lo público y lo privado en la obra de rousseau

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 ISEGORÍ  A/24 (2001) pp. 213-221  213 Lo público y lo privado en la obra de Jean-Jacques Rousseau FERNANDO CALDERÓN QUINDÓS Universidad de Valladolid En este artículo los conceptos de público  y privado son empleados como d os herra- mientas teóricas complementarias, válidas en la tarea de armonizar el pensamiento polític o y mora l de Jea n-J acques Rous- seau. El propósito es doble: recono cer en el es píri tu del concepto de  «soberanía popular»  el mar ida je entre las esf era s públi cay pri vada, sin subordinación de ésta a aquélla; y advertir asimismo la necesidad de subordinar cualquiera de las dos a la otra cuando el tiempo, el lugar y las cir- cunstancias así parezcan recomendarlo. I.  Introducci  ó  n La obra de Jean-Jacques Rousseau ha sido muchas veces mal entendida, y no pocas  veces mal intencionadamente. Sin embar- go, creo que hay un modo bastante seguro de hacerle justicia, y que si bien nunca podrá preservarnos de nuestra torpeza, al menos podrá  garantizarnos contra acusa- ciones peores. El método no exige adoptar demasiadas precauciones, y su aplicaci ón es tanto más pertinente y fiable cuanto que es Rousseau quien nos lo propone:  «Todas mis ideas son coherentes, pero no me es posible exponerlas a la vez»  1 ;  «advierto al lector (...) que no poseo el arte de ser claro para quien no quiere prestar aten- ción»  2 , y  «pido la gracia de que se me conceda el tiempo de explicarme»  3 . Pues- to que me sería imposible adoptar a pies  juntillas estas advertencias sin tener que renunciar a la tarea de seguir escribiendo, las respetaré en tanto que pueda y ceder é el lugar de mis explicaciones a las suyas toda vez que no sepa explicarme tan cla- ramente como él. En el mes de agosto de 1762 Christo phe de Beaumont, Arzobispo de París y Par de Francia, publicó un mandamiento con- tra el  Emilio.  Rousseau se vio en la obli- gación de defenderse de falsas acusaciones dirigidas contra su persona, ocasi ón que aprovechó para demostrar su malestar con respecto a bastantes de sus lectores.  «Se han formulado juicios contrapuestos sobre mis libros, porque se me ha juzgado por las materias de que he tratado mucho más que por mis convicciones (...). Así  va fluc- tuando el necio público a mi respecto, tan sin saber por qué  me odia como por qué antes me apreciaba»  4 . Si bien es cierto que est os reproch es no consti tuían ninguna salida de tono, también lo es que a Rous- seau no podían sorprenderle muchos de los equí  vocos a que su obra daba lugar. Su gusto natural por la paradoja resultaba a la vez provocador y desconcertante, y su costumbre de mantener el uso de los términos en una constant e agitación semántic a desa fiaba cual quier conve n- ción  5 . No es raro, en fin, que de la con-  junción de estas dos aficiones se originasen malentendidos entre sus lectores; Rous- seau no tardó en darse cuenta de ello, pero la suerte estaba echada y ya no le cab ía otra esperanza que la de encomendarse al juicio de la posteridad. Sin embargo, durante sus años postrimeros sintió  viva- mente el temor de no ser nunca compren- dido o, dicho de modo más exacto, de caer una y ot ravez «en ma nosde los estamentos que me han tomado aversión»  6 . El 14 de febrero de 1776, cercana ya su muerte, casi toda esperanza agotada,

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ISEGORÍ  A/24 (2001) pp. 213-221 213

Lo pú

blico y lo privado en la obrade Jean-Jacques Rousseau

FERNANDO CALDERÓN QUINDÓSUniversidad de Valladolid

En este artículo los conceptos de público y privado son empleados como dos herra-mientas teóricas complementarias, válidasen la tarea de armonizar el pensamientopolítico y moral de Jean-Jacques Rous-seau. El propósito es doble: reconocer en

el espíritu del concepto de «soberaníapopular» el maridaje entre las esferaspública y privada, sin subordinación de éstaa aquélla; y advertir asimismo la necesidadde subordinar cualquiera de las dos a laotra cuando el tiempo, el lugar y las cir-cunstancias así parezcan recomendarlo.

