locura, opinión pública y medicina mental

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www.fu1838.org Locura, opinión pública y medicina mental en los orígenes de la España contemporánea Enric J. Novella XLII Premio Fundación Uriach de Historia de la Medicina Nº 1 – 2012 – QUINTA ÉPOCA REVISTA DE E STUDIOS HISTÓRICOS DE LAS CIENCIAS DE LA S ALUD

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www.fu1838.org

Locura, opinión públicay medicina mental en losorígenes de la EspañacontemporáneaEnric J. Novella

XLIIPremio Fundación Uriachde Historia de la Medicina

Nº 1 – 2012 – QUINTA ÉPOCA

REVISTA DE ESTUDIOS HISTÓRICOSDE LAS CIENCIAS DE LA SALUD

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MEDICINA e HISTORIANº 1 – 2012 – QUINTA ÉPOCA

REVISTA DE ESTUDIOS HISTÓRICOS

DE LAS CIENCIAS MÉDICAS

Publicación trimestral

FUNDADA EN 1964

Fundación Uriach 1838Centro de Documentación deHistoria de la Medicina

Polígono Industrial Riera de CaldesAvda. Camí Reial 51-5708184 Palau-Solitá i Plegamans(Barcelona-España)www.fu1838.orgfundació[email protected]

Director:Dr. Juan Uriach Marsal

Secretario de Redacción:Dr. José Danón Bretós

Soporte Válido con la ref. SVR nº 479Dep. legal: B-27541-1963ISSN: 0300-8169© de la edición: Fundación Uriach 1838Reservados todos los derechos.

El contenido de la presente publica-ción no puede ser reproducido, nitransmitido por ningún procedimientoelectrónico o mecánico, grabaciónmagnética, ni registrado por ningúnsistema de recuperación de informa-ción, en ninguna forma, ni por algúnmedio, sin la previa autorización porescrito del titular de los derechos deexplotación de la misma.

Locura, opinión pública y medicina mental en los

orígenes de la España contemporánea

Enric J. Novella

REVISTA DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LAS CIENCIAS MÉDICAS

NOTA INFORMATIVA:

La Fundación Uriach informa que debido a la actualización de su base de datos correspondiente a lossuscriptores de la revista MH, aquellos que quisieran continuar recibiendo la publicación deberán po-nerse en contacto con esta entidad mediante correo electrónico o correo ordinario. Nuestros datos decontacto se encuentran en el lateral de esta misma página.

Así mismo informar que las cubiertas del periodo 2008-2010 ya están disponibles y pueden solicitarsepor los medios anteriormente descritos.

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Locura, opinión pública y medicina mental en los orígenesde la España contemporánea

INTRODUCCIÓN

Rompiendo con la tradición, di-solviendo los viejos órdenes deexperiencia basados en la je-

rarquía y el rango, movilizando al in-dividuo y haciéndolo partícipe de lasidentidades abstractas del sujeto y elciudadano, la Modernidad siempre seha entendido a sí misma como un ho-rizonte histórico y cultural destinadoa erradicar la alteridad. A mediadosdel siglo XVIII, la corte y los salonesparisinos acogían, con una extrañacombinación de arrogancia y fascina-ción, la exhibición de indígenas re-clutados por naturalistas y viajeros, altiempo que londinenses ociosos seacercaban al viejo hospital de Bedlama contemplar, por un módico precio,el grotesco e inefable espectáculo dela locura (ver imagen 1)1. Pocas dé-cadas después, el conocimiento em-pírico de los pueblos, las costumbreso las razas se había convertido en unode los ejes fundamentales del saberposrevolucionario, mientras el alie-nista acudía al encuentro del locopertrechado de una rudimentaria tec-nología de manipulación de sus pa-siones, disponía el nuevo espaciodisciplinar del manicomio y se pro-ponía esclarecer de forma conclu-yente el asiento de su mal medianteun examen detenido de sus órganos.Ambos casos son muy indicativos dela naturaleza esencialmente inclusiva(y totalitaria) del proyecto modernoe ilustrado, cuya invención de la “hu-manidad” resulta inseparable –comobien sabemos desde la obra de MichelFoucault– de un ambicioso programade gestión de la diferencia por mediode complejos dispositivos de saber /poder2.

Como subrayó hace unas décadasel psiquiatra e historiador alemánKlaus Dörner, buena parte de la sin-gularidad de las llamadas ciencias dela mente, y muy particularmente dela psiquiatría, se deriva así de su am-bivalente condición de discursos yprácticas a la vez emancipadoras e in-tegradoras3, y, consecuente mente,esta ambivalencia ha impregnado los

sucesivos intentos de esclarecer suspropias condiciones históricas de po-sibilidad. De hecho, el conocido énfa-sis foucaultiano en la represión y elsilenciamiento epistémico y culturalde la locura operado por el conoci-miento psicopatológico y sus institu-ciones fue pronto contestado porotras aproximaciones que pusieron envalor el reconocimiento de la indivi-dualidad y la subjetividad del lococomo momentos igualmente constitu-tivos de la empresa psiquiátrica4.Pero, en todo caso, no cabe duda que,como un producto tan característicode los tiempos modernos como la so-beranía popular, el Estado burocráticoo la educación obligatoria, el surgi-miento de la medicina mental y el tra-tamiento manicomial solo puedenentenderse en el marco de la progre-siva implantación de un orden socialatravesado por una poderosa vocaciónuniversalista (y normativa) y, en defi-nitiva, por el recurso sistemático ainstituciones diseñadas o reconfigura-das para la asimilación de poblaciones“especiales”.

De este modo, un elemento que–aparte de inspirar la retórica filantró-pica de los primeros alienistas– debiódesempeñar un papel de primer ordenen la reorganización de la experienciade la locura operada en el tránsito a lasociedad moderna fue la aparición deuna serie de generalizaciones inde-pendientes de estatus (humanidad,ciudadanía, nación, etc.) y, más con-cretamente, la paulatina emergenciade ese ámbito de razonamiento y dis-cusión entre iguales que conocemoscomo opinión pública. Frente al espa-cio restringido de la corte o el salónaristocrático, el siglo XVIII asistió,como es sabido, a la consagración de laopinión pública como una instancia delegitimación formada por un conjuntoindeterminado de individuos que, do-tados de nuevas vías de comunicacióny sociabilidad, exponen sus puntos devista –y, por tanto, su subjetividad– aun proceso continuado de intercam-bio5. La creciente proyección de unasubjetividad así atrapada entre el cul-tivo de sí misma y su despliegue pú-blico tuvo un importante correlato en

Imagen 1: La carrera del libertino, William Hogarth, 1735 (Sir John Soane’s Museum, Lon-dres).

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la eclosión del interés por el conoci-miento psicológico, mientras la expe-riencia de la alteridad favorecida porlos descubrimientos geográficos de laépoca, el gusto por lo exótico o los via-jes formativos movía a la elite ilustradaa relativizar la condición propia e inte-rrogarse por la naturaleza común atodos los hombres6. En estas coorde-nadas, la locura empezó a ser objeto nosolo de una nueva percepción culturalpor la que sus fronteras se volvieroncada vez más difusas, permeables y du-dosas, sino también de unos saberes yprácticas institucionales que prome-tían su curación y su reinserción socialmediante la aplicación de un novedosorégimen médico y moral7.

En España, la prolongada agoníadel absolutismo y la limitada penetra-ción de las posiciones ilustradas hi-cieron que el país apenas pudierasumarse a los decisivos cambios es-tructurales implicados por las revolu-ciones burguesas, de manera quealgunas de sus manifestaciones másconspicuas demoraron su cristaliza-ción definitiva hasta bien entrado elsiglo XIX. Así, por ejemplo, y a pesarde que sus orígenes se remontan a lasdécadas finales del siglo XVIII y de sunotable impulso durante la Guerra dela Independencia y el Trienio Liberal,la plena constitución de una esferapública de opinión no puede darse porconcluida hasta el desmantelamientoformal del Antiguo Régimen consu-mado a partir de la década de 1830,cuando se consolidaron las institucio-nes políticas y culturales del libera-lismo y se perfilaron los nuevosespacios de la sociabilidad burguesa ypopular8. La actividad parlamentariay el gran auge de la prensa y las pu-blicaciones periódicas convivió en-tonces con una apreciable expansióndel público lector, mientras se funda-ban todo tipo de “círculos de instruc-ción y recreo” (ateneos, liceos,casinos, etc.) o se acudía a los nume-rosos cafés y tabernas diseminadas enlas principales ciudades del país. Re-presentativas de la amplia implanta-ción y la novedosa proyección socialde este fenómeno son las palabras deLarra, que en 1832 se preguntaba iró-nicamente si

“esa voz público que todos traenen boca, siempre en apoyo de susopiniones, ese comodín de todoslos partidos, de todos los parece-res, ¿es una palabra vana de sen-

tido, o es un ente real y efectivo?Según lo mucho que se habla de él,según el papelón que hace en elmundo, según los epítetos que sele prodigan y las consideracionesque se le guardan, parece que debede ser alguien”9.

Pero, en líneas generales, y a pesarde que algunos autores conservadorescomo Jaime Balmes o Donoso Cortésexpresaron pronto sus reservas frentea su supuesta tiranía e irracionalidad,el pensamiento liberal español cele-bró largo tiempo la emergencia de laopinión pública como un logro histó-rico y un indudable factor de civiliza-ción, progreso y modernidad:

“Vivimos –afirmaba en 1838 unartículo aparecido en la Revista deMadrid– en tiempos de progreso,sí, y de progreso rápido, pero deprogreso encaminado por la sendade la justicia, y dirigido por la an-torcha de la razón. Millares debocas, millares de plumas discutendiariamente todas las cuestiones,y es casi imposible que el error nilos abusos se perpetúen”10.

Significativamente, y al tiempoque se daban a conocer las principalesnovedades teóricas y asistenciales dela medicina mental europea y se ini-ciaba un prolongado debate en torno ala reorganización de las institucionesde beneficencia11 , la locura se con-virtió en aquellos años en objeto deun notable interés público. De hecho,y como ahora mismo veremos, lasfuentes de las décadas centrales delsiglo XIX abundan en todo tipo de re-ferencias al trato violento, vejatorio e“inhumano” al que, como deplorabannumerosos médicos, políticos o co-mentaristas sociales, todavía se some-tía en España a los dementes oenajenados, así como en reivindica-ciones de un tratamiento moral enconsonancia con los postulados delprimer alienismo. Pero, más allá deltono declamatorio y paternalista tancaracterístico de estos discursos, lapresencia de la locura se hizo notar deun modo mucho más amplio, genéricoy profundo, constituyendo una refe-rencia apreciable en la produccióncultural de la época y poniendo así demanifiesto las importantes transfor-maciones en la percepción del indivi-duo y la alteridad operadas en eltránsito a la nueva sociedad burguesay liberal.

LOS RECLAMOS DE LA LOCURA

En enero de 1794, Francisco deGoya ultimaba sin saberlo unade las representaciones más

emblemáticas y fascinantes del confi-namiento de la locura en los esterto-res del Antiguo Régimen. En una cartadirigida a la Real Academia de BellasArtes de San Fernando junto con laserie de planchas o “cuadros de gabi-nete” de las que formaba parte, elmismo Goya describía su obra como“un corral de locos, y dos que estánluchando desnudos con el que loscuida cascándoles, y otros con lossacos (es asunto que he presenciadoen Zaragoza)”12. Más allá de su indu-dable valor testimonial, este diminutoCorral de locos (ver imagen 2) estambién muy conocido porque, no ha-biendo resultado de ningún encargo,constituye una de las primeras mues-tras del paulatino alejamiento del pin-tor de los cánones clásicos imperantesen la corte, así como de su crecienteinmersión en un universo muy cer-cano ya a la sensibilidad romántica13.Significativamente, la locura tuvo apartir de entonces una presencia rei-terada en su producción, y no solocomo motivo de escenas grotescas otruculentas, sino también como unafigura que evoca una visión sombría ycrepuscular de la condición humanay apela directamente a la propia irra-cionalidad del observador.

