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  • Libro proporcionado por el equipo

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  • Un investigador espaol (Jun Jos Bentez) es contactado por un individuoautodenominado el mayor, quien resulta ser un antiguo integrante de laUSAF. Tras la muerte de tan misterioso personaje, Juan Jos Bentez esconducido a travs de acertijos a un manuscrito, que resulta ser eltestimonio del mayor como partcipe de un proyecto ultrasecretodenominado Caballo de Troya.El proyecto consiste en la creacin y puesta en marcha de una mquina deltiempo, destinada a viajar a los momentos de pasin y muerte de Jess deNazaret. El manuscrito describe someramente los detalles tcnicosinvolucrados en tal empresa, pero sobre todo, las andanzas de los viajerosdel tiempo al lado del maestro de Galilea. Describe al Hijo del Hombre comoun individuo jovial y alegre, alejado de la ortodoxia tradicional, gustoso deofrecer sus profundas enseanzas espirituales a quien as lo desee. Elmayor, conocido como Jason por los habitantes de la poca, junto con sucompaero nombrado Eliseo, van dejando atrs su inicial escepticismo,convirtindose poco a poco al mensaje espiritual y religioso que Jess vapredicando.

  • J. J. BentezJerusaln

    Caballo de Troya 1

  • A Gabriel Del Barrio Garca, un noble y veterano socialista que mepreceder en el Reino de los Cielos

    (En representacin de los muchos amigos que me ayudaron durante los ciendas que permanec sumergido en la realizacin de Caballo de Troya).

  • Hay otras muchas cosas que hizo Jess.Si se escribiesen una por una, creo que el mismo mundo no podra contener

    los libros escritos.

    Evangelio de Juan, 21-25

  • WASHINGTON

    Mi reloj sealaba las tres de la tarde. Faltaban dos horas para que el CementerioNacional de Arlington cerrara sus puertas. Yo haba consumido la casi totalidadde aquel lunes, 12 de octubre, frente a las tres tumbas de los soldadosdesconocidos y a la minscula y perpetua llama anaranjada que da vida alrstico enlosado gris bajo el que reposan los restos del presidente John FitzgeraldKennedy.

    Aunque a fuerza de leerla haba terminado por aprendrmela, consult unavez ms la clave que me haba entregado el may or.

    Por ensima vez escrut el macizo sarcfago de mrmol blanco que selevanta en la cara este del Anfiteatro Conmemorativo y que constituye elmonumento inicial y ms destacado de la Tumba al Soldado Desconocido. En lacara Oeste han sido esculpidas tres figuras que simbolizan la Victoria, alcanzandola Paz a travs del Valor. Pero aquel panel no pareca guardar relacin con miclave

    Lentamente, como un turista ms, borde el cordn que cierra la reducidaexplanada rectangular y fui a sentarme frente a la cara posterior de la tumbacentral, en las escalinatas de un pequeo anfiteatro. Exhausto, repas cuantohaba anotado. Frente a m, a cinco metros de las tumbas, un soldado deinfantera del Primer Batalln de la Vieja Guardia, con sede en Fort My er,paseaba arriba y abajo, fusil al hombro, luciendo el oscuro uniforme de gala.

    Aunque la cadena de seguridad me separaba unos diez metros de esta partede la tumba, la ley enda grabada en el mrmol poda leerse con comodidad: Aqu reposa gloriosamente un soldado de los Estados Unidos que slo Diosconoce .

    Estar ah la clave? , me pregunt con nerviosismo.El solitario centinela, enjuto y fro como la bayoneta que remataba su

    brillante mosquetn, se haba detenido. Tras una breve pausa, gir, cambiando elarma de hombro. Segundos despus volva sobre sus pasos, detenindose frente ala tumba. All repiti el cambio de posicin de su fusil y, girando de nuevo,reinici su solemne desfile.

    Mi amigo el mayor norteamericano s haca referencia al soldado que montaguardia da y noche en el cementerio de los hroes, en Washington.

    El centinela que vela ante la tumba te revelar el ritual de Arlington ,rezaba la primera frase de su postrera carta

  • MXICO, D.F.

    Pero justo ser que, antes de proseguir con esta nueva aventura, cuente cundo yen qu circunstancias conoc al mayor y cmo me vi envuelto en una de lasinvestigaciones ms extraas y fascinantes de cuantas he emprendido.

    En el mes de abril de 1980, y por otros asuntos que no vienen al caso, meencontraba en Mxico (Distrito Federal). Hacia escasos meses que haba escritomi primer libro sobre los descubrimientos de los cientficos de la NASA sobre laSbana Santa de Turn y recuerdo que en una de mis intervenciones en latelevisin azteca concretamente en el prestigioso y popular programainformativo de Jacobo Zabludowsky, yo haba comentado algunos pormenoressobre las aterradoras torturas a que haba sido sometido Jess de Nazaret. Antemi sorpresa y la del equipo de Televisa, esa noche se registr un torrente dellamadas desde los puntos ms dispares de la Repblica e, incluso, desde Miami yCalifornia.

    Al regresar a mi hotel, la operadora del Presidente Chapultepec me dio pasoa una llamada que no olvidar jams.

    El seor J. J. Bentez?S, dgameEs usted J. J. Bentez?S, soy y o Quin habla?Le he visto en el programa del seor Zabludowsky y me sentira muy

    honrado si pudiera conversar con usted.Bueno, usted dir respond casi mecnicamente, al tiempo que me

    dejaba caer sobre la cama. En aquellos primeros instantes confund a micomunicante con el tpico curioso. Y me dispuse a liquidar la conversacin a laprimera oportunidad.

    Como habr adivinado por mi acento, soy extranjero Sinceramente, alescucharle me ha impresionado su inters por Cristo.

    Disculpe le interrump, tratando de saber a qu atenerme, cmo meha dicho que se llama?

    No, no le he dicho mi nombre. Y si usted me lo permite, dada mi condicinde antiguo piloto de las fuerzas areas norteamericanas, preferira no drselo portelfono.

    Aquello me puso en guardia. Me incorpor e intent ordenar mis ideas.No s cul es su plan de trabajo en Mxico continu en un tono sumamente

    afable pero quiz pueda ser de gran inters para usted que nos veamos. Qu leparece?

    No s dud; dnde se encuentra usted?

  • Le llamo desde el estado de Tabasco. Tiene previsto algn viaje a estazona?

    Francamente, no; peroUna vez ms me dej llevar por la intuicin. Un antiguo piloto de la USAF?

    Poda ser interesanteLa experiencia como investigador me ha ido enseando a aceptar el riesgo.

    Qu poda perder con aquella entrevista?Puede usted adelantarme algo? insinu sin reprimir la curiosidad.No Crame. No puedo por telfono Es ms: no deseo engaarle y le

    adelanto ya que en esa primera conversacin, si es que llega a celebrarse,probablemente no saque usted demasiadas conclusiones. Sin embargo, insisto enque nos veamos

    Est bien cort con cierta brusquedad. Acepto. Dnde y cundo nosvemos?

    Puede usted desplazarse hasta Villahermosa? Yo estar aqu hasta elsbado. Conoce usted la ciudad?

    S, por supuesto respond un tanto contrariado.Si la memoria no me fallaba, en julio de 1977 Raquel y yo habamos visitado

    la zona arqueolgica de Palenque, en el estado de Chiapas, y las colosalescabezas olmecas de Villahermosa. Pero y o me encontraba ahora en el DistritoFederal, a mil kilmetros de la trrida regin tabasquea.

    Le parece bien el viernes, da 18?Un momento. Permtame que vea mi agendaLa verdad es que yo saba de antemano que no exista compromiso alguno

    para dicho viernes. Pero el hecho de tener que viajar basta Tabasco, sin garantasni referencias sobre la persona con la que pretenda entrevistarme, me habairritado. Y busqu afanosamente alguna excusa que me apeara de tandescabellado viaje. Fueron segundos tensos. Por un lado, el instinto periodsticotiraba de m hacia Villahermosa. Por otro, el sentido comn haba empezado azancadillear mi frgil entusiasmo. Por fortuna para m, el primero se impuso yacept:

    Muy bien. Creo que hay un vuelo que sale de Mxico a primera hora de lamaana. Dnde puedo verle?

    Conoce usted el Parque de la Venta?El hombre debi de percibir mis dudas y aadi:El de las cabezas olmecasS, lo conozco.Le estar esperando junto al Gran AltarPero, cmo voy a reconocerle?No se preocupe.Aquella seguridad me dej fascinado.

  • Lo ms probable concluy es que y o le reconozca primero.Est bien. De todas formas llevar un libro en las manosComo guste.Entonces hasta el viernes.Correcto. Muchas gracias por atender mi llamada.Ha sido un placer ment. Buenas noches.Al colgar el auricular me vi asaltado por un enjambre de dudas. Por qu

    haba aceptado tan rpidamente? Qu seguridad tena de que aquel supuestoextranjero fuera un piloto retirado de la USAF? Y si todo hubiera sido unabroma?

    Al mismo tiempo, algo me deca que deba acudir a Villahermosa. El tono devoz de aquel hombre me haca intuir que estaba ante una persona sincera. Pero,qu quera comunicarme?

    Pens, naturalmente, en esa enigmtica informacin. Lo ms lgico medeca a m mismo mientras trataba intilmente de conciliar el sueo es que setrate de algn caso ovni protagonizado por los militares norteamericanos. Ono? .

    Por qu cit mi inters por Cristo? Qu tena que ver un veterano militarcon este asunto? .

    A decir verdad, cuanto ms remova el suceso, ms espeso e irritante se meantojaba. As que opt por la nica solucin prctica: olvidarme hasta el viernes,18 de abril.

  • TABASCO

    A las 10.45, una hora escasa despus de despegar del aeropuerto Benito Jurez dela ciudad de Mxico, tomaba tierra en Villahermosa. Al pisar la pista, un familiarhormigueo en el estmago me anunci el comienzo de una nueva aventura. Allestaba yo, bajo un sol tropical, con la inseparable bolsa negra de las cmaras alhombro y un ejemplar de mi libro El Enviado entre las manos.

    Veremos qu me depara el destino , pens mientras cruzaba laachicharrante pista en direccin al edificio terminal. Aquella situacin paraqu voy a negarlo me fascinaba. Siempre me ha gustado jugar a detectives

    Por ello, y desde el momento en que abandon el reactor de la compaaMexicana de Aviacin que me haba trasladado al estado de Tabasco, fui fijandomi atencin en las personas que aguardaban en el aeropuerto. Estara all elmisterioso comunicante?

    Si haca caso al timbre de su voz, mi annimo amigo deba rondar loscincuenta aos. Quiz ms, si consideraba que era un piloto retirado del servicioactivo.

    Sujet el libro con la mano izquierda, procurando que la portada quedara bienvisible, y despaciosamente me encamin al servicio de cambio de moneda. S elnorteamericano estaba all tena que detectarme.

    Cambi algunos dlares, y con la misma calma me dirig a la puerta de salidaen busca de un taxi.

    Nadie hizo el menor movimiento ni se dirigi a m en ningn momento.Estaba claro que el extranjero no se hallaba en el aeropuerto, o al menos nohaba querido dar seales de vida.

    Pocos minutos despus, a las 11.15 de aquel viernes, 18 de abril de 1980, unempleado del Parque Museo de la Venta me extenda el correspondiente boletode entrada, as como un sencillo pero documentado plano para la localizacin delas gigantescas esculturas olmecas.

