los abusos de los curas

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EXTIRPARÉ LA RAÍZ DEL MIEDO [Actualización de mi artículo con el mismo nombre publicado en la edición 1348 del 26.10.2000 en mi columna El Quinto Pie del Gato de la revista Gente] Monseñor Bambarén salió con la miserable queja de que no le alcanzaban los 600 y tantos soles que le da el Estado. Y el ministro Bustamante salió después a hacer un comentario que a algunos que se mueren de miedo por el poder de la iglesia no les gustó. Desde la Constitución de 1979, la iglesia católica ya no pinta en el país, aunque muchos ignorantes sigan creyendo que es la religión oficial. Lo único que existe, y que la mayoría tampoco sabía, es un acuerdo [o concordato, como hubo con Mussollini y Hitler] firmado con el Vaticano en las postrimerías del gobierno dictatorial de Morales Bermúdez, en el cual el Estado –entre otras cosas- acepta pagarle una asignación mensual a los cardenales, obispos, curas con puestos administrativos y hasta sacristanes. Para cualquiera que haya llevado un cursito de Educación Cívica queda claro que la Constitución está por encima de cualquier ley o acuerdo. Leamos lo que dice la Constitución en su artículo 50: “Dentro de un régimen de independencia y autonomía, el Estado reconoce a la Iglesia Católica como elemento importante en la formación histórica, cultural y moral del Perú, y le presta su colaboración. El Estado respeta otras confesiones y puede establecer formas de colaboración con ellas”. La conclusión que se desprende de este -temeroso- artículo es la siguiente: todas las otras religiones tienen el mismo derecho que la católica de pedirle al Estado que dedique parte de su presupuesto a pagar una asignación mensual a sus ministros, pastores o como sea que los llamen. Si el Estado no cumple con este pedido de otras religiones, estaría atentando contra la Constitución. Sé que muchas religiones u organizaciones no católicas no están interesadas en recibir dinero del Estado, así que, para que se respete la igualdad de cultos predicada por la Carta Magna, la otra alternativa que planteo es que, si no se va a aceptar que los ministros de las demás religiones reciban un sueldo, tal como lo reciben los curas, entonces todas las demás religiones deben enviar una solicitud al gobierno para que se dé por concluido el acuerdo con el Vaticano y no se siga pagando a los curas con la plata de los sufridos contribuyentes, muchos de los cuales ni son católicos ni están interesados en serlo y menos en auspiciarlos.

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Conjunto de columnas sobre el Sodalicio de Vida Cristiana publicados en mi columna El quinto pie del gato en el año 2000.

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Page 1: Los abusos de los curas

EXTIRPARÉ LA RAÍZ DEL MIEDO

[Actualización de mi artículo con el mismo nombre publicado en la edición 1348 del 26.10.2000 en mi columna El Quinto Pie del Gato de la revista Gente]

Monseñor Bambarén salió con la miserable queja de que no le alcanzaban los 600 y tantos soles que le da el Estado. Y el ministro Bustamante salió después a hacer un comentario que a algunos que se mueren de miedo por el poder de la iglesia no les gustó. Desde la Constitución de 1979, la iglesia católica ya no pinta en el país, aunque muchos ignorantes sigan creyendo que es la religión oficial. Lo único que existe, y que la mayoría tampoco sabía, es un acuerdo [o concordato, como hubo con Mussollini y Hitler] firmado con el Vaticano en las postrimerías del gobierno dictatorial de Morales Bermúdez, en el cual el Estado –entre otras cosas- acepta pagarle una asignación mensual a los cardenales, obispos, curas con puestos administrativos y hasta sacristanes.

Para cualquiera que haya llevado un cursito de Educación Cívica queda claro que la Constitución está por encima de cualquier ley o acuerdo. Leamos lo que dice la Constitución en su artículo 50: “Dentro de un régimen de independencia y autonomía, el Estado reconoce a la Iglesia Católica como elemento importante en la formación histórica, cultural y moral del Perú, y le presta su colaboración. El Estado respeta otras confesiones y puede establecer formas de colaboración con ellas”. La conclusión que se desprende de este -temeroso- artículo es la siguiente: todas las otras religiones tienen el mismo derecho que la católica de pedirle al Estado que dedique parte de su presupuesto a pagar una asignación mensual a sus ministros, pastores o como sea que los llamen. Si el Estado no cumple con este pedido de otras religiones, estaría atentando contra la Constitución. Sé que muchas religiones u organizaciones no católicas no están interesadas en recibir dinero del Estado, así que, para que se respete la igualdad de cultos predicada por la Carta Magna, la otra alternativa que planteo es que, si no se va a aceptar que los ministros de las demás religiones reciban un sueldo, tal como lo reciben los curas, entonces todas las demás religiones deben enviar una solicitud al gobierno para que se dé por concluido el acuerdo con el Vaticano y no se siga pagando a los curas con la plata de los sufridos contribuyentes, muchos de los cuales ni son católicos ni están interesados en serlo y menos en auspiciarlos.