El interés por la locura presenteen la obra de Goya y en otras mani-festaciones de la cultura europea deltránsito del siglo XIX al XX no tuvo enEspaña continuadores notables en elámbito de las artes plásticas, pero semantuvo latente durante las primerasdécadas del siglo XIX y experimentóun notable impulso con el fin del régi-men absolutista y el advenimiento dela España liberal. Como es sabido, laeclosión del movimiento románticoimpregnó entonces la creación artís-tica y literaria con una nueva gama devalores estéticos y morales que impli-caban un mayor reconocimiento e in-cluso una exaltación de la dimensiónsubjetiva, afectiva e irracional del serhumano, con lo que la locura empezóa ejercer un renovado atractivo temá-tico y formal. Una consecuencia im-portante de este proceso fue, porejemplo, el surgimiento y la difusiónde una nueva concepción del genio ar-

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tístico, que adquirió unos rasgos deoriginalidad y heterodoxia, pero tam-bién de marginalidad y satanismo,que lo acercaban peligrosamente a lasfiguras clásicas de la sinrazón14. Y, delmismo modo, la enajenación se con-virtió en un resorte dramático de pri-mer orden y en todo un símbolo de laorfandad e indefensión del individuofrente a los embates del destino o deun mundo alienante y hostil, hasta elpunto que la literatura española de lasdécadas de 1830 y 1840 se vio inva-dida por todo tipo de personajes que–como ocurre en Macías (1834), DonÁlvaro (1835) o El estudiante de Sa-lamanca (1840)– se veían arrastradosal suicidio o eran arrebatados por pa-siones que degeneraban en una de-mencia u obnubilación completa (verimagen 3)15.

No obstante, y más allá de estosaspectos relacionados con la natura-leza transgresora y trágica del creadoro el héroe romántico –por lo demás,bastante conocidos y estudiados–, el

interés por la naturaleza, las manifes-taciones o los lugares de la locuratambién alcanzó entonces a otros es-tratos culturales y, en definitiva, a sec-tores más amplios de la opiniónpública española. Así, es fácil encon-trar en algunas de las publicacionesmás populares y con mayor difusiónde la época, como el Semanario Pin-toresco (1836-1857) de Ramón deMesonero Romanos o el Museo de lasFamilias (1843-1871) de Franciscode Paula Mellado, reseñas biográficasde locos célebres (reales o supuestos)como el poeta Torquato Tasso o elPadre Amaro; noticias de vistososritos populares que, como la fiesta delos Santos Inocentes o el carnaval, in-cluían romerías y procesiones delocos; o descripciones de casos ex-traordinarios que ilustraban la in-abarcable variedad y profundidad delas anomalías y aberraciones psíqui-cas16. Pero, sobre todo, en aquellosaños se publicaron numerosos relatosde visitas, comentarios misceláneos eincluso artículos divulgativos sobre

los más diversos establecimientos dedementes, de manera que las casas uhospitales de locos se convirtieron enunos espacios cuya familiaridad parael público instruido empezó a alejarsede su tradicional función literariacomo escenario de discursos satíricos,alegóricos o moralizantes17.

De hecho, ya el 12 de febrero de1819 la Crónica científica y literariahabía insertado una pieza en la que serefería una visita a la célebre MaisonRoyale de Charenton y se llegaba acuestionar la conveniencia de la re-clusión manicomial, mientras el Mer-curio de España de julio de 1827hacía lo propio con el Richmond Lu-natic Asylum de Dublín. Por su parte,el Correo literario y mercantil del 20de junio de 1831 se hacía eco de lasinnovaciones puestas en marcha en al-gunos hospicios de París por iniciativadel gran Philippe Pinel, ofreciendo unadescripción muy elocuente del nuevorégimen aplicado a los internos: “Elmétodo curativo que se sigue es ente-ramente moral, sin ninguna pena aflic-tiva. Se les consuela y se les habla; seentra en discusión con ellos, convi-niendo algo con sus ideas, y aun jue-gan los facultativos con los dementes”.Igualmente, el Correo de las Damasdel 9 de octubre de 1833 informaba asus lectoras de la fundación de unnuevo establecimiento en las inme-diaciones de la capital francesa en elque “nada aparece de la barbarie conque constantemente se ha pretendidoy pretende aun curar en algunas par-tes a los locos”, mientras el periódicobarcelonés El Guardia Nacional del13 de enero de 1837 se admiraba de laespectacular planta del nuevo edificiodel hospital de Bedlam: “a la verdad notiene Londres nada de tan magnífico,así es que con relación a este estable-cimiento comúnmente se dice que losingleses alojan a los desgraciados enpalacios, mientras que tienen a losreyes en hospitales”. Y, en un tonomuy similar, el Semanario Pintorescopublicaba en 1840 un artículo sobre elHospital del Nuncio de Toledo que in-cluía una vista de su imponente fa-chada y una descripción detallada desus “espaciosos claustros y suntuosasgalerías”, si bien no escatimaba co-mentarios muy críticos respecto de suostensible decadencia e ineficacia te-rapéutica:

“En el día por efecto de las cir-cunstancias se encuentra esta hos-

Imagen 2: Corral de locos, Francisco de Goya, 1794 (Meadows Museum, Dallas).

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pitalidad en la mayor miseria, nollegando, ni con mucho, sus rentasa sufragar los gastos; […] esta es-casez de rentas ha sido la causa deque en este hospital no se hayaprocedido a la cura de esta enfer-medad […] La mayor parte [de loslocos] no sanan, ni se les conocemejoría o adelanto alguno; antespor el contrario el roce y el tratocontinuo que tienen mutuamenteunos con otros es causa de acabarde perturbar su entendimiento, ycompletar una demencia quequizá en un principio no fue masque una manía tolerable”18.

Significativamente, el artículoparticipaba de una intención docu-mental y una retórica filantrópicamuy cercana a la de los viajeros ilus-trados de finales del siglo XVIII, queen algunos países europeos habíanpopularizado el paso por hospitales ydepartamentos de dementes comouna importante etapa de sus periplosformativos19. Pero, en un giro muy delgusto de la época, también concluíacon una enfática advertencia sobre lanaturaleza inexorable y el alcanceuniversal de la locura: “Temblemos ala vista de un estado tan deplorable alque fácilmente podremos ser condu-cidos por causas imprevistas, sinfiarse en la completa sanidad y el des-pejado talento, pues en los de estaclase se ven mayores estragos”20.

Ciertamente, la literatura cos-tumbrista siguió recurriendo enaquellos años al viejo tema del hos-pital de locos con el objeto de satiri-zar los tipos sociales más relevantesdel momento, a los que se presentabaen un grotesco desfile de poses ex-travagantes y ridículos delirios. Pero,a diferencia de las obras de épocasanteriores –entre las que se cuentanalgunas tan conocidas como la come-dia Los locos de Valencia (c. 1590) deLope de Vega, el auto sacramental Elhospital de los locos (1602) de Joséde Valdivielso, o el entremés anónimoLa casa de los locos de Zaragoza,muy popular a lo largo de todo el sigloXVIII–, los autores de las décadas cen-trales del siglo XIX tendieron a mos-trarse más concernidos por el tratodispensado a los dementes, y a incor-porar más apuntes descriptivos y alu-siones críticas con respecto al estadode las instituciones que los acogían.Así, una pieza aparecida en 1842 enel mismo Semanario Pintoresco y en

la que se narraba una visita al “pan-teón del juicio y la razón de una de lasprimeras capitales del mediodía deEspaña” se abría con una sentida de-claración de la conmoción y el es-panto del autor ante el régimenimperante en el establecimiento:

“¡Cuánta fue entonces la amar-gura de mi alma al ver aquellas in-mundas jaulas, ocupadas por sereshumanos! […] Paréceme que esimposible curar un furioso mien-tras exista en las jaulas; porque esmotivo más que suficiente paravolverle a la desesperación, el con-templar, en uno de sus lúcidos in-tervalos, el miserable estado a quese halla reducido”21.

Por su parte, y antes de presentaren uno de los primeros cuadros de suTeatro social del siglo XIX una pro-fusa y esperpéntica retahíla de los“locos románticos” y los “maniáticosmodernos” internados en una casa dedementes, Modesto Lafuente (1806-1866) y su célebre alter ego Fray Ge-rundio iban mucho más lejos en su

denuncia del “escandaloso” atraso es-pañol en la materia:

“Escusado es ponderar el dolor quese siente al entrar en un hospitalde locos en España. Nosotros quehabíamos visto los célebres hospi-cios de Bicêtre y Charenton enParís; […] nosotros que habíamossido testigos del orden, prudenciay miramiento con que eran trata-dos aquellos desgraciados, asícomo del sistema sanitario tan per-feccionado por Mr. Esquirol; […] yveíamos ahora las lóbregas y mez-quinas jaulas en que arrastrabansu miserable existencia los infeli-ces desjuiciados de España […];padrón de vergüenza, y afrenta yescándalo de la humanidad, delsiglo y del país… nuestro corazónse partía de dolor, nuestro espírituse abatía, y venía a aumentarnos lapena y el desconsuelo de tan re-pugnante espectáculo, la inevitablecomparación que nos inspiraba elrecuerdo de lo que en otra partehabíamos visto”22.

Imagen 3: Sátira del suicidio romántico, Leonardo Alenza, 1839 (Museo Romántico, Madrid).

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Consecuentemente, y tras habercompletado su visita (ver imagen 4),Fray Gerundio se permitía recomen-dar al director del establecimiento “elsistema de tratamiento de Mr. Geor-get, o mejor el del famoso inglés Wi-llis, gloria de la Inglaterra y prodigiosingular en este ramo”, añadiendo iró-nicamente que éste le había replicadoque “él no había oído nunca hablar deesos sujetos, y que trataba los demen-tes a su modo”23.

Otro autor destacado del género yde la época, el prolífico Antonio Flo-res (1818-1865), también hizo pasara sus personajes por la experiencia decontemplar la locura confinada, demanera que uno de ellos, un joven yambicioso abogado de provincias, re-conocía que “esta casa [refiriéndoseal manicomio] fue una de las prime-ras que vine a estudiar apenas llegué aMadrid, pues nada enseña tanto a uncuerdo como la vista de otro que hadejado de serlo”24. Realmente, es difí-cil establecer a partir de estas recrea-ciones literarias hasta qué puntoperduraba entonces la vieja costum-bre de visitar las casas u hospitales delocos como un pasatiempo más omenos instructivo, pero, curiosa-mente, en el relato de Flores –que daa entender que se hallaba al tanto de“cuanto pensaron Esquirol, Pinel,Franck, Broussais y todos los grandeshombres que estudiaron las causas deesa enfermedad y los medios de cu-rarla”– esta “explotación de la curio-sidad pública” tenía al menos elmérito de someter los lugares de la lo-cura al escrutinio de la opinión, “por-que –como él mismo señalaba– lapublicidad es el alma de todo buen go-bierno, y los ciudadanos tienen unaintervención legítima en cuanto per-tenece a la cosa pública”25.

