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Coleccin Emancipacin ObreraIBAGU-TOLIMA 2013 GMM

Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

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Libro No. 397. La Casa de la Mezquita. Kader, Abdolah. Coleccin Emancipacin Obrera. Marzo 23 de 2013. Ttulo original: Het huis van de moskeeISBN edicin en papel: 978-84-9838-184-9 ISBN libro electrnico: 978-84-15470-12-0 (epub) Primera edicin en libro electrnico (epub): diciembre de 2011 Reservados todos los derechos sobre la/s obra/s protegida/s. Quedan rigurosamente prohibidos, sin la autorizacin de derechos otorgada por los titulares de forma previa, expresa y por escrito y/o a travs de los mtodos de control de acceso a la/s obra/s, los actos de reproduccin total o parcial de la/s obra/s en cualquier medio o soporte, su distribucin, comunicacin pblica y/o transformacin, bajo las sanciones civiles y/o penales establecidas en la legislacin aplicable y las indemnizaciones por daos y perjuicios que correspondan. Asimismo, queda rigurosamente prohibido convertir la aplicacin a cualquier formato diferente al actual, descompilar, usar ingeniera inversa, desmontar o modificarla en cualquier forma as como alterar, suprimir o neutralizar cualquier dispositivo tcnico utilizado para proteger dicha aplicacin. Ttulo original: Het huis van de moskee Traduccin del neerlands: Marta Arguil Bernal Con la colaboracin de Foundation for the Production and Translation of Dutch Literature Copyright Kader Abdolah, 2005 Copyright de la edicin en castellano Ediciones Salamandra, 2008 Publicaciones y Ediciones Salamandra, S.A. Almogvers, 56, 7 2 - 08018 Barcelona - Tel. 93 215 11 99 www.salamandra.info

Versin Original: Het huis van de moskee Circulacin conocimiento libre, Diseo y edicin digital de Versin original de textos: Licencia Creative Commons: Emancipacin Obrera utiliza una licencia Creative Commons, puedes copiar, difundir o remezclar nuestro contenido, con la nica condicin de citar la fuente. Autora-atribucin: Respetar la autora del texto y el nombre de los autores No comercial: No se puede utilizar este trabajo con fines comerciales No derivados: No se puede alterar, modificar o reconstruir este texto. Portada e Ilustracin E.O. de Imagen: De documento original

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Abdolah, Kader - La Casa De La MezquitaSin duda uno de los ms destacados narradores contemporneos de los Pases Bajos, el escritor de origen iran Kader Abdolah autor de El reflejo de las palabras ha obtenido un rotundo xito con esta nueva novela, que ha sido elegida por los lectores neerlandeses como segundo libro preferido de todos los tiempos. Durante generaciones, la poderosa familia de Aga Yan ha ocupado una posicin privilegiada en la tranquila ciudad de Seneyn. Siguiendo una tradicin secular, el clan habita un casern de treinta y cinco habitaciones adosado a la mezquita, una enorme y animada colmena llena de abuelas, nios, sirvientes, comerciantes y santones. Por el edificio fluyen a toda velocidad historias fascinantes, y all conviven el poder econmico y el poder espiritual, la religin y la vida social, las pasiones y los rezos. Sin embargo, todo cambia en los aos setenta, cuando la religin se convierte en arma poltica y pone fin a dcadas de armona. Los grupos de izquierdas contrarios a la occidentalizacin del pas y los extremistas islmicos provocan la cada del sah, y el regreso del ayatol Jomeini marcar drsticamente el destino de la familia. Epopeya familiar de marcado tono autobiogrfico, en La casa de la mezquita confluyen la rica cultura persa con la vida cotidiana de los iranes. Gente, arte, religin, sexo, literatura, cine, incluso el mundo de la radio y la televisin; el autor retrata, con el conocimiento que le otorga su experiencia personal, una sociedad islmica moderada, ligada a una sabia y frtil tradicin milenaria y alejada de todo radicalismo.

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La Casa de la Mezquita. Abdolah Kader

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a Aga Yan, para que vayas en paz

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Nun wal qalam wa ma yastarun:

Por el clamo y lo que los ngeles escriben!

EL CLAMO

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Las hormigas

Alef Lam Mim. Haba una vez una casa muy antigua llamada la casa de la mezquita. Era grande, de treinta y cinco habitaciones, y durante siglos haban vivido en ella familias emparentadas al servicio de la mezquita. Todas las estancias posean una funcin y un nombre correspondiente, como el cuarto de la cpula, el cuarto de fumar, el cuarto de las historias, el cuarto de las alfombras, el cuarto de los enfermos, el cuarto de las abuelas, la biblioteca y el cuarto del grajo. Se haba construido detrs de la mezquita, adosada a sta. En un extremo del patio, una escalera de piedra conduca a la azotea, desde la que se acceda al templo. Y en medio del patio se hallaba el houz, la alberca hexagonal para las abluciones antes de la oracin. Por aquel entonces la casa estaba habitada por las familias de tres primos: Aga Yan, el vendedor de alfombras, responsable del viejo zoco de la ciudad; Alsaberi, el imn de la mezquita, y Aga Shoya, su muecn. Era un viernes por la maana a comienzos de primavera. El sol calentaba agradablemente y el jardn ola a tierra. Los rboles tenan hojas jvenes, las plantas haban echado los primeros brotes y los pjaros, revoloteando de rama en rama, trinaban en el jardn. Las dos abuelas estaban recogiendo los restos de las plantas muertas el pasado invierno, mientras los nios jugaban a perseguirse y esconderse detrs de los recios rboles. De pronto, un enjambre de hormigas surgi de debajo de los viejos muros y cubri con un movedizo manto marrn el zagun, junto al aoso cedro. Millares de hormigas jvenes, que por primera vez vean el sol y sentan su calor, se apretujaban unas contra otras. Los gatos de la casa las observaban a distancia desde la alberca, perplejos ante aquella masa fluctuante. Los nios cesaron en sus juegos y acudieron a ver aquel portento que avanzaba por la entrada. Los pjaros enmudecieron y, posndose en las ramas del granado, estiraban el cuello

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para seguir el movimiento de las hormigas. Abuelas! gritaron los nios. Venid a ver esto! Las abuelas, atareadas en el otro extremo del jardn, no los oyeron. Venid, venid, hay millones de hormiguitas! exclam una de las nias. Las abuelas se acercaron. Jams haba visto nada semejante! exclam una. Ni haba odo nada igual! se admir la otra. Estupefactas, las dos se llevaron las manos a la boca. El nmero de hormigas creca por momentos y en poco tiempo cubrieron por completo el zagun, haciendo imposible llegar hasta la puerta principal. Los nios corrieron hasta el estudio de Aga Yan, en el otro extremo del patio. Aga Yan, venga! Aydenos! Las hormigas! Aga Yan descorri las cortinas y mir fuera. Qu sucede? Puede venir un momento? Dentro de poco no podremos salir, las hormigas se dirigen hacia la casa. Las hay a millares! Ahora mismo voy. Se ech una larga tnica por los hombros, se cal el sombrero rabe y sali con los nios. Aga Yan haba vivido muchas cosas en aquella casa, pero jams haba presenciado nada igual. Esto me recuerda al profeta Suleimn les dijo a los nios. Tiene que haber un motivo especial para que ocurra algo as o no saldran al exterior en masa. Si prestamos atencin las oiremos hablar entre s, aunque no sepamos su lenguaje. El profeta Suleimn saba hablar con las hormigas, pero yo no. Se dira que estn haciendo algo, una especie de ceremonia, o tal vez

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estn cambiando de hormiguero por la llegada de la primavera. Piensa algo! lo inst Joleb, la abuela ms joven. Haz que vuelvan a su nido o se metern en la casa. Aga Yan se arrodill en el jardn, se puso las gafas y estudi las hormigas de cerca. En ese momento intervino Jolban, la abuela de ms edad. Lee el sura en que Suleimn habla con las hormigas que haban cubierto el valle para impedirle que pasara con su ejrcito. O lee Al Namal, el sura en que el profeta habla con Hodhod, la abubilla, cuando el pjaro le trae una carta de amor de la reina de Saba. Los nios aguardaron la decisin de Aga Yan llenos de curiosidad. Lee Al Namal antes de que sea demasiado tarde y pide a las hormigas que regresen a su nido. Los nios miraron de nuevo a Aga Yan. Lee la carta de amor o las hormigas se aduearn de la casa! Hubo un silencio. Traedme el Corn! mascull Aga Yan. Shabal, uno de los nios, fue corriendo hasta la alberca, se lav las manos, se las sec con un trapo colgado en el tendedero y entr precipitadamente en el estudio. Al poco, regres con un viejo ejemplar del Corn y se lo alarg a Aga Yan, quien lo hoje en busca del sura Al Namal y, detenindose en la pgina 377, se inclin hacia delante y empez a declamar: Suleimn dijo: Waqala ya ayo hanas elmana maneq altair waqala ya ayo hanas wa warthe soleiman davud waqale ya ayohanas olemana mantjal teir wa oteina men kolle sheian ena haza lahova alfazal almobin wa hashre soleiman yinude men alyen walens wal teir fahme yuzeun hatta eza atu ala wa ela wa danamal qalat namalato ya ayojallnamal adqalo maskanajom la yahtamanakom soleiman wa yanaho wa hom la yasharunwa. Todos miraban y callaban, todos esperaban la reaccin de las hormigas.

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Aga Yan sigui salmodiando y sopl sobre las hormigas. Las abuelas fueron en busca de dos hornillos y echaron un poco de esfand al fuego. Dos nubes de oloroso humo se expandieron por el aire. A continuacin, se arrodillaron en el suelo junto a Aga Yan y fueron expeliendo el humo sobre las hormigas al tiempo que susurraban: Suleimn, Suleimn, Suleimn, las hormigas, las hormigas, el valle, el pjaro Hodhod, el pjaro Hodhod, la reina de Saba, Saba, Saba, Saba. Suleimn, Suleimn, Suleimn, Hodhod, hormigas, hormigas, hormigas, hormigas. Los nios contuvieron la respiracin. De pronto los insectos se detuvieron, se hubiera dicho que escuchando, como si quisieran averiguar quin les cantaba y exhalaba sobre ellos aquel humo fragante. Fuera de aqu, nios! Estn retrocediendo! No las molestis! los exhort Jolban. Los nios subieron a la planta superior y a travs de las ventanas observaron cmo las hormigas se replegaban. Muchos aos despus, cuando Shabal haba dejado el pas y viva en el extranjero, sola evocar los recuerdos de aquel da para sus amigos. Les contaba que haba presenciado con sus propios ojos cmo despus de leer el sura de las hormigas, stas haban desaparecido por los agujeros de los viejos muros como largas cuerdas parduscas. La casa de la mezquita

Alef Lam Ra. Pasaron los aos. Nunca volvi a salir aquel desorbitado nmero de hormigas de debajo de los muros centenarios. Del suceso no qued ms que un breve recuerdo. En la casa ancestral, la vida segua su curso. Al anochecer, las abuelas trajinaban en la cocina como las dems mujeres. Faltaba poco para que llegase el imn Alsaberi y tendran que prepararlo para la oracin de la noche. El viejo grajo sobrevol la casa y emiti un graznido. Un carruaje se detuvo en el portal y Jolban sali a abrirle la puerta al imn. El anciano cochero salud a la abuela y sigui su camino. Era el ltimo cochero, pues el ayuntamiento haba prohibido la circulacin de caballos en la ciudad y subvencionaba taxis a

