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8. Desde un punto de vista lógico 441 ciones de esta teoría se combinan con una teoría aceptable de la fuerza ilocucionaria, así como con el comportamiento observado, lingüístico y no lingüístico, de forma que permita la adscripción de actitudes proposicio- nales aceptables a los hablantes de L. Se reconocerá que esta formulación es excesivamente vaga, pero vale co mo síntoma de una voluntad de inte- gración, motivada, acaso, por las propias limitaciones de toda teoría que intente construir el concepto de significado sobre el concepto de verdad . Limitaciones contra las cuales se viene debatiendo la teoría del significado desde el Tractatus en la dir ecc ión que estamos estudiando en este capítulo. 8.10 El significado como función Al examinar ciertas objeciones a Davidson, hemos visto cómo se echaba mano del concepto de mundo posible a fin de formular las condiciones de verdad de una oración. Un mundo posible no es, en el prese nte con- texto, más que una situación, bien real, bien imaginaria o contrafáctica, esto es, contraria en algún aspecto a los hechos, a lo realmente ocurrido. La noción está directamente relacionada con el concepto de posibilidad tal y como Wittgenstein lo utiliza en el TractatuJ (2.012 y ss.). En esta sección trataremos de una teoría reciente en la que se apela al concepto de mundo posible a fin de explicar el concepto de significado, así como otras nociones semánticas. El caso que consideraremos es el de Lewis. Por 10 que respecta a la función del concepto de verdad en la teoría semán- tica se halla bien próximo a Davidson. Para Lewis, lo primero que hay que saber acerca del significado de una oración es en qué condiciones sería verdadera; y añade: «La semántica que carece de un tratamiento de las condiciones de verdad no es semántica» (<<General Semantics», 1970, p. 18.) Lewis empieza por construir una gramática categorial, que es una gra- mática de estructura sintagmática libre de contexto con las siguient es ca- racterísticas. Se parte de unas pocas categorías básicas, y la s demás cate- gorías, o categorías derivadas, se definen a base de las primeras. En rigor, bastan dos categorías, por ejemplo, nombre propio y oraCion, como es sabido desde que Ajdukiewicz construyó este tipo de gramáticas en 1935. Supongamos que aceptamos como categorías básicas las de oración (O). nombre propio (N) y nombre común (C). Podemos representar entonces el sintagma verbal corno O /N, que quiere decir: la categoría que, combi- nada con un nombre propio (N ) da com.o re sultado una oración (O); un adjetivo será lo que, combinado con un nombre comú-n (C), da otro nom- bre común (CL o sea, C/C; y así aunque de forma más compleja, para otras categorías (op. cit., secc. 11). Siguiendo l as directrices que ya había marcado Montague con anterio- ridad, Lewis considera que el significado de una oración será aquello que determina las condiciones en las que la oración es verdadera o falsa; esto es, lo que determina el valor de verdad de la oración en diferentes si tua- ciones, lugares, tiempos, y para diversos hablantes. El significado de un

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8. Desde un punto de vista lógico 441

ciones de esta teoría se combinan con una teoría aceptable de la fuerza ilocucionaria, así como con el comportamiento observado, lingüístico y no lingüístico, de forma que permita la adscripción de actitudes proposicio­nales aceptables a los hablantes de L. Se reconocerá que esta formulación es excesivamente vaga, pero vale como síntoma de una voluntad de inte­gración, motivada, acaso, por las propias limi taciones de toda teoría que intente construir el concepto de significado sobre el concepto de verdad . Limitaciones contra las cuales se viene debatiendo la teoría del significado desde el Tractatus en la dirección que estamos estudiando en este capítulo.

8.10 El significado como función

Al examinar ciertas objeciones a Davidson, hemos visto cómo se echaba mano del concepto de mundo posible a fin de formular las condiciones de verdad de una oración. Un mundo posible no es, en el presente con­texto, más que una situación, bien real, bien imaginaria o contrafáctica, esto es, contraria en algún aspecto a los hechos, a lo realmente ocurrido. La noción está directamente relacionada con el concepto de posibilidad tal y como Wittgenstein lo utiliza en el TractatuJ (2.012 y ss.). En esta sección trataremos de una teoría reciente en la que se apela al concepto de mundo posible a fin de explicar el concepto de significado, así como otras nociones semánticas. El caso que consideraremos es el de Lewis. Por 10 que respecta a la función del concepto de verdad en la teoría semán­tica se halla bien próximo a Davidson. Para Lewis, lo primero que hay que saber acerca del significado de una oración es en qué condiciones sería verdadera; y añade: «La semántica que carece de un tratamiento de las condiciones de verdad no es semántica» (<<General Semantics», 1970, p. 18.)