En este sentido, una obra que me-rece un capítulo aparte por su inten-ción expresa de alertar sobre lascondiciones del tratamiento institu-cional de locos y dementes por mediode una trama novelesca es el exitosofolletín María, la hija de un jornalero(1845-1846), del escritor, editor y po-lítico progresista Wenceslao Aygualsde Izco (1801-1875). Ambientada enel Madrid de los primeros años de laregencia de María Cristina y con unplanteamiento que prefigura los es-quemas de la novela realista, la obranarra las vicisitudes de una cándida yhumilde joven que ve amenazada su

virtud por la confabulación de dos ab-yectas encarnaciones del clero y lavieja aristocracia, Fray Patricio y lamarquesa de Turbias Aguas, hasta elextremo de enloquecer y ser inter-nada de forma transitoria en las salasde dementes del Hospital General deMadrid26. Ayguals, que alterna su re-lato con extensas acotaciones dondeexpone sus opiniones políticas oaporta información complementariasobre los escenarios de la acción, con-cibe la locura como una “desorgani-zación mental” derivada del “peso dedesgracias” cuyas causas a menudoson sociales, por lo que repudia enér-gicamente “el uso del revenque parala curación de tan grave dolencia”27.De este modo, el paso de María por elHospital General le sirve para insertaruna completa descripción de sus de-pendencias y para reivindicar rápidasy radicales mejoras en el departa-mento de dementes, el cual “adolecede todas las malas condiciones higié-nicas que imaginarse puedan” (verimagen 5). Y, en la sucesión de juiciosde valor y afectado dramatismo ca-racterística de toda la obra, añade:

“Es escandaloso, es irritante, es al-tamente criminal, que cuando tanbuenos establecimientos de bene-ficencia hay en todas las nacionescultas para la asistencia de los de-mentes, no tengamos en la capitalde España más que oscuras maz-morras donde encerrarlos como

fieras. […] En una de estas maz-morras, María la hija de un jorna-lero, cadavérico el semblante, losojos desencajados, desgreñado elcabello, ensangrentadas sus largasuñas, y envuelta en una asquerosatúnica, llena de roturas, estaba for-cejeando como un tigre los hierrosque la encerraban, dejando oír malarticuladas palabras entre alaridosque hacían estremecer”28.

Imagen 4: Fray Gerundio y Tirabeque recorren las dependencias de las salas de mujeres deuna casa de locos (Lafuente, Modesto, Teatro social del siglo XIX, Tomo 1, p. 353).

Imagen 5: Grabado que muestra el ambientecarcelario del Departamento de Dementesdel Hospital General de Madrid en torno a1845 (Ayguals de Izco, Wenceslao, María, lahija de un jornalero, 1845, Tomo 1, p. 373).

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Así las cosas, y dado que el hospi-tal “carecía absolutamente de los re-quisitos indispensables para la prontacuración de la joven”, Antonio deAguilar, el médico encargado de sucaso, decide proseguir el tratamientoen casa de su propia hermana, la ba-ronesa del Lago, que acoge desintere-sadamente a María al notar “todos lossíntomas de una mejoría precursoradel más feliz resultado”. Y el autoraprovecha de nuevo la situación parainsistir en

“la inmensa importancia que re-portaría a los desgraciados de-mentes el establecimiento de unagran casa de Orates en las afuerasde esta corte, construida en tér-minos que recibiese una saludableventilación, que tuviese espacio-sas localidades, cómodos aposen-tos, patios, jardines, oficinas, ycuantos departamentos y demáscircunstancias requieren los pro-gresos que en el arte de curar tanhorrible dolencia ha hecho la mo-derna civilización”29.

En síntesis, pues, casi cuarentaaños antes de que Galdós vertiera enLa desheredada (1881) sus conoci-das críticas al Manicomio de Lega-nés, Ayguals ya recurrió a la novelacomo herramienta para sensibilizar ala opinión pública con respecto a lanecesidad de introducir un severoaggior namento en la gestión institu-cional de la locura. Y, junto con elresto de testimonios literarios y pe-riodísticos que hemos revisado, suobra constituye un ejemplo muy re-velador de la renovada presencia dela locura en la cultura española de lasdécadas centrales del siglo XIX, y decómo los locos se convirtieron enproblema y en objeto de atención pú-blica justo en el momento en que elpaís se adentraba en un periodo deimportantes cambios políticos y so-ciales y el Antiguo Régimen se dispo-nía a expirar de forma irreversible.

LA HUMANIDAD DOLIENTE

En noviembre de 1833, solo dosmeses después de la muerte deFernando VII, Javier de Burgos,

recién nombrado Secretario de Es-tado de Fomento, redactaba una deta-llada instrucción que acompañaba al

célebre decreto por el que, en elmarco de la nueva división adminis-trativa del país impulsada por la Re-gencia, se creaba la figura de lossubdelegados provinciales. La ins-trucción comprendía una larga listade las atribuciones e “intereses de quedeben cuidar los agentes de la admi-nistración”, entre los que ocupaba unlugar destacado el capítulo dedicado a“Hospicios, hospitales y otros estable-cimientos de beneficencia” y se hacíauna mención expresa a la crítica si-tuación de la asistencia de locos y de-mentes:

“Contados son los hospitales enque se les abriga; y la humanidadse estremece al considerar elmodo con que por lo general sedesempeña esta alta obligación.Jaulas inmundas y tratamientoscrueles aumentan por lo común laperturbación mental de hombres,que con un poco de esmero, po-drían ser devueltos al goce de surazón y al seno de sus familias”30.

En estas circunstancias, Burgos re-comendaba a los subdelegados animara “médicos hábiles a que planteen porsu cuenta establecimientos […]donde un régimen conveniente atenúecuando menos los rigores de esta de-plorable enfermedad”, de modo quesus experiencias pudieran después“aplicarse a los hospitales y mejorarseasí progresivamente la condición delos enfermos de esta clase”31. Durantemás de una década, esta instrucciónconstituyó el único documento resul-tante de la acción gubernamental eneste campo, que había quedado para-lizada tras la suspensión de la Ley deBeneficencia promovida por las Cor-tes del Trienio Liberal32. Pero, comoera de esperar, y a pesar de que en losaños siguientes se introdujeron mejo-ras parciales y aisladas en algunos hos-

pitales o departamentos de dementescomo los de Valladolid, Sevilla o Va-lencia33, su vaguedad y su nulo com-promiso con la iniciativa pública laconvirtieron en una declaración me-ramente testimonial y de escasas con-secuencias prácticas.

No obstante, a medida que el régi-men isabelino fue consolidándosefrente a la amenaza carlista y a las de-mandas del liberalismo más exaltado,el estado de estas instituciones em-pezó a ser objeto de una crecienteatención y preocupación pública, altiempo que se daban a conocer pro-yectos concretos para el estableci-miento de nuevos manicomios oalgunas sociedades económicas ycientíficas impulsaban convocatoriaso concursos con el mismo fin. Una delas primeras muestras de este procesola encontramos en Barcelona, dondea partir de 1835 se sucedieron los in-formes y las denuncias sobre las pési-mas condiciones de las salas dedementes del Hospital de la SantaCruz y se formularon diversas pro-puestas para el traslado o la reubica-ción de los internos34. En esecontexto, la prensa de la ciudad inter-vino en la discusión con numerosaspiezas que exigían la pronta adopciónde medidas por parte de la adminis-tración del hospital o las autoridadesmunicipales, y así, El Guardia Nacio-nal del 1 de mayo de 1837 (ver ima-gen 6) reproducía un extenso artículoque, aunque reconocía que “la falta defondos y las desgraciadas circunstan-cias de la guerra […] impiden el obraren esta materia del modo que con-vendría”, urgía a emprender “una sus-cripción voluntaria cuya recaudaciónse confiara a sujetos de conocida pro-bidad que reuniesen la confianza pú-blica”. Y añadía: “la causa es general,nos comprende a todos, y por lo

Imagen 6: Cabecera del periódico barcelonés El Guardia Nacional correspondiente al 1 demayo de 1837 (Biblioteca Nacional, Madrid)

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mismo que es indudable que los con-tribuyentes podrían ser infinitos […],ni vos ni yo estamos seguros de serllevados un día a Orates”.

Un año después, el mismo perió-dico, de tendencia progresista, fue es-cenario de un acalorado debate que seabrió con una carta aparecida en laedición del 22 de junio de 1838 queinsistía en la perentoria necesidad deproceder al traslado de los locos a laTorre de la Virreina, en Gracia, o a al-guno de los conventos desamortizadosen el extrarradio de la ciudad, mien-tras lamentaba que no hubieran

“servido de nada los oficios de tresgobernadores civiles, las excitacio-nes de la sociedad económica, lamemoria bien escrita de cierta co-misión sobre beneficencia, ni los va-rios cohetes articularios que se haninserto en los periódicos de esta ca-pital de tres años a esta parte”35.

Solo unos días más tarde, y tras re-cibir el apoyo de algunos lectores, elautor de la misiva, un tal “Fray Gas-par”, volvía a la carga, presentando in-geniosamente su reivindicación comoun asunto ideológico y de buena fe:

“No es liberal neto, ni hombre depaz y orden el que coopera de unmodo más o menos directo a laconservación del departamento delocos en un sitio en que jamáspueden hacer los médicos cosa al-guna para volverlos a la razón. Siusted hubiese estado en ciertoasilo lunático que se titula Retirode Quákeros y visto la cordura,moderación, limpieza y amabili-dad con que son tratados allí losque pierden el uso de la razón,estoy seguro que ni veinte bañosde agua fría le hubieran rebajadoel coraje al comparar lo que pasaaquí con lo que hacen otras nacio-nes. […] Si realmente es ustedtambién algo maniático compa-dézcase de los infelices condena-dos a una bóveda sin jardín,campo, baño ni distracción”36.

Otro lector se sumaba poco des-pués a los mismos argumentos res-ponsabilizando directamente a “losempedernidos corazones de los en-cargados de aquellos infelices”, a lavez que se extendía en consideracio-nes higiénicas sobre la impropiedadde las instalaciones del hospital y lavulnerabilidad a la locura consustan-cial a la naturaleza humana:

“Está prácticamente demostradoque las alteraciones llamadas dealienación mental deben curarsecon medios casi puramente higié-nicos, mientras los dementes deeste hospital se hallan en una cua-dra oscura y húmeda cuya habita-ción destruiría el organismo delhombre más robusto. […] Las re-laciones de lo físico y de lo moralson demasiado evidentes para po-nerse en disputa; y siendo esto así,¿cuáles pensáis han de ser los pen-samientos de estos desafortuna-dos, cuando todos los objetos quelos rodean solo presentan la fu-nesta imagen de la servidumbre ydel espanto? […] Se trata de me-jorar la condición de muchos se-mejantes nuestros, dignos de todacompasión; pues que el espectá-culo más desgarrador, y al mismotiempo sublime que puede ofre-cerse para un hombre sensible, essin duda el de un semejante suyosin juicio: En efecto ¡qué ejemplomás palpable de la humana fla-queza, qué lección más terriblepara la vanidad!”37.

Y, en el marco de un informe mástécnico, pero apoyando las peticionesanteriores, una nueva carta cuestio-naba no tanto las condiciones mate-riales del establecimiento, sino la muydeficiente calidad de su atención mé-dica:

“¿Por qué se hace una visita tanprecipitada, o a veces da el facul-tativo una vuelta por la sala, o porel departamento de locos, despa-cha cincuenta o sesenta enfermosen el tiempo en que bastaría ape-nas para enterarse medianamentede lo que padecen ocho o diez?”38.

No faltó, sin embargo, quien salióen defensa de “los venerables admi-nistradores del Santo Hospital” ycargó contra “la fácil bicoca del aliviode la humanidad afligida y otras ad-herencias igualmente desprecia-bles”39, a lo que “Fray Gaspar ysocios” replicaron que no renuncia-rían

“a cuantos resortes estén a nues-tros alcances ya pública, ya priva-damente, para que los señoresadministradores del Hospital […]mediten y procuren por los mis-mos medios con que en nuestroscalamitosos tiempos se invirtieronsin previsión ni cálculo científico

algunas cantidades en el lugar quehoy día ocupan por desgraciaaquellos infelices, la traslación alpalacio de la Virreina antes de quequede enteramente destruido. Asílo exige la humanidad, así loaguarda con penosa expectación laculta Barcelona, y así lo suplicanencarecidamente a quien puede ytal vez no quiere, los decididosprotectores de los locos”40.