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todos los que obtuvieran el permiso de conducir. Pero haba un cochero entrado en aos que no lograba aprobar el examen y, por mediacin de la mezquita, se lo autoriz a trabajar al servicio del imn, pues Alsaberi consideraba impuros los taxis y no le pareca apropiado que un religioso anduviese por la ciudad en uno de aquellos vehculos como si fuese un ciudadano corriente. Alsaberi llevaba un turbante negro, lo que indicaba que era descendiente del profeta Mahoma, y vesta una larga aba, la tnica marrn de los religiosos. Haba asistido a la ceremonia nupcial de una destacada familia de la ciudad, y bendecido el matrimonio. Los nios saban que no deban acercarse demasiado al imn pues, todas las noches, cientos de personas se situaban detrs de l para rezar. Nadie poda tocarlo antes de la oracin. Salam! lo saludaban los nios a coro. Salam! responda el imn con una sonrisa. Aos atrs, cuando Alsaberi llegaba a la casa con una bolsita de golosinas, se la entregaba a una de las nias; entonces, todos los cros echaban a correr mientras l prosegua su camino hacia la biblioteca. Pero ahora que los nios haban crecido ya no salan a su encuentro, de modo que el imn les daba las golosinas a las abuelas para que ellas se encargaran de repartirlas. En cuanto el imn Alsaberi llegaba a la casa, las abuelas se lavaban las manos en la alberca y acudan presurosas a la biblioteca para acompaarlo al bao. Todo suceda en silencio. Una de las abuelas le quitaba con cuidado el turbante de la cabeza y lo dejaba sobre la mesa, mientras la otra lo ayudaba a despojarse de la tnica y la colgaba en el perchero. El imn no haca nada por s mismo, ni siquiera tocaba la ropa. Esto no puede seguir as solan quejarse las abuelas a Aga Yan. Lo que hace y nos exige no es normal ni bueno. Nunca habamos tenido un imn as en la casa. Bien est que quiera ir limpio, pero esto pasa de castao oscuro. Ni siquiera toca a sus propios hijos, y slo come con una cuchara que lleva siempre en el bolsillo. No podr seguir as por mucho tiempo. Las abuelas le contaban a Aga Yan todo lo que suceda en la casa, hasta los secretos que nadie ms poda saber. En realidad, las abuelas no eran las verdaderas abuelas de la familia sino dos sirvientas que

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llevaban all ms de sesenta aos. Eran an un par de jovencitas cuando el padre de Aga Yan las llev a la casa y all se quedaron. Nadie saba de dnde venan y ellas nunca hablaban de su pasado. No haban estado casadas, aunque todos saban que las dos mantenan relaciones secretas con el to de Aga Yan: siempre que l iba de visita, eran suyas. Las abuelas formaban parte de la casa, igual que el viejo grajo, el cedro y los stanos. Una de ellas haba criado al imn y la otra a Aga Yan, ambas eran las confidentes de este ltimo y se encargaban de velar por las costumbres de la casa. Aga Yan era vendedor de alfombras y posea la tienda ms antigua del zoco de Seneyn, donde tena ms de un centenar de empleados a su servicio. Asimismo, contaba con un equipo de siete dibujantes dedicados exclusivamente a crear los motivos de sus tapices. El zoco es una ciudad dentro de la ciudad; se puede acceder a l a travs de varias puertas. Es un laberinto de callejas cubiertas con techos abovedados, e innumerables tenderetes se apian unos junto a otros. Durante siglos, los zocos haban sido el principal centro econmico del pas. En sus locales se instalaban miles de mercaderes que, desde tiempos inmemoriales, comerciaban con telas, oro, grano, alfombras y metales labrados. Los vendedores de alfombras, en particular, haban desempeado un papel crucial en la historia del pas. Gracias a su privilegiada posicin, Aga Yan tena en sus manos las riendas de la mezquita y el zoco. Las alfombras de la tienda de Aga Yan lucan esplndidos dibujos y asombrosos colores. Los tapices que llevaban su marca valan su peso en oro y no estaban al alcance de cualquiera. Los comerciantes especializados los encargaban con mucha antelacin para sus clientes de Europa y Amrica. Aquellas alfombras eran inigualables. Nadie saba de dnde procedan aquellas figuras inalcanzables o cmo era posible lograr tan hermosa mezcla cromtica. Aqul era el secreto de la casa y el que le daba un gran prestigio a la tienda. No haban llegado an los tiempos en que cada casa tena su propio cuarto de bao; no obstante, la ciudad contaba con varios baos pblicos muy espaciosos. Fieles a la tradicin familiar, los hombres de la casa de la mezquita iban siempre a la casa de baos ms antigua, donde haba un lugar reservado para el imn. Pero Alsaberi no quera ni or hablar del asunto y

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se negaba en redondo a poner un pie en aquel lugar donde, a buen seguro, encontrara decenas de hombres lavndose a la vez. Se pona enfermo slo de imaginarse desnudo delante de los dems. Por esa razn, Aga Yan acab contratando un albail para que construyese un cuarto de bao en el interior de la casa. El albail slo tena experiencia en la construccin de baos tradicionales, de modo que se limit a hacer un agujero en la estancia contigua a la biblioteca e improvis una curiosa baera para el imn. Aquella noche, como de costumbre, Alsaberi se sent sobre la piedra cubierto con sus largos calzones blancos, mientras una de las abuelas le echaba una jarra de agua caliente por la cabeza. Fra! Fra! exclam el imn. Pero las abuelas no se inmutaron. Joleb empez a frotarle la espalda con jabn y Jolban sigui vertindole agua por los hombros despacio, para no salpicar. Despus de enjuagarle el jabn del cuerpo, lo ayudaron a meterse en la poco profunda baera. Alsaberi se tumb y permaneci bajo el agua un buen rato. Cuando volvi a salir, tena el rostro ceniciento. Las abuelas lo ayudaron a incorporarse, le pusieron una toalla sobre los hombros y otra alrededor de la cintura, y luego lo acompaaron hasta la estufa, donde se desprendi con renuencia de los calzones mojados y se puso rpidamente otros limpios. Las mujeres le secaron la cabeza y le pusieron la camisa, ocultndole las manos en las mangas. A continuacin, lo acompaaron de nuevo a la biblioteca. Lo sentaron en una silla y le supervisaron las uas bajo la luz. Una de las abuelas le recort una puntita de la ua del ndice. Terminaron de vestirlo, le pusieron el turbante y las gafas, y con un pao le sacaron lustre a los zapatos. El imn estaba listo para ir a la mezquita. Jolban se dirigi al cedro donde estaba colgada la vieja campana y la hizo sonar. La campana estaba destinada al conserje de la mezquita. En cuanto el hombre la oa, apareca en la azotea, bajaba la escalera y se diriga a la biblioteca pasando por delante del cuarto de huspedes. Nunca vea a las abuelas, pues stas se ocultaban detrs de los anaqueles de libros al verlo entrar en la estancia, pero siempre las saludaba y ellas le devolvan invariablemente el saludo. Despus, el conserje coga los libros que el imn haba dejado preparados encima de la mesa y lo escoltaba hasta la mezquita. Andaba siempre delante del religioso para que ningn perro

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pudiera acercarse a l; era la persona de confianza de Alsaberi, el nico, aparte de las abuelas, que poda tocarlo, alcanzarle algo o tomar algo de su mano. El conserje iba tan limpio como el propio imn. Tampoco l frecuentaba los baos de la ciudad, era su mujer quien lo lavaba en casa metido en una gran cuba. Delante de la mezquita haba un corrillo de hombres esperando para acompaar a Alsaberi hasta la sala de oracin; eran los mismos que siempre ocupaban la primera fila detrs del imn. En cuanto lo vean llegar, lo saludaban: Alabado sea el profeta Mahoma! Los numerosos fieles que haban acudido para la oracin se hicieron a un lado para dejar paso al imn. Alsaberi ocup su lugar y el conserje dej los libros a su lado, sobre una mesita. Slo quedaba esperar a que llegara el muecn, el hombre que desde el ltimo peldao del antiguo almimbar se pona en pie y voceaba: Alaho akbar! Haye alal salat! Al es grande! Preparaos para la oracin! En cuanto lo vean subir los peldaos del almimbar, todos saban que la oracin haba comenzado. El muecn era el ciego Aga Shoya, primo de Aga Yan. Tena una hermosa voz. Tres veces al da se encaramaba a uno de los minaretes de la mezquita y convocaba a los fieles a la oracin: Haye alal salat! Lo haca de madrugada, antes de la salida del sol, a las doce del medioda y al atardecer, tras el crepsculo. Nadie lo llamaba ya por su nombre sino que le haban otorgado el ttulo honorfico de Muecn y hasta su familia lo llamaba as. Alaho akbar! grit. Todos se pusieron en pie y se situaron de cara a La Meca. En teora, un ciego no poda ocupar el puesto de muecn, pues era preciso que viera cundo el imn se inclinaba hacia delante, cundo posaba la frente en el suelo y cundo volva a enderezarse. Pero Aga Shoya no necesitaba la vista para saber esas cosas, bastaba con que el imn alzara un poco la voz en seal de advertencia.

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Muecn tena un hijo de catorce aos llamado Shabal y una hija, Shahin, que ya estaba casada. Su esposa haba fallecido de una grave enfermedad y l no haba querido casarse de nuevo. Sin embargo, eso no le impeda mantener relaciones espordicas con algunas mujeres de las montaas. De cuando en cuando, Muecn se pona su mejor traje, se calaba el sombrero, coga el bastn y desapareca por unos das. Durante su ausencia, su hijo Shabal lo sustitua en sus funciones de almudano, suba al minarete y llamaba al azan. Al trmino de la oracin, un grupo de hombres del zoco acompaaba al imn Alsaberi a casa. Aga Yan sola quedarse un rato ms en la mezquita para charlar con los fieles y casi siempre era el ltimo en marcharse. Aquella noche haba estado hablando con el conserje sobre la reparacin de la cpula. Cuando se dispona a volver a casa, su sobrino Shabal lo llam. Aga Yan, podra hablar un momento con usted? Pues claro que s, muchacho. Le importara que fusemos a dar un paseo a orillas del ro? Al ro? Pero en casa nos estn esperando para cenar. Lo s, pero es importante. Echaron a andar hacia el ro Sefiyani, que discurra plcidamente cerca de all. No s cmo empezar, no es preciso que me conteste enseguida. T dirs, hijo. Se trata de la Luna. La Luna? Bueno, de la Luna no. De la televisin, del imn. La televisin? La Luna? El imn? Qu intentas decirme?

