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Carlos Ramírez Los intelectuales en el reino de PRIracusa La parresia de Gabriel Zaid 15 Archivo Carlos Ramírez / Proyecto México Contemporáneo 1970 - 2020

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Carlos Ramírez

Los intelectuales en el reino de PRIracusa

La parresia de Gabriel Zaid

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ArchivoCarlos Ramírez /

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Por Carlos Ramírez

Me dijiste que ya no me querías.Intenté suicidarme gritando ¡muera el PRI!

Y recibí una ráfaga de invitaciones.Gabriel Zaid.

Transformaciones, en Cómo leer en Bicicleta, 1975.

I

La caracterización del papel del intelectual en el municipio de las letras mexicanas —que quiso ser república con Ignacio Ramírez, según Manuel Gutiérrez Nájera— enlista una larga lista de posibilidades. En un ensayo publicado en Proceso en 1996 Enrique Krauze termina enumerando dieciséis más una posibilidades de definición del intelectual por sus labores pero concluye resumiéndola en una: criticar.

Sin embargo, es imposible resumir en una la tarea del pensamiento pues al final de cuentas la crítica por sí misma implica una función con-clusiva. De ahí que haya que regresar a los clásicos griegos para decir que la tarea del intelectual es simplemente decir la verdad, aunque la verdad sea incómoda.

Entre los intelectuales de los últimos setenta y cinco años, Gabriel Zaid (Monterrey, 1934) aparece con un perfil singular: más que la ideo-logía —que la tiene, liberal—, lo anima el hecho de decir la verdad, a ve-ces ni siquiera como crítica hiriente. En 1981 enfureció a la izquierda in-telectual con un recuento del proceso electoral salvadoreño —guerrilla y ultraderecha entonces unidos— en un texto de cruce de información periodística que eludió cualquier tipo de adjetivo. Eso sí, su intención fue mostrar que la política está hecha de componendas y desmemorias, y enemigos a muerte pueden derivar en colegas por el poder: “Colegas enemigos: una lectura de la tragedia salvadoreña”, publicado en la re-vista Vuelta de Octavio Paz.

Si acaso se insiste en clasificar la función de Zaid como intelec-tual, aquí se puede ensayar una caracterización que va a merecer al-guna explicación mayor: Zaid es un intelectual parresiano, platónico pero no en la versión idealista, sino en el Platón más puro: el que fue en tres ocasiones a Siracusa a insistir en educar a Dionisio pero sobre todo a decir la verdad, la sinceridad antes que la ideología o el conse-

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jo, quizá la principal propuesta de Platón al parejo de su afirmación en la Carta VII de que:

“…el género humano no pondrá fin a sus males hasta que el colectivo de los que filosofan recta y verdaderamente no alcance el poder político o la clase de los que gobiernan en las ciudades no filosofe realmente merced a una cierta disposición divina”.

Y es que de poco serviría ser un rey filósofo si el pensamiento o la filosofía sirven como coartada para eludir responsabilidades o rea-lidades. Ahí es donde Platón estableció el criterio de la parresia o la sinceridad para decir la verdad tal cual, no para acomodarle a un mo-delo de ejercicio político del poder o para buscar formas tangencia-les de decirle cosas al príncipe para no provocar represalias, porque entonces sería la tarea de una especie de bufón ilustrado. La parresia estaría colocada entre la crítica y la sumisión, y muy por encima del intelectual-coartada o del intelectual justificador.

En su Carta VII cuenta Platón todos los consejos que le dio a Dionisio para ser un buen rey, pero ellos referidos casi en contrario a lo que el rey estaba haciendo, lo que provocó el enojo del monarca y la represión a Platón. Dionisio quiso comprar a Platón con regalos. Pero Platón llegó a

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Siracusa con una doble tarea: sí, en efecto, ayudar a Dionisio a entender el papel de la filosofía en el buen gobierno, a educarlo, pero antes había que decirle la verdad al monarca aunque con ello provocara la ira. Por eso Platón tuvo tres estancias complicadas en Siracusa.