I. Introducci ó n

La obra de Jean-Jacques Rousseau ha sidomuchas veces mal entendida, y no pocas veces mal intencionadamente. Sin embar-go, creo que hay un modo bastante segurode hacerle justicia, y que si bien nuncapodrá preservarnos de nuestra torpeza, almenos podrá garantizarnos contra acusa-ciones peores. El método no exige adoptardemasiadas precauciones, y su aplicaciónes tanto más pertinente y fiable cuanto quees Rousseau quien nos lo propone: «Todasmis ideas son coherentes, pero no me esposible exponerlas a la vez» 1; «adviertoal lector (...) que no poseo el arte de serclaro para quien no quiere prestar aten-ción» 2, y «pido la gracia de que se me

conceda el tiempo de explicarme» 3

. Pues-to que me sería imposible adoptar a pies juntillas estas advertencias sin tener querenunciar a la tarea de seguir escribiendo,las respetaré en tanto que pueda y cederéel lugar de mis explicaciones a las suyas

toda vez que no sepa explicarme tan cla-ramente como él.

En el mes de agosto de 1762 Christophede Beaumont, Arzobispo de París y Parde Francia, publicó un mandamiento con-tra el Emilio. Rousseau se vio en la obli-

gación de defenderse de falsas acusacionesdirigidas contra su persona, ocasión queaprovechó para demostrar su malestar conrespecto a bastantes de sus lectores. «Sehan formulado juicios contrapuestos sobremis libros, porque se me ha juzgado porlas materias de que he tratado mucho másque por mis convicciones (...). Así va fluc-tuando el necio público a mi respecto, tansin saber por qué me odia como por quéantes me apreciaba» 4. Si bien es cierto queestos reproches no constituían ningunasalida de tono, también lo es que a Rous-seau no podían sorprenderle muchos de

los equí vocos a que su obra daba lugar.Su gusto natural por la paradoja resultabaa la vez provocador y desconcertante, ysu costumbre de mantener el uso de lostérminos en una constante agitaciónsemántica desafiaba cualquier conven-ción 5. No es raro, en fin, que de la con- junción de estas dos aficiones se originasenmalentendidos entre sus lectores; Rous-seau no tardó en darse cuenta de ello, perola suerte estaba echada y ya no le cabíaotra esperanza que la de encomendarseal juicio de la posteridad. Sin embargo,durante sus años postrimeros sintió viva-

mente el temor de no ser nunca compren-dido o, dicho de modo más exacto, de caeruna y otravez«en manosde los estamentosque me han tomado aversión» 6.

El 14 de febrero de 1776, cercana yasu muerte, casi toda esperanza agotada,

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214 ISEGORÍ A/24 (2001)

Rousseau quiso ampararse en la única quetodavía creía tener: la divina Providencia.Pero esa mañana de invierno el coro dela Catedral de Notre-Dame apareció enre- jado y Rousseau, que pretendía depositarsus Di á logos en el altar mayor, tuvo querenunciar a hacerlo. Después de los Di á- logos vinieron las Enso ñ aciones. Cansadode batallar, harto de prestar su personaa las chanzas de sus contemporáneos, viejo y enfermo como estaba, la tarea de pensaren la sociedad de los hombres se le hacía  ya demasiado fatigosa. Después de una vida consagrada a una humanidad ingrata,Rousseau decidía ahora entregarse encuerpo y alma al cuidado de sí mismo, alsentimiento maravilloso de su propia exis-tencia, y a largos y solitarios paseos entrelos inocentes encantos de la naturaleza.Quince años después de la publicación de El Contrato Social, Rousseau seguía siendoel mismo. Sin embargo, las circunstanciashabían experimentado un cambio sorpren-dente y Rousseau, ciudadano de Gine- bra 7en otro tiempo, será ahora, más aúnque en aquellos meses de Montmorency,un oso ermita ñ o 8 contento por fin de abra-zar su independencia.

El corazó

n de Rousseau siempre estuvodisputado por dos sentimientos contra-puestos: uno le inspiraba un gusto irre-formable por la independencia y el retiro;el otro le interesaba por la suerte de loshombres, por la conservación de éstos ypor la libertad y felicidad de los pueblos. Ambos sentimientos aguijoneaban su cora-zón sin cesar: aquél le trasladaba a «unahermosa orilla» 9 en la que el hombre vivíatranquilo, solo y autosuficiente acogido enel seno de una naturaleza benefactora; esteotro, más ingrato sin duda, le devolvía aldrama de los hombres reunidos, al incierto

porvenir de las naciones y a sus más tristes y dolorosos desvelos. Los hombres habían

renunciado a su libertad a cambio de unaexistencia tranquila, y este trueque, al quetodos los hombres parecían haber asentidode buena gana, desgarraba brutalmente el

corazón de Rousseau. «Renunciar a lalibertad es renunciar a la cualidad de hom-bre, a los derechos de la humanidad y auna sus deberes» 10; si todavía nos es queridanuestra naturaleza, restituyamos la liber-tad que abandonamos en los bosques,dotemos a nuestras acciones de la mora-lidad que les es debida, y convirtámonosen virtuosos ciudadanos sin despreciar elbello honor de haber nacido hombres. Massi ya no podemos ser libres por nuestracuenta y riesgo, ¿cómo podremos volvera serlo?: apelando a la sagrada convencióndel pacto, de modo tal que siendo para

todos mucho menos gravoso queú

til, noquiera nadie sustraerse de aquél sin renun-ciar asimismo al ejercicio del más preciosode todos nuestros derechos: el de lalibertad.

