidad universitaria. En esas
condiciones, la agenda de la reforma fue decidida a mediados de 1992: ocho ejes
de la reforma, entre los que destacaban la descentralización y regionalización de
la universidad, la profesionalización del personal académico, y de diversificación
de las fuentes de financiamiento (Acosta, 2000b; Arechavala, 1995; Gradilla,
1995). Con la reforma a la Ley Orgánica de 1952, el 31 de diciembre de 1993 se
sentaron las bases jurídicas que harían posible la instrumentación y legalización
de las reformas necesarias para encausar la agenda de las políticas, proceso que
requería del aseguramiento de la continuidad de la alianza política configurada
alrededor de la figura y el liderazgo de Padilla López en el período 1989-1994.
(2000, 149-176).
22
La ley orgánica de 1993
Sentadas las bases político-institucionales para la instrumentación de las
reformas diseñadas, en 1993 fue aprobada por el Congreso del estado la nueva
Ley Orgánica de la Universidad de Guadalajara, que sustituyó a la Ley vigente
desde 1952. Un intenso cabildeo del entonces rector universitario con el
gobernador priista Rivera Aceves (gobernador interino del estado, en sustitución
de Guillermo Cosío Vidaurri, que había solicitado licencia desde finales de 1992
tras las explosiones ocurridas en el sector reforma de Guadalajara), así como con
los diputados locales (en su mayoría priistas, como ocurrió siempre hasta 1995,
cuando el PAN alcanza el triunfo electoral en Jalisco), así como con diversos
sectores empresariales y sociales, permitió que la propuesta de ley elaborada por
el equipo del rector Padilla López pasara aprobada sin modificaciones tanto por la
Comisión de Educación como por el pleno del Congreso local.
La nueva ley orgánica introdujo modificaciones sustantivas al gobierno, la
administración y la organización de la universidad. La tradicional estructura de
escuelas y facultades que la universidad había adoptado desde su refundación en
1925, fue transformada en un conjunto de departamentos, divisiones y Centros
Universitarios Regionales (fuera de la Zona Metropolitana de Guadalajara) y
Temáticos (en la ZMG). La administración central de la universidad fue
transformada en una Rectoría General elegida por el Consejo Universitario (y ya
no producto de la designación del rector por parte del gobernador del estado),
fortalecida por un Vicerector Ejecutivo y un Secretario General, y un conjunto de
coordinaciones generales dedicadas a administrar los recursos y las decisiones
clave de la institución. A su vez, los Centros Universitarios cuentan cada uno con
un Consejo Universitario que propone una terna al rector general para designar al
rector del centro, y un conjunto de instancias de gobierno y administración que
descansan en una compleja estructura de divisiones, departamentos, centros de
investigación y academias donde se organizan las labores de docencia,
investigación y difusión y extensión universitaria.
23
Con esta nueva estructura organizativa y de gobierno, la coalición
reformadora que había surgido en el período anterior podría establecer los nuevos
límites de su autoridad y el nuevo perfil del ejercicio del poder institucional.
Desplazados de la arena política los grupos antagónicos (los nuevos perdedores
en la redistribución del poder que significó la reforma), los ganadores encontraron
un amplio campo de acción para la instrumentación de las reformas
administrativas y académicas que habían ocupado el corazón de su discurso
ideológico de cambio.
3. La instrumentación de las reformas de “primera generación” (1995-2001)
Con la construcción de las bases organizativas, políticas y normativas de la
reforma universitaria, la elección de un nuevo rector tenía que responder a la
necesidad de instrumentar las reformas diseñadas y consolidarlas en el período
1995-2001. El Rector General elegido fue el Dr. Victor González Romero, un
ingeniero químico con una alta reputación académica en el campo de los
polímeros, y que en el período del Rector Padilla López había fungido, desde
1994, como Vicerector Ejecutivo de la Universidad. Por primera vez en las últimas
dos décadas, el nuevo rector general no pertenecía a las filas de la FEG, y la
cercanía política con el proyecto iniciado por Padilla López lo colocaba en una
posición de continuidad con la alianza que soportaba los intereses políticos
asociados a la reforma de la universidad.
Para el nuevo Rector General de la U. de G., cuatro eran las políticas a
seguir para la instrumentación de la “Red Universitaria de Jalisco de la
Universidad de Guadalajara”: 1) servir al “desarrollo sustentable de Jalisco”; 2) que
el gobierno de la Red debía tener “un sentido académico”; 3) “integrar horizontal y
verticalmente la estructura de la Red”, y 4) “operar con una economía institucional
sólida” (U. de G., 1996, p.22). A partir de esta políticas generales, se identificaron
un conjunto de programas y subprogramas de acciones institucionales orientados
a cristalizar las intenciones y objetivos de la nueva administración (U. de G., 1996,
p.22-27). En esta lógica, se identificaron nueve campos o áreas de acción sobre
24
las cuales se aplicarían nuevas reformas o se consolidarían las reformas iniciadas
en el sexenio anterior: “personal académico”, “alumnos”, “programas docentes y
organización académica”, “investigación”, “extensión y vinculación”, “apoyos
académicos”, “financiamiento”, “administración”, y “gobierno” (Ibidem., págs. 49-
122).