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Bueno, quiero decir que un imn debera saber un poco de todo. Tiene que estar al corriente de las cosas que pasan en el mundo. Alsaberi siempre est leyendo libros de su propia biblioteca, libros antiguos de hace siglos, pero nunca lee los peridicos. No sabe nada de la Luna, por ejemplo. Explcate mejor, qu es lo que Alsaberi debera saber de la Luna? Hoy se habla en todas partes de la Luna. En el colegio, en el zoco, en la calle, pero en nuestra casa jams se habla de esos temas. Tiene idea de lo que va a suceder de aqu a pocas horas? No, qu va a suceder? Esta noche el hombre llegar a la Luna y usted ni siquiera lo sabe. Quiz no les importe ni a usted ni a Alsaberi, pero los americanos van a plantar su bandera en la superficie de la Luna y el imn de nuestra ciudad no est enterado. Jams habla de eso en sus sermones. Esta noche debera haber dicho algo de lo que va a pasar, pero resulta que no tiene ni idea, y eso no es bueno para nuestra mezquita. En la mezquita se debera hablar de las cosas que interesan a la gente. Aga Yan lo escuchaba pensativo. Lo malo es que ya he hablado de esto con Alsaberi continu Shabal, pero no quiere ni or hablar del asunto. No cree en esas cosas. Y qu opinas t que deberamos hacer? Esta noche retransmitirn por televisin la llegada del hombre a la Luna. Me gustara que el imn y usted fuesen testigos de ese acontecimiento histrico. Cmo? Viendo la televisin! Quieres que veamos la televisin? pregunt Aga Yan, estupefacto. Quieres que el imn de nuestra ciudad se siente delante de uno de esos chismes? Sabes lo que me ests pidiendo, hijo? Desde la llegada de ese aparato, les hemos advertido a los fieles desde el almimbar que no lo vean, que no escuchen a ese sah corrupto, que no miren a los americanos. Y ahora t me

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pides que veamos cmo Estados Unidos planta su bandera en la Luna? Sabes de sobra que estamos en contra del sah y de los americanos que lo devolvieron al poder. No queremos ver la cara del sah y la bandera de los americanos en nuestra propia casa. Por qu quieres sentarnos ante un televisor? Ese aparato no es ms que un arma de los americanos, as es como combaten nuestra cultura y nuestras creencias! He odo decir muchas cosas malas de ese aparato, de los programas perniciosos que enferman el espritu. Lo que dice no es del todo cierto, tambin se emiten cosas interesantes, como lo de esta noche. Tiene que verlo! El imn tiene que verlo! Precisamente porque estamos en contra del sah y de Amrica, debemos ver su televisin. Esta noche los americanos llegarn a la Luna. Usted es el hombre ms importante de la ciudad y debera ser testigo. Pondr una antena en el tejado. Poner una antena en nuestro tejado? Maana la ciudad murmurar a nuestra costa. La gente ir por ah diciendo: Habis visto la antena en el tejado de su casa? Nadie se enterar. La peticin de Shabal haba turbado a Aga Yan. El muchacho conoca bien las reglas de la casa, pero se atreva a defender sus ideas. Haca tiempo que Aga Yan haba descubierto aquella virtud en su sobrino y lo admiraba por ello. Aga Yan tena dos hijas y un hijo cinco aos menor que Shabal, pero vea en su sobrino a la persona que habra de sucederlo al frente del zoco. Procuraba mantenerlo al corriente de los asuntos importantes de la casa, lo quera como a un hijo propio y lo educaba para que algn da ocupara su lugar. A la salida del colegio, Shabal iba siempre directamente a la tienda de Aga Yan. ste le contaba las novedades del zoco, le informaba de las decisiones que haba tomado y le consultaba las que pensaba tomar. Y ah estaba Shabal, hablndole de la televisin y la Luna. Aga Yan sospechaba que aquella idea era propia de Nosrat, su hermano menor, que viva en Tehern. En cuanto llegaron a la casa, Aga Yan fue a ver a las abuelas y les dijo: Cenar con el imn en la biblioteca, tengo que hablar con l. Que nadie nos moleste.

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Luego se encamin a la biblioteca, donde encontr al imn leyendo un libro, sentado en el suelo sobre su alfombrilla. Se acomod a su lado y le pregunt qu lea. Es un libro sobre Jadiya, la esposa de Mahoma. En aquellos tiempos, Jadiya posea tres mil camellos, lo que hoy en da equivaldra a unos tres mil camiones. Una riqueza exorbitante. Ahora lo entiendo. Mahoma era joven y pobre. Jadiya era una mujer madura y rica. l necesitaba los camellos de ella, sus camiones, para poder llevar a cabo su misin concluy el imn esbozando una sonrisa. Pero no puedes explicarlo de ese modo objet Aga Yan. Por qu no? Todas las mujeres queran a Mahoma por esposo, por qu si no eligi a la viuda Jadiya que le llevaba casi veinte aos? Las abuelas entraron con dos fuentes redondas. Las dejaron en el suelo delante de los hombres y volvieron a salir. Shabal me ha hablado de la Luna coment Aga Yan mientras coman. Cree que deberamos mirarla. Mirar la Luna? pregunt el imn. Dice que el imn de la ciudad debera estar al corriente de los acontecimientos que suceden en el pas, en el mundo. Cree que no est bien que no leas los peridicos y que slo te intereses por los libros antiguos de tu biblioteca. El imn se quit las gafas y las limpi con el borde de su larga camisa blanca con aire pensativo. S, Shabal ya me ha dicho todas esas cosas a m tambin. No creas que los reproches se dirigen slo a ti, yo tambin me doy por aludido. ltimamente, slo nos ocupamos de las cuestiones de nuestra fe, pero en la mezquita tambin deberan tratarse otros asuntos, como los hombres que esta noche llegarn a la Luna, por ejemplo. No estoy de acuerdo observ el imn. Cree que deberas verlo. Quiere traer un televisor a la biblioteca.

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Te has vuelto loco, Aga Yan? Es listo y confo en l. Sabes que es un buen chico. El asunto quedar entre nosotros y no durar mucho. En cuanto acabe, volver a llevarse el aparato de aqu. Si los ayatols de Qom llegaran a enterarse de que hemos tenido un televisor en casa Nadie tiene por qu enterarse. sta es nuestra casa y nuestra ciudad, nos corresponde a nosotros decidir cmo se hacen las cosas aqu. El chico tiene razn. Dice que casi todos los fieles que acuden a la mezquita han comprado un televisor. Tambin es cierto que la televisin no est permitida en esta casa, pero no podemos encerrarnos entre estas cuatro paredes y cerrar los ojos a lo que pasa en el resto del mundo. A travs de la cortina de la cocina, las abuelas vieron a Shabal en la penumbra, dirigindose a la biblioteca con una caja. Shabal salud al imn y a Aga Yan al entrar y, sin ms prembulos, sac un pequeo televisor de la caja y lo puso sobre una mesita que haba junto a la pared. Despus extrajo un cable muy largo y enchuf un extremo en la parte posterior del aparato. Con el otro extremo en la mano, sali al exterior y subi por la escalera que conduca a la azotea, donde un rato antes haba instalado una antena porttil. Conect el cable a la antena, lo ocult bien y volvi a bajar. Acto seguido, cerr con llave la puerta de la biblioteca y puso dos sillas delante del televisor. Pueden tomar asiento cuando gusten les dijo. En cuanto el imn y Aga Yan se hubieron acomodado en las sillas, encendi el aparato y apag la luz. Baj un poco el volumen y les hizo una breve introduccin. Lo que van a ver ahora est sucediendo en este preciso instante en el espacio. El Apolo XI se aproxima a la Luna y se dispone a aterrizar. Es un momento histrico. Miren, ah est. Dios mo! El imn y Aga Yan se inclinaron hacia delante y observaron cmo el Apolo XI intentaba el alunizaje. Se hizo un profundo silencio. Algo est pasando en la biblioteca le susurr Jolban a Joleb, algo importante que ni

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siquiera t y yo podemos saber. El chico se ha encaramado por la escalera hasta la azotea, ha escondido algo y ha vuelto a bajar corriendo. Han apagado la luz. Qu estarn haciendo ah a oscuras? Vamos a ver. Se acercaron con suma cautela. Mira! Hay un hilo que baja desde el tejado. Un hilo? Fueron de puntillas hasta la ventana pero las cortinas estaban echadas. Con mucho tiento, pasaron por delante de la ventana y llegaron a la puerta. Una misteriosa luz plateada se colaba a travs de los resquicios. Pegaron la oreja a la puerta. Imposible oyeron decir al imn. Increble oyeron decir a Aga Yan. Miraron por la cerradura, pero slo atisbaron aquella inslita luz que inundaba la estancia. Decepcionadas, volvieron sobre sus pasos y desaparecieron en la oscuridad del patio. Noruz

Con la primavera llega tambin el nuevo ao persa, el Noruz. En sus orgenes, el Noruz era una fiesta regia que se celebraba con gran pompa en los palacios de los primeros reyes persas, al inicio de la nueva estacin. Los preparativos empiezan dos semanas antes con una limpieza a fondo de la casa. Para dar la bienvenida a la primavera se plantan semillas de trigo de las que brota el sabz, y los padres compran ropa y zapatos nuevos a sus hijos para visitar a sus parientes, especialmente a los

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abuelos. Las mujeres se ocupan de todos los detalles y slo cuando todo est dispuesto se toman un tiempo para s mismas. En la casa, las abuelas estaban muy atareadas preparndola para el Noruz con la ayuda de un par de sirvientas. La anciana peluquera haba llegado para acicalar a las mujeres, cortarles el pelo y depilarles las cejas y la cara. Llevaba ms de cincuenta aos cumpliendo con aquel ritual. La primera vez que pis aquella casa no deba de tener ms de diez o doce aos y acompaaba a su madre como aprendiza. Ms tarde, cuando su madre muri, ocup su lugar y se convirti en la persona de confianza de las mujeres de la casa. El da que ella llegaba, los hombres tenan prohibida la entrada en aquella parte de la casa. Durante todo el da se oan las risas de las mujeres, que deambulaban por las estancias y el patio sin el velo y con las piernas al aire. Las abuelas las malcriaban sirvindoles el narguile, limonadas y otras golosinas. La peluquera las pona al corriente de los chismorreos de la ciudad. Frecuentaba las casas de las familias ricas y conoca a fondo las cosas que interesaban a las mujeres. Siempre llevaba consigo un viejo maletn con perfumes, tintes, maquillaje, tijeras y horquillas, que venda a sus clientas. Eran artculos vistosos y distintos de los que podan comprarse en el zoco de Seneyn. La peluquera tena un hijo que trabajaba en Kuwait y, siempre que volva a casa de visita, le llevaba una maleta llena de productos de belleza para vender. Aquel da, la peluquera haba ido especialmente a peticin de Fagri Sadat, la esposa de Aga Yan. Fagri Sadat era una mujer respetada en los crculos privilegiados de la ciudad. A veces ayudaba a las abuelas en la cocina, cosa ropa para sus hijos y, mientras stos fueron pequeos, les lea cuentos. A decir verdad, leer era su mayor ocupacin, sobre todo libros y revistas femeninas que su cuado Nosrat le traa de Tehern. Cuando haca buen tiempo, Fagri Sadat cazaba pjaros. Las abuelas la ayudaban a sacar del stano la jaula trampa, un gran cesto de mimbre que fabricaban especialmente para el tamuz, el final del verano. La tapa de la trampa estaba atada con una cuerda a un largo palo. Fagri Sadat esparca grano por el suelo del patio y luego se sentaba en una silla junto a la alberca, a esperar

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la llegada de los pjaros. La bandada de aves llegaba volando desde el otro lado de las montaas y haca un alto en el patio de la casa. En cuanto los pjaros entraban en el cesto picoteando las semillas, Fagri Sadat daba un tirn a la cuerda y la tapa se cerraba atrapando a sus presas, luego los trasladaba con presteza al cuarto de los pjaros, donde durante unos das los observaba en sus jaulas, les daba de comer, les hablaba, estudiaba sus plumas, las dibujaba y, por fin, los liberaba. Mientras ella se ocupaba de los pjaros, los dems hablaban y se movan por la casa con mayor sigilo del habitual. La peluquera acababa de depilar las piernas de Fagri Sadat cuando el viejo grajo se pos en el alero del tejado y grazn anunciando sus noticias. Nadie saba la edad del grajo, pero deba de tener ms de un siglo, porque Aga Yan haba ledo algo acerca de l en un antiguo archivo de la mezquita. El grajo formaba parte de la casa, lo mismo que la cpula, los minaretes, la azotea, el centenario cedro o la alberca a la que iba a beber. Fagri se incorpor al verlo y lo salud: Salam, grajo! Traes buenas noticias? Quin est de camino? Quin viene a visitarnos? Anocheca ya cuando lleg el conserje de la mezquita seguido del imn Alsaberi, que iba ataviado con ropas festivas. Tenan por costumbre entrar por la puerta principal, pero aquel da haban subido por la escalera de la mezquita y estaban cruzando la azotea en direccin a la casa. Tal vez lo hicieron por la primavera. En esa estacin, los tejados de las casas, hechos con una clase especial de barro y una mezcla de plantas del desierto, desprendan un delicioso aroma. Tengo tiempo para echarme un rato? No me siento muy bien anunci Alsaberi a las abuelas nada ms llegar al patio. S repuso Jolban. An tiene media hora. Aga Yan todava no ha venido. En cuanto llegue, comeremos todos juntos en el saln de los das de fiesta y, a las doce en punto, saldremos al patio para la oracin de Ao Nuevo. Dentro de poco nos pondremos a extender las alfombras. Ir a despertarlo a tiempo. Un taxi se detuvo en el portal y los nios salieron corriendo a la calle.