En la filosofía griega existe un concepto para definir el decir la ver-dad: parresia o parrhesía. El diccionario de la Real Academia define la palabra en un sesgo parcial: aparentar decir cosas ofensivas pero en realidad gratas al escucha. Esta forma de operar en el entorno de los reyes no es propia de los filósofos sino de los bufones, o al menos de una parte de ellos. En el perfil de Dion en sus Vidas Paralelas narra Plu-tarco el encuentro de Platón con Dionisio y el enojo por lo dicho, pero siempre en el ánimo de Platón hablar con la verdad y no para halagar al poderoso.

La racionalización política del papel del intelectual frente a los reyes la hizo, muchos siglos después, Michel Foucault en sus conferencias en los Estados Unidos y en el contexto de la teoría del discurso político. En dos libros se incluyen esas conferencias: El gobierno de sí y de los otros, y Discurso y verdad en la antigua Grecia. En el primero se incluye la clase del 12 de enero de 1983 dedicada a la parresia pero Foucault enfatiza justamente la fracción V del libro para resaltar la conversación entre Platón, Dionisio y su hijo Dion para resaltar cómo “un hombre se yergue frente a un tirano y le dice la verdad”. Y no era menor el riesgo, pues se sabe que Dionisio dio orden de matar a Platón o venderlo como esclavo, lo que al final sucedió y aun así Platón tuvo que regresar a Sira-cusa por tercera ocasión. Es la forma de identificar por Foucault el papel del intelectual frente al rey en función de la franqueza, no la crítica que implica una toma de posición, quizá la franqueza como el primer paso hacia la crítica.

II

Zaid ha leído con cuidado, precisión e inteligencia a los clásicos grie-gos. En su discurso de ingreso al Colegio Nacional y con el tema central de Daniel Cosío Villegas, imprenta y vida pública, Zaid hace transcurrir en los párrafos la relación de Sócrates y Platón como modelos de filósofos, para desarrollar ahí y en otros textos el papel central de la educación en las funciones del intelectual.

En su obra como polígrafo —poeta, ensayista, historiador cultural, ob-servador de la realidad, empresario, economista, politólogo, más lo que se acumule esta semana—, Zaid ha mantenido una línea de conducta antes que una idea filosófica y política, sin negarse a aceptarla y a debatirla. Y ha sido incómoda: desde las altas tribunas del periodismo cultural desarrolló la primera gran crítica al Estado intervencionista en la economía, justo, in-clusive, cuando el Estado venía de regreso al poder en el sexenio de Eche-

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verría. Y si había crítica ideológica liberal contra el populismo de Estado, lo sorprendente de los textos de Zaid fue su sentido de racionalidad econó-mica: el Estado es cómplice de sus seguidores y, paradójicamente, funcio-naba como empresa privada: en beneficio de sus accionistas, los sectores corporativos del sistema, no la sociedad en general. A Zaid se debe la más cruda y certera caracterización del Estado en la economía productiva: no la instancia promotora y distribuidora de la riqueza, sino el presidente de la república en turno como CEO —chief executive officer— o presidente del consejo de administración de una oligarquía elitista y al Estado como el Grupo Industrial Los Pinos.

¿Había en esos textos una crítica? Sin duda que sí; pero a la distancia se puede decir que era más bien una caracterización del papel del Estado en la economía. Recordemos que al comenzar los setenta el país describía la basura de pobreza social debajo de la alfombra y los cadáveres en los roperos de la estabilidad, y a nadie con poder absolutista como los presi-dentes de la república le gustaba escuchar verdades. El país, además, se había sumido en el discurso de la polarización: los malos eran los empre-sarios porque no creaban riqueza ni empleos sino que se apropiaban de la riqueza producida socialmente, por lo que el Estado era el único que podía equilibrar y salvar la crisis, aunque al final operara como empresa privada a favor de las élites corporativas.