II. Genealogí   a d e l o pú blico y de lo privado

 El Contrato Social no es ninguna «Utopía».Rousseau se tomó la molestia de decirlo,pero su advertencia apenas fue conside-rada. El Contrato Social es, si se quiere,el compromiso con una idea irrealizable,pero el valor de esta idea —quede estomuy claro— no depende de sus posibili-dades de ejecución. El Contrato Social esuna propuesta de solución demasiadoencumbrada como para alcanzar a rozarlaalguna vez, pero el empeño de acercár-nosla no es en balde, porque su presenciaalienta nuestra libertad moribunda y com-promete a cada ciudadano con todos losdemás. Se trata, en definitiva, de un ejer-cicio teórico deliberadamente desprendidode cualquier concreción 11 porque «creoque sólo puede haber evidencia en las leyesnaturales y políticas consideradas en abs-

tracto» 12

. Una vez establecida esta eviden-cia, podremos pensar cabalmente en otor-gar a cada uno de los pueblos dispersospor la Tierra la clase de gobierno que másles convenga. Es, por cierto, la imposibi-  lidad de poner en pr  á  ctica las demandas

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ISEGORÍ A/24 (2001) 215

  contractuales propuestas por Rousseau, lo que demuestra que en las cosas de los hom- bres todo es susceptible de m á  s y de menos así  sean unas u otras las circunstancias.

Entremos por fin en materia formulán-donos esta pregunta ¿qué ocurre con lopúblico y lo privado?: respondamos con lo  que las circunstancias dispongan. Hagamosla pregunta de otro modo: ¿Hay alguna cir-cunstancia que por ser común a todos lospueblos incline nuestra elección más de unlado que de otro, y cuyo vigor y resistenciasean tales que podamos garantizar nuestraelección sin el temor de habernos equivo-cado?: esta circunstancia existe, pues loshombres, además de hombres, son desdehace mucho ciudadanos. Imagínese unasociedad de hombres tramposos, malvados y ladrones entre quienes el asesinato, lacalumnia y el fraude se devuelven con casitoda impunidad; me cuesta imaginar qué ventajas podrían tener, qué beneficio comúnobtendrían esos hombres de su convivencia,qué cosa atraería sus vidas a lo públicoimportándoles tan sólo ese feroz interés,pero debe de haber ventajas a pesar de que yo las ignore, pues, ¿por qué razón si nohabrían de mantenerse unidos? Imagínese

ahora una sociedad de hombres sin la temi-ble ferocidad de aquéllos, pero con pasionessemejantes a las nuestras; uno se acerca anosotros y nos dice que «lo público meimporta un comino con tal de que nadiemeta sus narices en mis asuntos», pero estehombre no sabe lo que dice y mucho menoslo que le interesa, porque la suerte de susnegocios parece depender bastante de losdesignios de la voluntad pública. Imagínese,por último, una sociedad de Numas, Fabri-cios y Catones, una sociedad de ciudadanos virtuosos dedicados en cuerpo y alma a lastareas públicas, sin tiempo para nada más

 y con sus mujeres siempre atentas a las labo-res del hogar; lo privado ocuparía en elcora-zón de estos hombres un lugar puramentetestimonial, y quién sabe si por mor del bienpúblico no estarían también dispuestos asacrificar esta exigua porción.

Genealógicamente lo privado precede alo público, pero una vez instituidas las socie-dades, lo público precederá siempre a loprivado. Aquella relación depende delorden de la naturaleza por cuanto tiene suorigen en un estadio inmediatamente ante-rior al del ingreso del hombre en sociedad;esta otra relación, en cambio, depende dela política, pues hay que buscar su origenallí donde nace la historia de los hombresreunidos. Es f ácil proponer la siguienteobjeción a esta clase de relaciones: ¿cómosostener que lo privado fue genealógica-mente anterior a lo público cuando, antes

de devenir ciudadanos, fuimos salvajes soli-tarios sin idea alguna de lo «tuyo» y delo «mío»? Mucho más sensato sería pensaren una comunidad de salvajes 13 repartidospor todos los climas y continentes, en laque «los frutos son de todos y la Tierrano es de nadie» 14. Sin embargo, no debeolvidarse que después de que los hombresfueran salvajes y antes de que llegasen aformar sociedad hubo, según Rousseau, uninstante intermedio en la historia de lahumanidad en el que «los primeros pro-gresos del corazón fueron efecto de unasituación nueva que reunía en una habita-

ció

n comú

n a maridos y mujeres, a padrese hijos (...). Cada familia vino a ser unapequeña sociedad 15. Pero concluir que lopúblico tiene su ascendiente sobre lo pri-  vado es, hasta este punto, apercibirse deuna simple cuestión de hecho. Se trata deun presupuesto irrenunciable, de una con-dición sine qua non, y casi podría decirseque de un asunto meramente formal si nofuera porque el interés por conservarse escomún a todo hombre sin excepción.