Pero, al cabo de unos días, elmismo periódico cerró bruscamenteel debate con la publicación de un es-cueto “comunicado en nombre de laautoridad” en el que, aparte de recha-zarse las acusaciones de pasividad ocorrupción, se pedía expresamenteprescindir de la “traqueteada cuestiónde la traslación de los locos a las afue-ras de la capital en estos momentos deapuro y cuando la guerra civil se ex-tiende hasta los pueblos inmediatosde Barcelona”41.

En todo caso, y a pesar de queotros periódicos de la ciudad tambiénse hicieron eco de reivindicaciones si-milares42, las iniciativas de aquellosaños no se limitaron a las denunciasde la prensa. En 1840, por ejemplo, elAyuntamiento de Barcelona patrocinóla la edición de una Memoria para elestablecimiento de un hospital delocos del alienista francés AlexandreBrierre de Boismont que había tradu-cido el higienista Pedro Felipe Mon-lau, y en cuyo preámbulo este últimoexhortaba a las autoridades a

“no desistir un momento de reali-zar cuanto antes la importantemejora que la humanidad, la filo-sofía y el arte reclaman en baldehace muchísimos años: la crea-ción de un hospital especial paralocos es el mayor beneficio quepuede V.E. añadir a los muchosque se deben ya a su Ayunta-miento”43.

Por su parte, la Sociedad Econó-mica Barcelonesa de Amigos del Paísconvocó en 1845 un certamen pú-blico sobre el “modo más asequible deerigir un asilo, hospital o casa de locospara uno y otro sexo, fuera de las mu-rallas de la ciudad” en el que resultópremiada la memoria presentada porel joven médico Emilio Pi y Molist,que a partir de 1855 se haría cargo dela dirección facultativa del departa-mento de dementes del Hospital de laSanta Cruz y de la redacción del “pro-

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yecto médico razonado” para unnuevo manicomio44. Y, en 1847, el al-calde corregidor de la ciudad requiriólos servicios de una comisión de laReal Academia de Medicina, que sepersonó junto a él en el hospital y re-dactó un demoledor informe en el quese declaraba “consternada” por la vi-sita, calificaba las salas de dementescomo “absolutamente inútiles, y aúnmás del todo perjudiciales”, y se la-mentaba de que “Barcelona, que ob-serva todos los días los tristes yhorrorosos estragos de la enajenaciónmental, sin perdonar a la edad, alsexo, ni a las distinciones de las cla-ses de la sociedad”, no hubiera podido

“tener la gloria de reunir en suseno un número de verdaderos ca-tólicos, que penetrándose de lasantidad y necesidad de un objetotan filantrópico, levantaran paraaquellos desgraciados un monu-mento de beneficencia debido a lacivilización y a los derechos quetan justamente reclama una nu-merosa clase de personas”45.

Este tipo de inspecciones se repi-tió en los años siguientes, y así, en1849, una nueva comitiva municipalvolvió a presentarse por sorpresa enel hospital para comprobar “cómo setrataba a los dementes, y si aún seusaba con ellos el mismo rigor queantes”; a los pocos días, la prensa dela ciudad servía nuevamente el escán-dalo con las imágenes y el tono acos-tumbrado:

“La pluma se nos resiste a pintarel cuadro feroz que se presentó ala vista de aquellos señores. Tresmujeres atadas con cadenas, dosde ellas con un miserable harapoy la otra enteramente desnuda, su-jeta a la pared por una argolla dehierro, fue lo que formaba la vistainterior de aquel aposento. […]¡Oprobio a los que sin remordi-miento usan de tan incalificabledolor!”46.

En rigor, no puede decirseque esta sucesión de informes y de-nuncias tuviera entonces consecuen-cias inmediatas, porque los locos delHospital de la Santa Cruz todavía hu-bieron de permanecer varias décadasen las mismas dependencias y enunas condiciones similares; de hecho,el nuevo Manicomio diseñado por Piy Molist no se inauguró hasta 1889 yno albergó enfermos hasta varios años

después47. Pero, en cualquier caso, nocabe duda que este clima de opinión yla demanda social subyacente favore-cieron la aparición de una serie de es-tablecimientos privados –como la“Torre Lunática” de Lloret de Mar(1844), los manicomios de Sant Boi(1854) y Nueva Belén (1857) o el Ins-tituto Frenopático de Gracia (1863)–que, a pesar de su lógica vocación co-mercial, subsanarían parcialmente laslimitaciones de la asistencia pública y,en algunos casos, desempeñarían unimportante papel como tempranosfocos de institucionalización de la me-dicina mental catalana y española48.

Por lo que se refiere a Madrid, losacontecimientos tomaron un curso li-geramente distinto, de manera que laimplicación de la opinión pública y dela prensa fue, en líneas generales, algomás tardía y reactiva a la iniciativamédica o gubernamental. Comohemos visto, algunas cabeceras de laciudad habían venido insertandodesde las primeras décadas del sigloalusiones ocasionales a los nuevosmanicomios extranjeros y a la reorga-nización de la gestión de la locura pro-movida por los alienistas europeos.Pero la “escandalización” del aban-dono de las instituciones españolas –en particular, del departamento dedementes del viejo Hospital General–y la conversión del tratamiento de loslocos en un asunto con una clara pro-yección pública no se dio en Madridhasta la segunda mitad de la décadade 1840. Así, en uno de los primerostestimonios disponibles, el periódicoconservador El Heraldo celebraba ensu edición del 21 de junio de 1845 lapropuesta elevada por los doctoresJuan Fourquet y Francisco MéndezÁlvaro en nombre de la Junta Munici-pal de Beneficencia de “establecer enlas inmediaciones de esta corte unagran casa de Orates, en la que los des-graciados dementes sean tratadoscomo reclama su triste estado y acon-sejan los adelantos de la ciencia”,pues, según decía, “en ninguna otracapital de provincia se hallarán los po-bres locos en tan mal estado como seencuentran en Madrid”. Y, solo unassemanas más tarde, el mismo perió-dico calificaba el proyecto como unacuestión de “honor nacional, porquees vergonzoso que cuando tan buenosestablecimientos hay en el resto deEuropa para la asistencia a los de-mentes, no tengamos en la capital de

España más que unas oscuras maz-morras donde encerrarlos como fie-ras”48.

En esos momentos, hasta cinco li-brerías de la ciudad vendían las en-tregas del folletín de Ayguals en lasque se narraba el traumático paso deMaría por esas “oscuras mazmorras”,al tiempo que el consejero de instruc-ción pública y médico de cámara deIsabel II, Pedro María Rubio, se dispo-nía a impulsar la intervención del go-bierno. El 20 de enero de 1846, Rubiosolicitó a la reina “reunir los datos ne-cesarios y fijar las bases para la crea-ción de establecimientos especialesdestinados a la curación de los de-mentes”, y ya el 2 de febrero y el 25de marzo se dictaron dos reales ór-denes por las que se conminaba a losgobernadores civiles a enviar infor-mación relativa al número y a lascondiciones en que se hallaban losdementes de sus respectivas provin-cias50. Mientras tanto, José RodríguezVillargoitia, un joven médico que, conla viva oposición de algunos de sus co-legas, había empezado a atender vo-luntariamente las salas de dementesdel Hospital General, remitía al Mi-nisterio de la Gobernación una brevememoria sobre los “medios de mejo-rar en España la suerte de los enage-nados” según “las reglas establecidaspor los maniógrafos más distingui-dos”51. Y, al mismo tiempo, la prensamédica de la capital llamaba la aten-ción no solo sobre el pésimo estado delos hospitales de locos, sino tambiénsobre el abandono y la exclusión quepadecían los dementes no institucio-nalizados.

“El corazón se cae a pedazos alconsiderar el triste estado de loslocos en la península –lamentabaen septiembre de 1846 el médicoJosé María de Aguayo y Trillo–, yno es mi ánimo el hablar de losque más o menos mal se hallan enel día recogidos en las casas de de-mentes, […] sino de los que ahoramismo gimen diseminados portodo el país envueltos unos ensucio harapos y arrinconados enlas cuadras con las bestias, desnu-dos otros y sepultados en los hue-cos de las escaleras, y no pocos, enfin, sumergidos en hediondos só-tanos y oscuros calabozos”52.

A mediados de octubre, Rubio di-rigía a su Secretario de Estado una

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completa exposición en la que rela-taba una visita que, junto a la reina yvarios ministros, había realizado enagosto del año anterior al Hospital Ge-neral de Nuestra Señora de Gracia deZaragoza, y en la que había podidoconstatar cómo los “infelices demen-tes” eran “peor tratados que los ma-yores criminales, y aun peor que lasfieras encerradas en las casas que seles destinan en los reales jardines”.Asimismo, Rubio adjuntaba y ani-maba a completar los datos estadísti-cos solicitados a las provincias, yexhortaba al gobierno a “erigir con ur-gencia un establecimiento modeloque reúna cuantas circunstancias sonde apetecer, exige la civilización ac-tual de Europa y consienten los ver-daderos progresos recientes de lapsicología, la medicina y la ciencia dela administración”53. Sus gestionesmotivaron la promulgación el 13 denoviembre de 1846 de una real ordendel Ministro de la Gobernación por laque se constituía la comisión de pla-neamiento del manicomio modelo, yque pasaba a estar compuesta por elmismo Rubio, el arquitecto Aníbal Ál-varez y Manuel Zarazaga por parte delgobierno54. La noticia generó la adhe-sión inmediata de la prensa, hasta elpunto que el centrista El Popular elo-giaba la medida como un “primerpaso para satisfacer los deseos detodos los amantes de la humanidad”,a la vez que recomendaba a la comi-sión que “no se redujese a imitar loque son los establecimientos extran-jeros de igual naturaleza”55. Y, a lospocos días, también las revistas médi-cas de la ciudad se sumaban a los pa-rabienes, aunque no faltó quien pusoen duda que el proyecto acabara lle-vándose a buen término y que los de-mentes llegaran algún día a “gozar delos beneficios que tienen derecho areclamar en todo país civilizado”56.

Dos años después, la Gaceta deMadrid hacía pública en su edicióndel 7 de octubre la “importante esta-dística de los dementes del reino” con-feccionada por Rubio, así como unanueva real orden por la que se encar-gaba al recién constituido Consejo deSanidad del Reino la redacción de “unproyecto de arreglo y reforma de losestablecimientos especiales que hoyexisten para la curación de dementes,que sirva al mismo tiempo de normapara los que se traten de crear en losucesivo”57. Nuevamente, la estadís-

tica –que arrojaba un cómputo globalde 7277 dementes en todo el país,1626 de ellos institucionalizados y enuna proporción de un caso por 1667habitantes– fue muy comentada por laprensa de la capital, y, así, el mode-rado La España del 11 de octubre lasaludaba como la “base indispensablede la reforma completa de este impor-tante ramo del servicio público”, e in-sistía en que, dado que la ampliamayoría de los enfermos carecía de re-cursos, su reorganización no podía de-jarse en manos de la iniciativa privada.Pero, en todo caso, la difusión de estosdatos –que, significativamente, mos-traban para España una proporción dedementes muy inferior a la de los paí-ses no católicos del centro y el nortede Europa– fue considerable, y hastael propio Modesto Lafuente llegó a in-sertar en su Revista Europea unapieza satírica en la que los cuestionabacon sorna y aprovechaba todo el po-tencial de la materia para desplegar suacostumbrada crítica política y social:

“Que los ingleses, que pasan porgente de tanto juicio, tengan10000 locos en Londres, y que enMadrid no haya mas que 40, esome comprueba que esa estadísticadebe haber sido hecha por espíritude partido. […] Una de las locurasmayores que puede cometer elhombre es querer contar los locosque hay en el día en cada punto,porque como dijo el otro: locoruminfinitus est numerus. Y diga elseñor Rubio lo que quiera, haymuchos más locos de los que élcree, y quiera Dios que no nos vol-vamos todos locos al paso quevamos”58.