Entre 1996 y el 2001, varios esfuerzos institucionales se encaminaron a
cumplir estos objetivos, estrategias y programas. Se crearon y aplicaron un
ambicioso conjunto de becas para promover la obtención del posgrado entre los
profesores de carrera (apoyados por el PROMEP pero también con recursos
propios); se desarrollaron programas de estímulos económicos para el
desempeño docente y para formación de grupos de liderazgo académico; se
estableció un reglamento para el ingreso y promoción del personal académico; se
establecieron cambio en el reglamento de ingreso de los alumnos a la universidad,
lo que incluyó la contratación del College Board para diseñar aplicar exámenes de
admisión y el incremento de las cuotas escolares; se impulsó también el
establecimiento y consolidación del sistema de créditos en las diversas carreras
universitarias, con la intención de hacer más flexible y veloz las trayectorias
escolares; se amplió y diversificó notablemente la oferta de los posgrados que
ofrece en la universidad, tanto los profesionalizantes como los de investigación.
También se desarrollaron estrategias para arraigar y desarrollar la investigación
en los departamentos académicos; se establecieron programas y acciones de
vinculación con varias entidades y agencias locales y federales; la universidad
llenó sus campus universitarios con computadoras, sistemas de información,
acceso a internet y equipos de telecomunicación que facilitaron el tránsito de una
era “pretecnológica” a una cibernética; se logró mantener el financiamiento
público federal y local como el eje de los recursos financieros de la universidad; se
reorganizó la administración de la universidad, incrementando el número de
mandos medios y altos; se impulsó la consolidación de los órganos colegiados del
gobierno universitario mediante la promulgación de un conjunto de reglamentos y
creación de nuevas instancias (consejos técnicos, consejos consultivos, etc.), que
facilitaran el proceso de planeación y evaluación de la red.
25
No es posible hacer aquí una descripción detallada de estas acciones. La
información empírica que puede demostrar la magnitud, consistencia y efectos de
estas acciones en el período 1995-2001 aun esta en proceso de recolección y
análisis. Sin embargo, es posible señalar que lo que se puede observar, con los
datos y primeras impresiones disponibles, es que, frente a una gran cantidad de
cambios significativos en las condiciones y estructuras del desempeño
institucional, existen también un conjunto de promesas no cumplidas e ineficacias
institucionales en el campo específicos de la vida académica universitaria. Frente
a los intentos de separación de las decisiones políticas en las decisiones
académicas, paradójicamente, lo que es posible observar es el incremento de la
influencia de la política sobre la academia, en virtud del nuevo esquema de
gobernabilidad, que no de gobierno, que se ha desarrollado al lado del despliegue
de la reforma universitaria. Ello puede explicar el proceso de re-politización que
parece invadir la esfera académica de la universidad, que incluye tanto el
nombramiento de puestos de dirección académica como en las políticas de
desarrollo de las actividades de docencia e investigación.
3.1 Los varios patios de la reforma: un primer balance internalista
3.1.1 El patio político
Luego de una década de cambios en diversos campos de la acción institucional es
necesario reafirmar la centralidad de la dimensión política en la hechura e
implementación de las políticas de reforma institucional de la Universidad de
Guadalajara, tanto como fuerza impulsora o “motor” de los cambios registrados en
los años noventa pero también como el núcleo explicativo básico del proceso, de
sus logros, de sus limitaciones y de sus "promesas no cumplidas". La vieja
coalición de poder que aseguró la estabilidad y el dominio de un grupo aglutinado
en la FEG durante casi dos décadas (1970-1990), se fracturó desde 1989 con la
reformulación de los términos del intercambio político entre los grupos que antes
habían sido aliados. Un ejercicio de mapping de la antigua configuración (el ancien
26
regime) podría identificar a grupos ligados al PRI y al gobierno del estado (entre
los que se encontraban exgobernadores priistas, diputados y senadores de ese
partido, así como altos funcionarios de la burocracia estatal y municipal local)
aliados con el denominado grupo universidad, conformado por un líder moral y
político (Alvaro Ramírez Ladewig) y los presidentes de la FEG desde el período
1973-1975 hasta el período 1987-1989 (que a su vez controlaban diversas franjas
específicas del estudiantado y del sindicalismo universitario).4 Esa coalición
silenciosa se constituía como el eje de todas las redes organizadas de poder en la
universidad, y constituía un poderoso frente interno contra las intromisiones de
grupos "extraños" al proyecto universitario que representaban.
