los monjes y la cultura

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ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA El aporte monacal al progreso de la cultura Nov. José Miguel Villaverde Salazar, ssp El avance de la cultura occidental, que llegó a estos pueblos de América con la llegada de Colón, fue sin duda un milagro para todos los tiempos y signo evidente de la importancia del trabajo y de la existencia de un selecto grupo de hombres pioneros de su historia que supieron dar respuesta en Dios a las necesidades de su tiempo Con el avance del cristianismo, tanto en oriente como en occidente, se dio un fenómeno importante: el choque cultural. Se encontraban cara a cara el pensamiento judío-cristiano y el latino, la fe y el modo de vivir de los “paganos”, quedando ambas impregnadas la una de la otra. ¿Qué fruto pudo haber dado a la historia el que el mundo occidental se haya cristianizado? Sin duda, como todo proceso de la historia humana, nada es ajeno a las sombras; mas en esta ocasión, nuestro objetivo es centrarnos en las no pocas luces que dio la cristianización del mundo gentil, específicamente con la cultura y la vida monástica. Habían transcurrido algunos años después de que los cristianos dejaron de ser perseguidos y esta religión pasase a ser la oficial del Imperio Romano. Los discípulos de Cristo se esparcieron por los territorios imperiales y desde allí florecieron hombres y

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Un breve ensayo sobre el aporte cultural de los monjes en el desarrollo de Europa.

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ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA

El aporte monacal al progreso de la cultura

Nov. José Miguel Villaverde Salazar, ssp

El avance de la cultura occidental, que llegó a estos pueblos de América con la llegada de Colón, fue sin duda un milagro para todos los tiempos y signo evidente de la importancia del trabajo y de la existencia de un selecto grupo de hombres pioneros de su historia que supieron dar respuesta en Dios a las necesidades de su tiempo

Con el avance del cristianismo, tanto en oriente como en occidente, se dio un fenómeno importante: el choque cultural. Se encontraban cara a cara el pensamiento judío-cristiano y el latino, la fe y el modo de vivir de los “paganos”, quedando ambas impregnadas la una de la otra. ¿Qué fruto pudo haber dado a la historia el que el mundo occidental se haya cristianizado? Sin duda, como todo proceso de la historia humana, nada es ajeno a las sombras; mas en esta ocasión, nuestro objetivo es centrarnos en las no pocas luces que dio la cristianización del mundo gentil, específicamente con la cultura y la vida monástica.

Habían transcurrido algunos años después de que los cristianos dejaron de ser perseguidos y esta religión pasase a ser la oficial del Imperio Romano. Los discípulos de Cristo se esparcieron por los territorios imperiales y desde allí florecieron hombres y

mujeres que vivieron de tal modo la perfección cristiana, que inspiraron a muchos a seguir sus pasos en la vida retirada, específicamente en los monasterios.

Sin embargo, los primeros monasterios conservaban un rigor espiritual intenso, apartados totalmente de las costumbres del “mundo”. Ello, de haberse mantenido así, nos hubiese hecho pensar que no existiría relación entre la vida espiritual de un monasterio y la riqueza cultural que podría prodigarle el mundo externo.

Llegado un tiempo de madurez en la concepción de la vida monástica, algunos hombres que llevaban en sus brazos a los monasterios encomendados cayeron en la cuenta de la importancia de la educación y la cultura como aporte (junto a la oración) al crecimiento del Cuerpo Místico que es la Iglesia. “Los monjes aunque vivían separados del mundo, fueron hombres de su tiempo, y, por lo mismo, no podían menos de influir, en la sociedad y en la Iglesia”1.

¿Cómo influyó la vida monástica tanto en el progreso de la sociedad como en el de la Iglesia? La cultura y la educación son dos realidades conexas y a continuación veremos la implicancia de los monjes en ella.

La vocación monástica tuvo como característica inicial un abandono radical del mundo; ello implicaba en principio el desapego tanto a la familia como a las costumbres tradicionales del siglo, entre ellas, la cultura. La vida retirada de los monjes, edificaba al Pueblo de Dios, ya que estos relativizaban la vida corriente para una vida de perfección.

Sin embargo, san Basilio “el Grande”, dio un giro importantísimo en su tiempo a la concepción del ideal monástico. Él, que era un sabio humanista, propuso se impulsase a la educación de los monjes y que los pequeños, que ya eran iniciados en la vida cenobítica, sean instruidos desde su corta edad. Esta iniciativa repercutió positivamente tanto en la vida consagrada de entonces como en la sociedad.

El movimiento intelectual que inició san Basilio fue apoyado en la Iglesia Oriental y de allí partió hacia Occidente. Se había dado paso a una nueva era para la vida monástica y la misma Europa.

Se había iniciado un diálogo con la cultura, el mismo cristianismo empezaba a entrar en los ambientes antes prohibidos de lecturas, discusiones intelectuales, etc. Hombres como san Jerónimo y san Agustín avalaron el estudio dentro de los claustros monacales y fueron ellos mismos lumbreras para su tiempo. El monacato de Occidente comenzaba a emular al de Oriente: monjes españoles, provenzales e irlandeses comenzaban a ponderar el conocimiento intelectual y ello repercutió en un verdadero florecimiento cultural que trascendía las paredes conventuales.