Para nadie es secreto que los colegios de curas y monjas manejan muchísimo dinero, aparte de donaciones, y que muchas de éstas se gastan inadecuadamente para darle comodidades a los mismos curas y monjas. Yo soy testigo de muchas de estas cosas, ya que he estudiado para ser cura y justamente me retiré por todas las injusticias de la iglesia. Yo no podía dedicarle mi vida a una institución que es más prostituta que santa y que quiere pasar por guía moral de la sociedad al mismo tiempo que se roba la plata de las donaciones para comodidad de los que deberían administrarlas para beneficio de los más necesitados. Para ejemplo, un botón. Hace unos 5 años, di clases de inglés en Cáritas (una entidad católica que recauda y distribuye donaciones) y varias veces cancelaban las clases cuando yo ya estaba en su local, lo que significaba –según el contrato para el instituto de idiomas para el que yo trabajé, uno de los más caros del país- que igual tenían que pagarlas. Uso irresponsable de fondos que podrían haber servido para alimentar a más de un niño pobre. ¿A esa gente que se apropia de las donaciones para su propio bienestar tenemos que pagarles sueldo todavía porque los gobiernos se mueren de miedo y establecen y perpetúan un contrato con la iglesia más corrupta de la historia?

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Llegó el momento de empezar a decir las cosas como son. Que nadie se deje atemorizar por curas o líderes laicos de la iglesia, que de santos tienen menos que yo de católico. Ha llegado el momento de que el gobierno inicie una seria investigación de los manejos del dinero de donaciones que recibe la iglesia, además de cortarles la mamadera (de la que encima se quejan). La iglesia católica es una de las instituciones que más daño ha hecho a la humanidad. Se ha dedicado por siglos a perseguir a los que no piensan como ellos, a pactar con gobiernos corruptos, dictatoriales y asesinos, a matar miles de personas en nombre de Cristo y la fe, a ocultar y quemar literatura a la que temían, a someter a la sociedad a sus “principios”, atemorizando a todos los que no los siguen con los castigos divinos y el infierno. Y, a pesar de que el papa pidió perdón, sólo han cambiado los métodos, pero no el fondo de sus maniobras.

Me importa muy poco que los cucufatos se escandalicen con lo que voy a decir. Estoy harto de los abusos de la iglesia y de que metan la nariz donde nadie les ha pedido. En las siguientes ediciones de “El Quinto Pie del Gato” presentaré un resumen de las cosas que me hicieron pasar los curas cuando estuve estudiando con ellos. Contaré por primera vez cómo me ponían una cuchilla en el cuello, cómo me hacían dormir en las escaleras, cómo me escondían en el baño cuando venía a verme mi familia, cómo me hacían bañarme en el helado mar de invierno en la madrugada a pesar de estar muy enfermo, cómo me hacían correr dándome de palazos en las piernas y más cosas que indignarán a todos mis lectores.

Hecha ya la promesa de lo que contaré e invitando a todos los medios de comunicación que estén interesados en hacer público esto, les vuelvo a recordar que la iglesia ha torturado y asesinado durante siglos a quienes se manifestaban contra ella. Así que ya saben a quiénes culpar si algo me pasa. Esperen mi columna de la próxima semana, contaré todo. Y, si no me alcanza el espacio, tendré que seguir contándolo en otras ediciones.

LOS ABUSOS DE LOS CURAS (Parte 1)

[Actualización de mi artículo con el mismo nombre publicado en la edición 1349del 02.11.2000 en mi columna El Quinto Pie del Gato de la revista Gente]

Tal como escribí la semana pasada, contaré a partir de esta edición todas las salvajadas de las que, tanto yo como algunos otros, hemos sido objeto cuando estuve viviendo en la casa de un grupo de curas y laicos católicos.

A mí nadie me va a vender el cuento de que la iglesia es santa, cuando he visto tantos intereses, tanta cochinada, tanta politiquería, tantas movidas de dinero, tantos malos tratos (físicos y psicológicos). Así que, agárrense, porque después de casi 12 años de silencio, soltaré todo, caiga quien caiga. Estoy seguro de que los responsables (la iglesia) tratarán de hacerse los locos, de lavarse las manos, pero espero que sean tan valientes para enfrentar estas acusaciones como cuando hablan de transparencia, moralidad y demás cosas que ni ellos mismos cumplen.

Empezaré por situar a mis lectores en el tiempo y el espacio. Estudiaba en el colegio Markham. No es un colegio católico, sino laico. Aún así, desde sexto de primaria ya estábamos siendo reclutados por los profes de religión, quienes eran parte de un grupo

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católico que muchos conocen, el Sodalitium Christianae Vitae (SCV), centro ideológico y estratégico del famoso y bien visto Movimiento de Vida Cristiana (MVC). Ellos son los dueños, entre otras empresas, de la parroquia de moda, “Nuestra Señora de la Reconciliación”, en Camacho. En esa época no tenían muy buena fama, pasaron unos años más y la presión de los padres de familia del Markham fue tan fuerte que tuvieron que salir del colegio. Bueno, la estrategia del SCV es hacer buenas migas con los que quieren jalar para su bando. Resulta que los curas y sus aprendices eran adiestrados para que nosotros, los inocentes adolescentes, los tomáramos como modelos y que incluso se volvieran más importantes que nuestros padres. A medida que pasaba el tiempo, nos hacían sentir que nos entendían mejor que nuestros propios padres, que sabían que ellos eran unos materialistas a los que no les iba a cuadrar nunca que sus hijos fuésemos católicos comprometidos. Eran tan radicales que siempre nos ponían en una situación en la que teníamos que elegir entre nuestra familia y ellos. Nos hacían sentir unas basuras, unos traidores y unas niñitas engreídas si es que optábamos por hacer caso a nuestros padres. Los sodálites (así se hacen llamar los del Sodalitium) nos ponían constantemente entre la espada y la pared y nos perseguían para revelarnos los últimos trucos para pasar por encima de la autoridad paternal, con la excusa de que era más importante seguir las órdenes del “Señor Jesús”.