    El parque pareca tranquilo.Consult el mapa y comprob que el Gran Altar nuestro punto de reunin

    estaba enclavado justamente en el centro de aquel bello museo al aire libre. Elitinerario marcaba un total de 27 monumentos. Yo deba llegar al enclavenmero cinco. Si todo marchaba bien, all debera conocer, al fin, a miinformador.

    Sin prdida de tiempo me adentr por el estrecho camino, siguiendo lashuellas de unos pies en rojo que haban sido pintadas por los responsables delparque y que constituan una simptica ay uda para el visitante.

    A los pocos metros, a mi izquierda, descubr el monumento nmero 1. Se

  • trataba de una formidable cabeza de jaguar semidestruida, con un peso de treintatoneladas.

    Prosegu la marcha, adentrndome en un espeso bosquecillo. El coraznempezaba a latir con may or bro.

    A unos ochenta pasos, a la derecha del camino, aparecieron las esculturas deun mono y de otro jaguar. Eran los monumentos nmeros 2 y 3. Frente al jaguar,el plano marcaba la figura de un manat, tallado en serpentina. Era el nmero 4.

    Avanc otra treintena de metros y al dejar atrs uno de los recodos delsendero reconoc entre la espesura el enclave nmero 4 bis: otro pequeo jaguar,igualmente tallado en basalto.

    El siguiente era el Gran Altar Triunfal.Aquellos ltimos metros hasta la pequea explanada donde se levanta el

    monumento nmero cinco fueron singularmente intensos. Hasta ese momento nohaba coincidido con un solo turista. Mi nica compaa la formaban mispensamientos y aquella loca algaraba del sinfn de pjaros multicolores querelampagueaba entre las copas de los corpulentos huayacanes, parotas y cedrosrojos.

    Al entrar en el calvero me detuve. El corazn me dio un vuelco. El GranAltar estaba desierto. Bajo el ara, en un nicho central, un personaje desnudo ymusculoso empuaba una daga en su mano izquierda. Con la derecha, la estatuasujetaba una cuerda a la que permaneca amarrado un prisionero.

    El furioso sol del medioda me devolvi a la realidad. Dnde est el maldito yanqui? , balbuc indignado.La sola idea de que me hubiera tomado el pelo me desarm. Avanc

    desconcertado hacia el Gran Altar, sintiendo el cruj ir del guijo blanco bajo misbotas.

    Quiz me he adelantado , pens en un dbil intento por tranquilizarme.De pronto, alertado supongo por el ruido de mis pasos sobre la grava, un

    hombre apareci por detrs de la gran mole de piedra. Ambos permanecimosinmviles durante unos segundos, observndonos. Jams olvidar aquellosinstantes. Ante m tena a un individuo de considerable altura quiz alcanzase1,80 metros, con el cabello cano y vistiendo una guayabera y unos pantalonesigualmente blancos.

    Respir aliviado. Sin duda, aqul era mi annimo comunicante.Buenos das exclam, al tiempo que se quitaba las gafas de sol y

    dibujaba una amplia sonrisa. Es usted J. J. Bentez?Asent y estrech su mano. Suelo dar gran importancia a este gesto. Me gusta

    la gente que lo hace con fuerza. Aquel apretn de manos fue slido, como el dedos amigos que se encuentran despus de largo tiempo.

    Le agradezco que haya venido coment. Creo que no se arrepentirde haberme conocido.

  • Ni en esta primera entrevista ni en las que siguieron en meses posteriorespude averiguar la edad exacta de aquel norteamericano. A juzgar por su aspectohuesudo y con un rostro acribillado por las arrugas quiz rondase los sesentaaos. Sus ojos claros, afilados como un sable, me inspiraron confianza. No s larazn, pero, desde aquel primer encuentro al pie del Gran Altar en el Museo de laVenta, se estableci entre nosotros una mutua corriente de confianza.

    Conozco un restaurante donde podemos conversar. Tiene hambre?No senta el menor apetito, pero acept. Lo que me consuma era la

    curiosidad.Al cabo de unos minutos nos sentbamos en un sombreado establecimiento,

    casi al final de la calle del Paralelo 18. En el trayecto, ninguno de los doscruzamos una sola palabra. Supongo que mi nuevo amigo hizo lo mismo que y o:tratar de descubrir en el otro hasta los ms nimios detalles Despus de aquelsaludo en el museo de las gigantescas cabezas negroides, la certeza de que meencontraba ante una posible buena noticia haba ido ganando terreno.

    Usted dir romp el silencio, invitando a mi acompaante a queempezara a hablar.

    En primer lugar quiero recordarle lo que y a le dije por telfono. Es posibleque se sienta decepcionado despus de esta primera conversacin.

    Por qu?Quiero ser muy sincero con usted. Yo apenas le conozco. No s hasta

    dnde puede llegar su honestidadLe dej hablar. Su tono pausado y cordial haca las cosas mucho ms fciles. Para depositar en sus manos la informacin que poseo es preciso

    primero que usted me demuestre que confa en m. Por eso y le ruego que nose alarme necesito probar y estar seguro de su firmeza de espritu y, sobretodo, de su inters por Cristo.

    El americano se llev a los labios un jugo de naranja y sigui perforndomecon aquella mirada de halcn. Debi captar mi confusin. Qu demonios tenaque ver mi firmeza de espritu con Cristo, o, mejor dicho, con mi inters porJess?

    Permtame un par de preguntas, seorSi no le molesta repuso con una fugaz sonrisa llmeme may or. Por el

    momento, y por razones de seguridad, no puedo decirle mi verdadero nombre.Aquello me contrari. Pero acept. Qu otra cosa poda hacer si de verdad

    quera llegar al fondo de aquel enigmtico asunto?Est bien, mayor. Vayamos por partes. En primer lugar, usted dice ser un

    oficial retirado de las fuerzas areas norteamericanas. Estoy equivocado?No, no lo est.Bien. Segunda pregunta: qu tiene que ver mi inters por Cristo con esa

    informacin que usted dice poseer?

  • El camarero situ sobre el mantel rojo sendas bandejas con postas de robaloy mole verde, quesadillas y un inmenso filete de carne a la tampiquea.

    El mayor guard silencio. Ahora estoy seguro de que aqulla fue unasituacin difcil para l. Mi amigo debi luchar consigo mismo para contenerse.

    Cuando usted conozca la naturaleza de esa informacin puntualizcomprender mis precauciones. Es preciso que antes que eso suceda, y o estconvencido de que usted, o la persona elegida, ser capaz de valorarla y, sobretodo, de que har un buen uso de ella.

    No termino de entender por qu se ha fijado en mEl mayor sostuvo aquella mirada penetrante y pregunt a su vez:Cree usted en la casualidad?Sinceramente, no.Cuando le vi y le escuch en televisin hubo una frase suya que me

    impuls a llamarle. Usted tuvo el valor de reconocer pblicamente que ahora, apartir de sus investigaciones sobre los descubrimientos de los cientficos de laNASA, haba descubierto a Jess de Nazaret. Usted no parece avergonzarsede Cristo

    Sonre.Y por qu iba a hacerlo si de verdad creo en l?Eso fue lo que usted transmiti a travs del programa. Y eso, ni ms ni

    menos, es lo que yo busco.No pude contenerme y le solt a quemarropa:Disculpe. Es usted miembro de alguna secta religiosa?El may or pareci desconcertado. Pero termin por sonrer, aportndome un

    nuevo dato sobre su persona.Vivo solo y retirado. Soy creyente y no puede sospechar usted hasta qu

    punto Sin embargo, he huido de cualquier tipo de iglesia o grupo religioso.Tenga la seguridad de que no se encuentra ante un fantico

    Cre percibir unas gotas de tristeza o melancola en algunas de sus palabras.Hoy, al recordarlo, y conforme fui desentraando el enigma del may ornorteamericano, no puedo evitar un escalofro de emocin y profundo respetopor aquel hombre.

    Dnde vive usted?En el Yucatn.Puedo preguntarle por qu vive solo y retirado?Antes de que respondiera trat de acorralarlo con una segunda cuestin:Tiene algo que ver con esa informacin que usted conoce?A eso puedo responderle con un rotundo s.El silencio cay de nuevo entre nosotros.Y qu desea que haga?El mayor extrajo de uno de los bolsillos de su guay abera una pequea y

  • descolorida libreta azul. Escribi unas palabras y me extendi la hoja de papel.Se trataba de un apartado de correos en la ciudad de Chichn Itz, en elmencionado estado del Yucatn.

    Quiero que sigamos en contacto respondi sealndome la direccin.Puede escribirme a ese apartado?

    Naturalmente, peroEl hombre pareci adivinar mis pensamientos y repuso con una firmeza que

    no dejaba lugar a dudas:Es preciso que ponga a prueba su sinceridad. Le suplico que no se moleste.

    Slo quiero estar seguro. Aunque ahora no lo comprenda, y o s que mis dasestn contados. Y tengo prisa por encontrar a la persona que deber difundir esainformacin

    Aquella confesin me dej perplejo.Est usted dicindome que sabe que va a morir?El mayor baj los ojos. Y yo maldije mi falta de tacto.PerdoneNo se disculpe prosigui el oficial, volviendo a su tono jovial. Morir no

    es bueno ni malo. Si se lo he insinuado ha sido para que usted sepa que esemomento est prximo y que, en consecuencia, no est usted ante un bromista oun loco.

    Cmo sabr si usted ha decidido o no que y o soy la persona adecuada?Aunque espero que volvamos a vernos en breve, no se preocupe.

    Sencillamente, lo sabr.No puedo disimularlo ms. Usted sabe que y o investigo el fenmeno

    ovniLo s.Puede aclararme al menos si esa informacin tiene algo que ver con estas

    astronaves?Lo nico que puedo decirle es que no.Aquello termin por desconcertarme.Dos horas ms tarde, con el espritu encogido por las dudas, despegaba de

    Villahermosa rumbo a la ciudad de Mxico. Yo no poda imaginar entonces loque me deparaba el destino.

  • YUCATN

    A mi regreso a Espaa, y por espacio de varios meses, el may or y y o cruzamosuna serie de cartas. Por aquellas fechas, mis actividades en la investigacin ovnihaban alcanzado ya un volumen y una penetracin lo suficientementedestacados como para tentar a los diversos servicios de Inteligencia que actanen mi pas. Era entonces consciente y lo soy tambin ahora de que mitelfono se hallaba intervenido y de que en muy contadas ocasiones, dada lanaturaleza de algunas de esas indagaciones, los sutiles agentes de estosdepartamentos (civiles y militares) de Informacin, haban seguido muy decerca mis correras y entrevistas. Lo que nunca supieron estos sabuesos esoespero al menos es que, en previsin de que mi correspondencia pudiera serinterceptada, y o haba alquilado un determinado apartado de correos,aprovechando para ello la complicidad de un buen amigo, que figur siemprecomo legitimo usuario de dicho apartado postal. Esta argucia me ha permitidodesviar del canal oficial aquellas cartas, documentos e informaciones engeneral que deseaba aislar de la malsana curiosidad de los mencionados agentessecretos. Naturalmente, por lo que pudiera pasar y dada la antigua profesin y lanacionalidad del mayor, sus misivas siguieron siempre este conductoconfidencial. Ni siquiera Raquel, mi mujer, supo de la existencia de este nuevoamigo ni de mis sucesivos contactos con l.