La realidad le dio la razón a Zaid. El Estado se convirtió en agente económico, pero sin atender la racionalidad de la economía, por lo que descolló en déficit presupuestal, obras para satisfacer a sectores y no multiplicar la riqueza y una ilusión económica vía el gasto público en doce años del populismo. Lo que no se entendió entonces fue el hecho de que Zaid no estaba proponiendo el acotamiento del Estado para que la empresa privada siguiera saqueando la riqueza nacional, sino que se promoviera la formación de empresarios con sentido de la realidad que buscaran la utilidad pero también el bienestar vía empleos y salarios.

Escritor nada sutil, Zaid ha tenido a su favor un estilo de redacción pulcro, cuidoso, con ironía y sentido del humor. Sus enfoques no son ideológicos, al menos no en la intencionalidad original, sino más bien han resaltado las contradicciones de los discursos económicos y políti-cos de los funcionarios: el espejo de la realidad distorsionada. Su forma-ción como ingeniero le desarrolló una comprensión clara y a fondo no sólo de la economía sino de las leyes del funcionamiento productivo.

La crítica de Zaid al populismo del Estado tenía que ver con el papel del Estado como autoridad y como empresario, algo también derivado en la función de autoridad política e institución destinataria de las crí-ticas: la parcialidad. De ahí que el Estado no puede ser el garante del funcionamiento de la democracia si al mismo tiempo participa como agente político, del mismo modo que ocurre en la economía. De al-guna manera Zaid prefiguró las rupturas autoritarias del gobierno de Echeverría, desde su papel en la represión de 1968 como secretario de

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Gobernación, pasando por la crisis estudiantil de 1971 cuya represión el 10 de junio se quiso acreditar como argumento de Estado como un manotazo autoritario de las posiciones diazordacistas a las que había expulsado Echeverría y sobre todo el conflicto de Echeverría con la crí-tica en Excelsior y la revista Plural de Octavio Paz —en la que colabo-raba el propio Zaid—: el Estado como autoridad y como garante de la libertad, en choque constante por razones de justificación del poder. El golpe gubernamental contra Excelsior se explica en la disfuncionalidad del Estado, no sólo en el hartazgo de Echeverría a la crítica.

De ahí que la crítica de Zaid a la intervención estatal debiera leerse también como una crítica a la distorsión de los equilibrios políticos del sistema.

III

En la parte política Zaid fue implacable desde su enfoque de la parresia, un enfoque al cual el mundo político e intelectual no estaba acostumbrado y menos cuando la lógica del razonamiento era implaca-ble sólo en su planteamiento y sin llegar a la interpretación. Dos temas fueron básicos en la crítica de Zaid: el papel de los intelectuales y el PRI. En el primer punto tuvo enfrentamientos directos con figuras del espectro progresista de la cultura política y en el segundo no escondió su razonamiento de que el PRI había ya cumplido sus objetivos y que debía de terminar su ciclo en el poder. Ligado a su crítica al Estado inter-vencionista, el tríptico de los temas centrales en la crítica de Zaid ilustró muy bien el espacio de la discusión: la democracia política, el funciona-miento abierto del sistema y el ejercicio del derecho ciudadano a elegir.

En esos temas Zaid practicó la parresia, el comentario tal cual, directo. Los debates más intensos se dieron en el periodo 1971-1977, justamente cuando el presidente Echeverría abrió su gobierno a los intelectuales y se acercó a ellos después de la ruptura cultural-intelectual del 68 por los ma-notazos autoritarios del sistema. Y ahí la lógica implacable de Zaid causó estragos: si los intelectuales firmaron en el 68 decenas de desplegados contra el abuso de poder del gobierno de Díaz Ordaz y condenaron la re-presión en Tlatelolco, ¿cómo explicar el acercamiento de esos intelectua-les al que fue secretario de Gobernación en ese año de 1968 y por tanto responsable operativo de las decisiones de fuerza contra los estudiantes? Peor aún: sin siquiera deslindar responsabilidades.