Eran nuestros “patas del alma”. Nos juntaban en grupo en casa de alguno (varias veces las reuniones se hicieron en mi casa, simple y llanamente porque mi mamá prefería estar atenta a lo que pasaba). Hablábamos de cosas generales, contábamos nuestros problemas (a veces la estrategia era hacernos llorar de desesperación y luego salir a nuestro rescate), comíamos algo y luego salíamos a algún otro lado para hablar más en privado.

Bueno, pero todas estas estrategias son sólo el comienzo. Cuando pasaron los años y mi “dependencia” a su amistad se volvió incontrolable, terminé haciendo votos para pertenecer oficialmente a su grupo junto con otros dos miembros de mi promoción. Todavía era menor de edad y ya me estaban comprometiendo con votos que debería renovar cada año. Si me salía, como pasó al final, mi destino inminente, según ellos, sería el infierno -sin posibilidad de salvación-, tal como me lo dijeron cuando, años después, luchaba por irme. Y no saben todo lo que me costó salir de ahí luego de que lograran, en varios años de lavado cerebral, que mi mundo estuviera centrado en ellos. Irme significaba que, a mis 19 años, me quedaba sin futuro, sin ideología, sin seguridades, sin amigos, sin dios, condenado al infierno, etc. Encima, con la duda de si mis padres iban a aceptarme después de haberme peleado tan fuerte con ellos gracias a esos ideales prestados por mis reclutadores. Una tremendo dilema para alguien que había vivido de acuerdo a lo que ellos pensaban durante los últimos 6 años, desde los 13.

Luego de toda la estrategia sutil previa a que me mudara a vivir a una de sus comunidades, estuvo el mes de “prueba”, en el cual nos ponían en situaciones extremas para ver si éramos capaces de soportar la vida comunitaria.

Empezaré contando una suave y, como ya me quedé sin espacio, en la siguiente edición continuaré con las demás.

Una noche, me tocaba servir la comida junto a otro de los chicos que estaban en prueba conmigo, Ralph Bérninzon. Retiramos los platos del segundo, pero nos olvidamos de llevarnos la pimienta y el ketchup. Servimos el postre, arroz con leche, y cuando nos sentamos, nuestro “formador”, Alfredo Draxl, nos dijo que debimos haber retirado esas

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dos cosas antes de servir el postre. Dijo que si las habíamos dejado en la mesa era para usarlas con el postre. Así que a mí me ordenó echarle ketchup al arroz con leche. “Échale más”, me dijo el cura José Antonio Eguren [quien hoy es hombre de confianza del cardenal Cipriani y obispo auxiliar de Lima]. Le tuve que echar más. Ralph tuvo que comerse su postre con pimienta. La verdad que el arroz con leche con ketchup “bien mezclado” (como me ordenó el cura) no sabía tan mal, así que, al terminar (en medio de las risas y miradas del cura, Alfredo y mis otros compañeros), me preguntaron si me había gustado. No mentí, como buen cristiano. “No estuvo tan mal”, dije. Por supuesto que esto fue la excusa para hacer que me sirva 4 porciones más de la misma combinación. A partir de la tercera, sentía ganas de vomitar, a pesar de que el cura me decía, en tono burlón, “todo está en la mente, sigue”. Fueron 5 porciones y, luego, mi estómago podrido de asco.

La siguiente semana contaré cómo me hicieron dormir casi un mes en una escalera de mármol, cómo me pusieron a ayunar y un cura me provocaba con comida, cómo me hicieron empujar mi cuello contra una cuchilla suiza, cómo nos enseñaban a burlamos de los complejos de nuestros compañeros hasta que lloraran de desesperación, cómo me hicieron lavar un water y, antes de pasar el sarro, me obligaron a lavarme la cara con esa agua. Y eso, sorprendidos lectores, es sólo el comienzo.

LOS ABUSOS DE LOS CURAS (Parte 2)

[Actualización de mi artículo con el mismo nombre publicado en la edición 1350del 08.11.2000 en mi columna El Quinto Pie del Gato de la revista Gente]

La iglesia católica no responde nada. Sus “valientes” predicadores se han quedado callados, asquerosamente callados. Miles de ellos me han leído las semanas pasadas. Nadie había hecho lo que yo estoy haciendo, nadie había tenido la valentía para contar con lujo de detalles, nombres y apellidos, los abusos de los curas. Yo lo estoy haciendo y la iglesia, cobarde, no quiere responderme porque tiene consejeros que les dicen que no respondan, que ya se me va a pasar. Estoy luchando contra sus abusos con la verdad de mis propias experiencias. Estoy mostrándoles a los que aún creen que la iglesia es buena las asquerosidades que hay dentro de ella. Si me voy a ir al infierno por verdades, será para encontrarme con esos líderes católicos que creen que tienen reserva en el cielo.