III. Lo pú  blico y lo privado, sometidos

 a la violencia de las circunstancias

Olvidemos la comunidad de la naturaleza y volvamos nuestra mirada al Siglo de lasLuces; volvamos de esas «selvas inmensasque jamás mutiló el hacha» 16, a las «rien-

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tes campiñas» 17 en que las hemos conver-tido, y en que vemos a la «miseria germinar y crecer con las mieses» 18. El espectáculode los pueblos modernos es, para Rous-seau, el triste homenaje que el hombre rin-de a Quien le puso en disposición de haceruso de su libertad, y, su Contrato Social,el texto en el que se contiene una seriapropuesta de reforma. Sin embargo, Rous-seau no escribió este libro para que se loentendiese al pie de la letra, y menos aúnpara que los pueblos, muy distintos entresí, otorgaran a ese breviario político todala fuerza de la acción. Cualquiera que leaesta obra podrá advertir f ácilmente quela utilidad común por la que los hombresse unen exige un compromiso recíprocoirrenunciable, pues todo pueblo debe sersoberano, y la soberanía es indivisible einalienable; sin embargo, debe recordarseque s ó lo puede haber evidencia en las leyes  naturales y polí ticas consideradas en abs-tracto, y que una vez desprendidas de estemolde, «la ciencia de gobernar no es sinouna ciencia de combinaciones, aplicaciones y excepciones, según el tiempo, lugar y cir-cunstancias» 19. Lo público y lo privadoserán dos variables expuestas a un trasiegoconstante cuya determinación exige pon-derar escrupulosamente el juego de lascircunstancias.

Pero puesto que El Contrato Social nonos dice en ningún caso lo que debemoshacer, sino lo que tendríamos que haberhecho, empecemos por considerar estepunto para caer luego en la cuenta de loque cada pueblo está todavía en condicio-nes de hacer para su propio beneficio. Elsoberano, que no admite representación,es el encargado de proponer, discutir e ins-tituir las leyes. El soberano es enteramentelibre de promulgar la ley que sea, y si es

de su voluntad disolverse, nadie podrá

arrogarse el derecho de impedírselo. Ima-gínese que un período prolongado debonanza económica pone a la mayoría delos súbditos delEstado en situación devivirholgadamente sin depender de sus vecinos,

circunstancia que unida a otras convenceal legislador para redactar una ley que exi-ma a sus conciudadanos de la tarea de con-currir a los actos de deliberación pública.La aprobación de esta ley se convertiríaenel último acto soberano después del cuallos ciudadanos dejarían de serlo irremi-siblemente. En otras palabras: cuando laatención a los asuntos privados pone alsúbdito en situación de descuidar las tareaspúblicas, entonces el pacto se rompe y elciudadano se despoja de sus deberes yderechos para mantener sólo los que lequedan como hombre.

Por otro lado, debe advertirse, no obs-tante, que el valor de lo privado no es des-preciado por Rousseau y no sólo porque,tocante a la propiedad, esté de acuerdoen que cada uno conserve la suya segúndeterminadas proporciones. El legisladordebe «persuadir sin convencer» 20, nos diceRousseau, advertencia que no sólo nosinforma de la clase de discurso que el legis-lador debe pronunciar, sino también de laclase de instrucción que todo ciudadanodebe tener. El legislador, propietario deuna inteligencia superior, dirige al audi-torio hacia la opinión que el mismo tiene,

pero no le determina enésta. Su voluntadno persigue disolver la de cada ciudadano

en la suya, sino comparar las razones quedeterminan la de cada uno con las suyaspropias. Apenas iniciado El ContratoSocial, Rousseau confiesa: «Nací ciudada-no en un Estado libre y, miembro del sobe-rano, por muy débil influencia que puedatener mi voz en los asuntos públicos, mebasta el derecho a votar sobre los mismospara imponerme el deber de instruirme asu respecto» 21. Todo ciudadano debetener y dar su propia opinión sobre cual-quier asunto público, dado que las opinio-

nes de partido ejercen invariablemente unefecto pernicioso sobre la voluntad gene-ral. Las asociaciones parciales son volun-tades intermedias capaces de malograr losresultados de la deliberación pública, puesbien podría darse la circunstancia de que

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ISEGORÍ A/24 (2001) 217

un partido contase con tantos afiliados quesu interés terminase prevaleciendo sobretoda la comunidad.