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Ha llegado el to Nosrat! corearon. Desde la ventana de su cuarto, en la segunda planta, Fagri Sadat vio que Nosrat no estaba solo, sino que lo acompaaba una joven. Se puso el velo y baj a recibirlos. Cuando Nosrat entr en la casa con la mujer se produjo un silencio. La joven no llevaba velo, slo un pauelo de cabeza que dejaba al descubierto buena parte del cabello. Las abuelas no daban crdito a lo que vean. Cmo se atreve ese desvergonzado a traer a casa a una mujer vestida as! se escandaliz Jolban. Quin ser? pregunt Joleb, picada por la curiosidad. Qu s yo, una fulana. Zinat Janum, la esposa del imn, se sum al grupo acompaada de su hija Sediq, y lo mismo hizo el ciego Muecn. Shabal observ a la mujer a travs de la ventana y se dijo que su to era muy valiente atrevindose a llevar a una muchacha como aqulla. Admiraba a Nosrat por no someterse a las costumbres y desafiar constantemente las viejas normas de la casa. Era la primera vez en la historia de la casa que una mujer sin velo o, cuando menos, sin un velo apropiado, cruzaba el umbral. Todos la miraban. Deban saludarla o no? Qu pensara Aga Yan? Acababa de oscurecer, pero a la luz de las farolas las abuelas observaron que la mujer llevaba medias de nailon transparentes que dejaban sus piernas al descubierto. Nasrin y Ensi, las hijas de Aga Yan, besaron efusivamente a su to Nosrat. Permitidme que haga las presentaciones dijo Nosrat. sta es mi prometida Shadi. Shadi sonri y salud a las muchachas. Vaya, es una noticia maravillosa! exclam Nasrin. Cundo se ha prometido, to? Por qu no nos haba dicho nada? Qu es eso de que est prometido? rezong Jolban echando la cortina. Est mintiendo, se no se casar en la vida. Se ha trado a esa fulana de Tehern slo para divertirse. Dnde se

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habr metido Aga Yan? Tiene que impedrselo. Fagri Sadat bes a la mujer de Tehern. Shadi, qu nombre ms bonito. S bienvenida a nuestra casa. Dnde est Aga Yan? Y Muecn? quiso saber Nosrat. Y por dnde andan el imn y Shabal? Aga Yan todava no ha vuelto a casa, pero Alsaberi debe de estar en la biblioteca le inform Zinat. Voy a darle una sorpresa dijo Nosrat encaminndose a la biblioteca. Fagri Sadat llev a Shadi al cuarto de huspedes y las dems mujeres las siguieron. Las abuelas se quedaron en la cocina esperando a Aga Yan. No le quitaban ojo a la puerta y en cuanto sta se abri, las dos corrieron a darle la noticia a coro. Ha venido Nosrat! Estupendo, justo a tiempo para celebrar el Ao Nuevo! As que mi hermano menor no me ha olvidado del todo. Nuestra fiesta ser ms entraable an coment satisfecho. Pero hay algo ms precis Jolban con semblante preocupado. Qu? Ha trado consigo a una mujer. Y dice que es su prometida aadi Joleb. sas son buenas noticias. Por fin ha sentado la cabeza. No eches las campanas al vuelo dijo Jolban. La mujer no lleva velo, slo un diminuto pauelo de cabeza. Y lleva pantis sigui Joleb en un susurro.

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Y eso qu es? Los pantis son unas medias tan finas y transparentes que parece como si una no llevara nada. sa es la clase de mujer que nos ha trado a casa. Que Dios nos proteja! Por suerte ya haba anochecido cuando llegaron. Imagnate que Nosrat se hubiese paseado con ella por delante de la mezquita a plena luz del da; maana la ciudad entera murmurara: Hay una mujer con pantis en la casa de la mezquita! Es suficiente les dijo Aga Yan con calma. Hablar con l. Quiero que le deis una calurosa bienvenida a la mujer, dejadle un par de calcetines normales. Y si maana quiere ir a la ciudad, prestadle un velo. Hay muchos velos bonitos en la casa. Regaladle uno. Dudo mucho que sea su prometida; para m que se trata de una de sus amiguitas murmur Jolban. No podemos estar seguros de que as sea objet Aga Yan. Slo podemos esperar que se trate de su prometida. Dnde est? En la biblioteca o en el cuarto de Muecn, supongo. Aga Yan saba que su hermano no rezaba y que siempre estaba en contra de las creencias y costumbres de la casa, pero esperaba que en esa ocasin Nosrat se comportara debidamente en vista de que haba trado a una mujer con l. Todo saldr bien las tranquiliz y se encamin al cuarto del ciego Muecn. A comer! anunci Jolban. Nios! Nias! A comer! grit Joleb. Los hombres entraron en la sala ataviados con sus trajes de fiesta; las mujeres ya estaban sentadas a la derecha del espacioso comedor. Fagri Sadat present a la mujer de Tehern a Aga Yan, al imn y a Muecn. Bienvenida, hija ma! la salud Aga Yan. No sabamos que Nosrat llegara a casa con su prometida, de lo contrario habramos organizado una fiesta. Aunque, bien mirado, ya es una fiesta especial tenerte entre nosotros.

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El imn Alsaberi la salud con aire circunspecto. Entonces Fagri Sadat se la present a Muecn riendo. Tenemos entre nosotros a una mujer de Tehern; es distinta de las mujeres de nuestra ciudad y no se parece en nada a las de la montaa que t conoces. Se llama Shadi y es muy hermosa. Tiene unos bonitos ojos oscuros, pelo castao, unos dientes blancos y relucientes y una sonrisa adorable. Y esta noche lleva un precioso velo de color blanco con florecillas verdes que le han regalado las abuelas. Qu ms quieres saber? As que es muy guapa! exclam Muecn riendo. No esperaba menos de Nosrat. Las abuelas entraron con un pequeo hornillo encendido y echaron un poco de esfand al fuego, que desprendi una nube de delicioso y fragante humo. Las muchachas se levantaron para traer las viandas de la cocina. No esperamos a Ahmad? pregunt Alsaberi. Te pido mil perdones repuso Aga Yan, pero al ver a Nosrat se me olvid darte el recado. Ahmad me ha llamado al zoco para decirme que no podra venir esta noche. Al parecer, celebran su propia fiesta en Qom. Ahmad era el hijo de Alsaberi. Tena diecisiete aos y estaba cursando sus estudios cornicos en Qom con el poderoso ayatol Jolpayejani. Las abuelas haban preparado un esplndido banquete de Ao Nuevo y todos permanecieron largo tiempo sentados a la mesa. Despus de la cena, sirvieron los dulces preparados especialmente para la ocasin. Las mujeres haban rodeado a Shadi y le hacan preguntas sobre Tehern y las mujeres que all vivan. Shadi les haba trado regalos: laca de uas, carmn, pantis y elegantes sujetadores. Viendo que all estaban de ms, los hombres decidieron retirarse a otro saln. Era casi medianoche cuando una de las abuelas anunci: Seoras! Querran ir a prepararse para la oracin de Ao Nuevo? Nosrat se inclin hacia Shadi.

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Adnde vamos? le pregunt ella. Dentro de poco todos irn a rezar, pero a m no me van esas cosas y por eso no participo le susurr al odo. Quiero que vengas conmigo a la biblioteca de la casa. Por qu, qu vamos a hacer ah? Ya lo vers dijo tomndola de la mano. Sin soltar a Shadi del brazo, Nosrat rode el cedro a hurtadillas, fue hasta la biblioteca y abri la puerta con cautela. Por qu no enciendes la luz? No hables tan alto, las abuelas oyen y ven todo. Si se enteran de que estamos aqu, aparecern de pronto como un par de espritus dijo Nosrat en voz muy baja mientras empezaba a desabrocharle los botones de la blusa. No hagas eso! Aqu no! musit ella y lo apart con un suave empujn. l la sujet por la cintura, la estrech contra s y le subi la falda. No, aqu no, este lugar me da pavor. No debes sentir pavor sino emocin; el espritu ancestral de nuestra casa se esconde entre estos libros. Durante setecientos aos, los imanes de la casa han hecho de este lugar un espacio dedicado a la oracin. Es un lugar sagrado, han pasado muchas cosas aqu, pero esto todava no, y yo quiero hacerlo contigo. Quiero aportar algo hermoso a la historia de esta habitacin. Oh, Nosrat! gimi ella. l encendi la vela que haba sobre el escritorio del imn. Dnde se han metido todos? Daos prisa, el imn ya est listo! rezong Jolban desde el patio donde haban extendido dos grandes alfombras para la oracin. Slo faltaba Nosrat y la mujer de Tehern. Ya te lo dije, es un desvergonzado, pone en evidencia a la mezquita en cuanto se le presenta la

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ocasin, pero no pienso permitrselo. Debe estar presente en la oracin! se empe Jolban. Dnde se habrn metido? Ambas clavaron los ojos en la biblioteca. Los cristales temblaban. Estaran confundidas? No, hasta las cortinas se movan. Las abuelas se acercaron a la puerta con sigilo, pero no se atrevieron a abrirla. Se arrodillaron con cautela delante de la ventana y miraron a travs del resquicio de la cortina. Atisbaron la luz de la vieja vela que nunca se encenda y, hacindose visera con las manos, escrutaron el interior con ms atencin. Los anaqueles fluctuaban a la luz de la vela. Las dos se asustaron por lo que vieron y se incorporaron de golpe. Qu deban hacer? Decrselo a Aga Yan? No, no sera prudente en una noche tan sealada. Qu deban hacer entonces con el pecado imperdonable que Nosrat estaba cometiendo en la biblioteca? Callar, se dijeron la una a la otra con la mirada. Su deber era callar, del mismo modo que otras abuelas quiz tuvieron que hacerlo en el pasado. Necesitaban un corazn muy grande para poder guardar todos los secretos inconfesables de la casa. As pues, no haban visto ni odo nada. El imn haba empezado la oracin. Todos se haban situado detrs de l y estaban postrados en direccin a La Meca. Las abuelas se sumaron discretamente al grupo de mujeres. La casa se sumi en el silencio y slo se oy la voz del imn:

Alah nurus smavat wal arzo masalu nurihi kamishkatin fihal es luz.Su luz se asemeja a un nicho