Lewis empieza por construir una gramática categorial, que es una gra­mática de estructura sintagmática libre de contexto con las siguientes ca­racterísticas. Se parte de unas pocas categorías básicas, y las demás cate­gorías, o categorías derivadas, se definen a base de las primeras. En rigor, bastan dos categorías, por ejemplo, nombre propio y oraCion , como es sabido desde que Ajdukiewicz construyó este tipo de gramáticas en 1935. Supongamos que aceptamos como categorías básicas las de oración (O). nombre propio (N) y nombre común (C). Podemos representar entonces el sintagma verbal corno O/N, que quiere decir: la categoría que, combi­nada con un nombre propio (N) da com.o resultado una oración (O); un adjetivo será lo que, combinado con un nombre comú-n (C), da otro nom­bre común (CL o sea, C/C; y así suce~ivamente, aunque de forma más compleja, para otras categorías (op. cit., secc. 11).

Siguiendo las directrices que ya había marcado Montague con anterio­ridad, Lewis considera que el significado de una oración será aquello que determina las condiciones en las que la oración es verdadera o falsa; esto es, lo que determina el valor de verdad de la oración en diferentes situa­ciones, lugares, tiempos, y para diversos hablantes. El significado de un

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442 Principios de Filosofía del Lenguaje -nombre propio será 10 que determina qué es lo que aquél nombra, si es que nombra algo, en las diferentes situaciones, tiempos, etc. (y natural­mente, 10 nombrado puede no existir realmente, pero sí en alguna situa­ción posible, como ocurre con los entes de ficción). De modo parejo, el significado de un nombre común será aquello que determina a qué cosas (reales o posibles) se aplica éste en las diferentes situaciones, tiempos, etc. Con ello tenemos una primera aproximación al significado de nuestras tres categorías básicas. Si, al modo de Carnap, llamamos «extensión» de una oración a su valor veritativoj «extensión» de un nombre propio al objeto nombrado por él, y «extensión» de un nombre común a la clase de los objetos a los que éste se aplica, tendremos que el significado es, en prin­cipio, aquel10 que, para cada una de esas categorías, determina su exten­sión en cada caso. Pero no la determina por sí solo. La verdad o la false­dad de una oración, por ejemplo, no depende exclusivamente de su sig­nificado, SIDO además de la situación en la que se emplee, de quien la pro­nuncie y en qué tiempo y lugar, etc. Más bien tendremos que decir, por ello, que el significado determina de qué manera depende la extensión de esos otros factores. El significado, según esto, equivale a una función que, teniendo como argumento el conjunto de esos factores, tiene como valor la extensión. Llamando «índice» a cada conjunto de tales factores, los signi­ficados, así concebidos, serán funciones de índices a extensiones. Para denominar a los significados en esta teoría, Lewis propone resucitar el viejo término carnapiano de · «intensión».

Aunque el parentesco entre la teoría de Lewis y la de Carnap salta a la vista, el concepto de intensión no coincide en ambos totalmente. Para Carnap, las intensiones tenían como argumentos descripciones de estado, que podemos tomar como mundos posibles (recuérdese la sección 8.4). En Lewis, las intensiones toman como argumentos conjuntos de diversas características relevantes para la determinación de la extensión (conjun­tos a los que acabamos de llamar «Índices») . Estos índices incluyen como uno de sus elementos un mundo posible o descripción de estado. Un mundo posible es una posible totalidad de los hechos determinada en todos sus aspectos, pero únicamente algunos de éstos serán relevantes para de­terminar la extensión. A la vista de las diferentes clases de términos deíe­ticos que poseen las lenguas, tales aspectos incluirán el tiempo, el lugar, el hablante, el oyente, etc. De acuerdo con la extensión propia de cada categoría, diremos que la intensión de una oración es una función de índices a valores de verdad; que la intensión de un nombre propio es una función de índices a objetos individuales; y que la intensión de un nom­bre común es una función de índices a conjuntos de objetos (op. cir, secc. IlI) . Las intensiones así entendidas no equivalen del todo a los sig­"nificados intuitivamente considerados, pues pueden darse -según Le­wis- diferencias de significado en el discurso ordinario que no vayan acompañadas por diferencias de intensión. Lewis sugiere el caso de las tautologías: la intensión sería la misma para todas ellas, ya que es la fun­ción constante que, para todo índice como argumento, tiene como valor