    Por otra parte, y aunque las cartas del may or hubieran cado en manos de losservicios de Inteligencia, dudo mucho que el contenido de las mismas pudierallamarles la atencin. Por ms que presion, jams logr que deslizara una solapista sobre la informacin que deca poseer. Sus amables escritos iban enfocadossiempre hacia un ms intenso y extenso conocimiento de mi forma de pensar, demis inquietudes y, especialmente, de mis pasos e investigaciones en torno a lapasin y muerte de Cristo. Recuerdo que una de sus cartas estuvo dedicada porentero a interrogarme sobre la ltima parte de mi libro El Enviado. Al parecer,mi supuesta entrevista con Jess de Nazaret, que cierra dicha obra, le caus unespecial impacto.

    Y lleg el otoo de 1980. En honor a la verdad, mis esperanzas de obteneralgn indicio sobre el impenetrable secreto del mayor se haban ido debilitando.Hubo momentos difciles, en los que las dudas me asaltaron con gran virulencia.Creo que mi escaso entusiasmo hubiera terminado por apagarse de no haberrecibido aquella lacnica carta casi telegrfica en la que mi amigo merogaba que lo dejara todo y volara hasta la ciudad de Mrida, en el estado delYucatn . Durante varios das no voy a negarlo me debat en una angustiosazozobra. Qu deba hacer? Es que el mayor se haba decidido a hablarme con

  • claridad? Tentado estuve de escribirle una vez ms y pedirle explicaciones. Peroalgo me contuvo. Yo intua que aqulla poda ser otra prueba; quiz la definitiva.

    Al fin tom la decisin de volar a Amrica e inici un sinfn de gestiones paratratar de subvencionar en todo o en parte el costoso viaje. En contra de lo quemuchos puedan pensar, mis recursos econmicos son siempre escasos y aquelsbito salto al otro lado del Atlntico termin por desnivelarlos.Providencialmente, mi amigo y editor Jos Manuel Lara acept la idea depresentar mis ltimos libros en Amrica, y con esta excusa aterric en Bogot.

    Aquel rodeo, aunque retras algunos das mi entrevista con el mayor, se meantoj sumamente prudencial. No estaba dispuesto a conceder el menor respiro alos servicios de Inteligencia y as se lo anunci a mi amigo en una carta que meprecedi y en la que, por supuesto, le sealaba el da y el vuelo en el queesperaba tomar tierra en Mrida.

    Al concluir mis obligaciones en Colombia me las ingeni para cancelar miscompromisos en Caracas, volando en el ms riguroso incgnito va Belmopn hasta Yucatn.

    Al cruzar la aduana y antes de que tuviera tiempo de buscar al mayor, me dide manos a boca con un cartel en el que haba sido escrito mi primer apellido. Elescandaloso cartn era sostenido por un hombre recio, de espeso bigote negro ytez bronceada. Al presentarme se identific como Laurencio Rodarte, al serviciodel mayor.

    l no ha podido venir a recibirle se excus mientras pugnaba por hacersecon mi maleta. Si no le importa, yo le conducir hasta l.

    Mi instinto me hizo desconfiar. Y antes de abandonar el aeropuerto trat deaveriguar qu papel jugaba aquel individuo y por qu razn no haba acudido elmayor.

    Laurencio debi captar mi recelo y, soltando la maleta, resumi:El mayor est enfermo.Dnde se encuentra?Lo siento pero no estoy autorizado para decrselo. l me ha enviado a

    recogerle yMire, Laurencio le interrump tratando de calmar mis nervios, no

    tengo nada contra usted. Es ms: le agradezco que haya venido a recibirme,pero, s usted me dice dnde est el mayor, y o ir por mis propios medios.

    El hombre dud.Es que mis rdenesNo se preocupe. Dgame dnde me espera el may or y y o ir a su

    encuentro.El tono de mi voz era tan firme que Laurencio termin por encogerse de

    hombros y pregunt de mala gana:Conoce Chichn Itz?

  • S.El mayor me orden que le llevara hasta el cenote sagrado.Laurencio seal mi reloj y puntualiz:Usted deber estar all a las cuatro.Y dando media vuelta se encamin a la puerta de salida. Consult la hora

    local y comprob que tena dos horas escasas para llegar hasta el pozo sagradode los mayas. Yo haba visitado en otras oportunidades el recinto arqueolgico dela recndita poblacin de Chichn Itz, al este de Mrida, y en plena selva de lapennsula del Yucatn. Conoca tambin los dos famosos cenotes el sagrado yel profano situados a corta distancia de la ciudad y que, segn los arquelogos,pudieron ser utilizados por los antiguos may as como depsitos naturales de aguay, en el caso del cenote sagrado, como centro religioso en el que se practicabansacrificios humanos.

    Al ver alejarse el Toyota negro que conduca Laurencio, me conced unrespiro, tratando de poner en orden mis ideas. Por supuesto, no tard enreprocharme aquella seca y radical actitud ma para con el emisario del mayor.En especial, a la hora de regatear con los taxistas que montaban guardia al pie delaeropuerto

    Despus de no pocos tira y afloja, uno de los chferes acept llevarme por850 pesos. Y a eso de las dos de la tarde sin probar bocado y con la ropaempapada por el sudor el taxi enfil la ruta nmero 180, en direccin aChichn.

    Tal y como haba prometido, el taxista cubri los 120 kilmetros que separanMrida de Chichn Itz en poco ms de hora y media. Tras una vertiginosaducha en el hotel de la Villa Arqueolgica, me dirig al lugar elegido por elmayor. A las cuatro en punto, a paso ligero y con el corazn en la boca, dejatrs la impresionante pirmide de Kukulcn y la plataforma de Venus,adentrndome en la llamada Va Sagrada, que muere precisamente en un cenoteu olla de casi sesenta metros de dimetro y cuarenta de profundidad.

    Antes de alcanzar el filo del pozo sagrado distingu a dos personas sentadas alpie de una frondosa acacia de florecillas rosadas. Al verme, una de ellas seincorpor. Era Laurencio. Reduje el paso y mientras me aproximaba sent unaincontenible oleada de vergenza. Una vez ms me haba equivocado.

    Pero aquel sentimiento se esfum a la vista de la segunda persona. Quedatnito. Era el mayor, pero con veinte aos ms de los que aparentaba cuando leconoc en Villahermosa. Permaneci sentado sobre la plataforma de piedra delviejo altar de los sacrificios, observndome con una mezcla de incredulidad yemocin. Lentamente, en silencio, dej resbalar la bolsa de las cmaras, altiempo que Laurencio le ayudaba a incorporarse. El may or extendi entoncessus largos brazos y, sin saber por qu, dejndome arrastrar por mi corazn, nosabrazamos.

  • Querido amigo! susurr el anciano. Querido amigo!Sus penetrantes ojos, ahora hundidos en un rostro calavrico, se haban

    humedecido. Algo muy grave, en efecto, haba minado su antigua y gallardafigura. Su cuerpo apareca encorvado y reducido a un manojo de huesos, bajouna piel reseca y salpicada por corros marrones de melanina. Una barba blancay descuidada marcaba an ms su decadencia.

    Intent esbozar una disculpa, estrechando la mano de Laurencio, pero ste,sin perder la sonrisa, me rog que olvidara el incidente del aeropuerto.

    El mayor, apoy ndose en mi hombro, me sugiri que caminsemos un pocohasta el prado que rodea a la pirmide de Kukulcn.

    Con paso vacilante y un sinfn de altos en el camino, fuimos aproximndonosal castillo o pirmide de la Serpiente Emplumada. As, en aquella primerajornada en Chichn Itz, supe de labios del propio may or que su fin estabaprximo y que, en contra de lo que pudiera imaginar, su muerte fijaraprecisamente el comienzo de mi labor.

    Supe tambin que tal y como me haba insinuado en otras ocasiones su enfermedad era consecuencia de un fallo no previsto en un proy ecto secretollevado a cabo aos atrs, cuando l todava perteneca a las fuerzas areasnorteamericanas. Cuando le interrogu sobre dicho proyecto, sospechando quepoda guardar una estrecha relacin con la informacin que haba prometidodarme, el mayor me rog que siguiera siendo paciente y que esperase un pocoms.

    Durante dos das, mi vida transcurri prcticamente en la pequea casita deuna planta, a las afueras de Chichn, y muy prxima a las grutas deBalankanchen, en la carretera que discurre en direccin a la Valladolid maya.All, Laurencio y su mujer venan cuidando a mi amigo desde haca seis aos.

    Ni que decir tiene que aprovech aquella magnfica oportunidad para bucearen la medida de lo posible en el pasado y en la identidad del mayor. Sin embargo,mis pesquisas entre las diversas autoridades policiales y las gentes de Chichn nofueron todo lo fructferas que yo hubiera deseado. Por un mnimo de delicadezahacia mi amigo, y porque haba empezado a estimarle, al margen incluso de laprometida informacin, opt por suspender los tmidos y disimulados sondeos.Cada vez que me lanzaba a la operacin de rastreo, un sentimiento derepugnancia hacia m mismo terminaba por embargarme. Era como si estuvieratraicionndole

    Decid cortar tales maniobras, prometindome a m mismo que seraimplacable, si llegaba el caso de que la supuesta informacin secreta acababapor fin en mi poder.

    Sin embargo, y gracias a aquellas primeras averiguaciones, confirm comopositivos algunos de los datos que el may or me haba facilitado sobre su persona:era, efectivamente, de nacionalidad norteamericana, su pasaporte apareca en

  • regla y haba pertenecido a la USAF.Aunque l quiz no lo supo nunca, antes de regresar a Espaa yo saba y a su

    verdadera identidad, as como otros pequeos detalles sobre su limpia y apaciblevida en el Yucatn. Todo esto, como es lgico, me tranquiliz e hizo crecer micuriosidad e inters por esa informacin de la que tanto me haba hablado elmayor.

    Antes de partir, al anunciarle al ex oficial mi intencin de volver a mi pas, leexpuse con toda claridad mi inquietud ante su deteriorado estado de salud y la nomenos inquietante circunstancia, al menos para m, de no haber obtenido ni lams mnima pista sobre el celoso secreto que deca tener.

    El may or rog a Laurencio que le acercara un sobre blanco que descansabaen uno de los anaqueles de la alacena del pequeo saln donde conversbamos.Con gesto grave lo puso en mis manos y coment:

    Aqu tienes la primera entrega. El resto llegar a tu poder cuando yomuera

    Examin el sobre con un cierto nerviosismo.Est cerrado apunt. Puedo abrirlo?Te suplicara que lo hicieras lejos de aqu Quiz en el avin.Mientras lo guardaba entre las hojas de mi pasaporte, mi amigo adopt un

    tono ms relajado:Gracias. Es preciso que comprendas que tu bsqueda empieza ahora.Mi bsqueda? pero, de qu?El mayor no respondi a mis preguntas.Slo te pido que sigas crey endo en m y que empees todo tu corazn en

    descifrar la clave que te conducir a mi legado.Sigo sin comprenderNo importa. Ahora, antes de que nos abandones, tienes que prometerme

    algo.El mayor se puso en pie y yo hice lo mismo. En un extremo de la estancia,

    Laurencio asista a la escena con su proverbial mutismo.Promteme me anunci el anciano, al tiempo que levantaba su mano

    derecha que, ocurra lo que ocurra, jams revelars mi identidadA pesar de mi creciente confusin, levant tambin mi mano derecha y se lo

    promet con toda la solemnidad de que fui capaz.Gracias otra vez murmur el may or mientras se dejaba caer lentamente

    sobre la silla. Que Dios te bendiga

  • ESPAA

    Aquella fue la segunda y ltima vez que vi con vida al mayor. Al regresar aEspaa, y mientras mi avin sobrevolaba los crteres del Popocatpetl, tom enmis manos el misterioso sobre que me haba dado el norteamericano. Lo palplentamente y, con sorpresa, adivin algo duro en su interior. La curiosidad,difcilmente contenida durante aquellos das, se desbord y proced a abrirlo contodo el cuidado de que fui capaz.