Hoy contaré otra historia que escandalizará a mis lectores y, como les dije antes, tengo muchas otras guardadas que iré contando cada semana.

Antes, quiero pedirle públicamente al monseñor que corresponda que haga las gestiones necesarias para que la iglesia católica me excomulgue de inmediato, a pesar de que yo mismo ya me he excomulgado con mis palabras, mis actos y mis escritos. Soy, para ellos, un anticristo confeso, activista y, si ésa es la película que se hacen en sus mentes que distorsionan la realidad, estoy orgulloso de serlo por propia convicción y mi autoexcomunión será el primer símbolo de mi victoria en esta lucha por salvar a las personas que pueda del mayor engaño de la historia humana. Hace unos siglos no sólo me hubieran excomulgado, me hubieran quemado vivo en la Plaza Mayor. Que alguno de los curas me lo niegue, a ver...

Aquí va la historia de la vida real de esta semana: Nos reuníamos en las noches para tomar un café y conversar. Esa noche de diciembre de 1987 fue diferente. Uno de los chicos que estaba pasando con nosotros el mes de “prueba” en una de las comunidades

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católicas, era un muchacho correcto y muy serio. Se llamaba Diego, prefiero no decir su nombre completo porque fue realmente denigrante lo que sufrió. Diego era orejón, narizón, lo que los chicos llaman un “pavo” o nerd y vivía muy acomplejado por eso. Nuestro “formador”, Alfredo, nos motivó a todos a ridiculizar a Diego, como terapia cuasi freudiana. Primero, hicimos una competencia de puñetes en el estómago por turnos. Diego y yo nos reventamos a puñetes, hasta que él se rindió y yo fui aplaudido por los demás. Ambos estábamos mareados, adoloridos y casi sin aire. Inmediatamente, Alfredo nos dio instrucciones para un nuevo jueguito. Teníamos que agarrarle las orejas y la nariz a Diego y él no debía dejarse. Nos revolcamos por el piso, lo correteamos, y el pobre Diego se tapaba como podía para que no lo hiciéramos consciente de ese complejo que lo atormentaba. Fuimos pasando, uno tras otro, forcejeando y buscando las orejas y la nariz de Diego mientras él trataba de entender el sentido de este juego. Sus orejas terminaron rojas, su nariz hinchada y, entre los puñetes y las persecución para agrandar su complejo, Diego estaba exhausto, supongo que más que nada por la presión psicológica que estaba sufriendo.

Hasta aquí todo podría aún ser considerado un jueguito casi inofensivo entre chiquillos. Lo que siguió fue la parte terrible. Alfredo –que, además, había sido profesor de filosofía en mi colegio el año anterior- nos dio plumones, lapiceros y las reglas para el siguiente acto “cristiano” que, según él, haría que Diego enfrente sus complejos. Nos dijo que teníamos que escribirle en la cara todas las palabras que tuvieran que ver con su complejo. Él no podía verse en el espejo hasta que termináramos todos de escribir. El ritual empezó. Fuimos escribiendo palabras de todo calibre, desde “pavo” hasta “fracasado” y “huevonazo”. Alfredo no actuaba por su cuenta, él había sido elegido por las autoridades de este grupo católico (que es parte de la iglesia y que organizó muchas de las actividades de la segunda visita del papa al Perú y que, además, es dueño de la parroquia de moda, en Camacho), incluidos algunos curas, como nuestro “formador” para ese mes de prueba. Él nos enseñó ese “juego” y nos hizo jugarlo hasta el final. Diego terminó de ser la pared para todos nuestros grafitis y, luego, fue autorizado por Alfredo a mirarse al espejo. Diego tuvo que leer todo lo que le habíamos escrito y se volteó a mirarnos con lágrimas en los ojos. A pesar de haber sido parte de ese miserable juego que, supuestamente, tenía una intención liberadora de los traumas, me sentí muy mal. Lloré al ver llorar a Diego. Ese inofensivo muchacho de unos 18 años estaba siendo humillado en nombre de la religión enfrente de sus amigos y por ellos. Alfredo intentaba “consolarnos” diciendo que éramos sus verdaderos amigos al haberle evidenciado así todas sus miserias. Luego de esto, vino una intensa sesión de manipulación psicológica en la que a Diego y a nosotros se nos explicaba que debíamos enfrentar nuestros traumas para poderlos superar y que la única solución era refugiarnos en Jesús, María, la iglesia católica y, en especial, en el Sodalitium. Todos fuimos sometidos a una “terapia” parecida a la de Diego en algún momento, pero la que más se grabó en mi mente fue ésta. Nunca he visto a un ser humano tan desarmado, tan indefenso, tan maltratado psicológicamente. Si siquiera pudieran imaginar lo que sentí en ese momento y lo que siento ahora al denunciarlo, a pesar de los 13 años que han pasado. Los curas hicieron que nos creyéramos que esta salvajada psicológica era la forma de llevarnos hacia nuestro propio yo y hacia dios.