El desmantelamiento primero paulatino y luego acelerado de la vieja
coalición de poder tiene una historia tuvo su origen en los reclamos de un grupo
ascendente que comenzó a desafiar las restricciones del estilo clientelar y
partimonialista del ejercicio del poder asociado a la centralidad del líder moral de
la universidad. Pero el grupo emergente liderado por Padilla López empleó esos
mismos métodos políticos de control y negociación con el resto de los grupos de la
universidad para rearticular una coalición reformadora no solo de los estilos
caciquiles universitarios, sino también para aglutinar a un nuevo grupos de
intereses que emergían lentamente entre la pesada estructura burocrátiuca y
académica universitaria. En un contexto de malestar académico y salarial
generalizado luego de varios años de restricciones presupuestales y condiciones
deficientes para el desempeño académico, el discurso de una reforma
4 La relación completa de esos grupos y liderazgos en la FEG es la siguiente: 1973-1975, José Manuel Correa Ceseña, con filiaciación priista, y luego diputado local por ese partido (1975-1978), Secretario General de la Universidad (1983-1989), Jefe del Departamento de Educación Pública del gobierno estatal (1989-1994) y actualmente (2000-2003) diputado federal por el PRI; 1975-1977, Félix Flores Gómez, militante priista y luego sucesivamente diputado local y federal por el PRI (entre 1979 y 1986); 1977-1979, Raúl Padilla López, sin filiación partidista y luego rector de la universidad (1989-1995), y diputado local por el PRD(1998-2001); 1979-1981, Horacio García Pérez, sin filiación priista, luego dirigente local del PSUM (1982-1985) y dirigente del Partido de la Revolución Socialista (PRS); 1981-1983, Gilberto Parra Rodríguez, sin filiación partidista y luego dirigente estatal del PRD (1996-1997) y diputado federal por ese partido (1997-2000); 1983-1985, José Trinidad Padilla López, sin filiación partidista y luego funcionario universitario (1989-1995), Secretario General de la universidad (1995-2001) y actual rector general; 1985-1987, Tonatiuh Bravo Padilla, sin filiación partidista y luego funcionario universitario (1989-1995), diputado federal por el PRD (1995-1998), regidor por ese partido en el ayuntamiento de Guadalajara (1998), y actual rector del CUCEA de la U. de G., reelegido para un segundo periodo (2001-2004); 1987-1990, Oliverio Ramos Ramos, sin filiación partidista, luego ligado al PRS y figura con el que inicia el declive de la FEG. (Fuentes: Gradilla, 1995;
27
modernizadora de la universidad se convirtió en una poderosa herramienta
ideológica que rápidamente colocó a muchos de los grupos aliados a Ramirez
Ladewig como los enemigos de una genuina transformación de la universidad. Por
su parte, los seguidores que se aliaron con Ramirez Ladewig para impedir que
avanzara el proyecto de reforma acusaron a Padilla López de ser un "traidor" del
proyecto de la universidad “antiimperilista, democratica y popular” que había
iniciado Carlos Ramírez Ladewig desde los primeros años setenta y por los que,
según sus seguidores, había sido asesinado.5
La intensa lucha política que se escenificó en la universidad entre la
segunda mitad de1989 y hasta finales de 1993 explica en buena medida el
incremento de la capacidad política del rector Padilla para instrumentar reformas
institucionales de diverso alcance y profundidad. Desde el diseño de la agenda de
las políticas de la reforma hasta la promulgación de una nueva ley orgánica en
diciembre de 1993, los diversos mecanismos, estrategias y espacios de
negociación de la reforma fueron posibles dado el control político que la nueva
coalición había alcanzado en la universidad. Era una coalición que reagrupaba
algunos de los viejos liderazgos de priistas, expriistas y expresidentes de la FEG
en torno a la figura institucional del Rector Padilla, y que implicó la rápida re-
localización de redes de poder, intereses y expectativas en torno a una
transformación de la universidad.6
Acosta, 2000b; Olguín, 2000). 5 El propio Alvaro Ramiírez Ladewig marcó la ruptura con el rector Padilla en agosto de 1989, cuando en un periódico local fue publicada una carta dirigida a los universitarios donde señala, entre otras cosas, que el rector se había vuelto parte “de una conspiración reaccionaria en nuestra Universidad”, y que había “engañado” a los “verdaderos universitarios” (EL Occidental, 1 de agosto de 1989). Años más tarde, con la publicación de un libro “testimonial”, acusa repetidamente a Raúl Padilla de convertirse en un “traidor” del proyecto de universidad por el que había luchado juntos (Ing. Älvaro Ramirez Ladwig, Historia de una traición, editorial Apocalíptica, Guadalajara, 2000, págs. 111-149.) 6 De hecho, dos visiones dominan la histria de la FEG vistas desde la pesrpectiva de los ganadores y perdedores del conflicto. Así, en una entrevista periodística a próposito de los 50 años de la FEG, el exrector Padilla y para entonces diputado local por el PRD, declaraba que "La FEG es un pequeño Frankenstein, respaldado por el gobierno panista, parea llevar acciones sobre pedido. Es un instrumento de grupos de interés miopes y de sectores de gobierno" . Por su parte, Horacio García Pérez, expresidente y adversario de Padilla durante el conflicto, señalaba que la FEG "no estaba muerta sólo debilitada" Y recordaba, con cierta nostalgia como, cuando había problemas con las autoridades "me comunicaba con el gobernador en turno, y me recibía la llamada, porque había una fuerza organizada". Entrevistas publicadas en el periódico Público, martes 13 de julio de 1999, p.5, Guadalajara.