Hay, por último, un detalle que ha pasa-do comúnmente desapercibido, al menoshasta donde yo sé, y sobre elqueme parecepertinente detenerse. Ya dijimos que nin-guna instancia puede pedirle cuentas alsoberano. Éste es un cuerpo absolutamen-te libre cuya única traba no puede decirseseriamente que lo sea, pues advertir quees absurdo que la voluntad se ponga cade-nas para el futuro es tanto como instarnosa tomar medidas contra lo que de ningúnmodo tendríamos la ocurrencia de hacer:condenar explícitamente nuestra libertadpor obra de nuestra propia libertad. Sinembargo, el rigor con que El ContratoSocial define el concepto de soberanoparece relajarse sensiblemente en lo tocan-te a «las personas privadas que lo com-ponen» 22, es decir, cuando la convencióndel pacto y la voz de la naturaleza entranen la disputa de sus derechos. Por un lado,el soberano puede hacer uso de su libertada discreción, y si es de su voluntad «hacersemal a sí mismo» 23 se lo hará de todosmodos; por otro lado, los súbditos con-

servan la dignidad de haber nacido hom-bres, y aunque se deben al Estado en quehan nacido o por aquel por el que fueronadoptados, «su vida y libertad son natu-ralmente independientes» 24 del soberano,por lo que éste «no puede cargar a lossúbditos con ninguna cadena inútil parala comunidad» 25. Pero si el soberano eslibre de provocarse daño, ¿no es meterseen sus asuntos querer impedírselo?: pareceque sí. ¿No es asimismo inimaginable queel soberano quiera hacer inútilmente gra- vosa la vida de sus súbditos?: sin duda quelo es. Luego es ridículo temer que alguna

 vez pueda ocurrir. En la parte que el sú

b-dito conserva sólo para sí, ningún interésajeno podrá venir a estorbarle impune-mente. El disfrute de la vida privada, enconsecuencia, est á amparado en el espí  ritu  de la voluntad general, porque encadenar

inútilmente al súbdito al desempeño deobligaciones absurdas repudia a esa volun-tad que «es siempre recta y que tiendesiempre a la utilidad pública» 26.

Todo esto está muy bien, pero ni huboni habrá nación de la que podamos extraertodas estas sabias lecciones. Hay numero-sas circunstancias sin las cuales es impo-sible devolver a los pueblos a su libertad, y sería un prodigio que todas ellas se diesena la vez en una región circunscrita. Portanto, sólo puede confiarse en el é xito deun ó ptimo relativo según la suerte de lascondiciones iniciales, de lo que se sigueque cada pueblo tendrá un límite más aba- jo del cual no pueda caer y otro más arribadel cual le sea imposible encumbrarse. Lasuerte de lo público y de lo privado depen-derá en cada caso del número y valor delas circunstancias. De todo esto se sigueque debe renunciarse a la tarea de com-parar el estado de los pueblos con respectoal de cada uno, porque lo que convienea un pueblo puede no convenir a su vecino.Neuchâtel o cualquiera de los cantones deSuiza ¿podrán compararse con las pobla-ciones amerindias?; ¿qué tienen que verlos antiguos suizos, entre quienes «los ríos y torrentes que los separaban proporcio-naban a cada uno los medios para pres-cindir de sus vecinos» 27, con Francia oInglaterra?; ¿qué habrá de común entreesos «gobiernos tan sabiamente pondera-dos, caídos en la decrepitud» 28, con Polo-nia, «esta región despoblada, devastada,oprimida, abierta a sus agresores, en elmá ximo de sus desgracias y de su anar-quía» 29? Probablemente hombres conmuchos vicios y casi ninguna virtud, aman-tes sin excepción de la libertad y esclavoscasi todos.

  Algunas naciones ocupan tan anchas

geograf ías que parece incluso inveros

ímilque los hombres que las habitan puedan

 vivir bajo el mismo gobierno. Las estacio-nes, los climas, la fertilidad de los suelos,la proximidad del mar, cualquier circuns-tancia tiene su consecuencia sobre los