Ahí ocurrió el conflicto intelectual de Zaid con Carlos Fuentes que marcó distancia en dos grupos de cultura política: en octubre de 1971, casi cerrada la edición de su libro Tiempo Mexicano, Fuentes alcanzó a incluir una opinión sobre el halconazo que documentaron, en un es-fuerzo de audacia denunciatoria, algunos medios impresos destacando el hecho de que los Halcones formaban un grupo especial del Departa-

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mento del Distrito Federal. Para Fuentes, el halconazo fue un golpe de la derecha gubernamental contra los esfuerzos de democratización de Echeverría. Y luego el propio Fuentes declararría que sería un “crimen histórico” de los intelectuales dejar solo a Echeverría.

En la revista Plural Zaid publicó una “Carta a Carlos Fuentes”, un ejemplo de la parresia de Zaid: criticó que Fuentes apoyara a Echeve-rría y no ejerciera el papel de intelectual de distancia del poder para exigir resultados en los casos de represión. La carta de Zaid es sencilla, carece de pasión intelectual, razona argumentos en frío, encuentra las contradicciones intelectuales, morales y hasta de sentido de opinión. Echeverría era secretario de Gobernación y por tanto operador de deci-siones. Fuentes usaba, decía Zaid, su fuerza intelectual para apuntalar al presidente de la república, no para consolidar la independencia del es-critor frente al poder. Al final, Zaid propuso a Fuentes fijar fechas de in-vestigaciones sobre el halconazo y condicionar su apoyo al presidente en función de resultados. Obvio: Fuentes eludió ese debate parresiano.

Zaid se convirtió en el punto de referencia parresiano al papel de los intelectuales ante la política en ese sexenio de Echeverría por las iniciati-vas presidenciales para acercarse a los intelectuales y, de hecho, acercarlos a ellos al poder. Fuentes sirvió, por ejemplo de operador de una reunión de Echeverría en Nueva York con intelectuales de todas las corrientes, de-jando en ellos la sensación de que el presidente era un crítico del poder y curiosamente ninguno de los asistentes pidió cuentas a Echeverría por el 68. En 1975 Fuentes fue designado embajador de México en Francia y en 1976 se incorporó al consejo consultivo del PRI para la campaña del candidato presidencial priísta José López Portillo, participando con un par de ponencias en reuniones priístas; Fuentes aclaró que no era miembro del PRI sino miembro “del consejo consultivo de Luis Echeverría”. La luna de miel terminó en 1977 cuando el presidente López Portillo designó em-bajador de México en España al ex presidente Díaz Ordaz y Fuentes hizo una renuncia anticlimática a su cargo, se retiró de la política práctica pero continuó dando su apoyo a sectores progresistas del PRI.

A Zaid se le debe una de las críticas más ácidas contra la disponibili-dad de intelectuales a llamados del poder. En 1974 Echeverría organizó una gira por América Latina y para su visita a Argentina llenó un avión con más de cien intelectuales, entre ellos, por cierto, Víctor Flores Olea, de quien las reseñas de entonces recuerdan que operó la firma de un documento contra el imperialismo para justificar su viaje. Llevados por el Fondo de Cultura Económica, Zaid escribió un pequeño comentario en Plural titulado “Frágil: cuidado al acarrear”, donde usó el verbo acarrear que se utilizaba en la liturgia priísta como el acto de subir a campesinos a camiones de redilas para llevarlos como reses a mítines de campaña del PRI. De ahí se derivó —hasta ahora sin algún sustento probatorio en prensa escrita— la frase de que se trató, el de los intelectuales, de un “avión de redilas”; hasta la fecha en medios intelectuales cercanos a Zaid

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le atribuyen al intelectual parresiano la autoría de la frase, quizá derivado de su comentario escrito.