    Al asomarme a su interior, la decepcin estuvo a punto de provocarme unparo cardaco. Estaba vaco! O, mejor dicho, casi vaco.

    Minuciosamente pegada a las paredes del sobre, mediante una transparentetira de cinta adhesiva, haba una llave.

    La arranqu sin poder contener mi desencanto y la fui pasando de una a otramano, sin saber qu pensar.

    Procur tranquilizarme, engandome a m mismo con los ms disparesargumentos. Pero la verdad desnuda y fra segua all frente a m en formade llave. Para colmo, aquella pieza de cuatro centmetros escasos de longitud nopresentaba un solo signo o inscripcin que permitiera algn tipo de identificacin.Haba sido usada, eso estaba claro. Pero, dnde?

    Durante horas me debat entre mil conjeturas, mezclando lo poco que mehaba adelantado el mayor con un laberinto de especulaciones y fantasaspropias. El resultado final fue un serio dolor de cabeza.

    Aqu tienes la primera entrega .Qu misterio encerraba aquella frase? Y, sobre todo, en qu poda consistir

    el resto? . El resto llegar a tu poder cuando yo muera .Lo nico claro o medianamente claro en todo aquel embrollo era que la

    informacin en cuestin (o lo que fuera), deba de guardar alguna relacin conaquella llave. Pero, cul?

    Era absolutamente necesario esperar, a no ser que quisiera volverme loco. Yeso fue lo que hice: aguardar pacientemente.

    Durante la primavera y el verano de 1981, las cartas del mayor fuerondistancindose cada vez ms en el tiempo. Finalmente, hacia el mes de julio, ycon la consiguiente alarma por mi parte, el fiel Laurencio fue el encargado deresponder a mis escritos.

    El mayor me deca en una de las ltimas misivas ha entrado en unprofundo estado de postracin. Apenas si puede hablar

    Aquellas letras auguraban un rpido y fatal desenlace. Mentalmente, inclusome prepar para un nuevo y postrer viaje al Yucatn. Por encima de mi

  • innegable y sostenido inters llammosle periodstico haba prevalecido,gracias a Dios, un arraigado afecto hacia aquel anciano prematuro. Bien sabeDios que hubiera deseado estar junto a l en el momento de su muerte. Pero eldestino me reservaba otro papel en esta desconcertante historia.

    Fue casualidad? Sinceramente, ya no s qu pensarEl caso es que aquel 7 de septiembre de 1981 fecha de mi cumpleaos

    lleg a mi poder una nueva carta procedente de Chichn Itz. En unas lacnicasfrases, Laurencio me anunciaba lo siguiente:

    Tengo el doloroso deber de comunicarle que nuestro comn hermano, elmayor, falleci el pasado 28 de agosto. Siguiendo sus instrucciones, le adjunto unsobre que slo usted deber abrir

    Aunque la noticia no me cogi por sorpresa, debo confesar que ladesaparicin de mi amigo me sumi durante varios das en una singularmelancola, comparable quiz con la tristeza que me produjo un ao despus elfallecimiento de otro entraable maestro y amigo: Manuel Osuna.

    Aquella misma tarde del 7 de septiembre, con el nimo encogido, conduje mautomvil hasta los acantilados de Punta Galea. Y all, frente al azul y mansoCantbrico, rec por el mayor.

    All mismo, en medio de la soledad, quebr el lacre que protega el sobre yextraje su contenido.

    Curiosamente, en contra de lo que yo mismo hubiera imaginado semanasatrs, en aquellos instantes mi alocada curiosidad y el desenfrenado inters pordesentraar el misterio del mayor pasaron a un segundo plano. Durante ms dedos horas, la ansiada segunda entrega permaneci casi olvidada sobre el asientocontiguo de m coche.

    Verdaderamente y o haba estimado a aquel anciano.Pero al fin, como digo, se impuso mi curiosidad. El sobre contena dos

    grandes hojas, de papel recio y cuadriculado. Reconoc de inmediato la letrapuntiaguda del mayor.

    Uno de los folios era una carta, escrita por ambas carillas. Estaba fechada enel mes de agosto de 1980! Eso significaba por pura deduccin que el may orhaba tomado la decisin de confiarme su secreto poco despus de mi primerencuentro con l, ocurrido el 18 de abril de 1980.

    La carta, que apareca firmada con sus nombres y apellidos, era en realidaduna postrera recomendacin para que procurara mantenerme en el camino de lahonradez y del amor hacia mis semejantes. En el ltimo prrafo, y casi depasada, el mayor haca referencia a la famosa segunda entrega, explicndomeque para llegar a la informacin que tanto deseaba, debera primero descifrar laclave que me adjuntaba en hoja aparte.

  • Por ltimo, y con un tosco pero llamativo subray ado, me rogaba que hicieraun buen uso de dicha informacin.

    Mi deseo es que con ella puedas llevar un poco ms de paz a cuantos, comot y como yo, estamos empeados en la bsqueda de la Verdad.

    El segundo papel, igualmente manuscrito por el mayor, presentaba un total decinco frases, en ingls, que a primera vista resultaban absurdas e incongruentes.

    He aqu la traduccin: El centinela que vela ante la tumba te revelar el ritual de Arlington . Llave y ritual conducen a Benjamn . Abre tus ojos ante John Fitzgerald Kennedy . El hermano duerme en 44-W. La sombra del nspero le cubre al

    atardecer . Pasado y futuro son mi legado .

    El mayor, una vez ms, pareca disfrutar con aquel juego. O no se trataba deun juego? Me pregunt mil veces por qu tantos rodeos y precauciones. Si miamigo haba muerto, lo lgico es que me hubiera facilitado la trada y llevadainformacin sin necesidad de nuevas complicaciones.

    Pero las cosas estaban como estaban y mi nica alternativa era de despejaraquella cada vez ms enredada madeja.

    Como supondr el lector, pas horas con los cinco sentidos pegados a aquellasfrases. Tentado estuve de acudir a algunos de mis amigos, en busca de ay uda.Pero me contuve. Me hubiera visto forzado a ponerles en antecedentes de tanlarga e increble historia y, sobre todo, conforme fue pasando el tiempo, lejos dedesanimarme, encaj el asunto como un reto personal. Y los que me conocen unpoco saben que sa es una de mis debilidades.

    De entrada, lo nico que estaba claro es que la llave que me diera el may orguardaba una indudable y estrecha relacin con la segunda frase. Esa llavedebera conducirme o llevarme hasta Benjamin. Pero, qu o quin era Benjamin? .

    Una y otra vez, por espacio de casi tres semanas, desmenuc frase por frasey palabra por palabra. Llev a cabo los ms disparatados cambios y saltos en lasfrases, buscando un sentido ms lgico. Fue intil.

    A fuerza de bucear en la clave termin por aprendrmela de memoria. Aquelmes de septiembre, y parte del siguiente, viv por y para aquel mensaje cifrado.Pasaba los das deambulando sin norte alguno y con la mirada extraviada, ajenoprcticamente a cuanto me rodeaba. Fueron mis hijos y especialmente Raquelquienes padecieron con ms crudeza mis aparentemente absurdos e inexplicablescambios de carcter, mis continuas depresiones y hasta una injusta irascibilidad.Espero que ahora, al leer estas lneas, puedan comprenderme y perdonarme.

    Llegu incluso a consultar con expertos cerrajeros, que examinaron la

  • misteriosa llave desde todos los ngulos posibles. El resultado era siempreidntico: aleacin corriente; dientes rutinarios todo ordinario.

    Pero aquella situacin que empezaba a rozar los poco deseables lmites dela obsesin no poda continuar. Y un buen da hice balance. Qu tenarealmente entre las manos? A qu conclusiones haba llegado?

    Desgraciadamente podan limitarse a un par de pistas.1.a Arlington es un cementerio norteamericano. Yo saba que se trataba del

    clebre camposanto de los hroes de guerra de aquella nacin.Me document cuanto pude y comprob, en efecto, que en dicho lugar existe

    una tumba que guarda los restos de un soldado desconocido. Por pura lgicadeduje que dicha tumba estara custodiada o vigilada por alguna guardia dehonor.

    Poda referirse el may or a dicho centinela?2.a Tambin en el Cementerio Nacional de Arlington est enterrado el

    presidente Kennedy.Pero, por qu deba abrir mis ojos ante John Fitzgerald Kennedy ? .Estos eran los nicos puntos en comn que y o haba sido capaz de trenzar.El centinela que vela ante la tumba te revelar el ritual de Arlington. Esta

    primera frase me tena trastornado. No haca falta ser muy despierto paracomprender que una de las piezas claves tena que residir en la palabra ritual .Una prueba de ello es que el mayor se haba encargado de repetirla en lasegunda secuencia.

    Cul era ese ritual? Por qu deba ser el centinela quien me lo revelara? Esque tena que preguntrselo? Pero, de ser as, a quin deba acudir?

    No haba vuelta de hoja: el primer paso tena que ser el desciframiento delmaldito ritual. Slo as podra saber eso pensaba yo entonces qu o quin era Benjamn .

    En cuanto a las dos ltimas frases de la clave, sinceramente, prescindtemporalmente de ellas.

    Poco me falt para llamar a mi buen amigo Chencho Arias, en aquellasfechas director de la Oficina de Informacin Diplomtica del Ministerio deAsuntos Exteriores espaol. Con toda seguridad, y merced a sus contactos enWashington, me hubiera despejado parte del camino. Pero lo pens dos veces yaparqu la idea. Despus de todo, hubieran quedado cuatro frases ms poraclarar

    No haba otra solucin: tena que volar a Estados Unidos y enfrentarme alproblema a cuerpo descubierto.

  • WASHINGTON

    A las 11.50 horas del domingo 11 de octubre, el vuelo 903 de la compaanorteamericana TWA despegaba del aeropuerto de Barajas, alcanzando su nivelde crucero 33 000 pies en poco ms de 16 minutos.

    Nuestra prxima escala Nueva York quedaba a miles de millas. Habatiempo de sobra para planificar la estrategia a seguir una vez en Washington, ascomo para saborear una fra cerveza y cambiar impresiones con los colegas yamigos que ocupaban buena parte de aquel reactor.

    Era curioso. Sencillamente increblePor aquellas fechas, mientras yo me estrujaba el cerebro pujando por

    desentraar la enigmtica clave del mayor, otro suceso vino a enredar an mslas cosas. En un esplndido artculo en ABC, el escritor Torcuato Luca de Tenaofreca a los espaoles la primicia sobre unos fantsticos descubrimientos en losojos de la Virgen de Guadalupe, en la ciudad de Mxico. Fue como unescopetazo. Aquel nuevo cebo a 10.000 kilmetros precipit mi decisin desaltar nuevamente al continente americano.

    Aquello justificaba doblemente mi viaje. Sin embargo, por ensima vez tuveque hacer frente al siempre prosaico pero inevitable captulo del dinero. Mi planestaba claro: primero Washington. Despus, Mxico. Esta vez, no obstante, lafortuna me sonri rpidamente. O no fue la fortuna? El caso es que, antes de quepudiera complicarme la existencia, una providencial llamada telefnica desdeMadrid me puso al corriente del inminente viaje de SS. MM. los Reyes de Espaaa Estados Unidos. Yo haba acompaado a don Juan Carlos y a doa Sofa enotras visitas de Estado y saba que aqulla era una oportunidad que no poda dejarescapar. Entre otras importantes razones, porque ese tipo de viajes resultasiempre muy asequible a la modesta economa de los profesionales delperiodismo.