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en el que hubiera una llama.El cristal es como una estrella brillante.Lo alimenta el aceite de un olivo bendito.El aceite casi se enciende por s solo.Luz sobre luz.Jaljal

Las nias de la casa crecieron y a algunas les lleg la hora de casarse. Pero cmo iban a tomar esposo si ningn hombre haba llamado a la puerta para pedir su mano? En Seneyn, los forasteros no se presentaban en una casa de improviso para proponer en matrimonio a una de las hijas de la familia; aqulla era una tarea reservada a las mediadoras: ancianas casamenteras que se encargaban de poner en contacto al hombre con la familia de la mujer. Aquellos encuentros solan celebrarse en las fras veladas invernales. Algunas familias no necesitaban casamenteras. Las mujeres se arrebujaban en sus velos, los hombres se calaban el sombrero y juntos se plantaban en la casa de alguna familia que tuviera una hija adolescente. Los padres con hijas casaderas estaban permanentemente a la espera de que llamaran a su puerta en el momento menos pensado, por eso los visitantes nunca los encontraban desprevenidos. En aquellas veladas se hablaba largamente del oro y las alfombras que la novia aportara como dote; y de la casa, el terreno o tal vez la suma de dinero que el novio debera entregar a su prometida en el caso de que finalmente el matrimonio no llegara a celebrarse. En cuanto los hombres llegaban a un acuerdo, las mujeres se encargaban de ultimar los dems detalles, que solan centrarse en el vestido de la novia y las joyas que sta recibira durante la ceremonia. Los relojes-brazalete femeninos eran el ltimo grito en el zoco de Seneyn y todas las novias deseaban lucir uno de aquellos elegantes accesorios. Si los vecinos vean por las ventanas la luz encendida de una casa hasta altas horas de la noche, saban que la familia estaba negociando una boda. Los salones estaban caldeados y los cristales empaados por el humo de los narguiles. Pero aquellas largas veladas invernales tambin podan resultar desazonadoras para las familias con hijas casaderas que teman que nadie llamara a su puerta. En la casa de la mezquita, Sediq, la hija del imn, estaba en edad de casarse.

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Todos aguardaban en silencio: quiz llamaran a la puerta, quiz sonara el telfono. Pero el invierno casi haba terminado y an no se haba presentado nadie. Las hijas de la casa de la mezquita lo tenan muy difcil para encontrar un buen partido, pues no estaba al alcance de todos pedir su mano. Una chica de ciudad poda elegir entre un carpintero, un albail, un panadero, un funcionario del ayuntamiento, un maestro de escuela o un joven que acabase de entrar a trabajar en la compaa ferroviaria. Pero aqullos no eran candidatos adecuados para una hija de aquella casa. El rgimen del sah era corrupto, por tanto, nadie que trabajara para el Estado poda aspirar a casarse con ellas. Tal vez un maestro, aunque, a decir verdad, los nicos candidatos aceptables eran los hijos de importantes comerciantes. El invierno pas y las muchachas que no haban recibido ninguna propuesta matrimonial saban que tendran que esperar un ao ms. Por suerte, la vida no siempre se cie a las tradiciones y a veces elige sus propios derroteros. Y as sucedi; una noche llamaron al timbre. Quin es? pregunt Shabal, el hijo de Muecn. Yo son una firme voz masculina desde el otro lado de la puerta. Shabal abri la puerta y vio bajo la luz amarillenta de la farola a un joven imn con un llamativo turbante negro. Lo llevaba ligeramente ladeado y ola a perfume de rosas. Luca una tnica de imn, larga y oscura, y se notaba que era la primera vez que se la pona. Buenas noches salud el joven imn. Buenas noches contest Shabal. Me llamo Mohamed Jaljal. Encantado de conocerlo. En qu puedo servirlo? Deseara hablar con el imn Alsaberi, si es posible. Lo lamento mucho, pero es muy tarde y el imn no recibe visitas a estas horas. Si lo desea usted, puede verlo maana en la mezquita.

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Pero es que querra hablar con l ahora. Puedo saber de qu se trata? Quiz yo pueda ayudarlo. Deseo hablar con l sobre su hija Sediq. Por un instante Shabal no supo qu decirle, pero enseguida recobr la compostura. En ese caso ser mejor que hable con Aga Yan. Ir a anunciarle su visita. Shabal dej la puerta entreabierta y se dirigi al estudio de Aga Yan, que estaba escribiendo en su cuaderno. Hay un joven imn en la puerta. Dice que viene a hablar de la hija de Alsaberi. Has dicho que est en la puerta? S, dice que quiere hablar con el imn. Lo conozco? Yo dira que no. Es un imn un tanto extrao, no es de la ciudad. Huele a rosas. Hazlo pasar le pidi Aga Yan mientras recoga el cuaderno y se pona en pie. Pase usted le dijo Shabal al imn, y lo condujo hasta el estudio de Aga Yan. Buenas noches. Me llamo Mohamed Jaljal. Llego en mal momento? No, claro que no. Sea usted bienvenido. Sintese por favor lo invit Aga Yan al tiempo que le estrechaba la mano. Aga Yan se dio cuenta de que, en efecto, no se trataba de un hombre comn. Le agrad ver que llevaba un turbante negro como los imanes de la casa, lo que significaba que era descendiente del profeta Mahoma. Aga Yan posea un antiguo pergamino con el rbol genealgico de la familia, que se remontaba hasta el profeta Mahoma, y en l estaban todos los nombres del linaje masculino de la casa. Aquel pergamino y el anillo del santo Al se hallaban conservados en una urna especial en la

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cmara del tesoro de la mezquita. Le apetece un t? pregunt Aga Yan. Al poco apareci Jolban con el servicio de t y un platito de dtiles, y le entreg la bandeja a Shabal, que puso la taza y los dtiles delante de Jaljal. Cuando el muchacho se dispona a abandonar la estancia, Aga Yan lo detuvo. Puedes quedarte. Shabal tom asiento en un rincn. Jaljal se llev un dtil a la boca y bebi un sorbo de t. A continuacin, se aclar la garganta y sin ms prembulos se dispuso a hablar. Vengo a pedir la mano de la hija del imn Alsaberi. Aga Yan, que acababa de llevarse el vaso a los labios, volvi a dejarlo sobre la mesa, sin probarlo siquiera, y mir de soslayo a Shabal. No estaba preparado para una propuesta tan directa. Tampoco era habitual que el hombre acudiese solo para pedir la mano de la hija de la familia. La tradicin mandaba que fuera el padre del novio quien tomara la iniciativa. Pero Aga Yan era un hombre de mundo y contest con calma: Nos alegramos de recibirlo. Puedo preguntarle dnde vive y qu ocupacin tiene? Vivo en Qom y he completado mi formacin de imn. Con qu ayatol ha estudiado? Con el gran ayatol Almakki. Almakki? repiti Aga Yan con sorpresa. Tengo el honor de conocer personalmente al ayatol. Al or el nombre de Almakki, supo de inmediato que el joven religioso perteneca a una corriente revolucionaria contraria al rgimen del sah. El nombre Almakki era prcticamente sinnimo de oposicin religiosa clandestina. As pues, aquel joven imn que llevaba el turbante un poco ladeado y se haba perfumado con agua de rosas no era neutral en asuntos de poltica . A qu se dedica usted por el momento? Lo han destinado a una mezquita?

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No, todava no, pero no me falta trabajo como suplente en las mezquitas de distintas ciudades. Cuando un imn cae enfermo o est de viaje, me llaman para sustituirlo. Entiendo. Aqu tambin sucede a veces, pero tenemos un suplente fijo. Se trata del imn de la aldea de Yeria. Es de confianza y siempre que lo necesitamos acude de inmediato. Habra querido preguntarle dnde vivan sus padres y por qu no lo haba acompaado nadie de su familia para pedir la mano de la hija de Alsaberi, pero se abstuvo. Saba que el joven imn le replicara: Soy mayor de edad para saber con quin me caso. Me llamo Mohamed Jaljal y mi ayatol se llama Almakki. Qu ms necesita usted saber?. De qu conoce a nuestra hija? La ha visto alguna vez? No, pero mi hermana s la ha visto. Adems, el ayatol Almakki me la ha recomendado, ha escrito una carta para usted le inform mientras sacaba un sobre de su bolsillo y se lo entregaba. Si el joven llevaba consigo una carta del ayatol, Aga Yan no tena ya nada que objetar. Si Almakki haba dado su aprobacin a aquella unin, no haba ms que hablar. El asunto estaba zanjado. Desdobl el papel con solemnidad. La carta del ayatol rezaba as: En el nombre de Al.Aprovecho que Mohamed Jaljal va a visitarlo, para enviarle mis saludos.Wasalam AlmakkiEn aquella breve misiva haba algo extrao que Aga Yan no acert a discernir. Ciertamente no era una recomendacin, y tampoco una disuasin, slo era una simple constatacin. El ayatol no deba de estar muy impresionado con Jaljal o, de lo contrario, habra sido ms explcito. Sin embargo, el joven imn llevaba consigo una carta de Almakki y ese detalle por s solo ya significaba mucho. Aga Yan la guard en el cajn. Tengo que pensar un poco en el siguiente paso. Podramos acordar lo siguiente: hablar de este encuentro con el imn Alsaberi y con su hija. Despus concertaremos una cita y usted vendr aqu con su familia, con su padre. Le parece bien? De acuerdo dijo Jaljal. Shabal acompa a Jaljal a la salida y regres al estudio. Qu opinas t, Shabal? le pregunt Aga Yan.

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Me parece un hombre especial, es listo. Eso me gusta. Tienes razn. Te fijaste en cmo se sentaba? No se puede comparar con esos imanes provincianos. Pero tengo mis reservas. Qu reservas? Es muy ambicioso. El ayatol no dice nada concreto de l en su carta. Lo menciona pero no le dedica ni un solo comentario. Intuyo un fondo de duda en su carta. Seguro que Jaljal no es un mal partido, pero entraa un riesgo. Ser apropiado para nuestra mezquita? Alsaberi es blando, pero tengo la impresin de que este joven imn es duro. Qu quiere decir con eso? Est Alsaberi despierto an? Shabal separ las cortinas para mirar. An se ve luz en la biblioteca. Quiero que este asunto quede entre nosotros de momento. No debe llegar a odos de las mujeres, entendido? le advirti Aga Yan, y sali de la estancia en direccin a la biblioteca. Llam a la puerta y entr. Alsaberi se hallaba sentado sobre su alfombrilla leyendo un libro. Cmo te ha ido el da? le pregunt Aga Yan. Normal repuso Alsaberi. Qu ests leyendo? Un libro sobre la actuacin poltica de los ayatols en los ltimos cien aos. Parece que nunca han vivido tranquilos, siempre han encontrado algo contra lo que oponerse. Y siempre se las han ingeniado para hacerse con el poder. Este libro es como un espejo en el que me veo reflejado. No tengo nada en contra de la poltica, pero soy incapaz de ejercerla. No me siento preparado para esa clase de asuntos y eso me hace sentir culpable. Alsaberi hablaba con inusitada franqueza y Aga Yan percibi que haba ido a verlo en un