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B. Desde un punto de vista lógico 443

la verdad. ¿Diríamos, entonces, que todas las tautologías tienen el mismo significado? Lewis piensa que sería absurdo afirmarlo así. Pero téngase en cuenta que las tautologías son en rigor proposiciones compuestas y que, por tanto, siempre podríamos descomponerlas en las proposiciones simples correspondientes. Bien es cierto que este recurso no es aplicable si toma­mos en consideración verdadeslógicas no estrictamente tautológicas, como las verdades cuantificacionales, y las de la lógica de la identidad (por ejemplo, «Todo objeto es idéntico a sí mismo»). Pero cabe dudar, funda­damente, que en el discurso ordinario reconozcamos significado a enun­ciados de ese tipo. En definitiva, no creo que haya aquí ningún problema grave para la teoría de Lewis.

Otra cuestión a resolver es la que se plantea cuando, para un determi­nado índice, la oración carece de valor veritativo o el nombre propio no nombra nada. Es el caso de las oraciones acerca de entidades inexistentes, que Russell declaró falsas en su teoría de las descripciones, y que Straw­son prefirió declarar carentes de valor veritativo. Lewis opta por conside­rar que, en tales casos, la intensión es una función no definida . Así, para un índice que contenga como mundo posible nuestro mundo real, el nombre «Pegaso» tendrá una intensión indefinida, e igualmente por lo que toca a una oración corno «El presidente de la República española en 1980 era médico» (pero naturalmente hay mundos posibles en los que esta oración será verdadera, y otros en los que será falsa, así como mundos posibles en los que «Pegaso» nombrará algún objeto). Por supuesto que no diríamos que esta oración carece de significado, y esto muestra que, para casos como el presente, la teoría de Lewis deja el significado y la intensión muy apartados uno de otro. No obstante, acaso la situación tam­poco sea grave si pensamos que el significado de esa oración r.al vez pueda entenderse como lo que nos permite imaginar en qué condiciones, esto es, en qué mundos posibles, esa oración sería verdadera o falsa. Para la de­terminación de su significado sól6 serán, entonces, relevantes aauellos índices que contengan mundos en los que la oración sea verdadera o falsa, esto es, mundos en los que España fuera una República en 1980.

Queda , por fin, la dificultad de Jas oraciones no declarativas que, en principio) y aparentemente) no poseen valores de verdad. La propuesta de Lewis, a fin de reducirlas a su teoría, es considerarlas como paráfrasis de las correspondientes oraciones realizarivas. El caso más típico, y más ex­tremo, es el de las oraciones imperativas; por ejemplo: «Escúchame». Para Lewis, sería una forma de expresar lo mismo que dice la oración: «Te ruego que me escuches»i o tal vez: «Te mando que me escuches». Según esto, parece que los imperativos serían ambiguos, según qué acto ilocucionario se realizara por medio de ellos en cada ocasión. La ambi· güedad quedaría eliminada al expresarlos en la forma realizativa. O tal vez podríamos pensar que hay una forma realizauva común a todos ellos, únicamente que carecemos en nuestras lenguas de una palabra que la ex­prese; podríamos recurrir a alguna palabra que realizara esa función, por ejemplo: «imperan, y reformular así el imperativo citado: «Te impero

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que me escuches», que serviría tanto si se trata de un ruego corno si se trata de un mandato. En todo caso, la idea de Lewis es que las oraciones realizativas deben ser consideradas como declarativas y, por consiguiente, atribuirles valores de verdad. Según esto, la diferencia entre oraciones declarativas y no declarativas sería puramente sintáctica, y se daría en el nivel de la estructura superficial, pero no en el de la estructura profunda (op. cit., secc. VIII).