Respecto al PRI, Zaid fue implacable: en 1985 irrumpió y sacudió la modorra de la clase política con el texto “Escenarios sobre el fin del PRI”, que se publicó en Vuelta al mismo tiempo que el ensayo de Octa-vio Paz titulado “Hora cumplida: 1929-1985”, refiriéndose obviamente al PRI”. El PRI enfrentaba en 1985 las elecciones federales de medio se-xenio precedidas de derrotas municipales en el norte del país y una ola democratizadora ya imparable, con una clase gobernante forjada en la tecnocracia, la economía, las universidades estadunidenses y fuera de los escalafones del PRI. En ese texto de mayo de 1985, por cierto, pro-fetizaba Zaid que un terremoto en la ciudad de México podría acabar con el PRI, hecho que ocurrió en septiembre de ese 1985 y tambaleó al PRI en el poder, obligó al fraude de 1988, llevó a la reforma electoral y concluyó con la derrota presidencial del PRI en el 2000.

Las reacciones contra los textos de Zaid por el fin del PRI fueron agresivas, crudas, ideológicas, pero nadie pudo razonarlas con sentido común. El único que dio una salida por esos años, no precisamente al artículo de Zaid, fue Fidel Velázquez, el eterno líder del sector corpora-tivo sindical del PRI: “el PRI no es inmortal sino inmorible”.

IV

Zaid como crítico de la realidad y de los temas políticos, intelectuales, económicos y empresariales se valió no de posicionamientos públicos —es mítico su rechazo a exhibiciones públicas— y sólo le bastan sus ar-tículos en medios impresos. Su estilo breve, profundo, lleno de razona-mientos y dialécticas, van más allá del texto de coyuntura: recuerdan el modelo del ensayo breve de Michel de Montaigne, al que colocan como el que inventó —por así decirlo— el ensayo, el texto para ensayar alguna idea. Y en efecto, los textos breves de Zaid tienen una construcción sólida, capaces en un párrafo de aportar una idea novedosa, llevando al lector a hacer un esfuerzo de razonamiento por el camino de las palabras sem-bradas por el autor. No son opiniones o al menos no sólo opiniones sino verdaderas provocaciones a la imaginación e inteligencia de los lectores.

De ahí que Zaid pueda ser leído como un intelectual platónico, pero no en la vertiente idealista sino en la tarea del intelectual parresiano que sin posicionamientos ideológicos le dice al poder y a los demás sólo verdades con franqueza, no ideologías, sino el espejo stendhaliano que refleja el lodazal del camino y no lo describe ni lo inventa.

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C o L E C C I ó N

1. Salinas de Gortari, candidato de la crisis.2. El proyecto salinista.3. El nuevo sistema político mexicano.4. La vida en México en el periodo presidencial del Sup Marcos.5. Las muchas crisis del sistema político mexicano.6. El nuevo sistema político mexicano.7. La polémica Sartre-Camus.8. Carlos Fuentes: el pensamiento Manchuria.9. Narcotráfico y violencia: vidas paralelas.10. Las estaciones políticas de octavio Paz.11. El crimen del padre Leñero.12. Manuel Buendía 1948-1984. Periodismo como compromiso social. 13. La posdemocracia en México.14. México: hacia un nuevo consenso posrevolucionario. Lázaro Cárdenas, la izquierda y la última muerte de la Revolución Mexicana.15. Los intelectuales en el reino de PRIracusa. La parresia de Gabriel Zaid.16. Los intelectuales inventaron a Fidel Castro.17. Benedetti, el último comisario del Camelot tropical.18. Emilio Rabasa: prensa y poder en el siglo XIX.19. Carlos María de Bustamante (1874-1848). Los intelectuales y la política en el México independiente.20. García Márquez no le torció el cuello al cisne.

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