Pasen la voz, en las siguientes semanas contaré cómo un error mío hizo que me mandaran a cuidar una capilla de pie durante varias noches sin dormir. También les contaré cómo me escondían en el baño cuando mi familia me iba a visitar, cómo nos hicieron comer torta de chocolate con espuma de afeitar, cómo el fundador del Sodalitium (Luis Fernando Figari) nos visitó en San Bartolo y nos gritó que debíamos ser capaces de

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estrellar nuestras cabezas contra la pared si él nos lo pedía, cómo me hicieron bañarme en la madrugada en el mar cuando sufría de una migraña que me cortaba el habla, cómo nos obligaban a nadar hasta una isla en San Bartolo con ropa y piedras, cómo me clavaban una cuchilla suiza en el cuerpo mientras estudiaba y luego me hacían apretar el cuello contra ella a pesar de mi llanto, entre otras cosas, todas de la vida real y nunca antes contadas por nadie.

LOS ABUSOS DE LOS CURAS (Parte 3)

[Actualización de mi artículo con el mismo nombre publicado en la edición 1351del 15.11.2000 en mi columna El Quinto Pie del Gato de la revista Gente]

Hace semanas que vengo contando cosas que, probablemente, estén pasando incluso hoy mismo, mientras estás leyendo estas líneas. A lo mejor a algunos de tus hijos, hermanos o primos. No estoy jugando, no estoy pasando el tiempo, no estoy haciendo catarsis, estoy arriesgando mi seguridad, mi propia vida, para contarle a todo el que “tenga oídos para oír” algo que nadie nunca se ha atrevido a contar: la verdad de lo que pasa tras las paredes de una comunidad católica moderna y aceptada por el papa Juan Pablo II, la iglesia peruana y la sociedad.

Cuando matan a un perrito en Chiclayo, todos ponen el grito en el cielo, pero cuando pongo en evidencia los abusos de los curas, todo el mundo se queda callado, salvo las dos personas que me han enviado emails de apoyo en esta causa, tal vez la más importante que alguien haya emprendido en este país lleno de temores e hipocresías. ¿No tienes acaso tú mismo una historia personal o de un familiar para contar? ¿No hay alguna autoridad o congresista valiente que solicite una investigación a la iglesia después de leer lo que estoy escribiendo hace casi un mes en esta columna? Nadie se mete con la iglesia porque no es “popular” hacerlo. Pero, yo seguiré aquí, en esta pequeña columna semanal, con la valentía que nadie tiene para llamar las cosas por su nombre, lanzando mis dardos de verdad para que los valientes se pongan de pie junto a mí y la sociedad se deje de hacer la que no oye cuando hay que enfrentar cosas tan importantes como ésta. Te molesta la actitud de algunos políticos, pero no te molesta que la iglesia, que ha alimentado tu vida con hipocresía y mentiras, esté creando seres humanos miedosos, mediocres, hipócritas, falsos, convenidos, prejuiciosos, opresores, racistas, ignorantes, intolerantes, machistas, etc. No te interesa el daño psicológico y moral que estos enfermos del poder e inventores de mandamientos de opresión están causando a la humanidad. Si eso te parece secundario, entonces revisa tu escala de valores y te darás cuenta de cómo te han engañado con sus poses y su falsa moral esos curas que sólo están interesados en sacarte plata y en tenerte atrapado con sus dogmas para ellos vivir cómodos con las donaciones y los sueldos que les pagamos incluso lo que no tenemos nada que ver con ellos ni nos interesa ser parte de su farsa.

Hoy contaré más de sus cochinadas, a ver si alguno de esos curas cobardes responde algo y a ver si a alguna autoridad se le ocurre darse su lugar de una vez por todas y abrir una investigación a la iglesia por los abusos físicos y psicológicos que cometen sus líderes a diario. No creo, porque en este país, las autoridades se mueren de temor ante el poder de la putrefacta y prostituta iglesia católica. Vayan nomás este domingo a misa a hacer su show de hipocresía y a modelar en la pasarela de la falsa moral que alimenta sus vidas. Ya nos veremos en el infierno. Ahí estaremos todos juntos: ustedes, seguidores

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ciegos y conformistas, los curas abusadores y yo, un denunciante veraz abortado de la iglesia por propia convicción y lleno de la más real satisfacción.

Los curitas son lindos, ¿no? Por ejemplo, el cura José Antonio Eguren, a quien ya mencioné en la primera parte de “Los abusos de los curas” y a quien toda la curia peruana conoce muy bien por los importantes cargos que ocupó en la Conferencia Episcopal [y ahora como obispo auxiliar de Lima], es un padrecito de apariencia bonachona y de gran capacidad oratoria.