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momento importante. S que en Qom no estn satisfechos conmigo. Temo que si sigo callando, la gente se vaya a otras mezquitas y la nuestra se quede vaca. No debes preocuparte por eso lo tranquiliz Aga Yan. Al contrario, habr ms gente que venga a nuestra mezquita si sabe que no te metes en poltica. Los fieles que acuden al templo son gente normal. La mezquita es su casa, llevan toda la vida viniendo a rezar y no van a cambiar de la noche a la maana. Te conocen demasiado bien para hacer algo as y tambin te respetan demasiado. Pero el zoco aadi el imn, el zoco siempre ha sido el centro de la vida poltica, tambin lo dice este libro. Los zocos han tenido un papel decisivo en la historia de los dos ltimos siglos y los imanes siempre los han utilizado como armas. Si los comerciantes del zoco cierran sus tiendas, todos saben que sucede algo excepcional, algo muy importante. S que el zoco no est contento conmigo. Aga Yan saba perfectamente a lo que Alsaberi se refera. Tampoco l estaba satisfecho con el imn, pero no poda destituirlo slo porque el hombre fuese dbil de carcter. Alsaberi era el imn de la mezquita y seguira sindolo hasta su muerte. Saba que se oan quejas en el zoco; que los principales comerciantes esperaban ms movimiento en la mezquita, pero qu poda hacer l si Alsaberi no daba ms de s? No haca mucho que Aga Yan haba recibido una invitacin para ir a Qom. All le haban dejado claro que la mezquita deba corregir su postura. Queran or voces clamando contra el sah y sobre todo contra los americanos. Aga Yan les haba prometido que conseguira una mezquita ms activa, pero saba bien que Alsaberi no era el hombre adecuado para ello. Qom era el centro del mundo chi. Todos los grandes ayatols vivan en Qom, y desde all dirigan a los dems clrigos. La mezquita de Seneyn era una de las ms importantes del pas y, precisamente por eso, los ayatols esperaban ms iniciativa por su parte. Qom haca preguntas, Qom planteaba exigencias, pero, mientras Alsaberi estuviera al frente de la mezquita, no haba nada que Aga Yan pudiera hacer. Tal vez por eso Almakki haba enviado a aquel joven imn a la casa. Aga Yan cambi de tema.

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Tengo una sorpresa para ti. Y adems tiene relacin con el libro que ests leyendo. Qu sorpresa es sa? Alguien ha venido a pedir la mano de tu hija. Quin es? Un joven imn de Qom! Discpulo del ayatol Almakki. Almakki? repiti el imn, sorprendido, y dej el libro sobre la alfombra. No teme la poltica, va bien vestido, se le ve seguro de s mismo y lleva un turbante negro un poco ladeado coment Aga Yan sonriente. Cmo es que nos quiere a nosotros? A mi hija, quiero decir... En esta ciudad, todos saben que tienes una hija casadera. Y cualquiera puede pedir su mano, pero creo que a este joven imn le interesa no slo tu hija, sino tambin la mezquita y tu almimbar. Cmo dices? Bueno, ya sabes que tratndose de Almakki la poltica siempre anda por medio. Tenemos que pensarlo bien antes de darle una respuesta. Hay que aclarar si viene por nuestra hija o por la mezquita. Lo haremos, pero no temo los cambios. Y tampoco le doy la espalda a las cosas que se cruzan en mi camino. No creo en el azar. Ese hombre no ha llamado a nuestra puerta porque s; encaja muy bien en esta casa. La mezquita ha tenido algunos imanes muy fervorosos en el pasado. Ir personalmente a Qom para hablar con Almakki. Si l nos lo recomienda como persona y como esposo, le dar nuestra bendicin. Llamar a tu hijo Ahmad. No estudia en la misma madraza que Jaljal, pero es bastante probable que lo conozca. Haz lo que creas conveniente, pero s cauteloso. Asegrate de que no se trata de un matrimonio poltico-religioso. No quiero dar mi hija a cualquier imn. Debemos asegurarnos de que sea un buen hombre. Quiero un buen partido para ella. No deseo dejarla en manos de los

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ayatols. No tienes nada que temer lo tranquiliz Aga Yan. ltimamente no me siento muy bien. A menudo me invade la tristeza. Me he vuelto ms miedoso, temo por todo, especialmente por la mezquita, a veces ya no s de qu hablar durante el sermn del viernes. Ests cansado. Por qu no vas a pasar unos das a Yeria? Llvate a las abuelas y descansa all una semana. A ellas tambin les vendr bien. Hace mucho tiempo que no han estado en la aldea. Te mortificas con las normas que t mismo te impones. Nadie es tan riguroso con su aseo personal como t, te aslas de todo el mundo; no podrs seguir as por mucho tiempo. Ve a Yeria, quiz dentro de poco tendrs un flamante yerno sobre el que puedas apoyarte de vez en cuando lo anim Agan Yan, y abandon la biblioteca con una sonrisa. Al da siguiente, Aga Yan llam a Qom y habl con Ahmad. Conoces a Mohamed Jaljal? De qu lo conoce usted? Ha venido a pedir la mano de tu hermana. No hablar en serio! exclam Ahmad, perplejo. S, hablo en serio. Qu puedes decirme de l? Es muy popular en Qom, aunque yo no lo conozco personalmente. Es muy elocuente y tiene las ideas muy claras. No se parece en nada a los dems imanes que conozco, pero no sabra decirle cules son sus intenciones. T qu opinas? Crees que puede ser un marido adecuado para tu hermana? Qu puedo decir yo, es difcil opinar; por lo que s, es un tipo duro. El nico imn que mi hermana conoce es mi padre y est convencida de que todos los clrigos son como l. Para m lo ms importante es que tu hermana sea feliz a su lado reconoci Aga Yan.

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Slo puedo decirle que es un joven bueno y listo, pero no me atrevo a afirmar que vaya a ser un buen esposo para ella. Creo que con eso me basta, Ahmad. A continuacin, Aga Yan llam a la residencia del ayatol Almakki y concert una cita con l. El jueves a primera hora de la maana el chfer de Aga Yan se plant delante del portal y lo condujo hasta la estacin. Enfundado en un abrigo largo y con sombrero, Aga Yan se ape y entr en el monumental vestbulo. En cuanto el jefe de la estacin lo vio llegar, apag el cigarro y sali a su encuentro. Muy buenos das tenga usted. Feliz viaje! dijo educadamente. Ensah Alah dijo Aga Yan. Si Dios quiere. Aga Yan iba a subir al largo tren de color marrn, que haba llegado a la estacin haca media hora procedente de los confines meridionales del pas, en el golfo Prsico, y que no tardara en reanudar su trayectoria rumbo al este, hasta la frontera con Afganistn. El tren haca muchsimas paradas a lo largo del recorrido. A Aga Yan le esperaban tres largas horas de viaje. El vestbulo de la estacin estaba lleno de viajeros y de personas que iban a recibir a alguien. Vio a numerosos hombres con sombrero y a mujeres con abrigos largos, y repar en que muchas de ellas no llevaban velo. Cada vez que viajaba en tren constataba cunto haba cambiado la fisonoma del pas. Las gentes que venan del sur parecan mucho ms desenvueltas y distintas de los habitantes de Seneyn. Algunas mujeres iban con la cabeza descubierta e incluso con los brazos desnudos. Haba mujeres con sombrero, mujeres con bolso, mujeres que rean, que fumaban. Aga Yan saba que todos aquellos cambios se deban al sah, que no era ms que el siervo de los americanos. Estados Unidos estaba socavando las creencias del pas y nadie poda hacer nada para evitarlo. El jefe de la estacin lo invit a su despacho, le ofreci un vaso de t recin hecho y, cuando lleg la hora de partir, lo escolt personalmente hasta un compartimento especial, reservado para los pasajeros importantes. Tres horas despus, Aga Yan divis la cpula del mausoleo de Ftima y el tren se adentr en la estacin de Qom.

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Cuando el viajero llegaba a Qom, tena la impresin de entrar en otro mundo. Las mujeres iban tapadas con velos negros, todos los hombres llevaban barba y all donde mirara los imanes eran omnipresentes. Aga Yan se ape del tren. Por todas partes se oa la voz de los muecines que, desde los minaretes de las mezquitas, declamaban el Corn por los altavoces. No haba ni un solo retrato del sah, pero grandes telas colgaban de las paredes con fragmentos del Corn. El sah nunca se acercara a esa ciudad. Tampoco los diplomticos americanos se arriesgaban a pasar por Qom, ni en coche ni en tren. Qom era el Vaticano de los chies, la ciudad sagrada del pas donde se hallaba enterrada santa Ftima. La cpula de oro de su tumba refulga como una joya en el centro de la ciudad. Aga Yan tom un taxi hasta la mezquita del ayatol Almakki. Eran exactamente las doce del medioda cuando se ape del vehculo a las puertas del templo. El ayatol apareci con sus discpulos, jvenes imanes que lo acompaaban hasta el lugar de oracin. Al ver a Almakki, Aga Yan inclin la cabeza con reverencia. El ayatol le tendi la mano y Aga Yan se la estrech, luego lo sigui hasta el lugar de oracin y ocup un lugar en la primera fila. Concluido el rezo, Aga Yan se arrodill junto al ayatol. Bienvenido sea! Qu le trae por aqu? le pregunt el ayatol. En primer lugar deseaba ver su bendito rostro y en segundo lugar vengo para hablar de Mohamed Jaljal. Era mi mejor discpulo. Y cuenta con mis bendiciones coment el ayatol. Siendo as, s todo lo que debo saber concluy Aga Yan, lo bes en el hombro y se incorpor. Pero aadi el ayatol. Aga Yan volvi a sentarse. Siempre busca su propio camino. Qu quiere decir el ayatol con eso? inquiri Aga Yan.

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Bueno, pues que no se limita a seguir al rebao. Entiendo. Le deseo un feliz matrimonio y un buen viaje de vuelta le dijo el ayatol estrechndole la mano. Aga Yan estaba satisfecho con lo que el ayatol le haba dicho acerca de Jaljal. Le haba expresado su aprobacin. Y sin embargo, en su fuero interno segua sintiendo una gran inquietud. De nuevo en casa, llam a Shabal a su estudio. Shabal, podras pedirle a Sediq que venga? Cuando Sediq oy que Aga Yan quera hablar con ella, supo que se trataba de algo importante. Sintate. Va todo bien? le pregunt Aga Yan. S, todo va bien. Escucha, hija, ha venido un hombre a pedir tu mano. A Sediq se le demud el rostro y hundi la barbilla en el pecho. Se trata de un imn. Sediq mir a Shabal y ste le sonri. Es un imn joven y brillante la anim el muchacho. Sediq sonri. He ido a Qom y me he entrevistado con su ayatol. Me ha hablado muy bien de l. Tambin tu hermano lo ve con buenos ojos. Qu opinas t? Te gustara casarte con un imn? Sediq call. El silencio no est permitido en una peticin de matrimonio. Debes darme una respuesta le

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record Aga Yan. Es un imn muy apuesto. Llevaba una tnica impecable y unos relucientes zapatos marrn claro. Su aspecto era irreprochable le asegur Shabal sonriente. Aga Yan hizo como si no hubiera odo los comentarios de su sobrino, pero a Sediq, que s los haba odo, se le escap otra sonrisa. Adelante pues musit tras una larga pausa. Quiero aadir una cosa ms. Es muy distinto de tu padre. Es discpulo del ayatol Almakki. Te dice algo ese nombre? Sediq desvi la mirada hacia Shabal. No es un imn de pueblo le aclar el chico. Te espera una vida agitada e incluso difcil le advirti Aga Yan. Crees que podrs vivir as? Qu cree usted? repuso ella, despus de meditar la respuesta. Por una parte, es un honor llevar esa clase de vida; por otra, puede convertirse en un infierno si uno no logra adaptarse. Podra hablar primero con l? Por supuesto! exclam Aga Yan. Una semana ms tarde, Shabal condujo a Jaljal al cuarto de huspedes, donde haba una fuente con fruta fresca y t recin hecho. A continuacin, fue en busca de Sediq e hizo las presentaciones. Sediq salud al imn y permaneci de pie junto al espejo de pared. l le pregunt si no deseaba tomar asiento y ella se afloj un poco el velo para que pudiera verse mejor su cara. Shabal los dej a solas y cerr la puerta con suavidad. Las abuelas se haban apostado junto a la alberca y no perdan detalle. Fagri Sadat haba espiado a Jaljal a travs de la ventana de la segunda planta y Zinat Janum, la mujer de Alsaberi,