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218 ISEGORÍ A/24 (2001)

hombres, y si se quiere que los ciudadanostodavía compartan lo bastante como paraseguir considerándose miembros de aquél,hará falta reanimar en el corazón de aqué-llos el sentimiento patrio que nunca debe-rían haber perdido. Las costumbres, esacuarta categoría de leyes contemplada porRousseau en El Contrato Social, adquierenen la inmensidad de estas naciones unaimportancia inapreciable. La uniformidadde las costumbres y el apego de cada unoa todas ellas tendrían que ser tales que,por decirlo así, las estaciones, los climas y los suelos se arrimasen desde todas parteshasta aglutinarse, mezclarse y acabar final-mente confundiéndose. Polonia es el ejem-plo que Rousseau propone. Se trata de unpaís de dimensiones desproporcionadas,amenazado por sus divisiones internas tan-to como por las potencias vecinas, mise-rable y débil aunque amante de su libertad y de sus leyes. Si Polonia quiere recuperarel vigor de otro tiempo, ¿de qué medioshabrá de valerse? «¿Osaré decirlo?Mediante juegos de niños» 30 siemprepúblicos de modo que éstos se acostum-bren tempranamente «a la regla, a la igual-dad, a la fraternidad, a la emulación, a vivir bajo la mirada de sus conciudadanos y a desear la aprobación pública» 31. Estasmedidas, de las que seguramente bienpodrían prescindir otros pueblos, exigenel sacrificio a lo público de lo privado, yresponden a circunstancias excepcionalesalejadas del círculo perfecto de las eviden- cias polí ticas.

Pueblos como el polaco necesitan atodos los hombres en el interior de susfronteras, porque al temor cierto de serinvadido no puede oponérsele seriamentela fuerza de la ley, sino la de los brazos,pues sólo con los brazos se empuñan el

arma y los aperos del campo. Pero en unpueblo en que la defensa está suficiente-mente cubierta y las pasiones desbocadas,el servicio que el buen ciudadano tiene eldeber de prestar se ejercitará con mayoraptitud en tierra extraña o en cualquier

punto en que el espíritu pueda recobrarsu serenidad y la vigilancia de sus pasiones.« Algo es, cuando se carece de fuerza ysalud para trabajar con lasmanos, osar des-de el retiro hacer oír la voz de la verdad. Algo es advertir a los hombres de la locurade las opiniones que los hace misera-bles» 32. He aquí otra circunstancia por laque un hombre, el propio Rousseau, tuvoque renunciar al trato diario de sus vecinospara trabajar por el bien de Ginebra, supueblo. Esta excepción tampoco podríahaber sido nunca contemplada en El Con-trato Social.

IV. Lo pú blico, lo privado y la mujer 

 como excepci ó n

La vasta región del mundo alberga hom-bres de toda clase y condición repartidosentre pueblos no menos distintos entre sí.Unos conservan el brío de la juventud yson aguerridos, otros son feroces e igno-rantes, algunos son sabios y sin escrúpulos,los hay sanguinarios y enemigos del mundoentero, los hay pacíficos y serviles, unospocos empeñan su vida en la libertad, ytodavía menos son los hombres y pueblosque nacen, viven y mueren habiendo sidosiempre libres. Ante esta miscelánea dehombres, en el fondo iguales, la aspiraciónde proponer reformas universales y abso-lutas parece escasamente recomendable.Las reformas deberán ser siempre relati-  vas, pues aunque los hombres son natu-ralmente libres e iguales, no puede supo-nerse que los ciudadanos lo sigan siendoen esa misma armónica proporción. Ahorabien, ¿esta versatilidad de las cosas delhombre debe aplicarse indiscriminada-mente? O de otro modo, ¿hay algún colec-tivo, sociedad o agrupación que deba serexceptuado de ser tratado según la circuns-tancia? Rousseau no parece tener ningúnreparo en hacer de las mujeres esa ex-cepción.

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ISEGORÍ A/24 (2001) 219

Rousseau fue un adalid de la libertad:los padres del derecho natural asegurabanque fue el entendimiento lo que distinguióa los hombres de las primeras bestias;Rousseau depondrá el entendimiento paracoronar al hombre con su condición deagente libre. Frente a las rancias monar-quías de Europa, proclamaba la soberaníade todos los pueblos; al materialismo des-garrador de sus contemporáneos, opuso laevidencia del espíritu; contra la educaciónimpartida por las órdenes religiosas, dema-siado interesadas en perpetuar los cuadrosdel Antiguo Régimen, quiso Rousseau for-mar ciudadanos capaces de pensamientocrítico... Pero, ¿por qué entonces no quisoconceder a las mujeres la misma libertadque se afanó tanto en querer devolver alos hombres?, es decir, ¿por qué impusoa la mujer su dedicación irrenunciable alámbito doméstico?

Los hombres han nacido todos libres eiguales, y en esa libertad e igualdad se fun-da el derecho natural. Sin embargo, huboun episodio en la historia de la humanidad,ese mismo en que cada familia vino a for- mar una peque ñ  a sociedad, que inclinó labalanza de los sexos del lado del varón.«Las mujeres se hicieron más sedentarias y se acostumbraron a guardar la choza ylos hijos mientras que el hombre iba enbusca de la subsistencia común» 33. Esteepisodio aconteció tardíamente, y el femi-nismo interesado en Rousseau lo sitúaentre el estado de pura naturaleza y el esta-do social. Para autoras como Rosa Coboo Carol Pateman, Rousseau se habríaamparado en la peculiaridad de este epi-sodio intermedio con el propósito de jus-tificar la subordinación de la mujer.