En los años sucesivos, es sabidoque el régimen isabelino consiguióaprobar una nueva Ley de Beneficen-cia que dispuso la competencia de lasdiputaciones provinciales en la aten-ción institucional de los dementes, yque, poco después, la Junta Provin-cial de Beneficencia adquiría en Le-ganés el edificio en el que, a partir de1851, se instalaría la Casa de Demen-tes de Santa Isabel (ver imagen 7)59.Pero quizá es menos conocido quetodos estos pasos se dieron en el con-texto de una notable implicación dela prensa progresista, que, con El Cla-mor Público a la cabeza, no dejó dedenunciar las condiciones del Hospi-tal General o de apremiar a las auto-ridades para que no demoraran elestablecimiento del proyectado ma-nicomio modelo.

“A buen seguro –llegó a afirmarentonces el periódico dirigiéndoseal gobernador civil– que si S.E. tu-viese un hermano, un hijo, un pa-riente cualquiera reducido aaquella miserable condición, pon-dría el grito en el cielo y clamaríacontra una providencia que, en sucalidad de antiguo periodista, noencontraría expresiones bastantefuertes para anatematizar”60.

Cuando se concluyeron las obrasy el “nuevo” manicomio de Leganésse disponía a recibir sus primeros en-fermos, la prensa y algunos médicoscelebraron su apertura y lo presenta-ron como “el mejor de su clase quetenemos en España”61. Pero, al cabode poco tiempo, sus importantes defi-ciencias empezaron a ser objeto denuevas memorias y artículos perio-dísticos, y la cuestión de la asistencia

Imagen 7: Vista del acceso a la Casa de Dementes de Santa Isabel en Leganés (La IlustraciónEspañola y Americana, 42 (1872), p. 668).

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de los locos volvió a ser objeto deatención pública. Ya en 1854, el mé-dico Robustiano Torres, que habíasido internado previamente en laCasa de Dementes con un diagnósticode “manía suicida”, redactó un in-forme muy crítico con su emplaza-miento, sus instalaciones, su escasamedicalización y el abandono tera-péutico en que se tenía a los enfer-mos62. Y, en mayo de 1858, la muertede un interno a causa de las heridasde arma blanca que, hiriendo a otrosdiez, le había infringido otro pacienteprovocó un pequeño escándalo que sesaldó con varios artículos en los queel mismo Torres y otros médicos rei-vindicaban una reforma integral delestablecimiento, a la par que rogaban“a la prensa política se digne, engracia de la humanidad doliente, di-rigir una mirada a este importanteasunto”63. Así las cosas, el propioMinistro de la Gobernación recono-cía en 1859 que la Casa de Demen-tes de Santa Isabel, “por lo exiguo desu localidad, por su situación y cons-trucción anómala, no es ciertamentedigna de figurar como casa generalpara los dementes de las provinciascentrales de la monarquía”, mientrasconvocaba un concurso público “parala presentación de planos de un ma-nicomio modelo que ha de erigirse enel sitio que se designe de la provinciade Madrid”64. El concurso, al que sepresentaron un total de ocho proyec-tos, fue ganado por el arquitectovasco Cristóbal de Lecumberri, y, alparecer, el municipio llegó a disponerunos terrenos para su ejecución en lallamada Dehesa de Amaniel, al nor-oeste de la ciudad. Pero lo cierto esque este último empeño sucumbió ala crisis política y financiera de losaños finales del reinado de Isabel II,y, a pesar de las reiteradas denunciassobre el pésimo estado de la Casa deLeganés, el “manicomio modelo”nunca llegó a construirse.

Ciertamente, la tibieza y la inope-rancia del régimen isabelino en mate-ria de administración pública yasistencia sanitaria impidieron que enla España de las décadas centrales delsiglo XIX se consumara una reformaprofunda y consistente de la gestióninstitucional de la locura. Pero, comohemos visto, dicha reforma fue am-pliamente discutida y solicitada desdemuy diversas instancias, y la opiniónpública de la época participó de unnotable consenso en cuanto a la ne-

cesidad de dignificar las condicionesmateriales y humanas de los asilos,proscribir el trato violento y sometera los “locos, dementes y enajenados”a un nuevo régimen acorde con lospostulados del primer alienismo. Eneste sentido, es importante subrayarque, tal como prueban las fuentes pe-riodísticas y literarias que hemospresentado, la difusión de estos plan-teamientos no se limitó a los pocosmédicos que, de un modo u otro, seinteresaron o comprometieron conlas posibilidades terapéuticas o profe-sionales de la nueva medicina mental,sino que alcanzó al público instruidoen su conjunto. Un público, porcierto, que empezaba a ser conscientede la ruptura con el pasado que re-presentaban los cambios políticos, so-ciales y culturales a los que asistía, yque, más allá de la proliferación dediscursos filosóficos o científicos entorno a ella, empezaba a percibir la lo-cura ya no tanto como una alteridadesencial y sin retorno, sino como unapotencialidad reversible y alojada enel mismo interior del alma.

UN TRATAMIENTO MORAL

En una sesión de la prestigiosaSociedad de Medicina y demásCiencias de Sevilla celebrada

en 1786, el médico Valentín Gonzá-lez y Centeno se admiraba de la “es-tupenda unión de una parteespiritual, inmortal y de suma perfec-ción a la material, finita y grosera deque se compone el hombre”, y definíalas “enfermedades del espíritu” comoaquellas resultantes de una “actividaddesordenada de las pasiones delalma”, a la vez que advertía que la cu-ración de éstas “no es fácil conseguirpor medio de las medicinas físicas,sino por las morales”65. En apoyo desus argumentos, Centeno mencio-naba sus propias experiencias consoldados que, alejados de sus paísesde origen, sucumbían a “una melan-colía, inapetencia, debilidad y cai-miento de ánimo, que a muchoscondujo inevitablemente al sepul-cro”, así como algunos casos simila-res que había observado en lasnuevas colonias de Sierra Morena.Pero, significativamente, el socio mé-dico de número y consiliario primerode la regia sociedad excluía la locura

de la eficacia de los “medios políticosy morales”, pues, según decía, en eldemente

“ya su cerebro adquirió un tras-torno incapaz ni aun de entendereste remedio, y en este caso, conrespecto a la impresión causada ydemás circunstancias, debe ma-nejarse el profesor usando los re-medios del arte sin atender a losotros medios filosóficos, de que yaes incapaz”66.

Solo dos décadas más tarde, laGaceta de Madrid del 16 de octubrede 1804 insertaba un prospectoanunciando la traducción al caste-llano del Tratado médico-filosófico dela enagenación del alma o manía dePinel, y, al poco tiempo, una reseñade la obra elogiaba al célebre médicofrancés justamente por ser “el pri-mero que sustituye a la crueldad ladulzura, y los remedios morales al fá-rrago de medicamentos ridículos”,mientras afirmaba que, en el trata-miento de los dementes, “los auxiliosmorales fundados en el arte difícil deequilibrar las pasiones no son con-ceptos metafísicos ni proyectos ima-ginarios”67.

A lo largo de la primera mitad delsiglo XIX, es sabido que esta conside-ración de los “remedios morales” y el“equilibrio de las pasiones” como eltratamiento de elección de la locurase convirtió en un lugar común delpensamiento médico, y las publica-ciones especializadas insertaron nu-merosos artículos, extractos oreseñas en las que se daba cuenta desus virtudes o se relataban asombro-sas curaciones obtenidas por mediode una oportuna “vibración delalma”. Así lo explicaba, por ejemplo,el médico gaditano Serafín Sola enuna de las primeras exposicionessobre el particular aparecida en laprensa médica española, en la quejustificaba el establecimiento de hos-pitales especiales para locos precisa-mente por la perentoria necesidad delaislamiento y las propias característi-cas del tratamiento moral:

“La calma de que gozan allí lejosdel tumulto y del ruido; la tran-quilidad moral que les procura lasuspensión de sus hábitos y nego-cios, son muy favorables a su res-tablecimiento: sometidos a unavida regular, a una disciplina, auna regla, se ven precisados a re-

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flexionar sobre su nueva situación[…]. [Su curación] no puede ob-tenerse sino por medio de conmo-ciones, sucesos imprevistos,conversaciones vivas, animadas ycortas, […] produciendo fenóme-nos que los admiren, abundando,si necesario fuese, en sus ideas, yprestándose a su delirio paraganar su confianza: por estos me-dios podrá romperse la cadena vi-ciosa de sus ideas, y sacarlos delencanto que tiene en la inacciónsus potencias activas”68.

La locura, por tanto, debía ser ob-jeto de un estricto régimen discipli-nario que la tutelase y doblegase ensoledad, pero ello implicaba un nove-doso reconocimiento del dementecomo “criatura moral”, esto es, comoun sujeto trágicamente descom-puesto por el extravío de sus ideas oel desorden sus pasiones, aunque to-davía poseedor de un resto de “po-tencias activas” que lo volvíanaccesible a la benéfica intervencióndel médico y la institución69.

En todo caso, las primeras expe-riencias prácticas con el tratamientomoral no se dieron en España hasta ladécada de 1840, cuando el médico ca-talán Francesc Campderà fundó enLloret de Mar la llamada “Torre Luná-tica” (ver imagen 8)70, y las salas dedementes de los hospitales generalesde Madrid y Valencia empezaron a seratendidas, respectivamente, por JoséRodríguez Villargoitia y Juan BautistaPerales. Por la impropiedad de las ins-talaciones y la acusada falta de recur-sos, Villargoitia hubo de limitar sus“auxilios morales” a “excitar en losenajenados un sentimiento general deinmenso ascendiente sobre los espa-ñoles, […] el sentimiento religioso”,consiguiendo que la dirección autori-zase la participación de los internosen los oficios celebrados en los tem-plos contiguos al hospital71. Y, por suparte, Perales apenas permaneciócinco años (entre 1848 y 1853) acargo de la dirección de dementes delHospital General de Valencia, aunquesu actividad quedó consignada en unadetallada memoria “teórico-práctica”y, sobre todo, en una interesantísimacolección de historias clínicas que do-cumentan sus ensayos con los méto-dos preconizados por Pinel, Esquiroly su discípulo François Leuret72.

Pero, prescindiendo de la magraaplicación clínica que, más allá de la

mera ocupación de los enfermos entareas agrícolas, mecánicas o manua-les , pudo hacerse entonces del trata-miento moral, lo cierto es que elprocedimiento y sus principios fue-ron muy conocidos no solo entre losmédicos, sino también entre el pú-blico instruido, de manera que exis-ten diversos testimonios que pruebansu difusión y popularidad en la cul-tura española de las décadas centra-les del siglo XIX. Así, por ejemplo, elperiódico conservador El Español del14 de agosto de 1846 insertaba unacuriosa pieza que describía los “muyfelices resultados producidos por lamúsica sobre los infelices privados derazón”, a la vez que postulaba la ne-cesidad de que el tratamiento de la lo-cura descansara primordialmente en“recursos que obren sobre las pasio-nes afectivas”:

“Cualquiera que sea la causa de lalocura, es muy esencial que el mé-dico se capte la confianza de loslocos sometidos a su cuidado, yhalle sobre todo en la fecundidadde su talento recursos moralespara traerlos a la razón, porque detodos los males que afligen a lahumanidad, la locura es acaso elque menos necesita de los recur-sos de la farmacia. Se obtienen re-sultados mucho más ventajosos yseguros con los enfermos de estaclase por medio de la paciencia,por mucha dulzura, por una ilus-

trada prudencia, por solícitos cui-dados, por consideraciones y,sobre todo, por palabras de con-suelo que se deben dirigir en loslúcidos intervalos de que suelengozar”.

Igualmente, también las publica-ciones costumbristas se hicieron ecode los fundamentos y las virtudes deestos “recursos morales”74, y lomismo puede decirse de la narrativay los folletines de aquellos años, enlos que era frecuente que los perso-najes arrebatados por la locura reco-brasen la razón con algún tipo demaniobra espectacular y de grancarga afectiva. Así ocurría, por ejem-plo, con la propia María de Ayguals,en la que la protagonista, tras su pasopor las celdas del hospital, era con-ducida a un hermoso palacete encuyos jardines su solícito médico y lahermana de éste le revelaban la ver-dad de su pasado y le provocaban una“crisis moral” que conseguía devol-verle primero el juicio y luego elánimo75.