El cura éste era invitado a veces a comer en la casa de la Av. Brasil donde vivíamos los aspirantes a curas. Una vez, en un desayuno, le tocó sentarse a mi costado. Bueno, resulta que -la verdad que no me acuerdo por qué- me habían castigado con un ayuno de lechuga y agua por una semana. Pero, eso no quería decir que no me sentara a la mesa con ellos a ver todo lo que comían en mi cara. No siendo suficiente este sufrimiento, al curita Eguren se le ocurrió una forma muy noble de acercarme a su dios. Se sirvió un delicioso pan con mantequilla y mermelada y, justo cuando se lo iba a meter a la boca, se dio cuenta de que mi ayuno me había llevado a echarle un ojo. Así que, justo en la puerta de su rechoncha boca, el cura me miró de reojo y me preguntó: “¿te gustaría este pan?”. Yo lo miré desconcertado, ya que no sabía qué era lo que debía contestarle. El cura me lo fue acercando a la boca, ante la atónita y desconcertada mirada de los otros comensales. Me lo fue acercando y retirando de la boca, provocándome: “¿quieres? Mmm, qué rico, ¿no?”. Yo, con casi una semana de haber estado “alimentándome” de agua y lechuga, sufría ante la visión de ese delicioso pan que, en ese momento, se convirtió en lo único que esperaba de la vida. Al final, luego de casi dos minutos de jugar conmigo, el cura, al que apodamos “el cura gordo”, se metió el (delicioso) pan con mermelada a la boca y se lo comió todo, mientras decía “¡qué rico, mmm!”, con un especial gusto y una mueca de “piña loco, te pelaste, sigue ayunando nomás”. Eso lo hizo un respetable miembro de la iglesia peruana que salió en varias fotos junto al papa Juan Pablo II en su última visita al Perú. Sí, José Antonio Eguren era el mismo cura que sirvió personalmente a la máxima autoridad de la iglesia y que iba de su mano mientras el papa estuvo en nuestro país. El curita éste [hoy obispo que gana sueldo del Estado], que seguro es el que te casó o bautizó a tu hijito la semana pasada, es un torturador psicológico de adolescentes. Y no es el único.

Recuerden que las siguientes semanas podrán leer en esta columna muchas otras historias de la vida real, contadas por su protagonista: yo. Por ejemplo, cuando uno de los chicos que se escapó de ahí antes que yo y todos nos reunimos para que el superior de nuestra comunidad nos dijera que “ya ni siquiera vale la pena rezar por él porque se ha perdido en el infierno”. También sabrán, con lujo de detalles y nombres de los involucrados, cómo es que me pincharon varias veces seguidas con una cuchilla suiza en el cuerpo, cómo me obligaron a bañarme en el mar helado en la madrugada a pesar de sufrir de una terrible migraña, cómo me escondían en el baño cuando venía a verme mi mamá, cómo el fundador de ese grupo (Luis Fernando Figari) nos gritaba que debíamos estar dispuestos a estrellar nuestras cabezas contra las paredes si él no los pedía. Y muchas otras cosas más que revelan la verdadera suciedad que hay dentro de esa falsa tabla de salvación, la prostituta y maldita iglesia católica.

¡Ah! Que no se olviden los monseñores que la semana pasada les pedí que vayan tramitando mi excomunión, porque quiero sentirme orgulloso de estar oficialmente fuera de esa institución llena de tanta miseria.

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LOS ABUSOS DE LOS CURAS (Parte 4)

[Actualización de mi artículo con el mismo nombre publicado en la edición 1352del 23.11.2000 en mi columna El Quinto Pie del Gato de la revista Gente]

Es increíble la cantidad de gente con la que hablo y resulta que piensan lo mismo que yo. He recibido varios emails y mensajes telefónicos, además de notitas, que me dicen cosas como “Sigue dándole a los curas. Felicitaciones”. Es decir, hay muchísima gente que está harta de las cochinadas de la secta católica (ya me aburrí de llamarla iglesia) y que se queda callada por temor al que dirán. Bueno, curitas falsos, conmigo se pelaron. Gritaré y gritaré hasta lograr que la mayoría de gente deje de creerles. Quiero agradecer la valentía del conductor de radio Telestereo, Speedy Gonzales, quien me invitó a hablar de este tema en su programa la semana pasada. Después de la entrevista, me tuve que quedar en la radio más de medio hora porque no paraban de entrar llamadas para felicitarme y hablar conmigo. Hubo de todo, desde padres de familia preocupados porque sus hijos estaban siendo acosados por grupos católicos hasta un sociólogo que ofreció proporcionarme estudios que había realizado en comunidades campesinas en las que, según me dijo, hace una diferencia en el rendimiento de los trabajadores el hecho de pertenecer a la secta católica.

Por supuesto, me han llegado ataques de algunos fanáticos católicos incapaces de usar el cerebro cuando uno les frota los argumentos en la cara y se siguen agarrando de conceptos estúpidos e inconsistentes para justificar las miserias de la secta católica. A cada uno de ellos ya le contesté en privado y, por supuesto, no han vuelto a escribirme o me han respondido con alguna lastimosa frase que revela que no tienen argumentos. Hay algunos que se quejan de que no cuente más cosas y que tenga que esperar una semana para leer la siguiente experiencia. A ellos no me queda más que pedirles disculpas, ésta es una revista semanal y mi espacio es de una página.

Esta semana les haré una breve lista de algunas cosas que tuve que hacer en la comunidad católica en la que viví. Si bien recuerdo que me hicieron estas cosas, no llego a recordar exactamente los motivos, pero siempre fueron como castigo o prueba de fidelidad y disciplina.

Aquí van. Recuerden que estas cosas me las hicieron dentro de una comunidad católica aceptada por la sociedad y por su iglesia, y cuyo fundador ha estado más de una vez con Juan Pablo II e incluso apareció en una foto con él en la primera plana de algunos diarios locales. No me las hicieron en un campo de concentración nazi ni en un cuartel militar.