La propuesta de Lewis presenta, sin embargo, inconvenientes. ¿Cuán­do es verdadera y cuándo es falsa una oración realizativa ? Si aplicamos la convención (T) al ejemplo anterior, obtendremos el enunciado siguiente: «La oración 'Te ruego que me escuches' es verdadera si y sólo si te ruego que me escuches». Esto quiere decir que una oración realizativa es ver­dadera cuando efectivamente se realiza el acto que la oración expresa. 0, lo que es lo mismo: que una oración realizatÁva, pronunciada en serio, since­ramente, y en las condiciones normales del discurso ordinario, es siempre verdadera. ¿Cuándo será falsa? Cuando el hablante hable en broma, o esté representando una obra de teatro. o practicando la elocución, o ha­ciéndose' pasar por otra persona, etc. Esto da lugar a una curiosa asimetría entre las oraciones declarativas y las no declarativas. Pues considérese este ejemplo de oración declarativa: «Está lloviendo». Esta oración es verdadera sí y sólo si está lloviendo en el lugar y en el momento a los que haga referencia. Supongamos que alguien la pronuncia equivocadamente cuando no está lloviendo. La oración es, en tal caso, falsa. Pero toda oración declara~iva puede también ser parafraseada por medio de una oración realizativa correspondiente. Supongamos entonces que el hablante hubiera hecho su afirmación en esta forma: «Te informo de que está llo­viendo». Tendremos entonces que decir que esta oración, así usada, es ver­dadera, aun cuando no 10 sea la oración «Está lloviendo» contenida en ella. En resumen : las oraciones declarativas tendrán dos clases de condi­ciones de verdad, según que se formulen en su forma realizativa o en su forma no realizativa. mientras que las oraciones no declarativas solamente tendrán una clase de condiciones de verdad, las de su enunciación en forma realizativa. Semejante asimetría me parece antüntuitiva y falta de justi­ficación. Por ello consideré más ajustado al uso del lenguaje ordinario distinguir. en la sección 7.8, diferentes tipos de discurso sobre la base de diversos valores semánticos, reservando la verdad y la falsedad para las oraciones dec1arativas.

Debido a la dificultad que entraña especificar, para cada uso de una oración, todos los factores relevantes que deben entrar en los índices, Lewis ha reformulado su teoría posteriormente de diversas maneras (In­dex, Con!ext and Conten!, 1981). En la que me parece preferible. toma corno argumento inicial la oración y el contexto en el que se usa; la gra­mática será la función que, para este par de factores corno argumento, tome como valor 10 que llama Lewis «valor semántico». esto es, un contenido proposicional; añadiéndole a este último un índice (en el sentido que ya

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8. Desde un punto de vista lógico 445

conocemos), ambos, índice y proposición, serán a su vez el argumento de una función cuyos valores son valores de verdad. En esquema:

Oración '--,.----- -ó>". Valor semántiCO>

Contexto/" >-.-----....,"'~ Valor de ve rdad Indice

De esta manera se separan el contexto de uso de la oración y el conv junto de facrores (índice) que hace a la oración verdadera o falsa. Como se ve, el precio es una mayor complejidad en la teoría (este tipo de com­plejidad había sido anticipado por David Kaplan y por Stalnaker, cuyas sugerencias recoge Lewis). Parece que la nueva formulación perm ite ex­presar con más claridad la diferencia entre una oración que es verdadera en todo contexto para un determinado índice o mundo posible, y una oración que es verdadera en un contexto determinado para todo mundo o índice posible. ASÍ, presumiblemente, la oración «El agua hierve a 100'" al nivel del mar» es verdadera en unos mundos pero no en otros; ahora bien, en los mundos en los que es verdadera, lo es en todos los contextos. Por el contrario, la oración <~Yo soy el hijo de Napoleón» es verdadera tan sólo en el contexto en que es pronunciada por alguien que sea efec­tivamente hijo de Napoleón (por ejemplo, el rey de Roma), pero será verdadera en todo mundo posible en el que sea así pronunciada, ya que set hijo de los padres ptopios es una condición que no se puede dejar de tener en cualquier situación posible para seguir siendo uno mismo (sobre este punto, véase la sección 8.11).