De todas formas, el género que ex-plotó más y mejor las posibilidades li-terarias de estas curaciones (y de lacomprensión de la locura que les sub-yacía) fue, sin duda, el teatro. En fe-brero de 1848, el dramaturgo TomásRodríguez Rubí (1827-1890) (verimagen 9) estrenó con gran éxito enel Teatro del Príncipe de Madrid eldrama histórico La trenza de sus ca-bellos, en el que, como pronto advir-tió la crítica, se daba cuenta de losestragos de la pasión amorosa y sehacía una detallada presentación deltratamiento de la locura de los prota-gonistas puesto en práctica por unhábil y circunspecto doctor:

“Si grande es la gloria que han ad-quirido Pinel y su discípulo Brous-sais [sic] por la sabia aplicaciónque han hecho del tratamientomoral a las enajenaciones delalma, […] no es menos la del doc-tor que figura en este drama, porel tino y maestría con que se apro-vecha de los grandes preceptos deaquellos profesores”76.

En la trama, don Juan y doñaInés, que se aman secretamente y sesaben correspondidos, se ven expues-tos a la sucia intriga de un malévolobarón que también pretende a lamujer, y que la hace aparecer des-honrosa a los ojos de don Juan entre-

Imagen 8: Vista del jardín y el edificio prin-cipal de la “Torre Lunática” de Lloret de Maren 1935 (Arxiu Municipal de Lloret de Mar,Girona).

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gándole un mechón de sus cabellos.Enterados de la calumnia, doña Inésenloquece y don Juan, fuera de sí,mata en duelo al pérfido barón, traslo cual también pierde el juicio yentra en escena el inspirado doctor,que acomete su curación bajo el pa-trocinio de un bienintencionadoconde. Previamente, el autor ha pre-sentado a ambos personajes comodos almas nobles, sensibles y frágilesque se hallan predispuestas a la ena-jenación por diversos motivos, entrelos que se sugieren (en consonanciacon las nociones de la época) el tem-peramento bilioso, la tendencia a latristeza y la melancolía, el alto nivelde instrucción y la afición a la lec-tura, el aislamiento o la ociosidad.

Enfrentado al reto de devolverlesla razón, el médico comienza por ob-servar cuidadosamente la conducta ylas reacciones de sus pacientes, altiempo que los somete a una serie demaniobras preliminares cuyo objetoexplica del siguiente modo:

“No hay que perder la esperanza.La enfermedad hasta ahora notoma vuelo; se halla en su estadoprimitivo, no retrocede ni avanza.Con doña Inés he logrado congrande paciencia y maña y enfuerza de observaciones, muy li-sonjeras ventajas. Lo primero heprocurado inspirarle confianza: ennada la contrarío; y cuando des-carriada su imaginación adviertoconsigo sin violentarla que su pen-samiento se aparte de la idea quela exalta”77.

Poco después, el doctor revela quela verdadera finalidad de sus accionesy su plan de curación no son sino laorquestación de la consabida y catár-tica “conmoción moral”, único re-curso que, si las circunstancias sonpropicias, sanará a los desdichadosamantes:

“Suele de esta enfermedad unaimpresión ser la causa, y otra im-presión también suele radical-mente curarla. El tino está enescoger la impresión más acer-tada, buscar la oportunidad ysaber aprovecharla. […] A los dosuna afección moral estrecha y en-laza: ambos por fin descubrimosque ardientemente se aman.Cierto que a nadie conocen; perolos dos cuando hablan se recuer-dan bajo formas y condiciones va-

riadas […]. Si de pronto frente afrente se encontraran, la impre-sión tal vez sería algo fuerte, perograta. Si se conocen, y hay lágri-mas… vencimos”78.

Consecuentemente, doña Inés ydon Juan son conducidos a unamisma estancia en la que, partiendode un estado inicial de obnubilación eincoherencia, acaban por recono-cerse mutuamente, mientras el doc-tor aprovecha la ocasión para excitarel llanto y la emoción de la mujer (“sí,doña Inés, llorad mucho, desahogadel corazón”), y ésta, recobrando elsentido, suspira: “Tengo el alma tanherida…”79. Y, ya perfectamente re-cuperados tras una breve convale-cencia en una espléndida mansión defrondosos jardines y agradables vis-tas, la obra se cierra con la reconci-liación definitiva y el compromisopúblico de ambos amantes.

Como ya hemos apuntado, algúncrítico del momento llegó a apreciarque la obra de Rubí estaba “escritasegún todas las reglas de la medicinay todos los requisitos científicos queexige el modo de trazar la historia deuna enfermedad”, elogiando “elorden y la claridad” con que se ofre-cía “un cuadro tan natural y filosóficode la locura” y se hallaban expuestoslos “preceptos para el tratamientomoral de las enajenaciones delalma”80. Y no es descartable que, enefecto, el autor –tempranamente vin-

culado al partido moderado– adqui-riera conocimientos en la materia yse documentara de forma conve-niente, porque pocos años despuéssería nombrado Director General deBeneficencia y Sanidad y, desde sucargo, impulsaría el mencionado con-curso del manicomio modelo81.

En las décadas siguientes, y apesar de la paulatina inserción de lalocura en un marco conceptual do-minado por el organicismo más es-tricto y del consiguiente descréditodel tratamiento moral82, es intere-sante añadir que sus presupuestos si-guieron gozando del favor (al menosretórico) de los médicos españoles yde la aprobación general de la opi-nión pública. Ciertamente, si excep-tuamos el caso de Pi y Molist y suexhaustivo proyecto para el nuevoManicomio de la Santa Cruz, las re-petidas alusiones al tratamientomoral por parte de médicos que,como Juan Giné y Partagás, abraza-ron en su obra teórica lo esencial delcredo organicista, bien pueden en-tenderse como un recurso mera-mente promocional destinado areafirmar las virtudes del aislamientoy de sus establecimientos privados83.Pero, por otro lado, dichas alusionestambién pueden interpretarse comoun indicio de la fuerte implantación,al menos entre las elites instruidas,de una comprensión eminentementemoral o psicológica de la locura, unacomprensión que, paradójicamente,también hizo que la propia medicinamental fuera vista con recelo por al-gunos sectores de la sociedad espa-ñola. Todavía en 1874, por ejemplo,la misma Concepción Arenal denun-ciaba desde las páginas de La Voz dela Caridad la “tendencia materia-lista, y casi estamos por decir brutal”de los alienistas, mientras argumen-taba que, dado que “hay locuras enque no hay lesión orgánica ni modi-ficación material perceptible”, losmédicos no podían reclamar unacompetencia particular en el trata-miento de la demencia:

“¿Qué hace entonces el médico?Si no es más que médico, nada; sies filósofo, si es psicólogo, si en-tiende de pasiones y del corazón,podrá, según los casos, hacer algoo hacer mucho. Y la prueba de lopoco que hace el médico, es lapoca medicina que se aplica en unmanicomio”84.

Imagen 9: Tomás Rodríguez Rubí (1827-1890) (Biblioteca Nacional, Madrid).

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Enric J. Novella

En este sentido, se ha sugeridocon razón que la necesidad de asegu-rar su monopolio sobre el tratamientoy la gestión de la locura fue justa-mente una de las principales razonesque animaron a los médicos de la se-gunda mitad del siglo XIX a asumiruna creciente somatización de la en-fermedad mental85. Pero ello no debehacer olvidar que, como hemos visto,el prospecto inicial de la medicinamental consistió en acceder y operarsobre el psiquismo del loco, y que esoera precisamente lo que –al menos enun primer momento– el contexto cul-tural que la alumbró esperaba de ella.

LOS LÍMITES DE LA SINRAZÓN

En noviembre de 1834, el reciénfundado Boletín de Medicina,Cirugía y Farmacia de Madrid

incluía, bajo la rúbrica de “Sicologíapatológica” (sic), un extenso artículodel alienista francés Louis-FrançoisLélut en el que se acometía un sesudoexamen de las “analogías entre la lo-cura y la razón”. En los primeroscompases de su trabajo, Lélut –quealcanzaría cierta notoriedad por susintentos de reinterpretar en clave psi-copatológica la biografía de figurasilustres del pensamiento como Sócra-tes o Pascal– explicaba que el estudiode la locura había descansado largotiempo en la observación y descrip-ción de “su maximum de intensidad,de sus formas más marcadas y distin-tas, las más lejanas, en una palabra,de la razón”, pero que, en su opinión,“este era el mejor modo de pintarla,más no el de hacerla entender”86. Coneste fin –proseguía– era mejor reali-zar, en cambio, “indagaciones analó-gicas”, esto es, “escudriñar losestados psicológicos que, en lo que noha dejado de ser la razón, se aproxi-man más a las diferentes formas ygrados de la enajenación mental”. Yconcluía:

“Estas indagaciones, apoyadas engran parte en lo que cada unopuede haber experimentado por símismo, darán lugar a reflexionesde donde resultará […] que la lo-cura no es una cosa separada, quetodos los locos no están bajo la tu-tela de los asilos, y que de la razóncompleta o filosófica al delirio ver-

daderamente maníaco, hay unsinnúmero de grados. […] ¿No te-nemos todos en nuestra organiza-ción moral algún hábito más queextravagante, alguna manía, de lacual nos es difícil desprendernosni aún hacernos cargo, ni adver-tirla?” 87.

Este texto, publicado en España alcomienzo del periodo que hemos es-tudiado, constituye un documentomuy revelador, y no solo porque con-densa con una precisión asombrosalas coordenadas epistemológicas, so-ciales y culturales en las que cabe si-tuar las aportaciones del primeralienismo, sino porque, de forma in-directa, también apunta a las impli-caciones y al cometido que las nuevascategorías de la medicina mental vana desempeñar en el marco de lanueva sociedad burguesa. Si, comoapunta Lélut y subyace a toda la ela-boración del tratamiento moral, la lo-cura es un “estado psicológico” quesolo se diferencia de lo que “cada unopuede haber experimentado por símismo” por una cuestión de grado, elloco ya no remite a una alteridadcompleta e irreversible, sino que sehalla en una relación de continuidadcon respecto al cuerdo (con el que,en definitiva, comparte las mismasestructuras mentales). Y, en estesentido, conviene recordar que elalienismo y el tratamiento moralconstituyen sendos productos de suépoca, en la medida en que, por unlado, su recurso explícito a los restosde razón presentes en el alienadoguarda una estrecha relación con losideales filantrópicos (y democráticos)incubados durante el periodo ilus-trado, y, por el otro, su énfasis en lavulnerabilidad psíquica del ser hu-mano se da justamente en un climacultural marcado por el florecimientode la sensibilidad romántica88.

A lo largo de las páginas prece-dentes hemos visto cómo estas coor-denadas fueron asentándose en laEspaña de las décadas centrales delsiglo XIX, y que, también aquí, laprogresiva implantación de los dis-cursos y prácticas de la nueva medi-cina mental no pueden entendersesin ellas. Así, hemos comprobadocómo la opinión pública de la épocaempezó a mostrar un (tímido y pun-tual, pero en todo caso muy signifi-cativo) interés por la naturaleza, lasmanifestaciones o los lugares de la lo-

cura; cómo se sucedieron en aquellosaños las denuncias sobre las pésimascondiciones en las que se desarro-llaba (en las instituciones tradiciona-les y fuera de ellas) el tratamiento ola custodia de los dementes; y cómolas reivindicaciones (ciertamente,poco exitosas en el caso de la inicia-tiva pública o gubernamental) de unacompleta reforma en su gestión ins-titucional se inspiraron abierta ymayoritariamente en una nuevacomprensión de la locura que (aun-que postulase simultáneamente laexistencia de lesiones orgánicas) laasimilaba a una crisis, perturbacióno claudicación de carácter “moral”.De todo ello es necesario colegir que,con todas sus limitaciones de alcancey estructura, el advenimiento de laEspaña liberal y romántica a partirde la década de 1830 tuvo conse-cuencias apreciables en la percep-ción de la locura, y que éstas, a suvez, resultaron de transformacionesmás amplias, genéricas y profundasen la propia imagen del individuo, ín-timamente amenazado por la fragili-dad constitutiva de su ser y losimportantes cambios sociales y cul-turales de la época.