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permaneca en su habitacin rezando para que su hija tuviera un buen matrimonio. Era lo nico que poda hacer, pues nadie le peda nunca su opinin. Lo que ella pensara no contaba para nada. En aquella casa quien tomaba las decisiones era Fagri Sadat. Las hijas de Aga Yan estaban escondidas detrs de las cortinas para poder echar un vistazo a Jaljal en cuanto saliera del cuarto de huspedes. El encuentro entre Jaljal y la futura novia dur poco menos de una hora. A su trmino, la puerta de la estancia se abri dejando paso a una Sediq radiante. Mir a las abuelas y subi a la planta superior. Shabal acompa a Jaljal al patio. stas son las abuelas de la casa. Fagri Sadat sali a saludarlo. Y sta es la esposa de Aga Yan, la reina de la casa brome Shabal. Jaljal la salud sin mirarla siquiera. A continuacin, todas las muchachas fueron desfilando ante el religioso y una vez estuvieron hechas las presentaciones, Shabal lo acompa al zoco para que Aga Yan pudiera hablar con l. Al cabo de unos das, Aga Yan recibi a Jaljal y a su padre en su estudio. Alsaberi tambin estaba presente. En aquella ocasin, su charla fue muy distinta de las conversaciones matrimoniales al uso, pues no se malgast ni una sola palabra en hablar de oro o de dinero. La novia le dara al novio un ejemplar del Corn con tapas de oro y abandonara la casa paterna con un velo blanco y un libro del poeta medieval Hafiz. Pero todo el mundo saba que las familias ricas de la ciudad no dejaban que sus hijas llegaran a su nuevo hogar con las manos vacas, sino que se daba por sentado que la dotaran de todo lo necesario. Despus, la conversacin se centr en la mezquita, la biblioteca, los libros, los viejos stanos, el ciego Muecn y, por supuesto, el centenario cedro de la casa. Por fin, se fij el da de la boda. Mobarak ensah Alah dijeron los hombres y sellaron el acuerdo con un apretn de manos. Cuando todo estuvo arreglado, Sediq entr en la estancia con una fuente de plata y cinco tazas de t.

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La boda se celebrara el da del nacimiento de santa Ftima. Es uno de los das ms hermosos del ao; hara calor, pero el viento que soplaba de las montaas se encargara de refrescar agradablemente el ambiente. Apetecera estrechar a la novia entre los brazos y acurrucarse bajo la fina colcha estival. En ese perodo, casi todo el mundo dorma en las azoteas, y en los tejados se vean muchas tiendas de campaa de un blanco translcido. Eran las tiendas de las parejas de recin casados. Celebraran una fiesta a la que invitaran a las principales familias de la ciudad y del zoco. No era una boda cualquiera, se casaba la hija del imn Alsaberi. Tampoco el novio era un maestro de escuela o un funcionario del registro civil, ni siquiera era un comerciante, sino un imn con turbante negro llegado de Qom.

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Arusi

Lleg el arusi, el da de la boda. Zinat Janum llam a su hija a su cuarto y cerr la puerta. Ests contenta de casarte con Jaljal? le pregunt despus de darle un beso. No s Debes alegrarte, es un hombre apuesto y tu padre dice que muy ambicioso. Eso es precisamente lo que me da miedo. Yo tambin estaba asustada cuando me cas con tu padre; todas las muchachas sienten miedo al irse a vivir con un hombre al que no conocen, pero, en cuanto estis juntos, vers como tus temores se disipan. Al fin y al cabo, todas las muchachas deben casarse y abandonar la casa paterna. Zinat Janum consolaba a su hija con palabras tranquilizadoras, pero en lo ms profundo de su ser tambin albergaba dudas, aunque no supiera por qu. En aquel preciso instante, volvi a embargarla una desagradable desazn, pero no permiti que Sediq lo notara. Todava no puedo creerlo. Suspir. Qu no puedes creer? Pues que te hayas hecho tan mayor, que ests a punto de casarte e irte de casa. Por qu pareces tan triste? Zinat tena los ojos anegados en lgrimas. Lloro por tu felicidad musit, y bes a su hija. Desde el da en que Sediq naci, Zinat tuvo miedo de perderla. Miedo de encontrrsela muerta de pronto en la cuna, en el jardn o en la alberca. La infancia de la pequea fue una poca lgubre para ella. La atenazaba la angustia y por las noches no se atreva a acostarse, sabiendo

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que le esperaban espantosas pesadillas. Zinat Janum era sobrina del imn Alsaberi y tena diecisis aos recin cumplidos cuando se cas con l. Tuvieron una hija, Ozra, cinco aos mayor que Sediq, que al cumplir los dieciocho aos se cas con un pariente de Zinat y se fue a vivir con l a Kashn. La pareja tena tres hijos. Despus, Zinat tuvo un varn, Abas, que pronto se convirti en la esperanza de la familia como futuro sucesor de Alsaberi al frente de la mezquita. Pero un caluroso da de verano sucedi algo terrible mientras Zinat estaba en casa sola con el nio. Abas empezaba a dar sus primeros pasos y se diverta siguiendo a los gatos de la casa con su andar vacilante. En un momento dado, Zinat subi a su habitacin y se olvid por completo de l. Slo al reparar en el silencio, asom la cabeza por la ventana, pero no vio a Abas por ninguna parte. Corri escaleras abajo y vio los gatos junto a la alberca. En el agua flotaba el cuerpo de su hijo. Dando voces, Zinat intent sacarlo del agua. Unos instantes despus aparecieron varios hombres en la azotea de la mezquita y corrieron en su ayuda. Intentaron agarrar al nio por el vientre, pero fue en vano. Zinat grit. Cogieron al nio por los pies y lo sacudieron, pero tampoco eso sirvi de nada. Zinat grit. Encendieron fuego y acercaron al nio a las llamas. Pero era demasiado tarde. Zinat grit. Los hombres dejaron al nio en el suelo y lo cubrieron con el velo de su madre. Abas, la esperanza de la casa, haba muerto. Nadie le reproch a Zinat lo sucedido, pero ella se retir a su habitacin, destrozada. Aga Yan fue a hablar con ella. Zinat, yo acepto la voluntad de Dios y t debes hacer lo mismo. En la casa nadie habl ms de Abas. Durante meses, todos lloraron su prdida en silencio, pero nadie hablaba de l. Zinat interpret aquel mutismo como un castigo, un duro castigo. Al ao siguiente, tras quedarse embarazada de Sediq, Zinat decidi salir por fin de su habitacin y ayudar a las abuelas en la cocina. Pero hubieron de pasar dos aos ms y el nacimiento de Ahmad para que Zinat volviera a erguir la espalda y retomara su vida anterior. Sin embargo, ya fuera por culpa del accidente o no, el caso fue que Zinat no volvi a encontrar su lugar en la casa. Viva a la sombra de Fagri Sadat y se senta una mujer de segunda clase. Si le hubiera sucedido algo as a Fagri Sadat, a buen seguro que Aga Yan le habra brindado todo su apoyo y habra hecho lo imposible para mitigar su dolor. Pero Alsaberi era dbil. Nunca le

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recrimin nada a Zinat, pero tampoco le ofreci su consuelo en aquellos aos difciles. Jams la abraz ni tuvo palabras de nimo para ella. Y sabido es que si tu propio marido te deja de lado, los dems hacen lo mismo; si tu marido no se fija en ti, nadie te ve. Y eso era precisamente lo que suceda en aquel momento: su hija estaba a punto de casarse y nadie le haba pedido su consentimiento. No importa se dijo Zinat mirndose al espejo y enjugndose las lgrimas. Ya llegar mi hora. En la casa reinaba el ajetreo. Haban colgado en el patio una larga cortina, la misma que solan utilizar en la mezquita para separar a los hombres de las mujeres durante la oracin. Haban extendido por el suelo costosas alfombras y los hombres de la mezquita haban forrado las paredes con tapices que contenan jubilosos textos sagrados. De las ramas de los rboles colgaban retazos de satn verde con versos de los maestros poetas. Haban hecho venir de Qom a un recitador capaz de conmover a la gente declamando un rtmico sura del Corn. Aga Yan se haba puesto su traje nuevo y haba ido al barbero. Le gustaba ir aseado y bien vestido, y gracias a Fagri Sadat era uno de los pocos mercaderes del zoco que dedicaba algo de tiempo a cuidar de su aspecto. Su criado se ocupaba de que los zapatos estuviesen siempre bien lustrados, y las abuelas le planchaban las camisas. Eres el hombre ms apuesto de la ciudad bromeaba a veces Fagri Sadat. Cuando vas recin afeitado y con ese sombrero, nadie dira que sabes el Corn de memoria. El imn an estaba en la biblioteca. Ms tarde, cuando todos los invitados hubiesen llegado, se dejara ver un rato, pero no tardara mucho en retirarse de nuevo con sus libros. La fiesta haba comenzado. Las principales familias y los prohombres de la ciudad haban ido llegando a la casa. Los hombres se situaban en el lado derecho del patio, junto al aoso cedro, y se sentaban en las sillas dispuestas alrededor de la alberca; las mujeres seguan hacia delante y desaparecan detrs de la gran cortina, donde se acomodaban en los hermosos y fragantes jardines que Am Ramazan, el jardinero de la casa, cuidaba con esmero. Nadie haba llevado consigo a sus hijos pequeos, lo que era poco usual. Segn la costumbre, los ms chicos solan ser los primeros invitados de cualquier festejo, y no ocurri as en aquel da nico. Los invitados

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fueron agasajados con t y los mejores dulces de la panadera, y tanto los hombres como las mujeres fueron rociados con perfume de rosas sobre las manos. Jaljal suscitaba mucha curiosidad, sobre todo entre el sector femenino. Un coche se detuvo en el portal y el alcalde se ape de l. Aga Yan fue a darle la bienvenida y los dos hombres tomaron asiento junto a la alberca. Al rato lleg un segundo coche y todo el mundo supo que se trataba del novio. Aga Yan sali a recibirlo y lo acompa hasta donde estaba el alcalde, que se puso en pie para felicitarlo, pero Jaljal hizo como si no lo viera o no lo reconociera. Lo tena por un siervo del sah y jams se avendra a sentarse a su lado, y menos an a estrecharle la mano. El alcalde volvi a sentarse como si no hubiera ocurrido nada. Aga Yan no presenci el incidente, pues en aquel momento se hallaba conversando con otro invitado. Alrededor de las tres lleg el funcionario del registro civil acompaado de dos ayudantes con barba que portaban sendos libros bajo el brazo. Los tres se sentaron a la mesa donde poco despus se firmaran las actas matrimoniales, abrieron los libros y dio comienzo la ceremonia oficial. En ese instante se oyeron murmullos al otro lado de la cortina. Salam Fateme, salam bar Fateme! corearon las mujeres. Todos los asistentes supieron que la novia haba llegado y que haba tomado asiento frente a la mesa donde los funcionarios del registro civil seguan escribiendo. La novia estaba ms hermosa que nunca. Llevaba un vestido de un blanco marfileo y un velo verde claro con flores rosa. Se haba puesto rmel y se notaba que se haba depilado las cejas; as aparentaba ser una mujer joven, ms que la muchacha que an era. El funcionario pidi la partida de nacimiento de la novia. Aga Yan sac unos papeles del interior de la chaqueta y se los entreg. El hombre anot pacientemente todos los datos en su grueso libro y a continuacin se dispuso a hacer lo propio con los del novio. Jaljal busc en sus bolsillos pero no sac nada, susurr algo al odo de su padre y rebusc en la cartera. Todo el mundo tena la mirada fija en l y esperaba que sacara los papeles, pero no los llevaba consigo. Los he olvidado admiti Jaljal.