28
Con una plataforma política de lanzamiento del proyecto reformador
asegurada, la definición de la agenda de la reforma y la posterior instrumentación
de la misma transcurrieron por las renovadas estructuras del dominio político de la
coalición reformadora con el Rector Padilla a la cabeza. Una nueva organización
estudiantil, la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU), sustituyó desde
1994 a la vieja FEG, y los sindicatos académicos y de administrativos se sumaron
luego de breves período de conflictos internos al proyecto de reforma de la
administración en turno. La obediencia política que se desprendió de los nuevos
arreglos institucionales adquirió carta de naturaleza entre los diversos grupos
universitarios, y pronto el proyecto de reforma fue legitimándose interna y
externamente. La "políticas de las políticas" de la reforma había cerrado el ciclo
inicial, aunque luego reaparecería con fuerza en el proceso de instrumentación de
los cambios organizativos y administrativos de la universidad. Sin embargo, la
vieja fórmula política que caracterizaba a la universidad en los tiempos del antiguo
orden político universitario no desapareció, sino que se combinó de manera
azarosa y confusa con una lógica académica que emergía lentamente en algunos
espacios de la vida institucional, producto precisamente del estímulo a la
participación que el propio proyecto de reforma, al menos discursivamente,
planteaba.
Pero en realidad la política siguió ocupando un papel central a lo largo del
proceso de reforma. Los esfuerzos por descentralizar decisiones y recursos, por la
departamentalización y la creación de centros universitarios, o por crear nuevas
plazas académicas o administrativas, siguió siendo un proceso altamente
politizado, y dirigido a reforzar el poder de los grupos directa o indirectamente
beneficiados en la toma de decisiones al respecto (Arechavala, 1995). Se asistió
así a la multiplicación de las redes de poder en la universidad pero también al
reforzamiento de los estilos clientelares del ejercicio del poder administrativo e
incluso académico en la institución. Ello explica, tal vez de manera central, el
curso de los acontecimientos y los efectos limitados de la reforma en el núcleo
duro de todo el proceso, que es el del desarrollo de una sólida vida académica
institucional claramente diferenciada de la esfera política de la universidad.
29
Resulta interesante observar como al lado de nuevas figuras en la
coordinación de las actividades universitarias (los “funcionarios-gestores”)
emergieron en los últimos años unas extrañas figuras que podríamos denominar
como “funcionarios-investigadores”. Se trata de funcionarios en el desempeño de
actividades de dirección institucional que a la vez siguen formando parte de la
planta académica de profesores-investigadores o docentes de tiempo completo.
Es una combinación de burocracia administrativa con académicos de base, pues
los funcionarios suelen recibir sus ingresos de ambas fuentes, con el objeto de
hacer atractiva la función directiva en la universidad, dados los limitados recursos
para ofrecer honorarios decorosos a la burocracia universitaria media y alta. Sin
embargo ello lleva a una distorsión grave en la vida universitaria, puesto que los
directivos juegan el papel de jueces y partes de la acción institucional, y la vida
académica de la universidad se encuentra entonces atrapada en una espesa e
intrincada red de complicidades burocráticas que termina por inhibir la creación de
sólidas trayectorias académicas que alimenten la autonomía de la investigación y
la docencia universitarias. Ello, por supuesto, no es un fenómeno singular de la U.
de G., sino parece ser más o menos generalizado en muchas universidades
públicas.