En 1852, el Semanario Pinto-resco ofrecía a sus lectores un curiosoejercicio retórico con el que se pre-tendía determinar si “un hombrepuede ser enteramente cuerdo, ytener sin embargo algo de loco”:

“Ya que la locura –reconocía suautor– no puede clasificarse conexactitud en sus causas, no quedaotro recurso que apreciarla en susefectos; y según esto llamamosloco a todo hombre cuyo modo depensar y acciones están en con-tradicción con el común de losdemás. Debe, advertirse, sin em-bargo, que en esta apreciaciónhay mucho de arbitrario […],pues ¿cuáles son las líneas que se-paran al loco del excéntrico, y alexcéntrico del cuerdo? He aquíuna pregunta a la cual yo no meencuentro capaz de responder”89.

En realidad, desde ese momentohistórico y como bien sabemos, dichapregunta no ha dejado de inquietar(y, en ocasiones, atormentar) al hom-bre moderno, ni las categorías de lamedicina mental han dejado deacompañar, en franca progresión, alpaulatino despliegue de la sociedad yla cultura contemporánea.

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1). Sobre estas prácticas, inmortalizadas en las célebres estampas del pintorWilliam Hogarth, pueden consultarse BYRD, Max, Visits to Bedlam: Madnessand literature in the eighteenth century, Columbia SC, University of South Ca-rolina Press, 1974; o FOUCAULT, Michel, Historia de la locura en la época clá-sica, México DF, FCE, 1967, Vol. 1, pp. 228-231.

2). FOUCAULT, Michel, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, MexicoDF, Siglo XXI, 1976; ROUSE, Joseph, Power/Knowledge, en: GUTTING, Gary(ed.), The Cambridge Companion to Foucault, 2ª ed., Cambridge, CambridgeUniversity Press, 2005, pp. 95-122.

3). DÖRNER, Klaus, Ciudadanos y locos. Historia social de la psiquiatría, Ma-drid, Taurus, 1974.

4). De forma muy manifiesta en GAUCHET, Marcel y SWAIN, Gladys, La pra-tique de l’esprit humain: L’institution asilaire et la révolution démocratique,París, Gallimard, 1980. Sobre la aportación de estos autores a la historiografíapsiquiátrica puede verse HUERTAS, Rafael, Locura y subjetividad en el naci-miento del alienismo: Releyendo a Gladys Swain, Frenia, X (2010), pp. 11-27.

5). Sobre el surgimiento y las implicaciones de la nueva “publicidad burguesa”sigue siendo imprescindible consultar HABERMAS, Jürgen, Historia y crítica dela opinión pública. La transformación estructural de la vida pública, Barce-lona, Gustavo Gili, 1981.

6). Sobre ambos procesos, respectivamente, GOLDSTEIN, Jan, Bringing thepsyche into scientific focus, en: The Cambridge History of Science, Vol. 7: TheModern Social Sciences, Cambridge, Cambridge University Press, 2003, pp.131-153; y PIMENTEL, Juan, Testigos del mundo: Ciencia, literatura y viajesen la Ilustración, Madrid, Marcial Pons, 2003.

7). Algunos de los estudios más completos sobre los orígenes de la psiquiatríamoderna en Francia, Inglaterra y Alemania son, respectivamente, GOLDSTEIN,Jan, Console and Classify: The French psychiatric profession in the ninete-enth century, Cambridge, Cambridge University Press, 1987; PORTER, Roy,Mind-Forg’d Manacles: A history of madness in England from the Restorationto the Regency, Cambridge MA, Harvard University Press, 1987; y KAUFMANN,Doris, Aufklärung, bürgerliche Selbsterfahrung und die ‘Erfindung’ derPsychiatrie in Deutschland, 1770-1850, Gotinga, Vandenhoeck & Ruprecht,1995.

8). FERNÁNDEZ SEBASTIÁN, Javier, Opinión pública, en: FERNÁNDEZ SE-BASTIÁN, Javier y FUENTES, Juan Manuel (eds.), Diccionario político y socialdel siglo XIX español, Madrid, Alianza, 2002, pp. 371-379; y SERRANO GAR-CÍA, Rafael, El fin del Antiguo Régimen (1808-1868): Cultura y vida cotidiana,Madrid, Síntesis, 2001.

9). LARRA, Mariano José, ¿Quién es el público y dónde se le encuentra?, en:Fígaro: colección de artículos dramáticos, literarios, políticos y de costum-bres, Barcelona, Crítica, 2000, pp. 663-670, p. 663 (original de 1832).

10). MORALES SANTISTEBAN, José, Carácter distintivo de la sociedad antiguay moderna, Revista de Madrid, 1 (1838), pp. 201-219, p. 218.

11). Véanse, en este sentido, los trabajos ya clásicos de ESPINOSA IBORRA,Julián, La asistencia psiquiátrica en la España del siglo XIX, Valencia, Cáte-dra e Instituto de Historia de la Medicina, 1966; REY GONZÁLEZ, Antonio, Laintroducción del moderno saber psiquiátrico en la España del siglo XIX, Uni-versidad de Valencia, Tesis doctoral, 1981; ÁLVAREZ-URÍA, Fernando, Misera-bles y locos: Medicina mental y orden social en la Espana del siglo XIX,Barcelona, Tusquets, 1983; y GONZÁLEZ DURO, Enrique, Historia de la lo-cura en España, Vol. 2: Siglos XVIII y XIX, Madrid, Temas de Hoy, 1995.

12). Citado por BATICLE, Jeannine, Goya, Barcelona, Crítica, 1995, p. 143.

13). De hecho, la interpretación más difundida de la obra la sitúa en la línea deexaltación de lo “sublime terrible” popularizada por la estética prerrománticade finales del siglo XVIII. Véase, en este sentido, KLEIN, Peter K., Insanity andthe sublime: Aesthetics and theories of mental illness in Goya’s ‘Yard with lu-natics’ and related works, Journal of the Warburg and Courtauld Institutes,61 (1998), pp. 198-252.

14). BURWICK, Frederick, Poetic Madness and the Romantic Imagination,University Park PA, The Pennsylvania State University Press, 1992; PESET, JoséLuis, Genio y desorden, Valladolid, Cuatro, 1999.

15). RIBAO PEREIRA, Montserrat, La locura femenina como resorte especta-cular: Obnubilación, delirio y demencia en el drama romántico, Letras Penin-sulares, 12 (1999), pp. 185-199; GIES, David T., Romanticismo e histeria enEspaña, Anales de Literatura Española, 18 (2005), pp. 215-225.

16). Por ejemplo, Torquato Tasso, Semanario Pintoresco Español, 3 (1838),pp. 543-544 y 553-554; El loco Amaro, Museo de las Familias, 3 (1845), 166-169; SEBASTIÁN CASTELLANOS, Basilio, Prácticas populares del día de losSantos Inocentes, Museo de las Familias, 6 (1848), pp. 270-272; JANER, Flo-rencio, Recuerdos del carnaval, Escenas Contemporáneas, 1 (1865), 1, pp. 65-67; Grandes epidemias: El baile de San Vito, la tarantela y los lycántropos,Semanario Pintoresco Español, 3 (1838), pp. 483-484; y Del enajenamientomental, causas que lo producen, y remedios que lo curan, El Museo de Fami-lias, 1 (1838), pp. 191-197.

17). Sobre esta tradición en España, HUERTA CALVO, Javier, Imágenes de lalocura festiva en el siglo XVIII, en: PALACIOS FERNÁNDEZ, Emilio y HUERTACALVO, Javier (coords.), Al margen de la Ilustración: Arte, literatura y culturapopular en el siglo XVIII, Amsterdam, Rodopi, 1998, pp. 219-245; y TAUSIET,María, El triunfo de la locura: Discurso moral y alegoría en la España Moderna,Bulletin of Spanish Studies, 87 (2010), pp. 33-55.

18). MAGAN, Nicolás, El hospital de locos en Toledo, Semanario PintorescoEspañol, 2 (1840), pp. 156-158, pp. 157-158.

19). KAUFMANN, Doris, Aufklärung, bürgerliche Selbsterfahrung…, pp. 111-130.

20). MAGAN, Nicolás, El hospital de locos…, p. 158.

21). J.A.Z., El hombre de la ilusión y el hombre de la realidad, Semanario Pin-toresco Español, 7 (1842), pp. 339-341, p. 340.

22). LAFUENTE, Modesto, Fray Gerundio y su lego en una casa de locos, en: Te-atro social del siglo XIX, Madrid, Establecimiento Tipográfico de Francisco dePaula Mellado, 1846, pp. 33-49, pp. 33-34.

23). Ibídem, p. 49 (cursivas en el original).

24). FLORES, Antonio, El manicomio penitenciario y el manicomio voluntario,en: Ayer, hoy y mañana, o la fe, el vapor y la electricidad, Madrid, Imprenta delEstablecimiento de Mellado, 1864, Vol. 7, pp. 225-239, p. 232.

25). Ibídem, p. 230.

26). Para un análisis de la construcción y la trama de la novela, véase SEBOLD,Russell, En el principio del movimiento realista. Credo y novelística de Ay-guals de Izco, Madrid, Cátedra, 2007.

27). AYGUALS DE IZCO, Wenceslao, María, la hija de un jornalero, Madrid,Imprenta de D. Wenceslao Ayguals de Izco, 1845, Vol. 1, p. 303.

28). Ibídem, pp. 325-326.

29). Ibídem, pp. 383-384.

30). Decretos del rey nuestro señor Don Fernando VII y de la reina su augustaesposa, Vol. 18, Madrid, Imprenta Real, 1834, p. 373.

31). Ibídem (mis cursivas).

32). Es importante recordar que la Ley de Beneficiencia de 1822 había plante-ado la creación una red pública de instituciones destinadas a la asistencia de loslocos en las que “el encierro contínuo, la aspereza en el trato, los golpes, grillosy cadenas jamás deben usarse” (Colección de los decretos y órdenes generalesexpedidos por las cortes extraordinarias, Vol. 8, Madrid, Imprenta Nacional,1822, p. 134). Restablecida en 1836, el proyecto de ley de 1838 que debía ade-cuarla a la nueva constitución de 1837 nunca llegó a aprobarse. Sobre la inspi-ración programática de la ley y los debates relacionados con el tratamiento delos dementes, véase CARDONA, Álvaro, La racionalidad centralizadora de labeneficencia y la asistencia de los locos en la España del Trienio Liberal, Fre-nia, I/2 (2001), pp. 87-102.

33). Tal como daban a entender la Gaceta de Madrid del 17 de enero de 1842o El Heraldo del 24 de diciembre de 1844.

34). Una crónica detallada de los acontecimientos de estos años puede encon-trarse en COMELLES, Josep Maria, Stultifera navis. La locura, el poder y laciudad, Lleida, Milenio, 2006, pp. 59-69.

35). Dementes, El Guardia Nacional, 22 de junio de 1838.

36). Simpatías de dos locos, El Guardia Nacional, 9 de julio de 1838.

37). Los locos del hospital, El Guardia Nacional, 17 de julio de 1838.

38). Nuestro Hospital General de Santa Cruz, El Guardia Nacional, 27 de juliode 1838.

39). Los locos, El Guardia Nacional, 31 de julio de 1838 (cursivas en el original).

40). Sin ser locos, pero decididos a proteger a los locos, El Guardia Nacional,4 de agosto de 1838.

41). MANJARRÉS, Gabriel de, Comunicado, El Guardia Nacional, 5 de agostode 1838.