    As fue como aquel 11 de octubre de 1981, y en compaa de una treintenade periodistas espaoles, un segundo reactor de la TWA el vuelo 407 mesituaba en el aeropuerto nacional de la capital federal de los Estados Unidos. Eranlas 17.58 (hora local de Washington).

    A pesar de mi creciente inquietud y nerviosismo, mi ansiada visita alCementerio Nacional de Arlington tuvo que ser demorada hasta el da siguiente,lunes. Aquel mes de octubre, el camposanto de los hroes norteamericanoscerraba sus puertas a las cinco de la tarde. Y amparndome en el cansancio delviaje, declin la invitacin de mis entraables amigos Jaime Peafiel, GianiFerrari y Alberto Schommer para visitar la ciudad, encerrndome a cal y cantoen la habitacin 549 del hotel Marriot, sede y cuartel general de la prensa

  • espaola. Ellos, por supuesto, eran ajenos a los verdaderos objetivos de mi viaje.Hasta altas horas de la madrugada permanec enfrascado en el posible plan

    de ataque . Un plan, dicho sea de paso, que, como siempre, terminara porexperimentar sensibles variaciones. Pero tratar de ir por partes.

    A las nueve de la maana del da siguiente, 12 de octubre, con mis cmaras alhombro y un inocente aire de turista despistado, me acercaba hasta las oficinasdel Temporary Visitors Center, a las puertas del Cementerio Nacional deArlington. All, una amable funcionaria plano en mano me seal el caminoms corto para localizar la Tumba del Soldado Desconocido. Una leve y frescabrisa procedente del ro Potomac haba empezado a mecer las ramas de loslamos y abetos que se alinean a ambos lados del drive o paseo de McClellan. Alos pocos minutos, y temblando de emocin, divis las plazas de Wheaton y Otise inmediatamente detrs la tumba a la que, sin duda, haca referencia el mensajede mi amigo el mayor.

    Aunque el cementerio haba abierto sus puertas haca escasamente una hora,un nutrido grupo de turistas se reparta ya a lo largo de la cadena que asla lapequea explanada de grandes losas grises en la que se encuentra el granmausoleo de mrmol blanco en el que reposan los restos de un soldadonorteamericano cado en los campos de batalla de Europa, y otras dos sepulturasa derecha e izquierda del anterior en las que fueron inhumados otros dossoldados desconocidos, muertos en la segunda guerra mundial y en la de Corea,respectivamente.

    All estaba el centinela; el nico, segn me informaron en el Centro deVisitantes, que monta guardia permanente en Arlington.

    El centinela que vela ante la tumba te revelar el ritual .Mis primeros minutos frente a la tumba fueron una indescriptible mezcla de

    aturdimiento, confusin y absurda prisa por asimilar cuanto me rodeaba.Y en mitad de aquel caos mental, la primera frase del mayor: El centinela que vela .Despus de dos horas de observacin, con los nimos algo ms reposados,

    saqu mi cuaderno de bitcora y comenc una frentica anotacin de cuantohaba sido capaz de percibir.

    El centinela punto central de mis indagaciones era relevado cada hora.Eso significaban 60 minutos La verdad es que, conforme iba escribiendo,muchas de aquellas observaciones me parecieron ridculas. Pero no estaba encondiciones de despreciar ni el ms nimio de los detalles.

    Tambin hice una exhaustiva descripcin de su indumentaria: guerrera azuloscura, casi negra, pantaln igualmente azul (algo ms claro), con una rayaamarilla en los costados, ocho botones plateados, guantes blancos y gorra negrade plato. Al hombro, un mosquetn con la bayoneta calada

  • Observo segu anotando que el centinela, al llegar al final de su corto ymarcial desfile ante las tumbas, cambia siempre el arma de hombro.Curiosamente, el fusil nunca aparece enfrentado al mausoleo.

    Pero, qu tena que ver todo aquello con el dichoso ritual?El corto paseo del soldado frente a los sepulcros discurra montona y

    silenciosamente. Estaba claro que el centinela no poda hablar. Como es fcil decomprender, no me hice ilusiones respecto a la remota posibilidad de interrogarlesobre el ritual de Arlington . En aquella primera frase de su oscura clave, elmayor tampoco afirmaba que dicho soldado pudiera transmitirme, de viva voz,el citado ritual. La expresin te revelar poda ser interpretada de muydiversas formas, aunque casi desde el principio descart la de un hipotticodilogo con el miembro de la Vieja Guardia. El secreto tena que estar en otraparte. Seguramente, y considerando que un ritual es una ceremonia habra queconcentrar las fuerzas en todo lo concerniente a dicho rito.

    Un tanto aburrido, y por aquello de no levantar sospechas ante mi prolongadapresencia en la plaza este del anfiteatro, procure repartir la maana y parte de latarde entre el siempre concurrido recinto del Soldado Desconocido y la lpida delmalogrado presidente Kennedy, ubicada a poco ms de 300 metros, en la faldaoriental de la colina que rematan precisamente las mencionadas tres tumbas delos norteamericanos desconocidos.

    Abre tus ojos ante John Fitzgerald Kennedy, rezaba la tercera frase delmensaje.

    Pero, por ms que los abr, mi mente sigui en blanco. Sum, incluso, losnmeros de sus fechas de nacimiento y muerte (1917-1963), sin resultadoalguno. Por pura inercia, jugu con la edad del presidente, montando un sinfn decbalas tan absurdas como estriles. Creo que lo nico positivo de aquellas largashoras frente a la sepultura de Kennedy y de las de los dos hijos que fallecieronantes que l fue el padrenuestro que dej caer en silencio, como un modestoreconocimiento a su trabajo.

    A las tres de la tarde, hambriento y medio derrotado, me dej caer sobre laspulcras y blancas escalinatas del minsculo anfiteatro que se levanta frente a lastres sepulturas. En mi cuaderno; plagado de nmeros, comentarios ms o menosacertados y hasta dibujos de los diez centinelas que haba visto desfilar hasta esemomento, slo haba espacio ya para la desilusin.

    Creo que voy a desfallecer escrib. No soy lo suficientementeinteligente .

    El centinela nmero seis, tras una de aquellas montonas pausas pas sumosquetn al hombro contrario y reanud el paso. De la forma ms tonta,atrado probablemente por el brillo de sus botines, comenc a contar cada una delas zancadas, al tiempo que las haca coincidir con un improperio, premio a mi

  • probada ineptitud. Tres (idiota) cuatro (imbcil) siete (necio) veinte (mentecato)

    veintiuno (iluso) .El soldado se detuvo. Nueva pausa. Gir. Cambi el fusil. Nueva pausa. Y

    prosigui su desfile.Dos (merluzo) cuatro (burro) doce (calamidad) veinte (paranoico)

    veintiuno .Veintiuno? El ltimo insulto fue sustituido por un escalofro. He contado

    bien?El centinela haba dado 21 pasos. Mi decaimiento se esfum. Me puse en pie

    y volv a contar. diecinueve, veinte y Veintiuno! .No me haba equivocado. Aquella nueva pista hizo resucitar mi entusiasmo.

    Cmo no me haba dado cuenta mucho antes?Avanc hacia la cadena de seguridad y, reloj en mano, cronometr el tiempo

    que consuma el soldado en cada desplazamiento.21 segundos! Veintin pasos y veintin segundos?Hice nuevas pruebas y todas absolutamente todas arrojaban idntico

    resultado.Qu significaba aquello? Se trataba de una casualidad?Picado en mi amor propio me propuse contabilizar hasta el ms insignificante

    de los movimientos del centinela.Fue entonces, al contar el tiempo invertido por el soldado en cada una de sus

    pausas, cuando mi corazn comenz a acelerarse: 21 segundos! No puede ser me dije a m mismo, temblando por la emocin,

    seguramente estoy en un error .Pero no. Como si se tratase de un robot, el centinela caminaba 21 pasos,

    empleando en ello 21 segundos. Se detena exactamente durante 21 segundos,girando y cambiando el arma de posicin. La nueva pausa, antes de proseguircon el desfile, duraba otros 21 segundos y as sucesivamente.

    Anot mi descubrimiento y rele la clave del mayor con una especialfruicin.

    El centinela que vela ante la tumba te revelar el ritual de Arlington. Nopuede ser una casualidad , me repeta obsesivamente. Pero, porqu 21? Qusignifica el nmero 21? .

    Con el fin de asegurarme, esper los dos ltimos cambios de la guardia yrepet los clculos. Los soldados nmeros siete y ocho se comportaronexactamente igual.

    Abstrado con aquella cifra a punto estuve de quedarme encerrado en elcementerio.

    Con una extraa alegra volv a refugiarme en el hotel, sumindome en un

  • sinfn de cavilaciones.A la maana siguiente, y despus, de una noche prcticamente en vela, me

    un a la comitiva de periodistas. Aunque mis pensamientos seguan fijos en laTumba del Soldado Desconocido y en aquel misterioso nmero 21, opt poraprovechar aquella irrepetible oportunidad de visitar el interior de la Casa Blancay contemplar de cerca al presidente Reagan, al general y secretario de Estado,Haig, y por supuesto, a los rey es de mi pas.

    Despus de soportar un sinfn de controles y registros, me situ con miscompaeros en el mimadsimo csped que se extiende frente a la famosa CasaBlanca.

    A las diez en punto, y coincidiendo con la llegada de don Juan Carlos y doaSofa, las bateras situadas a un centenar de metros atronaron el espacio con lassalvas de ordenanza.

    Alguien, a mi espalda, haba ido llevando la cuenta de los caonazos e hizo uncomentario que nunca podr agradecer suficientemente:

    Veinte y veintiuno!Me volv como movido por un resorte y pregunt:Es que son 21?El periodista me mir de hito en hito y exclam como si tuviera delante a un

    estpido ignorante:Es el saludo ritual 21 salvas.Al regresar al Marriott tom el telfono, dispuesto a solventar mis dudas de un

    plumazo.Marqu el 6931174 y pregunt por mster Wilton, encargado de Relaciones

    Pblicas y Prensa en el Cementerio Nacional de Arlington.El buen hombre debi quedar atnito al escuchar mi problema.Mire usted, soy periodista espaol y deseaba preguntarle si el nmero 21

    guarda relacin con algn ritualSe refiere usted a la Tumba del Soldado Desconocido?S.Efectivamente puntualiz mster Wilton, el ritual de Arlington se basa

    precisamente en ese nmero. Como usted sabe, el saludo a los ms altosdignatarios se basa en el nmero 21.

    Disculpe mi insistencia, pero est usted seguro?Naturalmente.Al colgar el auricular me dieron ganas de saltar y gritar. Abr mi cuaderno de

    anotaciones y repas la clave del may or.Si el ritual de Arlington es el nmero 21, la segunda frase llave y ritual

    conducen a Benjamn empezaba a tener cierto sentido. Estaba claro que millave y el nmero 21 guardaban una estrecha relacin y que, si era capaz dedescubrir quin o qu era Benjamin , parte del misterio podran quedar al

  • descubierto.Pero, por dnde deba empezar?En buena ley, aquella pequea llave tena que abrir algo. Una vivienda quiz?

    Las reducidas dimensiones de la misma no parecan encajar, sin embargo, conlas llaves que se utilizan habitualmente en las casas norteamericanas.