3.1.2 El patio organizativo
El eje de la reforma administrativa y organizacional de la universidad fue el
de la descentralización y la departamentalización universitaria. En el primer caso,
se crearon un conjunto de Centros Universitarios Metropolitanos y Regionales, y
en el segundo, la creación de un conjunto de divisiones, departamentos y
academias. Para llegaron a ello, se tomaron en cuenta las experiencias de
modelos universitarios canadienses, franceses y estadounidenses que han
funcionado en forma de red, y, para el caso mexicano, el modelo de la Universidad
Autónoma Metropolitana. 7
7 Específicamente, se analizaron los casos de la Universidad de California, La Universidad de Québec, la Universidad de París, la Universidad Estatal de Nueva York, y la UAM, con sus tres unidades (Xochimilco, Azcapotzalco e Iztapalapa). (U. de G., 1990a; 1992).
30
Formalmente, la decisión de integrar los centros universitarios descansó en
dos criterios. Para el caso de los Metropolitanos, ubicados en la capital del estado,
se agruparon carreras, disciplinas y centros de investigación en base a perfiles
temáticos, lo que dio por resultado la creación de 6 centros universitarios
“temáticos”: Ciencias Económico Administrativas, Ciencias de la Salud, Ciencias
Sociales y Humanidades, Ciencias Exactas e Ingenierías, Arte Arquitectura y
Diseño, y Ciencias Biológicas y Agropecuarias. En lo que respecta a los centros
regionales, el criterio fue el de la cobertura geográfica y el grado de influencia
regional, lo que dio por resultado la creación inicial de centros regionales: el de
Los Altos, el de la Ciénega, el del Sur, el de la Costa Sur, y el de la Costa.
Posteriormente, en los primeros meses del 2000, se tomaría la decisión de crear
dos campus universitarios regionales más: el de Los Valles y del Norte.
Sin embargo, estos criterios formales se superpusieron pronto con la
dinámica política de articulación de los intereses de los diversos grupos y
subgrupos políticos de la universidad. Los Centros Temáticos y Regionales se
convirtieron desde su creación en los nuevos espacios de lucha política de la
universidad, donde los liderazgos políticos y académicos de fundieron en un solo
espacio de articulación, y donde las lealtades al rector general se disputaron los
nuevos espacios de poder. Una vez tomada la decisión de crear esos Centros, la
dinámica política se concentró en buena medida en la creación de “micro-alianzas”
que garantizaran, en la escala de esos nuevos espacios organizativos y
administrativos, la influencia combinada de intereses “externos” (administración
central de la universidad) e “internos” (el o los grupos que se distribuyen el poder
en cada centro).8
3.1.3 El patio de la comunidad universitaria
Los estudiantes
8 Un estudio de caso reciente muestra esa compleja dinámica de conflictos, alineamientos y acuerdos que definieron entre 1994 y el 2000 el establecimiento y estructura de los centros universitarios (López, 2001).
31
Uno de los saldos positivos y no menor de la reforma universitaria tiene que
ver con un asunto elemental pero central para calcular el tamaño de la
universidad: la confianza en las cifras sobre los estudiantes realmente existentes
en la institución. Hasta 1994, las cifras de estudiantes matriculados en la
universidad respondían a claros criterios de maquillaje dadas las exigencias reales
o imaginarias de calcular el presupuesto de cada universidad en base al número
de alumnos registrados. Ello significó, como bien lo sabemos, un estímulo
poderoso a la inflación de las cifras de estudiantes matriculados por parte de las
autoridades universitarias. Sin embargo, al cambiar los criterios del financiamiento
incremental indiferenciado a las universidades públicas, el número de alumnos
pasó a ser sólo uno de los indicadores para otorgar subsidio público a dichas
instituciones. En estas circunstancia, desde mitad de los años noventa, la U. de
G., como otras universidades del país, comenzó una reforma en sus sistemas de
conteo de estudiantes que implicaron una reducción significativa de la cantidad de
alumnos que año con año se daba a conocer públicamente. Es ese factor, y no
una reducción real de la matrícula, la que explica que de 1990 a 1995, la matrícula
oficial de la universidad haya disminuido en casi un 30%, y que a partir de este
último año y hasta el año 2000, la cifra se haya incrementado en un 28%.9
Ello no obstante, las cifras de rechazados para ingresar al bachillerato al
nivel superior de la universidad se han incrementado en los últimos años debido,
por un lado, a las nuevas políticas de admisión de alumnos, y por el otro, a la
creciente incapacidad financiera y de infraestructura de la universidad para
absorber a un mayor número de solicitantes, lo que se ha convertido en una fuente
permanente de conflicto de la universidad con el gobierno estatal y con el gobierno
federal.
Desde un punto de vista más cualitativo es preciso señalar que el perfil de
los estudiantes también cambió dado el cambio en las reglas de admisión a la
universidad. Hasta antes de 1996, el ingreso a la universidad estaba débilmente
9 Los datos son los siguientes: en el ciclo escolar 1990-1991, la cifra oficial de estudiantes de la universidad era de 195 802. En 1995-1996, la cifra fue de 138 679 alumnos. En el ciclo 2000-2001, alcanzó la cantidad de 178 054 estudiantes. (Fuente: Unidad de Desarrollo Institucional, U. de G.; reportes solicitados en junio, 2001).