42). Así, El Constitucional del 4 de abril de 1841 solicitaba la erección de una“casa de dementes para curar esta enfermedad como se practica en otros paí-ses, y no para que se vuelvan locos aquellos que no lo son, o hasta se muerende sentimiento y de dolor los que quieren visitar un establecimiento como elque ya tenemos”.

43). MONLAU, Pedro Felipe, Al Escmo. Ayuntamiento Constitucional de la Ciu-dad de Barcelona, en: BRIERRE DE BOISMONT, Alexandre, Memoria para elestablecimiento de un hospital de locos, Barcelona, Imprenta de Don AntonioBergnes, 1840, p. 3.

44). Cf. Memoria histórica de los antecedentes relativos a la construcción delmanicomio de la Santa Cruz, Barcelona, Tipografía de la Casa Provincial de laCaridad, 1885, pp. 7-11. El proyecto de Pi, que asumió el encargo junto con el ar-quitecto Josep Oriol i Bernadet, fue publicado finalmente en 1860. PI y MOLIST,Emilio, Proyecto médico razonado para la construcción del manicomio deSanta Cruz, Barcelona, Imprenta y Librería Politécnica de Tomás Gorchs, 1860.

Notas:

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45). Dictámenes médico-hijiénicos de la comisión facultativa inspectora delHospital General de la Santa Cruz de Barcelona, Barcelona, Imprenta de An-tonio Brusi, 1848, pp. 25-26.

46). ¡Una casa de beneficencia en el siglo XIX!, El Interés Profesional, 25 demarzo de 1849.

47).COMELLES, Josep Maria, Stultifera navis…, pp. 91-100.

48). Véanse, a este respecto, ESPINOSA IBORRA, Julián, La asistencia psi-quiátrica en la España del siglo XIX…, pp. 107-121; GONZÁLEZ DURO, Enri-que, Historia de la locura…, pp. 282-287; y HUERTAS, Rafael, Organizar ypersuadir: Estrategias profesionales y retóricas de legitimación de la medicinamental española (1875-1936), Madrid, Frenia, 2002, pp. 82-96.

49). El Heraldo, 13 de agosto de 1845.

50). Gaceta de Madrid, 2 de abril de 1846.

51). RODRIGUEZ VILLARGOITIA, José, De los medios de mejorar en Españala suerte de los enajenados, Madrid, Imprenta de Manuel Pita, 1846.

52). AGUAYO y TRILLO, José Mª, Reflexiones sobre la necesidad de establecerun hospital nacional de locos en España, Boletín de Medicina, Cirugía y Far-macia, 7/2S (1846), p. 330.

53). El texto completo de la exposición fue reproducido el 16 de noviembre de1846 en la Gaceta de Madrid.

54). Gaceta de Madrid, 14 de noviembre de 1846.

55). El Popular, 14 de noviembre de 1846. El Heraldo, por su parte, señalabaun día después que la real orden era “uno de los actos que más honrará al mi-nistro que la firma”.

56). RAMOS y BORGUELLA, Francisco, Escenas de la vida de un médico. Unaloca – Una madre, Boletín de Medicina, Cirugía y Farmacia, 1/3S (1847), pp. 34-36, p. 34. Véase también CALVO y MARTÍN, José, Sobre el nuevo estableci-miento de dementes mandado formar por S.M., Gaceta Médica, 2 (1846), p. 503.

57). Gaceta de Madrid, 7 de octubre de 1848

58). LAFUENTE, Modesto, De los locos que hay en España y en Europa, Re-vista Europea, 2 (1848), pp. 275-282, pp. 281-282.

59). Sobre los avatares que rodearon la fundación y los primeros años de laCasa de Dementes de Leganés, ESPINOSA IBORRA, Julián, La asistencia psi-quiátrica en la España del siglo XIX…, pp. 97-105; y, sobre todo, VILLASANTE,Olga, The unfulfilled project of the Model Mental Hospital in Spain: fifty yearsof the Santa Isabel Madhouse, Leganés (1851-1900), History of Psychiatry, 14(2003), pp. 3-23.

60). El Clamor Público, 13 de abril de 1850.

61). Nueva casa de dementes, Boletín de Medicina, Cirugía y Farmacia, 1/4S(1851), pp. 246 y 253-254 (artículo procedente del periódico El Orden). Tam-bién el médico y traductor de Esquirol Raimundo de Monasterio y Correa sesumó a los elogios desde las páginas de la Gaceta Médica, 7 (1851), pp. 164-166.

62). El manuscrito de este informe se conserva en la Biblioteca Nacional de Ma-drid con el título “Memoria acerca del proyecto de creación del Hospital de De-mentes de Santa Isabel de Leganés” (Mss/12953/39).

63). TORRES, Robustiano, Necesidad de reformar el manicomio de Leganés, LaEspaña Médica, 3 (1858), pp. 225-226. También SÁNCHEZ RUBIO, Eduardo,Sucesos del manicomio de Leganés, La España Médica, 3 (1858), p. 230. Unaño después, el propio Pi y Molist describía el establecimiento como “un en-sayo mezquino que saldría muy mal librado de la crítica del más imparcial fre-nópata” (PI y MOLIST, Emilio, Proyecto médico razonado…, p. XIX).

64). Gaceta de Madrid, 30 de julio de 1859.

65). GONZÁLEZ y CENTENO, Valentín, Las enfermedades que proceden depasión de ánimo, no son curables con remedios materiales, Memorias Acadé-micas de la Real Sociedad de Medicina y demás Ciencias de Sevilla, 4 (1786),pp. 1-19, pp. 2-3.

66). Ibídem, pp. 17-18.

67). GARCÍA SUELTO, Tomás, Medicina: Tratado médico-filosófico de la ena-genación del alma o manía, Variedades de Ciencias, Literatura y Artes, 1(1805), pp. 65-79, pp. 69 y 76.

68). SOLA, Serafín, Algunas ideas sobre la beneficencia en general y en parti-cular sobre los hospitales, Periódico de la Sociedad Médico-Quirúrgica deCádiz, 2 (1821), pp. 302-317 y 378-383, pp. 315-316.

69). En contraposición a la interpretación del tratamiento moral esbozada porFoucault y proseguida luego por Robert Castel en Francia y Fernando Álvarez-Uría en España (Cf. ÁLVAREZ-URÍA, Fernando, Miserables y locos…, pp. 156-172), la psiquiatra francesa Gladys Swain insistió particularmente sobre estepunto. Cf. SWAIN, Gladys, Diálogo con el insensato, Madrid, Asociación Espa-ñola de Neuropsiquiatría, 2009, pp. 103-120.

70). Fundada en 1844, la “Torre Lunática” era un establecimiento privado si-tuado en un idílico paraje junto al mar y destinado a una clientela adinerada. Ensus primeros años, sus instalaciones y su régimen terapéutico fueron objeto decomentarios muy elogiosos desde la prensa, hasta el punto de que su directorfue consultado por el Ayuntamiento de Barcelona en el proceso de reforma delHospital de la Santa Cruz. Así lo refería, entre otros, el madrileño El Heraldo ensu edición del 25 de mayo de 1850.

71). RODRÍGUEZ VILLARGOITIA, José, Resumen comparativo de los diferen-tes medios de curación propuestos para el tratamiento de la locura, Archivos dela Medicina Española y Extranjera, 2 (1846), pp. 284-296 y 346-359.

72). PERALES, Juan Bautista, Memoria teórico-práctica acerca de las enajena-ciones mentales, Boletín del Instituto Médico Valenciano, 3 (1851), pp. 366-374, 379-384, 401-421 y 423-429; LIVIANOS, Lorenzo y MAGRANER, Alberto(eds.), Historias clínicas psiquiátricas del siglo XIX: Una selección de pato-grafías de Juan Bautista Perales y Just, Valencia, Ajuntament de València,1991.

73). Así, por ejemplo, y contando con el precedente de los elogios que el pro-pio Pinel había vertido sobre el hospital de Zaragoza por la implicación de losdementes en tareas relacionadas con el sostenimiento de la institución, El He-raldo del 23 de octubre de 1846 celebraba la iniciativa del Hospital de Demen-tes de Valladolid de enrolar a los internos en la vendimia de ese año.

74). Véase, por ejemplo, FLORES, Antonio, El manicomio penitenciario…, pp.234-235.

75). AYGUALS DE IZCO, Wenceslao, María…, pp. 391-396.

76). GUTIÉRREZ DE LA VEGA, José, Teatro del Príncipe: La trenza de sus ca-bellos, drama en cuatro actos original de D. Tomás Rodríguez Rubí, El Popular,29 de febrero de 1848.

77). RODRÍGUEZ RUBÍ, Tomás, La trenza de sus cabellos. Drama en cuatroactos, Madrid, Imprenta de D. Antonio Yenes, 1848, pp. 42-43.

78). Ibídem, pp. 45-46.

79). Ibídem, p. 53.

80). GUTIÉRREZ DE LA VEGA, José, Teatro del Príncipe…, loc. cit. El críticoañadía: “Estamos seguros de que ni Pinel, ni Broussais, ni Georget, ni Leuret seatreverían a desmentirnos”.

81). Por lo demás, la exitosa trayectoria de Rubí como dramaturgo le valió en1860 el ingreso en la Real Academia de la Lengua. GIES, David T., El teatro enla España del siglo XIX, Cambridge, Cambridge University Press, 1996, pp. 221-234.

82). Sobre este proceso puede consultarse ÁLVAREZ, Raquel, HUERTAS, Rafaely PESET, José Luis, Enfermedad mental y sociedad en la Europa de la segundamitad del siglo XIX, Asclepio, 45/2 (1993), pp. 41-60.

83). Así, todavía en 1882, Giné escribía que “contra la alienación mental puedemás un buen manicomio […], que todos los fármacos del mundo. […] Para con-solar al afligido, tranquilizar al agitado y animar al abatido, no le ofrezcáis pers-pectivas siniestras. Dadle vastos horizontes, frondosos bosques, huertas,jardines, vergeles, arroyos y cascadas, almas caritativas y rostros halagüeños[…]. Esto es lo verdaderamente psiquiátrico” (GINÉ y PARTAGÁS, Juan, El ma-nicomio: consideraciones sobre su historia y su porvenir, Revista FrenopáticaBarcelonesa, 2 (1882), pp. 126-132, pp. 129-131). Véase, en este sentido, PLU-MED, Javier y REY GONZÁLEZ, Antonio, The treatment of madness in Spain inthe second half of the 19th century: conceptual aspects, History of Psychiatry,17 (2006), pp. 139-158.

84). ARENAL, Concepción, Ley de dementes, en: Artículos sobre beneficenciay prisiones, Volumen III, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1900, pp. 21-26, p. 22.

85). CLARK, Michael J., The rejection of psychological approaches to mental di-sorder in late nineteenth-century British psychiatry, en: SCULL, Andrew (ed.),Madhouses, Mad-Doctors and Madmen, London, Athlone Press, pp. 271–312;JACYNA, L. Stephen, Somatic theories of mind and the interests of medicine inBritain, 1850-1879, Medical History, 26 (1982), pp. 233-258.

86). LÉLUT, Louis-François, Investigaciones acerca de las analogías entre la lo-cura y la razón, Boletín de Medicina, Cirugía y Farmacia, 1 (1834), pp. 176-178, 183-184, 193-194, 200-203 y 210-212, pp. 176-177.

87). Ibídem, pp. 177 y 211.

88). Para una discusión más detallada véase, para el caso de Francia, GOLDS-TEIN, Jan, Console and Classify…, pp. 64-119; para Inglaterra PORTER, Roy,Mind-Forg’d Manacles…, pp. 169-228; y, para Alemania, KAUFMANN, Doris,Aufklärung, bürgerliche Selbsterfahrung…, pp. 283-305.

89). ACOSTA, Zacarías, Análisis de un refrán, Semanario Pintoresco Español,51 (1852), pp. 405-406.

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