Lo anterior está, como se habrá apreciado, en la línea Tarski-Carnap, y considera el lenguaje como sistema abstracto, posiblemente común a todas las lenguas humanas. Lewis ha distinguido cuidadosamente entre ~ste enfoque y una consideración psicosociológica del lenguaje, abordando en otros lugares esta segunda .perspectiva. Es curioso que también aquí el concepto de verdad tiene un lugar central. Como resumen, y sin entrar en detalles, baste señalar que, para Lewis , la convención básica que rige el uso de un lenguaje en una comunidad es una convención de veracidad (Con­vention, VA). Es la veracidad uniforme y general de los hablantes la que permite la comunicación con éxito por medio de un lenguaje común. Esto no significa que nadie en absoluto mienta. Quiere decir simplemente que, en general, casi todos los hablantes procuran casi siempre decir 10 que creen que es verdad, porque asumen que los demás así 10 hacen, y porque todos saben que los demás cuentan con que cada uno así lo hará, y esto es 10 que prefieren a fin de coordinar sus acciones lo mejor posible. Aquí puede plantearse de nuevo el caso de los imperativos: ¿cómo se les aplica la convención de veracidad? La respuesta de Lewis es totalmente insa~ tisfactoria: la aplica el oyente con su comportamiento intentando cumplir el imperativo y, en esta medida, convertirlo en verdadero. Reaparece aquí la asimetría entre las oraciones declarativas y las imperativas, pues mien-

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446 Principios de Filosofía del Lenguaie

tras para las primeras la convención obliga al hablante, para las segundas obliga al oyente, Una asimetría aún más llamativa que la que hemos encon­trado hace un momento, pues muestra que la convención de veracidad sirve para explicar el uso que hace el hablante de las oraciones declarativas, pero no el que hace de las imperativas ; en este último caso lo único que explica es el comportamiento de aquel a quien se dirige el imperativo. En todo caso, lo único que me importaba subrayar es la función central que el concepto de verdad puede tener incluso para un enfoque psicosocio'ló­gico que, como tal, se ocupe de la convención fundamental que rige el uso del lenguaje.

El concepto de mundo posible forma parte también de la teoría de Montague sobre el lenguaje. Su carácter altamente técnico y la compleji­dad de los instrumentos lógicos que utiliza la sitúan en un nivel muy por encima de cuanto hemos estudiado en la presente obra, por lo que no creo que sea recomendable ni tan siquiera intentar ofrecer un esbozo de ella (el lector interesado puede consultar el artículo de Daniel Que­sada, «Lógica y gramática en Richard Montague) ). La posición básica de Montague es que no hay diferencia teórica sustancial entre los lengua­jes naturales y los lenguajes artificiales (esta cleclaracíón abre dos de sus trabajos más característicos , «Gramática universa l» y «English as a Formal Language)) ambos de 1970). Sobre esta base, y con vistas a llegar a una teoría de la verdad para el lenguaje natural , Montague desarrolla un me­talenguaje lógico extremadamente complicado en el que recoger todos los aspectos, tanto sintácticos como semánticos y pragmáticos , del lenguaje (o fragmento de ' lenguaje) estudiado. El considerable mérito de Montague se encuentra no sólo en el complejo aparato formal que pone en funcio-· namiento, sino más aún en haberlo aplicado a fragmentos concretos del inglés, intentando mostrar cómo funciona su teoría y a qué resultados puede llegar. En qué medida estos resultados ayuden efectivamente a en­tender la estructura y el funcionamiento de un lenguaje natural presumo que es todavía disputable. Aunque Montague ofrece su teoría como una alternativa a la lingüística transformatoria, hay lingüistas que piensan que sus conclusiones tienen poco o nada que ver con el lenguaje natural y que tan sólo sirven para lenguajes artificiales construidos a propósito. Frente a todos los autores que hasta aquÍ hemos considerado) Montague cierta­mente representa el intento más ambicioso de aplicar técnicas formales al estudio de las lenguas.

8 .11 Una teoría de los nombres propios

La necesidad de estipular condiciones· de verdad para las oraciones no sólo en relación al mundo real , sino también a situaciones posibles contra­fác ticas, recurriendo, por tanto, al concepto de mundo posible, ha sido igualmente destacada por Kripke, En el desarrollo de e!ita idea, Kripke ha formulado una teoría sobre los nombres propios que, oponiéndose a la