32
regulado. La aplicación de algunos exámenes de admisión se superponían con la
presión política que los grupos ligados a la FEG, a los sindicatos o a la burocracia
universitaria podían emplear para colocar en condiciones favorables la admisión
de sus “clientelas” políticas a alguna preparatoria o a alguna carrera universitaria.
Con las reformas de primera generación, ocurrieron dos cambios muy importantes
en el proceso de admisión. De un lado, la contratación de los servicios del College
Board de Puerto Rico para diseñar e instrumentar el proceso de selección de los
alumnos. De otro lado, el incremento de las cuotas escolares que no habían sido
alteradas en más de cuarenta años.
Hay aquí una diferencia importante respecto a la administación 1989-1995.
Mientras que en esta la cuestión del proceso de selección y de las cuotas no
formaban parte de la agenda de la reforma universitaria diseñada en 1992, las
autoridades del período 1995-2001 sí la incluyeron como parte de los cambios
necesarios para elevar la calidad del desempeño académico de los estudiantes
universitarios. Así en el Plan Institucional de Desarrollo 1995-2001 se señalaba:
“Durante los últimos años, la universidad ha venido realizando esfuerzos para
mejorar la calidad, las condiciones de estudio y los servicios que proporciona a
sus estudiantes. Dentro de estas acciones destacan las siguientes: el
mejoramiento de los proceso de selección de alumnos mediante la aplicación de
pruebas(….) con el fin de ofrecer educación de calidad a quienes demuestren
contar con los conocimientos, las habilidades y las aptitudes para cursar
exitosamente estudios de nivel medio superior y superior” (U. de G., 1996, 64-67).
Sin embargo, como señala un estudio reciente, los cambios en las reglas de
admisión instrumentadas desde 1996 “no han propiciado cambios sustanciales en
el rendimiento de los alumnos” (Ochoa, 2000: 216) . Además, un resabio político
de corte corporativo (“el derecho de sangre”) pactado entre los sindicatos de
trabajadores administrativos y académicos con las autoridades universitarias a
partir de la instrumentación del nuevo reglamento de ingreso de los alumnos,
permitió que los hijos de los trabajadores universitarios gozaran de un virtual “pase
automático” a las diversas preparatorias y carreras universitarias, lo que equivale
en los hechos a distorsionar el principio de equidad de las pruebas y exámenes de
33
admisión a la universidad. Ello se refleja en el hecho de que “el pase automático
de los hijos de los trabajadores universitarios agudiza aún más el problema de los
rechazados con altos puntajes” (Ochoa, 2000: 217).
Los profesores
Por el lado del profesorado universitario, tal vez el dato más importante sea
el referido al crecimiento de la planta académica en la década de los noventa. Así,
mientras que en 1990 se registraban un total de 4 380 plazas de profesores (lo
que incluye maestros de tiempo completo, medio tiempo y profesores de
asignatura), en el año 2000 esa cantidad se incrementó a 10, 117 profesores (lo
que incluye, luego de un proceso de homologación de los nombramientos en
1994, a profesores-docentes, profesores-investigadores y profesores de
asignatura), es decir, un incremento del 130% en la década (ANUIES-SEP, 1992;
2000). Este crecimiento supera con creces el ritmo de incremento de la matrícula
en el mismo período y constituye un fenómeno a estudiar con más detalle.
Sin embargo existen dos posibles razones que explican este incremento
espectacular. De un lado, la creación de un tabulador académico que reorganizó
los puestos académicos en la universidad, y de otro lado la contratación de cientos
de profesores por horas o de asignatura luego de la creación de los centros
universitarios y el sistema de enseñanza media superior. En otras palabras, el
crecimiento ocurrió por la transición de una baja diferenciación de los puestos
académicos (que antes de la reforma sólo se registraban por tiempo de
dedicación) a un sistema de alta diferenciación (donde los criterios ahora son de
dedicación pero también de antigüedad, grado académico y especialización a la
docencia o a la investigación). Pero, al igual que en el pasado, el crecimiento
también se explica por la contratación masiva y predominante de profesores de
asignatura, más que por la vía de los tiempos completos o medios tiempos. Ello,
en cualquier caso, todo caso, refleja un crecimiento de la masa docente y de
investigación que implica nuevos problemas y oportunidades para la organización
académica de la universidad.