    Descart momentneamente aquella posibilidad y me centr en otras ideasms lgicas.

    Poda haber guardado el may or su informacin en algn banco o en unapartado postal? Se trataba por el contrario de una taquilla en algunos de losservicios de consigna en una estacin de ferrocarril?

    Slo haba un medio para descifrar a Benjamin : armarse de paciencia yrepasar una por una las guas de telfonos, de correos y de ferrocarriles deWashington.

    Si esta primera exploracin fallaba, tiempo habra de profundizar en otrasdirecciones.

    Pero aquella laboriosa bsqueda iba a quedar sbitamente suspendida por unallamada telefnica. A pesar de mi intensa dedicacin al asunto del may ornorteamericano, yo no haba olvidado el tema de los fascinantes descubrimientosde los cientficos de la NASA en los ojos de la Virgen de Guadalupe. Nada mspisar los Estados Unidos, una de mis primeras preocupaciones fue llamar aMxico y averiguar si el doctor Aste Tonsmann, uno de los ms destacadosexpertos, se hallaba en el Distrito Federal, o si, como me haban informado enEspaa, poda encontrarse en Nueva York, donde trabaja como profesor de launiversidad de Cornell. Era vital para m localizarlo, con el fin de no hacer unviaje en balde hasta la repblica mexicana.

    Aquella misma maana del martes 13 de octubre rogu a la telefonista delhotel que insistiera por tercera vez y que marcara el telfono de domiciliodel doctor Tonsmann. Y a media tarde, como digo, el aviso de la amabletelefonista iba a trastocar todos mis planes. Al otro lado del hilo telefnico, laesposa de Jos Aste me confirmara que el cientfico tena previsto su regreso aMxico, procedente de Nueva York, los prximos mircoles o jueves.

    Despus de algunas dudas, se impuso mi sentido prctico y estim que lo msoportuno era congelar mis investigaciones en Washington. Tonsmann era unapieza bsica en mi segundo proyecto y no poda desperdiciar su fugaz estancia enMxico. Despus de todo, yo era el nico que posea la clave del secreto delmay or y eso me daba una cierta tranquilidad.

    Y antes de que pudiera arrepentirme, hice las maletas y embarqu en elvuelo 905 de la Easter Lines, rumbo a las ciudades de Atlanta y Mxico (D.F.).Aquel mircoles, 14 de octubre de 1981, iba a empezar para m una segundaaventura, que meses ms tarde quedara reflejada en mi libro nmero catorce:El misterio de Guadalupe.

  • A m me suelen ocurrir estas cosasDurante horas haba permanecido ante la tumba del presidente Kennedy,

    incapaz de atisbar el secreto de aquella tercera frase en la clave del may or.

    Abre tus ojos ante John Fitzgerald Kennedy.

    Pues bien, mis ojos se abrieron a 10.000 metros de altura y cuando mehallaba a miles de kilmetros de Washington.

    Mientras el reactor se diriga a la ciudad de Atlanta, nuestra primera escala,tuve la ocurrencia de intentar encajar el nmero 21 en las tres ltimas frases delmensaje.

    Deb cambiar de color porque la guapa azafata de la Eastern, con aire depreocupacin y sealando la taza de caf que oscilaba al borde de mis labios,coment al tiempo que se inclinaba sobre el respaldo de mi asiento:

    Es que no le gusta el caf?PerdnLe pregunto si se encuentra bien.Ah! repuse volviendo a la realidad, s, estoy perfectamente La

    culpa es del nmero 21La azafata levant la vista y comprob el nmero de mi asiento.No, disculpe me adelant, en un intento por evitar que aquel dilogo para

    besugos terminara en algo peor, es que ltimamente sueo con el nmero 21La muchacha esboz una sonrisa de compromiso y colocando su mano sobre

    mi hombro, sentenci:Ha probado a jugar a la lotera?Y desapareci pasillo adelante, convencida supongo de que el mundo

    est lleno de locos. Por un instante, las largas piernas de la auxiliar de vuelolograron sacarme de mis reflexiones. Apur el caf y volv a contar las letrasque formaban el nombre y apellidos del fallecido presidente norteamericano. Nohaba duda. Sumaban 21!

    Aquel segundo hallazgo y muy especialmente el hecho de que ambosapuntaran hacia el nmero 21 confirm mis sospechas iniciales. El may ortena que haber guardado su secreto en algn depsito o recinto estrechamentevinculados con dicha cifra y, obviamente, con la llave que me haba entregado enChichn Itz. Consider tambin la posibilidad de que Benjamn fuera algnfamiliar o amigo del may or, pero, en ese caso, qu pintaban en todo aquello elnmero y la llave?

    Durante mi prolongada estancia en Mxico, tentado estuve de hacer un altoen las investigaciones sobre la Virgen de Guadalupe y volar al Yucatn paravisitar a Laurencio. Pero mis recursos econmicos haban disminuido tanalarmantemente que, muy a pesar mo y si de verdad quera rematar misindagaciones en Washington, tuve que desistir y posponer aquella visita a Chichn

  • para mejor ocasin.Un ao despus, en diciembre de 1982, al retornar a Mxico con motivo de la

    presentacin de mi libro El misterio de la Virgen de Guadalupe, comprob concierto espanto que de haber viajado en aquellas fechas al Yucatn mi visitahabra sido estril: segn me confirmaron las autoridades locales, Laurencio y sumujer haban abandonado la ciudad de Chichn Itz poco despus delfallecimiento del may or. Y aunque no he desistido del propsito de localizarlos,hasta el momento sigo sin noticias del fiel compaero del ex oficial de las fuerzasareas norteamericanas. Ni que decir tiene que mis primeros pasos en aquelinvierno de 1982 fueron encaminados a la localizacin de la tumba de mi amigo.All, frente a la modesta cruz de madera, sostuve con el mayor mi ltimodilogo, agradecindole que hubiera puesto en mis manos su mayor y mspreciado tesoro

    Al pisar nuevamente Washington, mi primera preocupacin no fue Benjamn . Sentado sobre la cama de la habitacin de mi nuevo hotel enesta ocasin, mucho ms modesto que el Marriot, extend sobre la colcha todomi capital. Despus de un concienzudo registro, mis reservas ascendan a un totalde 75 dlares y 1500 pesetas.

    Aunque la tragedia pareca inevitable, no me dej abatir por la realidad. Antena las tarjetas de crdito

    Durante aquellos das limit mi dieta a un desay uno lo ms slido posible y aun vaso de leche con un modesto emparedado a la hora de acostarme. La verdades que, enfrascado en las pesquisas, y puesto que tampoco soy hombre degrandes apetitos, la cosa tampoco fue excesivamente dolorosa. Mi gran obsesin,aunque parezca mentira, fueron los taxis. Aquello si merm y de qu forma!,mi exiguo captulo econmico.

    Llave y ritual conducen a Benjamn .Esta segunda frase en el cdigo cifrado del may or fue una cruz que me

    atorment durante cuatro das. En ese tiempo, tal y como tena previsto antes demi partida de Washington, me emple en cuerpo y alma en la revisin de lasenciclopdicas guas telefnicas de la capital federal, as como en lascorrespondientes visitas a las estaciones de ferrocarril, central de correos y losaeropuertos Dulles y National.

    Los servicios de consigna de las estaciones fueron tachados de mi lista, a lavista de la sensible diferencia entre las llaves utilizadas en dichos depsitos y laque obraba en mi poder. Por su parte, los aeropuertos carecan de semejantestaquillas por lo que mi inters termin por centrarse en las cajas de seguridad delos bancos y en los apartados postales. Estas dos ltimas alternativas parecanms lgicas a la hora de guardar algo de cierto valor

    Y empec por los bancos.

  • Repas el centenar largo de centrales y sucursales financieras de la ciudad,no hallando ni una sola pista que hiciera mencin o referencia al nombre de Benjamin .

    Por otra parte, y segn pude comprobar personalmente, si el mayor hubieraencerrado su informacin en una de las cajas de seguridad de cualquiera de estosbancos, ni yo ni nadie hubiera podido tener acceso a la misma, de no disponer dela correspondiente documentacin que le acreditase como legtimo propietario ousuario de la caja. En algunos casos, incluso, estas medidas de seguridad se veanreforzadas con la existencia de una segunda llave, en posesin del responsable ovigilante de la cmara acorazada del banco. No obstante, y por apurar hasta elltimo resquicio, inici una ltima y doble investigacin. Yo conoca la identidaddel may or y comenc a pulsar una serie de resortes y contactos a nivel deEmbajada Espaola y del propio Pentgono, a fin de esclarecer si el fallecidomilitar norteamericano conservaba algn pariente en Washington. Aqulla, atodas luces, fue mi mayor imprudencia, a juzgar por lo que sucedera dos dasdespus

    El segundo frente al que gracias a Dios conced may or dedicacinconsisti en chequear las direcciones de las dos centrales y cincuenta y ochosucursales de correos en la ciudad. En la U. S. Postal Service (Head Quarters),que viene a ser el cerebro central del servicio de correos de todo el pas, unamable funcionario extendi ante m la larga lista de estaciones postalesradicadas en Washington D.C.

    Al echarme a la cara la citada relacin, en busca de algn indicio sobre elrefractario nombre de Benjamin , mis ojos no pudieron pasar de la primerasucursal. Pegu un respingo. En la lista apareca lo siguiente:

    Box Nos. - 1-999. - Benjamin Franklin. STa. Avenida de Pennsylvania(Washington D.C. 20044).

    Anot los datos, sin poder evitar que mi mano temblara en una mezcla deemocin y nerviosismo. Prend un nuevo cigarrillo, buscando la manera decalmarme. Tena que estar absolutamente seguro de que aqulla era la ansiadapista. Y recorr las sesenta direcciones con una meticulosidad que ni y o mismologro explicarme.

    Con sorpresa descubr que el nombre de Benjamin Franklin se repeta tresveces ms: en los puestos 14, 19 y 33 de la mencionada relacin. En el resto delas oficinas de correos de Washington el nombre de Benjamin no figuraba paranada.

    Pero haba algo que no terminaba de comprender. Por qu cuatro serviciosde correos en la misma calle de Benjamn Franklin? En el situado en el lugarnmero 14, el encabezamiento vena marcado por los nmeros 6100-6199. Elque ocupaba el puesto 19 en la lista registraba las cifras 7100-7999 y el ltimo, en

  • el nmero 33, era precedido por la numeracin 14001-14999.Me dirig nuevamente al funcionario y le rogu que me explicara el

    significado de aquella numeracin. La respuesta, rotunda y concisa, disip misdudas:

    Son cuatro secciones, correspondientes a otros tantos P. Box o apartados decorreos. En la primera de la lista, como usted ve, figuran los comprendidos entrelos nmeros 1 y 999, ambos inclusive

    Supongo que aquel empleado de correos no haba recibido hasta ese da unthank you tan efusivo y feliz como el mo

    Salt de tres en tres las escalinatas de la gigantesca U.S. Postal Service y mecol como un meteoro en el primer taxi que acert a pasar. Eran las doce delmedioda del 4 de noviembre de 1981.

    Mientras me aproximaba a la calle Benjamin Franklin, dispuesto aaprovechar aquella racha de buena suerte, volv sobre la clave del mayor. Ahoraempezaba a ver claro. Mi llave y el ritual es decir, el nmero 21conducen a Benjamin .

    Casualmente, de las 60 oficinas de correos de todo Washington, slo una seencuentra en una calle con el nombre de Benjamin. Y curiosamente tambin, enesa y slo en esa sucursal se hallaba el apartado de correos nmero 21. Sitenemos en cuenta que las sesenta oficinas sumaban en 1981 ms de 24000apartados, a qu conclusin poda llegar?