Una vez, esto fue en diciembre de 1987, me ordenaron que durmiera” “hasta nuevo aviso” en la fría escalera de mármol de la casa. Ese nuevo avisó duró casi un mes. Este castigo no se detuvo ni siquiera cuando un médico me dijo que tenía graves problemas en el coxis y me tenía que inyectar calmantes directos al nervio para detener el dolor. Recuerdo que este castigo era muy común. Yo no fui el único que tuvo que someterse a él.

En otra oportunidad, cuando Juan Pablo II vino al Perú en su segunda visita, fuimos en una camioneta a verlo en una concentración en el Campo de Marte. Tuvimos que correr para alcanzar buenos lugares, gritar horas de horas barritas al viejito bonachón, etc. Regresamos a San Bartolo, balneario en el cual vivíamos, a eso de las 3 de la madrugada. En ves de ir a dormir, a los payasos se les ocurrió hacer peleas en los botes de los pescadores que estaban anclados en el mar frente ala casa. Yo sufría de intensas

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e insoportables migrañas desde los 17 años, que a veces me tumbaban por varios días seguidos sin casi poder hablar. Bueno pues, esa noche, luego de los ajetreos por ver al papa, estaba empezándome una de esas migrañas insoportables. Le pedí permiso a nuestro “superior”, Miguel Salazar, para irme a dormir previa administración oral de mis pastillas contra el dolor de cabeza. Por supuesto que la respuesta fue “NO”. Y al santo caballero se le ocurrió dar, además, la siguiente recomendación: “Métete al mar, te vas a relajar con el agua fría”, y se rió. Diez minutos después me veías metido en el mar, sabiendo que si no hacía caso, el castigo sería peor que esa tortura acuática de madrugada y sus consecuencias migrañosas.

Una de las veces en que fui invitado a almorzar con Luis Fernando Figari, el fundador del Sodalitium, en su gran casa con piscina y tremendo jardín en Santa Clara, frente al Hotel El Pueblo, estaba sentado en la mesa y escuchaba las “iluminadoras” palabras de este empresario de la religión. En un momento, de la nada, se le ocurrió pedirme que me parara al lado de la puerta de la cocina y esperara a que aparezca Jürgen, el chico al que le tocaba servir el almuerzo ese día. Me dijo, ante mi sorpresa, que apenas él apareciera con la fuente de comida le metiera el puñete más fuerte que pudiera en la boca del estómago. Por supuesto que yo pregunté varias veces si eso no era demasiado y que podría dejarlo sin aire o hacerlo botar la comida. Figari me dijo que no me preocupara y que le hiciera caso nomás. Luego de hacer esa estupidez, me explicó el significado que para él tenía esto. Claro que no me acuerdo ni lo que me dijo, pero sí de la cara del pobre Jürgen y del dolor en mi mano.

La próxima semana contaré algunas otras historias. No he decidido si les contaré cuando me pincharon con la cuchilla suiza o cuando un error hizo que me quedara parado cuidando la capillita de la casa, al aire libre, sin dormir durante más de cuatro noches seguidas.

Por supuesto que, mientras yo cuento todo esto, seguimos viendo a los curas mayores entrar y salir de camionetas de lujo, disfrazarse con atuendos y usar parafernalia litúrgica que vale algunos miles de dólares mientras miles de mendigos piden limosna para un pan en la puerta de la iglesia en la que estos Judas predican humildad y “enseñan” a los ciudadanos del “pecador” mundo al que ellos “han renunciado” a seguir a Jesucristo. ¡Qué asco de gente ésta! ¡A ver si alguien los pone en su sitio de una vez por todas!

EL NACIMIENTO DE JEES (o YO de nuevo crucificado)

[Actualización de mi artículo con el mismo nombre publicado en la edición 1353del 30.11.2000 en mi columna El Quinto Pie del Gato de la revista Gente]

Desde el fondo de mi corazón ensangrentado elevo esta oración a mí, mi propio dios:

“Señor, sabes bien que hace algunas semanas abrí mi mente a los lectores de mi columna y les conté algunas de las cosas que me habían pasado cuando estudiaba para ser cura. Sabes bien lo que me ha pasado, tú lo has visto con tus propios ojos, lo has vivido en tu propia carne y sabes quién fue el abusador y quién la víctima. Sabes que me metí en una lucha (aparentemente desigual) contra esos seguidores de Judas. Sabes lo que había en mi corazón al revelar todas estas experiencias. Sólo quise abrir los ojos a la gente que no sabía nada de las mentiras y de los abusos de los curas. Sabes bien que

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hay millones de personas en el mundo que piensan como yo pero han tenido miedo de decir lo que les ha pasado o les pasa aún hoy a sus seres queridos. Sabes que a mí no me venció ese miedo y que he dejado de ser una oruga para ser una bala que apunta a la sien de los falsos predicadores.