La descripción del estado de naturalezapropuesta por Rousseau contenía una cla-

ra intenció

n política: recuperar para losciudadanos la libertad e igualdad quetodos

ellos, en tanto que despojados injustamen-te de una y otra, se encuentran en el dere-cho de reclamar. Todos ellos excepto lamujer, quien antes de que hiciera su ingre-

so en la sociedad civil, puso su vida enmanos de su pareja. Cuando las familiasdecidieron unirse para vivir en sociedadla mujer fue restituida en su estado o, deotro modo, se le restauró en la sociedadcivil la subordinación a la que ya estabasiendo obligada en el estado de naturaleza.El hombre, en cambio, perdió la libertadcon la que había nacido, y aunque siguiómanteniendo su ascendiente sobre su pare- ja, salió perdiendo en todo lo demás. Elhombre que quiere ser libre en sociedad,nos avisa Rousseau, sólo podrá serlo comomiembro del soberano, es decir, consa-grando su vida a la actividad pública,demasiado fatigosa para ocuparse de nadamás y demasiado importante como paracompaginarla con las tareas en las que lasmujeres se desenvuelven tan bien.

La diferencia entre la esfera pública yla esfera privada depende tanto de la natu-raleza de los asuntos como de la naturalezade los sexos. Si el hombre pudiese desa-tender sus obligaciones con lo público, éstepodría llegar a un acuerdo con su mujerpara dividirse las tareas del hogar, puesse trata de un ámbito discreto y, para decir-lo burdamente, mientras el marido barre

el porche la mujer puede ir oreando laropa al sol. Pero si la mujer pudiera des-hacerse de sus tareas culinarias, su acti- vidad pública no podría ser en ningún caso,porque la virtud consiste en «la confor-midad de la voluntad particular con la voluntad general» 34, y la mujer no sabríatener otra que la suya. Más allá de la vidadoméstica, donde la piedad y la ternuraapenas valen nada, la mujer tampoco val-drá nada. La piedad es un sentimiento quedepende de la proximidad del objeto quelo inspira; quien sólo puede sentir piedad jamás podrá ser justo, y en cualquier acto

en que se exija justicia jamás podr

áinvo-carse la voz de una mujer. Es la piedad

la virtud que sirve al ginebrino para ridi-culizar cualquier demanda de participa-ción política femenina, y es, en cambio,la justicia la virtud que promueve la acti-

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NOTAS Y DISCUSIONES

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  vidad pública del varón. «Cuanta menosinmediata relación con nosotros mismostiene el objeto de nuestro af án, menostemible es la ilusión del interés particular,cuanto más se generaliza este interés, másequitativo se hace, y el amor del linajehumano no es otra cosa en nosotros queel amor a la justicia» 35.

BIBLIOGRAFÍ A

Obras de J. J. ROUSSEAU empleadas enel trabajo:

Cartas a Sof í  a, Madrid, Alianza Edito-rial, 1999.«Carta a Mirabeau», en Escritos pol é-

 micos, Madrid, Tecnos, 1994.«Cartas a Malesherbes», en Escritos

 pol é micos, Madrid, Tecnos, 1994.«Carta a d’ Alembert», en Escritos de

 combate, Madrid, Alfaguara, 1979.«Carta a Christophe de Beaumont», en

  Escritos de combate, Madrid, Alfaguara,1979.«Discurso sobre las Ciencias y las

 Artes», en Escritos de combate, Madrid, Alfaguara, 1979.

«Discurso sobre el Origen y los Fun-damentos de la Desigualdad entre losHombres», en Escritos de combate, Madrid, Alfaguara, 1979.

«El Contrato Social», en Escritos de

 combate, Madrid, Alfaguara, 1979.

  E m i l i o , B a r c e l o na , F o n t a n e l la ,1973.

 Las enso ñ  aciones del paseante solitario,

Madrid, Cátedra, 1986.

 Proyecto de Constituci ó  n para C ó rcega.

Consideraciones sobre el Gobierno de Polo-

 nia y su proyecto de reforma, Madrid, Tec-nos, 1988.

 Bibliograf í  a secundaria

C ASSIRER, E., The Question of Jean-Jacques

 Rousseau, 2.a ed., Yale University Press,London, 1989.

ROSENBLATT, H., Rousseau and Geneva,

Cambridge University Press, Cambrid-ge, 1997.