    Pero, a medio tray ecto, mi gozo se vio en un pozo. Haba olvidado la llave enel hotel!

    En este caso, mi franciscana prudencia me haba jugado una mala pasada.Consult la hora. No haba tiempo de volver al hotel y salir despus hacia lasucursal de correos. Malhumorado, entr en las oficinas, dispuesto al menos aechar un vistazo.

    Pregunt por la venta de sellos y, con la excusa de escribir algunas tarjetaspostales, merode durante poco ms de quince minutos por las inmensas yluminosas salas. En la primera planta, adosados en una pared de mrmol negro,se alineaban cientos de pequeas puertecitas metlicas, de unos 12 centmetrosde lado, con sus correspondientes nmeros. All estaba mi objetivo.

    Afortunadamente para m, el trasiego de ciudadanos era tal que el policanegro que vigilaba aquella primera planta no se percat de mis movimientos.Antes de abandonar la sucursal hice una rpida inspeccin de los casilleros,detenindome unos segundos frente al nmero 21. Por un momento tuve lasensacin de que era el blanco de decenas de miradas. El orificio de la cerradurapareca corresponder por su reducido tamao al de una llave como la queyo guardaba

    Al reemprender el camino hacia el hotel, me di cuenta que las tarjetaspostales seguan entre mis sudorosas manos. Ni Ana Bentez, ni mis padres, ni

  • Alberto Schommer, ni Raquel, ni Castillo, ni Gloria de Larraaga llegaron arecibir jams tales recuerdos.

    Aquella tarde, en un ltimo esfuerzo por relajarme, acud al Museo delEspacio, en el paseo de Jefferson. A pesar de lo inminente, y aparentementesencillo, de la fase final de la bsqueda de la informacin del mayor, las dudas sehaban recrudecido. Y si estuviera equivocado? Y si aquel apartado de correosno fuera lo que buscaba con tanto empeo?

    La verdad es que estaba llegando al lmite de mis posibilidades. Aqullas estaba seguro eran mis ltimas horas en los Estados Unidos. Si no conseguaresolver el dilema, debera olvidarme del asunto durante mucho tiempo. Sentadoen el hall del museo, inevitablemente solo y con una angustia capaz de matar aun caballo, ech de menos a alguien con quien compartir aquellos momentos detensin. En el centro de la sala, una larga fila de turistas y curiosos aguardabapacientemente su turno para pasar ante la urna en la que se exhibe un fragmentode roca lunar, no ms grande que un cigarrillo. Un segundo trozo, mucho msreducido, haba sido incrustado al pie de la vitrina. Y como si se tratara de unareliquia sagrada, cada visitante, al cruzar frente a la urna, pasaba sus dedos sobrela negra y desgastada piedra.

    Por pura inercia abr mi cuaderno de notas y fui describiendo cuantoobservaba. Y, naturalmente, termin cay endo sobre la clave del mayor. Peroesta vez me detuve en el original, en la versin inglesa.

    Mi psima costumbre de subrayar, dibujar y trazar mil garabatos sobre loslibros o apuntes que manejo, estaba a punto de sacudirme aquella profundatristeza.

    En realidad, todo empez como un juego; como un simple e inconscientealivio a la tensin que soportaba. S de muchas personas que, cuando hablan portelfono, meditan o, sencillamente, conversan, acompaan sus palabras opensamientos con los ms absurdos dibujos, lneas, crculos, etc., trazados sobrecualquier hoja de papel. Pues bien, como digo, en aquellos instantes me dediqua recuadrar sin orden ni concierto algunas de las palabras de cada una de lascinco frases que formaban el mensaje cifrado.

    La fortuna o no sera la suerte? quiso que yo encerrara en sendosrectngulos, entre otras, las primeras palabras de cada una de las frases de laclave. A continuacin, siguiendo con aquel pasatiempo, me entretuve enatravesarlos con otras tantas lneas verticales.

    Al leer de arriba abajo aquel aparente galimatas, una de las absurdasconstrucciones me dej de piedra. Las cinco primeras palabras de cada frase,ledas en este sentido vertical, encerraban un significado. Y qu significado!: La llave abre el pasado .

    El resto de las frases as confeccionadas, sin embargo, no tena sentido.Antes de dar por buena la nueva pista, repas el mensaje, trazando y uniendo

  • las palabras de arriba abajo, de izquierda a derecha y hasta en diagonal. Pero fueintil. Las nicas que arrojaban algo coherente casualmente eran lascinco primeras

    The guard rezaba el mensaje en ingls who keeps the vigil in front of theTomb will reveal the ritual of Arlington Cementery to you.

    Key and ritual lead you to Benjamin.Open your eyes before John Fitzgerald Kennedy.The brother lies to rest in 44-W. The shadow of the medlar tree covers him in

    the late afternoon.Past and future are my legacy.

    Qu haba querido decir el mayor con esta sexta pista? Intuitivamente ligula nueva frase con la ltima del mensaje: Pasado y futuro son mi legado. Qurelacin poda existir entre la llave, el pasado y el futuro?

    Animado por aquel sbito descubrimiento, aunque impotente lo reconozco para despejar tanto misterio, me dispuse a esperar las primeras luces de aqueljueves, que presenta particularmente intenso

    Al apearme aquel jueves, 5 de noviembre de 1981, frente a la sucursal decorreos de la calle Benjamin Franklin, not que las rodillas se me doblaban. Enmi mano derecha, cerrada como un cepo, la pequea llave que me entregara elmayor en el Yucatn apareca ligeramente empaada por un sudor fro eincmodo. Inspir profundamente y cruc el umbral, dirigindome con pasodecidido hacia el muro donde reluca el enjambre de casilleros metlicos.

    Haba sido un acierto, sin duda, esperar a que el reloj marcara las diez de lamaana. Decenas de personas se afanaban en aquellos momentos en lasdiferentes dependencias de correos. Al situarme frente al apartado nmero 21,un nutrido grupo de ciudadanos especialmente personas de edad, proceda aabrir sus respectivos depsitos, indiferentes a cuanto les rodeaba.

    Pas la llave a mano izquierda y, en un gesto mecnico, sequ el crecientesudor de la palma derecha contra la pana de mi pantaln gris. Volv a respirar loms hondo posible y recobr la pequea llave, llevndola temblorosamente hastala cerradura. Pero los nervios me traicionaron. Antes de que pudiera comprobarsiquiera si entraba o no en el orificio, la llave se me fue de entre los dedos,cayendo sobre el pulido embaldosado blanco. El tintineo de la pieza en susmltiples rebotes sobre el pavimento me hizo palidecer. Me lanc como unautmata tras la maldita llave, furioso contra m mismo por tanta torpeza. Pero,cuando me dispona a recogerla, una mano larga y segura se me adelant. Allevantar la vista, un hilo de fuego me perfor el estomago. El servicial individuoera uno de los policas de servicio en la sucursal. En silencio, y con una abierta

  • sonrisa por todo comentario, el agente extendi su mano y me entreg la llave.Dios quiso que supiera corresponder a aquel gesto con otra sonrisa decircunstancias y que, sin abrir siquiera los labios, diera media vuelta en direccinal casillero nmero 21.

    Ahora tiemblo al pensar en lo que hubiera podido ocurrir si aquelrepresentante de la ley me hubiera hecho alguna pregunta

    Con el susto todava en el cuerpo, tante el orificio con la punta de la llave. Elcorazn brincaba sin piedad.

    Por favor, entra! Entra! .Dulcemente, como si me hubiera odo, la llave penetr hasta la cabeza.Me dieron ganas de gritar. Haba entrado! En realidad no era mi mano

    derecha la que sujetaba la llave. Era mi corazn, mi cerebro y todo mi serAntes de proseguir, mir cautelosamente a izquierda y derecha. Todo pareca

    normal.Tragu saliva e intent abrir. Por ms que tir hacia afuera, la portezuela

    metlica no respondi. Sent cmo otra ola de sangre golpeaba mi estmago.Qu estaba pasando? La llave haba entrado en la ranura Por qu noconsegua abrir el apartado?

    En mitad de tanto nerviosismo y ofuscacin comprend que estaba forzandola cerradura en un solo sentido: el izquierdo. Gir entonces hacia la derecha y laportezuela se abri con un leve chirrido.

    Me hubiera gustado poder detener el tiempo. Despus de tantos sacrificios,angustias y quebraderos de cabeza, all estaba yo, a las 10.15 del jueves, 5 denoviembre de 1981, a punto de esclarecer el misterio del mayor .

    En aquellos instantes, aunque parezca increble, antes de proceder a laexploracin del apartado, sent no disponer de una cmara fotogrfica. Pero unelemental sentido de la prudencia me hizo dejar el equipo en el hotel.

    Alargu la mano y tante la superficie metlica del casillero. En lasemipenumbra medio adivin la presencia de un par de bultos. Estaban al fondodel estrecho nicho rectangular. Al palparlos los identifiqu con algo parecido atubos o cilindros. Extraje uno y vi que se trataba de una especie de cartucho decartn, de unos treinta centmetros de longitud, perfecta y slidamente protegidopor una funda de plstico o de papel plastificado. Su peso era muy liviano. Nopresentaba inscripcin o nombre alguno, excepcin hecha de un pequeo nmero(un 1 ), dibujado en negro y a mano sobre una pequea etiqueta blanca,pegada o adherida a su vez sobre una de las caras circulares del cilindro. Todoello, como digo, bajo un brillante material plstico, cuidadosamente fijado alcartucho.

    Me apresur a sacar el segundo bulto. Era otro cilindro, gemelo al primero,pero con un 2 en otra de sus caras.

    De pronto comenc a experimentar una extraa prisa. Tuve la intensa

  • sensacin de que era observado. Pero, dominando el deseo de volverme,introduje la mano en el apartado haciendo un tercer registro. Mis dedostropezaron entonces con un sobre. Lo situ en la boca del nicho y, antes deretirarlo, me asegur que el casillero quedaba vaco. Repas, incluso, las paredessuperior y laterales. Una vez convencido de que el box nmero 21 haba quedadototalmente limpio, ech mano de aquel sobre blanco y, sin examinarlo siquiera,proced a cerrar la puerta. Aparentando naturalidad, guard la llave y me dirig ala salida de la sucursal.

    Por un momento me dieron ganas de correr. Pero, sacando fuerzas deflaqueza, me detuve a medio camino. Prend uno de los ltimos ducados yaprovech aquella fingida excusa para volverme. La verdad es que no aprecinada sospechoso. El intenso movimiento de ciudadanos haba disminuidoligeramente, aunque an se apreciaban pequeos grupos frente a las mesas demrmol, en los distintos mostradores y junto a los bloques de los apartados. Algoms sosegado, y suponiendo que aquel presentimiento poda deberse a miexcitacin, cruc el umbral, alejndome de la oficina de correos.

    Tres cuartos de hora ms tarde colgaba en el pomo de la puerta de mihabitacin el cartel verde de: No molesten. Deposit ambos cartuchos sobre elcristal de la mesita que me serva de escritorio y retroced un par de pasos.

    Lo haba conseguido! .Durante algunos minutos, con el sobre entre las manos, disfrut de aquel

    espectculo. No poda sospechar siquiera lo que contenan aquellos cilindros decartn, pero eso en aquellos instantes era lo de menos.