Pero, hoy quiero pedirte perdón por haber cometido la segunda estupidez más grande de mi vida (la primera fue haber dicho tantas veces, convencido y orgulloso, ‘soy católico’). Quiero pedirte perdón por haber utilizado mi medio de comunicación para hablar de los pecados de los curas y del olor a azufre de la secta católica. Quiero pedirte perdón por haber sido valiente. Quiero pedirte perdón por haber encarcelado a los curas en celdas de tinta y papel. Quiero pedirte perdón por haber contado verdades y haber dado de probar el fruto prohibido a un rebaño que aún quiere creer en la serpentina iglesia. Quiero pedirte perdón por haber intentado ser un Cristo ante la secta católica -el neofariseísmo- y haberme atrevido a darle a mis lectores las llaves del sepulcro blanqueado, de ese mausoleo artísticamente decorado que encierra la miseria de la muerte espiritual más grande de la historia humana.

¿Recuerdas Señor cómo quise dejar en claro hace más de un mes, en mi primera columna sobre este tema, que todo esto era mi opinión y no la de la revista Gente? Cometí un grave error. Puse en juego a Gente. Puse en juego la obra de toda una vida de mi padre y el puesto de trabajo de un grupo de personas que no tienen por qué sufrir las consecuencias de mi deseo de derretir las estatuas de cera del jet set de las religiones. Cometí el terrible error de ejercer mi libertad de expresión en mi propio medio. Creyendo -ingenuamente- que la secta católica, si se atrevía a hacer algo, atentaría sólo contra mí. Pero no, los rojizos fantasmas malolientes de ese mausoleo que he descubierto al mundo, sin prestarme una mínima atención siquiera, me han atacado por la espalda. Esos maestros de la mafia eclesiástica me han recordado ese pasado en el que obligaban a firmar declaraciones públicas de práctica de brujería a sus enemigos para perdonarles la vida y, escondiendo la cara, han tentado a algunos aliados para desbaratar la revista Gente. En la semana que pasó, de boca de tres fuentes diferentes (las que prefiero dejar en reserva por su propia seguridad), me he enterado de sospechosas visitas de curas que decían ser enviados por mí a empresas que trabajan con nosotros, o de curas “de alta jerarquía” que habrían solicitado a algunos clientes que dejen de darnos publicidad.

Señor, tú sabes que en veinte siglos le han hecho lo mismo a todos aquellos que alguna vez trataron de revelar los atropellos a la dignidad humana de esos fariseos modernos. Sabes que lo mismo hicieron con San Francisco de Asis, quien utilizó el mismo sistema que yo: decir la verdad. Pero, a él lo convencieron para quedarse en su club –y quién sabe por qué aceptó. Yo no aceptaré y nunca sentiré la vergüenza de que mi nombre sea San Jose Enrique de Lima o algo así.

Es por ello, Señor, que he tomado la decisión de dejar de escribir sobre los abusos de los curas en esta revista. No quiero que los fariseos judásicos de la mafia católica destruyan la obra de mi padre y dejen sin trabajo a nuestros empleados, que hacen lo que pueden para salir adelante en esta difícil crisis que estamos atravesando.

Te pido Señor que me des la fuerza para seguir en este intento de salvar a la humanidad de los abusos de todas las sectas, no sólo de la católica, a pesar de que no utilizaré mi medio de comunicación para hacerlo. A partir de hoy, la revista Gente y sus empleados no tendrán que pagar los platos rotos de mi re-evolución personal. A partir de hoy, Señor, no

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involucraré a Gente en esto. Separaré a la revista y a esta columna de mi misión personal de anticristo, así bautizado por la iglesia a la que destapé.

Señor, tú sabes lo que hay en mi corazón y a ti no te pueden engañar ni la secta católica ni yo. Sabes que estoy satisfecho porque logré que algunas personas me escribieran o me llamaran y me manifestaran su apoyo incondicional en esta nueva etapa de la humanidad que en este mes inicié.

Desde hoy, arrepentido de haber involucrado a quienes no tenían por qué ser condenados por el pecado que cometí al ser valiente, empezaré la lucha desde otro frente. Hay un buen grupo de personas que quieren trabajar conmigo para salvar a la humanidad del oprobio de las sectas. El único lugar en el que encontré un buen dios es en mi espejo. Señor, dame la fuerza para salvar al mundo de todos aquellos que dicen ser representantes de un dios en la Tierra y que usan el poder que eso les da para atemorizar, subyugar y vivir del dinero de otros.

Hoy, Señor se ha desatado mi ira. Esos cobardes han dado una imagen de que ponían la otra mejilla al no responderme directamente. Pero, como son discípulos de Judas en realidad, y no de Jesús, a mis espaldas han querido afectar a Gente y así callarme la boca. Señor, dame la fuerza para morir hoy en esta columna y resucitar de la misma forma en que los de esa secta dicen que su Mesías resucitó: tres días después, en toda mi gloria y sin que me reconozcan quienes me mataron ni quienes me siguieron. Moriré hoy para que esos pecadores paguen. Prenderé una vela por cada pecador y así incendiaré el mundo.

Gracias Señor por darme la fuerza y la inteligencia que me permiten tomar esta decisión de dejar de escribir sobre la secta católica en Gente. Mis empleados no deben pagar por los abusos de los curas y por la perversión de las religiones. Y un mensaje a la secta católica: No volveré a manchar las páginas de esta revista con su nombre. Mientras más me teman, más grande me hacen. Amén”.