34
3.1.4 El patio del gobierno universitario
Max Weber señalaba agudamente que una de las transformaciones clave
de la vida moderna de las instituciones era la “burocratización de todo dominio”, lo
que incluye, por supuesto, a organizaciones del saber como la universidad. De
hecho, la tensión entre una tendencia a la burocratización de la vida social y la
tendencia a ampliar los márgenes de libertad y grados participación de los
individuos y los grupos en las organizaciones, forma parte de la dinámica conflicto
y legitimidad de las sociedades modernas (Weber, 1984:173-179) Ello puede
aplicarse también para las universidades como organizaciones burocráticas,
donde la creciente complejidad de sus funciones se agrega también una
diferenciación funcional en las tareas de gobierno y administración de esas
funciones.
En la agenda de la reforma universitaria de la U. de G. de 1992 se
identificaba a la excesiva “burocratización” y el “centralismo” administrativo como
problemas a resolver con una estrategia de desconcentración, descentralización y
regionalización de la institución (U. de G.,1990b). Se proyectaba una
“desburocratización” de la universidad. Sin embargo, lo que ocurrió entre 1994 y el
2001 en la U. de G., es que la reforma del gobierno universitario no implicó la
desburocratización de la universidad sino más bien “otra burocratización” de la
institución. La mutliplicación de los centros de decisión de la universidad fue
acompañada de un incremento de la fortaleza de los grupos políticos reformadores
en los puestos altos, medios y y de “ventanilla” de los centros universitarios y del
sistema de enseñanza media superior. Ello ha dado por resultado que el gobierno
de la universidad se ejerza mediante una multitud de dispositivos administrativos y
burocráticos que como en toda organización suelen generar una lógica de
expansión anárquica de su dominio. La vieja “profecía” weberiana (o maldición,
según quiera verse) de la “burocratización de todo dominio”, volvió a cumplirse.
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Un dato resulta interesante en esta perspectiva: el incremento de los
puestos de dirección altos y medios de la universidad. Así, mientras que en 1993
aparecían registrados un total de 258 puestos de este nivel en toda la universidad,
en el año 2000 aparecen registrados un total de 946 puestos de ese nivel, lo que
representa un incremento de más de 2.6 veces en el período.10 Ese crecimiento
también puede ser explicado por la multiplicación de los puestos medios y altos de
dirección de la universidad debido a la delegación de nuevas funciones y
competencias en el proceso de desconcentración y descentralización de la
universidad. Sin embargo, ello explica también la creación de una poderosa
burocracia universitaria cuyos intereses aparecen estrechamente ligados a la
distribución del poder en la universidad. Desde los rectores de los centros
universitarios hasta los directores de división, jefes de departamentos académicos,
jefes de unidad y coordinadores de carrera, la lucha por los puestos es una
dimensión que revela con cierta claridad los nuevos códigos de la competencia
política por el poder en la universidad, y los espacios donde es posible observar
con nitidez las dificultades asociadas a una reforma académica de la universidad. .
3.1.5 El quinto patio y la "promesa no cumplida" de la reforma universitaria:
la reforma académica
Si bien es cierto que ocurrieron claros cambios institucionales en la esfera
organizativa, administrativa y de gobierno de la universidad, hasta el presente no
se ve con claridad el efecto positivo de esos cambios en la vida académica regular
de la universidad. La departamentalización y la creación de centros universitarios
reestructuraron los espacios del ejercicio académico de la universidad, pero ello
no ha afectado en gran medida las prácticas académicas de la institución, algo
que por supuesto tiene que ver con la cultura académica prevaleciente pero
también con la delicada estructura de incentivos y constreñimientos a la "acción
colectiva académica" de la universidad.
10 Fuentes: para 1993: U de G., 1994, p. 5; para 2000: Datos proporcionados por la Oficialía Mayor de la U.
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Aunque ahora existe una parte del profesorado y de los investigadores que
gozan de mejores condiciones salariales y de infraestructura para la realización de
un mejor trabajo académico, ello no se ha traducido aún en la generalización de
procesos de formación de investigadores y de docentes que reproduzcan la planta
académica de la universidad. La disputa por los estímulos y los reconocimientos
transcurre por un conjunto de comisiones y reglamentos cuyo eje común es la
discrecionalidad en la asignación de dichos recursos. Y en no pocas ocasiones,
dicha discrecionalidad está relacionada con el funcionamiento de redes informales
de afiliación e interés político que terminan por subordinar el principio de
imparcialidad académica a las prácticas clientelares de distribución de los
estímulos. Ello ha generado un malestar latente entre varias comunidades
académicas, cuyo reclamo es el respeto a los reglamentos y la evaluación de las
comisiones encargadas de decidir el otorgamiento de estímulos en la institución.11
Al igual que en otras universidades, prácticas de simulación académica,
tradiciones burocráticas en la docencia e irrelevancia e insuficiencia de las tareas
de investigación forman parte de las promesas no cumplidas de la reforma
académica. Ello es por supuesto un asunto complejo, que tiene que ver con la
“cultura universitaria”, pero también con la estructura de incentivos a la acción de
los académicos. Así, por ejemplo, el estímulo a cursar un posgrado ha llevado al
conocido fenómeno de la creación de posgrados para el autoconsumo, o a cursar
posgrados de dudosa calidad en otras instituciones educativas del estado, del país
o, inclusive, del extranjero. La búsqueda de puestos directivos se ha consolidado
como un rasgo complementario a la vida académica de la universidad, lo que lleva
en lo hechos a una doble carrera (los “funcionarios-investigadores”) que termina
por confirmar la subordinación académica a la lógica política o burocrática.