    Lo haba conseguido! .Lo daba todo por bien empleado: tiempo, dinero, soledadMe dej caer sobre el entarimado y, como si se tratase de una pelcula, fui

    recordando los pasos que haba seguido en aquellos meses.Pero, finalmente, la curiosidad se impuso y rasgu el sobre. En el exterior no

    haba una sola palabra o indicacin. Nada ms sacar la hoja de papel quecontena identifiqu la letra picuda y agitada del mayor.

    Estaba fechada el 7 de abril de 1979, en Washington D.C. En ella,simplemente, haca constar que su hermano en el gran viaje habafallecido dos aos atrs en 1977 y que, siguiendo los impulsos de su propiaconciencia, ese mismo 7 de abril de 1979 daba por concluido el diario de dichoviaje

    El breve mensaje finalizaba con las siguientes palabras:

    Slo pido a Dios que nuestro sacrificio pueda ser conocido algn da y quelleve la paz a los hombres de buena voluntad, de la misma forma que mihermano y yo tuvimos la gracia de encontrara.

  • Al pie de la nota, el mayor suplicaba que la persona que tuviera acceso aldiario y a la presente misiva, respetara el anonimato de ambos.

    Por esta razn he suprimido la identidad de la persona a la que hace mencinel mayor, denominndole hermano suyo. Puedo aclarar eso s que no setrata en realidad de un hermano de sangre, sino de una calificacin puramenteespiritual

    Mi primera reaccin al leer la esquela fue consultar la clave. Aquellaconfesin del fallecido oficial de la USAF pareca encajar de lleno en la cuarta yno menos misteriosa frase:

    El hermano duerme en 44-W. La sombra del nspero le cubre al atardecer.

    De nuevo brot en m el nombre de Arlington. S, ahora s puede tener sentido me dije a m mismo. Ahora empiezo a

    comprender .Haba que visitar de nuevo el cementerio. En realidad, tal y como pude

    verificar al leer el diario del mayor, las dos ltimas frases de su mensaje cifradono eran otra cosa que una confirmacin para la persona que llegara hasta sulegado de la realidad fsica de su compaero en el gran viaje y,obviamente, de la naturaleza del referido diario.

    En honor a la verdad, despus de conocer aquella increble informacin quehaba sido encerrada en los cilindros, tampoco era vital la localizacin delfallecido compaero de m amigo. Los que me conocen un poco saben, sinembargo, que me gusta apurar las investigaciones y con mayor motivo si como en aquellos momentos me hallaba tan cerca del final.

    Pero las sorpresas no se haban terminado en aquel imborrable juevesAntes de proceder a la solemne apertura de los cartuchos de cartn, coloqu elsobre junto a los cilindros y los fotografi a placer. Acto seguido, y trascomprobar que el plstico protector no ofreca el menor resquicio por dndeempezar la labor de extraccin, tom una de mis cuchillas de afeitar y,delicadamente, separ el crculo que cubra una de las caras del cilindro.Precisamente, la opuesta a la que presentaba aquella pequea etiqueta con elnmero 1 .

    Nerviosamente palp el cartn. Pareca muy slido. Despus de unminucioso casi me atrevera a llamarlo microscpico examen, me viobligado a sajarlo por su circunferencia. Una hora despus, la pertinaz tapadera(de cinco milmetros de espesor y diez centmetros de dimetro) saltaba al fin,dejando al descubierto el interior del tubo.

    Segundos despus apareca ante m un mazo de papeles, perfectamenteenrollados. Haba sido introducido en una funda de plstico transparente,hermticamente grapada por la parte superior. Tuve que valerme de un pequeocortaas para hacer saltar las diecisiete grapas. Con una excitacin difcil de

  • transcribir, ech una primera ojeada a los documentos y comprob que habansido mecanografiados a un solo espacio y en lo que nosotros conocemos comopapel biblia. Cada folio (de 20 31 centmetros), hasta un total de 250, haba sidofirmado y rubricado en la esquina inferior izquierda por el mayor. Era la mismaletra y yo dira que la misma tinta que figuraba al pie de la misiva que habaretirado del apartado de correos nmero 21 y que acababa de abrir.

    El texto, en ingls, me arrebat desde el momento en que fij mis ojos en l.Y creo que no hubiera podido despegarme de su lectura, de no haber sido poraquella inesperada llamada telefnica

    Hacia las 13 horas, como digo, el telfono de mi habitacin me devolvi a lacruda realidad.

    Seor Bentez?Soy yo Dgame.Dos seores preguntan por usted Estn aquDos seores? pregunt a m vez, desconcertado ante la sbita visita.

    Quines son?Un momento dud el empleado del hotel, no lo sQuin poda tener inters en verme? Es ms pens con un extrao

    presentimiento, quin sabe que estoy en Washington?Uno de ellos me anunci el recepcionista a los pocos segundos afirma

    ser del FBIAh! exclam con un hilo de voz. Bueno, ahora mismo bajoTodo haba sido tan rpido e imprevisto que, al poco de colgar el auricular,

    comenc a palidecer. No era lgico ni normal que el FBI se interesara por m.Qu poda haber ocurrido? En qu nuevo lo me haba metido?

    De pronto record. Das atrs yo haba cometido la torpeza de interesarmecerca de la Embajada Espaola y del Pentgono por los posibles familiares delmay or. Mientras recoga precipitadamente los cilindros y el sobre, ocultndolosen el fondo de la bolsa de mis cmaras, un torbellino de temores, hiptesis ycontrahiptesis embarullaron an ms mi cerebro.

    Con la llave de mi habitacin entre las manos y muerto de miedo, mepresent en el hall.

    Dos individuos de fuerte complexin y pulcramente trajeados se levantaronde los butacones situados frente a la puerta del ascensor. No tuve oportunidadsiquiera de aproximarme al mostrador de recepcin y preguntar por mis inslitosvisitantes.

    Con una sonrisa un tanto forzada, uno de ellos me sali al paso extendiendo sumano.

    El seor Bentez?Al presentarme, el que haba estrechado mi mano en primer lugar y que

    pareca llevar la voz cantante, me invit a sentarme con ellos.

  • No se preocupe anunci con un evidente deseo de tranquilizarme, setrata de una simple rutina

    Yo tambin me esforc en sonrer, al tiempo que les rogaba que seidentificaran.

    Por telfono aad me han dicho que uno de ustedes es agente del FBI.Podra ver sus credenciales?

    Instantneamente, y como si aquella peticin ma formara parte de unceremonial igualmente rutinario y habitual, ambos sacaron del interior de suschaquetas sendas carteras de plstico negro. En la primera perteneciente alque me haba identificado nada ms verme en el hall pude leer, con caracteresque destacaban sobre el resto, las palabras Federal Bureau of Investigation.Aquello, en efecto, corresponda a las famosas siglas FBI u Oficina Federal deInvestigacin.

    En la segunda credencial que no fue retirada de mi vista con tanta rapidezcomo la del agente del FBI pude leer, en cambio, lo siguiente: Departamentode Estado. Oficina de Prensa y algo as como una direccin: 2201 C Street(Washington D.C.) y un nmero que empezaba por (202) 632

    Muchas gracias repuse con ms miedo, si cabe. Ustedes dirnSabemos quin es usted y conocemos igualmente su condicin de

    periodista espaol replic el miembro del FBI, al tiempo que abra una pequealibreta y rechazaba amablemente uno de mis cigarrillos, y se nos hacomunicado que el pasado martes, a las 11.15 de la maana, usted se interes porlos posibles parientes del mayor

    Joder qu tos! pens. Vaya servicio de informacin! .Pues bien prosigui el agente, indicndome las notas que aparecan en su

    block, en primer lugar queramos averiguar si estos datos son correctos.Efectivamente. Lo sonEn ese caso, nos gustara saber por qu tiene usted ese inters por la familia

    del mayor.Mi cerebro, despierto a causa digo y o del miedo, fue buscando las

    respuestas con una frialdad que an me asusta.Bueno, es una vieja historia. Conoc al mayor en uno de mis viajes a

    Mxico y entabl con l una sincera amistad. Nos escribimos y hace unassemanas ment al visitar nuevamente aquel pas, supe que haba fallecido.

    Sin pestaear, sostuve la desconcertada mirada del yanqui. Quiz esperabaotra versin y, al comprobar que le deca la verdad (cuando menos, parte de laverdad), se mostr indeciso. Ese fue su primer error.

    Antes de que acertara a formular una nueva pregunta, aprovech aquellossegundos y tom la iniciativa:

    Ustedes sabrn tambin que yo soy investigador y escritor del fenmenoovni

  • El agente sonri.En cierta ocasin segu improvisando el mayor me dio a entender que

    saba de cierta informacin relacionada con este tema. Y me dio el nombre deun compaero que reside en los Estados Unidos l me dara los datos, siemprey cuando yo supiera esperar a que falleciera el mayor

    Mi interlocutor, tal y como yo deseaba, mordi el anzuelo.Puede decirnos el nombre de esa persona?Fing una cierta resistencia y aad:La verdad es que no me gustara perjudicar a nadieNo se preocupeEst bien. No tengo inconveniente en darles el nombre de esa persona que

    busco, siempre y cuando ustedes me mantengan al margen y respondan a unapregunta

    Los dos personajes cruzaron una mirada de complicidad y el funcionario delDepartamento de Estado, que no haba abierto la boca hasta ese momento,pregunt a su vez:

    De qu se trata?Podran ustedes proporcionarme una pista sobre algn familiar del mayor

    o sobre ese amigo al que trato de localizar?Antes de que su compaero tuviera tiempo de responder el agente del FBI

    intervino de nuevo:Trato hecho. Dganos: cmo se llama esa persona con la que usted debe

    contactar?Al tomar nota del nombre y primer apellido del hermano de viaje del

    may or, el agente, titube y cruz una nueva y fugaz mirada con suacompaante. Ese fue su segundo error.

    Aquella casi imperceptible vacilacin termin por alertarme. En ese instantepor primera vez comenc a tomar conciencia de que me haba aventuradoen un asunto sumamente peligroso. Aquellos individuos eso saltaba a la vistasaban mucho ms de lo que decan. Pero lo peor no era eso. Lo dramtico esque por esas casualidades del destino tena en mi poder una informacin queempezaba a quemarme entre las manos y por la que los servicios de inteligenciade los Estados Unidos hubieran sido capaces de todo.

    Y qu hay de esa pista? presion con fingido aire de satisfaccin.El agente del FBI guard silencio y, tras escribir algo en una de las hojas de su

    libreta, la arranc, ponindola en mis manos.Es todo lo que podemos decirle mascull con desgana. Creemos que

    se trata de uno de los parientes del mayorEn el papel pude leer el nombre de la ciudad de Nueva York y dos apellidos.Simul una cierta contrariedad.Pero, no pueden decirme algo ms?

  • Los individuos se pusieron en pie y, tras desearme suerte, se alejaron hacia lapuerta de salida. Sin quererlo, aquellos gorilas me haban brindado la mejorde las excusas para salir de Washington a toda prisa.

    Antes de regresar a mi habitacin tuve el acierto de asomarmedisimuladamente por la puerta giratoria del hotel y ver cmo los agentes seintroducan en un coche azul metalizado, aparcado a veinte o treinta metros dedonde me encontraba. Me intern de inmediato en el hall, dirigindome hacia elascensor y notando sobre m el peso de la curiosa mirada del recepcionista.

    Antes de cerrar la puerta de mi habitacin volv a colgar el anuncio de Nomolesten y ech la cadena de seguridad. Las rodillas empezaron entonces atemblarme y tuve que dejarme caer sobre la cama. Supongo