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Al otro lado de la cortina, donde estaban las mujeres, el revuelo fue notorio. La situacin era inaudita. Lleva algn otro documento que pueda acreditarlo? le pregunt el hombre del registro civil tras meditar unos instantes. Jaljal volvi a rebuscar en los bolsillos y habl quedamente con su padre. No, no tena ningn otro papel que lo acreditara. Los murmullos arreciaron a ambos lados de la cortina. Aga Yan observ al alcalde y not recelo en sus ojos, luego cruz miradas con algunos hombres destacados del zoco: no, nadie aprobaba aquella situacin. Cmo era posible que alguien quisiera casarse y se olvidara de los documentos necesarios? Todos aguardaban la reaccin de Aga Yan. ste tema que Jaljal lo hubiera hecho a propsito. Quiz de ese modo quera forzar a la familia a casarlo con su hija sin que se llevara a cabo el registro oficial del matrimonio. Tal vez sa era la costumbre en las zonas rurales: el imn de la aldea recitaba el sura del matrimonio, la novia consenta, el novio tambin y con slo estos requisitos quedaba franqueado el acceso del novio al tlamo. En casos de matrimonios as, el hombre poda tomar varias esposas. Pero en las ciudades ya no se daban aquellas costumbres y menos an en una familia distinguida como la de Aga Yan. Tal vez hayas olvidado los papeles en casa de tu padre le sugiri Aga Yan. No, no lo creo. Estn en Qom. Aga Yan se sent al lado del alcalde y hablaron. Tiene usted razn convino el alcalde. No debe hacerlo. Acto seguido, Aga Yan se dirigi a Alsaberi, que acababa de salir de la biblioteca y estaba parado junto al cedro con el conserje de la mezquita a su lado. Interrumpiremos la boda le comunic Aga Yan. Debe ir a buscar sus papeles. Pero si tiene que ir a Qom no podr estar de regreso antes de la medianoche. Quiz sera conveniente acabar de leer primero el sura del matrimonio, as luego podr ir tranquilamente a Qom a buscar sus papeles.

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No; si acabamos de leer el sura todo habr concluido. Nuestra hija ser suya y ya no habr nada que hacer. Si se la lleva, nos quedaremos con las manos vacas. Lo sabes mejor que yo. Tienes razn. Haz que vaya a buscar su partida de nacimiento repuso Alsaberi, y se dirigi nuevamente a la biblioteca. Aga Yan se acerc hasta el funcionario del registro civil y le comunic que sin los papeles en regla no haba boda. Se desataron los murmullos. Aga Yan se dirigi entonces a Jaljal. Esperar. Esperaremos. Vaya tranquilamente a Qom a buscar sus papeles le notific con aplomo. Jaljal no haba calculado aquella reaccin. Pero eso es imposible! A estas horas ya no pasan trenes para Qom y no confo en los autobuses. Descuide, yo lo arreglar. Aga Yan fue a hablar con el alcalde, que asinti un par de veces en seal de conformidad. Ya est. Ahora vendr un jeep a buscarlo, el conductor del alcalde lo llevar hasta Qom. Tengo paciencia, pero debe usted darse prisa. Jaljal se qued sin argumentos. Se levant y sali al portal a esperar el coche. Por un segundo, a Aga Yan le pareci ver algo ruin en su mirada, como si de pronto se le hubiese cado la mscara que ocultaba su verdadero rostro. En principio, los asistentes no estaban invitados al banquete, pero entonces Aga Yan se dirigi a ellos. Les ruego me disculpen. Son cosas que pasan. Ahora me complacera invitarlos a todos al banquete. Y tras estas palabras envi a Shabal al restaurante de enfrente para encargar la comida.

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Fagri Sadat llam a Aga Yan a su habitacin. No crees que has sido demasiado duro? Quiz no debera decir esto, pero no me fo de l. A estas alturas? No es un imn corriente, es listo. Reconozco que no haba esperado que se presentase aqu sin sus papeles. Tiene un plan, pero no se me ocurre para qu. Los hombres siempre andis hablando de planes, a qu plan te refieres? Ahora ya est hecho y Jaljal est de camino a Qom. Debemos tener paciencia. Siempre estamos igual, vosotros decids y a nosotras nos toca tener paciencia. Eso no es cierto. No pienso entregar a una hija de nuestra casa as por las buenas. Cre que me entenderas. Y te entiendo, pero qu voy a decirles a las mujeres? repuso ella esquivando su mirada. Sabes bien lo que debes decir a las mujeres. Recbelas, come con ellas, sonreles, demuestra que ests por encima de estos contratiempos y ten paciencia. Eran las once y media y todava no se saba nada de Jaljal. La cena haba terminado y los sirvientes pasaron por ensima vez ofreciendo t. Los narguiles iban de mano en mano. El alcalde, que se haba ausentado un par de horas, haba regresado ya. Despus del banquete, los hombres del zoco se haban ido a dar un paseo por la orilla del ro, no sin antes expresarle su comprensin a Aga Yan: ellos habran hecho lo mismo en su lugar. Shabal estaba en la azotea de la mezquita vigilando la calle. Cuando por fin vio llegar el coche, le hizo una seal a Aga Yan. Un momento despus, el jeep se detuvo delante de la puerta. Jaljal baj del vehculo, se fue derecho hacia el funcionario del registro civil, y de forma ostensible puso los papeles sobre la mesa. Salavat bar Mohamad grit alguien.

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Salavat bar Mohamad corearon los dems. Aga Yan sonri. Los hombres del zoco regresaron del paseo y el recitador salmodi en voz alta: Por la noche cuando extiende su velo!Por el da cuando resplandece!Por el sol y su claridad!Por la luna cuando lo sigue!Por el da cuando lo muestra brillante!Por el cielo y Quien lo edific!Por la tierra y Quien la extendi!Por un alma y Quien le dio forma!Mahiha

Jaljal parti con su esposa a Qom, pero nadie saba dnde vivan. La familia no entenda semejante reserva, pero no hizo comentarios. No importa se consol Aga Yan. La puerta de nuestra casa estar siempre abierta para ellos. Jaljal haba acabado su formacin de imn, pero todava no le haban asignado una mezquita fija. Los imanes titulares de una mezquita podan llevar una vida independiente; en caso contrario, se vean obligados a mantenerse con la escasa asignacin que perciban de su ayatol. Aga Yan les haba ofrecido ayuda econmica, pero Jaljal lo haba rechazado. Pese a todo, no perda ocasin de echarles una mano: cuando poda, recurra a sus numerosos contactos y siempre lograba que Jaljal consiguiera trabajo como imn suplente en alguna mezquita. Sediq iba a visitarlos de vez en cuando, pero Jaljal le haba prohibido revelar dnde vivan. A veces se lamentaba de su nuevo hogar ante su madre, le deca que la casa era muy pequea e inhspita, y que todava no haba logrado tener trato con sus vecinos. Qom es muy distinto le contaba a su madre. Todos viven encerrados en sus casas con sus familias, las puertas siempre estn cerradas, y las cortinas, echadas. Son cosas que pasan al empezar una nueva vida, sobre todo cuando uno se muda a una ciudad que no conoce, y ms an si se trata de una ciudad tan creyente como Qom. Jaljal es joven an, acaba de terminar su formacin y todava no tiene su propia mezquita. Si eso lo entiendo, pero Jaljal es muy distinto de los dems hombres que conozco; no se parece en nada a mi padre, ni a Aga Yan, ni al to Nosrat. No s cmo acercarme a l. Resulta muy difcil entablar conversacin. Los silencios son frecuentes cuando est en casa y eso me

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asusta, l no habla y yo no s qu contarle. No debes comparar la vida de esta casa con la de la tuya. Esta casa es antigua y ha encontrado su propio ritmo con el paso de los siglos. La tuya es la morada de un joven imn sin historia. Debes construir tu propio hogar, darle calor, relacionarte con los vecinos y mostrarle amor e inters a tu marido. Resulta ms fcil decirlo que hacerlo, madre. S, puedo darle amor, pero la cuestin es si l quiere que lo ame. Por qu no habra de quererlo? No lo s! Siempre que Sediq iba a casa era recibida con cario. Le regalaban ropa y zapatos nuevos, le daban dinero y la devolvan a Qom cargada de paquetes. Cuando Jaljal tena que viajar a otra ciudad para sustituir a un imn, enviaba a Sediq a la casa familiar y pasaba a recogerla a la vuelta. Unas veces se marchaban el mismo da, otras se quedaban a pasar una semana. En esas ocasiones ocupaban el cuarto de la cpula. La estancia tena un pequeo balcn con una barandilla de madera desde la que poda admirarse la sombra de la cpula reflejada en la pared opuesta, la misma de la que aos atrs haba surgido aquel enjambre de hormigas. Cuando ochocientos aos antes la casa fue construida, el arquitecto haba diseado aquella habitacin especialmente para el imn de la mezquita. Al atardecer, el sol se entregaba a un hermoso juego con las sombras. Al principio slo se vea la sombra de la cpula reflejada en la pared, pero poco despus se perfilaban tambin las siluetas de los minaretes; ms tarde, desapareca la cpula y slo quedaban los minaretes. De vez en cuando, el muro mostraba el escorzo de una paloma, del viejo grajo o de los gatos en la colorida luz vespertina. Al atardecer, los gatos de la mezquita iban al balcn y espiaban la bandada de murcilagos que sobrevolaban la alberca ruidosamente. Cuando haca buen tiempo, poda sacarse una alfombra al balcn, poner algunos cojines en el suelo y sentarse all cmodamente a leer o tomar el t. El husped que se alojaba en la habitacin de la cpula poda moverse con total libertad. Por eso mismo, Jaljal lo consideraba el

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lugar idneo cuando estaba all de visita. Se pasaba todo el da metido en el cuarto, las abuelas le llevaban la comida y nadie ms lo molestaba. Jaljal haca buenas migas con Shabal y a menudo le peda que comiese con l. Desde la primera vez que lo vio, Shabal se haba sentido fascinado por el joven imn. Conoca a muchos clrigos, pero Jaljal posea algo que no haba visto en nadie ms. Tena ideas nuevas y hablaba de temas apasionantes, y l se encandilaba oyndolo hablar y charlando con l. Jaljal estaba enterado de todo. Le hablaba de Estados Unidos como si conociese el pas al dedillo. Le contaba cmo los americanos se haban hecho con las riendas de su patria y manejaban los hilos del gobierno entre bastidores. Tambin le habl de la primera vez que los estadounidenses llegaron a su tierra. Sucedi as. Estados Unidos se estaba convirtiendo en una gran superpotencia y quera utilizar nuestra patria como b