Frutos de este movimiento renovador fueron las numerosas escuelas, el nacimiento del pensamiento cristiano intelectual, de las mismas ciencias aunque en un 1 J. Alvarez Gómez, Historia de la vida Religiosa I, p. 540

estado rudimentario (pero avanzado para la época), el nivel intelectual de los mismos monjes que eran preferidos para ser obispos de distintos lugares y una progresiva inclusión del monje en los trabajos agrícolas.

¿Trabajar era propio de un monje? El punto inicial de la nueva valorización del trabajo se dio en la misma espiritualidad monástica que veía en el esfuerzo diario una manera de bendecir al Señor y colaborar con su obra creadora. Tierras improductivas, con ayuda de los monjes, comenzaron a transformarse y así, la bonanza repercutía en los monasterios, en quienes cooperaban con el trabajo. Entre laudes y labriego, en el “Ora et labora”, el monje encontraba y cumplía la voluntad del Señor. Un deseo de lo divino condujo a los monjes a un mayor progreso para ellos y el cuerpo social; podríamos decir que la Europa medieval comenzó a caminar con ellos.

Hemos de dejar en claro que la motivación inicial del monje era su santidad y su aporte en el Cuerpo Místico, la Iglesia. Quien respondía a la vocación monacal “se hacía culto” por el Reino de Dios y fue, solo desde esa dinámica, que transmitió su cultura a sus hermanos, a los que vivían fuera de los claustros.

La obra cultural fue evolucionando con el paso del tiempo, teniendo como estrategia principal la de cristianizar el talento clásico, lo que podría ser llamado pagano, si era útil, era “bautizado” para presentarlo a los hombres: ello fue novedoso y simplemente un éxito.

A finales del siglo X se dio un fenómeno interesante: los monasterios de Cluny se convierten en verdaderos talleres artísticos ¿Qué propició tal suceso? Un anhelo creciente por parte de los fieles adinerados a alcanzar el Reino de los Cielos y por lo cual dejaban todas sus riquezas en manos de los monjes, quienes aprovechaban tal confianza para evangelizar a los pobres desde el arte. Las pinturas, las esculturas, la música: todo iba convirtiéndose en instrumento de evangelización. El arte se cristianizaba cada vez más y las manos de los monjes e incluso de los que no lo eran se iban adiestrando en tales empresas.

¿Puede hablarse de una cultura monástica? Claro que sí, ya que ella misma lleva consigo características propias que la hacen autónoma. Ante todo, la impronta de esta cultura monástica es tanto su inicio como fin último: la fe. Desde la fe es que los monjes hacen lo que hacen, se sienten impulsados a hacer algo y de responder a las necesidades propias de su tiempo.

El nacimiento de la escolástica dará a la humanidad entera pensadores cristianos cuya enseñanza ha sentado las bases de la doctrina cristiana. La patrística, la filosofía medieval, la vivencia del culto y la profundización de las Sagradas Escrituras nos transportan a un certero movimiento intelectual-religioso que repercutió en la Europa del Medioevo y que contribuyó de manera eminente a su formación futura. No sería descabellado decir que Europa debe lo que es en gran medida al aporte de sus monjes.

Un pensamiento desarrollado, una cultura religiosa que se movía en los campos intelectuales y resonaba en el vivir de la sociedad y por último, las tierras áridas que se veían reverdecer por el trabajo de los hombres de Dios, nos brindan los datos exactos para responder positivamente a nuestra cuestión inicial. Sí, los monjes, movidos idealmente por sus aspiraciones celestiales, pusieron en movimiento a Europa, la ayudaron a andar cuando ella era víctima de sus conflictos internos.

“Donde un grupo de monjes implantan sus tiendas, renace la vida espiritual, los campos se cubren de pastos y cereales, se abren los bosques, los caminos surcan los valles y las montañas…2” Tal afirmación no hace sino reforzar lo escrito. La influencia monástica se desplegó tanto en ganancia espiritual como terrenal, llegando incluso a entrar al campo político, como lo haría san Benito con su regla.

Vida espiritual, trabajo material, desarrollo intelectual y cultural: todo esto no es sino denuncia profética del monje a una sociedad embebida por los valores puramente terrenos que lo empujaban a la autodestrucción. Así pues, los monjes dieron una renovada perspectiva de vida a Europa y la hicieron crecer.

Tal obra nos lleva a un constante cuestionamiento, especialmente a aquellos que abrazan la vida religiosa, heredera al fin de la vida monástica. Estos monjes respondieron cristianamente a las necesidades de su tiempo y no fueron ajenos a lo que hoy se llaman “signos de los tiempos”. El aporte que pude hacer un hombre de Dios en conjunto con su comunidad podría seguir moviendo al mundo, siendo denuncia profética ante el pesimismo, el individualismo y la desigualdad. El consagrado de todos los tiempos no es ni debe ser ajeno a su sociedad, sino que, inserto en ella, está llamado a reflejar a Cristo a cada momento.

2 López, C.M., El hombre que creó Europa, p. 71.