PEÑ A ECHEVERRÍ A, J., «Rousseau y la ideade comunidad política», Isegor í  a,

Madrid, 11, 1995.

NOTAS

1 J.-J. Rousseau, «El contrato social», en Escritos

 de combate, Madrid, Alfaguara, 1979, p. 430.2  Ibidem, p. 451.3 J.-J. Rousseau, «Consideraciones sobre el Gobier-

no de Polonia», en Proyecto de Constituci ó n para C ó r-

  cega. Consideraciones sobre el Gobierno de Polonia y

 su Proyecto de Reforma, Madrid, Tecnos, 1988, p. 144.4 J.-J. Rousseau, «Carta a Christophe de Beau-

mont», en Escritos de combate, pp. 522-523.5 En palabras de E. Cassirer, Rousseau «opposed

the essentially static mode of thought, feeling and pas-

sion. His dynamics still holds us enthralled today» (E.

Cassirer, The Question of Jean Jacques Rousseau, Lon-

dres, New Haven and London, 1989, p. 36.6 J.-J. Rousseau, Las enso ñ aciones del paseante soli-

tario, Madrid, Cátedra, 1986, p. 47.7 Rousseau renunciará en 1763 al estado de vecino

de Ginebra.

8  Así solía llamarlo su protectora y amiga Madamed’Epinay durante la estancia de éste en l’Ermitage.

9 J.-J. Rousseau, «Discurso sobre las ciencias y lasartes», en Escritos de combate, p. 23.

10 J.-J. Rousseau, El contrato social, p. 406.11 H. Rosenblatt rechaza en su libro ( Rousseau and

Geneva, Cambridge University Press, 1997) cualquierinterpretación utópica, pero comete un considerableerror al adoptar un punto de vista demasiado específicoque condena la universalidad de Du Contrat Social.Quizá la república de Ginebra necesitaba ser refun-dada, pero Rousseau no escribió este libro para lectura

exclusiva de sus conciudadanos, sino para toda lahumanidad.12 J.-J. Rousseau, «Carta al marqués de Mirabeau»,

en Escritos de combate, p. 269.13 El profesor de la Universidad de Valladolid, Don

Javier Peña Echeverría, en su artículo «Rousseau yla idea de comunidad política» propone esta descrip-

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NOTAS Y DISCUSIONES

ISEGORÍ A/24 (2001) 221

ción del hombre natural rousseauniano. Para Peña este

hombre natural «no es un individuo independiente,sólo existe en cuanto miembro de la comunidad a laque pertenece, la comunidad de la Naturaleza, en cuyoseno materno transcurre armónicamente su existencia.El precio que paga por estar a resguardo de los malesde la civilización es la carencia de subjetividad», «Rous-seau y la idea de comunidad política», Isegor í  a, Madrid,11, 1995, 126-143; p. 129. Ahora bien, ¿es posible unacomunidad sin sujetos auténticos? ¿Puede hablarse decomunidad cuando las partes que lo integran ni sesaben partes y muchomenosse puedencreer miembros?Creo que hay un modo de responder afirmativamentea esta pregunta, y que consistiría en hacer dependerel concepto de comunidad de algo ajeno a los hombres y que tenga, sin embargo, su consecuencia sobre ellos.Ese algo es para mí el orden de la naturaleza, ordenque involucra a todas las especies por igual y del que

Rousseau estaba muy seguro.14 J.-J. Rousseau, «Discurso sobre el origen...»,p. 180.

15  Ibidem, pp. 183-184.16  Ibidem, p. 153.17  Ibidem, p. 187.

18  Ibidem, p. 187.19 J.-J. Rousseau, «Carta al marqués de Mirabeau»,

p. 156.20 J.-J. Rousseau, El contrato social, p. 436.21  Ibidem, p. 401.22  Ibidem, p. 425.23  Ibidem, p. 446.24  Ibidem, p. 425.25  Ibidem, p. 426.26  Ibidem, p. 424.27 J.-J. Rousseau, Proyecto de Constituci ó n para C ó r-

 cega, p. 19.28 J.-J. Rousseau, «Consideraciones sobre...», p. 54.29  Ibidem, p. 54.30  Ibidem, p. 56.31  Ibidem, p. 71.32 J.-J. Rousseau, «Carta a Malesherbes», en Escri-

tos pol é micos, Madrid, Tecnos, 1994, p. 42.33

J.-J. Rousseau, «Discurso sobre el origen...»,p. 184.

34 Fragmento de los Premiers chefs d’  oeuvres poli-

tiques de J.-J. Rousseau, citado por Alicia Villar enCartas a Sof í  a, Madrid, Alianza Editorial, 1999, p. 23.

35 J.-J. Rousseau, Emilio..., p. 207.