Pero es en la dimensión del proceso de aprendizaje con los alumnos donde
la vida académica muestra sus limitaciones y efectos perversos. Aunque con
de G. , diciembre, 2000. 11 En un ejercicio de autoevaluación realizado por profesores e investigadores de un departamento académico de un centro universitario metropolitano, se señalan esas distorsiones y reclamos como parte de los retos para avanzar en una genuina reforma académica de la universidad. “En el camino del cambio: seis años de departamentalización”, Autoevaluación del Departamento de Ciencias Sociales y Jurídicas del CUCEA, Resumen Ejecutivo, abril de 2001 (inédito), Guadalajara, Jal.
37
tecnologías avanzadas y aún con procesos de enseñanza virtual, muchos
profesores siguen dictando las mismas clases con el mismo método y estilo de
siempre, lo que perpetúa la rigidez y la irrelevancia de los viejos métodos de
enseñanza. En un contexto donde la evaluación sistemática y multivariada es aún
un desafío, la costumbre y la tradición siguen formando parte del paisaje de las
prácticas académicas de la universidad que supuestamente estaban en el centro
de la reforma universitaria iniciada desde hace poco más de una década. No hay
duda de que existen zonas académicas de la universidad que se han visto
favorecidas con las reformas organizativas y la instrumentación de programas de
estímulos al desempeño académico; sin embargo, existen amplias zonas y
parcelas de la vida universitaria que están dominadas por la simulación y las
complicidades en la distribución de los recursos y estímulos, y por una suerte de
“socialización de la “irrelevancia” de varias de las carreras, las prácticas docentes
y la investigación que se realiza en los centros universitarios. A manera de
hipótesis, puede apuntarse que la reforma académica ha avanzado mejor en
aquellas zonas donde ya existía una tradición de investigación, mientras que en
las zonas nuevas (la mayoría) la reforma es prácticamente inexistente.
4. Conclusiones
Tal vez la principal consideración general que puede extraerse de esta primera
aproximación a un balance de la reforma en la U. de G. sea que la reforma
académica es el gran asunto pendiente de la primera generación de reformas de
la institución. De hecho, el nuevo rector de la universidad, elegido para el período
2001-2007, José Trinidad Padilla López (hermano de rector que inició la reforma
en 1989) anunció en su toma de posesión, el pasado 1 de abril de este año, que
esa será su intención para los próximos años.12 Aunque no es menor el efecto de
algunas reformas instrumentadas en la década de los noventa en la vida
12 Según información publicada en la Gaceta Universitaria, las líneas generales de trabajo de la nueva administración contemplan: "Crecimiento de la matrícula, gestión de calidad, excelencia y consolidación del tejido académico y de liderazgo, evaluación del sistema de créditos, avances para la descentralización de la red"... U. de G., Gaceta Universitaria, nueva época, año 1, n. 202, 23 de abril de 2001, p. 1-3.
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académica, que han inducido cambios positivos y empíricamente verificables en la
orientación y en el contenido de ciertas labores académicas en parcelas
específicas de la vida institucional, también es posible observar efectos perversos
e imposibilidaes para la multiplicación de esos efectos positivos en la creación de
una verdadera reforma académica en la universidad, aunque eso de “verdadera”
tendría que disponer de cierto modelo o visión de la que ahora se carece. De
cualquier forma, la reforma académica es todavía una asignatura pendiente de la
reforma, y tal vez esa asignatura tendría que ser la base de la segunda o tercera
generación de reformas institucionales en la U. de G. Ello exige precisiones,
condiciones y decisiones sin las cuales todo intento de reforma académica
quedará en una mera probabilidad o, pero aún, en un sueño. Si, como decía
Flaubert, “Dios está en los detalles” , habría que pensar que una nueva agenda de
la reforma tendría que estar llena de detalles, capaces de evaluar los logros y,
sobre todo, de seguir estudiando la endiablada complejidad de nuestras “Ciudades
del Intelecto”, como alguna vez les denominó el viejo profesor Kerr.
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